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Sor Lucía Caram

CELEBRAMOS
LA VIDA
Contemplando
y predicando

1206 - 2006

Desclée De Brouwer
CELEBRAMOS LA VIDA
“Contemplando y predicando”
1206-2006
SOR LUCÍA CARAM

CELEBRAMOS LA VIDA
“Contemplando y predicando”
1206-2006

DESCLÉE DE BROUWER
BILBAO
© Sor Lucía Caram, 2008

© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2008


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ISBN: 978-84-330-2215-8
Depósito Legal: BI-180/08
Impresión: RGM, S.A. - Bilbao
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

1. “HACED ESTO EN MEMORIA MÍA . . . . . . . . . . . . . . . . 13

2. “INTENTABAN RETENERLO Y QUE NO SE ALEJARA


DE ELLOS”. Vivir el momento presente . . . . . . . . . . . . . 21
1. Disfrutar del día séptimo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28

3. EL ROSTRO DE JESÚS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
1. Por Jesús, Dios “es uno de los nuestros” . . . . . . . . . . 38
2. Un hombre de oración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40
3. Hermano de sus hermanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42

4. MIRANDO A DOMINGO. Abierto al don de Dios,


confiado y alegre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
1. Un hombre abierto al don de Dios . . . . . . . . . . . . . . . 50
2. Confianza y abandono: ecuanimidad . . . . . . . . . . . . . 51
3. Domingo un hombre feliz: La alegría . . . . . . . . . . . . . 53

5. FRAY DOMINGO, HOMBRE DE EVANGELIO.


Fraternidad y pobreza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
1. ¿Cómo vivió Domingo la pobreza evangélica? . . . . . . 63
2. Hermano de sus hermanos: amigo y compañero,
varón evangélico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
8 CELEBRAMOS LA VIDA

6. DOMINGO ORANTE Y LA ORACIÓN DOMINICANA . 71


1. Hemos venido a contemplar y a predicar . . . . . . . . . . 74
2. Oración dominicana – Oración Cristiana . . . . . . . . . . 75

7. “A LA ESCUCHA DE LA PALABRA:
COMPROMISO CON EL REINO”.
Marta y María y nuestra vida consagrada hoy . . . . . . . . 79
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
1. Cristo llama a nuesta puerta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82
2. No podemos vivir en la periferia . . . . . . . . . . . . . . . . . 85

8. HAY QUE ANDAR EL CAMINO DEL CORAZÓN . . . . . 89


1. Necesitamos ver . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
2. Piensa en Mi que yo pensaré en ti . . . . . . . . . . . . . . . . 92
3. Dios se hace nuestro huésped y nos propone repensar
la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96

9. VOLVED A MÍ, DICE EL SEÑOR: EL ARTE DE AMAR 101


1. El arte de amar, el arte de contemplar . . . . . . . . . . . . 102
2. Una soledad poblada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104
3. Una vida eucarística: don . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108

10. VENID A MÍ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111

11. ARDER E LUMINAR. Diálogo desde nuestra identidad 123


1. Una consideración a tener presente . . . . . . . . . . . . . . 124
2. La vida religiosa en el concierto de la sociedad . . . . . 126
3. ¿Qué imagen ofrecemos? ¿Cómo vivimos? . . . . . . . . . 128
4. Superando tópicos y estereotipos . . . . . . . . . . . . . . . . 130
5. En una justa y legítima tensión: Fidelidad creativa . . 132
6. Prohibido quitarse la cabeza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 136

12. CON FIDELIDAD CREATIVA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139


1. Abriendo caminos de diálogo y superando viejos
lastres: anunciar un mensaje nuevo . . . . . . . . . . . . . . 141
ÍNDICE 9

2. ¿Qué espera la gente de nosotros? Gratuidad y


Sabiduría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145
3. El Buen Samaritano y el Hospedero . . . . . . . . . . . . . . 146
4. La libertad en la vida religiosa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148
5. La presencia significativa de Jesucristo con sus llagas,
¡y las nuestras! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149

13. ALGO NUEVO COMIENZA A NACER . . . . . . . . . . . . . . 153


1. Aprender a escuchar y a ver . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155
2. La predicación echa a andar en el silencio . . . . . . . . . 156
3. Casas de Predicación: Conventos . . . . . . . . . . . . . . . . . 157
4. Casas de predicación al servicio de la vida . . . . . . . . . 158
5. Fidelidad al Espíritu . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159
6. ¿Qué haría Domingo hoy? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161
Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163

APÉNDICE. Preparación para la celebración de la


misericordia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
“El amor y a la misericordia de nuestro Dios han sido
derramadas en nuestros corazones: nuestro Dios es el
Dios de la vida” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
Una Palabra... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166
Un gesto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166
Nos ha confirmado en su amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167
Nos ha dicho que Dios es nuestro Padre . . . . . . . . . . . . . 168
El Señor ha estado grande con nosotros y estamos
alegres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 168
La compasión – La misericordia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
Reconciliación en la mesa del altar . . . . . . . . . . . . . . . . . 170
A modo de conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173
INTRODUCCIÓN

La Orden de predicadores, los dominicos y dominicas, invo-


camos a Santo Domingo, como el predicador de la gracia.
Eso ha marcado nuestro estilo de vida y podemos decir que
ha sido el sello de nuestra familia predicadora: Predicamos el
Evangelio de la gracia, en el que todo es don, en el que la salva-
ción se ofrece gratuitamente, y en el que fundamentalmente se
nos invita a amar la vida que se nos ha dado con generosidad.
Celebramos ochocientos años anunciando la Buena Noticia del
Evangelio, siguiendo a Jesucristo, e intentando como Domingo,
ser dóciles al Espíritu que nos envía a dar una respuesta libera-
dora en los tiempos que nos tocan vivir. Tiempos apasionantes
para compartir en fraternidad la aventura del Reino.
Los dominicos y dominicas tenemos claro que nuestra vida
se define en el seguimiento de Jesús: Nosotros no seguimos a
Domingo, seguimos a Jesucristo. Y si Domingo es un referente lo
es en tanto y en cuanto él fue un seguidor de Jesús y un enamo-
rado de su causa. Por tanto queremos ser fieles, no a Domingo,
sino al Espíritu que a él lo puso en camino y le hizo ser creativo
en su respuesta a las urgencias de su tiempo.
Sabemos que el Espíritu que guió a Domingo a predicar el
evangelio de la gracia con libertad, fue el mismo Espíritu que
12 CELEBRAMOS LA VIDA

cubrió a María con su sombra, que engendró en sus entrañas al


Verbo de la vida y que la puso en camino para servir a su pri-
ma Isabel; y es el mismo Espíritu que llevó a Jesús al desierto;
el que le hizo anunciar la Buena Nueva que traía de parte de
Dios, y el que le llevó a dar libremente su vida para que todos
la tengan en abundancia.

Fieles al Espíritu de Jesús, al Espíritu Santo de Dios, nos sen-


timos convocados al banquete de la vida en el que Jesús nos sien-
ta a su mesa, nos sirve, nos abre su corazón, nos parte y reparte
el pan de su cuerpo y de su palabra, y nos invita a hacer lo mis-
mo, a hacerlo en memoria suya.

Así pues, celebramos estos ochocientos años de vida compar-


tiendo su mesa y celebrando la vida generosa que el Padre nos ha
dado en Jesús.

Brindamos por la fidelidad de nuestro Dios que camina con


su pueblo y que nunca nos abandona, y permanecemos a los pies
de Jesús para dejarnos instruir por Él que es el único Maestro y
Señor de nuestras vidas, para anunciar con alegría y por conta-
gio que Dios es bueno, que está de nuestra parte y que no nos
abandona.

Decía Patrice de La tour du Pin que “Los pueblos que ignoran


su historia, están condenados a morir de frío”, y, en la misma
línea, Adolfo Pérez Esquivel, mi estimado compatriota, insiste en
que, “La vida de los pueblos se desarrolla a través de la memo-
ria. Aquellos que no preservan la memoria están destinados a
desaparecer”.

Y como nosotros no queremos ni morirnos de frío, ni desapa-


recer, estudiamos y nos contamos nuestra historia, y juntos hace-
mos memoria. Así, revitalizamos aquello que nos dio vida, nos
damos ánimos, y juntos, buscamos ser fieles al Espíritu, y movi-
dos por Él, entramos en su dinámica y le preguntamos, y nos pre-
guntamos juntos:
INTRODUCCIÓN 13

¿Qué nos dice hoy –el Espíritu– a nosotros, los hijos y herma-
nos de Domingo?
¿Qué nos dice a los cristianos que vivimos en un mundo no
muy diferente al de hace ochocientos años –tenemos un poco
más de luz, ¡pero de la eléctrica! unos cuantos PC más, y algún
que otro invento–, con hombres y mujeres de la misma pasta y
con los mismos defectos de fabrica, y también con sus mismas
virtudes?
En estas páginas me propongo, “recordar” lo que nos han
explicado de nuestro nacimiento y trayectoria, “de cómo echó a
andar la predicación”, pero no “repitiendo sin más” los aconteci-
mientos –por muy bien que estén y nos llenen de orgullo– sino
releyéndolos desde la plataforma de nuestra realidad presente,
filtrándolos por el Evangelio. Sitúo estas reflexiones alrededor
del Banquete al que nos invita Jesús, porque alrededor de su
mesa, mientras compartimos su Pan y su Palabra, y en la sobre-
mesa que se prolonga, podremos disfrutar del calor de su amis-
tad y del gozo de la fraternidad, que nos permitirá repartir gene-
rosamente sus dones.
Estas páginas recogen el compartir fraterno con las hermanas
de la Congregación Romana de Santo Domingo en la Casa de
oración de Valladolid, durante siete días de retiro. y con las
Dominicas de la Anunciata en León, durante dos días.
Con la sencillez de quien comparte la fe y abre su corazón, las
ofrezco a la Familia Dominicana y a cuantos quieran oír la
Buena Noticia en clave positiva, en clave dominicana.
1
“HACED ESTO EN MEMORIA MÍA”

Me tomo la libertad de recrear nuestra historia desde el


Banquete al que nos invita Jesús, y en el que es posible participar
“con vestido de fiesta”, esto es asumiendo las actitudes de los que
nos precedieron en la fe, en la aventura del seguimiento de Jesús
y abiertas a que sea el Espíritu quien nos revista como requiere
la ocasión.
Quisiera que nos sentemos a la mesa, que dejemos que Jesús
nos abra su corazón y que no temamos “romper el frasco” de
nuestro perfume a los pies del amigo, del esposo, del Maestro: a
los pies de Jesús.
“Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde
estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una
cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María,
tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho pre-
cio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos.
La casa se impregnó con la fragancia del perfume”.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entre-
gar, dijo: ‘¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos
denarios para dárselos a los pobres?’. Dijo esto, no porque se
interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como
estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía
en ella. Jesús le respondió: “Déjala. Ella tenía reservado este
16 CELEBRAMOS LA VIDA

perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen


siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre”.
Jn 12,1-8.
En la Cartuja de Miraflores, en Burgos, dedicada a Santa
María, la madre de Jesús, hay un retablo de Gil de Siloe y Diego
de la Cruz que tiene una escena, en la que enmarcamos estas
reflexiones en el año jubilar de la Orden.
Esta escena es una representación de la Santa Cena y dicen
que Gil de Siloe quiso recrear en un solo cuadro dos momentos
diferentes de la vida de Jesús: El cenáculo, la última cena, y el
que tuvo lugar en Betania, en la casa de Simón.
El relato de Mateo1, Marcos2 y Juan3, identifican a esta mujer
que unge los pies de Jesús con perfume con María, la hermana
de Lázaro y de Marta. El de Lucas4 a “una mujer pecadora”, que
aunque la tradición ha identificado con María Magdalena, tam-
poco se referiría a ella.
Creo que los dominicos y dominicas nos encontramos muy a
gusto con esta mujer, con María que lava los pies de Jesús. De
ella nos dice el evangelio de Lucas5, que “estaba a los pies de
Jesús” escuchándole, con ocasión de su visita a su casa. En este
pasaje la vemos escuchando y sirviendo, porque sin duda la escu-
cha ya es un servicio. En la escucha es posible reavivar el amor
que nos ha seducido y convocado, y éste nos pone en camino
para servir a los hermanos. La escucha del Maestro nos ayuda a
conservar viva la memoria del amor de Dios en nuestra historia,
un amor que se verifica en el servicio, en la entrega, en la euca-
ristía: Cuando se parte y se reparte; cuando nos sienta a su mesa
y nos sirve, ¡y cuando nosotros hacemos lo mismo, y lo hacemos
en memoria suya, para recordarlo!

1. Mt 26,6-13.
2. Mc 14,3-9.
3. Jn 12,1-8.
4. Lc 7,36-50.
5. Lc 10,39.
“HACED ESTO EN MEMORIA MÍA” 17

María estaba escuchando y en esta actitud nos gusta contem-


plarla e imitarla porque sabemos que la escucha es la actitud
fundamental de todo dominico y dominica: Sabemos que el
silencio que acaricia nuestras jornadas no es el de que está con
la boca cerrada, sino fundamentalmente el de aquel que “escu-
cha”. Domingo pasaba largas horas en oración, intentando aus-
cultar el corazón de Dios; abriendo la Biblia6 y diciendo con el
salmista: “voy a ver qué me dice el Señor”.7

Damos un paso más en la contemplación de la escena, y me


parece importante recordar que el evangelio de Juan, en el lugar
del relato de la Institución de la Eucaristía, coloca el episodio del
lavatorio de los pies8. Esto, no es una variante insignificante, sino
que nos recuerda que sólo después de haber “lavado los pies” a
los hermanos, después de haberlos servido es posible compartir
su mesa. Y Jesús les dice: “–Si yo que soy el Maestro os he lavado
los pies a vosotros, también vosotros debéis lavaros los pies los
unos a los otros. Porque os he dado ejemplo, para que también
vosotros hagáis como yo he hecho”.9

Quisiera plantear este jubileo de la Orden en clave Pascual.


Una mujer, que sabía escuchar al Señor, se adelanta con su
gesto y le lava los pies y le unge, adelantándose a su embal-
samamiento. Porque escuchaba, sabía servir; y esta escucha
hecha servicio, es la que le abre la puerta al banquete al que se
nos ha convocado: “Yo os aseguro que dondequiera que se pro-

6. Cfr VIII Modo de orar: “Se sentaba tranquilo, abría el libro y hecha la señal
de la cruz, leía prestando su atención con dulzura, como si oyese hablar al
Señor según cuanto dice el salmo: “Voy a escuchar lo que dice el Señor” (Sal
84, 9). Y como si discutiese con un compañero ora impaciente, ora sosega-
do en su voz y en su pensamiento disputaba y luchaba riendo y llorando al
mismo tiempo, levantaba o bajaba la vista, hablando nuevamente en voz
baja y golpeándose el pecho”.
7. Sal 84,9.
8. Jn 13,1-20.
9. Jn 13,14-15.
18 CELEBRAMOS LA VIDA

clame la Buena Nueva en el mundo entero, se hablará de lo que


ésta ha hecho para memoria suya”.10
El itinerario que propongo es el de un reencuentro con el
Señor de la Vida, ¡con el Señor de nuestras vidas! para renovar la
alianza que Él quiso sellar con cada uno, y que a veces pasa por
temporadas de “acostumbramiento, frialdad, indiferencia, can-
sancio…”. ¡Cada uno sabe!
Cuántas veces como los de Emaús nos dejamos abatir por el
aparente fracaso y huimos de la comunidad: Dejemos que Él nos
explique las Escritura, que escuche nuestras confidencias –por-
que estamos cansados, o hemos perdido la fe, o la ilusión pasa
por horas bajas–. Pidámosle que se quede con nosotros porque
se hace tarde; dejemos que anuncie en nuestros corazones su
Buena Nueva.
Reavivemos el amor para que arda nuestro corazón, y para
que con el corazón templado podamos ir a los hermanos, a la
comunidad, al mundo, y decirles que verdaderamente el Señor
ha resucitado y vive.
Permanezcamos a los pies de Jesús, sentémonos a su mesa;
sintonicemos con los anhelos de su corazón y escuchemos lo que
late en nuestras vidas y en la suya.
“A los pobres siempre los tendréis entre vosotros, pero a mí no
siempre me tendrán”.11 Tal vez suene a osadía o impertinencia,
pero no invito a que nos olvidemos de los pobres, propongo que
llevándolos en el corazón, seamos capaces de detenernos a los
pies de Jesús y disfrutar de su presencia, sin que nada ni nadie
nos distraiga de esta contemplación que es la que nos devolverá
a los pobres con renovado amor y nos permitirá asumir su causa
como propia, con serenidad y fortaleza.

10. Mt 26,6-13; Mc 14,9.


11. Jn 12,8.
“HACED ESTO EN MEMORIA MÍA” 19

Celebrar los ochocientos años es una buena oportunidad para


romper nuestro “frasco de perfume”, para derramar con con-
fianza nuestro corazón a los pies de Aquel que sabemos nos ama
como somos, que no nos juzga, y que sólo desea celebrar su
Pascua, con nosotros. Será maravilloso que en toda la casa, en la
Orden, en el mundo se sienta el perfume de nuestro amor derra-
mado con loca generosidad.
¡Rompamos el frasco! Y hagámoslo en memoria de Jesús, y
cuando anunciemos su mensaje, recordemos a María que supo
cuidar lo único necesario, lo que nadie le quitará12: Al Señor.
Mientras los otros se escandalizan del “derroche de María”,
Jesús de deja amar. Su mirada es diferente. En aquel comporta-
miento que tanto escandaliza a Judas que se apunta a «moralis-
ta», Jesús sólo ve el amor y el agradecimiento de una mujer que
se sabe amada y acogida por su Dios. Por eso se deja tocar y amar
por ella que le reconoce como el amigo.
Sólo así, sin guardarnos nada, permaneciendo a los pies de
Jesús tal y como somos, podremos ser confirmados en el amor,
y enviados compartir el pan de su palabra que se ofrece genero-
sa a los que tienen hambre y sed.

12. Lc 10,42b.
2
“INTENTABAN RETENERLO
Y QUE NO SE ALEJARA DE ELLOS”
Vivir el momento presente

Señor Jesús: aquí nos tienes, somos tu pueblo que peregrina.


Nos sentimos corresponsables para predicar el Evangelio,
para celebrar la fe y la vida, para vivir en comunión.
Queremos compartir la vida nueva que Tú nos regalas cada día.
Danos tu Espíritu, para que superando los miedos,
las carencias, nuestras debilidades y dificultades,
podamos, como Domingo, anunciar con nuestras vidas
que Tú eres el Señor de la historia y que caminas con nosotros.

Te pedimos que nos ayudes a conocerte,


a descubrir cómo tu Espíritu animó a Domingo a predicar el
Evangelio,
con la novedad y la libertad de tus amigos.
Anímanos en esta hora que nos toca vivir
con sus dificultades y esperanzas.
Haz que renovemos nuestra confianza en que vale la pena
–¡y la alegría!–
reunirnos como hermanos,
orar, dialogar y buscar juntos,
porque cuando nos reunimos en tu nombre,
Tú estás con nosotros dándonos vida
y ofreciéndonos la posibilidad de abrir
y recorrer caminos nuevos.
22 CELEBRAMOS LA VIDA

Ponemos nuestra vida en tus manos,


la de aquellos que amamos en tu corazón,
y todo lo que somos y tenemos te lo confiamos
porque sabemos que nos amas y no nos abandonarás.
Amén.
“Cuando se hizo de día, Salió a un lugar solitario y la mul-
titud le buscaba. Llegaron hasta Él, e intentaban retenerlo
para que no se alejara de ellos”.1
Propongo una lectura pausada del Capítulo 4,14-44 del evan-
gelio de Lucas para ver cómo nuestra vida de predicadores es
una prolongación de la vida de Jesús que nos abrió camino y lo
recorre a nuestro lado.
La vida de Jesús discurre entre el llano en el que predica a las
gentes durante el día, y sus escapadas a la montaña, al desierto o
a la soledad de la noche o del amanecer, para orar y estar a solas
con el Padre.
Nos dicen que Domingo dedicaba el día a “hablar de Dios” y
las noches a la oración, a “hablar con Dios”: Domingo hablaba
con Dios o de Dios.
Hoy nosotros como Jesús, que movido por el Espíritu era
empujado al desierto2, y como Domingo, que buscaba la intimi-
dad de la oración que nutría su predicación y saciaba su sed del
Padre, emprendemos un camino de “mayor intensidad en la bús-
queda del rostro de nuestro Dios”, un espacio en el que “intenta-
remos ‘retener’ –si cabe– con nosotros al Señor, como aquellas
multitudes, porque necesitamos estar en su presencia para que
“nos imponga sus manos, nos cure, nos anime, nos anuncie su
palabra”.
Tenemos necesidad como Jesús, de tomar distancia de las
multitudes, de la gente, de lo cotidiano, para procesar cuánto

1. Lc 4,42.
2. Mt 4,1; Lc 4,1.
“INTENTABAN RETENERLO Y QUE NO SE ALEJARA DE ELLOS” 23

vivimos en la intimidad de nuestro corazón, en nuestra vida de


relación con los hermanos, y en nuestra relación con Dios.
Nos urge como a cada uno de “la multitud”, que Jesús se que-
de con nosotros, que nos imponga sus manos de las “que salían
una gracias, una energía especial”, que con su presencia cercana,
serene nuestras mentes; que su palabra amiga, consuele nuestro
corazón y cure nuestras heridas. Tenemos necesidad de que
Jesús nos bendiga con sus manos y nos confirme en su amor, nos
renueve.
Necesitamos que nos anuncie con autoridad que “el Espíritu
de Dios está sobre Él” –y sobre nosotros–; que nos anuncie la
Buena Noticia que nos trae de parte del Padre, porque ésta es
para los pobres, y nosotros nos sentimos pobres y necesitamos
de ella; que proclame nuestra propia liberación, que nos dé la vis-
ta, para ver las cosas como las ve Él, y que nos libere de nuestras
opresiones3, porque nos sentimos convocados a la vida y quere-
mos disfrutar de ella.
Y por eso nos sentamos a su mesa y nos ponemos nuestro
mejor vestido4, porque Jesús nos va a ofrecer, en este año de júbi-
lo, un banquete mientras nos invita a permanecer a sus pies,
como María, escuchándole; porque sabemos que nos quiere ofre-
cer el alimento de su pan y su amistad.
Nos dice el Evangelio que Jesús comenzó su predicación y que
“la gente se admiraba de Él, de las palabras de gracia que salían de
su boca”: Pero también nos dice que querían echarlo y despeñar-
lo porque su mensaje les enfurecía.5
La vida de Jesús, como la nuestra discurre entre la admira-
ción de unos, y la ira, recelos o desconfianzas de otros. Entre la

3. Lc 4,18.
4. Ap 19,7-8 “Ha llegado la boda del Cordero y su esposa se ha engalanado y se
ha ha vestido de lino deslumbrante de blancura –el lino son las buenas accio-
nes de los santos–”.
5. Lc 4,15.28-29.37.
24 CELEBRAMOS LA VIDA

acogida de los que quieren abrirse a la novedad de su Espíritu


liberador, y los que se sienten incómodos porque quieren que las
cosas se queden como están. Porque tienen miedo al cambio,
porque les desconcierta lo desconocido.
Es la lucha que experimentamos en el seno de la Iglesia, tal
vez en el seno de las comunidades, también en nuestra sociedad.
Un itinerario que pareciera que va con la condición humana, y
que nos invita a vivir el riesgo de la fe, con la confianza cierta de
que es al Espíritu de Jesús al que queremos ser fieles, y que si
somos dóciles nada nos podrá pasar.
Y Jesús se va de Nazaret a Carfarnaun6 y continua predicando,
y su predicación continua generando admiración y rechazo, “has-
ta los espíritus inmundos le gritaban porque le acusaban de que
venía a destruirlos”7, y Jesús les manda callar. Y continúa hacien-
do aquello para lo que el Padre lo envió: hacer el bien; pasar
curando a las gentes, liberando de los malos espíritus, enseñando.
Ni en las glorias de los que nos acogen y acogen la Palabra, ni
en el fracaso de la indiferencia o el rechazo al Evangelio que pre-
dicamos, puede radicar nuestra felicidad. Únicamente en hacer
siempre lo que sabemos o creemos es voluntad de Dios, y secun-
darla como Jesús: Pasar haciendo el bien, liberando a la gente,
ahuyentando los malos espíritus que salen a nuestro paso, los de
dentro y los de fuera; teniendo compasión de los que sufren, libe-
rando del sufrimiento, consolando.
Pero Jesús, como nosotros, se va a “procesar” todo eso con el
Padre. Domingo era también infaltable a la hora de la “cita” noc-
turna con su Dios y Señor”.
El itinerario de Jesús es como el nuestro, y como Él vivimos,
interior y exteriormente, estos contrastes, que nos animan, y que
también nos desaniman, que a veces hacen pesado el camino, y

6. Lc 4,31.
7. Lc 4,41.
“INTENTABAN RETENERLO Y QUE NO SE ALEJARA DE ELLOS” 25

experimentamos la necesidad de parar para ocuparnos de Dios,


o mejor, para dejar que Él se ocupe de nosotros.
Es importante hacer un alto y dejarnos contemplar por nues-
tro Dios. En una ocasión preguntaron al Padre Kolvenvach, pre-
pósito General de la Compañía de Jesús cómo oraba. El mani-
festó que se ponía ante una icona. Le preguntaron qué les decía,
cómo era su oración. Él respondió, “me pongo ante ellos para
que me contemplen”.
Algo similar experimentó nuestra hermana Catalina de Siena
en aquella perla que nos regala en su diálogo con el Padre eter-
no. Ella va a desahogarse y siente cómo Él le dice: “Ocúpate de
mi, que yo me ocuparé de ti; piensa en mí, que yo pensaré en ti”. Es
el momento en el que el Padre le revela que Él es el que es y ella
la que no es, y le dice que si vive de esta verdad, nada ni nadie
podrá quitarle la paz.
En este camino, no estamos solos, como no lo estaba Jesús.
Él se eligió a los doce8, se les manifestó, y ellos le siguieron.
Tuvieron que dejarlo todo, pero también se les dio todo, todo lo
que necesitaban. Y juntos se dejaban instruir por Él.
Dejemos que Él nos instruya, y sobretodo sepamos disfrutar
del momento presente haciendo la experiencia de pasearnos al
aire de la suave brisa en la que Dios, –como en los atardeceres del
Génesis9– se pasea con nosotros como con un amigo.
Es importante en nuestro contexto actual, detenernos y hacer
la experiencia, una vez más de estar con Él, para releer en la
compañía silenciosa de los hermanos, y en sintonía cordial con
Él nuestra propia historia y las historias que se cruzan y entrete-
jen con nuestra existencia en el marco de nuestra vida consagra-
da, de esta sociedad plural, de esta Iglesia llena de contradiccio-
nes –que son las que aportamos cada uno–.

8. Lc 5,8.
9. Gn 3,8.
26 CELEBRAMOS LA VIDA

Hay un texto de orígenes que puede servirnos al comenzar


estos días de encuentro con el Señor y con nosotras mismas, y
que puede ayudarnos a descubrir que, en lo que tenemos entre
manos, está el Señor que camina a nuestro lado y que es posible
encontrar el gozo profundo y la ilusión.

Dice así:

No lo dudes.
Tú que sigues a Cristo y que le imitas,
tú que vives de la Palabra de Dios,
tú que meditas en su ley día y noche,
tú que te ejercitas en sus mandamientos,
tú que estás siempre en el santuario y nunca sales de él,
porque el santuario no hay que buscarlo en un lugar,
sino en los actos, en la vida, en las costumbres.
Si son según Dios,
si se cumplen conforme a su mandato,
poco importa que estés en tu casa o en la plaza,
ni siquiera importa que te encuentres en el teatro;
si sirves al Verbo de Dios,
tú estás en el santuario:
No lo dudes”.

Seguramente, puestos en la órbita de la búsqueda de lo que


Dios quiere de cada uno, podremos saborear y dar sentido al
momento presente que estamos viviendo, que es lo único de lo
que podemos disponer. Y ese momento, y ese encuentro, se cele-
bra en el santuario del propio corazón en el que “servimos al
Verbo de Dios”.

En este momento presente, abandonados con confianza en


manos de nuestro Dios, sin añoranzas del pasado ni ansiedades
por el futuro, podemos coger entre nuestras manos “cada día,
cada instante, el momento presente”, la propia existencia, ya que
sólo de eso podemos disponer.
“INTENTABAN RETENERLO Y QUE NO SE ALEJARA DE ELLOS” 27

Y, ¿qué hacer en el presente?, ¿cómo “enfrentarnos” con lo


que nos habita, lo que nos quita la paz o inquieta?, ¿cómo asu-
mir la vida en clave de seguimiento de Jesús con la realidad que
tengo?
En cada momento, es esencial volver a Él nuestra mirada y
seguirle e imitarle preguntándonos y preguntándole: ¿cómo actua-
ría en esta circunstancia? Y dejar que aflore en nuestro corazón
sus actitudes y sentimientos. Es de capital importancia “estar” y
procurar tener sus mismos sentimientos de ternura, de compa-
sión, de pasión por hacer el bien, de solidaridad.
Su Palabra liberadora, es luz en nuestro camino, y la fuerza
de su Palabra irá marcando el ritmo de nuestra existencia.
Esta es la aventura que vivió Domingo y que quiso para su
Orden: Vivir en sintonía cordial con la voluntad del Padre, tenien-
do los ojos fijos en Jesús, el viviente, el crucificado, el resucitado:
El Señor de nuestras vidas.
La oración contemplativa, el estudio sereno, la búsqueda de la
verdad, la fraternidad, nos ayudarán a buscar su voluntad, sin
engaños y a cara descubierta. Ella no es una coacción que se me
impone desde fuera y que sea ajena a mi; es la expresión de nues-
tras auténticas aspiraciones humanas. Si vives así “Tú estás
siempre en el santuario y nunca sales de él”.
“No lo dudes”: Dios está en el seno de tu comunidad, en los
gestos más insignificantes, en cada acto de servicio; entre las pre-
ocupaciones por los hermanos y los que se cruzan por tu cami-
no; en la incertidumbre por el presente y el futuro.
“No lo dudes”: Dios está en todo lo que puebla tus días y tu
pensamiento; en tu trabajo profesional, en tus proyectos pasto-
rales, y también en los fracasos, heridas y cansancios, como está
en el amor que damos y recibimos y en los buenos sentimientos
y actitudes que nacen en nosotros, y en los que no nacen pero
que desearíamos fueran una realidad.
28 CELEBRAMOS LA VIDA

Vivir el momento presente, vivir sin retener, pero si me per-


mitís, como decíamos al principio intentando “retener” o tener
en nuestra mente y corazón, en nuestra vida al Señor.
Vivir de esta presencia, y en esta presencia dará intensidad a
nuestra vida y lo que es más bonito, descubriremos la belleza y
las voces escondidas a través de las que nuestro Dios nos habla,
en ese santuario que no es otra cosa que la presencia del Dios que
nos habita, convoca, llama y sostiene. Descubriremos su voz
oculta en lo imperceptible, en lo más humilde y sencillo, en lo
cotidiano.

1. Disfrutar del día Séptimo10

Jesús se retiró, después de unas jornadas intensas. Como tam-


bién se retiró Dios de toda la tarea que había hecho, según nos
dice el libro del Génesis. Se retiró y bendijo el día séptimo. El día
del descanso, es el día en el que nos abrimos a esa bendición. El
día en el que Dios quiere “decirnos”, “bien – decirnos”. Y si el
“bendecir” es una de las consignas de la Orden junto con el alabar
y el predicar, es justo que disfrutemos del día y el tiempo de las
bendiciones, para que en Ella nuestro Dios nos renueve y recree.
¿Por qué “retirarnos”? ¿Para qué?
Dios se retira sobre sí mismo, y en esta retirada nos manifies-
ta una plenitud inabarcable; y Dios consagra su silencio, y por
eso, el silencio es entrar en la quietud de Dios, es también entrar
en nuestra propia quietud. Sólo en el silencio se da la gran mani-
festación de la Palabra.
Jesús nos invita a “descansar” con Él y a disfrutar del día
séptimo. En él nos retiramos de esa procesión de trabajos,
compromisos, responsabilidades, para encontrarnos con noso-
tros mismos.

10. Gn 2,3.
“INTENTABAN RETENERLO Y QUE NO SE ALEJARA DE ELLOS” 29

Estamos acostumbrados, ¡muy acostumbrados! a encontrar-


nos con las cosas; pero estamos muy poco familiarizados con el
encuentro con nosotros mismos. Casi nunca tenemos tiempo
para “esta cita”. Es bueno retirarnos de las cosas, de los trabajos
y acciones para encontrarnos con la vida tal como se nos da, con
su misterio.

Decía el padre Moratiel que “Dios no se ‘instala’ en la


Creación”, que es una obra suya; que no se “domicilia” en las
cosas, porque Él no está preferentemente en las cosas. En la
creación contemplamos sus huellas, pero Él está más allá.

En nuestro silencio, como en el de Dios, no prevalece ningún


proyecto, porque el silencio es el espacio en el que se da la gran
revelación de Dios y el encuentro. Sólo en el silencio es posible
“estar”.

Pero resulta que huimos del silencio y tenemos “miedo” a que-


darnos sin nada, a la intemperie: Solo cuando uno tiene confian-
za en Dios se siente empujado a un silencio que no tolera ningu-
na cosa. Sin una buena dosis de confianza en nuestro Dios, segui-
remos en “el ruido”, permaneceremos enganchados a las obras, a
las cosas, a los pensamientos, al exterior, a lo que nos dispersa.

Quizás esto nos cueste admitirlo, pero nos resulta a veces más
fácil descansar en las cosas que en Dios, y por eso no descansa-
mos; y por eso nos agotamos y nos desencantamos. Es más fácil
buscar “seguridades”, pero a la larga ellas no hacen más que
arrastrarnos a la indefinición y a la inseguridad permanente.

La confianza en nuestro Dios conlleva descansar de las tareas,


de las obras, planes o proyectos, y simplemente vivir el momen-
to presente. Retirarse del exterior al interior porque allí se puede
celebrar una gran relación, un gran encuentro, ¡el Banquete de la
vida, de nuestra vida! No quedarnos en el pórtico, dar pasos
hacia dentro, puede ser el gran reto al hacer memoria de nuestra
historia y de nuestras raíces.
30 CELEBRAMOS LA VIDA

Nuestro silencio puede ser como cuando uno se rinde, se


entrega y abandona en Dios que está oculto. Sin resistencias,
sin ataduras: a sus pies, con el frasco roto y el perfume derra-
mado.

Jesús invita a sus discípulos a descansar en el silencio que es


a la vez descansar en Dios, que es mucho más que la acción, que
la creación que ha hecho: “Venid conmigo a un lugar apartado y
solitario”.11

También nosotros estamos vinculados a su misterio y somos


mucho más de lo que realizamos. Retirarnos sobre nosotros mis-
mos, ir al encuentro de nuestro Dios, nos hará recobrar el gozo
de la vida, lo más verdadero y lo más profundo y auténtico de
ella.

En nuestros años al “servicio del Evangelio”, al servicio de la


predicación, seguramente hemos conocido el sabor de las obras
acabadas, de las cosas bien hechas, de los proyectos de vida, de
muchas realizaciones; pero quizás no conocemos bastante el
sabor de nosotros mismos, de nuestra interioridad. Tal vez sabe-
mos mucho de algunas cosas, pero muy poco de quiénes somos,
de nuestra realidad. Y si esto es así, seguramente desconocemos
el verdadero gusto del silencio, del desierto, el sabor sencilla-
mente de Dios que nos habita.

