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INTRODUCCIÓN
Los profetas y los rabinos esperaban una edad mesiánica por venir, y los escritores
apocalípticos advertían de su llegada inminente (Marcos 1.8) - ¨Yo a la verdad os
he bautizado con agua; pero él os bautizará con Espíritu Santo¨. Pero para
Jesús y los cristianos del primer siglo, la esperanza tan anhelada era una realidad
viva y la afirmación incluía la sensación emocionante de estar en ¨los últimos días¨.
Sin algún reconocimiento de esa dimensión escatológica de la fe y de la vida cristiana
no podemos entender esta enseñanza y experiencia acerca del Espíritu.
Asimismo se habla en Hebreos del don del Espíritu como ¨los poderes del siglo
venidero¨ (6. 4-5). Todavía más impactante es la manera en que Pablo entiende al
Espíritu como garantía de la salvación completa de Dios (2a de Corintios 1.22; 5.5;
Efesios 1. 13-14), ¨las primicias¨ de la cosecha final de hombres por Dios (Romanos
8.23) y el primer anticipo de la herencia del reino de Dios del creyente (Romanos 8.
15-17; 1a de Corintios 6. 9-11; 15.42-50; Gálatas 4. 6-7; 5. 16-18, 21-23, Efesios 1.13-
14).
Una vez más se piensa en el Espíritu como el poder de la edad venidera, como ese
poder - que caracterizará el gobierno de Dios en el fin de los tiempos - que ya está
formando y transformando la vida de los creyentes.
Para Pablo, esto también significa que el don del Espíritu es solo el comienzo de un
proceso de toda la vida que no termina hasta que la persona entera del creyente está
bajo la dirección del Espíritu (Romanos 8.11, 23; 1a de Corintios 15. 42-49; 2a de
Corintios 3. 18; 5. 1-5). También significa que la experiencia actual de la fe es de una
tensión permanente entre lo que Dios ya ha comenzado a lograr en la vida del
creyente y lo que todavía no está sujeto a la gracia de Dios (Filipenses 1.6), entre el
Espíritu y la carne, entre la vida y la muerte (Romanos 8.10, 12-13; Gálatas 5. 16-17;
6.8). Es esta tensión escatológica entre la vida en ¨el Espíritu¨ y la vida ¨en la carne¨
Gálatas 2.20) que tiene su expresión conmovedora en Romanos 7. 24 y 2a de
Corintios 5. 2-4.
Pedro reconocía la presencia del Espíritu manifestada en y sobre una vida como
evidencia suficiente de que Dios había aceptado a esa persona, aunque todavía no
hubiera hecho ninguna profesión formal de fe ni hubiera sido bautizada (Hechos 10.
44-48; 11. 15-18; 15. 7-9). Así también Apolos, ya encendido por el Espíritu (18.25; cf.
Romanos 12.11), aunque su conocimiento del ¨Camino de Dios¨ fuera un poco
defectuoso (Hechos 18. 24-26), aparentemente no necesitaba suplementar su
¨bautismo de Juan¨ con el bautismo cristiano. Sin embargo, los doce a los que se
llama ¨discípulos¨ en Éfeso mostraron por su misma ignorancia del Espíritu que
todavía no eran discípulos del Señor Jesús (Hechos 19. 1-6). Lucas representa a Pablo
preguntándoles: ¨ ¿Recibieron el Espíritu Santo cuando creyeron? (19.2).
Esto encaja perfectamente con el énfasis propio de Pablo en sus epístolas. El paso de
la fe y la recepción del Espíritu Santo van de la mano, son las dos caras de la moneda:
recibir el Espíritu es comenzar la vida cristiana (Gálatas 3.2-3); la justicia por la fe y
la promesa del Espíritu se consideran equivalentemente ¨la bendición de Abraham¨
(vv. 1-14); ser bautizado en el Espíritu es convertirse en miembro del cuerpo de
Cristo (1a de Corintios 12.13); si alguno “no tiene el Espíritu de Cristo”, esa
persona no pertenece a Cristo (Romanos 8.9); solo recibir el Espíritu nos permite ser
hijos de Dios, clamar a Dios como Padre (vv. 14-17; Gálatas 4. 6-7); el sello divino que
establece el vínculo entre Dios y el creyente ahora es el Espíritu mismo, no la
circuncisión (y no el bautismo: 2a de Corintios 1.22; Efesios 1.13-14). El Espíritu es
una característica tan fuerte de la nueva edad y de la vida de la nueva edad, que solo
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el don del Espíritu puede llevar a una persona a la nueva edad para experimentar la
vida de la nueva edad. El Espíritu es distintiva y peculiarmente el dador de vida; de
hecho, el Espíritu es la vida de la nueva edad (Romanos 8.2, 6, 10; 1a de Corintios 15.
45; 2a de Corintios 3. 6; Gálatas 5.25). Al igual que en los escritos de Juan, el Espíritu
es característicamente el Espíritu dador de vida (Juan 6.63); el poder de lo alto, la
semilla de vida divina que produce el nuevo nacimiento (3. 3-8; 1a de Juan 3.9); un
río de agua viva que trae vida al creer en Cristo (Juan 7. 37-39; ver también 4. 10, 14).
También se representa la recepción del Espíritu en 20: 22 como una nueva creación
análoga a la de Génesis 2.7. En consecuencia, en 1a de Juan 3.24 y 4.13, tener y
experimentar el Espíritu cuenta como una de las “pruebas de vida” mencionadas en
esa epístola.
Pablo en particular pone muy en claro que este vivir a partir de los recursos y la
dirección del Espíritu es lo que diferencia al cristianismo del judaísmo de su época.
Existe una práctica de la religión que es según la letra, "el código escrito” (ver
Romanos 2.28-29; 7.6; 2a de Corintios 3.6; Gálatas 4.9-10; Colosenses 2. 20-23), así
como existe una calidad de vida que es "según la carne", a nivel de los propios
apetitos y deseos egoístas (Romanos 8.3-7, 12-13; Gálatas 5.13). Pero el hijo de Dios
es el que "anda conforme al Espíritu", es "guiado por el Espíritu", “ordena su vida por
el Espíritu” (Romanos 7.6; 8. 3-7, 14; Gálatas 5.5, 16, 18, 25).
Aquí estamos en contacto con el vigor de la dimensión empírica del cristianismo más
temprano. Si el Espíritu es el aliento de la vida nueva en Cristo (cf. Ezequiel 37.9-10,
14; Juan 20.22; 1a de Corintios 15. 45), entonces supuestamente la analogía se
extiende aún más, y la experiencia del Espíritu es como la experiencia de respirar: no
estamos conscientes de ella todo el tiempo, pero sino estamos conscientes de ella al
menos parte del tiempo, algo anda mal.
Por la misma razón, Pablo es cauteloso en aceptar todas las afirmaciones de carisma
– la experiencia de la inspiración no auto autentifica - y recomienda que cada
afirmación sea sometida a la opinión de la comunidad. Es poco probable que lo que
no encuentra eco entre los que tienen el Espíritu y no edifica a la comunidad del
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Espíritu sea un don del Espíritu (1a de Corintios 2.12-15; 14.29; 1a de tesalonicenses
5.19-22; cf. Mateo 7. 15-23).
De esta manera, Pablo provee una resolución del problema del Antiguo Testamento
de si la autoridad reside en la pronunciación individual del profeta carismático o en
el funcionamiento el cuerpo de Cristo (la iglesia). Todos tienen el Espíritu, no solo
una o dos personas especialmente ungidas; todos pueden ser usados por el Espíritu
como ministros de gracia, no solo un profeta e particular (Romanos 8. 9; 1a de
Corintios 2.12; 12.7, 11). Esto significa que la autoridad no reside en el carisma o en el
oficio, sino más bien en la correlación y la interacción del carisma y la comunidad, en
el carisma individual (palabra o acto) probado y aprobado por la comunidad general.
El vínculo entre el Espíritu y el Cristo exaltado es aún más estrecho para el creyente.
En un sentido real, el Espíritu es el modo actual de la existencia de Cristo (Romanos
1.4; 1a de Corintios 15.45; 1a de Timoteo 3.16; 1a de Pedro 3.18). Experimentar el
Espíritu es experimentar a Cristo (Juan 14.16-28; Romanos 8.9-10; 1a de Corintios
6.17; 12.4-6; Efesios 3.16-19; Apocalipsis 2-3). Es imposible conocer a Cristo a aparte
del Espíritu o de una manera que no sea a través del Espíritu. Es imposible
experimentar el Espíritu sino es así: el Espíritu tiene el carácter de Cristo e imprime
ese carácter en los que se someten a él. El creyente debe descartar cualquier
experiencia espiritual distinta, ignorarla y evitarla por completo.
LECCIÓN 1
EL NUEVO
NACIMIENTO
(Juan 3. 3, 6)
El nuevo nacimiento se produce por un acto de Dios soberano y lleno de gracia ajeno
a toda cooperación humana (Juan 1. 13; Efesios 2. 4-5).
Dios lleva a cabo el nuevo nacimiento por la predicación de su Palabra (1a de Pedro 1.
23; Santiago 1.18). El resultado es una vida transformada (2a de Corintios 5.17) que
incluye fe salvadora y arrepentimiento (Efesios 2. 8; Hechos 11. 18; 16. 14) y
obediencia a la Palabra de Dios (1a de Juan 3.9).
La biblia expresa el concepto varias veces mediante otros términos como nacido de
nuevo, renovado, nueva criatura y de nacido de Dios. Por ejemplo, en Juan 3. 3-8,
Jesús le dice a Nicodemo que para poder entrar al reino de Dios debía nacer de
nuevo.
Pablo explica con mayor profundidad en Efesios 2.1: “... cuando estabais muertos
en vuestros delitos y pecados”. Es evidente que Pablo no se refiere a la muerte
física sino al estado espiritual del hombre. El pecado provocó la muerte espiritual del
individuo, y lo tornó incapaz de retornar ante Dios. Sin embargo, la regeneración
vuelve a despertar o a resucitar la capacidad espiritual del hombre de modo que
pueda tener una relación con Dios. El apóstol explicó en Efesios 2. 4-5: “Pero Dios,
que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun
estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con
Cristo". La regeneración le brinda a la persona la posibilidad de tener comunión con
Dios de modo que sea una “nueva criatura” (2a de Corintios 5.17).
La misma idea aparece en el AT. Por ejemplo, Dios le dijo a Israel en Ezequiel 36.26:
“Os daré corazón nuevo, y podré espíritu nuevo dentro de vosotros; y
quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de
carne". El salmista expresó esta necesidad de un corazón nuevo: “Crea en mí, oh
Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mi" (Salmo
51.10). Jeremías 31. 31-34 también habla de un nuevo pacto por parte de Dios donde
su ley se escribiría en el corazón de los hombres. Estos versículos hablan claramente
de un cambio en el corazón que le permite al hombre tener una mejor respuesta
hacia Dios y su voluntad. Esto refleja el concepto de regeneración en el NT.
El tiempo perfecto también lleva en sí la idea de un acto único, decisivo, inicial (como
el aoristo) pero agrega también la idea del resultado duradero que sigue de ese acto
instantáneo de la regeneración.
EL FRUTO DE LA REGENERACIÓN
Una Nueva Naturaleza. El nuevo nacimiento da lugar a una nueva naturaleza (2a
de Corintios 5.17). No elimina la naturaleza vieja, ni produce una personalidad
dividida. La naturaleza es una capacidad, y mientras que el hombre no regenerado
sólo tiene capacidad para servir al pecado (Romanos 6.20), la nueva naturaleza
aporta la capacidad para servir a la justicia (Romanos 6.18). Esto hace posible que el
individuo sea regido por el Espíritu de Dios. El hombre regenerado anda en el
Espíritu (Romanos 8.4, 14; Gálatas 5. 16; Efesios 5.18). No se transforma en un ser
perfecto, pero sí cuenta con esa nueva capacidad para agradar a Dios y para crecer en
semejanza a Cristo por medio del nuevo nacimiento. (2a de Pedro 1.4) - “por medio
de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que
por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo
huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la
concupiscencia”
Una Vida Nueva. La nueva naturaleza produce como fruto una vida nueva. En
pasajes tales como 1a de Juan 2.29; 3.9; 4.7; 5.1, 4, 18, los resultados perdurables de
la regeneración son el hacer justicia, no cometer pecado, amar a los demás, creer que
Jesús es el Cristo, y vencer al mundo. Dichos frutos del nuevo nacimiento
constituyen una advertencia eficaz de que, si bien el hombre ocupa un lugar pasivo
en el acto del nuevo nacimiento, los resultados de dicho nacimiento sobrenatural
involucran actividades de largo alcance. El hombre que ha experimentado el nuevo
nacimiento ha de andar en “novedad de vida”, portando la imagen de la familia de
Dios en la que ha ingresado y poniendo de manifiesto el parecido familiar.
La palabra traducida “de nuevo” en el versículo antes mencionado (la palabra griega
es ánothen) a menudo significa “de arriba”, así que muchos prefieren traducir la
idea, “El que no naciere de arriba”, no puede ver el reino de Dios. Ser nacido una
segunda vez no necesariamente lo pondría a uno en un plan más alto.
EL NUEVO NACIMIENTO
(NEGATIVAMENTE)
cosas, y perverso” (Jeremías 17.9) que necesita una transformación vital dentro
de la persona.
No es Religión. Si usted fuera a decirle al hombre que asiste a la iglesia que debe
nacer de nuevo, él no se perturbaría. Siempre ha sido cristiano. Él pertenece a una
iglesia y contribuye regularmente a su sostén. Quizá hasta lee su biblia todos los días
y ora todas las noches, y hasta trata a su vecino como así mismo. ¿Qué más necesita?
El nuevo nacimiento no es hacerse religioso. Recordemos que cuando Jesús
mencionó la necesidad del nuevo nacimiento, se estaba dirigiendo a un hombre ultra
religioso, Nicodemo, un fariseo sincero y un miembro del sanedrín, la corte
eclesiástica más alta. ¡Si alguno pudiera llegar al cielo con base a su religión,
seguramente Nicodemo podría!
(POSITIVAMENTE)
Una Creación - “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es
[Lit. Creación nueva]; las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son
hechas nuevas" (2a de Corintios 5.17). Ver también Efesios 2.10; 4.24; Gálatas
6.15.
La carne es la carne, y no importa cual cuan culta, o aun cuan religiosa pueda ser,
siempre es carne. El reino de Dios es espiritual y sólo seres espirituales pueden
heredarlo. Jesús condenó a los que le rechazaron y declaró: "Vosotros sois de
vuestro Padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer”
(Juan 8.44).
La Biblia dice que el no regenerado está "ajeno de la vida de Dios" (Efesios 4.18);
"Porque el ocuparse de la carne es muerte” (Romanos 8.8); “Tienes nombre
de que vives, y estás muerto" (Apocalipsis 3.1); "Pero la que se entrega a los
placeres, viviendo está muerta" (1a de Timoteo 5.6). ¿Cuál es la diferencia entre
uno que es creyente y uno que no lo es? La respuesta en una sola palabra es Vida.
Uno tiene vida espiritual mientras que el otro está absolutamente muerto. Cuando
Jesús dijo: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”, no
estaba enunciando un dogma teológico, o pronunciando un edicto divino. Él estaba
declarando una verdad básica: no puede ver [ni mencionar entrar] en el reino de
Dios. Es una absoluta imposibilidad. Sí “Os es necesario nacer de nuevo!" (Juan
3.3)
Concerniendo exactamente esta pregunta, Jesús dijo a Nicodemo: "El viento sopla
de donde quiere, y oyes su sonido; más ni sabes de dónde viene y a
dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu" (Juan 3.8).
