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Lec c ió n 1 5
Sumario:
I. La competencia desleal
1. La lealtad en la concurrencia mercantil y la Ley de Competencia Desleal
2. Finalidad y ámbito de aplicación de la Ley de Competencia Desleal
3. Concepto de competencia desleal: La cláusula general de prohibición y la
tipificación de los actos de competencia desleal
4. Clasificación y análisis de los actos de competencia desleal
A. Actos de engaño
B. Actos de confusión
C. Prácticas agresivas
D. Actos de denigración
E. Actos de comparación
F. Actos de imitación
G. Actos de explotación de la reputación ajena
H. Actos de violación de secretos
I. Actos de inducción a la ruptura contractual
J. Actos de violación de normas
K. Actos de discriminación
L. Actos de explotación de la situación de dependencia
económica
M. Actos de venta con pérdida
N. Publicidad ilícita
5. Prácticas comerciales desleales en relación con los consumidores
A. Prácticas engañosas
B. Prácticas de venta piramidal
C. Prácticas agresivas
6. Acciones derivadas de la competencia desleal
7. Cuestiones procesales
A. Legitimación activa para el ejercicio de las acciones de
competencia desleal
B. Legitimación pasiva
C. Prescripción
D. Procedimiento
8. Códigos de conducta
A. Fomento de los códigos de conducta
B. Acciones frente a los códigos de conducta
I. LA COMPETENCIA DESLEAL
Sin perjuicio de la libertad de concurrencia, la lucha por la conquista del mercado tiene
que ser leal. Cada empresario tiene derecho a ampliar el ámbito de sus negocios y el
círculo de sus clientes compitiendo libremente en el mercado, aunque con ello
perjudique a otros empresarios, pero la ley procura que esa competencia se desarrolle
de una forma debida y no de modo incorrecto en perjuicio del mercado.
Por último, hay que señalar que la nueva Ley tiene una vocación unificadora, en el
sentido de establecer una normativa general y unitaria de la competencia desleal,
incluyendo la que se realiza a través de la publicidad, aunque este propósito se ha visto
traicionado por la Ley 7/1996, de 15 de enero, de Ordenación del Comercio Minorista
(recientemente modificada) y por diversas leyes de comercio de las Comunidades
Autónomas, que han regulado diversas cuestiones relacionadas con la competencia
desleal, tales como las ventas promocionales, la venta a pérdida o las rebajas, y lo han
hecho en muchas ocasiones de forma contradictoria con lo establecido en la Ley de
Competencia Desleal.
Por lo que se refiere al ámbito de aplicación, la Ley delimita en dos normas separadas
los ámbitos objetivo y subjetivo. En relación con el ámbito objetivo , la Ley establece una
doble condición para poder hablar de acto de competencia desleal: en primer lugar, que
el acto se realice «en el mercado» y, en segundo lugar, que se realice «con fines
concurrenciales» (art. 2.1); aclarando, acto seguido, que se presume la finalidad
concurrencial del acto cuando se revele objetivamente idóneo para promover o
asegurar la difusión en el mercado de las prestaciones propias o las de un tercero (art.
2.2). Ha de tratarse pues de un acto típicamente competitivo que se realiza en el
mercado y que puede afectar al funcionamiento de éste; por el contrario, no pueden ser
considerados actos de competencia desleal los actos aislados desarrollados con una
finalidad distinta de la concurrencial. Además, la reciente reforma normativa ha
añadido una precisión que completa el ámbito objetivo al establecer que la ley será de
aplicación a cualesquiera actos de competencia desleal, realizados antes, durante o
después de una operación comercial o contrato, con independencia de que éste llegue a
celebrarse o no (art. 2.3). En cuanto al ámbito subjetivo , hay que indicar, por una parte,
que la Ley se aplicará «a los empresarios, profesionales y a cualesquiera otras personas
físicas o jurídicas que participen en el mercado» (art. 3.1), lo que significa que quedan,
por tanto, sometidos a esta normativa los denominados operadores económicos,
concepto más amplio que el de empresario y que comprende a todas aquellas personas
que intervienen en el mercado con posibilidad de incidir sobre el mismo, como por
ejemplo, los profesionales liberales (v. en este sentido la Ley 7/1997, de 14 de abril, de
Medidas Liberalizadoras en materia de Colegios Profesionales), los entes públicos, los
sindicatos, etc. y, por otra, que esa aplicación «no podrá supeditarse a la existencia de
una relación de competencia entre el sujeto activo y el sujeto pasivo del acto de
competencia desleal» (art. 3.2); esto es, que, para que pueda calificarse una conducta de
desleal, no será preciso que el perjudicado sea un competidor directo o indirecto del
autor del acto desleal, sino que podrá serlo tanto un consumidor como otro empresario
que no compita con el autor de la conducta.