Este tiempo de gracia puede ser la ocasión para reciclarnos


interiormente, para dejarnos transformar; un tiempo para que
algo se nos revele.

Puede ser este año jubilar el motivo para reencontrarnos con


nosotros mismos en el silencio y para que se nos manifieste y
exprese nuestro mundo interior; para que Dios se manifieste. Y
para ello, no bastan las palabras, porque solo en el silencio se nos
puede revelar, se nos puede decir.

11. Mc 6,31.
“INTENTABAN RETENERLO Y QUE NO SE ALEJARA DE ELLOS” 31

En el silencio se nos puede descubrir y evidenciar lo que no se


puede decir con la voz, lo que no se puede expresar con las pala-
bras. En el silencio resuena la Palabra por excelencia, Jesús, la
gran Palabra que nace del silencio de Dios. “La Palabra que exis-
tía desde el principio y por la que todo fue hecho”.12
Así como Dios vuelve a sí mismo después de esa aventura de
la creación, cada uno de nosotros después de nuestras aventuras
de trabajo y acción, de predicación y de ajetreo, regresamos a la
casa de nuestro corazón y es allí donde podemos celebrar un
maravilloso encuentro: El encuentro de nuestra vida, el encuen-
tro con el Señor.
Vayamos con Jesús al desierto, al silencio, al propio corazón,
y allí aguardemos la gran manifestación de nuestro Dios.
“Cuando se hizo de día, salió a un lugar solitario”13: Vamos
con Él.
“Intentaban retenerlo para que no se alejara de ellos”14: Reten-
gámosle con nosotros y dejemos que nos bendiga, acaricie, cure,
consuele; que nos confirme en la fe y nos envíe en su nombre a
predicar el evangelio de la gracia y de la vida
Mi propuesta en estos días es, hacer el camino de retorno al
propio corazón, desde nuestra identidad cristiana, como domi-
nicos.
Fijémonos, en Jesús, Aquel a quien seguimos y que nos ha
convocado, y pidámosle que nos ayude a ser dóciles al Espíritu
de Jesús, y que en el silencio de nuestro corazón disfrutemos del
encuentro con Dios, con nosotros mismos y con los hermanos.

12. Jn 1,3.
13. Lc 4,42.
14. Ib.
3
EL ROSTRO DE JESÚS

Señor Jesús, haznos abiertos y confiados,


pacíficos y llenos del gozo de tu Espíritu.
Haz de esta tu familia, una comunidad entusiasta,
que sepamos cantar la vida,
vibrar ante la belleza y estremecernos ante el misterio;
que sepamos manifestar la soberanía del amor
que se manifiesta en el servicio atento y desintersado,
que es capaz de dejarlo todo para que el otro viva.

Haz que llevemos la fiesta en el corazón,


aunque sintamos la presencia del dolor en el camino,
porque sabemos que Jesús es el viviente y el resucitado
que ha vencido el dolor y la muerte.

No permitas que nos acobarden las tensiones,


ni que nos asfixien los conflictos que puedan surgir entre nosotros,
en la sociedad, en la Iglesia,
porque contamos siempre, en nuestra debilidad,
con la fuerza creadora y restauradora de tu Espíritu.

Pasa por nuestras vidas, Señor,


y atráenos a Ti, como lo hiciste con Domingo,
con Leví y tantos otros.
34 CELEBRAMOS LA VIDA

Renueva tu alianza en nuestros corazones,


y haznos capaces cada día de dejarlo todo para seguirte a Ti,
único Señor de nuestras vidas.
Pasa por nuestra historia y haznos reflejos de tu amor,
predicadores de la gracia y la verdad, testigos de tu Evangelio,
para que el mundo crea y te confiese
como su Dios y Señor.
Amén
“Después de esto, salió y vio a un publicano llamado Leví,
sentado en el despacho de impuestos y le dijo: ‘Sígueme’. Él
dejándolo todo se levantó y le siguió.
Leví le ofreció en su casa un gran banquete. Había un gran
número de publicanos y de otros que estaban a la mesa con
ellos. Los fariseos y los escribas murmuraban diciendo a los
discípulos: ‘–¿Porqué coméis y bebéis con los publicanos y
pecadores?’. Les respondió Jesús: ‘–No necesitan médicos los
que están sanos, sino los que están mal. No he venido a lla-
mar a la conversión a los justos, sino a los pecadores’”.1
A partir del modelo de la llamada de Leví, que podría ser la
llamada de cada uno de nosotros, damos un paso más en nues-
tra reflexión y nos ponemos en la órbita del seguimiento perso-
nal de Jesús.
Estamos aquí, seguramente ante la llamada “experiencia fun-
dante de Leví”. Aquel momento de su vida que marcó un antes y
un después, y a partir del cuál todo tomó un nuevo rumbo. El
movimiento inicial de Leví ante Jesús, traería cada día la con-
creción de ese “dejarlo todo” que afirma el Evangelio.
Y si bien es cierto, podemos centrarnos en lo que nos implica
o le implicó a Leví ese “dejarlo todo” y preguntarnos ¿qué es
todo?, ¿qué es dejar?, ¿qué es seguirle?, vamos a centrarnos en
Jesús que pasa y nos convoca, nos invita a seguirle y a partir de

1. Lc 5,27-32.
EL ROSTRO DE JESÚS 35

“la seducción” veremos cómo el “dejarlo todo” no es más que una


consecuencia lógica de su paso, del encuentro.
Jesús pasó también por nuestra vida, porque entonces como
ahora quiere compañeros para el camino, amigos con los que
compartir la misión, la aventura apasionante que el Padre ha
puesto en sus manos: La de anunciar la llegada del Reino; la de
Predicar la Buena Noticia de la Salvación.
¿Quién es este Jesús que nos llama y que es capaz de “hacer-
nos dejarlo todo para seguirle?
Nos dice el Evangelio de Juan:
“Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y nosotros he-
mos visto su gloria, la que corresponde al Hijo único del Padre.
En Él todo era amor y fidelidad –lleno de gracia y verdad–… En
Él estaba toda la plenitud, y todos recibimos de Él” 2.
Podemos preguntarnos qué hemos visto; quién es Jesús para
mí, cómo pasó por mi vida.
“Hemos visto su gloria”. Seguramente que como Leví y como
Domingo, también pasó por nuestra existencia y nos cambió el
rumbo. ¿Qué hemos visto?
Dice el Evangelio de Juan que en “Él estaba la plenitud y todos
recibimos de Él”: ¿Qué hemos recibido?
La gran riqueza que uno descubre cuando está trabajando
en el diálogo interreligioso, es sobre todo la originalidad del
cristianismo respecto a otras religiones: Nosotros seguimos a
una persona, a un Dios que asumió nuestra condición humana,
a un Dios que es “uno de los nuestros”, que es más que un pro-
feta y que tiene el poder de salvarnos: un Dios con rostro huma-
no. Un amigo budista me confesaba, “–tengo profundas nostal-
gias de Jesús, a nosotros nos falta el rostro amigo que ilumina
y descansa”.

2. Jn 1,14-16.
36 CELEBRAMOS LA VIDA

El Padre Jean-Marie Roger Tillard, hermano nuestro domi-


nico, estando ya enfermo, se manifestaba como un gran ena-
morado de “Aquel rostro humano del Padre, Jesucristo, que com-
partió con nosotros felicidades y sufrimientos”, y decía: “Si arran-
cara de mi existencia esta referencia a Jesucristo, probablemente
yo sería como un barco en una noche oscura, sin estrellas, y
habiendo perdido el norte” 3. Para el gran teólogo dominico, Jesús
lo era todo.

Nuestro Dios tuvo una historia como la tenemos cada uno de


nosotros y en ella se sucedieron diferentes experiencias; viviendo
en este domicilio humano, Jesús, tuvo que hacer opciones, entre-
garse a una causa que le traería sufrimientos, éxitos y fracasos,
por la que entregó libremente su vida.

Este hombre, “Jesús, igual a nosotros, menos en el pecado, en el


que habita la plenitud de Dios” 4, es a quien seguimos, y es el úni-
co que puede saciar nuestras ansias de plenitud, de felicidad, de
realización.

Y al contemplarle tal cual y lo que nos ofrece, preguntarnos


¿cuáles son nuestras ansias de felicidad, dónde radica nuestro
deseo de plenitud, donde hemos puesto nuestro corazón y cuál es
nuestro tesoro? Posiblemente la respuesta que demos a estas pre-
guntas, pongan de manifiesto dónde intentamos saciar nuestra
sed: En Él que es la fuente de la vida que salta hasta la vida eter-
na5 o en las cisternas agrietadas6 de las que habla Yahveh en el
libro del profeta Jeremías, que no hacen más que aumentar nues-
tra sed y hacernos vivir en el vacío o el engaño.
Ya en el comienzo de su actividad vemos cómo los evangelios
nos presentan a Jesús plenamente humano, y en el camino de

3. Introducción de Timothy Radcliffe O.P. en “Crec, malgrat”… Jean-Marie


Roger Tillard, Col·loquis d’hivern amb Francesco Strazzari, Claret 2002, pag. 7.
4. Col 1,19; 2,9.
5. Jn 4,14; cfr Is 55,1.
6. Jer 2,13.
EL ROSTRO DE JESÚS 37

nuestra historia nos cruzamos con Él que ya vivió lo que vivimos


hoy. Él ya asumió nuestra historia y recorrió nuestro camino.
El encuentro con la humanidad de Jesús da un realismo
excepcional a nuestra espiritualidad, y a nuestra vocación como
hombres y mujeres “cristianos/as” en el aquí y ahora de nuestra
historia.
Tener presente esta dimensión humana, esencial de Jesús, nos
arranca de los “espiritualismos” y de la vivencia de un cristianis-
mo “idealista”, lleno de valores abstractos, ininasumibles y aje-
nos a las experiencias y exigencias históricas, a los que fácilmen-
te nos apuntamos cuando queremos evadirnos de responsabili-
dades y compromisos.
El encuentro con Jesús humano, nos arranca de la tentación
de hacer un Dios “nuestra imagen y semejanza”, de que nuestra
fe se transforme en ideología, y de que ella sirva a unos intereses
no siempre confesados ni acordes al proyecto de Jesús.
En el seguimiento de Jesús que pasó, pasa y seguirá pasando
por nuestra vida, tenemos que recuperar al Cristo histórico, en
contraposición a la tendencia de algunos de los nuevos movi-
mientos eclesiales que tienden a deshumanizarlo asegurando su
divinidad; refugiándose en un halo que raya con lo esotérico y
desencarnándolo de la historia que Él quiso libremente asumir y
redimir.
Esos espiritualismos generan una serie de neurosis que llevan
a vivir en el engaño y en la intolerancia. Dios se encarnó en nues-
tra historia, besó nuestro barro y no se avergonzó de ser “el hijo
del hombre”.
La negación de su humanidad nos llevó a un espiritualismo
desencarnado, que negaba la realidad humana, sus tendencias y
pasiones; que veía pecado en todo, y que podemos decir, en esta
hora de secularismo, “que aquellas aguas espiritualoides y desen-
carnadas, trajeron estos lodos de indiferencia, apatía, desconoci-
38 CELEBRAMOS LA VIDA

miento, desinterés, aversión e ignorancia por todo lo que diga rela-


ción a la religión, a la Iglesia, que no a la espiritualidad y a la bús-
queda por diferentes camino, muchas veces errados y errantes”.

1. Por Jesús, Dios “es uno de los nuestros”

Jesús es el único camino que tenemos para conocer a Dios,


“quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”.7 En Jesús se nos reve-
la el Dios verdadero, poderoso, pero también pobre y necesitado,
capaz de sufrir; el eterno el infinito; pero también protagonista
de nuestra historia; tan cercano a sus hijos, que se hizo “herma-
no”, “uno de tantos”.
Sabemos quien es Dios, porque Jesús nos lo ha manifestado,
y sabemos qué es orar, qué es la pobreza, que es la fraternidad y
qué es el celibato, por la manera en que Jesús vivió cada uno de
esos valores del Reino. De esta forma, Jesús, no es sólo un mode-
lo o un referente en nuestra vida, es la raíz y el fundamento de
los valores de la vida.
Domingo entendió que nuestra vida es una vida cristocétrica
y por ello ordenó todo a la identificación con Él; y por eso quiso
que sus hermanos y hermanas encarnaran el rostro más huma-
no de Dios, y que amando con corazón humano “con-pasión”,
transmitieran la fuerza del amor infinito de Dios.
No podemos seguir a Jesús si no nos encontramos con su
humanidad, en la que vemos como en un espejo las exigencias y
la plenitud de nuestra vida cristiana, de nuestra vocación de hijos
de Dios. Él es nuestro modelo, pastor y guía.
Y hemos de reconocer que como dominicos/as, buscadores de
la verdad, no le conocemos y descubrimos fundamentalmente a
través del estudio académico ni de las ciencias bíblicas, ni de las
altas elucubraciones teológicas; sino de manera primordial a tra-

7. Jn 14,9.
EL ROSTRO DE JESÚS 39

vés de un encuentro en la fe y en el amor en el que nos introdu-


ce el Espíritu Santo. El Espíritu que se nos ha dado y que nos
abre a la contemplación, fuente de todo conocimiento sabroso de
nuestro Dios; “Espíritu que clama y reclama en nuestro interior
llamando a Dios “Abba, Padre” 8.

Seguir a Jesús es conocerle contemplativamente con todo


nuestro ser, y con todo nuestro corazón.

Le seguimos como discípulos, no como estudiosos eruditos o


intelectuales; como imitadores, más que como investigadores. Y
aquí radica otra característica de la espiritualidad cristiana, de la
espiritualidad dominicana: conocemos a Jesús en la medida en
que buscamos seguirlo, y en ese seguimiento le descubrimos y
queremos imitarle. Después viene aquello de que como le “ama-
mos”, queremos “conocerle” y por ello estudiamos, buscamos, y
ponemos todas nuestras capacidades intelectuales y afectivas
para poseerle y ser poseídos por Él.

La experiencia cristiana, el paso de Jesús por nuestras vidas,


nos lleva del seguimiento a la imitación, y de ésta a la identifica-
ción: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí 9”.

Por eso Jesús hace discípulos a “los que estaban marginados”,


como Leví, y por eso se alegra de compartir su mesa con sus ami-
guetes, ¡porque si le conocen podrán seguirle, y siguiéndole,
podrán imitarle y entrar en la dinámica de los amigos de Dios!

Pero conocer contemplativamente a Jesús e imitarlo, no es


tarea fácil, requiere perseverancia porque San Pablo ya nos
advierte que es una “sabiduría escondida, misteriosa” 10; y apertu-
ra, porque la sabiduría es un don del Padre. Requiere que la aco-
jamos como sabiduría y no meramente como ciencia; requiere
una gran pobreza de corazón y docilidad al Espíritu que sopla

8. Gal 4,6.
9. Gal 2,2.
10. Co 1,30; Ef 1,9.
40 CELEBRAMOS LA VIDA

donde quiere. Por eso, para ser predicadores de la gracia debe-


mos con pobreza de corazón abrirnos a ella y dejarnos guiar por
el “Espíritu que sopla donde quiere” 11.
El Evangelio nos presenta a Jesús tal y como fue, una perso-
na imitable, pero a la vez nos introduce en la contemplación de
su personalidad inagotable.
Podemos preguntarnos con sencillez, cuáles son los rasgos de
su personalidad, que podríamos decir son “inspiradores de nues-
tro seguimiento e imitación”.
Proponemos unos que pueden darnos una pista, y veremos
más adelante cómo, Domingo fijos los ojos en Jesús, quiso que
fuera el modelo inspirador de vida para sus hermanos y herma-
nas, modelo que él mismo asumió.

2. Un hombre de oración

Jesús era un hombre profundamente humano y profundamen-


te religioso –religado al Padre. Y esta vinculación al Padre le reli-
gaba inexcusablemente a sus hermanos, a cada uno de nosotros.
Jesús es el hombre que vive en comunicación constante con el
Padre. Una comunicación-comunión libre y absolutamente “de-
pendiente de su voluntad” como un espacio de autorrealización.
Notemos que siendo quién era, Jesús, no dejó de cultivar
permanentemente esa intimidad con su Padre. Su oración es
impresionante y nace en su vida como una necesidad imperio-
sa: Jesús ora las situaciones humanas, y en ellas encuentra con-
suelo, luz, fuerza. También en su oración, Jesús es para noso-
tros un modelo.
Los momentos cruciales de su vida estuvieron marcados por
largos momentos de oración:

11. Jn 3,8.
EL ROSTRO DE JESÚS 41

• Los cuarenta días en el desierto:12 Allí Jesús se preparó para


la misión y tocó todos los límites humanos; luchó a muerte
por la vida que el Padre la había dado y que nos quería com-
partir.
• Cuando ha gozado y padecido de una jornada de “milagros”,
predicación en que la gente le busca13: Él marcha para orar,
a descansar con el Padre y a “procesar” en su corazón las
emociones y también las decepciones vividas en la jornada.
• Antes de elegir a los doce14: Ora a su Padre, y seguramente
le pide luz para enviar a los que Él ha elegido de antemano.
Ora al Padre cuando está a punto de formarse una comuni-
dad, un grupo de amigos con los que anunciaría la Buena
Noticia de la salvación.
• Ante la tumba del amigo15: Da gracias porque el Padre
siempre le escucha, llora y ora al Padre que es el dueño de
la vida y de la muerte. Jesús nos abre camino y nos dice
que ante la muerte hemos de volver la vista al Padre, y en
sus manos poner la vida de los que amamos y ya gozan de
su presencia.
• En Getsemaní16: y se abandona en manos de su Padre, cuan-
do sabe que ha de beber un cáliz y experimenta la resisten-
cia humana al sufrimiento, pero donde encuentra la fuerza
para “cumplir aquello para lo que ha venido” y para no
renunciar a dar su vida por amor.
• En la cruz, perdonando17: abandonándose en manos del
Padre.18

12. Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13; Dt 8,1-2.


13. Mc 1,35; Lc 4,42.
14. Lc 6,12-16.
15. Jn 11,41.
16. Mt 26,36-46; Mc 14,32-42; Lc 22,41.
17. Lc 23,34.
18. Lc 23,46.
42 CELEBRAMOS LA VIDA

Su oración tiene los rasgos y las huellas de los humanos, reco-


ge nuestras angustias, necesidades y anhelos, y podemos hacerla
nuestra, porque Él nos enseñó orando, a orar la vida. Recorrer
los episodios de su vida y “escuchar” su oración, nos permite orar
nuestra vida incluso con sus mismas palabras: ante la muerte, la
enfermedad, la incertidumbre, la falta de confianza, etc.

Jesús orante, trasciende su propia situación personal. Ora


como una necesidad, como una urgencia de su humanidad de
comunicarse con su Padre para manifestarle su amor y para
dejarse amar por Él.

Su forma de orar al Padre, va más allá de formas culturales,


trasciende las contingencias temporales, y es un movimiento
humano, consustancial a un corazón inquieto que solo puede
descansar en Aquel que ES.

Jesús no ora para darnos ejemplo, ni por ser un buen israeli-


ta, Jesús ora porque necesita, como el aire que respira, del con-
tacto con su Padre que le da y nos da la vida.

3. Hermano de sus hermanos

Si dijimos que Jesús era un “hombre religioso”, que estaba re-


ligado con su Padre, esa misma “ligadura” le vincula necesaria-
mente, le re-liga a sus hermanos. En este sentido, como buen
“hijo de su Padre”, Jesús se hace “hermano de sus hermanos”, los
que el Padre le dio para compartir el amor que tenían ellos des-
de toda la eternidad.

Por eso, podemos afirmar que la vida contemplativa de Jesús,


su relación con el Padre, no le apartó nunca ni le hizo ajeno a sus
hermanos los hombres, ni a sus conflictos, ni le ahorró los
esfuerzos de su misión: La causa de la humanidad, era la causa
de sus hermanos y la suya propia.
EL ROSTRO DE JESÚS 43

Jesús era el hijo de Dios, pero era el hombre-Dios para sus


hermanos los hombres: Este Maestro, este “taumaturgo”, este
profeta, era profundamente asequible.
Las multitudes le siguen y le envuelven, y cuando puede escapar-
se de ellas, se da enteramente a sus amigos, y en esto, también es
un modelo de lo que es nuestra vida comunitaria: el legítimo espa-
cio para recrearnos en la amistad, el encuentro con los hermanos.
Leyendo el evangelio de la hemorroisa que se acerca y le
toca19, y tantos otros episodios, vemos que Jesús inspiraba con-
fianza para que la gente se le acercara; no bloqueaba ni inhibía a
los que le necesitaban, hasta el punto que –en esto también nues-
tra vida se parece a la suya– su vida parece más hecha de impre-
vistos e interrupciones de sus propios planes; éstos pasan a
segundo plano y vemos que hay momentos en los que “no le que-
daba tiempo ni para comer”. Esto también es bueno, para abrir-
nos a las sorpresas y a los imprevistos, aunque no pocas veces
nos “incomoda”. Dios también allí nos visita: en lo inesperado,
en lo imprevisto, en lo que no estaba bajo control.
Este Jesús humano desestabiliza nuestras ideologías y aniqui-
la nuestros esquemas cuando pretendemos encerrarlo en “jaulas
intocables” y en dogmas alejados de la vida y de las personas.
Unas veces nos empeñamos en resaltar la dimensión extre-
madamente trascendente, –la relación con Dios– otras, la dimen-
sión exclusivamente encarnada –únicamente en la relación con
los hermanos– descuidando otra dimensión que es en la que nos
jugamos la vida: Contemplar imitando su praxis en el amor, des-
cubriéndole como la síntesis de la contemplación y el compro-
miso que cristaliza en la entrega hasta el extremo a los hermanos
movidos por el reclamo de un amor infinito que nos lleva a dar
libremente la vida20.

19. Lc 8,43.
20. Jn 13,1.
44 CELEBRAMOS LA VIDA

En la calidad de su entrega, que reviste la forma de amistad,


de intercambio personal, de cercanía, también Jesús es un mode-
lo, y además un amigo cercano, que comprende, acoge, consue-
la y escucha; y con su acogida, consuelo y escucha, podemos aco-
ger, consolar y escuchar.
Él no masificó su discurso, trató a cada uno como persona
única e irrepetible21 a los niños, a las viudas, a las mujeres a las
que liberó, y contra todos los prejuicios se ofreció a los pecado-
res, a los lisiados, a las prostitutas –a los que compartieron el
banquete en casa de Leví–, a los pobres, a los esclavos, a Judas
que lo traicionaba y a quien a pesar de todo le sigue llamando
amigo22 –“Amigo, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?”.
Finalmente, Jesús se nos presenta como prototipo de lo que es
la acogida fraternal. Con realismo, sin ilusiones ni ingenuidades,
manifestó su caridad inagotable, sin hacer acepción de personas:
Él sabía muy bien lo que había dentro de cada uno, y no se deja-
ba engañar, y sin embargo, a pesar de quedarse solo, de ser
incomprendido, supo armonizar, dice Segundo Galilea, “la sole-
dad del profeta con la fraternidad del hermano” 23.
Todo esto generaba una atracción hacia su persona y mensa-
je, y esto no lo podemos perder de vista: Si Jesús atraía y con-
vencía, si provocaba la conversión, es porque su vida estaba uni-
ficada. No basta tener un mensaje bueno para anunciar, es nece-
sario vibrar y vivir en sintonía con él porque esto es lo que mue-
ve a la conversión y a la adhesión. Prueba de ello es por ejemplo,
que después del Sermón de la Montaña, nos dice Mateo que
“todos quedaban asombrados, porque hablaba no como los escri-
bas y fariseos, sino como quien tiene autoridad”.24 Nunca nadie
habló como este hombre.

21. Lc 4,40.
22. Mt 26,50.
23. Segundo Galilea, Religiosidad popular y Pastoral. Ed Cristiandad. Madrid
1980, pp. 255-266.
24. Mt 7,28-29.
EL ROSTRO DE JESÚS 45

Su palabra ha perdurado en los siglos, ha transformado hom-


bres y sociedades, es la fuente inspiradora de millones de hom-
bres y mujeres de todo el mundo. Y esto habiendo sido pronun-
ciadas por el “hijo de un carpintero”, en un contexto cultural
muy sencillo, ajeno a ideologías. Se pronunciaron en el lenguaje
de la gente, en parábolas, con ejemplos que fácilmente se podían
entender. Pero en toda esa sencillez había “algo”, una atracción
que nacía de la unidad entre lo que decía, hacía y era.
Su discurso no estuvo exento –como el nuestro– de “interpre-
taciones” ambiguas, juicios y condenas; también hay que decir
que fue utilizado en su contra, por los mismos líderes religiosos,
porque Él tomó partido por los pobres y marginados, y como
profeta su vida era una denuncia y una crítica a la sociedad y al
poder religioso que profanaba el nombre de Dios abusando de
las personas. Pero Jesús no renunció a pronunciar esa palabra
y quiso asumir las consecuencias y el conflicto que generaba.
¡Cuánto nos cuesta asumir esa palabra y pronunciarla cuando
sabemos que nos pone bajo sospecha!
Pero Jesús, después de llamar a Leví, fue a su casa y celebró
su deseo de seguirle, y se sentó a la mesa de quien quería ofre-
cerle un banquete.
En ese banquete estamos cada uno, y somos esos amigos de
Leví de los que los escribas y fariseos se avergüenzan de que
anden con el Señor, pero Jesús insiste que está a gusto con noso-
tros, “con esa gente”, porque ha venido para los que están mal,
para los que están enfermos, para los que necesitamos conversión.
4
MIRANDO A DOMINGO
Abierto al don de Dios, confiado y alegre

Oración

Enséñame Señor tus caminos, pero no sólo con palabras.


Enséñame desde dentro, grábalos con fuego en mis entrañas.
Háblame buen Maestro, en lo más íntimo del alma.
Háblame con palabras vivas y eficaces, que penetren como
espadas.
Enséñame tus caminos, que no sean sólo enseñanzas,
caminos que fueron Vida, sendas que ya han sido andadas.
Camino hecho vida en Domingo, camino de fe y esperanza,
camino alfombrado de amores, camino de entrega y de gracia.
Camino que fue recorrido por peregrinos del alma,
que trabajaron gozosos al servicio de tu causa.
Enséñame, Señor tus caminos, que son libertad no estrenada,
contemplación y luz en el desierto, y alegría fraterna desbor-
dada.
Hazme ver mis desviaciones, mis sendas equivocadas,
que son duda y fatiga, inquietud y tardanza.
Quiero andar por los caminos de esa entrañable alianza,
que hiciste con los humildes, dóciles a tu palabra.
Los caminos de tu amor, de tu bondad y tu gracia
hecho entrega y vida humana.
Cristo, el camino hacia el Padre,
48 CELEBRAMOS LA VIDA

Cristo, la real calzada,


Cristo, el atajo seguro
autopista de la gracia.
Fr Juan José Llamedo O.P.

“Y sucedió que mientras Él estaba orando a solas, se hallaban


con Él los discípulos y él les preguntó: ‘–¿Quién dice la gente
que soy yo?’. Ellos respondieron: ‘Unos que Juan Bautista,
otros que Elías; otros que un profeta de los antiguos que
había resucitado’. Les dijo: ‘–Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?’. Pedro le contestó: ‘–Tú eres el Cristo de Dios”.1
Hoy volvemos nuestra mirada a Domingo. Ya dijimos que
seguimos a Jesús, pero en este seguimiento Domingo es un refe-
rente que nos ha dejado sus huellas y su promesa de ayudarnos,
de sernos más útil desde el cielo que desde la tierra, para vivir
nuestra adhesión a Jesucristo.
El beato Jordán de Sajonia, primer sucesor de Santo Domin-
go en el gobierno de la Orden, hace un retrato de Domingo en el
que refleja con afecto y sencillez quién es para él Domingo.
Leyendo con perspectiva histórica su relato vemos que coincide
en quién era Domingo para los frailes y para cuántos convivieron
con él, y que está reflejado en los testimonios del proceso de
canonización y en los relatos de los frailes y hermanas de prime-
ra hora.

Recordar qué dice Jordán y los hermanos que convivieron


con Domingo, puede suscitar en nosotros la pregunta ¿quién era
nuestro Padre y Hermano, “fray Domingo y qué se decía de él?
Seguramente reencontrarnos con aquello que latía en su cora-
zón, con sus percepciones y su manera de hacer, acercarnos a
los primeros hermanos y hermanas, nos ayudará a decir no sólo
lo que dicen de él, sino también a decir y a saber “quién es Do-

1. Lc 9,18-21.
MIRANDO A DOMINGO 49

mingo” para mí; qué digo yo de él, y como dominico y domini-


ca, cómo vivo el seguimiento de Jesús y la predicación de su
Evangelio. Esto es lo mismo que preguntarnos cómo vivimos las
Bienaventuranzas: ¿soy feliz en la pobreza, en la persecución,
cuando soy perseguido por la justicia?

Valga como telón de fondo al relato de Jordán, el evangelio de


las Bienaventuranzas en las que Jesús llama bienaventurados,
felices a los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos2, por-
que sin duda fueron las bienaventuranzas, pero particular-
mente ésta, las que envolvieron e impregnaron la vida y actitu-
des de Domingo, las que forjaron su temple y le hicieron asumir
idéntica misión que el Verbo.

Cuando uno mira la vida de alguien que ha sido para uno un


referente, corre el peligro de que la luz o el halo de su santidad y
buen hacer, oculte o nos haga olvidar su dimensión más huma-
na. Por eso, vamos a hacer un esfuerzo para acercarnos a Domin-
go de la mano de Jordán y para descubrir qué hizo y cómo vivió
este hombre –bien humano– de Dios.

En medio de su relato Jordán dice:

“¿Quién será capaz de imitar en todo la virtud de este hom-


bre? Podemos admirarla, y a su vista considerar la desdicha
de nuestros días: poder lo que él pudo, fruto es no ya de su
virtud humana, sino de una gracia singular de Dios que
podrá reproducir en algún otro esa cumbre acabada de per-
fección. Mas para tal empresa, ¿quién será idóneo?” 3.

Sabiendo que Dios no nos pide más de lo que podemos dar, y


que en todo caso nos da su gracia para llevar adelante lo que nos
pide, nos acercamos con humildad a ver cómo recorrió el cami-
no de seguimiento de Jesús Santo Domingo, y a la luz de su vida

2. Lc 6,20.
3. Escritos Beato Jordán de Sajonia. Nº 109. Sto Domingo de Guzmán, fuentes.
Galmés y Vito T.Gómez. BAC 1987, p. 119.
50 CELEBRAMOS LA VIDA

ver cómo podemos seguirlo hoy según nuestras posibilidades,


capacidades y según nos pide hoy el Espíritu a cada uno.

1. Un hombre abierto al don de Dios

Nos dice el Maestro Jordán:

“Por lo demás, lo que es de mayor esplendor y magnificencia


que los milagros, estaba adornado de costumbres tan lim-
pias, dominado por tal ímpetu de fervor divino, que revela-
ban plenamente en él un vaso de honor y de gracia, un vaso
guarnecido de toda suerte de piedras preciosas”.

Una característica de la edad media –y también de ahora– era


a la luz de la muerte de alguien que había sido un referente para
muchos, exaltar tanto sus virtudes, que el personaje en cuestión
“hasta parecía que no era humano”, y además, para reforzar el
hecho, cuanto más lo adornaban de milagros y hechos extraor-
dinarios, más valor daban al testimonio. Así nacieron las floreci-
llas de los santos.

Pero el texto que hemos citado deja en un segundo plano ese


esplendor “milagrero o milagroso”, y apunta al secreto de su celo,
al eje vertebrador de su predicación: el empeño por buscar el ros-
tro de Dios, por vivir como Jesús. Eso es lo que entonces se decía
“fervor divino”, y que sabemos es fuego que quema, experiencia
vital: ¡Ahí nos jugamos los cuartos!, ¡ahí se nos va la vida!

Empeño que es gracia, y que es respuesta a la misma: “ador-


nado de costumbres limpias, dominado por el ímpetu del fervor
divino”. Este “estar dominado”, lejos de encadenar su libertad,
era la expresión máxima de la misma, que bien podríamos iden-
tificar con las confesiones de San Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo,
es Cristo quien vive en mí” 4; y aquella de “Ahora encadenado por

4. Gal 2,20.
MIRANDO A DOMINGO 51

el Espíritu voy a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá, sino


que en todas las ciudades el Espíritu me advierte, diciendo que me
esperan cadenas y tribulaciones”5. Domingo sabía que se lo juga-
ba todo y tenía clara conciencia de que arriesgaba su vida pero
no podía ni quería retroceder, porque le urgía “anunciar el evan-
gelio de la gracia de Dios”

Este empeño inclaudicable es el que le tiene “en tensión”. El


que tiene sed, siente ansias por ir a la fuente. Esa sed y esa ansia
es la que mantiene el fervor, –diríamos hoy el ardor– y lleva a ser
consecuente en la vida con lo que se busca y se ve con la fe, en la
oración. El fervor, la sed, el tesón, son apertura a la gracia que
da a la vida una unidad sin fisuras: El hombre de Dios, es pro-
fundamente humano, y libra su batalla en este domicilio huma-
no, y es con estas dificultades concretas y también con éstas ayu-
das que tenemos a la manos como logra la conquista. Una con-
quista que nos la han merecido, pero que es necesario querer dis-
frutarla y celebrarla: A nadie se le obliga ni siquiera a gozar de la
resurrección.

Domingo orante, “fervoroso”, deseoso de Dios, o como quera-


mos llamarle, se abre a su don e intenta entrar en su dinámica.
Fijo en lo único necesario, en Dios y en su misericordia que quie-
re derramarse para que ni uno solo se pierda, Domingo vive al
aire del Espíritu. Y esto ¿cómo se plasma? En la confianza y el
abandono.

2. Confianza y abandono: ecuanimidad

Dice Jordán que:

“Su ecuanimidad era inalterable, a no ser cuando se turbaba


por la compasión y la misericordia hacia el prójimo. Y como

5. Hc 20,22-30.
52 CELEBRAMOS LA VIDA

el corazón alegre alegra el semblante, la hilaridad y la benig-


nidad del suyo trasparentaban la placidez y el equilibrio del
hombre interior”.6

Nos cuesta este equilibrio emocional y espiritual, tal vez por-


que “estamos más fuera que dentro”, o porque estando dentro
somos el centro de nuestras contemplaciones. Vivimos exiliado
de nosotros mismos.

La ecuanimidad de Domingo, nace de su íntima unión con el


Dios de Jesucristo, que besó la naturaleza humana, se vistió de
ella, y desde ella quiso “buscar el Reino” y no las añadiduras.

Esas añadiduras que nos llevan de cabeza son las que nos qui-
tan la paz, la que nos hacen “vehementes, impulsivos, intransi-
gentes, subjetivos, capaces de juzgar a los otros, injustos…”. Las
que nos desparraman y dispersan.

Esas “añadiduras” son las que nos atan a las cosas y a las
obras. Son esos pequeños o grandes feudos que guardamos con
la celosa pasión del guerrero que está en pie de guerra y que debe
a toda costa mantener “su fortaleza”, el castillo de sus sueños y
desvelos.

