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político.
Llevamos más de dos meses confinados a los muros de nuestros hogares, y mientras algunos sienten
mínimamente el calor del refugio para los tiempos de crisis, algunos se sienten más extranjeros que
nunca, porque la casa nunca fue el hogar.
Quienes estamos -en mayor o menos medida, más o menos insertos- en el ámbito artístico-cultural
hemos estado preparados para la orfandad dependiendo de nuestra posición frente a las instituciones
culturales que rigen el pulso de nuestra producción.
Uno de los títulos de la serie de fotografías dice lo siguiente: Necesitamos prótesis mestizas.
Rótulo que puede ser leído de dos maneras, como reclamo y como imperativo que nos llama a la
acción.
Si elegimos el primer sentido, se puede leer el enunciado como la expresión de un deseo que solo
puede ser cumplido si otro lo realiza, ya que quien lo enuncia no tiene la capacidad de hacerlo. Ese
otro es visto, entonces, como superior epistemológica y moralmente, capaz de materializar el deseo
de quien lo reclama. Entonces estamos hablando de un cuerpo sin demasiadas posibilidades de
proveerse su propia existencia.
Esto no es solo una cuestión de interpretación lingüística, nos habla directamente de cómo nos
producimos como sujetos sociales y culturales. Nos dice mucho de cómo asumimos la construcción de
nosotrxs mismxs. Si esperamos a ser relatados o si nos relataremos. Si esperamos a que nos den voz o
si la robaremos. Si nos permiten existir o si nos fabricamos nuestra propia existencia. Si sobrevivimos
o si vivimos.
Si bien la palabra mestizo me produce ruido en varios aspectos, mi intención aquí no es encontrar “su
correcto uso y sentido”, pero para efectos de mi propia interpretación del enunciado Necesitamos
prótesis mestizas, cambiaré la palabra mestizo por cholo, la cual será usada en los sentidos
propuestos por Quijano y Fuenzalida, los cuales cito aquí:
El cholo, que es el protagonista del proceso, constituye un estrato social intermedio entre
ellos dos, que ha entrado en una fase de grupalización y comienza a adquirir conciencia de su
condición aparte (Quijano, 1965)
Tenemos aquí algo interesante: El cholo como agente desestabilizador de los sentidos comunes de
producción de subjetividades sociales. El cholo viene a romper lo normal, irrumpe, nunca pide
permiso, por eso es molesto, porque no sabe estar en “su lugar”. Usurpa, rompe, invade, mancha.
Cambiemos entonces, solo por un momento, el enunciado en cuestión para que nos quede de la
siguiente manera:
Considero que le otorga mayor agencia, mayor capacidad de autoproducirse y autorrelatarse. Además
que le otorga consciencia de que es ese cuerpo cholo el que rompe y mancha la calma de las
categorías tranquilizadoras que producen relatos sobre el cuerpo, el sexo y el deseo. Porque además
exigir prótesis cholas no implica una petición, sino que es más bien una advertencia de que algo está
por dejar de ser y de usarse para convertirse en lo indeseable, en lo espurio, en lo abyecto.
Para seguir el rastro de la mutación del enunciado, podemos identificar tres fases:
La primera:Una petición hacia un otro que puede proveernos lo que nos falta;
La segunda: una toma de posición y recuperación de agencia y
La tercera: una advertencia de que lo que quieren evitar va a terminar por suceder.
Pido que me permitan jugar un poco más. Teniendo en cuenta que los trabajos iban a ser expuestos
en el museo de arte de la universidad san marcos, conviene también pensar qué papel toma el museo
como metonimia del sistema artístico-cultural en la producción y difusión de conocimiento. ¿Se
podría adaptar el enunciado analizado más arriba para que nos pueda decir algo sobre la naturaleza
de las instituciones artísticas? Intentemos. En lugar de Necesitamos prótesis mestizas, cambiémoslo a
Necesitamos museos mestizos o, mejor aún, Necesitamos museos cholos. Siguiendo las tres fases de
mutación ya mencionadas anteriormente.
¿Qué implica reclamar la existencia de un museo cholo? ¿Qué significa cholificar al museo? Propongo
pensar que los enunciados Necesitamos museos mestizos y Necesitamos museos cholos pueden ser
leídos dialécticamente bajo los valores que cada una de las categorías (mestizo y cholo) representa.
Eduardo Restrepo sostiene que tales términos, asociados a la raza, pueden ser usados como
categorías académicas y como categorías sociales. Su primer uso tiene que ver con usarlos como
instrumento de lectura del mundo. Frente a su segundo uso, Restrepo sostiene que tales categorías
no son simplemente reflexiones, sino que son prácticas, y siguiendo a Gramsci dice que la práctica
implica pensamiento y el pensamiento no es una cosa coherente, sistemática, sino que existen
múltiples yuxtaposiciones e incoherencias.
Aquí habría que agregar un tercer uso: el de instrumento político transformador de la normalidad,
que es el que hemos venido discutiendo a lo largo de este pequeño texto.
