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PHILIP LARKIN

nació un 9 de agosto de 1922 en Coventry1. Hizo sus estudios secundarios en el King VIII School y posteriormente ingresó a
Oxford. Fue allí donde comenzó a ser reconocido como poeta. Sus primeros poemas presentan una fuerte influencia de Eliot, lo cual
ciertamente no debe haber agradado mucho a su profesor y tutor, Gavin Bone, experto en Literatura Anglosajona, cuyo disgusto por
las oscuridades de la vanguardia era bien reconocido. Naturalmente, ello tiene que haber influido en el joven poeta y su desarrollo
posterior. De esta época es su primer libro, El Barco del Norte2.En algún momento se pensó a Larkin como un poeta totalmente
refractario a la vanguardia, juicio que probablemente podría corroborarse con alguno de los propios dichos del poeta, quien, en
numerosas ocasiones, expresó abiertamente su crítica ante dicho movimiento. La verdad es, sin embargo, que pocos poetas en
lengua inglesa han sabido sintetizar los aportes de la mejor tradición de la poesía inglesa con los descubrimientos y magias de la
vanguardia.A ello se debe, quizás, su enorme popularidad e influencia en las actuales generaciones. Presentamos aquí un conjunto
de poemas seleccionados del último libro de Larkin, Altas Ventanas3, publicado en 1974.En la presente traducción se pierde,
lamentablemente, la delicada y expresiva métrica que los poemas poseen en inglés. Ello quiere decir, y es preciso recalcarlo, que se
pierde precisamente parte importante de lo que Larkin ha intentado reposicionar en la poesía inglesa contemporánea. Si bien su
lucha estuvo siempre orientada en volver al “contenido” (de cuyo oscurecimiento responsabilizaba a la vanguardia) debe tenerse
presente que para él, éste abarcaba también la forma. Dadas las invencibles dificultades de reproducir dicha métrica, no nos ha
quedado más remedio que ceñirnos humildemente al sentido de los poemas. Y ello, escuchando la airada voz de Larkin, quien
expresó en más de alguna oportunidad que juzgaba absolutamente imposible la traducción de la poesía.
Ardmore, Pennsylvania Agosto de 2006

ALTAS VENTANAS [1974]

Al mar

Sortear el pequeño muro que separa el camino


de la calzada de concreto que bordea la playa
evoca nítidamente algo conocido hace ya tiempo:
la diminuta algarabía de la orilla del mar.
Todo se agrupa bajo aquel horizonte:
la playa, el agua azul, toallas, rojos gorros de baño,
el renovado derrumbarse de las olas mansas
sobre la arena dorada y, a la distancia,
un vapor blanco clavado en el atardecer.

Y todo esto todavía ocurriendo, ocurriendo por siempre.


Yacer, comer, dormir al arrullo de la resaca.
(escuchar los receptores, aquel sonido todavía doméstico
bajo el cielo) o amablemente llevar de un lado a otro
a los indecisos niños, ornados de blanco,
aferrados al aire inmenso o conducir a los rígidos ancianos
para que disfruten su último verano,
es lo que sencillamente aún ocurre
en parte como un rito
en parte como un placer anual.

Como cuando, feliz de encontrarme libre,


buscaba Famosos del Criket en la arena,
o, mucho antes, cuando oyendo el mismo graznido marino
mis padres se conocían.
Ahora, ajeno a eso, veo la nítida escena:
El mismo agua transparente sobre los suaves guijarros.

Allá en la orilla las débiles protestas de lejanos bañistas,


y luego los cigarros baratos,
papel de estaño, hojas de té y,

entre las rocas, latas oxidadas de sopa, hasta que


las primeras familias inician el regreso hacia sus autos.
El vapor blanco ya sea ha ido. Como un cristal empañado
la luz se ha tornado lechosa. Si lo peor de un clima perfecto
es nuestro traje de baño suelto
puede ser que por hábito éste haga lo mejor,
llegar al agua desordenadamente desvestidos cada año;
enseñar a los niños mediante esa suerte de payaseo
y ayudar como se merecen a los viejos.

Condolencia en blanco mayor

Echo cuatro cubos de hielo


que repican en el vaso,
agrego tres chorritos de ginebra,
una rodaja de limón
y dejo que las diez onzas de tónica
se mezclen espumosamente hasta el borde.
Entonces alzo mi vaso en solitario brindis:
Él dedicó su vida a los demás.

