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Reseña del libro “Comemos las minas, las

minas nos comen a nosotros” de June Nash.

José Sciandro 4720842-5

17/05/2020

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Pasaron 50 años desde la experiencia de campo de marco holístico, en la que June
Nash compartió tiempo y espacios con la comunidad minera de Oruro, en Bolivia,
durante todo un año. En sus múltiples estadías escuchó y entendió a las mujeres,
niños y mineros quienes le explicaron las tensiones propias de su trayectoria histórica:
la conciencia caracterizada por las contradicciones y sus complejidades. Ella conoció
de primera mano esa problemática planteada en conversaciones horizontales
mantenidas con los mineros y sus familias, observando y registrando lo que hablaban
entre ellos. Su participación en las festividades, rituales y hasta su adentramiento al
mundo subterráneo de las minas, para poder experimentar las sensaciones padecidas
por los mineros durante sus jornadas laborales, permitió a la autora una diversidad de
posicionamientos que la ayudaron a comprender esas contradicciones en la
conciencia de estas personas y como éstas sobrellevaban las condiciones inhumanas
en las que estaban insertas. Destaca la convivencia en la conciencia minera de: las
tradiciones y creencias indígenas que los habitan y que están ancladas en sus raíces
prehispánicas, con las realidades globales modernas que los afectan, de las cuales
son plenamente conscientes, como lo expresan sus “sofisticadas ideologías de clase
al tanto del mercado mundial y de la estructura dependiente de su economía nacional”
(Assusa, 2013; 177). Nash se caracteriza por dilucidar un conocimiento coproducido
resultante de la interacción y los diálogos entre ella y sus interlocutores (Rostagnol,
2015).

Todas estas experiencias y aprendizajes perduraron en la conciencia de Nash no sólo


durante la escritura de la etnografía sino durante toda su vida, esa experiencia se
proyecta en: su compromiso político activo con las voces de las poblaciones
discriminadas y por la justicia social en tiempos de intensificación de la globalización
neoliberal (Warren, 2005; Nash, 2008). Esto se puede ver en las distintas ocasiones
en que Nash regresa a Bolivia luego de publicado el trabajo, un ejemplo es en 1986
cuando el Fondo Monetario Internacional dictó la clausura de las minas y Nash asistió
a “La Marcha por la Vida y Contra el Neoliberalismo” en Bolivia, donde marchó junto
con mineros, maestras y amas de casa en forma de protesta (Nash, 2008). Un año
antes también había visitado Oruro, como expresa en el prólogo de la edición en
castellano del texto, luego de más de una década de ausencia material que, entre
otras cosas, se justificaba en que su nombre aparecía -según sus amigos de Oruro-
en una lista negra del gobierno dictatorial de Banzer que duró de 1971 a 1978. En esta
primera vuelta a Bolivia, luego de la publicación de la etnografía, volvió, en sus
palabras; “para trabajar con la familia de Juan Rojas, uno de los mineros que conocí
allí, para escribir su autobiografía recopilando los acontecimientos sobre cómo habían

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sobrevivido durante los catorce años que duró mi ausencia.” (Nash, 2008; 23). En
estos ejemplos creo que se expresa la continuidad de su trabajo más allá del trabajo
de campo y la redacción del mismo, como también su compromiso activo y solidaridad.

Este compromiso con los mineros y sus familias, los cuales son presentados con sus
nombres en el texto, supuso un quiebre con la metodología etnográfica clásica que
hasta entonces era utilizada para comprender al “otro”. Este giro, hacia una
metodología más dialógica e interactiva en la investigación cultural y política, anticipó
los cuestionamientos éticos que pondrían en crisis a la disciplina en 1980 (Warren,
1998; Rostagnol, 2015). Por eso, a medio siglo de distancia del trabajo de campo
llevado a cabo por Nash con los mineros del estaño bolivianos, su metodología:
creativa, hermenéutica, dialógica e interactiva, resulta vigente y de gran inspiración
para la producción de conocimiento general y antropológico, como también para los
nuevos paradigmas emergentes (Nash, 2008). “Sus aportes significativos tienen como
premisa no conceptualizar ni clasificar a las y los trabajadores, sino comprender los
procesos socio-históricos que explican las situaciones, luchas y experiencias que la
clase obrera atraviesa” (Giniger, 2017; 2).