Durante una tormenta la gente reconoce que el viento está soplando, pero nadie lo
ve. Lo que observamos son los resultados de la furia del viento. Igualmente, nadie ve
la regeneración de un alma humana, pero fácilmente podemos dar testimonio de los
resultados de la acción divina. Sabemos algo sobre el acontecimiento de esta gran
experiencia, pero no sabemos, ni necesitamos saber, cómo realmente ocurre.
Mientras decimos que no hay nada que un hombre pueda hacer para regenerarse así
mismo, hay algo que debe hacer para obtener la obra regeneradora de Dios en su
propia vida. Dos experiencias son necesarias:
Creer en el Mensaje del Evangelio. El pecador debe creer que la obra de Cristo
en la cruz es suficiente para su salvación (Efesios 1.13). Debe haber una relación
cercana entre las doctrinas de la cruz y de la regeneración. 1a de Pedro 1.17-23
muestra que es sobre la base de “la sangre preciosa de Cristo” (vs. 19) que
somos “renacidos” (vs. 23).
LECCIÓN 2
EL ESPÍRITU
SANTO EN EL
CREYENTE
(Juan 14.16)
El apóstol Juan cita en este pasaje, que Jesús dio al Espíritu Santo un nombre que no
se encuentra en ningún otro libro del Nuevo Testamento. Aparentemente Juan fue el
escritor inspirado y elegido para revelar a la iglesia el nombre de "Consolador".
Aunque el vocablo no es hallado en ninguna otra parte, se ha convertido, después de
"El Espíritu Santo", en el término favorito para designar a la tercera persona de la
trinidad.
La importancia del ministerio del Espíritu Santo como Consolador puede ser notada
en las palabras de Jesús: "Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me
vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas
si me fuere, os lo enviaré" (Juan 17.6). Aparentemente, Jesús consideraba más
importante para sus discípulos que el Espíritu Santo estuviera presente con ellos,
antes que Él, en su presencia corporal, habitara con ellos. Jesús estaba
geográficamente limitado por su encarnación. Como ser humano Jesús no podía
estar con sus discípulos en todo momento y en todo lugar. Pero el Consolador
HABITARÍA en cada creyente y consecuentemente tendría un ministerio mundial a
través de ellos.
Con respecto a la venida del Espíritu Santo, dos expresiones importantes son
empleadas en Juan 14.16 que no deben ser pasadas por alto. Primero, Jesús habló de
Él como "otro consolador". Esta palabra usada aquí significa "otro de la misma
clase". El Espíritu Santo no es otra clase de Consolador, sino otro de la misma clase
de la cual Jesús había sido. Lo que Jesús fue a ese pequeño grupo de discípulos, el
Espíritu Santo lo sería a ellos. De hecho, Jesús dijo: "No os dejaré huérfanos,
vendré a vosotros" (Juan 14.18). Jesús no dejó huérfanos a sus discípulos; de
hecho, de ninguna manera los dejó. Partió como el Cristo sufriente para venir de
nuevo en el Espíritu Santo. Cristo no está restringido a un lugar o posición en el cielo.
Él mora en nuestros corazones. Ser lleno del Espíritu significa ser lleno de Cristo.
Esto no quiere decir que Cristo y el Espíritu son intercambiables; sino que al igual
que Cristo está lleno del Espíritu, así también el Espíritu en su presencia está lleno de
Cristo. Si el Espíritu puede morar en el Hijo, entonces el Hijo, en su estado
glorificado, puede morar en el Espíritu. Jesús estaba en el Padre, y el Padre estaba en
Él para que aquellos que vieran al Hijo vieran al Padre.
del Espíritu, obrando sus mismas señales y milagros. Esto es posible sólo porque
cada miembro de la trinidad es omnipresente, y cada uno presente en los otros.
En Segundo lugar, Jesús dijo del Consolador, "Para que esté con vosotros para
siempre" El Consolador prometido es enviado en un sentido PERMANENTE. ÉL
HABITA EN EL CREYENTE PARA SIEMPRE. En tanto haya una iglesia, habrá un
Consolador. Podemos esperar que la permanencia del Espíritu en la iglesia
(creyentes) resultará en las mismas obras de poder y bendición que ha habido en
todas las edades. Es mediante el ministerio directo del Espíritu Santo (Consolador)
que Cristo es para nosotros “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos de los
siglos” (Hebreos 13.8).
Lo central del carácter distintivo de la obra del Espíritu en esta era de la iglesia
consiste en que su ministerio especial es el de morar en los creyentes. También
constituye el punto central de las promesas de nuestro Señor a sus discípulos con
relación al ministerio del Espíritu a partir del momento en que él desapareciera de
este mundo. Además de esto, la doctrina relativa a este morar en el creyente es
fundamental para los otros ministerios que corresponden al Espíritu hoy día.
En la era actual el Espíritu Santo mora en todos los cristianos, pero sólo en ellos. La
iglesia no siempre tuvo plena conciencia de esto, por cuanto Pablo tuvo que
recordarles a los creyentes de los primeros tiempos que así era en efecto (1a de
Corintios 3.16; 6.19), del mismo modo en que se hace necesario instruir a los
creyentes sobre el tema en el día de hoy. Con todo, la realidad del hecho de que el
Espíritu mora en los creyentes no depende de que el creyente se dé cuenta de ello.
Eso se demuestra de cuatro formas:
Las conocidas palabras sobre la morada del Espíritu en 1a de Corintios 6.19 estaban
dirigidas a una multitud muy variada de creyentes en Corinto. Muchos de ellos eran
carnales. Uno de ellos vivía en pecado flagrante (pero nótese que en la opinión de
Pablo se trataba de un creyente, 1a de Corintios 5.5b). Varios más habían iniciado
juicios legales contra otros hermanos (1a de Corintios 6). Pero sin excepción se
afirma que todos ellos tenían al Espíritu Santo. Más todavía, era justamente el hecho
de que en ellos moraba el Espíritu. Lo que Pablo tomaba como base para exhortarles
a portarse bien.
El Espíritu Santo tiene la misión de revelarle al creyente que el Padre mora en él. "Y
el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en
esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha
dado”. (1a de Juan 3.24). De modo que el conocimiento de que el Padre mora en
nosotros depende del ministerio del Espíritu, que no está restringido, sino que obra
en todos los creyentes.
Más aún, el conocimiento de que Cristo mora en nosotros está supeditado a la venida
del Espíritu. Es el Espíritu quien hará conocer la presencia de Cristo (Juan 14.17-20),
y quien nos enseñará acerca de Cristo y lo glorificará (Juan 16. 13-15). Se indica con
toda claridad que Cristo mora en todos los creyentes (Colosenses 3.11); en
consecuencia, también mora en todos los creyentes a fin de que pueda hacerles saber
que Cristo mora en ellos. Además, esta conclusión razonable recibe la confirmación
de las pruebas mencionadas anteriormente.
LA PERMANENCIA DE SU MORADA
Sin embargo, es cierto que el pecado afecta el ministerio del Espíritu en el creyente.
En cambio, no afecta su morada. El pecado contrista al Espíritu (Efesios 4.30) y hace
que el poder de su presencia, pero no el hecho mismo, disminuya. Es la plenitud del
Espíritu (cosa que analizaremos más adelante), y no es su presencia, lo que queda
afectado por el pecado.
LA PERCEPCIÓN DE SU MORADA
Hechos 5.32 pareciera indicar que la obediencia es condición para recibir al Espíritu:
"Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu
Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” ¿Es que el Espíritu lo
reciben, entonces, ciertos creyentes únicamente? Antes de llegar a una conclusión
semejante, veamos de qué se trata dicha obediencia.
La circunstancia en que Pedro dio su mensaje en esta ocasión no nos deja lugar para
dudar de que se trataba de la obediencia de la fe en Cristo. Pedro no se dirigía a
creyentes, a los cuales les ofrecía un don especial del Espíritu si obedecían. Se dirigía
a los incrédulos del sanedrín, y les daba las condiciones para convertirse en creyentes
mediante el acto de obedecer y creer en Jesús como el Mesías. En el capítulo que le
sigue inmediatamente se emplea la misma expresión para describir la conversión de
varios sacerdotes de quienes se dice que "obedecían a la fe" (Hechos 6.7). El
requisito para la salvación se específica en forma similar en Hebreos 5.9: “Y
habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para
todos los que le obedecen”. De igual modo, Pablo declaró que el
propósito de su apostolado y misión era “para la obediencia a todas las
naciones por amor de su nombre” (Romanos 1.5). Así, entonces, la obediencia
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No cabe duda de que hubo demora en el descenso del Espíritu Santo sobre los
samaritanos que habían creído. ¿Existe alguna explicación para este hecho, o
significa que la presencia del Espíritu es una experiencia posterior a la
salvación? Algunos afirman que esto es la plenitud del Espíritu, pero está claro
que, no es así, y tal respuesta verdaderamente elude el problema.
Otros dicen que se trataba de un caso diferente, porque los samaritanos fueron los
primeros gentiles que ingresaron a la iglesia. Esto es cierto parcialmente, pero
también es cierto que los samaritanos eran, en parte, judíos. De todos modos, cuando
los gentiles recibieron el Espíritu, el hecho ocurrió en el momento en que creyeron
(Hechos 10.44), con lo cual se sentó la norma para los creyentes no judíos.
La explicación más adecuada de esta demora con respecto a samaria parecería estar
en el carácter cismático de la religión samaritana. En razón de que los samaritanos
tenían su propio culto, que rivalizaba con el culto judío en Jerusalén, se hacía
necesario demostrarles que la nueva fe que abrazaban no debía rivalizar con la nueva
fe que había surgido en Jerusalén. Y el mejor modo en que Dios podía demostrarles a
los creyentes samaritanos que pertenecían a la misma fe y al mismo grupo de
creyentes en Jerusalén (y al mismo tiempo la mejor forma de demostrarles a los
dirigentes de Jerusalén que los samaritanos eran verdaderos convertidos) era
demorando la llegada del Espíritu hasta que Pedro y Juan pudieran llegar de
Jerusalén a Samaria. De este modo no podían quedar dudas de que se trataba de la
misma y única fe y que todos pertenecían conjuntamente al cuerpo de Cristo. Esta
demora en el descenso del Espíritu salvó a la iglesia primitiva del problema de
iniciarse con dos iglesias madres – una en Jerusalén y otra en Samaria – al comienzo
de su historia. Sirvió para preservar la unidad de la iglesia en esa época inicial.
Cuando Pablo llegó a Éfeso en su tercer viaje misionero descubrió un grupo de doce
discípulos de Juan el Bautista. Les preguntó si habían recibido el Espíritu Santo
cuando aceptaron el mensaje de Juan. Cuando se declararon totalmente ignorantes
en cuanto al Espíritu, Pablo les explicó que el ministerio de Juan había sido
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Por tanto, el ungimiento parece estar íntimamente relacionado con la presencia del
Espíritu, en el sentido de que ocurre una sola vez para cada uno de los creyentes, sin
tener en cuenta su condición espiritual, y que tiene carácter permanente. En los
aspectos mencionados el ungimiento tiene características similares a la de la
presencias del Espíritu en el creyente.
LECCIÓN 3
EL BAUTISMO
EN EL ESPÍRITU
SANTO
El aspecto más confuso de toda la doctrina del Espíritu Santo es, justamente, el
bautismo en el Espíritu Santo (y quizá también el sentido transitorio de ciertos dones
espirituales). Este tipo de confusión resulta difícil de contrarrestar porque está muy
ligado a la experiencia; y siempre resulta difícil, sino imposible, demostrar que la
experiencia está equivocada, especialmente si se puede extender la doctrina de modo
que incluya la experiencia. Además, muchos creyentes tienen sincero deseo de
conocer y experimentar el poder de Dios; por tanto, toda experiencia – como, por
ejemplo, la del bautismo en el Espíritu – que pudiera contribuir a la obtención de
dicho poder está más allá de los límites de la discusión académica.
Razones de la Confusión
Desde luego que, si el hablar en lenguas es señal del bautismo en el Espíritu, resulta
claro que el bautismo no ocurre en el momento de la conversión o salvación, ni lo
experimentan todos los creyentes necesariamente. Algunas personas, con el fin de
asociar el bautismo con el don de lenguas, intentan trazar una distinción entre el
bautismo por el Espíritu según 1ª de Corintios 12.13, con el que se ingresa al cuerpo
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de Cristo, y el bautismo con el Espíritu según Hechos 1.5 por el que se adquiere las
lenguas. Sin embargo, en ambos versículos se describe al bautismo con las palabras
en pneumati, y por lo tanto, parecería arriesgado, cuando menos, edificar dos
doctrinas separadas con base a una frase idéntica.
A veces se confunde la cuestión de ser “bautizado” con la de ser “lleno”, mientras que
en otras ocasiones se comete el mismo error cuando se afirma que el bautismo no
ocurre en el momento de la regeneración, sino que es el resultado de una obra
posterior de la gracia divina. La confusión se complica aún más por el hecho de que
grandes hombres como Torrey y Moody no tenían ideas claras al respecto. Torrey
enseñaba que la persona que se convierte puede o no ser bautizada con el Espíritu en
el momento de la regeneración. Al concluir el relato sobre el bautismo de Moody,
Torrey hace el siguiente comentario: “en cierta época tuvo unos maestros en
Northfield; hombres excelentes, todos ellos, pero que no creían en un bautismo claro
y concreto con el bautismo para cada individuo. Eran de la opinión de que todo hijo
de Dios recibía el bautismo del Espíritu Santo, y no creían en un bautismo especial
con Espíritu destinado al individuo.
Resultados de la Confusión
Esta confusión da como resultado las desavenencias y las divisiones entre los
creyentes. Pero lo peor del caso es que esta falta de comprensión de la doctrina
empaña el importante concepto de nuestra unión con Cristo, y una consecuencia que
esto acarrea es la falta de toda base genuina para la vida de fe. Si no se entiende lo
que es el bautismo en el Espíritu Santo, no es posible tener clara conciencia de
aquello que constituye la única base sólida para vivir santamente. El bautismo nos
une a Cristo y esto constituye la base para la vida victoriosa.
Bíblicamente, no hay mención alguna de que esta obra del Espíritu haya sido
conocida en el Antiguo Testamento ni en los días del ministerio terrenal de Jesús.
Más todavía, después de su resurrección y justamente antes de su ascensión, el Señor
declaró que dicho ministerio era todavía cosa del futuro (Hechos 1.5). Prueba de que
ocurrió por primera vez en el día de Pentecostés es el hecho de que el Señor dijo que
habría de acontecer “dentro de no muchos días”, y el hecho de que Pedro dijo
que así sucedió, cuando aludió a la experiencia de Pentecostés en Hechos 11.15-17.
Tiene carácter universal para todos los creyentes del periodo presente.
El segundo hecho se encuentra en Efesios 4.5: “Un Señor, una fe, un bautismo”.
“Un bautismo” evidentemente forma parte del mismo grupo que “un Señor” y “una
fe”; vale decir, todos los creyentes.
El tercer hecho que demuestra que el bautismo por el Espíritu es universal entre los
creyentes lo constituye la falta de exhortaciones o mandamientos a ser bautizado con
el Espíritu, falta que se halla en todo el Nuevo Testamento. En el caso que el
bautismo del Espíritu no fuera la experiencia característica de todos los creyentes,
sería razonable esperar que hubiera exhortaciones en ese sentido, pero justamente el
hecho de que no existen exhortaciones de ese tipo confirma el carácter universal de la
experiencia del bautismo en todos los creyentes.