Mientras otros usaron como ropas


a los seres humanos en su vida,
yo me avoqué a llevarles, a quienes pude,
la extraviada...
No funcionó para ellos, tampoco para mí,
pero así, toda inquietud estuvo más próxima
(o así lo creímos) al gran desvelo
que de habernos equivocado separados.

Un tipo decente, realmente de buena estirpe,


muy recto, uno de los mejores,
recio como un ladrillo, un as, buen compañero,
cabeza y hombros por sobre los demás;
¿cuántas vidas habrían sido más insípidas
de no haber estado él aquí entre nosotros?
Salud por el hombre más blanco que conozco.
Aunque el blanco no sea mi color favorito.

Los árboles

Los árboles ya comienzan a brotar


como algo casi a punto de ser dicho;
los nuevos tallos descansan y se propagan,
su verdor es una especie de tristeza.

¿Se trata de que ellos nacen nuevamente


y nosotros nos hacemos más viejos? No, ellos también mueren.
Su truco anual de lucir nuevos
se inscribe en sus fibras en anillos.

Sin embargo, los incansables castillos desgranan


su gruesa madurez cada primavera.
Ha muerto el último año, parecen decir,
comencemos otra vez, otra vez, otra vez.

Olvidar lo pasado

Detener lo cotidiano
era aturdir la memoria,
partir desde la nada.
Algo ya no cicatrizado
por tales palabras, por tales acciones
como un desolado despertar.

Deseaba terminarlos,
apuré el entierro
y volví la vista

como guerras e inviernos


extraviados tras las ventanas
de una opaca niñez.

¿Y las páginas vacías?


Debería llenarlas
con observaciones

de celestes repeticiones,
el día que brotan las flores
el día que los pájaros se van.

Altas ventanas

Al ver a una joven pareja


y pensar que él se la coge y ella
toma anticonceptivos o usa un diafragma,
comprendo que ese es el paraíso

que cualquier viejo ha soñado su vida entera


olvidando ataduras y ademanes
como a una antigua segadora, y los jóvenes
bajando interminablemente, en su largo resbalón

hacia la felicidad. Y quisiera saber


si, cuarenta años atrás, alguien me miró,
mientras pensaba: así debería ser la vida;
no más Dios, ni sudores nocturnos

a causa del infierno, o tener que ocultar


lo que piensas sobre el sacerdote. Él
y los suyos se irán en un largo resbalón
como libres pájaros sangrientos. E inmediatamente

antes que las palabras surge el pensamiento de altas ventanas:


vidrios que contienen el sol
y más allá, el profundo aire azul, que nada muestra
ni está en ninguna parte y es infinito.

Los viejos tontos

¿Qué creerán que ha pasado, los viejos tontos,


que los ha dejado así? ¿Acaso supondrán
que se es más maduro cuando la boca cuelga abierta y babea,
y se anda uno meando solo y no se puede recordar
quién llamó esta mañana? ¿O que, si lo quisieran,
podrían alterar las cosas y volver a la época cuando bailaban la noche entera,
o iban a sus bodas, o tiraban las manos algún septiembre?
¿o se imaginarán que realmente no ha habido cambio alguno,
y que siempre se habrían manejado como si fueran tiesos y tullidos,
o sentados a través de días de fina y continua ensoñación
mirando el movimiento de la luz? Y si no es así (y no pueden), es extraño:
¿Por qué no lloran?

Cuando mueres, te rompes: los pedazos que eras


comienzan a separarse velozmente los unos de los otros para siempre
y nadie lo ve. Es sólo el olvido, es cierto:
antes ya lo conocimos, pero entonces se estaba terminando,
y se hallaba todo el tiempo unido a la empresa
de hacer brotar la flor de mil pétalos de estar aquí. La próxima vez no puede fingir
que habrá algo. Y estos son los primeros signos:
No saber cómo, no escuchar quién, el poder
de elegir terminado. Su aspecto muestra que están para eso:
pelo ceniciento, manos de batracio, caras de pasa...
¿Cómo pueden ignorarlo?

