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El Cuento Del Antepasado. Un Viaje A Los Albores de La Evolución PDF
El Cuento Del Antepasado. Un Viaje A Los Albores de La Evolución PDF
EL CUENTO
DEL ANTEPASADO
CUENTO ANTEPASADO 001-294.qxp 26/5/08 12:29 Página 5
EL CUENTO
DEL ANTEPASADO
Richard Dawkins
Con la colaboración de Yan Wong
ISBN: 978-84-95348-28-9
Depósito legal: B-25.291-2010
Impreso en España
Printed in Spain
IN MEMORIAM
Índice
Agradecimientos 17
La vanidad retrospectiva 21
Prólogo general 35
COMIENZA LA PEREGRINACIÓN 53
El Cuento del Agricultor 54
El Cuento del Cromañón 65
ENCUENTRO 0
El género humano 69
El Cuento del Tasmano 73
El Cuento de Eva 82
El homo sapiens arcaico 101
El Cuento del Neandertal 104
Ergaster 106
El Cuento del Ergaster 112
Hábiles 118
El Cuento del Hábil 120
Monos antropoides 132
El Cuento de Little Foot 137
Epílogo a El Cuento de Little Foot 143
9
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índice
ENCUENTRO 1
Chimpancés 151
El Cuento del Bonobo 156
ENCUENTRO 2
Gorilas 159
El Cuento del Gorila 162
ENCUENTRO 3
Orangutanes 167
El Cuento del Orangután 170
ENCUENTRO 4
Gibones 175
El Cuento del Gibón 181
ENCUENTRO 5
Monos del viejo mundo 199
ENCUENTRO 6
Monos del nuevo mundo 205
El Cuento del Mono Aullador 210
ENCUENTRO 7
Tarseros 225
ENCUENTRO 8
Lémures, gálagos y semejantes 229
El Cuento del Ayeaye 233
LA GRAN CATÁSTROFE
DEL CRETÁCICO 241
ENCUENTRO 9
Caguanes y tupayas 247
El Cuento del Caguán 250
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índice
ENCUENTRO 10
Roedores, conejos y semejantes 253
El Cuento del Ratón 257
El Cuento del Castor 261
ENCUENTRO 11
Laurasiaterios 269
El Cuento del Hipopótamo 274
Epílogo a El Cuento del Hipopótamo 282
El Cuento de la Foca 283
ENCUENTRO 12
Desdentados 295
El Cuento del Armadillo 297
ENCUENTRO 13
Afroterios 301
ENCUENTRO 14
Marsupiales 309
El Cuento del Topo Marsupial 314
ENCUENTRO 15
Monotremas 319
El Cuento del Ornitorrinco 323
Lo que el topo estrellado le dijo
al ornitorrinco 334
ENCUENTRO 16
Saurópsidos 349
Prólogo a El Cuento del Pinzón
de las Galápagos 352
El Cuento del Pinzón de las Galápagos 356
El Cuento del Pavo Real 360
El Cuento del Dodo 374
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índice
ENCUENTRO 17
Anfibios 399
El Cuento de la Salamandra 407
El Cuento de la Rana de Boca
Estrecha 421
El Cuento del Ajolote 424
ENCUENTRO 18
Peces pulmonados 433
El Cuento del Dipnoo 435
ENCUENTRO 19
Celacantos 439
ENCUENTRO 20
Actinopterigios 443
El Cuento del Caballito de Mar Foliáceo 445
El Cuento del Lucio 449
El Cuento del Saltarín del Fango 451
El Cuento de los Cíclidos 453
El Cuento del Pez Ciego de las Cavernas 463
El Cuento de la Platija 468
ENCUENTRO 21
Tiburones y semejantes 471
ENCUENTRO 22
Lampreas y mixinos 477
El Cuento de la Lamprea 483
ENCUENTRO 23
Peces lanceta 487
El Cuento del Pez Lanceta 489
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índice
ENCUENTRO 24
Tunicados
493
ENCUENTRO 25
Ambulacrarios 499
ENCUENTRO 26
Protóstomos 505
El Cuento de la Gusana del Fango 516
El Cuento de la Artemia Salina 521
El Cuento de la Hormiga Cortadora
de Hojas 527
El Cuento del Saltamontes 530
El Cuento de la Mosca del Vinagre 552
El Cuento del Rotífero 565
El Cuento del Percebe 577
El Cuento del Gusano
Aterciopelado 581
Epílogo a El Cuento del Gusano
Aterciopelado 597
ENCUENTRO 27
Platelmintos acelomorfos 609
ENCUENTRO 28
Cnidarios 615
El Cuento de la Medusa 620
El Cuento del Polipífero 623
ENCUENTRO 29
Ctenóforos 633
ENCUENTRO 30
Placozoos 637
ENCUENTRO 31
Esponjas 641
13
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índice
ENCUENTRO 32
Coanoflagelados 647
El Cuento del Coanoflagelado 649
ENCUENTRO 33
DRIPs 653
ENCUENTRO 34
Hongos 657
ENCUENTRO 35
Amebozoos 663
ENCUENTRO 36
Plantas 667
El Cuento de la Coliflor 672
El Cuento de la Secuoya 676
ENCUENTRO 37
Inciertos 689
El Cuento de Mixotricha 695
ENCUENTRO 38
Arqueas 709
ENCUENTRO 39
Eubacterias 713
El Cuento de Rhizobium 715
El Cuento del Taq 726
CANTERBURY 734
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Bibliografía 817
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Agradecimientos
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agradecimientos
RICHARD DAWKINS
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La vanidad retrospectiva
MARK TWAIN
CLARENCE DARROW
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la vanidad retrospectiva
1. No hay que confundir esta idea de los universos múltiples (aunque a menudo se
confunda) con la idea cuántica de los mundos múltiples propugnada por Hugh Everett y
defendida con brillantez por David Deutsch en su libro La estructura de la realidad. El
parecido entre ambas es superficial e irrelevante. Las dos hipótesis, que podrían ser ambas
verdaderas, o no serlo ninguna, o ser verdadera una y falsa la otra, se propusieron como
respuesta a dos problemas completamente diferentes. Según la de Everett, los diferentes
universos tienen las mismas constantes fundamentales, mientras que la que aquí nos
ocupa sostiene que los diferentes universos tienen diferentes constantes fundamentales.
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la vanidad retrospectiva
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Aunque los rostros siguen siendo diferentes de los nuestros, los tienen una
expresión mucho más humana. Son como esculturas a medio hacer, obras
«incompletas».
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la vanidad retrospectiva
se aventuraron a salir del agua a finales del periodo Devónico para aven-
turarse en tierra firme y salvaron, por así decirlo, la distancia que separa
una y otra clase de vertebrados para convertirse en los primeros anfibios...
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la vanidad retrospectiva
Los muertos no hablan, así que criaturas extintas como los trilobi-
tes no contarán sus historias, pero haré una excepción en dos casos.
Animales como el dodo, que sobrevivió hasta épocas recientes y del
que aún disponemos ADN, se considerarán miembros honorarios de
la fauna moderna que inician su peregrinación a la vez que nosotros
y se nos unen en un punto de encuentro concreto. Teniendo en cuen-
ta que somos los responsables de su reciente extinción, es lo menos
que podemos hacer. Los otros peregrinos honorarios que excepcio-
nalmente, pese a estar muertos, tomarán la palabra, son hombres (o
mujeres). Dado que los peregrinos humanos vamos directamente en
busca de nuestros antepasados, los fósiles que posiblemente podrían
considerarse nuestros antepasados también formarán parte de nues-
tra peregrinación humana y, en consecuencia, oiremos cuentos narra-
dos por estos «peregrinos fantasma» como, por ejemplo, el del Homo
habilis.
He evitado la narración en primera persona de los animales y vege-
tales protagonistas del viaje porque creo que habría resultado empa-
lagoso. Salvo en acotaciones esporádicas y en observaciones prelimi-
nares, los peregrinos de Chaucer tampoco hablan en primera persona.
Muchos de los cuentos de Chaucer tienen prólogo y algunos hasta epí-
logo, todos ellos narrados por la misma voz que Chaucer emplea en
el resto del libro. De vez en cuando seguiré este ejemplo. Como en Los
cuentos de Canterbury, un epílogo podrá servir para enlazar un cuento
con el siguiente.
Antes de dar inicio a los cuentos, Chaucer inserta un largo Prólogo
general en el que describe de forma sumaria a los viajeros, mencio-
nando sus profesiones y, en algunos casos, sus nombres. Yo, en cam-
bio, presentaré a los nuevos peregrinos según se nos vayan uniendo.
El jovial anfitrión de Chaucer se ofrece a guiar a los peregrinos y los
anima a contar historias para amenizar el viaje. En mi calidad de anfi-
trión, dedicaré el prólogo general a hacer algunas observaciones pre-
liminares sobre los métodos de reconstrucción de la historia evoluti-
va y los problemas que ésta plantea, cuestiones que se han de afrontar
y resolver tanto si escribimos nuestra historia hacia atrás como si lo
hacemos hacia delante.
Acto seguido emprenderemos nuestra historia regresiva propia-
mente dicha. Aunque nos centraremos en nuestros propios antepa-
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Prólogo general
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Fósiles
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prólogo general
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prólogo general
Reliquias renovadas
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Pleistoceno (NP)
Plioceno
Mioceno 23
Paleógeno (E) Oligoceno
Eoceno 1000
Paleoceno MESOPROTEROZOICA
65 (MP)
PROTEROZOICO
Cretácico (K) Superior
Inferior
MESOZOICA (MZ)
1600
PALEOPROTEROZOICA
145 (PP)
Jurásico (J) Superior
Medio
Inferior
Precámbrico
200
Triásico (T) Superior
Medio 2500
FANEROZOICO
3200
Miss.
PALEOARCAICA
359
PALEOZOICA (PZ)
542
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prólogo general
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2. En su libro Man on Earth, John Reader señala que los incas, que no tenían un
lenguaje escrito (a no ser que, como se ha propuesto recientemente, usasen los lla-
mados quipus, ramales de cuerdas anudadas que simbolizaban números, como recur-
so lingüístico además de contable), hicieron un esfuerzo, tal vez para compensar esa
laguna, por mejorar la exactitud de su tradición oral. Los historiadores oficiales esta-
ban «obligados a memorizar enormes cantidades de información y a repetirla cuan-
do los administradores se lo solicitasen. No es de extrañar que el cargo de historiador
se transfiriese de padres a hijos».
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prólogo general
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prólogo general
4. La cita es del Nuevo Testamento: «Porque ahora vemos oscuramente, como por
medio de un espejo, mas entonces, cara a cara; ahora conozco en parte, pero enton-
ces conoceré así como también soy conocido» (1 Corintios 13: 12). [N. del t.]
5. A veces se usa el término redundante en lugar de degenerado pero es un error,
porque significan cosas distintas. El código genético, por ejemplo, también es redun-
dante, ya que si se descodifica cualquiera de las dos hebras de la doble hélice, se obten-
dría la misma información. En la práctica sólo se descodifica una, y la otra se usa para
corregir errores. Los ingenieros también se sirven de la redundancia para corregir
errores. La degeneración del código genético es distinta de la redundancia, y a ella
nos referimos en el texto. Un código degenerado es el que contiene sinónimos y que,
por tanto, podría dar cabida a una gama de significados más amplia de la que realmen-
te alberga.
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prólogo general
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Triangulación
Los lingüistas, entre otras cosas, se interesan por los orígenes históri-
cos de las lenguas. Cuando se dispone de documentos escritos la tarea
es bastante sencilla. El lingüista puede usar el segundo de nuestros dos
métodos de reconstrucción y estudiar reliquias renovadas, que en este
caso serían palabras renovadas. Por ejemplo, siguiendo la tradición
literaria ininterrumpida de Shakespeare, Chaucer y el poema Beowulf,
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prólogo general
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Comienza la peregrinación
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comienza la peregrinación
1. A lo largo del libro usaré el término primitivo en el sentido técnico de «más pare-
cido al estado original», que no connota inferioridad de ningún tipo.
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comienza la peregrinación
tos, tal vez vigilasen sus territorios de caza o los mismos rebaños para
protegerlos de cazadores rivales. A partir de ahí, lo lógico era pasar a
arrear y custodiar a los animales, después a alimentarlos y, por últi-
mo, a apriscarlos y darles cobijo. Creo que ninguno de estos cambios
resultó revolucionario en la época en que se produjo.
Mientras tanto, los propios animales iban evolucionando, iban
volviéndose más y más domésticos mediante procesos rudimentarios
de selección artificial. Las consecuencias darvinianas tuvieron que
ser paulatinas. Nuestros antepasados, sin ninguna intención premedi-
tada de criar especímenes más dóciles, cambiaron sin pretenderlo la
presión selectiva que sufrían los animales. En el acervo génico de los
rebaños ya no primaban la velocidad ni ninguna otra de las caracte-
rísticas que ayudan a sobrevivir en estado salvaje. Generaciones suce-
sivas de animales domésticos fueron haciéndose más mansos, menos
capaces de valerse por sí mismos, más propensos a crecer gordos y salu-
dables en la molicie de la vida doméstica. Existen fascinantes parale-
lismos con la domesticación que llevan a cabo hormigas y termitas de
sus rebaños, representados por los pulgones, y de sus plantaciones
de hongos. Analizaremos este fenómeno en el Encuentro 26, cuando
se nos unan las hormigas y leamos «El Cuento de la Hormiga Cortadora
de Hojas».
A diferencia de los criadores y cultivadores modernos, nuestros
antepasados de la revolución agrícola no practicaban a sabiendas la
selección artificial con el fin de obtener características deseables. Dudo
que supiesen que, para aumentar la producción de leche, hay que apa-
rear vacas que produzcan mucho con toros nacidos de buenas produc-
toras, y descartar los terneros de las que dan poca leche. Un interesan-
te trabajo realizado por investigadores rusos con zorros plateados ilustra
bien las consecuencias genéticas accidentales de la domesticación.
D. K. Belyaev y sus colegas capturaron unos cuantos zorros platea-
dos, Vulpes vulpes, y emprendieron un plan de cría sistemático enca-
minado a la obtención de ejemplares dóciles. El éxito fue espectacu-
lar. Al cabo de 20 años de aparear los ejemplares más mansos de cada
generación, Belyaev había conseguido producir zorros que se com-
portaban como perros ovejeros, buscaban en todo momento la com-
pañía del hombre y meneaban la cola cuando alguien se les acerca-
ba. No tiene nada de extraño, aunque la rapidez del proceso puede
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comienza la peregrinación
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comienza la peregrinación
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comienza la peregrinación
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comienza la peregrinación
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Encuentro 0
El género humano
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Millones
de años
0
Raza Humana
PACÍFICO (Y AUSTRALIA)
EUROPA
ASIA
ÁFRICA
0.01
CZ
N
0.02
0.03 0
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el género humano
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del Encuentro 0. Pero para dar credibilidad a este límite hace falta
que el aislamiento sea total, como se sigue de cuanto hemos dicho más
arriba sobre el 80% de la población en el punto Chang Dos. Un in-
migrante que llegase a Tasmania, una vez estuviese lo bastante inte-
grado en la sociedad como para reproducirse normalmente, tendría
un 80% de posibilidades de terminar siendo antepasado común de
todos los tasmanos. Así pues, hasta el flujo migratorio más exiguo
basta para injertar el árbol genealógico de una población, por lo demás
aislada, en el de la población continental. Lo más probable es que la
fecha del Encuentro 0 dependa de la fecha en que la bolsa de seres
humanos más retirada del conjunto se aisló completamente de la pobla-
ción vecina, de la fecha en que esta población vecina se aisló comple-
tamente de su población vecina, y así sucesivamente. Puede que sea
necesario averiguar las fechas de aislamiento de unas cuantas islas
antes de poder reunir todos los árboles genealógicos, pero a partir
de ahí bastará retroceder unos pocos siglos para tropezarse con el
Contepasado 0. Esto quiere decir que el Encuentro 0 habría tenido
lugar hace unas cuantas decenas de milenios o, como máximo, unos
pocos cientos.
Por lo que respecta al lugar donde se produjo, la conclusión es casi
igual de sorprendente. El lector tal vez se incline por África, como yo
mismo pensé en un primer momento. Teniendo en cuenta que Áfri-
ca alberga las diferencias genéticas más profundas dentro del género
humano, parece el lugar más lógico donde buscar al antepasado común
de todos los seres humanos vivos. Se ha señalado, no sin razón, que si
borrásemos del mapa el África subsahariana, se perdería la mayor par-
te de la diversidad genética humana, mientras que si se eliminase el
resto del planeta, el panorama genético no cambiaría mucho. Sin
embargo, el Contepasado 0 pudo perfectamente haber vivido fuera
de África. Es el antepasado común más reciente en el que convergen
la población geográficamente más aislada del mundo, como Tasmania,
y el resto de la humanidad. Suponiendo que las poblaciones del res-
to del mundo, incluida África, se cruzasen siquiera parcialmente duran-
te el largo periodo en que Tasmania permaneció totalmente aislada,
la lógica de los cálculos de Chang podría inducirnos a sospechar que
el Contepasado 0 vivió fuera de África, cerca del punto del que par-
tieron los emigrantes cuyos hijos se convirtieron en inmigrantes tas-
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para las personas también sirve para los genes. Los genes también
tienen padres, abuelos, nietos. También tienen linajes, árboles gene-
alógicos y ACMR, «antepasados comunes más recientes». También
tienen su propio Encuentro 0 y, en este caso, sí podemos afirmar con
toda certeza que, para la mayoría de genes, tuvo lugar en África. La
finalidad de «El Cuento de Eva» será explicar esta aparente contra-
dicción.
Antes de entrar en materia, quiero aclarar un problema relacio-
nado con el significado de la palabra gen, que podría prestarse a con-
fusión. Según quien hable, gen puede significar muchas cosas, pero
en este caso concreto, la confusión que nos amenaza es la siguiente:
algunos biólogos, sobre todo los genetistas moleculares, designan
con dicho término única y exclusivamente un emplazamiento en un
cromosoma (el denominado locus) y recurren al término «alelo» para
referirse a cada una de las dos versiones alternativas del gen que pue-
den encontrarse en ese locus. Por poner un ejemplo muy simple, el
gen que determina el color de los ojos se presenta en diferentes ver-
siones o alelos, inclusive en un alelo azul y otro castaño. Otros biólo-
gos, sobre todo los de mi rama, a los que unas veces se llama sociobió-
logos, otras ecólogos conductuales y otras incluso etólogos, suelen usar la
palabra gen para referirse al alelo y locus para designar la posición que
ocupa en el cromosoma cualquiera de los alelos disponibles. La gen-
te como yo suele decir: «Imaginemos un gen para ojos azules y un
gen rival para ojos castaños». No todos los genetistas moleculares aprue-
ban esta forma de expresarse, pero es una costumbre muy arraigada
entre los biólogos de mi especialización, que seguiré en determinadas
ocasiones.
EL CUENTO DE EVA
Escrito en colaboración con Yan Wong
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Alejandro I
María
Cristiano IX
Luisa
Alexis
Carlos
Isabel
Guillermo I
Enrique
Augusta
Leopoldo
Jorge
Helena
Adolfo
Ruperto
Augusta
Alejandro
Claudina
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Victoria por partida doble, a saber: por parte del rey Eduardo VII y
por parte de la princesa Alicia de Hesse. Según esta hipótesis, un úni-
co gen de ojos azules de Victoria se copió dos veces en dos ocasiones
diferentes y esas dos copias del mismo gen llegaron, respectivamente,
a la reina actual (bisnieta de Eduardo VII) y a su esposo, el príncipe
Felipe (bisnieto de la princesa Alicia). Así pues, dos copias de un mis-
mo gen victoriano se habrían vuelto a encontrar, dentro de dos cromo-
somas diferentes, en la figura del príncipe Carlos. En realidad, es algo
que casi seguro ha sucedido con algunos de sus genes, ya sean o no
los de los ojos azules. E independientemente de si esos dos genes de
ojos azules coalescen en la reina Victoria o en otro antepasado ante-
rior, lo cierto es que en un punto concreto del pasado por fuerza tuvo
que haber un ACMR de ambos genes. Tanto da que hablemos de dos
genes en una sola persona (Carlos) o en dos personas distintas (Ruperto
y Enrique), la lógica será la misma. Dos alelos cualesquiera, ya sea en
dos personas distintas o en la misma, suscitan la siguiente pregunta:
¿en qué punto y en qué individuo del pasado coalescen? Por extensión,
podemos preguntar lo mismo de tres o cualquier otro número de genes
de una población situados en un mismo emplazamiento genético (locus).
Remontándonos mucho más en el tiempo, podemos formular la
misma pregunta a propósito de genes en loci diferentes, pues median-
te un proceso denominado duplicación pueden aparecer nuevos genes
en loci diferentes. Volveremos a encontrarnos con este fenómeno en
«El Cuento del Mono Aullador» y en «El Cuento de la Lamprea».
Los individuos estrechamente emparentados tienen en común un
gran número de árboles genéticos. La mayoría de nuestros árboles
genéticos los compartimos con nuestros parientes más cercanos. Pero
algunos de estos árboles emiten un voto minoritario que nos aproxi-
ma a parientes por lo demás más lejanos. Bajo un cierto prisma, el
parentesco estrecho entre personas es una especie de votación entre
los genes. Algunos de nuestros genes votan, pongamos por caso, a la
reina como pariente cercana; otros, en cambio, sostienen que estamos
más emparentados con individuos en apariencia mucho más lejanos
(incluso, como veremos, con otras especies). Cuando se le somete a
interrogatorio, cada segmento de ADN da una versión diferente de
la historia, porque cada uno ha seguido un camino diferente a lo lar-
go de las generaciones. La única forma de obtener un testimonio com-
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Rudyard Kipling
Canción para arpa de las mujeres danesas
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veces más hijos que los de menor éxito. Un hombre con un gran harén
lo tiene fácil para convertirse en antepasado universal. Las mujeres, que
tienen menos probabilidades de tener una familia numerosa, requie-
ren un número mayor de generaciones para llevar a cabo la misma
proeza. De hecho, según los cálculos de reloj molecular más fiables, Eva
vivió hace unos 140.000 años y Adán hace tan sólo 60.000.
En tercer lugar, Adán y Eva son títulos honoríficos de ACMR que
mudan de depositario, no los nombres de dos individuos concretos.
Si mañana muriese el último miembro de una tribu remota, en esta
especie de carrera de relevos, el testigo de Adán, o el de Eva, podría
avanzar de golpe varios milenios. Lo mismo cabe decir de todos los
demás ACMR definidos por los diversos árboles genéticos. Para enten-
der por qué, supongamos que Eva tuvo dos hijas, una de las cuales,
andando el tiempo, dio origen a los aborígenes tasmanos y la otra, al
resto de la humanidad. Supongamos también, pues es perfectamen-
te verosímil, que el ACMR de la línea femenina que une al resto de la
humanidad viviese 10.000 años después y que todos los otros linajes
colaterales que descendían de Eva se hubiesen extinguido a excep-
ción de los tasmanos. Al morir Truganinni, la última tasmana, el títu-
lo de Eva habría avanzado instantáneamente 10.000 años.
En cuarto lugar, ni Adán ni Eva tenían nada que llamase particu-
larmente la atención en su época. A diferencia de sus legendarios toca-
yos, Eva Mitocondrial y Adán Cromosoma Y no se encontraban preci-
samente solos. Los dos estaban muy acompañados, y bien pudieron
tener un gran número de partenaires sexuales con los cuales engendra-
rían una descendencia que tal vez esté representada incluso hoy. Lo
único que los distingue del resto es que, con el tiempo, ambos han ter-
minado generando una enorme prole, Adán por la línea paterna y Eva
por la materna. Pero entre sus contemporáneos también pudo haber
otros individuos igual de prolíficos.
Mientras redactaba estas líneas, alguien me envió un vídeo de un
documental de la BBC titulado Motherland (Patria), «una obra impac-
tante y conmovedora», según proclamaba la carátula, «realmente her-
mosa y memorable». Los protagonistas son tres negros2 cuyas familias
2. Para entender por qué pongo la palabra en cursiva, véase «El Cuento del
Saltamontes».
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Fragmentación
indicada por
el ADN
mitocondrial?
Flujo génico
Extensión de la
recurrente con
gama indicada por
aislamiento
ADN mitocontrial
causado por la
y los marcadores
distancia indicado
genéticos MX1,
por ADN
MS205, MC1R y EDN
mitocontrial,
Migración desde Asia
ADN-Y, ADN
indicada por ADN-Y y locus de
vinculado al
la hemoglobina beta
cromosoma X y
ADN autosómico
Migración desde África indicada por
ADN mitocondrial y ADN-Y
0,08 a 0,15 Flujo génico recurrente con aislamiento
millones de años causado por la distancia indicado
por el gen Xq13,3 hemoglobina beta,
ECP, EDN y PDHA1
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regreso a África desde Asia hace unos 50.000 años. Poco después, el
ADN mitocondrial y varios genes menores ponen de relieve otras migra-
ciones: de Europa meridional a Europa septentrional, de Asia meri-
dional a Asia septentrional, a través del Pacífico y a Australia. Por
último, según indican el ADN mitocondrial y las pruebas arqueológi-
cas, hace unos 14.000 años unas poblaciones humanas procedentes
del noreste de Asia colonizaron Norteamérica a través de lo que enton-
ces era el puente terrestre de Bering. Poco después tuvo lugar la colo-
nización de Sudamérica a través del istmo de Panamá. Por cierto, la
teoría de que Cristóbal Colón o Leif Ericsson descubrieron América
es absolutamente racista. Pero igual de odioso resulta, a mi modo de
ver, el respeto de los relativistas por esas historias orales de los indios
norteamericanos que afirman, con crasa ignorancia, que sus antepa-
sados jamás vivieron fuera de América.
Entre las tres grandes migraciones africanas que sostiene Templeton,
otras señales genéticas revelan un ir y venir incesante de genes entre
África, Europa meridional y Asia meridional. De las pruebas aduci-
das por el biólogo se deduce que las migraciones, tanto las de mayor
como de menor calado, suelen dar pie a cruzamientos con las pobla-
ciones indígenas y no, como bien podría haber ocurrido, a extermi-
naciones completas de uno u otro bando. Esto, sin lugar a dudas, ha
influido considerablemente en la evolución de la especie humana.
Este cuento, y el estudio de Templeton, tienen por objeto los seres
humanos y sus genes, pero, evidentemente, todas las especies tienen
árboles genealógicos y heredan material genético, y todas aquellas que
presentan diferencias sexuales tienen su Adán y su Eva. Los genes y
los árboles genéticos son un rasgo omnipresente de la vida en la tie-
rra. Las técnicas que aplicamos a la historia humana reciente tam-
bién valen para los demás organismos. El ADN del guepardo revela
que hace unos 12.000 años la población de esta especie atravesó por
un cuello de botella, un dato importante para los conservacionistas.
El ADN del maíz lleva impresa la huella inconfundible de su domes-
ticación a manos de nativos mexicanos hace 9.000 años. Las pautas
de coalescencia de las cepas de VIH pueden ayudar a los epidemiólo-
gos y médicos a entender y controlar el virus. Los genes y sus árboles
genealógicos revelan la historia de la flora y fauna europeas: las enor-
mes migraciones provocadas por las glaciaciones, que obligaron a las
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3. El mismo Afar que dio nombre a un fósil mucho más antiguo: Australopithecus
afarensis, también conocido como Lucy.
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Ergaster
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nían el mentón retraído y un cerebro más pequeño (900 c.c. los espe-
címenes más antiguos y 1.100 c.c. los más recientes) alojado en crá-
neos más achatados, menos abombados que los nuestros, con la fren-
te más inclinada hacia atrás. El prominente arco supraciliar formaba
una especie de cornisa horizontal encima de los ojos, que parecían
hundidos en mitad de una cara muy ancha.
Como el pelo no se fosiliza, no hay un lugar concreto en nuestra
historia donde podamos analizar el hecho evidente de que en un
momento dado de nuestra evolución perdimos casi todo el pelo del
cuerpo salvo la frondosa cabellera. Es muy probable que los Ergaster
fuesen más peludos que nosotros, pero no se puede descartar la posi-
bilidad de que hace un millón de años ya hubiesen perdido el pelo
del cuerpo y fuesen tan lampiños como nosotros. Pero es igualmente
plausible que fuesen tan peludos como los chimpancés o presenta-
sen un grado intermedio de hirsutismo. Los seres humanos moder-
nos, al menos los machos, variamos mucho en cuanto a vellosidad, una
característica que aumenta o disminuye repetidas veces a lo largo de
la evolución. El pelo vestigial, con sus correspondientes estructuras
celulares de apoyo, acecha hasta en la piel más aparentemente lam-
piña, listo para evolucionar y convertirse en un espeso pelaje (o reple-
garse de nuevo) en cuanto se lo ordene la selección natural. No hay
más que fijarse en los lanudos mamuts y rinocerontes que evolucio-
naron rápidamente en respuesta a las últimas glaciaciones de Eurasia.
Por extraño que parezca, volveremos a ocuparnos de la pérdida evo-
lutiva del pelo humano en «El Cuento del Pavo Real».
Unos indicios un tanto tenues de hogueras usadas repetidamente
indican que al menos algunos grupos de Ergaster conocía el uso del
fuego, lo que, visto a posteriori, representa un hecho trascendental en
la historia del ser humano. Las pruebas no son todo lo concluyentes
que sería de desear. Los tiznajos del hollín y del carbón no se conser-
van durante periodos muy dilatados, pero el fuego deja otras huellas
más duraderas. Los investigadores actuales han llevado a cabo expe-
rimentos sistemáticos encendiendo diversos tipos de fuegos y exami-
nando posteriormente los efectos causados. Sin que se sepa por qué,
se ha descubierto que las fogatas encendidas por la mano del hom-
bre magnetizan el suelo de un modo particular que las diferencia de
los incendios de monte y de los tocones incinerados. Estas señales
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los nervios indican que el niño de Turkana carecía del preciso con-
trol respiratorio que se suele vincular al habla. Otros científicos, tras
estudiar la base del cráneo, han concluido que ni siquiera los nean-
dertales, que vivieron hace apenas 60.000 años, eran capaces de hablar.
Lo demostraría el hecho de que la forma de su garganta no les per-
mitía toda la gama de vocales que nosotros empleamos. Sin embar-
go, tal y como ha señalado el lingüista y psicólogo evolucionista Steven
Pinker: «en lengueje que selemente tengue en némere pequeñe de
vequeles tembén pede ser expreseve». Si el hebreo escrito se puede
entender sin vocales, no veo por qué el neandertal hablado, o inclu-
so el ergaster, habrían de ser incomprensibles. El veterano antropó-
logo sudafricano Philip Tobias sospecha que el lenguaje podría ser
incluso anterior al Homo ergaster, y quizá tenga razón. Como ya hemos
visto, hay, en cambio, otros paleotólogos que se van al extremo opues-
to y fijan el origen del lenguaje en el gran salto adelante, hace unas
pocas decenas de milenios.
Podría tratarse de una de esas controversias que jamás se resuel-
ven. En todas las deliberaciones sobre el origen del lenguaje se empie-
za aludiendo a la Sociedad Lingüística de París que, en 1886, prohi-
bió debatir sobre este asunto por considerarlo imposible de responder
y, por tanto, fútil. Será difícil dar con una respuesta, pero, a diferen-
cia de lo que ocurre con determinadas cuestiones filosóficas, el pro-
blema, al menos en principio, no carece de solución. Siempre que lo
que está en juego es el ingenio científico me declaro optimista. Del
mismo modo que hoy en día la deriva de los continentes es un hecho
incontestable avalado por múltiples y convincentes pruebas, y que
los análisis de ADN permiten determinar la procedencia de una man-
cha de sangre con una precisión que los forenses de antaño ni soña-
ban, me atrevo a confiar en que un día los científicos descubrirán un
ingenioso método para determinar cuándo empezaron a hablar nues-
tros antepasados.
Con todo, ni siquiera yo tengo la menor esperanza en que poda-
mos llegar a saber qué se decían aquéllos homínidos ni en qué idio-
ma se lo decían. ¿Empezaron con simples palabras, sin nada de gra-
mática, como el lenguaje de los bebés, que al principio sólo balbucean
sustantivos, o la gramática surgió enseguida y de repente, posibilidad
ésta ni absurda ni imposible? Puede que la predisposición a la gramá-
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ergaster
Niño de Turkana han sobrevivido hasta nuestros días, ¿no nos gusta-
ría que, cuando nos llegase la hora, se nos concediese una forma de
inmortalidad parecida? ¿Qué obstáculos hemos de salvar para mate-
rializar semejante ambición? ¿Cómo se forma un fósil? De eso trata
«El Cuento del Ergaster», pero antes de nada será mejor hacer un bre-
ve inciso de carácter geológico.
Las rocas se componen de cristales demasiado pequeños para apre-
ciarse a simple vista. Un cristal es una única molécula gigante cuyos
átomos están dispuestos con regularidad formando una retícula en
la que la distancia entre los átomos se repite miles de millones de veces
hasta llegar a la cara externa. Los cristales se forman cuando los áto-
mos pasan del estado líquido al sólido y se acumulan de forma cre-
ciente en torno a un núcleo ya existente. Dicho líquido suele ser agua.
En otras ocasiones no se trata de un solvente sino del propio mineral
fundido. La forma del cristal y los ángulos en que se encuentran sus
facetas son una transposición directa, a gran escala, de la retícula
atómica. A veces la forma de la retícula se proyecta a gran tamaño de
manera evidente, como en el caso de los diamantes o amatistas cuyas
facetas revelan, a simple vista, la geometría tridimensional de la estruc-
tura atómica espontáneamente formada. Lo normal, sin embargo, es
que las unidades cristalinas que componen las rocas sean demasiado
pequeñas para apreciarlas a simple vista, lo cual es uno de los moti-
vos por los que la mayoría de las rocas no son transparentes. Entre
los cristales de roca más importantes y comunes se encuentran el cuar-
zo (dióxido de silicio), los feldespatos (también compuestos en su
mayor parte por dióxido de silicio, pero con algunos de sus átomos de
sílice sustituidos por átomos de aluminio) y la calcita (carbonato de
calcio). El granito es una mezcla muy compacta de cuarzo, feldespa-
to y mica, resultante de la cristalización de magma fundido. La pie-
dra caliza es casi toda calcita, la arenisca es casi toda cuarzo, y ambas
están compuestas de gránulos compactados procedentes de sedimen-
tos de arena o barro.
Las rocas ígneas se forman a partir de lava consolidada por enfria-
miento (lava que a su vez es roca fundida) y con frecuencia, como en
el caso del granito, son cristalinas. A veces parecen líquido solidifica-
do, muy semejante al vidrio. Con mucha suerte, la lava líquida puede
quedar presa en un molde natural, como un cráneo o una huella de
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5. Una vez un periodista me entrevistó durante más de una hora delante de este
megalito de dos toneladas y posteriormente, en su artículo, lo describió como «una
mesa blanca de hierro forjado». Es el ejemplo que siempre pongo para demostrar la
falibilidad de los testimonios presenciales.
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Hábiles
Un millón de años antes del Homo ergaster, es decir, hace dos millones
de años, ya no hay ninguna duda de cuál es el continente donde se
hunden nuestras raíces genéticas. Todo el mundo, incluidos los multi-
rregionalistas, coinciden en que se trata de África. Los fósiles más signfi-
cativos de esta época suelen clasificarse como Homo habilis. Algunos pale-
ontólogos distinguen un segundo tipo, muy similar y contemporáneo de
aquél, al que denominan Homo rudolfensis, otros lo equiparan al
Kenyapithecus, descrito por el equipo de Leakey en 2001, y otros se abs-
tienen por prudencia de dar a estos fósiles el nombre de especie y se limi-
tan a llamarlos Homo primitivo. Como de costumbre, no me pronuncia-
ré en materia de nombres. Lo que importa son las criaturas de carne y
hueso propiamente dichas, y me referiré a todas ellas con el término hábi-
les. Los fósiles de Hábil son menos abundantes que los de Ergaster, lo
cual es comprensible dado que son más antiguos. El cráneo que mejor
se conserva lleva el número de referencia KNM-ER 1470 y se conoce
comúnmente como el 14-70. Vivió hace unos 1,9 millones de años.
Los Hábiles eran tan diferentes de los Ergaster como éstos de nos-
otros y, como cabía esperar, existieron especímenes intermedios que
son difíciles de clasificar. El cráneo del Hábil es menos robusto que
el de Ergaster y tiene menos pronunciado el arco supraciliar. En este
sentido era más parecido a nosotros, lo cual no debiera sorprender a
nadie. La corpulencia y los arcos supraciliares prominentes son pecu-
liaridades que, como el vello, los homínidos adquieren y pierden repe-
tidamente a lo largo de las eras evolutivas.