“Su ecuanimidad era inalterable, a no ser cuando se turbaba


por la compasión y la misericordia hacia el prójimo”. Con-
templarle de manera orante, puede ayudarnos a hacernos pre-
guntas inquietantes, pero no menos importantes:

¿Qué nos quita la paz?: ¿la compasión hacia el sufrimiento de


los otros?, ¿la urgencia de dar respuesta evangélica?, ¿el celo por-
que todos estén bien?, ¿las guerras?, ¿las injusticias? O por el
contrario los “otros tipos de celos” que son más rastreros: ¿la
autocompasión?, ¿el miedo?, ¿la cobardía?, ¿el futuro incierto?,
¿el jugar en minoría...?

6. Escritos Beato Jordán de Sajonia. Nº 103. Sto Domingo de Guzmán, fuentes.


Galmés y Vito T.Gómez. BAC 1987, p. 117.
MIRANDO A DOMINGO 53

Dicen que la ecuanimidad nace de “conocer” en toda su hon-


dura lo que significa “dejar pasar”. Lo que tantas veces le oímos
a Moratiel: Vivir es pasar, orar es pasar, trabajar es pasar... esvi-
vir sin “engancharse, con libertad, sin ataduras.
Ese conocimiento es el que nos lleva a habitar en la quietud
que nace de la confianza que nos da el saber que “todo es gra-
cias” y “que estamos en buenas manos”.
Ese conocimiento profundo es el que calma nuestra mente,
aquieta nuestros afanes, serena nuestro corazón, y nos permite
estar plenamente presentes en todas las experiencias cambian-
tes que constituyen nuestra vida; pero estar confiando.
El que es ecuánime, el que vive de dentro, –como en este caso
Domingo a quien volvemos nuestra mirada– sabe además “con-
vivir con el misterio”; y desde esta convivencia armónica no juz-
ga, sino que cultiva todo aquellos que le permite acoger lo que
sucede tal como es, sea lo que sea. Esta aceptación nos identifi-
ca con Jesús que sólo ansiaba la voluntad del Padre, y allí encon-
traba la fuente de su seguridad y confianza: Nada nos puede
pasar que esté fuera del alcance de nuestro Dios; y si pasa, Él no
nos deja solos.
Se ha dicho que somos tan cambiantes porque intentamos
“controlar” todo lo que nos sobreviene y porque nos lanzamos
“sobre nuestros derechos” y las cosas de manera voraz. Y esa
voracidad nos debilita: Domingo era “un vaso de honor y de gra-
cia”, abierto a acoger el don, nunca cerrado para acaparar.
El que se abre con confianza a la vida, aprende a dar el valor
a las cosas, y nada ni nadie puede arrebatarle su libertad interior,
la que nace del equilibrio.

3. Domingo un hombre feliz: La alegría

Fruto de esa ecuanimidad es la alegría, nos dice Jordán,


“como el corazón alegre alegra el semblante, la hilaridad y la
54 CELEBRAMOS LA VIDA

benignidad del suyo trasparentaban la placidez y el equilibrio del


hombre interior” 7.

La experiencia de Dios, además de serenarnos, nos quita los


agobios y nos hace descubrir en esa confianza una alegría profun-
da y serena que se transparenta en nuestra vida. Una alegría, que
nos dice Jordán, manifestaba el equilibrio interior de Domingo.

¿Por qué Domingo estaba alegre? Porque como los discípulos,


dejó entrar a Jesús en su casa, se llenó de alegría y dejó que Jesús
le anunciara su paz.

Su alegría nace de ver a Jesús que vive y que viene de la muer-


te: ¡que la muerte no ha podido con Él!

La alegría del predicador, nace del contacto con Jesús resuci-


tado; una alegría que refleja la paz que él nos dejó; una alegría y
una paz de quien sabe que la muerte no tiene la última palabra;
porque a pesar de nuestras resistencia –miedos, puertas cerra-
das, etc.– Jesús se hará presente para anunciarnos y regalarnos
su vida y su paz.

Se ha dicho que de la frente de Domingo se desprendía un


rayo de luz, una estrella, y ésta sin duda iluminaba su rostro
alegre y sereno. Y se ha dicho también que Domingo fue un
hombre de luz –ya la abuela Juana, su madre, le había visto
con una antorcha en la boca, llevando la luz– y le invocamos
como “Luz de la Iglesia”.

Esto quiere decirnos que Domingo vio las cosas con claridad,
como son, con su belleza y con toda su fealdad. Se decía que él
durante el día estaba lleno de alegría, que reía con los frailes, y
que por las noches solo, lloraba, desahogaba con Dios su cora-
zón. La luz que recibía en las horas de intimidad con Dios, le per-
mitía ver la verdad de las cosas y las personas durante el día, y
eso a su vez es lo que llevaba a la oración nocturna.

7. Ibíd.
MIRANDO A DOMINGO 55

Y continúa Jordán hablando de su alegría:

“El testimonio de su buena conciencia resplandecía siempre


en la serena placidez de su semblante, en su alegría, sin que
palideciera la luz de su rostro” 8.

Podemos “no estar contentos” o estar preocupados, pero per-


der la alegría, sería –dice Fray Timothy– uno de los grandes peca-
dos de los cristianos, de los dominicos, o un síntoma de que nos
hemos despistado del camino.

Y continúa diciendo Fray Timothy, en Palencia en el año


1995: “Domingo era un hombre de una gran alegría y de profundas
penas. Que son, de alguna forma, la misma cosa ya que él veía el
mundo tal como es, tal como Dios lo ve, totalmente bueno y mara-
villoso y, sin embargo, crucificado.

Contemplar a Domingo alegre y luminoso, nos presenta el reto


de intentar convertirnos en hombres y mujeres de luz, capaces de
ver las cosas como son, para poder compartir las penas y las ale-
gría, sin que ello nos quite la paz”.

Y termina diciendo Timothy que cuando Dios hizo el mundo,


vio que todo era bueno y aquella bondad está siempre ahí, aun-
que oculta y soterrada. Las horas de oración nos han de servir
para desenterrar esa belleza y bondad oculta que hay en los
otros, porque a pesar de todo, “son buenos” como lo es la crea-
ción. Se trata de saber “mirar”. El peor criminal, la persona más
depravada tiene una bondad profunda, una belleza que perma-
nece escondida, incluso para ellos mismos, pero que Dios ve ya
ama. Ese fue el secreto de la alegría de Domingo, por eso se decía
de él que “amaba a todos y de todos era amado”.

Domingo lloraba por las noches. Lloraba por toda la miseria,


el sufrimiento y el pecado del mundo, y nos dice el Padre Vicent

8. Ibíd.
56 CELEBRAMOS LA VIDA

de Cuesnongle, al igual que los testigos que clamaba y reclama-


ba a Dios diciendo: “Dios mío, misericordia mía, ¿qué será de los
pecadores?” Domingo oraba y reclamaba a Dios misericordia
para los hombres y mujeres, para la humanidad entera. Él sabía
que todos somos débiles y caemos, y que todos tenemos necesi-
dad de su cercanía, perdón: Misericordia.
El reto como dominicos y dominicas, es mirar a la cara al
dolor humano, dejarnos afectar por lo que está ocurriendo, y lle-
varlo a la oración dando siempre que sea posible una palabra de
misericordia, acogida y comprensión. Y sobretodo, que nazca de
nostros ese reclamo orante, a tiempo y a destiempo: “Dios mío,
misericordia mía, ¿qué será de los pecadores?” Dios mío, miseri-
cordia mía, ¿qué será de la humanidad? ¿qué será de nuestra
sociedad? ¿qué será de nuestro mundo?
Sólo es posible disfrutar de la alegría verdadera, si hemos
entrado en las zonas oscuras de la vida humana y conocido el
sufrimiento, porque es allí donde hallamos a Dios esperándonos,
crucificado y victorioso. Es la noche oscura de Juan de la cruz
que habla de “oh noche que juntaste amado con amada, amada en
el amado transformada”. En el dolor se manifiesta con fuerza la
victoria de la resurrección.
La alegría de Domingo nace después de haber entrado en la
oscuridad, que es donde se afronta con coraje la propia oscuri-
dad, los propios fracasos. Es entonces cuando nos encontramos
con Dios esperándonos con los brazos abiertos y podemos decir-
le: “Que brille tu rostro y nos salve”.
En este sentido la “crisis de la noche” es la oportunidad para
gozar de la luz del Padre que nos espera.
Hay una oración de Tagore, el poeta Hindú, lejano en el tiem-
po a Domingo, pero en la que se reflejan idénticos movimientos,
del mismo Dios que es inabarcable y que en todos los que le bus-
can deja una huella, un hambre, una sed, un deseo. Dice así:
MIRANDO A DOMINGO 57

¡Te necesito a Ti, sólo a Ti!


Deja que lo repita sin cansarse mi corazón.
Los demás deseos que dia y noche me embargan
son falsos y vanos hasta sus entrañas.

Como la noche esconde en su oscuridad


la súplica de la luz,
así en la oscuridad de mi inconsciencia
resuena este grito:
¡Te necesito a Ti, sólo a ti!

Como la tormenta está buscando la paz


cuando golpea la paz con su poderío,
así mi rebelión golpea tu amor y grita:
¡Te necesito a Tí, sólo a ti!

Dejemos que esta necesidad del único Dios, que inflamó el


alma y la vida de Domingo, se haga oración y no dejemos de
invocarle, sabiendo que “nos es más útil desde el cielo que desde
la tierra”. Y como decía Jordán:
“Imitemos, hermanos, en la medida de nuestras fuerzas, las
huellas paternas, dando al mismo tiempo gracias al Redentor,
que concedió tal caudillo a sus siervos por él regenerados, y
pidamos al Padre de las misericordias que, regidos por aquel
espíritu que mueve a los hijos de Dios, caminando por las
sendas de nuestros padres, merezcamos llegar sin descarríos
a la misma meta de perpetua felicidad y sempiterna biena-
venturanza en la que nuestro Padre felizmente ya entró.
Amén” 9.

9. Escritos Beato Jordán de Sajonia. Nº 109. Sto Domingo de Guzmán, fuentes.


Galmés y Vito T.Gómez. BAC 1987, p. 119.
5
FRAY DOMINGO, HOMBRE DE EVANGELIO
Fraternidad y pobreza

“Llamó a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los
demonios, y para curar enfermedades; y los envió a procla-
mar el Reino de Dios y a curar. Y les dijo: «No toméis nada
para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni ten-
gáis dos túnicas cada uno. Cuando entréis en una casa, que-
daos en ella hasta que os marchéis de allí. En cuanto a los
que no os reciban, saliendo de aquella ciudad, sacudid el pol-
vo de vuestros pies en testimonio contra ellos.» Saliendo,
pues, recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y
curando por todas partes” 1.

A la luz de este texto evangélico, que marca el fondo y la for-


ma del envío de Jesús y de lo que está llamado a ser aquel que es
enviado por Él, –el predicador– podemos ver a trasluz la imagen
de Domingo, como una filigrana, tal como nos presenta el beato
Jordán.

De su mano, y a la luz del Evangelio podemos profundizar en


dos aspectos esenciales de la vida de Domingo: La fraternidad y
la pobreza; o la comunidad donde todo se pone en común, don-
de “nadie tiene nada propio” y donde se comparten los bienes
materiales y espirituales, a ejemplo de la primera comunidad.

1. Lc 9,1-6.
60 CELEBRAMOS LA VIDA

“Todos los hombres cabían en la inmensa caridad de su cora-


zón y, amándolos a todos, de todos era amado.
Consideraba un deber suyo alegrarse con lo que se alegran y
llorar con los que lloran, y, llevado de su piedad, se dedicaba
al cuidado de los pobres y desgraciados.
Otra cosa le hacía también amabilísimo a todos: que, proce-
diendo siempre por la vía de la sencillez, ni en sus palabras
ni en sus obras se observaba el menor vestigio de ficción o de
doblez.
Verdadero amigo de la pobreza, usaba siempre vestidos viles”2.
Esto se manifestaba en su vida, y quiso que se transparentara
en la comunidad de sus hermanos y hermanas, a los que a la
hora de morir les legó precisamente una herencia espiritual:
“Tened caridad, conservad la humildad, poseed la pobreza
voluntaria”3.
Por encima de todo la caridad. Para Domingo la caridad, el
amor desinteresado, es el núcleo del seguimiento radical de
Cristo, la dimensión más esencial de nuestra vida de creyentes,
como fue el centro de su vida evangélica.
A la hora de su muerte, al encontrarse con sus frailes desola-
dos, Domingo, como Pedro al entrar en el templo a aquel tullido
al que dijo: “no tengo ni oro ni plata, pero lo que tengo, eso te
doy, en nombre de Jesús, levántate y camina”, nos dijo algo simi-
lar y nos dio los medios para caminar y avanzar: El nombre de
Jesús y el legado de su vida: “Caridad, humildad y pobreza volun-
taria”; no cualquier pobreza, pobreza voluntaria.
No nos dejó desheredados y huérfanos; no nos dejó desampa-
rados, sino que como consuelo nos dejó lo único que tenía: la

2. Escritos Beato Jordán de Sajonia. Nº 107-108. Sto Domingo de Guzmán,


fuentes. Galmés y Vito T.Gómez. BAC 1987, p. 119.
3. Narración sobre Santo Domingo de Pedro Ferrando Nº 50. Sto Domingo de
Guzmán, fuentes. Galmés y Vito T.Gómez. BAC 1987, p. 242.
FRAY DOMINGO, HOMBRE DE EVANGELIO 61

pasión por la voluntad del Padre que se hace visible en la figura


de Cristo pobre, “el que era rico, libremente asumió la pobreza
de nuestra realidad y pasó haciendo el bien, amando, viviendo la
caridad.
Nos hace herederos de lo único que tenía, y es la gracia de
Dios que nos permite responder, según nuestras posibilidades, a
la llamada de Jesús.
Nos legó todo lo que poseía, diciendo: estas cosas son, herma-
nos carísimos, las que os dejo, como a hijos, para que las poseáis
por derecho hereditario: “tened caridad, guardad la humildad y
abrazad la pobreza voluntaria” (P. Ferrando, n. 36).
Domingo nos dejo como herencia a sus hijos e hijas lo que él
mismo había considerado el mejor tesoro de su vida al servicio
del Evangelio: “Tened un solo corazón y una sola alma en el
amor”. Y el amor excluye la “falta de caridad”, el juicio, y hace
que uno se interese de verdad por el hermano, dé crédito a sus
motivaciones, le justifique, y por sistema, no desconfíe de él. Eso
es la caridad vivida en el seno de la comunidad. Si no se da, “algo
esencial falla”, y si se hiere a la caridad “no es a Dios a quien
tocamos en nuestra oración”, como dice la estampa de Sor
Milagros Zamora.
No perdamos de vista que la Orden nace en la sociedad
medieval en que la Iglesia se había feudalizado y se había
rodeado de poder y de riquezas, elementos incompatibles con
el Evangelio.
Esta situación de decadencia afectaba también la vida monás-
tica que poco a poco había perdido el sabor y el radicalismo del
evangelio de sus orígenes.
En la sociedad europea, que “oficialmente” era cristiana,
había un reclamo, un “clamor” generalizado por la reforma de la
Iglesia y de la vida religiosa. Un clamor y reclamo que “pide a gri-
tos” un reforma, una vuelta al Evangelio.
62 CELEBRAMOS LA VIDA

Domingo escucha, ve en el sur de Francia la austeridad de los


cátaros y como contrapartida la pompa de los legados, y tiene
una intuición claramente profética: Sabe que solo una vuelta al
Evangelio –no los otros, “yo” y así uno menos deberá reformar-
se– podría contrarrestar el avance de la herejía, y sobretodo, la
decadencia y descrédito de la Iglesia. Y para ello propone “sacar
un clavo con otro clavo”, ofreciendo una alternativa para vivir el
Evangelio con credibilidad.

Para Domingo, la ausencia de vida evangélica, especialmente


la falta de pobreza evangélica, es la razón del fracaso de la pre-
dicación de la Iglesia.

Para él el radicalismo evangélico –lo mismo que para Francis-


co– tiene dos rasgos fundamentales: la vivencia de la fraternidad
en el ámbito de la comunidad (es lo que formó Jesús, una comu-
nidad), la llamada “fraternidad o sororidad”, y la práctica de la
pobreza evangélica.

La primera comunidad, nos dice el libro de los hechos que


“tenían un solo corazón y una sola alma –Hch 4,32–: comunión
de fe y comunicación de bienes es el ideal que se propone. Quien
comparte lo esencial de la experiencia de Dios, como una exi-
gencia, comparte los bienes y no retiene nada para sí.

Domingo apuesta por lo nuevo en una sociedad nueva.


Cuando impera el feudalismo, apuesta por la fraternidad. Hoy
que impera el individualismo, en el que todo es “negociable”
menos los “intereses materiales” –las parejas ya no tienen el dine-
ro en común–, es necesario crear una sociedad nueva ofreciendo
también una alternativa.

Y, la alternativa es el vivir más allá de los contratos, en comu-


nidades de vida, que vienen a ser casas de predicación, no por-
que tengan la misión de predicar, sino fundamentalmente por-
que la vida fraterna es un testimonio o un anuncio práctico del
Evangelio.
FRAY DOMINGO, HOMBRE DE EVANGELIO 63

Domingo apuesta por comunidades fraternas que vivan el


espíritu de las Bienaventuranzas y que sean capaces de vivir el
abandono y la confianza en las manos del Padre y en la confian-
za y abandono en mano de los hermanos como mediadores.

Domingo sabe que la fraternidad y la pobreza son fuente de la


experiencia de Dios, y que ellas hacen creíble la predicación del
Evangelio:

“Todos los hombres cabían en la inmensa caridad de su cora-


zón y, amándolos a todos, de todos era amado” 4. Amar sin
retener, amar con corazón universal.

Y el beato Jordán insiste en un aspecto esencial de la vida fra-


terna de Domingo, una vida en la verdad, no sólo buscada con la
mente, sino vivida en las relaciones y en el vivir de cada día:

“Procediendo siempre por la vía de la sencillez, ni en sus


palabras ni en sus obras se observaba el menor vestigio de
ficción o de doblez”.

1. ¿Cómo vivió Domingo la pobreza evangélica?

Su vida, es la vida de un pobre “itinerante”. Los gestos con-


cretos de la pobreza de Domingo son abundantes, y están en
consonancia con lo que pide Jesús a los que quieren seguirle en
el Evangelio: “Quien no deja a su padre y a su madre por el
Evangelio, no es digno de mi...”. Y con el estilo de “llamada” de
Dios ya en el Antiguo Testamento: “Sal de tu tierra y ve a la tie-
rra que yo voy a mostrarte”. Así pues, Domingo renuncia a su tie-
rra, a su patria, y al patrimonio familiar, para vivir en la itine-
rancia como mensajero del Evangelio.

4. Escritos Beato Jordán de Sajonia. Nº 107. Sto Domingo de Guzmán, fuentes.


Galmés y Vito T.Gómez. BAC 1987, p. 119.
64 CELEBRAMOS LA VIDA

Pero la renuncia es constante y dura toda la vida. Siempre po-


demos dar más, porque “siempre seréis ricos para ser generosos”:
Ante la gran hambruna que azotaba la región en sus tiempos
de estudiante, renuncia al mayor tesoro que entonces podía tener
un estudiante: sus libros, y queda expuesto a la sorpresa del
mañana. Él estaba allí para estudiar, ¿qué haría de ahora en más
sin sus libros? Dios proveerá.
La itinerancia será un rasgo de la pobreza de Domingo vivida
en función de la predicación.
Pobre en la comida, vive de limosna contentándose con el
sustento de cada día y aguardando el del mañana.
“En la comida y en la bebida era templadísimo: rechazaba las
viandas delicadas, gustoso se contentaba con un solo plato y
usaba del vino aguándolo de tal forma y tenía tal imperio
sobre su carne, que atendía a las necesidades corporales sin
embotar la sutileza de su espíritu” 5.
Pobre en el vestido, gusta de llevar los vestidos más viles. Sólo
tiene una túnica y una miserable capa raída:
“Verdadero amigo de la pobreza, usaba siempre vestidos
viles” 6.
Camina sin dinero y sin alforja. Sólo lleva en sus caminatas el
bastón evangélico, un cuchillo –eran otros tiempos– y sus mejo-
res prendas apostólicas: el Evangelio de Mateo y las Cartas de
San Pablo.
Camina sin dinero, no tiene un denario para pagar el pasaje al
barquero que le hace la travesía del río.
Pobre en la habitación porque carece de ella. No tiene cama
para descansar después de sus fatigas apostólicas, ni siquiera dis-
pone de habitación propia en sus propios conventos.

5. Escritos Beato Jordán de Sajonia. Nº 108. Sto Domingo de Guzmán, fuentes.


Galmés y Vito T.Gómez. BAC 1987, p. 119.
6. Ibíd.
FRAY DOMINGO, HOMBRE DE EVANGELIO 65

Cuando va de camino vive a expensas de la buena voluntad


de los anfitriones, y aprovecha la oportunidad para encuen-
tros apostólicos. Cuando pernocta en sus propios conventos,
su habitación es la iglesia. Hasta para morir hubo de tomar
prestada la habitación del maestro Moneta en el convento de
Bolonia.

Su humildad no es una mera virtud moral, ni el fruto de la


obediencia a normas y mandatos tomados de reglamentos
humanos. Tampoco su humildad se reduce a una mera mo-
destia humana. Su humildad es una actitud evangélica, que
brota de una honda experiencia de Dios y de un profundo
conocimiento de si mismo en el Señor. Su humildad no es una
forma de comportarse ante los hombres; es una forma de ser
en Cristo.

2. Hermano de sus hermanos: amigo y compañero, varón


evangélico

Podemos preguntarnos por qué Domingo da tanta importan-


cia a la fraternidad evangélica. Buceando en su vida vemos que
él no se propone otra cosa más que el regreso al Evangelio, y pre-
cisamente la fraternidad evangélica fue el camino que eligió
Jesús para llevar a cabo su obra de salvación.

Jesús se formó una comunidad de vida, porque en Dios son


tres, y en la reciprocidad desinteresada, se da la amistad, que es
la manera que tiene Dios de amarse en el seno de la trinidad: No
es un amor impositivo, no es un amor que busca dominio, sino
que es un amor oblativo en el que cada uno es y hace y permite
que los otros sean. La Comunidad, tal como la quiere Jesús, es
un espacio donde, alimentados de su cuerpo y sangre, los her-
manos “sean” miembros de su cuerpo, y en Él sean uno: com-
partiendo su misión y su vida.
66 CELEBRAMOS LA VIDA

Dice el Beato Jordán que:

“Se atraía fácilmente el afecto de todos; cuantos le miraban


quedaban de él prendados. Dondequiera se hallase, fuese de
viaje con sus compañeros, en las casas con sus hospederos y
sus familiares, entre los magnates, entre los príncipes y los
prelados, siempre tenía palabras de edificación y abundaba
en ejemplos, con los cuales inclinaba los ánimos de los oyen-
tes al amor de Cristo y al desprecio del mundo. En todas par-
tes, sus palabras y sus obras revelaban al varón evangélico.

Durante el día nadie más accesible y afable que él en su tra-


to con los frailes y los acompañantes” 7.

Dice el Evangelio que cuando Jesús se aparece a María la lla-


ma por su nombre y la envía a sus hermanos8.

Domingo entiende que hemos de anunciar al Resucitado a los


hermanos, y con ellos al mundo, “también hermano”. La comu-
nidad es como el microcosmos donde se gesta la predicación
viviendo el amor, y se irradia al mundo.

“Ser hermano –dice Fr Timothy– es mucho más que pertenecer


a una comunidad y llevar un hábito. Implica una profunda trans-
formación de mi ser. Ser hermano de sangre de alguien es más que
tener los mismos padres; implica relaciones, que me han ido for-
mando poco a poco para llegar a ser la persona que soy.

De modo semejante, ser hermano/a en la Orden me exigirá


una transformación paciente, a veces dolorosa, de lo que soy” 9.
Habrá momentos, quizá prolongados, de muerte y resurrección.
La alegría y la tristeza que tejen nuestra existencia y de la que ya
hablábamos”.

7. Escritos Beato Jordán de Sajonia. Nº 104-105. Sto Domingo de Guzmán,


fuentes. Galmés y Vito T.Gómez. BAC 1987, p. 118.
8. Cfr Jn 20,16-17.
9. Fr. Timothy Radcliffe, O.P. Carta a nuestros frailes y hermanas en formación
inicial. Fiesta del Beato Jordán de Sajonia 1999.
FRAY DOMINGO, HOMBRE DE EVANGELIO 67

En la Orden no hay títulos más alto que ser “hermano/a de los


hermanos/as”, y tampoco hay mayor dignidad que la fraternidad:
hermano/a de los/as hermanos/as.

“Cuando era estudiante, recuerdo la visita de un sacerdote de otra


provincia a nuestra comunidad en Oxford. Cuando llegó, había un
dominico barriendo el vestíbulo. El visitante le preguntó: ‘¿Es usted
un hermano?’. ‘Sí’, contestó. ‘Hermano, vaya a traerme una taza de
café’. Después del café, le pidió al hermano que le llevara las maletas
hasta su cuarto. Y finalmente el visitante le dijo: ‘Ahora, hermano,
quiero ver al Padre Prior’. El fraile contestó: ‘Yo soy el Prior’”.10

Podemos afirmar que en la comunidad dominicana, convoca-


dos “para tener una sola alma en Dios”, los hermanos, no somos
una suma de individualidades reunidas para “realizarnos”: No.

Somos un grupo de hombres y mujeres convocados personal-


mente por el Dios de Jesucristo para hacer nuestra la causa del
Reino: “He oído los clamores de mi pueblo y no he podido sopor-
tarlos, por eso vete y diles...” 11, para ser enviados: “Id y haced dis-
cípulos de todas las naciones…Anunciad el Evangelio, la Buena
Noticia”12.

De allí que es importante plantearse la vida de la comunidad


en función de la escucha de la voz de Dios que nos convoca des-
de la zarza ardiente de su Palabra y desde los gemidos de su pue-
blo. Esos gemidos son los que quemaban las entrañas de
Domingo, los que le hacían sembrar generosamente la Palabra
que él quería llevar “a los cumanos”, a los alejados.
Predicar desde la comunidad, desde la fraternidad, que de-
nuncia el individualismo reinante en nuestra sociedad; por-
que el testimonio comunitario es mucho más profundo y com-
prometido que el testimonio personal, porque éste es revelador

10. Ibíd.
11. Ex 3,7-12.
12. Mt 28,18-19.
68 CELEBRAMOS LA VIDA

y portador de un anhelo compartido, y de una apertura a la


gracia desde la comunión.
La predicación dominicana se nutre de la “mendicancia”, esto
es de la apertura humilde a la Palabra; de la itinerancia, que es,
disponibilidad radical al plan de Dios que no sólo nos pone en
camino para servir, sino que pone en movimiento nuestra men-
te y nuestro corazón.
La predicación dominicana, va más allá de la exposición de
verdades y normas, es esencialmente compartir la experiencia de
Dios desde la sencillez de vida y su paso por nuestra historia; es
decir con la sonrisa, la acogida, la disponibilidad y las puertas
abiertas, que Dios nos ama, que nos acoge como somos y que no
hay nada más grande que vivir en el amor.
Cuando Domingo fundó al Orden y dispersó a los frailes, los
llamó a ser lo que cada uno era, y a enriquecer con su manera de
ser a la Orden y a la predicación.
Dice Fray Timothy en su carta a los hermanos en formación
que “Cuando nos integramos al noviciado, una de las sorpresas
puede ser descubrir que mis compañeros llegan con visiones de la
vida dominicana muy diferentes de la mía.
Cuando entré en la Orden me atrajo poderosamente no sólo la
búsqueda de Veritas, sino también la pobreza de Domingo. Me
imaginaba en las calles mendigando la comida. Pronto descubrí
que la mayoría de mis connovicios consideraban esto como un
tonto romanticismo. Algunos se sintieron atraídos por el amor al
estudio; otros por el deseo de luchar por un mundo más justo.
“Quizá os escandalice el ver a otros novicios desempacando enor-
mes cantidades de libros o un reproductor de CD. Algunos de voso-
tros desearéis llevar el hábito las veinticuatro horas del día, otros
quitárselo lo antes posible. Fácilmente nos pisoteamos mutuamen-
te nuestros sueños” 13.

13. Fr. Timothy Radcliffe, O.P.Carta a nuestros frailes y hermanas en formación


inicial.Fiesta del Beato Jordán de Sajonia 1999.
FRAY DOMINGO, HOMBRE DE EVANGELIO 69

A menudo existe esta tensión entre generaciones y mentalida-


des, y esto nos hace sufrir. Algunos jóvenes que llegan a la Orden
hoy en día valoran altamente la tradición y los signos visibles de
la identidad dominicana: estudiar a Santo Tomás, los tradicio-
nales cantos e himnos de la Orden, vestir el hábito, celebrar
nuestros santos. Con frecuencia los frailes de una generación
anterior están desconcertados ante este deseo de encontrar una
identidad dominicana clara y visible. Para ellos la aventura había
sido dejar atrás los estilos antiguos que parecen interponerse
entre nosotros y la predicación del Evangelio. Teníamos que
estar en los caminos, con la gente, viendo las cosas a través de
sus ojos, anónimos si queríamos estar cercanos. Ocasionalmente
esto puede acarrear un cierto malentendido, incluso una mutua
sospecha. Las provincias actualmente florecientes son a menudo
aquellas que han logrado ir más allá de tales conflictos ideológi-
cos. ¿Cómo podemos construir una fraternidad más profunda
que estas diferencias?
Por lo tanto, la fraternidad está fundamentada sobre algo más
que una visión única. Se construye pacientemente, aprendiendo
a escuchar al otro, a ser fuerte y a ser débil, aprendiendo la
mutua fidelidad y amor fraterno.
Los anhelos de un corazón pobre, y de un hombre evangélico,
con corazón universal, quedan plasmados en esta parábola, que
nos habla de aquello que sacia nuestra sed y es la fuente inago-
table de nuestra vida y vocación orante-predicadora:

“Cuenta la leyenda que había una vez un pequeño riachuelo


que atravesaba un típico pueblo de montaña. Vivía alegre y
feliz, pero había una cosa que le preocupaba: él sabía que
toda su riqueza, toda su vida era su agua. Pero, precisamen-
te esta agua que era toda su vida, se le escapaba continua-
mente, no la podía retener.

Y se preguntaba: ¿Qué pasaría si alguna vez no le llegara


agua nueva?
70 CELEBRAMOS LA VIDA

Pero un día, descubrió que el agua le venía del deshielo de las


nieves perpetuas de una montaña muy alta que él no había
visto nunca. Cuánto más calor, más deshielo y más agua
nueva. No tenía ningún peligro de quedarse sin agua, porque
estaba conectado a las nieves perpetuas.
El pequeño riachuelo se puso muy contento y pensó que una
cosa así hacía falta celebrarla. Por eso, convocó a los árboles
que crecían a su orilla, a las hortalizas de la ribera, a los pes-
cados, a pájaros y a la gente del pueblo, y preparó una gran
fiesta. Y el riachuelo aprovechó aquella ocasión para decirles:
“Hoy me comprometo ante todos vosotros a daros siempre
toda mi agua. Soy un río afortunado, no debo sufrir por el
agua”.
Domingo se sintió como ese riachuelo pequeño: ¿él sabía que
estaba conectado a la vida, a la fuente. Por eso no tuvo miedo de
que le faltara el agua, de que no le llegara el agua nueva.
Domingo sabía que la fuente de la Caridad era inagotable
Que también nosotros/as, como el pequeño riachuelo sepa-
mos que estamos conectados a la fuente de la VIDA que es Jesús,
pan partido y repartido, y que por eso, no perdamos el tiempo
intentando “retener” nada, al contrario que compartamos con
alegría el agua que se nos da generosamente.
¿Porque tenemos miedo? ¡La fuente es inagotable y se nos da
hasta la saciedad!
6
DOMINGO ORANTE
Y LA ORACIÓN DOMINICANA

Siempre digo que sabemos más de la oración de Santo Do-


mingo que de su predicación: No tenemos homilías suyas, solo
unos pocos escritos, alguna bula, alguna frase suelta y una carta
a las monjas de Madrid. Tampoco tenemos como los Jesuitas
una obra como los “Ejercicios Espirituales”, ni como los
Carmelitas la gran obra de Santa Teresa y San Juan de la Cruz.
Pero si tenemos la radiografía de su relación con Dios.

Podemos decirlo más alto, ero no más claro: Si Domingo fue


un predicador significativo, fue precisamente porque fue un
gran orante. Hizo de su vida oración, porque trabajó y se dejó
trabajar ininterrumpidamente en la oración.

Domingo es el prototipo del discípulo de Jesús que “habla de


Dios” porque “habla con Dios”; y porque habla con su Dios, le
conoce y puede hablar de Él a los hombres, ¡con conocimiento
de causa!, como se habla de un amigo íntimo. Cuando alguien se
ha enamorado, el monotema es la persona amada, y todo le
recuerda a ella, y cualquier cosa que ocurra es un motivo o una
excusa para pensar o hablar de ella.

La vida de Domingo, como la de Jesús, discurrió entre la pre-


dicación a las gentes, y las escapadas nocturnas o matutinas para
orar. Y esto era así no por imposición exerna alguna, sino porque
72 CELEBRAMOS LA VIDA

estaba cautivado y seducido por su Dios, manifestado en Jesu-


cristo como el Dios de las misericordias.
Prueba de ello es que los testigos del proceso de canonización
son unánimes al hablar de su oración, y el maestro Jordán, insis-
te diciendo:

Durante el día nadie más accesible y afable que él en su tra-


to con los frailes y los acompañantes. Por la noche, nadie tan
asiduo a las Vigilias y a la oración…
...Dedicaba el día a los prójimos; la noche, a Dios...

Era costumbre tan arraigada en él la de pernoctar en la iglesia,


que parece haber tenido muy rara vez lecho fijo para descan-
sar. Pasaba, pues, la noche en oración, perseverando en las
vigilias todo el tiempo que podía resistir su frágil cuerpo…”.1
La predicación de Domingo se nutría de sus noches de ora-
ción, y su oración se alimentaba de los rostros crucificados que
encontraban en el camino cada día.
La oración era la fuente de la que bebía de la sabiduría, y el
espacio en el que estrechaba su relación con Dios y con los her-
manos. La vida comunitaria, o la vida fraterna en común, hunde
sus raíces en la experiencia de Dios.
En las imágenes de sus modos de oración le vemos como una
flecha, apuntando al cielo, como “queriendo tocar” a Dios, “ara-
ñando el cielo”; o rostro en tierra, besando el barro de la natura-
leza humana, pidiendo a Dios, tenga misericordia de los pecado-
res, “de él el primero”; que tenga misericordia de la humanidad.
Lo importante al hablar de la oración de Domingo no es con-
templarle, sino, contemplar a quien Él contemplaba, y animados
por su ejemplo, hacer con él el camino de seguimiento de Jesús,
desde la experiencia contemplativa de su amistad.