Siguiendo la pauta marcada por las legislaciones más modernas sobre la materia, la Ley
3/1991 delimita conceptualmente la competencia desleal acudiendo, por un lado, a la
formulación de una cláusula general prohibitiva (art. 4) y, por otro, a una extensa
tipificación de los actos de competencia desleal (arts. 5 a 18). La necesaria transposición
a nuestro ordenamiento jurídico de la Directiva 2005/29, ha motivado que, en la reciente
modificación normativa, se haya ampliado, por una parte, el alcance de la cláusula
general y, por otra, la tipificación establecida añadiendo una nueva categoría de
prácticas desleales: las prácticas comerciales engañosas o agresivas con los
consumidores y usuarios (arts. 19 a 31).
La Ley de Competencia Desleal, en su capítulo II, considera ilícitos una serie de actos
que, sin duda, pueden ser considerados como los más habituales o los que más
frecuentemente se presentan en la práctica: actos de confusión, engaño, denigración,
comparación, imitación, explotación de la reputación ajena, violación de secretos,
inducción a la ruptura contractual, violación de normas, discriminación, explotación de
la dependencia económica y venta con pérdida, así como también determinadas
prácticas agresivas y conductas publicitarias. Cabe preguntarse, sin embargo, la razón
de esta larga enumeración cuando el legislador se ha preocupado previamente, en las
disposiciones generales, de precisar la finalidad y el alcance de esta normativa, de
definir lo que se entiende por acto de competencia desleal y de establecer tajantemente
su prohibición. Aunque, en principio, pudiera aducirse, como razón justificativa de la
enumeración, el seguimiento de los modelos normativos imperantes en el Derecho
comparado en el que las leyes de competencia desleal son fundamentalmente leyes de
actos prohibidos, sin embargo –como pone de manifiesto el «preámbulo» de la propia
Ley– el motivo determinante de esa amplia enumeración no ha sido otro que el de dotar
de certeza o de seguridad jurídica a esta nueva legislación; una materia que, en nuestro
país, no tiene una gran tradición comercial y ha estado siempre insuficientemente
regulada. Así pues, podemos decir que resultaba necesario y conveniente que se
clarificaran en nuestro Derecho los comportamientos ilícitos y los términos en que ha de
operar su prohibición. Hemos de destacar también a este respecto una característica
singular de la Ley de Competencia Desleal, consistente en que junto a la lista de los actos
prohibidos, aparece una declaración negativa de comportamientos que no se consideran
desleales per se . En efecto, tan importante como la enumeración de los actos de
competencia desleal resulta la declaración que se realiza en diversos preceptos de la Ley
sobre determinadas conductas empresariales –como por ej., la comparación (art. 10), la
imitación de prestaciones ajenas (art. 11.1), la aplicación a los usuarios de diferentes
condiciones de venta (art. 16.1) o la venta con pérdida (art. 17.1)– que son
perfectamente lícitas y no impugnables, por tanto, a través de los mecanismos
procesales establecidos en la misma, salvo cuando se da alguna de las circunstancias
que en la propia norma se señalan. Se trata de evitar con ello que cualquier acto o
práctica que pueda resultar incómodo para los integrantes de un sector o para los
comerciantes o usuarios en general, pueda ser calificado como desleal y sancionado
como tal.