Se repite cada vez que se convierte una persona, pero cada creyente lo experimenta
una sola vez.
Piensan algunos que el bautismo del Espíritu ocurrió solamente en Pentecostés y que
no se ha repetido nunca, y que, por lo tanto, cuando una persona se salva comparte
simplemente lo que aconteció en Pentecostés. No obstante, el hecho de que en la casa
de Cornelio (Hechos 10.46) se repitió el don de lenguas parece indicar que en dicha
ocasión hubo un nuevo bautismo con el Espíritu. Sin embargo, todo creyente es
bautizado una sola vez, y esto ocurre en la conversión. En las Escrituras no existen
referencias que pudieran indicar que una misma persona (o grupo de personas) fuera
bautizada por segunda vez. Todo lo contrario: el tiempo aoristo en 1ª de Corintios
12.13 indica que se trata de una experiencia que no se repite. En cambio, sí se dice
que el mismo grupo de personas fue lleno del Espíritu en más de una ocasión
(Hechos 2.4; 4.31), y el mandamiento a ser llenos se expresa en el tiempo presente
(Efesios 5.18). El bautismo del Espíritu – una vez y para siempre – coloca al creyente
en el cuerpo de Cristo; por lo tanto, si se tratase de algo que se puede repetir,
significaría que la persona podría ser excluida del cuerpo a fin de que reingresara
mediante un segundo bautismo. Esta idea imaginativa es totalmente ajena a las
Escrituras.
Se entiende por esto, al igual que en el caso de otros ministerios de Dios para con el
creyente, que el bautismo con el Espíritu no se basa en la experiencia, ni se deriva de
ella. Tiene lugar aunque el creyente sea consciente de ello o no. Con esto no se quiere
significar, empero, que no se experimente ningún resultado como consecuencia de
dicho ministerio. Muchas experiencias en la vida del creyente son resultado del que
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Ya hemos mencionado el hecho de que hay quienes consideran que son dos los
bautismos que conciernen al Espíritu Santo. Tales personas toman como base para
esta idea traducciones diferentes de la misma preposición que se emplea en el texto
griego. La preposición en cuestión es en. Puede traducirse por en o con (este es el
caso dativo de la misma) y de este modo la traduce en Hechos 1.5 los que piensan que
hay dos bautismos: “… mas vosotros seréis bautizados con [o en] el
Espíritu Santo dentro de no muchos días”. Esta preposición también puede
traducirse por (en el caso instrumental) y así se la vierte en 1ª de Corintios 12.13:
“Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo
cuerpo”
Quieren que Hechos 1.5 signifique que Cristo es quien bautiza para el ingreso en la
esfera del Espíritu Santo; pero la esfera en la que ingresa el creyente es en la del
cuerpo y la vida de resurrección de Cristo (Romanos 6). En ninguna parte de las
Escrituras se dice que la esfera sea el Espíritu Santo (a menos que se trate de esta
traducción especial de Hechos 1.5), sino, Cristo mismo, tal como lo enseña 1ª de
Corintios 12.13. El instrumento mediante el cual se coloca al creyente en la esfera del
cuerpo resucitado de Cristo es el Espíritu Santo, y esto es lo que enseña tanto Hechos
1.5 como 1ª de Corintios 12.13.
Por supuesto que hay un sentido en que, al ser miembros del cuerpo de Cristo,
participamos de los ministerios del Espíritu Santo. Esto es indudablemente lo que
quiere decir Pablo cuando afirma que: “a todos se nos dio a beber de un mismo
Espíritu”. Pero el énfasis recae sobre el Espíritu como agente del bautismo por el
que se ingresa en el cuerpo de Cristo.
en el cuerpo inmediato hay una asociación con la unidad del cuerpo de Cristo. De
manera que tres de los principales pasajes referentes al bautismo del Espíritu Santo
vinculan sus resultados prácticos con la unidad de los creyentes.
La obra del bautismo por el Espíritu es el medio por el cual se actualiza nuestra co-
crucifixión con Cristo (Colosenses 2.12 y especialmente Romanos 6. 1-10). La base
para la crucifixión de la naturaleza pecaminosa del creyente y su victoria sobre el
pecado está en su asociación con la muerte, sepultura y resurrección de Cristo por el
bautismo.
Está claro que el bautismo con agua no puede obrar esta unión con Cristo en su
muerte y resurrección pero está igualmente claro que tiene que haber alguna relación
entre el bautismo por el Espíritu y el bautismo con agua. La relación es simplemente
que el bautismo con agua constituye la demostración exterior de lo que el Espíritu
hace en el corazón.
El bautismo por el Espíritu nos coloca en una posición en Cristo que nos permite
recibir poder, pero el solo hecho de que seamos bautizados en el Espíritu no es
garantía de que hemos de experimentar poder o de que se evidenciará en nuestra
vida. Los corintios habían sido bautizados en el Espíritu, pero no constituía
exponentes genuinos del poder de Dios. Habían sido bautizados pero eran carnales.
Ningún pastor se sentiría cómodo mucho tiempo en una iglesia como la de Corinto, a
pesar de que todos sus miembros habían recibido el bautismo del Espíritu.
Igualmente, los Gálatas habían sido bautizados y se habían “revestido” de Cristo
(Gálatas 3.27) pero en realidad se estaban alejado del verdadero evangelio (1.6) y
volviéndose hacia los elementos débiles y pobres (4.9). Por lo que hace a los casos de
bautismo con el Espíritu en el libro de los Hechos, el poder que se relaciona con ellos
es el que consiste en traer hombres a los pies de Cristo (Hechos 2.41; 10.47; 19.5).
Pero ni siquiera esto podía garantizarse en forma absoluta, porque el bautismo solo
evidentemente no es garantía segura de que se ha de manifestar el poder. A fin de
experimentar lo que puede hacer el bautismo se requiere ser lleno del Espíritu.
LECCIÓN 4
DONES Y FRUTO
DEL ESPÍRITU
SANTO
La palabra griega para don espiritual (carisma) está evidentemente relacionada con
la gracia, porque caris significa “gracia”; por lo tanto, todo don espiritual proviene
de la gracia. El uso que se le da al término en el Nuevo Testamento es bastante
amplio, extendiéndose desde el don de la salvación (Romanos 6.23) hasta el don del
cuidado providencial de Dios (2ª de Corintios 1.11). Generalmente, se lo usa con
frecuencia a los dones especiales o las capacidades que Dios da a los hombres, y, con
la sola excepción de 1ª de Pedro 4.10, en el Nuevo Testamento sólo Pablo usa la
palabra. Cuando se refiere a un don para el servicio, parecería incluir los talentos
naturales con los que se nace (como en Efesios 4, donde se pone el énfasis en los
hombres dotados), como también los talentos espirituales que se otorgan en el
momento de la salvación. De manera que el don espiritual se puede definir como la
capacidad para servir dada por Dios. Su origen está en Dios; se trata de una habilidad
especial; ya sea natural o espiritual; y su fin es que rinda frutos en el servicio.
La distribución de los dones está sujeta a la dirección soberana del Espíritu Santo.
“Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a
cada uno en particular como él quiere” (1ª de Corintios 12.11). Las Escrituras
revelan que hay ciertas limitaciones en el método que emplea el Espíritu para la
distribución.
Como hemos expresado, el Espíritu es el agente que otorga los dones. El hombre
puede colaborar en el desarrollo de los mismos, pero en última instancia la fuente
definitiva de todos los dones espirituales es el Espíritu.
Resulta obvio que ninguna persona obstante todos los dones espirituales, pero es
igualmente cierto que todo creyente puede tener y ejercitar varios a la vez (1ª de
Pedro 4.10). Además, no es necesario que todas las congregaciones tengan todos los
dones, si, como acabamos de decir, ningún creyente los posee todos.
Siendo que cada creyente no posee todos los dones, podría ser cierto que no todas las
generaciones de creyentes posean todos los dones tampoco. Y en efecto, las
Escrituras enseñan que el Espíritu no les ha dado a todos los dones a cada una de las
generaciones de creyentes. En la iglesia primitiva hubo iniciales de apóstol y profeta
(Efesios 2. 20), necesarios para poner los fundamentos, que no aparecen en los
períodos posteriores de edificación de la sobreestructura de la iglesia. Los
contemporáneos de Jesús evidenciaron ciertos dones milagrosos del Espíritu que no
fueron evidenciados por la generación siguiente (Hechos 2. 3-4). En rigor de verdad,
no es argumento válido decir que todos los dones tienen que estar presentes en cada
generación de la historia de la iglesia a fin de que ninguna generación de creyentes se
vea desairada. Cuando se da un don una sola vez, lo recibe toda la iglesia. Por
ejemplo, el don del apostolado que recibió Saulo de Tarso es un don para toda la
iglesia en todas las generaciones. Todavía hoy nos beneficiamos con ese don dado
una sola vez en el primer siglo.
reparte los dones, pero para el desarrollo de los mismos se vale de seres humanos
con sus deseos, limitaciones, ambiciones, y demás características de la personalidad.
Este don también tuvo una duración limitada en el tiempo, porque su necesidad era
evidente mientras se escribía el Nuevo Testamento, pero cesó una vez que se
completaron todos los libros del mismo. El mensaje de Dios adquirió forma escrita, y
ya no se agregó ninguna revelación nueva aparte de lo que estaba escrito.
Es posible que el don de profecía haya sido repartido en forma bastante amplia en la
época del Nuevo Testamento, aun cuando las Escrituras solo mencionan a unos
cuantos profetas en forma específica. De Jerusalén a Antioquía hubo profetas que
predijeron que habría hambre. Uno de los profetas se llamaba Agabo (Hechos 11.27-
28). También se menciona que hubo profetas en la iglesia de Antioquía (Hechos
13.1), y Felipe tenía 4 hijas que poseían el don de la profecía (Hechos 21.9). En la
iglesia de Corinto los profetas ocupaban un lugar prominente también (1ª de
Corintios 14).
El don de Sanidad (1ª de Corintios 12.9, 28, 30) y el de hacer Milagros (12.28)
Es la capacidad que consiste en realizar señales especiales. Pablo ejerció dicho don
en Éfeso cuando realizó curaciones milagrosas (Hechos 19. 11-12). Y, sin embargo, a
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pesar de que tenía el don de hacer milagros, no consideró que debía usarlo en el caso
de Epafrodito (Filipenses 2.27) ni en el de Timoteo (1ª de Timoteo 5.23). El don de la
sanidad parece constituir una categoría especial dentro del don más amplio de hacer
milagros. Ejemplo del don de hacer milagros que no sea la curación física es la
ceguera provocada a Elimas, el mago en Pafos, Chipre, por Pablo, durante su primer
viaje misionero (Hechos 13. 11).
Es preciso hacer una distinción entre milagros y curaciones y los dones de hacer
milagros y de curar. El don espiritual es la capacidad dada por Dios de hacer
milagros y sanidades con el fin de servirle. Pero también se pueden realizar milagros
y curaciones independientemente del ejercicio de dichos dones. El milagro de la
señal física que acompañó a la recepción del Espíritu en Hechos 4. 31, no tiene
relación alguna con el ejercicio del don correspondiente de parte de ninguna
persona. El milagro de la curación de Eneas en Lida parecería ser resultado de que
Pedro ejerciera el don de la curación (Hechos 9.34), mientras que el acto de volver a
la vida a Dorcas por el mismo Pedro puede no haber sido como resultado del ejercicio
del mismo don, sino resultado directo de la oración elevada a Dios (Hechos 9.40).
Así, entonces no se puede decir que todo milagro o toda curación sea resultado del
ejercicio del don respectivo.
1. Como ya se ha dicho, Dios no solo puede curar, sino que realmente sana,
independientemente del don de la sanidad. Dios contesta las oraciones, y las
contesta también con relación a los problemas físicos; pero dichas respuestas
a la oración no equivalen al ejercicio del don de la sanidad.
2. Es evidente que no es la voluntad de Dios que todas las personas se curen.
Por ejemplo, no estaba en la voluntad de Dios librar a Pablo del aguijón que
tenía en la carne (2ª de Corintios 12.8-9).
3. Los milagros y las curaciones no deben equipararse con el sobrenaturalismo
en general. Un recurso de presión favorito de quienes pretenden curar
mediante el ejercicio de la fe es el de decir que, si creemos en el poder
sobrenatural de Dios, también tenemos que creer que puede sanar a la
persona que tenemos delante. Eso sencillamente es cierto; es una conclusión
falsa. Dios no tiene necesidad de hacer uso de su poder sobrenatural a fin de
demostrar que lo posee. Además, todo don que haya sido dado una sola vez,
ha sido dado a toda la iglesia.
4. Echar a un lado los medios humanos a nuestra disposición para sanar, y
limitarnos a orar para que se produzca una curación milagrosa, es como
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El don de lenguas es la capacidad dada por Dios para hablar en otro idioma. En los
casos que se mencionan en el libro de los Hechos los idiomas o lenguas parecen
haber sido claramente lenguas extranjeras. No cabe duda de que así fue en el caso de
Pentecostés, por cuanto los oyentes oían hablar sus propios idiomas; parecería que
en casa de Cornelio también se trataba del mismo tipo de lenguas extranjeras
(porque Pedro dice que ocurrió lo mismo que en Pentecostés, Hechos 10.46; 11.15).
en lenguas, por cuanto Cristo no lo hizo nunca. Al mismo tiempo, tenemos que
aceptar el criterio de René Pache, quien ha dicho muy sabiamente: “Que Dios nos
de la humildad y la fidelidad necesarias para permanecer abiertos a
todo lo que tiene origen en él, pero solamente a eso”.
La palabra “pastor” está asociada con la idea de cuidar las ovejas; por lo tanto, el don
del pastor consiste en guiar, cuidar, proporcionar alimento y proteger al sector de la
manada que Dios le ha encomendado. En Efesios 4.11 se asocia a la tarea de la
enseñanza con la del pastoreo, y en Hechos 20.28 se agrega la obligación de gobernar
a las ovejas. Las palabras “anciano” “obispo” y “pastor” (traducida “apacentar” en
Hechos 20. 28) se usan todas en relación con los mismos dirigentes de la iglesia de
Éfeso (cp. Hechos 20. 17 y 28).
La enseñanza es la capacidad dada por Dios para explicar la armonía y los detalles de
la revelación divina. Evidentemente este don se da solo a veces (Romanos 12.7),
mientras que otras veces viene acompañado del don del pastor (Efesios 4.11). en el
caso de este don de enseñar resulta más obvio que en otros el hecho de que se lo
puede desarrollar y que requiere preparación. Si podemos suponer que Pedro lo
tenía, resulta claro que primeramente tuvo que estudiar las cartas de Pablo antes de
poder explicárselas a otros (2ª de Pedro 3.16).
esto no ha de ser igual que tener el don de la fe; de otro modo no tendría sentido
haber colocado la fe en la lista de dones espirituales como algo independiente.
Este don es similar al del servicio, porque envuelve la tarea de socorrer a los
enfermos y afligidos.
El don de dar se refiere a la distribución del dinero y recursos propios para ayudar a
los demás. Se ha de cumplir con sencillez; es decir, sin pensar en la recompensa o la
ganancia en ningún sentido.
