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LA ETICA DE ARISTOTELES

VIDEO PARTE 1

La Rueda de la Fortuna

Es un concepto del mundo greco-romano y medieval que expresa la naturaleza


caprichosa del destino.

En las imágenes de la rueda vemos persona situadas en diferentes partes, si estas


encima todo va muy bien, pero con una vuelta de la rueda mañana estas abajo y
todo va muy mal, y luego hay gente en los lados. Lo que determina tu posición en la
rueda,
y por tanto en la vida, no es tu esfuerzo o mérito sino el azar. La rueda pertenece a
la diosa Fortuna y aquí la vemos a un lado dándole vueltas caprichosamente.

La posibilidad de que la fortuna echaba por abajo el trabajo y planes de uno aterraba
a los antiguos griegos. Vemos este temor reflejado en su literatura, el drama trágico,
y en su filosofía. Como veremos, la Ética Nicómaco de Aristóteles no es excepción.
A 2.300 años de Aristóteles, ¿qué pensamos nosotros de los azares del destino?
Obviamente reconocemos que no podemos controlar todo, que los planes, por
mucho que se cuiden, pueden acabar mal.

Pero nuestro temor no es tanto debido al legado judeocristiano. Lo moralmente


relevante no es tanto el acto como la intención. Lo que cuenta es una buena
disposición. Obviamente uno quiere lograr sus metas en la vida, pero si no, no pasa
gran cosa porque hay una vida después de ésta en la que esa disposición, la virtud
de uno, es compensada.

Esta idea hubiera sido muy extraña para los antiguos griegos. Para vivir bien uno
necesita no sólo las ganas o disposición, sino que éstas se realicen concretamente.

Sería como ver una hamburguesa en el menú, tener la disposición de comértela,


pero no lograr comerla en realidad. La diferencia aquí entre los griegos y nosotros
estriba en la noción de virtud. Para nosotros es una cualidad interior (es buena
persona). Para los griegos, la virtud, o arete en griego, es una excelencia, un poder
que algo tiene para funcionar bien.

La función de un martillo es pegar un clavo. La virtud o excelencia que tiene el


martillo es su cabeza dura y plana. Si tuviera otra forma, no funcionaría bien, sería
vicioso.

La ética de Aristóteles es una que se basa fundamentalmente en esta idea de virtud.


Sabemos cuál es la función o finalidad de un martillo y podemos reconocer uno
bueno cuando lo vemos. ¿Pero la finalidad de un ser humano, de una vida humana?
¿Cuál es? ¿Y cómo puede uno reconocer una vida bien vivida? Es con estos
interrogantes que Aristóteles inicia su reflexión.

La primera oración de su libro dice, “Todas las artes, todas las indagaciones, lo
mismo
que todos nuestros actos y todas nuestras elecciones parecen siempre dirigirse
hacia
algún bien que deseamos conseguir; y por esta razón ha sido exactamente definido
el bien, cuando se ha dicho que es el objeto de todas nuestras aspiraciones.”

A veces en clase ilustro lo que dice Aristóteles aquí de la siguiente manera. Busco a
un alumno que parece medio dormido y le digo “Oye, ¿por qué estás aquí en clase?
Podrías estar en cama o viendo una película o algo más divertido que esto.”

Se despierta y casi siempre me responde con alguna tontería como ‘me gusta la
filosofía’ o ‘quiero aprender’.

Le digo, “OK, puede ser, pero quiero saber muy concretamente cuál sería la
consecuencia de que no vinieras hoy a clase. ¿Qué pasaría?”

- Pues, me pondría una falta. - OK, viniste para que no te pusiera una falta.
¿Por qué no quieres una falta? - Porque quiero aprobar la materia.
- ¿Por qué quieres aprobar la materia? - Porque la necesito para terminar la carrera.
- ¿Por qué quieres terminar la carrera? - La necesito para conseguir un trabajo.
- ¿Por qué quieres un trabajo? - Porque quiero ganar dinero.
- ¿Por qué quieres ganar dinero? - Para comprar cosas.
- ¿Por qué quieres cosas? En este momento el alumno pausa y dice, pues,

pues . . . no sé. De repente se da cuenta de lo extraño que suena esta larga lista de
medios y fines. Hacemos una cosa para lograr otra, y ésta para otra, pero, a fin de
cuentas, la serie tiene que llegar a un fin. ¿Tienen nuestras acciones un fin final,
algo que sea valioso en sí mismo? Aristóteles concluye que sí? ¿Cuál es? Espérate.

Primero quiero que entendamos algunas cosas generales sobre la naturaleza de su


reflexión en este libro y su finalidad. Primero, deliberar acerca de lo que debes hacer
en una situación dada no puede compararse con lo que hace un científico al razonar
sobre el mundo físico. Los dos manejan algún tipo de conocimiento, pero son
distintos.
Aristóteles divide el mundo del conocimiento en dos clases básicas: conocimiento de
lo necesario y de lo contingente. El primero trata de aquellos objetos que son
eternos,
que no cambian, como son las verdades de la matemática, las leyes físicas, etc.

El conocimiento que le corresponde Aristóteles lo llama “sabiduría teórica”. Se divide


en “razón intuitiva “y “ciencia” pero no vamos a tratar esos ahora. Por el otro lado
está el conocimiento de lo contingente, de aquello que pudo haberse dado de otra
forma. Hay dos clases: las acciones humanas propias, y productos de la acción
humana como camas y estatuas.

Aquí se trata de la “sabiduría práctica” y “arte”. Ahora, te habrás dado cuenta de que
la ética corresponde a esta ciencia práctica que acabamos de mencionar, y es
verdad, pero Aristóteles la divide en tres esferas según la acción se lleva a cabo en
el Estado (donde corresponde la ciencia de la política), la familia (la ciencia de la
economía), o el individuo (la sabiduría práctica propiamente hablando).
Otra cuestión es la finalidad del libro. Lo que no pretende Aristóteles en absoluto es
decirnos lo que deberíamos hacer en diversas situaciones de la vida.

La ética Nicómaco no es un libro de texto; no proporciona principios con los cuales


podemos resolver dudas acerca de cómo actuar. En pocas palabras, no hay reglas
que uno podría aprender.

