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DOS IMÁGENES CENTRALES EN LA OBRA DE EVODIO ESCALANTE

I. SOR JUANA Y ESCALANTE

Sor Juana Inés de la Cruz es una presencia recurrente en la poesía –y en el


pensamiento- de Escalante, así como Revueltas, Paz y Gorostiza lo son en los
ensayos. Si bien todos alumbran la palabra del poeta, Sor Juana, su genio y figura,
ella y su obra, no solo como influencia sino como motivo o como tema, son punto
de partida para poemas y polémicas, para contrarrestar cierto tono crepuscular de la
poesía o señalar con acierto la falibilidad de la prima autoridad filológica al respecto.
Para escribir poemas en los que desacraliza al primer poeta de América, Sor Juana, y
ensayos en los que pone en cuestiones ciertos planteamientos de Antonio Alatorre.
Es de notarse que la primera estrofa del primer poema de la primera publicación de
Escalante, Dominación de Nefertiti, de 1977, luego integrada al volumen antológico Todo
signo es contrario, de 1988 (1) dice:

Piramidal, funesta
casi aturdida por los sueños,
morada casi como una luz en el desierto.

Enteramente muerta como si el sol la hubiera poseído,


y enteramente lúcida, despierta,
una palabra en su memoria,
una inútil palabra con los ojos cerrados.

La noche del canto metafísico y teológico es aquí corporeidad, erotismo, gozo


mortal, se muestra, aun siempre oculta como “sexo magullado y oscuro”, solo
descifrado por un “pálido río que nunca desemboca”, que tampoco en un saber en
el sentido usual, sino más bien un conocer en el sentido bíblico; pero también es
delirio -entre el sueño y la vigilia, entre la muerte y la razón- olvido de sí, olvido en
el que, dice el poeta, “se monta como en un nuevo macho”. El giro, más que remitir
a la santa cópula del amado y la amada, de la divinidad y el alma de la mística
semita, el ayuntamiento de la carne y del espíritu, apunta con denuedo al aquelarre,
a la aniquilación de los amantes, a la transgresión de la ley de vuelta al caos original
y la vuelta al mundo, el regreso con la experiencia que se vierte proverbial, como
aquel que ha visto todo, y no lo puede decir, pues morir es, sobre todo, callarse, es
mudez, mutismo, silencio. No es el verbo viril, la palabra sangrienta, sino la voz en el
instante de máxima verticalidad, el canto del cisne, el paroxismo del descenso
último, de la caída al mundo, del mundo. Finaliza el poema “Dominación de
Nefertiti”:

Y ella misma tendrá que morirse completamente para que no la olvide,


Derrumbarse de miedo para que yo no salte encima de su muerte
Y la haga regresar, solo un hueco aforismo,
Una palabra desahuciada.

Treinta y seis años después, en Crápula, Escalante vuelve a resignificar la impoluta


figura de la ilustre jerónima en los cuatro poemas que componen “Los delirios de
Sor Juana”, a la que evoca “esta de carne superior belleza/ que el tiempo ha
rebajado a sutileza/ de pelleja y de huesos en olvido” en tono acusatorio, como al
renegar del falseamiento de la realidad, de la mentira que el poema es, en este caso
el soneto “Retrato de la poetisa”. Procaz y veraz, finaliza el segundo soneto “A la
virreina” con los versos: “Necio será el lector que a ti te aplauda/ Y no se baje luego
los calzones”, con el donaire -o gesto o mueca de ironía- y el doble filo que la
desacralización exige. El poeta hace admonición -a la vez se mofa de los castos
intérpretes- a quienes duden que alguien no sucumbiría a una exaltación como la
que Sor Juana hace a su protectora y sujeto de inspiración. Por su parte, “Atribuido
a Sor Juana” es un soneto paródico de raigambre quevediana, ácido, quemante,
irreverente, catártica confesión que lleva el relajo y el albur a las cumbres peladas
del barroco para enfado, sonrojo y desgarre de las vestiduras de sorjuanistas y
ajenos. Dicen los tercetos escalantianos:

Te equivocas mi amor. Triste contraste


Pudo ofrecer mi cuerpo que dejaste
Pierniabierto y ansioso de tu fierro

Cuando lívida estoy a medianoche


Haciendo de mis lágrimas derroche
Y aullando de tristeza como un perro.

