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Géneros, sexualidades y subjetividades - Fragmento - Diana Maffía

SEGUNDA PARTE.

Diálogo con Diana Maffia


23 y 30 de marzo del 2004

Fragmentos del diálogo realizado con Diana Maffía, filósofa feminista en los
talleres de educación popular realizados los días 23 y 30 de marzo del 2004, en la
Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo.

(…)

La relación entre sexo y género

Una de las primeras cosas que me gustaría hacer es pensar un poquito la relación
entre el sexo y el género, que a veces se plantea como una relación entre algo cultural y
algo biológico. La manera más usual de definirlo, es decir que el sexo es algo natural y
biológico, que tiene que ver con lo corporal, con la anatomía, mientras que el género es una
asignación cultural que se hace, una especie de lectura de ese sexo biológico, y que en esa
lectura se determina cuáles son los mandatos sociales que va a tener alguien por el hecho de
ser varón o mujer. No sé si alguien tiene otra descripción con respecto al género y al sexo.

- Somos siempre producto de lo psicofísico y de la situación cultural en que


estamos. No existe lo natural en el hombre separado de lo cultural. Nadie vio un
espermatozoide andando por ahí...

Sí, hay un señor que manejaba un microscopio en el siglo XVII -cuando se inventó
el microscopio-, al que lo primero que se lo ocurrió fue mirar una gota de semen en el
microscopio, y dijo que había visto un hombrecito con sus bracitos, piernitas, etc,
perfectamente completo. Porque era la idea que tenía Aristóteles, 400 años antes de Cristo,
que en el semen masculino estaba el hombre completo. La idea de persona estaba en el
semen masculino, la mujer lo que ponía era el lugar donde se cocinaba el embrión, así lo
decía él.

- Hace 30 años ya se dijo que hay un porcentaje variable en cada persona en la que
lo genético interactúa con lo cultural, y como no se puede tener una persona que no haya
tenido una cultura...

- Sexo y género son construcción...

- Lo biológico no determina... el aparato reproductor o la apariencia física no


determinan el género.

- Si nace un niño o niña que no se sabe bien cuál es su sexo, inmediatamente la o lo


operan. Hasta la naturaleza es cultural.
- En nombre de la cultura se utiliza la naturaleza. Se disfraza esa construcción
cultural como natural.

- Hay una diferenciación entre lo biológico y lo cultural.

D.M.: Vamos a ver si podemos integrar todas estas intuiciones. Por un lado, la idea
de que no hay algo como una naturaleza desprovista de cualquier tipo de lectura cultural a
la que accedamos de manera directa. Accedemos a comprender y percibir la naturaleza con
ciertos condicionamientos de comprensión y de percepción que son culturales. Cómo
interpretamos lo que percibimos, depende de aspectos que son culturales. Cómo hemos sido
educados, qué lenguaje manejamos. Hay lenguajes que tienen palabras para hacer
diferenciaciones en la sociedad que son distintas a otros lenguajes que tienen otras palabras
para hacer otras diferenciaciones. Los esquimales tienen más de 90 palabras para definir
distintas expresiones de lo blanco, pero si ellos no pudieran distinguir el blanco de un oso
del blanco de un témpano de hielo, morirían. El mismo lenguaje que hablamos recorta la
realidad de ciertas maneras, nos hace interpretar las cosas de ciertas maneras.