A. Actos de engaño
El artículo 5 de la Ley de Competencia Desleal los define como «cualquier conducta que
contenga información falsa o información que, aun siendo veraz, por su contenido o
presentación induzca o pueda inducir a error a los destinatarios, siendo susceptible de
alterar su comportamiento económico, siempre que incida sobre alguno de los
siguientes aspectos: a) La existencia o la naturaleza del bien o servicio; b) Las
características principales del bien o servicio, tales como su disponibilidad, sus
beneficios, sus riesgos, su ejecución, su composición, sus accesorios, el procedimiento y
la fecha de su fabricación o suministro, su entrega, su carácter apropiado, su utilización,
su cantidad, sus especificaciones, su origen geográfico o comercial o los resultados que
pueden esperarse de su utilización o los resultados y características esenciales de la
pruebas o controles efectuados al bien o servicio; c) La asistencia postventa al cliente y
el tratamiento de las reclamaciones; d) El alcance de los compromisos del empresario o
profesional, los motivos de la conducta comercial y la naturaleza de la operación
comercial o el contrato, así como cualquier afirmación o símbolo que indique que el
empresario o profesional o el bien o servicio son objeto de un patrocinio o una
aprobación directa o indirecta; e) El precio o su modo de fijación, o la existencia de una
ventaja específica con respecto al precio; f) La necesidad de un servicio o de una pieza,
sustitución o reparación; g) La naturaleza, las características y los derechos del
empresario o profesional o su agente, tales como su identidad y su solvencia, sus
cualificaciones, su situación, su aprobación, su afiliación o sus conexiones y sus
derechos de propiedad industrial, comercial o intelectual, o los premios y distinciones
que haya recibido; h) Los derechos legales o convencionales del consumidor o los
riesgos que éste pueda correr». Esta modalidad de actos no ha alcanzado realmente
notoriedad y trascendencia hasta la generalización de la actividad publicitaria en el
mundo empresarial.
En definitiva, para que un acto de esta naturaleza sea calificado como desleal será
preciso que concurran las siguientes circunstancias: En primer lugar, que se realicen
unas aseveraciones o indicaciones que no correspondan exactamente con la realidad, es
decir, que sean incorrectas o falsas; el punto de referencia en este caso será la verdad o
la realidad objetivamente demostrable; sin embargo, será considerada lícita la
denominada publicidad superlativa , esto es, la utilización de determinadas
exageraciones o extravagancias publicitarias que pretenden simplemente llevar al
ánimo del consumidor la excelencia o superioridad de unos determinados productos sin
llegar a afirmar una situación de hecho precisa (tal es el caso del anuncio de un
producto como el mejor del mundo, el único en su género, etc.). En segundo lugar, se
precisa de un acto externo de utilización o difusión de esos datos (lo que puede hacerse
con o sin publicidad) para que la conducta sea relevante. Por último, se requiere
también que las aseveraciones que se formulen sean capaces de inducir a error a las
personas a las que las mismas se dirigen o alcanzan; en este sentido cabe indicar, una
vez más, que el supuesto no sólo incluye la difusión de datos falsos, sino también de
aquellos que, siendo verdaderos, pueden inducir a error por su forma de presentarlos
(citemos, como ejemplo al respecto, la banda de un libro que dice PREMIO X y en letra
muy pequeña «finalista».).
B. Actos de confusión
La regulación legal de estos actos presenta además, como nota destacable, la presunción
de la deslealtad. En efecto, la confusión, por el mero riesgo que crea, se considera ya
desleal sin que sea preciso recurrir a otras notas o elementos para fundamentar su
ilicitud. La deslealtad se produce, por tanto, en cuanto se da la identidad o similitud de
los distintos elementos que se utilizan para diferenciar a las empresas, a sus actividades
o a sus productos (imagen, nombre, efecto visual, efecto sonoro, etc.) y no desaparece
por el hecho de que el error se desvanezca si se observan simultáneamente ambas
imágenes o se escuchan seguidamente los dos sonidos, pues el consumidor no puede
realizar habitualmente estas comparaciones por no tener ante sí todos los elementos.