A propósito de sorjuanistas y polémicas, en este punto no es posible pasar por


alto una de las discusiones en el Uno más uno con el eminente filólogo Antonio
Alatorre, profesor de Escalante en la universidad y al que cuestionó en 1994 con
todo el peso de la argumentación (2) a partir de la publicación de Enigmas
ofrecidos a la casa del placer, cuartetas presentados por Alatorre como gran poesía
cuando Escalante demuestra o, al menos convence de que no son más que “un
juguete de sobremesa, divertimentos para las monjas”, por lo que el erudito -y
profesor del poeta en los años de juventud- acusó de ignorante al escribir de mala
leche sus “desahogos”, a lo que Escalante replicó una serie de señalamientos bien
documentados sobre la intervención con cambios de vocablos a ciertos poemas de
Sor Juana, ya fuera por censura eclesiástica o por consideraciones estéticas (!) por
mano del padre Méndez Plancarte, acto suscrito por su discípulo, Antonio Alatorre.
No hubo última réplica. La expresión en cursivas se ha reiterado hasta nuestros días:
aún sin conocer su obra, alguien cercano en el afecto me advierte no tomar como
ejemplo lo mala leche del crítico Escalante. La respuesta: estos apuntes.

II. EL CRÁPULA

Un cuarto de siglo después de la publicación de Todo signo contrario, (1988), libro


significativo en la trayectoria de Escalante, aparece Crápula (2013). Conviene atender
la lectura del poeta José Ángel Leyva:

“El libro de Evodio es poéticamente incorrecto de cabo a rabo si se piensa en


la perspectiva de un concurso de poesía, de ésos en que se suelen aplicar
patrones de evaluación. Podría afirmarse entonces que es un poemario sin
unidad temática, carente de un lenguaje de riesgos o de audacias formales,
sin pretensiones de colocarse como paradigma del discurso, pero con la
solvencia de quien tiene oficio y esgrime la ambigüedad como virtud filosa”
(3).

En efecto, y por fortuna para la salud del gremio, en virtud del ejercicio de la
libertad para escribir, sin estar sometido a los vaivenes de la época, las exigencias y
tendencias que abonan a ganar un premio de poesía en esos y estos años, Crápula
es una rara avis, más parecido a un zopilote que a un cuervo, que no se ciñe con la
camisa de fuerza de las buenas conciencias que dictaminan y dan sentencia en los
certámenes, sino más bien ¡y qué bien! se armoniza con la noción teórica del crítico
contingente con su “función trastornadora, que introduce el vacío que la constituye
en los textos orondos pagados de sí, que se pensaban la última palabra y el primer
cimiento de una gregariedad demasiado segura de sus convicciones”, como plantea
el propio Escalante.
De este modo, le deja un “Recado al poeta sublime” que, como sujeto lírico, se
sitúa en la antípoda de nuestro poeta el cual solo actualiza la función del crítico,
solo cumple su propia ley, y, con ello, también degüella a los que creen que la mera
mención de la violencia, el crimen y la injusticia, el mero relato del mundo -aún más
si se añade cierto efectismo- como es común en estos días, es suficiente para
considerar ciertos apuntes como poéticos. Al poeta del mito y lo sagrado, el crápula,
le dice:
Cortas un verso a la mitad
y escurre cursilería

(La sangre déjala para el médico


o el carnicero de la esquina.
y ya que insistes, para los sicarios
personajes de moda en estos días).

En la sección del libro “El imitador declara su nombradía” se encuentran cuatro


poemas a partir de los cuales podemos advertir uno de los ejes de su poética:
pensar a la poesía y al ser del poema, además del tiempo y la conciencia de la
muerte, de la putrefacción o fuego que espera a todo cuerpo humano, vertida con
virulencia y procacidad. Los poemas: “El imitador declara su nombradía”, “El poema
visionario”, “Lo que dice el poema” y “Situación del poema”, que, según el
investigador Alejandro Higashi, es la resolución de Evodio Escalante a la difícil
intención del ensayo literario, condicionado por su condición de “manojo de
metáforas”, de explicar la poesía (4). En el primer poema de la sección, Escalante
dice:

Si lo real es inhabitable, como dices, poeta


Te cito sin encontrarte
También el Café de Nadie es inhabitable
Y la calle Jalisco con todos sus fotingos
Y Mabelina adorada es inhabitable
Y la megalópolis caliginosa de hoy con sus llamas perrunas también es
inhabitable
Y hasta la mandíbula de la que me sostengo
A dos metros de distancia pataleando desesperado
Lo mismo que las sublimes elegías del poeta
También son inhabitables

