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LA DEVOCIÓN DE LA BUENA MUERTE.

COMPAÑÍA DE JESÚS
Y RELIGIOSIDAD POPULAR EN EL SIGLO DE LAS LUCES

THE WORSHIP TO THE GOOD DEATH. THE SOCIETY OF JESUS


AND POPULAR RELIGIOSITY IN THE ENLIGHTENMENT

José Gámez Martín


Academia Andaluza de la Historia
josegamezmartin@yahoo.es

RESUMEN: Desde la fundación de la Compañía de Jesús por San Ignacio en 1539, esta se
convirtió en un brazo vigoroso de lucha por la reafirmación de los principios del catolicismo
ante la herejía protestante. Los jesuitas llevan al fiel a contemplar la muerte de Jesús como el
triunfo de la vida, incentivando a buscar una buena muerte para entregar el espíritu en paz en
los brazos del creador. En Venecia en 1600 surge la devoción a la Buena Muerte, y con el apoyo
tanto de la jerarquía como de la Sociedad de Jesús se extiende rápidamente por toda la Europa
católica floreciendo en España durante todo el siglo XVIII, e incluso perviviendo a la expulsión de
la Compañía de tierras hispanas y a su extinción decretada por la autoridad pontificia en 1773 en
la persona de Clemente XIV acosado por las presiones de los príncipes católicos. Tras la rehabili-
tación de los hijos de San Ignacio la devoción a la Buena Muerte sigue pujante y ha llegado hasta
nuestros días, escribiendo anales gloriosos en historia, religiosidad, y arte.

ABSTRACT: Since the foundation of the Society of Jesus by Saint Ignatius in 1539, it became
a strong fighting arm in order to reaffirm the principles of Catholicism upon Protestant heressy.
The Jesuits take the worshipper to contemplate Jesus´s death as the triumph of life, making them
to search for a good death in order to let their spirits fall peacefully upon the creator´s arms. The
worship to the Good Death arises in Venice in 1600 and, supported both by the church hierarchy
and the Society of Jesus, quickly spreads all over Catholic Europe and flourishes in Spain during
the 18th century, even surviving after the expulsion of the Society from Spain and after its extinc-
tion, decreed by the Pontificial Authority in 1773 under the rule of Pope Clemente XIV, pressed
by Catholic princes. After the rehabitlitation of the Jesuits the worship to the Good Death is still
XVI Jornadas de Historia en Llerena

alive and has reached our days, after a long glorious path full of history, religiousness and art.

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EL SIGLO DE LAS LUCES
El Siglo de las Luces

XVI JORNADAS DE HISTORIA EN LLERENA


Llerena, Sociedad Extremeña de Historia, 2015

Pgs. 147-159

ISBN: 978-84-608-8037-0

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La devoción de la Buena Muerte. Compañía de Jesús y religiosidad popular en el Siglo de las Luces

I. LA IDEA DE LA MUERTE Y LA LITERATURA MÍSTICA


La idea de la muerte ha estado, como por otro lado no podía ser de otra
forma, de manera presente en el discurrir de la vida humana, el hombre de
la baja edad media, asfixiado por su situación existencial, recurre con insis-
tencia a la protección sobrenatural incluso con los vaivenes de la jerarquía
eclesiástica , la presencia de tres papas, la guerra de los Cien Años o el inevitable
desarrollo de epidemias y hambrunas esparcidoras de inevitable dolor, apareciendo
en este imaginario religioso lecturas místicas y espirituales con el fin de llevar al
hombre al ansiado encuentro con su Creador, tras una preparada y eficaz muerte
que le abriera ese gozoso camino de felicidad eterna.
Así, en el siglo XIV se publicó el Tractatus Speculum artis bene moriendi, segu-
ramente y por su ideario realizado por un miembro de los dominicos a petición de
los componentes del concilio de Constanza que se celebró en dicha ciudad imperial
de 1414 a 1418 con el loable propósito de acabar, mediante un fructífero acuer-
do, con el cisma de Occidente, una necesaria reforma de la iglesia y un combate
valiente y vigoroso con las herejías enemigas perniciosas para el depósito de la
fe. El libro es un compendio de consejos para morir en gracia de Dios, de manera
cristiana siendo la principal idea la de imitar a Cristo en forma total sirviendo de
consuelo que el mismo Dios hecho Hombre temiese a la muerte, sudando sangre en
el Huerto de los Olivos o dudando incluso, entre los cruentos dolores de la crucifi-
xión, incluso si su propio Padre lo había abandonado. El autor analiza con precisión
el lado bueno de la muerte y da consuelo al moribundo exhortándolo por abandonar
las tentaciones que pudiesen venir en el último momento y proporcionando espe-
ranza tanto a él como a sus familiares o seres queridos en la hora de la postrera
tribulación, Teniendo en cuenta la buena acogida de la obra, considerada como la
primera guía dedicada a la Buena Muerte, se realizó una edición más reducida y
enriquecida con ilustraciones como un impacto visual para el auxilio de los sectores
menos favorecidos culturalmente y que alcanzó, como si fuese todo un best-seller
medieval cien ediciones en 1500.
Sin duda la consagración definitiva de la literatura espiritual la marca la publi-
cación de la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis que ve la luz entre 1418 y
1427 y cuyo propósito principal según su autor es “instruir al alma en la perfección
cristiana, proponiéndole como modelo al mismo Jesucristo”. La obra está escrita
en forma de capítulos breves con la saludable intención de aconsejar, teniendo
cuatro partes fundamentales centradas en cuestiones espirituales de vida interior,
de consolación para el alma o las salvíficas excelencias del Santísimo Sacramento,
Nueva Alianza del Hacedor con el mundo redimido por el sacrificio de su Hijo al que
hay que imitar también con la amorosa aceptación de la muerte. La eterna obra de
Kempis cuya firma también se ha asignado por su carácter anónimo a otros autores
como al papa Inocencio III, san Buenaventura o Juan Gerson, fue la génesis inte-
lectual del posterior desarrollo de la Devotio moderna, corriente espiritual que vio
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la luz en los Países Bajos especialmente en Renania a finales del siglo XIV y que se
ve marcada por su indudable corazón cristocéntrico, siendo su ideal la humanidad
de Cristo por lo que la vida del hombre debe aspirar de forma concreta a seguir o
al menos acercarse a los ejemplos edificantes del Señor de Nazaret.
En España sobresale la más floreciente mística durante todo el siglo XVI con las
figuras de Juan de Ávila, Teresa o Juan de la Cruz o algunas menos conocidas como
las de san Juan Bautista de la Concepción artífice de la reforma de la orden de la
Santísima Trinidad y cuya obra alcanza una altura muy considerable, así como los
fundamentos de la Devotio en los pensamientos de Erasmo de Rotterdan religioso
que demuestra en su obra una riquísima erudición y que al parecer influyó en las
ideas religiosas del gran Carlos V.
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José Gámez:

II. LA FUNDACIÓN DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS Y LA DEVOCIÓN AL BIEN MORIR


La iglesia que sufre los embates del protestantismo, con las inevitables reper-
cusiones políticas que necesariamente conlleva, ve en la Compañía de Jesús, espe-
cialmente los ojos pontificios, un arma de consistencia para hacer frente al enemigo
desde su fundación en 1539 por Ignacio de Loyola junto a Francisco Javier, Pedro
Fabro Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás de Bobadilla, Simón Rodríguez, Juan
Coduri, Pascasio Broët y Claudio Jayo en la ciudad de Roma, siendo aprobada por el
Papa Paulo III en 1540 en poco espacio de tiempo, lo que demuestra el interés del
Papa por la nueva vida del creado instituto que junto a los tres votos tradicionales
de las órdenes religiosas ,añade un cuarto, el de obediencia al sucesor de Pedro, al
Romano Pontífice1.
Desde sus inicios, la Compañía predica los principios inconmovibles de morir en
estado de gracia y esperar, como don el cielo, el consuelo de una muerte santa. En
este contexto en la Venecia de 1600 surge un movimiento de fieles que se reunía
cada viernes de cuaresma durante cinco horas para meditar la idea de la muerte
ante el Santísimo expuesto, auspiciado por los jesuitas, rápidamente la devoción
se extendió por diferentes ciudades y regiones siéndoles dadas normas de con-
ducta litúrgica a los fieles por Clemente VIII en 1604. El padre Carraffa, séptimo
general de la Compañía funda en la iglesia romana del Gesu la congregación de la
Buena Muerte el 7 de octubre de 1648, siendo los patronos primarios de la misma,
Jesús Crucificado agonizante en la cruz y la Santísima Virgen de los Dolores al pie
del calvario, y los secundarios San José, patrono de la Buena muerte, San Juan
Evangelista y Santa María Magdalena.
El 21 de agosto de 1665 Alejandro VII concedió a la congregación algunas in-
dulgencias aplicables a las ánimas del purgatorio, y a partir de esta fecha los papas
le siguen otorgando gracias espirituales, casi siempre coincidentes a las dadas a
las congregaciones marianas jesuíticas. El 23 de septiembre de 1729, Benedicto
XIII le dio consistencia jurídica a la congregación, dándole potestad al general para
poder agregar a la primitiva algunas hermandades nacidas en las iglesias locales.
Más tarde, León XII, concedió que las mismas pudiesen ser fundadas sin depender
de la Compañía, y ya, San Pío X, las enriqueció con nuevas gracias espirituales.
La fuerza devocional de estas congregaciones de la Buena Muerte se denota al
sobrevivir incluso a la supresión de la Orden. A mediados del siglo XIX el padre Luis
Fortis realizó un gran esfuerzo para dar una revitalización económica a la herman-
dad romana, viviéndose un gran periodo de auge entre 1834 a 1912, donde fueron
agregadas a la primaria de Roma 1447 cofradías de Francia, Alemania, y Estados
Unidos. En la actualidad la última agregación se produjo en 1961, viviéndose por
lo tanto un momento de crisis coincidente con los avatares del postconcilio, donde
tanto se debilitaron los principios de la religiosidad popular2.

