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Lec c ió n 3
El empresario (II)
ÁNGEL ROJO
Sumario:
I. El empresario individual
1. El concepto de empresario individual
2. La capacidad para ser empresario individual
3. El menor empresario
4. Las prohibiciones para el ejercicio de la actividad empresarial
5. Adquisición, prueba y pérdida de la condición de empresario individual
6. El domicilio del empresario individual
II. El ejercicio de la actividad mercantil por persona casada
7. Consideración general
8. El régimen legal de la responsabilidad patrimonial por deudas
mercantiles del cónyuge empresario: características generales
9. El ámbito de aplicación del régimen especial
10. La extensión de la responsabilidad patrimonial
11. La administración y la disposición de los bienes comunes por el
empresario casado
III. El empresario persona jurídica
12. Las sociedades mercantiles
13. El ejercicio de la actividad mercantil por asociaciones y por fundaciones
I. EL EMPRESARIO INDIVIDUAL
Tras las reformas introducidas en los Títulos II y III del Libro I del Código de Comercio
por la Ley 17/1973, de 21 de julio, algún precepto comenzó a referirse a los
«comerciantes o empresarios mercantiles individuales» como términos sinónimos (arts.
16 y 17 C. de C., en la redacción dada por la citada Ley). La muy importante reforma de
esos Títulos llevada a cabo por la Ley 19/1989, de 25 de julio, significó la definitiva
sustitución en ellos de la referencia al comerciante por la referencia exclusiva al
empresario individual (arts. 16.1.1º, 19.1, 22.1 y 24.1). Sucede así que actualmente para
referirse al mismo sujeto coexiste en el Código la añeja terminología de «comerciante»
con la más nueva y mejor adaptada a la realidad de «empresario».
El Código de Comercio establece que «tendrán capacidad para el ejercicio habitual del
comercio las personas mayores de edad y que tengan la libre disposición de sus bienes»
(art. 4, en la redacción dada por la Ley 14/1975, de 2 de mayo). Estos dos requisitos sólo
se dan en el mayor de 18 años (art. 322 CC) no declarado incapaz para gobernarse por sí
mismo (esto es, no sometido a tutela o curatela por alguna de las causas legales de
incapacitación: art. 200 CC). El mayor de edad no incapacitado, como es capaz para
todos los actos de la vida civil (art. 322 CC), podrá adquirir la condición de empresario
mediante el ejercicio de cualquier actividad empresarial.
El menor de edad, aunque esté emancipado (art. 314 CC) o aunque haya obtenido el
beneficio de la mayoría de edad (art. 321 CC), carece de la llamada capacidad mercantil,
porque, aunque pueda regir su persona y bienes «como si fuera mayor», tiene las
restricciones de no poder tomar dinero a préstamo, gravar ni vender bienes inmuebles
y establecimientos mercantiles o industriales u objetos de extraordinario valor sin
autorización o asistencia paterna o del curador (art. 323 CC); es decir, carece de la libre y
plena disposición de bienes. La posibilidad de defender otra interpretación más
congruente con las conveniencias de la práctica mercantil está notoriamente dificultada
por el Código de Comercio, que, con criterio absoluto, exige la mayoría de edad y la libre
disposición de los bienes propios (art. 4).
3. EL MENOR EMPRESARIO
Existen casos en los que determinadas personas, a pesar de tener capacidad para ser
empresario, tienen prohibido el ejercicio de la actividad empresarial. Las prohibiciones
se clasifican en absolutas y relativas. Son absolutas las que comprenden cualquier clase
de actividad comercial, industrial o de servicios; son relativas aquéllas cuyo ámbito se
refiere exclusivamente a un determinado género de actividad mercantil. Por lo general,
las prohibiciones, sean absolutas o relativas, no sólo lo son para actuar como
empresario, sino también para ser administrador o liquidador de sociedades
mercantiles (arts. 13 y 14 C. de C.); y, además, no se limitan a los casos de ejercicio
directo de la actividad empresarial por el incompatible, sino que abarcan el supuesto de
ejercicio a través de persona interpuesta.