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6. El Rubicón de los 750 c.c. que es necesario cruzar para merecer la definición
de Homo fue establecido por sir Arthur Keith. Como cuenta Richard Leakey en su libro
La formación de la humanidad, cuando Louis Leakey describió el primer Homo habilis,
el cráneo de su especimen tenía una capacidad de 650 c.c., de manera que desplazó
el Rubicón para acogerlo entre los humanos. Especímenes posteriores de Homo habi-
lis han venido a darle la razón por cuanto presentan una capacidad craneal cercana a
los 800 c.c. Todo esto me afianza en mi postura antirubiconiana.
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7. Es la línea que minimiza la suma de los cuadrados de las distancias desde los
puntos hasta ella.
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logaritmo de la masa cerebral (mg.)
2
0 1 2 3 4 5 6 7 8
logaritmo de la masa corporal (g.)
basta con añadir seis ceros al logaritmo de uno para obtener el del
otro. A medio camino entre esos dos animales en la escala logarítmi-
ca (tres ceros) figura un animal que pesa mil veces más que un ratón,
o mil veces menos que un elefante: un ser humano, quizá. Si usamos
números redondos como mil o un millón es simplemente para que
la explicación resulte más sencilla. «Tres ceros y medio» significa una
posición intermedia entre mil y diez mil. Adviértase que intermedia
supone algo muy diferente cuando contamos ceros que cuando con-
tamos gramos. Todo esto se calcula automáticamente mirando los loga-
ritmos de los números. Las escalas logarítmicas exigen un plantea-
miento diferente del de las escalas aritméticas simples y son útiles para
otras finalidades.
Existen como mínimo tres buenas razones para emplear la escala
logarítmica. En primer lugar, permite incluir una musaraña enana, un
caballo y una ballena azul en el mismo gráfico sin necesidad de usar
100 metros de papel. En segundo lugar, facilita la lectura de los facto-
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H. sapiens
6 tamaño cerebral seis
veces mayor de lo
normal para un
índice de encefalización
mamífero típico
5
H. erectu H. habilis
Proconsul
A. robustus
3 A. boisei
A. africanus
A. afarenssi
2
primeros prosimios
1 tamaño cerebral
típico de un mamífero
Aegyptopitheus
0
actualidad 1 10 100
edad (millones de años; escala logarítmica)
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Monos antropoides
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monos antropoides
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monos antropoides
Era como buscar una aguja en un pajar porque la cueva es enorme, hon-
da y oscura, con las paredes, el suelo y el techo de brecha viva. Sin embar-
go, el 3 de julio de 1997, después de dos días buscándola linterna en mano,
la encontraron.
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guía a los científicos desde la época de Louis Pasteur: «La fortuna son-
ríe a la mente preparada».
Todavía no se ha extraído completamente, no se lo ha descrito en
detalle ni se le he asignado un nombre científico, pero los informes
preliminares sobre Little Foot dan a entender que se trata de un des-
cubrimiento valiosísimo, casi tan completo como Lucy y, encima, más
antiguo. El pulgar del pie, aunque sea más parecido al del ser huma-
no que al del chimpancé, es más divergente que el nuestro, lo cual
podría significar que agarraba las ramas con los pies, algo que nos-
otros no podemos hacer. Aunque casi con toda seguridad caminaba
erguido, quizá también trepaba a los árboles y caminaba de un modo
distinto a nosotros. Al igual que otros australopitecinos, puede que
pasase tiempo en los árboles, tal vez pernoctando en ellos, como los
chimpancés modernos.
Después de esta pausa en el hito de los cuatro millones de años,
echemos un rápido vistazo al trayecto que tenemos por delante.
Retrocediendo más en el tiempo, hasta hace unos 4,4 millones de años,
hay restos fragmentarios de una criatura semejante al Australopithecus
que posiblemente fuese bípeda. La descubrieron Tim White y su equi-
po en Etiopía, bastante cerca de la última morada de Lucy, y la deno-
minaron Ardipithecus ramidus9, aunque hay quienes prefieren situarla
en el género Australopithecus. Hasta ahora no se ha encontrado nin-
gún cráneo de Ardipithecus, pero la dentadura indica que se parecía
más al chimpancé que ningún humano posterior. El esmalte de los
dientes era más grueso que el de los chimpancés, pero no tanto como
el nuestro. Los huesos craneales sueltos que se han encontrado indi-
can que el cráneo se apoyaba directamente sobre la columna verte-
bral, como en el ser humano, y no delante como en los chimpancés.
Esto invita a pensar que Ardipithecus era bípedo, y los huesos del pie
que se han encontrado corroboran esta hipótesis.
El bipedalismo establece una separación tan tajante entre los huma-
nos y los demás mamíferos que pienso se merece un cuento aparte.
¿Y quién mejor que Little Foot para contarlo?
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opuesto, esto es, esconder los genitales, que en los primates cuadrú-
manos quedan mucho más expuestos. La idea es atractiva pero no
me convence; la cito sólo como ilustración de lo que quiero decir
con «ventajas no locomotrices». Como ocurre con tantas otras hipó-
tesis, nos deja con la duda de por qué cabe aplicarla a nuestra estirpe
y no a otros primates.
Otras teorías subrayan que la ventaja fundamental del bipedalismo
fue que nos dejó las manos libres. Quizá nos pusimos de pie no por-
que fuese un buen método de desplazamiento, sino por lo que nos
permitía hacer con las manos (acarrear comida, por ejemplo). Muchos
primates se alimentan de vegetales muy abundantes en la naturaleza
pero que no son muy nutritivos, de modo que han de ingerirla conti-
nuamente mientras se desplazan, un poco como hacen las vacas. Otros
tipos de alimento, como la carne o los tubérculos que crecen bajo
tierra, son más difíciles de conseguir pero, una vez hallados, represen-
tan una posesión valiosa, es decir, que conviene llevarse a casa una can-
tidad mayor de la que pueda ingerirse de una sentada. Cuando un leo-
pardo abate una presa, lo primero que suele hacer es subirla a un árbol
y colgarla de una rama, donde estará relativamente a salvo de carro-
ñeros y podrá recurrir a ella cada vez que tenga hambre. El leopardo
se vale de sus potentes mandíbulas para cargar con el cadáver y las cua-
tro patas para trepar al árbol. La pregunta es si nuestros antepasados,
que tenían mandíbulas mucho más pequeñas y débiles que las de un
leopardo, le sacaron provecho a la maña de andar sobre dos patas por-
que les dejó las manos libres para transportar comida (tal vez a un
compañero, o a las crías, o para intercambiar favores con otros seme-
jantes, o para guardarla en la «despensa» en previsión de futuras nece-
sidades).
Dicho sea de paso, las dos últimas posibilidades quizá estén más
relacionadas entre sí de lo que parece. La idea (y atribuyo a Steven
Pinker el mérito de haberla expresado con tanta viveza) es que, antes
de invertarse el frigorífico, la mejor despensa de carne era la barri-
ga de un compañero. ¿En qué sentido? Pues en el de que, aunque
una vez comida por el compañero, la carne naturalmente ya no
estaba disponible, el beneficiario de la generosidad del donante man-
tendría en lo sucesivo una disposición benévola hacia éste y cuando
la suerte cambiase de signo y se volviesen las tornas, devolvería el
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10. Existe una teoría darvinista bien articulada de altruismo recíproco, formula-
da por primera vez por Robert Trivers y desarrollada posteriormente por Robert Axelrod
y otros. El intercambio de favores en el que se posterga la devolución del primero, fun-
ciona muy bien. He explicado el principio en El gen egoísta, sobre todo en la segunda
edición del libro.
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del ser humano. El foramen magno (el agujero por el que pasa la
médula espinal) está situado más arriba que en los chimpancés o los
gorilas, lo que a juicio de Brunet, aunque no de otros expertos, indi-
ca que Toumai era bípedo. Lo ideal sería confirmarlo con huesos de
la pelvis y de las piernas, pero hasta ahora, por desgracia, sólo se ha
encontrado el cráneo.
En la zona no hay restos volcánicos de los que obtener fechas radio-
métricas, por lo que el equipo de Brunet tuvo que valerse de otros fósi-
les de la zona para datar el hallazgo de manera indirecta. El método
consiste en comparar esos fósiles con fauna ya conocida de otras par-
tes de África de la que sí se dispone de fechas absolutas. La conclusión
es que Toumai tiene una antigüedad de entre seis y siete millones de
años. Brunet y sus colegas afirman que es tan antiguo como Orrorin,
lo que, como era de esperar, ha provocado respuestas indignadas por
parte de Brigitte Senut y Martin Pickford. Senut, del museo de cien-
cias naturales de París, ha dicho que Toumai es un gorila hembra,
mientras que su colega Martin Pickford afirma que tiene los típicos
colmillos de una mona grande. Recordemos que se trata de los dos
antropólogos que (tal vez con razón) negaron la condición humana
del Ardipithecus, otro espécimen que también amenazaba la primacía
de su criatura, Orrorin. Otras autoridades se han mostrado más gene-
rosos con Toumai, definiéndolo como «asombroso» e «increíble» y
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de Julian Huxley, le dice a Stoyte que puede empezar con las tripas
de pescado a la mañana siguiente.
Gribbin y Cherfas sugieren, efectivamente, que los chimpancés y
gorilas modernos son como el conde de Gonister, esto es, seres huma-
nos (o australopitecinos, Orrorin o Sahelanthropus) que han adquirido
plena madurez y han vuelto a convertirse en simios cuadrúpedos, como
sus (y nuestros) antepasados más lejanos. Nunca he pensado que la
teoría de Gribbin y Cherfas fuese una tontería. Los recientes descu-
brimientos de homínidos tan antiguos como Toumai y Orrorin, que
vivieron cerca de la época en que nos estábamos separando de los
chimpancés, podrían perfectamente susurrarnos sotto voce: «¡Ya os lo
decíamos!».
Aun aceptando que Toumai y Orrorin fuesen bípedos, yo no esco-
gería con mucha confianza entre la segunda, tercera y cuarta hipóte-
sis. Tampoco podemos olvidarnos de la primera hipótesis (que cami-
naban a cuatro patas): para muchos es la más verosímil y, de ser cierta,
abacaría de golpe con el problema. Pero es evidente que todas ellas
formulan predicciones acerca del Contepasado 1, que es nuestra pró-
xima parada. Las tres primeras coinciden en presuponer que parecía
un chimpancé y andaba a cuatro patas, aunque de vez en cuando se
alzase sobre las traseras. La cuarta, en cambio, se lo imagina más huma-
noide. A la hora de relatar el Encuentro 1, me he visto obligado a optar
entre las cuatro hipótesis; un tanto a mi pesar, me he sumado a la mayo-
ría y he dado por hecho que el Contepasado 1 se parecía al chimpan-
cé. Vayamos a su encuentro.
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Encuentro 1
Chimpancés
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Millones de años
Humanos
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chimpancés
ojos de color castaño oscuro, al igual que los nuestros (cuyo color ya
es más imprevisible), se clavan en el Contepasado 1: su antepasado, y
también el nuestro. A la hora de imaginar a este antepasado común,
surge inevitablemente una pregunta: ¿Se parecía más a los chimpan-
cés o al hombre moderno? ¿Se parecía a los dos por igual o era com-
pletamente diferente de ambos?
A pesar de las simpáticas conjeturas con que terminamos el capí-
tulo anterior, y que yo ni mucho menos descartaría, la respuesta más
prudente es que el Contepasado 1 se parecía más a un chimpancé, aun-
que sólo sea porque los chimpancés son más parecidos a los demás si-
mios que los humanos. Los humanos somos la excepción entre los
simios, tanto actuales como fósiles. Esto equivale a decir que en la rama
humana que desciende del antepasado común se ha producido un
mayor cambio evolutivo que en las ramas que dieron lugar al chim-
pancé. No debemos dar por hecho, como hacen muchos profanos
en la materia, que nuestros antepasados eran chimpancés. De hecho,
la propia expresión «eslabón perdido» revela este malentendido.
Todavía hay gente que viene y te dice: «A ver, si venimos de los chim-
pancés, ¿cómo es que todavía existen?».
Cuando nos reunimos con los peregrinos chimpancés y bonobos
en el Encuentro 1, lo más probable, por tanto, es que el antepasado
común al que saludamos en el calvero del Plioceno sea tan peludo
como un chimpancé y tenga un cerebro del tamaño del del chim-
pancé. A pesar de las hipótesis del capítulo anterior, lo más probable
que es que anduviese apoyando los nudillos en el suelo como un chim-
pancé, y también sobre las patas traseras. Seguramente pasaba mucho
tiempo en los árboles, pero también en el suelo, quizá alimentándo-
se en cuclillas, como aventura Jonathan Kingdon. Todas las pruebas
disponibles indican que vivió única y exclusivamente en África. Es fácil
que usara y fabricara herramientas según las tradiciones locales, como
los chimpancés modernos. Seguramente fuese omnívoro; a veces caza-
ba, pero mostraba preferencia por la fruta.
Aunque se han visto bonobos abatiendo duikers, la práctica de la
caza se observa con mayor frecuencia entre chimpancés comunes, que
son capaces de formar grupos bien coordinados para perseguir colo-
bos. Pero la carne no es más que un complemento de la fruta, que
representa el alimento básico de ambas especies. Jane Goodall, la
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Con frecuencia se afirma que ningún animal usa herramientas, pero los
chimpancés en estado salvaje se valen de una piedra para cascar un fruto
autóctono parecido a una nuez.
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chimpancés
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loga, hay quien sostiene que el valle del Rift, por entonces en plena
formación, pudo representar la barrera que frenó el flujo génico y
posibilitó, en un pasado aún más remoto, que nuestro linaje se sepa-
rase del de los chimpancés.
El autor y promotor de la teoría del valle del Rift fue el eminente pri-
matólogo holandés Adriaan Kortland, pero quien más la divulgó fue
el paleontólogo francés Yves Coppens, que le puso el nombre por el
que hoy se la conoce generalmente: East Side Story, oportuna paroni-
mia con el célebre musical. (Por cierto, no sé qué pensar sobre el
hecho de que, en su nativa Francia, se considere a Yves Coppens
el descubridor, cuando no directamente el padre, de Lucy; en el mun-
do anglosajón, este importante hallazgo se atribuye sin discusión a
Donald Johansson.) La East Side Story se las ve y se las desea para
dar cuenta del Sahelanthropus (Toumai) descubierto en el Chad, a
miles de kilómetros al oeste del valle del Rift. Si bien es más joven que
Toumai, Australopithecus bahrelghazali, un australopitecino muy poco
conocido que también se ha descubierto en el Chad, viene a agravar
el problema.
Todo lo que pueda decir sobre este asunto quedará desfasado en
cuanto se descubran nuevos fósiles, de manera que voy a cederle la
palabra al bonobo para que nos cuente su historia.
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chimpancés
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nos más a los segundos que a los primeros, o viceversa. Lo más proba-
ble es que tengamos, casi en la misma medida, ciertas cosas en común
con unos y otros. Los dos están igual de emparentados con nosotros
porque comparten con nosotros el mismo antepasado común. Ésta
es la moraleja de «El Cuento del Bonobo», una enseñanza simple y
muy general con la que volveremos a toparnos una y otra vez en diver-
sas etapas de nuestra peregrinación.
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Encuentro 2
Gorilas
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gorilas
2. El Proyecto Gran Simio, ideado por el ilustre filósofo moral Peter Singer, va al
meollo del asunto al proponer que, en la medida en que lo permita el sentido prácti-
co, se conceda a los simios antropomorfos el mismo estatus moral que a los seres huma-
nos. Mi propia contribución al libro The Great Ape Project es uno de los ensayos recopi-
lados en El capellán del diablo.
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Encuentro 3
Orangutanes
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Millones de años
Ya incorporados
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N
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Incorporación de los orangutanes.
En general se acepta que las dos
especies de orangután asiático se
separaron de los demás simios
antropomorfos hace unos 14
millones de años. Como en todas las
filogenias de este libro, la rama
derecha representa las especies que
ya se han incorporado a la
14 3 peregrinación, y los puntitos, las
posiciones de los contepasados
precedentes.
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orangutanes
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Tal vez nos hayamos precipitado al dar por descontado que nuestros
vínculos africanos vienen de muy largo. ¿Y si nuestro linaje ancestral
hubiese salido de África hace unos 20 millones de años, prosperado
en Asia hasta hace unos 10 y después regresado a África?
Según esta hipótesis, todos los simios actuales, incluidos los que ter-
minaron viviendo en África, descenderían de una línea ancestral que
emigró de África a Asia. Los gibones y los orangutanes serían descen-
dientes de los emigrantes que se quedaron en Asia, mientras otros des-
cendientes posteriores habrían regresado a África, donde los antiguos
simios del Mioceno ya se habrían extinguido. Una vez asentados en
el antiguo hogar de sus ancestros, estos emigrantes dieron origen a los
gorilas, chimpancés, bonobos y seres humanos.
Los datos disponibles sobre la deriva de los continentes y la oscila-
ción del nivel del mar son compatibles con esa hipótesis. En la época
en cuestión existían puentes terrestres con Arabia. Las pruebas que
refrendan la teoría son, en última instancia, cuestión de parsimonia1,
es decir, en la necesidad de economizar suposiciones. Una buena
teoría es aquélla que, postulando poco, explica mucho. (Como ya seña-
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orangutanes
antropomorfos
humanos
simios
gorilas
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hominoides
Ouranopithecus
18
antropomorfos menores
orangutanes
Sivapithecus
Lufengpith
ecus
Orepopithecus
catarrinos
siamangs
simios
8 gibones
Af
ro
Kenyapitheus
pi
th
25
ec
? Proconsul
us
macacos asiáticos
cercopitecinos
Aegypthopithecus
colobinos
langures y násicos
10
Victoriapithecus colobos
35 30 25 20 15 10 5 0
millones de años atrás
lado varias veces en otros libros, de acuerdo con este criterio, la teo-
ría de la selección natural de Darwin tal vez sea la mejor teoría jamás
ideada.) En este caso concreto, se trata de minimizar nuestras supo-
siciones acerca de los episodios migratorios. La teoría de que nuestros
antepasados permanecieron en todo momento en África (sin migra-
ciónes) parecía, sobre el papel, más económica que la teoría de que
nuestros antepasados se desplazaron de África a Asia (primera migra-
ción) para después regresar a África (segunda migración).
Pero este cálculo era demasiado restringido ya que se centraba en
nuestra línea ancestral sin tomar en consideración a todos los demás
simios, en particular a las numerosas especies fósiles. Stewart y Disotell
hicieron un cómputo de los episodios migratorios, pero teniendo tam-
bién en cuenta los que harían falta para explicar la distribución de
todos los simios, incluidos los fósiles. Lo primero que hay que hacer
es colocar en el árbol filogenético a todas las especies de las cuales se
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Encuentro 4
Gibones
El Encuentro 4, donde nos reunimos con los gibones, tiene lugar hace
unos 18 millones de años, probablemente en Asia, en el entorno más
cálido y boscoso del alto Mioceno. No hay acuerdo en cuanto al núme-
ro de especies modernas de gibón, pero parece que son doce, todas
de las cuales viven en el sudeste asiático, incluidas Indonesia y Borneo.
Algunas autoridades en la materia los agrupan a todos en el género
Hylobates. En su época se dejaba fuera al siamang y se hablaba de «gibo-
nes y siamangs», pero cuando se descubrió que los gibones se dividen
en cuatro grupos y no en dos, la distinción quedó obsoleta. Así pues,
me referiré a todos con el nombre de gibones.1
Los gibones son simios pequeños y tal vez los mejores acróbatas
arborícolas que jamás han existido. En el Mioceno había montones
de simios pequeños. En el ámbito evolutivo, aumentar o disminuir
de tamaño es relativamente fácil. Del mismo modo que el Giganthopitecus
y el Gorilla aumentaron de tamaño por separado, muchos simios, en
esa edad dorada que para ellos fue el Mioceno, se hicieron más peque-
ños. Los pliopitecidos, por ejemplo, eran unos simios pequeños muy
abundantes en Europa en el alto Mioceno y que probablemente lle-
vaban una vida parecida a la de los gibones, sin ser sus antepasados.
Supongo, por ejemplo, que también braquiaban.
1. A los siamangs se los separaba porque son más grandes y poseen una bolsa gutu-
ral para amplificar los gritos.
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Incorporación de los gibones
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Hulocs (Bunopithecus)
el cuento del antepasado
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gibones
raza tienen un gen concreto que hace que sean rabones. Cuando es
homocigótico (es decir, cuando se halla presente por duplicado) resul-
ta letal, luego es poco probable que se difunda a lo largo de un pro-
ceso evolutivo, pero se me ha ocurrido preguntarme si los primeros
simios no serían monos de la Isla de Man. Si hubiese sido así, la muta-
ción probablemente se produciría en un gen Hox (véase «El Cuento
de la Mosca de la Fruta»). Suelo estar en contra de la teoría evolutiva
del monstruo prometedor3, pero ¿podría ser ésta la excepción? Sería inte-
resante examinar el esqueleto de los mutantes sin cola de especies de
mamíferos que normalmente la tienen para ver si han renunciado a
ella de la misma manera que los simios.
La mona de Gibraltar (Macaca sylvanus) es un mono anuro al que
en inglés, tal vez por eso, se suele llamar erróneamente, como hemos
visto, Barbary ape («simio de Berbería»). El macaco de las Célebes
(Macaca nigra) es otro mono sin cola. Jonathan Kingdon me ha con-
tado que, por el aspecto y los andares, parece un chimpancé en minia-
tura. En Madagascar existen algunos lémures sin cola, como el indrí,
y varias especies extintas como los lémures koala (Megaladapis) y los
lémures perezosos, algunos de los cuales alcanzaban el tamaño de un
gorila.
Si no intervienen otros factores, todo órgano que no se use tende-
rá a atrofiarse, aunque sólo sea por motivos económicos. Entre los
mamíferos, las colas cumplen una enorme variedad de funciones.
Las ovejas la usan como reserva de grasa. Los castores la usan como
remo. La cola del mono araña tiene una almohadilla callosa prensil
que le sirve de quinta extremidad en las copas de los árboles de
Sudamérica. La gigantesca cola del canguro es un resorte que le ayu-
da a saltar. Los animales ungulados usan la cola como matamoscas.
Los lobos y muchos otros mamíferos la usan para hacer señales, aun-
que es probable que se trate de un oportunismo secundario por par-
te de la selección natural.
3. La teoría del monstruo prometedor, término acuñado por uno de sus partida-
rios, el genético germanoestadounidense Richard Goldschmidt, postula que las ma-
cromutaciones monstruosas, una vez aparecen, pueden verse favorecidas por la se-
lección natural y, por tanto, constituir un importante motor de cambio evolutivo.
[N. del t.]
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gibones
En el Encuentro 4 nos reunimos por primera vez con más de dos espe-
cies ya unidas. Un número más alto de especies puede plantear pro-
blemas a la hora de establecer parentescos, cuestiones que se irán agra-
vando conforme avancemos en nuestro peregrinar. El tema de «El
Cuento del Gibón» es cómo resolverlos.4
Existen, como hemos visto, 12 especies de gibones que se clasifican
en cuatro grupos principales: Bunopithecus (un grupo que consta de
una sola especie vulgarmente conocida como huloc), Hylobates (seis
especies, de las cuales la más conocida es el Hylobates lar, o gibón de
manos blancas), Symphalangus (el siamang) y Nomascus (cuatro espe-
cies de gibones crestados). En este cuento se explica cómo construir
una relación de parentesco evolutivo, o filogenia, que vincule a los
cuatro grupos.
Los árboles filogenéticos pueden ser dirigidos o no dirigidos. Cuando
construimos un árbol dirigido, sabemos dónde se encuentra el ances-
tro. La mayoría de los diagramas filogenéticos que aparecen en este
libro son de este tipo. En los árboles no dirigidos, en cambio, no hay
un sentido de orientación. Se les suele llamar diagramas de estrella y
no siguen una dirección temporal determinada. No empiezan en un
lado de la página para terminar en el lado opuesto. En la ilustración
podemos ver tres ejemplos, que muestran todas las posibles maneras
de relacionar cuatro entidades.
En cada una de las bifurcaciones del diagrama no es relevante
cuál es la rama izquierda y cuál la derecha. Y de momento (aunque
la cosa cambiará más adelante) la longitud de las ramas no nos pro-
4. El tema de este cuento hace que inevitablemente resulte más difícil de leer
que otras partes del libro. El lector puede escoger entre devanarse los sesos durante
las próximas diez páginas, o saltar directamente a la p. 199 y volver a este cuento
cuando desee ejercitar las neuronas. Dicho sea de paso, muchas veces me he pregun-
tado cómo se devana uno los sesos. Ojalá lo supiera.
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gibones
Bunopithecus Bunopithecus
Hylobates Hylobates
Symphalangus Symphalangus
Nomascus Nomascus
183
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184
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gibones
185
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186
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gibones
Lo primero que tenemos que hacer con el ADN o con los textos lite-
rarios es localizar las semejanzas y las diferencias. Para eso hace falta
«alinearlos», tarea no siempre fácil por cuanto los textos pueden estar
incompletos o revueltos y ser de diferente extensión. Cuando la cosa
se complica un ordenador puede ser de gran ayuda, pero no hace fal-
ta un ordenador para alinear los dos primeros versos del Prólogo gene-
ral de Chaucer, cuyos catorce puntos de discordancia he resaltado.
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188
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gibones
189
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Egerton
Christ Church
os
bi
1c
m
am
ca
3 cambios
bi
2
o
os
bi
m
3
ca
ca
m
0
bi
Hengwrt
os
Biblioteca Británica
190
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gibones
que enlacen de forma engañosa las dos ramas largas acabarán ahogan-
do la señal verdadera. Basándose en un simple recuento del número
de variaciones, la parsimonia agrupa de forma errónea los extremos
de las ramas especialmente largas. El método de la parsimonia pro-
voca que las ramas largas se atraigan engañosamente.
El problema de la atracción de ramas largas supone un grave pro-
blema para los taxónomos. Aparece cuando las convergencias y rever-
siones se hacen frecuentes y, por desgracia, no se puede esperar evi-
tarlo examinando más texto. Al revés, cuanto más texto se examine,
más semejanzas erróneas se encontrarán y con mayor convicción nos
obcecaremos en la respuesta equivocada. De este tipo de árboles se
suele decir que se hallan en la zona Felsenstein (término que ya de por
sí suena peligroso), por el distinguido biólogo estadounidense Joe
Felsenstein. Por desgracia, la información genómica es particularmen-
te vulnerable a la atracción de ramas largas. El motivo principal es que
el código del ADN consta solamente de cuatro letras. Si la mayoría
de las diferencias consisten en mutaciones de una sola letra, hay muchas
probabilidades de que se produzcan mutaciones accidentales inde-
pendientes a esa misma letra. Esto es terreno abonado para la atrac-
ción de ramas largas. Está claro que en tales casos hace falta un méto-
do distinto al de parsimonia y la alternativa es el análisis de probabilidad,
que cada vez se usa más en taxonomía biológica.
En el método del análisis de probabilidad el ordenador tiene que
hacer más cálculos todavía que en de la parsimonia porque también
tiene en cuenta la longitud de las ramas. Así pues, hay que lidiar con
muchos más árboles ya que, además de examinar todos los posibles
patrones de ramificación, también hay que analizar todas las longitu-
des de rama posibles: una labor ímproba. Esto significa que los orde-
nadores actuales, a pesar de que toman ingeniosos atajos, sólo pue-
den utilizar el método del análisis de probabilidad para un número
reducido de especies.
Probabilidad no es un término impreciso. Al contrario, tiene un sig-
nificado muy concreto. Dado un árbol filogenético de una determi-
nada forma (que incluya, no se olvide, la longitud de las ramas), tan
sólo un número minúsculo de todas las posibles trayectorias evoluti-
vas que podrían dar lugar a un árbol de la misma forma generaría
exactamente los mismos textos que vemos ahora. La probabilidad
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Ii
Ds1 Tc1
Ma Cx1
En1 Tc2
97
Cn 100
100
100
100 N1
100
Ad3
82
Ph2
82
E1 Ht
Bo1
En3 (Egerton)
96 88 84
58 Cp 100
Ch (Christ Church) 53
100 100
Lc
Hg (Hengwrt) 84 Ad1 (Biblioteca Británica)
Pw
Mg
La Ha2
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gibones
193
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64 Hylobates agilis
53 Hylobates klossii
Hylobates muelleri
Hylobates lar
80
Hylobates albibarbis
63 Hylobates moloch
Hylobates pileatus
Bunopithecus hoolock
Nomascus gabriellae
Nomascus leucogenys
100
Nomascus concolor
Nomascus nasutus
Symphalangus syndactylus
ancestor
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gibones
Hylobates lar 1
100
99 Hylobates lar 2
Nomascus leucogenys
Pan troglodytes
Homo sapiens
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196
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gibones
9. Cuanto más tiempo transcurra entre las separaciones de especies (o menor sea
el tamaño de la población), más linajes ancestrales se perderán por deriva genética.
Así pues, a los taxónomos más metódicos, que esperan que los árboles de especies
coincidan con los árboles genéticos, les será más fácil lidiar con animales cuyas diver-
gencias, al contrario que las de los simios africanos, estén bien espaciadas en el tiem-
po. Pero siempre habrá genes, como el SRY, para los que la selección natural manten-
ga sistemáticamente líneas ancestrales separadas durante enormes espacios de tiempo.
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Encuentro 5
Monos del viejo mundo
199
Incorporación de los monos del Viejo Mundo
N E
CZ
45
Ya incorporados
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Colobos (Colobinos)
Langures, násicos, etc. (Presbitinos)
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Millones de años
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15
25
10
5
20
0
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Encuentro 6
Monos del nuevo mundo
205
Incorporación de los monos del Nuevo Mundo
N E
CZ
Ya incorporados
6
Sakíes, uacaríes, titíes (Pitecitos)
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Millones de años
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10
30
20
0
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Con toda seguridad las iguanas vivían en otra isla, entre las ramas de
árboles que fueron arrancados de raíz y arrastrados al mar por el hura-
cán Luis, que sacudió el Caribe oriental el 4 y 5 de septiembre, o el
Marilyn, que hizo lo propio dos semanas después. Ninguno de los
dos huracanes afectó a Anguilla. Posteriormente Censky y sus cole-
gas vieron o capturaron algunas iguanas en Anguilla y en un islote
situado a medio kilómetro de la costa. Tres años después, en 1998, la
población de iguanas seguía viva e incluía al menos una hembra acti-
va en sentido reproductor. Dicho sea de paso, las iguanas y demás lagar-
tos de la misma familia son particularmente diestros en colonizar
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islas en cualquier parte del mundo. Hay iguanas hasta en Fiji y Tonga,
que son mucho más remotas que las Antillas.
Hay que reconocer que esta lógica del basta con que ocurriese una vez
resulta inquietante cuando se aplica a situaciones que nos tocan más de
cerca. Según el principio de la disuasión nuclear, único motivo remotamen-
te justificable para poseer armas nucleares, nadie se arriesgará a lanzar
un primer ataque por miedo a sufrir una tremenda represalia. Ahora
bien, ¿qué probabilidades hay de que se lance un misil por error? Un dic-
tador que se vuelve loco, un fallo informático, una escalada de amena-
zas que se va de las manos... El actual presidente de la principal poten-
cia nuclear del planeta (escribo estas líneas en 2003), que en vez de
«nuclear» dice «neuclear», no ha dado muchas muestras de poseer una
sabiduría o inteligencia mayores que su nivel cultural. En cambio, sí ha
dado muestras de su predilección por los ataques preventivos. ¿Qué
probabilidades hay de que un error desencadene el Apocalipsis? ¿Una
entre cien, en un año cualquiera? Soy más pesimista. Ya estuvimos espan-
tosamente cerca en 1963, y eso que el presidente de entonces era inte-
ligente. Sea como fuere, ¿qué podría ocurrir en Cachemira? ¿O en Israel?
¿O en Corea? Aun cuando las probabilidades por año sean tan bajas como
una entre cien, un siglo es muy poco tiempo, habida cuenta de la mag-
nitud del desastre al que nos referimos. Basta con que ocurra una vez.
Volvamos al tema de los monos del Nuevo Mundo, que es bastan-
te más alegre. Además de andar a cuatro patas por las ramas como
muchos monos del Viejo Mundo, algunos monos del Nuevo Mundo
se cuelgan de los brazos como los gibones e incluso braquian. La cola
desempeña un papel importante en la vida de estos monos; en el
caso de los monos araña, los monos lanudos y los monos aulladores,
es prensil y hace las veces de un tercer brazo. Pueden colgarse tran-
quilamente sólo de la cola, o de cualquier combinación de brazos,
patas y cola. Cuando se ve en acción a un mono araña, casi parece
que la cola tuviese una mano en la punta.2
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Entre los monos del Nuevo Mundo también hay algunos saltado-
res capaces de espectaculares acrobacias y el único antropoide noc-
turno, los cara rayadas o monos lechuza (Aotes trivirgatus) que al igual
que los búhos y los felinos, posee unos ojos de gran tamaño, mayores
que los de cualquier otro mono o simio. Los titíes enanos, del tama-
ño de un lirón, son los antropoides más pequeños. Algunos monos
aulladores, en cambio, son tan corpulentos como un gibón grande.
Los aulladores también se parecen a los gibones en la habilidad a la
hora de braquiar y en lo escandalosos que son, aunque hay una peque-
ña diferencia: mientras los gibones suenan como las sirenas de la
policía de Nueva York, una banda de monos aulladores, con sus voces
huecas y resonantes, parecen un escuadrón de aviones fantasma sobre-
volando las copas de los árboles. Los monos aulladores tienen una his-
toria muy particular que contarnos a los monos del Viejo Mundo sobre
cómo vemos los colores, pues resulta que han llegado por su cuenta
a la misma solución que nosotros.
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largo exilio nocturno, los mamíferos necesitaban captar todos los foto-
nes disponibles, fuesen del color que fuesen. Por razones que analiza-
remos en «El Cuento del Pez Ciego de las Cavernas», no es de extra-
ñar, pues, que la capacidad de distinguir los colores degenerase. En la
actualidad, la mayoría de los mamíferos, incluso los que han vuelto a
vivir a plena luz del día, tienen una visión cromática bastante deficien-
te basada en un sistema de apenas dos colores (dicromático), es decir,
con sólo dos tipos de fotorreceptores retinianos sensibles al color (los
conos). Los simios catarrinos tenemos, al igual que los monos del Viejo
Mundo, tres tipos de conos: rojos, verdes y azules, es decir, poseemos
una visión tricromática, pero las pruebas indican que hemos readqui-
rido un tercer tipo de conos después de que nuestros antepasados noc-
turnos lo hubiesen perdido. La mayoría de los demás vertebrados, como
los peces y los reptiles (pero no los mamíferos), tienen visión tricro-
mática (tres tipos de conos) o tetracromática (cuatro), y la de las aves
y tortugas puede ser aún más compleja. Enseguida nos ocuparemos del
caso de los monos del Nuevo Mundo, que es realmente especial, y del
de los monos aulladores, que es más especial todavía.
Curiosamente, hay pruebas de que los marsupiales australianos se
diferencian de la mayoría de los mamíferos en que poseen una buena
visión tricromática. Catherine Arrese y su equipo, quienes descubrieron
que los falangeros de la miel (Tarsipes rostratus) y en los ratones marsu-
piales (veintiuna especies del género Sminthopsis) tenían una visión exce-
lente (también se ha observado en los ualabíes), sostienen que los mar-
supiales australianos (pero no los americanos) han conservado de los
antepasados reptiles un pigmento visual que los demás mamíferos per-
dieron. Sin embargo, los mamíferos en general tienen la peor visión
cromática de todos los vertebrados. La notable excepción la constituyen
los primates, luego no es casualidad que sean el grupo de mamíferos
que más uso hace de colores vivos en las ceremonias de apareamiento.
A diferencia de los marsupiales australianos, que tal vez nunca la
perdieron, basta analizar a nuestros parientes dentro de la clase de los
mamíferos para darnos cuenta de que los primates no heredamos la
visión tricromática de nuestros antepasados reptiles sino que la redes-
cubrimos. Y no una, sino dos veces por separado: la primera, por par-
te de los monos del Viejo Mundo y los simios; la segunda, por parte
de los monos aulladores del Nuevo Mundo, aunque no del resto de
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5. En realidad, el rojo y el verde tan sólo son dos de las muchas posibilidades
que pueden darse en este locus, pero ya tenemos bastantes complicaciones como
para añadir más. A los efectos de este relato, los alelos serán estrictamente rojos o
verdes.
