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Indice

Introducción..........................................................................................3

1: El crisol del Pastor........................................................................... 5

2: Los crisoles venideros........................ 17

3: La jaula del pájaro........................................................................ 29

4: Ver el rostro del Orfebre.............................................................. 41

5: Calor extremo............................................................................... 53

6: "Luchando con la fuerza de Cristo"...:........................................ 65

7: Esperanza indestructible.......................................... 79

8: Ver al Invisible............................................................... 93

9: Una vida de alabanza................................................... 107

10: Templanza en el crisol.................................................. .. .......... 119

11: Aguardar en el crisol................................................................. 133

12: Morir como una semilla............................................................ 147

13: Cristo en el crisol........................................................................ 161


Para Jenny y Robyn,

¿Quién puede entender cómo nuestros sim-


ples actos de bondad impactarán el resto de la
Eternidad?

"El Señor Jesús está realizando experimentos


en los corazones humanos por medio de la exhi-
bición de su misericordia y su gracia abundantes.
Está realizando transformaciones tan sorpren-
dentes que Satanás, con toda su triunfante jac-
tancia, con toda su confederación del mal unida
contra Dios y las leyes de su gobierno, se detiene
para mirarlas como una fortaleza inexpugna-
ble ante sus sofismas y engaños. Para él son un
misterio incomprensible. Los ángeles, serafines
y querubines de Dios, los poderes comisionados
para cooperar con los agentes humanos, contem-
plan con asombro y gozo cómo esos hombres
caídos, una vez hijos de la ira, están desarrollan-
do, a través de la enseñanza de Cristo, caracteres
a la semejanza divina, para ser hijos e hijas de
Dios, para desempeñar una parte importante en
las ocupaciones y los placeres del cielo" (Elena
G. de White, Testimonios para los ministros, p. 40).
Introducción

H
ace ya varios años que he venido meditando en el tema del sufrimien-
to. Al trabajar en Albania justo después de la caída del comunismo,
había escuchado hora tras hora mientras la gente relataba su dolor y
su angustia de vivir bajo uno dé los dictadores más tiránicos de Euro-
pa, un gobernante a quien se dice que incluso Stalin instó a aliviar a su pue
Después de una visita durante la cual alguien volvió a preguntar con mucha
grimas en los ojos: “¿Por qué?”, salí frustrado. Mientras caminaba por la pu
para irme, elevé una rápida petición: “Oh, Señor, algún día me gustaría escribir un
libro para ayudar a la gente a entender todo esto”. Entonces, inmediatamente ol-
vidé mi oración. Pero Dios, al parecer, no lo hizo.
Como dije, nunca tuve la intención de preparar un libro así. En cierto sentido,
quizás estudiar el sufrimiento no sea posible, de todos modos. La vida tiene que
ser vivida, y es muy difícil compartir de manera significativa con los demás lo que
nunca has experimentado. De lo contrario, podemos hacer que la verdad suene
tediosa, aburrida o incluso falsa. Entonces, lo que encontrarás en las siguientes
páginas es la consecuencia de un recorrido. Casi todos los textos y las citas que
usé en este libro las descubrí, aparentemente, de manera accidental a lo largo
del camino de la vida real. Entonces, en cierto sentido, esta es mi autobiografía
espiritual.
A lo largo de este libro, he intentado conscientemente ser lo más abierto y
honesto posible. Como cristianos, y particularmente como líderes cristianos, po-
demos dar la impresión, inadvertidamente, de que, de alguna manera, somos ex-
pertos en todo lo relativo al cristianismo. Un amigo estaba compartiendo conmi-
go un problema con el que estaba luchando, y respondí explicando cómo había
luchado con el mismo problema. Instantáneamente, soltó asombrado:
-¿Qué? ¡Pero si eres pastor! Pensé que lo tenías todo resuelto.
Es fácil sentarse a discutir cuestiones teológicas profundas y dar todo tipo de
buenas respuestas; otra cosa es aplicar lo que aprendemos. A veces lo logramos,
pero muchas otras nos encontramos pasando por el proceso del fracaso para co-
menzar de nuevo.
Como mi amigo, puedo ver desde afuera a los líderes cristianos u otros en
la iglesia y pensar que parecen tan cerca de Dios que probablemente no tengan
4 • Int r o ducció n

ninguno de los problemas que yo sí enfrento. La tentación es concluir que


lucho solo. Sin embargo, no es así. Todos estamos luchando de una forma u
otra, porque todos atravesaremos crisoles; es solo que algunos de nosotros es-
condemos el dolor mejor que otros. Quizá, si friéramos un poco más honestos
con respecto al dolor que experimentamos y nuestras luchas para aplicar las
enseñanzas de Dios a nuestra vida, todos seríamos más fuertes por ello.
Observarás que he utilizado una serie de citas bastante largas. Las he in-
cluido en su totalidad, porque frieron las que realmente me ayudaron. Mu-
chas de ellas provienen de los escritos de Elena G. de White y Dios las usó
particularmente para animarme, así que las estoy transmitiendo como una
ayuda para ustedes también.
Finalmente, quiero dejar en claro que no considero que este libro sea la úl-
tima palabra sobre el propósito del sufrimiento. Ciertamente, no. Tampoco es
que sea el libro más articulado sobre el tema, ya que muchos glandes cristia-
nos han escrito de manera más completa y con una visión más profunda que
yo. Sin embargo, como señalé al principio, lo que quiero intentar ofrecerles es
una serie de conocimientos y lecciones personales que Dios me ha enseñado.
Han sido muy útiles para proporcionar una manera de interpretar la vida y
las cosas difíciles que enfrento. A lo largo del camino, he recibido un gran
estímulo, en particular con respecto a cómo Dios reencauza las situaciones
difíciles y las usa para hacer que su carácter madure dentro de nosotros. Lo
que más me importa ahora es transmitir cualquier estímulo que pueda haber
encontrado, porque todos enfrentamos tiempos difíciles y nos preguntamos
qué hacer con ellos.
Así que, me siento muy parecido a Pablo, cuando escribió: “Alabado sea
el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues él es el Padre que nos tie-
ne compasión y el Dios que siempre nos consuela. Él nos consuela en todos
nuestros sufrimientos, para que nosotros podamos consolar también a los que
sufren, dándoles el mismo consuelo que él nos ha dado a nosotros” (2 Cor.
1:3,4).
Mi esperanza es que todos podamos convertimos en reservorios del con-
suelo de Dios. Entonces, cuando los que nos rodean comiencen a tambalearse
y consideren rendirse, el ánimo nunca estará lejos.
Gavin Anthony

A menos que se especifique de otro modo, las citas bíblicas se han tomado de
la versión Reina-Valera de 1960. Otras versiones utilizadas son:
NBE Nueva Biblia Española
NVI Nueva Versión Internacional
RVA 2000 Reina-Valera Actualizada 2000
El crisol del Pastor

“Me guiará por sendas de justicia por amor


de su nombre” (Sal. 23:3).

os sentamos uno frente al otro a la mesa, bebiendo té de

N
manzanilla, pero no era un día cualquiera. Las lágrimas
corrían libremente por sus mejillas arrugadas, y su dolor
y su rabia eran obvios. Cuando estaba por llegar al final
de su historia, me preguntó:
-Entonces, ¿dónde estaba Dios? ¡¿Dónde estaba Dios?!
Mientras estaba sentado allí, aturdido, realmente no sabía qué
decir. Mi licenciatura en Teología no me había preparado del todo
para esto, y no estaba seguro de si algo podría haberlo hecho.
La historia que yo acababa de escuchar estaba llena de angustia y
tragedia. Muchos años antes, mi interlocutora había estado viviendo
en la parte sur de Albania cuando los comunistas habían comenza-
do a tomar el control. Al darse cuenta de las consecuencias que ésto
tendría para su familia, había hecho planes de escapar a través de la
frontera hacia Grecia. Contándoles solo a los de su grupo de estu-
dio bíblico, ella, junto con su esposo y sus dos hijos, hicieron una
caminata de medianoche hacia la frontera. Pero, para su asombro,
justo cuando se acercaban a la frontera, los soldados los estaban es-
perando para tenderles una trampa. Alguien de su grupo de estudio
bíblico era un informante.
6 • En el c r iso l c o n Cr ist o

Las autoridades le quitaron a su hijo y su hija pequeños, y los


enviaron a ella y a su esposo a un campo de trabajos forzados. La
sentencia fue particularmente dura para su esposo. Cada vez que se
negaba a trabajar en sábado, recibía una paliza. Finalmente, murió
a causa del abuso y el trabajo agotador.
El estrés de sus dos hijos fue abrumador. Venían a hablar con
su madre en la prisión a través de la cerca de alambre. Le rompía el
corazón verlos allí parados descalzos, sin zapatos, por los "delitos"
de sus padres.
La madre experimentó sus propios traumas. Durante un período
de 18 meses, las autoridades penitenciarias la mantuvieron en una
caja de metal, de un metro cuadrado, demasiado pequeña para que
pudiera acostarse. Permaneció allí durante el intenso frío del invier-
no y el sofocante calor del verano.
Finalmente, el Gobierno la liberó, pero ahora era enemiga del
Estado. Las autoridades le negaron un lugar para vivir y prohibieron
que alguien la ayudara.
Y allí estábamos, más de cuarenta años después, bebiendo juntos
té de manzanilla. Yo era un joven occidental libre de veintitantos
años que acababa de llegar en avión para ayudar durante unos me-
ses, ahora que la dictadura comunista finalmente se había derrum-
bado. Y luego me iría. Pero ella y sus preguntas se quedarían.
De esta manera, la pregunta era: Mientras ella estaba sufriendo,
¿dónde estaba Dios y qué estaba haciendo? Para ser honesto, me
sentía como un fraude al intentar responder su pregunta. Podría teo-
rizar un poco desde de la Biblia, pero ¿quién era yo para explicar por
qué había estado sufriendo tan intensamente, por tantas razones
diferentes, durante tantos años? ¿Qué sabía yo del sufrimiento?
Mientras su pregunta aún flotaba en el aire, oré. Oh, cómo oré.
Necesitaba desesperadamente algo que la reconfortara.
Para ser honesto, no puedo recordar exactamente lo que dije,
pero cuando terminé, ella se inclinó sobre la mesa, me apretó la
mano, y luego sonrió.
-Gracias -dijo asintiendo.
Ella no es la única que ha hecho esta pregunta. Yo mismo la he
planteado y estoy seguro de que tú también. Puede que no hayamos
sufrido como ella, pero en algún momento de nuestra vida, con un
profundo dolor en nuestro corazón, todos hemos gritado: "¿Dónde
estás?".
1. El crisol del Pastor • 7

Contemplemos el panorama completo


El problema es que, cuando nuestro corazón queda quebrantado,
es difícil pensar con la suficiente claridad para encontrar sentido a
lo que estamos soportando; para comprender, de alguna manera,
cómo nuestro dolor personal encaja en el esquema más amplio de
las cosas. Sé que fue aproximadamente diez años después de mi visi-
ta a esa mujer albanesa desconsolada cuando comencé a vislumbrar
un panorama más amplio que no había notado antes.
Estaba estudiando en el extranjero, cuando un amigo llamó a
mi teléfono celular para darme una amarga noticia. Regresé apre-
suradamente a mi habitación, cerré la puerta y me apoyé contra
ella. Cuando procesé la noticia, me desplomé al suelo. El informe
confirmaba algo que había estado temiendo. Alguien a quien había
considerado un amigo y un apoyo en mi trabajo estaba difundiendo
chismes muy desagradables sobre mí. Lo que estaba diciendo no
solo era cruel, sino también intencionalmente venenoso. Me dolía
tanto que apenas sabía cómo responder. Simplemente, no podía en-
tender cómo alguien podía decir esas cosas. Especialmente alguien
a quien había considerado un amigo.
Después de un tiempo, saqué mi Biblia de la cama y la abrí. Tra-
tando de concentrarme, a través de las lágrimas mis ojos finalmente
se fijaron en algunas palabras familiares: "Me guiará por sendas de
justicia por amor de su nombre. Aunque ande en valle de sombra de
muerte" (Sal. 23:3, 4).
“Aunque ande en valle de sombra de muerte". Sí, ciertamente
tenía esa sensación. Pero, de repente, mi mirada saltó de nuevo al
texto anterior: "Me guiará por sendas de justicia". Mis ojos se abrie-
ron rápidamente. Este camino de justicia, ¿pasa realmente por el
valle de sombra de muerte? Pasar por el valle de sombra de muerte
¿también podría ser "por amor de su nombre"? Me quedé mirando,
frunciendo el ceño ante el texto. Mientras pensaba en ello, poco a
poco comencé a ver el Salmo 23 bajo una luz totalmente nueva.
Ahora, podía ver cómo los senderos de justicia se abren paso a
través de pastos verdes y aguas tranquilas, pero ¿siguen siendo sen-
deros de justicia cuando nos encontramos en la oscuridad y expues-
tos a nuestros enemigos? ¿Podría ser también el diseño de Dios que,
a veces, nos permita experimentar pruebas severas, e incluso nos
lleve a ellas, "por amor de su nombre"? Poco a poco comencé a com-
prender que quizás fuera posible que las sendas de justicia siguieran
siendo sendas de justicia incluso cuando pasaran a través del valle
de sombra de muerte.
8 • En EL CRISOL c o n Cr ist o

El viaje del Salmo 23


Antes de explorar el sufrimiento con más intensidad en capítu-
los posteriores, primero retrocedamos y observemos el contexto más
amplio del sufrimiento visto a través del lente del Salmo 23 .
Imaginemos un cuadro. A lo largo del lienzo que tenemos en-
frente, notamos una serie de caminos, del tipo pequeño y estrecho
que usan las ovejas. Comienzan en el lado izquierdo del lienzo, pero
luego giran y giran, suben, bajan, se entrecruzan de vez en cuando,
antes de que finalmente se fusionen en nuestro extremo derecho. Allí
se convierten en un solo camino que conduce directamente a una
puerta muy grande en el frente, de una casa muy grande: la casa del
Señor (Sal. 23:6).
La casa del Señor es el lugar hacia donde todos nos. dirigimos. En
el contexto original, la casa del Señor era el templo donde el pueblo
de Dios iba a adorarlo. Por supuesto, podemos tener una comunión
íntima con Dios y adorarlo ahora, pero todavía estamos en un viaje
para encontramos con él en su Templo celestial. Siempre debemos
tener en cuenta que aún no hemos llegado, sino que estamos comen-
zando a andar por este camino.
Ahora, completemos algunos detalles del Salmo. El Pastor (vers.
1) se encuentra en el extremo izquierdo, vigilando los senderos y las
ovejas que los recorren. A lo largo de los senderos, vemos unos her-
mosos pastos verdes y frondosos (vers. 2). Algunas de las ovejas están
disfrutando de un festín.
Un poco más adelante, hay algunos tranquilos manantiales de
aguas cristalinas (vers. 2). El Pastor ya ha hecho una represa en el
arroyo para que las ovejas puedan beber con tranquilidad. Por la
hierba y el agua fresca, algunas ovejas se sienten totalmente renova-
das y en paz (vers. 3).
Sin embargo, más adelante se vislumbra un valle muy grande y
oscuro (vers. 4). Algunas de las ovejas ya han llegado allí y se encuen-
tran rodeadas por sus altos muros, que parecen tapar casi toda la luz.
Parece un lugar maléfico y aterrador.
Más abajo, en algunos de los senderos, notamos lo que parecen
mesas de picnic (vers. 5). El Pastor debió de haberse adelantado hasta
aquí también, porque ha cubierto las mesas con toda la comida que
las ovejas hambrientas podrían necesitar. Pero, mientras que algunas
de las ovejas se dan un festín allí, los enemigos acechan alrededor.
Lobos extremadamente hambrientos rodean totalmente las mesas,
superando en número a las ovejas (vers. 5).
1. El crisol del Pastor • 9
Si tomas distancia del cuadro, verás claramente que el Salmo 23 es
un viaje Las ovejas no permanecen en un solo lugar todo el tiempo,
sino que se mueven, siempre hacia la casa del Pastor.
Por lo tanto, el Salmo 23 es una pintura de la vida. Es una descrip-
ción tanto del cuidado de Dios cómo de lo inesperado. Aunque el
Pastor proporciona todo lo que sus ovej as necesitan (como podemos
ver fácilmente), con regularidad se encontrarán en lugares desagrada-
bles, difíciles y dolorosos, en los que nunca elegirían estar.

Consejos para sobrevivir el viaje


Entonces, ¿cómo nos preparamos para lo inesperado? Por su-
puesto, la respuesta simple es que no podemos prepararnos para
todo; de lo contrario, no sería inesperado. Pero, lo que podemos
hacer es permitir que el Salmo 23 cambie nuestra perspectiva de la
vida. Entonces, cuando suceda lo inesperado, tendremos una idea
de cómo avanzar, hasta que lleguemos con acción de gracias a la
puerta principal de la casa del Pastor.
• No importa lo poco preparados y débiles que nos sintamos en
nuestro viaje, el Pastor promete proporcionar todo lo que necesi-
tamos.
"El Señor es mi pastor, nada me faltará" (vers. 1).
Recuerdo que un día estaba leyendo este versículo y le dije a gri-
tos a Dios: "¡Pero me faltan tantas cosas!".
Aquí está nuestro primer desafío para el viaje: Si vamos a viajar
sin quejarnos del Pastor, tenemos que aceptar el hecho de que nues-
tras expectativas del viaje son muy diferentes de las de él. El primer
obstáculo que enfrentamos es aprender a renunciar a nuestras pro-
pias crecientes demandas, expectativas y ambiciones, y luego apren-
der a aceptar que lo que Dios provee es todo, absolutamente todo,
lo que necesitamos.
• No importa cuán desconcertante o confuso pueda ser nuestro
viaje, debemos andar por las sendas del Pastor para que se cum-
plan los propósitos de Dios para nuestra vida.
"Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre". Ob-
serva que la Biblia las llama a todas "sendas de justicia", o "sendas
correctas" (NTV). Pero ¿por qué se refiere a ellas como sendas co-
rrectas, o justas?
10 • En EL CRISOL CON CRISTO.

Primero, son sendas correctas porque conducen al lugar correcto,


la casa del Pastor. En segundo lugar, son sendas correctas porque
nos mantienen en un viaje en compañía de la persona adecuada,
el Pastor. Y tercero, son sendas correctas porque nos convierten en
las personas adecuadas. Observa que recorremos las sendas de la
justicia "por amor de su nombre" (vers. 3). "Por amor de su nombre"
significa para el honor y la gloria del Pastor.
Pero, exactamente, ¿cómo honramos y glorificamos al Pastor?
No lo honramos simplemente al sobrevivir el tiempo suficiente para
llegar a su casa sin abandonar el camino. Convertirse en las perso-
nas adecuadas es vivir los propósitos del Pastor. Como lo veremos
cada vez más claro, honramos más al Pastor al reflejar su carácter, y
la extraña verdad es que el Pastor puede lograr esto en nosotros al
permitir que suframos. Encontramos esta última idea ampliada en
el siguiente punto.
• No importa cuán aterrador pueda ser nuestro viaje, la oscuridad
no es un lugar para temer, porque es algo que el Pastor usa para
hacemos madurar.
"Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal al-
guno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán
aliento" (vers. 4).
Cuando no podemos ver al Pastor porque la oscuridad es tan es-
pesa, Satanás nos tentará a creer que Dios nos ha abandonado o que
hemos tomado el camino equivocado. La realidad es lo contrario,
como explica Elisabeth Elliot: "Un cordero perdido en el valle de
sombra de muerte podría concluir que ha sido conducido equivoca-
damente. Es necesario que atraviese esas tinieblas para que aprenda
a no temer. El Pastor todavía está con él".1
En realidad, en la hora de las tinieblas, mientras nuestros ene-
migos se esfuerzan para atacarnos por sorpresa, de repente pode-
mos tener vislumbres de la obra de nuestro Pastor, quien rechaza
a nuestros enemigos con su vara. Y, cuando vagamos lejos, cegados
por nuestros propios actos, y nos encontramos terriblemente solos
y amedrentados por los ruidos en medio de las tinieblas y de lo que
imaginamos que hay allí, sentimos el inesperado, y a veces doloro-
so, tirón de la vara de nuestro Pastor, quien nos conduce para llevar-
nos de nuevo a la seguridad de su presencia.
En estos valles oscuros, quizá más que en otros lugares, experi-
mentamos la salvación del Pastor y, así, desarrollamos más confian-
za en su tierno cuidado por nosotros.*

’Elisabeth Elliot, Quest for Love (Grand Rapids: Fleming H. Revell, 1996), p. 218.
1. El crisol del Pastor *11

• No importa cuán fácil esperemos que sea nuestro viaje, el Pastor


permite que nuestros enemigos nos rodeen, para que podamos
obtener una comprensión más profunda de su amor por noso-
tros.
“'Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores;
unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando" (vers. 5).
-¿Qué pensarían ustedes -les pregunté a los niños de la iglesia-
si tuvieran una mesa con todo lo que necesitaran comer, pero sus
enemigos estuvieran rodeándolos?
-¡Que me quieren robar la comida! -gritó un niño pequeño.
¡Tenía razón!
¿Cuántas veces estamos preocupados, temiendo que nuestros
enemigos nos roben nuestra felicidad, nuestros empleos, o que des-
truyan los propósitos de Dios para nosotros? Esa es una de las lec-
ciones de la mesa. Dios la coloca incluso ante las narices de nuestros
enemigos, y entonces comenzamos a comprender que no hay nada
que puedan hacer para arrebatamos lo que Dios nos ha prometido.
Cuando vemos cuán abundantes son las bendiciones de Dios
para nosotros, y que nada ni nadie puede impedir que las reciba-
mos, nos llenamos de una renovada admiración y gratitud por la
bondad de nuestro Padre. Porque entonces podemos declarar con
el salmista: "Te glorificaré, oh Jehová, porque me has exaltado, y no
permitiste que mis enemigos se alegraran de mí" (Sal. 30:1).
• No importa cuán solitario pueda parecemos nuestro viaje, el Pas-
tor siempre está presente.
"Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días
de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días" (vers. 6).
Tanto el bien como la misericordia son atributos de Dios. De
modo que ser seguidos por la bondad y el amor es ser seguidos por
Dios mismo. Como David nos asegura aquí, el bien y la misericor-
dia lo seguían todos los días. El bien y la misericordia seguían a Da-
vid a través de los campos de verdes pastos, pero también lo seguían
en el valle de sombra de muerte. Ya sea que el Pastor lo haya guiado
en las tinieblas o que David lo haya imaginado, el bien y la miseri-
cordia todavía lo seguían. Y, cuando David fuera perseguido por sus
enemigos, el bien y la misericordia seguirían proveyendo para suplir
todas sus necesidades.
El bien y la misericordia nuncq lo abandonaron. El Pastor, Em-
manuel, seguirá estando con él, incluso hasta el fin del mundo. Y
también estará con nosotros de la misma manera.
12 • En EL CRISOL CON Cr ist o

La clave del sufrimiento


Elena G. de White comenta extensamente acerca del sufrimien-
to. En este pasaje, ella resume mucho de lo que hemos dicho en el
Salmo 23, con respecto al viaje en que estamos embarcados: "Los
que al fin salgan victoriosos, tendrán épocas de terrible perplejidad
y prueba en su vida religiosa; pero no deben desechar su confianza,
pues ésta es una parte de su disciplina en la escuela de Cristo y es
esencial para que toda la escoria pueda ser eliminada. El siervo de
Dios debe soportar con fortaleza los ataques del enemigo, sus dolo-
rosos vituperios, y debe vencer los obstáculos que Satanás coloque
en su camino. [...] Pero, si miran hacia arriba, no hacia abajo, a sus
dificultades, no desmayarán en el camino, verán pronto a Jesús ex-
tendiendo su mano para ayudarlos, y solo tendrán qué tenderle la
de ustedes con sencilla confianza, y dejar que los guíe. A medida que
cobren confianza, cobrarán esperanza. [...]. Hallarán en Cristo fuer-
za para formar un carácter fuerte, simétrico, hermoso. Satanás no
puede anular la luz que irradie de semejante carácter. [...] Dios nos
ha dado su mejor don, su mismo Hijo unigénito, para elevarnos, en-
noblecernos, y capacitarnos, invistiéndonos de su propia perfección
de carácter para que tengamos un hogar en su Reino".2
Como ya hemos comenzado a notar en el Salmo 23, la clave para
comprender el sufrimiento es entender que el sufrimiento es una
llave. Dios permite con frecuencia el sufrimiento en nuestra vida
porque tiene la habilidad para usarlo como un agente de transfor-
mación que nos capacita para que lleguemos a ser cada vez más si-
milares a las personas que creó originalmente en el Edén. Pero, este
proceso de la obra de Dios en nuestra vida no ocurre en un día. Es
un proceso de toda la vida. La mujer fue creada después del hombre
no sugiere en ningún momento que el hombre sea superior a la mu-
jer. Si ese fuera el caso, el mosquito, creado anteriormente (ya sea
masculino o femenino), podría reclamar superioridad sobre el hom-
bre. Más bien, Dios tiene el propósito de resaltar la igualdad del
hombre y la mujer. Fijémonos en que Dios tuvo la sabiduría de po-
ner a Adán a dormir antes de comenzar la delicada cirugía de extraer
a la mujer del hombre. Los antiguos rabinos bromeaban diciendo
que Dios había tomado esta medida para evitar ser perturbado por el
hombre, que seguramente ofrecería su consejo. Además, el lenguaje
utilizado para la creación de la mujer tiene connotaciones redento-
ras: la palabra tsela', «costilla» es un término técnico que se usa

2 Elena G. de White, Mensajes para los jóvenes (Doral, Florida: IADPA, 2008), pp. 44,45.
1. El crisol del Pastor *13
muchas veces en relación con el santuario (Éxo. 25: 14; 26: 20; 36:
25, 32; 38: 7 ); y la palabra ‘ezer, «ayuda», evoca la salvación de Dios
(Sal. 10:14) además de aludir a la simiente de la mujer en Génesis 3:
15. Las vidas de tanto el hombre como de la mujer dependen del
Dios de la vida.

José: el sufriente transformado


José pasó por ese proceso (Gen. 37-50). En tres diferentes perío-
dos, que cubren trece años de inesperado sufrimiento, mediante el
rechazo de la familia, la esclavitud, la prisión, Dios estaba obrando
para transformar la situación. La Biblia no da muchas indicaciones
de cómo se sintió José durante ese período, pero én el siguiente co-
mentario de Elena G. de White vemos que Dios siempre está obran-
do para transformar la situación y convertirla en una bendición.
Esta bendición no era solo para José, sino para toda la región del
Oriente Medio, lo que impactaría en todo el futuro del pueblo de
Dios.

Período 1: El rechazo y el odio de la familia son transformados


en una escuela para dotar de un carácter maduro al futuro
primer ministro.
Dios le dio a José dos sueños a la edad de 17 años. En el momen-
to en que José compartió estos sueños dados por Dios con los miem-
bros más cercanos de su familia, sus hermanos lo odiaron todavía
más. Cuando se presentó la oportunidad, sus hermanos hicieron
planes para matarlo, pero luego decidieron seguir una ruta menos
dolorosa: lo vendieron como esclavo a unos mercaderes ismaelitas y
se embolsaron algún dinero en el proceso.
Cuando José fue rechazado por primera vez por sus hermanos,
Elena G. de White hace notar que, "durante algún tiempo José se
entregó al terror y al dolor sin poder dominarse. Pero, en la provi-
dencia de Dios, aun esto sería una bendición para él"?
Sin embargo, cuando José reflexionó en su vida, se llenó de una
nueva determinación. "Su alma se conmovió y tomó la decisión de
ser fiel a Dios y de actuar en cualquier circunstancia como convenía
a un súbdito del Rey de los cielos. Serviría al Señor con corazón
íntegro; afrontaría con toda fortaleza las pruebas que le deparara su
suerte, y cumpliría todo deber con fidelidad".*4

’Elena G. de White, Patriarcas y profetas (Doral, Florida: IADPA, 2008), cap. 20, p. 191.
4 Ibid., p. 192.
14 • En el c r iso l c o n -Cr ist o

Período 2: La esclavitud en Egipto fue transformada en una


escuela para que el futuro primer ministro pudiera desarrollar
sus habilidades diplomáticas.
José fue esclavo durante diez años. No tuvo ningún contacto con
su familia, y su padre creyó que estaba muerto. Podría haber en-
contrado muchas buenas razones para sentirse deprimido porque
tenía que trabajar largas horas como esclavo. Pero, no se entregó a la
amargura. Elena G. de White comenta otra vez: "La dulzura y la fi-
delidad de José cautivaron el corazón del jefe de la guardia real, que
llegó a considerarlo más como un hijo que como un esclavo. El jo-
ven entró en contacto con personajes de alta posición y de sabiduría,
y adquirió conocimientos de las ciencias, los idiomas y los negocios;
una educación necesaria para quien sería más tarde primer ministro
de Egipto".5

Período 3: La falsa acusación y la prisión fueron transformadas


en una escuela para enseñarle al futuro primer ministro la
sabiduría del liderazgo.
Los siguientes tres años los pasó en prisión porque José fue fal-
samente acusado de intento de violación. Para añadir insulto a la
injuria, alguien que había sido alentado en la prisión y que había
prometido devolverle el favor, olvidó su promesa.
La actitud de José bajo presión fue notable; y las consecuencias,
de largo alcance. "Encontró un trabajo que hacer, aun en la prisión.
Dios lo estaba preparando en la escuela de la aflicción, para que
fuera de mayor utilidad, y no rehusó someterse a la disciplina que
necesitaba. En la cárcel, presenciando los resultados de la opresión
y la tiranía, y los efectos del crimen, aprendió lecciones de justicia,
simpatía y misericordia que lo prepararon para ejercer el poder con
sabiduría y compasión".6
A lo largo de todo este tiempo de gran sufrimiento, ¿crees que
José tuvo algún indicio respecto de lo que Dios estaba haciendo con
su vida, o pudo ver alguna evidencia de que aquel dolor iba a servir
para un bien mayor? Lo dudo. Pero, en todo el proceso, confió en la
sabiduría de su Padre celestial.
5 Ibid., p. 193.
6 Ibid., p. 194-195.
1. La educación en el jardín del Edén *15

Siempre para el bien


Como José, aquellos que han caminado más cerca de Dios son,
con frecuencia, los que más han sufrido. ¿Podría alguien haber ca-
minado más cerca del Padre que Jesús? Y, sin embargo, nadie sufrió
tanto como él. David, Moisés, Abraham, Pablo y los discípulos, to-
dos sufrieron mucho, pero a medida que los años de su peregrina-
ción pasaban. Dios iba demostrando, una y otra vez, que en verdad
"a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a
los que conforme a su propósito son llamados" (Rom. 8:28).
Las buenas nuevas son que los propósitos de Dios son tan bue-
nos para nosotros hoy como lo fueron para sus hijos en tiempos bí-
blicos, y que las bendiciones transformadoras que él desea derramar
por medio de nosotros son igualmente grandes.
La obra de Dios en nosotros es la peregrinación de toda una vida.
Es, con frecuencia inesperada, a veces dolorosa, pero siempre bajo la
dirección del amante Pastor; y siempre, siempre, para bien.

Padre:
Gracias porque no camino solo.
Gracias porque estás conmigo,
tanto en las tinieblas, como en la luz.
Gracias, también, porque el sendero
por el cual caminamos es para tu gloria.
Que la búsqueda de tu gloria crezca
en importancia y valor dentro de mi vida.
En el nombre de Jesús, amén.
Los crisoles venideros

“Amados, no os sorprendáis del fuego de


prueba que os ha sobrevenido, como si
alguna cosa extraña os aconteciese”
(i Ped. 4:12).

E
n el primer capítulo, le dimos una mirada al cuadro general de
nuestro viaje hacia la casa del Pastor. A lo largo de esta senda de
justicia, vimos que las ovejas pasaban por algunas experiencias
muy buenas, y por otras muy diñóles. Ahora enfocaremos me-
jor el cuadro para ver en más detalle los tiempos y las ocasiones del
viaje cuando pasamos por momentos difíciles que nos hacen sufrir.
¿Recuerdas haber usado un crisol en la escuela? Era un pequeño
plato de metal, que yo recuerdo que se balanceaba sobre un trípode de
metal negro. Debajo le poníamos un mechero Bunsen con su fuerte
llama dirigida al fondo del plato. En el plato poníamos varios mate-
riales que muy pronto comenzaban a tomar temperatura, y todos los
alumnos nos dividíamos en pequeños grupos, con anteojos especiales,
bien colocados sobre los ojos, para poder ver lo que ocurriría. A medida
que el plato se calentaba, los materiales que estaban dentro del plato
18 • En el c r iso l c o n Cr ist o

comenzaban a fundirse o a quemarse, y despedían una luz brillante.


El diccionario Merrian-Webster's Collegiate define «crisol» de la
siguiente manera:
"1. Recipiente de un material muy refractario (como la porcelana)
que se utiliza para fundir y calcinar una sustancia que requiere un alto
grado de calor.
"2. Una prueba severa.
"3. Un lugar o situación en los que fuerzas concentradas interac-
túan para causar o influir en el cambio o el desarrollo".
Cuando pasamos por duras pruebas, podría decirse que estamos
dentro del crisol. También es posible pasar por un crisol espiritual en
nuestro peregrinaje con Dios. En el viaje estamos expuestos a fuertes
presiones, cuando las pruebas que él permite que suframos son difí-
ciles de soportar y no sabemos cómo responder porque, con mucha
frecuencia, nos toman completamente por sorpresa.

No se extrañen del fuego de la prueba


El apóstol Pedro nos insta a todos: "Amigos míos, no se extra-
ñen del fuego que ha prendido ahí para ponerlos a prueba, como
si les ocurriera algo extraño" (1 Ped. 4:12, NBE). Pedro les escribía
a quienes estaban padeciendo persecución por ser cristianos, pero
creo que lo que dice se aplica a todo tipo de sufrimiento. Ningún
sufrimiento debería sorprendernos.
La palabra griega que se traduce como "extrañarse" significa ser
"extraño" o "extranjero". Pedro insta a sus lectores a no caer en la
trampa de creer que las grandes pruebas son cosas extrañas en la
experiencia cristiana. No son aberraciones de la vida cristiana; de-
ben ser consideradas normales. Deben esperarse. La palabra que se
tradujo como "fuego que ha prendido ahí para ponerlos a prueba"
(NBE), o "fuego de prueba" (RVR 60), viene de otra palabra griega
que significa "una quemadura". En otros lugares se ha traducido
como "horno". La experiencia de sufrir por nuestra fe podría, por lo
tanto, considerarse como un "proceso de fundición",1 la experiencia
del crisol.
Jesús enfatizó lo mismo cuando sus Discípulos se reunieron al-
rededor de él para escuchar la explicación acerca del fin del mundo:
¡
1 Kenneth S. Wuest, Wuest's Word Studies From the Greek New Testament (Grand Rapids: Eerd-
mans, 1997). I
2. Los crisoles venideros * 19

"Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis,


porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin"
(Mat. 24:6).
Así que, no debemos sorprendernos. Pero, consideremos ahora
con más detalles por qué no deberíamos sorprendernos. Aquí les
presento cuatro razones bíblicas de por qué deberíamos esperar do-
lores y sufrimientos, aunque lo que más deseamos es vivir una vida
que agrade a Dios.
L No se sorprendan del sufrimiento/ porque Satanás está
obrando en este mundo. "Regocíjense por eso, cielos y los que en
ellos habitan. ¡Ay de la tierra y del mar! El diablo bajó contra ustedes
rebosante de furor, pues sabe que le queda poco tiempo" (Apoc. 12:
12,NVI).
Ayer fue otro día normal. Como todos los otros habitantes del
pueblo donde vivo, abordé mi automóvil y me dirigí al trabajo. Pero,
cuando encendí la radio y comencé a escuchar las noticias, no podía
creer lo que el periodista de la BBC estaba diciendo. Muy lejos de no-
sotros, en el norte de Uganda, demasiado lejos para que pudiera tener
algo que ver conmigo, escuché acerca de la obra de ciertos médicos
que estaban tratando de restaurar los rostros de algunas señoritas, cu-
yas narices y orejas habían sido cortadas por los soldados rebeldes,
soldados que, con suerte, habían entrado en la adolescencia.
Me sentí enfermo. A pesar del éxito que habían tenido las opera-
ciones, todo parecía tan irrelevante. Solitario, dentro de mi automóvil,
clamé, como Habacuc: "¿Hasta cuándo, oh Jehová? ¿Hasta cuándo ve-
rás esto y no intervendrás?" (Hab. 1:2).
Eso fue ayer. Como dije, fue un día ordinario. Quizá no haya sido
tan ordinario como el día en que las dos grandes Torres fueron des-
truidas o cuando el tsunami asiático mató a más de trescientas mil
personas en varios países.
Pero, no necesito escuchar acerca de Uganda, de Asia o de los Es-
tados Unidos, que están a miles de kilómetros de distancia de donde
estoy sentado en este momento. A seis kilómetros de donde vivo, un
muchacho de trece años, en una tranquila aldea, entró en la casa de
una anciana de ochenta años y la violó.
Satanás está obrando en el mundo físico; pero obra, quizá con más
poder y con más dolor, por medio de las personas. Si le es posible,
Satanás utilizará el chisme y la crítica para causar tensión, para herir,
para causar fricción y desalentar. Pero, por supuesto, el problema no
son las personas. Es Satanás, que obra mediante las personas.
20 • En el c r iso l co n Cr ist o

Y ¿cómo respondemos nosotros? Pedro nos insta: "Sed sobrios, y


velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda
alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sa-
biendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros
hermanos en todo el mundo" (1 Ped. 5:8, 9).
Este texto nos señala cuatro características que deberíamos
practicar.
Primero, desarrolla dominio propio. No permitas que las presio-
nes que Satanás crea alrededor de ti influyan en tus pensamientos,
sentimientos y acciones. Segundo, mantente alerta. Ten los ojos abier-
tos y observa atentamente para que nunca olvides quién está obrando
en realidad. Tercero, resiste. No te des por vencido ni te dejes abru-
mar por las presiones de Satanás. Dios todavía está de nuestro lado.
Finalmente, mantente firme en la fe. Esto construye sobre la actitud
de resistir, pero agrega que el hecho de mantenerse firme se funda en
nuestra fe. La fe es lo que nos mantiene sin caídas y nos ayuda a resistir
los ataques de Satanás.
Pedro les asegura a los creyentes que, aunque tengan que luchar
por un tiempo, Dios les ha hecho la promesa: "Mas el Dios de toda
gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que
hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme,
fortalezca y establezca" (1 Ped. 5:10). Y esta es una promesa también
para nosotros.
2. No te sorprendas por el sufrimiento que se produce como
consecuencia de tus propios pecados, "porque la paga del pecado
es muerte" (Rom. 6: 23).
También experimentamos dolor y sufrimientos porque hacemos
cosas necias y pecaminosas. Como dice Pablo: "La paga del pecado es
muerte". Nacidos como seres pecaminosos, en un mundo pecamino-
so, estamos en un proceso inevitable de muerte literal. Pero, nuestras
decisiones de pecar contra Dios traen con ellas la muerte espiritual.
Y no existe ninguna duda de que sufriremos hoy por causa de esas
decisiones.
Si soy descortés con las personas, ellas comenzarán a evitarme. Si
ando en malos caminos, corro el riesgo de contraer alguna enferme-
dad de transmisión sexual, y la angustia espiritual que conlleva. Si
decido ignorar la dirección del Espíritu Santo, andaré por esta vida
solitario y sin poder.
En Romanos 1:18 al 32, Pablo describe que este tipo de sufrimien-
tos es resultado de la ira de Dios. En este contexto, la ira de Dios es
sencillamente las consecuencias que experimentamos por el hecho
.2 .Los crisoles venideros • 21
de rechazarlo. Pablo establece primero que, a causa de lo que Dios ha
creado, ningún ser humano tiene excusa para ignorar que Dios existe
y qué tipo de Dios es. Dice que ignorar esto frente a los hechos es pecar
voluntariamente, lo que trae terribles consecuencias. Porque, después
de cada paso de rechazo a Dios, nos hallaremos más y más hundidos
en el pecado y, por lo tanto, en el sufrimiento por causa del pecado.
El primer paso en el ale jamiento de Dios se da cuando deliberada-
mente nos negamos a honrarlo. La consecuencia de haberse alejado
voluntariamente de Dios es que "su necio corazón fue entenebrecido"
(Rom. 1:21).
El segundo paso en el alejamiento de Dios se da cuando comenza-
mos a hacer sustitutos de él, principalmente en forma de ídolos. "Por
lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscen-
cias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios
cuerpos" (vers. 24).
El tercer paso incluye hacer sustitutos de todas las verdades de Dios
y adorar de todo corazón lo que hemos creado. "Por esto Dios los en-
tregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso
natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los
hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su
lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con
hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extra-
vío" (vers. 26, 27).
El cuarto y último paso en el alejamiento de Dios se da cuando el
conocimiento de Dios es completamente rechazado. Las consecuen-
cias son que Dios "los entregó a una mente reprobada, para hacer co-
sas que no convienen [...] llenos de envidia, homicidios, contiendas,
engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores
de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobe-
dientes a los padres" (vers. 28-30).
Nota que mientras más interrumpimos nuestra relación vertical
con Dios más problemas tenemos en nuestras relaciones horizontales
con nuestro prójimo. Más importante aún son los problemas sexuales
que Pablo destaca, donde primero llegamos a ser impuros (paso 2),
luego pervertidos (paso 3) hasta que nuestra mente, el lugar donde
reside nuestro dominio propio, se vuelve ingobernable: "Dios los en-
tregó a una mente reprobada". Las luchas y las perversiones sexuales
de nuestra cultura actual son el síntoma por excelencia de que nos
hemos alejado de Dios.
¿Cómo podemos revertir esta tendencia descendente hacia la
muerte? La respuesta no es complicada. Debemos elegir a Dios de
22 • En el c r iso l c o n Cr ist o

nuevo y permitir que los principios de su Reino modelen nuestros


valores y nuestras creencias. Al luchar contra sentimientos seductores
y turbulentos, debemos pedirle a Dios que nos dé un corazón y una
mente dispuestos a que su poder nos dote de una nueva vida.
"Ysi el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en
vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará tam-
bién vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en nosotros"
(Rom. 8:11). A partir del crisol del sufrimiento que nuestros mismos
pecados nos producen, Dios siempre puede obtener una nueva vida.

