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JORGE DARIO CARMONA MARÍN

20171160076
21 de febrero de 2018

BREVE ACERCAMIENTO A LA ESFERA PRIVADA DE LA MUJER MODERNA

La categoría “mujer” en la historia social, cultural y política de occidente siempre


ha aparecido como algo excepcional. Lo que se ha entendido como mujer gira
alrededor de la opinión de que ésta es esencialmente objeto de deseo de los
hombres, el bello sexo, el sexo débil, madre dadora de la vida, ser dependiente, y
por tanto, se la ha mantenido prisionera y oculta en su casa, naturalmente
supervisando el hogar, encargada de los cuidados de la familia y reducida a mero
objeto, solamente ornamento en un sistema cultural y político dominado
significativamente por hombres.
De este modo, resulta claro que a lo largo de la historia ha sido el varón la única
referencia, el único que goza de un verdadero estatuto de realidad, y dueño de su
propia esfera privada.
¿Cuál ha sido entonces, para las mujeres, su verdadero “ser y estar en el
mundo”? Aparentemente, la no existencia. Así,
radicalmente excluidas de cualquier papel importante dentro de la política, de la
cultura y de la sociedad, carecen de su propia esfera privada y se ven obligadas a
convivir en la estrecha esfera de un hombre: su padre, su y su hermano, quienes
sin importar que sean también, como la afirma Enrique Dussel, unos oprimidos,
aluden, sin embargo a una aparente superioridad de su categoría de “hombre”: ser
político, cultural y social.

La organización política de las mujeres después de la Revolución francesa


y el Tercer Estado.

A partir de las revoluciones burguesas del siglo XVIII en Europa, el papel de la


igualdad y la libertad en la sociedad es determinante; se hace oficial la Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en Asamblea Constituyente Nacional
tras el triunfo de la Revolución Francesa en 1789, y se escribe una nueva
constitución; república, ciudadano, derechos y deberes, división de los poderes,
auge del Estado-nación, son concepciones que se establecen en el imaginario
político de todo el pueblo francés. Por otra parte, la abolición del Antiguo Régimen y
del feudalismo conduce a nuevos derroteros: se anula el privilegio del derecho
divino, las monarquías aparentemente amenazan con extinguirse, y la burguesía,
que gozaba del poder económico, domina también el poder político.
Al hombre libre en sociedad y con derechos le es inherente la categoría de
ciudadano. Ciudadano es aquel hombre que hace parte en la formación de las leyes
a las que habrá de obedecer por su bien y por el de la sociedad, de modo que su
cualidad de ciudadano no depende solo de sus derechos sino también de sus
deberes.
Asimismo, ciudadano es aquel hombre que se visibiliza dentro de una nación
como sujeto político. Ya el poder no está centralizado en la figura de la monarquía y
de la nobleza, sino que su división en tres ramas descentralizadas distribuye
equilibradamente la gobernanza y administración de una nación, las leyes que rigen
a sus ciudadanos, y a las instituciones que hacen efectiva la justicia cuando se violan
estas leyes, estos derechos y deberes. La forma como el pueblo participa es sin
embargo parcialmente democrática, pues las representaciones en la figura de unos
funcionarios, seleccionados por los ciudadanos en ocasiones, hacen pensar que esta
democracia es una democracia representativa. Tal es el caso de los parlamentos.
Ahora bien, es necesario aclarar que estas reformas políticas que van en contra
de las tradicionales monarquías absolutas del Antiguo Régimen y que se mantienen,
como ya venía haciéndose antes, bajo la figura de un estado-nación, no corresponde
a la actual concepción de la idea del Estado, a partir de la cual se ve a éste como un
ente abstracto o material, separado del pueblo y de los gobiernos; sin embargo, el
papel de la participación política del ciudadano se muestra como importante para la
organización social después de la revolución francesa.
Supuesto esto, se entiende que la revolución francesa significó la transformación
de una sociedad que dejó a un lado las dinámicas feudalistas de la Edad Media y del
superado Antiguo Régimen, poniendo en el poder a la ya consolidada clase burguesa
y cambiando completamente el panorama político y económico de esa parte de
Europa, siendo así que abolió el derecho divino por parte de las monarquías y
propuso la forma de gobierno republicana. Asimismo, la categoría de ciudadano, un
sujeto político con derechos y deberes que participa en la organización política,
jurídica y cultural de su sociedad, se presenta como una nueva forma de entender a
una clase de hombre que antes no fue privilegiada, es decir, la reivindicación del
hombre del Tercer Estado. Por eso dice el primer artículo de la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano: “Los hombres nacen y permanecen libres e
iguales en derechos”.
Entendido esto, no queda más que hacernos la siguiente pregunta con relación a
lo aquí se pretender plantear: ¿qué fue de la mujer de la revolución? ¿Pudo ella ser
dueña de la misma libertad y de la misma igualdad de la que gozaron los hombres?
Para responder a lo anterior, resulta conveniente traer a colación primero una
importante frase del filósofo Enrique Dussel:

[…] en una sociedad opresora, la mujer es la primera oprimida, y esta


opresión es mucho más profunda de lo que cree el varón que también está
oprimido, y de lo que cree la mujer que es la oprimida de un oprimido”
(p.12).

En realidad, la idea de la libertad y la igualdad que pregonó la Ilustración y la


Revolución Francesa en una gran medida fue letra muerta, lo que se ocultó debajo
de esta máscara de dignificación y reivindicaciones fue el ascenso al poder de un
hombre: un varón, burgués, blanco y europeo.
¿Qué le quedaba entonces a la mujer en cuantas posibilidades de liberación,
dignidad e igualdad tras la revolución? Sencillamente la opresión hacia la mujer
siguió siendo la misma; por otra parte, aunque en algo cambió el destino de los
varones que ahora eran ciudadanos y no una simple “plebe”, distintas circunstancias
lo redujeron nuevamente a ser otro oprimido, pues llega la revolución industrial y se
inaugura una nueva clase social, la obrera, que retornaría a las dinámicas poco
humanas, injustas y desiguales del trabajo capitalista.
No obstante, en materia de la lucha feminista, la abolición del Antiguo Régimen
cosecha nuevas ideas en las mujeres de la Ilustración: la crisis de la legitimación del
Antiguo Régimen lleva a una crisis de la legitimación patriarcal. Dice Celia Amorós al
respecto: “Ya no se trata sólo […] de denunciar los abusos de un sistema de
dominación, sino de irracionalizar las bases mismas sobre las cuales ese poder se
sustenta” (p. 71). Aquí se hace necesaria una resignificación del lenguaje
revolucionario, esto es, cambiar el referente de los significados que se le atribuyeron
a ciertas palabras populares de la revolución, tal es el caso de “aristócrata” que se
refería en el grupo feminista al varón opresor privilegiado por las estructuras
patriarcales.
Otra palabra que toman las feministas de la Ilustración es el término “Tercer
Estado”, con el cual hacen notar que la lógica estamental aún conserva su dimensión
en una jerarquía de sexos. El Tercer Estado en el Antiguo Régimen fueron aquellos
hombres a quienes se les denominaba pueblo llano o plebe y que no gozaban de
ningún privilegio jurídico y económico. Así, bajo esta denominación se visibiliza un
grupo de mujeres que hace pensar en un feminismo de la Ilustración, y el cual
pugna por la politización de su situación con el apoyo de un lenguaje revolucionario,
a partir del cual pretenden abolir la estructura patriarcal que las somete y las
margina, y a través de la cual hacen valer también su condición de ciudadanas.
Olimpia de Gouges resalta especialmente por ser la feminista que en respuesta a
la Declaración de los derechos del Hombre y del Ciudadano escribe la Declaración de
los derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Reza el primer artículo de su
declaración: “la mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos”, y el
artículo 4:

La libertad y la justicia consisten en devolver todo lo que pertenece a los


otros; así, el ejercicio de los derechos naturales de la mujer solo tiene por
límites la tiranía perpetua que el hombre le opone; estos límites deben ser
corregidos por las leyes de la naturaleza y de la razón.