Entonces, ¿de qué se trata el libro? Aunque la acción humana sea una cuestión
práctica, lo que hace Aristóteles aquí es teórico. Quiere entender lo que posibilita el
vivir bien. Cómo veremos, se trata de una serie de virtudes, por lo que sólo una
persona ya virtuosa podría sacar provecho del libro. Al leerlo, se refuerza de forma
reflexiva su propia forma de vivir.

Para alguien sin esas virtudes, el libro sería pesado, como que no tendría sentido,
como el niño que no entiende por qué es bueno comer bróculi.

OK, volvamos a nuestro alumno que no sabe por qué hace todo lo que hace. La
respuesta de Aristóteles, como ya habrás adivinado, es ser feliz. De hecho, la
palabra que usa es “eudaimonia”. Literalmente significa "cuidado por un genio
benévolo". Pero la connotación más común de la época era simplemente buena
fortuna o prosperidad.

La palabra "felicidad" pareciera ser la más adecuada para traducirla, pero no encaja
del todo bien con lo que Aristóteles quiere decir. Por ejemplo, te llega un dinero extra
en la quincena y te sientes feliz, pero en el camino al banco se descompone tu
coche.

Ahí se va el extra que tenías en el bolsillo y, por tanto, te sientes triste. Lo que
Aristóteles tiene en mente es algo más duradero, algo que no dependa pasivamente
de los vaivenes de la vida, sino que provenga de la actividad propia de uno. La
palabra "bienestar" connota mejor esta idea. Voy a seguir usando la palabra felicidad
o feliz, pero con esta aclaración.

Bueno, entonces ya tenemos una palabra para designar aquello que toda acción
implica o al que se apunta, pero ¿qué significa? ¿Qué es ese bien? Concretamente,
¿cómo es esa vida bien vivida? Como suele hacer, Aristóteles considera diversas
opiniones.

Para algunos, ser feliz es gozar de placer; para otros, tener mucho dinero; y otros
dicen que consiste en honores. Su propio maestro Platón decía que era vivir de
acuerdo con la Idea del Bien.

¿Cómo responde Aristóteles? Pues eso del dinero es lo más fácil de refutar ya que
es simplemente un medio. Uno no busca el dinero por su propio bien sino por lo que
puede conseguir con ello.

El bien que buscamos debe ser un fin y no un mero medio. ¿Y el placer? El placer
es algo que se busca como fin y no como medio. Pues, tampoco. ¿Tampoco? ¿La
buena vida no tiene nada que ver con placer? Bueno, obvio que sí, pero no es el
criterio principal con el que se distingue la felicidad o eudaimonia. ¿Te acuerdas del
alumno en mi clase? En vez de estar en clase, podría estar con amigos tomando
alcohol y pasándolo muy bien.

Fisiológicamente, se siente más placer con Jack Daniels que con Aristóteles. ¿Pero
llamaríamos buena una vida que se pasa en borracheras? En ese nivel de placer de
estímulo puramente fisiológico, la vida no se distingue de la de un animal.

Pero Aristóteles busca algo que sea propio del ser humano. Para distinguir
semejante fin tendríamos que fijarnos en la función del hombre, como discutimos
anteriormente.

Encontramos una pista en la famosa definición de “hombre” que da Aristóteles:


animal racional. Somos animales sin duda, y compartimos con ellos la sensación, y
con las plantas compartimos la vida biológica en general, pero lo que nos distingue
dice Aristóteles es el logos, la capacidad de razonar.
El logos es un fenómeno no del cuerpo sino de la psique, de modo que Aristóteles
describe la función del hombre como “una actividad de la psique de acuerdo con
logos.”

Como cualquier actividad, ésta puede llevarse a cabo bien o mal, entonces agrega
que es una actividad de acuerdo también con la virtud. Ahora, los filósofos suelen
entender las cosas de forma abstracta, alejada del sentido común.

Pero Aristóteles es el filósofo del justo medio y reconoce que el sentido común tiene
su sentido. Aunque un hombre encarcelado de por vida puede usar su razón, no
calificamos su vida de buena.

Hay circunstancias externas que hacen falta, como amigos y dinero suficiente para
las necesidades básicas. Y como comentamos, el placer acompaña a la vida bien
vivida.

Como final, agrega Aristóteles que esta actividad que constituye la felicidad o
bienestar no es esporádica, sino que debe darse a lo largo de una vida completa.

Como resume muy bien Sir David Ross, “La virtud es la fuente de la que brota la
buena actividad, el placer es su acompañamiento natural, y la prosperidad su
precondición normal.” Ahora, vimos que lo que es específico al hombre es el logos,
la capacidad de la psique de razonar.

Esta actividad de la psique es lo que permite vivir bien, pero no es toda la historia.
En términos lógicos, diríamos que es una condición necesaria pero no suficiente.
Para Sócrates, el conocimiento era necesario y suficiente. Uno de sus dichos era
que “el conocimiento es la virtud”.

Para vivir bien sólo hace falta conocimiento. Pero eso es patentemente falso. Un
fumador sabe que no es bueno fumar, pero sigue fumando. ¿Cómo dar cuenta de
eso? Pues no somos máquinas que simplemente siguen los dictados de su
programación.
Además de ser racionales, somos también animales, deseamos. Entonces, nuestra
parte racional dicta un plan, pero la facultad de desear puede obedecerlo o no.

Si esta parte de nosotros se ejerce con virtud, obedecerá el plan; si no, no. Este
último
es lo que sucede con el fumador; su apetito le gana a la razón.

Hace falta entonces hablar no sólo de las virtudes intelectuales sino también de lo
que Aristóteles llama las virtudes morales que tienen que ver con nuestra facultad de
desear.

A mi gusto, lo parte más interesante del libro tiene que ver con ese tratamiento, tema
que abordaremos en el próximo video.

VIDEO PARTE 2

En uno de mis vídeos sobre Rousseau, dije que una de las cosas que nos distingue
de los animales es la capacidad del hombre de perfeccionarse. A unos meses de
nacer, un perro es lo que será el resto de su vida.

