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UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA DE SANTIAGO

(UTESA)

CULTURA Y CIVISMO

ENSAYO
FASE DE LA VIDA Y FASE DE LA MUERTE

Anyerny Maireny Siri Luna


1-15-0108

Juan Ysidro Cabrera, M.A.

Santiago de los Caballeros,


República Dominicana
30 de mayo del 2020
ENSAYO
FASE DE LA VIDA Y FASE DE LA
MUERTE
A continuación, se presenta un pequeño ensayo que trata sobre la fase de la
vida y la fase de la muerte, en ese sentido veremos cuáles son las principales
etapas de la vida que definen cómo nos comportamos, cómo percibimos la
realidad y cuáles son nuestras necesidades.

Aunque es cierto que los límites de estas etapas no están muy claros y es
discutible si unas empiezan o terminan antes o después, hay un consenso
relativo acerca de cuáles son y de qué manera ocupan nuestras vidas.

La vida empieza antes de nacer, y la etapa prenatal es la que incluye los


momentos en los que aún no se ha salido del útero. En ese periodo ya somos
capaces de aprender a través del tacto y de los sonidos, es decir, que el cerebro
humano ya asocia estímulos a respuestas adecuadas.

Artículo relacionado: "Las 3 fases del desarrollo intrauterino o prenatal: del


cigoto al feto"

La primera infancia se inicia en el momento de nacer y termina alrededor de


los 3 o los 4 años. Es la etapa en la que se dan los pasos más importantes en el
desarrollo del lenguaje y además se realizan los aprendizajes esenciales sobre
cómo funciona el mundo y el movimiento de las cosas.

Además, el uso del lenguaje hace que se empiece a crear conceptos cada vez
más abstractos y complejos que ayudarán a llegar a un grado de comprensión
más profundo acerca de las cosas.

Esta etapa de la vida es la que, más o menos, va de los 3 a los 6 años; por eso
se la define también como etapa preescolar.

En esta fase se forma el autoconcepto y se gana la capacidad de pensar en los


estados mentales de los demás, ya sea para intuir sus intenciones o para saber
qué información no saben. Esta habilidad se llama teoría de la mente.

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La niñez intermedia o escolar va de los 6 a los 11 años. En esta etapa se
producen muchos progresos en la capacidad para comprender operaciones
matemáticas y la estructura de frases complejas.

Del mismo modo, la importancia de tener buenas relaciones con los demás y
de dar una buena imagen empieza a ganar peso, y también se valora más la
inclusión en un grupo de amistades.

La adolescencia va de los 11 a los 17 años. Es una etapa crucial, ya que se


consolida la capacidad para pensar en términos abstractos y además se
producen unos cambios hormonales que pueden producir cierta labilidad
emocional.

Además, en la adolescencia se produce la parte más intensa de la búsqueda de


la propia identidad, y los círculos sociales a los que se quiere pertenecer ganan
mucha influencia en la persona.

Esta etapa va, aproximadamente, de los 18 a los 35 años. Aquí se produce la


consolidación de los círculos de amistad más duraderos y se aprende a vivir
con un alto grado de independencia, de modo que ya casi no se depende de los
padres. Psicológicamente y biológicamente, las capacidades físicas y mentales
también llegan a su techo, y entre los 25 y los 30 años empiezan a decaer
ligeramente.

La madurez va de los 36 a los 50 años. En esta fase se consolida la faceta


laboral y se aprende del todo una especialización que permitirá generar
ingresos para vivir de forma independiente en la mayoría de países
occidentales.

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Por otro lado, las expectativas de cambio en la propia vida van quedando
moderadas y los objetivos vitales se orientan más hacia la estabilidad.

Esta fase va de los 50 a los 65 años. En ella se acostumbra a consolidar el


nivel de ingresos a unos niveles que permiten vivir mejor que antes, pero se
producen cambios corporales que hay que saber gestionar. A la vez, la
valoración de la estabilidad también aumenta.

La tercera edad empieza a los 65 años, y en ella se gana una nueva


independencia al desaparecer las obligaciones laborales habituales y al
producirse la marcha de los hijos e hijas que se haya podido tener.

En algunos casos esto produce el Síndrome del Nido Vacío, y la exposición al


duelo es más frecuente a medida que mueren familiares de la misma
generación y amistades.