La importancia que tengan los genitales en la determinación del sexo que se le


asigna a una persona es algo cultural. Hay algo que quizás tendríamos que admitir y es que
no podemos culturalmente construir cualquier naturaleza, hay límites. Hay dos cosas que
hacen pensar, filosóficamente, que hay algo objetivo, que no todo es construido por nuestra
mente, ideológica o culturalmente.
Hay límites para las variaciones que podemos hacer, no podemos construir
cualquier cosa. Y la otra es que a veces la realidad nos sorprende presentándonos cosas que
no estábamos previamente dispuestos o abiertos a construir. Parece que hay algo que viene
de la realidad hacia nosotros y no de nosotros a la realidad.
Por un lado, el hecho de que hay límites a la variación posible, es decir, que nos
podemos equivocar, podemos querer hacer una interpretación y fallar, quiere decir que hay
una cierta resistencia de la realidad a un marco muy grande de variaciones que podamos
hacer. Por otro lado, el hecho de que hay cosas que puedan ocurrir sin que previamente
estemos preparados, hace pensar que hay algo que es independiente de nuestra mente, que
es objetivo, por decirlo de alguna manera. Con una objetividad a la que no podemos
acceder directamente, sino que siempre vamos acceder a ella interpretándola. La
objetividad lo que hace, es producir una serie de datos como si fueran las piezas de un
rompecabezas, pero la construcción de la figura la hacemos con nuestra interpretación,
según el modo en que recogemos esos datos para darles sentido.

Hay datos que parecen ser parte de la naturaleza, pero hay una producción de
sentido que hacemos los sujetos, sin la cual no hay acceso posible, no hay acceso directo
sin producción de sentido. Pero ésta no puede ser arbitraria, ni puede haber meramente
producción de sentido, porque además debemos comunicarnos.
Esa producción de sentido tiene que ser negociada colectivamente, tiene que ser
intersubjetiva, se construye socialmente y va cambiando históricamente. Esa producción de
sentido tampoco es absolutamente de-terminante, sino que hay posibilidades de hacer
cambios en el modo en que interpretamos la realidad y esto nos permite tener esperanzas en
el cambio social.
Si volvemos a retomar la cuestión del sexo y el género, acá aparecían varias cosas.
Por ejemplo, que el cuerpo no es siempre idéntico. El cuerpo tal como es percibido
socialmente va a ir cambiando, histórica y geográficamente, como va a ir cambiando qué
cosas del cuerpo son aquellas en las que voy a fijarme para darle un sentido a ese cuerpo.
Que la genitalidad sea la determinante de la sexualidad es algo que pasa en nuestra
cultura pero no en todas las culturas. Por otro lado, hay casos en que el cuerpo parece
desmentir la interpretación que damos. Si la interpretación que le vamos a dar al cuerpo es
varón o mujer, una interpretación dicotómica con dos grupos muy diferenciados y
separados, hay veces que un cuerpo es ambiguo, que no nos da la posibilidad de hacer esa
separación dicotómica. ¿Cuál es la reacción de la ciencia en general? La reacción médica
frente a esta ambigüedad es transformarla en aquello que la ideología exige, es decir, en
algo dicotómico.
Si tengo una genitalidad que es ambigua la transformo en una genitalidad masculina
o femenina, interviniendo quirúrgicamente ese cuerpo para hacer de él algo que se adapte a
la ideología. Donde la realidad parece desmentir la ideología, lo que hago es determinarla
quirúrgicamente, es decir, transformarla en aquello que esperaba encontrar, en lugar de
revisar mi idea dicotómica de la sexualidad. Porque la ideología es muy fuerte, y mucho
más la ideología del científico, que interviene sobre el mundo tecnológicamente, por
ejemplo, a través de una cirugía. Transforma al mundo en aquello que pretende reflejar. No
refleja cómo el mundo es, sino que hace un mundo tal como un conjunto de valores
compartidos determina que es. Parte de las revoluciones culturales tienen que ver con las
revoluciones científicas, o bien porque empiezan o bien porque concluyen en cuestionar los
fundamentos de la ciencia.