Es inevitable observar la alusión a Hegel, a los estridentistas. Poesía desde el


pensamiento, desde la reflexión, que muchas veces se olvida o se denosta en afán
de preponderar la melopea o fanopea poundiana. Claro que la premisa del primer
verso desemboca en el segundo, se refleja con naturalidad. Una condición del
poetizar es el vacío que lo posibilita, la habitabilidad que colma el sentido, el
significado, la palabra misma. Pero eso está de este lado, más acá. Más allá de la
frontera, hacia la región de lo real, de las cosas en sí, más allá de la belleza, de lo
nombrable, no hay espacio habitable, ni posibilidad de encuentro.
Tanto los lugares, reales -el inmueble en la colonia Roma con el número 100
donde concurrían los estridentistas- o reinventados - El café de nadie, de Arqueles
Vela y la megalópolis de la vanguardia- como las personas, ya sea Mabelina -la que
es todas las mujeres, en la novela de Vela- o Manuel Maples Arce, Germán List
Arzubide, Salvador Gallardo, Miguel Aguillón Guzmán, Miguel N. Lira, y el cuerpo
mismo del poeta y los poemas mismos, están traspasados por otras realidades que
no son las de este poema, cuya resolución, lúcida y cínica: “Sólo es real lo real me
pongo tautológico”, culmina su marcha con un doble desdoblamiento:

El pensamiento es real porque es inhabitable


El pensamiento es real porque es el pensamiento

La condición de inhabitabilidad, y su opuesto, la condición de mundo no colmado,


en el cual es posible el surgimiento de la cosa, del objeto, del poema-objeto que no
solo refiere a esto o aquello, pero sobre todo se refiere a sí: el poema moderno.
Señala Barthes (5):
En el mismo momento en que la supresión de las funciones oscurece los
lazos con el mundo, el objeto toma un lugar privilegiado en el discurso: la
poesía moderna es una poesía objetiva. (…) El estallido de la palabra poética
instituye entonces un objeto absoluto; la Naturaleza se hace sucesión de
verticalidades, el objeto se yergue de golpe, lleno de sus posibles: no puede
sino jalonar un mundo no colmado y por ello, terrible.

A propósito del objeto, leemos en Crápula:


Ese objeto absoluto que procuras
Huye del balancín del pensamiento
Y se oculta con arte y fingimiento
De las voces vulgares y las puras

Es el suyo un vencer en las alturas;


Un rayo, tal, que anula el fundamento
Del estar y del ser, un turbio aliento
Que arruina poco a poco mis hechuras

Ya casi muero en mí, ya casi alcanzo


La fuente del taimado aturdimiento
Que mi existir sublima y vuelve nada

Ese objeto absoluto es mi descanso,


Mi talismán, mi elixir, mi pomada
Mi tente en pie, mi excusa, mi alimento.

Por supuesto, la objetividad de lo estético, su autonomía de lo subjetivo es una


de los vértices más conocidos de la crítica de Hegel a la crítica de Kant. El autor de
la Fenomenología del Espíritu es espíritu tutelar del pensamiento escalantiano, de su
ensayística y su poética, claro.

Escalante se dirige al poeta en endecasílabos, le habla del poema en versos: “Ese


objeto absoluto que procuras”. La escisión entre poesía y filosofía, es contravenida
por el poeta con ese soneto de aires filosóficos. En este punto conviene recordar la
idea del poema en Gadamer “como la medida adecuada para las afirmaciones
filosóficas” (6). La indagación y las posibilidades de respuesta a la pregunta que
inquiere por el ser del poema orbitan convergen en el poema. Se aprecia en esta
estrofa, la condición del poema de objeto, de ser en sí, ya sea su composición
áspera, llana o del más elaborado barroquismo.

