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“LA ESCLAVITUD EN HISPANOAMÉRICA”

Aparecimiento y consolidación de la esclavitud negra en América


La alianza étnica y el sentido colonial de la Conquista. Al parecer todo estaba favorablemente condicionado en América para
que la esclavitud negra fuese fundamental en el panorama socio-económico: “tradición”, aptitud de las rutas comerciales, falta
de mano de obra en algunos lugares del Nuevo Mundo, política económica de la metrópoli. Para completar el panorama
debemos ver el problema del aparecimiento y consolidación del fenómeno; se trata de la mentalidad de aquél personaje audaz,
semirrenacentista, capitalista y hombre de empresa que conocemos como conquistador.
Y es que la esclavitud negra no es solamente un germen económico, es mucho más al estudiarla desde un punto de vista étnico,
cultural y social. Podemos distinguir claramente entre esclavo negro como mano de obra y esclavo negro como compañero y
auxiliar del conquistador.
Es este segundo aspecto el que ahora nos interesa.
Mientras los primeros núcleos europeos del Caribe pedían esclavos para que su trabajo asegurara un ritmo más activo de
producción, en el resto del continente, otros grupos de negros participaban en las expediciones que descubrían y conquistaban.
Sufrían, como los españoles, la resistencia de los aborígenes a la penetración; en cierto modo se sentían también invasores y
conquistadores, y de hecho lo eran; hasta se creían con derechos especiales -que los europeos no les negaron- para usu fructuar
del triunfo y actuar como vencedores. La esclavitud negra estaba pasando por dos momentos diferentes: en regiones cercanas y
en la misma época tenía dos significados y sentidos distintos.
Para los grupos indígenas que resistían la penetración española o para aquellos que soportaban las primeras consecuencias de
la instalación colonial, los europeos y los africanos eran perfectamente diferenciables. Sin embargo en todos los aspectos del
contacto o convivencia diaria, en el transcurrir de la vida cotidiana, no había mayor diferencia entre ambos grupos. Los grupos
étnicos blancos y negros, estos últimos en una relación de asociación subordinada pero aliada, usufructuaban en la misma
forma tiránica y compulsiva del substrato social indígena vencido.
Los esclavos negros que participaron en la conquista fueron fácilmente aliados y auxiliares de los españoles, y muchos de ellos
obtuvieron su libertad por este hecho; otros alcanzaron a adquirir hasta la jerarquía de conquis tadores y pudieron a su vez
poseer esclavos.
Todo esto nos explica muchos hechos singulares de la esclavitud negra en esos años.
Los primeros contactos entre indios y negros fueron siempre violentos, por esto la legislación trato de proteger a la población
indígena de los abusos y crueldades de los negros. La aceptación social de estos esclavos llegó hasta el matrimonio de
conquistadores o hijos de ellos con esclavas mulatas y negras, y de negros con hijas mestizas de conquistadores De esta
manera pasaron a constituir troncales importantes de la aristocracia señorial indiana diferenciándose de los demás esclavos
negros que pasaron en forma masiva, como mano de obra.
La conquista con el esfuerzo e interés económico privado, con la plenitud de poder que entregó a sus gestores, los
conquistadores, con el reconocimiento que el rey hizo a quienes habían dado a su corona el territorio, moldeó al levantisco,
autoritario y pujante personaje llamado encomendero, conquistador y hombre de empresa. La mentalidad de este empresario-
conquistador estaba adecuada para aceptar y usufructuar a la esclavitud negra y la corona favorecía esa inclinación a la
esclavitud, por lo cual el conquistador compró esclavos negros sin necesitarlos. Hubo dos elementos que nunca faltaron en las
huestes de un conquistador importante: los caballos y los negros esclavos. La documentación de la época nos ha dejado
distintos tipos de documentos: las cartas notariales de venta y las probanzas de méritos y servicios. Estas facturas, que son las
cartas de venta, están extendidas a propósito de un caballo y un negro esclavo.
Las probanzas de méritos y servicios -piezas clásicas de la. historiografía americana- son documentos que de notan lo mismo.
Las hacían los conquistadores cuando pedían alguna merced al rey o a algún organismo superior, cada vez que en un proceso
judicial debían comprobar limpieza de sangre, notoriedad económica y social, buen desempeño en el mando o cargo
encomendado. En las probanzas siempre se incluían, como cuestión sustancial y obligada, los servicios prestados al rey en la
conquista, los gastos efectuados en ella y los daños materiales recibidos. Entre los gastos figuran continuamente la compra de
uno o más caballos y uno o más esclavos negros; entre los daños siempre se hace valer la muerte de algún caballo y de algún
esclavo negro.

Clasificación y valor de los esclavos.


Hay dos factores intrínsecos en el valor de los esclavos: juventud, robustez y salud y el hecho de que supieran algún oficio
manual o trabajo especializado, esto hacía subir notablemente el precio. En el lenguaje técnico de la época se denominaba
mulequillos a los niños de hasta 7 años de edad, muleque hasta los 12 y mulecón a los que no tenían mas de 16 años. Sus
precios, naturalmente, eran proporcionales a la edad. De una manera también muy general, se deno minaba bozales a los
esclavos recién llegados, que no habían aprendido aún castellano y de quienes no se conocían todavía sus malas o buenas
costumbres ni su capacidad de trabajo. Por estos motivos, en las escrituras de venta que se hacían ante notario público, en el
caso de los bozales se acostumbraba a estampar la frase lo vendo por bozal huesos en costal, con lo que se quitaba al vendedor
la responsabilidad de un futuro mal comportamiento o enfermedad del esclavo.
Había dos expresiones que significaban lo opuesto a bozal: la de ladino, para los negros que habiendo nacido en África ya
habían adoptado el idioma y las costumbres hispanoamericanas; y la de criollo, para los que habían nacido en las colonias.
Estas circunstancias hacían variar poco el precio, pero a partir de ellas las costumbres y las leyes introdujeron la obligación de
que el vendedor debía estipular los defectos y enfermedades que tenían todos los esclavos que no fueran vendidos como

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bozales. A estos defectos se les llamaba tachas y llegaron a estamparse en las cartas de venta en fórmulas siempre repetidas:
lo vendo por ladrón, borracho y huidor, lo vendo por cimarrón, etcétera.
De todas las tachas la que más hacía bajar el precio era la de cimarrón, pues generalmente significaba que había sido castigado
por la justicia por haber estado prófugo y por algún delito grave.