El sufrimiento en la vida de los cristianos


Solamente hemos cubierto las dos primeras razones de por qué no
deberíamos sentimos sorprendidos por el sufrimiento. Desde el pun-
to de vista del cristiano, estas razones pueden parecer obvias. Pero hay
otras razones para el sufrimiento que no sorprenden a los cristianos y
que, incluso, se nos hace muy difícil reconocer.
Una amiga expresó esta sorpresa mientras caminábamos alrede-
dor de su casa. El aire tropical era cálido y placentero, pero la conver-
sación era tensa.
-Pero ¿por qué? -preguntó asombrada-. ¿Por qué nos están ocu-
rriendo todas estas cosas?
Ella buscaba razones lógicas, pero nada le parecía satisfactorio.
¿Por qué ella y su familia estaban sufriendo tanto odio y mur-
muración, cuando todo lo que deseaban era servir a Dios? Después
de muchos meses de angustia, tuvo que convencerse de que todas
sus buenas intenciones habían sido malinterpretadas y sacadas de
contexto. Su reputación estaba siendo pisoteada.
Ella continuó:
-¿Cómo puede Dios permitir esto? ¿No puede ver que simplemen-
te estoy haciendo lo mejor que puedo?
Después de varios meses en los que no hallaron descanso, ella dejó
su empleo y, con su familia, regresaron a su país.
Recuerdo mi retorno del aeropuerto, después de mi última visi-
ta. Apenas podía hablar. Una buena familia cristiana que, en mi opi-
nión, estaba realizando un excelente trabajo, estaba siendo demolida
por lo que parecía una presión abrumadora. Incluso ahora, mientras
escribo y recuerdo las esperanzas destrozadas y la desilusión de tantas
personas, no puedo evitar sentir una profunda tristeza.
Pero, como cristianos, ¿deberíamos sentirnos sorprendidos por
el sufrimiento? Como ya hemos notado, Satanás está obrando en el
2. Los crisoles venideros • 23
mundo, y él, normalmente, trabaja por medio de personas que causan
mucho dolor. Así que, pasemos a examinar las razones por las cuales
Dios permite que el sufrimiento persista, particularmente en la vida
de los cristianos, ya que estas razones serán el foco principal de este
libro.
3. No te sorprendas por el sufrimiento, si Dios está en el pro-
ceso de purificar tu vida del pecado. “Por tanto, así ha dicho Jehová
de los ejércitos: He aquí que yo los refinaré y los probaré; porque ¿qué
más he de hacer por la hija de mi pueblo?" (Jer. 9:7).
Aunque hayamos pecado deliberadamente, seguimos siendo pre-
ciosos a la vista de Dios. Por tanto, dado que Dios está obrando para
hacemos puros e inmaculados como él es (Apoc. 14:5), se arriesga a
que nos sintamos heridos cuando toma su bisturí y, como un ciruja-
no, comienza a extirpar el pecado que está entramado en las mismas
entrañas de nuestro ser. Y, cuando esto ocurre, raramente usa anes-
tesia. Dios quiere que comprendamos las terribles consecuencias de
nuestras acciones.
En Jeremías 9, el profeta continúa anunciando los planes de Dios
para el refinamiento de su pueblo: "Por tanto, así ha dicho Jehová de
los ejércitos. Dios de Israel: He aquí que a este pueblo yo les daré a
comer ajenjo, y les daré a beber aguas de hiel. Y los esparciré entre
naciones que ni ellos ni sus padres conocieron" (Jer. 9:15, 16). Cuan-
do leemos comentarios como estos, podemos sentirnos tentados a
malinterpretar a Dios. Pero, tal como continuaremos viendo en los
capítulos que siguen, Dios usa estos métodos, no porque se deleite en
nuestro dolor, sino porque aprecia y anhela profundamente nuestra
santificación.
Oswald Chambers describe esta obra en forma casi ruda y llana:
"Jesucristo no tuvo ninguna lástima con respecto a aquello que final-
mente arruinaría a una persona en su servicio para Dios. Sus respues-
tas no se basaban en un capricho ni en un pensamiento impulsivo,
sino en el conocimiento de lo que hay en el hombre. Si el Espíritu de
Dios trae a tu mente una palabra del Señor que te hiere, con seguridad
hay algo en ti que él quiere herir de muerte".2
Y es posible que Dios persevere en ese proceso de purificación du-
rante un largo tiempo. "Dios me ha mostrado que él dio a los suyos un
cáliz de amargura a fin de limpiarlos y purificarlos. Es un trago muy
amargo, pero ellos pueden amargarlo todavía más con sus murmura-
ciones, quejas y lamentos. Quienes no lo reciban habrán de beber otro

2 Oswald Chambers, En pos de lo supremo (Barcelona: Editorial Clie, 2019), lectura del 27 de
septiembre.
24 • En el c r iso l c o n Cr ist o

trago, porque el primero no hizo en su carácter el efecto asignado, y


si el segundo tampoco les aprovecha, habrán de ir bebiendo otro y
otro, hasta que cumpla su efecto, o serán dejados sucios e impuros de
corazón. Vi que el amargo cáliz puede dulcificarse con la paciencia,
la resignación y la oración, y que producirá en el corazón de quienes
así lo reciban el efecto que le fue asignado, con lo cual Dios quedará
honrado y glorificado"3
Dios anhela que seamos puros. Malaquías reflexiona en este ele-
vado propósito. "Y se sentará para afinar y limpiar la plata; porque
limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y
traerán á Jehová ofrenda con justicia" (Mal. 3:3).
Por tanto, no te sorprendas por el dolor que sufres al pasar por el
crisol, ni te desanimes. Dios todavía tiene planes para ti. Recuerda que
el propósito del crisol es que reflejemos la justicia de nuestro Padre.
4. No te sorprendas por el sufrimiento, si Dios está podán-
dote para que lleves mucho más fruto. "Toda rama que en mí no
da fruto, la corta; pero toda rama que da fruto la poda para que dé
más fruto todavía" (Juan 15:2, NVI).
El doloroso proceso de poda que se ilustra en Juan 15:1 al 5 es ex-
tremadamente importante para la maduración del carácter cristiano.
Es posible que no hayamos pecado en una forma específica de la que
seamos totalmente conscientes, pero, como pecadores, sabemos que
seguimos siendo débiles en la fe y la confianza que debemos tener
en Dios. Y esto hace que todas las otras gracias espirituales que Dios
anhela darnos nos lleguen en calidad y fortaleza limitadas.
En su excelente libro, Secrets of the Vine [Secretos de la vid],
Bruce Wilkinson identificó una extraña paradoja cuando escribió:
"¿Estás pidiendo las superabundantes bendiciones de Dios y supli-
cándole que te haga más semejante a su Hijo? Si es así, entonces
estás pidiendo las tijeras podadoras".4
Una vez, estaba explicando la idea de que a veces Dios mismo
nos guía por caminos difíciles y nos lleva a situaciones dolorosas, a
una dama que me visitaba. Ella me miró horrorizada:
-No puedo creer que Dios haga algo así -exclamó.
Estaba completamente convencida de que yo estaba atribuyén-
dole algo terrible al carácter de Dios.
¿Así que Dios nos causa dolor?

3 Elena G. de White, Primeros escritos (Doral, Florida: IADPA, 2010), p. 70.


4 Bruce Wilkinson, Secrets of the Vine (Sisters, Oreg.: Multnomah Publishers, 2001), p. 60.
2. Los crisoles venideros • 25
Charles Stanley contesta:: "La cómoda, pero teológicamente in-
correcta, respuesta es no. Te encontrarás con muchas personas que
predican y enseñan que Dios nunca envía tormentas a la vida de
una persona, pero esa posición no puede justificarse con las Escri-
turas. La Biblia enseña que Dios envía adversidades, pero dentro de
ciertos parámetros, y siempre por una razón que tiene que ver con
nuestro crecimiento, perfeccionamiento y bien eterno"5
Considera el aguijón de Pablo. "Y para que la grandeza de las
revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un agui-
jón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee para
que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he
rogado al Señor, que lo quite de mí" (2 Cor. 12:7, 8). Nota que Pablo
dice que el doloroso "aguijón" le "fue dado". Él lo considera "un
mensajero de Satanás"; y, sin embargo, considera que debía cumplir
un propósito santo, pues Dios permitió el aguijón para mantenerlo
humilde.
Pero ¿qué era este aguijón? Elena G. de White hace notar que era
su problema de la vista. "[Pablo] llevaría por siempre consigo en el
cuerpo las marcas de la gloria de Cristo, en sus ojos, que habían
sido cegados por la luz celestial".6 Si es así, encuentro muy tentador
especular que, quizá, este problema de la vista le haya sobreveni-
do cuando quedó ciego temporalmente por haber visto a Jesús en
el camino a Damasco. En la misma forma en que Jacob luchó con
Jesús durante la noche y recibió su bendición y, no obstante, siguió
soportando una cojera después de la lucha (Gén. 32: 31), podría ser
que, para incrementar el impacto de su testimonio, Pablo llevara
un constante recordatorio dentro de sí mismo de que, a menos que
pudiera ver a Cristo claramente, él y todos aquellos a quienes minis-
traba permanecerían en tinieblas espirituales. Por supuesto, esto no
es más que una especulación. Lo que sabemos con seguridad es que,
en su providencia, Dios permitió que Pablo soportara un problema
físico para su bendición espiritual.
En lo que a mí respecta, esa ha sido mi experiencia. Desde los 27
años, he tenido que usar un marcapasos, porque mi corazón está dé-
bil. Durante los años transcurridos desde entonces, la lección abru-
madora que Dios me ha estado enseñando es la total dependencia

5Charles Stanley, Advancing Through Adversity (Nashville: Thomas Nelson, 1997), version elec-
trónica.
6 Elena G. de White, Conflicto y valor (Buenos Aires, Argentina: ACES, 1970), p. 340.
26 • En el c r iso l c o n Cr ist o

de su poder en mi trabajo para él. Personalmente, estoy convencido


de que, si bien Dios podría haberme sanado permanentemente, ha
permitido que este problema físico permanezca para enfatizar esta
lección espiritual. Porque, sin mi Fuente de energía externa, no soy
nada.
De modo que, cuando Dios permite que pasemos por el crisol
de la maduración, es bueno recordar la promesa que Dios le hizo
a Pablo: "Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la
debilidad" (2 Cor. 12:7).
Estas extrañas providencias de Dios para nuestra maduración se
puede comprender mejor en esta declaración de Elena G. de White:
"El que lee en los corazones de los hombres conoce sus caracteres
mejor que ellos mismos. Él ve que algunos tienen facultades y apti-
tudes que, bien dirigidas, pueden ser aprovechadas en él adelanto
de la obra de Dios. Su providencia los coloca en diferentes situacio-
nes y variadas circunstancias para que descubran en su carácter los
defectos que permanecían ocultos a su conocimiento. Les da opor-
tunidad para enmendar estos defectos y prepararse para servirle.
Muchas veces permite que el fuego de la aflicción los alcance para
purificarlos".1
Así que, no es porque hayamos hecho algo malo que el Padre
permite que pasemos por el crisol, sino porque somos débiles, y
Dios quiere que florezcamos y maduremos más allá de nuestros
más descabellados sueños.

Conclusión
Como hemos visto, podemos pasar por el crisol por diferentes ra-
zones. No podemos extendernos en todas ellas, pero cuando avance-
mos nos enfocaremos en algunos crisoles particulares que Dios usa
para hacernos más útiles para él y para su Reino. Para el cristiano, la
vida, por necesidad, tendrá que pasar por el crisol. Charles Swindoll
no nos deja ninguna duda: "Alguien lo dijo de esta manera: 'Quien-
quiera que desee caminar con Dios camina derecho hacia el crisol'.

‘Elena G. de White, El ministerio de curación (Doral, Florida: IADPA, 2011), p. 338.


2. Los crisoles venideros 27
Todo aquel que elige la vida piadosa vive en un crisol. La prueba
sobrevendrá".7
Nuestro desafío es que, cuando lleguen estas pruebas, no seamos
tentados a desanimamos y a perder la esperanza. Cómo podemos
aprender a lograr esto es el tema del resto de este libro.

Padre:
Me siento temeroso con el pensamiento
de que el dolor es parte de tu santo propósito.
Parece ser una contradicción de todo.
Abre mis ojos para que yo pueda
entender tus propósitos y tus métodos.
Y concédeme el valor para seguirte, sin importarme el costo.
En el nombre de Jesús, amén.

7 Charles Swindoll, Afoses, Great Lives from God’s Word (Nashville: Word Publishing Company,
1999), p. 285,
3
La jaula del pájaro

“Y Jehová iba delante de ellos de día en


una columna de nube ara guiarlos
por el camino (Lxo. 13:21).

n el famoso libro El león, la bruja y el ropero, de C. 8. Lewis,


el señor Castor les habla a los niños, que acababan de salir
del ropero y entrado al Reino de Namia, acerca de su rey, As-
lan.
Para asombro de los niños; el señor Castor les reveló que su rey
es, en realidad, un león.
-Oh -exclamó Susana-, pensé que era un hombre. Y él... ¿se pue-
de confiar en él? Creó que me sentiré bastante nerviosa al conocer
a un león.
-¿Peligroso? -dijo el Castor-. ¿No oyeron lo que les dijo la señora
Castora? ¿Quién ha dicho algo sobre peligro? ¡Por supuesto que es
peligroso! Pero es bueno.1
El señor Castor destaca la lucha que todos afrontamos cuando, a
veces, Dios nos parece bueno y peligroso al mismo tiempo. Con fre-
cuencia, sentimos que, para que Dios sea un Dios bueno, tiene que
ser también comprensible y predecible. En otras palabras, necesita
ser "seguro".

1C. S. Lewis, El león, la bruja y el ropero (Nueva York: Harper Trophy, 2002), p. 83.
30 • En el c r iso l c o n Cr ist o

Pero, como seguramente ya habrás descubierto, Dios no siempre


es comprensible, y raramente es predecible. Así es, especialmente,
cuando se relaciona con nuestro sufrimiento.
Es posible que te sientas tentado a interrumpirme para decirme
que el sufrimiento no es parte del plan de Dios para nuestra vida y,
ciertamente, no es parte de su plan redentor para nosotros. Pero yo
no creo que sea tan sencillo como eso.
Abróchate bien el cinturón y siéntate cómodamente, porque en
este capítulo vamos a tratar algunos asuntos difíciles, y querrás pen-
sar y reflexionar cuidadosamente mientras continuamos.

Hablemos francamente
acerca de la dolorosa disciplina
En el capítulo 1, consideramos el contexto general del sufrimien-
to, a través de los lentes del Salmo 23. Luego, en el capítulo 2, comen-
zamos a enfocar más cuidadosamente las razones específicas para
dicho sufrimiento. En este capítulo y, de hecho, en el resto del libro,
vamos a tratar de comprender esos períodos de sufrimiento que Dios
utiliza para ayudamos en nuestra maduración espiritual.
Es posible que esto suene como una contradicción. ¿En verdad
ayudan el dolor y el sufrimiento a alcanzar la madurez espiritual? Y,
más específicamente, ¿tiene Dios una participación directa en esto?
Mientras que el Salmo 23 da un contexto general para el sufri-
miento en la vida del cristiano, Hebreos 12 nos da una visión gene-
ral del sufrimiento que Dios utiliza para nuestro desarrollo espiri-
tual. Hebreos dice que este tipo de sufrimiento es el resultado de la
"disciplina" de Dios, palabra que utiliza para explicar la enseñanza
o entrenamiento que el Señor utiliza para nuestro bien.
Por lo tanto, hagamos una rápida consideración de Hebreos 12.
Consideraremos seis principios que nos dan el marco de referencia
para comprender la dolorosa disciplina que Dios permite para nues-
tro crecimiento espiritual.
1. El sufrimiento, bajo la disciplina de Dios, nunca carece
de sentido. León Morris hace notar que, si bien todos sufrimos,
y el sufrimiento no es placentero, "nunca es tan malo cuando lo
consideramos significativo".2 Luego Morris señala que el autor de

2 León Morris, Hebrews, The Expositor’s Bible Commentary, t 12 (Grand Rapids, MI: Zondervan,
1996), p. 136.
3. La jaula del pájaro *31
Hebreos ha demostrado que Jesús sufrió y perseveró a causa del gran
significado que tenía su sufrimiento: la redención del mundo. En
realidad, "por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospre-
ciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios" (vers. 2).
Lo que Pablo se propone, al presentar esta idea, debería ser claro
para sus lectores, como nosotros, que tenemos la tendencia a pensar
que nuestro sufrimiento es casual y sin objetivos y que quizá hemos
olvidado "las palabras de aliento" (vers. 5, NVI). Pablo nos encarga
a todos: "Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de peca-
dores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta
desmayar" (vers. 3). Cuando las cosas se ponen difíciles, Pablo nos
señala a Jesús. Jesús venció el sufrimiento porque tenía la convic-
ción de que, cuando el Padre lo permite, siempre es para gloria de
Dios y para nuestro bien. Pablo quiere asegurarnos que nuestro su-
frimiento bajo la disciplina de Dios tiene un propósito tan elevado
como lo tuvo en la vida de Jesús. Por lo tanto, no te des por vencido
solo porque todavía no puedes ver el propósito de Dios.
2. El sufrimiento como resultado de la disciplina de Dios
es una evidencia de que él está muy cerca de nosotros y no de
que nos ha abandonado. "Hijo mío, no menosprecies la discipli-
na del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el
Señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si
soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo
es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin discipli-
na, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos,
y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que
nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos
mucho mejor al Padre de los espíritus y viviremos?" (vers. 5-9).
Pablo quiere ser claro. Por supuesto, ¡nuestro Padre va a trabajar
con nosotros, a entrenarnos y a moldearnos! Si no estuviera preo-
cupado por nuestra salvación, hace tiempo que Dios habría perdido
interés en nosotros. Sin embargo, su intervención personal, aunque
dolorosa, en nuestra vida, es porque no quiere abandonarnos tan
fácilmente.
3. Nuestra capacidad para madurar espiritualmente bajo
la disciplina de Dios depende de cómo decidimos visualizar
nuestro sufrimiento. "Si soportáis la disciplina, Dios os trata
como a hijos" (vers. 7a). Nota cuidadosamente lo que Pablo está
diciendo. Cuando surjan las dificultades, considera que estás bajo
la disciplina de Dios. En otras palabras, no murmures, ni te quejes,
diciendo que la vida es injusta. Por supuesto que la vida es injusta,
32 • En el c r iso l c o n Cr ist o

porque Satanás está obrando. Pero, como Dios todavía es soberano


en el mundo, podemos estar seguros de que conoce y está interesado
en nuestros problemas, y que él los transformará a su debido tiem-
po. Pero, tenemos que confiar en Dios en este asunto. No funcionará
si abandonamos nuestra fe como si fuera un ladrillo caliente y luego
damos vueltas alrededor de nosotros mismos llenos de compasión
propia.
4. El propósito final de la disciplina de Dios es el mismo
de siempre: que reflejemos su carácter. "En efecto, nuestros pa-
dres nos disciplinaban por un breve tiempo, como mejor les parecía;
pero Dios lo hace para nuestro bien, a fin de que participemos de
su santidad" (vers. 10, NVI). El objetivo es compartir la santidad de
Dios, es decir, su carácter. Sin embargo, si hemos de perseverar en
el discipulado, la santidad de Dios no solo debe ser atractiva para
nosotros como una motivación para la vida, sino también debe ser
el motivo principal que nos impulse.
5. No hay atajos para escapar del dolor de la disciplina de
Dios. Desearía que esto no fuera cierto. Pero, Pablo es bien sincero:
"Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de
gozo sino de tristeza" (vers. lia). No podemos evitar el dolor que
produce la disciplina de Dios. Pero el dolor que siento no procede
de Dios, sino de mi interior. El dolor que experimento en las ma-
nos de Dios es siempre el dolor por mi indisposición o incapacidad
para abandonar el pecado que está profundamente arraigado en mi
interior.
6. Las bendiciones de la disciplina de Dios llegarán a ser
notables, pero tardías. "Pero después da fruto apacible de justicia
a los que en ella han sido ejercitados" (vers. 11b). Note que Pablo
coloca las bendiciones de justicia y paz en el futuro. Él nos asegura
que las bendiciones vendrán, pero no necesariamente hoy. Mien-
tras tanto, hemos de perseverar aunque no comprendamos todo
completamente.

Dios, ¿solo "permite" el sufrimiento?


Ahora, llevemos nuestro estudio un paso más hacia delante. Una
cosa es creer que Dios puede usar el sufrimiento para transformar
los efectos de la obra de Satanás en nuestra vida. Pero, ¿disciplina
Dios a sus hijos guiándolos deliberadamente a lugares donde sabe
con certeza que afrontarán grandes luchas y experimentarán dolor?
3. La jaula del pájaro • 33
Elena G. de White ciertamente pensaba que así era. En el siguien-
te pasaje, compara a nuestro Padre con el dueño de un pájaro al que
quiere enseñar a cantar: "En la plena luz del día, y al oír la música
de otras voces, el pájaro enjaulado no cantará lo que su amo procura
enseñarle. Aprende un poquito de esto, un trino de aquello, pero
nunca una melodía entera y definida. Cubre el amo la jaula, y la
pone donde el pájaro no oiga más que el canto que.ha de aprender.
En la oscuridad lo ensaya y vuelve a ensayar hasta que lo sabe, y
prorrumpe en perfecta melodía. Después el pájaro es sacado de la
oscuridad, y en adelante cantará aquel mismo canto en plena luz.
Así trata Dios a sus hij os. Tiene un canto que enseñarnos, y cuando
lo hayamos aprendido entre las sombras de la aflicción, podremos
cantarlo perpetuamente". 3
¿Puedes confiar en un Dios tan "inseguro" como este?
Sin embargo, es posible que todavía estés inquieto por la idea
de que Dios actúe así. Por lo tanto, consideremos algunos crisoles
más de la disciplina de Dios, a los que él dirige personalmente a sus
hijos.
I. Dios condujo a Israel al crisol para madurar su conoci-
miento y su confianza en él. ¿Recuerdas quién guiaba constan-
temente a los israelitas cuando escaparon de Egipto? ¿Era Moisés
quien estaba a la cabeza de las columnas del pueblo de Dios? No.
Era Dios. Jesús estaba en la columna de nube que los guiaba por el
camino. "Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de
nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de
fuego para alumbrarles. A fin de que anduviesen de día y de noche"
(Éxo. 13:21).
Dios está dirigiendo a su pueblo a través del calor abrasador.
¿Puedes ver, o comprender, hacia dónde se dirige? El viaje co-
menzó cuando Jesús (oculto dentro de una nube, ¿recuerdas?) con-
dujo a su pueblo hacia una trampa: el Mar Rojo estaba enfrente, las
montañas se elevaban como torres a ambos lados, y el poderoso
ejército egipcio se acercaba a toda velocidad por la retaguardia.
¿Crees que el pueblo tenía miedo? Estamos absolutamente segu-
ros de que el pueblo estaba totalmente aterrorizado:
"Y cuando Faraón se hubo acercado, los hijos de Israel alzaron
sus ojos, y he aquí que los egipcios venían tras ellos; por lo que los
hijos de Israel temieron en gran manera y clamaron a Jehová. Y di-
jeron a Moisés: ¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado

3 Elena G. de White, El ministerio de curación, p. 339


34 • En el c r iso l c o n Cr ist o

para que muramos en el desierto? ¿Por qué has hecho así con noso-
tros, que nos has sacado de Egipto? ¿No es esto lo que te hablamos
en Egipto, diciendo: Déjanos servir a los egipcios? Porque mejor nos
fuera servir a los egipcios, que morir nosotros en el desierto" (Éxo.
14:10-12).
Si Dios es un pastor tan amante y bueno, como dice ser, ¿por qué
los condujo a una situación donde sabía que sus hijos estarían su-
mamente aterrorizados? ¿Les harías lo mismo a tus hijos?
Aunque lo que Dios hizo le causó a su pueblo una aflicción tem-
poral, los beneficios que tuvieron al fin demostraron que toda aque-
lla experiencia había valido la pena. Dios le había prometido a Moi-
sés con respecto a los esclavos recién libertados: "Y yo endureceré el
corazón de Faraón para que los siga; y seré glorificado en Faraón y en
todo su ejército, y sabrán los egipcios que yo soy Jehová" (Éxo. 14:4).
Dios, para su propia gloria, creó una situación en la que su salva-
ción se convertiría en noticia internacional, y su pueblo cosecharía
los buenos resultados. Como Rahab dijo a los espías muchos años
más tarde: "Porque hemos oído que Jehová hizo secar el Mar Rojo
delante de vosotros cuando salisteis de Egipto Oyendo esto, ha
desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más aliento en hombre
alguno por causa de vosotros, porque Jehová vuestro Dios es Dios
arriba en los cielos y abajo en la tierra" (Jos. 2:10, 11).
Así que, por la confianza que Moisés tenía en Dios, replicó a la te-
merosa muchedumbre que temblaba a la orilla del mar: "No temáis;
estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros;
porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre
los veréis" (Éxo. 14:13).
Después de dejar el Mar Rojo, los israelitas marcharon durante
tres días por el desierto de Shur sin hallar agua, pero no vagaban
sin rumbo; Dios los dirigió, desde la columna de nube y de fuego;
derechito hasta Mara.
¿Mara? ¿No sabía Dios que había un problema con la provisión
de agua en aquel lugar? ¿No sabía Dios que sus hijos estarían agobia-
dos por el calor, la sed y el cansancio, y que se irritarían profunda-
mente al hallar aguas amargas que no se podían beber? ¿No era una
respuesta natural y comprensible?
Por supuesto que era una respuesta natural. Y esta respuesta na-
tural era la que Dios estaba tratando de transformar. Dios los puso
en aquella difícil situación a propósito. Como escribió Moisés: "Allí
los probó" (Éxo. 15:25).
3. La jaula del pájaro *35
Durante todas sus peregrinaciones por el desierto y, de hecho,
durante toda la historia de Israel, Dios mismo los condujo a circuns-
tancias difíciles, por lo general dolorosas, para probarlos, para ver
si ya habían aprendido a confiar en él, y a sentir la necesidad que
tenían de su gran salvación. Yo sugeriría que Dios obra exactamente
de la misma manera con nosotros hoy.
2. Dios condujo a Jesús al crisol para que pudiera minis-
trar a otros. Lucas dice que, al comienzo del ministerio de Jesús,
el Espíritu Santo lo llevó al desierto para ser tentado por Satanás:
"Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por
el Espíritu al desierto por cuarenta días, y era tentado por el diablo.
Y no comió nada en aquellos cuarenta días, pasados los cuales, tuvo
hambre" (Luc. 4:1, 2).
¿Cometió el Espíritu Santo un error? ¿No sabía el Espíritu Santo
que Satanás le iba a poner una emboscada a Jesús?
No fue la única vez que Jesús sufrió. El autor de Hebreos dice que
fue necesario que Jesús padeciera tal sufrimiento para que pudiera
cumplir su misión: "Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo
ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar
de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente" (Heb. 5:7).
Isaías describe ese sufrimiento en forma lisa y llana: "Angustiado él,
y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero;
y como oveja delante de sus trasqúiladores, enmudeció, y no abrió
su boca [...]. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a
padecimiento" (Isa. 53:7, 10).
Como se infiere de este último texto: "La misión de Cristo podía
cumplirse únicamente por medio de padecimientos".4 De la misma
forma, quizá también la misión que Dios nos ha dado a nosotros
solo pueda cumplirse por medio del sufrimiento.
Es. muy importante que recordemos que el sufrimiento en las
manos de Dios no se hace necesario porque hayamos tomado un ca-
mino equivocado. "No deberíamos desanimarnos cuando nos asal-
ta la tentación. Muchas veces, al encontrarnos en situación penosa,
dudamos de que el Espíritu de Dios nos haya estado guiando. Pero
fue la dirección del Espíritu la que llevó a Jesús al desierto, para ser
tentado por Satanás. Cuando Dios nos somete a una prueba, tiene
un fin que lograr para nuestro bien".5

4 Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes (Doral, Florida: IADPA, 2007), cap. 13, p.
108.
Ibid., p. 107.
36 • En el c r iso l c o n Cr ist o

3. Dios condujo a la iglesia primitiva al crisol para madurar


su fe. Lo mismo ocurrió con la iglesia primitiva. Escribiendo a quienes
habían sido esparcidos por lo que hoy es Turquía, Pedro explica: "Para
que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual
aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria
y honra cuando sea manifestado Jesucristo" (1 Ped. 1:7).
Nota que Pedro dice que las pruebas les ocurrieron para que su fe
fuera purificada como el oro. Dios no es la fuente del dolor, pero guía los
eventos para utilizarlos con un propósito santo.
Este propósito se enfoca en la fe. Pedro dice que la fe de aquellos
cristianos era "más preciosa que el oro". Del mismo modo que el oro es
purificado en el fuego, así la fe de ellos sería purificada mediante el dolor
y el sufrimiento, y "hallada en alabanza, gloria y honra". El resultado de
ese tipo de fe es doble. La fe refinada los conservaría fuertes y valerosos;
pero, como dice el texto, tal fe resultaría en alabanza, gloria y honra para
Dios cuando Jesucristo fuera "manifestado". La fe que madura en medio
del sufrimiento de la actualidad resultará en gloria y honra para Jesús,
cuando venga en las nubes del cielo. Imagine a Jesús viniendo en las
nubes del cielo, y los seres no caídos de todo el Universo cantando las
alabanzas de Dios. Cantan porque ven seres humanos levantarse de la
tierra, que resistieron fielmente la tentación a traicionar a Dios, y señalan
a Jesús como el único que hizo posible tal victoria.
Dios está buscando fe germina, pero esa fe se obtiene igual que el
oro genuino. Se logra bajo alta presión, con fuego, exactamente como el
crisol.
4. Dios dirigió a los pioneros adventistas directo hacia el crisol
para purificar los motivos de su pueblo. Dios no abandonó el méto-
do que usó para purificar a su pueblo hace dos mil años. ¿No fue Dios
mismo el que guio a los pioneros adventistas al más profundo chasco?
Los adventistas siempre se han visto a ellos mismos en los eventos de
Apocalipsis 10:9 al 11, que creen se refiere a la comprensión que tenían
los pioneros adventistas de una de las profecías del libro de Daniel. Este
error los condujo a lo que se conoce como el Gran Chasco. "Y fui al án-
gel, diciéndole que me diese el librito. Y él me dijo: Toma, y cómelo; y te
amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel. Entonces
tomé el librito de la mano del ángel, y lo comí; y era dulce en mi boca
como la miel, pero cuando lo hube comido, amargó mi vientre. Y él me
dijo: Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos, nacio-
nes, lenguas y reyes".
Elena G. de White describe lo que ocurrió: "Vi a los hijos de Dios que
esperaban con gozo a su Señor. Pero Dios quería probarlos. Su mano
3. La jaula del pájaro • 37
ocultó un error cometido al computar los períodos proféticos".6
Sin embargo, si bien fueron ciertamente los pioneros quienes
comprendieron mal las profecías, ella dice que fue Dios quien pro-
longó la perplejidad y desconcierto de ellos.
Esto es difícil de comprender, y muestra una vez más el riesgo
que Dios corre de ser mal comprendido. Y ciertamente fue mal com-
prendido por algunos en ese tiempo: "Muchos de los creyentes ad-
ventistas claudicaron de su fe en el período de duda e incertidumbre
que siguió al chasco. Se introdujeron disensiones y divisiones. Por
escrito y verbalmente, la mayoría se opuso a los pocos que, guiados
por la providencia de Dios, recibieron la reforma del día de reposo
y comenzaron a proclamar el mensaje del tercer ángel. Muchos que
deberían haber dedicado su tiempo y sus talentos al único propósi-
to de hacer resonar la advertencia por el mundo quedaron absorbi-
dos en su oposición a la verdad del sábado; a su vez, el trabajo de los
defensores necesariamente se empleó en contestar a esos oponentes
y defender la verdad. Así se estorbó la obra y el mundo fue dejado
en tinieblas".7
Este crisol logró su propósito. Dios había refinado su pueblo para
ver quién estaba verdaderamente consagrado. El grupo era menor,
pero más fuerte. Estaban listos para aceptar el siguiente mensaje de
Dios, que compartieron ansiosamente con el mundo.

Y, ¿ qué sucede en la actualidad?


Hemos considerado brevemente cuatro ejemplos de la obra de
Dios en la historia. Pero, ¿qué en cuanto a la actualidad?
Es exactamente lo mismo. "Pero en la antigüedad Dios condujo
a su pueblo a Refidim, y puede decidir guiarnos allí también, para
probar nuestra lealtad. El no siempre nos lleva a lugares placenteros.
Si lo hiciera, en nuestra autosuficiencia olvidaríamos que él es nues-
tro Ayudador. Él anhela manifestarse a nosotros y revelar las abun-
dantes provisiones que están a nuestra disposición, y permite que
nos sobrevengan pruebas y desilusiones para que comprendamos
nuestra necesidad y aprendamos a clamar a él en busca de ayuda.
Él puede hacer que fluyan refrescantes corrientes de agua de la dura
roca. Jamás sabremos, hasta que veamos cara a cara a Dios, cuando

6 Elena G. de White, Primeros escritos, p. 283- 284.


7 White, Mensajes selectos, 11, p. 81.
38 • En el c r iso l c o n Cr ist o

veremos como somos conocidos, cuántas cargas ha llevado él por


nosotros, y cuántas cargas habría estado contento de llevar si, con
una fe infantil, se las hubiéramos llevado"8

Soportando en el crisol
Para aprender a soportar el crisol, será útil que tomemos en cuen-
ta un proceso de tres pasos que con frecuencia siguen a la aflicción
en el crisol del Pastor.
1. Examen. Este es un tiempo de prueba. Cuando Israel llegó al
Mar Rojo, ¿creerían que Dios todavía era bueno? ¿Todavía los estaba
guiando? Lo mismo ocurrió con los que padecieron el Gran Chasco.
Muchos se quejaron contra Dios y se negaron a seguir adelante, pero
otros siguieron confiando. ¿Diremos nosotros "aunque él me mata-
re, en él esperaré" (Job 13:15) o no? Será un tiempo cuando nues-
tros motivos y nuestras ambiciones serán examinados y llegaremos
a tener un claro conocimiento de nosotros mismos. Será el tiempo
cuando nuestra lucha por la comunión con Dios será crítica para
nuestra supervivencia espiritual.
2. Revelación. En Mara, Dios demostró su interés y su cuida-
do hacia ellos cuando las aguas finalmente se volvieron dulces; y
los primeros adventistas reconocieron que Dios estaba allí todavía
cuando quitó su mano para que vieran el error, y una nueva y glo-
riosa luz los inundó. Pero, del mismo modo que Jacob se aferró a la
bendición, esto solo les ocurre a aquellos que se aterran a Dios. No
importa cuán duro sea el examen, no importa cuán oscuro haya
sido el valle, la luz vendrá.
3. Una nueva orientación. Esta es la hora de la verdad. ¿Apren-
deremos de lo que Dios nos ha revelado o seguiremos aferrados a lo
que antes pensábamos que era verdad? ¿O nos aferraremos a nues-
tros propios sueños y a nuestra propia visión de lo que es el camino
de la vida y no a lo que Dios ha dicho? ¿Aceptará Israel el cuida-
do de Dios aunque las cosas no parezcan estar saliendo como ellos
pensaban? ¿Tendrían los pioneros adventistas el valor para aceptar
sus errores con respecto a sus cálculos y para seguir predicando?
Cuando la luz viene es un llamado al ajuste, a ajustarnos a nosotros
mismos a la revelación de Dios.

Elena G. de White, “Refhidim”, Review and Herald, 7 de abril de 1903.


3. La jaula del pájaro • 39
¡Cuando lleguen esos tiempos, no te des por vencido! Como
George MacDonald concluye: "No hay palabras para expresar cuán-
to le debe nuestro mundo al 'dolor'. La mayoría de los Salmos fue-
ron concebidos en un desierto. La mayor parte del Nuevo Testamen-
to fue escrita en una prisión. Las mayores palabras de las Escrituras
divinas han pasado a través de grandes pruebas. Los mayores profe-
tas 'han aprendido en el sufrimiento lo que escribieron en sus li-
bros'. ¡Por lo tanto, tomen aliento, cristianos afligidos! Cuando
nuestro Dios está a punto de usar a una persona, permite que pase a
través de un crisol de fuego".