También existen fase de la muerte Fase de negación

Una de las más conocidas por todos. A veces la muerte llega de una forma tan
injusta, rápida e inesperada que no nos da tiempo a asimilar la información y
optamos por negar lo ocurrido. Es una fase completamente normal, sobre todo
en las muertes por accidente. Los humanos estamos diseñados para
protegernos de las cosas malas. En este caso nuestro cerebro actúa negando la
información para protegernos del dolor. Si este sentimiento perdura durante
largos periodos de tiempo es recomendable acudir a un especialista.

Fase de ira

Aparecen la rabia y el resentimiento por la frustración que sentimos al asimilar


que un ser querido ha fallecido y que la situación no se puede revertir. Una
tristeza profunda se apodera de nosotros y no es nada fácil de aliviar. En esta
etapa, la muerte es percibida como el resultado de una decisión y por eso se
buscan culpables. Es en este momento del duelo, cuando domina la disrupción

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o el choque de dos ideas: la de que la vida es lo deseable y la de que la muerte
es inevitable.

Debido a la carga emocional que se da en esta fase del duelo, es habitual sentir
rabia y enfadarse. En primer lugar porque el afectado por la pérdida no
encuentra una solución para la muerte de su allegado y, en segundo lugar,
porque tampoco puede responsabilizar a nadie ni a nada en exclusiva por el
fallecimiento. Todo esto le llevará a dirigir su rabia de manera indiscriminada
a personas que nada han tenido que ver en el proceso e incluso hacia animales
u objetos.

Fase de la negociación

Esta es una de las etapas del duelo más desconocidas. El momento de la


negociación es un proceso por el que pasan algunas personas que han sufrido
una pérdida cercana y reciente. El afectado intenta fantasear con situaciones
que no son reales.

En esta etapa del duelo se comienza a hacer preguntas supuestas a sí mismo


como “¿qué hubiera pasado si…? ¿y si hubiera hecho…? En esta fase también
recurrimos a la religión, intentando recuperar lo que hemos perdido.

En el fondo, sabemos que lo que estamos haciendo es imposible, pero de


alguna manera nos ayuda a avanzar en el duelo y llegar a una futura
superación de la pérdida. Es la fase más corta de todas y no suele alargarse
más de unas horas o días.

Fase de la depresión

En la fase de la depresión dejamos de fantasear con realidades paralelas y


volvemos al momento presente con una profunda sensación de vacío que nos

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deja la pérdida del ser querido. Este tipo de depresión no debe confundirse con
la enfermedad mental pero sí suelen aparecer síntomas similares.

La fuerte tristeza que aparece en esta fase nos lleva a entrar en una crisis
existencial al considerar la irreversibilidad de la muerte y la falta de incentivos
para seguir viviendo en una realidad en la que el ser querido ya no está. Es
entonces cuando no solo hay que aprender a aceptar que la otra persona se ha
ido sino también a vivir en una realidad definida por esa ausencia.

Fase de la aceptación

En esta última fase, al superar la pérdida, las personas en duelo aprenden a


convivir con su dolor emocional en un mundo en el que el ser querido no está.
Con el tiempo se recupera la capacidad de experimentar alegría y placer.

Para concluir con el presen estudio sobre la fase de la vida y fase de la muerte
es preciso señalar que Lo único importante es que pasemos por el duelo en sí.
Evitarlo, negarse el derecho a llorar y a lamentar la pérdida de un ser querido
es un error que más tarde o temprano terminará trayéndonos consecuencias.

Al fin y al cabo el duelo no es más que un mecanismo de defensa que


ponemos en marcha para adaptarnos a la nueva vida sin la persona querida.
Una oportunidad, de hecho, de actualizar nuestro sistema emocional para
poder despedirnos del fallecido y de resolver heridas pasadas que nos siguen
afectando en el tiempo presente.

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BIBLIOGRAFÍA

De la Herrán, A. y Cortina, M. (2007). Fundamentos para una pedagogía de la


muerte. RevistaIberoamericana de Educación, Vol. 41, nº 2, pp. 1-12.

De la Herrán, A., y Cortina, M. (2008). La práctica del ‘Acompañamiento


Educativo’ desde la tutoría en situaciones de duelo. Tendencias
Pedagógicas nº, 13, pp. 157-173.

De la Herrán, A. y Cortina, M. (2009). La muerte y su enseñanza. Diálogo


Filosófico nº 75, pp. 499

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