Los negros en la estructura económica colonial.


Mano de abra, minería y esclavitud. La expansión española en América y su posterior asentamiento se hicieron, desde el
punto de vista económico, sobre la base de una intensa capitalización fundamentada en la obtención de metales preciosos, en la
industria extractiva o en los botines de la conquista. Desde ese momento, y mientras España poseyó colonias, el imperio se
mantuvo dentro de una economía metalífera descendente.
Este cuadro planteó un complejo problema de mano de obra que se solucionó de diferentes maneras según las épocas. La
esclavitud negra estuvo siempre presente en tales soluciones aunque en variadas formas e intensidades. La primera fase en esta
economía metalífera es la que hemos llamado ciclo del oro, ya caracterizada como elemento primordial en la introducción
negra como mano de obra de alto rendimiento y de presencia constante y consecutiva en todas las provincias agregadas al
imperio.
El ciclo del oro se fue presentando desde las Antillas a México por el norte y a Chile por el sur. En todas partes se emplearon
negros, a pesar de que era una época en que la trata no alcanzaba ni siquiera a ser continua y en que los esclavos alcanzaron los
más altos precios. En el Perú posterior a la conquista se hacía trabajar a los negros en los lavaderos de oro, mezclados con las
cuadrillas de indios y apoyados en los trabajos complementarios y en el abastecimiento de alimentos por la población india
local. En Chile, como en el caso del Perú, con una población indígena abundante, donde los esclavos llegaban después de
largas travesías y costaban precios increíbles también se ocupaban negros mezclados con indios en los lavaderos de Curahoma
o de Valdivia. La rentabilidad era tan alta que en un año de trabajo un negro podía pagarse a sí mismo.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XVI los lavaderos desaparecen rápidamente, pero se va abriendo un segundo horizonte
minero, más amplío, de más monta, aunque de menos rendimiento por trabajador. Son las grandes minas de plata; Porco y
Potosí en Perú, Zacatecas y San Luis en México.
Después de la conquista el espíritu señorial del empresario toma estas grandes minas bajo su dirección, en una primera época
quiere repetir la experiencia esclavista en ellas, pero fracasa; en la mina de Porco queda demostrado que el trabajo masivo de
esclavos negros en la producción de plata no es económico sino excepcionalmente.
En 1554 y 1555, el Consejo de Indias se ocupa del asunto y a su parecer es bien claro; siguiendo la opinión de los españoles
que ya tenían experiencia en las minas de plata se decide que éstas serán trabajadas por la población indígena, en proporción
moderada y pagándoles un salario adecuado. Hacia 1570, el virrey Francisco de Toledo reafirma y consagra definitivamente
esta política, reagrupando y distribuyendo racionalmente a la población indígena, ya bastante disminuida, y estableciendo el
carácter obligatorio del servicio indígena en la minería o mita mineras.
Salvo pues, en el período del ciclo del oro, los esclavos negros no fueron empleados en la minería en forma masiva, sin
embargo tampoco estuvieron a lo largo de toda la colonia ausentes de la actividad extractiva, primero por la gran capacidad de
trabajo de los negros, lo que en muchas regiones de Hispanoamérica se unió a la experiencia favorable que de ellos habían
tenido con los conquistadores cuando habían actuado como auxiliares de la conquista.
Siempre los que se beneficiaban con una mina tuvieron algunos negros en sus cuadrillas, no como peones sino como mano de
obra calificada: jefes de cuadrilla, guardianes, etcétera. En algunos lugares, estos negros recibieron el nombre de sayapayos y
hubo de legislarse sobre sus actividades y funciones.
Otro motivo por el cual siempre existió un porcentaje relativamente elevado de negros en las minas hispanoamericanas fue la
ausencia casi completa de población autóctona o mestiza en lugares donde se descubrían vetas importantes de cualquier
mineral.
Un ejemplo pueden ser las minas de cobre de Cocorote, trabajadas por el fisco y combinadas con una útil maestranza a cargo
también de negros.
A lo largo de. la segunda mitad del siglo XVII y del siguiente los distritos mineros como Copiapó en Chile o Parral en
México, etc. se van transformando cada vez más en lugares con mano de obra asalariada, donde los diferente grupos étnicos,
los subgrupos y las castas van perdiendo las características de tales para ser solamente una masa asalariada de mineros. El
elemento negro, esclavo y libre junto con una elevada proporción de mestizos negros fue una parte sustancial de este nuevo
grupo social de trabajadores.
Esclavitud y agricultura.
En la Hispanoamérica colonial hay que hacer una distinción: la agricultura de subsistencia, destinada a la alimentación de la
población americana y al comercio interindiano y la. agricultura tropical de exportación. Ambas, pero especialmente la
segunda, necesitaron de la esclavitud negra.
La producción de alimentos básicos para la alimentación de la población requirió de esclavos negros por diversos motivos,
que podríamos agrupar en tres puntos:
a) Las zonas donde de preferencia se hacían estos cultivos, las áreas inmediatas a los centros urbanos y las grandes vías de
comunicación especialmente, fueron las que primero sufrieron la falta de trabajadores autóctonos, que hubieron de ser
reemplazados o reforzados con esclavos negros. No es una mera coincidencia que, en muchos lugares de América, las mismas
autoridades del lugar relacionen siempre las grandes crisis alimentarias con la falta o la carestía de esclavos para menesteres
agrícolas. Tampoco lo es que las grandes ciudades, como Lima, agrupen las mayores concentraciones de negros.