Una de las cosas que vamos a cuestionar es la del cuerpo. Esto que parecía ser el
sexo biológico como algo determinado materialmente, aparece como algo más
cuestionable. ¿Qué pasa con el sexo biológico? Por un lado, tengo el sexo anatómico, que
no siempre es dicotómico, no siempre es genitales masculinos o genitales femeninos, sino
que puede presentar distintos aspectos. Algunos sumamente ambiguos e incluso casos de
hermafroditismo, como uno de los casos límite de la ambigüedad sexual, alguien que
presenta genitales de los dos sexos a la vez. Por otro lado, el sexo biológico no es
solamente la anatomía. En los casos en que aparece una ambigüedad sexual, se busca un
análisis genético para ver qué pasa con el ADN. Lo que busco son los datos genéticos. El
avance de la tecnología, en lugar de ser puesto al servicio de una liberación de la identidad,
fue puesto al servicio de un control de la misma. Si la naturaleza no se me revela
suficientemente dicotómica en el sexo anatómico, voy a intentar con el sexo genético.
También puede haber dificultades con el sexo genético, porque puede pasar a veces
que la genética no acompañe al sexo anatómico, que haya una diferencia entre los datos de
uno y otro modo de determinar la sexualidad. Finalmente, también perteneciente a lo
material de la sexualidad, está la cuestión de las hormonas. Puede pasar que en la
adolescencia no se tiene el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios que acompañan
a la sexualidad y que dependen de las hormonas, porque al no registrar el cerebro la
recepción de las hormonas, en el caso de un varón no le saldrán pelos, no le cambiará la
voz, no tendrá una inclinación sexual hacia el sexo opuesto, y todo lo que se espera
anatómicamente que ocurra.
Puede ser que recién en ese momento se descubra que hay allí un desajuste físico en
esa sexualidad. Todavía estamos en el nivel del cuerpo. La posibilidad de que haya un
ajuste entre lo anatómico, lo cromosómico y lo hormonal es algo que en muchos casos pasa
pero en otros no.

Ya a nivel del sexo tenemos muchas dificultades para poder encolumnar


prolijamente la dicotomía sexual. Pasemos ahora a la cuestión del género. Parecía que el
cuerpo se quedaba quieto, aparentemente esto era lo fijo, el sexo, sobre lo cual se producía
la lectura cambiante de la cultura. Pero ya vemos que no se queda tan fijo el sexo. ¿Qué
pasa con el género? ¿A qué vamos a llamar género?
Habitualmente, lo que llamamos género es la asignación de género, es decir, se le da
una interpretación a ese sexo por el cual se le atribuye el género femenino o masculino. En
esa atribución de género, de darle a alguien la lectura de ser varón o ser mujer, hay una
serie de mandatos y prohibiciones sociales. Hay una especie de distribución del espacio de
lo social con obligatorios permitidos y prohibidos, que dependen del hecho de que alguien
sea interpretado como varón o como mujer, o como perteneciente al sexo femenino o
masculino.
No solamente hay atribución de género, sino también una subjetividad de género,
una vivencia interior de cómo cada uno vive su identificación como un género, y esto puede
o no coincidir con la atribución de género que socialmente se ha hecho. A alguien se le
puede haber atribuido porque su genitalidad es masculina una asignación de género
masculino, y llegada su adolescencia o en algún momento de su vida tener una vivencia
subjetiva de que no se corresponde con el sexo que le han asignado y sentir esa asignación
de género que socialmente se le hace como algo violento con respecto a su propia
subjetividad, como algo con lo que no coincide, no se siente ajustado o incluso como una
situación de mucho sufrimiento y de una tortura interior, cuando hay mandatos muy duros
respecto a lo que significa lo femenino y lo masculino de las maneras más estereotipadas.
Sentir el mandato de tener una subjetividad no acorde con la asignación de género, a veces
puede ser vivido con mucho sufrimiento interior porque no hay una correspondencia entre
la asignación social que se hace, en general en función de la anatomía, y la subjetividad de
género, que es el modo en que cada uno subjetivamente se ubica.

Empezamos a ver que la cuestión del género tampoco es tan sencilla. No es


meramente el mandato o la lectura social, también tiene que ver con aspectos de la
subjetividad y con otros aspectos que podemos llamar la expresión de género. Cada persona
se presenta ante los demás con un género determinado. Nosotros acá, si hacemos una ronda
nos asignamos un género, femenino o masculino, de acuerdo a cómo nos vemos a primera
vista, porque es el modo como nos presentamos. No siempre esas asignaciones son
correctas. Muchas personas pueden tener una expresión de género que no se corresponde
con el sexo por el cual se les ha atribuido un género determinado. Por ejemplo, las travestis
de varón a mujer tienen una expresión de género mujer. Cierto tipo de lesbianismo que
elige una expresión de género muy masculinizado tiene una ex-presión de género
masculina, sin embargo no se de-finen a sí mismas como varones, sino como lesbianas con
expresión de género masculina.