Los actos realizados por personas sobre las que pesa cualquiera de estas prohibiciones
son plenamente eficaces. Las consecuencias del ejercicio de la actividad mercantil por
persona incompatible son las sanciones administrativas en los casos de prohibiciones
absolutas, y las sanciones civiles (exclusión del socio colectivo, cese del factor,
separación de los administradores) en algunos de los casos de prohibiciones relativas.
Por regla general, el domicilio mercantil del empresario individual coincide con el
domicilio civil. En este sentido, el domicilio del empresario será el lugar de su residencia
habitual (art. 40 CC).
Salvo que una norma legal establezca otra cosa, el domicilio determina el fuero general
de las personas naturales (art. 50.1 LEC). Sin embargo, en los litigios derivados de la
actividad empresarial, el empresario puede ser demandado tanto ante Tribunal de su
domicilio como ante Tribunal del lugar en el que desarrolle esa actividad; y, si tuviere
establecimientos en distintas localidades, en cualquiera de ellas, a elección del
demandante (art. 50.3 LEC).
7. CONSIDERACIÓN GENERAL
El primer problema que plantean estos artículos del Código de Comercio sobre la
responsabilidad por deudas mercantiles del cónyuge empresario, es el de determinar el
ámbito de aplicación de la normativa en ellos contenida. El Código nada señala a este
respecto, pero la mera lectura del articulado pone de manifiesto que la disciplina en él
establecida no es aplicable a los casos en los que el empresario esté casado en régimen
de separación de bienes, bien por haberlo pactado así en capitulaciones matrimoniales
(art. 1325 CC), bien por ser éste el régimen legal supletorio (art. 10.2 del Código catalán
de familia; y arts. 3 y ss. y 67 y ss. de la Compilación del Derecho civil de Baleares), así
como tampoco en los casos en que el régimen económico del matrimonio sea el de
participación (arts. 1411 y ss. CC).
La primera tarea del intérprete es, pues, determinar cuál es el régimen económico del
matrimonio, ya que la aplicación de lo establecido en el Código de Comercio sobre la
responsabilidad por deudas mercantiles del cónyuge empresario exige que, en ese
régimen, existan bienes que, por disposición legal, tengan el carácter de bienes comunes
o gananciales. Naturalmente, el régimen económico del matrimonio (sociedad de
gananciales, sociedad de conquistas, separación de bienes, régimen de participación,
etc.) es el que convencional o legalmente corresponda en cada caso, sin que, para la
determinación de cuál sea ese régimen tenga relevancia lo que los cónyuges hubieran
declarado al presentar la declaración del impuesto sobre la renta de las personas físicas.
a) El ámbito mínimo , es decir, aquella parte del patrimonio que siempre y en todo caso
queda sujeta al cumplimiento de las obligaciones contraídas por el empresario casado,
está constituido por los bienes propios o privativos de ese empresario y los bienes
comunes que se hubieran obtenido precisamente por el ejercicio de la actividad
empresarial. Así lo establece el Código de Comercio, al señalar que «en caso de ejercicio
del comercio por persona casada, quedarán obligados a las resultas del mismo los
bienes propios del cónyuge que lo ejerza y los adquiridos con esas resultas» (art. 6 C. de
C.). La referencia a los bienes propios del empresario no suscita problemas de
interpretación: la responsabilidad patrimonial se extiende tanto a los bienes privativos
que pertenecieran a ese empresario al comenzar el matrimonio como a los que hubiera
adquirido después a título gratuito y, en fin, a los adquiridos a costa o en sustitución de
bienes privativos (art. 1346 CC). No sucede lo mismo con la equívoca referencia a los
bienes comunes obtenidos por «resultas» del comercio y, en general, de la actividad
empresarial. Con esta expresión alude el Código a aquellos bienes comunes o
gananciales obtenidos precisamente por la actividad empresarial del cónyuge
empresario y a los adquiridos con cargo a los mismos. La responsabilidad de estas dos
masas patrimoniales –el patrimonio propio y los bienes obtenidos por el ejercicio de la
actividad empresarial– es del mismo grado: el acreedor puede dirigirse indistintamente
contra unos u otros bienes. Así, puede pretender y obtener satisfacción de los bienes
comunes obtenidos como consecuencia de la actividad empresarial del cónyuge deudor
sin necesidad de previa excusión del patrimonio privativo (art. 1369 CC).
b) El ámbito medio de responsabilidad está constituido por los demás bienes comunes.