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b) También predispuso al empleo de esclavos en la agricultura la dedicación preferencial y obligatoria de la mayor parte de la
población indígena autóctono al trabajo minero y de obrajes, de tal modo que el tiempo que podía disponer para la agricultura
rudimentaria que practicaban no daba lugar a un excedente apreciable de alimentos. Esta situación llegó a hacer crisis en
algunas provincias en el siglo XVIII. En el Perú de esta época por ejemplo, se puede notar un serio antagonismo económico-
social entre los empresarios que empleaban la mano de obra disponible en la minería y los que la requerían para la agricultura.
c) La alta productividad de 1a venta de alimentos en muchas provincias fue otro factor que ayudó al empleo en gran escala de
los negros en la agricultura especialmente antes de que se institucionalizara el del peonaje, los pequeños productores de
alimentos localizados cerca de las grandes áreas urbanas no pudieron emplear a la población indígena en estos menesteres.
Hay muchos testimonios de ello en las crónicas y documentos de la época; veamos lo que dice el padre Ovalle, para la zona
central de Chile de mediados del siglo XVII: "Son tan gruesas las ganancias que rinden estos arbitrios y grangerías [la venta de
productos agrícolas], que habrá personas que con cuarenta mil pesos y menos que tengan de capital empleado en tierra,
ganados y esclavos, que cuiden de ellos, sacarán todos los años de diez a doce mil que es ganancia de 25 por ciento y muy
considerable por ser segura de conciencia"
Sin embargo la agricultura que consumió mano de obra negra en forma masiva, cada vez más a medida que nos acercamos al
final de la última centuria colonial, fue la agricultura tropical monocultora, que se extendió como una ancha franja costera en la
parte norte de Sudamérica y la zona suratlántica de Norteamérica, abarcando todo el Caribe. También ocupó los valles
profundos y anchos del interior de las zonas tropicales y subtropicales de México, Venezuela, Colombia, Ecuador y el Perú.
De mayor o menor importancia, según épocas y lugares, fueron el azúcar, cacao, tabaco, algodón y coca, cultivos que llegaron
a crear una economía especial, la economía de plantación, ya bien definida en los primeros decenios del siglo XVII.
Hay en todo esto especiales implicaciones con la esclavitud negra y con la economía general del imperio español. En el siglo
XVI la corona española trató de diversificar la economía indiana creando además de la minería una actividad artesanal
vinculada con el trabajo agrícola. Trato de incrementar la producción de cochinilla, del pastel, de la seda, por ejemplo, pero
este intento ya había fracasado a fines del mismo siglo. Desde entonces, lo sustancial de la economía imperial siguió girando
en torno de la extracción minera del interior. Pero entretanto había surgido en muchas provincias de la costa atlántica una
producción de vegetales tropicales que en Europa tenían gran éxito pero que estaban fuera de distribución y de capitaliza ción
por parte de España. Por ejemplo, tabaco de la isla Margarita y de la costa de Tierra Firme escapaba a la carrera comercial
entre la metrópoli e Indias, pero era aprovechado lucrativamente por Portugal y Holanda, que tenían en sus manos parte de la
trata negrera. A su vez, los productores de tabaco necesitaban de esclavos negros para sus plantaciones lo que facilitaba el
intercambio y el contrabando; este proceso es ya muy importante hacia 1630.
Otros poseedores de mano de obra negra. En las provincias de Hispanoamérica, en los años posteriores a la conquista se
repartió la población indígena en encomiendas que se otorgaron a los conquistadores o soldados considerados beneméritos.
Pero no todos los españoles pudieron obtener encomiendas, no todos habían participado en su conquista, no todos eran
beneméritos; sin embargo, la mayoría necesitó mano de obra para sus empresas, oficiales ayudantes en sus profesiones o
sirvientes para sus casas. La esclavitud se institucionalizó de tal modo en América que no hubo casi nadie que poseyendo
algún capital no comprase uno o más esclavos, muchas veces sin necesitarlo inmediatamente. Todos los que pudieron comprar
negros lo hicieron, incluso indios; veamos los grupos sociales que más los requirieron.
 Los maestros y oficiales fueron grandes consumidores de mano de obra negra, los que tomaban a su cargo la
construcción de edificios, puentes y caminos. Muchos de estos negros llegaron a obtener libertad convirtiéndose a su
vez en artesanos.
 Muchas órdenes religiosas compraron esclavos para tener sirvientes en sus iglesias y conventos, colegios, misiones y
haciendas. Eran valiosos y conocidos los esclavos de los jesuitas.
 Todo el gremio y los empresarios dedicados al transporte marítimo o terrestre emplearon a esclavos negros en su
trabajo, incluyendo arrieros y carreteros. En ello influyó sin duda un buen número de reales cédulas y ordenanzas
que trataban de evitar que los indios fueran sacados de los distritos o provincias donde vivían.
 En muchas partes de América y en diferentes épocas, los oficiales reales, en nombre del rey, compraron partidas de
negros que emplearon en trabajos públicos de importancia: construcción o reparación de fortificaciones y de caminos,
trabajos duros en las maestranzas, como cargueros en lugares de difícil circulación, etcétera.
 Muchos simples particulares que poseían alguna renta compraban esclavos para arrendar su trabajo por años, meses o
días. En Lima, a mediados del siglo XVII, el trabajo de un esclavo así arrendado costaba 15 pesos de plata al mes.
 Algunas instituciones coloniales, como los cabildos y hospitales compraban también esclavos para encomendarles los
trabajos físicos pesados y otros como pregoneros y porteros.
 En una pequeña cantidad los indios también podían tenerlos, ejemplo eran los nobles descendientes de las antiguas
familias imperiales incaicas.
La otra manera como los indios llegaron a ser amos de negros es una interesante variante de las formas conocidas de compras
de esclavos; no se trata de una posesión individual sino comunitaria. Desde los últimos años del siglo XVI se encargaban a las
comunidades indígenas peruanas diversos trabajos que estimaban de beneficio común, tanto para los indios como para el resto
de los habitantes de la región: construcción de puentes, caminos, iglesias. Tiempo después, ante la repetición de estas leyes de
trabajo forzado que distraían mano de obra de las producciones típicas regionales y las mitas mineras, las comunidades
ofrecieron el equivalente de su trabajo en materiales y dinero; en muchos lugares se llegó a comprar con este dinero esclavos
negros, que una vez terminados los trabajos quedaban de propiedad de las comunidades indígenas.