Entonces las palabras metizo y cholo traen consigo no solo modos particulares de lectura del mundo,
sino también diversas estrategias de ocupación del espacio social y un proyecto transformador de la
colectividad. Mientras que los valores mestizos establecen relatos de carencia frente a las
colectividades que consideran inferiores y emprenden un proceso de “recuperación” y “rescate” de lo
“positivo” para seguir garantizando su camino hacia el progreso -lo cual puede leerse como un intento
paternalista de amestizar al cholo para hacerlo más cómodo, unidimesional y simplificado-,
produciendo una suerte de relato de ascensión, vertical, un relato de llegada, universalizador; la
característica de la subjetividad chola en cambio, propone un movimiento horizontal cuya fuerza es
creciente a medida que afecta los niveles superiores de organización social, obligándolas a
modificarse.
Ambos no se constituyen por separado, sino que se dan en simultáneo. Mientras que los valores
mestizos caen en los últimos escalones de la organización social, ahí abajo el movimiento se configura
telúrico, de resistencia al relato que busca asimilarlos.
Apelar a un museo cholo implica apostar por un nuevo tipo de movimiento que no tenga que ver con
“ascender” o “llegar” a ser parte de algo, sino que implique destruir el modo de organización y lectura
vertical en donde el “progreso” implica un proceso de aculturación medible por la cantidad de
vínculos se posee para poder gozar de mayor visibilidad en el sistema artístico cultural.
Lo dicho puede causar las más diversas reacciones, desde la risa sarcástica hasta el asombro por
seguir usando las categorías y retóricas propias de un debate suscitado en en los años 60 del siglo
pasado pero creo que aún no nos hemos atrevido a pensar qué papel realmente jugamos en esto que
llamamos “mundo del arte” porque hemos naturalizado que esta es la única organización posible.
No quisiera que se me malinterprete pensando que lo que propongo es la eliminación de los ejes de
dominación y su reemplazo con el convencimiento ingenuo de espacios sin disputa, homogenizados.
Todo lo contrario. Propongo la construcción consciente de espacios de producción, distribución y
consumo de conocimiento desjerarquizados y en constante disputa y fricción no por llegar a una
hegemonía cultural que someta a las demás, sino para producir expansiones laterales, movimientos
inesperados y multiacentuales, en donde cada esfera cultural productiva sea libre de hacer énfasis en
los tópicos que considere pertinentes para pensarse a sí mismos y al mundo, además del deseo
constante de confrontarse y reconstruirse en relación dinámica con otros grupos
Conviene también pensar los esquemas de producción tanto en lo que hemos venido denominando
museos mestizos y museos cholos. Aunque para evitar confusiones pasaremos a llamarlos espacios
culturales mestizos y espacios culturales cholos.
El primer esquema productivo es propio del relato del emprendedor en donde cada uno es gestor de
su propio destino, circulación y permanencia en el ámbito cultural lo cual se manifiesta en un
abandono y falta de preocupación por los modos individuales de producción de nuestros trabajos
amparados en el discurso de la “opción a la visibilidad” que otorgan las instituciones culturales -y
quienes las dirigen- .
Los invito a tomarnos unos minutos para describir en el su experiencia y relación con los espacios
artístico-culturales al momento de aceptar exponer su producción.
(Dentro del espacio vacío escriba brevemente lo propuesto en el ejercicio)
Dicho de otro modo, hacemos el desgaste individual con la esperanza del cumplimiento de la
<<promesa de la visibilidad>>. Esto también trae otras consecuencias ya que bajo la renuncia tácita a
un reconocimiento de nuestra fuerza laboral (tanto física como intelectual) invertida en la producción
de nuestros trabajos, otros agentes culturales afianzan su poder (intelectual y económico, por su
puesto). Perpetuando una relación desigual de dominación en donde el artista es visto como el
emergente impertinente (el cholo -teniendo en cuenta el análisis desplegado a lo largo de estas
páginas- que estamos usando a lo largo de este texto) que necesita pagar su “derecho de piso” para
poder entrar. Entrada que lleva a un estado de posterior aculturación y alienación, claro está.
Ante esto propongo justamente un nuevo esquema productivo ligado a lo que venimos pensando
como instituciones culturales cholas y tiene que ver con la ruptura del modelo aspiracional del artista
y cambiar la direccíón para convertirlo en agente social capaz de incidir activamente en la
construcción de la colectividad en la que se inscribe. Apela a la formación de redes de artistas capaces
de narrarse a sí mismos, dejando cada vez más vacíos a las instituciones culturales tradicionales,
trayéndose abajo su estructura vertical y su relato de “ascenso”. Pero esta capacidad de narración
propia va ligada a lo modos particulares de producción cultural, en donde el juicio y valoración no
giran en torno a su capacidad de ser asimilados por la cultura letrada, sino todo lo contrario, por su
rechazo a ella. En donde la pugna no sea por ver quién llega más rápido a la cima, sino que implique la
restitución del sentido local de la producción artística, escapando a eso que muchos agentes
culturales quieren llamar como “arte peruano” para producir diversos modos de “localidad” 1 o, mejor
dicho acciones “moleculares” en el sentido propuesto por Félix Guattari:
Dicho esto, el modelo de institución cultural cholo implica, pues, una producción con una marcada
agenda de autoproducción crítica que hable y rescate nuestras localidades, nuestras periferias,
nuestras extrañezas. Algo imposible de hace si seguimos pensando en los términos de la hegemonía.
Tal vez estemos siendo demasiado ingenuos para pensar en la posibilidad de la creación de un nuevo
1
Ojo, no me refiero a regionalismos en su sentido de étnico cultural, sino en un sentido que va más ligado a los
modos de producción de deseo.
esquema cultural...pero por algo se empieza.