1ª DE CORINTIOS 13.8
Algunos estiman que la expresión “cesarán las lenguas” en este pasaje, constituye
prueba de que el don de lenguas, específicamente tenía carácter limitado. El
argumento en contra de esta interpretación es que el pasaje en cuestión traza un
contraste entre la situación presente y el estado eterno, y por lo tanto no se requiere
el don de lenguas. Sin embargo, se ha de notar que el contexto más amplio e
inmediato se refiere en gran medida al don de lenguas y no existe razón para no
considera que el versículo se refería al don de lenguas. También vale la pena notar
que la tesis principal en el capítulo 13 es la de que el amor nunca falla, aun cuando las
lenguas y la profecía sí fallan y aun cuando todo el estado actual de las cosas también
fracasa. Las lenguas podrían cesar antes que cese el tiempo y comience la eternidad
sin que se destruya el sentido del pasaje. Más aun, es posible que dicha progresión
sirva para demostrar lo que decimos; o sea, Pablo está diciendo que:
En el versículo 8 hay indicaciones positivas de que las lenguas habrían de cesar antes
que las profecías y el conocimiento. De las profecías (la comunicación oral de la
doctrina divina antes que se escribieran los libros del canon) y el conocimiento (la
facultad de comprender dichas profecías) está escrito que se acabaran (katarageo,
“volver inoperante”). De las lenguas se dice que cesarán (pauo). Más todavía, el
verbo “acabar” que se usa en relación con las profecías y el conocimiento está en voz
pasiva para indicar que alguien (Dios) los habrá de abolir. El verbo “cesar” que se
usa en el caso de las lenguas está en la voz media para indicar que se habrán de morir
por sí solas.
(Gálatas 5.22-23)
(Efesios 5.9)
“Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de
Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”
(Romanos 6.22)
La verdadera virtud cristiana es el fruto del Espíritu, jamás el fruto del esfuerzo
humano. Tenemos el fruto del Espíritu cuando tenemos al Espíritu. Podemos dar
fruto sólo viviendo en cooperación con el dador de fruto que mora interiormente. El
fruto del Espíritu es el carácter de Cristo, producido por el Espíritu de Cristo, en el
seguidor de Cristo. Cuanto más uno esté infucionado en la presencia del Espíritu,
más enfática será la manifestación del fruto del Espíritu en el vivir y obrar.
Solamente cuando uno está lleno del Espíritu Santo puede exhibir la plena
fructificación de las virtudes cristianas. Una gran cantidad de personas están
tratando de producir el fruto del Espíritu mediante el proceso de edificación de
carácter a nivel natural solamente, tal como: el ejercicio de la voluntad, cultura
estética, ciencia mental, el estudio de filosofía, educación a la ética, etc.; todo lo cual
es muy recomendable desde el punto de vista humano.
Es mucho mejor ser moral, ético, cultural, bien informado, decente, amigable,
honrado y paciente que ser lo opuesto. Sin embargo, estas virtudes mencionadas son
adquiridas puramente por el esfuerzo humano, no son el fruto del Espíritu, sino una
imitación de él. Son frutos artificiales, de cera, en contraste con el fruto verdadero;
tan hermoso como los verdaderos vistos desde cierta distancia, pero
inmensurablemente inferiores al genuino. Al estar Cristo plenamente formado en el
creyente por la presencia del Espíritu Santo, las virtudes genuinas del cristiano son
un resultado natural, resultado tan natural como el del crecimiento de manzanas en
un árbol de manzana. Si no hay fruto en el creyente, obviamente éste está sin el
Espíritu de Cristo.
La lista de las características del fruto del Espíritu que Pablo nos da, es en realidad
una condensación del “Sermón del monte”; el vivir cristiano. El capítulo trece de I
Corintios es una extensión de Gálatas 5:22, 23. Pablo enfatiza el mismo principio de
la vida cristiana cuando, escribiendo a los filipenses, dice: “Por lo demás, hermanos,
todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable,
todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en
esto pensad” (Fil. 4:8). Cualquier concepto del cristianismo que no tiene como
modelo de carácter el fruto del Espíritu es un concepto falso. El tesoro más grande
del creyente es ésta cadena de oro compuesta de nueve preciosos eslabones en la que
está grabado, “el fruto del Espíritu.” El apóstol Pedro está de acuerdo exactamente
con el apóstol Pablo cuando dice: “Por medio de las cuales nos ha dado
preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser
participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción
que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también,
poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a
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La lista de los privilegios del fruto del Espíritu en Gálatas 5:22, 23, está precedida por
una lista de lo que Pablo llama “Las obras de la carne.” “Y manifiestas son las
obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia,
idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas,
disensiones, herejías, envidia, homicidios, borracheras, orgías, y cosas
semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he
dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de
Dios” (Gál. 5:19–21). El fruto del Espíritu es manifiesto, no puede ser escondido. Así
también son las obras de la carne. Un hombre lleno del Espíritu puede ser
distinguido por su fruto. Un hombre carnal puede ser identificado por sus obras. La
manifestación del carácter del creyente se llama “fruto”, mientras que la del carnal
incrédulo es llamada “obras.” Un hombre carnal es uno que no está dominado por el
Espíritu de Dios.
La lucha en la personalidad es una lucha entre el ser mismo y Cristo. Si el ser gana,
éste llega a ser el centro de la personalidad y la persona se convierte en egocéntrica.
Si Cristo gana, Él llega a ser el centro de la personalidad y la persona se convierte en
Cristo-céntrica. El resultado de una vida egocéntrica es la manifestación de las obras
de la carne. El resultado de una vida Cristo-céntrica es la manifestación del fruto del
Espíritu. El principio de dar fruto es el principio de vida.
El árbol debe morir antes de que pueda ser útil al constructor. No hay vida en piedras
y ladrillos, en vigas de acero y de hierro. Todos están muertos y en proceso de
desintegración. Ninguna cosa material dura. Las mejores obras del hombre fracasan
y empalidecen, decaen y pasan. El fruto no viene del trabajo del hombre, requiere de
su diligencia, pero no es ni su invención ni su producto. El no hace las flores.
Ninguna habilidad suya trae la dorada cosecha a los campos, o el fruto delicioso a los
árboles. Cuando el hombre ha hecho todo lo que puede, entonces Dios comienza y la
vida continúa. El fruto es obra de Dios. La frase “fruto del Espíritu” asigna las
gracias del carácter cristiano a su fuente correcta. Ellos no son la producción del
hombre. Así que la diferencia entre las obras de la carne y el fruto del Espíritu es
bastante aparente. La carne produce obras; el Espíritu produce fruto. Uno requiere
esfuerzo propio; el otro ningún esfuerzo de la carne. Uno es el producto de fábrica; el
otro es del jardín. Uno está muerto; el otro vivo. Uno es de la carne; el otro del
Espíritu.
En Juan 15:1–8, Jesús nos enseña la importancia y los secretos de llevar fruto. Este
pasaje habla de aquel que “no lleva fruto” y el “echado fuera como pámpano, y
se secará” (Vs 6). Se dice de otro que lleva “fruto”, “más fruto”, y “mucho
fruto.” Este fruto al que se refiere es, sin duda, el fruto del Espíritu, la verdadera
esencia de la vida espiritual. El primer secreto para llevar fruto es permanecer en
Cristo. “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede
llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los
pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto;
porque separados de mí nada podéis hacer” (Vs 4, 5).
El hecho de que todo creyente puede tener el fruto del Espíritu en su vida explica el
por qué algunos cristianos profundamente espirituales nunca han dado evidencia de
haber recibido una experiencia pentecostal. El fruto no viene como resultado del
bautismo con el Espíritu, sino de permanecer en Cristo. Esto también explica por qué
algunos, que han recibido el bautismo con el Espíritu, pueden no estar manifestando
las cualidades del fruto del Espíritu. Muchos de los que son bautizados con el
Espíritu fracasan en continuar en una vida llena de la plenitud del Espíritu. Muchos
de los gálatas, al igual que algunos de los corintios, que habían recibido la unción
pentecostal, estaban al mismo tiempo vacíos de amor. Habían experimentado la
plenitud en un tiempo, pero no estaban viviendo en la plenitud. Nosotros erramos en
suponer que el ser bautizado con el Espíritu Santo en una sola experiencia, es la
adquisición máxima de la vida cristiana. La adquisición que corona es una vida diaria
llena del Espíritu, abundante en el fruto del Espíritu. Si el Espíritu que mora en
nosotros está angustiado y apagado, si caminamos en la carne en vez del Espíritu,
podemos esperar una vida sin fruto. Este tema será ampliado más adelante en este
estudio. Es tremendamente importante darse cuenta de la necesidad de permanecer
en Cristo. “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará” (Vs 2). Esto
se refiere a cristianos o los que una vez se convirtieron en tales y no solamente a
creyentes profesantes. La expresión “en mí” muestra claramente que algunos de los
que son quitados por fracasar en producir fruto fueron originalmente verdaderos
pámpanos en la vid. Eran pámpanos, pero no se mantuvieron en contacto con la
fuente de vida por suficiente tiempo para llevar fruto. Note que es el pámpano el que
se quita, no el fruto. El versículo cinco dice: “vosotros sois los pámpanos” La
gente que dice que son “una vez salvos, siempre salvos” les gustaría que
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creyésemos que Dios rechaza sólo el “fruto” del apóstata, pero no al hombre mismo.
No obstante, la palabra dice que el pámpano reprobado es removido y echado en el
fuego, porque no lleva fruto. No es irrazonable esperar que el creyente lleve fruto
dado a que es Dios quien provee los elementos para ello. El creyente tiene una sola
responsabilidad, que es el permanecer en Cristo.
Las hojas pueden ser muy hermosas, pero los árboles a los que se les deja crecer
hojas en exceso rara vez producen mucho fruto. Algunas veces el Señor debe cortar
algunas de las “hojas” de indulgencia personal de la vida del cristiano para que pueda
llevar “más fruto”, y aún “mucho fruto.” Para que no tenga una tendencia a
alejarse de esta disciplina en su vida, y que el creyente pueda recordar que Jesús dijo,
“Mi Padre es el labrador” (Jn. 15:1). Él es quien poda, el que emplea las tijeras
de podar. Seguramente podemos confiarnos a su amante cuidado.
Es vital y de suma importancia para la vida espiritual y el ministerio que estas dos
áreas de bendición espiritual sean plenamente entendidas en su relación una con la
otra. No son iguales. No debe haber jamás alguna confusión entre ellas. Una no
substituye la otra. Ninguno debe decir jamás, como algunos lo han dicho, “Yo creo
en el amor, pero no en los dones del Espíritu.” El fruto tiene su lugar y los
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Los dones espirituales indican capacidades espirituales, mientras que el fruto denota
el carácter espiritual. Hay muchos dones y talentos naturales con los que nacen las
personas. Sin estas tendencias innatas ninguno podría realmente sobresalir en
ningún campo (por ejemplo, arte y música). Jesús utilizó las parábolas de los
“talentos” para indicar que a algunos hombres se les entregaba estos talentos para
usarlos, y ellos eran responsables por éstos. Así que en el ámbito espiritual, el
Espíritu Santo, en su divina elección, confiere ciertas capacidades espirituales para
ser usadas en el servicio espiritual. El fruto del Espíritu no tiene nada que ver con lo
que una persona puede hacer en el servicio al Señor. Como lo observaremos, no
tendrá demasiado que ver con qué ésta hace por el Señor, sino cómo lo hace.
La manifestación de los dones del Espíritu tiene que ver con el derramamiento del
Espíritu en el día de Pentecostés. Ciertamente los apóstoles, y otros, recibieron
habilidades que no fueron manifiestas antes de que fueran bautizados con el Espíritu
Santo. Jesús indicó claramente que el fruto, del que Él había hablado en el capítulo
quince de Juan, era el resultado de permanecer en Él, la vid. Los dones del Espíritu
son otorgados por el Espíritu Santo “repartiendo a cada uno en particular
como él quiere” (1ª de Corintios. 12:11).
El primer rey de Israel, Saúl, fue conocido por el don de profecía. Alrededor del
tiempo de su unción como rey leemos: “… y el Espíritu de Dios vino sobre él
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con poder, profetizó entre ellos. Y aconteció que cuando todos los que le
conocían antes vieron que profetizaba con los profetas, el pueblo decía
el uno al otro: ¿Qué le ha sucedido al hijo de Cis? ¿Saúl también entre
los profetas?” (1er libro de Samuel. 10:10, 11). Más tarde en su reinado, después de
que Saúl, había deshonrado al Señor y desobedecido su palabra, después de que Dios
dijo que no escucharía más las oraciones de Saúl, y de que el Espíritu del Señor se
apartó de él (1er libro Samuel. 16:14); Saúl se unió a un grupo de profetas y el
Espíritu del Señor vino sobre él y él profetizó (1er libro de Samuel. 19:23, 24).
Ciertamente esto no indicó que Saúl fuera otra vez un hombre espiritual. La medida
del desarrollo del fruto del Espíritu en la vida de un individuo es, sin embargo, una
verdadera indicación de la firmeza de su permanencia en Cristo. (Vea también
Balaam, como ejemplo de uno con dones, pero poca vida espiritual [Números. 22–
27]). Hay variedad de dones, pero un fruto del Espíritu. En 1ª de Corintios 12:8–10,
Pablo nos da una lista de nueve diferentes dones del Espíritu.
Otros pasajes tales como Romanos 12:6–8; Efesios 4:11; y 1ª de Pedro 4:10, 11;
indican que puede haber muchos más. Hay un sólo fruto del Espíritu, que es amor.
No es bíblico hablar de “los frutos del Espíritu.” La lista de Gálatas 5:22, 23 son
ocho características del fruto del Espíritu que es el amor. Todas las otras virtudes
mencionadas no son más que facetas del amor. Cuando el Espíritu de Dios entra a la
vida de uno, derrama su amor invariablemente en el corazón. En “Notas de mi
Biblia”, por D.L. Moody, la caracterización de amor se halla en términos de estas
otras virtudes:
Mientras que hay ciertas diferencias definidas entre los dones y el fruto del Espíritu,
también hay una relación vital entre estos dos. No es casualidad que el capítulo trece
de 1ª de Corintios éste justamente entre los capítulos doce y catorce. Los capítulos
doce y catorce tratan con los dones del Espíritu, mientras que el capítulo trece sobre
el amor, el fruto del Espíritu. Esto enfatiza la importancia de tener el fruto del
Espíritu en relación con los dones. Pablo hace muy claro que los dones sin el fruto
son impotentes y de poco uso. De hecho, va tan lejos hasta el punto de decir que son
“nada.” Si yo hablase lenguas humanas o angélicas, y no tengo amor, vengo a ser
como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese
todos los ministerios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que
trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy (1ª de Cor. 13:1–2). El amor es la
esencia verdadera del fruto del Espíritu. Así que lo que Pablo está diciendo es que
aunque él tenga el don de hablar en otras lenguas, profecía, sabiduría, ciencia y fe,
pero no tenga el fruto del Espíritu, estos dones significan absolutamente nada. El
desarrollo de la naturaleza interior de un carácter semejante a Cristo debe respaldar
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2. Gozo “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo
en el Espíritu Santo” (Rom. 14:17).
3. Paz “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en
el Espíritu Santo” (Rom. 14:17).
La paz es más profunda y constante que el gozo. Jesús dijo, “La paz os dejo, mi
paz os doy; y no la doy como el mundo la da” (Jn. 14:27). Pablo habla de “la
paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Fil. 4:7). La paz con Dios
es obtenida como resultado de ser justificado por la fe (Rom. 5:1). Pero la paz, como
el fruto del Espíritu, es una característica interior que se manifiesta en la buena
relación con otros. Significa ser libre de un espíritu de riña, contencioso y dividido.
Busca vivir pacíficamente con todos los hombres. El creyente lleno del Espíritu puede
tener paz no sólo con Dios, sino que puede tener paz que sobrepasa todo
entendimiento (Fil. 4:7), basado en la promesa: “Y el Dios de paz estará con
vosotros” (Fil. 4:9).
la corrección, nunca se necesita dejar de ser benévolo. No hay marca más grande de
grandeza y nobleza de carácter que la habilidad de corregir con benevolencia.
“redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia” (2ª de Timoteo 4:2). “El
amor es sufrido, es benigno” (1ª de Corintios 13:4).
6. Bondad “Porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad” (Ef.
5:9).
La bondad mencionada aquí tiene relación con las obras y hechos de la bondad,
bondad mostrada a otros y obras prácticas de amor. Si un hombre es
verdaderamente bueno de corazón, hace bien a otros. Hay una clase de bondad
farisaica, de auto justicia que es más una decepción para el cristianismo que una
recomendación. La bondad egoísta bien podría ser una clase de maldad. “La
bondad es amor en acción.” Es el amor acumulando beneficios sobre otros. El
cristiano hace el bien porque él es bueno. La bondad negativa no es suficiente.
Cuando el Espíritu Santo ocupa nuestro ser, hay una efusión positiva de bondad
hacia todos los hombres.
Fe tiene que ver con cómo el carácter se relaciona a otros. [p 326] Dice J. Lancaster:
“Mientras que la fe en Dios y su palabra sea la base de nuestra relación
con Él y la avenida por la cual fluyen sus bendiciones a nuestras vidas,
lo que vemos aquí es fidelidad de carácter y la conducta que tal fe
produce.” El fruto de un árbol no es para el árbol, sino para otros. Cada una de
estas características indica la actitud cristiana para con los él tiene contacto. Dos
pensamientos han sido sugeridos acerca de esta virtud particular. El primero está
expresado en la palabra “honradez.” Jesús dijo a los dos que habían multiplicado
sus talentos, “Bien, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel…” (Mt. 25:21,
23), sugiriendo la característica de honradez. Según esta interpretación, el que lleva
el fruto del Espíritu mantendrá su palabra con otros; será fiel a sus pactos, promesas,
tareas y obligaciones. El verdadero cristiano no falta a sus responsabilidades. La
segunda es “confiabilidad.” En su comentario sobre Gálatas, Martín Lutero dice:
Al poner fe en la lista de los frutos del Espíritu, Pablo obviamente no quiere decir fe
en Cristo, sino fe en los hombres. Tal fe no es sospechosa de la gente, sino que cree lo
mejor. Naturalmente el poseedor de tal fe será engañado, pero lo deja pasar. Está
listo para creerle a todo hombre. Donde falta esta virtud, los hombres son suspicaces,
apresurados e indóciles y no creerán nada, ni cederán a nadie. No importa qué tan
bien una persona diga o haga, encontrarán alguna falta en él, y si no los complace,
nunca podrá agradarles. Tal fe en la gente es necesaria. ¿Qué clase de vida sería ésta
si una persona no pudiera creer en otra? Pablo claramente enseña esta
característica del amor “… No se goza de la injusticia, mas se goza de la
verdad. Todo lo sufre, todo lo cree…” (1ª de Corintios. 13:6, 7). Ambos puntos
de vista son posibles, y ciertamente ambas, la honradez y la confiabilidad, son
virtudes necesarias. Un verdadero cristiano no será ni infiel, ni suspicaz.
Entre las gracias del Espíritu, que son los frutos de permanecer en Cristo, ninguna es
más importante que el dominio propio. “Mejor es el que tarda en airarse que
el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una
ciudad” (Proverbios. 16:32). La templanza es verdadero amor propio. El que se
respeta, que considera su cuerpo un templo del Espíritu Santo, ejercitará control
sobre sus propios impulsos. La templanza verdadera es control no sólo sobre comida
y bebida, sino sobre toda área de la vida. Templanza significa completo control
propio. Significa control sobre el enojo, pasiones carnales, apetitos, deseos de
placeres mundanos, y egoísmo. Antes de que uno pueda gobernar una ciudad, una
comunidad, un club, una iglesia o una nación debe primero ser capaz de gobernar su
propio espíritu.
Pablo trata éste tema admirablemente en su carta a los corintios; dice: Todas las
cosas me son lícitas, más no todas convienen; todas las cosas me son
lícitas, mas yo no me dejaré dominar por ninguna. Las viandas para el
vientre, y el vientre para las viandas; pero tanto al uno como a las otras
destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el
Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que levantó al Señor, también
a nosotros nos levantará con su poder (1ª de Corintios. 6:12–14). ¿O
ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en
vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis
sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y
en vuestro espíritu, los cuales son de Dios (1ª de Cor. 6:19, 20). Concluyendo
su comentario concerniente a las nueve gracias del fruto del Espíritu, enumeradas
por Pablo en Gálatas 5:22, 23, Samuel Chadwick dice: En español contemporáneo se
leería así: El fruto del Espíritu es una disposición afectuosa, amorosa, un espíritu
radiante y un temperamento alegre; una mente tranquila, una conducta calmada;
una paciencia incansable en circunstancias provocadoras y con gente difícil; una
visión compasiva, ayuda discerniente; juicio generoso, caridad, lealtad y confianza de
todo corazón y bajo toda circunstancia; humildad que se olvida de sí misma en el
gozo de otro, todo con dominio propio, que es la marca final de perfeccionamiento.
Al resumir el tema del Fruto del Espíritu, enfatizamos que estas características no
son impuestas sobre el cristiano desde afuera, sino son el resultado de la vida con
Cristo adentro. Describiendo el carácter de Jesucristo en la vida del creyente J.
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En relación con un gran clásico cristiano, la vida del creyente es más que la imitación
de Cristo; es llegar “a ser participantes de la naturaleza divina” (2ª de
Pedro. 2:4). Uno podría ser lo suficientemente valiente para sugerir que
“Cristocidad” estaría más cerca a la meta, ya que el creyente es más que una copia
de Cristo; es parte de su propio ser, “miembros de su cuerpo, de su carne y de
sus huesos”, como Pablo audazmente lo dice en Efesios 5:30. Nuestra semejanza a
Cristo no es entonces algo aplicado desde afuera, una transformación cosmética
producida por la fórmula de algún departamento de maquillaje religioso sino una
semejanza genuina producida por una relación íntima con Él. La analogía de Cristo
mismo con la vid y los pámpanos comprueba esto (Juan 15). Los pámpanos no son
solamente semejantes a la vid, son parte de la vid; asimismo el fruto no se asemeja
solamente a las uvas, sino que poseen su estructura y sabor inherente.
LECCIÓN 5
LA LLENURA
DEL ESPÍRITU
SANTO
(PLENITUD)
Efesios 5.18
Definición
La clave para una adecuada definición de lo que es ser lleno del Espíritu se
encuentra en Efesios 5.18 “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay
disolución; antes bien sed llenos del Espíritu”. Si bien es cierto que se traza
un contraste entre la borrachera y el ser lleno del Espíritu, también se hace una
comparación lo que nos proporciona la clave. La comparación se refiere al control o
la dirección. La persona ebria está sometida a la acción del alcohol que ha
consumido. Como consecuencia de ello piensa y actúa de maneras que normalmente
le resultaría extrañas. De igual modo, la persona que está llena del Espíritu está bajo
el control de dicho Espíritu, y también actúa de maneras que no le son naturales.
Esto no quiere decir que dichos modos de obrar son descontrolados o anormales,
sino que la persona se comporta de un modo distinto al que tenía en su vieja vida. De
modo, entonces, que estar lleno del Espíritu significa simplemente estar sometido a
la dirección de dicho Espíritu.
Exigencia
Antes de abandonar la tierra, el Señor les mandó a los discípulos que se quedasen en
Jerusalén en espera del cumplimiento de la promesa relativa al bautismo del
Espíritu. Cierto es que fueron llenos el día de Pentecostés, pero no era eso lo que
estaban esperando. Resulta vano buscar ejemplos en el Nuevo Testamento de casos
en que se les haya dicho a los creyentes que esperen para ser llenos del Espíritu, o de
casos en que así se haya obrado. Más todavía, es inútil buscar ejemplos de creyentes
que hayan orado para ser llenos del Espíritu a partir de Pentecostés. Lo que más se
acerca a esto es la oración de Pablo a favor de los creyentes de Éfeso: “Para que el
Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de
sabiduría y de revelación en el conocimiento de él” (1.17), pero no es una
oración en la que se pide que alguien sea lleno del Espíritu. No existe ningún ejemplo
de esto en la Biblia. Y, sin embargo, no cabe duda de que la mayoría de las personas
piensan que esta es la forma de lograrlo.
Dios no les pide a los creyentes que esperen para ser llenos del Espíritu, ni tampoco
que oren para lograrlo. Esto no significa, sin embargo, que se produce sin que
medien ciertas condiciones. En una sola palabra, la condición es la obediencia; y si
bien puede mediar la oración para poder cumplir el requisito de la obediencia, dicha
oración (especialmente aquella que tiene el sentido anteriormente indicado) no
tendrá ningún valor en lo que se refiere a la obtención de la plenitud del Espíritu. La
obediencia es la condición, y las Escrituras explican lo que hace al hecho de ser lleno
del Espíritu.
La vida dedicada
A fin de ser lleno del Espíritu debe mediar primeramente la dedicación de la vida.
Esto, está debidamente sintetizado en 1ª de Tesalonicenses 5.19: “No apaguéis al
Espíritu”. De conformidad con el contexto, y también exegéticamente, el versículo
se refiere en primer lugar al peligro de apagar las profecías en las asambleas públicas
de la iglesia. La palabra se usa con relación a la idea de apagar el fuego (Marcos 9.48;
Hebreos 11.34), por lo que resulta apropiado usarla con relación al Espíritu (cf.
Mateo 3.11; Hechos 2.3). El verbo está en el presente de imperativo y por lo tanto
significa “dejad de apagar el Espíritu”; es decir, dejen de hacer lo que están
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haciendo. La iglesia en Tesalónica veía mal toda manifestación del Espíritu que en
cualquier sentido se apartara de lo corriente. (Comparemos esta situación con la de
Corinto, de donde Pablo tuvo que advertir a la iglesia en cuanto a las manifestaciones
excesivas y el desorden en relación con los dones del Espíritu).
El problema cotidiano del pecado en la vida del creyente es algo que debe
reconocerse y ponerse delante del Señor, si es que el Espíritu ha de tener el gobierno
de esa vida. La dedicación y la dirección son factores a tener en cuenta, pero la
victoria sobre el pecado en la experiencia diaria es otra cosa.
La vida en dependencia
Finalmente, la vida llena del Espíritu es una vida vivida en dependencia. “Digo
pues: Andad según el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne”
(Gálatas 5.16).
De manera que ser lleno del Espíritu es ser dirigido por él. Y para poder ser dirigido
de este modo se hace necesaria la dedicación de la vida, la victoria sobre el poder del
pecado que impera, y una dependencia constante del Espíritu. Estas son las
condiciones para ser gobernado por el Espíritu. La oración y el esfuerzo humano
tienen su lugar, ya que nos ayudan a reunir las condiciones necesarias, pero una vez
que se dan las condiciones, el Espíritu se hace cargo automáticamente. No
debiéramos centrar la atención en las oraciones para pedir que seamos llenos del
Espíritu; más bien tendríamos que procurar ser sensibles a estas condiciones;
porque cuando se cumplen las condiciones, se experimenta la plenitud del Espíritu.
Cuando somos llenos del Espíritu podemos comprender y valorar por experiencia
todos los ministerios del Espíritu. Por ejemplo, aunque el creyente está sellado,
regenerado y bautizado y el Espíritu mora en él – ya sea que se dé cuenta de ello o no
– tan pronto sea lleno del Espíritu, comenzará a darse cuenta de dichas realidades y a
disfrutar de los beneficios de las mismas. Además de esto, sin embargo, en las
escrituras se vincula el hecho de ser lleno con algunos otros ministerios del Espíritu.
Se los puede clasificar adecuadamente como consecuencias directas del disfrute del
Espíritu o de su guía y control.
En Gálatas 5 el fruto del Espíritu está inseparablemente ligado al ser lleno del
Espíritu. En dicho capítulo, Pablo hace un contraste entre las obras de la carne y el
fruto del Espíritu. Afirma que el modo de evitar los deseos de la carne es el de
caminar dependiendo del Espíritu, lo cual es condición para ser lleno (v.16). Luego
describe gráficamente los deseos de la carne (vv.19-20) y los compara con el fruto del
Espíritu (vv.22-23). A menudo se ha señalado que dicho fruto, producto del ser lleno
del Espíritu, es un cuadro perfecto de la semejanza a Cristo. Y así es. Por lo tanto,
podemos decir que una de las consecuencias del hecho de ser lleno del Espíritu es la
manifestación de las características que nos hacen semejantes a Cristo. Por lo que
hace el pasaje en cuestión, esto comprende nueve aspectos. El primero es el amor, lo
cual consiste en buscar la gloria de Dios en el objeto de nuestro amor. Puede haber
actos que a primera vista parecen faltos de caridad, pero que en realidad constituyen
una expresión de amor, si la meta es la gloria de Dios. Hay una relación esencial
entre el amor y el conocimiento, por cuanto el amor más profundo se basa en el
conocimiento más completo. El gozo se deriva principalmente de ver que otros
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En su contexto, el versículo clave sobre la plenitud del Espíritu (Efesios 5.18) viene
seguido inmediatamente de por lo menos 4 consecuencias que se derivan de la
misma. La primera es la expresión audible de manifestaciones de alabanza,
“hablando unos con otros [nótese la traducción correcta] con salmos, himnos y
cánticos espirituales”. La segunda es la expresión interior, inaudible, de alabanza,
“Cantando y alabando al Señor en vuestros corazones”. La tercera consecuencia de
la vida regida por el Espíritu es un corazón agradecido.
Otra consecuencia de estar lleno del Espíritu es la sumisión de unos a otros, sumisión
que tiene su influencia en todas las relaciones de la vida, de tal modo que reinarán la
paz y la armonía entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre patrones y
empelados. Si el YO está en control, las manifestaciones serán las del YO egoísta, lo
cual destruirá la armonía que debiera existir en todas las relaciones interpersonales.
Las palabras del texto mencionado se pronunciaron en el octavo día de la fiesta de los
tabernáculos. La “figura parece haberse originado en las liberaciones de aguas
traídas del Siloé en un vaso de oro y que se ofrecían junto con el sacrificio matutino
en cada uno de los siete días de la fiesta, mientras se cantaba Isaías 12.3. No se sabe
con seguridad si la liberación se efectuaba también en el octavo día. En caso de que
no se hiciera, el hecho significativo de la supresión de este notable rito en dicho día
de la fiesta haría resaltar más las palabras del Señor”.
Cuando se recibe a Cristo, no es solamente que la sed espiritual del propio individuo
se satisface, sino que la bendición que recibe se transforma en bendición para otros.
El creyente no solo se satisface a sí mismo, sino que lo que recibe desborda y se
convierte en servicio para los demás. Este desbordamiento es ministerio del Espíritu,
que actúa dirigiendo la vida del creyente; y, según las palabras del propio Señor, se
trata de un ministerio característico de la época actual.
Ser lleno equivale a que el Espíritu tenga dominio completo – dominio total y
exclusivo – de todas las cuestiones y áreas de la vida del creyente. Este tipo de
dominio constituye un requisito previo para adquirir la semejanza de Cristo, para la
alabanza y para el servicio. Hay otros ministerios del Espíritu, tales como el de
enseñar, que nunca se realizarán plenamente, a menos que el creyente sea
conscientemente dirigido por el Espíritu, pero, hasta cierto punto, podría cumplirlos
alguien que no esté lleno del Espíritu.