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La esclavitud improductiva. - En muchas ciudades de Hispanoamérica de los dos siglos finales del período colonial y también
en algunos lugares rurales cercanos a las vías de comunicación se movían grupos de esclavos negros sin ocupación definida ni
vivienda fija.
En general se ha llamado vagabundaje a la de población sin status jurídico definido, sin ubicación social ni económica. Por
otra parte se llama cimarronaje a las actividades penadas por la ley que realizaban los negros esclavos que habían huido de sus
amos y que actuaban en bandas armadas, muchas veces organizadas en formas políticas remanentes de sus orígenes tribales.
Cuando nos referimos aquí a la esclavitud improductiva no hablamos ni del vagabundaje ni del cimarronaje, que tienen
caracteres sociales bien precisos; queremos referirnos a pequeños grupos o a individuos esclavos que en un breve espacio de
tiempo, sin infringir la ley ni perder su status, pasan de una labor productiva a la inactividad, convirtiéndose en un lastre
económico. A este grupo de esclavo hay que agregar otra cantidad muy grande de negros que fueron comprados con intención
suntuaria para servir simplemente de acompañantes, como porteros de casas particulares, etcétera.
Aunque muchas regiones de América sufrieron permanentemente de cuotas deficitarias de esclavos la tendencia general de esta
sociedad esclavista fue pedir continuamente mayor número de ellos con la idea de que una trata más abierta, gran cantidad de
esclavos a bajos precios, solucionaría la mayoría de los problemas económicos coloniales. Estas no fueron tendencias
exclusivas de los gobernantes sino un consenso general de españoles y criollos. Las ideas favorables a la esclavitud parece
robustecerse en Hispanoamérica a medida que el Estado va perdiendo su capacidad de controlar y encauzar a grandes sectores
de la sociedad en las actividades coloniales productivas, cosa que comienza a notarse claramente desde la segunda mitad del
siglo XVII.
Las fuentes de esclavitud improductivas, fuera de la compra de negros por lujo u ostentación, fueron la cesación brusca de
alguna actividad económica o la transformación de alguna de ellas en el sentido de no necesitar la misma cantidad de mano de
obra que en un principio. Esto ocurrió muchas veces, en ocasiones con caracteres catastróficos: muerte de empresarios, terre-
motos, sequías, broceamiento de minas, sublevaciones indígenas.
Los fenómenos de la esclavitud improductiva y del vagabundaje fueron los que más contribuyeron a caracterizar socialmente a
muchas ciudades indianas, en el sentido de mostrar una gran masa de población inactiva, una especie de clientela parasitaria y
ociosa.

Esclavitud y sociedad
Las normas socio-legales y el cimarronaje. El Consejo de Indias, las reales audiencias, los cabildos, los virreyes y los
gobernadores, se preocuparon constantemente de legislar sobre los más variados aspectos de las activi dades de los esclavos
negros en América, de tal modo que en pocos decenios se formó una copiosísima reglamentación que tocaba los aspectos más
íntimos e impensados de la vida cotidiana de los esclavos. No pecamos de exagerados si aseguramos que con esta
documentación, y la de índole privada, que es mucho más abundante que la anteriormente dicha, es posible reconstruir todos
los aspectos de la vida de los negros. En estos párrafos solamente trataremos de resumir las tendencias fundamentales que tal
documentación arroja.
Tres podrán ser las grandes preocupaciones que la corona española exhibe una y otra vez respecto a la legislación de carácter
social, en lo que toca a los negros, esclavos o libres: 1) evitar que los negros convivan con los indios o se mezclen íntimamente
con los blancos; 2) prevenir y combatir el cimarronaje que implica la fuga y sublevación de esclavos, y 3) tratar de transformar
o encauzar la esclavitud improductiva y el vagabundaje en actividades económicas productivas y socialmente aceptables.
Resumiendo los tres puntos anteriores, la Corona trata de mantener un estricto control social en beneficio de un óptimo
rendimiento económico y de la conservación, de una concepción señorial de la sociedad estratificada piramidalmente.
Se quería evitar que los negros convivieran con los indios por motivos religiosos, morales, políticos y de protección a los
indios. Ya hemos visto como se prohibió que entrasen en América negros del Levante o cualquier otro de religión
mahometana; y también nos hemos referido a la importancia y notoriedad que adquirieron muchos de los primeros esclavos
que actuaron como auxiliares y compañeros de los conquistadores. Los abusos y desmanes que estos negros y otros ladinos y
criollos cometían en los pueblos y comunidades indígenas obligaron a tomar una serie de disposiciones expresadas, por
ejemplo, en reales cédulas de los años 1541, 1551, 1554, 1567, 1592, etcétera, dadas para diferentes lugares de las Indias que
estipulaban que los negros no viviesen en los pueblos de los indios, ni los tuviesen a su servicio, ni contratasen negocios con
ellos.
El problema de las relaciones entre negros, indios y españoles surgió por primera vez en las Antillas, Panamá y México, y
posteriormente se fueron aplicando las mismas medidas ensayadas en esos lugares en el resto de las posesiones españolas,
modificándolas más o menos profundamente según el medio y las circunstancias. Los inconvenientes surgieron primero en las
ciudades, y por eso fueron los cabildos los que comenzaron a preocuparse por reglamentar la convivencia entre los grupos
étnicos. Todos los cabildos de América dictaron medidas parecidas que en lo que nos interesa estaban en las llamadas
ordenanzas de policía o de fieles ejecutores, y también en las ordenanzas para negros y esclavos. En ellas se prohíbe portar
armas, andar de noche sin licencia de sus amos, entrar en los mercados indígenas, entrar en propie dades privadas, cortar
árboles y dedicarse al comercio
Pero el gran problema, y más que eso quebradero de cabeza para la Corona, el Consejo de Indias y las autoridades coloniales,
fue el cimarronaje. Eso explicaba varias situaciones distintas, a saber: el motín, bandolerismo en caminos y poblados
perpetrado por negros huidos y el establecimiento de comunidades negras de cimarrones al amparo de la selva o de situaciones
geográficas favorables, comunidades en constante pugna con las autoridades y establecimientos coloniales.
Las plantaciones tropicales, con sus grandes espacios abiertos de cultivos, con población blanca e indígena restringida,
ubicados en lugares de difícil cercamiento y defensa, fueron especialmente propicias al cimarronaje. Hay una conexión