Padre:
Gracias por la seguridad de tu presencia.
Enséñame cómo soportar las pruebas.
Aunque yo me vea tentado a claudicar,
a alejarme de ti cuando las cosas van mal,
mámenme seguro en tus manos.
En el nombre de Jesús, amén.
4

Ver el rostro del Orfebre

“Por tanto, nosotros todos, mirando a


cara descubierta como en un espejo la glo-
ria del Señor, somos transformados de
gloria en gloria en la misma imagen, como
por el Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:18).

staba hablando a un grupo de pastores acerca del carácter en


Hla vida cristiana, cuando uno levantó la mano. Parecía un
poquito confuso al hacer su pregunta: "¿No cree que la pala-
Ing^f bra carácter está un poquito pasada de moda?".
kL
La pregunta me dejó un poco sorprendido. Nunca había pensado
que el carácter estuviera pasado de moda. Para mí, lejos de estar
pasada de moda, la palabra apenas estaba entrando en circulación.
Parece que en las últimas décadas la comprensión de lo que es
el carácter se ha vuelto confusa en nuestra forma de percibir las co-
sas. Russell Gough, profesor de Ética y Filosofía en la Universidad
Pepperdine y presidente de la Conferencia Anual sobre Edificación
del Carácter de la Casa Blanca, explica por qué. Dice que, desde los
tiempos de Heráclito, los presocráticos y Aristóteles, pasando por
todas las culturas, el concepto de carácter permaneció constante:
una combinación interrelacionada de nuestras posiciones éticas, há-
46 • En el c r iso l co n Cr ist o

Sin embargo, e increíblemente, este proceso de reflejar el carácter


de Jesús no se detendrá cuando él venga y seamos transformados
"en un abrir y cerrar de ojos". Porque "los que en este mundo andan
de acuerdo con las instrucciones de Cristo, llevarán consigo a las
mansiones celestiales toda adquisición divina. Y en el cielo mejora-
remos continuamente. Cuán importante es, pues, el desarrollo del
carácter en esta vida".7
2. Reflejar el carácter de Jesús es importante porque vindica
el honor de Dios ante el Universo. Este cuadro se ha convertido en
algo de creciente importancia para mí. Imagina la escena.
Es el momento en que la segunda venida de Cristo está a las puer-
tas. Todo el cielo ha sido convocado por el Padre y todo el Universo
está escuchando. Sentado en un trono cuya gloria ninguna cantidad
de palabras podría describir, está el Padre, rodeado por una multi-
tud de ángeles. Jesús está de pie cerca del trono. Desde muy lejos,
Satanás está a punto de oír las palabras que más ha temido escuchar.
El Padre se vuelve hacia el Hijo y señala una pequeña bola que gira
entre bandas blancas y azules. Sobre aquel pequeño globo está el
pueblo de Dios empeñado en la batalla final.
-Miren -les dice, mientras todos los que lo rodean escuchan
atentamente-. Hay una comunidad de personas que refleja mi ca-
rácter. Este es el momento para traerlos a casa.
En mi mente, imagino a Dios sentado al borde de su trono en este
momento. Lleno de emoción, no puede esperar para compartir las
buenas nuevas. En respuesta a las palabras del Padre, todo el cielo se
convierte en una colmena de actividad. El cumplimiento del plan de
salvación está, literalmente, a escasos minutos de producirse.
Desde el principio, Satanás ha proclamado que la forma en que
Dios se comporta es injusta. Desde el momento en que Satanás y
sus ángeles fueron echados del cielo, el Señor ha concedido mucho
tiempo para que el carácter del gran engañador se revele. Al prin-
cipio no estaba claro para muchos habitantes del Universo cómo
era exactamente Satanás. Pero, su carácter comenzó a manifestarse
poco a poco por medio de sus acciones y las del pueblo que decidió
seguirlo. De igual manera, el carácter de Dios comenzó a manifes-
tarse mediante aquellos que decidieron seguirlo.
Pedro describe la forma en que el pueblo fiel, bajo presión, de-
mostrará en forma convincente que Dios es digno de ser seguido.
Al describir las razones por las cuales las pruebas han abrumado al

7 Elena G. de White, Palabras de vida del gran Maestro (Doral, Florida: IADPA, 2019), cap. 25,
p. 271.
4. Ver el rostro del Orfebre • 47
pueblo de Dios, dice: "Para que sometida a prueba vuestra fe, mu-
cho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba
con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea ma-
nifestado Jesucristo" (1 Ped. 1:7).
¿Quién le dará alabanza, gloria y honra a Jesucristo cuando se
manifieste? ¿No es el Universo que ha seguido esta gran lucha du-
rante más de seis mil años? Por toda la superficie de la Tierra se ven
millares de personas que son elevadas en el aire. Han experimenta-
do las más terribles pruebas, pero no se han dado por vencidas. El
Universo ha contemplado, a través de las tinieblas de nuestro mun-
do, resplandecer los brillantes actos de fe, todo gracias a lo que Jesús
hizo. El Universo ya no puede contenerse. Tiene que alabar al Salva-
dor. Jesús ha salvado a su pueblo; pero, más importante aún, ha sal-
vado al Universo del peligro del retorno de la batalla por el pecado.
Yo creo que el pueblo fiel, que mantiene su fidelidad bajo pre-
sión, es la evidencia más convincente de que Dios es bueno, justo y
recto. Aunque Job no comprendía muchas cosas acerca de sus sufri-
mientos, tenía una importante convicción: "Mas él conoce mi cami-
no; me probará, y saldré como oro" (Job 23:10). Pero me pregunto si
Job habrá captado las implicaciones de su lealtad, que "su paciente
resistencia vindicó su propio carácter, y de ese modo el carácter de
Aquel de quien era representante"8
Me siento cada vez más convencido de que honrar a Dios es el ob-
jetivo más elevado de mi vida. Por eso, Elena G. de White creía que
"la obra más importante que puede efectuarse en nuestro mundo
es glorificar a Dios, viviendo de acuerdo con el carácter de Cristo".9
3. Reflejar el carácter de Dios es importante porque es el punto
focal del Remanente. He tratado de expresar los argumentos para
vivir el carácter de Cristo en nuestro mundo. Por supuesto, vivir el
carácter de Jesús ha sido siempre un argumento muy importante en
la vindicación del carácter de Dios. Pero, llevemos esta idea un poco
más lejos, considerando específicamente a aquellos que viven en el
tiempo del fin.
La conexión entre el fin del tiempo y el carácter se enfatiza en las
últimas enseñanzas de Jesús a sus discípulos antes de su muerte. En
Mateo 25, Jesús les cuenta a sus discípulos tres parábolas: las diez
vírgenes, los talentos, y las ovejas y los cabritos. Las tres parábolas
describen la forma en que hemos de vivir en el tiempo que precede

8 Elena G. de White, La educación (Doral, Florida: IADPA, 2013), p. 139.


9 Elena G. de White, Testimonios para la iglesia (Doral, Florida: IADPA, 2004), t. 6, p. 438.
48 * En el c r iso l c o n Cr ist o

a la venida de Jesús. En la primera de estas parábolas, las cinco vír-


genes fatuas no toman provisión extra de aceite mientras esperan
al esposo. Luego piden a las otras un poco de aceite extra, pero se
les niega. Mientras las cinco fatuas van a buscar más aceite, llega
el esposo y cierra la puerta. Cuando las fatuas regresan, tocan la
puerta, pero escuchan al esposo decir: "De cierto os digo que no os
conozco" (Mat. 25:12).
Con frecuencia, se dice que el aceite representa o simboliza al
Espíritu Santo, y que aquellos que no tengan al Espíritu Santo no
serán llevados al cielo cuando Jesús venga. Elena G. de White hace
una aplicación más específica: "En la parábola, las vírgenes necias
aparecen pidiendo aceite, sin que lo consigan. Esto es un símbo-
lo de los que no se han preparado desarrollando un carácter para
permanecer en el tiempo de crisis. Es como si fueran a sus. vecinos
y les dijeran: Deme su carácter o me perderé. Las que fueron sabias
no pudieron compartir su aceite con las lámparas vacilantes de las
vírgenes necias. El carácter no es transferable. No puede comprarse
ni venderse; debe adquirirse. El Señor ha dado a cada uno la opor-
tunidad de obtener un carácter recto mediante las horas de prueba;
pero no ha proporcionado un medio por el que un agente humano
pueda impartir a otro el carácter que ha desarrollado al pasar por
duras experiencias, aprendiendo lecciones del gran Maestro, con el
fin de que pueda manifestar paciencia en la prueba y ejercitar la fe
para que él puede remover montañas de imposibilidad".10
El libro de Daniel enfatiza la urgente necesidad de purificar el
carácter que tienen aquellos que viven en el tiempo del fin, cuando
se le dice al profeta: "Muchos serán limpios, y emblanquecidos y
purificados; los impíos procederán impíamente, y ninguno de los
impíos entenderá, pero los entendidos entenderán" (Dan. 12:10).
Y ¿cómo se purificará el pueblo de Dios que vive en el tiempo del
fin? Jesús nos da la respuesta en su consejo a la iglesia de Laodicea:
"Yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego" (Apoc.
3:18). Al final del tiempo, el pueblo de Dios será purificado median-
te el crisol.
4. Reflejar el carácter de Jesús es importante porque le da un
convincente testimonio contracultural al mundo. Vi una impor-
tante entrevista que le hicieron al renombrado profesor de Oxford,
y escritor mundialmente conocido, Richard Dawkins. Él atacaba lo
que le parecía ser una estupidez: Dios y el cristianismo.

10 Elena G. de White, Youth’s Instructor, 16 de enero de 1896.


4. Ver el rostro del Orfebre • 49
"La misma idea de la crucifixión [...] como redención de los pe-
cados de la humanidad es una idea verdaderamente molesta" dijo.
Continuó hablando acerca de "esa peligrosa cosa que es común al
judaismo y al cristianismo, el proceso de negación al pensamiento
que se llama fe". Luego, concluye: "No puedo ver por qué se cree que
la fe es una virtud".11
Lo que me sorprendió es que, a pesar de ser un distinguido pro-
fesor de una prestigiosa universidad, sus respuestas eran ilógicas y
prejuiciadas; sin embargo, se le dio el tiempo de mayor audiencia
para compartir sus extravagancias con toda la nación.
Había algo dentro de mí que se sentía verdaderamente celoso del
honor de Dios, pero comencé a preguntarme cómo podríamos com-
petir por los corazones y las mentes en nuestra cultura. Si fuéramos
a creer por las respuestas de los periódicos al día siguiente, parecería
que muchas personas estaban listas para apoyar sus ideas.
Creo que la respuesta es que no podemos competir por los cora-
zones y las mentes en nuestra cultura, al menos no en sus términos.
Pero Marshall McLuhan puede ayudarnos. Fue McLuhan quien acu-
ñó la frase "el medio es el mensaje", en la década de 1960. Y pienso
que los cristianos deben pensar mucho en eso en este tiempo. Pa-
rece que McLuhan está diciendo que la forma en que transmitimos
nuestro mensaje es tan importante, si no más, que lo que decimos.
Si aplicamos esto a la predicación del evangelio, significa que la for-
ma en que lo compartimos es, quizá, más importante que lo que
decimos. La conclusión es que, si las buenas nuevas de Jesús han de
tener efecto, deben ser, en primer lugar, auténticas. Y el evangelio se
vuelve auténtico por la forma en que lo vivimos, no simplemente
por lo que decimos.
En otras palabras, es nuestro carácter, o más bien, el carácter de
Jesús en nosotros, lo que marca la diferencia entre un testimonio
efectivo y uno vacío.
Quizás haya sido por esto que Elena G. de White escribió: "La
edificación del carácter es la obra más importante que jamás haya
sido confiada a los seres humanos, y nunca antes ha sido su estudio
diligente tan necesario como ahora. Las generaciones pasadas no tu-
vieron que enfrentarse a problemas tan trascendentales; nunca antes
se hallaron los jóvenes frente a peligros tan enormes como los que
tienen que arrostrar hoy".*12

nKastlijos, 25 de junio de 2006 [www.ruv.is].


12 Elena G. de White, La educación, p. 203-204.
50 • En el c r iso l c o n Cr ist o

Esto fue escrito en 1911, antes de las dos guerras mundiales, del
Holocausto, de Rwanda, de las Torres Gemelas, del tsunami asiáti-
co y del huracán Katrina. Si usted quiere compartir un testimonio
efectivo en medio de estas tinieblas, el carácter de Cristo en usted
ciertamente irradiará luz.
5. Reflejar el carácter de Jesús es importante porque es la más
elevada ambición de Dios para la comunidad de nuestra iglesia.
Una cosa es ser un individuo piadoso; otra muy diferente es ser pia-
doso en comunidad. Por lo tanto, estoy comenzando a creer que la
evidencia más convincente de la verdad de que el Padre es bueno,
justo y recto es cuando un grupo de personas, que puede ser que
no compartan nada naturalmente, y quienes a menudo se pongan
nerviosos cuando se tratan entre sí, se unen en amante unidad en la
comunidad cristiana que es la iglesia, algo que no puede atribuirse a
otra cosa que a la bondad y poder de Dios.
Pablo pone énfasis en la importancia de reflejar el carácter de
Jesús en comunidad en la Epístola a los Efesios. Él ha destacado
el hecho de que alcanzar la plenitud de Cristo es lo que el cuerpo
hace, como un proyecto común, con todos los dones espirituales
enfocados en ese propósito primordial. Como él dice: "Conforme al
propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, en quien
tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él;
por lo cual pido que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por
vosotros, las cuales son vuestra gloria" (Efe. 3:11-13).
Como Pablo acaba de mostrarnos, Jesús vendrá a buscar a su
cuerpo, no a una colección de partes de cuerpos desconectadas.
Nuestra comunidad, la iglesia, debe también tener el carácter de
Cristo, profundamente interiorizado en su ser. Entonces daremos
un testimonio auténtico. Cuando el resto del mundo se esté derrum-
bando, ¿de qué otra manera podría usted explicar que tan amplia
variedad de individuos, conservados unidos por el amor, no es una
manifestación del poder sobrenatural de Dios? ¿Quién sabe lo que
Dios podrá hacer con nosotros entonces? ¿Podría una comunidad
de testigos de ese tipo trastornar al mundo? Yo sé que eso ocurrió
en Pentecostés. Quizás haya llegado el tiempo de que esa gloriosa
posibilidad se convierta en una abrumadora realidad otra vez.

Una maleta de viaje casi vacía


Creo que, mientras esperamos la segunda venida de Cristo, el
asunto del carácter es crucial y urgente, porque es a causa de nuestro
4. Ver el rostro del Orfebre *51
carácter que somos reconocidos: "Cristo espera con un deseo anhe-
lante la manifestación de sí mismo en su iglesia. Cuando el carác-
ter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces
vendrá él para reclamarlos como suyos".13
Mientras continuamos estudiando este tema, no nos enredemos
discutiendo las dificultades teológicas que puede plantearnos la ex-
presión "Perfectamente reproducido", pues de otra manera corremos
el riesgo de poner a un lado la centralidad del carácter para el pueblo
de Dios. Reflejar el carácter de Jesús es demasiado importante como
para ser dejado de lado, porque un "carácter formado a la semejan-
za divina es el único tesoro que podemos llevar de este mundo al
venidero".14
La prioridad del carácter parece clara. Cuando nos dirijamos al
Hogar, solo habrá una cosa en nuestro equipaje.

Padre:
Anhelo reflejar tu carácter, hasta las partes más íntimas de mi ser.
Que mi vida sea un testimonio ante el Universo de quién eres tú.
Ayúdame a tener valor en este proceso, sabiendo que lo único que
realmente cuenta es que tú seas revelado y, por lo tanto, glorificado
a través de mí.
En el nombre de Jesús, amén.

13 Elena G. de White, Palabras de vida del gran Maestro, p. 48.


14 Ibid., p. 271.
5
Calor extremo

“Pero el Señor quiso quebrantarlo


y hacerlo sufrir” (Isa. 53:10, NVI).

ra lunes 15, por la mañana. Terribles motines raciales explo-


taron alrededor de nuestra casa y en todo Colombo, la capi-
tal de Sri Lanka. En la carretera que pasa al lado del complejo
habitacional y de oficinas de nuestra Misión, el espectáculo
era aterrador. Muchos vieron cómo partieron en varios pedazos, a
machetazos, a un anciano de setenta años. El mismo día, uno de mis
amigos vio que un gran grupo de gente era obligada a saltar desde
techos y azoteas hacia enormes fogatas encendidas en las calles. Otro
amigo se escondió con su familia en el baño mientras la multitud
entraba en su casa y destrozaba todo lo que hallaba. Escaparon mila-
grosamente.
Al otro lado de la ciudad vivía un pastor llamado Oevadas, nom-
bre que significa "siervo de Dios". Era miembro de la minoría racial,
así que él y su familia se convirtieron instantáneamente en objetivos
de guerra.
La multitud sabía donde vivía Oevadas y se dirigió hacia su casa.
Oevadas también estaba en la calle y, sabiendo lo que iba a ocurrir,
corrió hacia su casa. Dejando a un lado la calle principal, tomó un
callejón que se abría a un patio amurallado que unía dos casas. Él
y su esposa, embarazada, vivían en una de las casas, y la dueña de
ambas casas, que le rentaba una, vivía en la otra.
54 • En el c r iso l c o n Cr ist o

Como ella era miembro de la mayoría racial, se sentía segura,


así que le suplicaron que los escondiera. Ella los llevó rápidamente
hacia su casa y los escondió bajo una cama. Acababan de esconderse
cuando llegó la multitud y empezaron a gritarle que saliera de su
casa.
La dueña de la casa le suplicó a la multitud que no dañara su pro-
piedad, así que en vez de observar a la multitud derribar la puerta,
la abrió con su llave. La multitud entró como una inundación, pero
como no encontraron a Devadas con su familia, comenzaron a sa-
quear la casa.
La motocicleta de Devadas, que usaba para su trabajo pastoral,
estaba estacionada frente a la puerta. Alguien estaba a punto de aga-
rrarla, cuando otro de la multitud gritó que había una máquina de
coser nueva sobre la mesa y que mejor deberían tomarla porque era
más fácil de llevar. Momentos más tarde, la multitud se fue.
Cuando la multitud se retiró, la dueña de la casa volvió, y Deva-
das y su familia salieron de debajo de la cama.
-Me siento muy contenta porque su motocicleta se salvó -co-
menzó diciendo la dueña de la casa-, pero siento decirles que la
máquina de coser nueva se la llevaron.
Devadas y su esposa se miraron sorprendidos.
-¿Máquina de coser? -preguntaron-. Nosotros no tenemos má-
quina de coser.
-Oh, sí -dijo la dueña de casa con sorpresa-, yo la vi puesta sobre
la mesa del comedor.
Pero no, ellos no poseían una máquina de coser.
Esta se ha convertido en mi historia favorita. Cada vez que pien-
so en ello, me lleno de gratitud por la bondad de Dios. (Aunque
mi padre siempre se ha preguntado si los ángeles les devolvieron la
máquina de coser).
Pero, ¿puedes imaginarte cómo se sintieron Devadas y su esposa?
¿Imaginas cómo se sintieron cuando quedaron atrapados al final del
callejón y luego bajo una cama, mientras una violenta multitud los
buscaba en su casa para matarlos? ¿Puedes imaginarte, por lo tanto,
cómo se sintieron cuando se dieron cuenta de que Dios había envia-
do a su ángel a protegerlos? ¿Puedes imaginarte cómo impacto esa
experiencia en su relación con Dios y su ministerio durante el resto
de su vida?
Pero, antes de aquellos sentimientos de gozo y gratitud experi-
mentaron muchas horas de terror.
5. Calor extremo • 55
Puede ser que el crisol de Dios se vuelva muy ardiente. El oro es
un metal blando, pero aun así necesita que el calor se eleve a 1,064
grados centígrados antes de fundirse. Si quieres separar el oro de la
escoria, lo puro de lo impuro, el crisol debe estar muy caliente.
Por supuesto, los ángeles que intervinieron en la historia de lle-
vadas podrían haber cegado a la multitud para que no encontrara
la entrada de la casa. Podrían haber arreglado las cosas para que
llevadas y su esposa estuvieran fuera de la ciudad aquel lunes por la
tarde. Pero, Dios permitió que escucharan a la multitud aullar y pi-
sar el suelo a escasos metros de distancia mientras ellos temblaban
bajo la cama.

Elevando la temperatura
Para la mayoría de nuestras preguntas, tendremos que esperar
hasta que lleguemos al cielo para que Dios nos diga por qué obró
como lo hizo. Pero, una cosa es clara: Dios nos permite experimen-
tar grandes presiones en el crisol porque anda en busca de personas
que tengan un carácter semejante al de Cristo y que estén dispuestas
a servir.
A. W. Tozer ciertamente creía esto acerca del servicio. Él decla-
ró, en cierta ocasión, que "es muy dudoso que Dios pueda ben-
decir grandemente a un hombre hasta que lo haya hecho sufrir
profundamente".1
Alian Redpath enfatiza esta idea, al decir que, "cuando Dios
quiere hacer una tarea imposible, toma a una persona imposible y la
tritura".12 Pero, ¿usa Dios su crisol para "moler" a las personas?
Es obvio que Isaías creía que así era cuando habló de la venida
del Mesías: "Pero el Señor quiso quebrantarlo y hacerlo sufrir" (Isa.
53:10, NVI).
Es posible que pienses que el de Jesús fue un caso especial. Pero,
la Biblia registra muchos ejemplos en los que se ve a Dios poner a sus
amados hijos en crisoles extremadamente calientes, y todavía eleva
los grados del calor. Considera las siguientes razones por las que
Dios sube los grados del calor del crisol de su pueblo, poniéndolo así
bajo presiones extremas.

1 A. W. Tozer, Roots of righteousness, cap. 39.


2 Citado por Gary Preston, Character Forged from Conflict: Staying connected to God During
Controversy,
The Pastor’s soul series (Minneapolis, Minnesota: Bethany House, 1999), p. 147.
56 • En el c r iso l con Cr ist o

1. Para mostrar la fidelidad de su pueblo como ejemplo y


aliento para otros. Cuando pensamos en sufrimientos extremos
en la Biblia, nuestra mente inmediatamente se vuelve hacia Job. Si
alguien ha sufrido en la vida, ese fue Job. Pero, ¿recuerdas cómo
comienza la historia? Cuando Satanás vino a visitar a Dios, el Señor
se volvió hacia el enemigo y le hizo una asombrosa pregunta: "¿Te
has puesto a pensar en mi siervo Job?" (Job 1:8). Un momento, por
favor. ¿Qué dijo Dios?
No fue Satanás quien llamó la atención de Dios sobre Job. Mien-
tras Job andaba en la Tierra, cumpliendo los deberes de la vida, Dios
se volvió a Satanás, le señaló a Job, y dijo: "¿Puedes ver a Job allá
abajo?".
Satanás respondió rápidamente: Job te sirve porque le conviene.
Le ha ido bien. Tú lo has rodeado con tu protección. "Pero extiende
la mano y quítale todo lo que posee, ¡a ver si no te maldice en tu
propia cara!". Dios le contestó a Satanás: "Muy bien, le contestó el
Señor. Todas sus posesiones están en tus manos, con la condición de
que a él no le pongas las manos encima" (Job 1:11, 12, NVI).
Puedes leer la historia en el libro de Job. Primero, unos bandidos
sabeos le roban todos sus bueyes y sus asnos. Después, el fuego des-
truye a sus ovejas. Luego, una partida de asaltantes caldeos le roba
sus camellos. Esto fue devastador, pero no tanto como la noticia de
que todos sus hijos y sus hijas habían muerto en una fiesta. "Señor,
esto es demasiado doloroso para soportarlo", debió de haber pensa-
do Job. Pero, lo peor estaba todavía por venir.
Job fue infectado con unas dolorosas llagas. Y luego tenemos a su
esposa y a un grupo de amigos, que no eran muy buenos para con-
solar y ayudar. "¿Todavía mantienes firme tu integridad? ¡Maldice a
Dios y muérete!" (Job 2:9, NVI).
Pero, bajo los múltiples ataques de Satanás, Job no maldijo a
Dios. Se mantuvo fiel hasta el final. Como consecuencia, la fidelidad
de Job ha inspirado y alentado a millones de hijos de Dios durante
miles de años.
2. Para lograr una gran transformación en un corto perío-
do de tiempo. En el capítulo 1, consideramos el sufrimiento de
José. Desde muy temprano en su vida, hay un interesante ejemplo
de cómo usa Dios un crisol muy caliente para producir una dramá-
tica transformación en un tiempo muy corto.
Elena G. de White revela que, en los primeros años de la vida de
José, las poco sabias acciones de su padre le habían producido signi-
ficativos defectos de carácter que necesitaban corrección. Dios logró
5. Calor extremo • 57
transformar aquellos defectos personales mediante la dura prueba
de ser lanzado en la cisterna y luego vendido como esclavo por sus
hermanos.
El período de transformación de la vida de José fue muy breve.
"Aprendió en pocas horas, lo que de otra manera le hubiera requeri-
do muchos años. Por fuerte y tierno que hubiera sido el cariño de su
padre, le había hecho daño por su parcialidad y complacencia. [...]
La experiencia de ese día fue el punto decisivo en la vida de José. Su
terrible calamidad lo transformó de un niño mimado a un hombre
reflexivo, valiente, y sereno".3
Un breve pero intenso tiempo en el crisol fue un paso esencial
en el camino que llevó a José a convertirse en gobernante de Egipto
y en salvador de su pueblo.
3. Para imprimir en nosotros verdades que debemos ense-
ñar después a los demás. "Aconteció después de estas cosas que
probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme
aquí"
Luego, dijo Dios: "Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien
amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre
uno de los montes que yo te diré" (Gén. 22:1, 2). Hagamos un aná-
lisis de esta conversación. ¿Le pidió Dios en realidad a Abraham que
matara a su hijo? Sí, lo hizo. ¿Se proponía Dios en realidad que él
matara a su hijo? Bueno, realmente, no.
¿Sabía Abraham que en realidad Dios no quería que matara a su
hijo? No, no lo sabía. Y ese es el punto en cuestión.
Dios estaba calentando el crisol al rojo vivo. A fin de que Abra-
ham experimentara plenamente la angustia de sacrificar a su único
hijo, esta prueba ocurrió en un tiempo específico, calculado para
causar el máximo impacto. Porque "Dios había reservado a Abra-
ham su última y más aflictiva prueba para el tiempo cuando la carga
de los años pesaba sobre él, cuando anhelaba descansar de la ansie-
dad y el trabajo".4
¿Qué se proponía Dios, entonces? "Dominado por la duda y la
angustia, se postró de hinojos y oró, como nunca lo había hecho
antes, por alguna confirmación de la orden, si debía llevar a cabo
o no ese terrible deber. Recordó a los ángeles que se le enviaron
[...]. Vino al sitio donde varias veces se había encontrado con los
mensajeros celestiales, esperando hallarlos allí otra vez y recibir más

3 Elena G. de White, Patriarcas y profetas, pp. 191,192.


4Ibid., p. 128.
58 • En el c r iso l c o n Cr ist o

instrucción; pero ninguno de ellos vino en su ayuda. La agonía


que sufrió durante los oscuros días de aquella terrible prueba fue
permitida para que comprendiera por su propia experiencia algo de
la grandeza del sacrificio hecho por el Dios infinito en favor de la re-
dención del hombre".5 Jesús les recordó esta experiencia de Abraham
a sus discípulos: "Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver
mi día; y lo vio, y se gozó" (Juan 8:56). Abraham "vio" el sacrificio de
Jesús porque experimentó un evento similar. Pero fue porque Dios
aumentó la presión que la prueba de la fe de Abraham pudo tener
un eco tan fuerte y tan claro a lo largo de toda la historia, mientras
transmitía a su familia el significado del gran sacrificio que Dios
haría para salvarlos.
4. Para recordarnos nuestra completa dependencia de él.
Pablo identifica claramente el propósito de sus sufrimientos en su
segunda carta a los corintios: "Fuimos abrumados sobremanera más
allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza
de conservar la vida. Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de
muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios
que resucita a los muertos" (2 Cor. 1:8, 9).
Pocos capítulos más adelante, Pablo nos da una larga lista de lo
que le ocurrió. "De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes
menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedrea-
do; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado
como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros
de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros
de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros
en alta mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en
muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en
desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada
día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no
enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?" (2 Cor.
11:24-29).
Pablo veía con claridad un propósito divino detrás de las abru-
madoras circunstancias en que se encontraron él y sus asociados.
Veía las presiones como un llamado a lograr una completa depen-
dencia de Dios, y que esa dependencia daba poder a su ministerio.
Como les dijo Pablo a los corintios: "Así que, hermanos, cuando fui
a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con exce-
lencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre

Ibid., pp. 128-129,132.


5, Calor extremo • 59

vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado. Y estu-


ve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi
palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana
sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que
vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el
poder de Dios" (1 Cor. 2:1-5).
5. El calor puede ser intenso y durante largo tiempo si Dios
cree que al fin abandonaremos nuestros pecados. Ya hemos se-
ñalado en el capítulo tres que Dios usa el crisol para purificarnos de
nuestros pecados. El problema es que nosotros nos aferramos a al-
gunos de ellos con mucha fuerza. En el siguiente ejemplo de Oseas,
Dios explica que él está dispuesto a calentar el crisol para purgar
esos pecados acariciados de nuestra vida.
En Oseas 1 al 3, Dios usa la figura de un esposo y una esposa para
describir sus relaciones con su pueblo. El problema de Dios es que la
esposa no está dispuesta a mantenerse fiel a su esposo. Ella dice: "Iré
tras mis amantes, que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino,
mi aceite y mi bebida" (Ose. 2:5).
Sin embargo, Dios, que está en lugar del esposo, quiere que su
pueblo vuelva a él, y hará todo lo posible para convencerlo: "Por
tanto, he aquí yo rodearé de espinos su camino, y la cercaré con seto,
y no hallará sus caminos. Seguirá a sus amantes, y no los alcanzará;
los buscará, y no los hallará. Entonces dirá: Iré y me volveré a mi pri-
mer marido; porque mejor me iba entonces que ahora" (Ose. 2:6, 7).
Si Dios ve que vamos en dirección equivocada, parece que está
dispuesto a cerrarnos el camino con barreras muy dolorosas, si nos
apresuramos a entrar en él. Sin embargo, en la historia, esta esposa
infiel todavía no está interesada en volver a su esposo. "Y ella no
reconoció que yo le daba el trigo, el vino y el aceite, y que le multipli-
qué la plata y el oro que ofrecían a Baal" (Ose. 2:8).
Así que, Dios aumenta de nuevo la presión. "Por tanto, yo vol-
veré y tomaré mi trigo a su tiempo, y mi vino a su sazón, y quitaré
mi lana y mi lino que había dado para cubrir su desnudez. Y ahora
descubriré yo su locura delante de los ojos de sus amantes, y nadie la
librará de mi mano" (Ose. 2:9, 10).

Con el propósito de que esta mujer recapacite y vuelva a su legí-


timo esposo, Dios la somete a considerables pérdidas, quitándole
su comodidad y lo que necesita para suplir sus necesidades, incluso
quitándole la ropa y dejándola desnuda. Vergüenza y rubor es poco
decir. En realidad, este esposo se arriesga a sufrir graves malenten-
60 • En el c r iso l c o n Cr ist o

didos, porque ¿qué esposo que ama verdaderamente a su esposa la


dejará desnuda en público?
Yo supongo que esto depende de cuán desesperadamente quiere
que ella regrese. El amor, especialmente el amor divino, arriesgará
todo por lo que es verdaderamente importante. Dios ansiaba inti-
midad con su pueblo; anhelaba amarlo y restaurarlo, para que pu-
diera ser una revelación de su amor para el mundo. Y todavía sigue
deseando lo mismo ahora.

Luchando con un Dios que parece cambiar


El dolor no siempre nos induce a comprender el gran amor de
Dios por nosotros. Durante una semana de oración para jóvenes,
pedí a algunos adolescentes que dibujaran un cuadro de Dios sin
dibujarlo como persona. Para mi sorpresa, todos y cada uno de ellos
dibujaron un cuadro que tenía un corazón en alguna parte de la
página. Todos tenían la clara convicción de que Dios es amor. A me-
dida que envejecemos y la vida ya no es tan sencilla y cómoda como
solía ser, nuestra convicción de que Dios es amor puede perder su
profundidad, e incluso opacarse completamente.
Joy, la esposa de C. S. Lewis, estaba muriendo. Por causa del dolor
que estaba experimentando al verla morir, fue tentado a redefinir a
Dios. "No que esté yo (pienso) en peligro de dejar de creer en Dios.
El peligro real está en llegar a creer algunas cosas horribles acerca
de él. La conclusión que temo no es decir 'no hay Dios en absoluto',
sino: De modo que así es Dios después de todo' ".6
Muchos dé nosotros experimentamos esta misma tentación de
redefinir a Dios a causa de nuestro dolor. Incluso podemos olvidar
totalmente que Dios está obrando en favor de nosotros. O, como
Lewis, podemos ser tentados a pensar que Dios está equivocado. Así
que, cuando pasarlos por una experiencia dolorosa, ¿cómo evita-
mos caer en la trampa de creer toda suerte de "cosas horribles" acer-
ca de Dios, cuando el calor del crisol está muy alto?

6C. S. Lewis, A Grief Observed, cap. 1.


5. Calor extremo • 61

Cómo evitar caer en la tentación de redefinir


a Dios cuando estamos en el crisol
Si hacemos un repaso de las historias bíblicas que ya hemos ana-
lizado, notarás que hay diferentes formas en que responden las per-
sonas a la alta presión sin llegar a creer que Dios ha perdido su amor
y su compasión.
1. Cuando el crisol estaba sumamente caliente, Job no dejó
de adorar a Dios. Una de las primeras cosas que muchas personas
hacen cuando experimentan el dolor es dejar de asistir a la iglesia.
Pero Job continuó adorando a Dios.
Job conservó su creencia en la bondad de Dios y decidió adorarlo
a pesar de las circunstancias en que se encontraba. "Entonces Job se
levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra
y adoró, y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo
volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová
bendito' " (Job 1:20, 21).
2. Cuando el crisol estaba muy caliente, José continuó mi-
rando hacia arriba. Cuando José pudo haberse derrumbado bajo
la presión de sus pruebas, sus pensamientos continuaron elevándo-
se hacia arriba. "Su alma se conmovió y tomó la decisión de ser fiel
a Dios y de actuar en cualquier circunstancia como convenía a un
súbdito del Rey de los cielos. Serviría al Señor con corazón íntegro;
afrontaría con toda fortaleza las pruebas que le deparara su suerte, y
cumpliría todo deber con fidelidad".7
José estaba practicando lo que Pablo animó a los colosenses a
practicar: "Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado á la
diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la
tierra" (Col. 3:1, 2). Y, a causa de la decisión de José, Dios lo utilizó
para salvar la tierra de Egipto del hambre. De este modo, su propia
familia, la familia que se convirtió en la nación de Israel en los años
que siguieron, se mantuvo viva.
3. Cuando el crisol estaba muy caliente, Abraham no dejó
de obedecer. Abraham no perdió su dominio propio porque cono-
cía personalmente la voz de Dios y no fue tentado a creer que aque-
lla voz venía del diablo o de su imaginación. Así que, cuando Dios
habló, Abraham respondió: "Heme aquí" (Gén. 22:1).
Y así Dios le hizo la promesa: "Por mí mismo he jurado, dice Je-
hová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo,

7 Elena G. de White, Patriarcas y profetas, p. 192.


62 • En el c r iso l c o n Cr ist o

tu único hijo, de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia


como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del
mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu
simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto
obedeciste a mi voz" (Gén. 22:16-18).
4. Cuando el crisol estaba muy caliente, Pablo no olvidó
que Dios todavía era soberano. Pablo siguió durante muchos
años bajo las grandes presiones de sus sufrimientos personales, por-
que estaba convencido de "que a los que aman a Dios, todas las
cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito
son llamados" (Rom. 8:28). Incluso en los momentos más oscuros,
Pablo sabía que Dios estaba obrando en su vida para bien.
Así que, al final de su ministerio, haciéndole frente al martirio,
Pablo fue capaz de escribirle a Timoteo: "Porque yo ya estoy para
ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado
la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo
demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el
Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos
los que aman su venida" (2 Tim. 4:6-8).
5. Cuando el crisol estaba muy caliente, el pueblo se negó a
arrepentirse. A diferencia de los cuatro ejemplos anteriores, termi-
namos con una nota negativa. Cuando el calor del crisol se aumentó
para Israel, con frecuencia la "esposa" de Dios no hizo lo que nece-
sitaba desesperadamente hacer: arrepentirse.
El clamor del corazón de Dios siempre fue que su pueblo retor-
nara a él. No quería que siguiera atrapado en las penosas circuns-
tancias en las que había permitido que cayera. ¿Puedes imaginarte
el dolor que sentía Oseas cuando escribió: "No volverá a tierra de
Egipto, sino que el asirio mismo será su rey, porque no se quisieron
convertir" (Ose. 11:5)?
Dios repite ese llamado en Ezequiel: "Por tanto, yo os juzgaré a
cada uno según sus caminos, oh casa de Israel, dice Jehová el Señor.
Convertios, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será
la iniquidad causa de ruina. Echad de vosotros todas vuestras trans-
gresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un
espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis casa de Israel? Porque no quiero
la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertios, pues, y
viviréis" (Eze. 18:30-32). Así que, cuando el calor sube en el crisol,
es tiempo de que el pueblo de Dios examine su lealtad a su Señor.
5. Calor extremo • 63

Nuestro Padre no es un matón


Después de lo que hemos considerado, puede ser que nos veamos
tentados a percibir a Dios como un matón, alguien que no se pre-
ocupa por el bienestar de sus hijos, con tal de lograr sus objetivos.
Esta conclusión sería una grosera mala representación de las inten-
ciones de Dios. Nosotros somos la posesión más importante que
Dios tiene. Él arriesgará todo, aunque a veces parezca duro y falto
de bondad, si algún día nos sentamos y escuchamos y, finalmente,
deseamos volver al Hogar. El intenso calor de su crisol no es señal de
su intenso desagrado hacia nosotros, sino de su intenso desagrado
hacia el pecado, que está destruyendo totalmente nuestra capacidad
para reflejar su bondad, su santidad, su amor. Por eso es posible que
su crisol deba calentarse con frecuencia.
"Dios probó siempre a su pueblo en el crisol de la aflicción. Es
en el fuego del crisol donde la escoria se separa del oro puro del
carácter cristiano. Jesús vigila la prueba; él sabe qué se necesita para
purificar el precioso metal, a fin de que refleje la luz de su amor. Es
mediante pruebas estrictas y reveladoras cómo Dios disciplina a sus
siervos. Él ve que algunos tienen aptitudes que pueden usarse en el
progreso de su obra, y los somete a pruebas. En su providencia, los
coloca en situaciones que prueban su carácter, y revelan defectos y
debilidades que estaban ocultos para ellos mismos. Les da la opor-
tunidad de corregir estos defectos, y de prepararse para su servicio.
Les muestra sus propias debilidades, y les enseña a depender de él;
pues él es su única ayuda y salvaguardia, así se alcanza su propósi-
to. Son educados, adiestrados, disciplinados y preparados a fin de
cumplir el gran propósito para el cual recibieron sus capacidades".8
Deseo concluir con un texto de Isaías que siempre me ha dado
mucho ánimo en mis luchas. Por un lado, expresa el gran amor pa-
ternal de Dios por nosotros; pero, por el otro, a pesar de su amor,
puede ser que todavía seamos llamados a pasar "por las aguas" y a
pasar "por el fuego". Pero se nos insta a no desesperarnos. Él todavía
está con nosotros.
"Pero ahora, así dice el Señor, el que te creó, Jacob,
el que te formó, Israel. No temas, que yo te he redimi-
do; te he llamado por tu nombre, tú eres mío. Cuando
cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los
ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el

8 Ibid., pp. 108.


64» En el c r iso l c o n Cr ist o

fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas. Yo soy


el Señor, tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador; yo he
entregado a Egipto como precio por tu rescate, a Cus y
a Seba en tu lugar. A cambio de ti entregaré hombres;
¡a cambio de tu vida entregaré pueblos! Porque te amo
y eres ante mis ojos precioso y digno de honra. No te-
mas, porque yo estoy contigo; desde el oriente traeré a
tu descendencia, desde el occidente te reuniré. Al norte
le diré: '¡Entrégalos!' y al sur '¡no los retengas!’ Trae a
mis hijos desde lejos y a mis hijas desde los confines de
la tierra. Trae a todo el que sea llamado por mi nombre,
al que yo he creado para mi gloria, al que yo hice y for-
mé" (Isa. 43:1-7, NVI).

Padre:
¿En realidad actuarías como hemos venido analizando
para formarme a fin de ser más semejante a ti?
¿De verdad harías cualquier cosa para traerme de nuevo a tu redil?
Abre mis ojos, para que yo pueda ver tu amor en todo tiempo,
y ser útil para tu Reino; fortalece mi fe, para que yo pueda confiar
en ti, aunque parezca imposible.
En el nombre de Jesús, amén.
6

"Luchando con la fuerza


de Cristo"

“Por eso me afano, luchando con la


fuerza de Cristo que actúa poderosamente
en mi" (Col. 1:29, RVA 2000).

e ~- s emos llegado a la parte más importante de este libro.


Hasta aquí, hemos considerado las razones por las que
S existe el sufrimiento en nuestra vida, poniendo atención
MD W especial al sufrimiento que Dios permite y utiliza para
lograr el desarrollo y la maduración de su carácter en nosotros. En
los capítulos que siguen, consideraremos algunas de las característi-
cas específicas de Dios y las gracias del Espíritu Santo que él anhela
ver reflejadas en nosotros. Pero, antes de entrar a esa nueva sección,
consideraremos cuatro disciplinas espirituales, es decir, hábitos que
crean un ambiente especial para el cambio espiritual, que son suma-
mente importantes para el desarrollo de estas cualidades. Estas dis-
ciplinas nos preparan para sobrevivir en los crisoles que afrontamos
en la senda que conduce a la casa del Pastor.
66 • En el c r iso l c o n Cr ist o

Introducción a las disciplinas


Permítanme aclarar desde el principio que estas disciplinas espi-
rituales no tienen el poder de cambiarnos. Únicamente el Espíritu
Santo puede transformarnos. Lo que estas disciplinas pueden hacer
es abrirnos y disponernos para que Dios pueda desarrollar sus prin-
cipios en nosotros.
Richard Foster también describe el reflejo de las gracias o cua-
lidades divinas como un viaje a lo largo del sendero. En un lado
de este sendero, podemos caer en la cuneta de las obras humanas.
En el otro, podemos caer en la cuneta causada por los fracasos de
los intentos de hacerlo todo por nosotros mismos. Foster continúa:
"A medida que transitamos por esta senda, las bendiciones de Dios
vendrán sobre nosotros y nos reconstruirán a la imagen de Jesús.
Debemos recordar que el sendero no produce el cambio; solo nos
coloca en el lugar donde dicho cambio puede ocurrir. Este es el sen-
dero de la gracia disciplinada".1
Para mantenerse en esta senda de la "gracia disciplinada", es ne-
cesario tomar decisiones constantemente. En el mismo centro de las
disciplinas espirituales están nuestras decisiones que no nos per-
miten compadecernos de nosotros mismos o desear abandonar el
sendero cuando el crisol se pone al rojo vivo.
Noté las consecuencias contrastantes de nuestras decisiones du-
rante un programa de entrevistas en la televisión. Un hombre y una
mujer estaban sentados el uno al lado del otro, en el sofá, narrando
cada uno su propia experiencia. Ambos habían sufrido el asesinato
de un hijo, y estaban describiendo cómo habían podido asimilar
aquella tragedia. El hijo de la mujer había sido asesinado veinte años
antes y, como ella misma dijo, su ira y su amargura eran mucho ma-
yores ahora que cuando había ocurrido el asesinato. Dijo que había
estado usando pastillas para dormir desde entonces. Por la dureza
de la expresión de su rostro, se veía que estaba diciendo la verdad.
El hombre, en cambio, era la viva imagen opuesta. Su hija había
muerto en un atentado del IRA con una bomba pocos años antes. En
vez de hablar de ira y amargura, habló acerca del perdón hacia los
asesinos y de cómo Dios había sanado sus heridas. No quiero sub-
estimar la dificultad que debió haber experimentado para soportar
tales sufrimientos, pero, de alguna manera, se había convertido en

1 Richard J. Foster, Celebration of Discipline (Nueva York: Harper Collins Publishers, 1998), p.
8.
6. "Luchando con la fuerza de Cristo" • 67
una ilustración de la forma en que Dios puede sanar las heridas más
profundas de nuestra vida.