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6. Para las hembras es fácil activar en cada cono únicamente el gen de la opsina
roja o el de la opsina verde, pero no los dos a la vez. De hecho, resulta que cuentan
con un mecanismo que desactiva todo un cromosoma X en cualquier célula. Una mi-
tad aleatoria de las células desactiva uno de los dos cromosomas X y la otra mitad des-
activa el otro. Esto tiene su importancia habida cuenta de que todos los genes presen-
tes en el cromosoma X se activan al activarse uno solo de ellos (un fenómeno necesa-
rio por cuanto los machos sólo poseen un cromosoma X).
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8. En su libro Mendel’s Demon, Mark Ridley señala que esa cifra del ocho por cien-
to (o más) vale para europeos y otros pueblos con un buen historial de asistencia médi-
ca a sus espaldas. Los cazadores-recolectores y otras sociedades tradicionales más expues-
tas a la selección natural muestran un porcentaje menor. Ridlye sostiene que la relajación
de la selección natural ha permitido el aumento del daltonismo. En La isla de los cie-
gos al color, Oliver Sacks aborda el tema del daltonismo con la originalidad que lo carac-
teriza.
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9. Me imagino que un aprendizaje parecido deben de llevar a cabo las aves y rep-
tiles que refuerzan su gama de sensibilidad cromática mediante minúsculas gotitas de
aceite coloreado dispuestas sobre la superficie de la retina.
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10. O ultravioleta, o cualquiera que fuese el color en esa época. De hecho, es pro-
bable que las sensibilidades cromáticas de todos estos tipos de opsina se hayan modi-
ficado en el curso de la evolución.
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Encuentro 7
Tarseros
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Millones de años
Ya incorporados
10
N
20
30
CZ
40
E
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tarseros
1. Casi todas las aves nocturnas también tienen ojos reflectantes, aunque no es el
caso de los egotelos (varias especies del género Aegotheles) de Australasia ni de la
gaviota de las Galápagos (Creagrus furcatus), la única gaviota nocturna del mundo.
2. Según esta teoría, si los tarseros hubiesen conseguido volver a desarrollar el tape-
tum, no les habrían hecho falta unos ojos tan enormes. Los ojos más grandes de todo
el reino animal son los del calamar gigante, que miden unos 30 cms. de diámetro.
También tienen que apañarse con poquísima luz, no porque sean nocturnos sino
porque en las profundidades marinas donde habitan apenas llega luz alguna.
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Encuentro 8
Lémures, gálagos y semejantes
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Incorporación de lémures, gálagos y semejantes
N E
CZ
Ya incorporados
8
Loris, gálagos, potos (Lorísidos)
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Ayeaye (Daubentónidos)
Lémures grandes (Lemúridos)
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Millones de años
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10
63
50
30
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0
60
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con orina sirve para marcar el territorio, es lógico que no lo hiciese dado
que no era un adulto. Según la teoría alternativa de que la orina mejo-
ra el agarre, la omisión de Percy ya no está tan clara.
Nunca sabré a cuál de las 17 especies de gálago pertenecía nuestra
mascota, pero lo más seguro es que se tratase de un saltador, no de un
trepador como los potos de África y los loris de Asia, que se mueven
mucho más despacio. En concreto, el lorí lento del Extremo Oriente es
un cazador sigiloso que avanza lentamente por las ramas hasta tener la
presa a su alcance, momento en el que se abalanza de golpe sobre ella.
Los gálagos y los potos nos recuerdan que la selva tropical es un
mundo tridimensional como el mar. Visto desde arriba, del dosel de
la selva se mueve como agitado por olas. Al zambullirnos en el mun-
do inferior, de un verde más oscuro, atravesamos, como en el mar, dis-
tintas capas. Al igual que los peces, los animales de la selva se mueven
con la misma facilidad en sentido vertical que en sentido horizontal
pero en la práctica, como también les sucede a los peces, cada espe-
cie se especializa en ganarse la vida a un nivel determinado. De noche,
en las selvas del África occidental, las copas de los árboles son el terri-
torio de los gálagos pigmeos (insectívoros) y de los potos (frugívoros).
Bajo este nivel superior, las ramas de los árboles están muy distancia-
das: es el dominio de los gálagos de uñas de aguja (Euoticus elegantu-
lus), gracias a las cuales son capaces de aferrarse a las ramas tras sal-
var de un salto las distancias que las separan. Más abajo todavía, el poto
dorado (Arctocebus aureus) y su pariente cercano el anguantibo de
Calabar (Arctocebus calaberensis) cazan orugas. Al amanecer, los gálagos
y los potos nocturnos ceden el paso a los monos diurnos, que se repar-
ten la selva en estratos similares. El mismo tipo de estratificación se
observa en las selvas sudamericanas, donde pueden encontrarse has-
ta siete especies diferentes de zarigüeyas, cada una en su propio nivel.
Los lémures son descendientes de los antiguos primates que que-
daron aislados en Madagascar mientras los monos evolucionaban en
África. Madagascar es una isla lo bastante grande como para servir
de laboratorio de experimentos evolutivos naturales. Su historia la va
a contar uno de esos lémures, que desde luego no es el más típico: el
ayeaye Daubentonia. No recuerdo gran cosa de la disertación sobre
lémures que Harold Pusey, erudito y veterano conferenciante, pro-
nunció ante los zoólogos oxonienses de mi generación, pero sí recuer-
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do la machacona coletilla con que remataba casi todas las frases sobre
los lémures: «Excepto Daubentonia». «¡EXCEPTO Daubentonia!». A pesar
de las apariencias, Daubentonia, el ayeaye, es un lémur más que respe-
table. Los lémures son los habitantes más famosos de Madagascar y el
Cuento del Ayeaye versa sobre esta gran isla, un escaparate modélico
de experimentos naturales biogeográficos. Así pues, no se trata tan
sólo de un cuento de lémures, sino del conjunto de la fauna y flora
malgaches, que son realmente peculiares.
1. Este mismo hábito, con el mismo dedo alargado (sólo que en este caso no se
trata del corazón sino del anular), ha evolucionado convergentemente en un grupo
de marsupiales de Nueva Guinea: el falangero listado (Dactylopsyla trivirgata) y los trioks
(tres especies del género Dactylopsila). Estos marsupiales, dicho sea de paso, son autén-
ticos paladines de la evolución convergente: están listados igual que las mofetas, y como
éstas, se defienden despidiendo un potente olor.
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mangosta gigante del tamaño de un sabueso pero con una cola muy
larga. Sus parientes, algo más pequeños, son la civeta hormiguera y
la civeta de Madagascar, cuyo nombre científico, para mayor confu-
sión, es Fossa fossa. El nombre latino de la fosa es bastante diferente2.
Hay un grupo de roedores típicamente malgaches, nueve géneros
en total, unidos en una subfamilia, Nesomyinae. Entre ellos destacan
una especie de rata gigante, uno que trepa a los árboles, una rata de
las marismas de cola almohadillada y una especie de rata canguro. Se
discute desde hace mucho si estos roedores típicamente malgaches
derivan de un solo episodio migratorio o de varios. Si hubo una úni-
ca especie progenitora, eso significaría que sus descendientes, desde
la llegada a Madagascar, evolucionaron para llenar todos esos nichos
ecológicos propios de roedores: una historia muy malgache. Recientes
pruebas moleculares demuestran que un par de especies del continen-
te africano están más estrechamente relacionadas con algunos roe-
dores de Madagascar de lo que algunos roedores de Madagascar lo
están entre sí. Esto podría ser indicio de múltiples inmigraciones
procedentes de África. Sin embargo, cuando las pruebas se exami-
nan con mayor rigor surge una hipótesis más sorprendente. Parece
ser que todos los roedores malgaches descienden de un único pione-
ro llegado no de África sino de la India. De ser fundada esta hipóte-
sis, las afinidades con el susodicho par de roedores africanos indica-
rían una ulterior travesía desde Madagascar a África. Los antepasados
de esas especies africanas llegaron de Asia vía Madagascar. Es como si
el Océano Índico propiciase las travesías a bordo de balsas improvisa-
das con rumbo oeste. Además, no hemos de olvidar que, en el momen-
to de la inmigración, la India habría estado más cerca de Madagascar
que en la actualidad.
De las ocho especies de baobab seis son exclusivas de Madagascar
y las 130 especies de palmera de la isla eclipsan el número de las que
se encuentran en toda África. Algunos expertos piensan que los cama-
leones son de origen malgache; de hecho, dos terceras partes del total
de especies de camaleón del mundo son autóctonas de Madagascar.
Existe una familia de animales parecidos a las musarañas que también
es exclusivamente malgache: los tenrecs. En su día se los clasificaba
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das en el tsunami de 150 metros que surcó como una exhalación los
mares literalmente hirvientes, o pulverizadas por un terremoto mil
veces más violento que el más virulento de los terremotos provoca-
dos por la falla de San Andrés. Y ésas sólo fueron las consecuencias
inmediatas; después llegaron los efectos colaterales: los incendios que
devoraron todos los bosques y selvas del planeta, y el humo, el polvo
y la ceniza que velaron el sol durante un invierno nuclear de dos
años de duración que acabó con la casi todas las plantas y cortó de cua-
jo las cadenas alimenticias del mundo.
No es de extrañar, pues, que se extinguiesen todos los dinosaurios
(con la notable excepción de las aves). Y no sólo los dinosaurios, sino
también cerca de la mitad de todas las demás especies, en particular
las marinas.2 Lo increíble es que tamaños cataclismos no acabasen con
todos los seres vivos del planeta. Dicho sea de paso, la catástrofe que
terminó con el Cretácico y los dinosaurios no ha sido la mayor de la
historia; ese honor corresponde a la extinción en masa que señala el
final del Pérmico, hace unos 250 millones de años, en la que desapa-
recieron cerca del 95 por ciento de todas las especies. Según indican
pruebas recientes, la causa de esa madre de todas las extinciones pudo
ser un cometa o meteorito de mayor tamaño incluso que los del Cre-
tácico. Es desagradable saber que en cualquier momento podría pro-
ducirse una catástrofe parecida. Bien es verdad que, a diferencia de
los dinosaurios del Cretácico o de los pelicosaurios (reptiles mamife-
roides) del Pérmico, a los que el impacto pilló desprevenidos, a nos-
otros los astrónomos nos avisarían con varios años, o como mínimo
meses, de adelanto, pero tampoco serviría de mucho consuelo ya que,
con la tecnología actual, no podríamos hacer nada por evitarlo.
Afortunadamente, las probabilidades de que algo así ocurra en el trans-
curso de la vida de una persona cualquiera son, según los parámetros
de las compañías de seguros, insignificantes. Sin embargo, las proba-
bilidades de que ocurra en el transcurso de la vida de algunos indivi-
duos desafortunados, son elevadísimas, lo que pasa es que las asegu-
radoras no contemplan eventualidades tan hipotéticas. Además, los
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Las pruebas, sobre todo las moleculares pero también, y cada vez más,
las de tipo fósil, parecen avalar la hipótesis de la explosión diferida.
La mayoría de las principales ramificaciones del árbol de los mamífe-
ros se remontan a un pasado muy lejano, en plena era de los dino-
saurios. Pero la mayoría de los mamíferos que coexistieron con los
dinosaurios eran bastante parecidos unos a otros, y siguieron siéndo-
lo hasta que la extinción de aquéllos les permitió explotar en la era
de los mamíferos. Algunos miembros de las principales líneas ances-
trales no han cambiado gran cosa desde esos tiempos remotos, de
manera que siguen pareciéndose aun cuando sus antepasados comu-
nes sean antiquísimos. Las musarañas eurasiáticas y los tenrecs, por
ejemplo, son muy similares, y no porque hayan convergido a partir
de orígenes diferentes, sino porque no han cambiado mucho desde
la época primitiva. Se cree que su antepasado común, el Contepasado
13, vivió hace 105 millones de años, casi tanto tiempo antes del lími-
te K/T como el transcurrido desde el K/T hasta hoy.
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Encuentro 9
Caguanes y tupayas
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Millones de años
Tupayas (Tupaidos)
Ya incorporados
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N
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30
CZ
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E
Ilustraciones, de izquierda a
MZ
K
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caguanes y tupayas
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caguanes y tupayas
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ría. También hay algunos casos dudosos. Así pues, en lugar de arries-
gar una especie de juicio subjetivo sobre qué grupos merecen árbo-
les totalmente resueltos y cuáles no, he tomado partido por solucio-
nes más o menos dudosas en 2004, explicando las dudas en el texto
siempre que fuese posible (a excepción de un solo encuentro, el 37,
cuyo orden es tan incierto que ni los expertos se atreven a aventurar
una conjetura). Me temo que, andando el tiempo y a la luz de las prue-
bas que vayan surgiendo, algunos (espero que relativamente pocos)
de mis encuentros y sus correspondientes filogenias resultarán ser erró-
neos1.
Como todo en materia de gustos o de opinión, los sistemas taxo-
nómicos más antiguos, no ligados a parámetros evolutivos, son discu-
tibles. Un taxónomo podría alegar que, para hacer más práctica la
exposición de especímenes en los museos, convendría agrupar a las
tupayas con las musarañas y a los caguanes con las ardillas voladoras.
Para opiniones así no hay una respuesta cien por cien correcta. La
taxonomía filética que he adoptado en este libro es diferente: existe
un árbol genealógico de la vida que es el correcto2, sólo que aún no
sabemos cuál es. Todavía queda margen para las opiniones humanas,
pero únicamente versan sobre cuál terminará siendo a la postre la ver-
dad irrefutable. Si aún no sabemos a ciencia cierta cuál es esa verdad
es porque no hemos analizado un número suficiente de detalles, sobre
todo en el terreno molecular. En realidad la verdad está ahí, esperan-
do ser descubierta. No se puede decir lo mismo de los juicios basados
en el gusto o en las necesidades prácticas de un museo.
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Encuentro 10
Roedores, conejos y semejantes
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Incorporación de roedores, conejos y semejantes
N E K
CZ MZ
Ya incorporados
10
Pikas (Ocotónidos)
Conejos y liebres (Lepóridos)
Ratones saltarines, ratones del abedul (Dipódidos)
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Gundis (Ctenodactílidos)
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Millones de años
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han viajado con nosotros a través de los mares hasta el último confín
del planeta, con efectos devastadores para nuestros graneros y nues-
tra salud. Las ratas y su cargamento de pulgas provocaron la Gran
Plaga (siempre se ha considerado, aunque ahora haya quien lo dis-
cute, que la Peste Negra también fue una epidemia bubónica), han
propagado el tifus y se les imputan más muertes humanas en el segun-
do milenio que a todas las guerras y revoluciones juntas. Ni siquiera
los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, cuando caigan derrotados, se libra-
rán de que las ratas devoren sus restos, ratas que, como los lemmings,
pulularán sobre las ruinas de la civilización. Dicho sea de paso, los
lemmings también son roedores, ratones campestres del norte que,
por razones no del todo claras, se multiplican en los llamados años
del lemming hasta constituir verdaderas plagas y después protagoni-
zan frenéticas migraciones en masa que, al contrario de lo que se
afirma equivocadamente, no responden a un deliberado espíritu
suicida.
Los roedores, como su propio nombre indica, son máquinas de
roer. Poseen un par de incisivos muy prominentes que crecen conti-
nuamente para compensar el enorme desgaste. Sus maseteros, los
músculos masticadores, están muy desarrollados. No poseen colmi-
llos y el diastema, el amplio hueco entre los incisivos y los molares,
aumenta la eficacia de la actividad roedora. Son capaces de roer casi
cualquier cosa. Los castores talan árboles de gran tamaño royendo los
troncos. Las ratas topo viven exclusivamente bajo tierra y excavan túne-
les, no con las patas delanteras como los topos, sino con los incisi-
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1. Salvo una de sus 15 especies, se abren camino bajo tierra a base de roer. Las más
trogloditas, las ratas topo desnudas, forman equipos de trabajo para construir madri-
gueras en masa; cada miembro de la fila pasa al obrero inmediatamente posterior la
tierra que va royendo la primera obrera de la fila. Utilizo el término obrera delibera-
damente, pues otra extraordinaria peculiaridad de las ratas topo desnudas es que, de
todas las especies de mamíferos, son las más semejantes a los insectos sociales. De hecho,
hasta se parecen un poco a termitas gigantescas; son feísimas para nuestro gusto,
pero como son ciegas no creo que les importe.
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2. Dougal Dixon previó este escenario hace bastante tiempo y lo describió con bri-
llantez en su ingenioso libro Después del hombre.
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de las frases tampoco es buena, aunque por otro motivo: los libros no
se escriben permutando un repertorio fijo de frases. La mayoría de las
frases son únicas. Los genes, al igual que las palabras pero a diferen-
cia de las frases, se usan una y otra vez en contextos diferentes. En el
contexto genético, una analogía mejor que la de las palabras o las
frases es la de las subrutinas toolbox («caja de herramientas») de un
ordenador.
El ordenador que mejor conozco es el Macintosh. Ya llevo unos
cuantos años sin programar nada y sin duda estaré desfasado en cuan-
to a los detalles, pero no importa: lo fundamental es el principio, que
sigue siendo el mismo y vale para todos los ordenadores. El Mac tie-
ne un repertorio de rutinas toolbox almacenadas en la memoria ROM
o en archivos de sistema que siempre se cargan al encender el orde-
nador. Hay miles de rutinas de este tipo, cada una de las cuales reali-
za una operación concreta, una y otra vez, de maneras ligeramente
distintas, en programas diferentes. Por ejemplo, la rutina llamada
«ocultar cursor» hace que el puntero desaparezca de la pantalla has-
ta que se vuelva a mover el ratón. El gen de «ocultar cursor» se acti-
va, sin que el usuario lo vea, cada vez que el usuario empieza a escri-
bir y el puntero del ratón desaparece. Detrás de las características
comunes a todos los programas de Mac (y de sus equivalentes en los
ordenadores de entorno Windows que los han imitado), tales como
menús desplegables, barras de desplazamiento, ventanas minimi-
zables que se pueden arrastrar y muchas otras, hay una rutina toolbox
concreta.
La razón por la cual todos los programas de Mac resultan tan seme-
jantes (una semejanza que se convirtió en un famoso objeto de litigio)
es que todos ellos, tanto si son de Apple como de Microsoft, llaman
a las mismas rutinas. Si un programador desea desplazar una zona
entera de la pantalla en una determinada dirección, por ejemplo
con la función de arrastre del ratón, lo que tiene que hacer para no
perder el tiempo es llamar a la rutina ScrollRect. Si lo que quiere es mar-
car un elemento de un menú desplegable, no hará falta que se pon-
ga a escribir un código a tal efecto: le bastará con llamar a la rutina
CheckItem y ésta se encargará de la tarea. Si se mira el texto de un pro-
grama de Mac, independientemente de quien lo haya escrito, en qué
lenguaje de programación y con qué finalidad, se observará algo fun-
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3. The Extended Phenotype, W.H. Freeman, Oxford, 1982. (N. del t.)
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4. Cita textual de un verso del poema Las peregrinaciones de Oisin («You are still
wrecked among heathen dreams»), del irlandés W. B. Yeats. En Destejiendo el arco iris, Dawkins
ya se sirvió del mismo verso para censurar el afán oscurantista y acientífico del propio
Yeats: «¡Qué triste rendirse así, náufrago entre sueños paganos, abandonado entre las
hadas y el fantasioso carácter irlandés de su amanerada juventud...!». (N. del t.)
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rante sobre las conductuales. Los genes sólo son real o directamente
responsables de las proteínas u otros efectos bioquímicos inmedia-
tos: todos los demás efectos, tanto en fenotipos anatómicos como en
fenotipos conductuales, son indirectos. Pero la distinción entre direc-
to e indirecto es banal. Lo que importa desde el punto de vista darvi-
niano es que las diferencias entre genes se traduzcan en diferencias
entre fenotipos. La selección natural sólo se preocupa de las diferen-
cias, y los genetistas, de un modo prácticamente idéntico, también.
Recordemos la más sutil de las dos definiciones de fenotipo reco-
gidas en el Oxford English Dictionary: «Un tipo de organismo distingui-
ble de los demás en virtud de características observables». La palabra
clave es distinguible. Un gen «de» ojos castaños no es un gen que codi-
fique directamente la síntesis de un pigmento marrón; o mejor dicho,
podría serlo, pero la cuestión no es ésa. La cuestión es que el hecho
de poseer un gen «de» ojos castaños ocasiona una diferencia en el
color de ojos respecto a otra versión del mismo gen, lo que se llama
un alelo. Las cadenas causativas que culminan en la diferencia entre
un fenotipo y otro, por ejemplo entre unos ojos castaños y otros azu-
les, suelen ser largas y tortuosas. El gen fabrica una proteína que es
diferente de la que fabrica el gen alternativo. La proteína tiene un
efecto enzimático en la química celular, lo que a su vez tiene un efec-
to en X, que a su vez tiene un efecto en Y, que a su vez tiene un efec-
to en Z, que a su vez tiene un efecto... en una larga cadena de causas
intermedias que finalmente tiene un efecto... en el fenotipo en cues-
tión. El alelo da lugar a la diferencia cuando su fenotipo se compara con
el fenotipo correspondiente, al final de la correspondiente larga cade-
na de causas que procede del alelo alternativo. Las diferencias gené-
ticas producen diferencias fenotípicas. Los cambios genéticos ocasio-
nan cambios fenotípicos. En la evolución darviniana los alelos se
seleccionan en virtud de las diferencias de los efectos que tienen sobre
los fenotipos.
El principio fundamental es que esta comparación entre fenotipos
puede darse en cualquier punto de la cadena de causas. Todos los esla-
bones intermedios de la cadena son fenotipos verdaderos y cualquie-
ra de ellos puede constituir el efecto fenotípico que propicia la selec-
ción de un gen: basta con que resulte visible a la selección natural; lo
mismo da que resulte visible al ojo humano o no. En esta cadena no
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Encuentro 11
Laurasiaterios
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Incorporación de los laurasiaterios
N E K
CZ MZ
Ya incorporados
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Musarañas, topos, erizos, etc. (Insectívoros)
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Millones de años
Pangolines (Folidotos)
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1. En este punto me habría gustado insertar el Cuento del Murciélago, pero tenien-
do en cuenta que habría sido prácticamente igual que un capítulo de uno de mis libros,
me he abstenido de hacerlo. Por motivos parecidos, he optado por no incluir el Cuento
de la Araña, el Cuento de la Higuera, y media docena más. [N. del t.: El autor se ocupó
exhaustivamente de los muerciélagos, las arañas y las higueras en el capítulo segundo de
El relojero ciego y el segundo y el décimo de Escalando el monte improbable, respectivamente.]
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Herne vio en Norteamérica un oso negro que nadaba durante horas con
la boca bien abierta para atrapar insectos acuáticos, casi como haría una
ballena. Incluso en un caso tan extremo como éste, si el suministro de
insectos fuese constante y si en el mismo entorno no existiesen ya com-
petidores mejor adaptados, no veo difícil que una raza de osos, por medio
de la selección natural, se tornase cada vez más acuática en cuanto a su
estructura y hábitos, con la boca cada vez más grande hasta dar lugar a
una criatura monstruosa como la ballena (El origen de las especies, 1859).
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significativas. Tal vez fue más o menos así como surgieron hábitos ali-
menticios instintivos tales como el del pájaro carpintero que picotea
el tronco o los de los zorzales y las nutrias marinas que rompen con-
chas y caparazones de moluscos.5
Los investigadores que buscaban entre los fósiles disponibles un
antecedente verosímil de los arqueocetos han mostrado predilec-
ción por los mesoníquidos, un gran grupo de mamíferos terrestres
que prosperaron en el Paleoceno, justo después de la extinción de
los dinosaurios. Los mesoníquidos eran mayormente carnívoros, u
omnívoros, como el oso de Darwin, y parecían dignos antepasados
de las ballenas antes de que surgiese la hipótesis del hipopótamo. Otro
dato estupendo acerca de los mesoníquidos es que tenían pezuñas.
Eran carnívoros con pezuñas: parecidos a los lobos sólo que con pezu-
ñas.6 ¿Pudieron ser ellos los antepasados tanto de los artiodáctilos como
de las ballenas? Desgraciadamente, la hipótesis no encaja con la teo-
ría del hipopótamo. Si bien los mesoníquidos parecen ser parientes
de los modernos artiodáctilos (por varios motivos además del dato
de las pezuñas), no están más emparentados con los hipopótamos que
con los demás animales de pezuña hendida. Y con esto volvemos una
vez más al «bombazo» que revelan las pruebas moleculares: las balle-
nas no son simplemente parientes de todos los artiodáctilos, sino miem-
bros de pleno derecho de dicho grupo, y están más cerca de los hipo-
pótamos de lo que éstos lo están de vacas y cerdos.
Juntando todas estas piezas podemos esbozar la siguiente crono-
logía. Según las pruebas moleculares, los camellos (y las llamas) se
separaron del resto de los artiodáctilos hace 65 millones de años,
más o menos la época en que desaparecieron los últimos dinosau-
rios. Esto no significa, dicho sea de paso, que el antepasado común
se pareciese a un camello ni mucho menos: por aquel entonces todos
los mamíferos eran como musarañas. Con todo, hace 65 millones de
años, las musarañas que a la postre darían origen a los camellos se
5. Esta teoría se conoce como el efecto Baldwin, aunque en el mismo año ya la había
formulado Lloyd Morgan, y un poco antes, Douglas Spalding, ambos de manera inde-
pendiente. He seguido la explicación que Alister Hardy hace de ella en su libro The
Living Stream. No sé por qué, la teoría hace las delicias de místicos y oscurantistas.
6. Uno de ellos era el terrorífico Andrewsarchus.
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pre, estamos dando por hecho que los artiodáctilos constituyen un cla-
do auténtico, luego tanto da que escojamos una vaca, un cerdo, un
camello o un hipopótamo.
Pero ahora vienen y nos dicen que sí que importa. Resulta que la
sangre de camello y la sangre de hipopótamo arrojarán resultados
diferentes cuando se las compare con la sangre de ballena porque los
hipopótamos son parientes más cercanos de las ballenas que de los
camellos. Ya se imaginará el lector adónde nos lleva esto. Si no pode-
mos fiarnos de que los artiodáctilos conformen un clado auténtico
del que quepa considerar representante a cualquiera de sus miem-
bros, ¿cómo vamos a estar seguros de que cualquier otro grupo sea
un clado en toda regla? Es más, ¿podremos siquiera dar por sentado
que los hipopótamos lo son, de modo que, a la hora de compararlos
con las ballenas, dé lo mismo escoger un hipopótamo pigmeo que
uno común? ¿Y si las ballenas están más emparentadas con los hipo-
pótamos pigmeos que con los comunes? A decir verdad, esta hipóte-
sis podemos descartarla por cuanto los fósiles indican que los dos
géneros de hipopótamo se escindieron en fechas tan recientes como
la de nuestra separación de los chimpancés, lo cual dejaría muy poco
margen temporal para la evolución de todas las especies de ballenas
y delfines.
Más peliagudo resulta dilucidar si todas las ballenas constituyen un
clado auténtico. Aparentemente, las ballenas odontocetas y las balle-
nas misticetas podrían representar dos retornos distintos desde el
medio terrestre al marino y, de hecho, es una posibilidad que se pro-
pugna con frecuencia. Los taxónomos moleculares que demostraron
la conexión con el hipopótamo fueron lo bastante prudentes como
para extraer ADN tanto de una ballena odontoceta como de una mis-
ticeta y se encontraron con que los dos cetáceos están mucho más
emparentados entre sí que con el hipopótamo. Pero de nuevo se nos
plantea el mismo interrogante: ¿cómo podemos saber si «las ballenas
odontocetas» y «las ballenas misticetas» son verdaderos clados? Quizá
estén emparentadas con el hipopótamo todas las ballenas misticetas
menos el rorcual aliblanco (dos especies del género Balaenoptera), que
lo esté con un hámster. Bueno, no creo; de hecho estoy convencido
de que las misticetas forman un clado coherente y que, como tal, com-
parten un antepasado común que no comparte ningún otro animal.
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No hay nada nuevo bajo el sol. ¿Hay algo de lo que se pueda decir: «Mira,
esto es nuevo»? Ya ha sucedido en las edades que nos han precedido.
Eclesiastés 1: 9-10.
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No hay nada nuevo bajo el sol. Detalle del árbol evolutivo de los mamíferos que
Ernst Haeckel publicó en 1886 [119]. Nótese cómo Haeckel consideraba a los
hipopótamos parientes cercanos de las ballenas.
EL CUENTO DE LA FOCA
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de machos que de hembras. En este caso, dado que toda cría tiene
exactamente un padre y una madre, la hembra media, si no intervie-
nen otros factores, deberá tener el doble de hijos que el macho medio.
Y ocurrirá viceversa si se invierte la proporción de sexos dentro de la
población. Es simplemente cuestión de repartir la prole disponible
entre los progenitores disponibles. Así, cualquier tendencia general
de los padres a preferir a los hijos que a las hijas o a las hijas que a los
hijos se verá inmediatamente contrarrestada por la selección natural
en pro de la tendencia opuesta. La única proporción de sexos evolu-
tivamente estable es la de 50/50.
Pero no todo es tan sencillo. Fisher detectó un sutil matiz econó-
mico en toda esta lógica. ¿Qué pasa si criar un hijo cuesta el doble que
criar una hija, probablemente porque los machos son el doble de gran-
des? En ese caso el razonamiento cambia. El dilema que se le plantea
al progenitor ya no sería «¿qué es mejor, un hijo o una hija?» sino
«¿debería tener un hijo o (por el mismo precio) dos hijas?». En este
caso, la proporción equilibrada de sexos en la población sería de dos
hembras por cada macho. Los progenitores que prefieran tener machos
porque son más escasos, verán esa ventaja menoscabada por el coste
adicional de criar machos. Fisher descubrió que la verdadera propor-
ción de sexos que la selección natural determina no es la proporción
entre el número de machos y el número de hembras, sino entre el cos-
te de criar machos y el de criar hembras. ¿Y qué significa «coste»?
¿Comida? ¿Tiempo? ¿Riesgo? Sí, en la práctica todas estas cuestiones
son importantes y, para Fisher, los agentes que corrían con el coste
económico siempre eran los progenitores. Los economistas, sin embar-
go, emplean la expresión más genérica de «coste de oportunidad».
El verdadero coste que para un padre representa criar un hijo se mide
en oportunidades perdidas de hacer otros hijos. Fisher a este tipo de
coste de oportunidad denominó gasto parental. Bajo el término de inver-
sión parental, Robert L. Trivers, un brillante intelectual discípulo de
Fisher, utilizó la misma idea en sus análisis de la selección natural.
Trivers también fue el primero que entendió con claridad el fasci-
nante fenómeno del conflicto entre padres y crías, formulando una
teoría a la que el no menos brillante David Haig ha dado un desarro-
llo sorprendente.
Como siempre, y aun a riesgo de aburrir a aquellos de mis lecto-
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9. Que nadie se sorprenda de que los machos aplasten a las crías de su propia espe-
cie. Hay las mismas probabilidades de que la cría aplastada sea hija del propio macho
que la aplasta que de cualquier macho rival, luego no existe selección darviniana
contra el aplastamiento.
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60
50
tamaño medio del harén
40
30
20
10
0
0 2 4 6 8 10
proporción masa corporal masculina/masa corporal femenina
Relación entre dimorfismo sexual y tamaño del harén. Cada punto representa una
especie de foca o de león marino. Adaptación del original de Alexander et al. [5].
forman harenes. Como hemos visto, hay buenas razones teóricas para
ese fenómeno, y también hemos visto que las focas y los leones mari-
nos llevan esa tendencia al extremo.
El gráfico de la ilustración superior está sacado de un estudio rea-
lizado por el ilustre zoólogo Richard D. Alexander, de la Universidad
de Michigan, y sus colegas. Cada punto representa una determinada
especie de foca o de león marino, y se puede apreciar la estrecha
relación que existe entre dimorfismo sexual y tamaño del harén. En
los casos extremos, por ejemplo el de los elefantes marinos australes
y los osos marinos del norte, representados por los dos puntos en la
parte superior del gráfico, los machos pueden llegar a pesar seis veces
más que las hembras y ni que decir tiene que, en estas especies, los
machos triunfadores, que son una exigua minoría, poseen harenes
gigantescos. No se pueden extraer conclusiones generales de casos tan
extremos, pero un análisis estadístico de los datos disponibles sobre
focas y leones marinos confirma que la tendencia observada es real
(las probabilidades de que sea un efecto casual son menos de una entre
5.000). También hay pruebas de una tendencia análoga, si bien no tan
contundentes, en los ungulados y en los monos y simios.
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100 ma
testículos
10
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1 10 100 200
masa corporal
Relación entre tamaño de los testículos y masa corporal. Cada punto representa
una especie de primate. Adaptación del original de Harvey y Pagel [132].
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10. En este tipo de gráficos es importante incluir únicamente datos que sean inde-
pendientes entre sí, de lo contrario se corre el riesgo de exagerar de forma inadecua-
da el resultado. Harvey y sus colaboradores trataron de evitarlo contando géneros en
lugar de especies. Es un paso en la dirección correcta, pero la solución ideal es la que
Mark Ridley recomienda encarecidamente en The Explanation of Organic Diversity, y que
Harvey comparte al cien por cien: acudir al mismísimo árbol filogenético y contar no
las especies ni los géneros, sino las evoluciones independientes de las características
que interesan.
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Encuentro 12
Desdentados
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Millones de años
Ya incorporados
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N
20
30
CZ
40
E
50
Incorporación de los desdentados.
De los cuatro grupos principales de
mamíferos placentarios que
60 identifican los taxónomos
moleculares, los dos que primero
se ramificaron fueron los afroterios
(véase Encuentro 13) y los
70 desdentados sudamericanos (unas
30 especies de perezosos,
mirmicófagos y armadillos). Sin
descartar la posibilidad de que
80 posteriores datos vengan a invertir
el orden de los Encuentros 12 y 13,
MZ
K
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desdentados
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desdentados
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ban con una trompa como la del elefante. Los piroterios, otro grupo,
también tenían trompa y puede que fuesen similares a los elefantes
en otros aspectos. Lo que está claro es que eran enormes. Ciertos mamí-
feros sudamericanos evolucionaron hasta convertirse en animales de
gran tamaño parecidos a rinocerontes, algunos de cuyos huesos fósi-
les fueron descubiertos por primera vez por Darwin. Dentro de los noto-
ungulados había toxodontes, enormes criaturas semejantes a los rino-
cerontes, pero también otras especies de menor talla que recuerdan
a conejos y roedores.
«El Cuento del Armadillo» es la historia de Sudamérica en la era
de los mamíferos: la historia de una balsa gigantesca que, como
Madagascar, Australia e India, quedó flotando a la deriva tras la rup-
tura de Gondwana. De Madagascar ya nos hemos ocupado en «El
Cuento del Ayeaye». Australia será el tema de «El Cuento del Topo
Marsupial». India habría sido el cuarto de estos experimentos zooló-
gicos de balsas a la deriva, sólo que se desplazó hacia el norte tan
rápido que llegó a Asia relativamente pronto y su fauna se incorporó
a la asiática durante la segunda mitad de la era de los mamíferos.
África también era una isla gigantesca durante la eclosión de los mamí-
feros, aunque no tan aislada como Sudamérica, ni durante tanto tiem-
po. Sí lo bastante, sin embargo, como para que un grupo de mamífe-
ros grande y diverso siguiese su propio camino evolutivo por separado,
guardando un parentesco más estrecho entre sí que con los demás
mamíferos del planeta, aunque a simple vista nadie podría sospe-
charlo. Se trata de los Afroterios, a quienes nos disponemos a recibir
en el Encuentro 13.
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Encuentro 13
Afroterios
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Incorporación de los afroterios
N E K
CZ MZ
Ya incorporados
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Damanes (Hiracoideos)
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Elefantes (Proboscídeos)
Manatíes y dugongos (Sirénidos)
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Millones de años
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afroterios
rrillo, que parecía mejorar con cada repetición: «Uno de los cinco
pequeños»1.
Las musarañas elefante, que deben su nombre a sus apéndices nasa-
les, similares a una trompa, son mayores que las musarañas europeas
y también corren más gracias a que tienen las piernas más largas, tan-
to que recuerdan a antílopes en miniatura. La más pequeña de las 15
especies también salta. Las musarañas elefante solían ser más nume-
rosas y diversas, comprendían además tanto algunas especies herbí-
voras como las insectívoras que han sobrevivido hasta nuestros días.
Las musarañas elefante tienen la prudente costumbre de dedicar tiem-
po y atención a prepararse vías de escape por las que, llegado el caso,
huir de sus depredadores. Esto suena a capacidad previsora, y en
cierto modo lo es. Pero no debería interpretarse como intención
deliberada (aunque, como siempre, tampoco cabe descartarlo). A
menudo los animales se comportan como si supiesen lo que les con-
viene en el futuro, pero debemos cuidarnos de olvidar ese «como si».