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indiscutible entre cultivos y cimarronaje; en el Perú es comprobable que el fenómeno recrudecía con las crisis agrícolas, malas
cosechas y sequías
Las actividades de los negros alzados comenzaron tempranamente: en 1537 en México, al año siguiente en Cuba, en 1546 en
La Española, en 1548 Honduras, en 1550 en Santa Marta. Entre 1555 y 1556 cerca de Panamá una sublevación tan importante
que el virrey del Perú se vio obligado a concertar con ellos un armisticio. En 1573, el corsario Francis Drake, después de tomar
y saquear la ciudad en nombre de Dios, incursionó por sus alrededores y atacó las haciendas, apoyado por los cimarrones de la
región. Con esta acción se vieron confirmados los temores de los españoles acerca de la importancia política de estos esclavos
sublevados. Casi imposible sería condensar aquí todo el interés y los matices que encerró el cimarronaje, que prácticamente no
desapareció en todo el período colonial.
Ante estos peligros las ordenanzas para negros huidos dictadas por los gobernadores y sancionadas por el rey fueron de una
extrema severidad. Aunque estas ordenanzas se dictaron en diferentes épocas y lugares, fue la Real Audiencia de Panamá la
que entre 1571 y 1574 y como consecuencia de las actividades del corsario Drake, reunió las disposiciones formando un
cuerpo legal definitivo para tales delitos. Estas disposiciones fueron incorporadas en 1680 en la Recopilación de las leyes de
los reinos de Las Indias, pasando a constituir los procedimientos definitivos contra los cimarrones hasta 1789, año en que se
redacta un nuevo código negrero.
Las Disposiciones fundamentales de estas leyes podrían resumiese así: los gastos efectuados en la captura de negros fugitivos
debían prorratearse entre la Real Hacienda y los particulares beneficiados, para lo cual en muchas ciudades se crearon fondos
especiales. Las penas más importantes eran: por 4 días de ausencia, 50 azotes; por 8 días de huido a una distancia de una legua
de la ciudad, 100 azotes y una calza de hierro de 12 libras de peso en un pie por dos meses. Si el esclavo había huido por un
período menor de 4 meses fuera de la ciudad, pero sin mezclarse con cimarrones, 100 azotes por la pri mera vez y destierro por
la segunda; si se había juntado con cimarrones, se le agregaban otros 100 azotes. El andar huido más de 6 meses, con
cimarrones o no, pero cometiendo algún delito merecía la pena de muerte.
Los castigos por robos, violaciones o asesinatos merecieron durísimas penas que fluctuaban y variaban según la región y la
época. El castigo de la castración se acostumbró hasta mediados del siglo XVI y subsistieron las mutilaciones de miembros y
la muerte lenta en diferentes formas.
Los organismos de gobierno durante todo el período colonial trataron de mitigar los efectos económicos y sociales que
resultaban de la esclavitud improductiva y del vagabundaj. Existía por otra parte el problema de muchos esclavos que por
motivos diferentes alcanzaban su manumisión y engrosaban los contingentes de trabajadores libres y asalariados y el
vagabundaje; a estos negros libres u horros, como se les llamaba, se les consideró como súbditos de la corona española y a
ellos fueron extendidos los derechos y obligaciones que tal categoría presuponía. Para ser considerados súbditos debieron
pagar una capitación o tributo de vasallaje, similar al que pagaban los indios, que en el siglo XVI era de 12 reales anuales, pero
que en la práctica fue resistido contra la esclavitud improductiva y el vagabundaje, fenómenos tan relacionados con las crisis
económicas y sociales y hasta con la seguridad interior y exterior del Estado, se tomaron dos categorías diferentes de medidas.
Las medidas directas, que fueron dictadas por los organismos de gobierno desde los primeros decenios prohibía que los negros
libres o esclavos viviesen sin estar asentados con algún amo o empresario, o no tuviese oficio o profesión o vivienda.
La creación de compañías de negros y mulatos libres o de pardos, a comienzos del siglo XVII se intensifica cuando el Estado
es incapaz de mantener un ejército real suficiente parar la defensa de todas las colonias americanas y las estructuras estatales
de control social se debilitan, por lo menos en comparación con la efectividad exhibida en la centuria anterior.
Los gobernantes coloniales comprendieron durante el período de la conquista la imposibilidad de mantener un orden y control
social sin un conocimiento y contacto directo con aquella sociedad nueva que espontáneamente se creaba y mezclaba en
América. Ninguna de las medidas antes enumeradas podía ser efectiva si no se sabía cuántos negros había en cada región y
ciudad, cómo vivían y qué producían. Por este motivo se encargó a los cabildos que hicieran empadronamiento de la
población de servicio de las ciudades, a los curas párrocos que abrieran libros de registros parroquiales de bautismos,
matrimonios y defunciones por separado, de acuerdo con las castas o grupos étnicos de sus feligresías; posteriormente, las
reales audiencias, los corregidores, los visitadores de minas, etc., recibieron instrucciones precisas sobre este punto.
Las indagaciones de orden socio-demográfico que tal política implicaba fueron intensificadas cuando la esclavitud
improductiva el ahorcamiento o manumisión, el vagabundaje y el cimarronaje se convirtieron en males coloniales endémicos.
Entonces se obligó a los que poseían mano de obra negra a que declarasen cuántos esclavos teñían y dónde, y quedaran noticia,
so pena de severo la huida o delitos de ellos.
Al mismo tiempo se actualizaron antiguas disposiciones que prohibían vender bebidas espirituosas a los negros, que
regimentaban los juegos de azar y los bailes. En algunos lugares se trató de agruparlos en pueblos de administración autónoma
y de restringir su libre circulación mediante una cédula que acreditaba la existencia de un amo o empleador.
La Iglesia católica, que aparece por su parte como uno de los más fuertes organismos de control social, redo bla por estos años
la labor evangelizadora entre los esclavos y da cabida a la proliferación de cofradías de negros en todas las parroquias
importantes. En la ciudad de Lima de mediados del siglo XVII existían 18 cofradías de negros y mulatos. La cofradía aparece
claramente por estos años como una institución social amparadora y encauzadora del tiempo libre y hasta de la ociosidad del
elemento étnico negro, a través de la libre expresión de los objetos culturales de recreación y expresión importados del África.
Las castas y el afromestizo- Toda sociedad esclavista debe mantener una fuerte estratificación de sus clases sociales para
subsistir. España la crea en Indias y la justifica con motivos religiosos, tutelares, señoriales y de buen gobierno político.
El ideal de la política social española fue que los españoles se casasen con españolas, los indios con indias y los esclavos
negros con negras. De este modo , habría resultado un perfil social de tres grandes grupos: una minoría blanca española que
sustentaría el poder político y económico, un gran substrato indígena en un segundo plano y un extenso grupo de esclavos que