LECCIÓN 6
LA VIDA NUEVA
Y SU CONDUCTA
(Romanos 6.4)
Para el desarrollo de este tema, nos basaremos en la carta del apóstol Pablo a los
Efesios capítulo 4. 17 al 32. En primer lugar podemos notar lo siguiente:
B – A esto se suma una ausencia de Dios en sus vidas (v.18b, comp. Con 2.
12), a causa de la ignorancia que hay en ellos, la cual, a su vez, es debida al
endurecimiento del corazón (v.18c).
“Mas vosotros, dice, (v.20) no aprendisteis así a Cristo” (Lit). Al ser Cristo, su
Persona y su obra, el centro del mensaje cristiano, aprender a Cristo, es mucho más
que aprender acerca de Cristo, es conocerlo íntimamente, experimentalmente y, por
tanto, vivirle; o mejor (Gálatas 2.20), dejar que él viva en nosotros.
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Al empalmar el versículo 20 con los versículos 22-24, vemos que al aprender a Cristo,
al recibir a Cristo en nuestra vida y ser así injertados en él, o como dice Pablo
(Romanos 6.5) plantados en él, hemos entrado en la esfera de “la nueva humanidad”
(2ª de Corintios 5.17), y esto ha de mostrarse en ir (v.22) despojándose del viejo
hombre, esto es, de la forma viciosa corrompida de conducirnos según
nuestra vieja naturaleza, e ir vistiéndonos del nuevo hombre (v.24) comp. Con
2.15. “Creado para ser semejante a Dios en verdadera justicia y
santidad” (NVI).
Esto nos lleva, por una parte, a 2.10, pero por otra parte, a Génesis 1. 26-27, donde
vemos que el hombre recién salido de las manos del Creador estaba hecho a imagen y
semejanza de Dios; reflejaba la imagen del Dios Santo y Justo, antes de que, por el
pecado, se desviase de ella (Eclesiastés 7.29). Pero lo que perdió el Primer Adán, se
reflejó, con mucha más claridad, en el Postrer Adán, Cristo (comp. Colosenses 1.15,
Hebreos 1.3). Así que, todo el que por fe, es injertado en Cristo, recupera mejorada la
imagen y semejanza de Dios que fue echada a perder por el pecado.
1. “Por lo cual, dice ahora (v.25) Pablo, es decir, como corresponde al “nuevo
hombre en Cristo”, despojándoos (aoristo, de una vez por todas) de la falsedad,
hablad verdad (comp. V.15 y Colosenses 3.9) cada uno con su prójimo”
El apóstol cita aquí de Zacarías 8.16 (en un contexto de preparación para entrar en el
reino mesiánico), y “hablar verdad” es aquí, como en el versículo 15, algo más que
decir la verdad: comportarse en todo de acuerdo con la verdad cristiana. “Porque
somos miembros los unos de los otros” – Pablo no apela a la ley moral que prohibía
la mentira, sino a nuestra condición de comiembros de Cristo. Si el cerebro enviase
mensajes falsos a los pies, el individuo podría sufrir una caída con la que el propio
cerebro podría sufrir un daño irreparable. O por decirlo de otra manera: “Si el ojo ve
una serpiente, ¿acaso engaña al pie? Y si la lengua encuentra algo amargo, ¿engaña al
El apóstol añade (v.27) que quien adopta una actitud de enojo persistente hacia el
hermano “da lugar al diablo”, esto es, le presta la ocasión y el espacio para sacar
provecho y hacer que el enojo degenere en pecados más graves. El diablo no debe
jamás ser consentido, sino resistido (Santiago 4.7; 1ª de Pedro 5. 8-9).
3. El apóstol pasa después a otro pecado (v.28): “El que robaba, no robe más,
antes trabaje, haciendo algo útil con sus manos (ver 1ª de Tesalonicenses
4.11) para tener algo que compartir con los que están necesitados” (NVI).
Una primera lectura de este versículo no puede menos que sacudir la conciencia del
devoto y fiel creyente.
La filosofía del mundo enseña que es bueno Esforzarse (gr. Kopiáto, trabaje con
esfuerzo) y, a ser posible con un trabajo no manual, a fin de aumentar los ingresos en
la cuenta corriente o en las acciones de empresas. De esta manera se procura la
seguridad económica y se disfruta de los atractivos que ofrece la vida presente.
En cambio, “la filosofía cristiana del trabajo se levanta muy por encima del
pensamiento de lo que es o no correcto en el plano de la economía; es alzada al lugar
donde no queda sitio para el egoísmo ni para cualquier provecho personal. Dar se
convierte en el motivo para conseguir”.
El adjetivo griego saprós ocurre otras siete veces, solo en los evangelios (Mateo 7.17-
18; 12.33 – dos veces – 13.48; Lucas 6.43 – dos veces -) para designar frutas y peces
que no sirven para comer, pero su sentido original es el de corrompido. Un cerebro y
un corazón corrompidos por la maldad, el vicio, la envidia, etc., no pueden menos
que transmitir al exterior, por la boca, la corrupción interior. Como puede verse por
su contrario “para edificar… para beneficio”, la conversación corrompida no es solo
la que tiene chistes “verdes” o referencias a la lujuria, sino todo lo que pueda causar
Hallo dos razones por las que Pablo menciona el contristar (en especial, con la
conversación corrompida) precisamente al Espíritu Santo:
El “sellado” fue hecho, de una vez por todas, al tiempo de nuestra conversión, al
“creer” (cap. 1.13). La seguridad misma que este “sello” nos ofrece debería
impulsarnos a limpiar nuestra vida (1ª de Juan 3.3) en vez de seguir manchándola
con una lengua corrompida. Emplear esta seguridad como “pasaporte para el hijo de
Dios” no puede menos que añadir nueva ofensa al Espíritu de Dios. Leamos Isaías
63. 9-10 para que miremos la semejanza, donde el “ángel de su presencia” no es otro
que el propio Cristo preencarnado.
6. El apóstol termina este capítulo (vv.31-32) con una lista de vicios que
ensombrecen el carácter cristiano y con una lista de virtudes que se oponen a dichos
vicios.
a)- Entre los vicios menciona la Amargura. Este es el “espíritu resentido que rehúsa
la reconciliación” Hebreos 12. 15-17 conecta la amargura con la actitud de Esaú hacia
su hermano. Viene después el mal humor (gr. thúmos), la ira (gr. orgué), el clamor
(gr. kraugué) que suele brotar de la ira y conduce a expresiones ofensivas al subir el
tono de la voz, y la maledicencia (gr. blasphemía), o “difamación, juntamente con
toda clase de malicia” (NVI). “Malicia” (gr. kakía) es aquí una mala inclinación, que
conduce a producir daño al prójimo, por lo que Pablo comienza el versículo 32
oponiendo la virtud contraria.
b)- En efecto, la Benignidad (vs 32) es el fruto del Espíritu (Gálatas 5.22) que inclina
al creyente a comportarse de forma amable y servicial con el prójimo (comp. Con
Colosenses 3.12). A la benignidad añade Pablo la Compasión (lit. tierno de
entrañas). El vocablo griego solamente vuelve a salir en 1ª de Pedro 3.8, pero el
verbo de la misma raíz (splankhnízomai) ocurre 12 veces en los evangelios, aplicado
a Cristo (Mt. 9.36; 14.14; 15.32; 18.27; 20.34; Mr. 1.41; 6.34; 8.2; 9.22; Lc. 7.13;
10.33; 15.20). Y termina diciendo: “perdonándoos unos a otros, como también Dios
os perdonó a vosotros en Cristo”. En el lugar paralelo (Colosenses 3.13b), dice:
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“como también el Señor (o Cristo, según muchos MSS) os perdonó, así también
vosotros” (lit). En esto, Pablo sigue la pauta del Maestro, quien enfatizó esto mismo
al final de la oración del Padre nuestro (Mt. 6. 14-5) tras de mencionarlo en la misma
oración (Mt. 6. 12; Lc. 11.4) y, con ocasión de una pregunta de Pedro, lo ilustró con
todo detalle por medio de una parábola (Mt. 18. 21-35). Ese así como (kathós)
significa algo más que “porque”; ha de haber una semejanza real entre el perdón de
Dios y el perdonar del creyente.
LECCIÓN 7
LA VICTORIA
SOBRE EL
PECADO Y LOS
PECADOS
“Para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia
reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor
nuestro”
(Romanos 5.21)
INTRODUCCIÓN
El pecado es casi tan antiguo como el mismo hombre, ha hecho morada en él desde
casi el momento de su creación, ha tenido dominio de su persona sin consideración
alguna, ha sido su peor y más grande enemigo.
El pecado separó al hombre de Dios y a Dios del hombre, causó una brecha de
división, donde solo ruina y condenación sería el pago por su desviación.
"Más gracias, sean dadas a Dios, por Jesucristo, Señor nuestro...", por haberle
enviado en “semejanza de carne de pecado y haber condenado al pecado en la carne”.
(Romanos 7:25; 8:3).
Por su voluntad, la cual abrazó el Hijo; que al no querer sacrificios y ofrendas de los
hombres más bien “le preparó cuerpo”, le envió para que “se hiciese carne”
(Juan 1:14), y en esa voluntad: “santificar a los escogidos, mediante la
ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez y para siempre” (Hebreos
10:5-10).
Porque “la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida
eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
Sin embargo, la comprensión acerca de lo que es el pecado, lo que son los pecados, el
pecado que mora todavía en el creyente y como debe reinar la gracia en él, no es clara
y entendible todavía.
Y “la gracia no cohabita con la ignorancia, puesto que gracia es iluminación del
conocimiento de la verdad”.
Gran parte de lo que el Padre desea lograr en su iglesia como obra de gracia, es
precisamente borrar, desactivar, corregir, en la vida de cada creyente el
significado errado de lo que es el pecado y los pecados; a fin de que puedan
andar en completa libertad y en el Espíritu.
Nos hallamos rodeados de personas nacidas de nuevo, engendradas por Dios, con la
nueva naturaleza divina en sus vidas, y el Espíritu Santo morando en su interior,
pero que no saben manejar todavía el asunto del pecado.
Creyentes que incluso pueden hablar de todo lo relacionado con el pecado, el perdón,
la sangre de Cristo que limpia de todo pecado, que la paga del pecado es la muerte,
que quien encubre su pecado no prosperará, y mucho más; pero aun así no saben
lidiar con su propio pecado que mora todavía dentro de ellos y mucho menos con el
pecado de otros. No saben qué hacer con el pecado de adentro ni con lo que está por
fuera.
Yo borraría la que Dios mismo decidió borrar, no del hombre, sino de su propia
mente y memoria como promesa de su Nuevo Pacto con Cristo a nuestro favor:
“...Perdonaré la maldad de ellos y no me acordaré más de su pecado”
(Jeremías 31:34).
¡Que tanto aborrece Dios el pecado y qué tan nocivo es para el hombre, que decidió
quitarlo por siempre de su memoria!.. Porque, en una relación de amor y comunión
de pacto de gracia…es imposible tener presente el pecado, la iniquidad y las
transgresiones.
Por lo tanto, la base o fundamento sobre el cual el creyente del Nuevo Pacto, se
afirma para someter el pecado y no dar lugar a los pecados, reinando en vida y
andando en el Espíritu, es la decisión del Padre por su amor, de no acordarse más del
pecado, la iniquidad y la transgresión. “Por su decisión de olvidarse yo puedo
reinar en gracia, sobre el pecado que en mi mora”.
Guiado por el Espíritu, Pablo quiso enviar a los creyentes de Roma, la epístola
magna, en cuanto a la gracia reinante y el pecado en su más precisa y profunda
significación. Quiso que desde allí “la verdad sobre lo que es el pecado”, partiera al
mundo entero y así los creyentes anduvieran en el propósito de Dios en completa
libertad.
Dos veces en el capítulo siete habla acerca de la realidad del pecado que mora en el
creyente, y se presenta asimismo como ejemplo:
“De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí”
(Romanos 7:17).
“Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí”
(Romanos 7:20).
en reconocer “el pecado que en él mora”. Era tan conocedor de la gracia que en él
moraba, que podía admitir y confesar el pecado que igualmente en él moraba.
Cuando la gracia mora nos da conciencia del pecado que igualmente mora. (No
procuremos resaltar solo algunas cosas que en nosotros mora, reconozcamos
también el pecado que en nosotros mora).
¿Qué es el pecado?
En el idioma hebreo la palabra más usada para definir que es el pecado, es “jataah”
que puede significar = ofensa de conducta habitual, errar, delinquir, cometer crimen,
ser culpable.
El autor de la epístola a los Hebreos habla del pecado: 5 veces (3:13, 9:26, 28; 10:2,4)
De las 45 veces que Pablo habla del pecado, 12 veces lo relaciona con la ley
“Porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20).
(Romanos 5:13) “Pues antes de la ley había pecado en el mundo, pero donde no hay
ley no se inculpa de pecado”. La ley pretendió mostrar al hombre su pecado y lo
culpable que era delante de Dios.
(Romanos 5:20) “La ley se introdujo para que el pecado abundase, más cuando el
pecado abundó, sobreabundó la gracia”. La ley mostraba no solo los mandamientos
(Romanos 7:7) “¿Qué pues diremos? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo
no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no
dijera, no codiciarás”
(Romanos 7:12) La ley a la verdad “es santa y el mandamiento santo, justo y bueno”.
Ella pretendía que el hombre conociera su pecado. Cada mandamiento condensado
en ella, mostraba precisamente el pecado que había en el hombre. “No codiciarás”
mostraba el pecado de codicia que había en el hombre.
Por eso enseña también Pablo en Gálatas 3:19-26, acerca de para qué fue dada la ley:
Por eso dice también Pablo que Dios: “En las Escrituras, lo encerró todo bajo pecado,
para que la promesa que es por la fe en Jesucristo, fuese dada a los creyentes”
(Gálatas 3:22). ¡Lo encerró todo bajo pecado, para que escudriñando las mismas
Escrituras fuese hallado Cristo, la promesa de vida eterna! (Juan 5:39). “...porque el
testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Apocalipsis 19:10).
(Romanos 7:23) “Pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de
mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”.
La ley de mi mente, como la llama Pablo, es la misma ley de Dios, en la que “su
hombre interior se deleitaba” (Romanos 7:22). Contra ella se rebela “la ley de los
miembros” que lleva cautiva la persona a la ley del pecado que está en sus
miembros”.
La ley pretendía mostrar al hombre como su mismo pecado producía leyes que
esclavizaban su cuerpo y le hacían rebelar contra la misma ley.
(Romanos 7:25) “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo
mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, más con la carne a la ley del pecado”.
La ley siendo “santa, justa y buena” pretendió mostrar no solo el deleite de quien
sería justificado por la fe, en ella, sino como en el cuerpo con sus miembros la
inclinación al pecado.
(Romanos 6:23) La paga del pecado es “la muerte” y el postrer enemigo que será
destruido es la muerte. En cumplimiento de la última promesa que falta para hacerse
en cuanto a redención en el creyente; y que tiene que ver con su cuerpo. “Cuando lo
corruptible se vista de incorruptible y lo mortal se vista de inmortalidad”. Entonces
se cumplirá lo dicho por el Señor en boca de Isaías (25:8). “Destruirá a la muerte
para siempre” y lo dicho por el Señor en boca del profeta Oseas (13:14). “De la
mano del Seol los redimiré, los libraré de la muerte. Oh muerte yo seré tu muerte; y
seré tu destrucción oh Seol”.
Dice también Pablo que el aguijón de la muerte es el pecado. “Como el pecado entró
en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos
los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12); de ahí que el pecado y la
muerte misma serán destruidos con la separación inmaterial de lo material, con la
transformación final de nuestros cuerpos, a la semejanza del cuerpo del Señor.