1. Escritos Beato Jordán de Sajonia. Nº 104-106. Sto Domingo de Guzmán,


fuentes. Galmés y Vito T.Gómez. BAC 1987, pp. 118-119.
DOMINGO ORANTE Y ORACIÓN DOMINICANA 73

Una cosa que conviene tener presente de la oración de Domin-


go, es que no es una oración intimista: no es él centro de su diá-
logo con Dios; ni es un espacio de autocomplacencia y de “ener-
gía” personal –como dirían nuestros postmodernos contemporá-
neos–. No. El centro es Jesucristo y todos los rostros que duran-
te el día se cruzaban con él, los que ocupan el corazón de su ora-
ción.
Su oración es una oración llena de nombres y de rostros: una
urgencia puesta en clave de confianza ante el único que puede
tocar y cambiar los corazones: ante el Dios de los posibles y de
los imposibles. Un Dios que es capaz de sacarnos del abismo. Un
Dios que si hay que apretar, aprieta y hasta ahoga, pero lo que
está claro es que no nos deja en la estacada, ¡y si es necesario nos
hace respiración asistida!
La Orden de Predicadores, una Orden apostólica en la que el
silencio, la oración, la meditación, el estudio, la contemplación,
forjan la vida de los predicadores, al igual que forjaron la vida y
el alma de Domingo. Y si la Orden no predica con “eficacia” es,
posiblemente porque su dimensión más contemplativa ha decaí-
do o se ha debilitado.
Domingo se retiraba al silencio para “procesar” las historias,
las preocupaciones y los sufrimientos; las inquietudes y anhelos;
los interrogantes, que poblaban sus jornadas. Nos dicen sus con-
temporáneos que Domingo “sólo hablaba con Dios o de Dios”,
y que lo hacía sin interrupción: en casa, en los caminos, con los
hermanos, durante la jornada, en las noches. Oraba con intensi-
dad, ¡hasta las lágrimas y los gemidos!
Se nos insiste por activa y por pasiva, en los testimonios del
proceso de canonización, que Domingo pasaba las noches en
oración, que ardía en amores suplicando misericordia, y en ellos
vemos cómo los frailes solían expiarlo para ver cómo oraba. Esto
quiere decir que su oración ocupaba un lugar significativo y que
era la fragua de su propia vida y de la predicación.
74 CELEBRAMOS LA VIDA

Por eso, para “aprender” de su oración, o mejor, para dejar-


nos enseñar por él, podemos asomarnos a su oración y observar-
lo como lo hacían los frailes y pedirle con fe, como los discípulos
se lo pedían a Jesús, que nos enseñe a orar:
¿Cómo oras, Padre Domingo?
¿Cuál es el secreto de tu intimidad con Dios?
¿Qué fuego devora tus entrañas?
Nuestro itinerario será descubrir ese fuego que devora sus
entrañas; intentar acercarnos a su corazón enamorado, y junto a
él hacer la experiencia de la oración.

1. Hemos venido a contemplar y a predicar

Llegó a mis manos una estampa de los Grupos de Oración y


amistad de Monseñor Josep Maria Cases, entonces obispo de
Segorbe-Castellón, en la que en el reverso se leía con letra gran-
de, en negrita y además con un recuadro –¡como para no pasar
desapercibido!– una frase que decía: “Quien contempla no se
contempla”.
Podríamos afinar un poco más y precisar, en clave dominica-
na diciendo que “Quien le contempla, no se contempla”. Y si
a esto lo tenemos claro –en la mente y en el corazón– os aseguro
que tenemos todos los puntos para disfrutar de nuestra vocación
y para evitar muchas crisis, que tanto nos hacen sufrir, sobre
todo cuando nos convertimos en el centro de nuestra contem-
plación. Domingo es un hombre contemplativo de Dios, y del
misterio:
“Quien contempla, quien LE contempla, no se contempla”.
Hemos sido convocados para vivir el “contemplata aliis trade-
re”, para Contemplarle y anunciarlo2; y a algo más, para “ dejar-

2. ¿qué ves en la noche? Dinos centinela, reza un Himno de Vísperas.


DOMINGO ORANTE Y ORACIÓN DOMINICANA 75

nos contemplar por Él”, para vivir con transparencia ante su


mirada, en su presencia. No como quien está siendo observado
para ser sorprendido y castigado cuando falla, sino para expo-
nernos con las manos vacías, con nuestra pobreza y nuestros
anhelos ante Aquel que nos ama siempre y a pesar de todo, y que
puede saciarnos. Ante Aquel ante quien “la imagen”, “el aparen-
tar”, “la fachada”, no tienen nada que hacer, porque tiene la vir-
tud de mirar a los corazones.
Lo que fundamenta nuestra opción de vida y en torno a lo
cual gira nuestra vocación dominicana es el haber sido convoca-
dos para contemplarle, que en dominicano, es la condición abso-
lutamente necesaria para predicarle. Y si me apuran un poco
más, para contemplar el mundo y las cosas bajo el prisma de esta
contemplación, “viendo las cosas como Dios las ve”.
Si bien la contemplación es un don gratuito, hay una serie de
actitudes y medios que nos disponen para el encuentro con Dios;
para que su paso por nuestras vidas sea fecundo, deje huella y nos
transforme en aquello que hemos contemplado. Domingo orante
que con sus actitudes y su vida es como una flecha que nos indi-
ca el camino y que nos introduce en el seguimiento de Jesús, nos
puede iluminar al preguntarnos:

¿Cómo es nuestra contemplación? ¿qué características tiene?


¿nos abre al mundo, o nos cierra a nuestro micro-mundo?

2. Oración dominicana – Oración Cristiana

Podemos preguntarnos: ¿Hay una oración dominicana?


Nuestra oración: ¿no es oración cristiana?
¿A quien oramos, por qué oramos? ¿cómo oramos y cómo
podemos orar mejor?
Vale la pena resaltar que nuestra vocación, nos pone en la
órbita del seguimiento de Jesús, “el gran orante”, aquel que se
76 CELEBRAMOS LA VIDA

complacía en la voluntad del Padre, que pasaba haciendo el bien,


compadeciéndose de las muchedumbres, y que sin embargo no
anhelaba más que hacer la voluntad del Padre que buscaba en la
oración. ¡Cuántas veces nos dicen los evangelios que Jesús se
retiraba para orar!

Dirigimos nuestra mirada a Domingo, como cristiano, como


Padre que nos legó una herencia, como hermano, pero funda-
mentalmente como discípulo fiel de Jesús. Él nos prometió ser-
nos más útil desde el cielo, y por eso vamos a apelar a su palabra
y “al poder” que le da el contemplar a Dios cara a cara.

Se ha dicho no sin razón que Domingo es la síntesis y expre-


sión viva del monje y del apóstol: Ora y estudia; predica y ayuna;
duerme en tierra y camina descalzo; permanece en silencio, y
predica; anima a que los frailes participen vivamente en la litur-
gia, y se recoge en el silencio de la noche. Les consuela y les
exhorta.

Enamorado del Evangelio, seducido por la Verdad, optó por


caminar en compañía de muchos hermanos y hermanas. Y lo
hizo de tal manera, que a pesar del tiempo transcurrido, sus hue-
llas se vuelven paradigmáticas y son capaces de iluminar las bús-
quedas de los hombres y mujeres de diferentes épocas. ¡También
de la nuestra!

Después de muchos años de vida religiosa ¡seguro que tenéis


más sed que al comienzo!, aunque a veces tengáis ciertas año-
ranzas de “aquello que sentíamos” y que nos lanzaba y lanzó a
dejarlo todo por el Reino. Es buena la nostalgia, y es en gran
medida el motor que nos empuja hacia Aquel que nos sedujo y
que no deja de convocarnos.

No es un tópico decir que el secreto de la fecundidad de


Domingo estriba precisamente en su insobornable confianza en
Dios; confianza acrisolada en la prueba: No olvidemos su itine-
rario:
DOMINGO ORANTE Y ORACIÓN DOMINICANA 77

Si me permitís, hay un relato o una parábola que refleja qué


ocurre en el que construye desde dentro; en el que pone su con-
fianza en Dios y no en las cosas; en el que ha jugado todos los
números a una sola carta ¡y no ha perdido!

“Dice la leyenda de Galeano que No había fiesta en el llano ni


baile sin el arpa mágica del maestro Figueredo. Sus dedos
acariciaban las cuerdas, se prendía la alegría y brotaba in-
contenible el ancho río de su música prodigiosa.

Continúa diciendo que se pasaba de pueblo en pueblo, anun-


ciando y posibilitando la fiesta. El, sus mulas y su arpa, por
los infinitos caminos del llano.

Una noche, tenía que cruzar un bosque espeso y allí lo espe-


raron los bandidos. Lo asaltaron, lo golpearon salvajemente
hasta dejarlo por muerto y se llevaron las mulas y el arpa. A
la mañana siguiente pasaron por allí unos arrieros y encon-
traron al maestro Figueredo cubierto de moretones y de san-
gre. Estaba vivo, pero en muy mal estado. Casi no podía
hablar. Hizo un increíble esfuerzo y llegó a balbucir con unos
labios entumecidos e hinchados: “me robaron las mulas”.
Volvió a hundirse en un silencio que dolía y, tras una larga
pausa, logró empujar hacia sus labios destrozados una nue-
va queja: `me robaron el arpa”. Al rato, y cuando parecía que
ya no iba a decir nada más, empezó a reir. Era una risa pro-
funda y fresca que inexplicablemente salía de ese rostro deso-
llado. Y, en medio de la risa, el maestro Figueredo logró decir:
¡pero no me robaron la música!”.
No dejemos que nos roben la “música” la ilusión, la esperan-
za, los sueños, la utopía. La felicidad que nace de saber en manos
de quien hemos puesto nuestra vida sabiendo que no quedare-
mos defraudados.
Esa esperanza, esa confianza se cultivan en el trato diario,
continuo, ininterrumpido que impregna nuestra vida y nuestra
78 CELEBRAMOS LA VIDA

jornada: La oración. Os invito entrar, de la mano de Domingo, en


esta dinámica, sobre todo cuando parece que la esperanza anda
en horas bajas o agónicas.
Nieva mucho y fuerte en los corazones que buscan calor lle-
nándose de cosas: sólo desde la experiencia de Dios, del Dios de
la misericordia podremos encender sus corazones, dándoles
calor y abrigo, pero para ello hemos de arder: “Arder e iluminar”,
esta es nuestra consigna y nuestra manera de vivir y de ser.
7
“A LA ESCUCHA DE LA PALABRA:
COMPROMISO CON EL REINO”
Marta y María y nuestra vida consagrada hoy

Introducción

Me parece del todo sugerente la imagen de Marta y María, las


hermanas de Lázaro, pero fundamentalmente, “las amigas de
Jesús” como referente para la vivencia de vuestra vocación domi-
nicana en el siglo XXI, en el aquí y ahora de nuestra historia.
A la escucha de la palabra de Jesús y comprometidos con el
Reino, son los dos aspecto esenciales de la vocación cristiana, y
más concretamente de los que hemos hecho “profesión de vida
evangélica” en la Orden de Predicadores, asumiendo libremente
un compromiso con la Palabra de Jesús que ha resonado en
nuestras vidas y que nos ha convocado para compartir su
misión, “su celo por las cosas del Padre”. Escuchar la Palabra, y
comprometernos con ella, “servirla”, sería la encarnación del
“Contemplata aliis tradere” que define nuestro carisma y espiri-
tualidad.
Cuando a Dom Helder Câmara le preguntaron por el evange-
lio de Marta y María, no dudó en afirmar que ha sido una autén-
tica tentación contraponer a María y Marta; la contemplación y
la acción; la oración y el servicio. Y recordaba que no podemos
tomar la parte sin tener en cuenta el todo en el contexto del
Evangelio, y menos aun olvidarnos que el Señor resumió la Ley
80 CELEBRAMOS LA VIDA

y los Profetas en dos mandamientos: “Ama a Dios y ama a tu pró-


jimo”; concretando que el ideal planteado por Jesús consiste en
“tener las manos de Marta y el corazón de María” 1.
De entrada quiero dejar constancia de mi inclinación a pensar
que Marta y María son la encarnación –cada una con sus carac-
terísticas– de la unión indisoluble que existe en la vida auténti-
camente cristiana, y particularmente en la vida dominicana: de
la oración que informa, nutre y alimenta la propia vida, y del ser-
vicio y la predicación que es una consecuencia lógica de quien ha
escuchado al Señor y no puede menos que servirle. No podemos
empeñarnos “en separar lo que Dios ha unido” fundamental-
mente a partir de la encarnación del Verbo.
Notemos que “una mujer llamada Marta, le recibió en su ca-
sa” 2. ¡No andaría tan distraída si le “recibió” y si tomó nota de lo
que Jesús le dijo! Tanto que, antes que María, cuando la muerte
de Lázaro “le salió al encuentro mientras María permanecía en
casa” 3. Su fe era también muy grande, y su recibimiento a Jesús
en el episodio de la muerte de su hermano, es calcado al de
María: “Señor, si hubieras estado aquí mi hermano no habría
muerto” 4, igual que María, sólo que María, “cayó a sus pies” y le
dijo lo mismo5. Es más, la confesión de fe de Marta es una autén-
tica perla que revela, nuestras búsquedas, nuestras luchas, y
nuestra fe:
“Señor, si hubieras estado aquí mi hermano no habría muer-
to. Pero yo sé que cuanto tú pidas a Dios, Dios te lo concede-
rá. Le dice Jesús ‘Tu hermano resucitará’. Le respondió
Marta: ‘Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día’.
Jesús le respondió: ‘Yo soy la resurrección, el que cree en mí,
aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no mori-

1. El Evangelio con Dom Helder Câmara. Sal Térrea, Santander 1987, pp. 131 ss.
2. Lc10,38.
3. Jn 11,20.
4. Jn 11,21.
5. Jn 11,32.
“A LA ESCUCHA DE LA PALABRA: COMPROMISO CON EL REINO” 81

rá jamás. ¿crees esto?’. Dicho esto le dice: ‘Si Señor, yo creo


que tu eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mun-
do’. Dicho esto se fue a llamar a su hermana María y le dijo:
‘Él Maestro está ahí y te llama’”.6 Al igual que Andrés cuan-
do conoció a Jesús y fue a llamar a su hermano Pedro,
Marta, llama a su hermana porque “el Maestro” está ahí.
Esa es una dimensión esencial de nuestra vocación cristiana:
avisar con la vida y las actitudes que el Maestro está ahí y nos lla-
ma. Es ese el mejor servicio que podemos hacer a los que ama-
mos: Decirles que el Maestro está ahí.
Unos días de retiro o reflexión, pueden ser un tiempo de gra-
cia, en el que el Señor nos recuerde que todo lo que estamos
haciendo por el Reino es muy bueno; pero sin duda es también
una oportunidad para pararnos, y escuchar cómo nos dice que
no olvidemos la mejor parte, la que no se nos quitará. Si le aco-
gemos en nuestra casa, en nuestro corazón, y le servimos, –como
lo hace cada un0– cada día en la misión, en el colegio, en la
parroquia, en el servicio a la comunidad, en la predicación, en
los pobres, etc., seguramente escucharemos su reclamo para que
ahondemos también la acogida de Él como huésped de nuestro
corazón. Y si le acogemos, Él dilatará nuestro corazón para aco-
ger a todos.
Estamos intentando en estos días, sintonizar con la Palabra
de Jesús y dejar que nos interpele para ver qué quiere Dios en
esta hora que se presenta tan llena de interrogantes.
Estamos a los pies de Jesús, como María, alimentándonos de
su Palabra, practicando la escucha; y como Marta vamos a prac-
ticar la acogida y la hospitalidad a los hermanos, que seguro que
tienen algo que decir. Y vamos a disponer el corazón en la escu-
cha para que cuando bajemos del Tabor o regresemos a la vida
cotidiana el resplandor se haga servicio y sea indicador de que

6. Jn 11,2-28.
82 CELEBRAMOS LA VIDA

“hemos estado escuchando” al Maestro. Algo que tal vez en la


vida cotidiana “por estar tan ocupados” por servir a los de fuera,
no hacemos porque no “tenemos tiempo” para escuchar a “los de
dentro” sus anhelos, esperanzas, angustias, etc. Estos días pue-
den ser una oportunidad privilegiada, un tiempo de gracia, para
acoger la Palabra, para acogernos mutuamente y para dejarnos
llevar por el aire del Espíritu que seguramente, como a Marta
nos llevará a confesarle como nuestro Maestro, como el Cristo,
como el esperado –“Sí Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo
de Dios, el esperado, el que iba a venir al mundo” 7. Y; y como
María, a buscar espacios y tiempos para recrear y reavivar el
amor primero –“María que sentada a los pies del Señor escuchaba
su palabra” 8.

1. Cristo llama a nuestra puerta

El 23 de julio de 1995, Timothy Radcliffe, con los participan-


tes del Capítulo General de Caleruega, fue a Palencia, y en la ho-
milía en el Convento de San Pablo, comentó, el texto del Génesis
18,1-15 en el que Abraham acoge a los tres visitantes en su tien-
da; y el Evangelio de Lc 10,38-42 que narra la visita de Jesús a
sus amigos de Betania.

Vale la pena considerar algunos aspectos abordados, para


situar nuestra reflexión y caer en la cuenta de cómo, la escucha
del Señor y su acogida en nuestra casa es preciso que nos com-
plique la vida, de tal manera, que la única salida válida como
consagrados y como hombres y mujeres, sea asumir libremente
el camino de los consejos evangélicos que nos conducen a con-
templarlo y amarlo porque es nuestro Dios y Señor, y a servirlo
como Él lo hizo cuando se puso a los pies de sus discípulos laván-
doles los pies, y dando su vida por todos en la cruz.
7. Mt 11,26.
8. Lc 10,35.
“A LA ESCUCHA DE LA PALABRA: COMPROMISO CON EL REINO” 83

Abraham acoge a los tres visitantes en su tienda; y Marta y


María ofrecen su hospitalidad a Jesús. Domingo acogió a las her-
manas, y ellas le acogieron luego cuando los compañeros le
abandonaron, y juntos acogieron la Palabra: a Jesús, el extraño
huésped que les visitaba.
El secreto de la hospitalidad no está en dar de comer al extra-
ño, sino en escuchar lo que dice y aceptarle tal cual es.
Cuando Jesús fue a casa de Marta y María, Marta se molesta
porque ella tiene que ir de un lado para otro preparando la comi-
da. Piensa que María está realizando la parte más fácil, simple-
mente sentada y escuchando.
Pero eso no es verdad, porque ante un extraño, lo más difícil
es escuchar lo que tiene que decir. Darle comida y bebida lleva
tiempo, pero cuando se va, la vida puede continuar exactamente
igual que hasta entonces. Por el contrario, si le escuchamos, ya
nunca podremos ser los mismos, y aquel será más conocido y
“menos extraño”, será parte de nuestra historia.
Lo mismo pasa con Jesús: si uno le escucha, puede pedirnos
que abandonemos nuestra casa y nuestras cosas y que le siga-
mos. Y en este seguirle entrará dejar muchas cosas: nuestros ego-
ísmos, nuestros pequeños o grandes feudos, nuestra necesidad
exagerada de ser el centro; nuestras “sacrosantas obras apostóli-
cas”, las obras de nuestras manos por otros planes, tal vez no tan
sacrosantos, pero igualmente necesarios.
Jesús llega a nosotros en los extraños que piden que les escu-
chemos y les acojamos. Y llega a una Iglesia de base que clama
por una reforma y que se siente “abandonada y sin pastores”. Y
llega a nuestras comunidades.
Y ¡atención!, que la escucha y la acogida son elementos muy
importantes en la vida cristiana y en la vida de la comunidad.
Corremos el peligro de esperar que vengan jóvenes, que vengan a
ayudarnos, que nuestra vida les convoque, que nuestras obras pue-
84 CELEBRAMOS LA VIDA

dan seguir adelante etc., y nos afanamos en preparar cosas para


recibir a los que vienen de fuera y en procurar que estén a gusto
recibiendo lo que “ya hemos decidido que necesitan y es lo mejor”.
Pero, tal vez, no queramos saber qué piensan, qué nos quieren
decir, que expectativas tienen. Puede ser que nos moleste y deses-
tabilice lo qué ellos nos propongan, y hasta que haga tambalear
alguna de nuestras estructuras. El P. Timothy decía:”¡Es más fácil
llenar sus bocas que abrir nuestros oídos!”.
Esta misma acogida se nos pide hacia los hermanos de la
comunidad: escucharlos, escucharnos, con espíritu de fe, bus-
cando juntos qué nos pide hoy el Señor; Aquel que nos convocó
para que juntos busquemos su rostro y caminemos con su pue-
blo. Escucha para que dejen de ser, nuestros hermanos unos
extraños para nosotros.
El P. Timothy, en aquella ocasión decía:
“Es el mismo reto que tenemos en nuestro Capítulo General.
Podemos compartir la comida y la bebida, podemos cantar
juntos, pero ¿nos atrevemos a escuchar, como María lo hizo
con Jesús? Puede pedirnos que dejemos nuestras cómodas
vidas y cambiemos. Puede pedirnos dejar Roma o Madrid o
New York e ir a un lugar violento, donde nuestras vidas
corran peligro”. O dejar la misión en medio de los más
pobres para ir a Europa a predicar “en el desierto” en el
que hay de todo y Dios poco interesa, donde parece que
predicamos en el desierto a las piedras o a las dunas.
Escuchar es peligroso. Muchas cosas de nuestra religión pare-
cen muy piadosas. Vamos a misa, rezamos oraciones, recita-
mos novenas y preparamos flores para la Iglesia. Todo esto son
cosas buenas, sin embargo debemos tener cuidado de que no
sustituyan la escucha de Dios, “el extraño peligroso”. Podemos
tratarle como a un invitado al que hacemos una fiesta, como
Marta, pero realmente ignorarle”… y que nuestra vida siga
como si nada.
“A LA ESCUCHA DE LA PALABRA: COMPROMISO CON EL REINO” 85

Deberíamos atrevernos a escuchar, aunque esta escucha


suponga poner nuestras vidas “patas arriba”; aunque esta escu-
cha afecte nuestras vidas de tal manera, que necesitemos cada
vez más buscarle en lo más hondo de nuestra propia intimidad
“perdiendo el tiempo” a sus pies; no sea que buscándole fuera se
nos pase lo mejor de la vida teniendo al huésped abandonado en
el corazón. Y aquí no hay excusas, ¡y menos como dominicos!
San Agustín inspirador de Domingo, nos dejó su experiencia
como “toque de alerta” para nuestra vida de fe: “Nos has hecho
para Ti y nuestro corazón no descansará hasta que descanse en
Ti”.
Deberíamos dejar que nuestras palabras, sean fruto de la
Palabra que nos visita, que pone su morada en nuestras vidas; y
después de escucharla, acogerla y mimarla en nuestra oración,
dejar que nos desinstale, de tal manera, que ya no podemos más
que permanecer a la escucha y ser voceros de esa Palabra hecha
vida en el servicio, aunque esta palabra desestabilice y la vean
como sospechosa.
En este caso, el orden de los factores sí altera el producto: si
nuestras obras, no nacen de la Palabra acogida y escuchada, de
nuestras horas a los pies del Maestro, nos predicamos a noso-
tros mismos, y no nos extrañe si viene el desaliento, la falta de
sentido, el tedio; si entra en nuestra vida la crítica, y si comen-
zamos a arrastrar nuestra existencia, en lugar de vivir con ale-
gría y serenidad.
No lo olvidemos: El Maestro está ahí, a la puerta, y nos lla-
ma.

2. No podemos vivir en la periferia

José Luís Martín Descalzo, comentaba un texto de Santa Te-


resa en el que refiriéndose a los jesuita de su tiempo decía “Hay
muchas cabezas perdidas en la Compañía por el mucho trabajo”.
86 CELEBRAMOS LA VIDA

Y decía que “la fiebre de la actividad nos puede absorber a


muchos, jesuitas o no, incluso justificándola por la causa del
Reino de Dios”. Es más fácil caer en la fiebre del hacer, que en
la del “entrar dentro” o permanecer a los pies del Señor, “el
extraño huésped que nos complica la vida”.

Para no perder el norte –ni la cabeza–, los Maestros de la


Orden y los últimos Capítulos han ido recordando con una insis-
tencia constante que la fuente, lo fundamental de nuestra espi-
ritualidad es el Evangelio vivido, celebrado en la vida, que ilu-
mina y guía nuestras opciones; el Evangelio orado en la intimi-
dad de la celda, en el seno de la comunidad, en medio del mun-
do y en la comunión cordial con la Iglesia.

La “mejor parte”, no depende de privilegios, ni cargos, ni


obras, ni títulos. Jesús llama felices “a los que escuchan la
Palabra de Dios y la practican” 9. La clave para disfrutar del
Banquete del Reino es escuchar la Palabra de Dios y ponerla en
práctica en el servicio. Nadie da lo que no tiene:

“El que quiera llegar a ser grande entre vosotros será vues-
tro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros,
será vuestro esclavo, de la misma manera que el Hijo del
Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su
vida como rescate por muchos” 10.

La urgencia o la fiebre de lo que “hay que hacer” –¡y hay que


hacerlo!–, lleva a que no pocos religiosos consideren en la prác-
tica –en la teoría todavía tenemos buenas palabras– la vida inte-
rior, la oración, como algo superfluo. En realidad, es un aspec-
to que descoloca y que es muy desconocido. Es más fácil orde-
nar las cosas desde el exterior, dar una capa de barniz que ahon-
dar en la oración y en el encuentro con el “huésped” que inco-
moda cuando habla.

9. Lc 11,27-28.
10. Lc 20,25-27.
“A LA ESCUCHA DE LA PALABRA: COMPROMISO CON EL REINO” 87

Hoy se habla mucho de espiritualidad, pero nos la ofrecen a


bajo precio, y no es más que un timo. Llegar al fondo, “allí don-
de mora Dios” y donde es posible el encuentro con Él y con
nosotros tal cual somos, es más difícil. Creo que no siempre
sabemos cuidar nuestro interior.
Gastamos muchas energías en ponernos al día en tecnología
y novedades, en “información”, y sin darnos cuenta nos conver-
timos en consumidores de cursos y cursillos, pero constatamos
que seguimos “inquietos y nerviosos” por muchas cosas, dejan-
do en el trastero y para “más tarde” lo que es realmente necesa-
rio: Nuestra apertura interior a Dios. Y todos estos medios en
lugar de ayudarnos a ahondar, son actividades que colapsan
nuestras agendas y aumentan nuestro estrés, porque no le
damos tiempo para reposar y echar raíces...¡porque no nos per-
mitimos el lujo de disfrutar de la vida, de la gratuidad, del no
hacer nada y permanecer!
El Padre Wilfried Stinissen, un carmelita sueco, habla de “la
neurosis fundamental del hombre contemporáneo” que para él es
la neurosis más profunda y resulta de la pérdida de contacto,
por parte del hombre, con la dimensión trascendente de su ser
y que le precipita en un abismo de absurdo y soledad. También
entramos los religiosos en el paquete del “hombre contemporá-
neo”, no estamos exentos de “la neurosis profunda”. Somos
hijos de nuestro tiempo, ¡los jóvenes y los mayores!
No existe terapia psicológica, ni fármaco mágico que cure
esta “neurosis” que es provocada por estar fuera de nosotros
mismos, de nuestro auténtico ser, por estar desparramados, por
vivir exiliados.
Podremos entretenernos en muchas cosas y no parar de
hacer para ahogar el reclamo y el vacío que subyacen dentro
nuestro, pero lo más profundo, si no vamos a lo esencial, que-
dará sin resolver; nuestras sed, si no vamos a la fuente, quedará
insaciada.
88 CELEBRAMOS LA VIDA

Hablar de vida interior y de oración, de “permanecer a los


pies de Jesús” con el corazón dispuesto para “acogerle en nues-
tra casa”, es querer construir sólidamente el edificio de nuestra
historia.
Esta acogida, es la que nos humaniza.
8
HAY QUE ANDAR EL CAMINO DEL CORAZÓN

Dice Jesús: “No viene el Reino de Dios ostensiblemente el


Reino está dentro de vosotros”. Lc 17,20-21.
“Cuando llegaron a Betsaida, le presentaron a un ciego y le
suplicaron que le toque. Tomando al ciego de la mano, lo sacó
fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos le
impuso las manos y le preguntaba: –¿Ves algo? –Veo a los
hombres pero como árboles que andan. Después le volvió a
poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y
quedó curado, de modo que veía claramente las cosas y le
envió a su casa diciéndole: “Vete a tu casa, no te entreten-
gas por el camino1”…
En esta hora, en la que hay muchas cosas que no vemos con
claridad; en los momentos en los que hasta creemos no ver, Jesús
se hace presente, nos lleva a parte, nos cura y nos da el colirio
para poder ver con nitidez: “Vete a tu casa, no te entretengas
por el camino. Vete a ti”.
En esta mañana dejemos que su invitación resuene y sin con-
templaciones, sin entretenernos, vayamos dónde Él nos manda.
Sin detenernos, sin andar divagando por lo que “pasó”, y sin
soñar ansiosamente por un futuro irreal y que no sabemos cómo
se presentará.

1. Mc 8,22.
90 CELEBRAMOS LA VIDA

“Vete a tu casa”.

Entra en el ahora y deja que tu alma repose.

Es en este ahora en el que puedes liberarte de los sobresaltos,


y donde puedes remansar tu espíritu.

1. Necesitamos ver

Jesús es el huésped que nos visita y pone nuestras vidas “patas


arriba”. Es el extraño huésped al que hay que escuchar, pero que
no sabemos qué nos va a pedir: es siempre sorprendente.

Jesús nos pide que no nos entretengamos en aquello que nos


puede quietar la paz, que “disfrutemos de la visita”. Y precisa-
mente nos visita porque sabe del desasosiego, la sequía, la sed,
las angustias, los interrogantes que nos inquietan. Sabe que las
dificultades nos impacientan; que queremos tenerlo todo bajo
control y que no tenerlo, nos descoloca. Por eso como al ciego
insiste: “No te entretengas por el camino”.

Se nos invita a retornar a nuestro centro, a reencontrarnos


con nosotros mismos, y seguramente a reconciliarnos con nues-
tra historia: ¡Cuántas heridas y cosas que no asumimos o que
miramos con dolor, amargura o resentimiento!

Decíamos al comienzo que al banquete no se va de cualquier


manera, hay que ponerse el vestido de fiesta. De igual modo, al
propio corazón no se va por cualquier camino ni de cualquier
forma.

No es un volvernos sobre nosotros mismos “ensimismándo-


nos”, porque el ensimismamiento nos aísla y nos dispersa, nos
distrae y aleja del centro, nos curva y el que está curvado, no es
libre porque absorbe para sí egoístamente todas sus energías, y
se hace el centro del mundo. La mujer encorvada en presencia de
Jesús, se pone derecha.
HAY QUE ANDAR EL CAMINO DEL CORAZÓN 91

Al ciego lo llevaron a la presencia de Jesús, y lo curó y se lo lle-


vó fuera de la ciudad; a la mujer encorvada Jesús la llama, como
nos llama a nosotros, porque quiere enderezarnos y liberarnos de
todo lo que nos tiene encorvados, doblados, replegados: de todo
lo que nos impide ponernos erguidos y andar con la frente alta.

“Un sábado Jesús enseñaba en la sinagoga. Había allí una


mujer que desde hacía dieciocho años tenía una enfermedad
producida por un espíritu. Iba toda encorvada y no podía
ponerse derecha por nada. Jesús al verla, la llamó y le dijo:
–Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Le impuso las manos
y al instante se puso derecha y glorificaba a Dios”.2
Comenzábamos estos días recordando que las multitudes
tenían necesidad de que Jesús les impusiera las manos. Podemos
presentarnos hoy ante Él con todo lo que nos hace sufrir, con los
malos espíritus –que cada una sabe nos agobian– y que pesan
sobre nuestras espaldas y nos encorvan.
Podremos preguntarnos hoy como dominico/as: qué nos
reprime sobre nosotros mismos y qué nos impide glorificar a
Dios y andar por la vida sin que ella nos pese; qué nos dificulta
vivir la vida en plenitud.
Jesús tiene la posibilidad de liberarnos de todo aquello que
nos hace sufrir, pero necesita que se lo confiemos, o que lo con-
fiemos y compartamos con nuestros hermanas y hermanos.
Con todo ello nos llama y nos invita a la libertad, y no pode-
mos “cometer el crimen de no ser felices” porque tenemos a
nuestro alcance el poder serlo.
El que está centrado, derecho, despliega vida, energía, “bue-
nas ondas”. El que está ensimismado, encorvado, está replegado
sobre sí, y los demás y los acontecimientos se convierten en una
amenaza de los que tiene que defenderse, son como dicen algu-

2. Lc 13,10.
92 CELEBRAMOS LA VIDA

nos una especie de “cardos borriqueros” que pinchan y hacen


daño si te acercas.

Cuando no somos capaces de llamar a las cosas por su nom-


bre, cuando tememos al fracaso o cuando no lo asumimos; cuan-
do tenemos miedo, nos debilitamos, nos hacemos insociables y
temerosos: no estamos seguros. Entonces nos relacionamos con
las personas y las cosas de forma “defensiva”, desconfiada y por
eso las arrebatamos violenta, vorazmente hacia nosotros, o bien
huyendo de ellas, nos replegamos.

Cuando estamos en nuestro centro, cuando dejamos que Él se


ocupe de nosotros, nuestra vida se transforma y el otro, el her-
mano se convierte no ya en una amenaza, sino en una posibili-
dad de comunión, de reciprocidad, de ayuda y enriquecimiento
mutuo. Desde nuestro centro, no retenemos, al contrario, damos,
acogemos, y los otros pueden venir y gozar de nuestra sombra.
La diferencia nos enriquece y da color a la vida.

2. Piensa en Mi que yo pensaré en ti

Cuando Jesús “defiende a María” está convocando a Marta a


estar también con Él; quiere estar con nosotros y recrearnos,
quiere ocuparse de nuestros agobios y hacer más llevaderas
nuestras cargas, servirnos el banquete, “hacer de Marta”, para
que podamos gozar de lo que nos ofrece.