III. LA FUERZA DE UNA DEVOCIÓN: EL CASO DE SEVILLA


La Compañía de Jesús llega a Sevilla en 1534 en las personas de los padres
Alonso de Ávila, Gonzalo González y Juan Suárez que acompañados de doce miem-
El Siglo de las Luces

bros más vinieron con el fin primordial de la predicación y de la fundación de un


colegio. Comprada una casa a los condes del Puerto de Santa María, poco después
comenzó a edificarse una iglesia con el título de la Anunciación de Nuestra Señora,

1 GÁMEZ MARTÍN, J. “Fiestas de la Compañía de Jesús por el Patronato de la Inmaculada Concepción sobre Es-
paña y sus Indias”, en Los jesuitas en Andalucía, Estudio conmemorativo del 450 aniversario de la fundación de la
Provincia, Granada, Facultad de Teología, 2007, pp. 445-447.
2 VV.AA, Diccionario histórico de la Compañía de Jesús, Roma-Madrid, Instituto de la Compañía, 2001, t. I, pp. 566-567.
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La devoción de la Buena Muerte. Compañía de Jesús y religiosidad popular en el Siglo de las Luces

poniéndose la primera piedra el 2 de septiembre de 1563 e inaugurándose en 1579,


pasando el colegio con el título de san Hermenegildo a la antigua collación de san
Miguel y quedando el antiguo edificio como Casa Profesa en la que vivirían impor-
tantes ejemplos de la religiosidad hispalense, como los padres Francisco Arias de
Párraga, Pedro Urteaga o el famoso escriturista padre Luis de Alcázar3.
La advocación jesuítica en Sevilla de la Buena Muerte está plenamente enraizada
con el crucificado mesino de la Compañía, encargado en 1620, aunque originaria-
mente no se le nombraba con esta titulación, aunque ya a principios del siglo XVIII
se le denominaba así, lo que hace pensar en la implantación en la ciudad hispalense
de este fenómeno devocional llegado de Italia. Ya en 1725 se publica un opúsculo
firmado por el jesuita Manuel de la Peña en el que se anunciaba la fundación de
una congregación destinada a fomentar esta devoción, que contaría además con el
apoyo constante del cardenal Manuel Arias amigo del fundador jesuítico ya que el
padre Peña había acompañado al príncipe de la Iglesia en sus tareas misionales4.
Es en este siglo cuando surgen nuevas hermandades en Sevilla con esta be-
lla titulación, así se puede citar la congregación del Retiro Espiritual de la Buena
Muerte, que tuvo su origen a principios de la centuria en la iglesia del Hospital de
las Bubas, y que más tarde se trasladó a la capilla del Carmen de la calle Calatrava
a la del Hospital de los Viejos, y finalmente a la del convento del Buen Suceso, sus
hermanos rendían culto a una imagen de la Virgen de tamaño académico, y consta
que en 1820 encargaron la hechura de un Crucificado el cual puede aventurarse
que fuese también de tamaño menor al natural.
La confraternidad del Vía Crucis y Santísimo Cristo de la Buena Muerte fue fun-
dada en la iglesia de Nuestra Señora de la Consolación de los terciarios franciscanos
el 18 de marzo de 1842, estando integrada exclusivamente por miembros de esa
orden tercera que tras los avatares de la expulsión de los frailes mantuvieron su
vida piadosa en los años que el convento fue ocupado por las monjas agustinas
aunque al entrar en franca decadencia llega a su extinción en 1876. La devoción
estaba extendida entre los fieles durante la época como parece justificar que se
editasen opúsculos espirituales, como el denominado Exercicio piadoso de la Buena
Muerte que vio la luz de la imprenta en 18305.

IV. DE LA SUPRESIÓN AL RENACER EN EL SIGLO XIX. EL TRIUNFO DE LA CRUZ


El inestable, convulso y agitado siglo XIX español es una época de luces y som-
bras, de zozobras y alegrías para la religiosidad popular hispana. La centuria se
caracteriza por multitud de crisis políticas, conflictos bélicos y pensamientos de
liberalidad que encerraban en sus proposiciones un marcado tono de actitud anti-
clerical.
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Tres grandes procesos políticos marcaron la vida decimonónica de las herman-


dades y corporaciones religiosas españolas: la invasión napoleónica, las desamor-
tizaciones ejercidas por los gobiernos imperantes y la Revolución de 1868, que con
sus efectos desestabilizadores de todo lo concerniente a la vida religiosa les hizo

3 GÁMEZ MARTÍN, J. “Francisco de Zurbarán y la Compañía de Jesús: La visión de San Alonso Rodríguez. Santidad,
plástica y Reforma”, en LORENZANA DE LA PUENTE, F. y SEGOVIA SOPO. R. (Coords.) Zurbarán (1598-1664),
350 aniversario de su muerte. Actas XV Jornadas de Historia de Fuente de Cantos, Badajoz, 2015, pp. 149-166.
4 AMORES MARTÍNEZ, F. “La Compañía de Jesús y las hermandades de Sevilla. Noticias histórico-artísticas”, en IV
Simposio sobre Hermandades de Sevilla y su Provincia, Sevilla, Fundación Cruzcampo, 2003, pp. 96-98.
5 RAMÍREZ TORRES, E. “La devoción de la Buena Muerte en Sevilla”, en Boletín de las Cofradías de Sevilla, 529, marzo
2003, p. 127.
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José Gámez:

perder gran parte de su patrimonio artístico y vivir una gran crisis en su diaria exis-
tencia litúrgica, hasta llegar casi a los límites de la extinción.
Para ejemplificar nos centraremos en el caso sevillano, coincidente con la llega-
da a la ciudad de los Duques de Montpensier en 1848, comenzando en gran ma-
nera, debido al apoyo de los mismos, un proceso de revitalización que obtuvieron
las cofradías tras la situación grave a las que les condujo el sexenio revolucionario.
Al apoyo de la llamada segunda corte de España, asentada en el Palacio de San
Telmo y que se caracterizó por acercar la cultura y el arte a las clases populares
ejerciendo una vida aristocrática más cercana al pueblo, hay que sumar una re-
vitalización en la vida religiosa de la ciudad, amén de las lógicas aspiraciones de
una nueva burguesía deseosa de alcanzar un peso en la sociedad sevillana que le
hiciera merecedora de ser una fuerza viva en las decisiones de la ciudad, lo que le
hizo apoyar todas las fiestas de la misma, especialmente la Semana Mayor, en la
que vieron las enormes perspectivas económicas nacientes del turismo, que daba
en aquellos años sus primeras muestras6.
La época que marca el asentamiento definitivo de la Semana Santa como festejo
primaveral de proyección internacional es la de la Restauración Monárquica en la
persona de Alfonso XII. Es ahora cuando se institucionaliza la fiesta por parte de
las autoridades municipales, que velan por su buen orden y desarrollo. Mientras,
sus postulados estéticos se ven influenciados por el Romanticismo que vivía su
momento de auge por tierras europeas7.
El 29 de diciembre de 1874 Alfonso XII es proclamado rey de España, entrando
triunfalmente en Madrid el 14 de enero siguiente, con tan sólo 17 años de edad y
siendo ya conocido como “el Pacificador”, pues España tenía puesta la confianza en
que bajo su corona se viviera una época de tranquilidad política tras los embates
revolucionarios.
El rey, recién llegado a su Patria, mira de una forma especial a Sevilla, pues allí
vive su prima María de las Mercedes, hijo de los Montpensier, a la que ama y piensa
hacer su esposa a pesar de la poca aceptación de la noticia en su madre Isabel II
por las rivalidades aún latentes entre la reina destronada y la corte sevillana.
No es extraño pues que Alfonso quiera visitar pronto la capital hispalense, rea-
lizando un viaje en 1877 coincidiendo con los días de Semana Santa, visita de
marcado carácter de presencia real del Monarca, pues realizó numerosas visitas a
establecimientos comerciales, viviendo también la liturgia catedralicia de los días
del triduo sacro y presenciando los cortejos procesionales, presidiendo la procesión
del Santo Entierro, siendo ésta la primera vez que un monarca realizara tal acon-
tecimiento.
La visita real sin duda fue un efecto positivo para la consolidación de la fiesta
primaveral religiosa que comenzó a ser proyectada, aún si cabe con mayor ahínco,
como fenómeno cautivador para el turismo. La sociedad sevillana todavía con la
mentalidad aburguesada de la mentalidad de la confianza heredada de la época isa-

6 Una bibliografía de acercamiento a tan interesante época de la historia de nuestras instituciones: GARCÍA DE LA
El Siglo de las Luces

CONCHA DELGADO, F. “La Semana Santa en la época Romántica”, en Semana Santa en Sevilla. Sangre, luz y sentir
popular; Sevilla, Gemisa, 1986, pp. 176-217; y JIMÉNEZ SANPEDRO, R. “El siglo XIX: de la Crisis a la Refundación”,
en El poder de las Imágenes, Sevilla, Diario de Sevilla, 2000, pp. 328-349. Crucial aportación a esta temática la obra
del último autor referenciado: La Semana Santa de Sevilla en el siglo XIX, Sevilla, ABC, 2013.
7 Una apretada síntesis de esta institucionalización de las fiestas en: HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, S. “La Semana
Santa sevillana en la época de la restauración (1875-1898) y el Ayuntamiento hispalense: la institucionalización
de la fiesta mayor de la Ciudad”, Boletín de las Cofradías de Sevilla (especial de Semana Santa), 542, Sevilla, abril de
2004, pp. 240-241.
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La devoción de la Buena Muerte. Compañía de Jesús y religiosidad popular en el Siglo de las Luces

belina está inmersa asimismo en la teoría de los historicismos con el fin de recupe-
rar las grandezas pasadas que en el terreno del resurgir de las cofradías se percibe
en el afán de los cofrades de que vuelvan a resurgir corporaciones que en su día
fueron honor y gloria de la historia hispalense, así la del Santo Crucifijo en 1876,
la de la San Julián en 1879, la Estrella en 1890 tras un intento previo en 1880, las
Aguas en 1891 o el Amor en 1899, a estos esplendores de nueva resurrección his-
tórica había de añadirse la fundación de nuevas cofradías como la de las Penas en
1875, la del Cristo de Burgos en 1884 , la del Calvario en 1886 o la renovación de
las reglas de la del Baratillo en 1893 que otorgó carácter penitencial a una antigua
corporación de gloria dedicada al culto a la Santa Cruz y que sin embargo a pesar
de sus esfuerzos e ilusiones, no consiguió realizar la estación de penitencia hasta
entrado el siglo XX8.
El 14 de julio de 1879 los cofrades Antonio Ruíz Quirós, Antonio Naranjo, José
Fernández Leonor, Manuel García Campos, José Fernández, Juan Rodríguez, Rafael
Molina, Julián Vega, Teodoro Falcón, Juan José Becerra, Alejandro Tuvilla y Faustino
Nieto presentan un proyecto de reglas al arzobispado con el fin de restablecer una
hermandad de penitencia instituida en 1480 en el hospital de los huertanos sito
en la actual calle Hiniesta y que tras el decreto del arzobispo Rodrigo de Castro,
llevado a cabo para reducir los establecimientos benéficos en 1587, se trasladó
a la parroquia de san Julián donde gozó de vida regular hasta el último tercio
del seiscientos, el nombre de aquella hermandad era Cofradía de Nuestro Señor
Jesucristo Crucificado, Nuestra Señora de la Iniesta y San Juan de Letrán. Las
reglas de esta nueva fundación se presentaron al fiscal del arzobispado Francisco
Sierra Sánchez que las aprueba en nombre del cardenal Joaquín Lluch y Garriga,
el deseo penitencial de la nueva cofradía se comprueba con claridad en el capítulo
octavo que establece la salida procesional la madrugada del Viernes Santo, vistien-
do los nazarenos túnicas negras con cinturón de esparto, capirote largo y sandalias
y medias de color negro, siendo los cirios azules en el paso del Señor y blancos en
la Virgen. El nombre oficial queda establecido de la siguiente manera: Hermandad
del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Nuestra Señora de la Hiniesta en sus
Misterios Dolorosos.
El escrito de súplica de estos fervorosos cristianos que sueñan con la fundación
reorganizadora tiene fecha de 5 de mayo de 1875 y constata el deseo referido,
argumentando la gloriosa historia de la institución fenecida y su vinculación con la
parroquia de san Julián en donde ellos están establecidos “y de cuya sede salió la
cofradía desde el año 1586 a 1666”, el lenguaje que se emplea está marcado por
continuos elementos que hacen percibir cierta cultura teológica o cuanto menos
una revisión de la autoridad eclesiástica al proclamar que la fe es el gran baluarte
que mueve sus pasos “al ser como dice San Pablo el seguro triunfo en toda em-
presa”, el que cuentan con el apoyo del señor párroco y del coadjutor don Antonio
Naranjo y que tienen la fortuna de contar con dos imágenes y con las que esperan
XVI Jornadas de Historia en Llerena