Vamos complejizando la cuestión. Estábamos diciendo que del lado del sexo se
empieza a complejizar porque tengo el sexo anatómico, el sexo cromosómico y el sexo
hormonal, y todas esas cosas son leídas culturalmente, son interpretadas. Del lado del
género, tengo la asignación de género, que se le hace a alguien por su genitalidad, tengo la
subjetividad de género, la ex-presión de género que es la forma en que uno se presenta ante
los demás en la expectativa de ser interpretado por los demás con aquella expresión que
uno ofrece.
Y tengo la elección erótica que cada uno pueda hacer, que no depende de ser varón
o de ser mujer. Puede ser una elección heterosexual, homosexual o bisexual, y no depende
ni del sexo ni del género asignado, sino que tiene que ver con las elecciones que un sujeto
hace eróticamente hacia otro sujeto, tiene que ver también con su identidad subjetiva,
porque la elección erótica que haga también constituye su subjetividad. Pero no tiene que
ver con la lectura externa que se pueda hacer de alguien como un varón o como una mujer.
Alguien puede ser leído como un varón o como una mujer y ser homosexual, y esto no
afectar su vivencia de que es un varón o ser una mujer. Simple-mente será un varón gay,
una mujer lesbiana, pero no afecta el modo en que es interpretada por el resto de la
sociedad, mientras que habrá otras expresiones de la identidad en que sí va a efectuar un
corrimiento con respecto a las interpretaciones que pueda haber.

Desde mi punto de vista no es tan simple decir que hay un sexo biológico y un
género como la interpretación cultural. Hay una enorme complejidad en el llamado sexo
biológico y una enorme complejidad en la cuestión cultural que rodea la producción de
género.

Asignaciones de género

La producción de género se expresa en las instituciones también. Toda la sociedad


va adquiriendo una dicotomía que tiene que ver con las diferencias de género. Hay lugares
que son de mujeres y lugares que son de varones, hay actividades que son de mujeres y
otras de varones. Esos límites se van permeando en parte por el trabajo político que se hace
des-de algunos movimientos feministas o de minorías sexuales.

En realidad el modo en que las propias instituciones van sexualizándose es un modo


que tiene que ver también con las asignaciones de género. Porque cuando culturalmente se
le asigna a alguien sexo masculino o femenino, en esta atribución de una identidad sexual
hay otra serie de atribuciones pegadas. En el caso de una atribución masculina, se espera
que esa persona sea activa, mientras que en caso de una atribución fe-menina se espera que
sea pasiva. Será racional si es varón, será emocional si es mujer. Tendrá como ámbito lo
público si es varón, tendrá como ámbito lo privado si es mujer.
Cada una de estas cosas es altamente cuestionable pero son los mandatos de género
que hay. En estos mandatos nos encontramos con que ciertas actividades humanas
requieren alguna de estas cualidades y por lo tanto, como además están encolumnadas con
la atribución de sexualidad, se consideran que son actividades para varones o para mujeres.
Hacer la guerra es una actividad de varones, criar niños es una actividad de mujeres.
No necesariamente porque biológicamente sea así, sino porque la producción de las
dicotomías de género a través de la cultura genera expectativas de que se desarrollen ciertas
cualidades y se omitan otras. La expectativa social no es solamente que desarrollemos
ciertas habilidades, sino que apartemos de nosotros otras habilidades. En un varón habrá
que apartar todo lo que tenga que ver con la expresividad emocional, sobre todo con
expresiones asociadas a la debilidad, a la empatía. Habrá que ser individualista, habrá que
marcar muy bien el territorio, habrá que tener agresividad e iniciativa sexual, de manera tal
que desperdiciar una oportunidad sexual está mal visto en un varón. Si algo que se mueve a
37º les hace señas, ellos tiene que responder. El mandato es que si no lo hacen, su
masculinidad está en duda. Si uno trabaja con adolescentes en ciertos sectores, esto forma
parte de su educación.