(Filipenses 3:20-21).
Finalmente reitera Pablo que el “Poder del pecado es la ley” pero gracias a Dios
Padre que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.
El autor de la carta a los Hebreos, que nos habla cinco veces del pecado, presenta el
culto, el sacerdocio y los sacrificios exigidos por la ley ineficaces para quitar el
mismo pecado; en cuatro versículos.
(Hebreos 9:26) “… En la consumación de los siglos (Cristo) se presentó una vez para
siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado”.
(Hebreos 9:28) “… (Cristo) aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado,
para salvar a los que le esperan”.
(Hebreos 10:2) “De otra manera cesarían de ofrecerse (sacrificios exigidos en la ley),
pues los que tributan ese culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de
pecado”.
Ya Pablo nos había hablado “del poder del pecado” (1Corintios 15:56), así que el
pecado es un poder maligno de desobediencia, que inclina a la desobediencia, a errar
en la obediencia, cometiendo pecados. Ahora, ese poder está conectado a la
naturaleza humana, así que mientras estemos en este cuerpo, el pecado estará
presente… ¿buena o mala noticia?...
¡Todos tenemos ese motor o poder interior que nos inclina a los pecados! El
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo trabaja y capacita en cuanto a la manipulación
del pecado. Con “Espíritu de poder, amor y dominio propio” (2Timoteo 1:7). Y así
como los motores de los autos se diferencian en potencia y tamaño, el pecado en todo
ser humano, tiene poder diferente, impulso diferente a pecados diferentes, a
conductas pecaminosas diferentes.
En cambio los creyentes entendidos saben que todo consiste en lidiar con el pecado,
enseñar sobre el pecado, ministrar sobre el pecado; a fin de que los creyentes no den
lugar a los pecados. Ellos van a la raíz del asunto, no por las ramas que
constantemente crecen.
Como el pecado es un motor que en todos tiene distinta potencia; “a mayor potencia
mayormente expuestos a las tentaciones”. A mayor potencia: abundarán los pecados.
Por eso es necesario que con sinceridad del Espíritu de Dios, cada uno de nosotros
esté dispuesto a reconocer y descubrir el motor de su propio pecado, delante del
Señor y de quienes nos pueden ayudar a gobernar sobre él.
Aún el culto que se tributó bajo la ley, en nada limpió la conciencia de quienes lo
ofrecían, ni la de aquellos por quienes la ofrecían. Porque sólo el sacrificio tributado
por Cristo limpiaría y quitaría el pecado del mundo.
(Hebreos 12:4) “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra
el pecado”.
“El cristiano que se horroriza por el pecado y los pecados de los demás creyentes,
sería como el médico horrorizado por las enfermedades de sus pacientes”.
¿Qué decidió Dios Padre hacer con el pecado, mediante nuestro Señor
Jesucristo?
¡La respuesta se haya en entender la promesa que al respecto nos hizo en el Nuevo
Pacto con nuestro Señor Jesucristo!
(Romanos 6:6) “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre, fue crucificado juntamente
con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos
más al pecado.
El viejo hombre era aquel que vivía bajo el señorío del pecado, que practicaba el
pecado, el que estaba muerto en delitos y pecados. Ese viejo hombre ha sido
crucificado juntamente con Cristo. Ahora “el cuerpo del pecado” ha sido destruido, a
fin de que no seamos más esclavos del pecado. ¡Dios Padre destruyó el pecado! Es
decir, le quitó el poder que tenía para esclavizar y conducir a los pecados.
(Romanos 6:11) “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos
para Dios, en Cristo Jesús, Señor nuestro”. Cristo, al haber muerto y resucitado,
murió al pecado una vez por todas, para que nosotros también con él muramos al
pecado, nos consideremos muertos al pecado. ¡El Padre en Cristo le dio muerte al
pecado! Separó el dominio que tenía de nosotros.
(Romanos 8:2) “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de
la ley del pecado y de la muerte”. En Cristo, Dios Padre nos libertó de la ley del
pecado y nos concedió la ley del Espíritu de vida y paz.
1. No acordarse más de él
2. Quitarlo
3. Destruirlo
4. Darle muerte
5. Quitarle se reinado y señorío
6. Libertar de su dominio
7. Condenarlo
Para nada vemos que el Padre haya decidido perdonar el pecado en su Hijo, ya que,
el pecado no tiene perdón; pero si decidió “cargar en él el pecado de todos
nosotros”… (Isaías 53:6).
El Señor Jesús vino a tratar y a resolver el problema del pecado y de los pecados,
para que el propósito de Dios fuera posible con los mismos que había escogido para
su gloria.
“Las personas se juzgan entre sí por el pecado, más Dios trató con el pecado”.
¡Si el pecado es la esencia interior, el poder o motor que impulsa a cometer los
pecados… ¿Cómo entender lo que son los pecados?...
“Los pecados son los actos resultantes del pecado. Es una conducta
pecaminosa”; distinta a practicar el pecado, puesto que quienes practican el
pecado no son nacidos de Dios. “El que practica el pecado es del diablo…todo el que
es nacido de Dios no practica el pecado” (1Juan 3:8-9)
Paraptoma no agrava la falta como tal, al dar por entendido que quien la cometió ha
sido libertado del dominio del pecado y hecho siervo de la justicia.
Paraptoma señala una falta de vigilancia, un descuido en el creyente, del cual se debe
lograr levantar fortalecido en la gracia del Señor. “Sed sobrios y velad” (1Pedro 5:8).
El escritor de la carta a los Hebreos nos habla: 10 veces de los pecados en 4 capítulos.
El apóstol Juan, en su primera epístola habla de los pecados: 8 veces y una vez en el
Libro de Apocalipsis.
Y cada vez que los escritores bíblicos hablan de los pecados o de pecar; lo hacen
para aplicar al creyente todos los beneficios de gracia logrados por nuestro Señor
Jesucristo al haber llevado el pecado de todos nosotros sobre sí mismo en la cruz.
Veamos:
Hablando de los pecados que ningún sacrificio podía quitar, Cristo es la propiciación,
quien tomó nuestro lugar y con su sangre preciosa, los cubrió y sepultó para
siempre…pasados, presentes y venideros.
Al ser nuestra propiciación no solo olvidó el pecado, sino también los pecados,
dándonos su justicia, lo dice también (Romanos 4:7) “Bienaventurados aquellos
cuyas iniquidades son perdonadas y cuyos pecados son cubiertos.
Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado” (1Juan 2:1-2) "...Y él
es la propiciación por nuestros pecados;..."
De nuevo vemos los pecados cubiertos del creyente a quien el Señor no inculpa de
pecado, a causa de haber recibido la justicia por la fe en Jesucristo (Salmo 32:1-2).
(Romanos 6:15) “¿Qué pues?, ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo
la gracia? en ninguna manera". En buena hora el apóstol amonesta para de ninguna
manera pensemos que por causa de la gracia recibida, podemos dar lugar a los
pecados. ¡La gracia nos fue dada para señorear sobre el pecado y no dar lugar a los
pecados!
(Romanos 11:27) “Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados”.
Recordando la promesa del Nuevo Pacto, profetizado por Jeremías (31:34), de que no
solo olvidaría el pecado, sino que también quitaría los pecados.
(1ª de Corintios 15:3) “Porque primeramente os he enseñado lo que así mismo recibí:
Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las escrituras”. Por
revelación a Pablo se le enseñó que la muerte del Señor conforme a las escrituras, fue
para perdonar nuestros pecados.
(Gálatas 1:4) “El cual se dio asimismo por nuestros pecados para librarnos del
presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre”. La entrega de
nuestro Señor, fue pensando también en el perdón de nuestros pecados y así
librarnos del presente siglo malo, donde gobierna Satanás (Efesios 2:2).
(Efesios 1:7; Colosenses 1:14) “En quien tenemos redención, por su sangre, el
perdón de pecados según las riquezas de su gracia”. Las riquezas de su gracia
sobreabundaron en haber sido rescatados de esa vana manera de vivir, y en la
seguridad de tener siempre perdón.
¡Cuando nos vio muertos en pecados solo pensó en darnos vida juntamente con
Cristo!
(Hebreos 9:28) “Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de
muchos”.
(Hebreos 10:12) “Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio
por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios”.
(1ª de Pedro 2:24) “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el
madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia…”.
Al morir juntamente con Cristo, morimos a los pecados cuando él los cargó en la
cruz. Entenderlo nos hace libres de pecar y vivimos solo para la justicia.
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(1ª de Pedro 3:18) “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el
justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne,
pero vivificado en espíritu…". ¡Con su muerte no solo destruyó el pecado, sino que
también concedió perdón para los pecados; permitiendo que los redimidos pudieran
llegar a Dios!
(2ª de Pedro 1:9) “Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta, es ciego,
habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados”. El sacrificio del Señor
logró no solo la purificación de los antiguos pecados, también los presentes
venideros.
(1ª de Juan 1:7) “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión
unos con otros y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”. Ser
libres del dominio del pecado es andar en luz, nos permite tener comunión con
quienes también han nacido de nuevo y nos asegura el perdón para nuestros
pecados.
(1ª de Juan 1:9) “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. La parte que por la misma
gracia de Dios corresponde al creyente es confesar sus pecados. Declararlos ante
Dios y las personas con la seguridad de que al ser nuestro fiel sumo sacerdote nos
limpiará de toda maldad.
(Santiago 5:16) “Confesaos vuestras ofensas unos a otros…” (Proverbios 28:13) “El
que encubre sus pecados no prosperará, más el que los confiesa y se aparta alcanzará
misericordia”.
(1ª de Juan 2:1-2) “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si
alguno hubiera pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo, y él
es la propiciación por nuestros pecados…”
¡Quitar el pecado y perdonar los pecados, fue obra de amor y gracia del Padre en
Cristo, para hacernos sus hijitos!... Entenderlo me llevará a no querer pecar; porque
no pecar es no fallar a su amor paternal.
(1ª de Juan 2:12) “Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han
sido perdonados por su nombre”. Esto lo podemos llamar: “la seguridad eterna de
los hijitos”…! sus pecados han sido perdonados por el nombre glorioso de Jesucristo.
(1ª de Juan 3:5) “Y sabéis que él apareció para quitar nuestro pecados, y no hay
pecado en él”. La obra de Cristo a nuestro favor fue completa: Destruyendo el pecado
y, quitando también nuestros pecados. Cuando el perdona nuestros pecados lo hace
al haberlos quitado para siempre delante de sí. Ya no hay pecado ni pecados delante
de Él. Pero nuestro compromiso es: “Permanecer en Él”, como los sarmientos a la
vid…
(1Juan 3:6) “Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que
peca, no le ha visto, ni le ha conocido”. Permanecer en Él, es verle y conocerle
y mientras más le veamos y conozcamos no pecaremos.
(1Juan 3:9) “Todo aquel que es nacido de Dios no practica el pecado, porque la
simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”.
Somos nacidos de Dios porque el Hijo mora y permanece en nosotros. Por eso ya no
practicamos el pecado, porque este ha perdido su señorío en nosotros. Al morar
Cristo en nosotros pecar voluntariamente es imposible y debe llegar el momento en
que ya no podemos pecar.
LECCIÓN 8
LOS ENEMIGOS
DEL CREYENTE
!Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad
contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se
constituye enemigo de Dios.
(Santiago 4.4)
La Carne
Cómo vencer la carne
El Mundo
Cómo vencer el mundo VICTORIA EN CRISTO
El diablo
Las actuaciones del diablo
Cómo vencer el diablo
Son tres los enemigos que un fiel creyente tiene y que deberá luchar y resistir hasta el
fin de su vida, pero con la ayuda del Espíritu Santo, la victoria será total. El primer es
un enemigo INTERIOR (la carne) y los otros dos son enemigos EXTERIORES (el
mundo y el diablo). Ahora, veamos qué cosas son estas que amenazan a nuestra fe:
1 – LA CARNE
Una de las consecuencias de la caída del hombre en pecado es que este se volvió
carnal (o sea, un ser pecaminoso – Génesis 5:1,3 y 6:3). La Biblia llama de carne a la
parte pecaminosa del hombre, a la naturaleza humana contaminada con el pecado.
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1- Una constante vida llena del Espíritu Santo (Gálatas 5:16; Efesios 5:18);
2.2 – Abortar todo impulso de la carne (Génesis 4:7; Mateo 16:23; Santiago 1:13-15);
2 – EL MUNDO
El mundo siempre fue un sistema de valores contra Dios y Cristo (1 Juan 4:3-5) que
odia a Jesús y a sus discípulos, pero, ama a los que son suyos y a los hijos de María
(!!!) (Vea Juan 15:18-19 y Juan 7:5-7).
Dios creó al mundo “bueno” (Génesis 1:31); y lo amó sobremanera (Juan 3:16); dio su
autoridad al ser humano (Génesis 1:26-31, Salmos 115:16); que al obedecer a la
antigua serpiente (Apocalipsis 12:9 y 20:2); entregó el dominio de este mundo a
satanás – Lucas 4:6. Por ahora, el mundo está bajo el maligno, el príncipe del mundo
– 1 Juan 5:19, Juan 14:30. Sin embargo, en el reino Milenario de Cristo (Apocalipsis
20) eso cambiará. Este mundo llegará al fin (2 Pedro 3:10,12; Mateo 28:20; Mateo
24:35; Isaías 34:4). Y Dios creará nuevos cielos y nueva tierra (Apocalipsis 21).
Los que aman a este mundo: No son de Dios (1 Juan 2:15); son Sus enemigos
(Santiago 4:4-5); son controlados consciente o inconscientemente por demonios
(Efesios 2:2; 2 Corintios 4:4).
Otras Referencias: Romanos 1:18-32; Juan 17:14-16; Juan 14:27; Juan 16:33; 2
Corintios 4:17; 1 Juan 5:4-5; Juan 1:10, 14:17; 1 Juan 2:15-17
1) Tener una firme personalidad para no seguir a la mayoría (Éxodo 23:2) y para no
se moldear a la mentalidad de este mundo (Romanos 12:2).
3 – EL DIABLO
Dijo Cristo: “Yo veía a satanás caer del cielo como un rayo”
Dios no creó al diablo, Dios creó a un ángel querubín que (con su libre albedrío) se
rebeló y fue expulso del cielo con la tercia parte de los ángeles rebeldes (Lucas 10:18;
Isaías 14:12-20; Ezequiel 28:11-19; Apocalipsis 12:4, 7-9). Ya no hay perdón al diablo
y su fin será en el “lago de fuego” con todos aquellos que lo obedecen (Colosenses
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1:20; Ezequiel 28:19; Mateo 25:41; Apocalipsis 20:10,15). En este mundo ellos
forman a un ejército organizado (Mateo 12:25-26; Efesios 6:12) y, debido a que el
hombre le dio de su autoridad sobre la Tierra, este se ha vuelto el “dios de este
siglo” y de todos los que no aceptan al Gobierno de Dios, controlándolos consciente
o inconscientemente (2 Corintios 4:4; Efesios 2:2; Lucas 4:5-6; Juan 14:30).
Tentación: La tentación es un ataque contra los que son de Dios (Lucas 4:1-13). El
diablo se aprovecha de las debilidades del hombre para provocarlo a pecar contra
Dios y separarse de Él. Jesús nos advierte a velar y orar para “no entrar en tentación”
(Mateo 26:41), pues cuando eso acontece, se vuelve como una obsesión mental para
el pecado.
3) Cerrar las “brechas” por donde satanás entra (Efesios 4:27; Cánticos 2:15).
4) Armarse de la Palabra de Dios contra las dudas y sus asechanzas (Mateo 4:1-11;
Santiago 4:7).