realizar la salida procesional hacia la catedral , un Cristo Crucificado de pasta que


se encontraba en la nave de la epístola y la de la Santísima Virgen, ambas repre-
sentaciones llevaban las advocaciones de Nuestro Señor de la Buena Muerte y
Nuestra Señora de los Dolores y pertenecían a una congregación ya vigente de la
que formaban parte los escribientes y de cuyo espíritu, surgía la idea de una corpo-
ración penitencial para engrosar la nómina de la ya por aquella época, consolidada
Semana Mayor.
Adjuntado al escrito aparece el proyecto de nuevas reglas y la denominación
oficial de la nueva hermandad que mantenía la jesuítica advocación del Crucificado,
pero que cambiaba la de la Dolorosa que pasaba a llamarse Nuestra Señora de la
8 JIMÉNEZ SANPEDRO, R. La Semana Santa de Sevilla…., pp. 48-50.
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José Gámez:

Hiniesta en su Soledad pues así se denominaba, según los firmantes, la antigua y


bellísima Virgen de la cofradía anterior cuya imagen era a la que ellos daban culto.
Las reglas son aprobadas el 27 de agosto y están formadas por 11 capítulos que
desarrollan su vida interna, recibimiento de hermanos, las obligaciones de los mis-
mos, los cargos y oficios, la competencia de los cargos, la manera de celebración
de los cabildos, la reposición de la mesa de gobierno, los cultos internos a los titu-
lares y las honras por los miembros fallecidos, la modificación del paso procesional
y de la regla, la baja de los hermanos y finalmente el protocolo de honores a los
miembros refundadores9.
Se respetó la advocación jesuítica del Cristo y se modificó en algo la mariana
que pasó a llamarse Nuestra Señora de la Hiniesta en sus Misterios Dolorosos.
La presencia del bello título cristífero remite a la congregación, origen de la idea
refundacional que lucía y meditaba esta histórica advocación tan enraizada con la
Compañía de Jesús y que era coincidente con la del portentoso Crucificado de Mesa
realizado para la casa profesa de la Compañía.
Los primeros cultos con carácter oficial de la nueva cofradía refundada en San
Julián y que mantiene en su esencia esta devoción cristífera de implicación jesuíti-
ca, tienen lugar del 9 al 13 de marzo de 1880 con la celebración de un quinario al
Santísimo Cristo predicado por Francisco de Paula Garcés y con la culminación de
una suntuosa función la mañana del domingo día 14 predicada por la docta palabra
de Claudio Armería10. Según parece, ya el año anterior, coincidente con la celebra-
ción litúrgica de los Dolores Gloriosos se celebraron cultos el día de dicha festividad
que como es bien sabido corresponde al 15 de septiembre11.
Tras la celebración de los primeros cultos cuaresmales no pudo salir en aquella
Semana Santa por la precariedad económica, estacionando, eso sí al año siguiente,
la tarde del Lunes Santo 11 de abril de 1881. Revisando la documentación con-
servada en el archivo municipal es fácil comprobar el constante trabajo del ayun-
tamiento por consolidar la fiesta, otorgando las siempre oportunas y beneficiosas
subvenciones y dirigiéndose a todas las autoridades de la ciudad e incluso a las de
la capital de la corte para que colaborasen en solemnizar y hacer más conocida “la
fama universal que tan recientemente han adquirido la solemnidad y magnificencia,
con que en Sevilla se celebra la conmemoración de los augustos misterios de la re-
dención durante los días de la Semana Santa visitada con considerable número de
forasteros”. Con exactitud temporal, la comisión de festejos se dirigía a las corpora-
ciones a principios de año con el fin de que las mismas confirmasen el día de salida,
circunstancia tan cambiante aquellos años, el itinerario a efectuar para la correcta
organización del orden público y si aceptaban la cuantía de las subvenciones. El
18 de febrero se envía misiva a las cofradías para que enviasen la información ya
reseñada, circunstancia que vuelve a producirse con fecha 9 de marzo, al día si-
guiente contesta, prácticamente a vuelta de correo, la nueva cofradía de san Julián
en carta firmada por el consiliario primero Juan M. Rodríguez y en la que en nombre
de “esta hermandad nacida en julio de 1879 y cuya regla se haya aprobada com-
petentemente” informa que tienen previsto salir en la madrugada como prescriben
sus ordenanzas, sin embargo el 19 de marzo se envía nueva carta corrigiendo el día
para efectuar la salida pasando la misma al Martes Santo, pues era muy costosa la
El Siglo de las Luces

salida en la madrugada y máxime por los gastos que había tenido que solventar la
cofradía tras la restauración del Crucificado titular, la adquisición de una bandera,
las cruces de nazarenos, así como túnicas para los mismos, el remitente el herma-