Para que estos bienes queden obligados «será necesario el consentimiento de ambos
cónyuges» (art. 6 C. de C.). La categoría unitaria de los bienes comunes o gananciales se
divide así entre bienes obtenidos por resultas del comercio y los demás bienes comunes
o gananciales. Los primeros están sujetos en todo caso; los segundos sólo cuando
consienten ambos cónyuges.
Ahora bien, el cónyuge del empresario podrá formular oposición en cualquier momento
al ejercicio de la actividad empresarial por parte del otro cónyuge, así como revocar
libremente el consentimiento expreso o presunto que hubiera prestado, en cuyo caso los
demás bienes comunes dejarán de estar sujetos al cumplimiento de las obligaciones que
contraiga el empresario en el ejercicio de su específica actividad. Para que esa oposición
o esa revocación sean eficaces frente a terceros debe constar en escritura pública,
inscrita en el Registro Mercantil (art. 11 C. de C. y art. 87.6º RRM) y publicados los datos
esenciales de la inscripción en el Boletín Oficial de dicho Registro (art. 21.1 C. de C. en
relación con art. 386.7º RRM). Si el empresario no figurara inscrito en el Registro
Mercantil, el cónyuge podrá solicitar la inscripción de éste a los efectos de que sean
oponibles a terceros la oposición o la revocación indicadas (art. 88.3 RRM).
Naturalmente, la revocación del consentimiento no podrá, en ningún caso, perjudicar
derechos adquiridos con anterioridad al momento en que sea oponible (art. 11 C. de C.).
No tiene valor de oposición o de revocación la mera separación de hecho de los
cónyuges. De ahí que, por ejemplo, de la restitución del préstamo concedido por una
entidad de crédito, después de que hubiera tenido lugar esa separación de hecho, al
cónyuge empresario casado en régimen de gananciales, responden no sólo los bienes de
éste y los obtenidos por él en el ejercicio de la actividad empresarial, sino también los
demás bienes gananciales, como es el caso de los obtenidos por el otro cónyuge en el
ejercicio de cualquier clase de actividad o en las rentas producidas por bienes privativos
o gananciales.
Otras sociedades, como las cooperativas y las mutuas pueden tener carácter mercantil
en algunos casos. Las sociedades cooperativas son sociedades de capital variable que
asocian, en régimen de libre adhesión y baja voluntaria, con estructura y
funcionamiento democráticos, a personas que tienen intereses o necesidades
socioeconómicas comunes, para la realización de actividades empresariales (Ley estatal
27/1999, de 16 de julio, de Cooperativas). Según el Código de Comercio, las sociedades
cooperativas son mercantiles «cuando se dedicaren a actos de comercio extraños a la
mutualidad» (art. 124 C. de C.), expresión que hay que interpretar como equivalente a
que realicen «actividades y servicios cooperativizados» con terceros no socios (art. 4
LGC). Las sociedades mutuas de seguros –que pueden actuar a prima fija o variable– se
caracterizan porque los mutualistas ostentan la doble condición de socios y de
asegurados (arts. 9 y 10 del Texto refundido de la Ley de Ordenación y Supervisión de
los Seguros Privados, aprobado por Real Decreto Legislativo 6/2004, de 29 de octubre).
Las sociedades mutuas son mercantiles cuando actúen a prima fija (art. 124 C. de C.).