Quizás ser viejo consiste en tener habitaciones iluminadas


dentro de tu cabeza, y gente en ellas, actuando.
Gente que conoces, sin poder nombrarla; apareciendo cada una
desde puertas entornadas como una honda pérdida restaurada,
depositando una lámpara, sonriendo desde una escalera,
extrayendo un libro conocido desde el estante; o a veces
sólo las habitaciones, las sillas y el fuego encendido,
el aplastado arbusto en la ventana, o la tenue amistad del sol
en el muro cierta solitaria tarde de mediados de verano
después de la lluvia. Allí es donde viven:
No aquí ni ahora, sino donde todo ocurrió alguna vez.
Por eso es que tienen

un aire de confusa ausencia, intentando estar allí


aunque permaneciendo aquí. Extendiéndose por las habitaciones,
dejando una incompetente frialdad, el constante esfuerzo de respirar
y ellos inclinándose ante el monte de la extinción., los viejos tontos, no percibiendo nunca
cuán cerca está. Esto debe ser lo que los mantiene quietos:
Aquel monte que nunca perdemos de vista dondequiera que vayamos
ya es para ellos un elevada cuesta. Pueden acaso decir qué los está retrasando
y cómo terminará. ¿No por la noche?

¿Ni cuando llegan extraños?


¿Jamás, a lo largo de toda esta espantosa inversión de la infancia?
Pues bien, ya lo averiguaremos.

UN SEPULCRO EN ARUNDEL

El sepulcro de la catedral de Chichester muestra una pareja de nobles esculpidos según las normas heráldicas. Según parece, la
pareja sería Richard Fitzalan III, conde de Arundel y Surrey (c. 1306-1375), y su segunda esposa, Eleonor de Lancaster (c. 1311-
1372 ). En el poema de Larkin, la descripción del sepulcro abarca las dos primeras estrofas. En la tercera, el observador conjetura
qué pasaría por las mentes del matrimonio, para describir la decadencia a continuación. La estrofa final contiene una reflexión
personal del poeta que culmina con una frase inquietante: what will survive of us is love. Las estrofas iniciales son más bien
objetivas: al percibir que el caballero tiene en una de sus manos la mano de la mujer, la nimiedad del gesto petrificado empieza a
adueñarse del poeta, quien, pese a mantener la forma impersonal (one), comprueba que el detalle escultórico suscita a sharp tender
shock. Las estrofas conjeturales tienen, en cambio, un tono levemente burlesco: la fidelidad expresada por el gesto de tomarse las
manos sería sólo una cuestión de iconografía. En las estrofas siguientes se presenta a los esposos persistentes en el tiempo, ya que
no indemnes a él. En la quinta, el poeta habla del grupo escultórico con imágenes que refuerzan el carácter destructivo del tiempo,
pero también su impulso renovador. En la sexta, el contraste está dado por los esposos medievales y los nuevos tiempos carentes de
blasones. Pero, como en la mascarada urdida por Próspero, todo se disuelve. Si en la estrofa tercera se afirma la fidelidad en efigie,
los versos de la última la desbaratan, porque el tiempo ha consumido a los ya anónimos esposos. La fidelidad se ha vuelto ingrávida,
insustancial, tal como califica Próspero a sus revelaciones. Leer el último verso de forma desgajada podría conducir a
sentimentalizar el poema: parece reconfortante pensar que el amor ha perforado el tiempo. Sin embargo, la aseveración está
calificada: es la prueba de que «nuestro casi instinto es casi cierto». Como el humo que flota sobre las efigies de piedra, una nube de
incertidumbre se adueña de la reflexión del poeta y también de la del lector.A nuestro entender, la aproximación de Larkin no es
cínica, puesto que la estatua, que no ha podido preservar las identidades de los esposos, ha preservado la noción de lo efímero. La
transfiguración operada por el tiempo los ha vuelto «falsedad» sólo porque lo que fueron en vida ya no es más. Inferimos nosotros
que la erosión terminará por difuminar el tierno gesto de una mano retenida en la otra, tal como ha sucedido con los rostros. La
fidelidad en piedra es un dato frustrante de la fidelidad amorosa. El verso final refleja una duda del poeta, duda que lo lleva a
resolver poco satisfacoriamente el problema que lo preocupa, ya que ninguna respuesta puede ser plenamente satisfactoria. Frente a
las proclamaciones del tipo exegi monumentum, el poeta reconoce que el amor es víctima del tiempo y, aún así, que hay una suerte
de confrontación oblicua en el hecho de que este gesto de los esposos permanezca y simbolice la continuidad del amor post
mortem.La factura del poema tiene características estatuarias en la regularidad de sus versos, que son tetrámetros yámbicos; en la
solidez de la estrofa, que es una sextina; y en el entramado de las rimas. Con todo, la estrofa quinta introduce la sensación incómoda
de los encabalgamientos, que perturban la rigidez de las estrofas, tal como el tiempo ha erosionado las estatuas. El ritmo se hace
más vertiginoso cuando pasamos de la contemplación del grupetto al ir y venir de la gente que visita el sepulcro. Ahí se da otra
paradoja: nada es exactamente como se ha previsto y las erosiones pueden ser transmutaciones.Llama la atención que el restaurador
del grupo escultórico en el siglo XIX, Edward Richardson, se encontrara con que a las efigies les faltaban los brazos, lo que ha
llevado a preguntarse si no es espuria la postura en la que el conde toma la mano de la condesa. Larkin se toma, además, la
descripción con liberalidad:el animal representado a los pies del conde es un león; el único perro es el que sirve de apoyo a los pies
de la condesa; el guantelete de la mano izquierda es en realidad el de la derecha. (T)