9 Archivo General del Arzobispado de Sevilla, Fondo Arzobispal, Sección III, Justicia, Hermandades, lg. 0027.4.
10 Hemeroteca Municipal de Sevilla, Diario El Porvenir del 9 al 13 de dicho mes y año.
11 CARRERO RODRÍGUEZ, J. Anales de las cofradías sevillanas, Sevilla, Castillejo, 1991, p. 78.
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La devoción de la Buena Muerte. Compañía de Jesús y religiosidad popular en el Siglo de las Luces

no mayor Antonio Gutiérrez García Montes hace partícipe también a la autoridad


del itinerario de la primera estación penitencial ajustado a las siguientes calles:
San Julián, Moravia, Juzgados, Santa Lucía, Sol, San Román, Peñuelas, Inquisición,
Dueñas, San Juan de la Palma, Alcázares, Coliseo, Encarnación, Universidad,
Cuna, Cerrajería, Sierpes, Plaza de San Francisco, Génova, Gran Capitán, Catedral,
Giralda, Placentines, Francos, Culebras, Salvador, Alcuceros, Alcaicería, Corona,
Ortiz de Zúñiga, Plaza Arguelles, Dormitorios, Alhóndiga, Plaza de los Terceros, Sol,
Santa Lucía, Juzgado, Moravia y San Julián12.
Es del todo curioso que en algunas reseñas de prensa a la imagen de la Virgen
se le denominase aún como Nuestra Señora de los Dolores siguiendo así con la
titulación que poseía en la antigua congregación de la Buena Muerte y que además
era la más común advocación utilizada para rendir culto a María Dolorosa. Salió con
un paso alquilado de la hermandad de los Negritos y con insignias cedidas por la
de la Amargura que estacionó la tarde del Martes Santo, el crucificado de pasta fue
restaurado por Emilio Pizarro que le realizó un nuevo madero13, pero debido al mal
estado de la imagen la corporación solicitó la cesión del Cristo del Confalón venera-
do en la parroquia de La Magdalena en 1883 aunque le fue denegada14.
Esta imagen que recorrió las calles sevillanas en los postreros años decimonó-
nicos fue sustituida para las estaciones procesionales ya en el siglo XX y debido a
su precario estado por otra que coronaba el retablo de la parroquia de San Julián,
perteneciente al patronato de los marqueses de la Granja y vinculable a la gubia de
Felipe de Ribas15, y que lamentablemente junto al crucificado de pasta se perdió en
los sucesos luctuosos de la República, circunstancia tan olvidada por cierto por los
desmemoriados históricos.
La histórica advocación jesuítica volvió a brillar con luz propia en la Semana
Santa Sevillana ya entrada la centuria del XX en los apacibles años del segundo
decenio coincidente con la vida de una ciudad ilusionada por la llegada de la expo-
sición universal en la que se tenían puestas todas las esperanzas para que sirviese
de baluarte y conseguir sacar a la vieja Híspalis de sus cenizas acercándola a los
postulados de la modernidad. El 16 de septiembre de 1924 el arzobispo Eustaquio
Ilundáin aprueba las reglas fundacionales de una nueva hermandad creada por
estudiantes de la Universidad Hispalense que estaba radicada en la Antigua Casa
Profesa de la Compañía.
El histórico Cristo mesino de los jesuitas se encontraba casi abandonado en un
pasillo de entrada al templo por lo que el catedrático universitario el padre Anselmo
García Ruiz de su propio peculio le había costeado un retablo con la idea de que
fuese venerado en el interior del templo siendo éste bendecido el 28 de diciem-
bre de 1924 y aumentando desde esos momentos la devoción por el Santo Cristo
consolidada tras la fundación del Laboratorio de Arte que dentro de la Facultad de
Filosofía y Letras realizaría una abnegada labor por el cuidado de las obras artísti-
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cas tanto en su estudio, análisis y conservación y junto a él la irrupción en el pano-


rama cultural sevillano de una completa y rica generación de profesores e investi-
gadores de la que destacan los nombres de José González Nandín, Enrique Repeto
Martín, Miguel Baco Quintanilla, Manuel Bermudo Ortega, Tomás de Aquino García
y García, Carlos García Oviedo, José Hernández Díaz, Antonio Mejías Álvarez, Luis
Palomo Rodríguez, José Real Balbuena y Vicente Serradilla entre otros.
12 Archivo Municipal de Sevilla, Colección Alfabética, Semana Santa, caja 629.
13 ROS GONZÁLEZ, F. “La reorganización de la hermandad de la Hiniesta”, en Soy de Sevilla, Sevilla, 2012, p. 115.
14 HERMOSILLA MOLINA, A. “Notas para la historia. XCVII”, Boletín de las Cofradías de Sevilla, Sevilla, septiembre
1990, p. 6, citado por Jiménez San Pedro, Las cofradías de Sevilla, p. 143.
15 DABRÍO GONZÁLEZ, M.T. Los Ribas un taller de escultura del siglo XVII, Sevilla, Córdoba, Monte de Piedad, 1985,
p. 494.
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José Gámez:

La primera salida penitencial de la nueva corporación tuvo lugar el 30 de marzo


de 1926 en la tarde del Martes Santo efectuándola con un solo paso donde la gran
protagonista es la imagen del Crucificado que aparece sobre unas andas realiza-
das en madera de caoba con la estilística renacentista y que son obras del tallista
Oliveras estando la ebanistería a cargo de los talleres de Vicente Serradilla.
El progreso y la ilusión de los jóvenes cofrades enamorados de la Buena Muerte
de Cristo se manifiestan con nuevos frutos en los años siguientes, como compro-
bamos en la segunda estación penitencial el 12 de abril de 1927 donde el paso de
Cristo aparece iluminado por cuatro bellos faroles de los llamados “mudéjares” y
que fueron donados por el cofrade Tomás de Aquino García y García auténtica alma
mater de la mejor sevillanía y enamorado del Concepcionismo Inmaculadista, en
1928 el señor Cayuela dona una imagen de la Dolorosa para que fuese nueva titular
mariana aunque la misma es de tamaño más reducido de lo que es habitual en las
cofradías sevillanas, en 1930 la entusiasta y joven hermandad es agregada por el
papa Pío XI a la Basílica de la Santa Cruz en Jerusalén en Roma y tan solo un año
después el mismo pontífice le concede el honroso título de Pontificia Archicofradía.
Asimismo en 1931 se bendice una nueva imagen de la Virgen de la Angustia
realizada por el escultor Antonio Bidón Villar, aunque finalmente la que hoy en día
sigue siendo titular llegó a la corporación en 1942 con la concesión por parte del
arzobispado de una imagen antigua titular de la hermandad del Despedimiento es-
tablecida en la iglesia de san Isidoro realizada por el escultor decimonónico Juan de
Astorga y que presenta la belleza meliflua de lo romántico por medio de un dolor
sereno, acompasado y dulce16.

V. BREVE APROXIMACIÓN A LA ICONOGRAFÍA DE LA BUENA MUERTE EN LAS


ARTES PLÁSTICAS17
La Buena Muerte de Cristo es lógico que se represente plásticamente recogiendo
la escena del Calvario, en ella aparece siempre Jesús crucificado, solo o acompa-
ñado de la Virgen y San Juan, y en algunos casos con la inclusión de Santa María
Magdalena. El crucificado aparece clavado en la cruz con tres clavos, sin el apoyo
del subpedáneo, con paño de pureza que se sitúa normalmente siempre en el lado
derecho, y llegando sus extremos a la parte posterior de la rodilla con la inclusión
en muchos casos, sobre todo en época barroca, de abundantes pliegues que causan
un dinámico movimiento. La cabeza de Cristo cae hacia el lado derecho, siempre
cubierta con cabellos que caen a ambos lados de los hombros, dejando ver la oreja
derecha, en el cuerpo del Redentor aparecen la herida de la lanza en el costado y
la sangre que confirma su doloroso sacrificio martirial.
La Virgen se encuentra en el lado derecho de su Hijo crucificado vestida de
reina, combinando los colores rojo y azul, a veces su mirada implorante se dirige
a su Hijo que expira en la cruz, y del cual recibe el testamento de su maternidad
espiritual sobre la Iglesia peregrina, y en otras ostenta los brazos abiertos cual
patena metafórica que abraza a sus nuevos hijos desterrados de la gracia por el
pecado original y que tienen en Ella como Madre la esperanza de una nueva alianza
de resurrección.
El Siglo de las Luces

16 Para la historia de la hermandad de los Estudiantes sevillana véase la obra colectiva La hermandad de los Estudian-
tes, Sevilla, Universidad, 1999.
17 Para profundizar en la temática artística de la Buena Muerte es conveniente consultar los estudios del padre
ALCALDE ARENZANA, M.A., S.I., crítico internacional de Arte, remito por su valía sinóptica a su trabajo, “La
Compañía de Jesús: el Cristo de la Buena Muerte y la primera cofradía de la Orden”, en Los crucificados, religiosi-
dad, cofradías, y arte. Actas del simposio, Madrid, 2010, pp. 373-392.
156
La devoción de la Buena Muerte. Compañía de Jesús y religiosidad popular en el Siglo de las Luces

A San Juan, discípulo amado de Jesús, lo encontramos situado a la izquierda


de la cruz, vestido con túnica verde y manto rojo, su impronta física lo presenta
mirando de forma suplicante y dolorosa a su maestro con la mano derecha en el
pecho y la izquierda extendida.
María Magdalena aparece generalmente arrodillada detrás de la cruz, abrazada
a ella con amorosa solicitud con una o ambas manos, o bien la derecha extendida
en tono de súplica y siempre mirando a su Dios expirante.

