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Hace 29 años fue la toma guerrillera de Yumbo por parte del grupo guerrillero Movimiento 19 de abril.
Luis Fernando Riascos, comunicador social de La Estancia, recrea este hecho histórico.
Foto www.todosesupo.com
En el municipio de Yumbo han empezado a llover bengalas, don Álvaro Campos las alcanza a mirar
desde las afueras de mi casa, mientras yo duermo con la tranquilidad de mi edad, tengo dos años.
Don Álvaro le insiste a mi papá que tiene que irse a trabajar, que no le importan los destellos celestes y la
sinfonía de plomo que se escucha. Camina unos doscientos metros hasta el ‘Mesón’, un reconocido sitio
donde venden aguardiente y ponen música de Julio Jaramillo, instalado en la entrada de La Estancia, así
se llama el barrio donde vive mi vecino Álvaro, ubicado en el borde derecho de la carretera en la entrada
sur del municipio.
Son las 6:45 p.m. El señor Campos, parado en la entrada de La Estancia, se comporta como un guarda y
devuelve cualquier moto o persona para que no se estrellen con la muerte. Ha llegado sin avisar ese
grupo de intelectuales con metralletas, aunque la mayoría del pueblo ya los esperaba.
Quince minutos antes, el Municipio vivía en su rutina continua. El viejo Napoleón cumple las bodas de
plata y la Iglesia del Señor del Buen Consuelo, del parque Belalcázar, está atestada de invitados y
feligreses ancianos. León Monte de Oca espera parado en la entrada a que la misa se acabe para irse
trabajar, hoy tiene el turno de la noche en Cementos del Valle.
Por la misma acera de la iglesia, a unos 50 metros, ocho periodistas, entre ellos Ligia Riveros y el
fotógrafo Daniel Jiménez, de la revista Cromos, miran la plaza principal desde unos asientos sin espaldar
y cojines redondos, ubicados entre un muro que llega a las rodillas y el refrigerador de la heladería
Lucerna. Esperan a quien los llevará a hablar con unos comandantes guerrilleros, pero sólo ven niños
vendiendo dulces, borrachos tirados en las bancas y señoras asomándose por las ventanas.
Un estruendo de ecos omniscientes viola el silencio de la misa causando un terror apocalíptico entre la
muchedumbre. Del atrio empiezan a salir hombres con jeans, maletines a sus espaldas, cantimploras,
radios y carteras a la cintura, botas pantaneras y fusil al hombro, le quitan el micrófono al sacerdote.
Paralelamente a unos estallidos secos, como pólvora, el carro se desliza como un trozo de mantequilla en
un sartén caliente.
Antes de doblar la esquina se detiene. El agente ha quedado recostado sobre la dirección. Una mujer
grita desde adentro del Simca. Nadie lo notó, pero la señora que le lava y le plancha la ropa a Pulgarín se
alcanzó a montar al carro mientras él trataba de huir. Un grupo de personas la auxilian y dejan solo el
cadáver del agente.
Montes de Oca, desconcertado, comprueba que estos hombres no portan balas de salva. En el parque
está Antonio junto con Javier Delgado, un comandante de la agrupación guerrillera Ricardo Franco que
colabora con la operación. Paran una camioneta Toyota blanca, se montan con quince encapuchados y
se van.
7:10 p.m. Antonio ha regresado, la gente empieza a curiosear e indagar a los comandantes, le dicen a
Pizarro que hable de la embajada, de la cantidad de plata que recibieron. “Fue buena plata, alcanzó”,
contesta con tono amigable.
minutos había salido Pulgarín. Ahí se encuentra parado un hombre al que todos empiezan a rodear, tiene
una tira blanca amarrada en el brazo derecho, le dicen profe, camina hasta él, permanece quieto, parece
un ídolo de bronce, es indiferente a todas las preguntas que le hacen.
Pabón les ordena a unos cinco rebeldes con capuchas que se dirijan a las oficinas de la Alcaldía y las
incendien. Los cinco jóvenes se alistan a cumplir su tarea con entusiasmo infantil. Salen ordenados en
una fila horizontal, rompen vidrios y tiran bolas de fuego hacia adentro, la Alcaldía se consume.
El profe del Colegio Mayor acaba con lo que será su despacho por dos años desde enero de 1998. Es
posible que varios de los que se encargan del incendio sean algunos de sus secretarios y dirigentes
cívicos.
9:00 p.m. La llegada de guerrilleros es constante y las personas que viven la toma desde el parque se han
familiarizado con el ruido de la guerra. Llegan un jeep, la camioneta Toyota y un furgón en el que Monte
de Oca lee “Trasteos La Cuidadosa”. Encienden motores, los hombres se suben, no sin antes cerciorarse
de que todo lo que se trajo se lleve de nuevo. Los últimos en abordar son dos ‘sin cara’ que izan la
bandera del M-19 en una de las astas de la esquina del parque.
11:00 p.m. Montes de Oca fue a su casa, se cambió de ropa, regresó al parque a esperar la ruta que lo
lleva hasta Cementos del Valle, y de nuevo se dirige a su casa. En el camino se encuentra un vecino al
que le cuenta. “Salí a esperar el bus pero no se veía un solo carro. Apareció un pelotón de soldados y me
dijeron: ‘No vamos a responder por nadie, váyase a su casa. No hay buses’. Por eso me devolví”. Yumbo
amanecerá con 42 muertos, siete subversivos, tres policías. ¿Y el resto?
Don Álvaro desiste de su idea de ir a trabajar, cuando pasa por mi casa mira unas bengalas a lo lejos,
como en señal de despedida. Algunos guerrilleros han emprendido la huida hacia el río Cauca, detrás del
barrio. La toma ha terminado. Yo sigo durmiendo.
Luis Fernando Riascos, comunicador social de la Universidad Autónoma de Occidente de Cali. Foto
www.todosesupo.com
Nota del Director: La crónica que publicamos fue escrita por Luis Fernando Riascos en su época de
estudiante de Comunicación Social en la Universidad Autónoma de Occidente. Tuve referencia de ella por
medio de Hernán Peláez Restrepo, director de La Luciérnaga de Caracol Radio, quien hizo una crítica
favorable a esta crónica, publicada inicialmente en la revista de la UAO.
Para todosesupo.com es un honor compartir la reconstrucción de este hito histórico en el devenir de
Yumbo. Hace ocho años, Luis Fernando Riascos ya mostraba la calidad en su escritura.
Fotos: Daniel Jiménez, revista Cromos. Edición 3475, 21 de