UN SEPULCRO EN ARUNDEL
Lado a lado, los rostros borroneados,
yacen en piedra el conde y la condesa.
En propios hábitos muestran vagamente
armadura ensamblada, arruga tiesa,
e indicio del absurdo evanescente,
los dos perritos a sus pies echados.

Semejante llaneza prebarroca


difícilmente el ojo compromete
hasta que al fin descubre un guantelete
vacío en la otra mano asido
y con súbito asombro tierno enfoca
la mano que la de ella ha retenido.

No pensarían yacer tiempo tan largo.


La efigie de lealtad como testigo
era un detalle para los amigos,
y para el escultor un dulce encargo
llamado a prolongarles el enlace
de los nombres latinos en la base.

No se imaginarían cuán ligero


en su supino estacionario viaje
el aire haría un insondable ultraje
quitándoles las viejas propiedades;
cuán rápido los ojos venideros
sólo miran, no leen. En las edades

ellos siguieron rígidos y unidos


por la anchura del tiempo. Cayó nieve
intemporal. La luz, cada verano
rebasó del cristal. Brillante y leve,
un bullicio de pájaros rociaba
el pavimento de huesos retenidos.
Incontable, alterado, un río humano
por todos los senderos se allegaba

desdibujando sus identidades.


Ahora, inermes en el hueco de una
época sin heráldica ninguna,
una artesa de humo que se mece
como madejas, lentamente, invade
por encima los fragmentos de su historia,
y para su memoria
una actitud tan sólo permanece:

el tiempo los ha transfigurado


en no verdad. Y la lealtad que inscribe
la piedra, y que acaso no han deseado,
blasón final se ha vuelto; y un aserto
que nuestro casi instinto es casi cierto:
es el amor lo que nos sobrevive.

Retransmisión

Un gran murmullo y toses como de espacio lleno


en domingo y que el órgano intimida
preceden a un redoble repentino,
al Himno y a los ruidos del volver a sentarse.
Ataca un lloriqueo de violines:
imagino tu cara entre todas las caras,

bella y devota ante


cascadas de desfile aparatoso,
olvidado en el suelo un guante tuyo,
cerca de tus zapatos nuevos, algo anticuados.
De pronto, aquí, se pierde. Ya no tengo
más que le contorno de las hojas quietas

que amarillean, escasas, en los árboles.


Detrás de la luz roja de frecuencia,
la tormenta de acordes apabulla
con el descaro de la lejanía
y a mí me desesperan los pitidos: trato de distinguir,
mínimas entre todo, tus manos cuando aplaudan.

Philip Larkin (Coventry 1922 / Londres 1985, Inglaterra)

LAS BODAS DE PENTECOSTÉS, Pre-Textos , 1991, Valencia.