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constituirían y así fue en la práctica, la capa social más baja, despreciable y vil por su origen desconocido, manchada por
pecados heréticos.
En la realidad los tres grupos étnicos fundamentales se mezclaron formando lo que los españoles llamaron castas. Los mismos
españoles intervinieron en ellas a lo largo de tres siglos, las uniones sexuales legítimas o no tienden a ser de españoles con
indias y negras en el siglo XVI, en el siglo XVIII, casi exclusivamente con euromestizas, es decir, con criollas y mestizas
predominantemente blancas.
En el siglo XVI, el de la conquista, se mantuvo una separación de estratos sociales mas fácil y clara, pero en los últimos dos
decenios de este siglo y primeros del siguiente, según la región y comenzando por las áreas urbanas, existe un a complicada
nomenclatura de castas.
Los estratos mas bajos e inferiores se denominaban malas razas o malas castas, eran los de mayor pigmentación negra, los
negros se ubicaban en el último peldaño social.
Los grupos minoritarios blancos trataron de detener la proliferación de castas y el empuje social de éstas e intensificaron las
medidas discriminatorias segregacionistas. Estas medidas afectaron a todos los individuos que no eran europeos, pero
sobretodo a los negros y mestizos de color.
Aunque las grandes líneas de la segregación están tachonadas de excepciones una reiterada presencia y repetición de
ordenanzas y leyes prohibitivas limitaba todas las posibilidades y aspectos de la vida de los negros o de todos los individuos
de color quebrado. Ya hemos visto algunas de tales limitaciones, pero hay muchas que llegaban hasta imponer el tipo de
vestimenta y alimentación, a negar la mayoría de los oficios en el grado de maestros y hasta a prohibir que fueran enterrados
en ataúdes, pues éstos solo debían ser usados por españoles. . ¿Pero cuáles eran estas castas de color quebrado?
Las variantes de tegumentación que dio el elemento étnico negro fueron numerosísimas, imposibles material mente de describir
en éste pequeño libro, pero podemos agruparlas en categorías más grandes, comúnmente usadas en la época: los dos grupos
más importantes fueron el de los mulatos y el de los pardos o zambos; el primero implicaba un porcentaje variable de mezcla
con blanco, y el segundo, igual cosa con indio. Estos dos grandes troncos se subdividían a su vez de la siguiente manera:
1) Mulato propiamente dicho o mulato blanco, resultante del cruce europeo y negro.
2) Mulato morisco o simplemente morisco, resultado de la mezcla de blanco con mulata blanca; no hay que confundir
esta casta con la de morisco, como extensivamente se llamaba en el siglo XVI a los esclavos mahometanos del norte
de África. El mulato morisco solía ser rubio y de ojos claros, tendía a pasar por criollo euromestizo o como español,
siendo comúnmente aceptado como tal en el siglo XVIII.
3) mulato prieto era el hijo de negro y mulata parda (cuyo origen veremos luego), y debido a su color bastante oscuro
tendía a pasar por negro.
4) Los pardos o zambos, que resultaban de la unión de negros con indias, fueron de los mestizos más comunes. Según
el tono de la piel, esta casta sufría una frondosa subdivisión, que incluso vario bastante de acuerdo con las provincias
indianas: todos los llamados cochos, cambujos, chinos, jorochos, loros, etcétera, pertenecen a este grupo. Los
grupos generales importantes eran: los mulatos lobos o lobos, del cruce de pardo con indio y el alobado, en que
prevalecían las características indígenas y que pasaban a menudo por tales.
5) Cuando en la colonia se hablaba de mestizo, sin otra determinación, se entendía un mezcla de blanco con indio,
dejándose la palabra criollo para designar a los individuos de apariencia absolutamente europea. La com binación de
este extenso sector social de mestizos con negros o mulatos dio origen a otra serie de subgrupos. Los más conocidos
fueron: el mestizo prieto, que resultaba de la unión del mestizo propiamente dicho y negra y que se confundía con el
mulato; el mestizo pardo, llamado coyote en México, resultado de la unión de mestizo blanco con mulata parda.
Los fenómenos de pase y dispersión. Como se ve, la línea de color era bastante compleja y matizada. Los españoles
insistieron en esta clasificación colorida especialmente cuando las castas amenazaban rebasar la estratificación que tan
rigurosamente habían construido. En el siglo XVIII las denominaciones arriba anotadas son de uso corriente, con ligeras