La selección natural finge muy bien la intención deliberada.
A pesar de sus encantadoras trompitas, a nadie se le ocurrió jamás
que estas musarañas pudiesen estar emparentadas con los elefantes;
siempre se dio por sentado que simplemente eran la versión africana
de las musarañas europeas. Sin embargo, unos recientes estudios mole-
culares arrojan la pasmosa conclusión de que las musarañas elefante
son parientes más cercanos de los elefantes que de las musarañas comu-
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EL MAMUT HELADO
HILLAIRE BELLOC
Como ocurre con todos los Afroterios, África es la cuna de los ele-
fantes, mastodontes y mamuts, la raíz de su evolución y el marco de
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afroterios
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ner cuatro litros de agua para beber o rociarse por el cuerpo y puede hacer
las veces de dedo alargado, corneta y megáfono. La trompa también cum-
ple funciones sociales, tales como caricias, insinuaciones sexuales, gestos
tranquilizadores, saludos y abrazos entrelazados... Pero allí estaba, ampu-
tada, como tantas otras trompas de elefante que he visto por toda África.
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afroterios
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Encuentro 14
Marsupiales
Hénos aquí, hace 140 millones de años, en los inicios del Cretácico,
la época en que el Contepasado 14, nuestro antepasado número 80
millones, vivió a la sombra de los dinosaurios. Como veremos en «El
Cuento del Ave Elefante», Sudamérica, la Antártida, Australia, África
e India, que habían formado parte del gran supercontinente austral
de Gondwana, habían empezado a separarse (en la página 387 hay
un mapa que corresponde aproximadamente a este periodo) y los
consiguientes cambios climáticos habían sumido al mundo en un bre-
ve periodo frío (breve en términos geológicos) durante el que la nie-
ve y el hielo cubrían los polos durante los meses de invierno. Apenas
crecían unas pocas plantas angiospermas en los bosques templados de
coníferas y en las praderas de helechos que cubrían las regiones sep-
tentrional y meridional del globo, y, por consiguiente, existían muy
pocos de los insectos polinizadores que conocemos en la actualidad.
Es en este mundo donde el enorme contingente de peregrinos que
constituyen los mamíferos placentarios (caballos y gatos, perezosos y
ballenas, murciélagos y armadillos, camellos y hienas, rinocerontes y
dugongos, ratones y hombres, representados todos ellos por un peque-
ño insectívoro) se reúne con el otro gran grupo de mamíferos, los mar-
supiales.
Marsupium significa «bolsa» en latín. Es un término técnico que los
anatomistas usan para designar cualquier bolsa orgánica, como, por
ejemplo, el escroto humano; pero las bolsas más famosas del reino ani-
mal son aquéllas donde los canguros y otros marsupiales transportan
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Incorporación de los marsupiales
N E K J
CZ MZ
Ya incorporados
14
Zarigüeyas americanas (Didelfimorfos)
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Millones de años
Wombats, canguros, falangeros, koalas, etc. (Diprotodontes)
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100
50
0
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marsupiales
a sus crías. Los marsupiales recién nacidos no son más que minúscu-
los embriones que a duras penas sobreviven arrastrándose por el bos-
que de pelos de su madre hasta introducirse en el marsupio, donde
se aferran a una mama y se ponen a chupar.
El otro gran grupo de mamíferos es el de los placentarios, así lla-
mados porque nutren a sus embriones mediante varios tipos de pla-
centa, un órgano de gran tamaño a través del cual miles de vasos capi-
lares fetales entran en contacto con miles de vasos capilares maternos.
Este excelente sistema de intercambio (que sirve tanto para nutrir el
feto como para eliminar los productos de desecho) permite que el feto
pueda nacer en un estadio muy avanzado de su desarrollo. De ese modo,
puede gozar de la protección del cuerpo materno hasta que, por ejem-
plo en el caso de los herbívoros ungulados, es capaz de seguir por su
propio pie el ritmo de la manada e incluso huir de los depredadores.
Los marsupiales hacen lo mismo de forma diferente. El marsupio es
como un útero externo y la enorme mama a la que la cría se queda
adherida como si fuese un apéndice semi-permanente equivale en cier-
to modo a un cordón umbilical. Posteriormente, la cría de canguro
se despega del pezón y, al igual que un bebé placentario, pasa a mamar
sólo de vez en cuando. Finalmente, sale del marsupio como si nacie-
se por segunda vez y se limita a usarlo, cada vez con menor frecuen-
cia, como refugio temporal. El marsupio de los canguros se abre por
delante, mientras que muchos otros se abren por detrás.
Los marsupiales, como hemos visto, son uno de los dos grandes
grupos en que se dividen los mamíferos modernos. Normalmente los
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marsupiales
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3. Estas dos palabras, que más o menos hablan por sí solas, se han convertido en
términos cuasitécnicos para designar, respectivamente, a los taxónomos que generali-
zan colocando a los animales (o plantas) en pocos grupos de gran tamaño y a los que
especifican dividiéndolos en multitud de grupos pequeños. Los especifistas gustan de
acuñar un sinfín de nombres, y, en los casos más extremos, cuando se trata de fósiles,
prácticamente elevan cada espécimen que se descubre a la categoría de especie.
4. Parece ser que Necrolestes, un marsupial sudamericano del Mioceno, también
era un topo. Su nombre latino, muy poco apropiado, significa «ladrón de tumbas».
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marsupiales
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marsupiales
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Encuentro 15
Monotremas
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Millones de años
Equidnas (Taquiglósidos)
Ya incorporados
N
CZ
E
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100
Incorporación de los
K
marsupiales– surgen en el
hemisferio boreal durante el
periodo Jurásico. Las cinco
especies de monotremas son los
150
únicos supervivientes del
variopinto linaje de mamíferos
australes que siguieron siendo
ovíparos.
J
Ilustraciones, de izquierda a
derecha: ornitorrinco
180 15 (Ornithorhynchus anatinus);
equidna común (Tachyglossus
aculeatus).
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monotremas
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monotremas
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monotremas
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hombro
tronco
cadera s os s de
ca
codo
rodil tobi edo
muñe
no
ma
la ll
co ula e
u
a n ñi q
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de leng ibula
Vocalizac
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Sa ción
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M
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monotremas
haría un pez normal. Esto significa que nadan despacio, pero les mere-
ce la pena renunciar a un poco de velocidad a cambio de recibir una
buena señal. Lo curioso es que Gymnarchus tiene la aleta longitudinal
en el lomo, mientras que Gymnotus y otros peces eléctricos sudameri-
canos, incluidos la «anguila» eléctrica, la tienen en el vientre. Para
casos así se acuñó el dicho «la excepción que confima la regla».
Volviendo al protagonista del cuento, el desenlace inesperado es
el aguijonazo que nos propina el ornitorrinco macho con sus garras
traseras. Los verdaderos aguijones venenosos, con inyección hipo-
dérmica, son un rasgo propio de varios filos de invertebrados y, den-
tro de los vertebrados, de algunos peces y reptiles, pero en absoluto
de aves ni de mamíferos... a excepción del ornitorrinco (a no ser que
también se quiera contar como «picadura» la saliva tóxica de los almi-
quíes [dos especies del género Solenodon] y de algunas musarañas, que
torna sus mordeduras ligeramente venenosas). Así pues, el macho del
ornitorrinco es un caso único entre los mamíferos y quizá también
entre los animales venenosos. El hecho de que el aguijón sólo lo pose-
an los machos indica, por sorprendente que parezca, que está dirigi-
do no a los depredadores (como en el caso de las abejas) ni a las pre-
sas (como en el de las serpientes) sino a los rivales. No es una picadura
letal, pero sí tremendamente dolorosa, y no responde a la morfina.
Parece como si actuase directamente sobre los llamados nociceptores,
o receptores del dolor. Si los científicos lograsen entender la dinámi-
ca del fenómeno, tal vez obtendrían alguna pista sobre cómo comba-
tir el dolor provocado por el cáncer.
He empezado este cuento reprendiendo a los zoólogos que tildan
al ornitorrinco de primitivo, como si semejante epiteto fuese una expli-
cación de su fisiología. En el mejor de los casos sería una mera des-
cripción. Primitivo significa «parecido al antepasado», una definición
que en muchos sentidos hace justicia al ornitorrinco. El pico y el
aguijón constituyen interesantes excepciones. Pero mucho más inte-
resante es la moraleja del cuento, a saber: que hasta el animal más
primitivo en todos los sentidos tiene sus buenas razones para serlo.
Esas características ancestrales cuadran con su modo de vida, luego
no tiene por qué cambiarlas. Como dice Arthur Cain, catedrático de
la Universidad de Liverpool, los animales son como son porque no
les queda más remedio.
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monotremas
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Sus prioridades saltan a la vista. Mapa cerebral estilo topúnculo del topo estrellado.
De Catania y Kaas [41].
Aunque la nariz del topo estrellado actúa como una superficie sensible
al tacto, existen semejanzas anatómicas y conductuales entre el sistema
sensorial del topo y el sistema visual de otros mamíferos.
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monotremas
4. Adviértase que hay partes del «topúnculo» que no se ven, ocultas como están
por las partes visibles.
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reptiles mamiferoides
Reptiles mamiferoides
Ahora que se nos han unido los monotremas, los peregrinos mamífe-
ros recorremos ininterrumpidamente 130 millones de años hacia el
pasado, el trecho más largo entre dos jalones de cuantos hemos reco-
rrido hasta el momento, para llegar al Encuentro 16 donde habremos
de encontrarnos con una partida de peregrinos aún mayor que la nues-
tra: la de los saurópsidos: las aves y los reptiles. Esto significa, aproxi-
madamente, todos los vertebrados que ponen huevos en tierra firme
cubiertos de un cascarón impermeable. Digo «aproximadamente» por-
que los monotremas, que ya se han sumado a nuestras filas, también
ponen huevos de este tipo. Hasta las tortugas, que por lo demás, son
animales completamente marinos, desovan en la playa. Puede que los
plesiosaurios hiciesen lo propio. Los ictiosaurios, en cambio, eran nada-
dores tan especializados que, al igual que los delfines que se asemejan
tanto a ellos, probablemente ni siquiera eran capaces de llegar a la
orilla, de ahí que descubriesen por su cuenta cómo parir a sus crías
vivas (lo sabemos gracias a hembras fosilizadas en pleno parto)1.
He dicho que nuestros peregrinos han recorrido 130 millones de
años sin encontrar jalones, pero, naturalmente, la ausencia de jalones
sólo tiene sentido dentro de las convenciones adoptadas en este libro,
donde únicamente reconocemos como jalones los encuentros con
peregrinos que aún viven. En aquella época, nuestra línea ancestral
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reptiles mamiferoides
2. Las cifras absolutas son inferiores al 75% por cuanto se refieren a géneros, no
a especies. Las cifras absolutas para las especies son más altas porque cada género
contiene numerosas especies, luego es más difícil que se extinga un género que una
especie.
3. El señor Cartwright, un extraordinario hombre de espesas cejas y hablar pausa-
do que llamaba al pan, pan y al vino, vino, descubrió la militancia medioambientalista
mucho antes de que se pusiera de moda y, en sus clases, nos hablaba largo y tendido
de ecología, en detrimento de nuestro alemán pero en beneficio de nuestra forma-
ción cívica.
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70 Pérmico lopingiano
Ordovidico superior
Porcentaje extinción de géneros marinos
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Devónico superior
50 Cretácio superior
Triásico superior
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30
20
10
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O S D C P T J K E N
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reptiles mamiferoides
MAMÍFEROS
TRITELEDONTE
GORGONOPSIANOS
DICINODONTES
CI
NO
TEROCÉ-
DO
FALOS
NT
ES
DINO-
CÉFALOS
TERÁPSIDOS
PELICOSAURIOS
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5. Esta expresión tan atinada está sacada del libro Mass Extinctions and Their Aftermath,
de A. Hallam y P.B. Wignall.
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reptiles mamiferoides
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Encuentro 16
Saurópsidos
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Incorporación de los reptiles (incluidas las aves)
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Ya incorporados
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Tortugas (Quelonios)
Tuataras (Rincocéfalos)
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1. Otros libros les han hecho justicia, por ejemplo, El mundo de los dinosaurios, de
David Norman, y The Dinosaur Heresies, de Robert Bakker, sin olvidarnos del cariñoso
y encantador How to keep dinosaurs, de Robert Mash.
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2. Stephen Gould comenta este asunto en «Darwin en el mar y las virtudes del
oporto», uno de los ensayos recogidos en La sonrisa del flamenco.
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que los machos de Geospiza –el sexo más competitivo– sean más gran-
des, ya de por sí, que las hembras.
Si el tamaño grande constituye tanta ventaja, ¿por qué los pinzo-
nes no eran mayores de antemano? Pues porque en los años norma-
les, cuando no hay sequía, la selección natural favorece a los indivi-
duos más pequeños y con picos menores. Los Grant, de hecho, lo
atestiguaron en los años posteriores a 1982-83, cuando, como conse-
cuencia de El Niño, se produjo una inundación que alteró el equili-
brio de las semillas. Las semillas de plantas como Tribulus, grandes y
duras, se hicieron escasas en comparación con las de plantas como
Cacabus, más pequeñas y blandas. En esta ocasión, quienes se encon-
traron en su salsa fueron los pinzones más menudos con picos más
pequeños. No es que los individuos grandes no pudiesen comer semi-
llas pequeñas y blandas sino que, al tener un cuerpo más grande, nece-
sitaban consumir una cantidad mayor para sustentarse. En consecuen-
cia, los pájaros más pequeños poseían una ligera ventaja; dentro de
la población de pinzones de Darwin medianos, se habían vuelto las
tornas. La tendencia evolutiva de los años de sequía se invirtió.
La diferencia entre el pico de los pájaros que sobrevivieron a la
sequía y el pico de los que murieron parece infinitesimal. Jonathan
Weiner cita a este respecto una reveladora anécdota relatada por el
propio Peter Grant:
Peter Grant calculó que, en el islote de Dafne Mayor, sólo harían falta
23 sequías como la de 1977 para que Geospiza fortis se convirtiese en
Geospiza magnirostris. Por supuesto, la nueva criatura no sería literalmen-
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en una dirección muy diferente del resto de sus congéneres (en rea-
lidad, del resto de los mamíferos)? ¿Qué fue lo que indujo a esta
especie concreta a enfilar una nueva y peculiar dirección evolutiva que
la llevó a hacerse bípeda, después inteligente y, finalmente, lampiña?
Cuando la evolución toma de manera brusca y aparentemente arbi-
traria un rumbo extraño, el motivo, a mi modo de ver, es siempre el
mismo: selección sexual. Es en este punto donde hemos de empezar
a prestar oídos al pavo real. ¿Por qué el pavo real tiene una cola que
deja pequeño al resto del cuerpo, y cuyas plumas brillan y reverberan
a la luz del sol con espléndidos motivos en púrpura y verde? Porque
generaciones y generaciones de pavas reales han escogido a pavos que
ostentaban los equivalentes ancestrales de tan extravagante reclamo
publicitario. ¿Por qué el macho del ave del paraíso alambrada tiene
los ojos de color rojo y un collar negro con ribetes de verde tornaso-
lado, mientras que el ave del paraíso de Wilson llama la atención por
su dorso escarlata, cuello amarillo y cabeza azul? No es porque haya
nada en sus respectivos hábitats o regímenes alimenticios que los
predisponga a sus respectivas configuraciones cromáticas. Ni mucho
menos: esas diferencias, y las que tan ostensiblemente distinguen a
todas las demás especies de aves del paraíso, son arbitrarias, capri-
chosas, irrelevantes para cualquiera... menos para las hembras de la
especie en cuestión. La selección sexual propicia cosas así. Desencadena
procesos evolutivos extravagantes y caprichosos que se disparan en
direcciones aparentemente arbitrarias y que, autoalimentándose, ter-
minan produciendo las fantasías evolutivas más descabelladas.
Por otro lado, la selección sexual también tiende a magnificar las
diferencias entre los sexos, es decir, el dimorfismo sexual (véase «El
Cuento de la Foca»). Cualquier teoría que atribuya a la selección sexual
el desarrollo del cerebro humano, el bipedalismo o la pérdida del pelo
tendrá que superar un serio obstáculo: nada demuestra que un sexo
tenga más cerebro que el otro, ni que sea más bípedo que el otro. Sin
embargo, sí es cierto que un sexo es más lampiño que el otro, y de
eso se valió Darwin cuando atribuyó a la selección sexual la causa de
la pérdida del vello corporal en los humanos. El naturalista supuso
que eran los machos ancestrales los que escogían a las hembras y no
al contrario, como suele ser el caso en el reino animal, y que preferían
hembras sin pelo. Cuando un sexo evoluciona más que el otro en
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una determinada dirección (en este caso, las hembras hacia la pérdi-
da del vello), éste se ve «arrastrado por el rebufo» del primero. Es la
explicación que, más o menos, podemos dar al trillado enigma de los
pezones masculinos. Tampoco es inverosímil en el caso de la desnu-
dez parcial del hombre, que se habría visto arrastrada por el rebufo
de la desnudez total de la mujer. La teoría del «arrastre» funciona algo
peor en el caso del bipedalismo y del aumento del cerebro. Uno se
queda helado (aterrado incluso) al imaginarse a un miembro bípedo
de un sexo paseando con un miembro cuadrúpedo del otro. No obs-
tante, la hipótesis tiene cosas que aportar.
Hay circunstancias en las que la selección sexual puede propiciar
el monomorfismo. Tengo la sospecha, compartida por Geoffrey Miller
en The Mating Mind, de que la elección sexual de los humanos, a dife-
rencia de la de los pavos reales, es ambivalente. Es más, puede que
nuestro criterio de selección varíe dependiendo de si lo que buscamos
es una pareja formal o un ligue de una noche.
De momento, volvamos al mundo de los pavos reales, que es más
sencillo: las hembras eligen y los machos se pavonean y aspiran a ser
los elegidos. Según una interpretación del fenómeno, la elección de
pareja (que, en este caso, corre a cargo de las hembras) es arbitraria
y caprichosa comparada, por ejemplo, con la de la comida o el hábi-
tat. Pero entonces surge inevitablemente la pregunta de por qué ese
capricho. Según la influyente teoría de la selección sexual formulada
por el insigne genetista y estadístico R. A. Fisher, existe un motivo de
lo más poderoso. Ya he hablado largo y tendido sobre la teoría en otro
libro (El relojero ciego, capítulo 8) y no voy a repetirme aquí. La idea cla-
ve es que la apariencia de los machos y el gusto de las hembras evolu-
cionan al unísono en una especie de reacción en cadena explosiva.
Las innovaciones en el gusto mayoritario de las hembras de una espe-
cie y los correspondientes cambios en la apariencia masculina se poten-
cian mutuamente dentro de un proceso galopante que los vincula de
forma indisoluble, y los arrastra cada vez más lejos en una misma direc-
ción. Esta dirección no responde a ningún motivo imperioso: se tra-
ta simplemente del rumbo fortuito que tomó la tendencia evolutiva.
Las antepasadas de las pavas reales empezaron a mostrar preferencia
por un abanico mayor, y eso bastó para encender el mecanismo explo-
sivo de la selección sexual. La cosa cobró ímpetu, y poquísimo tiem-
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6. Término acuñado por Helena Cronin en su maravilloso libro The Ant and the
Peacock.
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7. Como hemos visto en «El Cuento del Castor», el término fenotipo significa, por
norma, la apariencia externa por la cual se manifiesta un gen, por ejemplo, el color
de los ojos. Naturalmente, en este contexto lo estoy usando en un sentido análogo: el
fenotipo visible de un meme por lo demás alojado en el cerebro, en contraposición
al fenotipo de un gen alojado en un cromosoma. La analogía también es válida para
la autonormalización que mencioné en el epígrafe «Reliquias renovadas» del Prólogo
General. Véase también mi prólogo al libro de Blackmore.
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Los animales terrestres, por razones obvias, lo tienen muy difícil para
llegar a islas tan remotas como las Galápagos o Mauricio. Si como resul-
tado de un insólito accidente, la tantas veces invocada travesía invo-
luntaria a bordo de una balsa de mangle, consiguen llegar a una isla
como Mauricio, lo más probable es que se encuentren con una vida
regalada. La razón es precisamente lo difícil que es llegar a la isla, don-
de la competición y la depredación no serán tan feroces como en el
continente. Como ya hemos visto, probablemente fue así como llega-
ron a Sudamérica los monos y los roedores.
Cuando digo que colonizar una isla es difícil debo apresurarme a
evitar el malentendido habitual. Un individuo que se esté ahogando
puede tratar desesperadamente de llegar a la costa, pero ninguna espe-
cie trata jamás de colonizar una isla. Una especie no es una entidad
que trate de hacer nada. Puede darse el caso, por puro azar, de que
los miembros de una especie se encuentren en condiciones de colo-
nizar una isla hasta entonces no habitada por sus congéneres. Es de
esperar que los individuos en cuestión le saquen partido a ese vacío
y, con el tiempo, habrá quien diga, a toro pasado, que la especie ha
colonizado la isla. También puede que los descendientes de la espe-
cie cambien evolutivamente su forma de vida para acomodarse a las
nuevas condiciones imperantes en la isla.
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Parece ser que el dodo blanco, Raphus solitarius, corrió idéntica suer-
te en la vecina isla de Reunión.9 Y Rodríguez, la tercera isla del archi-
piélago de las Mascareñas, albergaba y perdió de la misma manera a
un pariente algo más lejano, el solitario de Rodríguez, Pezophaps soli-
taria.
Los antepasados de los dodos tenían alas. Eran palomas que llega-
ron a las Mascareñas por sus propios medios, si acaso ayudadas por un
viento favorable más fuerte de lo normal. Una vez allí, como ya no te-
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su vez, los parientes más cercanos del grupo que forman la paloma
de Nicobar y los dodos son la paloma coroniblanca, un espléndido
pájaro de Nueva Guinea, y Didunculus, una rara paloma de pico den-
tado de Samoa que se parece un poco a un dodo y cuyo nombre, de
hecho, significa «pequeño dodo».10
Los científicos de Oxford comentan que el estilo de vida nómada
de la paloma de Nicobar es perfecto para colonizar islas remotas, de
ahí que se hayan encontrado fósiles de pájaros de este tipo en archi-
piélagos del Pacífico situados tan al este como el de las Pitcairn. Estas
palomas coronadas Victoria y palomas de pico dentado, señalan los
científicos, son aves de gran tamaño que viven a ras de suelo y rara
vez vuelan. Parece como si las especies que integran este subgrupo
de palomas tuviesen la costumbre de colonizar islas para, posterior-
mente, perder la capacidad de volar y hacerse más grandes y más pare-
cidas a los dodos. El dodo propiamente dicho y el solitario serían los
casos extremos de esta tendencia.
Historias como la del dodo se han repetido en diversas islas de todo
el mundo. Muchas familias de aves, en la mayoría de las cuales pre-
dominan las especies voladoras, han desarrollado en las islas varian-
tes incapaces de volar. En Mauricio, sin ir más lejos, existía un rascón
de gran tamaño incapaz de volar, Aphanapteryx bonasia, que también
está extinto, y al que en alguna ocasión se ha confundido con el dodo.
Isla Rodriguez albergaba a una especie relacionada, Aphanapteryx legua-
ti. Parece ser que los rascones se prestan a la mencionada tendencia
de migrar de isla en isla y terminar perdiendo la facultad del vuelo.
Además de las especies del océano Índico, también hay un rascón no
volador en el archipiélago de Tristán de Cunha, en el Atlántico Sur;
y la mayoría de las islas del Pacífico tienen (o han tenido) sus propias
especies de rascón no volador. Antes de que el hombre arruinase la
avifauna hawaiana, había más de doce especies de rascón en el archi-
piélago. De las sesenta y tantas especies de rascón que viven actual-
mente en el mundo, más de una cuarta parte son incapaces de volar,
y todos los rascones no voladores viven en islas (si contamos islas de
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gran tamaño como Nueva Guinea y Zelanda). A raíz del contacto huma-
no, puede que en las islas tropicales del Pacífico se hayan extinguido
la friolera de 200 especies.
También en Mauricio, y asimismo ya extinto, había un loro de gran
tamaño: Lophopsittacus mauritianus. Este loro crestado, que volaba bas-
tante mal, posiblemente ocupase un nicho similar al del loro kaka-
po, que todavía sobrevive (de milagro) en Nueva Zelanda.11 Las dos
islas que forman Nueva Zelanda son, o eran, el hogar de un gran
número de aves no voladoras pertenecientes a muchas familias. Una
de las más llamativas era la conocida como aptornis, un ave robusta
y voluminosa, pariente lejano de grullas y rascones. Tanto en la isla
norte de Nueva Zelanda como en la sur existían diversas especies de
aptornis, pero lo que no había en ninguna de las dos era mamífero
alguno, a excepción (por el motivo evidente que subyace a «El Cuento
del Dodo») de murciélagos, luego cabe suponer que los aptornis se
ganaban la vida de un modo semejante al de los mamíferos, llenan-
do ese nido vacante.
En todos estos casos, la historia evolutiva es casi con toda certeza
una versión de «El Cuento del Dodo». Aves voladoras ancestrales lle-
gan por sus propios medios a una isla remota donde la ausencia de
mamíferos abre las puertas a una vida a ras de suelo. Las alas dejan
de tener la utilidad que tenían en el hábitat anterior, las aves renun-
cian al vuelo; y tanto las alas como los gravosos músculos pectorales
degeneran. Hay una notable excepción, uno de los grupos más anti-
guos y más conocidos de aves no voladoras: las rátidas, el órden de
los Avestruces. La historia evolutiva de las rátidas es muy diferente a
la del resto de aves no voladoras y merece un tratamiento exclusivo en
«El Cuento del Ave Elefante».
11. Al que también homenajeó de forma memorable Douglas Adams, esta vez en
Mañana no estarán.
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Había oído decir a viajeros y peregrinos que en cierta isla moraba un pája-
ro enorme llamado roc que daba de comer elefantes a sus polluelos.
La leyenda del roc reaparece en varios cuentos de Las mil y una noches
(dos protagonizados por Simbad y dos por Abderramán). Marco Polo
menciona que vive en Madagascar, y se decía que los embajadores
del rey de esa isla habían regalado una pluma de roc al gran jan de
Catai. Michael Drayton (1563-1631) se refirió al gigantesco roc para
contrastarlo con el proverbialmente diminuto chochín:
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alta que el lomo. Pero el moa tampoco pudo haber dado origen a la
leyenda del roc, pues Nueva Zelanda también estaba muy fuera del
alcance de Simbad. En Nueva Zelanda existieron unas diez especies
de moa, unos del tamaño de un pavo, otros tan grandes como dos aves-
truces.14 Los moas representan un caso extremo entre las aves no vola-
doras, en el sentido de que presentan ni rastro de alas, ni siquiera
vestigios de huesos alares. Proliferaban tanto en la isla norte como
en la isla sur de Nueva Zelanda hasta que, en el año 1250 d.C., llega-
ron los maoríes. Eran una presa fácil por la misma razón que el dodo.
Si exceptuamos al águila de Haast, una especie ya extinta que es el
mayor águila que jamás ha existido, los moas llevaban millones de años
sin ver un solo depredador. Los maoríes los masacraron, comiéndose
las partes más selectas, desechando el resto y demostrando, no por pri-
mera vez, cuán ilusorio es el mito del buen salvaje que vive en respe-
tuosa armonía con la naturaleza. Cuando llegaron los europeos, ape-
nas unos pocos siglos después de los maoríes, ya no quedaba un solo
moa. Aún en nuestros días persisten leyendas y cuentos chinos sobre
avistamientos, pero toda esperanza es infundada. Como dice una las-
timera canción popular de Nueva Zelanda:
Ni un moa, ni un moa
En la vieja Ao-tea-roa.15
No se encuentra ninguno,
Se los comieron uno por uno.
Sin tregua los cazaron
y ni las plumas quedaron.
14. Los kiwis son más pequeños que un pavo, pero ya no se los considera moas
enanos. Como veremos, están más emparentados con emúes y casuarios y llegaron más
tarde, desde Australia.
15. El nombre maorí de Nueva Zelanda.
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16. Con la probable excepción del kiwi, como veremos más adelante.
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17. Si bien, como ocurre ahora y por extraño que nos resulte, las zonas más meri-
dionales pasarían buena parte del año en penumbra. Esto, en buena lógica, tuvo que
originar todo tipo de adaptaciones conductuales que carecen de equivalentes moder-
nos, toda vez que, en la actualidad, las latitudes extremas son gélidas.
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pa. Por aquel entonces, como ahora, África estaba unida a Asia por
Arabia, y por esta ruta llegaron finalmente los avestruces a su hogar
actual, hace unos 20 millones de años. Según Cooper, los avestruces
ancestrales no fueron ni mucho menos los únicos animales que cogie-
ron el barco indio con destino a Asia. En su opinión, el cargamento
de animales procedentes de Gondwana que viajó a bordo de India des-
empeñó un papel fundamental en la recolonización de Asia tras la
catástrofe que puso fin a los dinosaurios.
La leyenda del roc, el fabuloso pájaro gigantesco capaz de levan-
tar elefantes, es una de esas maravillas que nos cautivan de niños. Pero,
¿acaso la historia real de los continentes que se desplazan miles y miles
de kilómetros no es aún más maravillosa y más digna de cautivar la
imaginación adulta? Estudiémosla detenidamente en el epílogo de
este cuento.
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Matuyama
Matuyama
Brunhes
normal
normal
normal
inversa
inversa
inversa
inversa
Gilbert
Gilbert
Gauss
Gauss
corteza
10-60 mm anuales 10-60 mm anuales
litosfera
oceánica manto
superior
astenosfera
Bandas magnéticas en las dos vertientes de una dorsal oceánica. Las franjas oscuras
representan polaridad normal; las blancas, polaridad inversa. Los geólogos las
agrupan en intervalos magnéticos dominados por polaridades de uno u otro signo.
Quienes primero identificaron la simetría de las franjas como prueba de la
expansión del fondo marino fueron Fred Vine y Drummond Matthews en un
artículo publicado en Nature en 1963 y que hoy se considera un clásico[296]. La
corteza y la rígida capa superior del manto, que juntas constituyen lo que se
conoce como litosfera, se fracturan a causa de las corrientes de convección
presentes en el magma de la astenosfera, la capa semirrígida del manto situada
bajo la litosfera. La configuración característica de las franjas nos permite
determinar la edad de las rocas del fondo oceánico hasta hace unos 150 millones
de años. El fondo oceánico anterior a esa fecha ha sido destruido por la
subducción.
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Encuentro 17
Anfibios
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Millones de años
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Incorporación de los anfibios
Salamandras (Urodelos)
Cecilias (Gimnofiones)
Ya incorporados
N
CZ
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K
MZ
J
Ilustraciones, de izquierda a
derecha: Salamandra de Monterrey
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anfibios
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anfibios
1. Me cuenta Sam Turvey que las dos especies de rana con la distribución geográ-
fica más remota, las fijianas Platymantis vitiensis y Platymantis vitianus (estrechamente
emparentadas y quizá descendientes de un único antepasado colonizador), se desarro-
llan por completo en el huevo sin pasar, pues, por una fase de renacuajo. Parecen
más tolerantes a la sal que la mayoría de las ranas, y, a veces, se encuentran Platymantis
vitianus en la playa. Si, como parece, estas características tan insólitas ya se daban en
el antepasado colonizador, las ranas en cuestión habrían estado preadaptadas para la
travesía de isla en isla.
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por lo visto, tres metros. No todas las ranas saltan, pero todas des-
cienden de antepasados saltarines. Para las hipótesis más conserva-
doras, son saltadores obsoletos, del mismo modo que los avestruces
son voladores obsoletos. Algunas especies arborícolas, como la rana
voladora asiática, Rhacophorus nigropalmatus, prolongan el salto estiran-
do sus largos dedos para usar las membranas interdigitales de para-
caídas. Sus planeos, de hecho, se parecen un poco a los de las ardillas
voladoras.
Las salamandras y los tritones, cuando están en el agua, nadan como
peces. Incluso cuando están en tierra, como tienen unas patas dema-
siado pequeñas y débiles para caminar o correr en el sentido habitual
del término, se desplazan mediante un sinuoso movimiento natato-
rio parecido al de los peces, usando las patas sólo para ayudarse. La
mayoría de las salamandras actuales son bastante pequeñas. Las más
grandes llegan a medir un metro y medio, un tamaño respetable, aun-
que mucho menor que el de los anfibios gigantes que dominaban la
tierra antes del auge de los reptiles.
Ahora bien, ¿cómo era el Contepasado 17, el antepasado que tene-
mos en común con anfibios y reptiles? Está claro que se parecía más
a un anfibio que a un amniota y más a una salamandra que a una rana,
aunque puede que no se pareciese mucho a ninguna de las dos. Los
mejores fósiles proceden de Groenlandia, que durante el Devónico se
encontraba en el ecuador. Entre estos ejemplares, que posiblemente
pertenecen a especies de transición y han sido objeto de concienzu-
dos estudios,2 figuran Acanthostega que, al parecer, era exclusivamen-
te acuático (lo que demuestra que las patas evolucionaron inicialmen-
te para favorecer el movimiento en el agua, no en la tierra) e Ichtyostega.
Puede que el Contepasado 17 se pareciese a Ichtyostega o a
Acanthostega, aunque los dos eran mayores de lo que normalmente se
espera de un antepasado tan remoto. No es la única sorpresa que les
aguarda a los zoólogos condicionados por su familiaridad con los
animales modernos. Tendemos a pensar que los tetrápodos siempre
han de tener cinco dedos en cada mano y cinco dedos en cada pie: el
2. Sobre todo, en los últimos años, por la doctora Jennifer Clark, de la Universidad
de Cambridge, y sus colegas. Véase el libro de Clark, Gaining Ground: The Origin and
Evolution of Tetrapods.
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anfibios
3. No existe un acuerdo unánime en cuanto al uso del término peces de aleta lobu-
lada. Algunos autores excluyen a los pulmonados y dicen que los únicos peces de ale-
ta lobulada existentes en la actualidad son los celacantos. Personalmente, me guió por
la terminología que el catedrático Robert Carroll emplea en su libro Vertebrate Paleontology
and Evolution e incluyo a los pulmonados entre los peces de aleta lobulada.
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derivó de las ideas del geólogo Joseph Barrell. Según Romer, lo que
esos peces estaban tratando de hacer era justo lo contrario: regresar
al agua. En épocas de sequía, es muy normal que los peces se queden
atrapados en charcas que se secan. Los individuos capaces de andar y
respirar fuera del agua poseen la enorme ventaja de poder escapar
de una charca condenada a la desaparición y partir en busca de una
más profunda.
Esta admirable teoría ha caído en desuso por diversas razones, a
mi modo de ver no todas igual de convincentes. Por desgracia, Romer
suscribió la creencia imperante en su época de que el Devónico fue
un periodo de sequías, una tesis que en fechas más recientes se ha
puesto en tela de juicio. Sin embargo, no me parece que la teoría de
Romer exija un Devónico seco. Incluso en periodos no particular-
mente áridos, siempre habrá lagunas lo bastante someras como para
poner en peligro la vida de según qué especies de peces. Si en situa-
ciones de extrema sequía las lagunas de un metro de profundidad
habrían corrido el riesgo de secarse, en situaciones de sequía mode-
rada las de 30 centímetros también lo correrían. Para la hipótesis de
Romer, basta con que haya algunas lagunas que se sequen y, en con-
secuencia, algunos peces que podrían salvar la vida emigrando. Aun
cuando a finales del Devónico el mundo estuviese completamente
inundado, podría decirse que eso sencillamente aumentaría el núme-
ro de lagunas susceptibles de secarse, lo que a su vez aumentaría las
oportunidades de salvar la vida de los peces capaces de andar... y de
validar las tesis de Romer. Mi obligación, no obstante, es hacer cons-
tar que la teoría está pasada de moda. Otro argumento en su contra
es que los peces actuales que se aventuran fuera del agua lo hacen
en zonas húmedas (o sea, cuando las condiciones del terreno son
«buenas» para los animales acuáticos, no malas como en la hipótesis
de Romer).
Bien es verdad que existen muchos otros motivos para justificar la
salida a tierra de los peces, tanto temporal como permanentemente.
Los ríos y lagunas pueden volverse inhabitables por varias razones,
no sólo porque se sequen. Pueden verse invadidos de algas, en cuyo
caso, un pez capaz de desplazarse por tierra en busca de aguas más
profundas podría salir beneficiado. Si, como se ha señalado en con-
tra de Romer, en el Devónico imperaba la humedad y no la sequía,
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EL CUENTO DE LA SALAMANDRA
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oregonensis
picta platensis
xanthoptica croceater
eschscholtzii klauberi
En el lado este, los anfibios se van haciendo cada vez más manchados
hasta llegar al caso extremo de klauberi, en el vértice sur. En el oeste,
se van pareciendo cada vez más a la monocroma eschscholtzii que cono-
cimos en la zona de superposición de Camp Wolahi.