Nace con cierta naturaleza, con un conjunto de instintos que le permite enfrentar el
mundo y conseguir lo que necesita para sobrevivir. Nosotros también somos
animales. Nacemos con instintos y apetitos que hay que satisfacer. Pero si no
hiciéramos más que eso, no seríamos humanos. Curiosamente, entonces, parte de
la naturaleza humana consiste en transcender la naturaleza con la que nacimos. Es
a eso que se refiere Rousseau con la idea de perfeccionarse.

Dice que somos los únicos animales capaces de convertirse en imbécil. ¡Y es


verdad!
Jamás vas a ver un perro imbécil, ¿pero un ser humano? sí, hay bastantes. Pero
también, obviamente, hay humanos que viven bien. Los instintos del perro rigen su
vida, pero ¿qué es lo que rige la nuestra? ¿Qué es lo que posibilita que
transformemos la naturaleza con la que nacimos? El deseo o apetito con el que
cuenta nuestra naturaleza animal no está fijo como el de los perros, sino que puede
moldearse, organizarse. Lo que permite esta organización es, como vimos en el
último vídeo, la virtud.

La virtud es un poder que tienen las cosas para funcionar bien, como la dureza del
martillo.

En este sentido, las cosas físicas tienen propiedades que las disponen a actuar de
ciertas maneras para cumplir ciertas funciones. Podríamos llamar esas propiedades
“disposiciones”.

Éstas consisten no sólo en propiedades físicas sino biológicas también, por ejemplo,
en el caso de nosotros, se desarrolla naturalmente una disposición a crecer, percibir,
digerir comida, desear, etc.

Al igual que los instintos del perro, llegamos de fábrica, por así decirlo, con estas
disposiciones automáticamente instaladas. Pero además de éstas, hay otras
disposiciones que, aunque no surgen en nosotros por naturaleza, pueden
desarrollarse por un esfuerzo por nuestra parte. El esfuerzo consiste en un
entrenamiento que forma hábitos.

Estos hábitos o disposiciones habituales forman en su conjunto lo que llamamos el


carácter de uno, su forma de ser. Si los hábitos se forman bien, son virtudes; si mal,
son vicios. Veamos la propia definición de Aristóteles: “la virtud es un hábito, una
cualidad que depende de nuestra voluntad, consistiendo en un medio relativo a
nosotros, y que está regulado por la razón en la forma que lo regularía el hombre
verdaderamente sabio.”

Hay que esclarecer que lo que define aquí es la virtud moral. También hay virtudes
intelectuales, pero esas las veremos más adelante. De momento, las podemos
distinguir de la siguiente manera. La virtud moral tiene que ver con fines; la
intelectual con medios.

La educación moral fija hábitos que nos disponen a ciertos fines, y la virtud
intelectual
delibera acerca de cómo realizar esos fines. Pero lo que tenemos que ver ahora es
cómo opera ese entrenamiento. Concretamente, ¿cómo se forja el carácter de uno?
Pues, con la práctica. Como saben, mi lengua materna es el inglés. El español lo
que
tuve que aprender, pero no de un libro, no teóricamente, sino en la calle,
prácticamente.

Al principio traducía en mi cabeza del inglés al español y luego hablaba. Pero ahora,
tras 17 años de práctica, pienso directamente en español. Comunicarme en él se ha
vuelto habitual. Pero la formación del carácter de uno empieza en la niñez, por lo
que
2 uno tiene que contar con la suerte de tener buenos padres. Si el padre quiere que
su hijo sea valiente o justo, le obliga a hacer actos justos o valientes.

Recuerdo que en la primaria un chico grande se metía conmigo en el receso. Le dije


a mi papá y él me dijo que no me escondiera tras la falda de mi maestra, que hiciera
frente a ese muchacho para que supiera que no podía conmigo. Pues funcionó -
dejó
de molestarme. Y recuerdo que una vez encontré una cartera con casi $100. Estaba
muy feliz, pero mi madre me dijo que buscara la persona en el directorio y que se la
regresara.
En muchísimas situaciones de este tipo mis papás fueron forjando mi carácter,
habituándome a actuar de cierta forma en ciertas situaciones. Ahora que lo pienso,
ese ejemplo de aprender el español no es del todo bueno.

Es que lo que se desarrolla ahí es simplemente una habilidad, más no una virtud.
¿Cuál es la diferencia? Pues para juzgar mi habilidad de hablar el español uno sólo
tiene que fijarse en el producto, en lo que digo. Si me entiende, hablo bien; si no, no.

Pero para juzgar el carácter de uno, el simple acto es insuficiente. Además de que el
acto sea lo indicado en la situación, hay que fijarse en el estado interior de la
persona, en cómo se siente al hacer el acto.
Imagínate un hombre que da unas monedas a una persona en la calle. ¿Por qué lo
hace? Si es por generosidad, lo alabaríamos; pero imagínate que anda paseando
con una chica con quien pretende y lo hace porque quiere que le vea como buena
persona, cuando en realidad quisiera quedarse con su dinero. Pues nada loable,
¿verdad? El punto es que el acto mismo no es suficiente para determinar si actúa
con virtud o no.

Todo lo que hacemos en la vida va acompañado de placer o dolor. Para Aristóteles,


el tema de la virtud moral es esto, cómo 3 uno siente placer o dolor al hacer lo que
hace. El acto de dar dinero a esa persona en la calle no era placentero para el
hombre en nuestro ejemplo. Lo hizo no por su propio bien sino como un medio para
lograr otro fin.

Esa, de hecho, es la idea o experiencia que la mayoría tiene de la ética: ser ético es
hacer cosas desagradables porque tienes que hacerlos. Obviamente, esa no es la
idea de Aristóteles para nada. Sentimos que la ética es así porque nuestro instinto
como niños es seguir el placer y evitar el dolor. Para Aristóteles, esa es la fuente
principal de la acción viciosa. Piénsalo un momento. Si los niños nunca recibieran
ninguna orientación por sus padres, si hicieran todo de acuerdo con esa dinámica de
buscar placer y evitar dolor, acabarían gordos, ignorantes y enfermos. Esto no
quiere decir que la vida buena tenga que ser desagradable o incluso ser libre del
placer y el dolor, al estilo del nirvana budista.