“Comemos las minas, las minas nos comen a nosotros” fue publicada en 1979 pero
recién fue traducida y publicada en castellano en 2008, lo que puede asociarse con la
colonización del conocimiento. Esta etnografía, no presenta una lectura instrumental
de la cultura minera ni tampoco un análisis meramente marxista de las condiciones de
trabajo: propone un análisis multifacético de los significados y las prácticas culturales
locales considerando a su vez el marco global en el cual está inserta la cultura. La
misma, se amplía con dos trabajos experimentales de autoría compartida; uno que
analiza la vida de las mujeres; (Roca y Nash, 1976), y otro (Rojas y Nash, 1976) que
trata de la vida en la mina mediante la biografía/autobiografía de Juan Rojas, un
minero al que ya hice referencia cuando mencione la razón del regreso de Nash a
Oruro en 1985. (Warren. 2005; Rostagnol. 2015).

Luego de su primera experiencia de campo en Amatenango del Valle, Chiapas, la


autora ya había notado como el estructural funcionalismo en el que se había formado,
no funcionaba tan bien en la práctica. Era un modelo basado en el supuesto de
comunidades cerradas y homogéneas que hacía, por ejemplo, que los estudiantes de
Harvard en aldeas Tzotziles, vieran a estos grupos como entidades aisladas de
interacciones armoniosas; donde lo que ella veía, era violencia interna, tensiones y
conflictos. Esta experiencia expandió su marco teórico que pasaba a considerar a los
grupos sociales imbuidos en relaciones internas y externas, reconociendo la
influencia de las presiones externas sobre los procesos locales. Y va a ser en base a

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estos nuevos intereses que ella elige su próximo sitio de campo. (Nash, 2008a;
Rostagnol, 2015)

Nash llega en Junio de 1967, a una Bolivia que hace ya tres años se encontraba bajo
el gobierno dictatorial de Barrientos; éste había sido ayudado por el gobierno de
Estados Unidos a llevar el golpe de Estado que lo puso en el poder. La llegada de
Nash al centro minero de Siglo XX-Catavi se da poco después de la masacre ocurrida
el 24 de junio de ese año, cuando: más de cien mujeres, niños y mineros fueron
brutalmente asesinados por el ejército boliviano. La autora relata que no tardó en
comprender la explotación intensiva de los mineros, que eran controlados por las
fuerzas armadas desde 1965, cuando éstas ocuparon las minas. Nash pudo ver el
destino de los que se rebelaron y sintió la desilusión que envolvía a la comunidad
cuando visitó el panteón de las víctimas de las masacres (Nash, 2008). Estas
emociones e injusticias, le hicieron sentir desde el arranque un compromiso con estas
personas, la necesidad de darles voz y un lugar preponderante a sus luchas sociales,
por lo que retorna a Oruro en 1970 para pasar todo un año con la comunidad.

Esta empatía hacia los trabajadores de las minas y sus familias me hace pensar en
Arguedas (Andahuaylas, 1911 - Lima, 1969) y en que lo propuesto por Nash en esta
obra, quizás hubiera agradado al escritor y antropólogo peruano. Arguedas quien se
consideraba Quechua, dedicó sus esfuerzos en expresar una vía epistemológica
propia y diferente a la hegemónica mantenida por los científicos e intelectuales
interesados en las políticas liberadoras de aquel entonces. Debido a lo inédito de su
emprendimiento, fue muy criticado desde distintas disciplinas durante su vida literaria y
científica. Su reto era mal visto por muchos socialistas, puesto que el proponía el
proyecto izquierdista por un lado, pero también el conservador de las distintas culturas
andinas. Esto era contrario a las posturas socialistas del momento, que para liberar a
los pueblos, veían fundamental la racionalidad y la necesidad de eliminar las creencias
indígenas. Fue en su novela “Todas las sangres” (1964) donde dejó plasmada esta
visión; ello le trajo criticas de todo tipo que lo hicieron sentir sólo en esa búsqueda de
una realidad que entendiera a la razón y a la magia en un mismo lugar y que a la vez
fuera socialista (Biblioteca Nacional del Perú, 2018; Ministerio de Cultura Perú, 2015;
TV Perú, 2011).