Y el artículo 10:
Nadie debe ser molestado por sus opiniones incluso fundamentales; si la
mujer tiene el derecho de subir al cadalso, debe tener también igualmente el
de subir a la Tribuna con tal que sus manifestaciones no alteren el orden
público establecido por la Ley.

Cuando la mujer se hace dueña de unos derechos y de unos deberes, cuando se


asume como un sujeto político, y cuando la constitución pone por encima del
derecho de nacimiento a un sujeto entendido como un ser libre, igual y autónomo,
entonces adquiere su categoría de ciudadana. El individuo, que es la unidad
indivisible de la sociedad y particularmente distinto a los otros goza sin embargo de
los mismos derechos, es parte fundamental de una sociedad. Por ello ser individuo
es ser ciudadana y no hay privilegios que le nieguen esta categoría a alguien. Por
tanto la mujer tiene los mismos derechos del hombre, pues su posición no se mide
por privilegio sino por su propio mérito. Esto anula entonces la definición de la mujer
como naturalmente inferior al hombre, pues su fundamento no se basa en un
argumento evidentemente extraído de la naturaleza sino que es una posición
sociocultural cargada milenariamente de un notable machismo y misoginia.
Un argumento que apoya la tesis de la carencia de una propia esfera privada en
la mujer aún en plena Ilustración es aquella negación constante por parte de los
hombres en aceptar que la mujer también era una ciudadana con derechos. Si bien
la relación entre las esferas privada y pública en la modernidad constaba de una
dialéctica entre sujeto y el estado-nación, es cierto entonces que la mujer nunca
perteneció a ninguna de las dos: eran los varones los únicos sujetos posibles y solo
ellos tenían en sus manos los tres grandes poderes públicos, estos son: el ejecutivo,
el legislativo y el judicial.
La mujer no era concebida como un sujeto epistemológico (en términos
cartesianos) ni muchos menos político. Para hacer esto más claro se citarán las
palabras de Dussel que para nuestro propósito vienen hacer contundentes:
“Descartes dice: <<Yo pienso>> (ego cogito); ese <<yo>> que piensa es
exclusivamente el del varón, y este varón de tal modo se impone, que toda la
sociedad moderna europea y latinoamericana ha sido concebida a partir del varón”
(p. 17). Lo anterior con el fin de explicar que la mujer en occidente no es vista como
un sujeto epistemológico, cosa que hace que el varón se posicione no solo en los
político sino también en el conocimiento como la única referencia.
Resulta tan compleja la situación en pleno siglo XIX que las feministas luchan
todavía por asumir la ciudadanía de la mujer, pues la sociedad industrial y el
liberalismo no aportaron cambios significativos a la situación política, legal y
económica de las mujeres. Una forma de reivindicación a las problemáticas de la
mujer fue la lucha por el derecho al voto. En la segunda mitad del siglo XIX surge el
movimiento sufragista, cosa que para la época es algo anacrónico pues se vive un
momento en que el escenario político rechaza la ya dudosa categoría de ciudadano y
la llamada libertad e igualdad de la Ilustración toma otros rumbos, puesto que el
liberalismo tradicional pugna por un desproporcionado capitalismo que, en primer
lugar, hace de los pequeños burgueses una clase social elevada y dominante, y en
segunda lugar, el proletariado se hunde en la pobreza; así pues, se retoman las
desigualdades sociales que se supone quiso abolir el pensamiento ilustrado y los
ideales de la Revolución Francesa.
Por otra parte, el socialismo y la lucha de la clase obrera son otro fenómeno del
siglo XIX que ocupa un lugar relevante dentro del panorama político de la época. Sin
embargo, mientras los obreros varones están en unas dinámicas de lucha de clases
y la burguesía asciende gracias al liberalismo, las mujeres en palabras de Celia
Amorós:

[…] se encuentran en una posición excéntrica: vinculadas a los varones por lo


que Carol Pateman ha llamado <<el contrato sexual>>, no tienen el estatuto
de individuos. Y carecen del potencial de una clase. El anacronismo de sus
vindicaciones es común a todos los grupos oprimidos (p.77).