Sentir dolor y placer es natural para nosotros; no es cuestión de suprimirlo sino más
bien de moldearlo, moldearlo para que uno sienta placer de la forma indicada y en el
momento indicado.

Una educación moral no consiste en obligar a uno a hacer cosas buenas o nobles
aun cuando sus deseos le jalan hacia cosas malas, sino reorganizar los deseos de
modo que sentimos placer al hacer cosas buenas y dolor al hacer cosas malas.

Al principio de este entrenamiento, los actos que uno hace son buenos sólo en su
aspecto exterior. Pero con el tiempo y la habituación, llegan a forjar una disposición
interna de la que brotan naturalmente esos actos. Ya no hace falta el padre como
guía.

Ahora, hemos visto que esa cuestión interior, la proporción de placer y dolor que uno
siente, es lo que hace falta para poder juzgar cómo uno actúa. Pero no es suficiente
para distinguir lo virtuoso de lo vicioso.

Es decir, uno igual puede ser moldeado 4 para sentir placer haciendo cosas viles.
¿Cómo se distinguen los actos virtuosos entonces? Seguro has visto comerciales
para cerveza que al final muy rápidamente o en letra chica dice “Todo con medida”.

Pues eso lo debemos a Aristóteles. Si observas la conducta de un hombre sabio


verás que lo que hace se ubica, en general, en un punto medio entre dos extremos.
No se trata de un punto aritmético.
Por ejemplo, un kilo de comida puede ser muy poco y 5 kilos demasiado, pero eso
no significa que todos deben de comer 3 kilos. El punto medio, dice, es un punto
relativo a cada uno.

Para una persona pobre, regalar algo con valor de $100 puede ser generoso, pero
para Carlos Slim no sería nada generoso. Un ejemplo que da Aristóteles es la
valentía.

Lo que se quiere es tener valor, pero el acto que se considera valiente varía de
contexto y de persona. Yo tengo cierto miedo a las alturas, así que saltarme de un
puente como en el bungee sería valiente. Pero no sería valiente para este señor.

¡Lo que hizo él, saltándose desde el espacio, sería para mí no valiente sino
temerario! Lo que se nota en estos ejemplos donde hay que tomar una decisión es
que hay un menos, un más, y un punto medio. Cobarde; valiente; temerario. Codo;
generoso; pródigo o extravagante.

Cuando actuamos en el mundo estamos respondiendo a una situación. La pregunta


es, ¿cuál es la respuesta correcta? Cuando reprobamos a otro por lo que hizo, lo
reprobamos casi siempre porque su reacción fue insuficiente o excesiva. El hombre
sabio, para Aristóteles, siempre responde de forma apropiada, virtuosa, entre los
extremos de poco y mucho, insuficiencia y exceso. Ojo, ¡esto no implica que hay una
forma virtuosa de robar o asesinar! Algunas acciones no admiten un punto medio.

Quiero volver a la definición de virtud que vimos al principio. “La virtud es un hábito,
una cualidad que depende de nuestra voluntad, consistiendo en un medio relativo a
nosotros, y que está regulado por la razón en la forma que lo regularía el hombre
verdaderamente sabio.”

Hasta ahora hemos hablado de la virtud moral como un hábito que consiste en un
punto medio y cómo ese hábito se desarrolla. El papel de la razón en esto, la virtud
intelectual, lo vamos a ver más adelante.

Pero para finalizar esta parte quiero reflexionar sobre el carácter voluntario de la
acción. Aristóteles lo trata porque es sólo por acciones voluntarias que los hombres
son aprobados o reprobados.

Te pueden juzgar todo menos lo que haces por compulsión o por ignorancia. Si
alguien te agarra y te avienta por el techo de un edificio y caes y rompes la banqueta
ahí abajo, el municipio no puede culparte porque fue involuntario, la causa fue
externa a tu control. (Ouch).

Si eres cajero en un banco y un hombre saca una pistola y pide dinero y se lo das,
pues técnicamente el acto fue bajo tu control, pero es perdonable porque actuabas
por temor a un mal mayor.

¿Y ese pastel que comiste que había hecho tu madre para el cumpleaños de tu
hermano?
“Pero mamá, no lo pude resistir, estaba fuera de mi control.” No, ahí tu mamá tiene
razón, eres culpable, pues de otra forma nada de lo que hiciéramos por placer
podría censurarse o aprobarse.

El otro tipo de acto involuntario es aquél que se hace por ignorancia. Imagínate una
obra de teatro donde un actor dispara una pistola y mata a otro actor, pero de
verdad. Pensaba que era un juguete, pero resultaba ser real. Claramente actuó en
ignorancia.

Una señal de que actuó así es si después se arrepienta de lo sucedido. Pero


imagínate un borracho que sube a su coche y luego atropella a una niña que estaba
cruzando la 6 calle.

En este caso, ignoraba lo que hacía, es decir, no eligió matarla, no fue una decisión
basada en un deseo, y después lo arrepienta. Este caso, sin embargo, no es cómo
el del actor.

Dice Aristóteles que el borracho actúa en ignorancia, es decir, no sabe lo que hace,
pero no actúa debido a la ignorancia. La ignorancia puede ser una excusa
únicamente cuando se trata de desconocer las circunstancias particulares.
Pero la ignorancia del borracho es más profunda - además del particular, ignora el
universal, es decir lo que es bueno para él, los fines generales que constituyen el
vivir bien. Entre ellos no se cuenta emborracharse.

Al desarrollar ese hábito, sabía que podía llegar a afectar su juicio y a tener malas
consecuencias. De eso sí es culpable. Algo parecido me pasó hace años. Había
llegado a Boston a estudiar la maestría y compré un coche de segunda mano y
andaba
en ella cuando me detuvo una policía.

Me dio una infracción por no llevar una calcomanía que comprobaba que el coche
había sido inspeccionado. Yo no sabía qué hacía falta tal inspección entonces fui al
tribunal para decírselo al juez. ¿Qué me dijo? “¡Ignorancia de la ley no es excusa!” y
duplicó la multa por haber perdido su tiempo.