C. Prácticas agresivas
Para determinar la existencia de una práctica de esta naturaleza será preciso, por tanto,
acreditar, en primer lugar, la existencia de una conducta de las que se califican de
reprobables (acoso, coacción o influencia indebida) y que dicha conducta ha influido de
forma significativa en el comportamiento económico del consumidor. En este sentido,
una conducta de acoso consistirá en perseguir e incomodar al consumidor para obtener
una decisión de compra, como sucederá en los casos de envío de publicidad o de objetos
no deseados, de requerimientos improcedentes para que el consumidor pueda ejercitar
sus derechos o de una utilización de las relaciones personales de amistad, vecindad,
parentesco o trabajo que colocan al consumidor en una situación embarazosa. La
coacción consistirá en una actuación que comporta el uso de fuerza física, psíquica o de
otro tipo para determinar el comportamiento económico del consumidor, como por
ejemplo, en el caso de utilización de un lenguaje amenazante o de creación de una
sensación de que no se podrá abandonar el establecimiento sin la realización de una
compra. Finalmente, se considera influencia indebida la utilización de una posición de
poder en relación con el destinatario de la práctica para ejercer presión, incluso sin usar
fuerza física ni amenazar con su uso.
La Ley establece que, para determinar si existe acoso, coacción o influencia indebida se
tendrá en cuenta; a) El momento y el lugar en que se produce, su naturaleza o su
persistencia; b) El empleo de un lenguaje o un comportamiento amenazador o
insultante; c) La explotación por parte del empresario o profesional de cualquier
infortunio o circunstancia específicos lo suficientemente graves como para mermar la
capacidad de discernimiento del destinatario, de los que aquél tenga conocimiento, para
influir en su decisión con respecto al bien o servicio; d) Cualesquiera obstáculos no
contractuales onerosos o desproporcionados impuestos por el empresario o profesional
cuando la otra parte desee ejercitar derechos legales o contractuales, incluida cualquier
forma de poner fin al contrato o de cambiar de bien o servicio o de suministrador; e) La
comunicación de que se va a realizar cualquier acción que legalmente no pueda
ejercerse (art. 8.2).
Por otra parte, será preciso que la conducta influya en la decisión del destinatario de la
misma, lo que exige que merme su libertad de elección o pueda incidir en su
comportamiento.
D. Actos de denigración
E. Actos de comparación
F. Actos de imitación
En materia de marcas resulta procedente hacer una distinción entre actos de imitación,
que buscan una similitud con una marca existente, y actos de falsificación de marcas de
productos de reconocida calidad, los cuales son objeto de una diferente regulación
jurídica: los primeros se consideran como actos constitutivos de competencia desleal y
se sancionan como tales por infringir el deber de concurrir lealmente en el mercado o
por integrar una conducta de abuso del derecho, mientras que los segundos, se califican
como delitos de defraudación de un derecho de propiedad y se sancionan por violar los
derechos de exclusiva derivados de la titularidad de una marca.
Se trata de una modalidad especial de los actos de engaño o confusión, que aparece
regulada en el artículo 12 de la Ley, y que consiste en el aprovechamiento indebido de
las ventajas de una reputación industrial, comercial o profesional adquirida por otra
persona en el mercado. En particular, se encuadran en esta clase de actos el empleo de
signos distintivos ajenos, denominaciones de origen falsas, indicaciones inexactas sobre
la naturaleza y cualidades del producto o sobre homologaciones o marcas de calidad, o
el uso de expresiones tales como «modelo», «sistema», «tipo», «clase» y similares.