Por eso es difícil considerar abiertamente a Ensatina eschscholtzii y
a Ensatina klauberii dos especies distintas. Constituyen una «especie cir-
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dación por todo el resto del perímetro. De haber sido asi, ¿cómo habría
influido en nuestra actitud hacia las otras especies y hacia las discon-
tinuidades aparentes en general?
Muchos de nuestros principios éticos y legales descansan en la sepa-
ración entre Homo sapiens y todas las demás especies. Muchas de las
personas que consideran el aborto un pecado, incluida esa minoría
que llega al extremo de asesinar a los médicos e incendiar las clínicas
donde se practican abortos, comen carne de manera irreflexiva, y no
se preocupan de que haya chimpancés encarcelados en los zoológicos
ni de que se los sacrifique en los laboratorios. ¿Tampoco se preocu-
parían si pudiésemos demostrar que existe una secuencia continua de
criaturas intermedias entre nosotros y los chimpancés, formando
una cadena ininterrumpida de entrecruzamientos como las salaman-
dras de California? Seguro que sí. Pues bien, el hecho de que todos
esos eslabones intermedios se hayan extinguido es pura casualidad. Y
gracias a esa pura casualidad nos resulta tan fácil engañarnos e ima-
ginar que existe un abismo enorme entre nuestras dos especies o, en
general, entre otras dos especies cualesquiera.
Ya he referido en otra ocasión la anécdota de aquel abogado que,
al término de una de mis conferencias, me abordó más que perplejo
y, haciendo uso de toda su perspicacia jurídica, me planteó el siguien-
te e interesante razonamiento. Si la especie A evoluciona hasta con-
vertirse en la especie B, arguyó con impecable lógica, por fuerza tuvo
que haber un momento en el que una cría perteneciese a la especie
B pero sus padres siguiesen perteneciendo a la especie A. Los miem-
bros de especies distintas no pueden, por definición, reproducirse
entre sí. Pero es imposible que una cría sea tan diferente de sus padres
como para no ser capaz de cruzarse con un miembro de la especie de
éstos. ¿No invalida esto, concluyó moviendo simbólicamente el índi-
ce a la manera de los abogados, por lo menos de los abogados de las
películas, la idea misma de evolución?
Aquello equivalía a decir que cuando uno calienta un cazo de agua,
no hay un momento concreto en el que el agua deje de estar fría y
pase a estar caliente, luego es imposible hacerse una taza de té. Como
siempre trato de encauzar las preguntas en un sentido constructivo,
le conté al abogado el caso de las gaviotas argénteas y creo que le inte-
resó. Se había empeñado en colocar a los individuos rígidamente den-
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Según una portavoz del Ministerio de Salud, las estadísticas oficiales indi-
can que 144 de cada 100.000 personas están enfermas de gripe. Dado
que el baremo habitual para las epidemias es de 400 infectados por cada
100.000 habitantes, el Gobierno no la ha definido oficialmente como epi-
demia. Sin embargo, la portavoz añadió: «El profesor Donaldson insiste
en que se trata de una epidemia. Está convencido de que la incidencia es
muy superior a 144 por cada 100.000. El caso se presta a confusión y todo
depende de la definición que se escoja. El profesor Donaldson ha anali-
zado los datos y ha declarado que estamos ante una grave epidemia».
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4. No digo que esto sea un hecho. Ignoro si lo es o no, aunque me imagino que
sí. Es una afirmación implícita en nuestra decisión consensuada de considerar a Homo
ergaster una especie distinta.
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alto. O una tetera deje de estar fría y pase a estar caliente. Las menta-
lidades jurídicas pueden considerar necesario imponer una barrera
entre la adolescencia y la mayoría de edad: la duodécima campanada
en la medianoche del decimoctavo cumpleaños (o del que sea). Pero
todo el mundo entiende que se trata de una ficción (necesaria para
determinados fines). Que pena que no todo el mundo entienda que
el mismo discurso vale, pongamos por caso, para el momento en que
el embrión se hace humano.
A los creacionistas les encantan las lagunas del registro fósil. Lo que
no saben es que los biólogos también tenemos buenos motivos para
adorarlas. Sin las lagunas del registro fósil todo el sistema que usa-
mos para dar nombre a las especies se vendría abajo. No podríamos
poner nombre a los fósiles, tendríamos que asignarles un número o
una posición en un gráfico. O, en lugar de discutir acaloradamente
si un fósil es realmente un Homo ergaster primitivo o un Homo habilis
tardío, podríamos llamarlo habigaster. En el fondo no estaría mal. No
obstante, quizá porque nuestros cerebros evolucionaron en un mun-
do donde la mayoría de las cosas pueden clasificarse en categorías dis-
cretas y, en particular, donde casi todas las especies de transición entre
las especies actuales están extintas, solemos sentirnos más cómodos
designando con nombres distintos las cosas de las que hablamos. Yo
no soy una excepción, ni el lector tampoco, así que no pienso deva-
narme los sesos para evitar referirme con nombres discontinuos a las
especies que aparezcan en estas páginas. Pero en este cuento he tra-
tado de explicar que se trata de una imposición humana, no de algo
intrínseco al mundo natural. Sigamos usando los nombres como si
de verdad reflejasen una realidad discontinua, pero, en nuestro fue-
ro interno, hagamos todo lo posible por recordar que, al menos en
el ámbito evolutivo, no son más que una ficción práctica, una conce-
sión a nuestras limitaciones.
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Solemos ver a los animales jóvenes como una versión a pequeña esca-
la de los adultos que serán, pero esto dista mucho de ser una regla.
La mayoría de las especies gestiona sus ciclos vitales de forma muy
distinta. Las larvas son criaturas especializadas en un tipo de vida total-
mente diferente del de sus padres. Gran parte del plancton consiste
en larvas nadadoras cuya fase adulta (si es que sobreviven, lo cual es
poco probable estadísticamente) será muy diferente. En muchos insec-
tos la fase larvaria es la que lleva a cabo el grueso de la nutrición, de-
sarrollando un cuerpo que terminará transformándose en un adulto
cuyas únicas funciones serán la dispersión de los genes y la reproduc-
ción. En casos extremos como el de las efímeras, el adulto no se ali-
menta en absoluto y, dado que la naturaleza es siempre mezquina,
carece de intestino y de cualquier otro órgano digestivo.
Una oruga es una máquina de comer que, cuando ha alcanzado un
buen tamaño a base de ingerir productos vegetales, recicla su propio
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Encuentro 18
Peces pulmonados
En el Encuentro 18, que tiene lugar hace unos 417 millones de años
en los mares cálidos y poco profundos del límite devónico-silúrico, se
nos une un minúsculo grupo de peregrinos que viene recorriendo
un largo y solitario camino desde el presente. Se trata de los dipnoos
o peces pulmonados, y vienen a nuestro encuentro para echar un vis-
tazo al antepasado que tienen en común con el hombre, una expe-
riencia que seguramente les resulte menos extraña a ellos que a nos-
otros, pues tienen mucho en común con el Contepasado 18. Nuestro
tatarabuelo número 185 millones era un sarcopterigio, un pez de aleta
lobulada, y, desde luego, mucho más parecido a un dipnoo que a un
tetrápodo.
Hoy sólo quedan seis especies de peces pulmonados: Neoceratodus
forsteri, de Australia, Lepidosiren paradoxa, de Sudamérica, y cuatro espe-
cies de Protopterus, de África. El dipnoo australiano parece realmente
un sarcopterigio ancestral, con carnosas aletas lobuladas como las
del celacanto. Las especies africanas y la sudamericana, que están estre-
chamente emparentadas, tienen las aletas reducidas a una especie de
borlas alargadas y, por lo tanto, se parecen menos a los peces de ale-
ta lobulada de los que descienden. Todos los dipnoos respiran aire por
medio de pulmones. Los australianos tienen un solo pulmón, los otros
tienen dos. Las especies africanas y la sudamericana usan los pulmo-
nes para resistir la estación seca. Se entierran en el barro y permane-
cen aletargados, respirando aire a través de un pequeño agujero prac-
ticado en el barro. La especie australiana, en cambio, vive en lagunas
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Millones de años
Ya incorporados
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peces pulmonados
Un fósil viviente es un animal que, pese a estar tan vivo como el lec-
tor o un servidor, se parece muchísimo a sus antepasados ancestrales.
En la línea ancestral que desemboca en un fósil viviente no se han pro-
ducido muchos cambios evolutivos. La casualidad ha querido que el
nombre de los tres fósiles vivientes más famosos, además del dipnoo,
comience por la letra ele: Limulus, Latimeria (el celacanto) y Lingula.
Limulus, el mal llamado cangrejo de las Molucas (que de cangrejo no tie-
ne nada; es una criatura única que a simple vista parece un trilobite
de gran tamaño), pertenece al mismo género que Limulus walchi,
una especie del Jurásico que vivió hace más de 200 millones de años.
Lingula pertenece al filo de los braquiópodos, a veces llamados con-
chas de lámpara. La única lámpara que recuerdan es, como mucho, la
de Aladino, con la mecha saliendo de una especie de pitorro de tete-
ra, pero guardan un parecido realmente espectacular con su propio
antepasado de hace 400 millones de años. Su inclusión en el mismo
género es motivo de discusión, pero lo cierto es que las formas fósiles
son extraordinariamente parecidas a sus representantes actuales.
Aunque la anatomía y, quizá, el modo de vida de estos fósiles vivien-
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peces pulmonados
92 ser humano
100 zarigüeya
ornitorrinco
96 avestruz
100
gallina
tortuga
92 81 97
escinco
caimán
88
88 cecilia
rana
pez pulmonado africano
celacanto
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Encuentro 19
Celacantos
El Contepasado 19, que tal vez sea nuestro tatarabuelo número 190
millones, vivió hace unos 425 millones de años, justo cuando las plan-
tas empezaban a colonizar la tierra y los arrecifes de coral se expandí-
an por el mar. En este encuentro nos reunimos con uno de los grupos
de peregrinos más exiguos e inconsistentes de la historia evolutiva. Sólo
se conoce un género de celacanto que viva en la actualidad, y su descu-
brimiento constituyó una tremenda sorpresa. Keith Thomson describe
con maestría el episodio en su libro Living Fossil: the Story of the Coelacanth.
Los celacantos eran una especie conocida gracias al registro fósil,
pero todo el mundo creía que se habían extinguido antes de los dino-
saurios. Entonces, en 1938, un pesquero sudafricano descubrió en sus
redes un ejemplar vivo. Afortunadamente, el capitán Harry Goosen,
patrón del Nerita, era amigo de Marjorie Courtenay-Latimer, la joven
y entusiasta conservadora del museo East London. Goosen tenía la cos-
tumbre de reservar a su amiga las capturas más interesantes y el 22
de diciembre de 1938 le telefoneó para avisarle de que tenía algo espe-
cial. La joven bajó al muelle y un viejo escocés que formaba parte de
la tripulación le mostró una variopinta colección de peces desechados
que, en principio, no parecían tener mucho interés. Ya estaba a pun-
to de marcharse cuando reparó en algo peculiar.
Vi una aleta azul y, al apartar los que la tapaban, apareció el pez más her-
moso que jamás había visto. Medía un metro y medio y era de color azul
claro con matices malva e irisaciones plateadas.
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Millones de años
Ya incorporados
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300
C
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celacantos
¡Como que me llamo Smith que era un celacanto! Aunque me había pre-
parado de antemano, la primera visión fue como un puñetazo en pleno
rostro: todo me daba vueltas y un hormigueo me recorrió el cuerpo. Me
quedé de una pieza... Me olvidé de todo y, casi con miedo, me acerqué a
tocarlo y acariciarlo, mientras mi mujer me observaba en silencio... Sólo
entonces recuperé el habla, no recuerdo las palabras textuales, pero lo
que vine a decirles fue que era verdad, que estaban en lo cierto, que se
trataba sin lugar a dudas de un celacanto. Ni siquiera yo podía seguir
dudándolo.
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Encuentro 20
Actinopterigios
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Incorporación de los actinopterigios
N E K J T P C D S O
CZ MZ PZ
Ya incorporados
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Esturiones y peces espátula (Acipenseriformes)
Bichires (Polipteriformes)
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Gaspares (Semionotiformes)
Amias (Amiiformes)
Arahuacas, peces cuchillo, etc. (Osteoglosomorfos)
Anguilas, tarpones, etc. (Elopomorfos)
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Millones de años
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100
0
40 0
200
300
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actinopterigios
Cuando mi hija Juliet era pequeña, siempre pedía a los adultos que
le dibujasen un pez. Mientras yo por ejemplo estaba escribiendo un
libro, ella llegaba corriendo, me ponía un lápiz en la mano y gritaba:
«¡Dibújame un pez, papá, dibújame un pez!». El pez de dibujos ani-
mados que yo le dibujaba rápidamente para tener la fiesta en paz (y
el único que ella aceptaba) era siempre el mismo: el clásico pez de
toda la vida, tipo arenque o perca, visto de perfil y muy aerodinámi-
co, con una aleta triangular arriba, otra abajo, una cola triangular y,
como remate, un ojo enmarcado por la curva de las agallas. Creo recor-
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actinopterigios
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1. En realidad, las arañas, más que comerse a sus presas troceadas se las comen
licuadas. Les inyectan líquidos digestivos y después las sorben como por una pajita.
2. Las serpientes lo hacen desencajándose el cráneo. Para una serpiente, comer
debe de suponer un suplicio comparable al de dar a luz para una mujer.
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Otro grupo de teleósteos andantes son los saltarines del fango, como,
por ejemplo, Periophtalmus, el protagonista de este cuento. Algunos de
estos peces, de hecho, pasan más tiempo fuera del agua que dentro.
Se alimentan de insectos y arañas, presas que, por lo general, no se
encuentran en el mar. Es posible que nuestros antepasados del Devónico
cosechasen beneficios semejantes cuando salieron por primera vez
del agua, pues tanto las arañas como los insectos se les habían adelan-
tado y ya vivían en tierra firme. Periophtalmus colea y se arrastra por el
fango usando las aletas pectorales, cuyos músculos están tan desarrolla-
dos que son capaces de sostener todo el peso del pez. De hecho, parte
del cortejo de los saltarines del fango tiene lugar en tierra, y, en oca-
siones, los machos se dedican a hacer flexiones, como algunos lagartos,
para que las hembras les vean la barbilla y la garganta, ambas de color
dorado. Los huesos de las aletas también han evolucionado por conver-
gencia y se asemejan a los de tetrápodos como la salamandra.
Los saltarines del fango pueden dar saltos de más de medio metro
plegándose de lado y estirándose bruscamente (de ahí algunos de los
múltiples nombres con que se les conoce en diversos lugares: saltafan-
gos, pez rana, pez canguro, etc.). Otro apelativo frecuente, pez trepador, se
debe a su hábito de trepar a los mangles en busca de presas. Se agarran
a los troncos con las aletas pectorales, ayudándose de una especie de
ventosa que forman juntando las aletas pélvicas bajo el cuerpo.
Al igual que los ya mencionados peces lacustres, los saltarines
del fango respiran introduciendo aire en sus húmedas cámaras bran-
quiales. También absorben oxígeno a través de la piel, que han de
mantener siempre húmeda. Cuando corren peligro de deshidratar-
se se revuelcan en un charco. Sus ojos son especialmente vulnerables
a la sequedad, por eso de vez en cuando se los restriegan con una ale-
ta húmeda. Los tienen muy juntos, casi en lo alto de la cabeza y, como
las ranas y los cocodrilos, los usan de periscopio para escudriñar la
superficie sin sacar el cuerpo del agua. Cuando están en tierra, los
retraen periódicamente dentro de las cuencas para humedecerlos.
Antes de salir del agua para darse un paseo por la tierra, los saltari-
nes del fango se llenan de agua las cavidades branquiales.
El autor de un célebre libro sobre la conquista de la tierra recoge
el testimonio de un pintor del siglo XVIII que vivió en Indonesia y tuvo
un pez rana en su casa durante tres días:
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actinopterigios
El lago Victoria es el tercer lago más grande del mundo, pero también
uno de los más jóvenes. Según pruebas geológicas, apenas tiene unos
100.000 años de antigüedad. Alberga una cantidad enorme de espe-
cies endémicas de cíclidos. El término endémicas significa que no se
encuentran en ningún otro lugar y que presumiblemente evolucio-
naron allí. Dependiendo de si el ictiólogo de turno es un generalista
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actinopterigios
vada, sobre todo si se compara con las tasas evolutivas que vimos en
«El Cuento del Pinzón de las Galápagos». De cualquier forma, un rit-
mo tan rápido y prolífico de especiación sostenida representa una
verdadera hazaña según los parámetros evolutivos habituales, moti-
vo por el cual los cíclidos del lago Victoria son toda una leyenda entre
los biólogos.3
Los lagos Tanganyka y Malawi sólo son un poco más pequeños
que el Victoria, pero mientra éste es ancho y de aguas someras, aqué-
llos son típicos lagos del Valle del Rift: alargados, estrechos y muy
profundos. Su formación tampoco es tan reciente como la del Victoria.
El Lago Malawi, del que ya he dicho con nostalgia que fue el marco
de mis primeras vacaciones «en la playa», tiene entre uno y dos millo-
nes de años de antigüedad. El lago Tanganyika es el más viejo de los
tres: entre 12 y 14 millones. A pesar de estas diferencias, los tres tie-
nen en común el extraordinario rasgo que sirve de hilo conductor a
este cuento. Todos rebosan de cientos de especies endémicas de peces
cíclidos exclusivas de cada lago en particular. Las especies del lago
Victoria son completamente diferentes de las especies del Tanganyika
y las especies del Malawi son completamente diferentes de las de éstos
dos. Sin embargo, cada uno de esos tres conjuntos de centenares de
especies ha producido, por evolución convergente dentro de su pro-
pio lago, una gama de tipos sumamente similar. Es como si una sola
especie de haplocrominos (o muy pocas) hubiese entrado en cada uno
de los lagos cuando estaban recién formados, tal vez por un río. A par-
tir de tan modestos comienzos, una sucesión de subdivisiones evolu-
tivas dio lugar a cientos de especies de cíclidos que terminaron com-
poniendo prácticamente el mismo abanico de tipos en cada uno de
los tres grandes lagos. Esta rápida diversificación en muchos tipos dife-
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actinopterigios
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actinopterigios
Una respuesta podría ser que, desde el punto de vista de los peces,
dentro de un gran lago hay muchas islas pequeñas. Los tres grandes
lagos africanos tienen arrecifes aislados. En este contexto arrecife no
significa, obviamente, arrecife coralino, sino, según el diccionario,
«bajío o cadena de rocas, guijarros o arena, situado casi a flor de agua».
Estos arrecifes lacustres están cubiertos de algas y muchos tipos de
cíclidos se alimentan de ellas. Para uno de estos cíclidos un arrecife
bien puede constituir una isla, separada del siguiente arrecife por aguas
profundas y a una distancia lo bastante grande como para suponer
una barrera al flujo génico. Aunque sean capaces de nadar de un arre-
cife a otro, no querrán hacerlo. Existen pruebas genéticas a este res-
pecto, obtenidas de un estudio llevado a cabo en el Lago Malawi con
una especie de cíclido llamada Labeotropheus fuelleborni. Diversos indi-
viduos que habitaban en extremos opuestos de un gran arrecife pre-
sentaban la misma distribución de genes, lo que indica un abundan-
te flujo génico a lo largo del arrecife. Sin embargo, cuando los
investigadores hicieron un muestreo de la misma especie en otros arre-
cifes separados por aguas profundas, se encontraron con diferencias
significativas en el color y en los genes. Bastaba una distancia de dos
kilómetros para provocar una separación genética apreciable y, cuan-
to mayor era la distancia, más se acentuaba la divergencia genética.
Otras pruebas proceden de un experimento natural en el lago Tanganyika.
A comienzos de la década de 1970 una fuerte tormenta formó un nue-
vo arrecife a 14 kilómetros del más cercano. Sobre el papel debería
haber sido un hábitat idóneo para cíclidos de arrecife, pero cuando
varios años después se examinó el lugar no había ni uno. Está claro
que, desde el punto de vista de los peces, efectivamente, en estos gran-
des lagos hay islas.
Para que la especiación se produzca tiene que haber poblaciones
lo bastante aisladas como para que el flujo génico entre ellas sea poco
frecuente, pero no tanto como para que no llegue ningún individuo
fundador. La fórmula de la especiación es «que fluyan los genes pero
no mucho». Así reza el epígrafe de una de las partes de The Cichlid
Fishes, el libro de George Barlow que ha sido mi principal fuente de
inspiración a la hora de redactar este cuento. Barlow comenta otro
estudio genético realizado en el Lago Malawi con cuatro especies de
cíclidos que habitan en otros tantos arrecifes separados más o menos
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Lago Kyoga
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actinopterigios
4. Los ojos pueden convertirse en un lujo aún más gravoso si se infectan o se irri-
tan, lo cual, probablemente, explique por qué los topos los han reducido al máximo.
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actinopterigios
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EL CUENTO DE LA PLATIJA
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actinopterigios
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Encuentro 21
Tiburones y semejantes
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Millones de años
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Incorporación de los tiburones y semejantes
N
Jaquetones, peces martillo, tiburones nodriza, etc. (Galeos)
Quimeras (Holocéfalos)
Grupo principal
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tiburones y semejantes
cabeza en forma de T y por ese par de ojos más separados que los de
un alienígena de ciencia ficción, como si este tiburón fuese el fruto
de la imaginación de un artista ebrio. ¿Y qué decir de Alopias, el zorro
marino? ¿No es otra obra de arte, otro candidato a ingresar en la fau-
na onírica? El lóbulo superior de la cola es casi tan largo como el res-
to del cuerpo. Los zorros marinos usan esas prodigiosas cuchillas,
primero, para acorralar a las presas, y después, para matarlas de un
tajo. En cierta ocasión, uno de estos tiburones, hostigado por unos
pescadores en un barco, decapitó a uno de ellos con un solo latigazo
de su espléndida cola.
Los tiburones, las rayas y otros peces cartilaginosos o condrictios se
nos unen en el Encuentro 21, hace 460 millones de años, en los mares
que bañan los gélidos yermos del Ordovícico medio. La diferencia más
llamativa entre los nuevos peregrinos y todos los demás es que los tibu-
rones no tienen huesos. Su esqueleto es de cartílago. Los seres huma-
nos también usamos el cartílago para determinadas funciones como,
por ejemplo, recubrir las articulaciones y en estado embrionario todo
nuestro esqueleto comienza siendo de cartílago flexible. Posterior-
mente, casi todo ese cartílago se osifica como consecuencia de la incor-
poración de cristales minerales, en su mayoría de fosfato cálcico. Salvo
los dientes, el esqueleto de los tiburones nunca experimenta esta trans-
formación; así y todo, es lo bastante rígido como para amputarnos una
pierna de un bocado.
Los tiburones carecen de la vejiga natatoria que contribuye al éxi-
to de los peces óseos, y muchos de ellos están obligados a nadar cons-
tantemente para mantenerse a la profundidad deseada. Controlan el
empuje hidrostático gracias a la retención de úrea en la sangre y a un
gran hígado rico en aceite. Dicho sea de paso, algunos peces óseos
usan aceite en lugar de gas en sus vejigas natatorias.
Si alguien fuese tan imprudente como para acariciar a un tibu-
rón, se encontraría con que toda la piel parece de lija (al menos si la
acariciase a contrapelo). El motivo es que está cubierta de dentículos
dérmicos, minúsculas escamas afiladas que parecen dientes. De hecho,
la temible dentadura de los tiburones es en sí misma una modifica-
ción evolutiva de los dentículos dérmicos.
Casi todos los tiburones y rayas viven en el mar, aunque unos pocos
géneros se aventuran por estuarios y ríos. En Fiji solían darse ataques
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tiburones y semejantes
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Encuentro 22
Lampreas y mixinos
El Encuentro 22, donde nos reunimos con las lampreas y los mixinos,
tiene lugar en los mares cálidos de principios del Cámbrico, es decir,
hace unos 530 millones de años, y calculo que el Contepasado 22
fue nuestro tatarabuelo número 240 millones. Las lampreas y los mixi-
nos son insignes representantes de la época en que surgieron los
vertebrados. Aunque lo más práctico es colocarlos juntos en virtud
de su carencia de mandíbulas y de aletas, he de reconocer que muchos
morfólogos consideran a las lampreas parientes más cercanos del
ser humano que de los mixinos. Según esta escuela de pensamiento,
deberíamos reunirnos con las lampreas en el Encuentro 22 y con los
mixinos en el 23. En cambio, los biólogos moleculares insisten en que
ambas especies se nos unen en el mismo punto de encuentro y ésta
es la opinión que adoptaremos provisionalmente en estas páginas.
Sea como fuere, debo aclarar que ni las lampreas ni los mixinos hacen
justicia al conjunto de los peces agnatos, la mayoría de los cuales están
extintos.
Las lampreas y los mixinos guardan un parecido superficial con las
anguilas y tienen el cuerpo blando; sin embargo, cuando los peces
agnatos dominaban los mares, en la era de los peces del Devónico,
muchos de ellos, denominados ostracodermos, tenían el cuerpo cubier-
to de una dura coraza ósea y algunos, a diferencia de las lampreas y
los mininos, tenían aletas pares. Esto desmiente la hipótesis de que los
huesos son un rasgo avanzado de los vertebrados, que habría sustitui-
do al cartílago. Los esturiones y algunos otros peces óseos poseen, al
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Millones de años
Lampreas (Cefalaspidomorfos)
Ya incorporados
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mixinos, de los que posteriormente
divergirían a su vez las lampreas. Los
S
marinus).
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lampreas y mixinos
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lampreas y mixinos
1. Este fósil del Cámbrico, clasificado en un primer momento como gusano ané-
lido, fue identificado posteriormente como protocordado, en calidad de lo cual tuvo un
papel estelar en el libro La vida maravillosa, de S. J. Gould.
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lampreas y mixinos
EL CUENTO DE LA LAMPREA
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lampreas y mixinos
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Encuentro 23
Peces lanceta
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Millones de años
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peces lanceta
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peces lanceta
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Encuentro 24
Tunicados
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Millones de años
Ya incorporados
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tunicados
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tunicados
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Encuentro 25
Ambulacrarios
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Incorporación de las estrellas de mar y semejantes
N E K J T P C D S O E
CZ MZ PZ NP
Ya incorporados
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Xenoturbélidos
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Pterobranquios
Enteropneustos
Lirios de mar (Crinoideos)
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Ofiuras (Ofiuroideos)
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ambulacrarios
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ambulacrarios
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ciento guarda con nosotros un parentesco más cercano que las estre-
llas de mar. La mayor parte del reino animal todavía no se ha incor-
porado a nuestra peregrinación y casi toda esa inmensa horda de pere-
grinos llegará de golpe en el Encuentro 26. Los protóstomos están a
punto de apabullar incluso a la multitud de peregrinos que ya está
en marcha.
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Encuentro 26
Protóstomos
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Incorporación de los protóstomos
N E K J T P C D S O E
CZ MZ PZ NP
Ya incorporados
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Gusanos sagitados (Quetognatos)
Tardígrados u osos de agua (Tardígrados)
Onicóforos o gusanos aterciopelados (Onicóforo)
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Millones de años
Sipuncúlidos
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protóstomos
animales pasan por esta estapa, luego cabe presumir que es una carac-
terística antiquísima. Lo lógico sería suponer que una apertura tan
fundamental se convierta en uno de los dos orificios principales del
cuerpo, y con razón. Pero he aquí la gran división del reino animal,
entre los Deuteróstomos (todos los peregrinos anteriores al Encuentro
26, incluidos nosotros) y los Protóstomos (la ingente multitud que se
nos une en el Encuentro 26).
En la embriología de los Deuteróstomos, el destino del blastopo-
ro es convertirse en el ano (o, como mínimo, el ano se desarrolla cer-
ca del blastoporo). La boca aparece después, un orificio diferente en
el extremo opuesto del intestino. Los Protóstomos lo hacen de otra
forma: en unos, el blastoporo se convierte en la boca, y el ano apare-
ce después; en otros, el blastoporo es una hendidura que posterior-
mente se fusiona en el medio: uno de los extremos todavía abiertos
se convierte en la boca, y el otro en el ano. Protóstomo significa «la
boca en primer lugar». Deuteróstomo significa «la boca en segundo
lugar».
Esta clasificación embriológica tradicional del reino animal se ha
visto confirmada por los modernos análisis moleculares. Efectivamente,
hay dos grandes tipos de animales, los deuteróstomos (nuestro gru-
po) y los protóstomos (todos los demás). Ahora bien, los revisionistas
moleculares (en cuyo criterio me baso) han colocado en el subreino
de los Protóstomos algunos filos que solían incluirse en el de los
Deuteróstomos. Se trata de los tres filos conocidos como lofoforados
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protóstomos
poder tomarse en serio cualquier posible relación entre ellos. Los filos
estaban separados por un abismo prácticamente insalvable. Hoy en
día, la comparación molecular indica que los filos están mucho más
conectados de lo que se creía. En cierto modo, era algo obvio: nadie
pensaba que los filos animales hubiesen surgido del limbo primor-
dial por separado. Tenían que estar relacionados entre sí según el mis-
mo modelo jerárquico de los elementos que los constituyen. Lo úni-
co que ocurría es que esas conexiones se perdían en la noche de los
tiempos y eran difíciles de apreciar.
Había excepciones. Basándose en la embriología, los taxónomos
admitían el agrupamiento Protóstomos-Deuteróstomos por encima
del nivel del filo. Y dentro de los Protóstomos se aceptaba mayorita-
riamente que los Anélidos (las lombrices segmentadas, las sanguijue-
las y los poliquetos) estaban relacionados con los Artrópodos en tan-
to que ambos tenían un plan corporal segmentado. Como veremos
más adelante, esta conexión en particular parece ser errónea: hoy en
día los Anélidos se asocian con los moluscos. A decir verdad, siempre
resultó desconcertante que la larva de los anélidos marinos se pare-
ciese tanto a la de muchos moluscos; no en vano se las conoce por el
mismo nombre: larva trocófora. Si es correcto colocar a los anélidos
en la misma categoría que los moluscos, eso significa que lo que se
inventó dos veces fue la segmentación (por los anélidos y los artrópo-
dos), no la larva trocófora (por los anélidos y los moluscos). El paren-
tesco entre los anélidos y los moluscos, y su separación de los artró-
podos, es una de las mayores sorpresas que la genética molecular ha
deparado a los zoólogos que crecimos estudiando una taxonomía basa-
da en la morfología.
A partir de los análisis moleculares, los filos de los protóstomos se
agrupan en dos, o puede que tres, grupos principales que, supongo,
podríamos llamar superfilos. Algunos expertos se resisten a aceptar esta
clasificación, pero yo, sin dejar de reconocer que podría ser errónea,
voy a seguir utilizándola. Los dos primeros superfilos se llaman Ecdisozoos
y Lofotrocozoos. El tercer superfilo, que no goza de tanta aceptación
pero que prefiero considerar como tal en lugar de agruparlo con los
lofotrocozoos, como hacen algunos, es el de los Platizoos.
Los Ecdisozoos deben su nombre a su característico hábito de cre-
cer por muda: la llamada ecdisis (voz griega que más o menos signifi-
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2. Existen unos milpiés maravillosos (la especie Glomeris marginata) que se pare-
cen a las cochinillas de humedad y se comportan exactamente igual. Son uno de mis
ejemplos favoritos de evolución convergente.
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3. Stephen Gould los comparó en un estupendo ensayo titulado «Barcos que pasan
en la noche».
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Ceci n’est pas une coquille. Braquiópodo fósil (Doleorthis) del Silúrido.
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Mi intención inicial era poner «El Cuento del Gusano» en los labios
grisáceos y fangosos de una arenaria o gusano de cordel4 pero, por
desgracia, las arenarias pasan la mayor parte del tiempo en una gale-
ría con forma de U, que, como enseguida veremos, es justamente lo
menos indicado para nuestro cuento. Lo que nos hace falta es el típi-
co gusano que se arrastre o nade con decisión hacia delante, un gusa-
no para el que los términos delante y detrás, izquierda y derecha, arriba y
abajo, tengan un sentido claro y evidente. Así que vamos a adjudicar
el papel de narrador a un pariente cercano de la arenaria: Nereis, la
miñoca de mar o gusana del fango. Un artículo publicado en 1884
en una revista de pescadores decía así: «El cebo que se utiliza es el
ciempiés acuático llamado gusana del fango». La gusana, naturalmen-
te, no es un ciempiés, sino un poliqueto que vive en el mar, por cuyo
fondo suele arrastrarse, aunque, llegado el caso, también es capaz de
nadar.
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protóstomos
Las artemias o gambas de las salinas son unos crustáceos que nadan de
espaldas y que, por tanto, tienen el cordón nervioso en el lado que
mira al cielo (el verdadero lado ventral). El pez gato invertido, Synodontis
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6. Basada en la idea conocida como el efecto Baldwin. A simple vista, puede sonar
a lamarckianismo, a herencia de características adquiridas, pero no es así. El aprendi-
zaje no se graba en los genes. Lo que la selección natural favorece es la propensión
genética a aprender ciertas cosas. Al cabo de generaciones y generaciones sometidas
a dicha selección, los descendientes evolucionados aprenden tan rápido que el com-
portamiento deviene instintivo.
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Dale la vuelta al pez. Pez gato invertido (Synodontis nigriventris) en posición típica.
El pez gato invertido, por más que su inversión sea, sin lugar a dudas,
reciente, ya ha dado un significativo paso en esa dirección evolutiva.7
Su nombre en latín es Synodontis nigriventris. Nigriventris significa «de
vientre negro», dato éste que da pie a una interesante reflexión al final
de «El Cuento de la Artemia Salina». Una de las principales diferen-
cias entre arriba y abajo es la dirección predominante de la luz. Aunque
los rayos del sol no sean siempre verticales, suelen venir de arriba, no
de abajo. Si levantamos la mano, incluso en un día nublado, veremos
que tenemos el dorso más iluminado que la palma. Este hecho resul-
ta clave por cuanto nos permite, a nosotros y a muchos otros anima-
les, reconocer objetos sólidos y tridimensionales. Un objeto curvo de
color uniforme, como un gusano o un pez, parece más claro por arri-
ba y más oscuro por debajo. No me refiero a la sombra que proyecta
su cuerpo, sino a un efecto más sutil. Un degradado de tonos, desde
los superiores, más claros, hasta los inferiores, más oscuros, revela deli-
cadamente la curvatura del cuerpo.
La cosa también funciona a la inversa. La fotografía de los cráte-
res de la luna está colocada al revés. Si el ojo del lector (o, mejor dicho,
el cerebro) funciona igual que el mío, los cráteres le parecerán coli-
nas. Basta dar la vuelta al libro para que la luz parezca venir de otra
dirección y las colinas se conviertan en los cráteres que realmente son.
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8. Aunque debo reconocer que el hábito del pez gato invertido se conoce desde
hace mucho tiempo: en murales y grabados del Antiguo Egipto ya aparece represen-
tado en su posición característica.
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10. La estridulación es la manera que tienen los grillos y los saltamontes de produ-
cir sonido. Los saltamontes se frotan las patas contra las coberturas de las alas. Los
grillos se frotan las coberturas de las alas una contra otra. Los dos suenan parecido,
aunque el chirrido de los saltamontes es más zumbón y el de los grillos más musical.
De cierto grillo arborícola se ha llegado a decir que si se pudiese oír la luz de la luna,
sonaría así. Las cigarras son muy diferentes. Producen ruido desplazando hacia den-
tro y hacia fuera parte de la pared torácica, como cuando de niños hacíamos ranitas
apretando rápida y repetidamente con el pulgar una tapa de lata de conservas. El resul-
tado es un zumbido continuo y por lo general muy estridente que suele presentar
modulaciones de enorme complejidad, características de cada especie.
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mente con los de otra y todos nos definimos, sin lugar a dudas ni a
controversias, como miembros de la misma especie. «El Cuento del
Saltamontes» trata de las razas y las especies, de la dificultad de defi-
nir ambos conceptos, y de cómo atañe todo esto a las razas humanas.