Nombre: Philip Arthur Larkin
Lugar y fecha nacimiento: Coventry, Warwickshire -ahora West Midlands- (Inglaterra), 9 de agosto de 1922
Lugar y fecha defunción: Hull, Humberside -ahora East Riding of Yorkshire- (Inglaterra), 2 de diciembre de 1985 (63 años)

Al fracaso

No viniste al modo dramático, con dragones


De esos que se llevarían mi vida entre sus garras
Y me arrojarían ya desecho tras las caravanas
Con los caballos empanicados, ni como una frase
Que se enuncia claramente para apaciguar lo que pudo perderse,
Lo que sale del bolsillo y debe aguantar
Los gastos, ni como una fantasma al que se ve
Ciertas mañanas correr por el pasto.

Son estas tardes sin sol en las que descubro


Que te has instalado en mi hombro como el aburrimiento.
Los avellanos están cargados de silencio.
Soy consciente de que los días pasan más rápido que antes,
Que huelen diferente. Y que una vez que quedan atrás
Parecen arruinados. Ahí has estado por cierto tiempo.

Al mar

Pisar el muro bajo que divide


La calle de la acera de concreto en la costa,
Recuerda bruscamente algo ya conocido
La alegre miniatura ribereña.
Todo va y se amontona bajo el leve horizonte:
Playa empinada, agua azul, toallas, gorros de baño rojos,
El quiebre fresco y repetido de las pequeñas y calladas olas
Sobre la arena cálida, amarilla
Y a lo lejos un barco a vapor blanco, estancado en la tarde.

¡Sigue pasando todo esto, sigue pasando!


El echarse y comer, dormirse oyendo espuma
(La oreja es un parlante y suena bastante manso
Bajo el cielo), o llevar a niños inseguros
De arriba abajo suavemente, de punta en blanco
Y asiendo el aire enorme, o girar a los viejos
Tiesos para que aprecien un último verano,
Sigue ocurriendo simplemente
A medias goce anual, a medias rito,

Como cuando, contento de estar solo,


Busqué en la arena a los Famosos Jugadores de Críquet,
O antes, cuando mis padres, oyentes
De ese mismo graznido de la costa, se conocieron.
Como un extraño ahora, veo la escena despejada:
La misma agua clara sobre las piedras ya pulidas,
El débil tiple de protesta en los lejanos bañistas
A sus afueras, y después los cigarros baratos,
Papel de chocolate, hojas de té, y al medio

Las rocas, latas de sopa oxidándose, hasta que las primeras


Pocas familias vuelven a sus autos.
El barco a vapor blanco se ha marchado. Como respiración dentro
De un vidrio
La luz del sol se ha vuelto lechosa. Si quedarnos
Cortos es lo peor de los climas perfectos,
Puede que por costumbre éstos la hagan mejor,
Viniendo al agua cada año tan torpemente desvestidos;
Como payasos enseñando a niños;
Ayudando a los viejos también, como se debe.

El mundo literario (fragmento)

Finalmente, después de cinco meses de mi vida —tiempo durante el cual yo no podía escribir nada que me satisficiera, y por el cual
ningún poder me compensará.

Franz Kafka

Mi estimado Kafka,
Cuando hayas tenido cinco años, no cinco meses, sin escribir
Cuando hayas tenido cinco años con una fuerza irresistible
Encontrándose con un objeto inerte exactamente en tu ombligo,
Entonces sabrás lo que es depresión.

La botella está vacía


A la una la botella está vacía,
A las dos el libro al fin cerrado,
A las tres los amantes ya duermen
Dándose la espalda
Terminados el amor y su comercio,
Y ahora las luminosas manecillas
Indican que son más de las cuatro,
Esa hora de la noche en la que los vientos errantes
Agitan la oscuridad.

Y estoy harto de este insomnio,


Tanto que casi puedo creerme
Que el silencioso río que sale a chorros de la cueva,
No es poderoso ni profundo,
Tan solo una imagen, una metáfora forzada.
Me acuesto y espero a que llegue la mañana, y con ella los pájaros,
Y los primeros pasos que bajan por la calle sin barrer,
Y las voces de muchachas protegidas con bufandas.

Los árboles

Los árboles se están volviendo hoja


Como algo que está a punto de decirse;
Brotes recientes ceden, se propagan,
Su verdor es un tipo de congoja.

¿Es acaso que nacen otra vez


Mientras envejecemos? No, ellos también mueren.
Su truco anual de verse nuevos
Se anota en los anillos de la veta.

