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De Luchas y Amores: La CPR y su forma de vida en resistencia

Of Struggles and Loves: The CPR and its way of life in resistance

por: Ricardo E. Lima Soto*1

En las palabras previas, escritas a propósito de la edición de “Historia de un gran


amor” de 2015, Ricardo Falla expresa que su primera intención es entregar esta obra a la
juventud, especialmente estudiantes, que probablemente no vivieron directamente esta
época tan terrible que sufrió Guatemala, en la que amplios sectores de la población más
vulnerable, más aislada, más empobrecida y más violentada a través de la historia, la
población indígena guatemalteca, logró sobrevivir gracias a sus valientes y exitosas
estrategias de vida en resistencia. Quizá los jóvenes hayan escuchado un poco de estos
hechos, que causan horror y dolor y que algunos sectores ciudadanos en la actualidad
quieren o prefieren acallarlo u ocultarlo porque sí, es cierto, la verdad duele; pero,
ideológicamente, políticamente, también pretendan borrar esta memoria para tal vez formar
una nueva ciudadanía sin nexos ni estigmas vinculados con la violencia, o, a lo mejor, para
ocultar y exculpar a los verdaderos responsables de estos actos criminales. Falla se dirige a
los jóvenes y los contagia con sus vivencias y la mirada desde su alma. La mirada que él
transmite como una alegoría, que lleva, en parte, una doble percepción de la realidad: la
íntima y la colectiva. Podríamos reconocer que de quién hablamos es del pastor y del
testigo riguroso; pero también debemos reconocer que no se trata solamente de actividades
o quehaceres; la mirada con la que nos contagia, sea su propósito o no, es la de la persona
cuya sensibilidad, cuyo amor hacia la creación, hacia la vida, es inconmensurable.
Concretamente hacia la criatura revestida de valores por excelencia, la persona, y así, a la
comunidad. El eterno desafío de manifestarse y actuar ante las injusticias que se cometen
entre los seres humanos. Los jóvenes tienen que tener la oportunidad de entender esta
historia, porque no se trata únicamente de la historia aislada y particular de las
Comunidades de Población en Resistencia (CPR) del Ixcán, nosotros podemos leerla y
1
*Investigador académico del IDIES-VRIP-URL, doctor en Antropología, Rice University, Universidad Rafael
Landívar.
comprenderla, pero, lo importante, es hacerlo con el privilegio que representa el recuento y
los afectos de alguien que es autor y fue protagonista. Debería ser parte de la historia
general de nuestra nación, de lo acontecido a su población, indígenas y no indígenas,
privilegiados y no privilegiados, y así debiéramos conocerla para reconocernos, para saber
qué pasó y por qué pasó, cómo este odio inaceptable nos condujo como sociedad a
perseguir y violentar a personas y comunidades inocentes, no beligerantes, dedicadas a sus
cultivos y sus mercados, alejados del mundo urbano y de los absurdos asuntos de estado.
Fue la noche oscura2, en la que “Me golpearon y me hirieron”; en la que “me arrancaron el
velo con violencia”. En tal realidad de injusta persecución Marcos3 aprendió a compartir y
amar a las personas y familias que se cobijaban en la selva del asedio asesino, desde y con
la convicción inalterable de sus ideales y vulnerabilidades: doce años de lucha y resistencia
sin renunciar a su tierra, sin doblegar sus comunidades y sus familias; doce años de
resistencia en condiciones de precariedad infinita y temor permanente de muerte. Por ello
es que esta historia se convierte en una lección de vida, sobre cómo aprender a amar la
vida.

En “Historia de un gran amor” nos encontramos con muchas historias entrelazadas y


complementadas que proponen un género literario nada convencional –y sí íntimo y
adecuado– de testificar, narrar y afectar. Es un libro de historia, es una autobiografía, y por
lo tanto es literatura; es un tratado y reflexión sobre teología y práctica pastoral, es
testimonio, es historia de la Iglesia, de la orden jesuita en Guatemala, del EGP, del Ejército,
y su tramas vinculadas; todo en torno y desde el corazón de la CPR. No nos corresponde
adentrarnos en cada una de las temáticas, pero nos llama la atención alguna de las historias
que se interceptan: ejemplar es la del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) con la del
Equipo de Trabajo Pastoral (ETP) y su acompañamiento a las CPR. Cómo se dieron los
acuerdos para proteger a la población de los riesgos de ser atacados por el Ejército y cómo,
los lineamientos para poder acompañarlos pastoralmente. Fue este un acto de solidaridad
humanitaria que no se hizo ni fácil ni suavemente. Las ideologías políticas y las
convicciones en torno a la fe deberían conservarse de forma respetuosa pero diferenciada.