Para revelar el oro puro


Job declaró: "Si me pusiera a prueba, saldría yo puro como el
oro" (Job 23:10, NVI). La esperanza de que se revelara el oro puro
en él lo motivaba, y lo ayudaba para tomar las decisiones correctas
en el crisol de cada día. Después de recibir la noticia de sus enormes
pérdidas financieras, mientras su esposa trataba de persuadirlo para
que maldijera a Dios y se muriera, después de escuchar la noticia
de la muerte de todos sus hijos, después de largo tiempo sin recibir
alivio de sus dolores físicos, siguió eligiendo el camino de confiar
en el Señor.
Por lo tanto, mientras transitamos por el sendero de la fe, ¿cuáles
son las disciplinas espirituales que nos ayudarán a sobrevivir en el
crisol, manteniéndonos en la ruta del crecimiento continuo hasta
alcanzar el oro puro del carácter cristiano?
1. El oro se refina mediante la disciplina de una voluntad
activa. Cuando éramos niños, nos gustaba poner este acertijo:
"¿Cuál es la única cosa que Dios no puede hacer?". La respuesta que
dábamos orgullosamente era: "Crear dos montañas sin un valle en
medio de ellas".
Pero, hay otras cosas que Dios no puede hacer. Dios no puede
forzar nuestra voluntad. No puede obligarnos ni a arrepentimos ni a
serle obedientes, pues de otra manera nos convertiríamos en simples
peones en un juego de ajedrez celestial. En el crisol, nuestra decisión
de arrepentimos y obedecer es la clave para el cambio espiritual. Por
esto, nuestra voluntad debe convertirse en el campo de batalla en
el que choquen las fuerzas sobrenaturales que nos rodean, porque
"esta voluntad, que constituye un factor tan importante del carác-
ter humano, fue, en ocasión de la Caída, entregada al dominio de
Satanás; desde entonces, él ha estado obrando en el hombre para
expresar y ejecutar su propia voluntad, pero para completa ruina y
miseria del hombre".2 A pesar de esto, es sumamente fácil que nues-
tra voluntad se adormezca.
Esto me vino a la mente una vez que estaba escuchando a un fa-
moso evangelista de televisión una mañana muy temprano. Detrás

Elena G. de White, Mente, carácter y personalidad (Doral, Florida: IADPA, 2007) t. 2, p. 328.
68 • En el c r iso l c o n Cr ist o

de su transparente púlpito, estaba hablando, en tonos muy suaves,


mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. La cámara mostró len-
tamente el enorme recinto, donde fila tras fila de personas sentadas
esperaban expectantes. Sus manos se levantaron lentamente, con
las palmas abiertas, echaron la cabeza un poco hacia atrás, mientras
las lágrimas corrían por sus mejillas. Para ellos aquella era, obvia-
mente, una experiencia muy emocional. Mientras miraba la televi-
sión, me vino esta pregunta a la mente: "¿Qué están esperando?".
Si les hubiera preguntado a ellos, pienso que habrían respondido
que esperaban ser transformados por una nueva dotación del Espí-
ritu Santo que el predicador estaba a punto de distribuir mediante
una señal de su mano.
Me convencí de que en aquel momento yo observaba una idea,
sutil pero peligrosa, que está penetrando en todas las esferas de la
cristiandad en este tiempo. Con demasiada frecuencia, parecemos
esperar que el Espíritu Santo haga algo en nosotros para convertir-
nos en personas piadosas. Incluso podemos usar mal la oración en
este caso. Si tenemos un problema contra el que estamos luchando,
se nos anima a orar mucho más.
No quiero que esto parezca confuso. He comenzado redes de
oración y he escrito artículos sobre la necesidad de orar más durante
todo mi ministerio. Pero eso no es todo lo que necesitamos hacer.
Si lo único que hacemos es sentarnos a orar, estaremos insinuando
en realidad que Dios todavía no nos ha dado una medida suficiente
de su Santo Espíritu, y que seguiremos orando hasta que podamos
convencerlo de que nos dé suficiente poder para arreglar nuestros
problemas. El peligro está en convertir a la oración en un sentimien-
to, esperando convencer a Dios de que haga algo que en realidad él
espera que nosotros hagamos.
De modo que, si bien el Espíritu Santo está a la cabeza de la
transformación espiritual, es nuestra respuesta al Espíritu Santo lo
que determina el cambio.
Para ayudarnos a entender esto, hablemos un poco de cómo des-
cribe Jesús la venida del Espíritu Santo a sus discípulos en Juan 16.
Jesús lo describe como el Consolador y el Espíritu de verdad. "Pero
yo les digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no
me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os
lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de
justicia y de juicio. [...] Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os
guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino
que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán
6. "Luchando con la fuerza de Cristo" • 69
devenir" (Juan 16:7-13).
Cuando Jesús explicó la función del Espíritu Santo, dijo a sus
discípulos que el papel principal del Consolador era convencernos
de pecado. Sin embargo, el Espíritu Santo no puede obligarnos a
arrepentimos. Y, como el Espíritu de verdad, revelará las grandes
verdades de Dios, pero no puede obligarnos a que creamos en ellas.
En ambos casos, a menos que hagamos una elección consciente de
arrepentimos y creer, el gran poder del Jesús resucitado no podrá
hacer mucho por nosotros. Nuestra voluntad se interpone firme
como una puerta de hierro entre la revelación de lo que necesitamos
hacer y la transformación que sigue.
2. El oro se refina por medio de la disciplina de la lucha. Yo
tenía una amiga que estaba poniendo toda su energía en la lucha
por reflejar el carácter de Cristo. Los cambios que se veían en ella
eran asombrosos, pero tiempo después declaró: "Ya no seguiré lu-
chando, esta lucha es demasiado agotadora".
En un mundo donde el deseo de tener comodidad es muy fuerte,
la idea de sudar y esforzarse por el evangelio puede parecer extraña
a nuestra creencia de cómo debería ocurrir la transformación. Sin
embargo, Pablo habla constantemente de este esfuerzo decidido en
la lucha cristiana.
A los colosenses, les escribió: "Para lo cual también trabajo, lu-
chando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí"
(Col. 1:29). La palabra que Pablo usa y que se traduce como "lucha"
es de donde viene la palabra agonizar, y se usaba para describir los
esfuerzos de los atletas en sus competencias. Si bien es importante
notar que Pablo no luchaba solo, sino con el poder de Dios, todavía
debía hacer un gran esfuerzo. Esto significa que el poder de Dios no
es necesariamente un sentimiento cálido y agradable que nos hace
sentir algo maravilloso en nuestro interior. El poder de Dios puede
estar totalmente desprovisto de emociones, pero todavía está pre-
sente, y nos fortalece, incluso en medio de nuestros sufrimientos.
En nuestra experiencia cristiana, luchamos contra tres poderes
significativos:
Primero, luchamos para vencer nuestras emociones. Sea que nos
guste o no, nuestra vida está dominada por fuertes estímulos emo-
cionales. La televisión, la música, los anuncios, todo está diseñado
para evocar una respuesta emocional dirigida a obligarnos a actuar
sin pensar. ¿Cuántas veces hemos decidido comer, comprar algo, ir
a algún lugar, basados en nuestros sentimientos? Y lo que termi-
namos comiendo, comprando o haciendo puede tener muy poco
70 • En el c r iso l c o n Cr ist o

en común con los propósitos de Dios para nosotros. De modo que,


cuando estoy luchando para hacer lo correcto mientras las circuns-
tancias juegan con mis emociones, todavía tengo que decidir hacer
lo correcto, no importa cómo me sienta.
Segundo, luchamos para vencer hábitos profundamente arraiga-
dos. Vivimos saturados por una cultura que trata constantemente
de seducirnos con la necesidad de sentirnos bien todo el tiempo,
y la tentación de pensar que Dios debería hacerse cargo de todo el
trabajo duro. Pero yo leo citas como la siguiente: "Para recibir ayuda
de Dios, el hombre debe reconocer su debilidad y deficiencia; debe
esforzarse por realizar el gran cambio que ha de verificarse en él;
debe comprender el valor de la oración y del esfuerzo perseverantes,
los malos hábitos y costumbres deben desterrarse; y solamente me-
diante un decidido esfuerzo por corregir estos errores y someterse a
los sanos principios, se puede alcanzar la victoria. Muchos no llegan
a la posición que podrían ocupar porque esperan que Dios haga por
ellos lo que él les ha dado poder para hacer por sí mismos. Todos los
que están capacitados para ser de utilidad deben ser educados me-
diante la más severa disciplina mental y moral; y Dios los ayu-
dará, uniendo su poder divino al esfuerzo humano"3
Jesús personalmente nos desafía con la acción decisiva: "Si tu
ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti" (Mat. 5:29).
Sí, es probable que todos estemos de acuerdo con Jesús y que todos
queramos vivir una vida de radical discipulado. Pero vivir ese disci-
pulado puede ser un desafío. Mientras vivamos dentro de un cuerpo
pecaminoso, podemos esperar que así sea.
Tercero, luchamos para vencer poderes sobrenaturales de mal-
dad. Si bien luchamos contra nuestras emociones y nuestros hábitos
profundamente arraigados, nuestra mayor lucha es contra Satanás.
Muy temprano en mi ministerio, Dios me abrió los ojos a la realidad
de que "no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra prin-
cipados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas
de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones
celestes" (Efe. 6:12).
En muchas ocasiones, he sentido una intensa presión espiritual y
física alrededor de mí, haciéndome sentir deprimido y cansado. Un
miércoles, cuando estaba tratando de escribir un sermón, me sen-
tí más y más frustrado porque no podía sacar ningún pensamien-
to coherente de mi mente y Dios parecía muy distante. Esa noche,

3 Elena G. de White, Patriarcas y profetas, p. 226.


6. luchando con la fuerza de Cristo" • 71

mientras daba vueltas y más vueltas en mi cama, me pregunté si no


habría una razón sobrenatural para mi lucha. Pedí a Dios que, si Sa-
tanás estaba involucrado, obrara para vencer su poder. Al instante,
un gran peso literalmente se quitó de sobre mí y experimenté como
si un canal directo me comunicara con el Cielo.
En varias ocasiones, incluso hablar de la batalla contra las fuer-
zas sobrenaturales ha hecho que las cosas comenzaran a moverse
alrededor de la habitación. Una vez, después de describir esta ba-
talla sobrenatural en un campamento de jóvenes, cuatro señoritas
corrieron de regreso a la carpa de reuniones muy asustadas. Cuando
iban de regreso a su cabaña, una enorme bola de luz comenzó a dar
vueltas alrededor de ellas entre los árboles.
Hace apenas unos días, recibí una carta electrónica de mi socia
en la oración. Ella se estaba preparando para asistir a un estudio
bíblico con un amigo. Sin embargo, su amigo tenía un terrible dolor
de cabeza y no sabía si asistiría o no. Así que, ella comenzó a orar
por él. Ella escribió: "Ni siquiera había terminado de pronunciar la
frase 'Señor, si este dolor de cabeza proviene del enemigo, Satanás,
repréndelo y échalo de aquí. Si es por../ Antes de que terminara mi
segunda frase, él gritó: '¡Se ha ido, mi dolor de cabeza se ha ido!' "
Quiero dejar bien claro este hecho: No todo lo que sale mal se
debe a la interferencia de Satanás. De hecho, enfocarse demasiado
en su obra puede ser no solo inútil, sino peligroso, pues las personas
pueden llegar a enfocar su mente en Satanás y no en Dios. Creo que
es lo que hace la Biblia al no referirse directamente y con frecuencia
al engañador y su obra. Sin embargo, al mismo tiempo, he descu-
bierto que mucha gente es tan ignorante de las intervenciones de Sa-
tanás en nuestra vida que fácilmente puede desarrollar una actitud
displicente ante la vida y subestimar el poder de nuestro enemigo,
con gran peligro personal.
También es importante reconocer que, con frecuencia, Satanás
utiliza a otras personas para causarnos dolor. Noté esto con mucha
claridad una vez cuando una mujer me llamó e inesperadamente
dijo en el teléfono: "¡Bueno, probablemente a usted no le caemos
muy bien nosotros, y a nosotros usted tampoco nos cae bien!".
Como ella era maníaco-depresiva, yo sabía que no se sentía bien.
Fui tan cortés como me fue posible, y puse su comentario fuera de
mi mente. O al menos así pensé. El problema fue que, a medida que
pasaba el tiempo, su comentario me molestaba más y más. Cuan-
do llegaron las cinco de la tarde, me sentía completamente terrible.
Esto era tan inusual en mí que comencé a preguntarme si Satanás
72 • En el c r iso l c o n Cr ist o

no estaría involucrado. Se suponía que esa noche dirigiría yo una


reunión de oración, pero yo estaba experimentando sentimientos
tan abrumadores de desesperación y abatimiento que me estaba pa-
ralizando. Llegó un momento en que estuve a punto de cancelar la
reunión. Mientras manejaba preguntándome qué hacer, de repente
dije: "¡En el nombre de Jesús, Satanás, apártate de mí!".
Hasta el día de hoy, todavía no sé por qué dije aquellas palabras,
pero su efecto fue inmediato y dramático. Fue como si un increíble
peso físico se me hubiera quitado de encima, e inmediatamente el
corazón se me llenó de un gozo increíble. Aquel gozo era tan pode-
roso que cuando llegué a la casa donde celebraríamos la reunión de
oración la gente miró la extraordinaria sonrisa que brillaba en mi
rostro, la que yo estaba tratando de ocultar, y me preguntó tzsombra-
da: "¿Qué le ocurrió?".
Satanás estaba, definitivamente, obrando contra mí en aquella
ocasión, pero si Dios no me hubiera inducido a pensar en la posibi-
lidad de que el enemigo estuviera involucrado, obrando mediante
aquella persona que había pronunciado esas palabras hirientes, yo
habría comenzado a sentirme resentido contra aquella mujer y ha-
bría faltado a la reunión de oración.
Cuando estamos bajo presión, Satanás procurará mantenerse in-
visible. Lo que desea es que nos enredemos peleando con la gente,
en vez de reconocer el poder que está obrando detrás de ellas. Sin
embargo, a menos que comprendamos lo que está pasando en rea-
lidad, nos sentiremos tentados a pelear con la gente, y el proceso de
refinamiento del oro en nuestra vida se detendrá.
No sugiero que consideremos agradable la lucha. Y tampoco de-
beríamos buscarla. Sin embargo, la lucha es una parte inevitable de
la vida que vivimos como seres humanos pecadores en un mundo
pecaminoso. Si decidimos permanecer fieles, no importa cuán difí-
cil y doloroso sea, nuestro Padre usará la lucha para refinarnos.
Elena G. de White dice que Dios utiliza nuestras luchas para for-
talecernos y anima a aquellos que afrontan situaciones difíciles: Los
hombres "a menudo oran y lloran debido a las vicisitudes y obstácu-
los con que se encuentran. Pero es el propósito de Dios que enfren-
ten dificultades y tropiezos y, si mantienen firmemente hasta el fin
su confianza como al principio, decididos a llevar adelante la obra
del Señor, él les despejará el camino. Los que luchen con perseve-
rancia contra dificultades, incluso las aparentemente insuperables,
6. “Luchando con la fuerza de Cristo" • 73
triunfarán, y con el éxito vendrá también el mayor de los gozos" 4
3. El oro es refinado mediante la disciplina de la perseve-
rancia. Muchos de nuestros crisoles requieren disciplina y perseve-
rancia. Esto quedó poderosamente ilustrado una oscura noche a la
orilla del río Jaboc.
Jacob había estado teniendo problemas con Labán y su familia, y
la situación se estaba volviendo insostenible. "También Jehová dijo
a Jacob: Vuélvete a la tierra de tus padres, y a tu parentela, y yo estaré
contigo" (Gén 31:3). El problema era que Jacob no había visto a su
hermano Esaú desde que había huido con la primogenitura robada.
Jacob obedeció el mandato de Dios, y él y sus enormes posesiones
se pusieron en movimiento. Mientras hacía el histórico viaje, hasta
los ángeles fueron a recibirlo (Gén. 32:1). Pero, después de enviar un
mensaje a su hermano, recibió la alarmante respuesta: Esaú venía
con cuatrocientos soldados.
Después de fraguar un plan de escape en caso de ataque, Jacob
tomó a sus esposas y a sus once hijos, y cruzó el río Jaboc. Luego,
pasó la noche solo. Pero un inesperado enemigo apareció, y comen-
zó una pelea. "Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta
que rayaba el alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó
en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob
mientras con él luchaba. Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Ja-
cob le respondió: No te dejaré, si no me bendices. Y el varón le dijo:
¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Y el varón le dijo: No se
dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios
y con los hombres, y has vencido. Entonces Jacob le preguntó, y dijo:
Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me pre-
guntas por mi nombre? Y lo bendijo allí. Y llamó Jacob el nombre de
aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada
mi alma" (Gén. 32:24-30).
Lo interesante de esta historia es que tan pronto como Dios tocó
a Jacob en la cadera, ésta se dislocó y Jacob ya no pudo luchar más.
La historia de Jacob destaca la tensión que puedes haber estado sin-
tiendo en todo este capítulo. En primer lugar, toda transformación
es obra de Dios. Pero esta obra de Dios raramente se produce sin
importantes decisiones y grandes esfuerzos de nuestra parte. Jacob
luchó con Dios hasta que obtuvo la bendición que anhelaba, per-
severando con fe. Y Dios recompensó su perseverancia. De hecho,
parece que Dios estaba probando a Jacob para ver si la fe de su siervo

4Elena G. de White, Alza tus ojos (Doral, Florida: IADPA, 2018), p. 110.
74 • En el c r iso l c o n Cr ist o

en sus promesas perseveraba a pesar del dolor. Si Jacob se hubiera


dado por vencido después de que su cadera quedó dislocada, nunca
habría recibido su bendición. Fue porque resistió toda la noche de
lucha y porque soportó el indescriptible dolor que Jacob recibió la
bendición prometida muchos años antes.
¿Puso Dios a Jacob deliberadamente en esta angustiosa situa-
ción? Imagino que tendremos que esperar hasta el cielo para saber
la respuesta exacta, pero considere esta observación. "A menudo el
Señor nos pone en situaciones difíciles para estimular más nuestros
esfuerzos. A veces, su providencia prueba nuestra paciencia y nues-
tra fe con molestias especiales. Dios nos da lecciones de confianza.
Nos enseña dónde debemos buscar fuerza y ayuda en tiempos de
necesidad. Así obtenemos un conocimiento práctico de su divina
voluntad, tan necesario para nuestra experiencia vital. La fe crece
con fuerza en conflicto honesto contra la duda y el temor".5
Este conflicto con la duda y el temor surgió mientras hablaba con
un compañero pastor. Su matrimonio, que tenía pocos años, estaba
casi destruido y él estaba exhausto en la búsqueda de soluciones.
Apenas lo conocía y solo teníamos treinta minutos juntos. Él me
explicó su situación y las constantes batallas que tenía que librar con
Dios y la desesperación que se estaba apoderando de sus oraciones.
Bastaba verlo para comprender que estaba al borde de un colapso
nervioso. Pero, mientras más hablaba, más me convencía yo de que
su lucha se debía a una falta de fe. Estaba pidiendo la ayuda de Dios,
pero yo no estaba seguro de que realmente creía que Dios podía
hacer algo por él. Traté de explicarle la necesidad de ejercer fe en
estas situaciones, y pedir la ayuda de Dios no era lo único que hacía
falta. Lo insté a reclamar las promesas de Dios con certeza. Oramos
juntos durante unos momentos, y luego nos despedimos.
Me encontré otra vez con él tres semanas más tarde, y estaba
radiante. Me explicó con mucha emoción que se había arrodillado
y suplicado fervientemente que Dios le diera fe: fe para sí mismo y
para su esposa, y cómo estaba ejercitando la fe que tenía. En pocos
días su matrimonio experimentó una transformación total. Cuando
recuerdo las reuniones que tuvimos, puedo ver de nuevo su radiante
rostro. Dios había realizado un milagro, pero se le había requerido
a él que perseverara y aguantara con valor.
4. El oro se refina a través de la disciplina de la comunión.
He dedicado este capítulo deliberadamente a poner énfasis en núes-

Elena G. de White, Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 118.


6. "Luchando con la fuerza de Cristo" • 75
tra necesidad de seguir tomando decisiones como parte importante
del proceso de refinamiento del oro. Para mí, al menos, nuestra
cultura emocional y del menor esfuerzo está minando nuestro dis-
cipulado en muchas formas. Pero, en resumidas cuentas, la discipli-
na de una voluntad activa, la disciplina de un esfuerzo resuelto y la
disciplina de la perseverancia, todas tienen un propósito: mantener
nuestros ojos fijos constantemente en Cristo. Esta es una disciplina
en sí misma, porque hay muchas razones para evitar una comunión
íntima con Dios.
Durante un período especial de mi ministerio, llegué a estar
completamente abrumado por una cantidad de chismes que circu-
laron con respecto a mí. Como tengo la tendencia a tomar demasia-
do en serio estas cosas, me puse tan deprimido que incluso decidí
hablar con mi médico. También tuvo un efecto devastador sobre mi
comunión con Dios.
Con el tiempo, comprendí que no podía continuar descuidan-
do mi comunión con Dios. Decidí reiniciar mi estudio de la Bi-
blia. También anhelaba conocer el secreto del éxito de Moisés en
la dirección de un pueblo que murmuraba contra él y se le oponía
constantemente.
La primera mañana, abrí mi Biblia y comencé a orar. No había
dicho todavía muchas palabras, cuando una voz interrumpió mis
pensamientos.
Las pruebas que has afrontado en los últimos años no han ocu-
rrido porque la gente ha sido muy criticona. Han ocurrido porque
no has pasado suñciente tiempo conmigo cara a cara.
Yo estaba asombrado y casi abrumado por la enormidad de lo
que me estaba ocurriendo. Pero Dios todavía tenía algo más que
decir.
He permitido que todo se venga abajo alrededor de ti para que
sepas cuán fuerte eres en realidad.
Me sentí abrumado. ¿Cómo había podido olvidar todo lo que
Dios me había enseñado acerca de la dependencia de él al principio
de mi ministerio? Decir que aquella fue una experiencia humillan-
te sería subestimar aquella humillante experiencia. Pero, Dios tenía
razón. No había mantenido mi comunión con él, y ahora estaba
sufriendo las consecuencias.
Había olvidado que solo "al contemplar es que somos transfor-
mados. Mediante un estudio detenido y una sincera contemplación
del carácter de Cristo, su imagen se refleja en nuestra propia vida
y se imparte un tono más elevado a la espiritualidad de la iglesia.
76 • En el c r iso l c o n Cr ist o

Si la verdad de Dios no ha transformado nuestro carácter a la se-


mejanza de Cristo, todo nuestro profeso conocimiento de él y de
su verdad no es más que metal que resuena y címbalo que retiñe".6
No importa si somos cristianos recién nacidos, o líderes maduros y
experimentados, esta verdad es aplicable a todos.

Sigue mirando hacia arriba


Si queremos vivir de acuerdo con los valores del Reino de Dios
en este tiempo, tenemos que ser espiritualmente fuertes. La BBC in-
formó acerca de una encuesta sobre los videos musicales que "rom-
pen las reglas" (lunes 24 de julio de 2006). Los videos fueron con-
siderados romperreglas porque contenían blasfemias contra Dios e
impureza sexual. Pero, en vez de desecharlos, la BBC informó que
todas esas canciones serían interpretadas en el 25 aniversario de
MTV. En medio de una cultura como ésta, mantenerse en la senda
ciertamente no es un hecho que ocurre por accidente.
Elegir y seguir eligiendo a Dios cuando nos encontramos bajo las
presiones del crisol exige una vida cristiana rigurosa, un compromi-
so decidido de no ver nada más que a Cristo, y a Cristo crucificado.
De modo que, para nosotros que somos tentados a dejar de mirar
hacia arriba a causa de las presiones que nos rodean, Pablo tiene un
recordatorio muy estimulante. "Si, pues, habéis resucitado con Cris-
to, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra
de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.
Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en
Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros
también seréis manifestados con él en gloria" (Col. 3:1-4).

Padre:
Vivir en el crisol es difícil.
Pero, por favor, que nunca olvide yo tu presencia conmigo;
que nunca vacile en caer a tus pies, con una disposición
a arrepentirme, a aprender y a obedecer.
Por favor, concédeme la fortaleza de una mente
disciplinada que pueda mantenerse firme
contra las presiones de la cultura en que vivo.

6 Elena G. de White, Review and Herald, 24 de abril de 1913.


6. "Luchando con la fuerza de Cristo" • 77
Que tenga valor para hacer lo que es correcto y tenacidad
para mantenerme firme, a fin de que tu obra
sea terminada en mi vida.
En el nombre de Jesús, amén.
7

Esperanza indestructible

“Pablo, apóstol de Jesucristo por


mandato de Dios nuestro Salvador, y
del Señor Jesucristo nuestra esperanza”
(i Tim. 1:1).

Introducción a las cualidades


o gracias del Espíritu

E
n capítulos anteriores, hemos explorado la forma en que Dios
usa el crisol con el santo propósito de refinar su carácter den-
tro de nosotros. Es posible que Dios nos haga pasar por el
crisol porque ve algo específico que desea arreglar en noso-
tros. Sin embargo, podemos pasar por el crisol como resultado direc-
to de nuestras oraciones o de nuestro crecimiento espiritual. "Muchas
veces, cuando pedimos en oración las gracias del Espíritu, Dios, para
contestar nuestras oraciones, obra de tal modo que nos coloca en
circunstancias para desarrollar esos frutos; pero no entendemos su
80 • En el c r iso l c o n Cr ist o

propósito, y nos asombramos y desanimamos".1 Nota que Dios no


nos refina al sencillamente enviamos una nueva dotación de su Santo
Espíritu. Más bien, usa al Espíritu Santo en conjunción con situacio-
nes específicas de la vida, situaciones que probablemente no nos gus-
ten.
Elena G. de White continúa expandiendo esta idea: "El Señor dis-
ciplina a sus obreros para estar preparados con el fin de ocupar los
puestos que les señala. Él desea hacerlos idóneos para prestar un
servicio más aceptable. Hay quienes desean ser un poder dominante
y necesitan la santificación de la sumisión. Dios produce un cambio
en su vida. Tal vez les imponga deberes que ellos no elegirían. Si
están dispuestos a ser guiados por él, les dará gracia y fuerza para
desempeñar esos deberes con un espíritu de sumisión y utilidad. Así
se prepararán para ocupar puestos en los que su capacidad discipli-
nada les permitirá prestar gran servicio.
"Dios prepara a algunos haciéndoles sufrir desilusión y aparente
fracaso. Es propósito suyo que aprendan a dominar dificultades. Les
inspira una determinación de trocar en éxito todo fracaso aparente.
Muchas veces los hombres oran y lloran por causa de las perplejida-
des y los obstáculos que se les presentan. [...] Una vida monótona no
conduce al crecimiento espiritual. Algunos pueden alcanzar el más
elevado nivel de la espiritualidad solamente gracias a un cambio en
el orden regular de las cosas. Cuando Dios ve, en su providencia,
que son esenciales algunos cambios para el éxito de la formación
del carácter, perturba la plácida corriente de la vida. Cuando ve que
un obrero necesita ser asociado más íntimamente con él, lo separa
de amigos y conocidos".12
Las desagradables situaciones que afrontamos pueden ser la res-
puesta directa a nuestras oraciones en las que pedimos crecimiento
espiritual. Las oraciones en las que pedimos una gracia del Espíritu
puede requerir una situación; la oración por una gracia diferente,
otra.
En el resto de los capítulos de este libro, consideraremos seis gra-
cias diferentes que Dios desea refinar en nosotros, cada una de las
cuales pueden requerir diversos tipos de crisoles. En este capítulo,
comenzaremos explorando la esperanza.

1 Elena G. de White, Palabras de vida del gran Maestro, p. 41.


2 Elena G. de White, Obreros evangélicos, p. 280.
7. Esperanza indestructible • 81

Esperanza
Orange, la compañía europea de teléfonos celulares, tiene un
lema muy pegajoso para su compañía: "El futuro es brillante: el fu-
turo es Orange" Su campaña de mercadeo ha sido muy hábil para
tocar el deseo que tiene todo corazón humano: un futuro brillante y
positivo. Orange está tratando de vender teléfonos celulares con es-
peranza, tratando de persuadir a los posibles compradores de que, si
poseen uno de esos teléfonos, empezarán de inmediato a vivir una
vida llena de esperanza. Pero ¿dónde halla el cristiano su esperanza?
Muchas veces, la gente cree que un futuro brillante dependerá de
una elevada cuenta bancaria, una carrera prometedora, o una bue-
na reputación. Es posible que, como cristianos, digamos que buscar
esas cosas es una necedad, pero muchos de nosotros las buscamos
de todos modos. Sin embargo, hay una falsa señal que incluso algu-
nos cristianos serios siguen en la búsqueda de un futuro brillante
basado en el conocimiento de la voluntad de Dios: "Si tan solo cono-
ciera la voluntad de Dios para mi vida -dicen-, tendría paz".
A todos aquellos que están tratando de encontrar seguridad al
conocer la voluntad de Dios para su vida, Oswald Chambers les pre-
senta una perturbadora verdad: "¿Le has estado preguntando a Dios
lo que va a hacer? Nunca te lo dirá. Él no te cuenta lo que va a hacer;
te revela quién es él".3
Creo que Chambers tiene razón. Por supuesto, queremos hacer la
voluntad de Dios en nuestra vida, pero descubrir y practicar la volun-
tad de Dios no es como encontrar una cartera perdida que, con mu-
cho gusto, volvemos a ponernos en el bolsillo. La esperanza no viene
porque hemos hallado "algo", sino porque tenemos confianza en "Al-
guien": Dios mismo. Por tanto, en este capítulo vamos a analizar cua-
tro razones para tener esperanza, y hallaremos que cada una es una
faceta de quién es nuestro Padre: Dios mismo es nuestra esperanza.

La esperanza es una persona


I. Yo le hago frente al futuro, lleno de esperanza, porque
mi Padre es soberano. "Oí, y se conmovieron mis entrañas; a la
voz temblaron mis labios; podrición entró en mis huesos, y dentro
de mí me estremecí; si bien estaré quieto en el día de la angustia,

Oswald Chambers, En pos de lo supremo, lectura del 2 de enero.


82 • En el c r iso l c o n Cr ist o

cuando suba al pueblo el que lo invadirá con sus tropas" (Hab. 3:16).
Hay un proverbio africano que dice: "Cuando dos elefantes pe-
lean, es la hierba la que queda pisoteada" Es seguro que en el crisol
nos sentiremos como si estuviéramos siendo pisoteados, pero siem-
pre lucharemos con los problemas si olvidamos ver el cuadro más
grande de los elefantes peleando.
Desde muy temprano en mi ministerio, asistí a una reunión de
pastores interconfesionales. Enseñaron cuán importante es para la
gente posmoderna comprender la Biblia como una historia única y
completa. El maestro destacó las que creía que eran las cinco partes
esenciales de esta historia de la cual dependen todas las otras histo-
rias de la Biblia. Las partes son:
• La Creación.
• La caída del hombre.
• La vida, la muerte y la resurrección de Jesús.
• El Juicio.
• La Segunda Venida.
Sin embargo, a mí me gustaría añadir dos partes esenciales que
actúan como la portada y la contraportada de un libro:
• La caída de Satanás en el cielo en el mismo principio de la histo-
ria.
• La destrucción de Satanás y sus ángeles en el lago de fuego al final
de la historia.
Esto me ayuda a no olvidar nunca la naturaleza sobrenatural de
la historia, y también me ayuda a saber cómo terminará el problema
del dolor. Pero, lo más importante es que me recuerda que Dios es
soberano sobre todas las cosas.
La soberanía de Dios es la que ayudaba a Habacuc para seguir
adelante bajo presión. A mí me gusta Habacuc porque expresa muy
bien lo que está en mi mente. En los primeros dos capítulos de su
libro, Habacuc clama a Dios por las terribles cosas que están ocu-
rriendo y se pregunta por qué Dios no interviene y salva a su pueblo.
Pero Dios le dice que las cosas van a empeorar. Pobre Habacuc, está
preso entre la tiranía de los asirios y la amenaza incluso peor de los
babilonios que se aproximan.
Sin embargo, al final del libro, Habacuc concluye: "Aunque la
higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el pro-
ducto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas
sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo,
yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación"
(Hab. 3:17, 18).
7. Esperanza indestructible • 83
Pero ¿cómo pudo Habacuc llegar a esa conclusión? Creo que se
debió a que, con el tiempo, logró captar la historia completa. Aun-
que los babilonios vendrían con gran violencia, Dios le prometió a
Habacuc que finalmente los destruiría, y que lo mantendría vivo a
él. Nosotros conocemos la historia completa. Es posible que tam-
bién nosotros estemos atrapados entre la terrible violencia y la co-
rrupción moral que nos rodea, y la advertencia profética de que las
cosas van a empeorar. Pero Dios nos ha dicho el final de la historia.
Él es el Soberano de toda la historia. Por lo tanto, tenemos todas las
razones para vivir con esperanza.
2. Le hago frente al futuro, con esperanza, porque mi Padre
está presente. "Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta
el fin del mundo. Amén" (Mat. 28:20).
Siempre he recordado a un compañero de estudios de mi ami-
go, que decía: "Cuando Dios parece estar lejos, ¿quién se alejó de
quién?". Esto es muy cierto. Aveces estamos tan ocupados que pen-
samos que Dios se ha ido a alguna parte. Por supuesto, él no se ha
ido a ninguna parte. Está a nuestro lado, ansioso de comunicarse
con nosotros. Pero, como vivimos una vida muy apurada, con fre-
cuencia perdemos contacto con la realidad de la presencia de Dios.
Sin embargo, el hermano Lawrence encontró una forma de mante-
nerse en contacto con Dios a pesar de la prisa con que todo giraba
a su alrededor. Él vivió en el año 1600 d.C. y, después de estudiar
las ideas de otras personas en cuanto a cómo tener una relación con
Dios, las encontró confusas e inútiles. Impulsado por el ardiente
deseo que tenía de vivir completamente para Dios, decidió que iba
a vivir como si solo él y Dios vivieran en este mundo. En una carta,
explicó que "en todo el tiempo, cada hora, cada minuto, incluso a
la hora más ocupada de mis negocios, expulso de mi mente todo lo
que puede desconectar mi pensamiento de Dios".4
El hermano Lawrence trató de hacer de la presencia de Dios un
hábito en su vida. No intentó evitar a la gente ni vivir una vida fuera
de la realidad. Más bien, su intención fue permitir que la presencia
de Dios fuera tan real y fuerte en su mente que la manera de pensar
y de vivir de Dios modelara la forma en que vivía con las personas
que lo rodeaban.
Cuando el hermano Lawrence estaba orando, pensaba en sí mis-
mo de diversas maneras. En esta cita describe cómo lo hizo y explica
su propósito final: "Algunas veces me consideré frente a él como un

Lawrence, The Practice of the Presence of God, p. 32.


84 • En ,el c r iso l co n Cr ist o

pobre criminal a los pies de su juez; en otras ocasiones lo contemplé


en mi corazón como mi Padre, como mi Dios [...]. A veces me con-
sideré delante de él como una piedra delante del escultor, de la que
va a esculpir una estatua; al presentarme así delante de Dios, deseo
que él forme su imagen perfecta en mi alma, y me haga como él es".5
Estar siempre consciente de la presencia de Dios es algo con lo
que he luchado. He descubierto que me resulta fácil distraerme por
las luchas de la vida, y luego llegar a la conclusión (errónea) de que
Dios me ha abandonado.
Recuerdo una vez en la que estaba de pie sobre el majestuoso
Chain Bridge, que cuelga de sus tirantes, mientras el río Danubio
corría lentamente más abajo. Me sentía muy emocionado de estar
en Budapest por primera vez, pero la ansiedad de las semanas ante-
riores había sido abrumadora.
Regresé andando a mi hotel con dolor en mi corazón. Como no
tenía la menor idea de cómo disminuir la presión, decidí ayunar
las siguientes 24 horas. Cualquiera que fuera la conclusión de todo
aquello, yo sabía que Dios era el único que podía ayudarme.
Me senté en un sillón y miré alrededor del cuarto, con lágrimas
en los ojos. Como cristianos, creemos que Dios está con nosotros.
Pero a veces, quizás inconscientemente, lo imaginamos flotando
alrededor de nosotros como un misterioso vapor. Jesús nos parece
más tangible porque vimos cuadros de él en la Escuela Sabática, y
simplemente porque podemos imaginárnoslo caminando con Is-
rael. Pero Dios el Padre y el Espíritu Santo no son fáciles de repre-
sentar en la mente.
Pero, entonces lo vi. En el otro lado del cuarto estaba una silla,
de frente hacia mí. ¿No estaría Dios sentado allí? Me sentí asombra-
do y horrorizado al mismo tiempo. Me asombraba el pensamiento
de que mi Padre estuviera en realidad allí conmigo, allí, en el cuarto
del hotel; luego me sentí horrorizado al pensar que podía dejarme
hundir en aquel abismo de desesperación cuando el Dios todopo-
deroso, que me ama tanto, estaba tan cerca.
Luego tuve otro pensamiento. Allí, a mi lado, al final del sillón
en que estaba sentado, había otra silla. ¿Podía Dios estar sentado
allí?
Mis ojos se abrieron desmesuradamente mientras aquella posi-
bilidad se hacía más y más real para mí. De nuevo, me llené de
asombro ante esta posible cercanía, y me horroricé por mi falta de

Ibid., pp. 31-37.