En el control social que los adolescentes tienen entre sí, será vivido como menos
masculino un adolescente que no «aproveche» una oportunidad que se le presente. En el
caso de las mujeres, será todo lo contrario. Se esperará de ellas que ejerciten habilidades
como la comprensión, el cuidado del otro, la empatía, el afecto, que después van a ser muy
útiles cuando se les asignen funciones domésticas. Después se va a decir que ellas tienen
más inclinación a cuidar niños. ¡Cómo no va a ser así si desde que nacieron se les ha
impedido cualquier actividad física que implicara abrir las piernas y se les ha condicionado
a acariciar todo lo que fuera peludito! Efectivamente, a los 20 años uno ya empieza a tener
unos vicios personales. Es toda una producción que después aparece como un
descubrimiento. Hay una inclinación de los varones a la guerra, a la agresividad, al avance
sobre el territorio, mientras que las mujeres tienen inclinación a construir comunidad, a
cuidar, a ver desde el punto de vista del otro, a comprender, a nutrir.

Esto está fuertemente enlazado con la idea cristiana acerca de mujeres y varones,
respecto a los roles que se esperan de cada uno. No sólo con la idea judeocristiana, viene de
mucho antes. Esta idea de que hay cualidades de los varones y de las mujeres y de que estas
cualidades se complementan mutuamente, por lo cual constituyen una especie de atracción
mutua, que hace que ninguna de ellas pueda ser una unidad completa, sino que ésta se
forma cuando una mujer y un varón constituyen una pareja con la expectativa de procrear y
éste sería como el germen de toda constitución social. Esta idea está en la base del rechazo
de la iglesia a la unión civil, por ejemplo, o detrás del rechazo que tiene la aplicación de la
sexualidad a otro fin que no sea la procreación, y por lo tanto el rechazo de la
anticoncepción, de la masturbación, de la homosexualidad, de todo aquello que no tenga
como objetivo la unión de un varón y una mujer para procrear, como si fuera éste el núcleo
básico de toda organización social.

Filosóficamente así se han explicado los orígenes de las sociedades: la familia como
una especie de unidad, los clanes, y luego, para la convivencia más pacífica entre los
clanes, ciertas reglas sociales que se constituyen en pactos por los cuales se origina el
Estado; pero pactos entre los varones, porque en esta idea acerca de que hay una unidad en
el núcleo de la familia, los intereses de toda la familia van a ser representados por los
intereses del patriarca. Él expresaría no sólo su propio interés, sino también el interés de la
mujer y de todo ese núcleo de pertenencia.

«Las mujeres eran parte de la hacienda del varón», decía Kant, que era un filósofo
que se dedicaba a la ética, aunque les parezca mentira. Él decía que las mujeres forman
parte de la hacienda del varón, junto con la casa, los animales, los esclavos, etc. Así era
como se pensaba. También en los filósofos que organizan las ideas en torno a la
constitución del estado y del pacto social, como Rousseau, la idea era que el pacto lo hacían
los varones porque ellos expresaban los intereses de ese núcleo familiar. No había ninguna
necesidad de que la mujer opinara, porque la mujer no tenía nada que aportar.

Esta idea de que las mujeres no somos nada autónomas sino algo a complementar
con una unidad que nos representa, que puede verbalmente hacer el pacto, puede
expresarnos en el mundo de lo público, que es el varón, hace que, por un lado, la sexualidad
quede vinculada a la procreación, con la actividad reproductiva. La sexualidad no tiene un
fin en sí misma sino que tiene un objetivo que es la reproducción.