Vale la pena hacer una referencia al Dialogo con la Divina


Providencia de nuestra hermana Catalina de Siena en la que Dios
le manifiesta la clave de la realización de la persona. Dios le dice
en medio de su “crisis” eclesial, y en medio de sus agobios y exi-
gencias.3

3. Con un poco de humor siempre digo que no sería fácil convivir con Catalina
y “sus neuras”; con esta mamma italiana tan “marimandona” y exigente.
HAY QUE ANDAR EL CAMINO DEL CORAZÓN 93

“Has de saber que Yo Soy el que Soy, y tú la que no eres. Hija


mía, piensa en mí; si lo haces, yo pensaré de inmediato en ti”.
Y con las palabras del Salmista agrega:

“Arroja en el seno del Señor tu ansiedad, y Él te sostendrá. No


dejará que el justo se tambalee por siempre” 4.
Dios viene a decirle claramente que no es ella sino Él; que no
somos nosotros, sino Él quien se ocupa y preocupa de nosotros.
De esta forma el Señor la invita, –y nos invita– a alejar de nues-
tro corazón los agobios, angustias, ansiedades; todo aquello que
nos pueda quitar la paz y la serenidad.
Ocuparnos sí, preocuparnos, no. Creer que realmente Él vela
por nuestros intereses más que nosotros mismos y a partir de ahí
hacer lo que hay que hacer.
¿Lo creemos de verdad? ¿Nos fiamos realmente? Permitidme
una anécdota personal, que ilumina cómo, al menos a mí, me
funciona aquello de la confianza en la hora de la prueba:
Hace un par de años, en mi viaje de regreso de Argentina el
avión de líneas aéreas Varig, hizo una escala en Sao Paulo en la
que subieron al avión un grupo de unos treinta judíos ortodoxos,
que por lo que supe después tenían conexión en Madrid con el
vuelo que los llevaría a Tel Avid. Reconozco que con mi hábito
dominicano blanco no es fácil pasar desapercibida, pero este
grupo no resultaba tampoco más discreto o al menos era fácil-
mente advertido por todos. Ocuparon la parte central del avión,
y yo iba unos pocos asientos más atrás de ellos, pero hacia la par-
te derecha.
A la madrugada el avión comenzó a experimentar unos
movimientos que parecía que estábamos en medio del mar
golpeados por las olas. Una fuerte turbulencia, frente de tor-
menta, y no sé qué más se dijo. El pánico se apoderó de todos,

4. Santa Catalina de Siena, Raimundo de Capua. Capítulo X, N 97.


94 CELEBRAMOS LA VIDA

que instintivamente nos cogíamos a la butaca, como si por


estar sujetos impediríamos el impacto de una posible caída.
Las luces se encendieron, se nos mandó poner cinturones de
seguridad, y hasta las azafatas estaban literalmente espantadas.
Fueron minutos que se hicieron eternos. En medio de un
silenció patético alguien gritó: “–Que rece la hermana que esta-
mos en peligro”. Experimenté un sobresalto que me encogió
entera, y no sé si por temor a ¡tanta responsabilidad!, por repar-
tir “responsabilidades” o por costumbre de trato “interreligioso”
contesté fuerte: “–Que recen los judíos que son más”.
En realidad creo que nunca oré con tanta fuerza e insistencia
como en aquellos momentos.
Bien, pasado el peligro, y cuando todo parecía que iba volvien-
do a la normalidad pude ver cómo, “mis hermanos mayores en la
fe” se giraron para ver de dónde había venido ¡aquel reclamo!”
Sentía necesidad de que la tierra me tragara, y creo que no pegué
ojo hasta que aterrizamos en Madrid, pero no por miedo a una
nueva turbulencia, ¡por la vergüenza de mi aparente falta de fe!
Digo esto porque muchas veces ante las dificultades, proble-
mas; ante la situación eclesial, política y social, uno siente que
todo es muy frágil y que poco a poco, o de repente, todo se des-
morona y corremos el peligro de que no quede nada en pie, o de
quedarnos a la intemperie.
Creo que sin ser demasiado conscientes, no acabamos de fiar-
nos de que Dios está en medio nuestro, como estaba Jesús en la
barca –aunque dormía– y que nada podrá pasarnos sin que Él
nos ayude; y si algo malo sucede, estará para darnos fuerzas, áni-
mos; para ayudarnos a seguir adelante.
No podemos dejar de creer y esperar, dicen que “el ave canta,
aunque la rama cruja, porque conoce lo que son sus alas” y noso-
tros conocemos en manos de” Quien” hemos puesto nuestra con-
fianza.
HAY QUE ANDAR EL CAMINO DEL CORAZÓN 95

Así pues, no tengamos miedo, y alimentémonos cada día de


una buena dosis de confianza, “ocupémonos de Él, que Él se ocu-
pará de nosotros”.
Dom Helder Câmara confiesa que hay gente que le dice que
no encuentra sentido a que haya consagrados que pierdan el
tiempo en la oración; que no entienden que habiendo tantas
cosas por hacer, se “pierda el tiempo” en eso que es improducti-
vo. Y escribe:

“Me dicen: si Dios es verdaderamente Dios y verdaderamente


Padre, ¿qué necesidad tiene de nuestras oraciones? ¡No por-
que le recemos menos va a ser menos Dios, menos poderoso,
menos Padre, menos bueno, menos perfecto...!”.

No, no es Dios. Somos nosotros quienes tenemos necesidad


de orar. Porque, si no nos sumergimos en el Señor, nos olvi-
daremos del prójimo y nos haremos auténticamente inhu-
manos...” 5.
Jesús nos visita porque quiere que “arrojemos en su seno
nuestras ansiedades, que desahoguemos en Él nuestro corazón,
y si “Él piensa en nosotros” ¿Por qué temer? ¿a qué temer?
Tal vez la pregunta correcta ante lo que nos sobrepasa, ante lo
que no entendemos, ante lo que nos hace sufrir o nos deprime,
más que por qué tenga que ser: ¿para qué? ¿qué se me pide
ahora? ¿qué nos está diciendo, como comunidad, como pro-
vincia, como Iglesia?
Luisito, un amigo que tenía una enfermedad degenerativa,
me confesó en una ocasión: Fui feliz a partir del día en que
dejé de preguntarme ¿por qué a mí? Y comencé a preguntar-
le al Señor: ¿para qué? Esta segunda pregunta cada día me
daba la oportunidad de estrenar respuesta. La otra me estan-
caba y hundía.

5. El Evangelio con Dom Helder Câmara. Sal Terrae, Santander 1987, p. 132.
96 CELEBRAMOS LA VIDA

No tenemos idea qué nos deparará el futuro, y es fácil ver her-


manos angustiados ante lo incierto. Pero se nos invita a confiar
y a estrenar oportunidades.

En un momento de aparente desintegración de la vida reli-


giosa tradicional, cuando son muchos los hermanos y hermanas
que comenzaron a caminar con nosotras y han abandonado el
camino, tal vez sea el momento y la oportunidad, con motivo de
unos días de retiro, de hacer una revisión profunda de nuestra
vocación, de la vivencia real de sus valores fundamentales y
dejarnos sorprender por el Señor en este momento apasionante
de creatividad.

Es verdad que hemos cometido muchos errores, ¡y los que


cometeremos!, pero sin duda acabaremos descubriendo y valo-
rando la sabiduría de la tradición que nos legaron nuestros
hermanos que nos precedieron en la vivencia del ideal que
profesamos, y esta sabiduría nos lanzará por caminos diferen-
tes a un futuro que reclama respuestas nuevas y que nos toca
“inventar”. Pero inventar desde el amor a la vida y no desde la
amargura.

Jesús nos visita, quiere alojarse en nuestra casa, ser nuestro


huésped y poner serenidad en nuestras cavilaciones y en nues-
tras relaciones y reproches: ¡Mira a mi hermana o hermano!

Tenemos que reconstruir nuestra vida consagrada comenzan-


do por la base, dando sentido a lo que hacemos, y desde luego, el
camino es “ponernos a los pies del Maestro” y al servicio de los
hermanos y juntos leer la historia, la vida y los signos de nues-
tros tiempos.

3. Dios se hace nuestro huésped y nos propone repensar


la vida

Marta y María nos están diciendo que la interioridad y el com-


promiso se fecundan mutuamente, y que Dios está tanto en el
HAY QUE ANDAR EL CAMINO DEL CORAZÓN 97

ruido de la calle como en el silencio de la celda, si sabemos hacer


dentro nuestro un espacio de silencio.
Un espacio en el que descubrimos, como dominicos/as, como
seguidores/as de Jesús, que tenemos que poner fin a cualquier
tipo de violencia, odio y explotación entre los humanos, y que el
Dios de la vida nos ha convocado para recrear con nosotras una
nueva humanidad sembrándonos como humildes semillas de
ternura, amor, confianza. Y para ello es necesario ser nosotros
ternura, amor, misericordia, paciencia, que se siembran gene-
rosamente.
Se nos ha hablado mucho de nuestra vida consagrada –cada
vez menos, gracias a Dios– como de una vida de “perfección”, y
muy poco de una vida de bondad.
Decía el Padre Tillard, que “Jesús ha venido para liberar el fon-
do de bondad que tiene toda persona y que el mal no puede des-
truir”. Y continuaba diciendo “que la bondad existe, y que el mal
no tiene la última palabra de ninguna manera. Y que los religiosos
hemos recibido la misión de revelar, de desvelar y de liberar la bon-
dad que está dormida en el corazón humano”. Es en esta tarea
“bondadosa” donde se inscribe el proyecto actual de la vida reli-
giosa. Una vida que muestra la bondad de nuestro Dios y la res-
cata de los corazones o la hace aflorar de ellos..
Hoy no se nos pide otra cosa que “liberar el perfume” que hay
en el frasco; liberar los fondos de bondad que hay en las perso-
nas y dar testimonio de Dios que es la bondad y que tiene un ros-
tro amable, cercano, compasivo.
Cuando reflexionamos sobre nuestra vida tomamos concien-
cia –ojala sea así– que nuestra fidelidad es una lucha para liberar
en nuestro interior y para suscitar en él el bien y la bondad.
Intentamos vivir juntos de tal manera que la bondad preva-
lezca en nuestro corazón, en la vida de nuestra comunidad, en
nuestra predicación.
98 CELEBRAMOS LA VIDA

El gran reto de la vida religiosa, en una Iglesia que parece a


veces demasiado autoritaria y alejada de la realidad –en su
estructura jerárquica– es manifestar la bondad de Dios y de su
Evangelio –¡el mundo que Dios vio que era bueno, y los hombres
que vio Dios que eran muy buenos!– y desparramar por todas
partes esta bondad.
Buscar la “perfección evangélica” quiere decir hoy, buscar la
bondad que Jesús ha sembrado en nuestra historia, redescubrir
la bondad que Dios puso en todo lo que ha creado.
En medio de una situación de desconcierto, de falta de voca-
ciones, de indiferencia religiosa, de rechazo a lo institucional,
tenemos que dejar que Jesús unte nuestros ojos con aquel barro
que devolvió la vista al ciego de Betsaida, y descubrir que es ver-
dad, que a primera vista los hombres son como árboles que
andan –que las cosas no están bien– pero si afinamos más, que a
pesar de todo, estamos en un momento de profunda fecundidad,
porque nuestra vida y nuestros votos han pasado poco a poco de
ser una “observancia” a revelar la calidad de nuestro amor, la
expresión de nuestro deseo de vivir como Jesús de amar con un
corazón universal, de vivir abandonados en sus manos y en las
de los hermanos y hermanas.
Poco a poco nos hemos dejado invadir por la bondad de “este
huésped”, que en medio de la tempestad nos dice: “No temáis,
soy yo”.
Lo verdaderamente importante es que Jesús fue a casa de sus
amigas, no para que le ofrezcan un banquete, sino para ofrecér-
selo Él a ambas.
Lo importante es que Jesús nos ha llamado para celebrar con
cada uno la Vida que el Padre nos regala.
Jesús no reprocha la caridad de Marta, le reprocha su ansie-
dad y su inquietud, y la invita a disfrutar de su banquete y de su
bondad.
HAY QUE ANDAR EL CAMINO DEL CORAZÓN 99

Disfrutemos de nuestro Dios, de la vida, de los hermanos y


hermanas que nos ha dado, y dejemos nuestras inquietudes y
angustias en su corazón.
Y esto, ¿cómo se hace? ¿es muy difícil? ¿por dónde comenzar?
Cuenta la leyenda que el abad exclamó viendo caminar al
ciempiés, ¡qué maravilla!: lo hace tan bien que parece fácil. De
pronto, le vino a la memoria una historieta que había escuchado
no sabía dónde: “El pequeño ciempiés sintió que debía lanzarse
a caminar, y preguntó inquieto a su madre: –Para andar, ¿qué
pies debo mover primero? ¿los pares o los impares, los de la dere-
cha o los de la izquierda, los de delante o lo de detrás? ¿O los del
centro? ¿Y cómo? ¿Y por qué? “–Cuando quieras andar, hijo mío
–le respondió la madre– deja de cabilar y... anda”.
Se trata de comenzar a andar el camino, y no volver la vista
atrás.
9
VOLVED A MÍ, DICE EL SEÑOR:
EL ARTE DE AMAR

“Y sucedió que estando Él orando en cierto lugar, cuando ter-


minó le dijo uno de sus discípulos: Señor enséñanos a orar”.
Lc 11,1.

Y nos dice el Evangelio de Lucas que fue entonces cuando


Jesús les enseñó el Padre Nuestro, a llamar a Dios Padre.

¡Cómo sería su oración para que le pidieran que les enseñara!


Y Jesús lo hace, nos dice Orígenes, haciéndolos partícipes de su
oración, situándolos en la misma relación que Él tiene con Dios,
lo cual –dice San Cirilo de Alejandría– “constituye un privilegio y
una responsabilidad”.

De este privilegio, y de esta responsabilidad, vamos a hablar


en esta tarde. Privilegio y responsabilidad que nos sitúa en la
corriente del amor que se nos ha dado, y que a la vez nos com-
prometemos a vivir y a dispensar.

Si de verdad queremos que Jesús nos enseñe a orar y a orar la


vida, debemos estar dispuestos a que nos integre en la dinámica
de su amor, y no sólo a llamar a Dios Padre, sino a ser hijos y,
fundamentalmente, hermanos de Jesús, y de todos con quienes
cada día le invocamos como Padre. Responsabilidad que nos lle-
va a hacer como Él la opción preferencial por los pobres, ¡cual-
quier tipo de pobre y pobreza!… comenzando por los de casa.
102 CELEBRAMOS LA VIDA

Hablar de esta filiación y de esta fraternidad, desde nuestra


consagración, y a partir de la experiencia contemplativa de Jesús
que llama a Dios Padre, nos pone a cara descubierta con nuestra
capacidad de amar, de dejarnos amar, y nos introduce en la diná-
mica del arte y la tarea de amar.
Arte y tarea de amarnos a nosotros mismos, y responsabilidad
de amar a los otros como somos amados: no de otra forma.

1. El arte de amar, el arte de contemplar

Eric Fromm, en su libro “El arte de amar” dice cosas muy sig-
nificativas sobre la contemplación.
“Se considera pasivo a un hombre que está sentado, inmóvil
y contemplativo, sin otra finalidad que experimentarse a sí
mismo y su unicidad con el mundo porque no “hace” nada”.
En realidad esa actitud de concentrada meditación es la acti-
vidad más elevada que sólo es posible bajo la condición de
libertad e independencia interiores”.
“Ser capaz de concentrarse significa poder estar solo con uno
mismo, y esa habilidad es precisamente una condición para
la capacidad de amar”.
Parece paradójico pero la capacidad de soledad es indispen-
sable para la capacidad de amar. Con lo cual, –contemplando el
evangelio de Marta y María– no es pasiva una mujer que está sen-
tada, inmóvil y contemplativa escuchando al Señor, sino que esa
capacidad de concentrarse “es la condición indispensable” para
amar.
La escucha “nos hace capaces” del amor gratuito, desintere-
sado.
No se nos llama a la inactividad y menos al espiritualismo
desencarnado que elude las exigencias concretas que la vida nos
marca.
VOLVED A MÍ, DICE EL SEÑOR: EL ARTE DE AMAR 103

El evangelio de Lucas en la oración de Jesús resalta su capa-


cidad de estar a solas, en oración filial con su Padre. Esta fue la
condición indispensable de Jesús para su capacidad de amar.
De tal manera que podemos ver en el “Buen Samaritano” a
Jesús que se dejó conmover por el dolor de los hombres, pero se
conmovió y ejerció misericordia, porque pasaba las noches en
oración.
La aparente pasividad de su oración es la que le llevó a una
vida entregada para los demás. El mantener los ojos abiertos en
la oscuridad, buscando la luz, le permitió en el vivir de cada día
ver más de lo que se ve a primera vista: Penetrar más allá de lo
evidente. Ver como ve Dios, no las apariencias, la imagen ni el
resplandor, sino el fondo, la verdad, lo que a simple vista no se
ve:
María en Caná ve que no tienen vino...
Jesús ve que no tienen que comer, que tienen hambre…
Dios estará presente en los entresijos de nuestras vidas y en
todo cuanto hagamos “por el Reino”, si al mismo tiempo sabe-
mos conjugar acción y contemplación; actividad de Marta y
escucha de María de Betania. Escucha del huésped y atención y
servicio a los pobres.
En el Testamento del pájaro solitario, José Luis Martín
Descalzo explica una experiencia suya de niño, cuando su madre
le llevó a una catedral:
“Recuerdo que mi madre apretaba mi mano, como abrazan-
do mi alma y me decía: ‘–Mira, aquí está Dios’, y que tenía
temblor su voz cando lo mencionaba. Y yo buscaba al des-
conocido en los altares sobre las vidrieras en que jugaba el
sol a ser fuego y cristal. Y ella añadía: ‘–No le busques fuera,
cierra los ojos, oye su latido. Tú eres, hijo, la mejor catedral’ ”.
Preguntémonos si estamos dispuestos a “tener tiempo” en
nuestras jornadas para cerrar los ojos y oír los latidos de un Dios
104 CELEBRAMOS LA VIDA

que llevamos dentro, que nos habita y que mora “en lo más ínti-
mo de nuestra intimidad”. Y s estamos dispuestas abrirlos para
descubrirle vivo y latente en el rostro de las hermanas, de la gen-
te, de los acontecimientos. Si estamos dispuestos a callar para oír
los clamores de los pobres y ver su opresión.
Decía Javier Gafo, que “necesitamos la contemplación para que
haya menos cabezas perdidas y más corazones llenos”, dispuestos
a dejarse expropiar para utilidad pública... Que al fin y al cabo es
lo que profesamos: ser para los otros… estar al servicio.

2. Una soledad poblada

Pere Casaldàliga, decía en una de sus cartas, que en el mundo


hay esperanza, porque son muchos los hombres y mujeres, que
oran a Dios con confianza y lo hacen en nombre de todos los
hombres, que su oración recoge el clamor de la humanidad, fun-
damentalmente de aquellos a los que los han dejado sin voz: los
pobres.
Y Dom Helder Câmara advertía, que hay soledades muy ego-
ístas y que las hay pobladas, solidarias con los pobres. “Estas,
son las que dan vida”.
“El amor preferencial por Cristo libera nuestro corazón y
nos abre a un amor universal que se expresa en la disponibilidad
para el servicio al prójimo, crea auténticas relaciones fraternas,
favorece la amistad y da sentido a nuestra soledad”
A la oración llevamos a todo el mundo; llevamos a los que se
nos han encomendado. Llevamos los gozos y las alegrías satis-
facciones y penalidades de nuestros hermanos los hombres.
Ellos son los que pueblan nuestras soledades y la hacen fecunda.
Estoy convencida que la dimensión esponsal, amiga, fraterna,
de nuestra vida, es una dimensión pascual. Y como en toda rela-
ción amorosa –también en la nuestra con el Señor– es necesario
VOLVED A MÍ, DICE EL SEÑOR: EL ARTE DE AMAR 105

el cultivo del amor porque la fidelidad no se improvisa. La fide-


lidad a nuestro Dios, se nutre en la búsqueda constante de su ros-
tro y del encuentro con los pobres, los que tienen hambre y sed…

En la mañana de Pascua se anuncia que la tumba está vacía. Y


esto provoca una extraña alegría ante la que los discípulos corren
para comprobarlo. La fuente de la alegría, ¡es una ausencia! Están
felices porque el cuerpo del Señor no está allí. Sólo un corazón
enamorado; sólo unos ojos que se han vuelto incandescentes de
tanto mirarle, son capaces de percibir que en ese vacío hay una
promesa cumplida: La victoria de la vida sobre la muerte.

Extraña casualidad, cuando los discípulos reconocen a Jesús


al partir el pan en Emaús, Él desaparece de su vista y los ojos se
les abren, ¡y lo ven cuando ya no había nada allí!

A Dios le vemos cara a cara en los pobres que nos invitan a


compartir lo que gratis se nos ha dado, así como al Padre le des-
cubrimos en Jesús que se hizo pobre.

Nuestra vocación religiosa nos hace testigos de la tumba


vacía. Pero no será suficiente hablar de la resurrección, de la vic-
toria del amor sobre el odio, del triunfo de la vida sobre la muer-
te; habrá que demostrarlo con la vida, teniendo, decía Fray
Timothy Radcliffe, un “hueco en nuestras vidas, un espacio, que
sólo podrá ser llenado por la gloria del Señor y percibido por los que
tienen ojos para ver” 1.

En la misma línea Timothy señala tres aspectos de nuestra


vida Religiosa que dan fe de ese vacío que es fuente de vida:

El celibato.
La oración.
Nuestra solidaridad con el pobre.

1. Timothy Radcliffe. Homilía 4 de abril 1999 en Valencia a la Familia


Dominicana.
106 CELEBRAMOS LA VIDA

Y dice que “una de las más sorprendentes peculiaridades de


nuestro ser de religiosos es que no podemos casarnos. Es un
hueco en nuestras vidas, la ausencia de marido o de esposa.
Esto es incomprensible para muchos de los que nos encon-
tramos en la vida: ¿Cómo podemos vivir sin otra persona al
lado? También nosotros nos lo preguntamos. Puede ser un
hueco terrible, un espacio que anhelamos llenar con un espo-
so o una esposa. Podemos sentir que arrastramos un pro-
fundo vacío en el centro de nuestro ser.
Ahora bien –continúa diciendo– este espacio puede ser col-
mado de luz y de vida. Pero sólo si vivimos esa ausencia con
amor, podremos convertir el vacío en plenitud de vida”.
Como todo hombre y mujer estamos llamados a amar: pode-
mos como los que son llamados al matrimonio abrir los brazos
para abrazar, pero la diferencia radica en que ellos los cierran
para abrazar en exclusiva, nosotros los mantenemos abiertos
para que allí entren todos, –decía Mamerto Menapace– en una
suerte de abrazo a la humanidad.
Tenemos la oración contemplativa. Una de las extrañas
cosas de nuestro modo de vida es que en su corazón está el
silencio. A muchos esto les tiene que parecer raro. ¿qué hace-
mos sentados en silencio, sin hacer nada, sin decir nada, en
actitud de espera? Ni conversación, n pensamiento, nada. Es
un hueco en nuestras vidas. Y sin embargo, ese es un vacío
lleno de vida. Como el de la tumba vacía. A primera vista no
hay nada. Pero está lleno de la presencia de Dios.
Está lleno de nombres, y sobre todo, está unificándonos.
Finalmente están los hermanos y hermanas que están entre-
gados totalmente al trabajo con los marginados. Uno queda
sorprendido por su alegría. ¿qué hay en esas vidas que pro-
duce felicidad? Lo que podemos ver es miseria, sufrimiento,
lucha por sobrevivir. Como una tumba, todo eso puede apa-
recer como un lugar de muerte. Pero para los ojos de la fe, es
VOLVED A MÍ, DICE EL SEÑOR: EL ARTE DE AMAR 107

una tumba vacía, llena de la gloria del Señor. Dios ha pues-


to su hogar aquí, en la vida del pobre.

Y los pobres son el espacio –el lugar teológico diríamos– don-


de Dios nos sale al encuentro y nos manifiesta su gloria al tiem-
po que nos pide algo de comer…
“Tres espacios vacíos que están llenos de la gloria de Dios,
pero para percibirlos, necesitamos los ojos del discípulo ama-
do, que llega a la tumba, ve el sudario y cree” 2.

La vida de comunidad puede ayudarnos a ver la presencia de


Dios en la vida de los hermanos; con sus debilidades, luchas,
con su realidad. Y como el discípulo amado, ante la tumba
vacía, podemos ver y alegrarnos. Es fantástico poder descubrir
a Dios en la vida de los hermanos, porque lamentablemente es
fácil sentir nuestras vidas vacías y ver sólo la oquedad y la nada.
Cuando esto nos ocurre, es cuando necesitamos a los hermanos
para alegrarnos de que Dios está ahí, incluso en mi vaciedad, en
mi nada.

La comunidad religiosa, no es un grupo de hombres o muje-


res que viven juntos. Es una comunidad en la medida en que
nosotros descubrimos a Dios en la vida del otro y en aquellos con
los que nos encontramos.

Es verdad que “naturalmente”, como hombres y mujeres,


hemos de soportar, o experimentar el espacio hueco y vacío que
produce la ausencia de un amor humano exclusivo. Pero al mis-
mo tiempo ese hueco, llenado con la experiencia orante y coti-
diana de Dios, se convierte en una magnífica ventana abierta a
Dios, y desde Él al mundo.

Algunas veces nuestro corazón humano experimenta un terri-


ble vacío. Y Fray Timothy dice que uno “puede vivir el no estar
casado como un dolor y una pérdida, como una tumba vacía. Es

2. Idem.
108 CELEBRAMOS LA VIDA

ese el momento de necesitar a los hermanos y reconocer en el vacío


la presencia del Dios del amor”.

Necesitamos mirarnos a los ojos y descubrir unos en otros el


sentido de nuestras vidas. Necesitamos disfrutar de la presencia
de Dios que descubrimos en cada una y también en aquellos con
los que nos encontramos en la vida.

Todos tenemos en nuestras vidas espacios huecos y vacíos;


y todas podemos descubrir las unas en las otras la tumba va-
cía, un lugar de resurrección y de gloria, y juntas celebrarlo
con alegría.

Ahí está el reclamo de Jesús, si nos olvidamos de la “mejor


parte” y nos ocupamos “de las añadiduras”, fácilmente vendrán
las neurosis, la falta de sentido y la pérdida de ilusión.

3. Una vida eucarística: don

Pero no nos equivoquemos, es un reclamo de Jesús, y no las


añadiduras, el hacer de nuestra vida un signo sacramental, euca-
rístico, de su presencia.

Es un reclamo escuchar, oír los clamores de los pobres, y no


sólo eso, sino también socorrerlos integralmente, trabajando,
luchando y comprometiéndonos para que vivan con dignidad,
sin opresiones pudiendo tener el pan de cada día, el pan como
alimento y el pan de la dignidad.

San Justino, en el año 150 decía que “a la eucaristía cada uno


llevaba dones y bienes para repartirlos entre los que tenían necesi-
dad, no sólo los d ela asamblea”, como un signo d elo que se cele-
braba. Y a lo largo de la tradición vemos que el reunirse toda la
comunidad era la oportunidad para solicitar la ayuda para los
pobres. Para los cristianos, desde el comienzo, la eucaristía como
memorial era el aconteciiento en el que Dios les unificaba. Allí se
VOLVED A MÍ, DICE EL SEÑOR: EL ARTE DE AMAR 109

tomaban conciencia que eran uno en el Cuerpo de Cristo, y que


éste no podía estar dividido en sus miembros; que en Jesús no
podía haber división entre ricos y pobres, y ahí la urgencia de
socorrer a los pobres se transformaba en un imperativo para
poder participar el Cuerpo del Señor.
El padre Tillard decía que la vida religiosa tiene la responsa-
bilidad de traer a la mesa del altar a los pobres que nunca debie-
ron ser desatendidos o ignorados. E invitaba a los religiosos a
imitar a la Iglesia Ortodoxa que habla de “la liturgia después de
la liturgia”, la liturgia de la caridad como prolongación de la
liturgia de la eucaristía: La liturgia del cuerpo sufriente de
Cristo en sus miembros heridos, después de la liturgia del cuer-
po glorificado.
Los discípulos de Jesús, los dominicos y dominicas, somos
cristianos practicantes si vivimos la praxis de la caridad. Nos
toca asegurar la unidad entre el servicio a Dios y a los pobres.
Esta unidad hace que realmente haya banquete, “Eucaristía”.
La auténtica permanencia a los pies de Jesús se verifica en si
somos capaces de ponernos a los pies de los pobres y servirlos.
Hace varios años había una consigna anarquista muy cho-
cante que plasmaban en pintadas en las calles y que decía así:
“Que se pare el mundo que yo me quiero apear”.
Supongamos que hoy podemos pararlo: ¿dónde vamos a
poner los pies?, ¿dónde vamos a ir? Solo Tú, tienes Palabras de
vida eterna.
Nosotros hemos visto su gloria, y eso nos compromete; hemos
oído su reclamo desde el corazón, y auscultando el corazón de
Dios, hemos visto la opresión de su pueblo y hemos oído sus
gemidos, por eso, no podemos apearnos de los problemas; no
podemos apearnos de todo lo que conlleva la realidad humana y
la hora actual que vivimos en la Iglesia, en la sociedad, en la
Orden.
110 CELEBRAMOS LA VIDA

Las dificultades y los problemas, están presentes, son parte de


nuestra condición, y en la respuesta que seamos capaces de dar-
les, nos jugamos nuestra felicidad ya ahora.
Estamos llamados a una felicidad. Debemos encontrar sen-
tido a nuestra vida en esta hora actual, algo que la llene, que
merezca la pena. Si evadimos la respuesta, dilatamos las frustra-
ciones y retrasamos la serenidad.
Nuestra vida dominicana, vivida en fraternidad, nos abre las
puertas y nos tiende las manos para responder juntos y continuar
el viaje, porque de la vida, no nos podemos apear. Sí podemos
decidir cómo queremos hacer el viaje y cómo queremos vivir.
10
VENID A MÍ

“Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados,


y yo os daré descanso.
Tomad sobre vosotros mi yugo,
y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón;
y hallaréis descanso para vuestras almas.
Porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.
Mt 11,28-29

Los tiempos de Jesús, no eran más benévolos ni peores que los


nuestros. Su palabra encontraba resistencias y persecuciones, y
también acogida y aceptación. Por eso cuesta entender que sea
para los cristianos –también para nosotros– una excusa el hablar
de la secularización, de que la gente pasa, etc., cuando ese es el
ambiente en el que Jesús predicó, inició una comunidad que
sufrió más o menos nuestros mismos vaivenes y fue presa de los
mismos temores –sobretodo cuando creían que el Señor se había
marchado–: ¿No será que tememos, muchas veces, porque cree-
mos que Jesús ha fracasado o porque está fuera de nuestras for-
talezas en las que nos cerramos con llave por temor a... los judí-
os, la sociedad, el trabajo, las responsabilidades...? ¿a que los
cuestionamientos de los otros nos desestabilicen?

Y en medio de eso, Jesús nos invita: “Volved a mi. Volveos... y


yo os aliviaré”. Y yo seré vuestro descanso.
112 CELEBRAMOS LA VIDA

Tenemos que buscar oportunidades y espacios para refrescar-


nos en las fuentes mismas de nuestra vocación, para recrearnos
en el encuentro; para permitirnos el “lujo” de vivir desde dentro
y con sentido, haciendo nuestra la causa del Reino y el estilo de
Jesús, para tomarnos tiempo para estar, descansar y disfrutar.

Quizás haya momentos en los que nos sentimos agobiados


por las exigencias de la misión, por las incomprensiones; porque
no acabamos de entendernos o aceptarnos entre nosotros como
somos. Porque la diferencia se nos presenta como una agresión
y no como una oportunidad para enriquecernos; y porque en la
contrariedad nos nace la queja como a los discípulos: “Nosotros
lo hemos dejado todo por ti”... ¡y mira cómo estamos! Jesús
podría decirnos, “y yo lo dejé todo por vosotros, asumí vuestra
naturaleza, y ¡mirad como acabé!”.

Pero ni Él se queja, ni es legítimo que nuestra vida sea un


interminable lamento.

¡De cuánto dolor somos testigos cada día! ¡Cuánta miseria


tocan nuestras manos, escuchan nuestros oídos, padece nuestro
corazón! La misión nos llena de satisfacciones, pero también nos
hace experimentar un desgaste físico, psíquico y espiritual.

Es en la experiencia de este desierto cuando resuena con


ímpetu la voz del Señor que nos dice una y otra vez: ¡Vuelve a mí!

“Venid a mí los que están cansados y agobiados llevando


pesadas carga; venid a mí que yo os aliviaré. Cargad con mi
yugo y aprended de mí, que soy paciente y humilde de cora-
zón, y vuestras almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es
suave y mi carga ligera”.1

Es una invitación dirigida a los que están cansados. ¡El can-


sancio! Es una experiencia cotidiana para muchos de noso-
tros. El cansancio nos llega cuando menos nos damos cuenta.

1. Mt 28,30.
VENID A MÍ 113

De a poco nos vamos desgastando: la vida comunitaria, las exi-


gencias de la misión, los cambios que se suceden día a día, la
inestabilidad del país, el dolor de los pobres, el peso de los
años, los problemas de la gente para los que no encontramos
solución; las pérdidas irreparables e incomprensibles, la enfer-
medad de los que amamos, las depresiones, etc. Somos frági-
les. Nos vamos quemando de a poco, se va oscureciendo nuestro
horizonte.

A veces, no sabemos decir que no, no ponemos atención en


recurrir a lo que sabemos puede hacer más llevadero el camino.
Pero tenemos un límite y no siempre lo reconocemos. Tiramos y
tiramos de la cuerda hasta que no damos más y nos cansamos o
nos rompemos. Unos más, otros menos. Pero, seguramente, esta
experiencia, vivida con distintas intensidades, es común a todos.

Somos personas humanas. Hemos puesto nuestra vida al ser-


vicio de otras personas, cuyas existencias están cargadas de dolor
y de conflicto: niños, pobres, enfermos, mujeres golpeadas, jóve-
nes; hogares desestructurados. Nuestro estilo de vida nos com-
promete y nos pone de cara al dolor de los demás. Pero también
nos hace testigos de la vida que surge de cualquier situación que
nos toca vivir.

Sin embargo, nuestra fe, nuestro ideal, por grande y firme que
sea, no nos dispensa del desgaste:

¿Quién puede decir que no ha sentido alguna vez abatimiento


sentimientos de soledad, miedo, fatiga, vacío emocional, culpa?

¿Quién no se ha sentido irritado y ha experimentado la vulne-


rabilidad?

¿Quién no ha perdido alguna vez el control de sí mismo?

¿Quién no ha sentido deseos de alejarse de los demás, de la


comunidad, de las responsabilidades pastorales?

¿Quién no se ha sentido deprimido sin saber por qué?


114 CELEBRAMOS LA VIDA

¿Quién no ha experimentado grandes dificultades para hacer-


se cargo de los demás, de preocuparse de los hermanos, de con-
tinuar con su responsabilidad pastoral o de gobierno?

¿Quién en este camino de entrega no se ha sentido abatido


por la inseguridad?

¿Quién no se ha sentido confundido por el futuro incierto; por


la precariedad de la Institución eclesial, etc.?

Todos éstos son síntomas de un desgaste, que si no ponemos


atención, nos irá comiendo por dentro. Y unos días de retiro,
pueden ser un tiempo de gracia para ponernos a los pies del
Maestro y dejar que Él restaure nuestras fuerzas desgastadas por
el trabajo, el peso y la fatiga de los días.

Hace poco tiempo una religiosa escribía:

“Viví un tremendo agotamiento y la imposibilidad de hacer-


me cargo de nadie, una sensación de haberme quedado sin
vida que entregar...”.

El cansancio, el límite es para nosotros, como lo fue para


Jesús y para todos los que a lo largo de la historia vivieron sola-
mente para el Reino, un componente totalmente previsible.
Porque necesitamos renovarnos desde dentro, cada año se nos
invita a un tiempo de retiro, y cada día a unos espacios concre-
tos de oración.

En la Orden siempre se ha velado por la oración personal en


un clima de soledad y silencio, por favorecer a los hermanas y
hermanos, a las comunidades días de retiro al mes, y días más
prolongados de retiro al año –los llamados jesuiticamente “ejerci-
cios espirituales”–. Días de mayor intimidad, reflexión y silencio.

En estos días de retiro, cuando ya encaramos un nuevo curso


el Señor nos dice: ¡Venid a mí los que estaís cansados, llevando
pesadas cargas, y yo las aliviaré! Venid a mi los que estáis o os
sentís sobrecargados, ¡y yo seré vuestro descanso!
VENID A MÍ 115

El profeta Jeremías, tuvo una misión muy agobiante. Cierto


día, se quejaba y decía:

“¡Ay de mí, madre mía, porque me diste a luz varón (mujer


podríamos decir muchas de nosotras) discutido y debatido
por todo el país! Ni les debo ni me deben, ¡pero todos me
maldicen!
Di, Yahveh, si no te he servido bien: Intercedí ante ti por
mis enemigos, en el tiempo de s mal y de su apuro... ¿serás Tú
para mí como un espejismos, aguas no verdaderas?” 2.