En el segundo cuarteto, alude a la relación entre palabra y muerte, la palabra


como límite, como ingreso a la dimensión humana a la temporalidad nuestra, más
allá de las categorías metafísicas -ser y estar- el poema como el rayo -para el cual el
poeta, “pararrayos celeste” de Darío, debe desarrollar antenas, -según Artaud-, el
único elemento visual del soneto que se resuelve en un lirismo en el que el poema
se indica como bienhechor, suficiente y necesario: bien supremo que a la vez no le
pertenece ni depende del poeta, sino al revés.
En tanto objeto, el poema, artefacto, instrumento o dispositivo mediante el cual se
manifiesta el “triple heroísmo, del pensamiento, del sentimiento y de la expresión”,
la poesía, según Díaz Mirón, “pugna sagrada” (dice el propio veracruzano) y
“enemigo rumor” (Lezama), en cierta instancia, no refiere más que la realidad
poética, al acto de poetizar, a la poesía y al poeta. Ya Heidegger indicó en sus
disertaciones sobre Hölderlin lo singular del autor de “Diotima”: ser el poeta que
poetiza su oficio. Por su parte, Escalante precisó la correspondencia entre metafísica
y metáfora a partir de una expresión del filósofo de la Selva Negra como parte de
sus estudios sobre “Muerte sin fin”; el pensamiento que inicia con las metáforas y
ellas mismas, se integran el sustrato desde el que se elabora el sentido total de la
cultura. Si en el poema anida el fundamento de la cultura, y este objeto es lo que
permanece de ella, no interesa y preocupa lo que diga, lo que dice, lo que puede
decir. Pero ¿qué dice el poema? Dice Escalante en Crápula:

El poema siempre dice adelante


El poema es lo contrario de un semáforo
No te previene
Con la luz amarilla
Ni te detiene
Con el rojo flamazo de la sangre
Que amenaza a la vida.
El poema siempre dice “adelante”.
No distingue época ni color.
Cuando ves gris adelante
Cuando ves azul adelante
Cuando ves rojo sangre muy sangre
Adelante

El poema dice “abierto para ti”.

El poeta no aconseja, su instrucción no es la del sabio, de orden moral, porque es


la conciencia de su época, no su censor. El poema dice. Si no dice, no es poema. La
metáfora del semáforo, eficiente, precisa nos permite saber que el sentido único de
la poesía es la futuridad, lo que está por ser, lo que aún no nace, no está cercado
por la muerte. De forma absoluta, cuando vemos -leemos, en este poema- gris, azul,
rojo, lo que sea, nos dice, “adelante”. ¿Este o todos los poemas? ¿está, acaso,
Escalante, inquiriendo la esencia del artefacto poético, como Hölderlin al ejercicio de
nombrar-instaurar las esencias?
El poema, signo de signos, muestra un sendero de senderos y senderos que no
solo se bifurcan, sino que se reproducen al infinito como en cámaras de espejos sin
cesar. En tanto trasfondo o trazo de la infraestructura del sentido de la cultural, el
poema precede al nosotros, al encuentro entre uno y otro en el diálogo.
En este punto, a propósito de la idea moderna del poema para una mejor
recepción de los poemas de Escalante, conviene citar a Octavio Paz, figura
primordial en el pensamiento de Escalante, cuando define al poema, en Los signos
en rotación, como “escritura en un espacio cambiante, palabra en el aire o en la
página, ceremonia: el poema es un conjunto de signos que buscan un significado,
un ideograma que gira sobre sí mismo y alrededor de un sol que todavía no nace”
(7).

El poema, como el núcleo de la célula, que resguarda el código genético, contiene


los posibles medios por los cuales transitar. Siempre adelante, al frente, siempre
aquí. La chispa como símbolo de la conciencia (la memoria en el cuerpo), la luz de
la comprensión, el entendimiento y el conocimiento fortuito. Como un Aleph, con
ventanas hacia todos escenarios, con la probabilidad de cien a cien de encontrar un
espacio habitable, decible, real y racional. Porque solo a través de la palabra y en la
palabra se edifica toda posibilidad humana. No hay nada humano fuera del reino de
la metáfora. ¿Será acaso, la poesía, otro nombre de lo absoluto? Escalante dice en
“El poema visionario”:

El poema se anticipa a nosotros;


Conoce de antemano el camino que tomaremos
Y de cierto modo nos guía.
De poco sirve que lo olvidemos.
El poema es una chispa oculta en el corazón de la piedra
Y desde ahí relumbra
Con sus hilos secretos
Igual que el pedernal más viejo de la infancia.
El poema se anticipa a todo aquello que haremos
O dejamos de hacer,
Y de cierto modo
Sin que sepamos cómo
Lo hace posible.

Hoy quiero dormir con mi poema.

El poeta ama la poesía. Amor auténtico por el poema, cuerpo de la poesía. Por
eso quiere dormir con el poema. Por nuestra parte, antes de ir a dormir, nos
reencontremos reflejados en la creación bifronte, en la pasión crítica y poética de
Evodio Escalante.