Así pues, es evidente la forma como los asuntos aparentemente más relevantes
de la época opacaron luchas importantes y reivindicaciones que ni siquiera el
socialismo había tenido en cuenta en su agenda programática. Estaba claro, de
todos modos, cuál debía ser la percepción que se tenía de las mujeres: negación de
su categoría de individuos; objetos o cosas subordinadas a los varones, obligadas a
permanecer dentro de la esfera privada de sus esposos, de sus padres y de sus
hermanos, tanto en la clase burguesa como en el proletario, vivían siempre aisladas
en sus hogares e impedidas de poder actuar en la vida social, cultura, económica y
política; sumado a esto, la opresión la legitimaba un arbitrario <<contrato
sexual>>.
Sin embargo, tendríamos que detenernos y examinar mejor algunas cuestiones
que se presentan según lo que se ha dicho hasta el momento: ¿cómo era la vida de
las mujeres proletarias en el siglo XIX? ¿Y por qué estaban obligadas a permanecer
en la esfera privada de sus maridos?
Para responder a la primera cuestión empezaremos citando un fragmento del
ensayo Por qué menciono a las mujeres de Flora Tristán escrito en 1843:

[…] Hasta la fecha, la mujer no ha contado para nada en las sociedades


humanas- ¿cuál ha sido el resultado?- Que el sacerdote, el legislador, el
filósofo la han tratado como una verdadera paria. La mujer (es la mitad de la
humanidad) ha sido excluida de la iglesia, de la ley, de la sociedad. Ella no
tiene ninguna función en la iglesia, ninguna representación ante la ley,
ninguna función ante el estado. –El sacerdote le ha dicho: Mujer, tú eres la
tentación, el pecado, el mal; representas la carne, es decir la corrupción, la
podredumbre (p.23).

Supuesto esto, podemos inferir que la mujer del siglo XIX no pudo garantizar su
propio estatuto de realidad, es decir, estaba atada a la no- existencia en que la
sociedad, desde la supuesta autoridad del sacerdote, del filósofo, del legislador y del
obrero la habían condenado; y peor aún, el imaginario que se tenía de ella estaba
lleno de prejuicios, estereotipos y presupuestos que la cultura patriarcal había
configurado en las mentes de todos, haciendo que su resignificación pareciera
imposible pues “la sanción del tiempo tiene mucha autoridad sobre la multitud” (p.
23). Al mismo tiempo, este constructo social arraigado en la mente de las personas,
a partir del cual se afirmaba que la mujer no era un sujeto epistemológico y político,
y que además la relega a ser solo objeto decorativo de su casa, justificaba una
forma de opresión y conquista de su libertad que se manifiesta claramente en la
siguiente cita igualmente de Flora Tristán:
Creyendo que la mujer, por su organización, carecía de fuerza, inteligencia,
capacidad y era inepta para el trabajo serio y útil, se llegó muy lógicamente a
la conclusión que era una pérdida de tiempo darle una educación racional,
sólida, rigurosa, capaz de convertirla en un miembro útil de la sociedad. Así se
la ha educado para ser una dulce muñequita y una esclava destinada a
entretener y servir a su amo (p. 24).