Aquí vemos la misma situación. Parte de vivir bien en una sociedad es conocer las
leyes y obedecerlas. Ignorancia de lo particular puede perdonarse, pero no del
universal.

Para resumir todo esto entonces, los actos moralmente relevantes son los
voluntarios.
Al originar uno el acto, y al conocer las circunstancias en las que el acto se lleva a
cabo, uno es moralmente responsable de ello. Pero para actuar hace falta no sólo la
disposición habitual de actuar de cierta forma sino la habilidad de llevarlo a cabo.
Para eso requiere uno de virtudes intelectuales, tema que trataremos en el siguiente
vídeo.

PARTE 3
Cuando tomas un examen en matemáticas, lo que importa es que tus respuestas
sean correctas.

Cómo hayas llegado a las respuestas o cómo hayas sentido en el proceso de hacer
el cálculo - esas consideraciones no se figuran en la calificación. El maestro sólo se
fija en la respuesta. Felicidades, ¡sacaste un 10! ¿Y tu calificación en la vida misma?
Sacar un 10 en la vida equivaldría a ese estado de bienestar, lo que Aristóteles
llama ‘eudaimonia’, o generalmente ‘felicidad’.

A diferencia del examen de matemáticas, la vida bien vivida no consiste


simplemente en una lista de resultados: terminé la carrera, nunca mentí, compré una
casa, me casé y tuve hijos, nunca faltaba a misa los domingos, logré ser gerente en
la empresa, etc.

¿Qué tal si el hacer esas cosas era tedioso para ti, nada placentero?

No habrás vivido bien entonces. Lo que importa en el caso de vivir es el estado


sentimental, y de eso se trata la educación moral, habituarte a sentir placer al hacer
cosas buenas, y displacer al hacer cosas malas. Forjar el carácter de uno implica
habituarlo a desear ciertos fines y a sentir placer al hacerlos.

Esta combinación de sentimiento y fines es básica, pero a la vez insuficiente.


Además de un carácter forjado de ciertas disposiciones, hace falta cierto
conocimiento o habilidad acerca de cómo actuar en una situación dada.

Supongamos que tu carácter te dispone a ser generoso. No expresas la generosidad


siempre de la misma forma. La expresarías con tu abuela dedicándole tiempo de
charla, y con tu jefe quizá comprándole un regalo, y esos casos pueden variar
dependiendo del tiempo y dinero que tengas en un momento dado.

El punto es que siempre nos encontramos con muchas opciones, y si te acuerdas


del último vídeo, Aristóteles dice que la opción casi siempre indicada es un punto
medio entre dos extremos. Entonces tenemos la pregunta de cómo determinar ese
punto medio en una situación dada. No es producto de un simple cálculo aritmético.

Recuerda que la ética no es una ciencia, no proporciona reglas fijas que simple
aplicamos.

Si no es ciencia, tampoco es pura adivinación. Hay una especie de regla o


conocimiento que se emplea, una regla no teórica sino práctica. Es lo que Aristóteles
llama sabiduría práctica, siendo la virtud intelectual que concierne a la acción
humana.

¿Cómo funciona?

Sea el conocimiento teórico o práctico, siempre es producto de un razonamiento o


deliberación y esto para Aristóteles se lleva a cabo en la forma de un silogismo.
Veamos un ejemplo de razonamiento teórico para luego pasar al práctico. Todos
conocemos el silogismo sobre Sócrates y la mortalidad. La premisa mayor, "Todos
los hombres son mortales", plantea una afirmación universal. La palabra 'todos' nos
indica eso. La premisa menor, "Sócrates es un hombre", introduce una afirmación no
universal sino particular.

El particular que señala, Sócrates, no es cualquier cosa sino un caso particular del
universal señalado arriba. Lo que podemos concluir a partir de estas dos premisas
es que este humano particular también es mortal.

Ahora, todo razonamiento razona sobre algo. Para Aristóteles hay sólo dos clases
de
fenómenos sobre los que se puede razonar: lo necesario y lo contingente. El primero
tiene que ver con lo que se da siempre de la misma manera, como las leyes de la
naturaleza.

Una manzana, por ejemplo, siempre cae del árbol, no sube. Por el otro lado está lo
contingente. Tiene que ver con la acción humana, con aquello que puede darse o
no.
Una manzana, por ejemplo, puede comerse o no; ninguna de las dos opciones es
necesaria.

El razonamiento que concierne a lo necesario Aristóteles lo llama teórico. El


silogismo
sobre Sócrates es un ejemplo de ello. Pero como cualquier cosa humana, para que
el razonamiento se haga bien, para que llegue a conclusiones verdaderas, hacen
falta unas virtudes.

En el caso de lo teórico, hay tres virtudes o formas en que el razonamiento puede


alcanzar la verdad: razón intuitiva, ciencia, y sabiduría teórica.

La razón intuitiva es aquella virtud a través del cual captamos las premisas mayores
y consiste básicamente en la inducción. Al experimentar muchos casos de algo,
como hombres muriendo, la mente capta el universal - ‘todos los hombres son
mortales’.

Esta verdad que se capta es el punto de partida de la siguiente virtud, la ciencia. La


ciencia para Aristóteles no se trata de laboratorios y experimentos sino de la
capacidad intelectual de demostración.

En el silogismo sobre Sócrates, la premisa mayor la capta la razón intuitiva, pero la


conclusión, de que es mortal, la capta la demostración científica. Como final, la
sabiduría teórica consiste en la unión de intuición y ciencia dirigida a los objetos más
excelsos: los cuerpos celestes y los principios básicos que los rigen.

Ok, pasemos de lo necesario a lo contingente. Aquí, el razonamiento no es teórico


sino práctico, por lo cual la conclusión a que llega no será una proposición sino una
acción.

En lo teórico queremos saber, pero en lo práctico de lo que se trata es actuar. Para


Aristóteles, la acción puede entenderse de dos formas. Por un lado, hay acciones
que producen algo distinto a la acción misma, por ejemplo, construir una cama o
pintar un cuadro. Para nosotros, lo que hace un Picasso y lo que hace un carpintero
son muy distintos, pero para Aristóteles no; la actividad de los dos es comprendido
por el término griego “techné”, que nosotros traducimos como “arte”.