7. Esperanza indestructible • 85
fe. Mientras estaba sentado, viendo aquella silla, comprendí que, si
Dios estaba sentado allí, nuestras rodillas estaban casi tocándose.
Me quedé maravillado, pensando: Él está tan cerca que podría
tomarme de la mano.
Pero, unas palabras que era tan claras como el cristal vinieron
a mi mente, y me tomaron desprevenido: "No. Estoy tan cerca de
ti que podría llevarte en mis brazos" La comprensión de que Dios
siempre está presente trae paz. Dios está con nosotros ahora. Se
ha llamado a sí mismo Emmanuel, enfatizando su promesa de no
abandonarnos nunca, "hasta el fin del mundo" (Mat. 28:20). Pido a
Dios que la realidad de su cercana presencia eclipse cualquier temor
que puedas tener del futuro y te dé esperanza.
3. Enfrento el futuro, con esperanza, porque mi Padre está
involucrado. "Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de
vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros
el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí,
y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de
todo vuestro corazón" (ler. 29:11-13).
Un viernes de noche, cuando era aspirante al ministerio, decidí ir
caminando hasta la casa del pastor que era mi mentor, para celebrar
nuestro estudio bíblico semanal. Estaba bastante oscuro, porque yo
caminaba por una vía de ferrocarril abandonada. Las ramas de los
árboles de ambos lados de la vía casi se cerraban sobre mí. Mientras
caminaba, me detuve de repente por una voz que pareció salir de la
nada.
-Estad quietos y conoced que yo soy Dios.
Me quedé como sembrado en aquel lugar, y miré instintivamente
hacia arriba.
-¿Qué se supone que debo conocer? -pregunté.
En realidad, no fue más que un pensamiento que surgió en mi
mente.
-Tengo planes para ti -dijo la voz-, planes para que prosperes.
Y eso fue todo. Fue todo lo que dijo la voz. Pero yo quedé abru-
mado de gozo.
Cuando llegué a la casa del pastor y entré en la sala, la gente se
quedó mirándome, asombrada.
"¿Qué le ocurrió?", preguntaron con vacilación. Yo simplemente
no podía dejar de sonreír. (Yo sabía que aquellas palabras eran un
texto bíblico y, para vergüenza mía, me tomó dos días completos
hallarlo en Jeremías 29:11 al 13.)
86 • En el c r iso l c o n Cr ist o

No es posible expresar la gran inspiración que aquellas palabras


le han dado a mi vida durante todo mi ministerio. Y dondequiera
que vuelvo la vista encuentro a muchas personas ansiosas de escu-
char esa promesa que le dará seguridad a su vida. Por eso, siempre
que tengo la oportunidad, escribo ese texto en una tarjeta, espe-
rando que la promesa sea de tanta inspiración para ellos como lo
fue para mí. Cuando mi esposa y yo nos casamos, decidimos tener
ese texto inscrito en la parte interna de nuestro anillo de bodas. In-
cluso, tenemos ese texto en una pared, que es la primera que ve la
gente cuando entra en nuestra casa. Queremos que todos aquellos
que ingresen sepan que Dios tiene maravillosos planes para su vida
también, pues el Padre "nos escogió en él antes de la creación del
mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él" (Efe.
1:4, NVI).
Las palabras de Jeremías fueron escritas para los que vivían en
el exilio. En los versos del principio del capítulo, Jeremías pone el
fundamento de esta seguridad: Por qué deberíamos tener confianza
en Dios.
Primero, Dios dice a su pueblo que no debe abandonar la espe-
ranza porque su situación no es el resultado de la casualidad ni de
un mal impredecible: él ha estado activamente involucrado desde el
principio. Porque Dios mismo dice: "A todos los que he transporta-
do de Jerusalén a Babilonia" (vers. 4, NVI). Aunque el mal parecía
rodearla, Judá nunca había dejado de estar en el centro de las manos
de Dios.
Segundo, Dios dice a su pueblo que no debe abandonar la espe-
ranza porque él puede resolver las dificultades que afronta en ese
momento. Dios mismo dice: "Y procurad la paz de la ciudad a la
cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz
tendréis vosotros paz" (vers. 7).
Tercero, Dios dice a su pueblo que no deben abandonar la espe-
ranza porque él va a actuar para terminar su destierro en un tiempo
específico. "Porque así dijo Jehová: Cuando en Babilonia se cum-
plan los setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi
buena palabra, para haceros volver a este lugar" (vers. 10).
Nosotros estamos en el exilio también. Pero el futuro todavía es
brillante. Porque nosotros tenemos exactamente las mismas razones
para no perder nuestra esperanza: Dios está involucrado, obrando
para llevar a cabo sus planes.
7. Esperanza indestructible • 87
4. Hacemos frente a un futuro, con esperanza, porque nues-
tro Padre es muy grande. "¿Dónde estabas cuando puse las bases
de la tierra? ¡Dímelo, si de veras sabes tanto!" (Job. 38:4, NVI).
Yo creo que el final de Job es asombroso. Después de los amigos
de Job, que habían acaparado el escenario durante casi todo el libro,
se escuchó la voz de Dios desde el cielo, que puso a callar a todos:
"¿Quién es éste, que oscurece mi consejo con palabras carentes de
sentido?" (vers. 2, NVI). Sin hacer ninguna pausa, Dios se vuelve a
Job y le hace sesenta preguntas difíciles de contestar.
Dios le pregunta a Job si había estado presente el día en que él
creó la Tierra, si podía controlar las constelaciones, u organizar la
vida de los animales. Y las preguntas siguen, unas tras otras, sin pau-
sas. Después de la pregunta número sesenta, Job responde: "¿Qué
puedo responder si soy tan indigno? ¡Me tapo la boca con la mano!
Hablé una vez y no voy a responder, hablé otra vez, y no voy a insis-
tir" (Job 42:4, 5, NVI).
Pero, Dios no ha terminado todavía. Comienza de nuevo y le
hace a Job 24 preguntas más acerca de Behemot y de Leviatán.
Dios nunca contestó ninguna de las preguntas que hicieron los
amigos de Job. Pero pintó un cuadro de su excelsa grandeza a través
de las obras de su Creación. Después de esto, Job, ciertamente, no
necesitaba ninguna respuesta. "¿Quién es el que oscurece el consejo
sin entendimiento? Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas
demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía. Oye, te
ruego, y hablaré; te preguntaré, y tú me enseñarás. De oídas te había
oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arre-
piento en polvo y ceniza" (Job 42:3-6).
La necesidad de explicaciones se había eclipsado por una abru-
madora revelación de la grandeza de Dios.
Esta historia revela una fascinante paradoja. La esperanza y el
ánimo pueden surgir de la comprensión de que sabemos muy poco.
Instintivamente tratamos de encontrar la esperanza sabiéndolo
todo, y nos desalentamos cuando no podemos hallar las respuestas
que buscamos. Pero, a veces Dios pone en evidencia nuestra igno-
rancia e incapacidad para conocer para que comprendamos que no
se encuentra la esperanza en "hallar respuestas" sino en un Ser más
grande que nosotros.
¿Cuán grande es su Dios? Creo que, si vamos a captar
una vislumbre de la inmensurable grandeza de Dios como
Job, es posible que no se respondan nuestras preguntas, pe-
ro nosotros seremos llenos de un gozo inefable y glorioso.
88 • En el c r iso l con Cr ist o

Un Dios como ningún otro


La esperanza se encuentra en una Persona. Esto se me convirtió
en algo personal durante un horroroso día de motines raciales que
se extendieron por toda la ciudad de Colombo, capital de Sri Lanka.
Era el día de la competencia de natación de toda la isla, y un par
de amigos y yo nos dirigimos hacia la piscina para nadar un poco.
Pero, antes de que bajáramos de nuestro automóvil, el encargado de
cuidar la piscina vino corriendo a encontrarnos. Señalando hacia
atrás, dijo: "La piscina está cerrada. Se cerró a las 2". Nosotros nos
volvimos y miramos hacia atrás. Dos enormes columnas de humo
subían hacia el cielo.
Sabíamos lo que había pasado. Las tensiones raciales entre los
dos grupos étnicos dominantes de la isla habían subido a un punto
nunca alcanzado. Ahora el grupo más grande estaba quemando las
casas y las fábricas del otro grupo. Nosotros regresamos inmedia-
tamente al colegio. Yo tomé mi bicicleta y me dirigí rápidamente
hacia mi casa. Cuando estaba llegando al complejo de edificios de
la Misión, vi que más columnas de humo se elevaban de un lugar
muy cerca de nuestra casa.
Los fuegos en toda la ciudad ardieron durante todo el día. Du-
rante la tarde, hombres, mujeres y niños comenzaron a encaramar-
se a nuestra muralla de tres metros de altura. Un anciano trató de
levantar su refrigerador por encima de él. Otra cosa terrible eran los
gritos, el sonido de vidrios que se rompían, y finalmente el crepitar
de las llamas que comenzó a elevarse de los talleres y las fábricas in-
cendiados. Yo me paré sobre la muralla, tratando de apagar el fuego
con la manguera con que regábamos el jardín. Lo más que podía
hacer era tratar de detener las llamas que se acercaban rápidamente
a nuestra casa. Dentro de nuestra casa estaban unas 25 personas
temblorosas y llorosas.
Por la noche, otro grupo pidió asilo en nuestra casa. Para evitar
que los vieran quienes estaban entre los edificios de la Misión, mi
mamá los llevó por la puerta del frente, y pasaron agachados por un
pasillo entre dos muros de un metro y un poco más de alto. Pero,
un vigía que estaba en los edificios altos los había visto. Pocas horas
más tarde, recibimos un mensaje en el que se nos informaba que
nuestra casa sería quemada aquella noche.
Se nos dijo que no nos preocupáramos. Algunos amigos tenían
cierta influencia en la policía local, la que había arreglado para que
una cantidad extra de soldados estuviera patrullando alrededor de
nuestra casa. Incluso habían hecho arreglos para que hubiera una
7. Esperanza indestructible • 89
guardia frente a nuestra puerta. Nosotros no teníamos mucha con-
fianza, de modo que llamamos a las oficinas del Alto Comisionado
Británico, que estaban a escasos dos kilómetros de distancia. Sin
embargo, dijeron que la ciudad estaba hundida en un caos tan gran-
de que no podían hacer nada por nosotros. Dos policías armados
llegaron, pero estaban tan asustados que se habían emborrachado.
Cada policía traía un solo cartucho en su pistola, lo que de todos
modos no nos producía mucha confianza. Esa noche, mi mamá y
dos de mis hermanos menores escalaron la alta muralla de la casa
de un vecino y se refugiaron allí. Nuestros refugiados, amontonados
en mi cuarto, hablaban en voz baja, nerviosamente. Yo estaba acos-
tado en un catre de campaña en el dormitorio de mi padre. Junto a
mí teníamos una maleta que contenía un cambio de ropa para cada
uno y nuestros pasaportes. Yo dormí vestido.
Era muy difícil conciliar el sueño. Me dolían los ojos enrojecidos
por tanto humo que había llenado la ciudad durante todo el día. El
césped de nuestro jardín ya no era verde, sino que tenía un ominoso
y macabro color gris, por causa de una gruesa capa de ceniza que lo
cubría.
Antes de dormirme, abrí mi Biblia y leí la página donde se había
abierto. No podía creer lo que veían mis ojos: "El que habita al abri-
go del altísimo, se acoge a la sombra del Todopoderoso. Yo le digo
al Señor: Tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío"
(Sal. 91:1, 2, NVI).
No había llegado al versículo 3 cuando mi padre, que estaba en
su cama al otro lado de la habitación, me dijo:
-Gavin, quiero leerte algo.
Y comenzó a leer el versículo 1 del mismo Salmo 91. ¡No podía
creerlo! Era como si Dios hubiera abierto sus dos brazos y los hubie-
ra cerrado fuertemente alrededor de mí.
No le dije a mi padre que habíamos leído el mismo texto. Yo sen-
tía que era un secreto entre Dios y yo, algo que no debía compartirse
con nadie más.
Trece años más tarde, yo necesitaba una historia para los niños
de la iglesia, y les conté cómo Dios me había hablado mediante el
Salmo 91.
-¿Cuál es la probabilidad -les pregunté a los niños-, de que
mi padre y yo abriéramos la Biblia al mismo tiempo, en el mismo
pasaje?
90 • En el c r iso l c o n Cr ist o

-Enorme -dijo un niño.


Todos se rieron, pero tenía razón. Yo decidí contar la misma his-
toria la siguiente semana en mi otra iglesia. Mi madre estaba de visi-
ta desde Pakistán, donde ellos estaban sirviendo como misioneros,
de modo que le hice algo así como un prefacio a la historia diciendo
que nunca antes había contado la historia a ninguno de los miem-
bros de mi familia. Sin embargo, cuando terminé, vi que mi madre
había levantado la mano. Cuando le pedí que hablara, dijo:
-Hay otra parte de esa historia que tú no conoces -comenzó di-
ciendo-. Cuando llevé a tus hermanos por encima de aquellos mu-
ros, para llegar a casa de los vecinos aquella noche, abrí mi Biblia y
les leí un texto:
"El que habita al abrigo del altísimo, se acoge a la sombra del
Todopoderoso. Yo le digo al Señor: Tú eres mi refugio, mi fortaleza,
el Dios en quien confío" (Sal. 91:1, 2, NVI).
No recuerdo qué himno infantil cantamos después. Solo recuer-
do que sentía yo un gran nudo en la garganta, que no permitía la
salida de un solo sonido. Allí estaba yo, a punto de abrir la Palabra
de Dios a mi congregación, cuando el Dios de las palabras expuso,
de manera misteriosa, una palabra especial para mí. Era una palabra
que hablaba de su control de los eventos, una palabra acerca de su
presencia y su participación en mi vida, una palabra acerca de su
grandeza, y muchas cosas más.
Cuento esta historia cada vez que tengo la oportunidad. Nunca
me canso de contarla, porque nos habla de que, incluso cuando pa-
semos por el crisol, y no sepamos con claridad lo que está pasando,
todavía podemos tener esperanza. Porque Dios es nuestra esperanza
inconmovible.
Finalmente, Abraham ora por Abimelec y toda su casa (Gén. 20:
7, 17), haciendo de su religión algo más que palabras piadosas y sa-
crificios a Dios. La experiencia de salvación de Abraham lo vuelve
sensible a la injusticia, la desdicha humana y el sufrimiento. Su fe en
Dios se manifiesta en su conexión horizontal con la humanidad:
«Practicar la justicia, amar la misericordia» (Miq. 6: 8, NVI) y «visitar
a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones» (Sant. 1: 27).
7. Esperanza indestructible • 91
Padre:
Dondequiera que vaya,
cualesquiera que sean las circunstancias
en que me encuentre, enséñame a verte.
Llena mi mente y mi corazón con un gran anhelo de ti,
no solo de las cosas que puedes hacer por mí.
En todos los momentos de mi vida, que tú seas mi esperanza;
una esperanza inconmovible, un Dios inmutable,
de quien puedo depender absolutamente.
En el nombre de Jesús, amén.
8

Ver al Invisible

“Es, pues, la fe la certeza de lo que se


espera, la convicción de lo que no se ve "
(Heb.ii:i).

Por qué es tan importante la fe


1 autor de Hebreos hace una perturbadora declaración: "Sin
fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el
que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de
los que le buscan" (Heb. 11:6).
Estas duras palabras acerca de la falta de fe fueron también di-
chas por Jesús. Mateo, por lo general, registra las palabras de Jesús
cuando reprende a las personas por su falta de fe; y comenzó a ha-
cerlo desde el mismo principio de su ministerio. En su Sermón del
Monte se registra que Jesús les dijo a sus oyentes: "Hombres de poca
fe" (Mat. 6:30). Sus más cercanos colaboradores no estaban exentos
de esta reprensión. A sus discípulos, les dijo: "¿Por qué teméis, hom-
bres de poca fe?" (Mat. 8:26). Cuando Pedro estaba hundiéndose en
otra tormenta, le preguntó: "¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?"
(Mat. 14:31). Más tarde, Jesús interrumpió una discusión entre sus
discípulos para decirles: "¿Por qué pensáis dentro de vosotros, hom-
94 • En el c r iso l c o n Cr ist o

bies de poca fe, que no tenéis pan?" (Mat. 16:8). Parece que Jesús
reprendía con un poco de dureza.
Por contraste, Jesús siempre reconocía y felicitaba a quienes te-
nían una fe genuina. Si solo consideramos las historias en Mateo,
vemos que Jesús manifiesta asombro ante la fe del centurión (8:10).
Luego, afirma que la curación del paralítico se debió a su fe (9:2).
Lo mismo hizo con la mujer enferma y con los dos hombres ciegos
(9:22, 29) y la hija poseída por un demonio (15:28).
Jesús destacó deliberadamente la visibilidad de la fe, porque la fe
determina si el poder de Dios entrará y transformará nuestra vida
o no. Los discípulos supieron con toda claridad que no pudieron
echar a un demonio "por vuestra poca fe" (Mat. 17:20). De hecho, el
pueblo entero de Nazaret sufrió, porque Jesús "no hizo allí muchos
milagros, a causa de la incredulidad de ellos" (Mat. 13:58). Jesús ex-
presó palabras fuertes con respecto a la fe porque sabía muy bien
que la falta de fe y el poder transformador del Cielo eran, y son,
completamente incompatibles.
Lo mismo ocurre hoy. Nuestra capacidad para mantenernos en la
senda que conduce a la casa del Pastor y para que nuestra vida refleje
(o no) más claramente el carácter de Jesús depende de nuestra fe.

¿Qué es la fe?
Antes de seguir adelante, necesitamos definir qué es la fe. El libro
de Hebreos da una definición sencilla: "Es, pues, la fe la certeza de
lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Heb. 11:1). Pero,
vivir de acuerdo con esa certeza no es tan fácil como podría parecer.
¿Cómo podemos tener certeza con respecto a las cosas invisibles?
Es posible que tengamos confianza en el Dios invisible cuando las
cosas van bien, pero cuando entramos en el crisol vacila nuestra fe
en él. El crisol, por su misma naturaleza, nos hace dudar, e incluso
desesperarnos, porque nuestro amante Padre raramente da alguna
evidencia de su presencia y de su obra en nuestro favor. Podemos
orar mucho, pero al parecer no hay ninguna prueba de que está con
nosotros. Todo lo que vemos son tinieblas.
8. Ver al Invisible *95

Aprendiendo a ver en la oscuridad


Muchas personas creen que la fe es un salto en la oscuridad. Lo
que quieren decir es que la fe es un salto a lo desconocido. Pero,
no es así como la Biblia describe la fe. En la Epístola a los Hebreos,
se dice que Moisés fue capaz de mantenerse firme contra la ira de
Faraón "porque se sostuvo como viendo al invisible" (Heb, 11:27).
La fe ve claramente, y el impacto de una fe tal en nuestra vida es
increíble: "Este fue el secreto del éxito de Moisés. Vivía como viendo
al Invisible, por lo que fue capaz de considerar el vituperio de Cristo
como de más valor que los tesoros de los egipcios. Si los hombres vi-
vieran así, veríamos sus rostros brillar con la gloria de Dios; porque
estarían viendo la gloria del Dios eterno y, mediante la contempla-
ción, serían transformados a la imagen de Cristo".1
¿Cómo puede la fe "ver" claramente, incluso bajo presión?
¿Cómo puede la fe ver el rostro de Cristo tan claramente que po-
damos ser transformados a su imagen? Aquí indico dos formas en
que podemos aprender a ver al "invisible" Jesús.
Primero, la fe ve el rostro de Jesús porque está conformada
por las palabras de Dios. David declara: "Lámpara es a mis pies tu
palabra, y lumbrera a mi camino" (Sal. 119:105). La Palabra de Dios
siempre trae luz. La luz de su Palabra nos capacita para ver la reali-
dad como el Cielo la ve, a diferencia de cómo la sentimos. Así que,
cuando estamos en el centro del crisol, la luz de la Palabra de Dios
nos ayuda a reconstruir la verdad acerca de nuestra situación, a pesar
de los sentimientos turbulentos que nos agobian y las tentaciones de
Satanás a dudar del amor de Dios por nosotros.
Nunca olvidaré la ocasión cuando mi falta de fe en las promesas
de Dios quedó cruelmente expuesta. El proceso para reconocer este
problema y aprender qué hacer al respecto me tomó casi un año.
Creo que todo comenzó cuando estaba de pie, hablándole a una
pareja de misioneros, en medio del salón de reuniones vacío de un
colegio adventista. Acabábamos de terminar una reunión de evan-
gelización y yo estaba pidiendo algunos consejos a la pareja de mi-
sioneros. Dos días antes, me había encontrado con algo que nunca
había imaginado. Un joven al que le estaba hablando se llenó de
ira y se puso violento repentinamente. Todo lo que había hecho era
preguntarle acerca de su relación con Dios. El joven estaba poseído
por un espíritu de demonio. En el colegio no me habían preparado
para esto.

1 Elena G. de White, Signs of the Times, 9 de enero de 1873.


96 • En el c r iso l c o n Cr ist o

La dama misionera habló de su período de servicio en el Caribe.


-Una noche, tres hombres enormes irrumpieron en nuestra casa
-comenzó diciendo-. Todos los hombres de nuestra casa se queda-
ron helados, porque aquellos hombres traían bates de béisbol en las
manos. Nadie sabía qué hacer, y aquellos jóvenes se veían airados.
Yo me paré frente a ellos y, señalándolos con el dedo, les grité: "En
el nombre de Jesús, ¡salgan inmediatamente de esta casa!'. Debió
de haber sido un cuadro extraordinario y digno de verse, porque
aquella dama era muy pequeña de estatura, no medía ni siquiera un
metro y medio de altura.
"¿Y sabe qué paso? -continuó-. Aquellos jóvenes giraron sobre
sus talones y salieron corriendo tan rápido como podían".
Me miró a los ojos, y añadió con sobriedad:
-Debes recordar siempre que hay poder en el nombre de Jesús.
Terminamos nuestra conversación y yo cargué en mi pequeño
automóvil todos los aparatos e instrumentos que habíamos utiliza-
do en la reunión. Cansado, me senté frente al volante, y metí la llave
en la cerradura para echar a andar el motor.
"Y ahora vamos contigo".
Yo me quedé con los ojos desmesuradamente abiertos frente al
parabrisas, porque no podía creer lo que había escuchado. Las pa-
labras eran de origen claramente demoníaco. Puse la música en el
estéreo, puse en marcha el motor y salí del estacionamiento. Traté de
convencerme de que solo había imaginado aquellas palabras. Pero,
no era mi imaginación. Era claro que los ángeles de Satanás estaban
airados porque yo estaba ayudando a aquel joven a librarse de su
control, y ahora se volvían contra mí. Inmediatamente puse la mú-
sica y me puse a cantar.
Cuando llegué a mi casa, encontré el silencio de una casa vacía
demasiado pesado para mí, de modo que puse un disco compacto,
y le subí el volumen al reproductor lo suficientemente alto como
para que yo pudiera escucharlo hasta mi oficina, que estaba en el
segundo piso. De vez en cuando, algunas de las palabras del canto
penetraban en mi conciencia: "Hay fortaleza en el nombre de Cris-
to, hay poder en el nombre del Señor". Era claro que las palabras del
himno eran como un eco de mi conversación con los misioneros.
Finalmente, me acosté y me quedé dormido.
De repente, me desperté porque mi cama se sacudía y yo me
ahogaba, porque no me alcanzaba el aire para respirar. Era como
si me hubieran cerrado el aparato respiratorio y no pudiera yo reci-
bir suficiente aire para respirar. Sentía que me ahogaba. Al instante,
8. Ver al Invisible • 97
los pensamientos que habían llenado mi mente horas antes brilla-
ron como relámpagos en mi mente: "¡En el nombre de Jesús, sal de
aquí!" grité luchando para poder expresar cada palabra. Inmediata-
mente, la presión que sentía alrededor de mi garganta se aflojó.
En el mismo instante que clamé a Jesús, las fuerzas satánicas que
me atacaban se retiraron debilitadas.
Sin embargo, mientras seguía acostado en la oscuridad, mis te-
mores se apilaban unos sobre otros. Me sentía tan aterrorizado que
no podía moverme. Yo sabía que los espíritus malignos eran reales y
que estaban allí, o por lo menos habían estado. Pero ¿cómo y cuán-
do vendría el siguiente ataque?
Oré en voz alta. Traté de cantar cada himno que sabía, pero nada
me ayudó a sentirme mejor. No podía entenderlo; yo era pastor y
sabía todo lo relacionado con la fe y la confianza en Dios, pero me
sentía desprovisto de toda protección. No me atrevía ni siquiera a
voltearme en la cama, porque mi imaginación temía toda suerte de
cosas que podían estar escondidas detrás de mí.
Después de algo así como una hora, empecé a sentirme ronco
y, de todos modos, no me estaba sirviendo de mucho. Finalmente,
decidí hablarle a un compañero en el ministerio. Su esposa contes-
tó, y cuando le conté, temblando, lo que acababa de ocurrirme, ella
respondió:
-Bueno, le pasaré el teléfono a John para que hable contigo, y yo
comenzaré a orar.
Hablamos mucho tiempo, quizás una hora. Revisamos juntos las
promesas de Dios. Después de un rato comencé a sentirme mejor, y
después de una oración final caí dormido, exhausto.
Durante los siguientes seis meses, caía dormido inmediatamen-
te después de acostarme, pero despertaba de repente en la noche,
sintiéndome aterrorizado. Una sensación permanente de que algo
satánico había en mi cuarto me dominaba, y lo peor era que me
sentía impotente para hacer algo al respecto. Mis temores no me
abandonaban.
Lo que hacía que las cosas empeoraran era que mis devociones
diarias comenzaron a apagarse. Solo oraba y estudiaba mi Biblia
cuando era necesario. No era que yo no creyera, sino lo opuesto.
Todas las cosas eran demasiado reales. Siempre que comenzaba a
leer o a orar, recordaba esta realidad invisible, esta gran batalla que
yo no podía ver, y mis temores volvían a inundarme de nuevo. Yo
creía que era un pastor fuerte, pero ahora me sentía como si estuvie-
ra hecho de paja.
98 • En el c r iso l con Cr ist o

Pasaron varios meses antes de hallar una solución para mi pro-


blema de fe. Yo le hacía frente a otra difícil situación: era joven y
soltero. Era especialmente difícil porque no tenía a nadie cercano e
íntimo con quien hablar de estas cosas. Le hablaba a mi Padre ce-
lestial, lo que es bueno; pero en ese momento yo quería hablar con
un ser humano.
"Padre, por favor, necesito a alguien con quien hablar", le suplica-
ba. De repente, algo que me pareció una respuesta relampagueó en
mi mente: "No puedes tener a nadie".
Yo me quedé asombrado, y confuso. "Bueno -dije-, pero ¿cómo
se supone que debo obtener lo que necesito?".
Lo que describiré a continuación nunca me había ocurrido. Vi un
cuadro. Era un cuadro del Jesús resucitado. No era un cuadro con
detalles, sino que yo simplemente sabía que era Jesús de pie frente
a mí, y que era el mismo que está a la diestra del Padre. Sus brazos
estaban extendidos hacia mí, con las manos como si contuvieran
algo. Yo sabía que en aquellas manos estaba todo lo que yo podría
necesitar alguna vez.
"¿Por qué crees que Jesús tuvo que morir? -dijo el Espíritu San-
to-. ¿Para que tú fueras miserable? Tienes que apropiarte de todo lo
que necesitas por la fe".
Me quedé pensando por un momento. Más que cualquier otra
cosa, necesitaba paz y gozo. En mi mente, me incliné hacia aque-
llas manos que estaban extendidas hacia mí, y tomé de allí "paz"
y "gozo". Inmediatamente quedé inundado del gozo y la paz más
maravillosos.
A medida que pasara el día, y en el momento en que mis temores
comenzaban a surgir, yo me volvería otra vez y tomaría lo que nece-
sitara de aquellas manos extendidas hacia mí.
Esta experiencia solo duró un día, pero en aquellas horas comen-
cé a aprender algo muy importante, a lo que volvería cada vez que
pasara por aquellos momentos de terror.
Comencé a comprender mejor la realidad de la Resurrección. La
Resurrección es un hecho de la historia que está más allá de toda
duda. Pero lo que logró la Resurrección también está más allá de
toda duda. La Biblia describe la ocasión cuando Jesús ascendió al
cielo.
Hubo una ceremonia solemne de coronación en la que Jesús fue
proclamado Rey de este mundo. Al mismo tiempo, el don del Espí-
ritu Santo, dado para la edificación de su cuerpo, que es la iglesia,
8. Ver al Invisible • 99
fue profusamente derramado sobre nosotros: "Por eso dice: 'Cuando
ascendió a lo alto, se llevó consigo a los cautivos y dio dones a los
hombres’" (Efe. 4:8, NVI).
Mi problema de fe consistía en que, si bien sabía que Dios tenía
dones para mí, ese conocimiento no tenía ningún impacto en mí
personalmente, ningún efecto, en lo absoluto. Yo esperaba que Dios
me protegiera, pero mientras yacía en mi lecho, noche tras noche,
nunca estaba seguro en realidad de que lo haría. Después de todo,
mi ángel guardián no había estado muy activo, al parecer, aquella
noche.
Sin embargo, al paso del tiempo, un nuevo patrón de pensamien-
to comenzó a desarrollarse en mí. Si el registro bíblico de la Resu-
rrección era un hecho, así debían serlo las promesas de protección
dadas por Dios. Había una sencilla lógica en aquello. No era cues-
tión de cómo me sentía, sino una cuestión de la verdad acerca de
Dios y de la resurrección de Jesús; y esa verdad de la Resurrección,
basada totalmente en la Escritura, debía dar forma a mi realidad.
En el futuro, cuando despertaba sintiendo aquel mismo terror,
me decía a mí mismo: "No, en la Biblia Dios ha prometido proteger-
me, y la Resurrección lo garantiza. No puedo ver ningún ángel, pero
he pedido la protección divina y, por lo tanto, por fe creo que Dios
está aquí, y que él es fuerte para hacerle frente al enemigo. Padre,
por favor, estréchame en tus brazos de amor y protección". Luego,
me volteaba en mi cama, algo que no había podido hacer en muchos
meses, confiado en que mi protección era segura.
Dios no hace promesas solo para que nosotros nos preguntemos
si son verdaderas. Sin embargo, sin creer de todo corazón que son
ciertas, las bendiciones que las acompañan quedarán guardadas en
los estantes del cielo. Esto sería como tener una tarjeta de regalo
pero nunca ir a la tienda para cambiarla por el regalo verdadero.
Jesús prometió: "Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nom-
bre, yo lo haré; así será glorificado el Padre en el Hijo. Lo que pidan
en mi nombre, yo lo haré" (Juan 14:13, 14, NVI). Y el desafío para
nosotros es que él lo dijo en serio.
Segundo, la fe ve el rostro de Jesús porque el Espíritu de
Dios la fortalece mediante la oración. Cuando estamos en el cri-
sol, las palabras de Dios nos recuerdan la realidad. Sin embargo, si
nuestra vida fuera transformada simplemente por el conocimiento,
entonces quizá todos habríamos sido completamente transforma-
dos hace mucho tiempo. Junto con el conocimiento de la Palabra de
100 • En el c r iso l c o n Cr ist o

Dios, que da forma a nuestra fe en Jesús, también se necesita el poder


del Espíritu Santo, que da vida a nuestra fe, para cambiar la promesa
por el don real y verdadero.
La lucha por conocer las promesas de Dios, pero no ver el fruto
de esas promesas, fue una frustración para los discípulos. Para su
sorpresa, se encontraron con un demonio que poseía a un hombre,
y se negaba a salir de él a pesar de que se lo ordenaron en el nom-
bre de Jesús. Poco tiempo después, Jesús regresó con Pedro, Jacobo
y Juan, del monte de la transfiguración. "Cuando llegaron al gentío,
vino a él un hombre que se arrodilló delante de él, diciendo: Señor,
ten misericordia de mi hijo, que es lunático, y padece muchísimo;
porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua. Y lo he
traído a tus discípulos, pero no le han podido sanar. Respondiendo
Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he
de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo
acá. Y reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho, y este
quedó sano desde aquella hora. Viniendo entonces los discípulos a
Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?
Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si
tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate
de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible" (Mat. 17:14-20).
Hay un interesante comentario sobre esta historia: "A fin de tener
éxito en un conflicto tal, debían encarar la obra con un espíritu di-
ferente. Su fe debía ser fortalecida por la oración ferviente, el ayuno
y la humillación del corazón. Debían despojarse del yo y ser henchi-
dos del espíritu y del poder de Dios. La súplica ferviente y perseve-
rante dirigida a Dios con una fe que induce a confiar completamente
en él y a consagrarse sin reservas a su obra, es la única que puede
prevalecer para traer a los hombres la ayuda del Espíritu Santo en la
batalla contra los principados y potestades, los gobernadores de las
tinieblas de este mundo y las huestes espirituales de iniquidad en las
regiones celestiales".2
Los discípulos conocían las promesas de Jesús, pero su conoci-
miento todavía no era fe. De hecho, habían echado fuera espíritus
de demonios en otro tiempo, pero esta era una nueva situación que
demandaba fe. Y esa fe transformadora de vida solo podía recibir
poder del Cielo.
La necesidad de ese poder celestial se me hizo muy clara durante
un tiempo cuando luchaba otra vez, incluso para orar. Me sentía

Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 405.


8. Ver al Invisible • 101
muy frustrado con mi trabajo y de alguna manera esta frustración
se había vuelto hacia Dios. Me sentía tan irritado que la sola idea de
orar me llenaba de ira. Esta es una reacción extraña y sorpresiva para
alguien que ha pasado todo su ministerio enseñando acerca de la
importancia y el poder de la oración. Incluso arrodillarme me exi-
gía un tremendo esfuerzo, porque en mi interior estaba luchando
contra un Dios que yo creía que me había llevado voluntariamente
hacia el fracaso. No me gustaban sus métodos, pero mi propio anta-
gonismo simplemente me hacía más débil.
Literalmente, tuve que tomar un receso en mi trabajo, y me fui
con mi esposa a una casa de veraneo en el campo. Allí, decidí que
me obligaría a mí mismo a orar. Día tras día, mientras perseveraba
en oración delante de Dios, comencé a sentir una restauración gra-
dual de su poder en mi vida. Para cuando aquellas dos semanas lle-
garon a su fin, la depresión contra la cual había yo luchado durante
al menos cuatro años se había desvanecido completamente.
En caso de que me viera tentado a creer que aquellas enseñan-
zas de Dios solo eran productos de mi imaginación, dos días más
tarde Dios me permitió ver el mismo problema en la vida de una
amiga. Cuando comenzamos a hablar, noté que una gran carga pa-
recía arrugarle todo el rostro. Mientras hablábamos, ella comenzó
a hablarme del profundo desaliento que la agobiaba. Su depresión
era tan grande que había pedido ciertas píldoras a su médico. Ex-
trañamente, mientras más hablaba, más sorprendido me sentía yo.
Pensé que estaba escuchándome a mí mismo hablar solo dos sema-
nas antes.
-Sabes que esta es una batalla sobrenatural -le dije-; ¿cómo está
tu vida de oración?
Miró hacia abajo con tristeza y replicó tristemente:
-No he sido capaz de hablar con Dios desde hace mucho tiempo.
Comencé a compartir con ella mi reciente experiencia. Yo tam-
poco había sido capaz de orar. Por supuesto, había elevado las ora-
ciones "oficiales" al principio de cada día y una breve oración por
la noche y, sí, también algunas muy breves durante toda la jornada.
Pero no eran oraciones de verdadera fe para sanar el dolor de mi
alma.
Hablamos de la fe y la oración y de la restauración del Espíritu
Santo. Mientras más hablaba, más me parecía sentir que el eco de
mi propia voz volvía a mí. Sí, Dios me había enviado para ayudar a
aquella amiga, pero me estaba obligando a escuchar mis propias pa-
102 • En el c r iso l co n Cr ist o

labras: recordándome que había sido él quien había estado obrando


durante aquellas dos semanas.
Cuando salía, mi amiga dijo:
-Creo que Dios te envió para ayudarme esta noche.
Y yo no podía hacer otra cosa que estar de acuerdo con ella.

Cuidado con la presunción


Pienso que en nuestra consideración de lo que es la fe debemos
estar alertas para detectar algo que siempre se disfraza de fe. Esto
ocurre especialmente cuando estamos en medio del crisol; si no es-
tamos conscientes de este sustituto de la fe, puede causar considera-
ble confusión.
Me di cuenta por primera vez de lo que es la presunción cuando
era un adolescente sumamente celoso. Era el año del retorno del co-
meta Halley, y como era un evento que solo ocurriría una vez en la
vida, no estaba dispuesto a perder la oportunidad de verlo.
Si bien el cometa estuvo visible algunas semanas con variable in-
tensidad, yo había decidido esperar hasta que los periódicos dijeran
cuál era el mejor tiempo para verlo. Ocurrió en medio de algunos
exámenes verdaderamente importantes, y no estaba yo dispuesto a
levantarme a las cuatro de la mañana, a menos que el cometa fuera
a verse muy bien. Finalmente, llegó la noche en que puse mi alarma
en la hora señalada, y me fui a dormir.
Cuando mi alarma sonó, salté de la cama y subí por una em-
pinada escalera al lado de nuestro tanque de agua potable. Hasta
ese momento, no había yo mirado hacia arriba, al cielo nocturno,
porque quería esperar hasta que estuviera en el lugar perfecto, en
el momento perfecto. Pero, finalmente llegó el momento perfecto,
y yo estaba en el lugar perfecto. Así que, miré hacia arriba. No po-
día creer lo que veían mis ojos, porque miraba fijamente a un cielo
oscuro y lluvioso. Hasta donde alcanzaba la vista, el cielo estaba to-
talmente cerrado por las nubes. Había olvidado un pequeño detalle.
Era la época de los monzones.
Pero, solo me desanimé durante un momento. Recordé las pala-
bras que Jesús había dirigido a sus discípulos: "Si tuvierais fe como
un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: desarráigate,
y plántate en el mar; y os obedecería" (Luc. 17:6). Y me dije a mí
mismo: Estas no son más que nubecillas, y yo sé que mi Dios tiene
poder para moverlas. Así que, incliné mi cabeza y oré: "Señor, sé
8. Ver al Invisible • 103
que tienes todo el poder del Universo, y puedes mover fácilmente
estas nubes. Por favor, ¿podrías moverlas para que yo pueda ver el
cometa? En el nombre de Jesús, amén" Completamente convencido
del poder de la fe, miré hacia arriba. Pero allí, ante mis ojos, estaban
las mismas espesas nubes.
Entonces, me puse un tanto triste. Quizá mi fe no fuera tan fuer-
te. Quizá Dios necesitara más tiempo para que el viento soplara y
se llevara las nubes. Por lo tanto, volví a mi habitación, y decidí
darle a Dios otros veinte minutos. Con seguridad, ese tiempo sería
suficiente.
Después de elevar algunas oraciones más de fe y de creencia en
el poder de Dios, subí de nuevo la empinada escalera hasta el techo
del tanque. Apenas podía contener mi ansiedad, de modo que miré
hacia arriba. Pero allí, sobre mi cabeza, lo único que se veía eran
las mismas nubes negras del monzón que se habían visto veinte
minutos antes. Estaba asombrado. Estoy seguro de que fui la única
persona en el mundo que nunca vio el regreso del cometa Halley ese
año. Presunción es pensar que Dios hará algo simplemente porque
nosotros pensamos que es capaz de hacerlo. No tenemos que ser
arrogantes para ser presuntuosos. Lo único que necesitamos es es-
tar pensando fuera de los límites de las promesas de Dios. Y, en mi
caso, todavía no he podido hallar una promesa donde Dios ofrezca
mover nubes para que yo me entretenga.
La verdadera fe siempre tiene un fundamento. Si puedes citarla,
entonces puedes reclamarla. Por lo tanto, si te encuentras luchando
con algún problema, pide la dirección divina mientras escudriñas
sus palabras. Busca tantos versículos como puedas, que te ayuden a
definir la realidad como Dios la ve, y sus promesas de ayudarte. En-
tonces, ora día y noche para que su Santo Espíritu permita que sus
palabras den forma a tus pensamientos y sentimientos, de modo
que, sin importar que estés dentro del crisol, todavía puedas vivir la
vida del Reino de Dios aquí en la Tierra.

La fe es la puerta al hogar
No me gusta terminar un capítulo volviendo hacia atrás, pero me
gustaría destacar un asunto para que lo consideres mientras meditas
acerca de la fe. Cuando Israel no pudo entrar en la Tierra Prometida,
por temor a los gigantes que supuestamente estaban allí, llegaron
a una crisis de fe (Heb. 3:19). Dios había dicho claramente que él
104 • En el c r iso l c o n Cr ist o

les daría la tierra, pero sus ojos los convencieron de que eso no era
posible. Las cosas comenzaron a deteriorarse cuando los infieles se
volvieron contra Moisés y Aarón: "Entonces toda la multitud habló
de apedrearlos. Pero la gloria de Jehová se mostró en el tabernáculo
de reunión a todos los hijos de Israel, y Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta
cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuándo no me creerán,
con todas las señales que he hecho en medio de ellos?" (Núm. 14:10,
11).
Como resultado, toda la nación fue condenada a la disciplina del
desierto durante cuarenta años. Cuando finalmente entraron en la
Tierra Prometida bajo la dirección de Josué, entraron por fe. Al prin-
cipio del libro de Josué dice que Dios le ordenó al nuevo dirigente
que preparara al pueblo para entrar en la tierra que les había pro-
metido. Así que, Josué les ordenó que se prepararan. Solo cuando se
pusieron de pie, con su ropa de viaje, Dios les explicó lo que debían
hacer a continuación. Les ordenó a los sacerdotes ir y pararse en el
centro del Jordán. "(Porque el Jordán suele desbordarse por todas
sus orillas todo el tiempo de la siega), las aguas que venían de arriba
se detuvieron como en un montón" (Jos. 3:15,16). Meterse en un río
desbordado era o suicida o inspirado. En este caso, era de acuerdo
con la voluntad de Dios. Por fe en la Palabra de Dios, las aguas se
abrieron y toda la nación entró en la Tierra Prometida.
Debo admitir que me perturba la reflexión que hace Elena G.
de White, escrita hace muchos años: "No era voluntad de Dios que
Israel peregrinase durante cuarenta años en el desierto; lo que él
quería era conducirlo a la tierra de Canaán y establecerlo allí como
pueblo santo y feliz. (...) Asimismo, no era la voluntad de Dios que la
venida de Cristo se dilatara tanto, y que su pueblo permaneciese por
tantos años en este mundo de pecado e infortunio. Pero la incredu-
lidad lo separó de Dios. Como se negara a hacer la obra que le había
señalado, otros fueron los llamados para proclamar el mensaje".3
¿No será que estamos aquí todavía, no porque las profecías to-
davía no se han cumplido, o porque los seres celestiales todavía ne-
cesitan ser convencidos de la maldad de Satanás, sino por causa de
nuestra incredulidad en las palabras de Dios?
Lo que sí sé con certeza es que los que vivan en los últimos días
estarán vivos por su fe. No será fácil, porque el crisol estará muy
caliente. Pero aquellos que pacientemente "¡obedecen los manda-
mientos de Dios y se mantienen fieles a Jesús!" (Apoc. 14:12, NVI)

3 Elena G. de White, El conflicto de los siglos (Doral, Florida: IADPA, 2011), cap. 27, p. 451.
8. Ver al Invisible • 105
cantarán "un himno nuevo delante del trono y de los cuatro seres
vivientes y de los ancianos Son los que siguen al Cordero por
dondequiera que va. Fueron rescatados como los primeros frutos de
la humanidad para Dios y el Cordero. No se encontró mentira algu-
na en su boca, pues son intachables" (Apoc. 14:3-5, NVI).
La fe es sumamente importante. Es lo que levanta nuestros ojos
para ver la faz de Jesús y produce el milagro divino de la transforma-
ción en nuestra vida. Y la fe nos llevará seguros a la Patria celestial.