variaciones regionales. En el virreinato peruano, especialmente, se usaron también los términos de cuarterón, tercerón, etc.,
para indicar proporciones de sangre negra tomando en cuenta, al mismo tiempo, las sucesivas generaciones a partir del negro
puro.
Existieron, por último, algunas clasificaciones de gabinete de clara intención etnográfica e ilustradas con pinturas que
mostraban los trajes típicos de cada casta. Estas clasificaciones dieciochescas, como la de Riva Palacio o la de Larrauri
Montaño, que han inspirado varios trabajos históricos, tienen muy poco que ver con la realidad Estamos de acuerdo con
Aguirre Beltrán en que muchos nombres curiosos y hasta humorísticos de estas castas, como tente en el aire, no te entiendo,
torna atrás, no fueron usados por el pueblo ni por las autoridades de la época.
En cuanto a su importancia numérica, la tendencia constante de las castas era la de crecer en sus denominaciones extremas.
Los más comunes no eran los negros, ni los mulatos y pardos propiamente dichos, sino los subgrupos de estas grandes
divisiones. En otras palabras, la tendencia de los negros era dejar de ser negros, al margen del status de esclavos o de libres.
Variadas razones obraban para que paulatinamente se cumpliera el pase del negro a las castas de menor pig mentación oscura y
para que se rompiera la despreciada línea de color. Fue siempre preocupación de españoles y criollos casar a los esclavos;
reales cedulas de 1526 y 1541 declaraban que los hijos de esclavos no eran libres "a pesar de contrariar las leyes del reino de
Castilla", que rezaban en sentido totalmente opuesto. De esto resultaba que podía ser un buen negocio si los esclavos tenían
crías. También significaba que la esclavitud por nacimiento en América estaba ligada especialmente a la línea materna,
porque sucedía que los amos casaban a los negros con indias y las leyes anteriores se entendían aplicables para el caso de que
padre y madre fueran esclavos.
A pesar de que reales cédulas de 1527 y 1551 ordenaban que por todos los medios se tratara de que los negros se casasen con
negras y que se evitara el amancebamiento de esclavos con indias, ocurría precisamente lo que se quería evitar. Por una parte,
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la proporción de hombres y mujeres importados del África era muy desigual, hasta 1640 por lo menos aproximadamente un
tercio de los esclavos introducidos eran mujeres. Por otra parte, estas negras tendían a unirse sexualmente con españoles o m -
estizos blancos. Existía de parte de ellas el interés de que sus hijos no fueran esclavos y la costumbre era que los amos dieran
libertad a los hijos que tenían de sus esclavas; incluso las leyes de Indias señalaban que los padres tendrían preferencia en la
compra de un pequeño esclavo si se trataba de su hijo.
De este modo, la posibilidad de unión que quedaba al negro era con india o mestiza de color, cuestión que fue bien acogida por
encomenderos y hombres de empresa, pues aunque la descendencia no resultaba esclava engrosaba a la larga la encomienda o
la fuerza de trabajo.
El pase de la línea de color se producía, pues, como fenómeno normal al ir perdiendo el esclavo los caracteres negroides por
cruces sucesivos, ya sea acercándose al mestizo con apariencia india o con caracteres predominantes blancos. La preferencia
general era de ser considerado euromestizo para acercarse al status social del blanco. En este pase, fuera del blanqueamiento
por cruce y del proceso de aculturación que llegaba hasta el modo de vestirse y la manera de hablar, intervenía también con
mucha frecuencia un elemento económico.
Un mulato blanco o un morisco, por ejemplo, podía ser inscripto como blanco o más comúnmente como criollo en el momento
del bautismo y de los empadronamientos de barrios y de parroquias, pero esto suponía sobornar al encargado de la inscripción.
El otro camino era simplemente comprar el título de blanco, pagando una elevada suma a las autoridades centrales, operación
que se denominaba gracias al sacar.
Otro mecanismo de la dispersión y pase era ser considerado indio, especialmente en el siglo XVIII , aunque en épocas
anteriores, en muchas zonas de América, fue preferible ser esclavo. Ocurrió que la capitación que debían pagar los mulatos y
zambos solía ser mayor que la de los indios, teniendo estos últimos otras exenciones y derechos especialmente el usufructo de
la tierra, a la que los mestizos de color no podían llegar a menos que la compraran.