Define el arte como “la disposición por la que hacemos cosas con el apoyo de una
regla verdadera.” El punto es que la finalidad de la actividad de hacer la cama no es
la actividad misma sino el producto, la cama.

La actividad no es más que un medio para la producción de algo. Como en todo lo


humano, esta actividad puede llevarse a cabo bien o mal, de forma virtuosa o
viciosa. Si el carpintero razona bien acerca del diseño y los materiales, saldrá una
cama bien hecha. La virtud intelectual que lo posibilita se llama “arte”. Ahora, por fin
llegamos al tema que nos interesa.

Hasta ahora hemos visto las distintas maneras en que el razonamiento puede llegar
a la verdad:

ciencia, razón intuitiva, sabiduría teórica, y arte. Pero hay una más, la sabiduría
práctica, o lo que también llama “frónesis”. Esta virtud intelectual tiene que ver con
las acciones cuya finalidad es la acción misma. Actuar de forma generosa, por
ejemplo, se hace no como medio sino porque es placentero en sí mismo, es parte de
lo que constituye el vivir bien. Pero no nacimos siendo generosos. Como hemos
visto, la disposición de serlo tiene que ser forjado en nuestro carácter. Pero no basta
la sola disposición.

Es que, en cada situación se presentan múltiples opciones para actuar, diversas


maneras en que podemos ser generosos. Volviendo al examen de matemáticas,
vemos también que se presentan diferentes opciones de respuesta para un
problema dado, pero sólo una es la indicada.

Para determinar cuál, tienes que razonar. Igual en el caso práctico. Veamos cómo se
da este proceso.

Empezamos con la conclusión. En nuestro silogismo sobre Sócrates, si te acuerdas,


la conclusión era una proposición. En el silogismo práctico es un acto. Lo que inicia
el proceso es un deseo. Esto lo proporciona la virtud moral, las disposiciones
habituales de nuestro carácter, y corresponde a la premisa mayor del silogismo
teórico. En los dos casos lo que se plantea es algo de carácter general o universal:
la mortalidad de los hombres o que es bueno ser generoso, por ejemplo. Pero ahora
viene lo particular. En el silogismo teórico eso es la premisa menor.

En el práctico habla Aristóteles de un proceso de deliberación en el que se trata de


ver cómo realizar el deseo en el acto. Para desear buenos fines necesitamos virtud
moral. Para deliberar bien acerca de cómo realizarlos necesitamos virtud intelectual,
que como vimos se llama sabiduría práctica o frónesis. La deliberación, dice, trata de
medios. Digamos que el deseo sea tener una maestría en filosofía. No lo puedes
realizar en este momento.
El paso anterior para tenerla sería defender una tesis. Tampoco puedes realizar esto
ahora, primero hay que escribir una, pero antes que eso hay que cursar y aprobar
materias y para eso, a su vez, hay que inscribirse en un programa de maestría.

En ese momento te das cuenta de que eso lo puedes hacer aquí y ahora, entonces
lo eliges y lo haces. Ahora, eso es un ejemplo un tanto burdo. No hace falta tanto
razonamiento para ver que la ruta al grado de maestro empieza al inscribirse en un
programa de maestría.

La frónesis aristotélica puede comprarse mejor quizá con lo que hace un experto en
ajedrez que juega contra una computadora. La computadora no tiene frónesis. En
vez
de deliberar, lo que hace es computar pues y lo hace masivamente, calculando las
consecuencias de todas las posibilidades. Esto también es lo que trata de hacer un
principiante en ajedrez, sólo que le queda muy corto en el cálculo.

El experto, en cambio, revisa el tablero y por la posición de las piezas como que
percibe el movimiento indicado, es casi algo que intuye o siente. Lo mismo pasa
cuando uno sabe conjugar correctamente un verbo en su lengua materna sin saber
la regla gramatical.

Esto, obviamente, es algo que se da con mucha práctica. Con toda la experiencia
que tiene uno, el acto de deliberación llega a ser como una especie de percepción.
Esto es la frónesis, y uno que lo tiene se llama en griego fronimos. Como dice Sir
David Ross, el bien es para el fronimos “como una especie de sensible común, de la
misma manera que las formas son para todos los hombres.”

Cualquiera puede reconocer los triángulos, círculos, y cuadrados en esta escena. De


la misma manera, el hombre de sabiduría práctica percibe, por así decirlo, lo que
hay que hacer en el flujo de la vida. Ahora, la virtud moral e intelectual no están
separadas en el espacio y el tiempo. No es que se le vaya forjando el carácter de un
niño y que luego se ponga a estudiar para que tenga esa habilidad de deliberación.

Más bien, van a la mano. Al principio sí, está bajo la tutela de un padre, maestro, o
alguna autoridad. Pero con el paso del tiempo depende menos y menos de esos
consejos, su habilidad deliberativa se mejora con la experiencia y se van afinando
las reacciones emocionales a los acontecimientos que vive. Es como alguien que
aprende a tocar el piano.

Al principio hace falta mucha instrucción y consejo, pero con la experiencia llega al
punto (quién sabe en qué momento) a dominar el instrumento, a poder deliberar en
el momento sobre tonalidades, ritmos y cosas así para lograr el efecto deseado.

Pues hasta ahora hemos hablado de puras virtudes, pero sabemos que la mayoría
no son tan perfectos como lo que describe Aristóteles aquí. Comparemos entonces
el ideal que plantea con diferentes combinaciones de virtud y vicio.

Los referentes básicos son lo moral y lo intelectual, y para cada uno la posibilidad de
virtud o vicio. Si uno cuenta con las dos virtudes, vive bien según el planteamiento
de Aristóteles. Si tiene un carácter vicioso, pero es muy listo, pues tenemos un
malvado capaz de arreglarse las suyas.

Luego, alguien de buen carácter, pero carente de sabiduría práctica tendría las
mejores intenciones, pero no sería capaz de realizarlas en la práctica. Como final,
alguien de carácter vicio y carente también de sabiduría práctica sería como un
ladrón
que la policía atrapa. Aun considerando estas combinaciones de virtud y vicio,
nuestra caracterización de la conducta humana queda todavía corta.