Muchas veces a nosotros nos toca experimentar lo que al pro-


feta. Pero a nosotros como al Profeta, se dirige insistente la pala-
bra del Señor que nos invita a volver y a permanecer en su pre-
sencia. Así, cuando el Profeta agobiado maldecía el día de su
nacimiento, Dios le dice:

“Si te vuelves porque yo te haga volver, estarás en mi presen-


cia; y si sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Que
ellos se vuelvan a tí, y no tú a ellos”. 3

La Biblia de Jerusalén, nos habla en la nota de pie de página,


de “una crisis interna del profeta en medio de su ministerio, en
la que Yahveh, lejos de calmar su angustia le pide una nueva con-
versión, y lo hace renovando la promesa de su vocación

Este tiempo puede ser para vosotras como un pozo del


encuentro, el pozo donde se renueva la alianza. Los pozos de
agua son en la Biblia el lugar donde se realiza la alianza de los
patriarcas y las matriarcas.

El pozo de Jacob es el lugar donde Jesús, cansado de caminar,


se sienta para refrescarse y para refrescar la memoria de la alian-
za en el pueblo samaritano, representado por la mujer que se
acerca para buscar agua (Cfr Jn 4).

2. Jer 15,10.
3. Jer 15,19.
116 CELEBRAMOS LA VIDA

Si Él nos ha traído hasta aquí no puede ser sino para renovar


su alianza con nosotros. Para hacernos vivir conscientemente
en su presencia. conscientemente, porque en el andar cotidiano
muchas veces para nosotros su presencia se hace lejana. Hasta
llegamos a pensar que Él no está, que nos ha abandonado. Hasta
Jesús tuvo esa experiencia extrema:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. 4
Todos sabemos que Dios no lo había dejado. Que estaba allí,
junto a Jesús, sufriendo con Él, sosteniéndolo frente a la inmi-
nencia de su muerte. Sin embargo, la experiencia de Jesús era
tan liminal que no pudo sino expresarla con esas palabras tan
dramáticas que hablan de un supuesto abandono de Dios.
Del mismo modo, nosotros sabemos que Dios no nos abando-
na y que tampoco abandona a la gente a la que queremos y entre-
gamos nuestras vidas. Pero necesitamos un tiempo para mante-
ner viva esa conciencia. El Señor nos trae aquí. Nos hace volver,
porque Él nunca se ha ido. Pero nos hace volver para que cuan-
do, en la vida cotidiana, no sintamos la frescura refrescante de su
presencia, no pensemos que se ha ido, sino que está siempre,
velando junto a nosotros, escuchando nuestro clamor y el clamor
de los pobres. Lo rezamos en el salmo 121 (120)
No permitirá que resbale tu pie,
Tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.
El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha.
Durante el día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
El Señor te guarda de todo mal,
Èl guarda tu alma;

4. Mt 27,46.
VENID A MÍ 117

el Señor guarda tus entradas y salidas,


ahora y por siempre.

Dios no duerme, aunque nosotros durmamos, aunque no per-


cibamos su presencia. Nos rodea con un abrazo amoroso desde
el comienzo hasta el final. Camina a nuestro lado.

A cada una de nosotras el Señor le dirige una invitación ince-


sante: ¡Vuelve a mí! Es que, ningún cansancio, por grande que
sea, es capaz de destruir la roca fundamental en la que se asien-
ta nuestra vida: El Señor, su presencia, su promesa. El Señor no
necesita volver. El está siempre caminando con nosotras, aunque
nosotros no nos demos cuenta. Lo confesamos también en el sal-
mo 22, que tanto nos ha acompañado a lo largo de diferentes
momentos de la vida:

“El Señor es mi pastor: nada me falta;


en verdes pastos Él me hace reposar.
A las aguas de descanso me conduce,
y reconforta mi alma.
Por el camino del bueno me dirige,
por amor de su nombre.
Aunque pase por quebradas oscuras,
no temo ningún mal,
porque tú estás conmigo
con tu vara y tu bastón,
y al verlas voy sin miedo”.

Se trata de volver al Señor, volver porque Él nos hace volver.


Se trata de volver a tener la experiencia fundante de nuestra
vocación. Se trata de aprender a permanecer en su presencia...
Pero ¿cómo será esto?, podríamos preguntarnos como María en
la anunciación.

Se trata de volver para sintonizar con el corazón de Dios.


Cada retiro nos sirve para esto: para mantener viva la memoria
del Señor, de la presencia del Señor en nuestras vidas y en la his-
118 CELEBRAMOS LA VIDA

toria. Es un volver para –podríamos decir– “auscultar el corazón


de Dios”.
Cuando Timothy era maestro de la Orden, Santa Catalina era
declarada co-patrona de Europa. En aquella ocasión Timothy
dijo:
“La devoraba la urgencia de llevar a todos el amor y la mi-
sericordia de Dios”; y es que Catalina y los santos, a fuerza de
auscultar el corazón de Dios, supieron escuchar con nitidez los
gemidos de la humanidad, e identificados con Jesús paciente,
supieron hacer suya la causa del Reino inmolando su vida como
una ofrenda grata al Padre, para que los hombres y mujeres
tuvieran vida, y la tuvieran en abundancia.
Se nos llama a ser hombres y mujeres de fe, de oración; a dejar
que el Espíritu clame en nuestro interior y dilate nuestra espe-
ranza. Así, en el secreto de la celda interior, del corazón, aco-
geremos el don de Dios, al tiempo que nos abriremos al mundo
haciéndonos receptiva de sus angustias y anhelos. De este modo,
la intimidad con Jesús, las horas en las que estamos “a sus pies”
hará de nuestra vida contemplativa, no una fortaleza que debe-
mos defender del ajetreo de la vida “mundana”, sino un cáliz
abierto dispuesto a derramarse para que los otros tengan vida y la
tengan en abundancia, porque antes éste mismo cáliz generoso se
ha derramado en nuestro corazón dándonos vida en abundancia.
Volveremos, permaneceremos en su presencia y Él será la
fuente de dónde brotará todo, nuestra alegría, nuestra predica-
ción, que no es otra cosa que el fruto de lo contemplado ¿Qué es
la contemplación sino un permanecer en su presencia, derra-
mándonos permanentemente en afectos de amor para con los
que el Señor ama? Sin Él, sin su presencia, nada podemos hacer:
“El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, por-
que separados de mí no pueden hacer nada”.5

5. Jn 15,5.
VENID A MÍ 119

Se trata de volver porque Él nos hace volver. Volver para per-


manecer en su presencia. Volver, que es respuesta gratuita a un
llamado gratuito.
Permanecer en el Señor, en palabras de Catalina de Siena, no
es otra cosa que habitar en la celda interior. De ella no puede
sacarnos nada ni nadie.
Se trata de permanecer en Él. Pero no es un permanecer inti-
mista. Es un permanecer trinitario, es un permanecer unidos a
nuestros hermanos. Cuando Jesús ora por sus discípulos dice:
“Padre Santo, cuida en tu nombre a los que me has dado,
para que sean uno como nosotros...”.
Y más adelante agrega:
“No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que,
por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos
sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me
has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste para
que sean uno, como nosotros somos uno: yo en ellos y tú
en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conoz-
ca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como
me has amado a mí”.6
Los votos religiosos son una manera de vivir nuestra vida en
presencia del Señor. Son una apuesta por la unidad en un mun-
do fragmentado y fragmentador. Son una contra-propuesta de
unidad en una sociedad desintegrada que tiende a desintegrar.
Renovar nuestra consagración es creer y volver a creer que el
Señor nos invita incesantemente a la comunión con Él. Es el
Señor el que provoca la comunión entre nosotros y no al revés.
Él es la fuente de la comunión, del amor fraterno, de la unidad
en medio de la diversidad, y la garantía de que a pesar de todo,
todo acabará bien.

6. Jn 17,20-23.
120 CELEBRAMOS LA VIDA

Los votos tienen una dimensión teologal: nos ponen cara a


cara con Dios. Son gracia y son también expresión de nuestro
deseo de permanecer en su presencia.

Permanecer en su presencia nos regala una sabiduría siempre


nueva y renovada. Aquella que nos permite sacar lo precioso de lo
vil ¿qué significan estas palabras misteriosas?

Al permanecer en su presencia descubrimos el hoy de la sal-


vación en nuestro mundo fragmentado y dividido. Aprendemos
que todo ocurre para el bien de los que lo aman. Nos damos
cuenta de que nada puede separarnos de su amor y que su amor
se derrama abundantemente sobre todo lo creado. Permanecien-
do en su presencia, aprendemos lo que el Apóstol Pablo decía
con tanta vehemencia a los cristianos de Roma:
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las prue-
bas, la aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo,
los peligros o la espada? Como dice la Escritura: Por tu cau-
sa nos arrastran continuamente a la muerte, nos tratan
como ovejas destinadas al atadero.
Pero no; en todo eso saldremos triunfadores gracias a
Aquel que nos amó. Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los
ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el futuro,
ni las fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos,
ni ninguna otra criatura podrán apartarnos del amor de
Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” 7.
Uno de los problemas con los que se enfrenta actualmente la
vida religiosa es el del envejecimiento de sus miembros y la dis-
minución de las vocaciones. Joan Chittister decía:
“Gracias a la disminución (numérica), la vida religiosa ha
vuelto a vivir de nuevo. La disminución nos vuelve a Dios”.
Disminución numérica, disminución de fuerzas, conciencia

7. Rom 8,35-39.
VENID A MÍ 121

del límite, cualquier tipo de disminución que suframos: Perma-


neciendo en su presencia podemos, ante nuestros contemporá-
neos desesperanzados, dolidos y/o descreídos, ser testigos de que
Su fidelidad y su amor permanecen para siempre, porque así lo
hemos experimentado en nuestra vida.
“Cuenta una leyenda que había una tribu de Indios cuyo
objetivo era alcanzar con sus flechas a la luna. Era una tri-
bu nómada que viajaba continuamente buscando las alturas
para ensayar nuevos tiros y ajustar la puntería.
Cuentan que nunca llegaron a la luna, pero que pasaron a la
historia como aquellos hombres y mujeres que ‘aprendieron
a tirar muy alto’”.
A pesar de las dificultades, de los problemas, de no ver claro,
lo importante es no claudicar en el empeño y en la lucha, seguir
afinando cada día en la fidelidad, y seguro que, a pesar de los
errores y desaciertos, cada vez afinaremos un poco más. Tal vez,
no lleguemos a la luna, pero seguro que aprenderemos a tirar
muy alto, tan alto que nos identificaremos con Aquel que nos
convoca desde las alturas y que sin embargo nos habita.
11
ARDER E ILUMINAR
Diálogo desde nuestra identidad

Cuando Santo Tomás en la Suma teológica se pregunta sobre


la vida contemplativa y la vida activa –II,IIae–, sobre la primacía
de una sobre otra; sobre el valor de una y otra; sobre si la vida
activa es un estorbo para la vida contemplativa, etc. llega a la
conclusión que es más perfecto arder e iluminar, que sólo arder,
o que sólo iluminar, y lo hace de la mano de San Agustín.

El obispo de Hipona, Agustín, sirve a Tomás –entre otros tex-


tos– cuando hablando de Marta y María en De Verbis Dom dice:
“No has escogido tú algo malo, pero ella ha escogido mejor. Oye por
qué mejor: porque no se le quitará. A ti se te quitará un día el peso
de la necesidad, la dulzura de la verdad es eterna”.1

Sin embargo, en la vida presente hay ocasiones en que hay


que elegir la actividad, porque “el filosofar es mejor que enrique-
cerse, pero enriquecerse es mejor para el que padece necesidad”.

Y Agustín continúa en la Ciudad de Dios XIX, sirviendo a


Tomás cuando éste dice que “a veces alguien tiene que dedicarse a
la vida activa, suspendiendo la contemplativa por alguna necesi-
dad de la vida presente, pero no de forma que se vea obligado a
abandonarla totalmente”. El amor a la verdad –dice Agustín–
requiere un ocio santo. La necesidad de la caridad, emprende

1. Suma Teológica, II-IIae Q 182.


124 CELEBRAMOS LA VIDA

una ocupación justa, es decir, la vida activa. Pero ni siquiera en


este caso debe abandonarse totalmente el deleite de la verdad, no
sea que quitado este alivio, la carga sea demasiado pesada. De
modo que cuando alguien es llamado a la vida activa, no ha de
hacerlo abandonando lo que ya tenía, sino añadiendo algo más.

1. Una consideración a tener presente

San Agustín en el sermón 103 dice que Marta se ocupaba en


muchas cosas disponiendo y preparando la comida del Señor, en
cambio María prefirió alimentarse de lo que decía el Señor. No
reparó, en cierto modo, en el ajetreo continuo de su hermana y
se sentó a los pies de Jesús, sin hacer otra cosa que escuchar sus
palabras. Había entendido de forma fidelísima lo que dice el
Salmo: “Descansad y ved qué bueno es el Señor” 2. Salm 46,11.
Marta se consumía. María se alimentaba; aquella abarcaba
muchas cosas, ésta sólo atendía a una. Ambas son buenas.
El amor a los amigos es útil, pero sólo hay una cosa : saber
escuchar. Esta es la gran lección del texto que nos ha acompa-
ñado de Marta y María3. El otro tiene algo que decirnos, espera
que le escuchemos con tranquilidad, que dejemos el ajetreo y nos
paremos a mirarle, que le ofrezcamos nuestro tiempo. Esta “pér-
dida de tiempo” termina siendo lo más necesario, lo más valioso,
“la mejor parte”. Y esto, aplicado a nuestra vida de oración, pero
también a nuestra vida fraterna: Tenemos más necesidad de
escuchar, de escucharnos, que de correr todo el día.
Alguien se quejaba hace poco de que cada vez que entra en un
convento y llama a una hermana o a un fraile, ve que todo el
mundo va con prisas, hasta para “escuchar” tenemos prisas.
En la oración perdemos el tiempo con el Señor, con el mejor
de los señores, con el mejor de los amigos. Quizá no tenemos
2. Sal 46,11.
3. Lc 10,38-42.
ARDER E ILUMINAR 125

nada que decirle –“al orar no charléis mucho” 4–, ni nada que
pedirle. Pero lo importante es estar allí, a su lado, en silencio,
dándole lo mejor que podemos darle: la vida misma, nuestro
tiempo, algo que no tiene precio porque es irrecuperable, sabien-
do que también Él está a nuestro lado, presente, y que nos ofre-
ce lo mejor que tiene: su amor.
En este sentido, la oración es lo más inútil, pero también es lo
más necesario. Es lo más inútil si con ella pretendemos sacarle
cosas a Dios. Con la oración ni aumenta la cuenta corriente, ni
me cambian de prior, ni se solucionan los problemas políticos y
sociales, ni se consigue un trabajo mejor, ni me dan una sub-
vención para hacer obras, ni me toca la loteria. En todo caso lo
que se logra, es sobrellevar de otro modo los problemas. Y sin
duda, esto es muy importante porque hay dos maneras de enfo-
carlos y asumirlos: con agobio y desesperación, o con ilusión y
esfuerzo, o en todo caso “sin dejar que los problemas me pue-
dan”. A los problemas los tiene que solucionar cada uno: Dios no
ocupa mi puesto, en todo caso está conmigo en la lucha, y saber
que alguien te da la mano o se interesa por ti, es lo más útil y
también lo más necesario, lo que más nos anima para no dete-
nernos y avanzar.
Cuentan que un excursionista se perdió en un bosque en una
noche cerrada. El frío apretaba y los animales hacían temer un
ataque. Pensó en dejarse morir y quedarse quieto, inmóvil y espe-
rar. De pronto le pasó por su mente el rostro de su mujer y sus
hijos, de los que seguramente le amaban, esperaban y buscaban.
Tomó la decisión de luchar y caminar, y se dijo para sí: “–Si
creen que vivo, creen que camino, y si no camino, soy un traidor
y un despreciable”.
Dios no está ahí, en la oración, en nuestra vida, para darnos
cosas, sino “para dar el Espíritu Santo a quien se lo pida” 5, y este

4. Mt 6,7.
5. Lc 11,13.
126 CELEBRAMOS LA VIDA

Espíritu es paz, alegría, generosidad, dominio de sí, paciencia,


bondad 6 y no sólo nos enseña a orar, sino que ora en nosotros y
con nosotros. La oración como el amor, parte de Dios y conduce
a Él, y uno se siente acompañado, y animado, a seguir a pesar de
todo: “Si creen que vivo, creen que camino...”.
Desde esta perspectiva, es posible asumir, con otra óptica y
otro “talante” la revisión de nuestra vida, el diálogo con nuestros
contemporáneos, y asumir los retos que nos presentan.

2. La vida religiosa en el concierto de la sociedad

Constatamos que, cada vez más, se están dando, en nuestra


sociedades, la coexistencia de estilos de vida muy diferentes, en
lo que respecta a la indumentaria, lenguaje, valores, formas de
relacionarse, etc. Estamos asistiendo a una eclosión de estilos y
de formas de vida que evocan valores éticos, estéticos, esotéricos,
religiosos, políticos, etc. Hoy tenemos la posibilidad de conocer,
y por lo mismo elegir entre una gran variedad de posibilidades de
vida, caminos que se ofrecen como puerta de realización.
La vida religiosa, y la vida dominicana encarnan, en el con-
cierto de la sociedad actual, un estilo y forma de vida con unas
características muy propias que tienen, en principio, una razón
de ser y una lógica que no siempre es captada en su dimensión
más profunda, y que no siempre sabemos transmitir con fideli-
dad. Todas las otras alternativas que se presentan en la socie-
dad, no van en detrimento de esta vida religiosa, al contrario,
son una oferta más llamadas a convivir y a complementarse
mutuamente. Todo aquel abanico tiene sin duda algo que ofre-
cer a la vida consagrada, como también, sin complejos podemos
afirmar que ésta tiene algo que aportar a esa gran sinfonía
social y cultural.

6. Gal 5,22-23.
ARDER E ILUMINAR 127

En una ocasión cogí un taxi en Barcelona. En un atasco de-


lante del coche se detuvo una joven con los cabellos cortados de
manera exótica y con colores más exóticos aún. Su indumenta-
ria era llamativa por colores fuertes y por estridencia en sus for-
mas y caídas. Si a eso sumamos los tatuajes que poblaban el ros-
tro y los brazos de la muchacha, ¡el cuadro era impresionante!
Se me ocurrió comentarle al joven conductor: “–Mira que hay
gusto para todo, y maneras de llamar la atención muy especia-
les”. El conductor se giró, me miró de arriba abajo y solo dijo:
“–Realmente, con esa ropa medieval, no sé cómo va Ud. por el
mundo”. Me sumergí en un silencio comprensivo, y tal vez abrí
los ojos para ver cómo vemos y cómo “nos ven”.
¿Cuál es el estilo o la forma de la vida religiosa, de la vida de
la dominicana hoy? ¿Qué podemos ofrecer juntos a la gran sin-
fonía del mundo? ¿Estamos convencidos que tenemos algo que
ofrecer? ¿Cómo? ¿Con qué lenguaje?
A veces uno tiene la impresión que la presentación de este
estilo de vida que llevamos es muy poco seductor para nuestros
contemporáneos. Nuestra vida, no siempre es presentada con
garra, –tal vez porque no es vivida con pasión– como una alter-
nativa válida para el común de los mortales, que por otra parte
no están formados ni capacitados para entenderla porque su
lenguaje no les resulta significativo y sus formas se les presen-
tan como extrañas, cuando no extravagantes: en unos casos ha
quedado desfasada, y en otros no es asimilable porque no se han
transmitido los valores de la fe que permiten captarla.
Tenemos ante nosotros la oportunidad de repensar una vida
religiosa que sea inteligible para todos porque es portadora de
libertad y de amplitud.
128 CELEBRAMOS LA VIDA

3. ¿Qué imagen ofrecemos? ¿Cómo vivimos?

Es importante que consideremos qué imagen ofrecemos, por-


que sin duda ella es reflejo de qué vivimos en la realidad. Eso nos
obliga, a los que intentamos vivir con autenticidad la vida reli-
giosa a que asumamos una legítima autocrítica:
¿Qué imagen damos? ¿Cómo vivimos esto que tenemos entre
manos, y que teóricamente presentamos como una opción abso-
lutamente válida para nuestras vidas y como una propuesta con
sentido para nuestro mundo?
¿Qué tipo de cristianismo vivimos y presentamos? ¿El cristia-
nismo de la cruz o el de la resurrección y la gloria?
¿Nos hemos anclado en el viernes santo o somos capaces de
expresar con fuerza la resurrección?
¿Nos presentamos como los profetas de calamidades, ponien-
do el acento casi exclusivamente en la dimensión ascética y peni-
tencial, obviando la dimensión mística, aquella que nos abre al
misterio y nos permite vivir en sintonía cordial con el Dios de la
vida?
Nuestra fe ¿la vivimos con convicción?
Parece que a nosotros también nos ataca el virus del pesimis-
mo que nos hace ver a la vida religiosa como una vida en crisis,
y nada más. Si esto es así, es lógico que no sean muchos los que
se apunten, y lo extraño es que nosotros consintamos en seguir
apuntados. No. Hay algo más detrás de todo esto, algo que nos
ha fascinado y que nos mantiene en la búsqueda y en el segui-
miento, aunque andemos a tientas en el claroscuro de la fe y de
los acontecimientos.
Tengo la impresión que no pocas veces presentamos nuestra
vida de una manera muy poco seductora. Y, a medida que pasan
los años, es como que nos vamos desinflando y dejamos de tener
ilusión y empuje.
ARDER E ILUMINAR 129

Nietzche reconocía a Jesús una capacidad seductora impre-


sionante. Para él esta seducción se manifestaba entre otras cosas,
en la utilización de un lenguaje que no decía todo; en su capaci-
dad de presentar un mensaje bajo un velo; unas realidades que
dejaban entrever un misterio, que es precisamente el que cautiva
y nos dispone a la sorpresa.
Es importante dejar un margen al misterio, algo que sugiera
más que lo que se explica. Y es que a veces, a fuerza de habernos
habituados al misterio, éste ya no nos sorprende, y bajo capa de
modernidad y de cercanía, descuidamos la dimensión más tras-
cendente y profunda que anima nuestras vidas: Algo inexplicable,
que se fragua en el corazón, en la intimidad con nuestro Dios.
Me molesta tremendamente la instrumentalización que desde
los ámbitos más conservadores de la Iglesia se hace de lo sagra-
do, y la multiplicación de “devocioncillas” para atraer al miste-
rio, porque parece que tenemos que apelar a lo más secundario 7
para acercar a la gente al misterio. Pero reconozco que no pocas
veces, nosotros mismos estamos tan empeñadas en ser como
todos, que hasta olvidamos algunos aspectos que nutren nuestra
vida y que nos ayudan a cimentarnos en lo esencial, ayudándo-
nos a mantener nuestra mirada fija en el Dios que se denominó
así mismos como “Yo soy el que soy”, y que desde la zarza que
arde sin consumirse, nos envía porque no puede resistir los cla-
mores de su pueblo.
No nos olvidemos, nos envía después de haber contemplado
el misterio; la zarza que arde sin consumirse, es la que calienta
nuestro corazón y nos hace portadores de una palabra de libera-
ción, no nuestra, sino de nuestro Dios.
Jesús, –tal y como nos la presenta el Evangelio– es el portador
de un mensaje que sugiere, que hace pensar, que trastoca nues-
tras categorías mentales y que nos obligan a pensar y a tomar

7. A veces me parece que raya con lo idolátrico.


130 CELEBRAMOS LA VIDA

partido. Jesús nos dice que la lógica de Dios es diferente que la


lógica humana; Él llama bienaventurados a los que el mundo lla-
ma desgraciados, y nos presenta la gloria de Dios manifestada en
la fragilidad de un ser humano.
Creo que el gran reto de nuestra vida consagrada hoy es el de
ser capaces de insinuar, de dejar vislumbrar “algo” más, detrás
del velo. Y esto se hace, no sólo con lo que decimos, sino con
nuestros gestos y con nuestras actitudes, que dejan entrever la
lógica de Dios.

4. Superando tópicos y estereotipos

Hemos de ser capaces de superar muchos tópicos y los este-


reotipos que se nos han presentado de la vida religiosa, y ani-
marnos a preguntarnos con claridad y sin miedo: ¿qué significa
hoy ser dominico/a? ¿qué significa e implica ser seguidor/a de
Jesús?
Permitidme que os diga, que si queréis vivir en titularidad
vuestra propia vida, sería bueno, en este ejercicio, que pongáis
bajo sospecha desde vuestras convicciones más profundas, tam-
bién estos estereotipos y prácticas que han configurado un esti-
lo de vida y que han llegado a ser presentados como esenciales.
Si reafirmamos estos estereotipos y estos tópicos, que gene-
ralmente son negativos, iremos denigrando la imagen de la vida
religiosa que acabará por no ser significativa no sólo para los
otros, sino para nosotros mismos. Si descubrimos qué es real-
mente lo esencial, muchas cosas caerán por su propio peso, ¡o
por su falta de consistencia!
Cuando en mi monasterio se quitaron las rejas, una monja de
ochenta años exclamó: “–¡Y no ha pasado nada! ¡Seguimos sien-
do monjas contemplativas y el mundo sigue donde está! ¿cómo
pudimos vivir tantos años tan apegadas a estos hierros?”.
ARDER E ILUMINAR 131

En el lenguaje coloquial hay expresiones que revelan una ima-


gen más bien negativa de la vida religiosa. Ante eso se impone la
urgencia de deshacer esos tópicos y estereotipos asumiendo un
planteamiento positivo de cuanto vivimos: Por ejemplo, ponien-
do el acento en la búsqueda conjunta de la voluntad de Dios, en
el diálogo y en el valor de la autoestima, por encima de la obe-
diencia ciega, de la sumisión y del argumento de que “la volun-
tad de Dios pasa siempre por la voluntad de los superiores”.
Asumiendo un estilo de vida austero que nos permita compartir
con los otros, en lugar de escudarnos en la pobreza para “no dar
nada porque todo es de la comunidad”, o siendo conscientes de
lo que valen las cosas, para dejar de vivir como niños ricos, pro-
tegidos con un voto que nos da todas las facilidades para vivir sin
que nos falte nada (“despreocupados de lo material”) mientras el
resto de los mortales han de sudar la gota gorda para llegar a fin
de mes.
Hace unos meses, un fraile que dejó la vida religiosa y que se
dedicaba al acompañamiento de la gente, vivió una crisis impre-
sionante y me decía: “–Con casi 50 años me siento incapaz y
sobrepasado por las obligaciones. Viví al margen de las exigen-
cias de la vida real, no asumí lo que profesé y por eso, creyendo
que estaba equivocado marché. Ahora estoy más confundido que
antes”.
En realidad, lo que más le agobiaba –y en el diálogo quedaba
patente– es que ahora debía pagar un alquiler, prepararse la
comida, lavarse la ropa, hacer la declaración de la renta, pagar
impuestos... ¡lo que hace todo ser humano normal y corriente!
No pocas veces se ha presentado la vida religiosa como una
vida de renuncia, de abandono, de desinterés por lo mundano, lo
material y lo finito, llevándonos progresivamente a los religiosos
a ser una especie de híbridos que desde una vida asegurada pon-
tifican fácilmente sobre lo que sus contemporáneos viven como
un drama o con muchas dificultades: hablemos de planificación
132 CELEBRAMOS LA VIDA

familiar, de austeridad, de compartir, de reconciliar la fe con la


vida, del diálogo en una sociedad plural y en ocasiones hóstil.

5. En una justa y legítima tensión: Fidelidad creativa

Todavía no hemos superado la tensión existente entre el pasa-


do y el futuro teniendo en cuenta el presente que queda en la
encrucijada de ambos.
Por una parte, fundamentalmente a partir del Vaticano II, se
nos pide por activa y por pasiva fidelidad a los orígenes, al espí-
ritu de nuestras raíces, y por otra nos vemos urgidos por una rea-
lidad que nos interpela y que no pocas veces se nos escapa de las
manos.
Esa fidelidad creativa a nuestros orígenes, hemos de situar-
la necesariamente en la fidelidad, no a nuestros fundadores,
sino en una fidelidad al Espíritu que suscitó en ellos un estilo
de vida concreto en un momento determinado. Nosotros no
somos seguidores de Domingo, somos, por encima de todo se-
guidores de Jesucristo, con un estilo concreto, el que el Espíritu
le inspiró a él, para asumir una dimensión esencial de la vida
de Jesús.
Para vivir en fidelidad a nuestros orígenes es necesario hacer
memoria y evitar que esa vuelta a los orígenes se convierta en un
lastre, en un peso insoportable, infumable –diríamos hoy–.
La memoria se ha de convertir en un elemento creativo. Me
gusta citar a Gaudí que al abordar su obra, que fue revoluciona-
ria del todo, afirmaba que “la única manera de ser originales, según
piden nuestro tiempo, es siendo capaces de volver a nuestros oríge-
nes, donde se daba la creación casi casi de manera espontánea”.
Hacer memoria de nuestros orígenes y de nuestro carisma es
fundamental para situarnos y saber de dónde venimos, pero tam-
bién para saber hacia dónde nos dirigimos, hacia dónde quere-
ARDER E ILUMINAR 133

mos ir. Quien pierde la memoria, pierde sus raíces. Dice Espriu
que “no tan solo hemos de hacer memoria para no perder la iden-
tidad, sino también para poder responder a la pregunta ¿qué que-
remos ser?”.

Es necesario hacer memoria desde la creatividad para evitar


encallarnos estáticamente en el pasado permitiéndonos afrontar
los retos del presente y del futuro, como un universo de posibili-
dades llenas de dinamismo, portadoras de vida.

Es fundamental, en este esfuerzo positivo por hacer memoria,


recuperar lo esencial, situarlo bien, y deshacernos de lo que es
accidental, circunstancial o meramente histórico, y que tal vez
nos causa no pocas crisis y dificultades que generan un desgaste
importante en nuestras vidas y en nuestras relaciones. Pero, ¿qué
significa realmente recuperar lo esencial? ¿cómo descubrir lo
esencial del carisma?

Ese discernimiento ha de hacerse desde la comunión. Es un


ejercicio que nos obliga a un trabajo de interpretación comuni-
taria desde la verdad, porque haciendo ese discernimiento en
solitario corremos el riesgo de ser subjetivos y equivocarnos por-
que nos faltará el punto de vista de los otros, a los que también
afecta e importa esta tarea.

Así, surgirán preguntas interesantes que se han de responder


desde la sinceridad, el respeto y la caridad:

¿Es esencial llevar el hábito?

¿Es esencial la pobreza?

¿Es esencial vivir en comunidad y participar de unas determi-


nadas prácticas de oración juntos a lo largo de nuestras jorna-
das? Y si lo es, ¿cómo se han de vivir?

¿Es esencial que sea una hermana/o quien esté al frente de las
obras y que las responsabilidades recaigan siempre sobre un
miembro de la provincia, congregación, orden?
134 CELEBRAMOS LA VIDA

¿Es esencial el voto de obediencia? Y si lo es, ¿cómo se ha de


vivir?

Las preguntas serán inacabables, y no podrá responderlas


más que cada comunidad. Son inaplazables, y de la respuesta
que demos a ellas y de cómo afrontemos lo que juntos/as haya-
mos discernido, dependerá en gran medida nuestra liberación de
muchos pesos, y conllevará también, sin duda, la responsabili-
dad de implicarnos con coherencia y sin excusas.

Al decir que es fundamental este discernimiento lo digo cons-


ciente de que no pocas veces lo accidental se ha convertido en un
tópico que ha terminado distorsionando la mirada respecto a lo
esencial, y eso ha sido el criterio de discernimiento a la hora de
dar una profesión, una asignación o lo que es peor, de enjuiciar
a una hermana o a un hermano.

Insisto en la expresión de Emmanuel Mounier cuando habla


de la urgencia de una fidelidad creativa, entendiendo que es una
fidelidad elástica, abierta, libre de encorsetamientos.

No podemos ignorar que muy pocas cosas “son eternas” –tal


vez sólo una– porque los marcos y los escenarios cambian, como
cambian los espectadores y los actores. Por lo tanto es funda-
mental tener la suficiente lucidez, como para incidir en el marco
sabiendo que habrá muchas cosas que tendrán que cambiar. No
es aceptable, en ningún caso el mimetismo estático con el pasa-
do, simplemente porque fue pensado para un tiempo que ya
pasó. Tampoco será lícito forzar las cosas y pretender asumir sin
un sereno discernimiento todo lo que nos ofrece el mundo y la
cultura actual.

Tenemos en nuestras manos –y esto tarde o temprano nos lle-


gará– el planteamiento de la vida religiosa hoy, y tenemos la res-
ponsabilidad de vivirla desde un afianzamiento maduro y con-
vincente en Jesucristo. Y esto no se improvisa, requiere el doble
movimiento que el Espíritu suscitó desde el comienzo en la
ARDER E ILUMINAR 135

Orden y que pasó a ser una consigna para las hermanas y her-
manos que viven en comunidad: “tener un solo corazón y una sola
alma, orientadas hacia Dios”, y esto requiere, exige y propone
espacios de oración y de búsqueda del rostro de Dios presente en
la Palabra, en el Pan, en los hermanos; de esta contemplación y
comunión, surgirá la contemplación de su rostro en el mundo al
que se nos envía, pero si no nace de este primer momento “oran-
te”, se verá condenado al fracaso propio del que se predica a sí
mismo, y eso, siempre es fugaz y pasajero.

Que existan ciertas tensiones en la vida religiosa, no es ni bue-


no ni malo, creo más bien que es positivo, aunque sea porque es
la expresión de que hay vida.

La muerte es quietud y la inactividad. Por el contrario decir


“tensión” es apelar a un deseo continuo de superación: El arco
que se tensa cuando apunta a un objetivo, es la expresión clave
de cuanto decimos: Al tensar el arco, establecemos una justa dis-
tancia entre los extremos para que el tiro sea certero.

El poeta Joan Maragall relaciona directamente esta tensión


con el amor, y dice en su obra Elogio del vivir, que: “El que vive,
desea vivir más. Sólo vive el que ama; el que no ama, no puede
morir, porque ya está muerto”.

En este sentido la “tensión” de la que hablamos es positiva.


Podríamos cuestionarnos si en nuestras comunidades no hubie-
ra “tensiones”, eso sería un sinónimo, tal vez, de que estamos
muertos o de que no anhelamos superarnos porque creemos que
ya hemos llegado a la perfección de la vivencia del ideal, y eso,
es falso.

Es importante insistir que la “justa y necesaria tensión” no


tienen por qué vivirse con angustia o ansiedad, al contrario, han
de afrontarse con espíritu creador y con la ilusión propia del que
está construyendo un proyecto apasionante de vida, en el que la
sorpresa del Espíritu nos obliga a no instalarnos y a permanecer
136 CELEBRAMOS LA VIDA

atentos a los signos de los tiempos que reclaman lo mejor de


nosotros mismos.