Padre:
Anhelo tener una fe que se aterre fuertemente a tus palabras,
y se sostenga firme hasta que tus promesas se cumplan.
Concédeme una fe fresca y viviente, una fe que no se base en lo que
veo con mis ojos físicos, sino que vea claramente la faz de Jesús.
En el nombre de Jesús, amén.
9

Una vida de alabanza

“Regocijaos en el Señor siempre. Otra


vez digo: ¡Regocijaos!” (Fil. 4:4).

V
olaba de regreso de Akureyri, en el norte de Islandia, en un
avión de propulsión a hélice. Como el tiempo era muy
bueno, el capitán anunció que volaría más bajo de lo acos-
tumbrado para que pudiéramos ver mejor el maravilloso
panorama: montañas escarpadas cubiertas con una gruesa capa de
nieve fresca. Acababa yo de leer un librito titulado If [Si], escrito por
Amy Carmichael. Al final de su libro, ella dice que el amor de Dios es
como un río que siempre lleva agua. Día tras día, las aguas fluyen.
Siempre es el mismo río, pero el agua, el amor, es siempre nuevo.
Pensando en esto, me asomé por la ventana. A la distancia había una
enorme catarata que caía por la montaña. Entonces, escuché algo así
108 • En el c r iso l c o n Cr ist o

como un susurro: "Así es mi amor" La cascada estaba bastante lejos,


y sin embargo se veía enorme. Yo sabía que una gran cantidad de
agua saltaba por el borde de la montaña cada segundo.
"¿De dónde viene toda esa agua?", me pregunté. Miré por la ven-
tana durante bastante tiempo, pero no pude ver la fuente de don-
de salía toda aquella agua. Pero, luego la vi. Detrás de la cascada,
cubriendo el horizonte hasta donde alcanzaba la vista, estaba un
enorme glaciar. Era tan grande que no lo había visto. Parecía ha-
ber suficiente agua para que la catarata continuara fluyendo durante
centenares de años.
De repente el asombro me invadió, y me encontré sumergido en
una enorme metáfora. ¿Es el amor de Dios por mí así de grande?
¿Es posible que no logre ver el amor de Dios por mí, no porque sea
demasiado pequeño, sino porque es demasiado grande, ytengo di-
ficultades para comprenderlo? Luché para captar aquella idea, pero
finalmente dije: "Sí, el amor de Dios es así de grande. Quizá sea más
grande todavía".
En momentos como estos es cuando vislumbramos la magnifi-
cencia de Dios y nuestros corazones anhelan expresarse en alaban-
za. El problema es que alabar a Dios dentro del crisol es difícil, por-
que no podemos ver mucha evidencia de su bondad. ¿Qué hacer,
entonces? ¿Poner la alabanza en pausa hasta un tiempo más conve-
niente? ¿Puede la alabanza ser parte de nuestra experiencia durante
el tiempo de sufrimiento también?
En el capítulo sobre la fe consideramos la forma en que las pala-
bras de Dios vuelven a pintar un cuadro de la realidad del cielo para
quienes han estado bajo la presión del crisol. Por lo tanto, si la fe
puede existir y crecer dentro del crisol, lo mismo puede hacer la ala-
banza, porque la alabanza es simplemente la consecuencia exterior
de la fe interior.
En el crisol, donde hay muy poco que nos recuerde el amor de
Dios, la alabanza es la fe en acción. Una alabanza tal no es sim-
plemente cantar y hacer ruidos en la dirección donde se encuentra
Dios. Podemos cantar horas enteras sin fe, pero lo único que ocurri-
rá después de ese cantar sin fin es que nuestras gargantas enronque-
cerán. Lo sé, porque me ha ocurrido más de una vez.
9. Una vida de alabanza • 109

Alabar a Dios dentro del crisol


Pablo fue alguien que pudo alabar a Dios estando dentro del cri-
sol. Puedo imaginarlo sentado ante una mesa en su casa de alquiler
donde vivía como preso en Roma. En la parte de afuera, los guar-
dias conversan tranquilamente. Pablo se pregunta cuánto tiempo
más viviría. Por el momento, pondera el futuro, mueve la cabeza
y escribe enérgicamente, en el pergamino que está frente a él, un
pensamiento para sus amigos de la iglesia de Filipos: "Regocijaos en
el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea
conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis
afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios
en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que
sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vues-
tros pensamientos en Cristo Jesús" (Fil. 4:4-7).
Pablo no le estaba preguntando a Dios: "¿Por qué me ocurre esto
a mí?" Había aprendido, de alguna manera, a eclipsar sus propios
problemas con una gloriosa alabanza. Pero, ¿cómo? Permítanme su-
gerir dos principios importantes que pueden ayudarnos a nutrir
una actitud de alabanza, aunque estemos sentados en el centro del
crisol.

Primer principio para alabar a Dios bajo


presión: Lleva tu fe a la práctica a pesar de
tus sentimientos
Cuando Pablo anima a los filipenses a regocijarse, los insta a re-
gocijarse "siempre". Si hemos de tomar esto por lo que dice, debemos
entender que somos llamados a regocijarnos en momentos cuando
nuestros sentimientos no quieren hacerlo de ninguna manera.
Yo creo que debió de haber sido así en el caso de los israelitas.
Es necesario comprender que cuando Dios los introdujo en la tie-
rra que habían soñado poseer durante muchos años, no los llevó a
llanuras quietas, abiertas y fértiles, que se extendían hasta donde la
vista podía alcanzar. Los condujo a un lugar exactamente opuesto a
lo que habían soñado. Su bondadoso Padre celestial los había con-
ducido directamente a una de las ciudades mejor fortificadas de la
región, habitada por paganos armados hasta los dientes.
110 • En el c r iso l c o n Cr ist o

Luego Dios dijo al ejército: "Me gustaría que ustedes caminaran


alrededor de aquellas altas y poderosas murallas, pero ni se les ocu-
rra tocar las espadas que llevan ceñidas a la cintura. De hecho, no
quiero que pronuncien ni siquiera una palabra. Caminen alrededor
de la muralla en silencio. Que la nación entera dé una vuelta alrede-
dor de las murallas en silencio, y luego vuelvan a su campamento.
Oh, sí, y podrán hacer lo mismo mañana, y el siguiente día, y el
siguiente..."
Imagina lo que la gente que permanecía sobre las murallas de
Jericó estaba pensando: ¿Qué tipo de batalla es ésta? ¿Están locos to-
dos esos israelitas? Se habrían sorprendido más aún si hubieran sa-
bido lo que los israelitas estaban pensando: Ellos tampoco sabían
lo que estaba ocurriendo. Todo lo que los israelitas podían ver era
una enorme ciudad con una enorme muralla, muy alta y gruesa, y ni
siquiera se les permitía hablar.
Éste, por supuesto, era el propósito. La razón por la que los israe-
litas debían caminar alrededor de la muralla día tras día era porque
solo haciendo frente cada día a tan abrumadora tarea podían com-
prender que no era posible hacerla con sus propias fuerzas.
Interesante, ¿verdad? Dios envió a su pueblo a hacer una tarea
que sabía que no podría hacer por sí mismo. Quiso que ellos ob-
servaran diariamente el abrumador problema que tenían enfrente
todos los días, con la esperanza de que al fin se dieran cuenta de que
una victoria en aquella situación se debería completamente a Dios.
Los israelitas debieron de haber comenzado la caminata con toda
suerte de sentimientos retumbando en sus corazones. Pero, después
de seis días de mirar a la oposición, sus temores, o su entusiasmo
excesivo, por la batalla, se habían disuelto en una quieta confianza
en Dios. Y esto era lo que Dios estaba esperando.
Es probable que a esto pudiéramos llamarlo: "El último recurso
de la fe". Depositamos nuestra fe en el plan de Dios porque él nos ha
colocado en una posición en la que nos vemos obligados a recono-
cer que, en realidad, solo nos queda una opción: la fe. Es una forma
muy difícil de aprender la importancia de la fe, pero es un plan que
Dios usa con regularidad.
Se le dijo al pueblo que en el día séptimo marchara siete veces
alrededor de la ciudad. Cuando dieron la última vuelta, cuando los
sacerdotes tocaron las trompetas, Josué ordenó al pueblo: "¡Empie-
cen a gritar! ¡El Señor les ha entregado la ciudad! Jericó, con todo lo
que hay en ella, será destinada al exterminio como ofrenda al Señor.
[...] Entonces los sacerdotes tocaron las trompetas, y la gente gritó a
9. Una vida de alabanza • 111

voz en cuello, ante lo cual las murallas de sérico se derrumbaron. El pueblo


avanzó, sin ceder ni un centímetro, y tomó la ciudad" (Jos. 6:16, 20, NVI).
Siempre me he preguntado por qué el pueblo tuvo que gritar. Es tentador
pensar que es posible que el gran ruido haya causado una gran vibración
que hizo a las murallas derrumbarse, o que fue para asustar a la gente que
estaba sobre las murallas antes de que los israelitas atacaran y tomaran la
ciudad.
Pero la palabra "gritó", en el original hebreo, es la misma que usa David
en el salmo cuando invita a la gente a adorar a Dios: "Aclamen a Dios, tierra
entera, toquen en su honor, alaben su gloria; digan a Dios: ¡Qué temibles
son tus acciones, ante tu inmenso poder tus enemigos se-rinden! Que se
postre ante ti la tierra entera, que toquen en tu honor, que toquen para ti"
(Sal. 66:1-4, NBE).
A lo largo de todo el Antiguo Testamento, los autores llaman al pueblo
de Dios a "gritar de gozo", a causa de la grandeza de su Dios. Deben gritar
de gozo, no solo por lo que han visto que Dios ha hecho en el pasado, sino
también por lo que ha prometido hacer en el futuro. Por eso, Josué le dijo
al pueblo: "¡Empiecen a gritar! ¡El Señor les ha entregado la ciudad!" (Jos.
6:16, NVI).
La mayor parte del tiempo alabamos a Dios por algo grande o bueno que
ha hecho por nosotros. En Jericó, Dios invita a su pueblo a alabarlo por su
promesa, cuando todavía no había evidencia de su cumplimiento. Esta es
la clave para alabar a Dios que se sobrepone a todas las circunstancias más
difíciles. Es vivir, respirar, hablar, actuar, regocijarse, por lo que Dios ha pro-
metido, y no solo por lo que experimentamos con nuestros sentidos físicos.
El grito triunfante de alabanza fue un acto de fe. Como nos lo dice el autor
de Hebreos: "Por la fe cayeron las murallas de Jericó" (Heb. 11:30, NVI).

Segundo principio
para alabar a Dios bajo presión: Practícalo
Así como la alabanza dentro del crisol es con frecuencia un acto de fe, así
también alabar a Dios contra nuestros sentimientos es algo que debe prac-
ticarse. Fue Mark Twain quien dijo, refiriéndose a quitarse un mal hábito:
"Un mal hábito no puede tirarse por la ventana; debe llevárselo escalera
abajo, escalón tras escalón". Creo que lo contrario es verdad. Debemos ayu-
dar a los buenos hábitos a subir las escaleras de la mente y de la vida, un
escalón a la vez. Lo mismo ocurre con el hábito de la alabanza.
Se considera que Charles Haddon Spurgeon, pastor británico que vivió
en el siglo XIX, fue uno de los más grandes predicadores de todos los tiem-
112 • En el c r iso l c o n Cr ist o

pos. Sus sermones semanales se vendían, literalmente, por tonela-


das. Entre todos sus escritos, hay un libro titulado The Practice of
Praise: How to develop the habit of abundant, continual praise in
your Daily life [La práctica de la alabanza: Cómo desarrollar el hábi-
to de una continua y abundante alabanza en tu vida diaria]. Allí es-
tablece tres pasos para practicar la alabanza a partir del Salmo 145:7:
"Se proclamará la memoria de tu inmensa bondad, y se cantará con
júbilo tu victoria" (Sal. 145:7, NVI). Los tres pasos son los siguientes:
1. Practica mirar alrededor de ti. "Se proclamará la memoria
de tu inmensa bondad". Recordar la gran bondad de Dios significa
que primero tenemos que notarla. Si no miramos alrededor de no-
sotros para ver la inmensa bondad de Dios, no tendremos ningún
motivo para alabarlo.
¿Que podemos ver en el mundo físico que nos recuerda la bon-
dad de Dios? ¿Hemos tomado tiempo para contemplar la belleza
y la complicada manufactura de su Creación? O ¿hemos notado la
armonía de la naturaleza? Pero, quizá todavía más importante, ¿qué
podemos ver en el mundo espiritual que nos hace regocijarnos en
él? ¿Hemos observado las abundantes bendiciones que nuestra sal-
vación nos ha procurado? Mientras más tiempo tomamos para ob-
servar, más veremos, y más motivos tendremos para alabar a nues-
tro Padre.
2. Practica recordar lo que has visto. Podemos recordar lo
que Dios ha hecho en la Biblia. ¿Podemos recordar las veces en que
Dios ha intervenido en nuestra vida con su bondad? ¿En nuestro
bautismo, en el tiempo pasado con él en la naturaleza, en los servi-
cios especiales de comunión, los sábados, las reuniones del pueblo
de Dios? ¿Conservamos estas cosas en nuestra mente, de modo que
se conviertan en hitos permanentes en el camino para recordarnos
sus propósitos para nuestra vida?
3. Practica al hablar de ello. Somos llamados a alabar a Dios
por su bondad, permitiendo que la alabanza fluya libremente de
nuestra boca. Al hacerlo así, seremos alentados, como también lo
serán quienes no rodean. Spurgeon presenta cinco razones por las
que deberíamos hablar extensamente de la bondad de Dios:
Primero, deberíamos alabar continuamente a Dios porque no
podemos evitarlo, porque la verdad de la bondad de Dios nos im-
pulsa a hablar de ella.
Segundo, deberíamos alabar continuamente a Dios porque den-
tro de nuestra cultura hay una miríada de voces que tratan de ahogar
9. Una vida de alabanza • 113
las alabanzas de Dios. Por lo tanto, mientras más clama la sociedad
contra Dios, más deberíamos nosotros hablar de él.
Tercero, deberíamos alabar continuamente a Dios como testigos
para aquellos que no lo conocen. La alabanza no es un asunto pri-
vado, exige que alguien escuche: Dios, a quien se dirige nuestra ala-
banza; y nuestros vecinos, quienes necesitan saber que Dios es real
y que la vida cristiana es digna de ser vivida.
Cuarto, deberíamos alabar continuamente a Dios para alentar a
nuestros hermanos cristianos. Con frecuencia, aquellos que están
luchando se sienten muy solos y piensan que no hay ninguna forma
de salir de sus dificultades. Nosotros debemos alentarlos.
Quinto, deberíamos alabar continuamente a Dios, para glorifi-
carlo, porque es digno de honor, honra y alabanza. Alabar a Dios
es una actividad en la que el Universo entero está continuamente
involucrado. ¿Como podemos, entonces, nosotros, que hemos sido
redimidos de la condenación eterna, alabarlo menos?1
"Enseñemos, pues, a nuestros corazones y a nuestros labios a ala-
bar a Dios por su incomparable amor. Enseñemos a nuestras almas
a tener esperanza, y a vivir en la luz que irradia de la cruz del Cal-
vario. Nunca debemos olvidar que somos hijos del Rey celestial, del
Señor de los ejércitos. Es nuestro privilegio confiar reposadamente
en Dios".12

Las poderosas consecuencias de la alabanza


Fiódor Dostoievski escribió: "Cree hasta el fin, incluso si todos
los hombres se desvían y te dejan solo, como el único fiel; trae tu
ofrenda a Dios incluso en este caso, y alaba a Dios en la soledad"
Es un poderoso comentario de parte de alguien a quien se le hizo
una parodia de ejecución antes de enviarlo a una prisión de trabajos
forzados en Siberia. Sufrió mucho. En la prisión, sufría de epilepsia,
que le hacía echar espuma por la boca, y sufría convulsiones en el
suelo. Después de eso, fue enviado al exilio durante seis años"3 ¿Ala-
barías a Dios en tu soledad?

1C. H. Spurgeon, The Practice of Praise (New Kensington, Pensilvania: Whitaker House, 1995),
cap. 1.
2 Elena G. de White, El ministerio de curación, cap. 18, p. 167.
3 Philip Yancey, Soul Survivor, p. 132.
114 • En el c r iso l c o n Cr ist o

La alabanza puede ser un poderoso vehículo para transformar


nuestras heridas y temores interiores. Recuerdo haber despertado de
repente en medio de la noche, e inmediatamente comenzar a sentir-
me abrumado por pensamientos negativos. Mientras intentaba des-
hacerme de ellos, más abrumado me sentía. A veces me levantaba y
ponía música de alabanza y cantaba junto con el coro durante una
hora. La angustia y el temor, que me habían parecido tan abruma-
dores minutos antes, eran completamente reemplazados por la paz.
Lo extraño era que lo mismo me ocurría la siguiente noche. De
nuevo me sentía abrumado, y de nuevo me sentía renovado cuan-
do enfocaba mi mente en las alabanzas de Dios. Misteriosamente,
nunca he sido capaz de tocar aquel disco compacto después, porque
está increíblemente rayado. Pero, en medio de aquellas noches, tocó
perfectamente.
Cuando la alabanza está llena de fe, tiene el poder de hacer cosas
asombrosas. Considere cómo puede transformarnos la alabanza en
estos dos ejemplos.
Primero, la alabanza tiene el poder de convencer los cora-
zones de pecado y crear el anhelo de una vida mejor. Después
de que Pablo y Silas fueron azotados, echados a una prisión en Fi-
lipos y puestos sus pies en el cepo, comenzaron a cantar. Debieron
de haber estado sufriendo gran dolor y seguramente estaban san-
grando profusamente, pero de alguna manera sus corazones rebosa-
ban de gozo. En medio de los cantos que entonaban, un terremoto
rompió las puertas de la prisión y el carcelero, pensando que todos
los presos se habían escapado y que él sería responsable de aquella
huida, sacó su espada con intenciones de matarse. Pero, de repente,
resonó la voz de Pablo: "¡No te hagas ningún daño! ¡Todos estamos
aquí!".
El carcelero estaba completamente desconcertado. En vez de
pensar en asegurar la puerta de la cárcel para que no escaparan los
demás prisioneros, su primer pensamiento se centró en su condi-
ción espiritual. "El carcelero pidió luz, entró precipitadamente y se
echó temblando a los pies de Pablo y Silas. Luego los sacó y les pre-
guntó: Señores, ¿qué tengo que hacer para ser salvo?" (Hech. 16:28,
29, NVI).
Es posible que la alabanza de Pablo y Silas haya producido el
terremoto que abrió las puertas de la cárcel; pero, mucho más im-
portante, las puertas de la prisión espiritual en la que el carcelero,
sin saberlo, estaba atrapado, se abrieron en un instante, y esa noche
él y su familia fueron salvos.
9. Una vida de alabanza • 115
Cuando leo esta historia, no puedo dejar de maravillarme sobre
qué efecto tendrá una fe llena de alabanza en aquellos que me ro-
dean, si brotara con más frecuencia de mis labios.
Segundo, la alabanza tiene el poder de repeler al más po-
deroso enemigo. No es fácil imaginar que Pablo y Silas estuvieran
cantando en la prisión; pero igualmente extraño sería imaginar que
el ejército israelita fuera cantando al encuentro del más poderoso
enemigo que jamás en la vida había encontrado.
Cuando el rey Josafat escuchó que un vasto ejército se dirigía ha-
cia Judá, inmediatamente proclamó un ayuno y todos se reunieron
en Jerusalén para preguntarle a Dios qué debían hacer. No mucho
tiempo después de comenzar las oraciones, Jahaziel, bajo la inspira-
ción del Espíritu Santo, se levantó y anunció: "Escuchen habitantes
de Judá y de Jerusalén, y escuche también Su Majestad: Así dice el
Señor: 'No tengan miedo ni se acobarden cuando vean ese gran ejér-
cito, porque la batalla no es de ustedes, sino mía. Mañana, cuando
ellos suban por la cuesta de Sis, ustedes saldrán contra ellos y los
encontrarán junto al arroyo, frente al desierto de Jeruel. Pero ustedes
no tendrán que intervenir en esta batalla. Simplemente, quédense
quietos en sus puestos, para que vean la salvación que el Señor les
dará. ¡Habitantes de Judá y de Jerusalén, 'no tengan miedo ni se aco-
barden! Salgan mañana contra ellos, porque yo, el Señor, estaré con
ustedes"' (2 Crón. 20:15-17, NVI).
Yo creo que me habría sentido tentado a diseñar un plan de re-
serva. Pero a Josafat no se le ocurrió. "Al día siguiente madrugaron
y fueron al desierto de Tecoa. Mientras avanzaban, Josafat se detuvo
y dijo: 'Habitantes de Judá y de Jerusalén, escúchenme: ¡Confíen en
el Señor, y serán librados! ¡Confíen en sus profetas y tendrán éxito!'.
Después de consultar con el pueblo, Josafat designó a los que irían
al frente del ejército para cantar al Señor y alabar el esplendor de su
santidad con el cántico: 'Den gracias al Señor; su gran amor perdura
para siempre'" (vers. 20).
Encuentro muy inspiradora esta historia. El rey de Judá insta a
todos a tener fe y expresarlo en cánticos. El final, como en Jericó, fue
inevitable: "Tan pronto como empezaron a entonar este cántico de
alabanza, el Señor puso emboscadas contra los amonitas, los moa-
bitas y los del monte de Seir que habían venido contra Judá, y los
derrotó. De hecho, los amonitas y los moabitas atacaron a los habi-
tantes de los montes de Seir y los mataron hasta aniquilarlos. Luego
de exterminar a los habitantes de Seir, ellos mismos se atacaron y
se mataron unos a otros. Cuando los habitantes de Judá llegaron
116 • En el c r iso l c o n Cr ist o

a la torre del desierto para ver el gran ejército enemigo, no vieron


sino los cadáveres que yacían en tierra. ¡Ninguno había escapado
con vida!" (vers. 22-24, NVI). Aquellos cánticos, llenos de fe y ala-
banza, captaron la atención del Cielo, y el enemigo fue totalmente
destruido.

Optimismo eterno
La fe, entonces, pone el fundamento para la alabanza, porque la
fe da razones al corazón para tener optimismo. Hubo un interesan-
te estudio en la revista Time sobre los efectos del optimismo en la
vida de las personas. Una compañía de seguros llamada Metropoli-
tan Life estaba empleando cinco mil vendedores al año, al costo de
treinta mil dólares al año cada uno. El problema era que la mitad de
todos los elegidos abandonó el puesto al final del primer año, y cua-
tro de cada cinco abandonaron el trabajo al final del cuarto año. La
razón por la que muchos vendedores dejaron el trabajo fue porque
vender seguros implica la posibilidad de que te den con la puerta en
las narices repetidamente. Con la obvia necesidad de reducir costos
de entrenamiento, la compañía quería saber si era posible identificar
potenciales vendedores que serían menos probables de abandonar
el puesto al hacer frente a circunstancias desagradables.
Martin Selignan, psicólogo de la Universidad de Pennsylvania,
llevó a cabo un experimento entre quince mil de los nuevos emplea-
dos de la compañía. Todos los empleados realizaron dos tests espe-
ciales. El primer test era el que siempre usaba la compañía, mientras
que el segundo fue diseñado para medir el optimismo. Selignan
descubrió que aquellos que tenían niveles elevados de optimismo
hicieron mejor trabajo, aunque algunos habían reprobado el test re-
gular de la compañía. De hecho, los optimistas vendieron 21 % más
que los pesimistas el primer año y 57 % en el segundo. Concluyó
que una de las razones por las que la gente tiene éxito donde otros
fracasan es porque atribuyen su fracaso a algo que pueden cambiar,
y no a algo que son incapaces de vencer.4
Si esto es cierto, entonces quizá los cristianos deberían ser los
mejores vendedores de seguros que el mundo haya visto jamás. Aun-
que hacer este paralelismo con el éxito en la venta de seguros de vida
eterna es digno de una reflexión cuidadosa, quiero destacar el hecho

4Nancy Gibbs, “The EQ Factor”, Time, 2 de octubre de 1995.


9. Una vida de alabanza • 117
de que las bases del cristiano para el optimismo y, por lo tanto, su
capacidad para vencer las circunstancias desalentadoras y dolorosas
debería ser la más alta que una persona pueda imaginar. Porque
nuestra capacidad para vencer el fracaso y las situaciones difíciles se
encuentra en el poder ¡limitado y sin rival del Dios viviente. Como
miembros de su familia, deberíamos ser las personas más gozosas y
llenas de alabanza que viven en este mundo, no importa que la vida
nos dé con la puerta en la cara. Pablo resume esto muy bien:
"Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El
que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo en-
tregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también
con él todas las cosas? [...] Cristo es el que murió; más
aún, el que también resucitó, el que además está a la
diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación,
o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o pe-
ligro, o espada? [...] Antes, en todas estas cosas somos
más que vencedores por medio de aquel que nos amó.
Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida,
ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente,
ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna
otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios,
que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rom. 8:31-39).
¿Qué otra razón podríamos encontrar para alabar a Dios?

Padre:
Enséñame a alabarte en todo tiempo y ocasión, a regocijarme en ti.
No solo por lo que has hecho, sino también por lo que has prome-
tido, sea que ande en la luz o en las tinieblas, que me regocije en ti,
porque estás cerca. Que tu paz guarde mi corazón y mi mente. .
En el nombre de Jesús, amén.
10

Templanza en el crisol

“Si sois vituperados por el nombre de


Cristo, sois bienaventurados, porque el
glorioso Espíritu de Dios reposa sobre
vosotros" (i Ped. 4:14).

M M uizás el mayor desafío que afrontamos como cristianos


M A sea el de la humildad y la mansedumbre. La voz de Jesús
ha seguido resonando a lo largo de los siglos: "Bienaven-
turados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por
heredad" (Mat. 5:5). Sin embargo, siendo sincero, me doy cuenta de
que es una de las cualidades de Jesús que más falta en mi vida. Esto
me causa temor.
Pero, tal temor no carece de fundamento. Un diccionario dice
que mansedumbre es "soportar la injuria con paciencia y sin resen-
timiento". ¿Quién es capaz de eso?
Recuerdo una vez en que sentí agudamente la necesidad de man-
sedumbre. Durante los primeros años de mi ministerio, había pasa-
120 • En el c r iso l c o n Cr ist o

do por un largo período de enfermedad. Cuando caí enfermo por


primera vez, me internaron en una sala aislada del hospital de en-
fermedades tropicales de Londres. No tenía ni siquiera suficiente
energía para hablar. Entonces, recibí una carta de otro pastor en la
que me criticaba a mí y a mi trabajo. No llevaba ninguna introduc-
ción o explicación inicial y, al parecer, había enviado copias a mu-
chas personas, incluyendo al presidente de mi Asociación. Pronto
recibí un citatorio de la Asociación para presentarme en las oficinas
a responder las acusaciones. Me sentía muy mal, porque yo estaba
muy sensible a causa de mi enfermedad. Pero también me sentía
profundamente herido por aquella injusticia. No fue difícil relacio-
nar este hecho con la casualidad de que al mes siguiente no me llegó
el cheque de mi salario.
¿Cómo reacciona uno ante una situación como esta? Te diré lo
que hice. Archivé la carta cuidadosamente. Luego, tan pronto como
pude levantarme de la cama, comencé a hacer consultas con res-
pecto a la situación legal de mi empleo. Fue bueno saber que podía
poner una demanda por daños y perjuicios. Las heridas que yo ha-
bía recibido ciertamente justificaban una compensación financiera.
Pero, ¿en verdad se justificaba? Si yo interponía aquella deman-
da, no alcanzaría ni siquiera el nivel de mansedumbre que da la
definición del diccionario: "Soportar la injuria con paciencia y sin
resentimiento". Mucho menos alcanzaría la norma bíblica. Yo tenía
que tomar la decisión, a pesar de mis sentimientos, de vivir mi vida
conforme a la Biblia y no conforme a mi propio sentido de justicia.
Mis sentimientos heridos por la injuria no se tranquilizaron ni
pronto ni fácilmente. La primera reunión de pastores a la que asistí,
después de haber sido empleado de nuevo, constituyó un desafío.
Al otro lado del salón de reuniones estaba quien había escrito la
carta, bebiendo jugo de naranja. Sí, doce años después todavía re-
cuerdo que era jugo de naranja. Lina vez más, tenía que tomar una
decisión, porque la Escritura me impulsaba, como el que había reci-
bido la injuria, a iniciar el proceso de construir el puente (Juan 3:16;
Mat. 5:23, 24). No fue fácil. Finalmente, me dirigí hacia él, sonreí,
y le di la mano. Y, en el momento que hice aquello, el peso emo-
cional que había yo cargado durante los últimos meses se disolvió
completamente.
Me gustaría decir que este fue el fin de la historia. Fue, quizá, el
fin público de la historia, pero yo sabía que todavía tenía aquella
carta archivada en mi escritorio. Un día, me dije a mí mismo: "Pue-
de ser que algún día necesite esta carta para una batalla futura".
10. Templanza en el crisol • 121
Unos tres años más tarde, me encontré con la carta otra vez, y
otra vez tuve que librar una batalla interior. Yo quería vivir como
Cristo, pero todavía sentía que mi deseo de protegerme contra futu-
ras injusticias era razonable. Después de pensar durante varios mi-
nutos, rompí la carta y la eché al cesto de la basura.
Esta experiencia me enseñó muchas cosas. Lo más importante
fue que me explicó por qué la mansedumbre no es fácil de practicar.
Lo que pasa es que la mansedumbre amenaza mi orgullo y mi yo.
La mansedumbre amenaza con minar mi ambición natural de tener
éxito. Por eso, la humildad y la mansedumbre muchas veces nos lle-
nan de temor. Yo quiero tener éxito; lo quiero en mis propios térmi-
nos. Consecuentemente, no me va muy bien con la mansedumbre.
Mientras más pienso en la mansedumbre, más rápidamente lle-
go a la conclusión de que ésta, que es una de las gracias más difíciles
del Espíritu, puede ser la marca más grande del verdadero cristiano,
porque una vida señalada por esta virtud no se puede vivir sin estar
totalmente lleno del poder divino.
Es imposible fingir la mansedumbre. Podemos intentarlo, pero
siempre seremos atrapados poruña generación que anda analizando
el horizonte en busca de cualquier vislumbre de autenticidad. Pero,
este mismo hecho me da la razón para tener esperanza. Creo que,
cuando aprendamos cómo imitar la mansedumbre de Cristo, ten-
dremos el testimonio más poderoso y convincente de la verdad de
que Dios realmente existe, y que su poder está obrando en nosotros.

Características de la mansedumbre
¿Cómo es ésta la más difícil de las gracias del Espíritu? Para mí,
no es fácil de explicar, pero permítame intentarlo, al construir un
cuadro con cuatro diferentes facetas.
1. La mansedumbre busca continuamente gracia y miseri-
cordia para los impíos. La Biblia nos dice que Moisés fue el más
manso de los hombres que hayan vivido alguna vez (Núm. 12:3).
¿Por qué fue considerado el más manso de todos los hombres?
Al leer toda su historia, veo que Moisés hace algo una y otra vez:
ora por los impíos. Pidió a Dios que fuera misericordioso con ellos,
aunque sus quejas injustas eran dirigidas contra él personalmente.
Aquí están seis ocasiones en las que ocurrió esto.
122 • En el c r iso l c o n Cr ist o

Primera, el pueblo se quejó de que su dirigente (Moisés) le estaba


haciendo la vida muy difícil (Núm. 11:1-3). Dios envió fuego del
cielo y consumió algunos de los extremos del campamento.
¿Qué dijo Moisés? "¡Bravo, Señor! ¡Castiga a estos rebeldes!" En
lo absoluto. "Entonces el pueblo clamó a Moisés, y Moisés oró a
Jehová, y el fuego se extinguió" (vers. 2).
Segunda, el celo consume a los familiares y los colaboradores
más cercanos de Moisés, y comienzan a criticarlo (Núm. 12). Dios
vio que era justo castigar a María con lepra. ¿Dijo Moisés: "Sé que
esto es duro, Señor, pero todos sabemos que ella lo merece"? De
ninguna manera. "Entonces Moisés clamó a Jehová, diciendo: Te
ruego, oh Dios, que la sanes ahora".
Tercera, el pueblo se enojó tanto que decidió reemplazar a Moi-
sés (Núm. 13, 14). "Entonces Moisés y Aarón se postraron sobre sus
rostros delante de toda la multitud de la congregación de los hi-
jos de Israel" (Núm. 14:5). Mientras el pueblo de Dios hablaba de
apedrear a su líder, Dios le hizo un ofrecimiento a Moisés: "Yo los
heriré de mortandad y los destruiré, y a ti te pondré sobre gente más
grande y más fuerte que ellos" (Núm. 14:12). Después de la farsa con
el becerro de oro, Dios le ofreció por segunda vez a Moisés matar a
los revoltosos y ponerlo a él como líder de una nación más grande
y más fuerte. ¿Qué hizo Moisés? ¿Dijo: "Sí, Señor, después de pen-
sarlo bien esta segunda vez, creo que tienes toda la razón; comence-
mos de nuevo"? Este pensamiento ni siquiera cruzó por la mente de
Moisés. Lo que hizo fue orar, recordándole a Dios que él es amante
y perdonador: "Perdona ahora la iniquidad de este pueblo según la
grandeza de tu misericordia, y como has perdonado a este pueblo
desde Egipto hasta aquí" (Núm. 14:19). Así que, Dios prodiga su
misericordia y su perdón sobre el pueblo, una vez más.
Cuarta, poco tiempo más tarde, todos los asistentes de Moisés
en el liderazgo se rebelaron contra él (Núm. 16). ¿Qué haces cuan-
do tus colaboradores más cercanos se unen para derribarte de tu
posición? "Cuando oyó esto Moisés se postró sobre su rostro" (vers.
4). Mientras Coré se esforzaba para dar más poder a la rebelión,
Dios les dijo a Moisés y Aarón, una vez más: "Apartaos de entre esta
congregación, y los consumiré en un momento. Y ellos se postraron
sobre sus rostros, y dijeron: Dios, Dios de los espíritus de toda carne,
¿no es un solo hombre el que pecó? ¿Por qué airarte contra toda la
congregación?" (vers. 20-22).
Quinta, gracias a las oraciones de Moisés, Dios perdonó al pue-
blo, pero mató a Coré y a sus asociados en la rebelión. Pero el pue-
10. Templanza en el crisol *123

blo al que Moisés acababa de salvar mediante sus oraciones inme-


diatamente comenzó a culparlos a él y a Aarón por la muerte de los
líderes rebeldes. Una vez mas, Dios anunció: "Apartaos de en medio
de esta congregación, y los consumiré en un momento" (vers. 45).
Pero Moisés se puso entre Dios y la gente culpable, y él y Aarón "se
postraron sobre sus rostros". Mientras Moisés oraba, ordenó a su
hermano que corriera y se pusiera entre los vivos y los muertos, por-
que una plaga de origen divino había comenzado a hacer estragos
entre el pueblo. "Entonces tomó Aarón el incensario, como Moisés
dijo, y corrió en medio de la congregación; y he aquí que la mortan-
dad había comenzado en el pueblo; y él puso incienso, he hizo ex-
piación por el pueblo. Y se puso entre los muertos y los vivos; y cesó
la mortandad" (vers. 47, 48). ¿No oía Moisés bien? ¿No escuchaba lo
que este pueblo decía de él?
Sexta, al parecer, no importaba lo que Moisés hiciera, el pueblo
todavía seguía quejándose. Cuando ya estaban a punto de entrar en
la Tierra Prometida, Dios decidió probarlos para ver si habían apren-
dido algo más que sus padres, que habían sido exterminados du-
rante los cuarenta años de peregrinación por el desierto (Num. 20).
Cuando la columna de nube deliberadamente se detuvo en un lugar
donde no había agua, el pueblo clamó: "¡Ojalá hubiéramos muerto
cuando perecieron nuestros hermanos delante de Jehová!" (vers. 3).
Tan pronto como Moisés escuchó esto, él y su hermano fueron "de
delante de la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión,
y se postraron sobre sus rostros" (vers. 6). Fracasaron en la prueba.
Moisés pasó cuarenta años orando y pidiendo gracia y miseri-
cordia por un pueblo que no se preocupaba en lo más mínimo por
él. Frente a la justicia de Dios, una justicia que todo el Universo se
complace en honrar, Moisés suplicó que se le concediera al pueblo
rebelde gracia y misericordia. Más de una vez Moisés ignoró la ten-
tación de convertirse en el padre de una nueva nación en lugar de
los impíos israelitas. Fue un verdadero intercesor; reflejó la manse-
dumbre de Cristo.
Por desgracia, lo inesperado ocurrió. Moisés se descuidó y se
enojó por la rebelión del pueblo, y en lugar de hablar a la roca para
que saliera agua, como Dios había dicho, la golpeó dos veces. Pero,
como Dios es misericordioso, salió agua de la roca para apagar la
sed de los impíos, y a Moisés, que había, dejado de ser manso, al
menos en este caso, se le prohibió la entrada en la Tierra Prometida.
La mansedumbre es una virtud inapreciable. La persona llena
de mansedumbre siempre tiene losojos llenos de gracia, porque ha
124 ♦ En el c r iso l c o n Cr ist o

hallado fortaleza sobre sus rodillas. Y tal fortaleza vence la justicia,


incluso la justicia de Dios; es decir, la misericordia se gloría contra
el juicio. Aunque el pueblo impío no lo sabía, fue esa gracia la que
los introdujo en la Tierra Prometida.
2. La mansedumbre hace obras de misericordia por los re-
beldes. Recuerdo algo que ocurrió durante mi primer año como
estudiante en el Newbold College, de Inglaterra. Mientras caminaba
por el plantel, noté a una señorita, sentada sobre una banca, que
conversaba con su amiga. Pero, esta no era una señorita común. Yo
sabía que todos los viernes por la noche se iba al pueblo a algún
baile, o se emborrachaba en una taberna que estaba muy cerca del
colegio. ¡Qué necia!, pensé.
Al instante, un conocido texto bíblico me reprendió: "Porque no
envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
que el mundo sea salvo por él" (Juan 3:17). Me sentí justamente
reprendido y humillado. Dios no nos ha llamado a criticar, sino a
salvar. Y salvar es una palabra activa.
Notamos que Moisés intercedió continuamente por los rebeldes
e impíos, pidiendo gracia para quienes no la merecían. Sin embar-
go, llevemos esto un poco más lejos; podemos vernos tentados a
pensar que la mansedumbre solo ora. Pero, la mansedumbre tam-
bién tiene manos y piernas.
Para ver la mansedumbre en acción, Jesús nos pone el ejemplo
de su Padre:
Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y abo-
rrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros
enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien
a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y
os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que
está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y
buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Por-
que si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa ten-
dréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y
si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis
de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues,
vosotros, perfectos, como vuestro Padre que está en los
cielos es perfecto" (Mat. 5:43-48).
La perfección, en este pasaje, no solo consiste en albergar pensa-
mientos agradables acerca de los enemigos, sino hacer algo práctico
por ellos. El Padre no solo piensa bien de los pecadores que lo han
herido profundamente, les envía la lluvia para apagar su sed y hacer
10. Templanza en el crisol • 125
crecer y madurar sus cosechas. Jesús nos dice lo mismo a nosotros:
Realicen actos de amor en favor de aquellos que se oponen a ustedes,
pues solo así reflejarán el carácter del Padre. Pero, estas acciones de
amor deberán hacerse con frecuencia en favor de personas que están
criticándonos, atacándonos y minando nuestra autoridad. El amor,
si es un amor puro y piadoso, tendrá que ejercerse bajo presión.
3. La mansedumbre inicia el proceso de la reconciliación.
Podemos orar por nuestros enemigos, e incluso hacerles algún bien.
Pero, un aspecto de la mansedumbre que con frecuencia se ignora es
que inicia el proceso de reconciliación.
¿Cuántas veces has escuchado decir: "¡Bueno, ella me ha herido
profundamente, y no la volveré a ver hasta que vuelva aquí y se dis-
culpe"!? Hay muchas variaciones sobre este tema, probablemente
porque parece justo. ¿No es justo que venga el ofensor a pedir discul-
pas a la persona a quien golpeó? Pues, la Biblia ve las cosas en una
forma completamente diferente.
"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito" (Juan 3:16). Nuestro mundo rebelde no pidió ayuda
a Dios. Dios inició el proceso de ayudarlo.
Esto lo explicó Jesús claramente cuando habló sobre el problema
de violar el sexto Mandamiento con las palabras, en el Sermón del
Monte. Jesús dijo: "Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te
acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda
delante del altar, y anda, reconcilíate primero con tu hermano, y
entonces ven y presenta tu ofrenda" (Mat. 5:23, 24). Nota cuidadosa-
mente lo que Jesús dice: Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas
de que tu hermano tiene algo contra ti, anda, reconcilíate primero
con tu hermano. Puede ser que yo no tenga un problema con mi
hermano, pero si siento que alguien tiene un problema conmigo,
debo ir e iniciar el proceso de reconciliación.
Es muy fácil maniobrar y escabullirse de este problema. Yo no
tengo problemas con él; él tiene problemas conmigo. Gracias a que
Dios no ve las cosas como nosotros las vemos, tenemos la opor-
tunidad de tener vida eterna. En el mismo sentido, es posible que
nosotros seamos el único vehículo que nuestro agresor tenga para
obtener la vida eterna; y solo nosotros podemos abrir el camino.
4. La mansedumbre no trata de defenderse de la injusticia,
sino que confía todo el asunto al Padre. Un poco antes, en este
mismo capítulo, consideramos la idea de que el orgullo es el enemigo
número uno de la mansedumbre. Por lo general, reconocemos que
el orgullo es la raíz del pecado y un enemigo que debe ser vencido.
126 • En el c r iso l con Cr ist o