Aristóteles está consciente de ello, por lo cual matiza esta oposición de virtud y vicio
con un análisis del interesante fenómeno de la incontinencia. Eso, junto con un
análisis de la amistad y la vida contemplativa, lo veremos en el próximo y último
vídeo sobre la ética de Aristóteles.

PARTE 4

¿Alguna vez has hecho algo que sabías que no deberías hacer? Yo sí. Resulta que
soy fumador. Sé que es malo para la salud, pero lo hago de todos modos. ¿Estúpido
no? Este fenómeno se llama la incontinencia y le interesa mucho a Aristóteles
porque no cae dentro de las opciones de virtud y vicio que hemos visto hasta ahora.
Si seguimos el ejemplo de fumar, el hombre vicioso lo ve como algo bueno y lo hace.

A diferencia de él, el incontinente reconoce que sería mejor no fumar, pero aun así
actúa en contra de su propio juicio y fuma. Por el otro lado, el incontinente tampoco
es virtuoso porque si fuera así, simplemente no fumaría.

Entonces, entre los extremos de la virtud y el vicio hay que agregar la incontinencia y
también la continencia. ¿Cuál es la diferencia entre los dos? El incontinente sabe
que es mejor no fumar, siente la tentación de fumar, y se rinde. El continente
también sabe que es mejor no fumar, siente la tentación de hacerlo, pero resiste.
Imagínate una chica a dieta que le cuesta mucho controlar su peso.

En una comida con amigos siente mucha tentación de comerse un postre de


chocolate, pero resiste.

Va acompañada de una amiga a quien sí le gusta el chocolate, pero ni tentación


siente,
y pues no come ningún postre. A nuestro modo de ver, la primera es la que más
merece nuestra alabanza por haber superado la tentación, pero para Aristóteles sólo
la segunda es virtuosa porque hace lo que sus buenos deseos le dictan, su actividad
es placentera, mientras que la segunda no, ya que no hace lo que desea y siente un
choque.

No sé tú, pero yo jamás he conocido a una persona totalmente virtuosa en el sentido


aristotélico.

La mayoría somos una combinación de continencia e incontinencia, y desde luego


algunos son puros viciosos.
Pero volvamos al tema de la incontinencia. Lo interesante es que no está claro
siquiera
cómo es posible. Sócrates, de hecho, decía que era imposible. Sabemos que para él
la virtud es el conocimiento. Para vivir bien sólo basta tener conocimiento del bien
para
actuar bien.

El contrario, es decir saber lo correcto, pero no actuar de acuerdo con él,


simplemente no tenía sentido para Sócrates. Por tanto, decía que cuando un hombre
actuaba mal, actuaba en ignorancia.

Recuerda que para Aristóteles uno no es responsable para algo hecho en


ignorancia, pero él no cree que eso sea el caso con el incontinente, por ejemplo, con
el fumador que sabe que sería mejor no fumar y que sigue fumando.

El fumador no actúa en ignorancia y por tanto merece cierto grado de censura.


Aristóteles, entonces, no está de acuerdo con Sócrates, por lo que tiene que buscar
la forma de explicar este extraño fenómeno. ¿Cómo lo hace? Pues recuerda que el
razonamiento sobre lo que hay que hacer se llama un silogismo práctico.

Está la premisa mayor que enuncia algo general, como: “Es malo fumar”; y la menor
que enuncia un hecho particular, como: “Aquí hay un cigarro”. Y luego la conclusión,
que no es una proposición sino un acto.

El hombre virtuoso simplemente no fumaría el cigarro, pero el incontinente sí. De


alguna manera las premisas son bloqueadas, no funcionan como deben. Lo que
explora Aristóteles es cómo puede suceder eso.

Nuestra capacidad deliberativa se descompone con más facilidad en casos donde


fuertes emociones nos apoderan. Imagínate dos personas que se conocen en un
bar, se coquetean y de repente están en un hotel quitándose la ropa y en el mero
momento dice la chica, “¿Tienes condón?” “No,” dice el chavo. Los dos tienen
presentes las premisas del silogismo, hasta pueden enunciarlas, pero no tienen
efecto.

La pasión del momento les abruma. Aristóteles compara este estado mental con
alguien que está borracho. Puede recitar los versos de un poeta, al igual que el
chavo puede decir “Debería usar un condón”, pero no controla ni entiende
plenamente lo que dice.

Pero la debilidad de uno no se debe exclusivamente a fuertes pasiones. Habla


Aristóteles de un principiante en el estudio de la ciencia. Puede llevar a cabo una
demostración científica y entender las proposiciones que enuncia, pero no
comprende a fondo lo que está diciendo.

Como ejemplo de esto, ha habido momentos en mi vida docente donde voy


explicando un argumento en clase, pero me doy cuenta de que no lo entiendo a
fondo. Puedo pronunciar definiciones y vincular las premisas, pero algo falta.
Cuando un alumno me hace una pregunta que me obliga a ir más allá de lo
planteado en el pizarrón, no sé cómo explicarlo de otra forma.
Se podría decir que el conocimiento está en mi cabeza, lo puedo enunciar como un
loro repite una serie de palabras, pero no vive en mi alma. Cuando conocemos algo
de verdad, dice Aristóteles, asimilamos su logos en el alma.

Dice Aristóteles algo que siempre me ha fascinado. Dice, “somos lo que


conocemos.” Ahora, si conozco este caracol, no soy obviamente el material del que
está hecho.

Lo que conozco es su esencia o logos, y eso es inteligible. El caracol y yo somos


uno en la medida en que conozca su logos. Volviendo al tema, es por eso, dice, que
no encontramos científicos ni hombres prácticamente sabios entre los jóvenes ya
que los primeros principios que manejan vienen de la experiencia, y uno tarda para
tener suficiente experiencia.

El incontinente, entonces, es como este principiante en la ciencia. Al igual que él,


reconoce que hay premisas mayores que deberían adoptarse, ciertos fines que
valen la pena seguir, pero no basta simplemente tenerlos en la cabeza sino
grabarlos en el alma. Inevitablemente en la vida nos topamos con situaciones donde
hay motivos encontrados. Un hombre casado puede sostener tanto que es bueno
ser fiel como que es bueno sentir mucho placer sexual.