VI. ALGUNOS EJEMPLOS DEVOCIONALES DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS PARA LA


BUENA MUERTE DE CRISTO
Se debe iniciar este breve resumen dirigiéndonos a la Iglesia del Gesu de Roma,
donde una capilla en la nave del evangelio recuerda a la congregación de la Buena
Muerte, que allí estuvo radicada aunque en la actualidad es conocida como la
Capilla del Cristo. En ella aún se encuentra a la veneración pública un Cristo de
tamaño algo mayor que el natural que durante un tiempo estuvo conservado en la
antesacristía y que se venera aquí por la petición devocional de los fieles. Se trata
de un Cristo muerto con una cara que transluce el sufrimiento experimentado al
final de su pasión, siendo obra anónima pero de excelente factura que podría datar-
se a principios del siglo XVII, al parecer este gran crucifijo podría tratarse del que
figuraba en el altar mayor de la iglesia según se puede ver en cuadros de la primera
mitad de la referida centuria como el firmado por Sacci.
En España, en la iglesia madrileña de San Isidro el Real, anteriormente iglesia
del Colegio Imperial y que fue catedral de la urbe hasta la dedicación de la actual
de La Almudena, se encontraban dos imágenes que fueron trasladadas a la nueva
seo, la Virgen de la Almudena y el Cristo Crucificado conocido como el de la Buena
Muerte vinculable a la gubia de Juan de Mesa. La Virgen de la Almudena se hallaba
en el altar del crucero, en el lado de la epístola, mientras que el crucificado se ve-
neraba en la capilla del Cristo del Gran Poder, pasando a presidir el altar mayor del
expresado templo. El crucificado remite palpablemente a la producción mesina con
evidente analogía al realizado por el maestro para la iglesia profesa de la Compañía
en Sevilla.
La iglesia de San Ildefonso en Toledo, actual templo de la Compañía en esa
ciudad, fue iniciada a principios del siglo XVII gracias a la testamentaría de doña
Estefanía y don Pedro Manrique, comenzándose las obras en 1619, adoptando el
conjunto esta advocación ya que era el lugar donde la tradición sustenta que vivían
San Ildefonso y sus padres Esteban y Lucía. La iglesia se inició con las trazas y la
dirección del hermano y arquitecto jesuita Pedro Sánchez y en ella nos encontramos
a un Cristo conocido como de la Buena Muerte, tallado por el hermano Domingo
Beltrán hacia 1581, siendo obra que presenta un cuerpo musculoso que se retuerce
XVI Jornadas de Historia en Llerena

al estilo manierista, con influjo claro de la obra de Miguel Ángel, y apariencia fuerte
del concepto estético de la belleza serena y tranquila.
En la iglesia de Santo Domingo en Murcia, en un altar lateral, se venera el Cristo
de la Buena Muerte, obra de principios del siglo XX de la Escuela de Olot, Gerona,
que forma un calvario junto con las imágenes de la Virgen y San Juan, lo que de-
muestra la pervivencia de esta advocación hasta bien entrada la centuria anterior.
En la actual parroquia de San Isidoro el Real de Oviedo, conocida antiguamen-
te como iglesia de San Martín, existe una capilla que es conocida indistintamente
como Capilla del Calvario o de la Buena Muerte, que se encuentra situada frente
a la de San Francisco Javier y que presenta un retablo de un solo cuerpo datable

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José Gámez:

cronológicamente en los años treinta del siglo XVIII. El Cristo es de tamaño natural,
de estilo manierista, alargado, y que aparece acompañado por las imágenes de la
Virgen suplicante y con las manos juntas, San Juan de pie en actitud plenamente
dolorosa, y la Magdalena de fuerte unción dramática de rodillas abrazando a la
cruz, las imágenes que hoy en día salen procesionalmente en Semana Santa tienen
una gran valía artística y siguen los modelos de Gregorio Fernández, habiendo sido
atribuidas al taller de Antonio de Borja, muy activo por aquellas tierras desde 1661
hasta 1730.
La actual parroquia de San Miguel y San Julián de Valladolid, conocida antigua-
mente como iglesia de San Antonio, fue comenzada a edificar en 1580, encontrán-
donos en ella una capilla del Cristo de la Buena Muerte con un retablo de la Escuela
granadina. En el centro de este retablo, y en una hornacina cubierta de espejos
que recuerda al mejor barroco reminiscente reluce la escena del Calvario con Cristo
Crucificado acompañado de la Virgen, San Juan, y la Magdalena, que parecen ser
un claro símbolo parlante de la producción escultórica de Juan de Juni, que durante
el siglo XVI presentaba en sus esculturas actitudes violentas y distorsionadas, una
expresión sumamente dolorosa con recursos impactantes y vivos como los pliegues
del paño de pureza y que transmiten una poderosa manifestación de la crueldad
del tormento.
Singular fama posee en toda España sobretodo por su vinculación con la Legión
el Cristo malagueño de la Buena Muerte perteneciente a la congregación de Mena
radicada en la iglesia de Santo Domingo y que procesiona la tarde del Jueves
Santo. Se trata de una talla realizada en 1941 por Francisco Palma Burgos siguien-
do los cánones del original de Pedro de Mena, perdido por desgracia durante los
dolorosos desmanes de 1931. La fenecida imagen del escultor granadino es consi-
derada como una de las mejores de entre su producción, caracterizada por tener
un tamaño mayor que el natural y por su fuerza carismática de dolor, sufrimiento
y divinidad.

Fig 1. Escudo de la Compañía Fig. 2: Rubens, San Ignacio


El Siglo de las Luces

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Fig. 3. Juan de Mesa, Buena Fig. 4. Castillo Lastrucci, Cristo de
Muerte, Sevilla, Estudiantes la Buena Muerte, Sevilla

XVI Jornadas de Historia en Llerena

Fig. 5. Francisco Palma, Buena Muerte, Málaga

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