En este precepto se distinguen dos tipos diversos de comportamientos que reciben una
misma calificación de antijuridicidad: la obtención de datos por medios ilegítimos (como
el citado espionaje) y la divulgación de secretos industriales y comerciales a los que se
ha tenido acceso legítimamente pero con la obligación de guardar reserva sobre los
mismos (infracción del deber de secreto). Ambos son considerados actos de competencia
desleal aun cuando dichos actos no se realicen en el mercado ni con fines
concurrenciales. En este punto, el legislador ha sido consciente de que la mayoría de
estos actos no tienen objetivos anticompetitivos aunque de su divulgación se pueden
derivar ventajas importantes para los competidores; por ello, y muy especialmente para
desincentivar su realización, les ha exonerado de la concurrencia de los requisitos
establecidos en el artículo 2 relativos al ámbito objetivo para su calificación como actos
de competencia desleal (realización «en el mercado» y «con fines concurrenciales»). De
este modo esta calificación se ve sustituida por la exigencia de una especial
intencionalidad: que la violación de secretos haya sido efectuada con ánimo de obtener
provecho propio o de un tercero o de perjudicar al titular del secreto.
I. Actos de inducción a la ruptura contractual
Se trata de una categoría de actos que se presenta bajo tres diferentes modalidades: la
inducción a trabajadores, proveedores o clientes para que incumplan un contrato con
un competidor, la inducción a la terminación regular de un contrato y el
aprovechamiento en beneficio propio o de un tercero de una infracción contractual
ajena. Las principales manifestaciones de este tipo de actos se dan, de un lado, en
relación con los contratos personales de trabajo o de arrendamiento de servicios y, de
otro, con referencia a contratos empresariales de obra, prestación de servicios o
suministro. Por lo que respecta a estas modalidades de comportamiento hemos de tener
en cuenta que, en un mercado libre ningún operador económico tiene un derecho a
retener a sus empleados, clientes o proveedores; antes al contrario, éstos pueden acudir
al reclamo de unas mejores condiciones contractuales. La atracción por parte de un
empresario de trabajadores, directivos o clientes es lícita siempre que no se utilicen
procedimientos incorrectos para ello, como por ejemplo, el soborno, la incitación a la
ruptura del contrato en vigor o la apropiación de las listas de clientes. Cuando se
produzcan estas últimas circunstancias habremos pasado de lo lícito a lo desleal. En
consonancia con estas ideas, el artículo 14 considera desleal la inducción a trabajadores,
proveedores o clientes para que infrinjan los deberes contractuales básicos que han
contraído con los competidores. Pero la inducción a la terminación regular de un
contrato o la explotación en beneficio propio o de un tercero de una infracción
contractual sólo será desleal cuando tenga por objeto la difusión de un secreto industrial
o comercial o vaya acompañada de circunstancias tales como el engaño, la intención de
eliminar a un competidor del mercado u otras análogas.
El precepto se completa con una referencia a que la simple violación de normas que
tengan por objeto la regulación de la actividad concurrencial tendrá también la
consideración de desleal a los efectos de esta Ley, algo que parece dar a entender que el
legislador ha querido atribuir dicho carácter, tanto a las infracciones de las normas
sobre ordenación del comercio (como, por ej., en materia de horarios comerciales o
rebajas) o las que regulan sectores concretos de la actividad mercantil (banca,
transporte, seguros, etc.), como a las específicas de defensa de la competencia.
K. Actos de discriminación
El artículo 16.2 de la Ley, bajo la rúbrica común de discriminación, engloba también los
actos de explotación de una situación de dependencia económica. Se trata de un
supuesto de naturaleza diferente a la discriminación, puesto que dicha explotación no
siempre se produce a través de aquélla. La explotación de la situación de dependencia
es una práctica que, a diferencia de la anterior, se refiere fundamentalmente a las
relaciones comerciales entre las pequeñas y las grandes empresas. Supone, de un lado,
la existencia de una situación de dependencia o subordinación de los clientes o de los
proveedores de una empresa con respecto a la misma, situación que se da cuando no
tienen en ese mercado una alternativa equivalente hacia la que poder canalizar sus
pedidos o sus suministros (citemos, como ejemplos ilustrativos de esta situación, el
reparador de aparatos frente al proveedor de recambios o componentes, el distribuidor
en régimen de exclusiva frente al fabricante o concedente de la exclusividad, o el
empresario que fabrica sus productos con marca blanca con respecto a la gran
superficie o cadena de distribución titular de dichas marcas); y exige, de otro, una
explotación abusiva de esa situación, es decir, una actuación contraria a derecho como
sucede, por poner algunos ejemplos, en la imposición de la compra de gamas o surtidos
completos de productos, la exigencia de reducción de los precios pactados, el
requerimiento de prestaciones gratuitas o la dilación excesiva de los plazos de pago.