El término raza no tiene un significado preciso. El de especie, como
ya hemos visto, es diferente. Existe un método plenamente aceptado
para determinar si dos animales pertenecen a la misma especie: ¿son
capaces de cruzarse? Ni que decir tiene que si los dos son del mismo
sexo, si son demasiado jóvenes o viejos, o si uno de los dos es estéril,
no podrán cruzarse. Pero eso son tiquismiquis fáciles de sortear. En
el caso de los fósiles, que evidentemente no pueden reproducirse entre
sí, también aplicamos el criterio del cruzamiento y nos planteamos la
siguiente pregunta: ¿consideramos probable que si estos dos anima-
les no fuesen fósiles sino seres vivos, fértiles y del sexo opuesto, serí-
an capaces de cruzarse?
El criterio del cruzamiento confiere a las especies un estatus úni-
co en el escalafón taxonómico. Por encima del rango de especie está
el de género, que no es más que un grupo de especies bastante pare-
cidas entre sí. No existe ningún criterio objetivo para determinar cuán
parecidas han de ser, y lo mismo cabe decir de todos los niveles supe-
riores: familia, orden, clase, filo y todos los rangos sub- y super- inter-
medios. Por debajo de la categoría de especie, los términos raza y subes-
pecie se usan más o menos indistintamente y tampoco existe un criterio
objetivo que nos permita determinar si dos personas deben conside-
rarse de la misma raza o no, ni cuántas razas hay. Además, por supues-
to, de una dificultad añadida que no se presenta por encima del ran-
go de especie y es la de que las razas se cruzan, con lo cual hay muchos
individuos de raza mestiza.
Es de suponer que las especies, dentro del proceso que las torna
lo bastante distintas como para ser incapaces de cruzarse, pasan por
una fase intermedia en la que constituyen razas diferentes. Cabría con-
siderar a las diversas razas como especies en ciernes, sólo que esto no
implica necesariamente que el proceso continúe hasta el final, esto es,
hasta la especiación.
El criterio de cruzamiento funciona bastante bien y en el caso de
los seres humanos y sus presuntas razas dicta un veredicto inapela-
ble: todas las razas humanas se cruzan entre sí. Todos los humanos
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Y quizá porque es negro, sus severas críticas han tenido un amplio eco
entre...
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11. El de los leopardos, a decir verdad, tampoco. Pero las panteras negras, que en
el pasado se pensaba constituían una especie distinta, se diferencian de los leopardos
en un solo locus genético.
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co que lleva corbata roja». Con ello se burló de una forma simpática
de los esfuerzos sobrehumanos que hace la gente para fingir que no
percibe las diferencias raciales. Creo recordar que los Monty Python
tenían un sketch parecido. No obstante, no podemos descartar la evi-
dencia genética que indica que, en contra de lo que parece, somos
una especie excepcionalmente uniforme. ¿Cuál es la solución de este
conflicto entre la apariencia y la realidad de los datos científicos?
Es absolutamente cierto que, si se calcula la variación total de la
especie humana y se divide entre un componente interracial y un com-
ponente intrarracial, el primero resulta ser una fracción muy peque-
ña del total. Casi toda la variación entre los seres humanos puede hallar-
se tanto dentro de las razas como fuera de ellas; lo que diferencia a
unas razas de otras es tan sólo una mínima porción de variación adi-
cional. Todo eso es correcto. Lo que ya no es correcto es inferir que
el concepto de raza carece de sentido. Esta idea la acaba de expresar
claramente el ilustre genetista de Cambridge, A. W. F. Edwards, en un
artículo titulado «Diversidad genética humana: la falacia de Lewontin».
R. C. Lewontin es otro genetista de Cambridge (Massachusetts) no
menos ilustre, famoso por la firmeza de sus convicciones políticas y
la manía de sacarlas a relucir en cualquier discusión científica a la míni-
ma oportunidad. Su concepción de la raza se ha convertido en un dog-
ma poco menos que universal en los círculos científicos. En un céle-
bre artículo de 1972 escribió:
Ésta es, punto por punto, la idea que he dado por buena más arriba
y es lógico que así sea teniendo en cuenta que la mayor parte de mi
exposición está basada en Lewontin. Pero veamos cómo prosigue el
genetista:
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La clasificación racial del ser humano no tiene ningún valor social y des-
truye efectivamente las relaciones sociales y humanas. Teniendo en cuen-
ta, además, que carece de toda relevancia tanto en sentido genético como
taxonómico, no hay justificación posible para seguir empleándola.
12. Da la casualidad de que el propio Lewontin fue uno de los primeros biólogos
que hicieron uso de la teoría de la información, y, de hecho, la empleó en ese artículo
sobre la raza, aunque con otra finalidad: la utilizó como herramienta estadística para
calcular la diversidad.
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13. Hace pocos años sir Roger Bannister se metió en un buen lío por decir algo
parecido. Los motivos se me escapan, salvo que se trate de la susceptibilidad exacer-
bada de la gente cuando se toca el tema de la raza.
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Las personas son individuos y como tales son diferentes, mucho más
diferentes de otros miembros de su propio grupo de lo que los gru-
pos lo son entre sí. En este tema no cabe duda de que Lewontin tie-
ne toda la razón.
El acuerdo entre observadores indica que la clasificación racial algo
tiene de informativa, pero ¿de qué nos informa? Pues de nada más que
las características a que se refieren los observadores cuando concuer-
dan, detalles como la forma de los ojos o el tipo de cabello: nada
más, salvo que se nos den más motivos para creerlo. Por alguna razón,
parece ser que son los rasgos superficiales, externos y triviales los que
se correlacionan con la raza; sobre todo los rasgos faciales. Pero, ¿por
qué son tan distintas las razas humanas tan sólo en esas característi-
cas aparentemente llamativas? ¿O es que, como observadores, estamos
predispuestos a reparar en ellas? ¿Por qué otras especies parecen
uniformes comparadas con la nuestra y los humanos, en cambio, exhi-
bimos diferencias que, si nos las encontrásemos en cualquier otro lugar
del reino animal, nos harían sospechar que estamos ante especies
distintas?
La explicación más aceptable políticamente es que los miembros
de cualquier especie tienen una agudizada sensibilidad a las diferen-
cias entre sus congéneres. Según esta tesis, se trata simplemente de
que los humanos advertimos las diferencias entre nosotros con más
facilidad que las que se dan entre los miembros de otras especies.
Los chimpancés, que nos resultan casi idénticos, son tan diferentes
para los propios chimpancés como para nosotros un kikuyo y un holan-
dés. Con la esperanza de confirmar esta hipótesis a nivel intrarracial,
el eminente psicólogo estadounidense H. L. Teuber, experto en los
mecanismos cerebrales del reconocimiento facial, le pidió a un estu-
diante universitario chino que estudiase la cuestión de por qué los
occidentales piensan que los chinos son más parecidos entre sí que los
occidentales. Al cabo de tres años de intensa labor investigadora, el
universitario dio a conocer su conclusión: «¡Es que los chinos son real-
mente más parecidos que los occidentales!». Teniendo en cuenta
que Teuber me contó esta historia con muchos guiños y mucho enar-
camiento de cejas, lo que en su caso es señal de que se avecina un chis-
te, no sé si será verdad o no, pero no tengo inconveniente en creér-
mela y desde luego no me parece que nadie deba molestarse.
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15. Un problema potencial que habría que resolver si se pretende continuar pos-
tulando esta idea es que, según la teoría de la genética matemática, tanto en el caso
de la separación geográfica como, implícitamente, en el de la cultural, la separación
ha de ser poco menos que absoluta para que la diferenciación genética se mantenga.
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16. Casualmente, el primero que formuló esta analogía fue sir Patrick Bateson,
pariente de sir William.
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mente dicha. Durante todo este proceso, como ya digo, persisten los
gradientes químicos originales. El resultado es que los diferentes núcle-
os celulares del embrión estarán bañados en diferentes concentra-
ciones de sustancias químicas clave, correspondientes a los gradientes
bidimensionales originales, y esto hará que en cada célula se active
un gen diferente (estamos hablando, por supuesto, de los genes del
embrión, no de los de la madre). Así es cómo empieza la diferencia-
ción de las células. En estadios más avanzados del desarrollo, las pro-
yecciones de este principio aumentan la diferenciación. Los gradien-
tes originales creados por los genes de la madre dan paso a otros
gradientes más complejos creados por los genes del propio embrión.
Posteriores bifurcaciones en los linajes de las células embrionarias
generan más diferenciaciones.
En los artrópodos el cuerpo experimenta una división a gran esca-
la, pero no en células sino en segmentos. Los segmentos están dispues-
tos en línea, desde la cabeza hasta el extremo del abdomen. La cabe-
za de los insectos consta de seis segmentos; las antenas están en el
segundo segmento, y las mandíbulas y otras partes de la boca, en los
siguientes. En los adultos, los seis segmentos están comprimidos en
un espacio reducido, por lo que el alineamiento antero-posterior no
se aprecia con tanta claridad como en los embriones. Los tres segmen-
tos torácicos (T1, T2 y T3) presentan un alineamiento evidente, con
un par de patas cada uno. El T2 y el T3 suelen portar alas, aunque en
Drosophila y otras moscas sólo tiene alas el T2.17 En el T3 el segundo
par de «alas» se ha transformado en los llamados halterios, unos peque-
ños órganos vibrátiles con forma de alfileres que funcionan como girós-
copos en miniatura para estabilizar el vuelo de la mosca. Algunos insec-
tos fósiles primitivos tenían tres pares de alas, un par en cada uno de
los tres segmentos torácicos. Detrás de los segmentos torácicos hay
unos cuantos segmentos abdominales (algunos insectos tienen 11,
Drosophila tiene 8, dependiendo de cómo se consideren los genitales,
situados en el extremo trasero). Las células saben (en el sentido ya
17. Otros insectos, como las cucarachas y los escarabajos, vuelan únicamente con
alas T3, habiendo transformado las alas T3 en unas láminas duras y rígidas de protec-
ción llamadas élitros. Como hemos visto, los saltamontes y los grillos han modificado
posteriormente los élitros, convirtiéndolos en órganos estridulantes.
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serie del ratón que a los otros siete genes de su misma serie. Y están
colocados en el mismo orden a lo largo de sus respectivos cromoso-
mas. Cada uno de los ocho genes de Drosophila tiene, como mínimo,
un representante en la serie de 13 genes del ratón. Esta precisa coin-
cidencia entre los genes de Drosophila y los del ratón sólo puede indi-
car herencia compartida: la herencia del Contepasado 26, el gran pro-
genitor de todos los Protóstomos y todos los Deuteróstomos. Esto
significa que la inmensa mayoría de animales descendemos de un ante-
pasado que tenía genes Hox dispuestos en el mismo orden lineal que
las actuales Drosophila y los vertebrados modernos. El dato es increí-
ble: el Contepasado 26 no sólo tenía genes Hox sino que los tenía colo-
cados en el mismo orden que nosotros.
Como ya he dicho, eso no significa que el Contepasado 26 tuviese
el cuerpo dividido en segmentos discretos. Es más, probablemente no
lo tenía, pero seguro que presentaba un gradiente longitudinal des-
de la cabeza hasta la cola transmitido por la serie homóloga de genes
Hox dispuestos correctamente a lo largo de un cromosoma. Habida
cuenta de que los contepasados están muertos y, por tanto, lejos del
alcance de los biólogos moleculares, la búsqueda de genes Hox en
sus descendientes actuales se convierte en una cuestión de sumo inte-
rés. El Contepasado 26 es el antepasado que tenemos en común con
los peces lanceta. Dado que Drosophila, que es un pariente más leja-
no, tiene la misma serie anteroposterior que los mamíferos, sería
muy preocupante que no la tuviesen los peces lanceta. Mi colega Peter
Holland y su equipo de investigación han estudiado el tema y los resul-
tados son muy satisfactorios. El diseño corporal modular de los peces
lanceta está efectivamente regulado por genes Hox (14 en total) y estos
están correctamente alineados a lo largo del cromosoma. A diferen-
cia de los ratones, pero al igual que las moscas del vinagre, sólo tie-
nen una serie, no cuatro paralelas. Parece ser que todo el conjunto
se ha duplicado cuatro veces a lo largo de la línea evolutiva que va
del Contepasado 26 a los mamíferos actuales, seguido de pérdidas
esporádicas de algunos genes concretos.
¿Qué ocurre con otros animales, escogidos estratégicamente en
función de lo que puedan revelarnos sobre otros contepasados en par-
ticular? Menos en los ctenóforos y las esponjas (véanse los Encuentros
29 y 31, respectivamente), se han encontrado genes Hox en todos los
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lizamos el eje Hox como un gusano, no hay cinco gusanos, uno para cada
brazo, sino uno solo, enroscado dentro de la larva. El extremo anterior
del gusano produce el brazo número 1; el extremo posterior produce
el brazo número 5. Lo lógico, por tanto, sería que las mutaciones home-
óticas de las estrellas de mar generasen muchos brazos, y efectivamen-
te, se conocen estrellas de mar mutantes con seis brazos, como el pro-
pio Bateson consignó en su libro. También hay ciertas especies que
tienen un número mucho mayor de brazos y que probablemente han
evolucionado a partir de antepasados mutantes homeóticos.
No se han encontrado genes Hox en las plantas ni en los hongos,
ni tampoco en los organismos unicelulares que solíamos llamar proto-
zoos. Pero ahora nos topamos con una complicación terminológica
que hemos de resolver antes de seguir adelante. Aunque el término
Hox es una contracción de homeobox, los genes Hox no son lo mismo
que los genes homeobox, son un subconjunto. Las plantas y los hon-
gos tienen genes homeobox pero carecen de genes Hox. Para adqui-
rir la forma correcta deben de tener sistemas de genes controladores
y gradientes químicos. Los llamados «genes MADS box» determinan
la embriología de las flores y pueden producir mutaciones homeóti-
cas del mismo modo que los genes Hox en los animales.
Homeo viene del término homeosis, acuñado por Bateson, y box, se
refiere a la «caja» de 180 letras que todos los genes denominados home-
obox tienen en algún punto de su extensión. El término homeobox pro-
piamente dicho designa la secuencia diagnóstica de 180 letras, y un
gen homeobox es un gen que contiene la secuencia homeobox en algún
punto de su extensión. El nombre Hox no se aplica a todos los genes
homeobox, sino únicamente a los grupos de genes dispuestos en línea
que determinan la posición de las partes del animal a lo largo de su
cuerpo y que han resultado ser homólogos en casi todos los animales.
La familia Hox de los genes homeobox fue la primera que se descu-
brió, pero hoy se conocen muchas otras. Por ejemplo, existe una fami-
lia llamada ParaHox que se identificó por primera vez en los anfioxos,
pero que también está presente en todos los animales a excepción
(por ahora) de los ctenóforos y las esponjas. Los genes ParaHox pare-
cen ser parientes de los Hox, en el sentido de que guardan correspon-
dencia con éstos y están colocados en el mismo orden. No cabe duda
de que surgieron por duplicación del mismo conjunto ancestral de genes
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que los genes Hox. Hay otros genes homeobox que no están tan empa-
rentados con los Hox y ParaHox, pero también forman sus propias fami-
lias. La familia Pax se halla presente en todos los animales. Un miem-
bro particularmente notable es Pax6, que corresponde al gen conocido
como ey en Drosophila. Ya he mencionado que Pax6 es el responsable
de ordenar a las células que fabriquen ojos. El mismo gen fabrica los
ojos de animales tan dispares como las moscas del vinagre y los rato-
nes, a pesar de que se trata de ojos radicalmente diferentes. Como ocu-
rre con los genes Hox, el gen Pax6 no les dice a las células cómo fabri-
car un ojo. Tan sólo les indica el lugar donde han de hacerlo.
Un ejemplo bastante similar es el de una pequeña familia de genes
llamados tinman. De nuevo, estos genes también están presentes tan-
to en Drosophila como en los ratones. En Drosophila, son responsables
de ordenar a las células que hagan un corazón y normalmente se expre-
san en el lugar apropiado. Como el lector habrá adivinado, los genes
tinman también son los encargados de ordenar a las células de los rato-
nes que fabriquen un corazón de ratón en el sitio apropiado.
Los genes homeobox, en conjunto, engloban un número muy eleva-
do de genes que, al igual que los propios animales, se dividen en
familias y subfamilias. Es un caso análogo al de la hemoglobina. Como
hemos visto en «El Cuento de la Lamprea», la globina alfa humana
está más emparentada con la globina alfa de, pongamos, un lagarto,
que con la globina beta humana (que a su vez está más emparentada
con la globina beta de los lagartos). Del mismo modo, los tinman huma-
nos guardan una relación más estrecha con los tinman de las moscas
del vinagre que con el Pax6 humano. Es posible construir un frondo-
so árbol filogenético de los genes homeobox paralelo al árbol filogené-
tico de los animales que los contienen. Los dos son verdaderos árbo-
les genealógicos, compuestos de ramificaciones ocurridas en momentos
concretos de la historia geológica. En el caso del árbol de los anima-
les, las ramificaciones son las especiaciones. En el caso del árbol de los
genes homeobox (o de los genes de las globinas), las escisiones son dupli-
caciones de los genes dentro de los genomas.
El árbol de los genes homeobox se divide en dos grandes clases, la
clase AntP y la clase PRD. No voy a explicar lo que significan dichas abre-
viaturas porque son a cada cual más confusa. La clase PRD engloba a los
genes Pax y a varias subclases más. La clase AntP comprende a los Hox
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18. Para ser escrupulosamente exactos, en 300 años de investigación científica tan
sólo ha habido noticia de un rotífero bdeloideo macho, el descubierto por el zoólo-
go danés C. Wesenberg-Lund (1866-1955). «Con gran inquietud, me atrevo a anun-
ciar que en un par de ocasiones, entre los millares de filodínidos (Rotifer vulgaris), he
visto una pequeña criatura que sin lugar a dudas era un macho... pero en ninguna de
las dos ocasiones conseguí aislarlo. Se mueve entre las hembras con enorme rapidez»
(no me extraña). Antes incluso de las fehacientes pruebas de Mark Welch y Meselson
(véase página 570), la observación jamás confirmada de Wesenberg-Lund no se con-
sideraba prueba suficiente de la existencia de bdeloideos machos.
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Así pues, sería de agradecer que alguien aportase más pruebas positi-
vas de que los rotíferos bdeloideos son realmente asexuados desde
hace mucho tiempo. Los genetistas son cada vez más ingeniosos en
el arte de leer las pautas de distribución génica en los animales moder-
nos y sacar conclusiones acerca de su historia evolutiva. En «El Cuento
de Eva» presentamos el método ideado por Alan Templeton para
reconstruir las primeras migraciones humanas a base de captar seña-
les en los genes de personas vivas. No es una lógica deductiva. No dedu-
cimos de los genes modernos que la historia evolutiva haya seguido
un determinado rumbo. Lo que decimos es que, si el devenir históri-
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20. A veces, la gente confunde acervo génico con genoma. El genoma es el con-
junto de genes dentro de un individuo. El acervo génico es el conjunto de todos los genes
de una población que se reproduce sexualmente.
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ción que sus hijos, un día que fueron a visitar unos amigos y les ense-
ñaron la casa, preguntaron con ingenuo asombro: «Pero ¿dónde hace
vuestro padre los percebes?». No sé si por aquel entonces ya conocí-
amos esta anécdota darviniana; es más probable que inventásemos la
excusa de los percebes porque sonaba demasiado inverosímil como
para despertar las sospechas de que se tratase de un farol. Los perce-
bes no son lo que parecen. Lo mismo cabe decir de otros animales, y
ése es precisamente el tema central de «El Cuento del Percebe».21
En contra de lo que parece, los percebes son crustáceos. Los abun-
dantes bálanos, que cubren las rocas como lapas en miniatura, impi-
diendo que nos resbalemos si vamos calzados e hiriéndonos los pies si
vamos descalzos, son completamente diferentes por dentro de las lapas.
Dentro de la concha son como gambas deformes tumbadas de espal-
das con las patas al aire. Los pies están provistos de cestillos o peines fila-
mentosos con los que el balano filtra el agua en busca de partículas ali-
menticias. Los percebes canadienses (Pollicipes polymerus) hacen lo
mismo, pero en vez de refugiarse bajo una concha cónica como los
balanos, se posan en el extremo de un pedúnculo coriáceo. Deben su
nombre inglés, goose barnacles, «percebes ganso», al enésimo error en
cuanto a la verdadera naturaleza de los percebes. Los cirros, esos apén-
dices filamentosos semejantes a plumas con los que filtran el agua,
hacen que parezcan un pollito dentro del cascarón. En la época en
que la gente creía en la generación espontánea, surgió la creencia popu-
lar de que esta clase de percebes, una vez adultos, se convertían en gan-
sos, más concretamente en Branta leucopsis, la barnacla cariblanca.
Los más engañosos de todos, los que tal vez sean, de todos los ani-
males, los menos parecidos a lo que los zoólogos saben de ellos, son
los percebes parásitos como Sacculina. Sacculina no es ni remotamen-
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¿Cómo debería ser una mosca? Megaselia scalaris (Loew). Dibujo de Arthur Smith.
22. En el capítulo sobre parásitos de The Extended Phenotype dediqué un amplio espa-
cio a los animales que manipulan sutilmente la fisiología interna de sus huéspedes.
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Si hay un animal capaz de soportar más que cualquier otro esta exal-
tada definición del Cámbrico, es Hallucigenia. ¿Soportar he dicho? Salvo
que se sufra una alucinación, cuesta creer que una criatura tan impro-
bable fuese capaz siquiera de soportar su propio peso. Y con razón.
Parece ser que, en un primer momento, Hallucigenia (un nombre sabia-
mente escogido por Simon Conway Morris) se reconstruyó al revés: por
eso se sostiene sobre esos zanquitos improbables. Según la interpreta-
ción más reciente, que ha dado la vuelta a la originaria, los tentáculos
del dorso, dispuestos en una sola hilera, eran patas. Una única hilera
de patas: ¿acaso el animal se desplazaba guardando el equilibrio como
un funambulista? No. Una serie de fósiles descubiertos en China invi-
tan a pensar que debía de existir una segunda hilera y, a juzgar por la
reconstrucción moderna, da la impresión de que Hallucigenia sería per-
fectamente capaz de desenvolverse en el mundo actual. Hoy en día ya
no se tiene a Hallucigenia por una maravillosa rareza de afinidades incier-
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tas que se pierden en la noche de los tiempos, sino que, con muchos
otros fósiles cámbricos, se coloca provisionalmente en el filo de los lobó-
podos, que cuenta con representantes actuales como Peripatus y los
demás onicóforos o gusanos aterciopelados con los que nos hemos reuni-
do en el «Encuentro 26».
En la época en que se creía que los anélidos eran parientes cerca-
nos de los artrópodos, los onicóforos solían definirse como el «esta-
dio intermedio» que «salvaba la distancia» entre aquéllos, aunque,
teniendo en cuenta como funciona realmente la evolución, ese con-
cepto no es muy útil. Ahora los anélidos se sitúan dentro de los lofo-
trocozoos, mientras que los onicóforos son considerados, junto con
los artrópodos, ecdisozoos. Dadas sus antiquísimas afinidades, Peripatus
es, de todos los peregrinos modernos, el más capacitado para contar
la historia de la explosión Cámbrica.
Los onicóforos modernos se hallan ampliamente difundidos
por los trópicos y sobre todo en el hemisferio austral. Todos viven en
tierra firme, entre la hojarasca y los terrenos húmedos, donde se ali-
mentan de caracoles, gusanos, insectos y otras pequeñas presas. En el
Cámbrico, Hallucigenia y los remotos antepasados de Peripatus y
Peripatopsis vivían, naturalmente, como todos los demás animales,
en el mar.
Todavía se discute si Hallucigenia está o no emparentado con los
onicóforos modernos; no olvidemos que hace falta echarle mucha ima-
ginación para reconstruir en un papel, tal vez incluso con llamativos
colores, un fósil que en la roca no es sino un borrón aplastado. Hay
quien ha aventurado incluso la hipótesis de que Hallucigenia no sea
un animal entero, sino parte de una criatura desconocida. No sería
la primera vez que se comete un error semejante. Algunas de las pri-
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Los famosos cinco ojos. Opabinia regalis, hallada en Burges Shale, Canadá. Dibujo
de Marianne Collins.
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Se acabó la veneración mística por los grandes filos. Halkiera evangelista, de Sirius
Passet, Groenlandia. Data del Cámbrico inferior. Dibujo de Simon Conway Norris.
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5 mm aleta dorsal
notocordio
miotomo
boca
cavitad bolsa
intestino aleta pericárdica branquial
l l
Se suponía que los vertebrados no eran tan antiguos. Fósil de Myllokunmingia
fengjiaoa, de Chengjiang. De D-G Shu et al. [264]
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Fue como si, al terminar el Cámbrico, aquella facilidad para dar saltos evo-
lutivos, la facilidad que trajo consigo las fundamentales innovaciones
funcionales que representaron la base para el surgimiento de nuevos filos,
se hubiese agotado. Fue como si el muelle de la evolución hubiese perdi-
do parte de su potencia... Así pues, mientras que en los organismos del
Cámbrico la evolución podía dar saltos de mayor alcance, como los que
dieron origen a nuevos filos, posteriormente estaría más limitada y daría
saltos más modestos, sin rebasar el nivel representado por las clases.
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avanza el proceso, las variantes más adaptadas van ocupando áreas cada
vez más próximas, surgiendo así, de manera sucesiva, las especies funda-
doras de órdenes, familias y géneros.
Qué raro que en todos estos años no haya aparecido ninguna rama grue-
sa nueva. Hoy en día, parece que todo el crecimiento está limitado a las
ramitas.
He aquí otra afirmación censurable, sólo que esta vez daré el nom-
bre del autor porque es posterior a Destejiendo el arco iris y, por tanto,
no la incluí en dicho libro. En In the Blink of an Eye, Andrew Parker se
dedica casi exclusivamente a propugnar una interesante y original teo-
ría de su cosecha, según la cual la explosión Cámbrica habría venido
provocada por el repentino descubrimiento de los ojos por parte de
los animales. Pero antes de exponer esta tesis, Parker se deja traicio-
nar por la versión disparatada e irresponsable del mito de la explosión
Cámbrica. Para empezar ofrece la versión más explosiva del mito que
yo jamás haya leído:
Hace 544 millones de años había tres filos animales con su correspondien-
te variedad de formas externas, mientras que hace 538 millones de años
había 38, el mismo número de hoy en día.
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En la Tierra han evolucionado 38 filos. Así que solamente han tenido lugar
38 acontecimientos genéticos capitales, que se han traducido en 38 orga-
nizaciones internas diferentes.
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la dirección contraria. Pero una mutación muy grande será, con toda
probabilidad, peor que la versión parental, aun cuando represente un
paso en la dirección correcta, por la sencilla razón de que es excesi-
va. Por poner un ejemplo extremo, imaginemos un hombre, por lo
demás normal, con unos muslos de dos metros de largo.
El razonamiento de Fisher era más general. Cuando hablamos de
saltos macromutacionales en el territorio de un nuevo filo, ya no esta-
mos hablando de simples características métricas como la longitud
de una pierna, por lo se hace necesario recurrir a otro tipo de razo-
namiento. Como ya he explicado anteriormente, la idea esencial es
que hay muchas más formas de estar muerto que de estar vivo.
Imaginemos un paisaje matemático integrado por todos los animales
posibles. Debo denominarlo matemático porque es un paisaje en cen-
tenares de dimensiones que comprende una gama casi infinita de
monstruosidades concebibles, además del número (relativamente)
pequeño de animales que realmente han existido. Lo que Parker lla-
ma un acontecimiento genético capital equivaldría a una macromutación
que tendría enormes consecuencias no sólo en una dimensión, como
en el caso del muslo más largo o más corto, sino en cientos de dimen-
siones simultáneamente. Ésa es la escala del cambio del que estamos
hablando al imaginarnos, como hace Parker, un tránsito brusco e inme-
diato de un filo a otro.
En el paisaje multidimensional de todos los animales posibles, las
criaturas vivas son islas de vida viable separadas de otras islas por inmen-
sos océanos de deformidad grotesca. Partiendo de una isla cualquie-
ra, se puede evolucionar paso a paso, alargando un centímetro de pier-
na por aquí, limando la punta de un cuerno por allá, oscureciendo
una pluma por acullá. La evolución es una trayectoria en el espacio
multidimensional en la cual cada etapa debe representar un cuerpo
capaz de sobrevivir y reproducirse igual de bien que el tipo parental
de la etapa previa. En un periodo de tiempo suficiente, una trayecto-
ria lo bastante larga abarca desde un punto de partida viable a un
destino viable tan remota que cabe clasificarla como un filo distinto,
por ejemplo los moluscos. Una trayectoria diferente que parta del mis-
mo punto puede conducir paso a paso, a través de estadios interme-
dios siempre viables, a otro destino viable que se puede clasificar como
otro filo, por ejemplo los anélidos. Algo así debió de ocurrir en cada
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25. Cuando Emile Zuckerkandl y el gran Linus Pauling propusieron por prime-
ra vez el reloj molecular, ése era el único método disponible.
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26. Siendo el ADN un código degenerado, cualquier aminoácido puede venir espe-
cificado por más de una mutación sinónima. Un cambio mutacional que produzca un
sinónimo exacto no supone ninguna diferencia respecto al resultado final.
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los fósiles que usamos para calibrarlo, pero cuando hay una gran dis-
paridad entre órdenes de magnitud, el porcentaje de error aumenta
de forma alarmante. La consecuencia de un amplio porcentaje de
error es que, si se manipula un pequeño detalle o se modifica míni-
mamente una pequeña variable introducida en el cálculo, los efectos
sobre el resultado final pueden ser enormes: ya no serían 10 millo-
nes de años arriba o abajo, sino, pongamos por caso, 500 mil millo-
nes arriba o abajo. Las barras de error anchas significan que la fecha
calculada no es lo bastante sólida como para soportar errores de me-
dición.
En «El Cuento del Gusano Aterciopelado» hemos visto varios cál-
culos moleculares que situaban importantes puntos de ramificación
en pleno Precámbrico: por ejemplo, la separación de vertebrados y
moluscos, hace 1.200 millones de años. Estudios más recientes, para
los que se han utilizado refinadas técnicas que tenían en cuenta posi-
bles variaciones en las tasas de mutación, han rebajado esa estimación
a fechas mucho más recientes, hace unos 600 millones de años. La
diferencia es abismal, y el hecho de que esté dentro de las barras de
error del cálculo anterior tampoco sirve de mucho consuelo.
Aunque, en general, soy un firme partidario de la idea del reloj
molecular, considero necesario tratar con suma prudencia las fechas
aproximadas que esta técnica nos ofrece de los puntos de ramificación
muy antiguos. Extrapolar los datos relativos a un fósil que data de hace
310 millones de años para aplicarlos a un punto de encuentro el doble
de antiguo entraña muchos riesgos. Es posible, por ejemplo, que la
tasa de evolución molecular de los vertebrados (que entra en el cál-
culo de calibración) no valga para el resto de seres vivos. Se cree que
los Vertebrados han duplicado todo su genoma en dos ocasiones. La
repentina creación de innumerables genes duplicados podría influir
en la presión selectiva que se ejerce sobre las mutaciones casi neu-
tras. Algunos científicos (entre los cuales, como ya he explicado, no
me cuento) están convencidos de que el Cámbrico consituyó una revo-
lución de todo el proceso evolutivo. Si tuviesen razón, sería necesa-
rio recalibrar el reloj molecular de arriba abajo antes de dejarlo suel-
to en el Precámbrico.
En general, a medida que retrocedemos en el tiempo y las reser-
vas de fósiles se agotan, entramos en un territorio en el que práctica-
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Encuentro 27
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Encuentro 28
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una única cavidad, por lo general simple, con un solo orificio, la boca,
que también hace las veces de ano.
Eso sí, no hay muchos animales que puedan jactarse de haber alte-
rado el mapa del mundo. Los cnidarios fabrican islas: islas en las que
se puede vivir y que son lo bastante grandes como para requerir, y
albergar, un aeropuerto. La Gran Barrera de Coral tiene más de 2.000
kilómetros de longitud. Como veremos en «El Cuento del Polipífero»,
fue el propio Charles Darwin quien averiguó cómo se forman los arre-
cifes coralinos. Los cnidarios comprenden también algunos de los ani-
males venenosos más peligrosos del mundo,
cuyo ejemplo más extremo es la medusa cono-
cida como avispa de mar (Chironex fleckeri), que
obliga a los bañistas australianos a usar
monos de nylon. El arma que usan los cni-
darios es extraordinaria, además de por
su potencia, por varios otros motivos. A
diferencia de los colmillos de una ser-
piente o del aguijón de un escorpión o
de un avispón, el de las medusas emer-
ge como un arpón en miniatura del inte-
rior de una célula. O, mejor dicho, del inte-
rior de millares de células llamadas
cnidoblastos (o, a veces, nematocistos, aunque
los nematocistos, en puridad, sólo son una
variedad de cnidoblastos), cada una de ellas pro-
vista de su arpón. Knide en griego significa Tal vez el aparato más
«ortiga»; de ahí les viene el nombre de los complejo que se pueda
hallar dentro de una célula.
cnidarios. No todos son tan peligrosos como Sección transversal de un
la avispa de mar, y muchos ni siquiera pose- arpón cnidario.
en células urticantes. Cuando se tocan los ten-
táculos de una anémona marina, la sensación pegajosa que se nota
en los dedos viene provocada por cientos de arpones diminutos, cada
uno de ellos situado en la punta del minúsculo filamento que lo man-
tiene unido a la anémona.
El arpón de los cnidarios tal vez sea el aparato intracelular más com-
plejo de todo el reino animal o vegetal. En estado de reposo, mientras
espera a ser lanzado, es un filamento enroscado dentro de la célula a
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EL CUENTO DE LA MEDUSA
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No hay muchos animales que puedan jactarse de haber modificado el mapa del
mundo. Isla de Heron, en la Gran Barrera de Coral australiana.
ciación con algas microscópicas que viven dentro de sus células y les
benefician notablemente por cuanto llevan a cabo la fotosíntesis en
los bajíos iluminados por el sol. Estas algas, llamadas zooxantelas, pose-
en diversos pigmentos colorados para captar la luz, lo que explica
por qué las barreras coralinas son tan luminosas fotogénicas. No es
de extrañar que en su día los corales se considerasen plantas. De hecho,
obtienen buena parte de su alimento de la misma manera que las plan-
tas y, al igual que éstas, compiten por la luz: es más que lógico, pues,
que adopten la misma forma. Además, su lucha por hacer sombra y
que no se la hagan les lleva a adoptar en cierto modo la apariencia
del dosel de un bosque. Y, como en todo bosque, el arrecife coralino
alberga una gran comunidad de otras criaturas.
Los arrecifes coralinos aumentan en gran medida el ecoespacio de
una región. Como señala mi colega Richard Southwood en su libro
The Story of Life:
Allí donde normalmente habría una superficie rocosa o arenosa con una
columna de agua encima, el arrecife proporciona una compleja estruc-
tura tridimensional con gran cantidad de superficie adicional, múltiples
grietas y pequeñas cuevas.
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Decir que las selvas y bosques son los «pulmones» del planeta no
tiene nada de malo y hasta puede que sea bueno si anima a la gente
a conservarlos. Pero, a veces, la retórica de la armonía holística dege-
nera en un misticismo tan disparatado como el del príncipe Carlos.
En realidad, la idea de un místico equilibrio natural suele cautivar a los
mismos idiotas que van a los curanderos a que les armonicen los cam-
pos de energía. Pero existen profundas diferencias entre el modo en
que los órganos de un cuerpo y las especies de una comunidad inter-
actúan en sus respectivos ámbitos para generar la apariencia de un
conjunto armonioso.
El paralelismo debe tratarse con suma cautela, pero eso no quiere
decir que sea completamente infundado. Existe una ecología en el
interior de cada organismo individual, una comunidad de genes en
el acervo génico de una especie. Las fuerzas que mantienen el equili-
brio entre las partes de un organismo no son totalmente diferentes de
las que generan la ilusión de armonía entre las especies de una barre-
ra coralina. Existe equilibrio en una selva tropical y estructura en
una comunidad de arrecife: un elegante acuerdo entre partes que
recuerda a la coadaptación que se da en el interior de un cuerpo ani-
mal. Pero ese equilibrio total no se ve favorecido como unidad por la
selección darviniana en ninguno de los dos casos. En ambos, el equi-
librio es el resultado de la selección a un nivel inferior. La selección
no favorece un conjunto armonioso; en todo caso, las partes armonio-
sas prosperan en presencia unas de otras hasta que surge la ilusión
de un conjunto armonioso.