NOTAS
1. Roland Barthes. S/Z. p. 3.
2. Los dos artículos de la discusión escritos por Escalante, así como un
desencuentro previo en torno a los nuevos lenguajes críticos, se pueden
consultar en Las metáforas de la crítica. pp. 215-249.
3. José Ángel Leyva. En La Jornada Semanal. Domingo 6 de octubre de 2013,
Número 97.
4. Alejandro Higashi. “Evodio Escalante. Poeta y crítico”. En Entre Literatura y
Filosofía: Evodio Escalante. p. 35.
5. Roland Barthes. El grado cero de la escritura, p. 55.
6. George Gadamer. Poema y diálogo, p. 142.
7. Octavio Paz. El arco y la lira p. 282.
FUENTES
BIBLIOGRAFÍA DE EVODIO ESCALANTE

Poesía
“Demonial de los días” en Crónicas de viaje (colectivo). UNAM, 1975.

Dominación de Nefertiti. La Máquina de Escribir, 1977.


La noche de Sun Ra (plaquette). UAM-A, La Rosa de los Vientos, 1979.
Todo signo es contrario. Universidad Autónoma de Puebla, 1988.
Cadencias de amor y neciedumbre, UAM, 1994.
Relámpago a la izquierda. Conaculta/Fondo Municipal para la Cultura y las Artes de
Durango, Letras, 1998.

Crápula. La Otra/ Instituto de Cultura de Durango, 2013.


Salmos sueltos. Tinta Nueva Ediciones, 2022.
Crítica
César Vallejo. La perspectiva ausente. (Presentación y selección). UAM, 1988. 221 p.
Elevación y caída del Estridentismo . Conaculta/Ediciones Sin Nombre, La Centena,
Ensayo, 2003. 121 p.

José Revueltas. Una literatura del lado moridor. Ediciones Sin Nombre/ CONACULTA,
2006. 179 p.

Breve introducción al pensamiento de Heidegger. UAM, 2007. 153 p.


Las metáforas de la crítica. Editorial Gedisa y AUM-Unidad Iztapalapa, División de
Ciencias Sociales y Humanidades, 2015. 288 pp.
Las sendas perdidas de Octavio Paz. Ediciones Sin nombre/UAM Iztapalapa, 2014.
183 p.
Cinco cumbres de la poesía mexicana . Universidad Autónoma de Nuevo León/
Editorial Los bastardos de la uva, 2017. 178 p.
Capítulos de libros

“Walter Benjamin y la fenomenalidad pura de la obra de arte” en Aproximaciones a


Walter Benjamin. Mambrin Editorial, México, 2012. 186 pp.

Sobre Evodio Escalante


Cervantes, Freja; Oliva Mendoza, Carlos; Ugalde Sergio (coord). Entre Literatura y
Filosofía: Evodio Escalante. (Antología). Universidad Autónoma de México, México,
2018. 197 p.

LIBROS CITADOS
BARTHES, Roland. El grado cero de la escritura. Seguido de nuevos ensayos críticos .
Siglo XXI Editores, 2009. 248 p.
- S/Z Siglo XXI Editores, 1980. 221 p.

GADAMER, Hans George. Poema y diálogo. Gedisa Editorial, 2004. 159 p.


PAZ, Octavio. El arco y la lira. Tercera edición, séptima reimpresión, FCE, 1990. 307 p.

LIBROS CONSULTADOS

ADORNO. Theodor. Metacrítica de la teoría del conocimiento. Planeta, 1986. 287 p.


BACHELARD, Gaston. El derecho de soñar. FCE. 1985. 250 p.

CHUMACERO, Alí. El sentido de la poesía y otros ensayos. Instituto de Seguridad y


Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), México, 1999. 150 p.

MONTAIGNE. Ensayos escogidos. UNAM, 1958. 174 p.


PAZ, Octavio. El laberinto de la soledad. Quinta edición, FCE. 2020. 176 p.

GOROSTIZA, José. Notas sobre poesía, Canciones para cantar en las barcas, Del
poema frustrado, Muerte sin fin. FCE. México, 1964. 149 p.

STEINER, George. La poesía del pensamiento, trad. María Cóndor, Siruela-FCE,


México, 2012, 231 p.

WONG, Óscar. No creo que las rosas cambien, Edit. Claves Latinoamericanas. México,
1986, 63 p.

ZAMBRANO. María Filosofía y poesía. FCE, 1996, 121 pp.

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