2
La Noche Oscura es el título del segundo capítulo del libro, que como en toda la estructura del libro, inicia a
manera de epígrafe con una pequeña cita del libro antiguo, El Cantar de los Cantares.
3
Pseudónimo utilizado por Ricardo Falla durante los seis años de su acompañamiento pastoral a la CPR del
Ixcán.
Lo que sucedió es que el acompañamiento pastoral se tuvo que convertir en un escudo
protector de la esperanza de vida a través de la lucha y la resistencia. Condiciones dadas
previamente en la comunidad que debía desplazarse, solamente el sentido de sobrevivencia,
sin destino fijo, pero con convicción de vida. Acompañar era entonces convivencia: estoy
contigo en tal adversidad: “…me robaste el corazón, con una sola mirada tuya4,”

Tomamos, ahora, un tema que es de primordial importancia en este libro: el


“llamado de la amada”. Donde invocaremos primeramente la llamada inicial, la vocación
determinante de Ricardo Falla, cuando en los años 60, se va formando en estudios
teológicos en Innsbruck, Austria. Sin embargo, lleva consigo, además de la Biblia católica,
un libro que contiene otro tipo de teología y espiritualidad, es el Popol Wuh 5, al cual se
refiere en sus escritos cuando apunta que este libro lo condujo al estudio de una de las
principales ciencias del hombre: la antropología; su importancia la cita con estas palabras:
“¡Qué atracción tan potente y avasalladora!6”, fue una experiencia de formación tan
importante porque, por un lado lo acercó conceptualmente a los pueblos indígenas, sus
culturas y tradiciones. Y luego, por el otro, lo hizo vivir en carne propia los valores, los
simbolismos, los significados y las formas distintas de ordenar tanto los mundos de manto
verde como los del manto azul, el Corazón del Cielo y el Corazón de la Tierra; las cuatro
esquinas del mundo. Lo ‘avasallador’ de estas sabidurías ha sido tan permanente, que ha
escrito y publicado, con apoyo de AVANCSO7, su propia versión del Popol Wuj: una
interpretación para el día de hoy8, que significa una deliberación, y construcción
permanente de sentido en consulta con la población k’iche’ de Santa María Chiquimula y
seguramente de otras comunidades de la región. Pero, más avasalladoras y más profundas
fueron sus vivencias a lo largo de los seis años de haber acompañado a las personas de las
CPR, entre 1,983 y 1,992. En esta experiencia, Falla ya no tuvo que leer sobre cosmovisión
y tradiciones de la cultura maya; aprendió a sentirlas y vivirlas al hacerse uno con las
personas, al amalgamarse y vivir las mismas situaciones con los mismos sentimientos de
dolor, angustia y anhelo. Con solidaridad y amor permanentes y auténticos.

4
Tomado del epígrafe al Capítulo uno, del libro El Cantar de los Cantares.
5
El libro sagrado de los maya k’iche’, libro de la sabiduría y el tiempo.
6
Cita tomada de la página 17 del libro.
7
Siglas que significan Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales (ver en:
https://www.facebook.com/Avancso.Guatemala).
8
En Falla, Ricardo. Popol Wuj, una interpretación para el día de hoy. AVANCSO, Guatemala, 2003.
Existen momentos importantes de cambio y claridad en la permanencia con ‘la
amada’. Por un tiempo, es el rostro que clama por su presencia, el del campesino
perseguido, acosado; es una llamada a lo más profundo de su humanidad, y es este el rostro
que lo necesita como población en situación de permanente terror y limitaciones orgánicas
extremas. El llamado fue al Pastor, al mensajero que trae paz y esperanza, que les refresca
el espíritu y les da consuelo. Esto acontecía en muchas comunidades rurales de Guatemala
y se escuchaban varias voces que señalaban las consecuencias que evidenciaban hechos de
tal nivel de vejámenes a los derechos y a la vida de personas humildes, desprotegidas y
abandonadas a su suerte, que lo obligaron a reflexionar y tomar acciones sobre cómo
ayudar a estas poblaciones a través de lo único que él podía ofrecerles: su compañía, su
compromiso y su labor pastoral. Llegará el momento, pronto, en que este mismo
cuestionamiento lo hará a él, así como a otros de sus hermanos jesuitas, salir de Guatemala
e integrase a la población campesina en Jinotega, Nicaragua, con quienes compartió su
incuestionable apoyo por medio de su acompañamiento pastoral y en total coherencia con
su convicción de lucha por las causas más justas; como en este caso, de las personas más
pobres y desprotegidas, para dignificarlos en sus anhelos de bienestar y recobrar,
espiritualmente, lo que el poder devastador de las oligarquías centroamericanas le habían
arrebatado y negado a estos pueblos que, sistemática e históricamente, habían sufrido a
través de la permanente explotación y abuso de los terratenientes y la élite política. Es así
como el 19 de julio de 1,978, hace ya casi 40 años, el pueblo nicaragüense levantaba su faz
con orgullo y con ilusión. Por ello, recordamos hoy con alegría el aplomo y la lucha de este
pueblo que logró el derrocamiento de la tiranía de Anastasio Somoza. Ricardo Falla llegó a
Nicaragua en 1,980 con el sueño entrañado de ayudar a reconstruir el tejido social y la
esperanza del pueblo nica. Ricardo Falla sabía que podía obrar en favor de los más
marginados y ofrecerles un bastión de valor por la vida pleno de luz y futuro con esperanza.