Por el contrario, las sociedades de garantía recíproca –que son sociedades de base
mutualista al igual que las cooperativas y las mutuas– tienen siempre carácter
mercantil, como ya se ha señalado. Estas sociedades están dirigidas fundamentalmente
a facilitar el acceso a la financiación de las pequeñas y medianas empresas, prestando
garantía a favor de sus socios en las operaciones que éstos realicen dentro del giro y
tráfico que les es propio (Ley 1/1994, de 11 de marzo, sobre el Régimen Jurídico de las
Sociedades de Garantía Recíproca).
A) Las asociaciones , incluso las de utilidad pública, pueden desarrollar una actividad
empresarial. Por lo general, esa actividad será marginal; pero puede suceder que el
ejercicio de la actividad empresarial se realice de modo principal o aun exclusivo. Esta
circunstancia no modifica la naturaleza de la asociación misma, siempre que se realice
con carácter instrumental respecto de los fines de la asociación. No es incompatible con
la asociación la obtención de beneficios; lo que la Ley estatal prohíbe es que esos
beneficios, una vez obtenidos, se repartan entre los asociados en lugar de destinarse a
los fines de la asociación (art. 13.2 LO 1/2002, de 22 de marzo, reguladora del Derecho de
Asociación). Si ese carácter instrumental no existe, es decir, si los resultados de la
actividad empresarial no se dedican exclusivamente al cumplimiento de los fines de la
asociación, sino que se reparten, directa o indirectamente, entre los asociados, la
originaria asociación se habrá convertido en sociedad irregular.
Ahora bien, cuando una asociación ejercita una actividad empresarial con carácter
instrumental respecto de sus fines adquiere por este mero hecho la condición de
empresario, y ello incluso en el caso de que la actividad empresarial que desarrolla sea
secundaria o accesoria. Cualquier asociación que ejercite una actividad empresarial
adquiere, como cualquier otra persona natural o jurídica que así actúe, carácter de
sujeto mercantil, si bien no podrá inscribirse en el Registro Mercantil por razón del
principio de numerus clausus de los sujetos inscribibles (art. 16 C. de C.).
En todo caso, las asociaciones, ejerciten o no una actividad empresarial, están obligadas
a llevar contabilidad «conforme a las normas específicas que le resulten de aplicación»
(art. 14.1 LA). Las cuentas anuales de la asociación se deberán aprobar anualmente por
la asamblea general (art. 14.3).
B) Las fundaciones –organizaciones sin ánimo de lucro cuyo patrimonio está afecto de
modo duradero a la realización de los fines de interés general fijados por el fundador–
también pueden ejercitar actividades empresariales «cuyo objeto esté relacionado con
los fines fundacionales o sean complementarias o accesorias» (art. 24.1 Ley estatal
50/2002, de 26 de diciembre, de Fundaciones, y art. 23.2 del Reglamento de Fundaciones
de competencia estatal, aprobado por RD 1337/2005, de 11 de noviembre), y en ese caso
adquirirán la condición de empresario.
Pero es que, además, para evitar que el ejercicio de esa actividad pueda repercutir
negativamente sobre el patrimonio de la fundación, la legislación estatal y autonómica
suele restringir, a través de distintas técnicas jurídicas, la iniciación –o, incluso, la
continuación– de actividades empresariales por parte de las fundaciones. Ciertamente,
la fundación puede ser titular de establecimientos o empresas comerciales, industriales
o de servicios por figurar éstos en la dotación fundacional –la dotación puede consistir
en bienes y derechos de cualquier clase (art. 12.1 LF)– o por adquirirlos a lo largo de la
existencia del ente, y puede ejercitar con ellos actividades mercantiles. Pero si pretende
ejercer directamente tales actividades –que, naturalmente, tienen que guardar relación
con los fines fundacionales o, al menos, estar al servicio de los mismos– las distintas
Leyes autonómicas o bien exigen la previa y expresa autorización del Protectorado, o
bien dar cuenta de ese ejercicio a este órgano público de control de la fundación, o bien,
en fin, siguen un sistema mixto, exigiendo la autorización o la mera puesta en
conocimiento según los casos.
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