La Ley 52/1999 ha añadido un tercer apartado a esta norma, que califica de desleales
otros dos tipos de comportamientos que tienen la misma justificación que la figura de la
explotación de la situación de dependencia económica y que deben considerarse
relacionados con ella: (i) la ruptura de una relación comercial sin preaviso escrito con
una antelación de seis meses, salvo que se deba a incumplimientos graves de las
condiciones pactadas o a fuerza mayor [art. 16.3 a) ] y (ii) la obtención de ventajas
económicas adicionales a las pactadas en las condiciones generales de venta bajo
amenaza de ruptura de las relaciones comerciales [art. 16.3. b) ].
La Ley de Ordenación del Comercio Minorista ha regulado también la venta con pérdida
en los siguientes términos: en primer lugar, define la citada venta como aquella en la
que el precio aplicado a un producto sea inferior al de adquisición según factura
(deducida la parte proporcional de los descuentos que figuren en la misma), al de
reposición si éste fuese inferior a aquél o al coste efectivo de producción si el artículo
hubiese sido fabricado por el propio comerciante, incrementados en las cuotas de los
impuestos indirectos que graven la operación (art. 14.2 LOCM). Se trata de un concepto,
que podríamos denominar matemático, al que se llega partiendo de un precio base: el
precio de adquisición según factura o el coste de producción si la mercancía ha sido
fabricada por el comerciante (se trata de evitar, en este último supuesto, que el
comerciante fije arbitrariamente los precios internos de transferencia, desplazando de
este modo la pérdida al precio de fabricación). Excepcionalmente se tomará como
precio base el precio de reposición si éste es inferior al de adquisición o al coste de
producción. A este precio base se le restan los descuentos realizados por el vendedor
con respecto a la mercancía en cuestión, pero únicamente si figuran en la factura y
siempre que no sean consecuencia de una retribución o compensación por
determinados servicios prestados por el comerciante (art. 14.3 LOCM), y, finalmente, se
le suman los impuestos indirectos que graven la compraventa. Pues bien, si el precio
resultante de estas operaciones matemáticas es superior al de venta aplicado al
producto, existirá venta a pérdida. En segundo lugar, se prohíbe esta modalidad de
venta salvo en los siguientes casos: ventas de saldos, ventas en liquidación, ventas de
artículos perecederos en las fechas próximas a su inutilización y ventas realizadas con
la finalidad de alcanzar los precios de uno o varios competidores con capacidad para
afectar, significativamente, a su negocio (art. 14.1 LOCM). Esta última excepción, al
introducir el elemento subjetivo de la intencionalidad en la realización de las ventas a
pérdida y determinar, en consecuencia, que la prohibición no se aplica a aquellos casos
en los que la actuación del comerciante no pretende alterar el mercado ni expulsar a los
competidores del mismo, sino que se debe pura y simplemente a una pérdida de
competitividad que le impide establecer un precio equivalente al de sus rivales, legitima
la venta con pérdida como una estrategia competitiva más de las que dispone el
empresario para hacer frente a sus competidores. En tercer lugar, se establece la
prevalencia de la Ley de Competencia Desleal sobre la nueva regulación del comercio
minorista (art. 14.1, in fine LOCM), lo cual no deja de resultar sorprendente ya que la
única justificación que se ha dado a la reiteración de la regulación de la venta a pérdida
en la nueva Ley de Ordenación del Comercio Minorista es precisamente la insuficiencia
de la anterior legislación. Esta prevalencia significa, como ya se ha indicado, la licitud de
la venta con pérdida salvo en los casos de precios predatorios. En cuarto lugar, se prevé
también, como cautela, que, en ningún caso, las ofertas conjuntas o los obsequios a los
compradores podrán utilizarse para evitar la aplicación de lo dispuesto en el presente
artículo (art. 14.4 LOCM).