Frente a la actividad productiva del varón, la función de la mujer es reproductiva,


que significa que re-produce biológicamente y además que reproduce la fuerza de trabajo.
Esto ya lo veía Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. La mujer
recibe a un señor que viene arruinado de la fábrica, le hace la comida, lo mima un poco, y
al otro día lo manda como nuevo para que lo vuelvan a explotar y se quede el patrón con la
plusvalía. Como decía Engels, ya en la familia hay un primer nivel de explotación de todo
el trabajo invisible que hacen las mujeres por reproducir la fuerza de trabajo y del que se
apropia el explotador. Esto dicho desde un lugar un poco tendencioso, a lo mejor en las
cooperativas pasa de otra manera. Si no podemos visibilizar este trabajo invisible que hacen
las mujeres y del que se apropia como ventaja el que recibe un sujeto renovado para poder
aportar su trabajo, si no podemos verlo como un aporte social importante que las mujeres
hacen, esto queda invisibilizado y por lo tanto explotado y apropiado por el que se queda
con los resultados de esa renovación de la fuerza de trabajo.

Recuerdo la dirección de la mujer en Vicente López, que trabaja con casos de


violencia, que funcionó durante ocho años coordinada por dos feministas. Una de las cosas
que hacían, al trabajar con violencia, era asesoramiento jurídico. Les sugerían a las mujeres
que pensaran esto: las mujeres les decían «yo no trabajo, por lo tanto no aporto nada, el que
trabaja es el varón, el que trae un dinero, algo que se ve materialmente».
Esto era así incluso en las encuestas del Indec, cuando les preguntan a las mujeres si
trabajan o son amas de casa. Ninguna mujer va a decir que no es ama de casa, porque casi
todas son amas de casa trabajen o no. La idea de un trabajo informal, que no da un sueldo
sistemático, que alguien no es reconocido como trabajador porque no tiene un número de
código de identificación laboral, es algo que también hay que pensar. Parte de la
flexibilización de los roles de género vino por el peor camino, que es la pérdida de
identidad laboral de los varones. El resquebrajamiento de lo laboral también res-quebrajó
las identidades masculinas. Conseguimos flexibilizar la apertura hacia la reconsideración de
la identidad por el peor camino, por un camino de sufrimiento. De todas maneras tratemos
de aprovechar la oportunidad, porque probablemente el país mejore y vaya a saber lo que
puede pasar con sus identidades. –

- No hay mejora, hay doble carga: la carga del varón que está sin trabajo, que ejerce
violencia y además el cuidado de los chicos, salir a hacer una changuita.

- A veces, que la mujer tenga cierto poder adquisitivo no es bueno en términos de


relación, se puede vivir con mucha violencia.
- De ahí se desprende que no sólo los capitalistas se apropian de la reproducción de
la fuerza de trabajo de las mujeres, sino que hay una apropiación del colectivo de los
varones.

D. M.: Y no sólo del colectivo de los varones, por-que cuando las mujeres tomamos
tareas externas, en general delegamos en otras mujeres, que a la vez están haciendo trabajo
invisible y no siempre rentado. En este lugar de Vicente López una de las cosas que hacían
era cuantificar los aportes domésticos a precios de mercado. Decían ¿cuánto cobra una
cocinera, una costurera, una niñera? La cuestión era que la mujer viera cuál era su aporte si
tomaba los precios de mercado. Por supuesto, si fuera así, explotaría todo el sistema. Pero
la idea es de qué manera el dinero, que precisamente es un valor de cambio, podría ser un
parámetro para que la mujer midiera cuánto vale su aporte en un trabajo que si ella lo
tercerizara y tendría que pagarlo, desde luego tendría que tener dinero para hacerlo. Si ella
lo hiciera en una casa que no es la propia, también tendría que recibir por eso un sueldo con
un cierto valor.

Ustedes decían que ocurre que muchas veces las mujeres pueden hacer una changa
fuera de la casa o consiguen algún trabajo y los varones no se adaptan a tomar el rol
doméstico, sino que lo pone muy violentos haber perdido su trabajo y en general no logran
equilibrar rápidamente, diciendo «si vos conseguiste algo entonces yo me quedo a cargo del
frente interno y bancamos entre los dos». No es una relación fácil, porque acá entra otra vez
el tema de la subjetividad. Decíamos que el hecho de ser un varón o una mujer hace que
seamos criados con ciertas expectativas y mandatos sociales.
En el caso de los varones, el mandato social y el modo en que los mensajes sociales
actúan, es hacia generar un persona con un alto nivel de individualismo y de separación del
otro. Una explicación que hace el psicoanálisis feminista es que siendo las madres las que
los crían, el varón adquiere su identidad como una separación de ese primer modelo de
identificación que es la madre. Mientras que las mujeres adquieren su identidad por
identificación con ese primer modelo que es la madre porque son mujeres como ellas.