Los carnívoros prosperan en presencia de los herbívoros y los her-
bívoros prosperan en presencia de las plantas. Pero ¿también ocurre
lo contrario? ¿Las plantas también prosperan en presencia de los
herbívoros? ¿Y los herbívoros en presencia de los carnívoros? ¿Acaso
los animales y las plantas necesitan enemigos que se los coman para
prosperar? No, no en un sentido tan directo como el que se despren-
de del discurso de algunos medioambientalistas militantes. Normal-
mente, ninguna criatura se beneficia de que se la coman. Sin embar-
go, las hierbas que soportan mejor que otras que se las destine a pasto
prosperan efectivamente en presencia de animales que pacen, en fun-
ción del principio del «enemigo de mi enemigo es mi amigo». Lo
mismo se podría decir, en el fondo, de las víctimas de los parásitos...
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Encuentro 29
Ctenóforos
Los ctenóforos, que se nos unen en el Encuentro 29, están entre los
más hermosos peregrinos de nuestro viaje al pasado. Antiguamente,
a causa de un parecido superficial, se los clasificaba erróneamente
como medusas. Se los colocaba en el mismo filo, el de los llamados
celenterados, porque la cavidad corporal de ambos coincide con el
aparato digestivo. Además, se caracterizan por tener una red nervio-
sa simple, como los cnidarios, y construyen su cuerpo a partir de dos
únicas capas de tejido (aunque esto es objeto de discusión). El análi-
sis de los datos actuales, sin embargo, induce a pensar que los cnida-
rios son parientes más cercanos nuestros que de los ctenóforos, lo cual
es otra forma de decir que los cnidarios se unen a la peregrinación
antes que los ctenóforos. Pero no estoy tan seguro de ello como para
aventurar la fecha del acontecimiento.
Ctenóforo en griego significa «portador de peine». Los peines son
hileras prominentes de células ciliadas que al agitarse propulsan hacia
delante a estas delicadas criaturas, desempeñando así la misma fun-
ción de las contracciones musculares en las aparentemente similares
medusas. No es un sistema muy rápido de propulsión, pero es bas-
tante eficaz, si no para perseguir presas, sí para aumentar indirecta-
mente el ritmo de captura, como en el caso de las medusas. A causa
de su fragilidad gelatinosa y de su parecido con las medusas, los cte-
nóforos son conocidos en inglés como comb jellies, literalmente «gela-
tinas peine». Sólo hay un centenar de especies, pero el número total
de individuos no es pequeño. Se mire por donde se mire, estas cria-
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Placozoos
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Millones de años
0
Incorporación de los placozoos
N
Ya incorporados
Trichoplax (Placozoos)
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K
MZ
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T
P
300
D C
PZ
40 0
S
O
500
E
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placozoos
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Encuentro 31
Esponjas
Las esponjas son los últimos peregrinos metazoos, esto es, los últi-
mos realmente pluricelulares. No siempre han tenido el honor de per-
tenecer a esta categoría, pues antiguamente se les definía como
Parazoos, una especie de ciudadanos de segunda clase del reino ani-
mal. Hoy en día rige la misma distinción clasista al colocar a las espon-
jas detrás de los Metazoos pero acuñando el término Eumetazoos para
todos los demás excepto las esponjas. (Algunos autores también exclu-
yen a Trichoplax, la pequeña criatura que hemos conocido en el
«Encuentro 30»).
Hay gente que se sorprende al enterarse de que las esponjas son
animales, no plantas. Al igual que éstas, no se mueven o, mejor dicho,
no mueven todo el cuerpo. Ni las plantas ni las esponjas tienen mús-
culos. Existe movimiento a nivel celular, pero también en las plantas.
Las esponjas viven haciendo pasar por su cuerpo un flujo incesante de
agua del que filtran partículas alimenticias. Por eso están llenas de agu-
jeros y por eso son tan útiles para retener agua cuando las usamos en
el baño.
Las esponjas de baño, sin embargo, no ayudan a hacerse una idea
muy precisa de la forma típica de las esponjas, que es la de un cánta-
ro vacío con una boca muy ancha y muchos agujeritos a los lados.
Como puede apreciarse fácilmente poniendo un poco de tinte en el
agua cerca del cuerpo de una esponja viva, el agua es absorbida a
través de esos agujeros y vertida en la gran cavidad interna, de la
cual vuelve a salir a través de la apertura principal. El agua es impul-
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Millones de años
0
Incorporación de las esponjas
N
Esponjas (Poríferos)
Ya incorporadas
CZ
E
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K
MZ
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T
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300
Incorporación de las esponjas. Desde la
C
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esponjas
sada por unas células especiales llamadas coanocitos que revisten las
cámaras y canales de las paredes de la esponja. Cada coanocito está
provisto de un flagelo móvil (parecido a un cilio sólo que más gran-
de) rodeando en su base por un collar. Más adelante nos ocuparemos
de los coanocitos, pues tienen su importancia dentro de nuestra his-
toria evolutiva.
Las esponjas carecen de sistema nervioso y tienen una estructura
interna relativamente simple. Aunque poseen varios tipos de células,
éstas no están organizadas, como las nuestras, en tejidos y órganos sino
que son totipotentes, es decir, que pueden convertirse en cualquiera
de las células específicas del organismo. Las nuestras no son así. Una
célula hepática no puede dar origen a una célula renal o a una célu-
la nerviosa. Las células de la esponja, en cambio, son tan flexibles
que cualquiera puede, por sí sola, generar una esponja completa (y,
como veremos en el cuento que lleva su nombre, eso no es todo).
No es de extrañar, por tanto, que las esponjas no distingan entre
línea germinal y soma. En los eumetazoos, las células de la línea germi-
nal son aquellas que dan origen a las células reproductivas e cuyos
genes son, por consiguiente, inmortales. La línea germinal consiste
en una pequeña mínoría de células que residen en los ovarios y testí-
culos y cuya única función es la reproductiva. El soma es todo lo que
no es línea germinal, o sea, aquellas células que no están destinadas
a transmitir sus genes a las siguientes generaciones. En eumetazoos
como los mamíferos, un subconjunto de células se separan en una fase
temprana del desarrollo embrionario y se les asigna la función de línea
germinal. Las células somáticas, en cambio, puede dividirse unas cuan-
tas veces para fabricar el hígado o los riñones, los huesos o los mús-
culos, pero después dejan de dividirse.
Las células cancerosas representan la siniestra excepción. Por algún
motivo no consiguen dejar de dividirse, aunque, como señalan Ran-
dolph Nesse y George C. Williams, autores de The Science of Darwinian
Medicine, no deberíamos sorprendernos. En todo caso, lo sorprenden-
te es que el cáncer no sea más habitual. Al fin y al cabo, todas las célu-
las del cuerpo descienden de una línea ininterrumpida de miles de
millones de generaciones de células germinales que no han parado
de dividirse. En toda la historia de los antepasados de la célula, jamás
ha sucedido que de repente se le pidiese a una célula que se hiciese
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esponjas
EL CUENTO DE LA ESPONJA
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Encuentro 32
Coanoflagelados
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Millones de años
Ya incorporados
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coanoflagelados
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coanoflagelados
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Encuentro 33
DRIPs
1. Resulta confuso (por no decir algo peor) que el nombre Mesomicetozoos, distin-
to de Mesomicetozoeos (¿avierte el lector la diferencia?) se haya usado para un grupo más
comprehensivo. Parece hecho aposta para confundir, como los nombres Hominoidea,
Hominidae, Homininae, Hominini que vienen usándose para designar a nuestros ante-
pasados y que yo he preferido boicotear en bloque.
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Millones de años
Ya incorporados
CZ
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100
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J
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drips
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Encuentro 34
Hongos
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Incorporación de los hongos
N E K J T P C D S O E
CZ MZ PZ NP MP
Ya incorporados
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Microsporidios
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Quítridos (Quitridiomicotes)
Moho del pan, mohos de alfiler, etc. (Zigomicotes 1, incluidos Mucorales)
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Millones de años
Colmenillas, trufas y otros hongos de asca (Ascomicotes)
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0
300
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hongos
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hongos
con el que Beadle y Tatum formularon la hipótesis «un gen, una enzi-
ma». Luego están las levaduras útiles para el hombre que nos permi-
ten hacer pan, vino y cerveza, y las levaduras nocivas como Candida,
responsable de dolencias tan molestas como la vaginitis. Las colme-
nillas comestibles y las apreciadísimas trufas son ascomicetes.
Tradicionalmente, las trufas se buscan con la ayuda de cerdas que se
ven fuertemente atraídas por el olor similar al del alfa-androstenol,
una feromónosa sexual que segregan los cerdos machos. No está cla-
ro por qué las trufas despiden este olor tan arriesgado para su inte-
gridad, pero tal vez explique la fascinación gastronómica que nos
despiertan.
La mayoría de las setas venenosas o alucinógenas son basidiomicetes:
champiñones, rebozuelos, boletos, shiitakes, matacandiles, Amanita
phalloides, falos hediondos, yesqueros y pedos de lobo. Algunos de sus
cuerpos fructíferos alcanzan un tamaño impresionante. Los basidiomi-
cetes también provocan importantes perjuicios económicos, en tanto
que agentes de enfermedades vegetales como la roya y el tizón. Algunos
basidiomicetes y ascomicetes, así como todos los miembros del grupo
especializado de los glomeromicetes, establecen con las plantas una
estrecha colaboración en la que las raíces vegetales se mezclan con
micorrizas: una historia extraordinaria que explicaré sucintamente.
Como hemos visto, las vellosidades de nuestros intestinos y los
filamentos del micelio de un hongo son muy finos con el fin de aumen-
tar la superficie destinada a la digestión y absorción de alimento. Del
mismo modo, las plantas poseen numerosas proyecciones tubulares
denominadas pelos radicales que incrementan la superficie de absor-
ción del agua y las sustancias nutritivas presentes en el suelo. Por incre-
íble que parezca, muchos de los que parecen pelos radicales no for-
man parte de la planta, sino que son hongos simbióticos cuyos micelios,
las micorrizas, además de parecerse a los pelos radicales auténticos,
funcionan como éstos. Un atento análisis revela que el principio de
las micorrizas se ha aplicado independientemente, de diversas mane-
ras a lo largo de la evolución. Buena parte de la vida vegetal de nues-
tro planeta depende por completo de las micorrizas.
En un ejemplo todavía más impresionante de simbiosis, algunos
basidiomicetes y algunos ascomicetes, también evolucionados de mane-
ra independiente, se asocian con algas o cianobacterias para produ-
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Encuentro 35
Amebozoos
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Millones de años
Ya incorporados
100
K
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300
D S C
PZ
40 0
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500
E
NP
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amebozoos
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similar a una seta. Primero se yergue sobre la cabeza (el extremo delan-
tero, definido por la dirección de sus desplazamientos) y ésta se con-
vierte en el tallo de una seta en miniatura. El núcleo interno de éste
deviene un tubo hueco hecho de las carcasas de celulosa hinchada
pertenecientes a células muertas. A continuación, las células situadas
alrededor del tubo se vierten en este último «como una fuente que
fluyese al contrario», por usar el símil de Bonner. El resultado es que
la punta del tallo se eleva en el aire y cada una de las amebas situadas
en lo en origen era el extremo posterior se convierte en una espora
encerrada en una espesa envoltura protectora. Entonces se esparcen
como las esporas de una seta: cada una de ellas surge de la envoltura
en forma de ameba libre devoradora de bacterias, y el ciclo vital comien-
za de nuevo.
Bonner ofrece un revelador catálogo de estos microbios sociales:
baterias pluricelulares, ciliados pluricelulares, flagelos pluricelulares
y amebas pluricelulares, entre ellas sus queridos mohos mucilagino-
sos. Estos microbios podrían tal vez representar instructivas recreacio-
nes (o prefiguraciones) de nuestra pluricelularidad metazoica, pero
me da la impresión de que son completamente diferentes y, por eso,
todavía más fascinantes.
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Encuentro 36
Plantas
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Millones de años
0
Incorporación de las plantas
N E
CZ
Algas rojas (Rodófitas)
Glaucofitos
Ya incorporados
100
K
MZ
J
200
T
P
300
C
PZ
D S O
40 0
500
E
Ilustraciones, de izquierda a
derecha: rodimenia palmeada o
36 dulse (Rhodymenia palmata); volvox
(Volvox aurelia); secuoya gigante
(Sequoiadendron giganteum).
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plantas
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670
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plantas
Angiospermas
Helechos
Plantas con
semillas
Licopodios
Plantas vasculares
Musgo
Plantas terrestres
Antocerotas
Hepáticas Carales
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EL CUENTO DE LA COLIFLOR
Escrito en colaboración con Yan Wong
Los cuentos de este libro pretenden ser algo más que la crónica de
las pequeñas vicisitudes de sus narradores. Como en la obra de Chaucer,
aspiran a ser una reflexión sobre la vida en general: en el caso de los
Cuentos de Canterbury, de la vida humana; en el nuestro, de la vida bio-
lógica. ¿Qué tiene que decir la coliflor al gigantesco contingente de
peregrinos reunidos tras el Encuentro 36, en el que las plantas se
juntan con los animales? Pues un principio importante que vale para
todas las plantas y todos los animales, y que podría considerarse una
continuación de «El Cuento del Hábil».
«El Cuento del Hábil» trataba del tamaño del cerebro y ponía gran
énfasis en los diagramas logarítmicos de dispersión empleados para
comparar las diversas especies. Como recordará el lector, los anima-
les más grandes resultaban tener en proporción un cerebro inferior
al de los animales pequeños. Más concretamente, la pendiente del dia-
grama que comparaba el logaritmo de la masa cerebral con el de la
masa corporal era casi exactamente de 3/4. Se recordará que esta pro-
porción caía entre dos pendientes comprensibles de forma intuitiva:
1
/1 (masa cerebral exactamente proporcional a masa corporal) y 2/3
(área cerebral proporcional a la masa corporal). La pendiente del dia-
grama logarítmico masa cerebral/masa corporal no era ligeramente
superior a 2/3 e inferior a 1/1, sino exactamente de 3/4. La precisión del
dato exige una teoría igual de precisa. ¿Hay algún motivo lógico que
explique la pendiente de 3/4? No es fácil dar una respuesta.
Para complicar aún más el problema, o tal vez para darnos una pis-
ta, resulta que los biólogos percibieron hace mucho tiempo que en
muchas otras cosas además del tamaño cerebral se observa esta mis-
ma proporción exacta de 3/4. En concreto, en el empleo de energía
por parte de varios organismos, es decir, en la llamada tasa metabóli-
ca, y en este caso, la proporción se elevó a la categoría de ley natu-
ral, la ley de Kleiber, aunque no se encontraba ninguna justificación
lógica para el fenómeno. En el diagrama logarítmico adjunto se con-
traponen la masa metabólica y la masa corporal (véase «El Cuento
del Hábil» para la explicación de por qué se emplean gráficos loga-
rítmicos).
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plantas
103
Tasa metabólica (Kcal/n; escala logarítmica)
homeo-
termos
(organismos de
100 sangre caliente)
10–3
poiquilotermos
–6
(organismos de sangre fría)
10
organismos unicelulares
10–9
10–12
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674
CUENTO ANTEPASADO 641-FIN.qxp 18/5/10 10:58 Página 675
plantas
que hace la coliflor para garantizar una red de abastecimiento que lle-
gue a todas las inflorescencias que cubren la superficie.4
Se podría pensar, pues, que la red de abastecimiento –conductos
para el transporte de aire, sistemas de circulación de sangre o de
soluciones sacarinas, etc.– compensa con creces un aumento de las
dimensiones corporales. Si así fuese, una célula normal de una coli-
flor de tamaño medio estaría tan bien abastecida como una célula nor-
mal de secuoya gigante y la tasa metabólica de las dos células sería idén-
tica. Teniendo en cuenta que el número de células de un organismo
es proporcional a la masa del mismo, el diagrama de dispersión tasa
metabólica total/masa corporal proyectaría una recta con una pen-
diente de 1, cuando sabemos que, en realidad, la pendiente es de 3/4.
Comparados con los organismos grandes, los organismos pequeños
presentan una tasa metabólica más elevada de la que «deberían» tener
habida cuenta de su masa. Esto significa que la tasa metabólica de una
célula de coliflor es mayor que la de una célula equivalente de secuo-
ya, y la tasa metabólica de un topo, mayor que la de una ballena.
A primera vista parece extraño. Una célula es una célula, y lo nor-
mal sería que hubiese una tasa metabólica ideal, la misma para una
coliflor y para una secuoya, para un ratón y para una ballena. Quizás
la haya. Pero la dificultad de transportar agua, sangre, aire o cualquier
otra sustancia necesaria parece poner un límite a la consecución de
ese ideal, y por fuerza se ha de llegar a un compromiso. La teoría WEB
explica con precisos detalles cuantitativos en qué consiste ese compro-
miso y por qué termina produciendo una pendiente de 3/4.
La teoría consiste en dos puntos clave. El primero es que la estruc-
tura arborescente de conductos que transportan las sustancias nece-
sarias a un volumen dado de células también ocupa de suyo cierto volu-
men, compitiendo por espacio con las células que abastece. En los
extremos de la red de abastecimiento los conductos ya ocupan por
derecho propio un espacio considerable. Si se duplica el número de
células que hay que aprovisionar, el volumen de la red aumenta más
del doble, porque hacen falta más conductos para conectar la red al
4. Inflorescencias que en este caso han sido modificadas de forma grotesca por la
selección artificial resultante de la domesticación, pero el principio sigue siendo válido.
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EL CUENTO DE LA SECUOYA
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plantas
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CUENTO ANTEPASADO 641-FIN.qxp 26/5/08 12:32 Página 678
frecuentes, y los malos también, así que un solo anillo no sirve para
identificar un año concreto. Ahora bien, una secuencia de años pre-
senta una pauta característica de anillos anchos y estrechos, que eti-
queta a esta secuencia en diferentes árboles de una misma zona. Los
dendrocronólogos recopilan catálogos de estas pautas identificables.
Así, un pedazo de madera, quizá procedente de un barco vikingo sepul-
tado en el barro, puede datarse comparando su pauta de anillos con
el archivo de pautas previamente recabadas.
El mismo principio se usa en los diccionarios de melodías.
Supongamos que tenemos una canción en la cabeza pero no recor-
damos el título. ¿Cómo haríamos para buscarlo? Se emplean varios
métodos, el más sencillo de los cuales es el código Parsons. Se transfor-
ma la melodía en una serie de notas cada una más alta (A) o más baja
(B) que la anterior (la primera nota no se incluye porque, obviamen-
te, no puede ser más alta o más baja que su precedente, pues no lo
tiene). He aquí, por ejemplo, la secuencia de notas de una célebre
canción, Londonderry Air, o «Aria del condado de Derry», que introdu-
je en la casilla de búsqueda de la página web Melodyhound:
AAABAABBBBBAAAAABBBAB
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plantas
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tamente con el verdadero polo norte geográfico (en torno al cual gira
la Tierra). En el curso de los años se desplaza de un lugar a otro de la
región polar. Actualmente se encuentra próximo a la isla de Bathurst,
en el norte de Canadá, a unos 1.600 kilómetros del polo norte real.
Durante la inversión tiene lugar un interregno de confusión magné-
tica caracterizado por considerables y complejas variaciones de la inten-
sidad y dirección del campo magnetico y por la aparición temporal de
más de un norte y de un sur magnéticos. Finalmente, pasada la con-
fusión, vuelve la estabilidad y puede resultar que lo que era el polo
norte magnético se encuentre cerca del polo sur geográfico, y vicever-
sa. Durante un millón de años habrá estabilidad y desplazamientos
normales, hasta la siguiente inversión.
En términos geológicos, mil años son como una tarde. El tiempo
empleado en la inversión es insignificante comparado con el tiempo
pasado en las inmediaciones del polo norte o polo sur verdaderos.
Como hemos visto previamente, la naturaleza conserva un registro
automático de tales acontecimientos. En la roca volcánica fundida cier-
tos minerales se comportan como pequeñas agujas de brújula. Cuando
la roca fundida se solidifica, las «agujas» minerales se convierten en
un registro congelado del campo magnético terrestre en el momento
de la solidificación (mediante un proceso bastante diferente, el pale-
omagnetismo también se aprecia en la roca sedimentaria). Después
de una inversión magnética, las diminutas agujas de las rocas apun-
tan en la dirección opuesta a aquella en la que apuntaban antes de la
inversión. Es un fenómeno parecido al de los anillos de los árboles,
sólo que las franjas no están separadas por un año sino por un millón
de años o más. Asimismo, la pauta de las franjas se coteja con otras
pautas y se enlazan las sucesivas inversiones magnéticas hasta confor-
mar una cronología continua. No se pueden calcular las fechas abso-
lutas contando las franjas porque, a diferencia de los anillos de los
árboles, las franjas representan duraciones desiguales. Pero pueden
observarse las mismas pautas de franjas caraterísticas en lugares dife-
rentes, lo que significa que, si para alguno de dichos lugares se dispo-
ne de algún otro método de datación absoluta (véanse las páginas
siguientes), podrán usarse las pautas de las franjas magnéticas, como
el código Parsons de la melodía, para reconocer la misma zona tem-
poral en otros lugares. Como ocurre con los anillos de los árboles y
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plantas
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llo, lechuga, ser humano o bacteria, sino que simplemente son dife-
rentes combinaciones de las cuatro letras del ADN. De la misma mane-
ra que, como se sabe desde hace tiempo, los compuestos químicos
están constituidos por dos o más elementos de un repertorio finito
de un centenar de átomos, dispuestos de una manera determinada,
así también se sabe que todo núcleo atómico se compone de dos par-
tículas fundamentales, los protones y los neutrones, dispuestas de una
manera determinada. Un núcleo de oro no está «hecho de oro»; al
igual que todos los demás núcleos, está hecho de protones y neutro-
nes. Un núcleo de hierro difiere de un núcleo de oro no porque esté
compuesto de una sustancia cualitativamente diferente llamada hierro,
sino porque contiene 26 protones (y 30 neutrones), en lugar de los
79 protones (y 118 neutrones) del oro. A nivel del átomo individual,
no existe una sustancia que tenga la propiedad del oro y del hierro:
sólo existen diversas combinaciones de protones, neutrones y elec-
trones. Y los físicos nos enseñan que los mismos protones y neutro-
nes están compuestos de otras partículas aún más fundamentales, como
los quarks; pero no vamos a profundizar tanto.
Los protones y los neutrones son casi del mismo tamaño y mucho
más grandes que los electrones. A diferencia del neutrón, que es eléc-
tricamente neutro, el protón tiene una pequeña carga eléctrica (defi-
nida de manera arbitraria como positiva) que compensa exactamen-
te la carga negativa del electrón que orbita en torno al núcleo. El protón
se transforma en neutrón si absorbe un electrón, cuya carga negativa
neutraliza la carga positiva del protón. Y viceversa: si el neutrón expul-
sa una carga negativa, o sea, un electrón, se transforma en protón. Son
ejemplos de reacciones nucleares, en contraposición a las reacciones
químicas. En las reacciones químicas el núcleo permanece intacto; las
reacciones nucleares, en cambio, lo modifican. En las reacciones nucle-
ares se producen intercambios de energía mucho mayores que en las
químicas, por eso, a igualdad de tonelaje, las bombas nucleares son
mucho más devastadoras que las bombas convencionales (fabricadas
con explosivos químicos). Los alquimistas fracasaron en su empeño
por transmutar un elemento metálico en otro simplemente porque
trataban de hacerlo por medios químicos en lugar de nucleares.
Todo elemento posee un número característico de protones en su
núcleo atómico, y el mismo número de electrones orbitando alrede-
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plantas
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plantas
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Encuentro 37
Inciertos
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Incorporación del resto de eucariotas
N E K J T P C D S O E
CZ MZ PZ NP MP
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Ya incorporados
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Millones de años
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tífico de las que no estamos seguros, pero la ciencia posee una venta-
ja con respecto a otras visiones del mundo, y es que es consciente de
sus propias dudas y con frecuencia puede calcular su entidad para tra-
tar animosamente de disiparlas.
En el Encuentro 37 entramos en el mundo de los microbios y tam-
bién en el reino de lo incierto: no tanto en lo tocante a los propios
microbios, como al orden en el que deberíamos recibirlos. En un
primer momento pensé en arriesgar una hipótesis y atenerme a ella,
pero esto habría sido cometer una injusticia con los demás encuen-
tros, de los cuales estamos más seguros. Si la publicación de este libro
se postergase un año o dos, habría buenas posibilidades de encon-
trar una solución, pero por ahora vamos a considerar los versos de
Belloc como una advertencia a los científicos. Sabemos con quién
nos vamos a reunir en los próximos encuentros, pero no sabemos en
qué orden nos reuniremos con ellos, ni cuántos puntos de encuen-
tro distintos representan.
Esta incertidumbre afecta a todos los eucariotas que aún deben incor-
porarse a la peregrinación. Este término esencial, eucariota, lo expli-
caremos en el Gran Encuentro Histórico; por ahora, bastará saber que
uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la vida
ha sido la formación de la célula eucariota. Las células eucariotas son
células grandes y complejas, dotadas de mitocondrias y núcleos ence-
rrados en membranas, de las cuales se componen todos los animales,
plantas y, de hecho, todos los peregrinos que se nos han unido hasta
ahora; en otras palabras, todos los seres vivos menos las bacterias ver-
daderas y las Arqueas, antiguamente llamadas arqueobacterias. A estos
procariotas (las bacterias verdaderas y las Arqueas) los recibiremos en
los dos últimos encuentros, cuyo orden nos ofrece menos dudas.
Asignaré arbitrariamente a estos dos encuentros los números 38 y 39,
Incorporación del resto de eucariotas. La filogenésis en los niveles más altos de las
restantes 50.000 especies conocidas de eucariotas todavía no está resuelta (véase
texto). Las líneas difuminadas indican el alto grado de incertidumbre actual. La
rama de los Cromoalveolados suele subdividirse en Cromistas (Heterocontes) y
Alveolados.
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rizarios
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línea de las plantas es una de las cinco que surgen del centro de la
estrella. Dado que las decisiones siguen siendo tan arbitrarias, decidí
tratar a las plantas como si tuviesen un encuentro separado con no-
sotros, pero sólo porque representan un grupo de organismos tan gran-
de e importante que merecían ser tratadas como un grupo separado
de peregrinos. Y lo que hice fue trazar una línea desde el centro del
diagrama. Podríamos tomar decisiones igual de arbitrarias para resol-
ver la tricotomía restante, pero a tanto ya no me atrevo. Lo voy a dejar
todo enterrado en la incertidumbre del Encuentro 37, la cita a ciegas.
En lugar de decir en qué orden se unen a nosotros, me limitaré a
enumerar los grupos restantes de eucariotas y ofrecer una breve des-
cripción. Los Rizarios comprenden varios grupos de eucariotas unice-
lulares, algunos verdes y fotosintéticos, otros no. Entre ellos figuran
los foraminíferos y los radiolarios, todos ellos muy hermosos y esplén-
didamente retratados por Ernst Haeckel, el ilustre zoólogo alemán
que no para de asomarse a las páginas de este libro. Los alveolados
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EL CUENTO DE MIXOTRICHA
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deciden si una termita joven será una obrera o una reproductora. Todas
las termitas jóvenes tienen una papeleta genética con la que partici-
pan en el sorteo ambiental que decide si serán obreras o reproducto-
ras. Si existiesen genes de la esterilidad incondicionada, naturalmen-
te no podrían transmitirse. En cambio, lo que existen son genes que
se activan de manera condicionada. Cuando tales genes se encuen-
tran en el interior de reinas o reyes, se transmiten porque sus copias
idénticas inducen a los obreros a trabajar por la causa colectiva y olvi-
darse de la reproducción.
A menudo, se establecen analogías entre las colonias de insectos y
el cuerpo humano, y en el fondo son bastante acertadas. La mayor par-
te de nuestras células reprimen su individualidad para ayudar a repro-
ducirse a la minoría capaz de hacerlo, esto es, a las células de la línea
germinal, cuyos genes están destinados a viajar, a través de los óvulos y
de los espermatozoides, hacia el futuro lejano. Pero el parentesco gené-
tico no es el único motivo por el que la individualidad se reprime y
encauza hacia una división infructosa del trabajo. Cualquier asisten-
cia mutua en la que una de las partes corrige una deficiencia de la otra
se ve favorecida por la selección natural en ambas. Para mostrar un
ejemplo extremo, vamos a introducirnos en el intestino de una ter-
mita, ese quimiostato hirviente y, supongo, fétido, que es el mundo de
Mixotricha.
Las termitas, como hemos visto, tienen una ventaja con respecto a
las abejas, las avispas y las hormigas: una capacidad digestiva prodigio-
sa. Prácticamente no hay nada que no puedan comer, desde casas has-
ta bolas de billar pasando por incunables de incalculable valor. La made-
ra, en potencia, es una rica fuente de alimento, pero es inaccesible a
casi todos los animales porque la celulosa y la lignina son imposibles
de digerir. Las termitas y ciertas cucarachas representan una notable
excepción. De hecho, las termitas están emparentadas con los escara-
bajos, y Mastotermes darwinensis, como otras termitas consideradas infe-
riores, es una especie de fósil viviente. Se la puede considerar a medio
camino entre los escarabajos y las termitas más avanzadas.
Para digerir celulosa hace falta unas enzimas llamadas celulasas.
Los animales, en general, no las producen, pero algunos microorga-
nismos sí. Como explicaremos en «El Cuento del Taq», desde el pun-
to de visto bioquímico las bacterias y las Arqueas son más versátiles que
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todos los demás reinos biológicos juntos. Los animales y las plantas
sólo disponen de una pequeña porción del arsenal de trucos bioquí-
micos del que disponen las bacterias. Para digerir la celulosa, todos
los mamíferos herbívoros dependen de los microbios presentes en sus
intestinos. A lo largo del tiempo evolutivo han creado una sociedad
con aquéllos: utilizan sus productos de desecho, como el ácido acéti-
co, mientras los microbios, por su parte, encuentran un refugio segu-
ro en sus intestinos, donde hallan abundantes materias primas para
su propia actividad bioquímica, preelaboradas y servidas en peque-
ños fragmentos manejables. Todos los mamíferos herbívoros tienen
bacterias en el intestino, donde llega la comida después de haber
sido atacada por sus jugos gástricos. Los perezosos, los canguros, los
colobos y, sobre todo, los rumiantes han desarrollado de manera inde-
pendiente el truco de albergar bacterias también en la parte supe-
rior del intestino, donde tiene lugar la predigestión.
A diferencia de los mamíferos, las termitas son capaces de produ-
cir sus propias celulasas, al menos en el caso de las termitas conside-
radas avanzadas, pero hasta un tercio del peso neto de las más primi-
tivas (las más parecidas a cucarachas), como Mastotermes darwinensis,
consiste en una rica fauna de microbios intestinales: protozoos euca-
riotas y bacterias. Las termitas encuentran la madera y la mastican has-
ta reducirla a pedacitos manejables. Los microbios viven de esos peda-
citos y los digieren gracias a enzimas que no figuran en el arsenal de
las termitas. Como ocurre con los bovinos, las termitas viven de los
productos de desecho de los microbios. En cierto sentido, podría decir-
se que Mastotermes darwinensis y las demás termitas primitivas cultivan
microorganismos en el intestino.1 Y esto nos lleva, finalmente, a
Mixotricha, el protagonista de este cuento.
1. Dos son los principales procesos mediante los cuales se extrae energía del
combustible alimenticio: el anaeróbico (sin oxígeno) y el aeróbico (con oxígeno). Los
dos son procesos químicos en los cuales el combustible, más que quemarse, se ve indu-
cido a liberar energía de forma eficaz para el usuario. La secuencia anaeróbica más
común genera como producto principal el piruvato, punto de partida de la cadena
aeróbica más común. Las termitas se esfuerzan por privar al intestino de oxígeno libre,
obligando así a sus microbios a usar solamente el proceso anaeróbico, esto es, a usar
el combustible de la celulosa para producir el piruvato que permite a las termitas
liberar energía aeróbica.
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br
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Disposición de las bacterias con forma de píldora (o), los corchetes (c) y las
espiroquetas (e) en la superficie de Mixotricha. De Cleveland y Grimstone [49].
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Dicho sea de paso, la métrica de Swift en estos versos es tan torpe que
no es de extrañar que Augustus De Morgan lo sucediese para darle un
picotazo y brindarnos la versión más conocida del mismo poema:
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¿Cuáles son los trucos bioquímicos que estas bacterias, en su día libres,
introdujeron en nuestras vidas, trucos que aún hoy perduran y sin los
cuales la vida cesaría al instante? Los dos más importantes son la foto-
síntesis, que emplea energía solar para sintetizar compuestos orgáni-
cos y, como efecto colateral, oxigena el aire, y el metabolismo oxidativo,
que utiliza oxígeno (procedente de las plantas) para quemar lenta-
mente los compuestos orgánicos y reutilizar la energía originalmen-
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1. Las baterias (incluidos las Arqueas) tienen también el monopolio (si exceptua-
mos a los rayos y a los químicos industriales humanos) de la fijación del nitrógeno.
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Encuentro 38
Arqueas
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Millones de años
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Incorporación de las Arqueas
NE
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Crenarqueotas
Euriarqueotas
Coriarqueotas
Ya incorporados
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K
MZ
J T P
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C
PZ
D S O E
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grupos: crenarqueotas y
euriarqueotas. Las secuencias de
ADN extraídas de fuentes termales
sugieren la existencia de otra rama
que habría divergido antes, las
coriarqueotas, aunque hasta ahora
no se ha visto ninguna. No hay datos
relativos al número de especies: en el
ámbito de los organismos asexuales
no está claro cuál es el significado de
PP
especies.
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arqueas
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Encuentro 39
Eubacterias
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el cuento del antepasado
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Bacterias verdes
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del azufre,
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(Esfingobacterias)
eubacterias
EL CUENTO DE RHIZOBIUM
Incorporación de las eubacterias. Árbol no dirigido (véase «El Cuento del Gibón»)
con dos posibles posiciones de la verdadera raíz señalizadas por las cruces. La
punta de cada rama representa la época actual. Tradicionalmente se ha
considerado a las eubacterias el grupo hermano del resto de seres vivos, lo que
equivaldría a situar la raíz en el punto A. Sin embargo, a falta de grupos externos,
no hay pruebas fehacientes que corroboren esta tesis. Otra posibilidad es que la
raíz se halle dentro de las eubacterias (por ejemplo en la cruz B), en cuyo caso
habría que añadir más puntos de encuentro. Los taxonomistas mantienen serias
discrepancias en cuanto a las relaciones filogenéticos dentro de las eubacterias. En
general se aceptan los grupos representados en este árbol, pero no las relaciones
entre los mismos. Es el caso, particularmente, de las cianobacterias.
Ilustraciones, desde arriba en el sentido de las agujas del reloj: Escherichia coli 0111;
especie Chlamydia; Leptospira interrogans; cloroplasto de una planta desconocida;
Thermus aquaticus; Staphylococcus aureus.
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eubacterias
ra tanto como yo y, además, sin coste alguno. Los gorrones que usa-
sen mi carretera sin molestarse en construirse la suya tendrían tiem-
po de dedicar todas sus energías a la labor de reproducirse más que
yo, mientras yo me empeñaba en mi actividad constructora. A menos
que se tomasen medidas especiales, florecerían tendencias genéticas
hacia un uso holgazán y egoísta que se ejercitaría a expensas de los
industriosos constructores de carreteras. El resultado es que no se cons-
truyen carreteras. Nosotros, gracias a nuestra capacidad previsora, nos
damos cuenta de que todos saldrán perdiendo; pero la selección natu-
ral, al contrario que los seres humanos, que estamos dotados de un
gran cerebro de evolución reciente, no es capaz de prever nada.
¿Qué tiene de especial el ser humano, que ha logrado superar los
instintos antisociales y construir carreteras de las que todos se benefi-
cian? Pues muchas cosas. Ninguna otra especie ha desarrollado nada
que se parezca ni remotamente a un estado del bienestar, una orga-
nización que cuida de los ancianos, de los enfermos y de los huérfa-
nos, y pone en funcionamiento instituciones benéficas. A simple vis-
ta, son creaciones que parecen desafiar al darvinismo, pero no es
éste el momento ni el lugar para abordar esta cuestión. Tenemos un
gobierno, una policía, unos impuestos, unas obras públicas a las que
todos, nos guste o no, contribuimos. Aquél que escribió «Muy Sr. Mío,
es usted muy amable, pero preferiría no tomar parte en su sistema de
recaudación del impuesto sobre la renta» seguro que recibió una res-
puesta oficial del Ministerio de Hacienda. Por desgracia, ninguna otra
especie ha inventado los impuestos, pero muchas han inventado la
valla (virtual). Un individuo puede asegurarse el uso exclusivo de un
recurso defendiéndolo activamente de sus adversarios.