El creía en el carácter creativo de la cultura andina y reivindicaba la empatía de estas


gentes. Se convierte en vocero de estas culturas, y lo hace por medio de la literatura y
de la antropología. Como dicen muchos de los que han estudiado su vida, Arguedas
no escribía en quechua para los indios; su intención fue hacer ver a los demás, al
“otro”, como a uno mismo. Trató de que aquellos que ignoraban o discriminaban lo

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indio, tomaran conciencia que detrás de esa otra manera de ver al mundo, había
personas y creaciones complejas. Y para ello organizó recopilaciones de tradiciones
orales y se empeñó en mostrar a los artesanos, músicos, cantores y bailarines
tradicionales del Perú. De esta manera buscaba que toda la sociedad comprendiera lo
complejo de la sociedad andina; también se ocupó de contradecir la intención de la
antropología de aquel entonces, que investigaba a los indígenas con la finalidad de
desarraigarlos de su cultura. Como el valoraba y se sentía parte de a la cultura
quechua, no quiso que esos pueblos tuvieran que renunciar a su cultura sino que él
quería que los indios tomaran de la sociedad occidental elementos que potenciaran
sus características propias (Biblioteca Nacional del Perú, 2018; Ministerio de Cultura
Perú, 2015; TV Perú, 2011; Cisneros, 2004).

En mi opinión Nash, en etnografía referida se acerca a la visión de Arguedas:


combina las creencias religiosas con los movimientos políticos sociales; destaca la
importancia de las tradiciones, fiestas, rituales y creencias de los mineros para poder
soportar y sobrevivir a la miseria de la vida en las minas; da entender lo complejo de
estas sociedades sin abrazarse a la racionalidad occidental mostrando a través de
diálogos con los mineros la conciencia y conocimientos de éstos; más que nada,
porque se enfoca desde la empatía, porque permite a las emociones formar parte de
la investigación y sobre todo por su gran capacidad para escuchar y aprehender.

Nash a diferencia de Arguedas, venia del norte, de donde proviene el conocimiento


hegemónico. Si analizamos esto a partir de las propuestas de Krotz (1993) acerca de
las antropologías del sur, surgida a mediados de los noventa, veremos cómo éstas
están influenciadas por la relación particular que tiene -el que estudia con el estudiado-
al formar parte de la misma sociedad, al compartir un mismo Estado Nación
(Ferrández 2015). Nash, a pesar de no compartir ni la cultura andina, ni la misma
Nación con la comunidad minera de Oruro, logra otorgar voz a los distintos sujetos de
la comunidad; al transcribir lo que éstos expresan en el diálogo, coproduciendo de esta
manera junto con ellos, un conocimiento intercultural; ésto, basado en la
epistemología nativa y en el simbolismo andino, va a cuestionar las categorías
marxistas en un intento de combinar la cultura minera con la suya propia. (Rostagnol,
2015). No va a hablar por ellos, sino que ellos van a hablar a través de ella. Nadie
mejor que la propia autora para explicarnos de dónde surge ese sentimiento de
solidaridad para con sus interlocutores:

“Tengo la convicción de que fui capaz de llevar adelante mis investigaciones y


adaptarme en el trabajo de campo a la vida de personas de la clase trabajadora
debido a mi propio origen, así como mi apreciación fue aguda por haber crecido con

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cierta conciencia y afinarla a través de mi propio trabajo, de mi propia investigación”
(Giniger, 2017; 4).

A pesar de que Nash viniera de EUA, sus padres pertenecieron a la clase obrera y
ésto como lo expresa la cita anterior, tuvo una influencia directa en el desarrollo de su
visión basada en el compromiso con las y los trabajadores como antropóloga.

La autora es crítica de la aplicación de la teoría marxista para analizar la situación de


la comunidad minera, ya que dicha teoría hace énfasis en los trabajadores asalariados
e ignora completamente a las mujeres integrantes de la comunidad. De acuerdo con
ella, el análisis histórico materialista de su época tiene limitaciones serias: carece de
un análisis cultural con respecto al género y no hay una aplicación del marxismo más
focalizada en las sociedades que se estudian. (Nash. 1997; Nash, 2008a) Por otro
lado, reconoce la importancia del aporte de Marx al respecto de los procesos de
enajenación en la discusión sobre el fetichismo de la mercancía, sin embargo señala
que el autor no consideró a las prácticas culturales como formas de resistencia. Nash
propone que la Antropología se debe hacer cargo de ello (Nash, 2008a).

