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La Mulata Que Cantaba Junto Al Mar PDF
La Mulata Que Cantaba Junto Al Mar PDF
junto al mar
John William Archbold
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Cuento
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Antología Relata 2013
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Antología Relata 2013
Pero aquella niña casi blanca fue una rebelde que se resistía
a limpiarse la sangre, casi con la misma vehemencia con la que se
oponía a ser esclava. La madre de Efigenia decidió vivir diferente,
incluso conoció la libertad. De joven se escapó con otros negros a
los montes, para reunirse con los que habían huido antes, los que
construyeron una esquina de paz en el rincón más inaccesible de
la serranía, en medio de un bosque parecido al que habían dejado
tan atrás. Allí construían casas de barro sin piedra y vivían con una
tranquilidad que algunos no habían conocido. Allá en el monte le
tejieron el cabello, un cabello difícil de tejer porque era más blando
que el de las negras de sangre totalmente sucia. El entramado en
su pelo indicaba el camino que debían seguir los demás para huir,
los surcos en sus cabellos serían una guía de libertad para los que
quedaron atrás. La madre de Efigenia regresó a la hacienda con la
esperanza de que su ausencia hubiese pasado desapercibida, pero
la descubrieron. Sus patrones le estamparon once latigazos y le
raparon la cabeza, la presionaron para que delatara a los cimarrones,
pero ella se negó. De nada sirvió que intentara protegerlos, porque
días después unos soldados descubrieron el refugio; la mayoría
fueron devueltos a sus dueños, los demás se supone que fueron a
parar al infierno. Ella nunca abrió la boca, jamás les faltó, pero todos
dijeron que lo había hecho, que los traicionó y se puso de lado de los
blancos; que los pobres desertores cometieron un error, que nunca
debieron de confiar en una mujer de piel lavada cuyo cabello no se
podía tejer. Ella se cansó de intentar convencerlos de lo contrario, no
pudo. Ya que fue desterrada de las fiestas de los negros, volvió a los
festejos con su madre en la orilla del mar, y mientras más cantaba en
la verdadera lengua de su pueblo, más negra se sentía. No le impor-
taba que los demás la señalaran. Antes de nacer ella había estado
dentro de un cuerpo totalmente negro, su alma era negra, de un
negro transparente e infinito como las noches de luna nueva. Cesó
los tormentos a voluntad. Con el tiempo se casó por la iglesia, con
un negro puro, procurando asegurarle un futuro a su prole en el que
no sufrieran las consecuencias de no tener una sangre lo suficiente-
mente limpia como para ser considerados dignos, pero tampoco lo
desgraciadamente sucia para compartir la maldición que Noé lanzó
contra su hijo y su nieto, contra un pueblo entero.
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Cuento
Efigenia nació con una piel de cinamón, con labios muy gruesos
y un pelo duro que se podía tejer. La abuela Teresa concluyó sus días
frente a la playa, cantando y lamentándose de que su hija decidiera
volver a ensuciar esa sangre que ella con tanto dolor quiso limpiar.
Ahora era Efigenia quien cantaba, aunque después de tantos
años, y de pasar por tantas bocas, ya nadie sabía lo que significaban
aquellos versos, sólo lo intuía en su corazón, en el recuerdo de las
mujeres que precedieron su escenario. Efigenia no sabía que aquel
canto era en honor a su tatarabuela, y a ese hombre cuya sangre
no pudo heredar. En ese momento tampoco le importaba, ella sólo
quería llorar, llorar por sus dedos quemados, llorar por la ausencia
de su abuela, llorar por el joven Francisco, ese hombre que amó
desde niño, él que le daba besos nocturnos a escondidas hace unos
años, ese hombre que le prometió liberarla en cuanto se convirtiera
en dueño y señor de su herencia para casarse con ella y llevársela
lejos, a donde nadie los recordara, ni los señalara; un lugar en el que
tal vez nadie se fijara en la limpieza de la sangre ¡Qué dolor! Dolor
era lo que sentía en sus manos, dolor y pena cuando ese hombre al
que tanto quiso, que tanto esperó, no la reconoció inmediatamente
al verla, y que luego huía de su mirada con un evidente gesto de
vergüenza, la vergüenza de olvidar lo que no se amó con rigor. Ese
que vino del brazo de una mujer de cabellos dorados y elegante
vestir a la que Efigenia tuvo que ajustarle el corsé de su vestido de
novia, aquella que ayudó a ponerse bella para complacer los ojos del
hombre que amaba.
Tantos años llevaban ella y las mujeres que la precedieron
llorando frente a ese mar, que sufrir no debía parecer sorpresa. Era
algo con lo que tenían que aprender a vivir, que sus hijos llevarían
consigo por siempre. No era justo —pensó Efigenia—, ni vivir así,
ni traer al mundo hijos destinados a padecer.
Siguió cantando con voz fuerte, quería ser escuchada hasta la
inmensidad del horizonte, imaginó que allá, en el fondo del pano-
rama, donde sus ojos no eran capaces de ver, estaba la tierra de la
que fueron arrancadas, ella y la suyas, sus viejas madres que también
olvidaron el significado de los versos con los que intentaban aliviarse
el alma. Efigenia se acercó a la orilla y sumergió sus manos en la
espuma que dejaban las olas tras agonizar en la arena. Las heridas
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Antología Relata 2013
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