Así pues la falta de educación impedía que la mujer pudiera realizarse


personalmente. Sin autonomía para decidir por sí misma, era obliga a servir a su
amo, el varón, como una esclava. Y esta esclavitud la legitimaba las mismas
ataduras patriarcas que venían operando milenariamente, entre estas, la del
matrimonio, que ni siquiera en la Revolución francesa, ni con la abolición de la
esclavitud por parte del anti esclavismo, ni tampoco con el socialismo liberador de la
clase obrera, pudieron romperse.
Respecto a este último grupo, la mujer proletaria, lo era todo para los hombres,
era su compañía, su única providencia, su esclava en la casa, a quien podía tratar
como le viniera en gana. Ellas por su parte, lo soportaban, casi siempre sin una
verdadera intención de rebelión.
¿Cómo era posible que las mujeres naturalizaran esta opresión?
A partir de Enrique Dussel puede aventurarse lo siguiente: que la mujer mistifica
su propia alienación, resaltando su debilidad, su supuesta femineidad. Cree la mujer
que por gobernar en los asuntos domésticos tiene cierta influencia en las decisiones
de su marido. No obstante, en lo político, en lo que económico y cultural, sigue
vedada su participación; por otra lado, la mujer perpetúa una pedagogía de la
dominación del opresor: educa a su hija como esclava del varón y por tanto
naturaliza la opresión, lo mismo hace con su hijo, a quien le da vía libre para que se
considere señor y dueño y posteriormente explote a su hermana y a su esposa.
Para Dussel son muy claros los factores determinantes de la opresión, ¿cuál es la
causa de esta? Es la sociedad totalitaria que es injusta y que no permite la irrupción
“del Otro”, de lo que no es lo mismo que el “varón”, es decir, la mujer. No obstante,
ambos sexos son oprimidos, ambos ignoran de alguna manera su propia alienación,
de modo que la ven como algo natural.
Como se ha dicho anteriormente, el matrimonio es una de las cadenas que
perpetúan las estructuras opresoras del patriarcado, ¿en qué consiste este? Es
Federico Engels quien nos expone cómo se da el origen de la familia y cual es su
relación con la propiedad privada y el Estado. El matrimonio para la burguesía
siempre es un asunto de conveniencia, con el fi de unir dos familias de la misma
clase y consolidar un linaje, que aunque no tiene la relevancia del linaje típico de la
nobleza, si es importante para que esta clase social se eleve no solo
económicamente sino sociablemente. En sentido, la mujer tiene importancia solo
cuando esta representa la unidad de los poderes de dos familias distintas a través
del matrimonio.
Por el contrario, en la clase obrera no existe ninguna conveniencia. No obstante,
la mujer sigue estando obligada a existir dentro de la esfera privada de su marido.
Efectivamente existen más excepciones de esta regla en la clase obrera que en la
burguesía. Suele ocurrir que algunas mujeres son madres solteras y deben también
trabajar. Esto tiene una importancia relevante puesto que cuando la mujer labora
adquiere cierta independencia, aunque en el contexto de la clase obrera del siglo
XIX no la suficiente.
Volvemos otra vez a la misma pregunta formulada anteriormente, ¿qué justifica
entonces la vinculación de la mujer proletaria a la esfera privada de un hombre? La
tradición patriarcal de occidente que es anterior al mismo Abraham pero que en él
adquiere todo su sentido.
Con esto, llegamos a la respuesta del segundo cuestionamiento: la mujer esta
obligada a permanecer vinculada a la esfera privada de su marido porque un
<<contrato sexual>> se fundamentaba bajo el argumento de que la mujer siendo
inferior al varón debía estar afiliada a él, a su amo, máxima referencia en los
aspectos relevantes de la sociedad. Además, esta vinculación de l a mujer a la esfera
privada del hombre está ya pre-pactada, incluso antes del matrimonio, según el
imperativo heteronormativo, a partir del cual, y con absoluta influencia de la cultural,
la tradición occidental ha mandado la adjudicación de una mujer a cada varón en su
espacio privado, cuyo fin es aparentemente la reproducción, la perpetuación de la
especie humana.
Con relación a esto y ya para finalizar, mencionaremos que es el feminismo
radical de los años 60 y 70 del siglo XX el movimiento que trae al escenario político e
intelectual el lema: “lo personal es político”, una posición feminista que busca
desnaturalizar la supuesta jerarquía de sexos que se coloca en el ámbito privado de
la mujer justificando que esta es el sexo débil, el sexo bello, y finalmente el objeto
sexual de los varones. En realidad, esta colocación de la jerarquía sexual en lo
privado de la mujer se entiende como un acto de poder y violencia, pues lo político
es en este caso una naturalización del dominio de las estructuras patriarcales, y por
ende el feminismo en contra de la misma.
Lo privado en el varón no puede ser la mujer como una propiedad pre-pactada,
lo mismo que lo privado en la mujer no debe ser una naturalización de su supuesta
debilidad y dependencia. En realidad, como ya se ha visto, lo privado en la
modernidad occidental debe ser la consolidación del individuado, del sujeto
epistemológico y político, y finamente el ciudadano, puesto que todas estas
categorías actúan en la modernidad reciprovacemnte con la constitución de un
Estado-nación, donde la mujer obligatoriamente debe ser dueña como lo es el varón,
de las categorías de individuo, sujeto y ciudadano , esto es su propia esfera privada,
la cual no puede ser la colocación de una jerarquía sexual, sino la dignidad de la
libertad y de la igualdad frente a los hombres.