N. Publicidad ilícita
Las principales prácticas comerciales desleales con los consumidores y usuarios son las
siguientes:
A. Prácticas engañosas
(i) Prácticas engañosas por confusión . Pueden revestir las tres modalidades siguientes:
(ii) Prácticas engañosas sobre códigos de conducta . Se reputan también desleales por
engañosas aquellas prácticas comerciales que afirmen sin ser cierto:
- Afirmar o crear por otro medio la impresión de que un bien o servicio puede ser
comercializado legalmente no siendo cierto (art. 23.1 LCD).
- Afirmar no siendo cierto, que el bien o servicio sólo estará disponible durante un
período de tiempo muy limitado o que solo estará disponible en determinadas
condiciones durante un período de tiempo muy limitado a fin de inducir al
consumidor o usuario a tomar una decisión inmediata, privándole de la
oportunidad o el tiempo suficiente para hacer su elección con el debido
conocimiento de causa (art. 23.4 LCD).
(v) Otras prácticas engañosas . Se consideran igualmente desleales por engañosas las
prácticas comerciales que:
C. Prácticas agresivas
Se trata de prácticas comerciales que utilizan una presión indebida sobre el consumidor
para que adquiera determinados bienes o servicios o que, sin utilizar dicha presión,
resultan especialmente incómodas o molestas para el consumidor. El fundamento de la
deslealtad de esta modalidad de prácticas se encuentra, en el primero de los supuestos,
en la incidencia que la mencionada presión tiene sobre la conducta del consumidor en
el mercado y, en el segundo de ellos, en la invasión de la esfera privada del consumidor
al convertir el ámbito privado de su vida, su domicilio o su trabajo en un escenario apto
para la pugna competitiva.
Para que pueda afirmarse la existencia de una práctica agresiva será preciso que
concurran los siguientes requisitos: Un medio o instrumento a través del cual se
canalice la presión sobre el consumidor, como por ejemplo, el acoso o la coacción. Una
finalidad o aptitud para menoscabar la libertad de elección del consumidor. Las
prácticas agresivas están también conceptuadas como desleales per se .
(i) Por coacción . Se consideran agresivas las prácticas comerciales que hagan creer al
consumidor o usuario que no puede abandonar el establecimiento del empresario o
profesional o el local en el que se desarrolle la práctica comercial hasta haber
contratado, salvo cuando dicha conducta sea constitutiva de una infracción penal (art.
28 LCD).
(ii) Por acoso . También se consideran desleales por agresivas las siguientes prácticas de
acoso:
(iii) Por su relación con menores . Se reputa desleal por agresivo incluir en la publicidad
una exhortación directa a los niños para que adquieran bienes o usen servicios o
convenzan a sus padres u otros adultos de que contraten los bienes o servicios
anunciados (art. 30 LCD).
a) La acción declarativa de la deslealtad del acto . Esta acción tiene por objeto la
obtención de una sentencia judicial que confirme la deslealtad y consiguiente ilicitud
del acto de competencia en cuestión. Su finalidad, por consiguiente, es conseguir que el
juez reconozca que un determinado empresario está realizando actos de competencia
desleal. Aunque la Ley permite su ejercicio de forma autónoma, hemos de reconocer, sin
embargo, que se trata de una acción de carácter adjetivo que generalmente sólo se
utilizará como presupuesto para el ejercicio de otras pretensiones o cuando no puedan
utilizarse otras acciones. Para el ejercicio de esta acción será necesario, de un lado, que
el acto se haya realizado o esté a punto de realizarse y, de otro, la persistencia de sus
efectos.
Por último, señalaremos que en nuestro Derecho no cabe la acción negatoria, esto es,
una acción solicitando una declaración negativa de que el acto en cuestión no es desleal.
Esta acción resultaría un medio de defensa particularmente útil en aquellos casos en los
que los competidores o los consumidores acusan a un empresario de la realización de
actos desleales.