6. Prohibido quitarse la cabeza

Decía Chesterton que “La iglesia nos pide que al entrar en ella
nos quitemos el sombrero, no la cabeza”. Con su genialidad y
humor inglés, el sabio escritor alerta sobre uno de los grandes
peligros que corren aquellos que “queriendo ser más papistas
que el papa” se niegan a utilizar la inteligencia y se conforman
con una fe infantil que se resiste a crecer y a madurar; aquellos
religiosos genuflexos que prefieren decir amén a todo “antes que
pensar y complicarse la vida”.
La fe del carbonero, no está mal, pues nadie le pedirá a
nadie más de lo que puede, –¡y mucho menos Dios!– pero si se
nos ha dado unas capacidades, son para utilizarlas y sobre
todo para ponerlas al servicio de los otros, al tiempo que nos
llevan a la propia realización y al desarrollo humano y cristia-
no. Si se nos ha llamado a vivir “liberados” para el Reino, es
justo y necesario que nuestros talentos, ¡todos!, estén al servi-
cio del Reino.
Él “Fides quaerens intellectum”, –la fe que busca entender– era
la consigna o el principio que se nos inculcaba por activa y por
pasiva en las clases de Teología Fundamental, invitándonos a
“pensar la fe”, y advirtiéndosenos que a la hora de los exámenes
los listillos que quisieran disimular su falta de estudio con argu-
mentos “piadosillos”, ¡lo tendrían claro! Los dominicos y domi-
nicas, no podemos dejar de dar razones de nuestra fe –se nos
insistía– y tenemos que “pensar nuestra fe”.
Digo esto porque la teología, que algunos definen como la fe
de los “que piensan”, no es un arma desestabilizadora cuando va
más allá de lo “que siempre se nos ha dicho”. Su reflexión nun-
ca ha de ser una reflexión al margen de la fe ni contraria a la
ARDER E ILUMINAR 137

razón, y por lo mismo no es “peligrosa” ni lo es el avanzar por los


caminos de la fe de su mano.

San Anselmo, que de “sospechoso de hereje” no tenía nada,


nos regaló una auténtica perla que vale la pena tener presente
cuando legítimamente nos preguntamos por la fe que se nos ha
dado, y que libremente hemos acogido: “Señor, yo no pretendo
penetrar en tu profundidad, ¿cómo iba a comparar mi inteligencia
con tu misterio? Pero deseo comprender de algún modo esa verdad
que creo y que mi corazón ama. No busco comprender para creer,
esto es, no busco comprender de antemano, por la razón, lo que
haya de creer después, sino que creo primero, para esforzarme lue-
go en comprender. Porque creo una cosa: si no empiezo por creer,
no comprenderé jamás” (Proslogion 1: PL 158,227).

No podemos perder de vista como consagrados/as que la


razón ilumina la fe en sintonía con la Buena Nueva del evange-
lio, y que no pocas veces este diálogo entre fe y razón, pone
“patas arriba” la fe que nos transmitieron en la que todo era
“incuestionable”; trastoca todos nuestros esquemas inamovibles.

La crítica no hace un mal servicio a la verdad, al contrario, la


garantiza, y seguramente tener una fe que se deja iluminar por
la razón, y una inteligencia que es humilde para abrirse al mis-
terio, hará que la verdad del Evangelio se anuncie como un men-
saje acorde, también hoy, para nuestros contemporáneos.

Fernado Pessoa en su libro “El desasociego” decía: “Soy hijo


de un tiempo en el que la mayoría de los jóvenes han perdido la fe
en Dios por la misma razón que sus padres la habían tenido siem-
pre: sin saber por qué”.

Necesitamos razones personales para alimentar nuestra fe y


dar razones de ella; para fortalecer nuestros lazos y vínculos con
Dios que lo es todo, pero que siendo un misterio inabarcable,
siempre nos puede sorprender revelándonos algo que está más
allá de lo establecido, formulado y creído.
138 CELEBRAMOS LA VIDA

Que el Señor aumente nuestra fe, y que ilumine nuestra inte-


ligencia para que conociéndole nos adhiramos a Él con todo
nuestro ser, ¡también con nuestra inteligencia!
Por eso, por favor, no nos quitemos la cabeza cuando entre-
mos en la Iglesia, cuando vivamos nuestra vida consagrada, ni
pensemos que “es más perfecto el que calla y asiente sin pensar”.
La fe es una cuestión personal; ni siquiera es una cuestión
eclesial: ninguno puede creer por mí. Mi fe, es la fe de la Iglesia,
pero la Iglesia no cree por mí.
“Fides quaerens intellectum”... un latinajo que tiene mucha
miga y que abre la puerta al pan de la Verdad que es muy sabro-
so y que podemos gustar con la mente y el corazón.
12
CON FIDELIDAD CREATIVA

“Vosotros sois una carta de Cristo


Escrita no con tinta sino con el Espíritu del Dios vivo.
No en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los cora-
zones”.1
Somos una carta de Cristo, que el Espíritu ha escrito, y que
está dirigida a aquellos a los que se nos envía.
Y somos una carta escrita por el Espíritu en el corazón. Las
tablas de Moisés estaban escritas en piedra, y sin embargo cuan-
do él bajaba del monte, debía cubrirse la cara porque los hom-
bres no estaban preparados para acoger tanto resplandor, para
dejarse iluminar por Dios. Y esto en la Antigua Alianza.
Nosotros/as hemos subido al Horeb, o al Tabor donde el Señor
nos ha llevado aparte, donde Él nos ha puesto “derechos/as”, y
allí, y el Espíritu ha grabado en nuestras vidas los mismos senti-
mientos que Cristo, y eso es lo que hemos de vivir y encarnar.
¿Cómo llevar un mensaje, “este mensaje”, a una sociedad
secularizada, rica, que lo tiene todo, pero que en realidad no tie-
ne nada o tiene muy poco? Una sociedad que a veces parece que
ni tan siquiera necesita a Dios. Sabemos que le busca, y que nece-
sita que se le anuncie una palabra liberadora, ¡aun sin saberlo!

1. 2Co 3,3.
140 CELEBRAMOS LA VIDA

La confianza que tenemos, continúa diciendo San Pablo, es


en Dios por Cristo. En efecto Él que se hizo conciudadano nues-
tro, nos da su vida, su Espíritu y nos permite a hablar a cara des-
cubierta, y no como Moisés que debía cubrirse el rostro.

Ilustra ésta búsqueda y la necesidad que tiene la gente de “leer


en nosotros” esta carta, un hecho que me ocurrió hace unos
meses. Hacía frío y eran las tres y media de la tarde –hora de la
siesta– cuando tocaron el timbre en el Convento. Contesté y al
otro lado del interfono me dijeron: “Vengo a poner una vela, ¿me
puede abrir?”.

Pensé que no era buena hora, pero en dos minutos estuve


encendiendo las luces de la Iglesia y abriendo la puerta a tan
devota y joven visitante.

Nada más entrar en la Iglesia echó una mirada a su alrededor


y preguntó con ansiedad y tal vez con desconcierto, mientras sos-
tenía una vela entre sus manos y miraba las pocas imágenes que
hay en nuestra pequeña Iglesia: “–Aquí, ¿quién es el más impor-
tante?”.

Sorprendida por la pregunta le señalé el Cristo del presbiterio,


y ella como una flecha se fue a sus pies a “cumplir” lo que le habí-
an indicado debía hacer para encontrar la paz o tal vez para ser
escuchada en una angustia, ¡o para aprobar un examen!

Mucho me hizo pensar este episodio. Primero que una joven


universitaria española entra en una Iglesia católica y no sabe ni
siquiera quién es Jesús, o que al menos Él es el centro de la vida
de la Iglesia. No me sorprendería que sí hubiera identificado un
Buda, o que tal vez me hubiera explicado el significado de los
colores de las velas y los tipos de incienso que hoy se ponen
según las “necesidades” y “problemas” de las personas. Pero lejos
de juzgar nada, simplemente apunto un hecho ocurrido y que
creo cada vez es menos aislado. De hecho la pluralidad religiosa
conviven cada vez más en nuestra sociedad.
CON FIDELIDAD CREATIVA 141

Lo segundo es que la gente hoy tiene mucha necesidad de algo


o alguien que les hable de Dios, o que dé sentido a sus vidas: hay
una sed insaciable de “algo más” de lo que nos ofrece la sociedad,
y no saben cómo ni dónde buscarlo. Y cuando lo encuentran,
¡allá van! Y posiblemente aquí cabe la pregunta de los consagra-
dos de cómo dialogamos con nuestros contemporáneos, y si
somos capaces de escucharlos y dar respuesta a sus interrogan-
tes antes de “vomitarles nuestro rollo” o largarles un sermón con
respuestas a preguntas que no se hacen o con soluciones a pro-
blemas que no tienen.
De la respuesta que nos demos cada uno de los consagrados y
de los cristianos a la pregunta de “aquí, ¿quién es el más impor-
tante?” podremos comprender a quién adoramos y quién es el
centro de nuestra fe, qué pueden leer nuestros contemporáneos
en nuestra vida.
Tal vez perdimos terreno porque nos alejamos del que es el
centro y sin darnos cuenta, comenzamos a predicarnos a noso-
tros mismos y a cargarnos de leyes normas y rituales que nada
tienen que ver con el único mandamiento que Él nos dio: El del
amor, con el único lenguaje que es universal.

1. Abriendo caminos de diálogo y superando viejos lastres:


anunciar un mensaje nuevo

Somos una carta escrita hoy con nuevos caracteres, y por lo


mismo, la vida religiosa no puede permanecer al margen de las
nuevas tecnologías, ni negarse a dialogar con nuestra cultura, ni
abrirse a lo que se cuece en ella. La vida religiosa, y la vida domi-
nicana, no puede permanecer aislada, ni puede tampoco cifrar
su vitalidad en la vertiginosidad de la última noticia y del último
invento. Se ha de vivir en esto también una legítima tensión a fin
de enriquecernos con lo que se nos ofrece como nuevo y que es
susceptible de ser aprovechado para transmitir mejor nuestro
142 CELEBRAMOS LA VIDA

mensaje, pero no cifrar los frutos en el eficacismo “activo”, sino


en el Espíritu que escribe esta carta y nos inspira y envía.
Es mucho lo que se ha caminado en estos últimos años, toda-
vía nos queda un camino por recorrer en el que tenemos que arti-
cular muchos aspectos nuevos que nos ofrece la sociedad y los
diversos estilos de vida que hay en ella, sin perder de vista lo más
esencial de nuestras vidas que es el seguimiento de Jesús, y en
este seguimiento el amar la vida y caminar animados por la cer-
teza de que Dios camina con su pueblo y no se desentiende de su
suerte.
Tenemos en nuestras manos la posibilidad de dar cauce a la
superación, impostergable, del abismo que separó durante gene-
raciones y generaciones a la vida religiosa de la vida laical. Lo que
para nosotros puede parecer casi normal, no ha estado ni está
exento de importantes crisis y sufrimientos. No podemos olvidar
–y aquí cabe un mea culpa consciente y humilde de la vida reli-
giosa– que hemos pasado de una actitud hostil en algunos casos
y en otros indiferente, respecto al laicado, al que hemos situado
en una situación de inferioridad respecto a la vocación religiosa,
a una actitud de corresponsabilidad en la vocación y misión lai-
cal y religiosa, y esto es muy importante. Algo similar le pasó a la
vida consagrada respecto a la jerarquía, y aun colea bastante: Nos
han utilizado y hoy en no pocas ocasiones los obispos “pasan” de
los consagrados, de los dominicos y dominicas, porque nos nega-
mos a ser “la voz de su amo”, porque hemos asumido el desafío
de vivir de forma carismática nuestra vocación en sintonía y
comunión, y en servicio del Pueblo de Dios.
Hemos de reconocer que como vida religiosa en no pocas oca-
siones hemos pasado mucho de lo que de verdad pensaba y sen-
tía la gente –los de dentro y los de fuera– hemos ignorado los
valores que nos aportaba la sociedad, y poco a poco se ha ido
abriendo más la grieta entre lo que se dio por llamar lo sagrado
y lo profano, lo santo y lo pecador, la carne y el espíritu. Y este
CON FIDELIDAD CREATIVA 143

autismo y en ocasiones prepotencia o negación de realidades


muy humanas, es un peso que aun llevamos encima.
Nos toca, no dar marcha atrás, sino asumir el desafío de la
corresponsabilidad con el resto del Pueblo de Dios abiertos a un
mutuo enriquecimiento: el otro es un hermano/a con el que ten-
go que construir el Reino de Dios, desde la comunión con el Dios
del Reino.
No podemos arriesgarnos al fracaso en este ámbito. Hemos de
dejar hacer y asumir lo que es propio de nuestra vida y opción,
gastar en eso todas nuestras energías, y dejar que los laicos
hagan lo mismo. Y esto, no solo por la situación coyuntural en la
que nos encontramos, sino porque necesitamos enriquecernos
con el carisma vivido desde diferentes espacios y opciones: la
riqueza espiritual de la que somos depositarios, se transmitirá
mejor y más nítidamente desde la comunión y la complementa-
riedad: Los laicos y nosotros tenemos una misión que compartir,
pero no hemos de cambiar los roles, eso empobrecería nuestra
identidad y comprometería los frutos de la misión.
Hubo una reunión de Familia Dominicana en la que se pre-
sentó un Proyecto de una Comunidad mixta como “un sueño”.
Después de escuchar la propuesta, un fraile, entonces provincial
dijo que él no veía esta propuesta porque había poca claridad en
la identidad: Los frailes vivirán como laicos, y no podemos pedir
a los laicos, y menos a los niños y a los jóvenes integrantes de la
comunidad un estilo mongil o frailón. No gustó y no todos lo
comprendieron, hasta que años más tarde aquella comunidad no
acabó de funcionar.
La vida religiosa y la vida dominicana que nos toca vivir
depende –creo yo–, de nuestra capacidad de vivir seducidos por
un ideal que no podemos perder de vista: no soy ahora profesor
y ahora asistente social y después hermana o fraile o seglar: Soy
una dominico/a, un/a consagrado/a que desde mi ser presto
determinados servicio, pero lo hago desde una convicción y con
144 CELEBRAMOS LA VIDA

un apasionamiento, que transmiten fuego, dejando intuir algo


que está detrás, y que es la presencia del Dios de la vida que des-
de nuestra vida sugiere, convoca, abre los corazones, y se ocupa
de nosotros dando crecimiento a la palabra que sembramos y
que sube al cielo cargada de frutos.

Hoy más que nunca es necesario y urgente abrir ventanas y


ponernos en el balcón de nuestras casas, salir de nuestros feudos
para hacer llegar al mundo el mensaje liberador que se nos ha
encomendado, con el que podemos dedicarnos a quitar cruces y
a sembrar esperanzas. Somos una carta de Cristo y una memo-
ria suya

La intuición de Domingo de predicar el Evangelio en el cora-


zón de las ciudades y en el corazón de las personas es hoy, en este
sentido, actualísima.

Nuestros tiempos exigen itinerancia y movilidad, física, espa-


cial y sobretodo “cordial”, para poder ir al otro, y desde su pro-
pio escenario anunciarle la llamada que Dios lanza a la humani-
dad para que se humanice la vida. Somos responsables de mos-
trar el rostro amable de nuestro Dios y de la fe; el rostro amable
de Jesucristo y de la Iglesia; el rostro amable y cercano de la vida
religiosa: si lo hacemos, tal vez dejemos de ser responsables de
que haya muchos hermanos que tengan rechazo a la fe, a la
Iglesia, al Evangelio.

Si testimoniamos a Jesucristo, tenemos futuro. No se puede


aceptar que la Iglesia sea su negación. Hemos de vivir en comu-
nión con ella, intentando, desde dentro, su reforma y su vitali-
zación.

A veces –decía Mamerto Menapace– nos ocurre a los cristia-


nos como aquella suegra que se dirige a su futuro yerno y le dice:
“–¿Usted quiere que yo sea su suegra? El chaval le contesta:
–Mire, yo lo que quiero es casarme con su hija, y si me caso con
su hija, no me queda más remedio que admitir que usted sea mi
CON FIDELIDAD CREATIVA 145

suegra”. Nosotros amamos a la Iglesia, y en el pack, entra tam-


bién todo aquello que conlleva el amarla de verdad, el asumir y
aceptar a los hermanos y hermanas en la fe, que a veces tienen
cara y forma de suegra, de cuñado/a, de “obispo”, o de abadesa
–no olvidemos que en la Orden hubo solo un abad, que duró muy
poco y al que Domingo destituyó... porque no es nuestro estilo–.

2. ¿Qué espera la gente de nosotros? Gratuidad y Sabiduría

Hemos recordado que Nietzche decía que es más importante


lo que se sugiere que lo que se dice. Bien, en esta línea, creo que
nuestro mundo reclama con urgencia por parte nuestra, un len-
guaje sapiencial, que exprese una sabiduría que hunde sus raíces
más allá de lo meramente pragmático; un lenguaje que despierte
en los corazones la “nostalgia” por lo que hay en lo más profun-
do de nuestros ser y que es lo único que saciará la sed profunda
que todos los hombres, aunque no lo sepan, llevan en el fondo de
sus corazones. Esta fue la experiencia de Agustín de Hipona: “Te
buscaba fuera y estabas dentro, clamaste y rompiste mi sordera”.
Cuántas veces nos encontramos con hermanas y hermanos
que son incapaces de un lenguaje sapiencial y solo tienen el dis-
curso pragmático del cálculo y de la especulación, el análisis frío
de la realidad o de lo que se creen que es realidad. Y la verdad,
creo que tanto nosotros, como la gente, estamos un poco hartos
de este lenguaje.
Necesitamos oír las voces de los místicos que nos traen noti-
cias de las altas cumbres, de lo que han escuchado y percibido en
las horas de intimidad con su Dios... Y esto sí es esencial en nues-
tra vida, basta mirar a Domingo que como una flecha, apuntan-
do siempre a Jesucristo, pasaba las noches orando al Dios de las
misericordias, y durante el día hablaba en dulces coloquios de lo
que estaba lleno su corazón y que había cosechado en las vigilias
nocturnas, en su lectura reposada de la Palabra. Nuestros con-
146 CELEBRAMOS LA VIDA

temporáneos necesitan que les hablemos de Dios sin complejos,


con un lenguaje entendible y cercano, pero que les transmitamos
la paz y la serenidad que sólo Él puede alcanzarnos. Para trans-
mitir esa paz, tal vez tengamos que quitar el pie del acelerador y
dedicarnos a “vivir el momento presente”.
Nuestra vida dominicana pone su centro en el “Otro”, de ahí
que es una vida “excéntrica”, lo contrario, una vida autocéntrica,
es un escándalo. Estar centrados en el “Otro” nos permite situar-
nos ante los “otros” con una gran libertad, y nos hace responsa-
bles de su suerte y corresponsables, con Jesucristo, del anuncio
del Reino a sus corazones. Somos una carta de Cristo, que los
otros tienen derecho a poder leer con claridad, y de la que noso-
tros podemos ser portadores.
El que está centrado en el “Otro” vive una dimensión para la
que nuestro mundo hoy es muy sensible, y es la de la “gratuidad”.
Esta gratuidad es, sin duda un contrapunto al mundo que se
mueve por intereses personales, políticos, económicos, mediáticos.
La gratuidad sorprende, cuestiona y cautiva. Abre interrogantes.
Esta gratuidad que vive quien vive “del Otro”, es la mejor mani-
festación de Dios en el mundo, y es reconocida por la inmensa
mayoría de los mortales. El testimonio contundente de que Dios
está y camina con su pueblo, se expresa privilegiadamente en la
entrega desinteresada y gratuita a la que estamos convocados, de
manera particular, los que nos decimos y llamaos predicadores de
la gracias: los dominicos y dominicas, los cristianos.

3. El Buen Samaritano y el Hospedero

Un ejemplo válido es la imagen del Buen Samaritano que se


dirige a Jericó. Allí está su centro y su meta, pero es capaz de
hacer un alto en el camino, de hacer paréntesis para servir al que
yace en el camino.
CON FIDELIDAD CREATIVA 147

Tener el centro claro, estar centrados en “Otro”, nos devuelve


la flexibilidad necesaria para ejercer misericordia, que es aquello
para lo que vinimos a la Orden: “¿Qué pides? –nos preguntan–.
La misericordia de Dios y la vuestra. Quien acoge la misericordia
del “Otro” y de los hermanos, se hace, necesariamente dispensa-
dor de esa misericordia para todos los que yacen en el camino de
su vida.
Una de las críticas, creo yo que muy justas que se nos hace
muchas veces a los religiosos, es precisamente esa incapacidad
que tenemos para hacer un paréntesis en nuestra vida, fruto del
acartonamiento y la incapacidad para ser flexibles en los hábitos
y costumbres que hemos asumido, y no pocas veces canonizado.
Ya que he citado al Buen Samaritano, quisiera dar un paso
más en lo que es y significa nuestra vida. Muchas veces hemos
identificado la misión de la vida religiosa con la de este “Buen
Samaritano” que detiene su marcha y se ocupa y delega en otros
el cuidado del “herido”, cuando, tal vez la misión de la vida reli-
giosa, no es la de “encargar que otros cuiden” en día a día del
herido, sino la misión del hospedero, la de cuidar y practicar la
hospitalidad. Esto es determinante y tendría que definir y signi-
ficar nuestra vocación y misión.
En este sentido me parece importante afirmar que la vida
religiosa está hoy llamada, más que nunca a ofrecer espacios de
acogida. La acogida y la hospitalidad son esenciales en una
sociedad en la que hay tantas personas que están solas y desean
ser acogidas.
Necesitamos comunidades de puertas abiertas, pero para
abrir las puertas hemos de garantizar que dentro de ellas se viva
y se practique la misericordia y la hospitalidad con los de dentro,
y desde dentro con los que vienen. Nuestra voz sapiencial se vol-
verá entonces voz crítica, porque acogiendo, podremos denun-
ciar con autoridad a una sociedad que cierra sus puertas a los
más vulnerables de nuestra sociedad.
148 CELEBRAMOS LA VIDA

4. La libertad en la vida religiosa

La vida religiosa ha sido asociada no pocas veces a una vida


alienada, privada de libertad. Sin duda porque en el imaginario
colectivo existe un concepto de libertad muy empobrecido y
defectuoso. Así, se ha identificado obediencia con privación de la
libertad, lo mismo que la castidad y la pobreza, afirmándose
incluso, que la idea de “compromiso” es contraria a la legítima
defensa de la libertad.

En esta perspectiva vale la pena insistir que desde nuestro


punto de vista, no hay acto libre, no hay libertad interior, sin un
compromiso. Precisamente en nuestros compromisos expresa-
mos nuestra libertad.

Asumimos libremente una vida, para vivir en libertad, y lo


hacemos cuando tenemos a nuestra mano miles de ofertas de
estilos de vida multiforme y multicolor. Es muy libre quien deci-
de vivir en el ámbito vital de la fe, en una sociedad que se dice
post cristiana y que se autoproclama laica, aunque busque deses-
peradamente por muchos cauces, no siempre acertados espacios
de trascendencia.

Desde esta libertad, podemos ser acogedores y ofrecer dos


cosas que nuestros contemporáneos necesitan y desean como el
aire para vivir: tiempo y espacio. Tiempo para ser escuchados y
espacios para reposar. Podemos ofrecer nuestro tiempo para que
el “otro” tome conciencia, muchas veces como un testigo silen-
cioso, de todo un mundo que lo habita y cuestiona, de su capa-
cidad de amar, de sentir, de escuchar los acontecimientos; y es-
pacio para que puedan rehacerse con el soporte de comunidades
orantes y fraternas, distendidas y cordiales: Eso que no es fácil
encontrar en medio del mundo, ni tan siquiera en las casas de
turismo rural, donde hay naturaleza, aire, y espacio, pero donde
no siempre se puede sintonizar con el Dios de la vida que se rega-
la en la gratuidad absoluta. La gente necesita espacios de acogi-
CON FIDELIDAD CREATIVA 149

da con calor humano, abiertos al misterio y sostenido por Comu-


nidades de vida, por Comunidades orantes.
Con libertad podemos ofrecer aquello que hoy valoramos tan-
to y que es nuestro tiempo; aquello que tanto falta en medio de
las grandes superficies, y que son espacios de silencio, de inte-
riorización, de redescubrimiento de uno mismo, de Dios y del
mundo. Es este, un gran desafío que hemos de cultivar en nues-
tras comunidades, porque nosotros necesitamos esos espacios, y
es, tal vez, lo mejor que podemos ofrecer hoy.
La búsqueda del Reino de Dios nos lleva a estar en el mundo
siendo memoria de “otro mundo” que ya ha comenzado y que es
el del Reino ya presente.
Si vivimos nuestra vida dominicana con gozo, ya estamos pre-
figurando la vida eterna que ha comenzado, estamos haciendo
de ella la puerta y las ventanas que unen una y otra y que dejan
pasar siempre el aire fresco del Espíritu que está en continuo
movimiento.

5. La presencia significativa de Jesucristo con sus llagas, ¡y


las nuestras!

Nuestro hermano Fray Timothy recordaba a la Familia Domi-


nicana en Manila que cuando Jesús se presentó ante los discípu-
los, estando ya Tomás con ellos, les enseñó sus llagas. Ellas eran
garantía de que Él había vencido la muerte y que el aparente fra-
caso no tenía ya entidad, porque Él ahora estaba vivo. Esta expe-
riencia, de verlo, palparlo, contemplarlo vivo, después del “fraca-
so” de la muerte, les llenó de alegría y los dispuso a acoger el don
del Espíritu que los transformaría en testigos creíbles de la resu-
rrección.
Las llagas, signos de la ignominiosa muerte que había pade-
cido, adquirieron, para los amigos de Jesús –continúa diciendo–
150 CELEBRAMOS LA VIDA

un resplandor especial y una significatividad insospechada. El


panorama se les abrió y con él renació la fuerza y las ganas de
seguirle.
Tal vez, algo parecido nos ocurre a nosotros cuando contem-
plamos las “aparentes derrotas” del día a día de nuestra vida con-
sagrada. Quedamos cerrados en nosotros mismos, y no nos ani-
mamos a dar el paso de tocar y palpar esas llagas, que con la pre-
sencia del Resucitado, se vuelven luminosas porque nos devuel-
ven a la órbita de la fe y nos reinsertan en el misterio pascual de
nuestra propia vida: que anuncia vida, pero que ha de pasar,
necesariamente, por la cruz y la muerte; por las heridas a veces
abiertas e incluso sangrantes.
Mirando fríamente todo aquello que no entendemos y que nos
hace sufrir, experimentamos el miedo, una sensación de preca-
riedad que no sabemos cómo enfrentar. Pero en medio de esta
situación, experimentamos también el calor y el abrigo de los
hermanos y hermanas, de los amigos y amigas, que como noso-
tros comparten los mismos interrogantes, sangran por las mis-
mas heridas y abrigan en su corazón las mismas esperanzas que
nosotros.
Digo esto, porque mirando en perspectiva la propia vida, vemos
cómo el itinerario de Jesús hacia su Pascua, es nuestro propio iti-
nerario, y el itinerario de los mismos discípulos. Camino pascual
que se teje con momentos de fría soledad y de esperanzada fra-
ternidad; de sequía y tedio, juntamente con momentos de explo-
sión de gozo y de creatividad. El camino de la Pascua, la senda
del Evangelio está amasada con lágrimas de dolor y de incom-
prensión, y con maravillosos momentos de fiesta y reconcilia-
ción, de fraternidad.
Podemos comprender este itinerario personal, si con sereni-
dad, y desde la experiencia de Dios, que se fragua en la “celda
interior”, donde se transparenta nítidamente nuestra verdad y
la verdad de Dios que nos convoca, somos capaces de vivir con
CON FIDELIDAD CREATIVA 151

titularidad nuestra propia vida, liberarnos de los prejuicios y de


la opinión de los que nos rodean, y llamar a las cosas por su
nombre: No nos vale la experiencia de los otros más que como
una referencia, “tenemos que hacer nuestro propio camino con
libertad y convicción”.
Nuestro presente es muy similar al de los doce que estaban
encerrados por miedo a los judíos. A veces, tenemos demasiada
oscuridad, pero si no nos animamos a enfrentarnos con las lla-
gas y las heridas que llevamos dentro, para descubrir detrás de
ellas la vida que nos ofrece el Resucitado, no podremos disfrutar
de la luz y de la paz que Él nos ofrece y que nos conducirán, sin
duda a la experiencia gozosa de la vida nueva para la que Él nos
ha convocado.
Podríamos identificar:
• Las actuales llagas y tensiones de nuestra vida religiosa, así
como los signos de vida del Resucitado.
• Nuestra manera de vivir la libertad y la acogida.
• Somos comunicadores pragmáticos o predicadores sapien-
ciales: ¿Qué desafío nos abre esta dimensión?
No lo olvidemos, somos la Carta de Cristo a la sociedad; una
carta que la gente tiene derecho a poder leer y entender. Una car-
ta que les abra al misterio; una carta que les ayude a mirar para
poder ver.
Termino con una historia que Eduardo Galeano recoge en su
libro de los abrazos. Cuenta que Diego no conocía el mar, y su
padre, Santiago Kovadloff lo llevó a descubrirlo. Viajaron atra-
vesando montañas y frondosos bosques, lagos apacibles y gran-
des desiertos, hasta que, el mar estalló ante sus ojos.
Y fue tanta su inmensidad, su fuerza, su fulgor, que el niño
quedó mudo ante tanta hermosura. Cuando al fin pudo hablar,
pidió tartamudeando a su padre: ¡Ayúdame a mirar!
13
ALGO NUEVO COMIENZA A NACER

“No me avergüenzo del Evangelio


que es una fuerza de Dios
para la salvación de todo el que cree:
para el judío, primeramente, y también para el griego.
Porque en él se revela la justicia de Dios,
de fe en fe, como dice la Escritura,
el justo vivirá por la fe”.1
Rom 1,16-17

Oración:
Te damos gracias, Señor
por lo que hemos recorrido contigo a lo largo de estos días,
y por el camino recorrido por nuestros hermanos y hermanas
a lo largo de estos ochocientos años de predicación.
Danos la memoria de todo lo que hemos recibido;
esa memoria que tiene la capacidad de actualizar la gracia
dada en cada momento.
Renueva esa llamada íntima y personal de cada uno,
que unifica nuestras energías y las dirige en una única direc-
ción, allí donde tu nos esperas a cada momento:

1. Rom 1,16-17.
154 CELEBRAMOS LA VIDA

Ayúdanos a no distraernos, a no dispersarnos,


y a buscar con alegría tu rostro en el vivir de cada día.
Una de las cosas que se podría hacer en un momento de silen-
cio y serenidad, es recorrer en oración los diferentes momentos
en los que Dios nos ha hablado a lo largo de nuestra vida, y par-
ticularmente en este último tiempo.
Como los discípulos de Emaús, podemos dejar que resuene
en nuestro corazón aquello que ha hecho arder nuestros cora-
zones: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las
Escrituras?”. 2
Seguro que hay pasajes de la vida de Jesús o temas que nos
han hablado más que otros, y ahí es donde el Señor de algún
modo nos ha salido y nos sale al encuentro, nos revela algo de Él
y de nosotros mismos simultáneamente.
Podríamos ponernos en camino, como quien comienza a
bajar del Tabor o como si fuéramos a Galilea, y retomar con el
Señor el diálogo con el que comenzábamos: Lo que ha pasado, lo
desilusionados/as que estamos, cómo nuestras esperanzas se han
ido desvaneciendo a lo largo de los años y los días, y cómo tam-
bién las hemos ido recuperando; cómo le hemos reconocido al
partir el pan: y cómo hoy queremos romper definitivamente a
sus pies el frasco de nuestro perfume para celebrar la vida que se
nos da generosamente.
Recordar, revivir, es muy importante y nos pone en camino
hacia aquello que anhelamos, pero que de alguna manera ya
hemos recibido. La repetición de lo vivido, el recuerdo, nos ayu-
dan a “volver sobre aquel paso de Dios por nuestra vida” que nos
permite ir pasando las cosas por un filtro, cada vez más fino que
nos hace gustar lo más sustancioso, lo más denso de la experien-
cia de Dios: Aquel amor primero, que nos puso en camino y nos
ayuda, y nos renueva para optar hoy por el amor maduro de

2. Lc 24,32.
ALGO NUEVO COMIENZA A NACER 155

quien ha recorrido un camino y vive de ese amor que ha madu-


rado con el paso de los años.
Una última pista para volver a la vida ordinaria, como un
recurso para el camino os la ofrezco volviendo nuestra mirada a
Domingo.

1. Aprender a escuchar y a ver

Domingo vio las grandezas y miserias de la Iglesia, sus virtu-


des y sus vicios; la vio con lo que tiene de gracia y de pecado, y
este encuentro con la Iglesia universal fue definitivo para su vida:
Vio –nos dice Felicísimo Martínez– mucho ritual y poca pre-
dicación; muchas liturgias y poca evangelización; mucho boato y
demasiado poder político; ausencia de pobreza y austeridad;
mucha ignorancia y poca doctrina... ¿Nos recuerda a algo?: ¡Lo
mismo que vemos en nuestros días!, y que a veces es una excusa
para no comprometernos, pero Domingo a pesar de eso, o justa-
mente por eso, se comprometió, para transformar desde dentro.
El contacto con los cátaros fue decisivo para Domingo. Pudo
comprender a fondo la tragedia de la Iglesia y del pueblo cristia-
no del Languedoc, abandonado de la mano de su clero, y que se
decantaba por esos “buenos hombres”, que al menos intentaban
vivir en la pobreza más genuina del Evangelio. Vio claro que si
quería recuperar a las personas, tenía que hacerlo con las mis-
mas armas que ellos: con el retorno a la pobreza. Vio y actuó en
consecuencia.
Domingo comprendió que era necesario abrir los ojos para
descubrir todas las semillas de verdad que le rodeaban, y que era
necesario y urgente dialogar, ¡también con los que pensaban
diferente, y que posiblemente tenían una parte de la verdad que
tanto le seducía...! ¡Qué difícil es dialogar con “aquellos que no
son de los nuestros” y que no piensan como nosotros!
156 CELEBRAMOS LA VIDA

Su vida era coherente, y su palabra conseguía liberar a muchos


del peso del fanatismo y de una doctrina que los hacía esclavos
de una ley sin entrañas. Algunas mujeres cátaras, convencidas
por la palabra y la vida de aquel hombre austero, pobre, y bus-
cador de la verdad, decidieron secundar su predicación, y como
no existía forma de vida dentro de la Iglesia para acogerlas, se
reunieron en el que vino a ser el primer convento de la Orden.
Se formó así una comunidad de mujeres nacida del diálogo
entre personas de diferentes creencias; entre cristianas con con-
cepciones diferentes de la vida, pero seguramente todas herma-
nadas por el deseo de Dios y las ansias de verdad y libertad que
hay en el corazón de toda persona humana.

2. La predicación echa a andar en el silencio

Las comunidades de cátaras eran centros de predicación,


donde vivían “las perfectas” que habían alcanzado el consola-
mentum. Estas comunidades tenían unos predicadores itineran-
tes, que volvían a la “casa” y hacían turnos de predicación. Este
fue el modelo inspirador del primer Convento de la Orden.
Domingo no lo concibe como un fuga mundi, ni tan solo como
una vida monástica como las existentes, –aunque hay quienes se
empeñan en afirmar que Domingo quería hacer de ellas una
especie de monjas del císter– sino como la encarnación y la inser-
ción en el mundo a través de una sintonía profunda con la huma-
nidad que sufre, desde la oración. El Espíritu estaba abriendo
caminos y hubo en estos inicios toda una evolución hasta su con-
figuración definitiva.
El contacto con los hombres y mujeres crucificados, lleva a
Domingo al contacto y a la búsqueda de Jesucristo crucificado.
Los hombres y mujeres crucificados son para Domingo los
pobres de Palencia, los cataros del sur de Francia, los paganos de
Las Marcas, los esclavos de la sociedad feudal, los obispos que se
ALGO NUEVO COMIENZA A NACER 157

apacientan a sí mismos y descuidan al Pueblo de Dios; los peca-


dores: cualquier hombre y mujer abrumado por el sufrimiento.
No importa quien es ni en quien cree: a Domingo le importa y le
conmueve la persona que sufre.
Y con las primeras hermanas entiende que no hay que aban-
donar a la humanidad para encontrarse con Dios; todo lo con-
trario, es necesario adentrarse en ella para experimentar a Dios,
para experimentar su fuerza salvífica.
Posiblemente, esto fue una de las primeras cosas en la que
debió instruir a las hermanas: la reconciliación con lo humano,
el cuerpo, esta realidad temporal que no es mala y que ha sido
redimida, ¡es el templo del Espíritu Santo!; el domicilio que nos
regaló Dios como un don para amarle en este mundo. Por eso:
nada de huir del mundo ni de despreciar la materia, el cuerpo.
No podemos olvidar que las primeras hermanas venían de un
catarismo puro, en el que el maniqueísmo era, si me permitís la
expresión, “muy bestia”.