Decadencia y abolición de la esclavitud.

El movimiento ideológico antiesclavista y las necesidades coloniales. En las décadas anteriores a la Independencia, muchos
sectores de la producción se quejaban de lo antieconómico que resultaba trabajar con negros esclavos, y generalmente
culpaban al sistema impositivo y aduanero del alto precio de los esclavos. Por su parte, las compañías negreras quebraban y se
sucedían rápidamente; no cabe duda de que el negocio de la esclavitud no era tan lucrativo hacia 1800 como lo había sido un
siglo atrás.
Sin embargo, estos mismos productores se opusieron tenazmente a todas las medidas antiesclavistas de las nuevas repúblicas;
no cabe duda tampoco de que a pesar de la existencia de una fuerza de trabajo asalariada existían sectores de Hispanoamérica
que aún necesitaban de la esclavitud. La verdad es que si no hubieran sucedido importantes acontecimientos exteriores a las
colonias y a sus necesidades regionales, la supervivencia de la trata habría sido más larga.
Desde fray Bartolomé de las Casas en adelante, la esclavitud negra y el tráfico a que daba lugar, siempre tuvo detractores y
hasta encarnizados enemigos. Uno de los más notables fue el jesuita fray Alonso de Sandoval, que a principios del siglo XVII
discutía la legitimidad de la esclavitud y condenaba la manera en que los negreros completaban los cargazones, opiniones que
fueron aplaudidas por muchos religiosos de la época
El Papa Urbano VIII en una. Bula fechada el 22 de abril de 1639, condenaba la trata negrera, señalándola como un medio para
privar de libertad a los hombres.
Hacia 1689, muchos misioneros predicaban en el África contra la esclavitud y su comercio y en 1741 el Papa Benito XIV
repetía los conceptos de la bula de 1639.
La abolición del tráfico abominable por la corona inglesa en sus posesiones en el año 1807 fue un paso fundamental. Este
hecho halló favorable repercusión en el espíritu de las primeras juntas al comienzo de las lu chas por la independencia en
Hispanoamérica: la abolición del tráfico fue declarada por la Suprema Junta de Caracas en 1810; por Hidalgo, en México, el
mismo, año; el congreso chileno lo hizo en 1811, y el gobierno de Buenos Aires, en 1813.
La campaña abolicionista llegó en 1811 hasta las Cortes Constituyentes de Cádiz, donde el diputado re presentante de México
presentó una moción para liquidar el comercio de esclavos, la cual fue discutida y atacada. La constitución española de 1812
no hizo ninguna declaración referente a la esclavitud.
Gran Bretaña, que había sido quizás la más importante potencia esclavista hasta unos decenios antes, se convirtió en la más
interesada en abolir la trata, apareciendo entonces en una política común con las colonias en proceso de independencia. España
debió entrar en la misma tendencia y firmó en 1817 un tratado con Inglaterra en él que se declaraba que el tráfico quedaría
suprimido en el año 1820.
La posición dilatoria y poco definida de España y Portugal ante el movimiento abolicionista había quedado claro en el
Congreso de Viena. En esa oportunidad, la declaración antiesclavista de los congresales había contrastado con la efectuada por
el representante del rey de España, en la que se oponía enfáticamente a toda intervención exterior en esa materia.
La frialdad de España respecto de la abolición se explica en parte por la cerrada oposición de algún interesados en la trata, pero
especialmente de los representantes de los productores cubanos que en 1810, 1822 y 1823, elevaron peticiones para evitar que
España se comprometiese en una drástica política antiesclavista. La metrópoli no podía dejar de escuchar a lo que le restaba
del antiguo imperio en momentos de difícil política internacional.
En 1835, Gran Bretaña insistió y obtuvo un nuevo tratado de supresión de la trata y fuertes multas y cas tigos para los
transgresores. Este tratado se vio reforzado por una bula del 3 de noviembre de 1839, en la que además de las expresiones
condenatorias para con el comercio de ébano se anunciaba la excomunión de todo eclesiástico o seglar que se dedicara a él. A

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pesar de todo, el comercio negrero subsistió en España y en sus colonias hasta el año 1880. Las cortes españolas habían
emitido una ley definitiva de supresión en 1871. -
Pero al margen de los movimientos antiesclavistas, de los tratados y declaraciones internacionales, había otras presiones que
fueron absolutamente determinantes, las que iba aniquilando la esclavitud africana como un mal que era preciso eliminar de
raíz. Aunque parezca paradójico estos motivos de fondo eran esencialmente colonialistas, pero esta vez no de América sino del
África misma.
Ninguna posesión colonial puede desarrollarse sin población autóctona o importada abundante; la esclavitud, que al parecer
siempre debe ir acompañada de desarraigo y migraciones forzadas, aniquila a la población nativa como le ocurrió a España con
Antillas y otras porciones de América. España aprendió la lección a tiempo como para impedir que la esclavitud desarrollada
durante la expulsión de los moros y en las Canarias se arraigara en el Nuevo Mundo.
La esclavitud de la población aborigen americana fue un fenómeno más o menos normal en los primeros decenios de la
ocupación europea en América, pero hacia mediados del siglo XVI, antes que terminara el proceso de la conquista, la corona
española había logrado relegarla a solo las zonas marginales y fronteras de guerra, reemplazando su función económico-social
con la esclavitud negra, que afectaba demográficamente a otro continente.
En cambio, la situación del África era diferente; durante el Antiguo Régimen había soportado una dominación de factoría
costera, que funcionaba en razón de una trata destinada a proveer de mano de obra esclava a las posesiones iberoamericanas.
Cuando, a fines del, siglo XVIII y décadas siguientes las antiguas potencias que practicaban la trata comenzaron a penetrar
hacia el interior del continente negro, dejaron el tráfico marginal costero para establecer una economía colonial y aprovechar
su riqueza, como España había hecho tres centurias antes; entonces debieron eliminar la trata precisamentepara aprovechar la
riqueza del nuevo continente ocupado. Fue la entrada del África en el pleno colonialismo uno de los principales motivos de la
abolición de la trata y de la esclavitud
Independencia, caudillismo y abolición.
Si bien durante el período emancipador se decretó la libertad de vientres, recordemos el caso citado del Río de la Plata por la
Asamblea del año 1813, el comercio negrero siguió muchas veces en barcos que enarbolaban las banderas de las nuevas
repúblicas y bajo la complicidad de sus gobiernos.
Durante el siglo XIX se firmaron diversos tratados para abolir la esclavitud en el continente americano. En el caso de
Argentina, en la Constitución Nacional de 1853 queda claramente estipulado lo siguiente:
Art. 15 “En la Nación Argentina no hay esclavos: los pocos que hoy existen quedan libres desde la jura de esta Constitución; y
una ley especial reglará las indemnizaciones a que dé lugar esta declaración. Todo contrato de compra y venta de personas es
un crimen de que serán responsables los que lo celebrasen, y el escribano o funcionario que lo autorice. Y los esclavos que de
cualquier modo se introduzcan quedan libres por el solo hecho de pisar el territorio de la República”.

Mellafe, R. 1972. “La esclavitud en Hispanoamérica”. Bs. As, EUDEBA.

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