Finalmente, hay que señalar que en las sentencias estimatorias de las acciones
declarativas, de cesación, de remoción y de rectificación, el juez o tribunal, si lo estima
procedente, podrá acordar la publicación total o parcial de la sentencia a cargo del
infractor o una declaración rectificadora cuando los efectos de la infracción puedan
mantenerse a lo largo del tiempo.
7. CUESTIONES PROCESALES
B. Legitimación pasiva
Las acciones de competencia desleal se dirigirán contra cualquier persona que haya
realizado u ordenado la conducta desleal o haya cooperado en su realización (art. 34).
La acción de enriquecimiento injusto solamente podrá dirigirse contra el beneficiario
del enriquecimiento.
C. Prescripción
D. Procedimiento
En relación con esta materia hay que destacar las siguientes particularidades:
(i) Que la tramitación de los procesos en materia de competencia desleal se hará con
arreglo a lo dispuesto por la Ley de Enjuiciamiento Civil para el juicio ordinario, siendo
competentes los juzgados de lo mercantil [art. 86 ter 2. a) de la Ley Orgánica 6/1985,
modificada por la Ley Orgánica 8/2003 para la reforma concursal].
(ii) Que, como consecuencia de la inclusión de la publicidad ilícita entre los actos de
competencia desleal, la Ley 29/2009 ha procedido a unificar las acciones que se pueden
ejercitar contra los actos de competencia desleal, derogando la normativa específica
existente en materia publicitaria y, suprimiendo, por tanto, las exigencias
extrajudiciales de procedibilidad que se contenían en la Ley General de Publicidad.
(iv) Que, en garantía del demandante afectado por el acto de competencia desleal, se
consagra una especialidad procesal consistente en la posibilidad de solicitar al juez la
realización de determinadas diligencias preliminares dirigidas a facilitar al demandante
la comprobación de aquellos hechos cuyo conocimiento resulta objetivamente
indispensable para preparar el juicio (art. 36 LCD). Estas diligencias sólo proceden a
solicitud de parte interesada, entendiéndose por tal la persona legitimada para el
ejercicio de la acción de competencia desleal de cuya preparación se trate, y deberán ser
solicitadas antes de presentar la demanda. Las diligencias preliminares se sustanciarán
de conformidad con lo previsto en los artículos 129 a 132 de la Ley 11/1986, de Patentes
y podrán extenderse a todo el ámbito interno de la empresa. Por otra parte, hay que
añadir que corresponderá al solicitante probar su necesidad y proporcionalidad y
además, si se conceden, deberá prestar la correspondiente caución para responder de
los daños y perjuicios que su adopción pudiera causar al demandado.
8. CÓDIGOS DE CONDUCTA
Los códigos de conducta deberán cumplir los siguientes requisitos: (i) Garantizar la
participación en su elaboración de las organizaciones de consumidores; (ii) Respetar la
normativa de defensa de la competencia; (iii) Permitir que sean asumidos
voluntariamente por los empresarios o profesionales; (iv) Dotarse de órganos
independientes de control para asegurar el cumplimiento eficaz de los compromisos
asumidos por las empresas adheridas; (v) No imponer la renuncia a las acciones
judiciales previstas en el artículo de la 32 Ley de Competencia Desleal ni impedir o
dificultar su ejercicio; (vi) Disponer de una publicidad suficiente para su debido
conocimiento por los destinatarios.
Los códigos de conducta podrán incluir, entre otras, medidas individuales o colectivas
de autocontrol previo de los contenidos publicitarios y deberán establecer sistemas
eficaces de resolución extrajudicial de reclamaciones que cumplan los requisitos
establecidos en la normativa comunitaria y sean notificados, como tales a la Comisión
Europea de conformidad con lo previsto en la Resolución del Consejo de 25 de mayo de
2000, relativa a la red comunitaria de órganos nacionales de solución extrajudicial de
litigios en materia de consumo o cualquier disposición equivalente (art. 37.4 LCD).
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