Conclusiones:

La vida de las mujeres en el mundo occidental moderno está vinculada a la


esfera privada de los varones. Estos, por su parte, son la única referencia ante la
sociedad moderna pues aparentemente en el mundo de la cultura, de la política y de
la economía se ha movido con libertad y ha tenido la posibilidad de visibilizarse.
La razón de que esta sea la realidad de las mujeres y de los hombres tiene
mucho que ver con la construcción patriarcal milenaria que se ha ido fortaleciendo
en distintas épocas y distintas sociedades occidentales, siendo la modernidad, sin
embargo, la única en ofrecer una aparente liberación e igualdad de todos los
hombres gracias a la vindicaciones por las que pugnaba la Ilustración y las
revoluciones burguesas.
¿Qué pasó entonces para que esta liberación no incluyera a las mujeres?
Sencillamente dos cosas:
En primer lugar, los constructos ideológicos patriarcales impidieron que los
hombres llegaran a concebir una liberación de la mujer, manteniendo así los
privilegios de los varones, y negando los merecidos derechos de las mujeres tras la
naturalización de un errado argumento que afirma la inferioridad de la mujer
respecto al varón.

En segundo lugar, las Revolución francesa y las demás revoluciones burguesas


fueron las revoluciones que pensaron un grupo de hombres a quienes nunca se les
ocurriría ir en contra de sus propios intereses. Estos hombres fueron claramente
varones, europeos, blancos y burgueses.
Así pues, la esfera privada de la mujer es considera un enclave de la jerarquía
sexual, siendo esta diferenciación el argumento oficial para que sea posible una
opresión de la mujer.
En este orden ideas, soñar con una verdadera esfera privada de la mujer,
además de la visibilizarían de la misma, sólo es posible tras una lucha política y
teórica que reivindique la categoría de individuo, sujeto y ciudadana que se le ha
negado deliberadamente a la mujer.

Referencias:

Amorós, C. (2008). El feminismo como proyecto filosófico-político. En F.


Quesada, Ciudad y Ciudadanía: senderos contemporáneos de la filosofía política (pp.
69-86). Editorial Trotta.
Cueva, M. (1996). La idea del estado. Editorial Fondo de Cultura económica,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Dussel, E. (1980). Hacia una metafísica de la femineidad. La mujer: ser oprimido.
En E. Dussel, Liberación de la mujer y erótica latinoamericana (4a ed., pp. 11-33).
Bogotá D.C, Colombia: Editorial Nueva América.
Castellanos, G. (2000). ¿Existe la mujer? Género, lenguaje, cultura.
Tristán, F. (1843). Por qué menciono a las mujeres. En G. Alfonso, Feminismo y
marxismo (1ª ed., pp. 23-32). Editorial Ocean Sur.

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