En septiembre de ese año, otro evento trascendental, el llamado ‘primer hilo del
collar’, se le apareció como un deslumbrante destello: su hermano jesuita, muy entrañable,
Fernando Hoyos, anunció su ‘alzamiento’ en respaldo al movimiento revolucionario
guatemalteco y al pueblo que deseaba liberarse de las injusticias y las condiciones de
pobreza generalizada por la tradición hegemónica colonialista en el altiplano guatemalteco.
Este pueblo también hermano, nuestro pueblo, de ascendencia y tradición indígena y
campesina, continuaba siendo un pueblo marginado y explotado, estaba ahora siendo
perseguido y masacrado con la venia de la oligarquía guatemalteca –y las instituciones
estatales al servicio de sus intereses– al ser considerado una amenaza al status quo
representado por dicho sector elitista, concretamente por sus demandas y colonización de
tierras baldías, en el norte de El Quiché y Alta Verapaz, pero también en el área central, en
Chimaltenango y Baja Verapaz.

La mirada de Ricardo Falla se siente impostergablemente atraída y urgida por los


sucesos de aniquilamiento genocida convertido en estrategia de guerra por el ejército
guatemalteco en su furia irracional por derrotar las pretensiones de cambio y justicia
propuestos por los movimientos guerrilleros de Guatemala. En 1982 retorna al país con la
bendición de su provincial regional, para integrarse a áreas de población indígena en estado
de “insurrección”: con su plan original de pastoral de acompañamiento bajo el brazo. El
padre Falla pronto estaría entre las comunidades indígenas con su catecismo y su libreta de
apuntes, su diario, su bitácora, su memoria alterna para no olvidar, para no inventar, para
poder serle invariablemente fiel a la nueva razón de su existencia. Era el derecho de la
comunidad que pronto se convertiría en la amada, de ella que tímidamente asomaba su
rostro; que se ha mantenido tan apartada, y solamente se le había presentado en sueños por
medio de lo que él ha llamado el nahual de Cotzal, que lo convocaba y lo obligaba a que se
reunieran y se conocieran, a través de los primeros reportes de muertes y desapariciones
forzadas en el área Ixil. Ahora van a encontrarse en persona con los sobrevivientes de las
primeras masacres, la de San Francisco, Nentón, la de Río Negro, la de Cuarto Pueblo,
Ixcán, quienes le revelaron, con el alma partida, los primeros testimonios de las masacres
ya en el exilio, en los campos de refugiados en México. Las desgarradoras historias que
escuchó de estas personas que lograron salir vivos de la saña inhumana de los soldados y
sus comandantes, debían conocerse en cuanto a los sucesos y con los detalles narrados de
su sobrevivencia milagrosa, de su constante fragilidad de vida y de su permanente asedio y
riesgo de muerte; Falla debió comprometerse a ser la voz de aquéllos que de cualquier otra
forma no hubieran podido ser escuchados, los eternamente condenados al silencio y al
olvido: esta evidencia, estas historias, se convertirían en su evangelio, que consistió,
además, en denunciar ante el mundo la barbarie de lo provocado por el estado
guatemalteco9, con el fin de intentar detener, condenar y quizás resarcir la esperanza y la fe,
de quienes lo habían perdido todo.

Nadie lo podía anticipar, la época de las grandes masacres se había iniciado y con
ella la más amarga, cruel y cobarde de las estrategias de la ofensiva del Ejército,
respaldadas por otros sectores de la sociedad guatemalteca, era el inicio de la década de los
80s. Las zonas arrasadas se fueron moviendo desde el centro del país, hasta la selva del
Ixcán y Huehuetenango. Más de doscientas mil muertes, principalmente de familias de
campesinos indígenas, serían el resultado estimado de la acción más violenta impulsada por
el estado guatemalteco –y sus gobiernos– en la época de la violencia.