El orgullo, cuando lo llamamos por su nombre, es un enemigo ob-


vio. Sin embargo, el orgullo con frecuencia se pone una máscara de
justicia. Nadie puede oponerse a un llamado a la justicia. Lo erróneo
debe corregirse, ¿verdad? La injusticia debe detenerse. El problema
es que, si nos volvemos a la justicia en vez de la mansedumbre, otros
enemigos, parientes cercanos del orgullo, pueden entrar en nuestro
corazón. Se llaman amargura, falta de misericordia y perdón.
Visité a una mujer que había sido despedida de su empleo varios
años antes. Había sido un doloroso problema en todos los sentidos,
especialmente para ella. Mientras hablábamos, su dolor y su ira her-
vían bajo la superficie de nuestra conversación. Ella exigía justicia.
Exigía que algo se hiciera para corregir los errores que se habían co-
metido en su agravio. Y, sí, yo sentía que se habían cometido errores.
Y no dudo de que la injusticia también había intervenido.
Después de un momento, le pregunté directamente:
-¿Ha perdonado usted a las personas que le hicieron esto?
Hizo una larga pausa, y después respondió un poco más
lentamente:
-No estoy segura.
Creo que lo que realmente quiso decir era "No".
Salí de su casa sintiéndome muy triste. Creo que la paz y el con-
tentamiento podrían haber llegado a su corazón, incluso en medio
de la injusticia, si tan solo hubiera elegido la mansedumbre. Si no
tenemos cuidado, la amargura y el resentimiento coexistirán con
nuestra demanda de justicia y envenenarán nuestra alma hasta la
muerte.
David declara: "En Dios está mi salvación y mi gloria; en Dios
está mi roca fuerte, y mi refugio. Esperad en él en todo tiempo, oh
pueblos; derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro
refugio" (Sal. 62:7, 8). Recuerdo haber leído parte del texto una y
otra vez: "En Dios está mi salvación y mi gloria". ¿Mi honor depende
de Dios?
Comprendí que en el mismo centro de mis luchas en favor de
la justicia estaba la creencia de que mi honor dependía de mí. En
una época en que creía que mi reputación estaba siendo mancilla-
da, sentía que yo debía restaurar "la verdad". Pero David dijo algo
completamente diferente y ligeramente arriesgado. Dijo que Dios
era responsable de mi reputación. Cuando digerí esto, me sentí ali-
viado. Ya no tengo que librar mis propias batallas, sino estar en paz.
Debo confiar en Dios.
10. Templanza en el crisol *127
Pedro utiliza la vida de Jesús como modelo para sus lectores.
"Quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando
padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga
justamente" (1 Ped. 2:23). Del mismo modo, no permanecemos en
silencio porque no hay nada que podamos decir. Jesús no perma-
neció en silencio por no tener algo que decir. Más bien, permanece-
mos en silencio porque Dios está obrando en nuestro favor. Él nos
vindicará.
La injusticia nos rodeará cada vez más, incluso en la iglesia. Ele-
na G. de White destaca esto con toda claridad, pero también nos
dice que no deberíamos alarmarnos por ello:
Estamos en peligro. Nuestra única seguridad está
en seguir las huellas de Jesús y llevar su yugo. Nos es-
peran tiempos turbulentos. En muchos casos los ami-
gos se enemistarán. Sin causa alguna, nuestros vecinos
se convertirán en enemigos nuestros. Los motivos del
pueblo de Dios serán tergiversados no solamente por el
mundo, sino también por los propios hermanos. Los
siervos del Señor serán colocados en situaciones difí-
ciles. A fin de justificar la conducta egoísta e injusta de
algunas personas, se hará una montaña de una insigni-
ficancia. La obra que muchos han llevado a cabo fiel-
mente será desacreditada y subestimada, debido a que
sus esfuerzos no se han visto acompañados por lo que
algunos suponen que es el éxito. Por medio de tergiver-
saciones a muchos se les colocarán los oscuros ropajes
de la deshonestidad debido a que circunstancias que
están más allá de su control, confundieron su obra. Se-
rán señalados como gente en quien no se puede con-
fiar. Y esto lo harán precisamente algunos miembros de
la iglesia. Los siervos de Dios deben hacer que la suya
sea «la mente de Cristo» (1 Cor. 2: 16). No hemos de
esperar librarnos del escarnio ni de la tergiversación. Se
les tildará de excéntricos y fanáticos. Pero esto no ha de
ser motivo de desánimo. La mano de Dios está sobre el
timón de su providencia, guiando su obra para la gloria
de su nombre.1

1 Elena G. de White, Alza tus ojos, p. 171.


128 • En el c r iso l c o n Cr ist o

Ser exprimidos por causa de la


mansedumbre
Hemos considerado cuatro facetas de la mansedumbre, pero
¿cómo llegamos a ser mansos? Como ya hemos notado, si desea-
mos aprender la mansedumbre, Dios, en vez de crear un milagro
en nuestro corazón de la noche a la mañana, mediante una obra
del Espíritu Santo, puede decidir meternos en el crisol. Cuando se
trata de desarrollar la mansedumbre, los crisoles con frecuencia son
encendidos por otras personas.
Oswald Chambers usa en sus escritos la frase "ser hechos pan
quebrantado y vino derramado". Si hemos de convertirnos en vino
útil para Dios, en algún momento seremos exprimidos, como la
uva. El problema es que Dios raramente nos exprime con sus pro-
pios dedos.
Chambers explica:
Dios nunca podrá convertirnos en vino si le pone-
mos objeciones a los dedos que él utiliza para expri-
mirnos. Decimos: z¡Si Dios pusiera su mano sobre mí
de una manera especial para volverme pan partido y
vino derramado!'. Sin embargo, nos negamos a que él
utilice como exprimidor a alguien que nos desagrada, o
a ciertas circunstancias sobre las cuales dijimos que ja-
más nos someteríamos. Nunca debemos tratar de elegir
el escenario de nuestro propio martirio. Si nos vamos
a convertir en vino, tendremos que ser exprimidos. Las
uvas no se pueden beber y solo se vuelven vino cuando
se trituran.2
Ezequiel, ciertamente, fue exprimido. De repente, Dios inte-
rrumpió la rutina de su vida al anunciarle la muerte inminente de su
esposa. "Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, he
aquí que yo te quito de golpe el deleite de tus ojos; no endeches, ni
llores, ni corran tus lágrimas. Reprime el suspirar, no hagas luto de
mortuorios; ata tu turbante sobre ti, y pon tus zapatos en tus pies, y
no te cubras con reboso, ni comas pan de enlutados" (Eze. 24:15-17).
¿Te has sentido alguna vez tentado a protestar? Ya me imagino
la amarga queja saliendo a borbotones de la boca de muchas per-

Oswald Chambers, En pos de lo supremo, lectura del 30 de septiembre.


10. Templanza en el crisol *129
sonas: "¡Pero, eso es totalmente injusto!" Sin embargo, todo lo que
escuchamos de Ezequiel fue: "Hablé al pueblo por la mañana, y a la
tarde murió mi mujer; y a la mañana hice como me fue mandado"
(vers. 18).
¿Recuerdas la definición que da el diccionario de mansedum-
bre?: "Soportar la injuria con paciencia y sin resentimiento". Eze-
quiel logra, con la gracia de Dios, soportar su dolor, pero no quiero
ni imaginarme lo que había en sus pensamientos.
Ser exprimido sin convertirte en una bebida amarga no es po-
sible, a menos que tengamos total confianza en la soberanía del
Señor en todos nuestros asuntos. Tenemos que creer que Dios, de
alguna manera, está utilizando todas las cosas para bien, aunque
nuestro corazón se sienta quebrantado.

Fe en la soberanía de Dios
Creer que la soberanía de Dios nos capacita para soportar la in-
juria con paciencia y sin resentimiento significa que tenemos que
creer que Dios es soberano sobre todas las cosas. Sin embargo,
como estudiante universitario, se me enseñó que Dios estaba a car-
go de las cosas grandes, pero me deja las cosas pequeñas para que
yo las maneje. Todos estábamos familiarizados con la declaración
de Jesús: "¿No se venden dos gorriones por una monedita? Sin em-
bargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin que lo permita el Padre; y él
les tiene contados a ustedes aun los cabellos de la cabeza. Así que
no tengan miedo; ustedes valen más que muchos gorriones" (Mat.
10:29-31, NVI). Y, sin embargo, de alguna manera, esto había sido
tomado metafórica, no literalmente.
Esa idea me molestaba, porque yo siempre había creído que Dios
estaba íntimamente involucrado en todo. Me tomó cierto tiempo
aceptar que lo que me habían enseñado era erróneo. Con el paso
del tiempo, he quedado asombrado al comprobar que Dios está ín-
timamente involucrado en los más pequeños detalles de mi vida.
Un día, mientras esperaba un vuelo a las Islas Weestman, que
están cerca de la costa de Islandia, donde debía predicar, se me re-
cordó que Dios tiene completa soberanía sobre mi vida. Llegué al
aeropuerto temprano y deseaba ocupar el tiempo que debía esperar
haciendo algo útil. "¿Qué hago, Padre?", dije en mi mente. Según yo,
130 • En el c r iso l c o n Cr ist o

había sido una pregunta retórica, pero sentí fuertemente la impre-


sión de que debía hacer una lista escrita de todo aquello por lo que
estaba agradecido.
Me quedé confuso. ¿Por qué tenía que hacer una lista escrita
cuando las tenía en mi mente y podía repetirlas de memoria? Sentí
que aquello no era una opción y, casi a regañadientes, tomé lápiz y
papel y comencé a escribir.
Gracias, Señor:
• Por tu amor, que me sostiene fuertemente.
• Por tu soberanía, que sostiene todas las cosas en armonía.
• Por la constante seguridad de tu continua y bondadosa presencia
y dirección.
• Por tu paz en medio de la tormenta.
• Porque algún día te veré cara a cara y comprenderé que todo ha
valido la pena.
Cuando llegué a la iglesia, inmediatamente comencé a buscar un
cesto de basura. Comenzaba a brillar en mi mente la idea de que, si
tenía que hacer una lista escrita, tendría que haber un momento en
que debía leerla de nuevo. Lo que hacía que este pensamiento fuera
más inquietante era que mi lista de cosas por las que estaba agrade-
cido debía leerla cuando no tuviera nada por lo que estar agradeci-
do. Era un pensamiento inquietante.
Cuando, finalmente, encontré el cesto de basura, no podía deci-
dirme a tirar mi lista. Me detuve mirándola, y finalmente la puse en
mi Biblia. Tenía varios papeles en mi Biblia, así que la puse en medio
de todos ellos. No deseaba leerla de nuevo. Cuando volví a mi casa,
puse los papeles en un lugar donde no pudiera verlos.
Tres días más tarde, uno de los crisoles de Dios se encendió, y me
sentí devastado. Fue uno de aquellos terribles chascos que parece
que ocurren de repente y le quitan a uno el aliento. Un par de días
después de aquello, se me pidió que diera la lección de la Escuela
Sabática en una de las iglesias. Al comenzar a estudiar el tema, me
di cuenta de que trataba sobre la oración y la desilusión. Mis ojos se
quedaron fijos en el papel. Era irónico. Y era también la última cosa
que quería enseñar.
Cuando llegó el viernes, comprendí que tenía que prepararme
para la lección. No pude encontrar papel para escribir en ningún lu-
gar, pero al fin encontré algunas hojas puestas en una esquina de la
oficina. Tomé mi lápiz y una hoja de papel. La volteé para comenzar
a escribir, cuando mis ojos se volvieron a quedar fijos en el papel:
allí, mirándome fijamente, estaba mi lista. Si en algún momento ha-
10. Templanza en el crisol • 131
bía necesitado que se me recordara lo que Dios había hecho por mí
en mi vida, y cuánta gratitud sentía yo hacia él, era en ese momento.
Cuando estamos bajo presión, ya sea por alguna persona o por
las circunstancias, somos tentados a pensar que Dios no conoce
nuestra situación. Pero ¿qué ha dicho Dios?:
¿Por qué murmuras, Jacob? ¿Por qué refunfuñas,
Israel: Mi camino está escondido del Señor; mi Dios
ignora mi derecho? ¿Acaso no lo sabes? ¿Acaso no te
has enterado? El Señor es el Dios eterno, creador de los
confines de la tierra. No se cansa ni se fatiga, y su inte-
ligencia es insondable. Él fortalece al cansado y acre-
cienta las fuerzas del débil. Aun los jóvenes se cansan,
se fatigan, y los muchachos tropiezan y caen; pero los
que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán
como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán
y no se cansarán (Isa. 40:27-31, NVI).

Una clara conexión con el Cielo


La mansedumbre no es fácil, porque siempre opera en un crisol.
Pero, en medio del remolino y la tempestad que produce el crisol,
la mansedumbre tiene el potencial de dar paz a nuestra alma, así
como gracia a quienes nos están causando dolor. A través de la man-
sedumbre, podemos presentar a Cristo y su salvación al mundo.
Mientras considera el llamado a la mansedumbre, piense en esto:
Las dificultades que hemos de arrostrar pueden ser
muy disminuidas por la mansedumbre que se oculta en
Cristo. Si poseemos la humildad de nuestro Maestro,
nos elevaremos por encima de los desprecios, los recha-
zamientos, las molestias a las que estamos diariamen-
te expuestos; y estas cosas dejarán de oprimir nuestro
ánimo. La mayor evidencia de nobleza que haya en el
cristiano es el dominio propio. El que bajo un ultraje o
la crueldad no conserva un espíritu confiado y sereno
despoja a Dios de su derecho a revelar en él su propia
perfección de carácter. La humildad de corazón es la
fuerza que da la victoria a los discípulos de Cristo; es la
prenda de su relación con los atrios celestiales.3

3 Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, pp. 273.


132 • En el c r iso l c o n Cr ist o

Padre:
Cuando alguien me insulte, o encuentre oposición, que yo pueda
mantenerme en silencio, y permitir que tú me juzgues.
Quítame el deseo de vengarme, aunque sienta que la venganza
sería justificada. Pero reemplaza la venganza con tu amor, tu amor
que yo muestre a través de mis acciones y a través de mi interce-
sión, pidiendo el mayor bien para aquellos que se me oponen.
En el nombre de Jesús, amén.
11

Aguardar en el crisol

“Mas el fruto del Espíritu es [...]


paciencia” (Gal. 5:22).

I a revista Time publicó un interesante experimento realizado


con niños de cuatro años y dulces de malvavisco. Todo el
r grupo de niños de cuatro años se reunió en un salón vacío, y
los científicos les informaron que podían comer un dulce de
malvavisco. Sin embargo, si esperaban hasta que los científicos vol-
vieran después de atender un asunto, les darían dos. Después, los
científicos salieron del salón.
Los niños se dividieron en dos grupos. Un grupo se lanzó sobre
el malvavisco y lo devoró en el mismo instante en que los científi-
cos salieron del salón. El otro grupo hizo todo lo imaginable para
esperar. Se cubrieron los ojos, cantaron para entretenerse, jugaron
diversos juegos solitarios; cualquier cosa, para evitar la seducción
del dulce que estaba frente a ellos. Cuando los científicos regresaron,
los niños que habían esperado recibieron la recompensa que se les
había prometido.
Luego, los científicos esperaron a que los niños crecieran. Para
cuando entraron en la escuela secundaria, una encuesta hecha a sus
padres y sus maestros encontró que los niños que habían esperado
para obtener el segundo dulce de malvavisco eran, por lo general,
134 • En el c r iso l co n Cr ist o

"adolescentes más adaptados, más populares, más confiables y más


confiados. Por otra parte, los niños que habían cedido a la tentación
y no habían tenido la capacidad de esperar eran solitarios, frustra-
dos y tercos. Cedían fácilmente al estrés y no aceptaban los desafíos.
Y, cuando tomaron las pruebas de aptitud académica, los niños que
habían esperado aquel segundo dulce de malvavisco alcanzaron un
promedio de 210 puntos más alto".
La revista Time informó que, cuando pensamos en una persona
brillante, pensamos en una persona que estaba hecha para la gran-
deza desde el nacimiento. Esa grandeza está construida, de alguna
manera, en el coeficiente intelectual. Pero, según el informe, "parece
que la capacidad para diferir la gratificación es la capacidad maestra,
un triunfo del cerebro que razona por encima del impulso". A este
se lo considera un aspecto muy importante de lo que se ha dado en
llamar "la inteligencia emocional".1
Luego Time presenta el informe de un libro escrito por Daniel
Goleman, de la Facultad de Psicología de Harvard y escritor científi-
co del New York Times. El libro de Goleman, titulado Emotional In-
telligence [Inteligencia emocional], sugiere que, "cuando queremos
predecir el éxito de las personas, la capacidad cerebral -tal como la
mide el coeficiente intelectual y las pruebas normales del desarro-
llo personal- en realidad puede contar menos que las cualidades
mentales llamadas carácter, antes que la palabra comenzara a sonar
anticuada".12
Esta es una excelente conclusión. La paciencia, esa capacidad
para esperar algo sin apresurarnos a hacer lo que nos gustaría en
el momento, se considera una "capacidad maestra", y se cree que es
más importante que el coeficiente intelectual para lograr el éxito.
La prioridad de la paciencia fue, por supuesto, destacada muchos
años antes de que lo hiciera el libro de Goleman. "Mas el fruto del
Espíritu es [...] paciencia" (Gál. 5:22). Es evidente que la paciencia
tiene un lugar muy elevado en la agenda de Dios para nosotros, si
queremos ser cada vez más semejantes a él.

Lo que hace la paciencia


Pero ¿qué es la paciencia y por qué es necesaria? La paciencia
es, simplemente, la capacidad para esperar tranquilamente entre

1 Gibbs, “The EQ Factor”.


2 Ibid.
11. Aguardar en el crisol • 135
el momento en que algo debía hacerse y el momento en que Dios
decide que debe hacerse. Por lo tanto, la paciencia piadosa es fe
en el programa de Dios.
Vivir de acuerdo con el programa de Dios es importante. Sin
embargo, con frecuencia hay una brecha de tiempo entre el mo-
mento en que yo estoy listo y el momento en que Dios lo está, lo
cual puede frustrarnos. Aprender a esperar con paciencia durante
este período no solo nos ayuda para permanecer sometidos a la
voluntad de Dios, sino también el mismo tiempo de espera nos
ayuda a crecer espiritualmente. Considere los siguientes propósi-
tos espirituales de la espera.
1. La espera nos ayuda a desenfocar nuestra mente de las
cosas para enfocarla en Dios mismo. Podemos estar tan obse-
sionados con las cosas, incluso las cosas buenas de Dios, que el
Señor necesite reenfocar de nuevo nuestros pensamientos hacia
él. Es el Dador de las cosas quien es importante; no las cosas en
sí mismas.
Cuando David nos anima a no desalentarnos por los éxitos
de los impíos, dice: "Guarda silencio ante Jehová, y espera en él"
(Sal. 37:7). No estoy muy seguro de saber qué era exactamente
lo que David estaba pensando cuando escribió esto, pero al pa-
recer deseaba que miráramos a Dios, no a lo que él ha hecho.
No es sencillamente que Dios vengue nuestros agravios, o que
nos vindique. Sino que la presencia de Dios es lo que realmente
cuenta, porque, en ese caso, ¿qué nos pueden hacer los demás?
Sin embargo, se requiere tiempo para comprender esta verdad.
Por eso, puede ser que Dios permita que pasemos por un crisol
para aprender cómo esperar pacientemente mientras enfocamos
nuestros pensamientos en él.
2. La espera nos permite tener una visión más clara de
nosotros mismos. A veces, solo con el paso del tiempo com-
prendemos los motivos que nos impulsan. La espera se convierte
entonces en una oportunidad para examinarnos a nosotros mis-
mos. Aveces, estamos absolutamente seguros de lo que queremos
y estamos desesperados por obtenerlo. Pero, solo con el paso del
tiempo comenzamos a comprender que aquello que una vez con-
sideramos lo más deseable en el mundo no lo era en realidad.
¿Cuántos dolores nos habríamos evitado si hubiéramos tomado
tiempo para analizarnos a nosotros mismos antes de actuar?
3. La espera fortalece la vida espiritual. En las culturas
occidentales especialmente, nos hemos obsesionado con lo ins-
136 • En el c r iso l c o n Cr ist o

tantáneo. Tenemos comidas y fotos instantáneas. Recuerdo haber


visto un anuncio en la oficina de un agente de bienes raíces en el
que se me prometía que podría comprar una casa en menos de
treinta minutos. Obtener lo que deseamos inmediatamente pue-
de ser un verdadero problema. Nos enojamos fácilmente cuando
alguien se detiene un momento en la luz verde, o cuando una
persona anciana busca temblorosa y lentamente dinero en su
bolsa para pagar su mercancía en el supermercado.
Existe el clásico ejemplo de la estudiante que quería saber si
podía terminar su carrera en la universidad más pronto si toma-
ba clases más breves. El maestro le dijo que era posible, pero que
todo dependía de lo que ella quería llegar a ser.
Lo mismo ocurre cuando Dios nos hace crecer espiritualmen-
te. Podríamos ir de la floración al fruto en pocos meses, y obtener
la fortaleza de una calabaza. O podríamos esperar pacientemen-
te que pasaran los años y así obtener la fortaleza de un roble.
¿Qué te gustaría ser?
4. La espera desarrolla otras fortalezas espirituales
como la fe y la confianza. La espera es una llave que abre la
puerta para comprender muchas cosas espirituales. Santiago es-
cribe acerca de esto en una forma que a veces resulta difícil de
entender. "Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os ha-
lléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe
produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para
que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna" (Sant.
1:2-4). La espera desarrolla en nosotros las otras gracias de Dios
en forma más completa.
5. La espera le permite a Dios poner otras piezas en su
rompecabezas que necesita terminar primero. "Pero cuando
vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo" (Gál.
4:4). Dios no envió a Jesús inmediatamente después de que Adán
y Eva pecaron. Hubo un tiempo de espera antes de que viniera.
Había otras cosas que Dios tenía que hacer primero. Puede ser
que antes de que Dios arregle el asunto que nos tiene en vilo haya
otras cosas que debe terminar antes de llegar a la parte que más
nos interesa.
6. La espera puede servir para probarnos. Si no obtene-
mos una respuesta inmediata de Dios, puede ser que permita la
espera para probarnos; para ver si confiamos plenamente en lo
que ha dicho.
11. Aguardar en el crisol • 137
Esta fue la experiencia de Abraham. Dios permitió un lapso
de 25 años de tardanza entre la promesa original de que sería el
padre de una gran nación y el nacimiento de Isaac. Por desgracia,
Abraham no pudo esperar. Unos 15 años antes del nacimiento de
Isaac, tuvo relaciones con Agar, la sierva de su esposa. Es impor-
tante que comprendamos que "estas experiencias que prueban
la fe son para beneficio nuestro. [...] La fe queda fortalecida por
el ejercicio. Debemos dejar a la paciencia hacer su obra perfec-
ta, recordando que hay en las Escrituras preciosas promesas para
aquellos que esperan en el Señor".3
7. Esperar, ¿para qué? Nunca comprenderemos las razo-
nes. Durante un período de varios meses, Elena G. de White no
pudo dormir más que unas dos horas por noche. Con referencia
a esto, dijo: "No puedo leer cuál es el propósito de Dios en mi
aflicción, pero él sabe qué es lo mejor, y le encomendaré mi alma,
mi cuerpo y mi espíritu porque él es mi fiel Creador".4
De este lado del cielo habrá demoras que nunca comprendere-
mos. Pero esto no debería preocuparnos. Ella continúa diciendo:
"Si educásemos y preparásemos nuestras almas para tener más
fe, más amor, una mayor paciencia y una confianza más perfecta
en nuestro Padre celestial, sé que tendríamos más paz y felicidad
cada día a medida que pasamos por los conflictos de esta vida.
Al Señor no le agrada que nos alejemos de los brazos de Jesús a
causa de nuestra impaciencia y nuestra zozobra. Es necesario que
haya más espera y vigilancia serenas. Pensamos que no vamos
por el camino correcto a menos que tengamos la sensación de
ello, de modo que persistimos en contemplamos interiormente
en busca de alguna señal que cuadre a la ocasión; pero no debe-
mos confiar en nuestros sentimientos sino en nuestra fe".5

Todo en el tiempo de Dios


Si bien hay muchas cosas que aprender de la espera, no es fácil, al
menos para mí. Recuerdo cuando me mudé a Islandia y necesitaba
un automóvil. Un amigo y yo nos dirigimos a la agencia de automó-

3 Elena G. de White, Obreros evangélicos, p. 227.


4 Elena G. de White, Mensajes selectos, Vol. 2 (Mountain View: Pacific Press Publishing Associa-
tion, 1976), p. 227.
5 Ibid.
138 • En el c r iso l co n Cr ist o

viles y de repente vimos exactamente lo que yo andaba buscando.


Era un Toyota Corolla que tenía dos años de uso, de un hermoso
color azul marino. Yo había tenido un viejo VW Golf, que acaba-
ba de regalarle a mi hermano, pero este Toyota era algo totalmente
diferente.
El dueño de la agencia de automóviles prometió descontarme un
20 %, así que lo llevamos para probarlo. Comparado con mi Golf,
era como un sueño. Tenía también un excelente reproductor de dis-
cos compactos.
Cuando volvimos a la agencia, hice una oferta muy por debajo
del precio que me habían pedido. Aunque no se aceptara la oferta
que hacía, tenía suficiente dinero para pagar toda la cantidad.
La agencia tenía el automóvil en consignación, así que decidió
consultar con el dueño y luego me comunicaría la decisión. Mien-
tras tanto, decidí volver al automóvil para revisar su sistema este-
reofónico. El sonido era asombroso. Nunca antes había escuchado
un sonido tal en un automóvil. Muy contento, regresé a la oficina,
donde el vendedor me dejó sorprendido con las siguientes palabras:
"Lo siento. Alguien más ha comprado el automóvil".
Mientras yo estaba sentado en el vehículo escuchando un disco
compacto, otro cliente que había visto el coche más temprano ese
mismo día volvió, y entregó al vendedor el precio total en efectivo.
Me quedé sin habla.
¿Cómo podía Dios hacerme esto después de tantas oraciones que
había elevado al Cielo? Él sabía que yo necesitaba aquel vehículo, y
que este era el único que tenía un descuento tan grande. Sentí que
me habían robado la respuesta a mi oración, y me sentí molesto.
Durante un par de días, me sentí confuso y deprimido. Había
orado mucho por un automóvil, había visto exactamente el que yo
necesitaba, y sin embargo me lo habían arrebatado ante mis narices.
Dios era injusto.
Tres días más tarde, mi amigo y yo vimos los coches en la agencia
principal de Toyota. Yo había visitado el lugar antes porque, por lo
general, la agencia principal vende más caro que las agencias inde-
pendientes. Mientras dábamos vueltas alrededor de la agencia, lo vi.
Era un automóvil Toyota Corolla azul marino, idéntico al anterior.
Al ver a través de las ventanas, vi que también tenía un reproductor
de discos compactos. Era el mismo automóvil, el mismo modelo,
excepto que tenía menos kilómetros corridos y, para mi sorpresa,
costaba cien dólares menos.
11. Aguardar en el crisol • 139
Aprendí algo importante aquel día. Toda buena dádiva y todo
don perfecto vienen de Dios, pero vienen dentro de su programa: no
cuando mi corazón desea tenerlo.

Fe en el cronograma de Dios
La historia de la paciencia de David para llegar a ser rey es un
ejemplo fascinante de un joven que decidió que no se apoderaría de
las promesas de Dios antes del tiempo que él había señalado.
Después de que Saúl empezara a alejarse de Dios, el Señor envió
a Samuel a ungir a un nuevo rey. Dios lo dirigió a la casa de Isaí,
donde el adolescente David fue señalado como el elegido.
¿Pueden imaginarse cómo se sentía David? Un adolescente ungi-
do para ocupar la posición más poderosa bajo la dirección de Dios
¿llamado a ser rey del pueblo de Dios?
¡Si aquello me hubiera ocurrido a mí, no habría dormido mu-
cho aquella noche! Mi mente se habría atascado con toda suerte
de ideas, estrategias, planes, sueños; ¡qué futuro me esperaba! ¡Qué
riqueza, qué privilegio, qué responsabilidad de dirigir, y dirigir con
sabiduría divina! Noche tras noche habría soñado lo que iba a ha-
cer. Quizás habría esperado recibir un poco más de respeto de parte
de mis hermanos. Y, ¿cuándo ocurriría todo aquello?
Pero David volvió al campo a pastorear las ovejas.
Tiempo más tarde, mientras David todavía estaba pastoreando
las ovejas, un mensajero llegó a su casa y le pidió que fuera al pa-
lacio para tocar su arpa frente al rey. Saúl se sentía muy mal, y uno
de sus consejeros le contó que David podía tocar una música muy
tranquilizadora. Podemos imaginar a David pensando: "¿Es este el
principio del camino que conduce al trono?". Muy poco tiempo des-
pués, el rey Saúl lo hizo su escudero de armas.
Las cosas comenzaron a moverse lentamente. David mató dra-
máticamente a Goliat, se distinguió en la batalla, y se le dio un ele-
vado puesto de mando en el ejército. David actuó muy bien y todo el
pueblo comenzó a proclamar sus triunfos. Su amistad con Jonatán
creció, pero durante ese tiempo Saúl se puso celoso por los triunfos
de David y empezaron sus intentos de matarlo. Pero tanto Jonatán
como Saúl sabían lo que iba a ocurrir. "No temas -le dijo Jonatán-,
pues no te hallará la mano de Saúl mi padre, y tú reinarás sobre Is-
rael, y yo seré segundo después de ti; y aun Saúl mi padre así lo sabe"
(1 Sam. 23:17).
140 • En el c r iso l c o n Cr ist o

Aquí está el punto interesante. David sabía que él iba a ser rey.
Jonatán sabía que David sería rey. Incluso Saúl admitió más tarde
ante David que él iba a ser rey. Pero David nunca hizo nada para
promoverse para llegar a ser rey.
De hecho, parecía correr en la dirección opuesta. Un día en
que Saúl andaba persiguiéndolo, por casualidad entró en una cue-
va donde David y sus soldados estaban escondidos. Qué hermosa
oportunidad se le presentó a David para matar al hombre que lo es-
taba persiguiendo. Ahora podrían cumplirse las promesas de Dios.
Sin embargo, en vez de matar a su enemigo, David le cortó un peda-
cito del borde del manto. Pero "después de esto se turbó el corazón
de David, porque había cortado la orilla del manto de Saúl. Y dijo a
sus hombres: Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi Señor, el
ungido de Jehová, que yo extienda mi mano contra él; porque es el
ungido de Jehová. Así reprimió David a sus hombres con palabras,
y no les permitió que se levantasen contra Saúl. Y Saúl, saliendo de
la cueva, siguió su camino" (1 Sam. 24:5-7).
Imagina la escena. Saúl estaba tratando de matar a David. ¡Y Da-
vid tuvo una gran oportunidad de matar a su enemigo, pero se sen-
tía muy mal por haberle cortado la orilla de su manto!
Y ocurrió otra vez. Saúl andaba en otra expedición procuran-
do matar a David. David y Abisai se acercaron donde Saúl dormía.
Abisai le hizo una oferta a David:
Hoy ha entregado Dios a tu enemigo en tu mano;
ahora, pues, déjame que le hiera con la lanza, y lo en-
clavaré en la tierra de un golpe, y no le daré segundo
golpe. Y David respondió a Abisai: No le mates; porque
¿quién extenderá su mano contra el ungido de Jehová,
y será inocente? Dijo además David: Vive Jehová, que
si Jehová no lo hiriere, o su día llegue para que muera,
o descendiendo en batalla perezca, guárdeme Jehová
de extender mi mano contra el ungido de Jehová. Pero
toma ahora la lanza que está a su cabecera, y la vasija
de agua, y vámonos (1 Sam. 26:7-11).
Yo me pregunto: ¿Cuántos de nosotros nos habríamos sentido
justificados de apoderarnos de la corona de Saúl? El mensaje de la
vida de David es claro. Las promesas de Dios se disfrutan mejor
cuando las recibimos de sus propias manos, en su propio modo y
en su propio tiempo.
11. Aguardar en el crisol • 141
El problema del apresuramiento
Cuando nos apresuramos y nos adelantamos al programa de
Dios, perdemos de vista su voluntad para nosotros. Especialmen-
te cuando estamos en el crisol, hay varias emociones que se arre-
molinan en nuestro corazón y procuran alejarnos del propósito de
Dios. Considera cuánto perdieron estas personas por causa de la
impaciencia:
Jonás: Perdió de vista la voluntad de Dios a causa de un ego
herido e impaciente. Pobre Jonás. El mensajero de la gracia y la
misericordia de Dios había predicado la palabra de Dios a la ciudad
de Nínive, y por desgracia para él, se había producido un reaviva-
miento. "Pero esto disgustó mucho a Jonás, y lo hizo enfurecerse.
Así que oró al Señor de esta manera: '¡Oh, Señor! ¿No era esto lo que
yo decía cuando todavía estaba en mi tierra? Por eso me anticipé a
huir a Tarsis, pues sabía que tú eres un Dios bondadoso y compa-
sivo, lento para la ira y lleno de amor, que cambias de parecer y no
destruyes. Así que ahora, Señor, te suplico que me quites la vida.
¡Prefiero morir que seguir viviendo!'" (Jon. 4:1-3, NVI).
Jonás estaba enojado por el perdón de Dios, porque creía que lo
hacía aparecer como falso profeta. Un poco después, Jonás se enojó
otra vez con Dios cuando la planta que le había dado para proteger-
lo del ardiente sol se secó por causa de un gusano:
"Pero Dios le dijo a Jonás:
"-¿Tienes razón de enfurecerte tanto por la planta?
"-¡Claro que la tengo! -le respondió-. ¡Me muero de rabia!"
(Jon. 4:9, NVI).
¡Duras palabras de un profeta contra su Creador! El ego de Jonás
estaba tan herido que se apresuró a pasar más allá de la posibilidad
de llegar a convertirse en un espectáculo de la gracia de Dios. En vez
de eso, escenificó uno de los dramas más lamentables de todos los
tiempos y se convirtió en un profeta extraño, que ha causado per-
plejidad a través de toda la historia.
Elias: Perdió de vista la voluntad de Dios por una impacien-
cia impulsada por el temor. Después de la grandiosa confronta-
ción que dirigió en el Monte Carmelo, Elias corrió bajo la lluvia y
los relámpagos enceguecedores para guiar al rey Acab de regreso a
su palacio. Tan pronto como Acab llegó a su palacio, corrió en busca
de su esposa, la impía Jezabel: "Acab dio a Jezabel la nueva de todo
lo que Elias había hecho, y de cómo había matado a espada a todos
los profetas. Entonces envió Jezabel a Elias un mensajero, diciendo:
142 • En el c r iso l c o n Cr ist o

Así me hagan los dioses, y aun me añadan, si mañana a estas horas


yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos" (1 Rey. 19:1, 2).
¿Cómo respondió Elias? "Viendo, pues, el peligro, se levantó y
se fue para salvar su vida" (1 Rey. 19:3). Y salió huyendo rumbo al
desierto. Impulsado por sus temores, corrió desesperadamente. Lue-
go, "vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo:
Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis
padres" (1 Rey. 19:4).
Cuando Dios trataba de rehabilitar a su agotado siervo, dos veces
le hizo la pregunta: "¿Qué haces aquí, Elias?" (1 Rey. 19:9). Elias es-
taba en un lugar equivocado. Sus temores lo habían llevado lejos del
lugar donde Dios quería que estuviera, y las consecuencias fueron
enormes: "Si hubiese permanecido donde estaba, si hubiese hecho
de Dios su refugio y fortaleza y quedado firme por la verdad, habría
sido protegido de todo daño. El Señor le habría dado otra señala-
da victoria enviando sus castigos contra Jezabel; y la impresión que
esto hubiera hecho en el rey y el pueblo habría realizado una gran
reforma".6
Judas y Pedro: Perdieron de vista la voluntad de Dios por
una impaciente ambición. Judas es, quizá, un ejemplo inevitable
de aquellos que pierden de vista la voluntad de Dios por la ambición.
Él tenía planes para Jesús, pero se apresuró a ponerlos en práctica y
no permitió que las enseñanzas de su Señor penetraran en su vida.
Pero Judas no fue el único. Pedro también tenía otras ideas. "Y
comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre pa-
decer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales
sacerdotes y por los escribas, y ser muerto y resucitar después de
tres días. Esto les decía claramente. Entonces Pedro le tomó aparte y
comenzó a reconvenirle" (Mar. 8:31, 32). La palabra que Marcos usa
para referirse a la reprensión que Jesús le hizo a Pedro es la misma
que utiliza para referirse a Jesús echando fuera demonios en Marcos
1. Pedro habló fuertemente, pero su boca hablaba más rápido de lo
que su cerebro podía comprender los propósitos de Dios. Otra vez,
en el huerto de Getsemaní, las manos de Pedro hablaron más rápido
que su cerebro cuando hirió a uno de los que habían venido a pren-
der a Jesús. Pedro tenía ambiciones también, pero a diferencia de
Judas, el crisol lo hizo detenerse y reconsiderar el curso de su vida.
Adán: Perdió de vista la voluntad de Dios por un amor im-
paciente. Conocí a un joven que lloraba porque estaba teniendo re-

6 Elena G. de White, Profetas y reyes (Doral, Florida: IADPA, 2015), p. 106.


11. Aguardar en el crisol • 143
laciones sexuales con la mujer que amaba, pero no estaban casados,
y él sabía que su conducta no estaba de acuerdo con la voluntad de
Dios. Decidió orar y pedirle a Dios que le indicara qué hacer, pero
no hubo respuesta. Y, como no tuvieron respuesta, decidieron seguir
juntos, ¿qué otra cosa podían hacer?
La respuesta de Dios estaba claramente escrita en la Biblia, pero
su amor por la mujer había nublado su vista para no ver la claridad
de la Palabra de Dios. Lo que ocurrió con Adán fue muy similar.
Cuando Eva vino a él con el fruto prohibido en sus manos, la volun-
tad de Dios para Adán todavía era clara como el día: "Pero del fruto
del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él,
ni le tocaréis, para que no muráis" (Gén 3:3). Pero Adán no había
sido engañado por una serpiente, como lo había sido Eva. Él hizo
una decisión consciente de unirse a ella en su destino, y así tomó el
fruto y lo comió. "Su amor por Eva era fuerte; y dominado por un
desaliento absoluto, determinó compartir la suerte de ella. Recibió
el fruto y lo comió de inmediato. Entonces Satanás se regocijó. Se
había rebelado en el cielo y había ganado adeptos que lo amaban y
lo seguían en su rebelión. Había caído y hecho caer a otros consigo, y
ahora había tentado a la mujer para que desconfiara de Dios, pusiera
en duda su sabiduría, y procurara penetrar sus planes omniscientes.
Satanás sabía que la mujer no caería sola. Adán, por su amor hacia
Eva, desobedeció la orden de Dios, y cayó con ella".7 El profundo
amor de Adán por Eva lo llevó rápidamente lejos de la voluntad de
Dios.
Un amor impaciente así está causando grandes tragedias en nues-
tro mundo. Por eso, hay sabiduría en el consejo de Salomón: "No
despertéis ni hagáis velar al amor, hasta que quiera" (Cant. 2:7).

Gracia cuando lo echamos todo a perder


Egos heridos, temores, ambiciones, amor. Hay muchas cosas que
amenazan desviarnos de la voluntad de Dios para nosotros, pero el
principio nunca cambia. Las emociones pueden ser muy fuertes, de
tal manera que nos ciegan para no ver las cosas que verdaderamente
importan. Pero ¿qué sucede cuando descarrilamos todo y nos sali-
mos del carril marcado por la voluntad de Dios?