La premisa que va a imperar es él que esté grabado en el alma. Bueno, de esta


forma resuelve Aristóteles el problema de la incontinencia. El incontinente es uno
que padece una incoherencia entre el logos de lo que dice y el logos en su alma.
Donde hay una armonía entre estos dos, se trata de un hombre virtuoso.

Ahora, vamos a tratar dos puntos más: lo que dice sobre la amistad y también sobre
la vida ideal. Recuerda que el tema de esta investigación es el buen vivir, la
eudamonia. Hasta ahora, Aristóteles ha hablado mucho del individuo, pero el
individuo no vive aislado. Vivir bien implica necesariamente una vida con otros.

La amistad es un tema importante en su argumento, pero entiende por ella algo más
amplio que la restringida acepción que tenemos nosotros. La palabra en griego es
“filia” y puede referirse a tres tipos de relación: amistad de utilidad, de placer, y de
bondad. El de utilidad es el más amplio y bajo por así decirlo.

Se refiere a las relaciones que tenemos con otros miembros de la sociedad, con el
vecino, el panadero, la policía. No somos autosuficientes. Dependemos de los
demás para sobrevivir. Luego hay amistades de placer.

El hombre disfruta convivir con compañeros, reírse, platicar, salir al cine, etc. La vida
sin este tipo de compañerismo sería bastante pobre sin duda.

Estos primeros dos tipos de amistad son más egoístas que otra cosa. Si uno no
puede darme pan o hacerme reír, pues no me asocio con él. Pero el hombre es
capaz de motivos más altruistas.

La amistad más elevada para Aristóteles es la amistad de bondad donde un amigo


desea bien para su amigo, por el propio bien de su amigo, y no como algún medio
que le puede redundar en algún beneficio. Una amistad de este tipo puede ser útil y
placentero, pero no se basa en esas cosas sino, dice Aristóteles, en el amor de un
buen hombre por sí mismo.

Esto quiere decir que una amistad de bondad entre dos personas es un reflejo de la
relación que cada uno tiene consigo mismo. Al mirar su amigo en la cara, es como si
estuviera viendo un reflejo de sí mismo.

Obviamente, lo que se refleja no es el físico sino el alma - los dos amigos son como
almas gemelas. Aristóteles menciona varias veces el amor que tiene una madre por
su hijo. Al sentir dolor el hijo, la madre también lo siente, como si su ser se
extendiera más allá de su existencia individual.

Esto es lo que sucede en una amistad de bondad. Los intereses de uno se extienden
de tal manera que el bien para su amigo implica su propio bien.

Ahora, parece que este altruismo no es más que un egoísmo disfrazado. En cierto
sentido, alguna relación que no redundara en ningún beneficio para uno no tendría
sentido. Todos somos egoístas. Pero todo depende del ego o alma que uno tiene.

El amor propio de un hombre malo no podría servir de base para una amistad de
bondad debido a la naturaleza de su alma, debido a que deriva placer de cosas
como el dinero, poder, o placer sensual.

Tanto en su época como en el nuestro, esas cosas son más que otra cosa el tema
de disputas y pleitos. Si uno tiene dinero o poder, implica que el otro no. Es por eso
por lo que las relaciones de utilidad y de placer son tan perecederas.

Pero lo que un hombre de bien ama en sí mismo es distinto. Valora su intelecto, lo


inmaterial o espiritual y esto, ese tipo de amor propio es lo que está a la base de la
amistad de la bondad.

Un amigo de este tipo gastará dinero o sacrificará placer para que su amigo los
tenga, pero debido a la naturaleza de su alma, lo que recibe al hacerlo tiene un valor
mucho mayor.

Pasemos al último tema que quería tratar, la vida ideal según Aristóteles.
Empezamos esta discusión de su ética comentando que hay muchas formas de vivir.

Lo que todos buscan, algunos mejor que otros, es ese estado de bienestar que
llamamos felicidad. Sea como sea la manera en que uno concretamente vive, la
felicidad que uno alcanza tiene que consistir en una actividad y no ser una mera
disposición.

Además, esa forma de vivir no puede ser un mero medio sino una actividad que en
sí misma, en su propia ejecución, constituya el bienestar. Ahora, tomar cerveza todo
el día es una actividad que se hace no como medio sino como un fin en sí mismo, y
puede sin duda ser placentero, pero no alabamos una vida llevada de esa forma.
Entonces no basta cualquier actividad sino aquella que se hace de acuerdo con la
virtud. Como hemos visto, las plantas tienen virtudes y los animales también, pero si
se trata de entender una buena vida humana, hay que fijarse en lo que sea propio
del ser humano. Como hemos visto, eso es la razón.

El bienestar humano entonces tendrá que ver con una vida llevada de acuerdo con
el bien o virtuoso uso de la razón. Menciono todo esto porque para Aristóteles la
mejor vida es la teórica o contemplativa.

¿Por qué? Pues, la razón es la mejor parte de nosotros, es lo que nos hace
humanos, y el objeto de su actividad es el más excelso
de todos, aquellos que son eternos, que no cambian.

Todos tenemos que vivir en algún grado en un contexto social y por tanto llevar una
vida práctica.

Por mucha sabiduría práctica que uno tenga, siempre dependerá de otros y de
circunstancias cambiantes. La vida contemplativa en cambio está siempre a nuestro
alcance, es autosuficiente, y el placer que da es puro y constante. Recuerda que
Aristóteles dice que somos lo que conocemos.

Si eso es así, entonces la vida contemplativa nos pone al alcance de lo divino en el


cosmos y permite que nuestra vida, en tanto teórica, se convierte en eterna. Lo que
percibimos con el ojo es particular y perecedero, pero lo que interdijimos con la
mente es universal y eterno.

Cada uno trae dentro de sí un elemento divino que, al usarse con virtud, le une con
el propio cosmos que conoce. Bueno, con esto terminamos esta revisión de la ética
de Aristóteles. Como siempre, lo que hemos tratado son los conceptos básicos y su
relación entre sí, herramientas básicas para una lectura más de cerca.

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