En una ocasión en visita a los campos de refugiados en México, Falla conversó con
algunos miembros de la guerrilla y juntos planificaron la atención pastoral que requerían
algunas comunidades que deambulaban en la selva y que se resistían a salir y refugiarse en
los campos del lado mexicano. El rostro de la amada, ahora, se mostraba con plenitud y
epifanía desgarradoras. Era el año 1,983, y el acuerdo fue iniciar este acompañamiento en
la selva del Ixcán. Las CPR estaban germinando, el corazón y el cuerpo desangrado de la
amada se mostraban con vigor y determinación. Esta sería una relación de reencuentros y
despedidas que duraría hasta que en el año 1992, cuando, para la Navidad, saldría cargado
de tamales y compromisos para ya no volver. Así se inició una nueva etapa de sentimiento
rico de lejanía pero pleno de madurez y de afectos que él llamó “amor de vaciedad
profunda”. Un amor que duele por la ausencia pero que se realiza y glorifica con la
memoria y el reconocimiento de las CPR como población civil.

De nahuales y venados

El primer avistamiento del venado, su primer brinco entre los montes, se da en el


epígrafe del capítulo tercero de este libro. Es una cita del Cantar de los Cantares que hace
Falla en esta sección de la historia. El venado es otra alusión metafórica sobre cómo se
expresa la energía del nahual. Por un lado, conlleva símbolos y mensajes significativos: al
conocerla y vivir junto a ella se justifica la misión –la razón– de la vida de quien la

9
A principios de 1983, en un juicio en contra del estado guatemalteco, el Tribunal de los Pueblos, en Madrid,
España, lo condenó por crímenes de lesa humanidad.
acompaña; el consejo, la palabra y la seguridad de la promesa; y por el otro, la presencia
física, que implica la confianza, la solidaridad; es decir, la parte humana que se comparte
con la ‘vida en resistencia’ y que hace de Falla una nueva presencia que ahora puede
escuchar, documentar, escribir y revelar; en este caso, la convivencia junto al martirio de la
amada. El misterio se desoculta cuando el venado, que es un nahual que habita y se
mimetiza con las personas en su cotidianeidad, comprende que su verdadera misión es ser
el Amado, ser el Padre, el Dador de vida. Por esto la “revelación” contiene las dos noticias:
la verdad en el mundo, lo humano, el dolor, la violencia; y la Verdad trascendental: el
Amor que origina a la Creación y a sus criaturas; por ello, Falla le llama “el Esposo de los
pueblos” y se expresa a través de varios rostros que lo representaron con afecto profundo,
valor y sacrificio: son las vidas y acciones realizadas por el padre Guillermo Woods, Rafael
Yos Muxtay, Fernando Hoyos, Myrna Mack, entre tantos otros, que comparten esta
espiritualidad e inmortalidad. Sin embargo, Falla lo revela en su última consecuencia
cuando, a través de su inspiración en una petición ignaciana, se sentaba él a orar para
recibir el don de aprender a conocer y a amar a este pueblo sufriente. En ellos, no tenía
duda, estaba la presencia real de Jesús.

Compartir el banquete

Hay dentro del libro “Historia de un gran amor”, una frase que ayuda a continuar
con estas anotaciones: “…porque la ama y porque desea amarla más y servirla, y no porque
quiere escribir un libro sobre ella.” (42). Ricardo Falla habla de una conciencia y no de un
evento. Habla de ser persona, de poder ser en uno con la comunidad, y así, su sola
presencia se convierte en lo más valioso. Es definitiva y permanente, además, porque se le
ha inscrito con tinta indeleble, como un “tatuaje en el corazón”. La imagen que convoca a
asumir consiste en la historia de los múltiples y constantes encuentros con los miembros de
los campamentos que deambulaban por la selva, como, en este caso, el de Ambrosio 10,
quienes huían del ejército que los perseguía y que habían sido constantemente acosados con
desapariciones, torturas y muerte. Falla y el equipo de pastoral recorrieron y pernoctaron en
distintos campamentos, bajo constante asedio de guerra, llevando consuelo y esperanza a
estas personas aterrorizadas por los peligros de la persecución y el riesgo de sus vidas.

10
Existían alrededor de doce campamentos formados por pequeños grupos de personas que eran reconocidos
por el nombre de la persona responsable del grupo, normalmente el Principal de su comunidad.
Estos pequeños campamentos fueron el rostro y la existencia auténtica de las comunidades
en resistencia. Cuando Falla y su pequeño grupo de acompañamiento pastoral alcanzaron
en esta ocasión al grupo de Ambrosio, le contaron de inmediato que el grupito acababa de
ser sorprendido por los soldados y que habían tenido que huir con tanta prisa que apenas
habían podido recoger algunas de sus hoyas y tinajas y otras escasas pertenencias que
pudieron alcanzar en su carrera desesperada. Sin embargo, para Falla y su equipo,
Ambrosio y su grupo se convirtieron prácticamente en la “Providencia Divina” y, aun
siendo los más pobres entre los pobres, los más desamparados y ultrajados, se alegraron de
ver a Marcos11 y a su equipo de pastoral y con regocijo y afecto solidario compartieron los
escasos alimentos que lograron rescatar en su precipitada huida con ellos. En medio de la
selva y a pocos minutos de haber estado en riesgo tan cerca de una muerte segura, ¿Cómo
no sentirse amados y amadores de estas personas tan benditas dispuestas a compartir el
banquete? Esa tarde comieron caldo de gallina y tortillas.