Los mineros bolivianos defendían su integridad, ante la alienación resultante de las


condiciones inhumanas en las que trabajaban y existían, mediante sus creencias y
prácticas tradicionales; pero además, encontraban inspiración en ellas para la
solidaridad y la lucha. Por eso es que muchas masacres y protestas coincidieron con
celebraciones religiosas. Su lucha comenzaba en el hogar, donde la incapacidad de
cumplir con las demandas de consumo básico eran experimentadas por las mujeres,
quienes haciendo fila en la pulpería decidían cuando era necesario protestar.

La estructura económica y las relaciones sociales de producción se mezclan con la


economía política de las relaciones familiares. La labor de las mujeres es informal y no
asalariada, lo cual no significa que ésta no sea imprescindible. El objetivo del marido
como el de la esposa es el mismo a pesar de las diferencias y se traduce en darle una
mejor vida a sus hijos.

En el trabajo analizado, toma en cuenta el contexto político, social y económico de la


historia minera boliviana: desde antes de la conquista, hasta la década del 70 del siglo
XX (ya que hasta ahí llega su trabajo de campo), con los cambios acontecidos sobre
esta industria a nivel global, como nacional, articulando así los problemas de las
comunidades mineras con el mercado mundial, del cual se habían hecho más
dependientes. Toma en cuenta la experiencia de los mineros y sus familias para
reconstruir dicha trayectoria que expresa la continua violencia sufrida por estas
personas.

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Es interesante ver, teniendo en cuenta el peso político que han tenido los mineros
como también sus esposas en las luchas sociales, al ser ellos conscientes de ser la
clase más explotada, y caracterizándose por la solidaridad y la lucha, cómo para 1965
el Gral. Barrientos hizo que las minas fueran militarizadas mientras que los sueldos de
los mineros eran reducidos y una porción de trabajadores despedidos. Mientras que
en los otros rubros los sueldos se iban adaptando a la inflación, en la minería no
pasaba lo mismo, según los propios mineros ésto era una especie de castigo político
por haberse resistido al acta de estabilización y al plan triangular.

A modo de conclusión, este trabajo de Nash constituye sin duda un hito en la


evolución de la etnografía; implicó el reconocimiento de la subjetividad como un aporte
a la metodología de investigación en vez de ser un factor negativo. El uso del
testimonio directo de los involucrados como aporte de la investigación, mantiene su
vigencia por encima de los cambios de visiones epistemológicas; ello permite
reinterpretaciones y nuevos análisis de las expresiones y hechos narrados por los
propios actores. Esa independencia que permite la metodología empleada por Nash es
para mí algo que la distingue. El respeto de la cosmovisión ajena demuestra una
apertura conceptual que respeta la complejidad de los fenómenos analizados.

Las preguntas que me genera este trabajo son, entre otras: En el contexto de la
perspectiva histórica me interesaría saber en qué cambio la realidad cotidiana de las
mujeres de los mineros como consecuencia de este trabajo. Si bien conocemos
cambios reales, como los ocurridos en la vida de Domitila Chungara, sería interesante
saber las repercusiones en la comunidad minera de Oruro; también la erosión ocurrida
en esa comunidad de mineros con la influencia actual de la globalización
individualizante y la aparición de la tecnología y los medios de comunicación masivos.

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Bibliografía:

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Assusa, G. (2013). Nash, June (2008), Comemos a las minas y las minas nos comen a
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Antropofagia. Cuadernos de antropología social, (38), 177-180.

Cisneros, C. (2004). El año de 1928 es uno lleno de hechos extraordinarios en la vida


del futuro escritor. Es el año en que empieza a publicar en revistas y perió-dicos
locales sobre temas vinculados al acontecer diario, a sueños y proyectos, tanto
personales como comunes a un grupo de sus compa-ñeros. Arguedas en el valle del
Mantaro, 33.

Ferrández, L. (2015). Epistemología, poder y cultura en las antropologías del sur: La


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Sitios web citados:

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Vega, se suma a las celebraciones por el Centenario del nacimiento de José María
Arguedas. Recuperado de; https://www.youtube.com/watch?v=tgaCGpwtB0c Visto;
15/5/2020

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