Pero aún los castillos insatisfechos trillan


En la espesa crecida cada mayo.
Murió el año pasado, parece que dijeran,
Parte de nuevo, de nuevo, de nuevo.

Los viejos tontos

¿Qué creerán que ha pasado, los viejos tontos,


Que los ha dejado así? ¿Acaso supondrán
Que se es más maduro cuando la boca cuelga abierta y babea
Y se anda uno meando solo y no se puede recordar
Quién llamó esta mañana? ¿O que, si lo quisieran,
Podrían alterar las cosas y volver a la época cuando bailaban la noche entera,o Iban a sus bodas, o tiraban las manos algún
septiembre?
¿O se imaginarán que realmente no ha habido cambio alguno,
Y que siempre se habrían manejado como si fueran tiesos y tullidos,
O sentados a través de días de fina y continua ensoñación
Mirando el movimiento de la luz? Y si no es así (y no pueden), es extraño:
¿Por qué no lloran?

Cuando mueres, te rompes: los pedazos que eras


Comienzan a separarse velozmente los unos de los otros para siempre
Y nadie lo ve. Es sólo el olvido, es cierto:
Antes ya lo conocimos, pero entonces se estaba terminando,
Y se hallaba todo el tiempo unido a la empresa
De hacer brotar la flor de mil pétalos de estar aquí.
La próxima vez no puede fingir
Que habrá algo. Y estos son los primeros signos:
No saber cómo, no escuchar quién, el poder
De elegir terminado. Su aspecto muestra que están para eso:
Pelo ceniciento, manos de batracio, caras de pasa...
¿Cómo pueden ignorarlo?

Quizás ser viejo consiste en tener habitaciones iluminadas


Dentro de tu cabeza, y gente en ellas, actuando.
Gente que conoces, sin poder nombrarla; apareciendo cada una
Desde puertas entornadas como una honda pérdida restaurada,

Depositando una lámpara, sonriendo desde una escalera,


Extrayendo un libro conocido desde el estante; o a veces
Sólo las habitaciones, las sillas y el fuego encendido,
El aplastado arbusto en la ventana, o la tenue amistad del sol
En el muro cierta solitaria tarde de mediados de verano
Después de la lluvia. Allí es donde viven:
No aquí ni ahora, sino donde todo ocurrió alguna vez.
Por eso es que tienen

Un aire de confusa ausencia, intentando estar allí


Aunque permaneciendo aquí. Extendiéndose por las habitaciones,
Dejando una incompetente frialdad, el constante esfuerzo de respirar
Y ellos inclinándose ante el monte de la extinción, los viejos tontos, no Percibiendo nunca
Cuán cerca está. Esto debe ser lo que los mantiene quietos:
Aquel monte que nunca perdemos de vista dondequiera que vayamos
Ya es para ellos un elevada cuesta. Pueden acaso decir qué los está retrasando
Y cómo terminará. ¿No por la noche?

¿Ni cuando llegan extraños?


¿Jamás, a lo largo de toda esta espantosa inversión de la infancia?
Pues bien, ya lo averiguaremos.

Necesidades

Fuera de todo esto, el deseo de estar a solas:


Por mucho que el cielo se oscurezca con tarjeta de invitación,
Por mucho que sigamos las instrucciones impresas para el sexo,
Por mucho que se fotografíe la familia bajo el asta de la bandera;
Fuera de todo esto, el deseo de estar a solas.
Debajo de todo ello corre el deseo de olvido:
Pese a las astutas tensiones del almanaque,
El seguro de vida, los ritos de fertilidad catalogados,
El costoso desviar de la muerte los ojos:
Debajo de todo ello el deseo de olvido corre.

Arriba

Olvidar lo pasado
Detener lo cotidiano
Era aturdir la memoria,
Partir desde la nada.

Algo ya no cicatrizado
Por tales palabras, por tales acciones
Como un desolado despertar.

Deseaba terminarlos,
Apuré el entierro
Y volví la vista
Como guerras e inviernos
Extraviados tras las ventanas
De una opaca niñez.

¿Y las páginas vacías?


Debería llenarlas
Con observaciones

De celestes repeticiones,
El día que brotan las flores
El día que los pájaros se van.