Puede ser esta una manera de convocarnos a superar la temporalidad y así poder
sumergirnos con él (Falla) y con Ella (la Amada) entre la selva del Ixcán, hace unos
veintitantos años, y caminar los mismos senderos. Al asumir ser parte de estas
comunidades, de forma simbólica, afectiva y solidaria, podremos entonces recrear la
convivencia sólo gracias a que Ricardo Falla fungió como pastor y como etnógrafo. Cuidó
con delicadeza de las almas, escuchó sus historias, alimentaron juntos ideales y anhelos de
paz y bienestar que los colmó de energía y determinación hasta convertir la ‘resistencia’ en
un modelo de vida. El diario y el cuaderno de entrevistas de Falla, sus instrumentos
preciados, su disciplina y su mejor memoria de campo, nos permiten hoy conocer estos
pedacitos de la historia de comunidades indígenas tan distantes y tan olvidadas, tan
invisibles para el país, que hubieran muy fácilmente no haber sido contadas jamás. La voz
de las comunidades no se habría escuchado más allá de la selva de no ser porque para
Ricardo Falla el haber aprendido a amar con tanta fuerza y determinación a su Amada, se
convertiría en su razón de vivir, y de estar dispuesto a morir. El diario y el cuaderno son la
fuente para este libro donde Falla se declara vinculado con el sentimiento que lo une para
siempre con las comunidades en resistencia; pero, que también son fuente para varias de
sus obras que están siendo publicadas, ahora, hasta 30 años después, junto a otros de sus

11
Marcos era el seudónima de Ricardo Falla cuando se encontraba acompañando a las CPR.
escritos más recientes, en la colección “Al atardecer de la vida…”, que como entendemos,
no podían haber sido publicadas en su momento, para no comprometer la seguridad de los
protagonistas de las narraciones ni la del autor.

Lo incomprensible es cómo es que estos grupos de ciudadanos tan difusos en la vida


pública de la nación se hayan podido convertir en un riesgo para la seguridad del Estado
hasta precipitar la ira y la violencia, a través de las acciones de guerra inaceptables. En su
conflicto, en su guerra, su enemigo a confrontar, era el Ejército Guerrillero de los Pobres,
no los pobres; y en éstos, desarmados y confundidos, descargó su bestial revancha.

Por supuesto que la convivencia del padre Falla con la CPR a través de su apoyo
con la fe y su mediación testimonial se convirtieron en relatos llenos de evidencias y de
sentido que nos ayudan a apropiarnos tanto de sus componentes axiológicos,
profundamente humanos: lo afectivo, lo que se sufre, lo que se teme, lo que se siente
cuando se vive en estos límites entre la falta de todo lo material y la abundancia de lo
absurdo; pero también los otros componentes, lo que las personas piensan y sienten cuando
se vive en estos espacios de escasa cordura y ninguna explicación.

La existencia compartida como miembro de la Comunidad contiene el impulso


energético que compromete, pasa arrasando y no permite detenerse para dudar ni un
segundo de lo que es importante, es en lo que se convierte el nexo eterno con la amada; la
eternidad de Ricardo Falla en su apego íntegro como ser de conciencia, como ser de ayuda
a través de la solidaridad y la redención. En su acompañamiento se ve la esencia ética del
autor cuando apreciamos en la lectura del libro cómo ejerce sus capacidades, habilidades y
su entrega pastoral como la persona que entiende, que comparte y quien se vuelve uno con
ellos hasta confundirse, hasta convertirse en familia y vivir en el mismo afecto. Su
presencia es profundamente ética porque su amor no es un amor mundano, no busca un
producto, no ve al “ser en resistencia” como alguien física y espiritualmente débil y
vulnerable que podría ser utilizado para extraerle cualquier ventaja. Este ser está
sobreviviendo en las más terribles condiciones: indefenso, incómodo, temeroso y
perseguido. Es, en la manera tan supremamente noble de determinar su existencia, que su
impulso no le permite entregarse, arrodillarse y darse por vencido; por el contrario, se llena
de espíritu hacia otra noche de calma, y hacia otro amanecer; es un ser que se resiste y que
anhela. Se sostiene y ennecia en no claudicar al abandonar su tierra y se niega al olvido del
sacrificio que sufrieron sus hermanos, los que vieron caer y que fueron parte de la sangre
propia que fue inmolada.