Lo que va a amenazar la identidad masculina es el compromiso afectivo demasiado


fuerte, mientras que lo que va a resultar amenazante para la identidad femenina es la
separación y el aislamiento. Las mujeres somos condicionadas al cuidado, etc, pero vivimos
en una sociedad donde lo que se valora son los valores con los que son socializados los
varones: la competencia, el individualismo, la agresividad, la iniciativa. Nosotras somos
cultivadas en lo disvalioso, que sostiene como si fuera una raíz eso valioso que socialmente
va a ir al mundo público. Como nosotras vivimos en un sistema de opresión, no sólo
conocemos nuestros propios valores, también conocemos otros valores. Como se sabe, en
toda pedagogía del oprimido, éste maneja un doble código, el propio y, por una cuestión de
supervivencia, el del opresor. Una mujer es socializada en un conjunto de valores que hacen
a la cooperación, al afecto, al cuidado, a la nutrición, pero conoce el código del mundo
público, de la competencia, del individualismo, de la agresividad. Por lo tanto, si tiene que
ir al mundo público a sobrevivir va a tener unas ciertas herramientas con las cuales hacerlo,
muchas más que las que va a tener un varón que no necesita conocer el código del oprimido
porque él está dentro de ese código que se su-pone que es socialmente ganador, va a tener
un espacio asignado en ese mundo de lo público. Cuando el varón pierde ese espacio no le
va a ser tan fácil adquirir los códigos de identidad necesarios como para hacer, con un
compromiso subjetivo, algo como la crianza de hijos, que lo puede desestabilizar como
persona porque requiere una unión muy fuerte con el otro. La capacidad de criar a un sujeto
que no se puede expresar requiere una comprensión y una empatía muy fuertes. Esto puede
resultar crítico para la subjetividad de un varón.

En el caso de las mujeres, cuando vamos a trabajar al mundo público y cuando nos
formamos en una universidad, no es meramente que cuando vuelven a la casa tienen la
carga de lo doméstico. Me parece que es algo más difícil de conciliar. En muchas áreas de
exigencia del trabajo en el mundo público, las mujeres tenemos que manejar un código
contradictorio, no es meramente que agreguemos una especie de doble o triple jornada, sino
que tenemos que hacer un giro de la perilla de la subjetividad y decir: adquiero estas
capacidades cuando estoy en el mundo público y tengo que dar vuelta la perilla y
reestructurar otros cuando estoy en el mundo privado.
A mí me parece que no hay meramente una doble o triple jornada, sino un enorme
conflicto subjetivo entre el mundo público y el mundo privado, para el modo en que las
mujeres hemos sido socializadas. Por supuesto puede haber excepciones, pero el modo en
que habitualmente somos socializadas nos restringe aquellas capacidades que se nos exigen
en el mundo público. Y si somos buenas en esas actividades en el mundo público es muy
probable que no seamos tan buenas en lo que se espera que hagamos en el mundo privado.
La exigencia es que si sólo estamos en el mundo privado seamos muy buenas allí,
pero si accedemos al mundo público adquirimos otros mandato, ser muy buenas en todo
aquello que desempeñemos, que muchas veces implican demandas contradictorias: las del
mundo público y las del mundo privado. Ambas demandas exigen de nosotras
características contradictorias, y exigiría también de los varones si ellos se van a hacer
cargo de lo doméstico. Por lo tanto tenemos que tener una amplia variedad de recursos si no
queremos enloquecer en el medio y tener éxito en los dos lugares. También podemos
resignarnos a tener éxito en sólo uno.

(…)

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