Pésame en blanco

Cuando pongo en un vaso cuatro cubos


Tintineantes de hielo, tres porciones
De gin y una tajada de limón;
Dejo a un cuarto de litro de agua tónica
Que se vacía en sorbos espumosos
Suavizar todo el resto desde el borde,
Y en una íntima plegaria brindo:
Él consagró su vida a los demás.

Mientras otros usaban como ropas


A los seres humanos en sus días
Yo me planteé traer muestras perdidas
A quienes me entregaron su confianza;
No anduvo para mí ni para ellos,
Pero el asunto fue cuánto más cerca
(Nos parecía) que quedó la fiesta
A habérnosla perdido separados.

De buena cepa el tipo, muy decente,


Tan recto como un roble, uno de los mejores,
Ganador, un ladrillo, un deportista eximio,
Cabeza y hombros sobre los demás;
¿Cuántas vidas serían más opacas
Si él no hubiera estado aquí en lo bajo?
Brindemos por el hombre más blanco que conozco -
Aunque el blanco no sea mi color favorito.

Que este sea el verso


Te j*den tu mamá y tu papá.
Tal vez ellos no quieran, pero lo hacen.
Te llenan con defectos que tenían
Y agregan otros, sólo para ti.

Pero en su turno a ellos los jodieron


Giles de abrigo con sombrero antiguo,
Que a medio tiempo fueron tontos graves,
La otra mitad, del cuello se agarraban.

Transmite el hombre la desgracia al hombre


Se profundiza cual fondo marino.
Escapa lo más rápido posible
Y que no se te ocurra tener hijos.
Un sepulcro en Arundel
Lado a lado, los rostros borroneados,
Yacen en piedra el conde y la condesa.
En propios hábitos muestran vagamente
Armadura ensamblada, arruga tiesa,
E indicio del absurdo evanescente,
Los dos perritos a sus pies echados.

Semejante llaneza prebarroca


Difícilmente el ojo compromete
Hasta que al fin descubre un guantele
Te vacío en la otra mano asido
Y con súbito asombro tierno enfoca
La mano que la de ella ha retenido.

No pensarían yacer tiempo tan largo.


La efigie de lealtad como testigo
Era un detalle para los amigos,
Y para el escultor un dulce encargo
Llamado a prolongarles el enlace
De los nombres latinos en la base.

No se imaginarían cuán ligero


En su supino estacionario viaje
El aire haría un insondable ultraje
Qquitándoles las viejas propiedades;
Cuán rápido los ojos venideros
Sólo miran, no leen. En las edades

Ellos siguieron rígidos y unidos


Por la anchura del tiempo. Cayó nieve
Intemporal. La luz, cada verano
Rebasó del cristal. Brillante y leve,
Un bullicio de pájaros rociaba
El pavimento de huesos retenidos.
Incontable, alterado, un río humano
Por todos los senderos se allegaba

Desdibujando sus identidades.


Ahora, inermes en el hueco de una
Época sin heráldica ninguna,
Una artesa de humo que se mece
Como madejas, lentamente, invade
Por encima los fragmentos de su historia,
Y para su memoria
Una actitud tan sólo permanece:

El tiempo los ha transfigurado


En no verdad. Y la lealtad que inscribe
La piedra, y que acaso no han deseado,
Blasón final se ha vuelto; y un aserto
Que nuestro casi instinto es casi cierto:
Es el amor lo que nos sobrevive.

Ventanas altas

Cuando veo a una pareja de jóvenes


Y supongo que él se la tira y que ella
Toma pastillas o usa un diafragma,
Sé que esto es el paraíso.

Todos los viejos lo han soñado en vida:


Dejar los nudos y gestos de lado
Como a una vieja trilladora y todos
Los jóvenes en largos resbalines

A la felicidad, sin fin. Pregúntome


Si alguien al verme hace cuarenta años
Luego pensó "Así será la vida;
No más Dios ni sudar cuando esté oscuro

Sobre el infierno y lo demás, debiendo


Guardar tu opinión sobre el cura. Él
Y su pandilla irán al resbalín
Como malditos pájaros libres. Y de inmediato
Más que en palabras, pienso en ventanas altas:
El vidrio que contiene al sol
Y más allá de él, el profundo azul del aire, que muestra
Nada, que está en ninguna parte y no tiene fin".

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