El amor que percibimos en el vínculo entre Ricardo Falla y la CPR es un amor que
“promueve”, que está pegadito al ser, y que por eso es que se hace “prójimo”. No le impone
caprichos ni quiere poseerlo; es un sentimiento que valora, que identifica como único ser, y
que lo impulsa para que éste pueda plenamente ser sí mismo, un ser autónomo, propio,
incluso en la desgracia, o especialmente en ella, cuando se hace imprescindible. Esta es la
actitud, la voluntad y el impulso de nuestro autor desde que escucha el llamado y va
irrevocablemente al encuentro con su Amada.

Así, vamos involucrándonos en este relato de vivencia y memoria, pero que al poco
tiempo nos hace descubrirnos en una realidad humana de la que nos vuelve partícipes, que
ya no nos es ajena, ya no es lejana. Es, en cuanto a una toma de autoconciencia, como un
“vuelco del alma” similar a lo que Mallarmé 12, llamó un “salto mortal”; es decir, es un
suceso que se enquista en el alma, de manera tal que, sin dar tiempo a hacerlo racional, nos
involucra en un compromiso con la función de no quedarse inmóvil y pasivo ante
acontecimientos tan inhumanos que están sucediendo ante mí, con descaro e impunidad. De
suyo el llamado que me fuerza a hacer algo por los desamparados, y es a través del
acompañamiento a la comunidad, con el cuerpo y con el alma, como Ricardo Falla nos
muestra lo imprescindible de solidarizarnos ante el dolor y los desvalidos, ante las personas
que no requieren de dádivas sino de presencia y afecto. Comprendemos, entonces, cómo es
que se llega a estar obligados éticamente a brindar compañía como alivio ante un
permanente martirio. Vemos que Ricardo Falla se puede manifestar no solamente por sus
buenos recursos como escritor, de las maneras que describe, explica y analiza los hechos y
las historias; pero, preferentemente, por la forma en que nos conduce y nos involucra. Nos
convoca y hacemos causa con él también porque es capaz de llevarnos ante la Amada y nos
enseña cómo es que es un ser que sólo puede y debe ser amado.

El proceso de conocer y convivir con las personas que formaron las CPR, tiene
aspectos de significación también más relacionados con la creación de la historia, tradición,

12
Poeta francés del siglo XIX, en su obra más tardía: Un coup de dés jamais n'abolira le hasard, de 1897.
memoria, valores; incluso con el ordenamiento y el conocimiento del mundo cultural.
Regido por la temporalidad, lo cercano y lo distante, lo efímero y lo eterno, la identidad se
vincula con la historia de la comunidad y su entorno inmediato se torna en imágenes y
afectos, en memoria actual. Las comunidades se adecuan a sus constantes desplazamientos
y a las adaptaciones que implican el no tener un lugar estable como residencia, el tener que
cultivar de manera furtiva y apresurada, el ver el brote de su labor quemado y perdido, el
acarrear la memoria fresca y ardiente de sus parientes y sus pueblos arrasados.

Territorios donde se fueron reuniendo poblaciones de origen q’eqchi’, q’anjob’al,


k’iche’, mam, kaqchikel, que fueron afectadas por el mismo terror, acostumbradas por la
misma tradición de cultivo y comercio mínimo, de subsistencia, y sin embargo
preguntándose cuáles eran las razones para ser odiados y perseguidos por gente que no
conocían…, ¿qué mal les podían haber hecho?

Los elementos que conforman las culturas son vitales en la adaptación particular de
los grupos humanos a la diversidad de entornos. El contacto entre culturas es complicado,
es lento, es dificultoso. El padre Falla tuvo que integrarse a un mundo muy distinto al suyo,
donde su idioma y su cultura eran diferentes a los de la población que ahora acompañaba.
Su vocación de servicio, la persuasión que ya sentía desde sus experiencias compartidas
con obreros y campesinos en otros lugares, su solidaridad que brotó como un manantial
incontenible y su tenacidad a través de su consuelo como medio para contagiar anhelos de
justicia y esperanza, contenían determinación y por lo tanto energía que contagiaba vida.
Sin embargo, no era cuestión únicamente de buenos deseos, tenía que involucrarse y vivir
junto a las comunidades. Esto requirió de sus mejores virtudes como pastor y como
científico social, de maneras incluso no conocidas por él. Su humanismo espontáneo y
honesto, su entrega corpórea y espiritual a las causas de la comunidad, le permitieron ganar
la confianza y la sinceridad de las personas que a partir de ahora serían su propia familia.
Personas con la memoria sangrante, con la urgencia humana de contar, de expulsar aquellas
vivencias que permanecían crudas y abiertas, que tenían que comenzar a sanar por medio
de procesos individuales y colectivos de contar, a través de momentos de charla
espontánea; pero que también sanarían mejor con su acompañamiento espiritual y
esperanzador. Sobrevivieron juntos, se conocieron muy a fondo, el vínculo se solidificó al
punto de no desear vivir el uno sin el otro. Es aquí donde Falla vuelve a recordar las
palabras que en alguna ocasión pronunció proféticamente Fernando Hoyos: “es en el pueblo
donde se siente la presencia de Dios”.