LECCIÓN 9
LA TENTACIÓN
(Hebreos 2.18)
DEFINICIÓN
(Mateo 26.41; Marcos 14.38; Lucas 22.40) – “Velad y orad para que
no entréis en tentación” – Acá les da un buen consejo a los suyos. Se
acercaba la hora de una gran tentación. Las aflicciones de Cristo eran para sus
seguidores una tentación de no creer ni confiar en él, de negarle y abandonarle
y renunciar a toda relación con él. El peligro de entrar en la tentación les
asechaba como una trampa o un lazo. Por eso les exhorta a velar y a orar:
velad conmigo (v. 38): velad y orar (v.41). Por quedarse dormidos, perdieron
el beneficio de unirse a Cristo en oración. Al menos, podían haber orado para
que Dios les concediese la gracia de estar despiertos para velar y seguir orando
con él.
a)- El original del versículo 9 comienza diciendo: “Los que quieren (no es un
mero deseo, pues Pablo usa el verbo fuerte boúlomai) hacerse ricos. Aunque
no se dice, se sobre entiende que están dispuestos a poner todos los medios a
su alcance para adquirir las riquezas. Esto es lo opuesto a contentarse con el
alimento y el cobijo del versículo 8.
c)- No conformándose con nada, esta gente suele hundirse (gr. buthízousin,
vocablo que solo sale aquí y el Lc 5.7) en la ruina y en la destrucción. Cada día
vemos casos de estos que acaban en la cárcel o en el suicidio. De las 8 veces en
que el vocablo griego apoleía sale en el Nuevo Testamento, en 16 de ellas se
refiere a la perdición espiritual, mientras que ólethron (1ª de Corintios 5.5)
suele significar ruina material. Pero aun apoléia podría significar aquí una
“pérdida irreparable” en sentido material.
d)- Así como la piedad es raíz de todos los bienes (4.8), la codicia es raíz de
todos los males.
1)- Comienza Santiago (v.13) esta sección diciendo: “cuando una persona
se sienta tentada, nunca debe decir: “Dios me está tentando”.
Porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni tienta él a nadie”.
En otras palabras, el Dios infinitamente santo y bueno no puede de ningún
modo ser instigado a obrar por un motivo malo ni puede instigar a nadie a
obrar el mal. Ya decía el pagano Plutarco: “Considero peor sentir mal de Dios
que negar que haya Dios” puesto que no cabe peor negación del verdadero
Dios que atribuirle de algún modo la maldad. Por eso, nadie puede echar
sobre la providencia divina la responsabilidad de sus propias culpas, ya que,
en todo lo que hace, quiere o permite, Dios es bueno para todos (Salmo 145.9)
y especialmente bueno para con los que le aman, y hace que todo (lo próspero
y lo adverso) coopere para el bien de ellos (Romanos 8.28).
a)- El verbo peirázo (sobre todo, en este contexto) tiene el sentido negativo de
tentar para el mal, como ya lo dijimos al principio.
b)- Santiago asegura explícitamente (v.13) que tal tentación no puede en modo
alguno proceder de Dios. Tampoco culpa de ella al diablo, aunque tampoco
niega su actividad a este respecto (comp. Con 4.7).
d)- Los verbos griegos que hemos traducido por “arrastrado” y “seducido”
son términos tomados respectivamente del arte de la caza y de la pesca. El
primero significa, en sentido propio, la acción con la que los cazadores tratan
de atraer los animales para sacarlos de sus escondites. El segundo, se dice de
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los peces, que son seducidos por el cebo. La ilustración es magnífica, pues
describe la forma con que una persona, al ser sorprendida por la tentación,
siente dentro de sí una especia de “tirón” hacia el objeto de la tentación; en la
oportunidad (placer, dinero, prestigio, poder, etc.) que la tentación presenta,
nuestra concupiscencia percibe el cebo con que la persona es atraída y
seducida.
c)- Llega, por fin, el momento en que el niño se hace adulto: el pecado es
llevado a su consumación (a su madurez NVI) y, ya en plena madurez
adulta, comienza a trabajar y produce su fruto: engendra muerte, que es,
al mismo tiempo, su salario (Romanos 6.23). Miremos el contraste entre el
proceso del pecado y el de la virtud antes de las pruebas: “Las pruebas
purifican la fe; la fe produce la paciencia; la paciencia, la perfección, y la
perfección es recompensada en el cielo. Por el contrario, la
concupiscencia es causa de la tentación, ésta engendra el pecado, y el
pecado la muerte”
LECCIÓN 10
LA SANIDAD
INTERIOR Y LA
LIBERACIÓN
(Gálatas 5.1)
INTRODUCCIÓN
Cuando alguien conoce a Jesús como Señor y Salvador personal, viene a ser un hijo
de Dios, lavado con su sangre, y que si muere, irá directamente al cielo. Este hecho
no significa que el creyente ya es totalmente libre y que todos sus problemas se hayan
terminado. Hay creyentes que tienen muchas ataduras del pasado, tales como:
heridas, amarguras y complejos. La primera pregunta que viene a la mente es, ¿por
qué si somos creyentes aún arrastramos con cosas del pasado? La razón
es, que lo que nació de nuevo fue nuestro espíritu, pero nuestra alma tiene que ser
renovada y transformada; por tanto, es en esta área donde necesitamos liberación y
sanidad interior.
¿Cuál es el proceso?
«Le respondió Jesús: - De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo no
puede ver el reino de Dios. Nicodemo le preguntó: - ¿Cómo puede un hombre nacer
siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y
nacer? Respondió Jesús: - De cierto, de cierto te digo que el que no nace de agua y
del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es; y
lo que nace del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: "Os es necesario
nacer de nuevo"». Juan 3.3-7
palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante que toda espada de dos
filos: penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los
tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón».
Hebreos 4.12
En conclusión, hay muchos creyentes que tienen que pasar por ese proceso con la
profunda convicción de que la redención perfecta, efectuada por Jesucristo en la
cruz, fue más que suficiente para libertarlos y sanarlos de las heridas del pasado.
Las características del alma se comparan a las del asno. El asno es: desobediente,
testarudo, voluntarioso, egoísta, jactancioso, ególatra, inseguro, rudo, exhibicionista,
rebelde, orgulloso y arrogante. Esta naturaleza necesita ser renovada y transformada.
Hay dos tipos de vida: La vida del Espíritu, que en el griego original es la palabra
"zoe" y la vida del alma que es "psuke". El alma necesita ser cambiada o no vamos a
poder disfrutar la vida abundante de Dios. Tenemos que aprender a tener control
sobre nuestra alma. El salmista dijo: «Bendice, alma mía a Jehová, y bendiga
todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía a Jehová, y no olvides
ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades, el
que sana todas tus dolencias». Salmos 103.1 3 El alma debe estar bajo el control
del espíritu renovado en Cristo.
pasiones y las emociones. El hombre tiene una voluntad soberana para escoger hacer
lo bueno o lo malo.
El hombre decide servir a Dios o al diablo. Dios no tiene prisiones en el cielo; por eso,
es tan importante tratar con nuestra vieja voluntad para hacer lo que a Dios le
agrada. Con la voluntad, el hombre se va formando según lo que piensa y según su
vivencia en el ambiente donde se desarrolla, emocional y culturalmente. Todo esto
determina lo que el hombre será.
Esta barrera tampoco la puede atravesar el enemigo. Si éste gana terreno en nuestras
vidas, es porque nosotros con nuestra soberana voluntad se lo hemos permitido. La
voluntad del hombre se divide en: decisión, intención, propósito, elección y deseo. Es
allí donde se originan las decisiones, las intenciones, los propósitos, y los deseos.
Hacer siempre lo que queremos es la esencia de la rebelión. Cuando un creyente no
renueva su voluntad, siempre va a querer satisfacer los deseos de la carne.
• Rindiéndola
• Quebrantándola
• Vaciándola y llenándola con la voluntad de Dios
La palabra de Dios habla de ciertos términos que nos enseñan que el rendir nuestra
voluntad es un acto de elección. La Escritura usa términos, tales como:
«En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está
viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra
mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la
verdad». (Efesios 4.22-24)
Quitarse
Hacer morir
Recuerde que Dios no nos obliga a hacer ninguna de estas cosas. Somos nosotros los
que tenemos que tomar la iniciativa de renunciar a las áreas de nuestra vida que no le
agradan a Dios. Tenemos que hacer morir lo malo, quitar de nosotros todo aquello
que nos impide el crecimiento espiritual. Desde hoy, empiece a renunciar a la
amargura, a la ira, al pasado y a los deseos de la carne. Cuando el ser humano está
decidido a hacer la voluntad perfecta de Dios, todas sus promesas serán un sí y
¡amén!
Nuestra voluntad es quebrantada cuando Dios nos disciplina y nos castiga como un
Padre a su hijo en su amor. A esto, también le podemos llamar el método de "la
trituración". «Porque así dijo el alto y sublime, el que habita la eternidad, y cuyo
nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y
humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el
corazón de los quebrantados». Isaías 57.15
Las emociones son la parte del hombre, donde se envuelven los sentimientos y
afectos. Hay varias emociones negativas, tales como: tristeza, ira, vergüenza, dolor,
miedo, celo, confusión y odio. De la misma manera, hay emociones positivas y éstas
son: amor y gozo. Las emociones están en la vista, el gusto, el tacto, el olfato y el oído.
En el caso de Elías, fue así: él se sintió desanimado después de cortarle la cabeza a los
profetas de Baal. Es posible que el ascenso y el descenso de las emociones no sólo
descalifiquen a un creyente para andar en el espíritu, sino que también lo empujen a
andar en la carne. Cuando el espíritu comience a dirigir la vida del hombre, las
emociones se controlarán. Como consecuencia, el silencio total de las emociones es
una condición para poder caminar en el espíritu.
2. Serán un obstáculo para nuestra fe. Si nos dejamos guiar por las emociones, será
muy difícil creer la palabra de Dios. Siempre vamos a querer ver primero para
después creer. Los creyentes debemos caminar por convicción y no por emoción. Las
heridas emocionales impiden entregarse al cuerpo de Cristo efectivamente y convivir
en amor sin temor a ser rechazado. Las heridas del pasado están dañando su
presente y su felicidad. «Porque por fe andamos, no por vista». 2 Corintios 5.7
Muchos creyentes que han sido heridos, esconden el dolor en lo profundo y evitan
por todos los medios hablar de ello. Otros usan mecanismos de defensa, tales como:
• Aislamiento: Esto sucede cuando la persona herida decide apartarse del resto,
rechazando toda posibilidad de ayuda, y prefiriendo de esta manera, permanecer
aferrado a sus heridas.
Jesús pagó por completo La obra de Jesús en la cruz del Calvario ofrece mucho más
que el perdón de pecados; también, ofrece el pago por completo del ser integral:
espíritu, alma y cuerpo. Si hay creyentes que todavía no andan en completa libertad,
es porque no se han apropiado de la obra completa de nuestro Señor. Veamos qué
nos dice 2 Corintios 5.17. «De modo que si alguno está en Cristo, nueva
criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas».
Las personas creen que una vez que reciben a Cristo, ya se terminaron todos los
problemas y que todo es hecho nuevo. La pregunta es: ¿en qué parte de su ser total
fue hecho todo nuevo? Fue en el espíritu; el alma y el cuerpo siguen siendo los
mismos. Después que recibió a Jesús, ¿ha tenido los mismos malos pensamientos
que antes? ¿Se ha airado? ¿Ha pecado contra Dios? Claro que sí. Pero el Espíritu
Santo comienza a sanarle de heridas del pasado, por medio de la palabra de Dios. En
este proceso, es importante diferenciar entre los pecados que han causado las heridas
del pasado y los pecados después de conocer a Cristo para una sanidad interior
efectiva.
La palabra de Dios nos habla que Jesús pagó para liberar nuestro ser total: espíritu,
alma y cuerpo. Recuerde que Él le liberó del pecado original. Cristo, siendo el
segundo Adán, lo hizo realidad. La sangre de Jesucristo es efectiva y poderosa para
limpiar los pecados cometidos a diario. La sanidad interior es para sanar los traumas
del pasado, y el presente se tiene que vivir sin pecado porque sin santidad nadie verá
al Señor.
Pablo se dio cuenta que dentro de él estaba el mal, pero eso no tiene nada que ver con
la sanidad interior. "Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha
ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a
los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista
a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos». Lucas 4.18 La palabra
quebrantar significa: romper, separar con violencia las partes de un todo; en el caso
de un corazón, es uno que un corazón que está hecho pedazos por causa de las
heridas. Jesús vino al mundo para tomar cada pedazo de su corazón y todo aquello
de su vida que está roto para ponerlo junto y sanar toda herida, rechazo, amargura,
falta de perdón, culpabilidad y lo que sea que esté afectando su vida de forma
negativa.
Hay muchos creyentes que han nacido de nuevo, irán al cielo, son hijos de Dios y el
Espíritu Santo vive en ellos. Sin embargo, siguen atados al pasado y a las heridas
recibidas; continúan atados a vicios y son víctimas de la depresión, dejándose
dominar por sentimientos de rechazo, complejos de inferioridad, ataduras sexuales,
temores, inseguridades, y además, arrastran maldiciones generacionales; por esa
razón, necesitan recibir la sanidad interior y la liberación.
«Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: - Si vosotros
permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y
conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Juan 8.31, 32 Cuando
intenta esconderse detrás de la puerta del dolor (las emociones heridas), va a tener
que regresar a través de la misma puerta para adquirir su libertad. ¿Se está
escondiendo porque la verdad es muy dolorosa? Cada área a liberar va a requerir
enfrentar o ver una verdad, la cual siempre trae dolor con ella; pero recuerde que ésa
es su salida a la libertad integral de su ser.
Jesucristo pagó, por completo, por aquellos que vienen con heridas del pasado. Él les
sana y les da una libertad completa. «¿Quién ha creído a nuestro anuncio y
sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? Subirá cual renuevo
delante de él, como raíz de tierra seca. No hay hermosura en él, ni
esplendor; lo veremos, mas sin atractivo alguno para que lo
apreciemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de
dolores, experimentado en sufrimiento; y como que escondimos de él el
rostro, fue menospreciado y no lo estimamos. Ciertamente llevó él
nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, ¡pero nosotros lo
tuvimos por azotado, como herido y afligido por Dios! Mas él fue herido
por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la
paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados».
Isaías 53.1-5
Las distintas etapas de nuestras vidas, en las cuales podemos recibir heridas, son las
siguientes: En la edad prenatal, en la niñez, en la adolescencia, en la edad adulta y en
la etapa matrimonial. La palabra de Dios nos enseña en el libro de Génesis 3.15 lo
siguiente: «Y pondré enemistad entre tu simiente y la simiente suya, ésta
te herirá en la cabeza y tú Ir herirás en el calcañar». El deseo del enemigo
es herir a las personas de todas las formas y en todas las etapas de su vida. Él lo
Intentó con el Señor Jesucristo y lo intenta con cada uno de nosotros día tras día, sin
descansar.
Todos hemos sido heridos en alguna etapa de nuestra vida y hemos entendido que, al
venir a Jesús, todas las heridas no se sanarán por sí solas. Esto implica que hay que
pasar por un proceso llamado sanidad interior y liberación, por medio del cual Dios
nos restaura de las cosas del pasado. No podemos esperar que el tiempo borre las
heridas, porque eso no sucederá. Solamente la sanidad interior, por medio de la
Palabra y la unción del Espíritu Santo, nos hará libres. ¡Amén!
MIS ANOTACIONES
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