Muchas especies animales son territoriales: no sólo las aves y los
mamíferos, sin también los peces y los insectos. Defienden un área
para impedir el acceso de adversarios de la misma especie, a menudo
con el fin de asegurarse un pasto privado, o un escenario de corte-
jo privado, o una zona privada de nidificación. Un animal que con-
trolase un vasto territorio se beneficiaría de la construcción de una
red de buenas carreteras aplanadas de las que se viesen excluidos sus
adversarios. No es algo imposible, pero estas carreteras animales se-
rían demasiado locales para viajes largos a gran velocidad. Con inde-
pendencia de su calidad, estarían limitadas a la pequeña área que un
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2. Resulta deprimente que, entre los cien premios Nobel de Literatura, el que más
se acerque la ciencia sea Henri Bergson. El único que podría rivalizar con él en men-
talidad científica es Bertrand Russell, que, sin embargo, obtuvo el Nobel por sus escri-
tos de inspiración humanitaria.
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3. Puede resultar extraño que haya agua tan por encima del punto normal de ebu-
llición, pero no hay que olvidar que el agua hierve a temperaturas más altas cuando
la presión es más elevada.
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eubacterias
Entamoeba
Eucariontes
Flagelados
Hongos mucilaginosos
Plantas
Animales
Ciliados
Tricomónadas
Hongos Diplomónadas
Microsporidios
Arquea
Metanosarcinales
Halobacteriales
Eubacterias
Arqueaglobales
Planctomicetales
Aquificales Metanococales
Termoproteales
Termotogales Sulfolobales
Desulfurococales
Proteobacterias
Cianobacterias Verdes del no azufre
Gram positivas de alto contenido G+C Gram positivas de bajo contenido G+C
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por muchas células. Los otros reinos están casi exclusivamente for-
mados por microbios. ¿Por qué, entonces, no los reagrupamos en un
único reino microbiano, al mismo nivel que los tres grandes reinos
pluricelulares? Uno de los motivos, muy razonable además, es que a
nivel bioquímico muchos reinos microbianos difieren entre sí y con
respecto a los tres reinos pluricelulares tanto como éstos difieren unos
de otros.
No tiene sentido entrar en disquisiciones bizantinas sobre si real-
mente son 20, 25 o 100 los reinos que presentan tal diversidad. Lo que
está claro viendo el diagrama es que todos estos reinos están compren-
didos en tres superreinos principales o dominios, por usar la termino-
logía de Carl Woese, que es quien ideó la nueva clasificación. Los tres
dominios son los eucariotas –las criaturas en cuya compañía hemos
recorrido la mayor parte del viaje–, las Arqueas –los microbios con que
nos hemos reunido en el Encuentro 38 y que el viejo sistema de cla-
sificación habría incluido en el tercer dominio– y las eubacterias,
que son precisamente ese tercer dominio y consisten en las bacterias
verdaderas. Son los miembros de este tercer dominio los que se nos
han unido en la etapa definitiva de nuestra peregrinación. Es un honor
compartir el último capítulo del libro con los propagadores de ADN
más omnipresentes y eficaces que jamás hayan existido.
Es evidente que el diagrama de estrella no se basa en característi-
cas morfológicas que podamos ver o tocar. Si se quieren comparar
organismos, deben escogerse características que todos ellos compar-
tan aproximadamente. No se pueden comparar patas si la mayoría
de especies no poseen patas. Patas, cabezas, hojas, clavículas, raíces,
corazones, mitocondrias: cada uno de estos elementos está limitado
a un subconjunto de seres. El ADN, en cambio, es universal y existe
un puñado de genes particulares que todas las criaturas vivas com-
parten, con tan sólo diferencias mínimas y cuantificables. Éstas son las
características que debemos usar para una comparación a gran esca-
la. Tal vez el mejor ejemplo lo representan los códigos que sirven
para la fabricación de ribosomas.
Los ribosomas son mecanismos celulares que leen las informaciones
contenidas en el ARN (que a su vez son transcritas a partir de genes
del ADN) y fabrican proteínas. Son vitales para todas las células y están
universalmente presentes. Compuestos en gran parte de ácido ribo-
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siempre. Pero si (¡y cuán grande es este si!) aceptamos que en algún peque-
ño estanque tibio en el que hubiera toda clase de sales amónicas y fosfó-
ricas, luz, calor, electricida, etc. podría formarse químicamente un com-
puesto proteínico preparado para sufrir transformaciones aún más
complejas, en la actualidad dicha materia sería absorbida al instante, lo
cual no habría ocurrido antes de que existiesen seres vivos.
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1. Esto mismo es lo que señaló Darwin en su carta del «pequeño estanque tem-
plado».
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Esto está escrito en 1929, más de 20 años antes del tantas veces citado
experimento de Miller y Urey que, a juzgar por la descripción de
Haldane, debió de ser una especie de repetición del de E. C. C. Baly.
A éste, sin embargo, no le interesaba el origen de la vida sino la foto-
síntesis y su gran logro fue sintetizar azúcares a base de irradiar con
rayos ultravioleta una solución de dióxido de carbono en agua, en pre-
sencia de un catalizador como el hierro o el níquel. Fue Haldane, y
no Baly, quien, con la brillantez que lo caracterizaba,2 imaginó algo
tan extraordinario como el experimento de Miller y Urey, y lo quiso
ver prefigurado en la obra de Baly.
Lo que Miller hizo (bajo la dirección de Urey) fue colocar dos matra-
ces uno encima del otro y conectarlos con dos tubos. El matraz infe-
rior, lleno de agua caliente, representaba el océano primigenio; el
superior, lleno de metano, amoníaco, vapor de agua e hidrógeno,
recreaba la atmósfera primordial. El vapor producido por el océano
caldeado del matraz inferior subía por uno de los tubos hasta la atmós-
fera del superior; a través del otro tubo, la atmósfera se unía al océa-
no tras pasar por una cámara de relámpagos, donde se la sometía a
descargas eléctricas, y otra de refrigeración, donde el vapor se con-
densaba y producía lluvia que reabastecía el océano.
Tan sólo una semana después de iniciado este simulacro, el océa-
no se había puesto de color amarillo pardo. Miller analizó el conteni-
do. Como habría predicho Haldane, se había convertido en una sopa
de compuestos orgánicos, entre ellos no menos de siete aminoáci-
dos, los componentes esenciales de las proteínas. De esos siete, tres
(la glicina, el ácido aspártico y la alanina) formaban parte de los 20
aminoácidos presentes en los seres vivos. Posteriores experimentos
similares al de Miller, pero con monóxido o dióxido de carbono en
lugar de metano, han arrojado resultados parecidos. Podemos sacar
la contundente conclusión de que, cuando en el laboratorio se simu-
lan diferentes versiones de esa Tierra primitiva que conjeturaron
2. Sir Peter Medawar, que tampoco era manco, dijo que Haldane era el hombre
más inteligente que había conocido en su vida.
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suceso fortuito sería poco común, no más probable que los encuen-
tros esporádicos que A o B podrían tener con muchísimos otros socios
potenciales. Una molécula A podría toparse con una C y producir Y,
o una B podría toparse con una D y formar X. Continuamente se pro-
ducen pequeñas cantidades de X e Y a resultas de encuentros fortui-
tos, pero la presencia de ese ayudante de laboratorio que es la enzima
abzasa lo cambia todo. Gracias a la abzasa se producen cantidades indus-
triales (a escala celular) de moléculas Z: una enzima típica multiplica
la tasa espontánea de reacción por un factor de entre un millón y un
billón. Si se introdujese una enzima diferente, la aciasa, la molécula
A se combinaría, en lugar de con B, con C, para producir, siempre a
velocidad de cinta transportadora, un copioso suministro de Y. Seguimos
hablando de las mismas moléculas A, que no están encerradas dentro
de un frasco sino que fluctúan libremente, listas para combinarse con
B o con C, dependiendo de qué enzima esté presente.
Así pues, las tasas de producción de Z e Y dependerán, entre otros
factores, de cuántas moléculas de cada uno de los dos ayudantes riva-
les, abzasa y aciasa, se hallen presentes en la célula. Y esto a su vez
dependerá de cuál de los dos genes del núcleo celular se encuentre
activado. El proceso, en realidad, es un poco más complicado: aunque
haya una molécula de abzasa, puede darse el caso de que no esté acti-
vada. Una de las causas puede ser que otra molécula se haya instala-
do en la cavidad activa de la enzima. Es como si el ayudante de labo-
ratorio estuviese temporalmente esposado. A propósito, lo de las esposas
me recuerda que debo hacer la consabida advertencia al lector: como
siempre que se usa una metáfora, existe el peligro de que la expresión
«ayudante de laboratorio» pueda inducir a error. Una molécula enzi-
mática no posee en rigor un par de manos con las que agarrar ingre-
dientes tales como A y no digamos ya tolerar unas «esposas»; en lugar
de eso, cuenta con zonas especiales en su superficie con las que A tie-
ne, digamos, cierta afinidad, bien porque encaja perfectamente en
una cavidad de determinada forma o por alguna propiedad química
más abstrusa. Y esta afinidad puede verse temporalmente anulada como
cuando se apaga un interruptor.
La mayoría de las enzimas son máquinas especializadas que sólo
fabrican un producto: un azúcar, por ejemplo, o una grasa; o una puri-
na, una piramidina (componentes esenciales del ADN y el ARN) o
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al igual que Gold, cree que la vida pudo haberse originado en las
profundidades subterráneas y que las bacterias que todavía habitan
ahí abajo podrían ser reliquias relativamente inalteradas con respec-
to a nuestros antepasados más remotos. En el caso concreto de nues-
tra peregrinación, esta idea es particularmente estimulante, por cuan-
to nos da esperanzas de encontrarnos algo parecido a las bacterias
primordiales en lugar de las bacterias más conocidas, modificadas para
vivir en las modernas condiciones de luz, frío y oxígeno. En la actua-
lidad, tras haber sido objeto de escarnio en un primer momento, la
hipótesis de que la vida surgió en las rocas profundas e incandescen-
tes se está convertiendo poco menos que en el último grito. Habrá que
esperar a más investigaciones para ver si es correcta o no, pero con-
fieso que estoy deseando que lo sea.
Hay muchas otras teorías en las que no me he detenido. Tal vez
un día alcancemos un consenso definitivo sobre el origen de la vida.
De ser así, dudo de que se base en pruebas directas, pues mucho me
temo que ya estén todas destruidas. En lugar de eso, el consenso se
alcanzará porque alguien formulará una teoría tan elegante que, como
dijo en otro contexto el gran físico estadounidense John Archibald
Wheeler:
...captaremos la clave del asunto y nos parecerá tan simple, tan bella y
tan convincente que nos diremos unos a otros: «¡Pues claro!, ¿cómo iba
ser si no? ¿Cómo hemos podido estar tan ciegos durante tanto tiempo?».
Tendrá que ser así como descubramos la solución al enigma del ori-
gen de la vida o, de lo contrario, me temo que jamás llegaremos a co-
nocerla.
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gidas por unos ojos que miran al frente, proceso que culminaría en
el proverbial equipo de críquet capaz de ganar a los australianos.
Mi rechazo a la evolución dirigida hacia una meta determinada fue
lo que me decidió a contar la historia marcha atrás. Con todo, al comien-
zo de este libro confesé cierta simpatía por una rima que me llevaría
a flirtear cautelosamente con pautas recurrentes, con la búsqueda de
un orden y una tendencia progresiva en la evolución. Así pues, aun-
que mi retorno como anfitrión no consistirá en volver exactamente
sobre mis pasos, me preguntaré en voz alta si tal vez no sería apropia-
do desandar un poco el camino.
La evolución repetida
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Cambios espantosos. Del hombre sólo quedan restos fósiles y los ictiosaurios han
reaparecido sobre la Tierra. Una conferencia: «Como pueden apreciar», prosiguió el
profesor Ictiosaurio, «este cráneo pertenecía a algún animal inferior: los dientes son
insignificantes; la potencia de las mandíbulas, ridícula, y, en general, parece increíble que
semejante criatura pudiese procurarse alimento».
Esta viñeta, obra de Henry de la Beche, parodiaba una hipótesis formulada por
Charles Lyell según la cual los cambios periódicos del clima terrestre y, en
consecuencia, de la fauna podrían provocar que en el futuro los iguanodontes
volviesen a vagar por los bosques y los ictiosaurios reapareciesen en los mares.
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Superposición
neural Aposición
Ojos Arañas Ojos de Cresta del tapete
los peces
superpuestos
Cangrego de
Ojos con cristalinos
las Molucas
de los cefalópodos
Intermedios Ojos con
Ojos de espejos
masa vítrea
Restos-copépodos
Ojos protocompuestos
Nautilo
Fotorrecepción simple
Las cuarentas sendas hacia la iluminación. Paisaje de la evolución del ojo, obra de
Michael Land.
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1. El relojero ciego.
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ortiga). En una reedición del proceso evolutivo es casi seguro que vol-
vería a surgir el veneno, incluida la inyección hipodérmica.
La emisión de sonido con fines sociales ha evolucionado de mane-
ra independiente en aves, mamíferos, grillos y saltamontes, cigarras,
peces y ranas. La electrolocalización, esto es, el uso de campos eléc-
tricos débiles como sistema de orientación, ha evolucionado varias
veces, tal y como vimos en «El Cuento del Ornitorrinco». Lo mismo
cabe decir del uso (probablemente derivado del anterior) de corrien-
tes eléctricas como mecanismos de ataque y defensa. Dado que des-
de el punto de vista físico la electricidad es igual en todos los mun-
dos, podemos apostar con confianza por la evolución recurrente de
criaturas que exploten la electricidad tanto para orientarse como para
atacar.
El vuelo verdadero, no el planeo pasivo, parece haber evoluciona-
do cuatro veces: en los insectos, en los pterosaurios, en los murciéla-
gos y en las aves. El planeo en sus diferentes modalidades ha evolu-
cionado de manera independiente muchas veces, tal vez cientos, y bien
podría ser el precursor evolutivo del vuelo verdadero. Entre los ejem-
plos figuran lagartos, ranas, serpientes, peces voladores, calamares,
caguanes, marsupiales y roedores (dos veces). Apostaría una gran suma
de dinero a que en las repeticiones de Kauffman surgirían planeado-
res, y una suma razonable a que también aparecerían voladores.
La propulsión a chorro podría haber evolucionado dos veces. Los
moluscos cefalópodos la utilizan, y, en el caso de los calamares, a gran
velocidad. El segundo ejemplo que se me ocurre es el de otro molus-
co cuya propulsión, sin embargo, no es rápida. Las vieiras viven fun-
damentalmente en el fondo del mar, pero de vez en cuando se des-
plazan abriendo y cerrando acompasadamente las dos valvas, como si
fuesen unas castañuelas. Lo lógico sería pensar (al menos yo lo pien-
so) que semejante acción las propulsaría hacia atrás, en dirección
opuesta al castañeteo, pero lo cierto es que se mueven hacia delante,
como si se abriesen camino en el agua a mordiscos. ¿Cómo es posible?
La respuesta es que el movimiento de abrir y cerrar las valvas sirve para
bombear agua a través de un par de orificios situados detrás de la char-
nela. Estos dos chorros propulsan al animal hacia delante. El efecto
contradice hasta tal punto nuestra previsión intuitiva que resulta casi
cómico.
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¿Y los órganos que sólo han evolucionado una vez, o no han llega-
do a evolucionar? Como hemos visto en el cuento del Rhizobium, la
rueda, dotada de un cojinete verdadero de rotación libre, sólo ha
surgido una vez, entre las bacterias, antes de que la inventase el hom-
bre. También el lenguaje ha surgido únicamente entre nosotros, lo
que supone una frecuencia cuarenta veces menor que la de los ojos.
Es sorprendente lo mucho que cuesta encontrar «buenas ideas» que
sólo hayan evolucionado una vez.
Le planteé el desafío a un colega de Oxford, el entomólogo y natu-
ralista George McGavin, y me proporcionó una lista estupenda; así y
todo, comparada con la lista de las cosas que han evolucionado muchas
veces, resulta breve. Según el doctor McGavin, los escarabajos bombar-
deros son los únicos que mezclan sustancias químicas para producir
explosiones. Los ingredientes se fabrican y conservan en glándulas sepa-
radas (obviamente); cuando el escarabajo percibe una amenaza, vierte
los ingredientes en una cámara situada cerca del ano, donde explotan
y provocan la expulsión de un líquido tóxico (cáustico e hirviente) a tra-
vés de una pequeña cánula orientada hacia el enemigo. Este proceso
hace las delicias de los creacionistas, pues están convencidos de que es
manifiestamente imposible que se haya desarrollado de manera gradual
ya que las fases intermedias también serian explosivas. En las conferen-
cias navideñas para niños que di en la Royal Institution y que la BBC
retransmitió en 1991, disfruté de lo lindo demostrando la falacia de
sesmejante argumento. Tras invitar a los asistentes más nerviosos a aban-
donar el auditorio, me puse un casco de la Segunda Guerra Mundial y
mezclé hidroquinona y agua oxigenada, los dos ingredientes explosivos
del escarabajo bombardero. No pasó nada; ni siquiera se calentó. La
explosión requiere un catalizador. Así pues, aumenté poco a poco la
concentración de catalizador, que a su vez fue incrementando de for-
ma constante la temperatura de la reacción hasta llegar a un clímax satis-
factorio. En la naturaleza, el catalizador lo proporciona el escarabajo,
que no debió de tener mayor dificultad en ir aumentando la dosis, de
forma paulatina y segura, a lo largo del tiempo evolutivo.
El siguiente en la lista de McGavin es el pez arquero, que pertene-
ce a la familia de los Toxótidos y debe de ser el único animal capaz
de lanzar un proyectil para abatir presas a distancia. El pez arquero
sube hasta la superficie y escupe un chorro de agua a un insecto que
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de las piedras y lanzas hasta los arcos, trabucos, mosquetes, rifles, ame-
tralladoras, obuses, bombas atómicas y bombas de hidrógeno de cada
vez más megatones, es sinónimo de progreso según el sistema de valo-
res de alguien, por mucho que ni el lector ni yo lo compartamos, pues
de lo contrario nadie se habría molestado en investigar y desarrollar
las técnicas necesarias para la producción de todo ese armamento.
La evolución representa progreso no sólo en el sentido débil y exen-
to de valores de la palabra. Hay episodios de progreso con una fuer-
te carga axiológica, al menos según algunos sistemas de valores total-
mente coherentes. Ahora que estamos hablando de armas, es un buen
momento para señalar que los ejemplos más conocidos son los de las
carreras armamentistas entre los depredadores y sus presas.
Según el Oxford English Dictionary, la expresión «carrera armamen-
tista» aparece por primera vez en las actas Hansard de la Cámara de
los Comunes de 1936:
Esta Cámara no puede estar de acuerdo con una política que pretende
fundamentar la seguridad nacional únicamente en el rearme militar y que
intensifica esa desastrosa carrera armamentista entre las naciones que con-
duce inevitablemente a la guerra.
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po consumen y tan estresantes resultan para ambas partes. Las dos sal-
drían beneficiadas de un acuerdo sindical como ése.
Por desgracia, la teoría darviniana no conoce ningún medio de rea-
lizar esa clase de acuerdos. Cada una de las dos partes destina recursos
al desarrollo de características que le permitan superar al rival, y los
miembros de uno y otro bando se ven obligados a asumir costosos com-
promisos con sus propias economías corporales. Si no hubiese depre-
dadores, los conejos podrían dedicar todos sus recursos económicos y
todo su valioso tiempo a alimentarse y producir más conejos. En cam-
bio, dedican gran parte del tiempo a la vigilancia contra posibles depre-
dadores y emplean considerables recursos económicos para desarrollar
el equipo necesario para la huida. Esto, a su vez, obliga a los depreda-
dores a transferir sus inversiones económicas desde la actividad funda-
mental, que es reproducirse, a la mejora del armamento para cazar pre-
sas. Las carreras armamentistas, tanto en el terreno de la evolución
animal como en el de la tecnología humana, se ponen de manifiesto no
en la mejora del rendimiento sino en la creciente transferencia de recur-
sos económicos que, en lugar de invertirse en los aspectos alternativos
de la existencia, pasan a financiar la propia carrera de armamentos.
Krebs y yo identificamos una serie de asimetrías que podrían pro-
vocar que un bando dedicase más recursos económicos a la carrera
armamentista que el otro. Uno de estos desequilibrios lo bautizamos
como «principio de la vida o la cena». El nombre está inspirado en esa
fábula de Esopo en la que el conejo corre más que el zorro porque el
conejo corre para salvar la vida mientras que el zorro sólo corre para
asegurarse la cena. Existe una asimetría en cuanto al costo del fraca-
so. En la carrera armamentista entre los cucos y sus anfitriones, todo
cuco tiene a sus espaldas una línea ininterrumpida de antepasados
que nunca jamás fracasaron a la hora de engañar a sus padres adop-
tivos. En cambio, un individuo de la especie anfitriona tiene a sus espal-
das muchos antepasados que nunca se toparon con un cuco y muchos
otros que se toparon con uno y resultaron engañados por él. Muchos
genes responsables de la incapacidad de detectar y matar cucos se han
transmitido con éxito de generación en generación en la especie anfi-
triona, mientras que los genes que provocan que los cucos fracasen a
la hora de engañar a sus anfitriones han tenido una trayectoria gene-
racional mucho más azarosa. Esta asimetría en materia de riesgo fomen-
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6. Dijo Hume: «Estas diversas máquinas, e incluso sus partes más diminutas, se
ajustan entre sí con una precisión que provoca la admiración de quienquiera que las
haya contemplado».
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ser otra cosa. En el caso del diseño, tal vez no sea una cuestión de prin-
cipio, pero lo cierto es que es un hecho probado. Los hermanos Wright
no tuvieron un rapto de inspiración y construyeron de buenas a pri-
meras un Concorde ni un bombardero Stealth. Lo que construyeron fue
un cascajo chirriante y destartalado que casi no despegaba del suelo
y que, tras dar unos cuantos bandazos, se estrelló en un sembrado.
Desde Kitty Hawk7 hasta Cabo Cañaveral, cada etapa del proceso se
basó en las anteriores. Las mejoras son graduales, paso a paso, en la
misma dirección, ajustándose a nuestra definición de progreso.
Podríamos imaginar, con cierta dificultad, un genio victoriano que,
con su bella y barbuda cabeza digna de Zeus, diseñase de cabo a rabo
un misil sidewinder. La idea va en contra del sentido común y de la
historia, pero no atenta contra las leyes de la probabilidad; no se pue-
de decir lo mismo de la evolución instantánea de un moderno mur-
ciélago volador dotado de ecolocalización.
Podemos descartar la posibilidad de que un solo salto macromuta-
cional lleve de musaraña terrestre ancestral a murciélago volador dota-
do de ecolocalizadores con la misma seguridad con que rechazamos
que un prestidigitador adivine el orden exacto de un mazo de naipes
barajados gracias un golpe de suerte. En ninguno de los dos casos es del
todo imposible la fortuna, pero ningún científico que se precie la usa-
ría como explicación de dichos fenómenos. El prestidigitador adivina
el órden de las cartas mediante un truco (todos hemos visto trucos igual
de desconcertantes para un profano). La naturaleza, a diferencia del
prestidigitador, no tiene ninguna intención de engañarnos, pero así y
todo podemos descartar la suerte; no en vano, la genialidad de Darwin
fue descubrir cuál era el juego de manos que practicaba la naturaleza.
El murciélago es el resultado de una lentísima serie de pequeñas mejo-
ras, cada una de las cuales amplia lo acumulado previamente y prolon-
ga la tendencia evolutiva en la misma dirección. En eso consiste, por
definición, el progreso. El mismo argumento es válido para todos los
objetos biológicos complejos que producen la ilusión de diseño y que
son, por tanto, estadísticamente improbables en una dirección concre-
ta. Todos ellos tienen que haber evolucionado de forma progresiva.
7. Localidad de Carolina del Norte (EEUU) donde los hermanos Wright cons-
truyeron sus primeros planeadores. [N. del t.]
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Evolucionabilidad
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Lecturas recomendadas
Leakey, R., The Origin of Humankind: Unearthing Our Family Tree, Science
Master series, Basic Books, Nueva York, 1994. [Trad. esp.: El origen de
la humanidad, Debate, Barcelona, 2000.]
Maynard Smith, John y Szathmáry, Eörs, The Origins of Life: From the
Birth of Life to the Origin of Language, Oxford University Press, Oxford,
1999. [Trad. esp.: Ocho hitos de la evolución: del origen de la vida a la apa-
rición del lenguaje, Tusquets, Barcelona, 2001.]
807
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Ridley, Mark, Mendel’s Demon: Gene Justice and the Complexities of Life,
Mendelson & Nicolson, Londres, 1999.
Weiner, J., The Beak of the Finch, Jonathan Cape, Londres, 1994. [Trad.
esp.: El pico del pinzón: una historia de la evolución en nuestros días, Círculo
de Lectores, Barcelona, 2002.]
Lecturas avanzadas
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Diagramas filogénicos
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cos [293] y las fechas en hibridización del ADN [265]: muchos grupos
se han agrupado bajo el término Neoaves debido a las relaciones in-
ciertas.
ENCUENTRO 23. Los datos del reloj molecular [315] sitúan la escisión
del pez lanceta cerca de las divergencias basales de los Deuteróstomos,
esto es, hace 570 millones de años, según la datación de la teoría de
la explosión cámbrica de mecha lenta (véase «El Cuento del Gusano
Aterciopelado»).
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ENCUENTRO 24. La fecha del encuentro viene impuesta por los puntos
de ramificación circundantes. Puede que sea más próxima a los ambu-
lacrarios que a los peces lanceta [315].
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ENCUENTRO 34. Suele discutirse [91, 244] la fecha del encuentro (hace
1100 millones), que tal vez no sea particularmente robusta. Los estu-
dios moleculares revisados sitúan ahora a los Microsporidios dentro
de los Hongos [149], posiblemente en la base [13]. Los estudios mor-
fológicos y genéticos sitúan a los Ascomicotes y Basidiomicotes como
filos cercanos, y los análisis de ADN ribosómico identifican a los
Glomeromicotes como filo hermano de ambos [256], con dos (como
mostramos aquí) o más ramas parafiléticas de zigomicetes. Las fechas
de divergencia, obtenidas por reloj molecular [133], se han reajusta-
do para que cuadren con la del encuentro.
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Página
182, 183 Árboles no dirigidos, por Yan Wong; Cladogramas dirigidos, por
Yan Wong.
845
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187, 189 Árboles de Chaucer, por Yan Wong, basados en datos de [46].
190, 192
846
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382 Richard Owen, Zoólogo británico, con una moa gigante, George
Bernard/Science Photo Library.
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771 Paisaje del ojo, dibujado por L. Ward a partir del original de
M.F. Land, de R. Dawkins [71].
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Índice analítico
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índice analítico
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389, 390, 391, 392, 430, 597, Belloc, Hilaire, 304, 376, 378, 689-
679 692
aves, Belyaev, D. K., 57-58, 62
- componen un clado auténtico, Bering, Vitus, 307
341 Beringe, Robert von, 164
- no voladoras, 380-389, 430 Betzig, Laura, 291
- relación con los dinosaurios, bichir (polipteriformes), 444-445,
349-352 450
- visión cromática en las, 211 bicoide, 554
avestruz, 137, 234, 381, 388, 390- Big Bang, modelo del (radiación
391 de los mamíferos posterior al
ayeaye (Daubentonia K/T), 245
madagascarensis), 233-239 bilaterios, 501, 515, 518, 594, 611,
Aysheaia, 584 613, 615
biomasa, 667, 695, 762
babuino (Papio), 137, 141, 155, bipedalismo, 136-147, 361-367, 370-
162, 199-201 374, 767
bacterias, v. Arqueas; eubacterias bivalvos, 513-514
bacteriófago, 757, 759 Blackmore, Susan, 371-373
balanoglosos (Enteropneustos), Blair, W. F., 423
499 Blakemore, Collin, 222
ballena, 270-282, 307, 309, 317, «blastea» (Haeckel), 650
330, 401, 448, 527, 649, 673, blastoporo, 505, 507
772 blástula, 505, 650
-azul (Balaenoptera musculus), boca, 479-480, 502, 507, 516, 561,
122, 437 611, 615, 617, 635
Baly, E. C. C., 742-743 Bodmer, Walter, 364-366
baobab (Adansonia), 236 bólido, v. meteorito, impacto de
Barlow, George, 18, 447, 459, 629 Bonner, J. T., 665-666
barnacla cariblanca (Branta bonobo (Pan paniscus), 31-32, 151-
leucopsis), 578, 736 158, 161, 170, 291, 367
Barnard, K. H., 441 Bontius, Jacob, 163
Barrell, Joseph, 406 Boreosfénidos, 321
barrenas ovaladas (Foládidos), 513 Bosque Petrificado, 115, 679
basalto, 395 bosque, 243, 596, 623, 625, 630,
Basilosaurus, 276 669, 737
bastones, 215 Branchiostoma, v. pez lanceta, 487-
Bateson, William, 552-553, 557, 563 488
Beadle, George W., 661 branquias, 426-429, 435, 451, 475,
Bell, Graham, 574 489, 611, 628, 650, 655, 674
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braquiación, 137, 141, 177 Capellán del diablo, A., 17, 781
braquiópodo (concha de lámpara), capibara, 254-256
435, 506-515, 584-585 caracoles y babosas, 273, 356, 482,
briozoo, 506-508, 514 513, 583, 594, 618, 665, 779
Bromham, Lindell, 18, 437 - nudibranquio (babosa de mar),
Brown, James, 673-674 618; Glaucus atlanticus
Brunet, Michael, 144-145 carbón, 107, 346, 742
Buchsbaum, Ralph, 511 Carbonífero, periodo, 40, 340 346,
Bunopithecus, v. gibón 349, 399, 435, 475
Bunyan, John, 32 carbono, datación mediante, 39, v.
Burgess Shale, 116 datación, radiométrica,
buzo de Descartes, 449-450 Carlos, Príncipe, ojos azules de, 84-
87, 630
caballito de mar foliáceo Carnívoros, 52, 269-273, 305
(Phycodurus equus), 445-446, Carroll, Lewis, 376
694 carroñero, 139, 257, 456, 629
caballo, 269-273, 288, 299, 309, cartílago, 473, 477, 479, 482
313, 405, 716 Cartwright, William, 341
cadena alimentaria, 667, 688 castor, 179, 234, 254-256, 262-268,
caguán (Dermópteros), 247-252, 715-716
255, 316, 776 casuario, 383-384, 390
caimán, 350, 437, 631 catalizador, 740-777
Cain, Arthur, 333 - v. también enzima
Cairns-Smith, Graham, 725, 744- Catania, Kenneth, 334-336
745, 800 catarrinos, 171, 201-203, 211
calamar, 513 catástrofe de error, v. mutación
- joya (Histiotuethis miranda), 518 Cavalier-Smith, Tom, 709, 711, 727
camaleón, 236, 349, 513, 778 cavidad corporal, 611, 633 v. celoma
Cámbrico, periodo, 39-40, 117, 477- cazador-recolector, 54-56, 63-64, 530
609, 713, 771 cebra, 235, 305
camello, 60, 262-64, 270, 278, 280, cecilia, 399-401, 437, 798
297-299, 305, 309 celacanto (Latimeria), 251, 343,
Candida, v. hongos, 405, 433-438, 439-441, 597
cangrejo de río, 464, 665 Celenterados, 633
cangrejo, 425, 512, 561, 579 celoma, 611-613
- blanco, 761 célula, 641
- «samurai», 59 - como comunidad de bacterias,
- violinista (Uca), 518 631
canguro, 179, 309-311, 317, 417, - eucariótica, origen de la, 701-
697, 768 707, 800
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hemoglobina, 96, 483-486, 564, hongos, 57, 197, 608, 657-662, 667,
706, 761 670, 693-694, 706, 728-729
herencia, 51, 88, 371, 519, 522, - ascomicetes, Candida,
560, 734, 737-744, 751-752 Neurospora crassa, Penicillium,
Herodoto, 165 660-661
Herto, 101 - basidiomicetes, Agaricus
heterocigótica, ventaja, campestris, 660-661
v. polimorfismo hongos de las termitas
heteroconte, 691-694 (Termitomyces), Phallus
heterocronía, 428-429 impudicus,
hibridización, 812 - cultivo de, 528
hidrozoo, 616, 619-620 - genes homeobox en los, 563-655
hiena, 36, 114, 269271, 309, 622 - glomeromicetes (hongos
hiperciclo, 753-754 micorrizos arbusculares), 661
hipopótamo, 195, 235, 269-271, - levaduras, 658-661
274-283, 307, 649 - simbiosis con
histricognatos, 205, 207 algas/cianobacterias
Hodgkin, Alan, 724 (líquenes), 661, 668, 705-706,
Holland, Peter, 18, 482, 497, 560, 714-715, 728-729
565, 612 - simbiosis con plantas
Holocéfalos, v. quimera (micorrizas), 658-661
homeobox, genes 563-565 Hooker, Joseph, 671, 735
homínido, 65, 112, 116, 118, 132- hopanoides, 761-762
135, 143-149, 151, 290, 340, Hoppius, 163
419, 767 hormiga cortadora de hojas 507,
- lenguaje, 109 527-530
- tamaño del cerebro, 120 hormiga león (Myrmeleontidae)
- v. también Australopithecines; 778
Ergaster; Hábiles; Homo; hormona,
Neandertales - tiroxina, 429
Homo Hou Xian-Guang, 584
- erectus (ergaster), v. Ergaster Hox, genes 179, 523, 556-565, 579,
- habilis, v. Hábiles 591, 639, 733, 798-799
- heidelbergensis, v. Neandertal huloc, v. gibón,
- rudolfensis, 118 humanos
- sapiens, v. humanos - ascendencia común, 27-33, 50,
Homo sapiens arcaico, 9, 101-105, 65, 70-78, 93-94, 98-99, 157,
106, 112, 159, 407 163, 165, 170, 172, 196-197
homúnculo (Pennfield), 326-327, - diversidad de los, 53, 69, 71, ; v.
337 también raza
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ribosoma, 730, 749, 750, 757 «salida de África», teoría de la, 93-
ribozima, 756 94, 171, 548
Ricketssia, 707 salmón, 437, 653, 655
Ridley, Mark, 18, 221, 258, 293, saltamontes, 13, 91, 228, 360, 415,
753, 771 458, 530-533, 538, 539, 555,
Ridley, Matt, 574-575, 752 776
Rift, valle del, 144, 154, 155, 156, - europeo (Chorthippus brunneus,
301, 411, 455 C. biguttulus) 531-532, 539
río del Edén, El, 72, 576 saltarín del fango (Periophtalmus),
rizarios, 690, 693 12, 407, 451, 453
roca, 37-39, 113-114, 116, 306, 341, Salzburger, Walter, 461
393-398, 495, 578, 583, 619- sangre, 28, 46, 61, 83, 84, 92, 109,
620, 680, 686-687, 760, 762 186, 221, 263-264, 279-280,
- ígnea (volcánica), 114, 397 ; v. 357, 365, 388, 450, 473, 479,
también basalto 483, 502, 521, 540, 602, 673-
- sedimentaria, 38, 116, 680 676, 718-719, 725, 761, 779
rodofitas, v. algas, rojas - grupos sanguíneos, 98, 196
roedores, 253-279, 297, 300, 313, sapo, v. ranas y sapos
316, 317, 374, 389, 438, 602, sarcopterigios, 443
605, 769, 776 saurisquio, v. dinosaurios
Romer, Alfred Sherwood405, 406, saurópsido, 344, 349
407, 429, 451 Savage, Thomas, 163, 164, 165
Roos, Christian, 194, 165 Schierwater, B., 639, 842
rotífero, 507, 565-577, 804 Schluter, Dolph, 840
- bdeloideo, 507, 566-577 Schopf, J. W., 30, 840
Rowntree, V. J., 138 Schuster, Peter, 754
rumiantes, 275, 279, 308, 631, secuoya, 14, 39, 114, 397, 597, 606,
697 668, 675-677, 687, 805
Russell, Bertrand, 363, 582, 724 Seehausen, Ole, 457, 458
segmentación, 509, 579, 798-801
Sacks, Oliver, 221 Segunda Guerra Mundial, 217, 430,
Sahelanthropus tchadensis, v. Toumai 529, 621, 777, 786
salamandra (Urodelos), 400 selección
- ajolote (Ambystoma mexicanum), - artificial, 57, 353, 675
148, 424-432, 495-496 - dependiente de la frecuencia, v.
- Ensatina, 400, 407-410; v. polimorfismo
también especie, circular - natural, 48, 62, 79, 81, 98, 107,
- tigre (Ambystoma tigrinum), 427 111-112, 161, 171, 179, 185,
- tritón, 399, 404, 428-429, 655 195, 197, 220, 221, 233, 262-
salangana (C. linchi), 772, 774 268, 277, 284-286, 299, 303,
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