En ese tiempo el padre “Marcos” o el compañero “Marcos”, desaliñado, con barbas


crecidas y su mirada llena de selva e inclemencias, llevaba continuamente su lápiz y su
papel, su cuaderno de entrevistas en su mochila, aunque no llevara comida; la práctica del
trabajo de campo antropológico, se convirtió en otro tema crucial para poder hacer justicia,
a su manera, ser la voz y el portador de las verdades de estas personas ante el mundo. Sus
voces silenciadas y las atrocidades sufridas que no podían quedarse en el olvido. Era justo,
por lo menos, que el mundo se enterara de lo que el estado guatemalteco estaba cometiendo
en contra de estos grupos de ciudadanos hasta ahora olvidados. Así, después de hacerles
compañía por un tiempo “corto pero intenso”, llegó la separación y con ella, la necesidad
de hacer pública la resistencia heroica de la CPR, los crímenes cometidos en su contra, la
forma de su organización y sus tácticas de convicción y sobrevivencia en la selva.

El mundo debía enterarse de las barbaridades que el estado guatemalteco estaba


cometiendo contra la población indígena campesina, así como de lo absurdo y criminal de
estas acciones. Lo evidente de una estrategia oficial de defensa de los intereses del status
quo marcada por el desenfreno, la sinrazón y lo que consideramos una ofensiva de
aniquilación sistemática de población en posibilidad –según su criterio libertario y
hegemónico– de sublevación y pretensión de cambio de régimen político. Ricardo Falla
decidió utilizar el tiempo de su alejamiento de la CPR para ordenar, escribir y anunciarle al
mundo las malas nuevas de esta realidad inconcebible. También se constituyó en el tiempo
para reflexionar y madurar ideas y nuevas intervenciones en su próxima inserción en la
CPR.

Y esta voz anunciante ante el mundo no podía ser de otra forma por la crueldad y el
tipo de persecución planificada como estrategia y la tentativa de aniquilación de las
comunidades en su desplazamiento dentro de la selva, vadeando al ejército, evitándolos,
sobreviviendo, resistiendo por más de doce años. De ello da testimonio Ricardo Falla y de
su vida entre la población que vivió la ira y la violencia en que se bombardeó, ultrajó y
masacró a estas poblaciones.
En la estrategia de aniquilamiento de las CPR, los pobladores fueron considerados
como “manzanas podridas”, en una visión distorsionada desde el poder. La acusación
imperdonable era que las comunidades campesinas se habían convertido en apoyo de la
guerrilla, que representaban el mismo movimiento –lo cual era errado– y que la única
solución sería su erradicación o exterminio. En el permanente holocausto que provocó el
ejército estas poblaciones acarrearon el “pecado mortal” de haber desafiado al sistema al
haberse atrevido a colonizar El Ixcán, y que al inicio de los años 80, se convertirían en
productores y proveedores de alimentos a la guerrilla a cambio de protección contra el
ejército. Esto se convertiría en su condena y serían perseguidos implacablemente. Por ello,
estas comunidades se consideraron sujetos perseguibles porque habían sido contagiados,
según el poder, con el mal que significaban los únicos grupos protectores que los acogieron
y cuidaron como a su propia familia. Este fue el acompañamiento de la ETP o pastoral en
tiempos de guerra, con su presencia, con su escuchar, consolar y fortalecer la esperanza y la
fe. Ambos, ETP y el equipo de pastoral de acompañamiento de las CPR, aportaron mártires
pero, al fin, lograron su fin más entrañado, el que la mayoría de las personas en las
comunidades en resistencia sobrevivieran, con visión de futuro, a estos tiempos de
amargura. Tanto el Equipo de Trabajo Pastoral y el acompañamiento personal del padre
Falla se convirtieron en los canales mediadores y testigos para que su voz se pudiera
escuchar en el mundo a través de sus memorias y sus vivencias. Pues hoy tenemos el
privilegio de escuchar uno de los recuentos que fueron protegidos en el corazón del padre
Falla, o muy cercano a él, en su hojita de papel envuelta en una bolsita plástica y sus
cuadernos de entrevistas, entre su mochila. Lo que nos compromete a no olvidar.