3. Casas de Predicación: Conventos

Desde el principio las casas de la Orden, se llamaron “Casas


de predicación” no eran monasterios, –en los monasterios viven
los solitarios3– sino conventos. Santo Domingo quiso que en ellos
las hermanas, y más tarde los hermanos, vivieran en fraternidad,
y que a base de fijar la mirada en Dios, de buscar la verdad, de
amar a todos, se volvieran incandescentes, siendo ellas mismas
luz con su vida.
Quería comunidades en el corazón de las ciudades, y no en las
afueras, porque “la luz que se enciende ha de iluminar a todos, y
nunca se ha de esconder”4. La luz se nos da para compartirla.

3. Monacus, mono, solitarios.


4. Mt 5,13-16.
158 CELEBRAMOS LA VIDA

Lo que sí nos tendría que resultar extraño, es que una comu-


nidad con marca O.P.5 tenga sus puertas cerradas, se aísle, cierre
los ojos a la realidad: Una cosa es el silencio y todo lo que favo-
rece la oración, y otra muy diferente, es escudarse en él para
“estar tranquilos, sin que nadie nos moleste”, “viviendo mi vida”.

Por eso, al hacer memoria de nuestra historia –además de


reconocer nuestras raíces cátaras, y decir que somos de “estirpe
herética– podemos revitalizar nuestra misión en la Orden y en la
Iglesia. ¿Cómo?

4. Casas de predicación al servicio de la vida

Desde la experiencia de Dios, nuestras casas siempre estarán


abiertas, y la gente podrá encontrar en ellas personas disponi-
bles, hermanos/as de verdad.

Nuestras comunidades, si vivimos nuestra consagración “des-


de dentro” podrán ofrecer algo que no se puede ofrecer en todas
partes, y que estamos llamadas a custodiar y a dar: la paz y el
sosiego, el reposo y la confianza de quien sabe que está en bue-
nas manos. La paz que tanto necesita nuestra humanidad, y que
desde nuestra pobreza, podemos construir, y ofrecer.

De un tiempo a esta parte, en la iglesia escuchamos muy a


menudo la queja de que la juventud ha marchado, que de las igle-
sias están vacías, de que la gente no se apunta, de que la estruc-
tura no da para más... Y todo esto genera muchas desazones y
rompederos de cabeza. Y si miramos a la Orden y a las congre-
gaciones, y a los monasterios, y a nuestras diócesis, el panorama,
humanamente hablando, parece que no es más alentador.

Nosotros, no podemos estar ajenos a esta situación, pero


hemos de creer que los acontecimientos nos hablan, y si perma-

5. Orden de Predicadores.
ALGO NUEVO COMIENZA A NACER 159

necemos atentos, podremos descubrir los caminos que se abren


ante nuestros ojos: es tiempo de guardarlo todo en el santuario
de nuestra compasión, y de llevarlo a tiempo y a destiempo a la
oración, y como Domingo implorar al Dios de las misericordias,
la derrame sobre nuestro mundo, sobre la Iglesia y sobre noso-
tros que somos sus hijos.
Domingo estuvo diez años en el sur de Francia más solo que
la una. Los legados pontificios lo abandonaron, y los monjes
decidieron regresar a la paz de sus monasterios. Bueno, estaba
con las hermanas, pero absolutamente todos sus compañeros de
predicación –los hombres– le habían abandonado. En esa tesitu-
ra, no dejó de orar y confiar.
He ahí un crisol fundamental en su vida.
Mirando a Domingo, podemos estar convencidos de la fideli-
dad de Dios, que no nos deja, y que nos da siempre la oportuni-
dad de descubrir caminos nuevos para recorrer, ¡ahora toca el
abandono en la fe!, con la certeza de que Dios era fiel cuando
nuestros noviciados estaban boyantes, y lo es ahora, que están
cerrados o que no hay perspectivas de nuevas vocaciones o de
futuro.

5. Fidelidad al Espíritu

La Iglesia pide a las familias religiosas, que vuelvan a sus raí-


ces, al espíritu que las hizo nacer, y que bebiendo en la fuente, se
dejen llevar por Él.
Recordemos que nosotros hemos nacido del diálogo con la
sociedad y la cultura, con personas de diferentes religiones, que
por caminos diversos buscaban en Dios, buscaban la humaniza-
ción de la vida y la paz.
Hoy tenemos una realidad muy similar, y desde el Evangelio,
no podemos optar por ignorar al otro, al inmigrante, al que es
160 CELEBRAMOS LA VIDA

diferente, al pobre, sino que juntos hemos de trabajar por el


Reino.
Hoy tenemos otras pobrezas, que nos hacen sentir vértigo y a
veces, temor al futuro... Es tiempo de guardarlo todo en el san-
tuario de la compasión: es tiempo de orar con confianza.
Hoy más que nunca, la fraternidad debe ser la expresión de
nuestra oración: si seguimos a Jesucristo, no nos podemos cerrar
a la realidad de la humanidad... Él se hizo uno de los nuestros, y
desde un domicilio humano, amó con pasión humana y divina...
Esto se lo que tenemos que ofrecer... Y esto no caduca nunca,
tenía sentido antes, y lo tiene ahora. Estamos llamados a amar-
nos de verdad. Pablo VI decía que nuestros muros han de ser de
cristal, para que la gente vea cómo nos amamos y crean, ¡y recu-
peren la esperanza!
En una sociedad que busca, nosotros tenemos que dar testi-
monio de nuestra fe sin complejos, pero con humildad, porque
creemos que Dios no se agota en nuestros esquemas y estructu-
ras: Él es el más y mejor, el que está más allá, y más acá; en los
cielos y en nuestro corazón; en los que piensan como nosotros, y
en los que piensan diferente.
Y desde esta fe queremos decir, que pese a las dificultades,
Dios es fiel, y su luz brilla y se hace presente cuando superando
nuestras diferencias, nos sentimos hermanos y trabajamos jun-
tos por un mundo mejor.
De la oración y el silencio, nace la fuerza que nos empuja a
dar aquello que recibimos: paz y serenidad; confianza, sentido de
la gratuidad; hospitalidad, esperanza a pesar de todo.
Hemos de acoger a todo el mundo, con el mismo espíritu que
nos sentimos acogidos y amados por Dios, y por todos los que Él
ha puesto en nuestro camino.
Nuestra oración, como la de Domingo, ha de cobrar sentido
en cada rostro, en cada hermano y hermana. Tenemos que hacer
ALGO NUEVO COMIENZA A NACER 161

camino con todos los que llaman a nuestra puerta y buscan ayu-
da, consuelo, compartir la amistad, la vida, la sed de Dios. Y tam-
bién con los alejados, con los “que pasan”.
La luz de la Verdad que todos buscamos, tiene muchos colo-
res, mucha claridad, y resplandece más y mejor, cuando la com-
partimos...

6. ¿Qué haría Domingo hoy?

Esta es la pregunta. No hacer lo que él hizo entonces. Sino lo


que él haría hoy aquí. ¿A dónde y cómo lo enviaría el Espíritu a
predicar?
Siguiendo sus huellas y su audacia, somos llamadas como
dominicos a ser fieles a nuestro tiempo y a nuestros hermanos,
los hombres y mujeres, los de cerca y los de lejos.
Llamados a ser fieles al Espíritu que se ha derramado gene-
rosamente en nuestras vidas, en nuestro bautismo, en nuestra
profesión, en nuestra oración, en nuestro actuar cotidiano; el que
se derrama cuando amamos al estilo de Jesús.
Nuestra razón de ser –y lo que haría Domingo– es continuar
el ministerio de la predicación:
Trabajando no por la salvación de las “almas”, sino la salva-
ción de la persona, del ser humano entero.
Anunciando la salvación, no sólo en el mundo futuro, sino en
las realidades que nos rodean, allí donde haya dolor y sufrimien-
to y se necesite esperanza.
Domingo nos legó un estilo marcado por la oración contem-
plativa, la búsqueda de la verdad, la pobreza evangélica, la soli-
daridad con los pobres, y la vida fraterna en común.
Llamados/as a ser hermanos y hermanas y a vivir y a ejercer
la fraternidad, no desentendiéndonos “de las pieles vivas” que
162 CELEBRAMOS LA VIDA

mueren de diferentes maneras. Y todo ellos, desde la experiencia


de Dios.

Nuestro hermano, Fr Timothy, en su carta a la Orden sobre el


rezo del Rosario, tiene un apartado en el que habla de la oración
para la casa y la oración para el viaje. Él dice que el rosario es
una oración para la casa y una oración para la ruta.
“Es una oración que construye una comunidad al mismo
tiempo que nos lanza al viaje. Es esta una tensión muy
dominicana. Tenemos necesidad de nuestras comunidades.
Tenemos necesidad de lugares donde “estamos en casa” con
nuestros hermanos y hermanas. Y al mismo tiempo somos
predicadores itinerantes, no podemos situarnos demasiado
tiempo, sino que debemos lanzarnos a la predicación. Somos
contemplativos y activos”.

Contemplando el misterio, se nos pone en camino. Y si nos


ponemos en camino sin contemplar el misterio, acabamos pre-
dicándonos a nosotros, que es a quien contemplamos.

No olvidemos el Contemplata aliis tradere que nos define.

Del mismo modo que es mejor arder e iluminar, que sola-


mente arder, asimismo es cosa más grande dar a los demás las
cosas contempladas que solamente contemplarlas, nos recorda-
ba nuestro hermano Santo Tomás.

Estamos llamados a arder en la oración, cuando buscamos el


rostro de Dios, en el estudio, cuando buscamos la verdad; en la
fraternidad, cuando nos amamos a fondo perdido; y a iluminar,
que es cuando damos a los otros la luz que nace del fuego que
devora nuestras entrañas.

Que nuestra predicación y nuestra vida sea como una llama


viva: que sepamos arder e iluminar, y el mundo tendrá menos
frío y un poco más de luz.
ALGO NUEVO COMIENZA A NACER 163

Conclusión

Cuenta la leyenda que había una caña que había crecido como
los demás en el ambiente húmedo y aplacible de la orilla del río.
Pero sentía que su vida no tenía mucho sentido. Ella misma lo
explica:
“Yo era sólo una caña. No era ni árbol frutal que alimenta-
ra a pájaros y niños, ni rosal que llenara de color y aromas
los altares y las novias. Solo una caña hueca a menudo agi-
tada por el viento, confundiendo la vida con el movimiento,
aunque a veces... sonaba en mí como música la brisa.
Alguna vez... sentí envidia y me puse a soñar, cuando se
acercaba al río el pescador y yo quería ser su caña de pescar.
Pero sólo era una caña vacía, sin fruto y sin futuro en el
cañaveral.
Un día de verano se acercó el joven pastor hasta la orilla
entre silbos y cantares y me tomo en sus manos, y me puse
en sus manos, y, arrancándome del lodo y el aburrimiento,
me llevó a la sombra de la encina, donde las ovejas sestea-
ban. Me acarició limpiándome el barro adherido y con su
navaja de pan partir fue haciéndome a su medida, cortando
lo sobrante, puliendo lo tosco y desabrido, abriéndome agu-
jeros, vaciado mi vacío, dejándome yo hacer al tacto de sus
dedos, sin ya poner reparos, sin miedos, ni recelo. Y me pro-
bó en su boca dándome el primer beso verdadero, y para
hacerme a sus labios, me fue recortando en un extremo, pro-
bando y volviendo a probar mi ajustamiento.
Yo era sólo una caña vacía pero el pastor se enamoró de
mi vaciamiento, y al llevarme a la boca, abierta ya a su espí-
ritu, su aliento llenó mi estéril oquedad de soplo de vida, de
fuego, de música y armonía.
Yo era sólo una pobre caña, pero, puesta en las manos
del pastor, soñada en sus sueños, moldeada a su aire y su
estilo, con el beso de sus labios y su aliento, movida al rit-
164 CELEBRAMOS LA VIDA

mo de sus dedos, soy toda música soy ya una flauta de su


música que ya conocen las ovejas y les guía en el camino.
La flauta que llena de melodías los campos y las tardes,
de alegría el corazón de su zagala amante, de sonrisas del
alma de los niños y los pobres.
Yo era sólo una caña pero destinada desde siempre a
cambiar mi vacío en música y ser SU flauta”.
Domingo se dejó modelar por el Señor, y su predicación fue el
eco, la melodía del soplo del Espíritu.
Que abandonados en sus manos sepamos “Alabar, Bendecir y
Predicar”, que es la consigna de nuestra vocación dominicana.
Y que la fiesta continúe, que tenemos que seguir celebrando
la vida que se nos ha dado.
APÉNDICE
Preparación para la celebración
de la misericordia y el perdón

“El amor y a la misericordia de nuestro Dios han sido derra-


madas en nuestros corazones: nuestro Dios es el Dios de la
vida”.

Estamos invitados a una fiesta, en la que la única consigna para


poder entrar en ella, es ir sin resistencias, con confianza: Porque
ya hemos sido reconciliados con Dios, y no hay desde entonces
ningún acusador, “sólo uno que intercede ante el Padre: Jesús”.

Estos días hemos hecho un camino de conversión, un camino


de retorno a nuestro propio corazón, y allí, hemos permanecido
escuchando al Maestro, al huésped, a Jesús.

Seguramente nos ha desinstalado: ¡Es su forma de actuar, y


después de dos mil años, no le vamos a cambiar!

Posiblemente, hasta hemos discutido con Él y le hemos expli-


cado nuestros planes, cómo haríamos tantas cosas. Él, hasta
escuchó nuestros consejos.

Sin duda le hemos intentado convencer de que nuestros pla-


nes, hasta puede que sean mejor que los suyos. Y Él ha perma-
necido atento.

En estos días caímos en la cuenta que en el diálogo como en


el amor hay dos momentos: hablar y escuchar, dar y recibir.
166 CELEBRAMOS LA VIDA

Cuando a Él le dejamos hablar y nos dispusimos a escucharle y


recibirle, Jesús, nos ha dicho una palabra, ha tenido un gesto, y
nos ha confirmado en su amor diciéndonos que Dios es ¡nuestro
Padre!

Una Palabra...

Nos ha dicho que no estemos ansiosos; nos ha pedido que le


escuchemos; nos ha invitado a ir a nuestro propio corazón, sin
entretenernos en el camino; y nos ha suplicado que no tengamos
miedo porque estamos conectados a las nieves perpetuas, y por-
que el agua de la vida, su gracia, no nos fallará.
Y tantas otras que no podemos compartir, porque forman
parte del secreto “del rey” del amigo. San Ignacio decía, “¡des-
graciado el hombre que no tiene secretos con su Dios”. Y seguro
que en estos días nos hemos recreado en “su secreto y en su inti-
midad”.
En su corazón y en el nuestro guardamos nuestro deseo de
cambiar, de convertirnos, se ser como Él sueña. Y tantas cosas
más que nos dan vida y que son un motivo para “seguir dando
vida”, para amar, para darnos.

Un gesto

Hemos venido a su presencia, seguramente gracias a los her-


manos y hermanas que lo han facilitado, y Jesús nos ha llevado
aparte, nos ha untado los ojos para ver, y a lo largo de los días,
seguramente hemos ido recuperando esa claridad y nitidez –para
volver a ver– de la que tantas ganas teníamos.
Pero como Él sabe que no basta ver, sino que hay que compa-
decerse, dejar que nuestro corazón se estremezca, ejercer miseri-
cordia, compartir con el una aventura que conlleva movimiento e
APÉNDICE 167

itinerancia, nos ha puesto derechas, después de tantos años de ir


cargando pesos, que se nos añadían por el camino, y que además
de doblarnos e impedirnos verle, nos cerraban en nuestro mundo
y ya no podíamos ni ver las necesidades de los otros, y a veces, ni
tan siquiera mirarle a los ojos.
Y hemos ido a su presencia, y Él, al vernos cómo estábamos,
sin preguntarnos, ni por qué estamos encorvados, ni por qué
estamos tristes, ni porque nos agobiamos, ni por qué... nos ha
puesto derechos. Nos ha llamado por nuestro nombre y nos ha
liberados:
“Jesús al verla, la llamó y le dijo: –Mujer, quedas libre de tu
enfermedad. Le impuso las manos y al instante se puso dere-
cha y glorificaba a Dios”.1

Nos ha confirmado en su amor

A los pies del Señor, y en compañía de los hermanos, cuya


vida es un don, y cuya presencia nos revela tantas cosas, de ellas,
de nosotros, de la vida, hemos sentido miedo, esperanza; nos
hemos sentido acogidos, entendidos, perdonados:
“Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi
sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero
a mí no me tendrán siempre”.2
Nos ha dicho que su amor es a fondo perdido, que no tiene
fecha de caducidad, y que nada ni nadie nos separará de él, por-
que Él ha hecho una alianza perpetua con cada uno:
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las prue-
bas, la aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo,
los peligros o la espada?”.3

1. Lc 13,10ss.
2. Jn 12,1-8.
3. Rm 8,35.
168 CELEBRAMOS LA VIDA

Nos ha dicho que Dios es nuestro Padre

Y después de todo esto nos ha llamado hermanos y nos ha


enseñado a llamar a Dios Padre. Nos ha dicho que Dios es un
Padre bueno, que ha puesto en nuestros corazones su Espíritu, y
que este Espíritu es el que nos ayuda a descubrir la bondad en las
cosas y en las personas.
Jesús nos ha dicho que Él y el Padre son uno, y que quiere que
seamos uno en Él. Que quiere que seamos cantores de la Buena
Noticia, y que hagamos lo que Él hizo con nosotros:
Que ayudemos a la gente a ver.
Que acompañemos y animemos a que la gente se ponga de-
recha.
Que quitemos cruces, que sembremos su bondad, y que pase-
mos haciendo el bien.
Que le ayudemos a que el Reino venga pronto, para que haya
justicia, pan para todos, perdón generoso.
También nos ha dicho que “haciendo la voluntad de su Padre”
encontraremos la mayor felicidad: Porque nos hizo para Él, y
hasta que no descansemos en su proyecto de amor, no acabare-
mos de ser felices.

El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres4

Y por todo esto, nos sentimos afortunados, y eso merece ser


celebrado; y tenemos derecho a “hacer fiesta”.
Por eso esta tarde vamos a celebrar, y lo vamos ha hacer des-
de la memoria refrescada en estos días, y de aquello que nos está
ayudando a la conversión, a dar una nueva versión de nosotros
mismos.

4. Salmo 125.
APÉNDICE 169

¿Cómo decirlo? ¿Cómo explicarlo?

“Cristo, siendo todavía nosotros pecadores, murió por cada


uno. ¡Con cuánta mayor razón, pues, justificados ahora por
su sangre, seremos por Él salvados de la cólera!
Si cuando éramos enemigos, cuando andábamos erran-
tes, fuimos reconciliados con Dios, con cuánta más razón
estando ya reconciliado seremos salvos por su vida.
Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en
Dios, por nuestro Señor Jesucristo por quien hemos obteni-
do la reconciliación”.5

Ya estamos reconciliados, y por eso lo vamos a celebrar: ¿cele-


brándolo Dios será más misericordioso, nos perdonará más? Si
ya estamos reconciliados: ¿qué sentido tiene ir “al encuentro” y
vivirlo sacramentalmente? “–No es por Dios, es porque nosotros
necesitamos hacer presente ese encuentro entre nuestros/as her-
manos/as”, y además hacer que sea un encuentro eucarístico, que
nos comprometa con Jesús a partirnos y repartirnos como agra-
decimiento de esa vida que se nos da.

La compasión – La misericordia

Dicen que la compasión y la misericordia, son la cualidad del


amor de Domingo, cualidad que anima, sostiene y distingue a la
Orden, a nuestra vida.

Hemos recordado que lo que pedimos al entrar en la Orden es


la misericordia de Dios y la de los hermanos y hermanas, y a lo lar-
go de nuestra vida dominicana, la hemos recibido y la hemos
dado generosamente.

Hoy, necesitamos oír, palpar, sentir, creer y celebrar esa mise-


ricordia:, y por eso la vamos a celebrar y vamos a hacer fiesta:

5. Rm 5,9-11.
170 CELEBRAMOS LA VIDA

Necesitamos el consuelo de sentirnos acogidos, perdonados,


acariciados, aceptados por el abrazo de nuestro Dios que cada día
otea el horizonte esperando abrazarnos y organizarnos una fiesta.

Queremos entrar en la fiesta que organiza nuestro Dios por


los hermanos que vuelven a la casa del Padre, a la comunidad
renovados, y queremos comer el ternero cebado y beber el vino
generoso.

Y queremos pedir perdón, con sencillez, y abrirnos a la mise-


ricordia de Nuestro Dios, que no tiene necesidad de grandes dis-
cursos ni de explicadas disertaciones. Dijimos que Él tiene la
capacidad de penetrar los corazones y vernos tal como solos. Así,
con sencillez, vamos a ir a su presencia para que nos limpie,
transforme, para que renueve nuestra alianza.

Para avanzar queremos dejarnos reconciliar con Dios, y dar fe


de nuestro deseo íntimo de convertirnos más y más a Él.

Reconciliación en la mesa del altar

Existen muchas maneras de celebrar el perdón y la miseri-


cordia, la reconciliación, pero difícilmente podremos encontrar
nada más eficaz y expresivo que la celebración de la eucaristía en
la que unimos nuestra acción de gracias a su misericordia que se
adelanta a nuestro arrepentimiento y nos sale al encuentro.

El gesto de perdón ofrecido y aceptado por unos y por otros


se sella en la eucaristía con la comunión de todos en el cuerpo y
sangre de Cristo que es Uno y es capaz de unificarnos a todos.

La eucaristía nos une y nos mantiene unidos con más fuerza


que cualquier esfuerzo humano, porque puede calar hasta lo más
hondo, puede ir a la raíz de toda división.

Cuando Jesús se entrega destruye la muerte y el pecado de


raíz y abre la puerta a la Vida.
APÉNDICE 171

Cuando llevamos al altar las ofrendas de pan y vino, expresa-


mos la buena voluntad y el deseo profundo que tenemos de que
la reconciliación con nuestro Dios y con nuestros hermanos y
hermanas, nos transforme como a los dones, en presencia de
Jesús, en su cuerpo y sangre. Y como nos transforma puede trans-
formar lo que nosotros no podemos o no sabemos: la vida de
nuestras comunidades, nuestras relaciones fraternas.
No se puede expresar de mejor forma: porque es necesaria la
buena voluntad y la disposición, pero la reconciliación profunda,
sanadora, exige la fuerza transformadora de la gracia de Dios.
La noche en que Jesús iba a ser entregado, se reunió con sus
amigo para celebrar su última cena en este mundo. Aquella co-
mida es paradigmática de nuestras vidas. En ella vemos tanto
lo que es la comunión como lo que la destruye –¡¡¡lo más y lo
mejor!!! Y lo ¡¡¡menos y lo peor!!!–.
Aquella fue la cena del amor, pero también la del fracaso, por-
que los discípulos huyeron, porque estaban agarrotados por el
miedo; porque Judas le traicionó vendiéndole vilmente, porque
Pedro le negó.
En esa cena vemos que Cristo fue traicionado, que sufrió y
murió, y en lugar de morir matando, lo hizo dando vida.
Cristo abrazó en aquella cena a todos los que podían destruir
la comunión, y nos abraza a nosotros que también podemos des-
truir o resistirnos a la comunión cordial con algunos hermanos.
Su resurrección fue el triunfo sobre todas estas limitaciones.
Y en la mesa del altar celebramos que nos ofreció su vida como
precio de unidad, transparencia, comunión.
Si estamos donde estamos, en la Orden, viviendo en comuni-
dad, es porque estamos aspirando a esa comunión ilimitada, y
esa comunión surge cuando unimos al suyo nuestro sacrificio
por hacer comunidad, por vivir la comunión, cuando creemos en
la fuerza de la resurrección.
172 CELEBRAMOS LA VIDA

Estamos invitados esta tarde a VIVIR ya aquí 1 ahora esa


comunión.

Cuando nos acerquemos a la mesa, estaremos con nuestros


hermanos de comunidad, y avivaremos el deseo de comunión, y
pediremos ponga en nuestros corazones las semillas de su resu-
rrección que pueden vivificar o dar vida donde no la hay: que
puede reconciliar.

Y vamos a celebrar su misericordia, pidiéndole con San


Pablo, que Él nos transforme para que descubramos “que es lo
bueno, lo que le agrada, lo amable, lo perfecto”.6
Con San Pablo podemos proclamar que “Cristo es nuestra
paz, porque ha derribado las barreras que nos separan, y que de
dos pueblos ha hecho uno” 7 y nos llama a romper las barreras
que pueda haber entre nosotros y que nos dividen sutilmente
unos de otros.

En la mesa del altar se destruye y aniquila el odio de los cora-


zones, y las hostilidades que puedan habitarnos. En la mesa del
altar puede transformarse nuestra vida y podemos celebrar la
Pascua de Jesús, y derrochar todo el perfume.

El Padre de Couesnongle hablando a las hermanas dominicas


les decía que en la Orden, especialmente las mujeres están capa-
citadas para encarnar la compasión y la misericordia, que son los
rasgos eminentemente femeninos del carisma.

Y les preguntaba y nos podemos preguntar en esta tarde:

“¿Es la misericordia realmente una fuerza vital entre vo-


sotras?... ¿una fuerza enraizada profundamente en vuestras
vidas?; ¿es una inquietud profundamente sentida?, ¿es algo
que nace de la tristeza humana y nos atrapa, sacándonos de
nuestras costumbres normales, nuestro modo común de vida,

6. Rom 12,2.
7. Ef 2,14.
APÉNDICE 173

obligándonos a cambiar nuestra conducta y provocando


insomnio en la noche?”. El mundo moderno está clamando
por este mensaje... y nosotras debemos dar respuesta –pero
darla desde la vida de nuestras comunidades”.

A modo de conclusión

“Cuenta la leyenda que había una vez un anciano que pasaba


los días sentado junto a un pozo, a la entrada del pueblo. Un día,
un joven se le acercó y le preguntó: –Yo nunca he venido por
estos lugares: ¿Cómo son los habitantes de esta ciudad?

El anciano le respondió con otra pregunta: ¿Cómo eran los


habitantes de la ciudad de la que vienes? –Egoístas y malvados,
por eso me he sentido contento de haber salido de allá.

–Así son los habitantes de esta ciudad–, le respondió el


anciano.

Un poco después, otro joven se acercó al anciano y le hizo la


misma pregunta:

–Voy llegando a este lugar. ¿Cómo son los habitantes de esta


ciudad?

El anciano, de nuevo, le contestó con la misma pregunta:


¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de donde vienes?

–Eran buenos, generosos, hospitalarios, honestos, trabajado-


res. Tenía tantos amigos, que me ha costado mucho separarme
de ellos.

–También los habitantes de esta ciudad son así–, respondió el


anciano.

Un hombre que había llevado a sus animales a tomar agua al


pozo y que había escuchado la conversación, en cuanto el joven
se alejó, le dijo al anciano:
174 CELEBRAMOS LA VIDA

–¿Cómo puedes dar dos respuestas completamente diferentes


a la misma pregunta hecha por dos personas?
Mira –le respondió–, cada uno lleva el universo en su corazón.
Quién no ha encontrado nada bueno en su pasado, tampoco lo
encontrará aquí. En cambio, aquel que tenía amigos en su ciu-
dad, encontrará también aquí amigos leales y fieles.
Porque las personas son lo que encuentran en sí mismas. En-
cuentran siempre lo que esperan encontrar: todo lo bueno y lo
bello de la vida que necesitas, lo llevas dentro de ti.
Simplemente déjalo salir, y déjate transformar por lo que
anhelas”.
Que Jesús nos transforme en la mesa de su eucaristía, y que
sepamos descubrir en los hermanos la realización de los anhelos
y sueños que compartimos.
Celebremos que Dios está de nuestra parte; que nos ha recon-
ciliado y brindemos porque la fraternidad ¡tiene futuro!
Biblioteca Manual Desclée
1. LA BIBLIA COMO PALABRA DE DIOS. Introducción general a la Sagrada Escritura, por
Valerio Mannucci (6ª edición)
2. SENTIDO CRISTIANO DEL ANTIGUO TESTAMENTO, por Pierre Grelot (2ª edición)
3. BREVE DICCIONARIO DE HISTORIA DE LA IGLESIA, por Paul Christophe
4. EL HOMBRE QUE VENÍA DE DIOS. VOLUMEN I, por Joseph Moingt
5. EL HOMBRE QUE VENÍA DE DIOS. VOLUMEN II, por Joseph Moingt
6. EL DESEO Y LA TERNURA, por Erich Fuchs
7. EL PENTATEUCO. Estudio metodológico, por R. N. Whybray
8. EL PROCESO DE JESÚS. La Historia, por Simón Légasse
9. DIOS EN LA ESCRITURA, por Jacques Briend
10. EL PROCESO DE JESÚS (II). La Pasión en los Cuatro Evangelios, por Simón Légasse
11. ¿ES NECESARIO AÚN HABLAR DE «RESURRECCIÓN»? Los datos bíblicos,
por Marie-Émile Boismard
12. TEOLOGÍA FEMINISTA, por Ann Loades (Ed.)
13. PSICOLOGÍA PASTORAL. Introducción a la praxis de la pastoral curativa,
por Isidor Baumgartner
14. NUEVA HISTORIA DE ISRAEL, por J. Alberto Soggin (2ª edición)
15. MANUAL DE HISTORIA DE LAS RELIGIONES, por Carlos Díaz (5ª edición)
16. VIDA AUTÉNTICA DE JESUCRISTO. VOLUMEN I, por René Laurentin
17. VIDA AUTÉNTICA DE JESUCRISTO. VOLUMEN II, por René Laurentin
18. EL DEMONIO ¿SÍMBOLO O REALIDAD?, por René Laurentin
19. ¿QUÉ ES TEOLOGÍA? Una aproximación a su identidad y a su método,
por Raúl Berzosa (2ª edición)
20. CONSIDERACIONES MONÁSTICAS SOBRE CRISTO EN LA EDAD MEDIA,
por Jean Leclercq, o.s.b.
21. TEOLOGÍA DEL ANTIGUO TESTAMENTO. VOLUMEN I, por Horst Dietrich Preuss
22. TEOLOGÍA DEL ANTIGUO TESTAMENTO. VOLUMEN II, por Horst Dietrich Preuss
23. EL REINO DE DIOS. Por la vida y la dignidad de los seres humanos,
por José María Castillo (5ª edición)
24. TEOLOGÍA FUNDAMENTAL. Temas y propuestas para el nuevo milenio,
por César Izquierdo (Ed.)
25. SER LAICO EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO. Claves teológico-espirituales a la luz del
Vaticano II y Christifideles Laici, por Raúl Berzosa
26. NUEVA MORAL FUNDAMENTAL. El hogar teológico de la Ética,
por Marciano Vidal (2ª edición)
27. EL MODERNISMO. Los hechos, las ideas, los personajes, por Maurilio Guasco
28. LA SAGRADA FAMILIA EN LA BIBLIA, por Nuria Calduch-Benages
29. DIOS Y NUESTRA FELICIDAD, por José Mª Castillo
30. A LA SOMBRA DE TUS ALAS. Nuevo comentario de grandes textos bíblicos,
por Norbert Lohfink
31. DICCIONARIO DEL NUEVO TESTAMENTO, por Xavier Léon-Dufour
32. Y DESPUÉS DEL FIN, ¿QUÉ? Del fin del mundo, la consumación, la reencarnación y la
resurrección, por Medard Kehl
33. EL MATRIMONIO. ENTRE EL IDEAL CRISTIANO Y LA FRAGILIDAD HUMANA.
Teología, moral y pastoral, por Marciano Vidal
34. RELIGIONES PERSONALISTAS Y RELIGIONES TRANSPERSONALISTAS, por Carlos
Díaz
35. LA HISTORIA DE ISRAEL, por John Bright
36. FRAGILIDAD EN ESPERANZA. Enfoques de antropología, por Juan Masiá Clavel. S.J.
37. ¿QUÉ ES LA BIBLIA?, por John Barton
38. AMOR DE HOMBRE, DIOS ENAMORADO, por Xabier Pikaza
39. LOS SACRAMENTOS. Señas de identidad de los Cristianos, por Luis Nos Muro
40. ENCICLOPEDIA DE LA EUCARISTÍA, por Maurice Brouard, s.s.s. (Dir.)
41. ADONDE NOS LLEVA NUESTRO ANHELO. La mística en el siglo XXI, por Willigis Jäger
42. UNA LECTURA CREYENTE DE ATAPUERCA. La fe cristiana ante las teorías de la evolu-
ción, por Raúl Berzosa (2ª edición)
43. LAS ELECCIONES PAPALES. Dos mil años de historia, por Ambrogio M. Piazzoni
44. LA PREGUNTA POR DIOS. Entre la metafísica, el nihilismo y la religión, por Juan A. Estrada
45. DECIR EL CREDO, por Carlos Díaz
46. LA SEXUALIDAD SEGÚN JUAN PABLO II, por Yves Semen
47. LA ÉTICA DE CRISTO, por José M. Castillo (4ª edición)
48. PABLO APÓSTOL. Ensayo de biografía crítica, por Simon Légasse
49. EL CRISTIANISMO EN UNA SOCIEDAD LAICA. Cuarenta años después del Vaticano II,
por Juan Antonio Estrada (2ª edición)
50. LITURGIA Y BELLEZA. Nobilis Pulchritudo, por Piero Marini
51. TRANSMITIR LA FE EN UN NUEVO SIGLO. Retos y propuestas, por Raúl Berzosa (2ª edición)
52. LOS ESCRITOS SAGRADOS EN LAS RELIGIONES DEL MUNDO, por Harold Coward
(Ed.)
53. ORIENTACIONES ÉTICAS PARA TIEMPOS INCIERTOS. Entre la Escila del relativismo y
la Caribdis del fundamentalismo, por Marciano Vidal
54. PALABRAS DE AMOR. Guía del amor humano y cristiano, por Xabier Pikaza
55. ¿QUÉ SENTIDO TIENE SER CRISTIANO? El atisbo de la plenitud en el devenir de la vida
cotidiana, por Timothy Radcliffe (2ª edición)
56. EL DON DE LA VIDA, por José Vílchez
57. LA BIBLIA ANTES DE LA BIBLIA. La gran revelación de los manuscritos del mar Muerto,
por André Paul
58. INTRODUCCIÓN AL NUEVO TESTAMENTO. Su historia, su escritura, su teología, por
Daniel Marguerat (Ed.)
59. CELEBRAMOS LA VIDA. “Contemplando y predicando” 1206-2006, por Sor Lucía Caram
Este libro se terminó
de imprimir
en los talleres de
RGM, S.A., en Bilbao,
el 8 de febrero de 2008.

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