Al fin, con esta nueva edición de “Historia de un gran amor”, como lo comparte
nuestro autor, la intención, no es pretender mantener abiertas antiguas heridas; sino el
derecho a recordar, a mantener cerca a la familia perdida y al derecho a su tributo.
Necesitamos que la historia se conozca para evitar que en el futuro nuestra sociedad vuelva
a cometer los mismos errores. Pero, las comunidades que pagaron con su sangre esta época
de violencia y de falta de sentido, requieren de la conciencia y el agradecimiento eterno de
los ciudadanos de bien y de paz.
No podemos olvidar tampoco a las comunidades que resistieron y sobrevivieron. En
esto consiste el doble don del que habla el padre Falla cuando nos cuenta que se
caracterizaron por su inmenso sentido humano y por su inquebrantable heroísmo. La
conservación de la vida como el don más preciado y su protección permanente desde un
orden superior, con fuerza inmensa y energía de guía y defensa, el nahual personal y
comunitario, que encendió la determinación para dar otro paso, para resistir otra lluvia, para
correr y resguardarse aunque todo fuera agotamiento y terror. Dice Falla que esta fuerza la
aporta el nahual que “te canta y te embruja” (31); creo que te llena de vigor, cuando ya no
hay fuerzas, te da seguridad y confianza, en medio de la desesperación de ser acechado; te
da descanso y gozo, para poder ver otro atardecer, por ese otro día en que el corazón se
vuelve a enternecer de vida y la vuelve a desear. Tiene, a veces, forma de venado; a veces
se presiente como un cerro, como un árbol robusto y familiar, hermoso. La sola presencia
alejada transforma y le hace seguir, disipa las dudas y las ganas frecuentes de dejarse caer
y soltarlo todo. A veces, el mismo padre Falla como pastor y como otro miembro de la
comunidad que camina con ellas, se agarra fuertemente de esto, del venadito, de la cruz,
que en esta realidad llegan a ser lo mismo.
Referencias bibliográficas:

Falla, Ricardo. 2015. Historia de un gran amor. Guatemala: EDUSAC.

Falla, Ricardo. 2013. Popol Wuj una interpretación para el día de hoy. Guatemala:
AVANCSO.

Referencias:

Mallarmé, Stèphan. 1897. Un coup de dés jamais n'abolira le hasard, Paris: Gallimard.

Salomón. X a.c. El Cantar de los Cantares. Libros del Antiguo Testamento (la Biblia).

Recinos, Adrián. 1947. Popol Vuh: historias del antiguo Quiché. México: FCE.

Resumen:

En este documento, escrito con el propósito de presentar y analizar algunas partes del libro
“Historia de un gran amor”, de Ricardo Falla, s.j., debemos destacar tanto la importancia de
la experiencia de sufrimiento permanente y las eternas limitaciones que fueron parte de la
cotidianeidad, a lo largo de al menos doce años, en la existencia de las Comunidades de
Población en Resistencia (CPR), y la transformación de su experiencia en una forma de
vida; así como la integración de la conciencia y la labor del padre Falla y los otros
miembros de la Pastoral de Acompañamiento, llevando solidaridad y esperanza a quienes
sufrían persecución y violencia, y aun así persistieron en su lucha por sobrevivir y ser
reconocidos. Ricardo Falla, pastor y antropólogo, los acompaño, aconsejó, dio consuelo y
documentó los hechos a lo largo de seis años, entre 1982 y 1993, al grado de realizar la
mayor sublimidad humana de haber convivido con ellos y haber aprendido a amarlos
entrañablemente.

Summary:
In this document, written for the purpose of presenting and analyzing some parts of the
book "Historia de un gran amor," by Ricardo Falla, sj, we must emphasize both the
importance of the experience of permanent suffering and the eternal limitations that were
part of the daily life for at least twelve years in the existence of the Communities of
Population in Resistance (CPR), and the transformation of their experience into a way of
life; As well as the integration of the conscience and the work of Father Falla and the other
members of the Pastoral de Acompañamiento, bringing solidarity and hope to those who
suffered persecution and violence, and still persisted in their struggle to survive and be
recognized as civil community. Ricardo Falla, a pastor and anthropologist, accompanied,
advised, gave comfort and documented the facts over a period of six years, between 1982
and 1993, to the degree of realizing the greatest human sublimity of having lived with them
and learned to love them dearly.

Palabras clave:

Genocidio, sobrevivencia, acompañamiento pastoral, esperanza, persecución

Key words:

Genocide, survival, pastoral accompaniment, hope, persecution

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