7 Elena G. de White, Primeros escritos, p. 192.


144 * En el c r iso l co n Cr ist o

En una clase de hebreo que tomé en la Universidad, aprendi-


mos la memorable expresión hebrea que se traduce para describir la
bondad y la paciencia de Dios. La frase, utilizada literalmente, sig-
nifica "una extensión de las ventanas de las narices". La idea es que
cuando alguien se llena de ira se le ponen roja la cara y las narices.
¡Es posible que hayas visto esto alguna vez! Sin embargo, si la nariz
es demasiado larga, le tomará más tiempo a toda la nariz ponerse
roja. Lo mismo ocurre en este sentido: Dios tiene una larga nariz. Le
toma muchísimo tiempo ponerse impaciente; y más tiempo le toma
airarse contra nosotros.
La gracia de Dios para los impacientes nunca está lejos. La res-
puesta de Dios hacia Elias es un buen ejemplo de la respuesta divina
a sus impacientes discípulos: "¿Desamparó Dios a Elias en su hora
de prueba? ¡Oh, no! Amaba a su siervo tanto cuando Elias.se sentía
abandonado de Dios y de los hombres como cuando, en respuesta
a su oración, el fuego descendió del cielo e iluminó la cumbre de
la montaña. Mientras Elias dormía, lo despertaron un toque suave
y una voz agradable. Se sobresaltó y, temiendo que el enemigo lo
hubiese descubierto, se dispuso a huir. Pero el rostro compasivo que
se inclinaba sobre él no era el de un enemigo, sino de un amigo".8
Cuando nos frustramos mientras esperamos en el crisol, puede
ser muy tentador saltar adelante y hacer algo por nosotros mismos
para aliviar la presión. Pero es muy peligroso saltar adelante para
obviar el tiempo de espera, porque entonces puede ser que saltemos
adelante de Dios. Solo esperando en Dios experimentaremos la
plenitud de sus propósitos para nosotros. Como escribió Salomón:
"Todo lo hizo hermoso en su tiempo" (Ed. 3:11).

No trates de acortar el tiempo de espera


Recibí un correo electrónico que, obviamente, había dado mu-
chas vueltas por Internet, pero que ilustra una importante verdad
acerca de la espera del tiempo perfecto de Dios. Un joven pastor
vino a consultar con su consejero algo con respecto a la voluntad de
Dios para su vida. Mientras caminaban en el jardín, el joven le pre-
guntó a su consejero qué debía hacer. El consejero cortó un botón o
capullo de un rosal, y se lo entregó al joven.
-Por favor, abra el capullo -le pidió-, pero hágalo sin romper
ningún pétalo.

8 Elena G. de White, Profetas y reyes, pp. 109-110.


11. Aguardar en el crisol *145
El joven pastor no estaba seguro de lo que debía hacer, y se pre-
guntaba qué tendría que ver aquel capullo de rosa con su problema
para conocer la voluntad de Dios. Parecía una tarea imposible, y al
tratar de abrir los pétalos se dio cuenta de que, en efecto, así era.
La lección era clara. Si no podemos abrir un capullo de rosa sin
dañar los pétalos, a pesar de ser algo tan sencillo, ¿cómo podemos
pretender desentrañar todos los misterios de nuestra vida, presente y
futura? Solo esperando en Dios podemos conocer su voluntad para
nosotros.
Mientras esperamos, es fácil sentirnos tentados a dudar de todo.
Pero es entonces cuando necesitamos fortalecer nuestra voluntad y
poner nuestros sueños en las manos de nuestro Padre, y abandonar-
nos a su cuidado.
"Pon tu esperanza en el Señor; ten valor, cobra ánimo; ¡pon tu
esperanza en el Señor!" (Sal. 27:14, NVI).

Padre:
Enséñame la paciencia, porque me mantiene cerca de ti.
Enséñame a entender la perfección de tu programa de trabajo;
a descansar tranquilamente en el conocimiento dé que todas las
cosas de mi vida están bajo tu amante cuidado.
Enséñame que incluso tus pausas tienen significado y propósito.
En el nombre de Jesús, amén.
12

Morir como una semilla

“De cierto, de cierto os digo, que si el grano


de trigo no cae en la tierra y muere, queda
solo; pero si muere, lleva mucho fruto”
(Juan 12:24).

a palabra "sumisión" le pone la came de gallina a mucha gen-

L
te. Sin embargo, la Biblia, incluso en las versiones modernas,
usa la palabra con mucha frecuencia. Ezequías invitó al pue-
blo de Dios a someterse a su Señor: "No sean tercos, como sus
antepasados. Sométanse al Señor" (2 Crón. 30:8, NVI). Dios deplora
el hecho de que: "Israel no me quiso a mí" (Sal. 81:11). Pablo se afli-
ge porque la mente natural "no se somete a la ley de Dios" (Rom. 8:7,
NVI); y usa a la iglesia como modelo para nuestra vida porque se
"sujeta a Cristo" (Efe. 5:24). Santiago nos invita a todos a sometemos
"a Dios" (Sant. 4:7).
En nuestro mundo y en nuestro tiempo, la palabra "sumisión"
suena dura e injusta; pero no es así como lo entiende la Biblia cuan-
do dice que debemos someternos a Dios. Es una sumisión a la per-
sona de Dios, y consiste en abandonar nuestro humanismo por su
santidad y abandonar nuestros sueños para adoptar sus planes. Amy
Carmichael sugiere que otra palabra para, ayudarnos a entender la
sumisión es "aceptación".1

1 Amy Carmichael, Of our Father's Will (Londres: SPK, 1983), p. 53.


148 • En el c r iso l co n Cr ist o

Parece que las malas connotaciones que tiene la palabra "sumi-


sión" dentro de nuestra cultura han hecho que resulte muy difícil
aplicar su significado e importancia a nuestra vida. Como resultado,
creo que no hemos logrado captar lo que está en el corazón mismo
del discipulado: el llamado a nuestra propia crucifixión. Pero, todo
discipulado verdadero comienza con la muerte, una muerte a la que
voluntariamente nos sometemos.

Aprender a someternos no es fácil


La forma en que yo mismo comprendí esto no fue ni fácil ni
agradable. Al principio de mi ministerio, leí el libro devocional clá-
sico En pos de lo supremo [según su versión en español], de. Oswald
Chambers. Chambers dice una y otra vez que, si hemos de ser útiles
para el Reino de Dios, debemos abandonar y dejar en sus manos
todo lo que tenemos y todo lo que somos.
Nadie experimenta una completa santificación sin
pasar por un "funeral blanco", el entierro de la vieja
vida. Si nunca se ha presentado este momento crucial
de cambio por medio de la muerte, la santificación solo
será para nosotros un sueño esquivo. [...] ¿En realidad
ya te llegó tu hora? [...] Nosotros evitamos el cemente-
rio y rechazamos continuamente nuestra propia muer-
te. [...] ¿Ya tuviste tu funeral blanco o estás engañando
con devoción a tu propia alma? ¿Existe un momento
exacto en tu vida que ahora tienes presente como tu
último día? ¿Hay un espacio en tu existencia que evo-
ques humildad y una irresistible gratitud, de tal forma
que puedas declarar sinceramente: "Sí, allí fue, en mi
funeral blanco, donde me puse de acuerdo con Dios"?2
Me pareció que lo correcto era saber personalmente lo que esto
significaba, así que abrí mi diario, y escribí: "Padre, de verdad me
gustaría saber en qué consiste exactamente esta sumisión". Me pare-
ció que, ni bien había salido esta oración de mis labios, todo lo que
constituía mi vida comenzó a desintegrarse.
Lo primero que se esfumó fue mi salud. Muy poco tiempo des-
pués de mi oración de sumisión, estaba de viaje por Sudáfrica con
algunos amigos. En el vuelo de regreso de Togo a Costa de Marfil,

Oswald Chambers, En pos de lo supremo, lectura del 15 de enero.


12. Morir como una semilla • 149
que era la última etapa de mi viaje, comencé a sentir un poco de
frío. A la mañana siguiente, al tomar mi vuelo de regreso a Zúrich,
comencé a temblar.
Cuando llegué a Inglaterra, me pusieron inmediatamente en una
sección para pacientes aislados, porque pensaban que yo tenía una
enfermedad contagiosa y que estaba sangrando internamente. Con
el tiempo, los médicos concluyeron que yo tenía un "desconocido
virus africano", lo que quería decir simplemente que me sentía muy
mal, pero nadie sabía realmente por qué. Abandoné el hospital des-
pués de seis días de estadía, pero recaí y volví a ser hospitalizado
inmediatamente. Me sentía sumamente débil. Incluso hablarle a mi
familia por teléfono me dejaba exhausto. Pasaron cuatro meses an-
tes de que yo tuviera suficiente energía para volver al trabajo, pero
incluso entonces yo sabía que no era tan fuerte como había sido
antes. Sentía que algo se había roto dentro de mí.
Lo siguiente que perdí fue mi reputación. Como dije en un ca-
pítulo anterior, después de un par de días en el hospital recibí una
carta que hacía añicos el trabajo que yo pensaba que había hecho
bien, y me pareció que todo el mundo había recibido una copia de
aquella carta. Yo me sentía apabullado y sumamente herido, lo cual
se agravaba por el estado físico en que me encontraba y porque no
podía yo hacer prácticamente nada para defenderme.
Después comenzó el chismorreo. Cada mañana me levantaba
pensando en lo que había escuchado la jornada anterior con respec-
to a la carta. No podía evitar aquel pensamiento, que daba vueltas y
vueltas en mi cabeza todo el día.
Luego siguió mi empleo. Como yo estaba enfermo, no me reno-
varon el contrato después de mi primer año. Me sorprendí cuando
alguien dijo en el trabajo que quizá no sería necesaria la renovación
del contrato pues era posible que nunca me recobraría lo suficiente
para volver a trabajar.
Luego volvió el problema de mi salud. Mientras se me hacían
las pruebas en el Hospital de Enfermedades Tropicales, el médico
encontró que había un problema en mi corazón. Yo no tenía más
que 27 años, pero los médicos decidieron que necesitaría un mar-
capasos. Me había sentido cansado durante varios años, lo cual era
embarazoso para mí. Llegaba a la casa de alguien para dar un estu-
dio bíblico y encontraba difícil seguir una conversación o pensar
claramente.
La operación para colocarme el marcapasos fue una experiencia
memorable. Todo lo que podía salir mal salió mal. Cuando apenas
150 * En el c r iso l c o n Cr ist o

iban a la mitad de la operación, escuché al cirujano decir: "Tiene


algunos tejidos muy duros aquí. No me siento muy seguro de lo que
debería yo hacer". El cirujano llamó para obtener la ayuda de un
especialista, pero no lo encontró; así que salió del quirófano para
buscar ayuda.
Regresó al quirófano y dijo alegremente a la enfermera: "No
puedo hallar al especialista, tengo que seguir solo". Las operaciones
para colocar marcapasos solo utilizan anestesia local, así que yo es-
taba plenamente consciente y ahora estaba perdiendo mi confianza
por lo que había escuchado. Luego, como la operación se había pro-
longado más de lo que tenían programado, la anestesia comenzó a
desvanecerse.
-¿Podría ponerme un poquito más de anestesia, por favor? -le
dije a la enfermera.
-Lo siento -me dijo, compasivamente-, ya le hemos puesto toda
la que nos está permitido ponerle.
Quizá como consecuencia de todas las vueltas que el cirujano
había dado en mi pecho, se las arregló para punzarme la pleura, lo
cual hizo que se me colapsara un pulmón. Al día siguiente, un gru-
po de estudiantes de medicina se reunió alrededor de mi cama para
tratar de saber qué era lo que me pasaba. Ninguno de ellos acertó.
Luego me introdujeron una enorme jeringa en la espalda y me saca-
ron casi un litro de aire de alrededor de mis pulmones.
Cinco días después de dejar el hospital, el marcapasos se infectó.
Cuando fui al hospital para que me revisaran, los ojos de la enfer-
mera se entornaron por la sorpresa, mientras decía, reteniendo el
aliento: "¡Oh, no!". El equipo de cirujanos, que estaba empacando
sus cosas para salir a un día de campo, desempacó, y mi cirujano
ordenó meterme al quirófano inmediatamente. Me sacaron el mar-
capasos, me desinfectaron con desinfectante y suturaron de nuevo.
Un mes más tarde, estaba yo de regreso para comenzar todo el pro-
ceso de nuevo.
Finalmente, fue mi vida personal. Dos semanas después de que
me colocaron el segundo marcapasos, mi novia y yo terminamos
nuestras relaciones, que ya duraban varios años. Comprendo que
esto les ocurre a muchas personas, pero para mí, en aquel momento
y en el estado en que me encontraba, fue la última gota que derramó
el vaso.
En un período de doce meses, había yo perdido mi salud, mi
trabajo, mi reputación y, ahora, mi felicidad. Me sentía como Job,
como si alguien estuviera saboteando sistemáticamente mi vida y
12. Morir como una semilla • 151
destruyendo todo lo que yo era y todo aquello en que me apoyaba.
Cada aspecto de mi vida parecía caer en pedazos. Experimentaba
una profunda sensación de vacío y de agotamiento.
"Señor -murmuré- la Biblia dice que el Espíritu Santo ora por
nosotros. ¿Por favor, podría orar por mí en este momento, pues no
tengo la menor idea de lo que debo pedir?". No esperaba yo ningu-
na respuesta, pero en cuestión de segundos una profunda paz, que
no podía explicar, invadió mi corazón, y una sonrisa comenzó a
esbozarse inesperadamente en mi rostro. Me llenó una profunda
sensación de paz y contentamiento. Sentía como si Dios estuviera
de pie, allí, junto a mi cama.
Esa noche, me dormí con una sonrisa en mi rostro. No es fácil
para mí sonreír y dormir al mismo tiempo, pero así me dormí. Re-
cuerdo que durante la noche desperté brevemente y noté que estaba
sonriendo. Desperté por la mañana con una sonrisa todavía brillan-
do en mi rostro.
Mientras yacía acostado en mi cama, todos los dedos de mis ma-
nos y mis pies me pulsaban como si quisieran hacer algo. Es difícil
describirlo de otra manera, pero sentía como si chorros de energía
pulsaran en todo mi cuerpo. Todavía no pensaba nada, hasta que
me dirigí al pueblo. Mientras caminaba, me di cuenta de que, por
primera vez, durante años, iba caminando de prisa.
Mis amigos siempre habían hecho bromas a costa de mí en el pa-
sado. Parecía estar siempre apurado, en el sentido de que mi cabeza
siempre parecía llegar primero que mis pies. Caminé como si me
apoyara en un viento imaginario. El saco de papas de la familia (yo)
se había transformado de repente en un cable eléctrico, brincando
para todos lados, en forma impredecible, y todos luchaban en vano
por seguirme el paso. El cambio, ocurrido de la noche a la mañana,
era un milagro.
Mi energía no era lo único que se había incrementado. De la
noche a la mañana también había desarrollado una urgencia por
orar, como nunca había experimentado en mi vida. Todos los días
anhelaba hablar con Dios cada vez durante más tiempo.
Pero, algunas semanas más tarde, aquello se volvió terrible. Co-
mencé a tener lástima de mí mismo. Yo sabía que, después de todo
lo que Dios había hecho por mí, mi actitud era errónea; en realidad,
sentía que era pecaminosa, porque me quejaba directamente contra
la bondad de Dios. Desde ese día en adelante, poco a poco, mi ener-
gía comenzó a desaparecer.
152 - En EL CRISOL c o n Cr ist o

Luego, me llené de ira. "¿Por qué me haces esto? -le dije a Dios a
gritos-. Ya me habías quitado todo, y ahora me estás quitando mi
salud otra vez, lo único que me quedaba en qué apoyarme. No es
justo". Mi batalla espiritual, cotidiana, con Dios, era tan intensa que,
para la hora en que me iba a la cama, ya estaba físicamente exhausto.
Esta batalla duró unos dos meses. Finalmente, un día, le dije al
Señor a gritos y con lágrimas ardientes: "Mira, ya me quitaste todo
lo que tenía: mi salud, mi reputación, mi empleo y mis sueños. ¡Ya
no tengo nada!".
La voz del Espíritu Santo era inconfundible: "Sí, ese es el propó-
sito. Quiero que te quedes sin nada".
Quedé asombrado y apabullado. ¿Quería Dios que yo me queda-
ra sin nada?
Nada, absolutamente.
Venimos a Dios con mucho que ofrecerle, pero muchas veces
nuestra humanidad se interpone en el camino. Por lo tanto, nuestro
Padre usa con frecuencia el crisol para ayudarnos a despojarnos de
las cosas que nos incitan a depender de nosotros mismos, en vez de
depender completamente de él. Como dice Charles Swindoll: "Ser
despojado de todos los sustitutos es la experiencia más dolorosa de
la Tierra".3
Cierta vez, estaba hablando con un estudiante que apenas co-
menzaba sus estudios de Teología. Siempre me siento curioso por
saber por qué los jóvenes deciden estudiar para ser pastores, pues
siempre hay una historia interesante detrás de la decisión. Pero, en
esta ocasión, la respuesta me tomó por sorpresa.
-¿Qué fue lo que te hizo decidir estudiar para ser pastor? -le
pregunté.
-Bueno -respondió el joven estudiante-, creo que tengo mucho
que ofrecer.
Me quedé tan asombrado que no pude decir nada. Quería gritar:
¿Y a quién le importa lo que tengas que ofrecer? ¡Lo que la gente
necesita escuchar es lo que Dios tiene que ofrecer! Por fortuna, mi
boca permaneció cerrada. Pero, la verdad es que Dios quiere dejar-
nos sin nada, para que él pueda ser el todo.

3 Charles Swindoll, David: A Man of Passion & Destiny (Dallas: Word Publishing, 1997), p. 70.
12. Morir como una semilla • 153

Morir como el grano de trigo


El proceso de llegar a ser nada delante de Dios es el proceso de
morir. Jesús describe este morir como lo que le ocurre a la semi-
lla: "De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae
en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto"
(Juan 12:24). Cuando Jesús se refiere a sí mismo como el grano que
muere, invita a sus seguidores a experimentar la misma muerte. "Si
alguno quiere venir en pos de mí, niegúese a sí mismo, y tome su
cruz, y sígame" (Mar. 8:34). Esta muerte no consiste en andar con
una pesada carga a lo largo de lo que muchos llaman "la senda cris-
tiana". Cuando Jesús pronunció estas palabras se hallaba de camino
a Jerusalén, y a la muerte. Los que quieran seguirlo deben hacer lo
mismo. Deben seguirlo a la muerte.
Tomando las figuras de lenguaje de estos versículos, Elizabeth
Elliot analiza el proceso de morir como una semilla.
El crecimiento de todas las cosas vivientes verdes re-
presenta maravillosamente el mismo proceso de dar y
recibir, ganar y perder, vivir y morir. La semilla cae a la
tierra, muere mientras el primer renuevo brota a la vida.
Debe haber una división y un rompimiento para que se
forme un capullo. El capullo "deja de ser" cuando se
forma la flor. El cáliz permite que salga la flor. Los péta-
los se abren y mueren para que pueda formarse el fruto.
El fruto cae, se abre, y suelta la semilla. La semilla cae
al suelo. No puede haber vida espiritual sin este morir
y dejar que siga el proceso. En el momento preciso en
que nos negamos a morir, se detiene el crecimiento.
Si nos aferramos fuertemente a cualquier cosa que se
nos ha dado, indispuestos a dejarlo que se use como
el Dador se proponía, detenemos el crecimiento del
alma. La semilla no "sabe" lo que ocurrirá. Solo sabe
lo que está ocurriendo: la caída, las tinieblas, la muer-
te. [...] El plan último de Dios está tan lejos de nuestra
imaginación como la semilla del encino está lejos de
la imaginación de la bellota. La bellota hace lo que se
supone que debe hacer, sin fastidiar a su Hacedor con
preguntas acerca del cómo, del cuándo y del porqué.
A nosotros, a quienes se nos ha dado una inteligencia,
154 • En el c r iso l c o n Cr ist o

una voluntad y una amplia gama de necesidades, se nos


pide que creamos en él.4
Permítanme destacar tres partes de este proceso de sumisión:
1. Cuando la semilla está muriendo, no sabe nada, ni tam-
poco puede saber lo que traerá el futuro. Siempre habrá oca-
siones cuando no conoceremos las respuestas. Esto puede hacernos
pasar por períodos de tinieblas y confusión, pues razonamos que a
Dios, según todas las apariencias, no le interesa nuestra situación.
Puede ser que también supliquemos a Dios que nos muestre el futu-
ro, pero una vez más, todo lo que tenemos es el silencio. La realidad
es que una semilla todavía no es ni árbol ni flor; por tanto, no puede
comenzar a imaginar cómo será esa nueva vida. A través de todo este
proceso, no debemos preocuparnos pensando que Dios no está inte-
resado en lo que nos sucede. Él está con nosotros en las tinieblas, y él
sabe perfectamente lo que nuestra nueva vida nos traerá.
2. La resurrección y la fructificación solo ocurren después
de la muerte. Esta es una verdad obvia que, sin embargo, luchamos
para comprender cuando se relaciona con nosotros. La transforma-
ción requiere que la muerte venga primero. Si anhelas la transfor-
mación, lo que es antiguo, feo y pecaminoso debe extirparse, y la
muerte es la única forma de hacerlo.
3. Cuando Dios nos lleva al punto de morir como una se-
milla, es un llamado a la confianza. La muerte de la semilla no
ocurre simplemente porque cae a la tierra y no se convierte inmedia-
tamente en una flor o una encina majestuosa. Caer en la tierra, las
tinieblas, y la espera, son esenciales para la preparación de la nueva
vida. Antes de que ese momento de nueva vida comience en noso-
tros, el tiempo tranquilo de desconocimiento de lo que ocurrirá es
necesario, según los planes de nuestro Padre, para madurar nuestra
confianza en él.
¿Cómo te lleva Dios a este punto de sumisión total? Es difícil de
predecir, pero ciertamente lo sabrás cuando llegue. El punto de total
sumisión solo viene cuando estamos en el centro del crisol, porque
normalmente solo allí puede Dios remover los egoístas anhelos de
nuestro corazón. Ninguna persona aprende a ofrecerse verdadera-
mente y sin reservas a Jesús, "a menos que esté al final de todas sus
posibilidades''.5

4 Elizabeth Elliot, Passion and Purity (Grand Rapids, Michigan: Fleming H. Revell, 1984), pp.
162-165.
5 Oswald Chambers, En pos de lo supremo, lectura del 15 de enero.
12. Morir como una semilla • 155

En ese momento, cuando estamos dispuestos a ofrecerle a Dios


todo, cedemos aquello a lo cual nos hemos aferrado al máximo, y
Dios toma el control. Yo creo que esto es lo que los discípulos co-
menzaron a entender cuando esperaron la venida del Espíritu Santo
antes de Pentecostés.
Elizabeth Elliot hace una profunda reflexión acerca de los eleva-
dos propósitos de la sumisión:
La sumisión de los más profundos deseos de nuestro
corazón es, quizá, lo más cerca que podemos llegar de
la comprensión de la cruz [...] nuestra propia experien-
cia de la crucifixión, aunque muchísimo menos que la
de nuestro Salvador, pero nos da, sin embargo, la opor-
tunidad de comenzar a conocerlo en la comunión de
sus sufrimientos. En cada forma de nuestro propio su-
frimiento, él nos llama a entrar en esa comunión.6
Elliot no hace esta declaración con ligereza. Fue una de las jó-
venes esposas cuyos esposos misioneros fueron asesinados en las
selvas de Ecuador en 1956. Sin embargo, afirma que, a pesar de esas
terribles tragedias, pudo llegar a disfrutar una intimidad más pro-
funda con Dios de lo que había experimentado antes.
Adolph Monod dice con mucha claridad que estos crisoles de
sufrimiento pueden producir también el mayor gozo y un propósito
más decidido:
Y si en medio de las pruebas que eres llamado a so-
brellevar hay una que parece, no diría yo más pesada
que las demás, sino más comprometedora para tu mi-
nisterio, y probablemente para arruinar para siempre
las esperanzas de tu santa misión; si se añaden tenta-
ciones exteriores a las que vienen de adentro; si todo
parece bajo ataque, tu cuerpo, tu mente, tu espíritu;
si todo parece perdido sin remedio, bien, acepta esta
prueba. Yo diría, más bien, este conglomerado de prue-
bas, en un peculiar sentimiento de sumisión, esperan-
za y gratitud; como una prueba en la que el Señor te
ayudará a encontrar una nueva misión. Salúdala como
el principio de un ministerio de debilidad y amargura
[...] el cual te hará abundar en más frutos vivientes que
tu ministerio de fortaleza y gozo en los días que cediste
para siempre.

Elizabeth Elliot, Questfor Love (Grand Rapids, Michigan: Fleming H. Revell, 1996), p. 182.
156 • En el c r iso l c o n Cr ist o

Jesús: Nuestro modelo de sumisión


¿Tiene razón Monod? ¿Podría un ministerio de debilidad y lágri-
mas ser causa de gozo, así como la puerta para un incremento de los
frutos?
La sumisión de Jesús a la voluntad de su Padre, aunque pasaba
por grandes pruebas, parece darle un resonante "sí". Pablo presenta
tres partes principales del descenso de Jesús a su ministerio doloro-
so pero fructífero.
Pablo aconseja:
La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Je-
sús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el
ser igual a Dios como algo a que aferrarse. Por el contra-
rio, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza
de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos.
Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo
y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!
(Fil. 2:5-8, NVI).
Nota los tres pasos en el proceso de sumisión total de Jesús a la
voluntad del Padre:
1. Jesús cedió su derecho a la igualdad. Jesús era, en verdad,
"por naturaleza Dios", pero si no hubiera cedido su derecho a estar
en el cielo, en continua gloria, no habría tenido éxito en su descenso
al abismo para rescatarnos. Del mismo modo, si no estamos prepa-
rados para ceder "nuestros derechos", encontraremos la puerta de la
reconciliación y el servicio bloqueados.
2. Jesús cedió sus derechos a ser ciudadano libre. Jesús no
vino a esta Tierra ni siquiera con la libertad de cualquier ser humano
normal. Vino con "la naturaleza de siervo". Esto es cierto también
para nosotros. Cuando Pedro, Pablo, Santiago y Judas comienzan
sus cartas en el Nuevo Testamento, se identifican orgullosamente
como siervos de Dios y de Jesucristo. La servidumbre es fundamen-
tal para la experiencia cristiana.
3. Jesús cedió sus derechos a la vida. Jesús no podía llevar a
cabo su misión si hubiera permanecido vivo. Se requería su muerte,
"¡y muerte de cruz!".
Este proceso descendente de tres pasos pone énfasis en el ser-
vicio como el objetivo fundamental de la sumisión. La sumisión
cristiana, que siempre es sumisión a la voluntad de Dios, es siempre
hacer posible que el Padre obre libremente a través de nosotros por
12. Morir como una semilla • 157
el bien de nosotros mismos, para el bien de otros y para la gloria de
su nombre.
Chambers describe sin ningún temor la forma en que Dios obra
en este proceso:
Nunca se nos pide permiso en cuanto a qué hare-
mos o a dónde iremos. Dios nos vuelve como pan par-
tido y vino derramado para glorificarse. Ser apartado
para el evangelio significa poder oír el llamamiento de
Dios (Rom. 1:1). Cuando alguien comienza a oír ese
llamado, se produce un sufrimiento digno del nombre
de Cristo. De repente, toda ambición, todo deseo de la
vida y todo punto de vista personal son completamen-
te aniquilados y extinguidos. Únicamente permanece
esta verdad: apartado para el evangelio. ¡Ay del cora-
zón que trata de encaminarse en cualquier otra direc-
ción una vez que ha recibido el llamado!7

Apostando contra la muerte


Este proceso de morir es un juego de azar sagrado. Jesús nos
llama a arriesgarlo todo sin ninguna garantía específica en cuanto
a los resultados, excepto la promesa general de que nos dará vida
abundante. Pero, como tenemos temor a apostar nuestras ambicio-
nes y sueños sin que Dios nos dé una visión clara del camino por
adelantado, nos volvemos, por lo general, reticentes a jugar.
Mientras trabajaba en Albania, llevé a algunos visitantes a una
gira por todo el país. Mientras el vehículo en que viajábamos daba
tumbos por la maltrecha carretera, comenzamos a discutir acerca
del futuro. Uno de ellos me preguntó:
-Y ¿cuáles son sus planes para el futuro?
Le dije al grupo que no tenía ningún plan. Les dije que me con-
centraría en lo que Dios me había pedido hacer hoy, y le permitiría
que le diera forma a lo que vendría después.
Era obvio que no la habían considerado como una buena res-
puesta, pues dedicaron los próximos minutos a corregir mi necedad.
No dudo ni un momento de que albergaban las mejores intencio-
nes, pero hasta hoy sigo sin estar de acuerdo con la perspectiva que
tenían. Por supuesto, no podemos ir por la vida a ciegas, sin ningu-

7 Oswald Chambers, En pos de lo supremo, lectura del 2 de febrero.


158 • En el c r iso l c o n Cr ist o

na perspectiva y sin pensar en lo que haremos. Pero, yo he decidido


usar mi mente para someterla a los planes de Dios, y permitirle a él
que se convierta en el único responsable de mi vida.
Quizá pienses que es un poco ingenuo, e incluso arriesgado.
Pero, pienso que en el libro de Romanos Pablo nos insta a asumir
ese riesgo. "Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la mise-
ricordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración
espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable
a Dios" (Rom. 12:1, NVI). Pablo dice que la muerte de Cristo, que
nos da la salvación, es una buena razón para arriesgarnos a morir.
Pero, su argumento abarca mucho más todavía. Pablo afirma que
esa muerte determina si hemos de conocer o no la voluntad de Dios
en el futuro.
Pablo continúa: "No se amolden al mundo actual, sino sean
transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán
comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta"
(Rom. 12:2, NVI). Pienso que cuando usted pone estos dos textos
juntos es fácil ver que el conocimiento de la voluntad de Dios viene,
claramente, después de que hemos hecho el sacrificio total a Dios.
Pero quizás en este caso tampoco podamos verlo con mucha antici-
pación. Quizás únicamente lo veremos un día a la vez. ¿Por cuál otra
razón necesitaba Pablo morir "cada día"? (1 Cor. 15:31).
Este sacrificio quiere decir, prácticamente, que nos compromete-
mos sin saber lo que traerá el futuro. Este "no saber" puede también
remedar o semejar la experiencia de la crucifixión. T. C. Upham des-
cribe esta angustia: "La disposición a dejar los objetos más queridos
de nuestros corazones en la sublime y general creencia de que Dios
está ahora contestando nuestras oraciones en su propio tiempo y de
la mejor manera involucra un proceso de crucifixión interna que
es, obviamente, desfavorable para el crecimiento e incluso la misma
existencia de la vida".8
En estos tiempos, es muy popular escuchar toda clase de semina-
rios y leer una multitud de libros que prometen ayudarnos a conocer
la voluntad de Dios para nuestra vida. No puedo evitar preguntarme
si no será esto un síntoma de nuestra negativa general a seguir el
consejo de Pablo. Cuando morimos con Cristo, el conocimiento de
la voluntad de Dios resulta irrelevante. Porque, después de morir al

8 Elliot, Passion and Purity, p. 150.


12. Morir como una semilla • 159
yo y al pecado, conocer el "qué" de la voluntad de Dios resulta mu-
chísimo menos importante que nuestra comunión con el "Quién";
es decir, con Dios.

¿Cuánto tiempo se requiere?


Recibí una llamada telefónica de una señorita que parecía estar
muy angustiada.
-Hola, Maya, ¿cómo te va?
-No muy bien; ¿quisiera orar por mí?
-¿Cuál es el problema?
-Bueno, estoy haciendo cosas que sé que no debería hacer, y
Dios parece estar muy lejos de mí. ¿Cómo puedo regresar al lugar
donde se supone que debo estar?
Se conocía a través de su voz que estaba muy agitada. Pero, esta
no era una conversación nueva. Habíamos hablado de lo mismo
muchas veces en el pasado. Yo comprendí que quizá debía ser ahora
un poco más directo.
-Escucha, Maya. Podemos orar una y otra vez acerca de esto,
pero al final del día volverá otra vez a la misma elección básica:
¿Estás dispuesta a ofrecerte a Dios ciento por ciento, totalmente
desligada de todo? ¿Puedes decirle sinceramente que estás dispues-
ta a ir dondequiera desee que vayas, y hacer cualquier cosa que él
quiera que hagas; no importa cuán diferente sea de lo que tienes
en mente ahora mismo? No se trata de las grandes decisiones que
posiblemente tengas que tomar mañana; es una actitud, una actitud
hacia Dios y hacia la vida en general. Si quieres que Dios obre en tu
vida, debes darle algo con qué trabajar. ¿Puedes decirle eso al Señor?
Hubo una breve pausa. Luego, Maya replicó:
-No creo que esté lista para eso en este momento.
Mi corazón se estremeció de aflicción por ella. Yo sabía que ella
volvería a caer una y otra vez, hasta que se sometiera totalmente a la
voluntad de su Padre celestial.
¿Estás listo para someterte a tu Padre celestial? Si nunca has lle-
gado al momento de completo abandono a su buena voluntad para
ti, nunca habrá un tiempo mejor que ahora.
160 * En el c r iso l c o n Cr ist o

Padre:
Someterse a ti parece arriesgado, porque serás tú, no yo,
quien dirija mi futuro desde ahora en adelante.
Enséñame a confiar en tu bondad y tu fidelidad.
Toma todo lo que soy, y tengo,
para que tú y tu Reino sean glorificados en mí.
En el nombre de Jesús, amén.
13

Cristo en el crisol

“Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu


Hijo, para que también tu Hijo te glorifique
a ti" (Juan 17:1).

E
n los primeros seis capítulos de este libro, consideramos la
difícil verdad de que nuestro Padre no solo permite que su-
framos; puede ser que también nos conduzca a situaciones
donde él sabe con anticipación que sufriremos. Esta no es la
obra de un Dios maligno que desea enajenamos de él. Es, más bien,
el plan de un Padre amante que responde a nuestro deseo de ver su
carácter reflejado en el mismo núcleo de lo que somos. Fuimos dise-
ñados para reflejar el carácter de Dios; por lo tanto, hasta que esto
ocurra, nunca daremos el glorioso testimonio de la bondad y el amor
de Dios para los cuales fuimos originalmente creados. Pero, para per-
sonas desesperadamente pecaminosas, que viven en un mundo des-
esperadamente pecaminoso, este proceso muy raramente es placente-
ro o fácil.
Luego, en los últimos seis capítulos, hemos considerado seis gra-
cias, o características de Dios mismo, que, con frecuencia, maduran
dentro del ardiente crisol del refinamiento.
162 • En el c r iso l c o n Cr ist o

En este último capítulo vamos a volver a un tema que hemos


tocado muy brevemente hasta aquí: la gloria de Dios. Creo que el
deseo de honrar y glorificar al Padre es el mayor deseo que un ser
humano puede poseer. Esta es la motivación que nos mantiene de-
dicados a la tarea de reflejar a Jesús, a pesar de los sufrimientos que
a veces requiere.
Sin embargo, ahora me gustaría sugerir que la gloria y el honor
de Dios son tan importantes y preciosos que vale la pena morir por
ellos: no solo en un sentido espiritual, sino en la realidad física tam-
bién. De hecho, me gustaría sugerir que la entrega de la vida a la
providencia de Dios puede reportarle más honor y gloria al Señor
que cualquier cosa que podríamos decir o hacer. Por lo tanto, vivir
para la gloria de Dios siempre conlleva el llamado a ofrecernos total-
mente a él, no importa el costo. Comencemos a ver por qué.

El Gran Conflicto en la biblioteca


de una secundaria
La tragedia de Columbine no comenzó como una
historia a ocho columnas acerca de la batalla entre el
bien y el mal. Pero se ha estado moviendo hacia allá -
escribió Nancy Gibss en la revista Time-. Con cada día
de asombro y espanto que pasa, usted casi puede escu-
char las campanas de la iglesia en el fondo, invitando al
país a un debate diferente, una cuidadosa conversación
en la que incluso el presidente y los prohombres de la
Nación se comporten como si estuvieran en presencia
de algo mucho más grande que ellos, y quizá deberían
bajar sus voces un poco y hablar con menos autoridad
[...]. Pero, para quienes tienen los ojos fijos en batallas
más grandes, los asesinos no eran malos en sí mismos;
eran instrumentos del mal, de las fuerzas oscuras que
conocimos en Narnia y en las cuales tratamos de no
pensar una vez que crecimos, hasta el día en que ya no
pudimos elegir.1
Los padres de Rachel Scott y Cassie Bernall, dos de las víctimas
de Columbine, creen con absoluta certeza que lo que ocurrió en

1 Nancy Gibbs, “Noon in the Garden of Good and Evil”, Time (17 de mayo de 1999).
13. Cristo en el crisol • 163
la escuela secundaria de Columbine fue obra directa de este mal.
Ambas familias creen que, cuando Dylan Klebol y Eric Harris se
acercaron a sus bijas, la pregunta fue la misma:
-¿Crees en Dios?
Se informa que Cassie replicó:
-Sí.
También Rachel dijo sí, a lo que la respuesta fue:
-Entonces ve a reunirte con ella ahora.
El padre de Cassie, Brad Bernall, considera que Columbine no
fue un lugar elegido al azar ni tampoco un acto de locura, sino un
acto deliberado de Satanás contra los cristianos. En una entrevista,
Brad dijo:
-Sinceramente creo que lo que ocurrió en Columbine aquel día
fue una batalla espiritual. Fue un clímax, y Satanás estaba tratando
de tomar su posición, y Dios iba a responderle, y lo hizo. Luego Brad
contó la historia de un muchacho que con el tiempo quedó paralí-
tico de la cintura para abajo. La madre del muchacho le dijo que,
después de que su hijo recibió el disparo, un enorme ángel apareció
ante él, miró hacia abajo, y dijo:
-No te muevas, simplemente actúa como si estuvieras muerto.
Segundos después, uno de los asesinos pasó al lado de él, se de-
tuvo, y luego se alejó caminando.
Brad continuó:
-Creo que puedo decir con cierta autoridad que, en realidad, fue
una batalla espiritual, porque pude ver la videocinta que contenía
la grabación que Eric y Dylan hicieron antes de cometer su crimen.
En la videocinta era claro que odiaban a los cristianos y a Dios. De
eso hablaron en esencia. Y algo que dijeron que, de verdad, captó
mi atención, fue que iban a dispararles a los cristianos en la cabeza.2
Menos de doce meses antes de su muerte, Rachel pareció tener
la premonición de algo extraño en el horizonte. Ella escribió en su
diario: "Este será mi último año, Señor. He logrado lo que quería.
Gracias".
A pesar del dolor y la angustia que aferraban como tenazas su
corazón, la madre de Cassie creía que Dios todavía estaba obrando
para llevar a cabo sus propósitos. Pocos días después de los asesi-
natos, ella creía que Dios le había dicho claramente: "Cassie nació
para esto".3 Este fue el mensaje que comenzó inmediatamente a co-
municarles a los demás.

2 Del DVD, They Sold Their Souls for Rock and Roll, 2003.
3 David Van Biema, “A Surge of Teen Spirit”, Time (31 de mayo de 1999).
164 • En el c r iso l c o n Cr ist o

¿Gloria de los muertos?


¿Nació Cassie para morir? ¿Nacieron algunos para ser testigos
ante el mundo, y luego apagarse, algunos demasiado brevemente,
muriendo como mártires?
El problema para nosotros es que la muerte siempre parece tan
definitiva, final y no negociable. ¿Cómo podría, entonces, la muerte,
la que es la paga del pecado, tener un valor redentor?
Es el problema que confrontamos en la muerte de Lázaro. Jesús
amaba a Lázaro, y amaba también a Marta y a María. Pero después
de saber que Lázaro estaba enfermo, Jesús se quedó dos días más,
hasta que supo que Lázaro había muerto.
Esto fue muy extraño. ¿Cómo pensaba Jesús que responderían
las hermanas? Él sabía que derramarían muchas lágrimas y que se-
rían oprimidas por una profunda tristeza y sentido de pérdida que
clavarían sus garras en sus corazones, así como las amargas pregun-
tas que les dirigirían a él y al Padre. Sabía que quedarían absoluta-
mente devastadas. Y, cuando ocurrió el evento, incluso Jesús estalló
en lágrimas.
Cuando Jesús escuchó por primera vez que Lázaro estaba enfer-
mo, supo que la enfermedad tenía el propósito supremo de glorificar
a Dios; que era necesaria aquella demora: "Cuando Jesús oyó esto,
dijo: 'Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para la
gloria de Dios, para que por ella el Hijo de Dios sea glorificado' "
(Juan 11:4, NVI). Jesús iba a demostrar a todos que produciría un
gozo en sus vidas que transformaría los más profundos y amargos
chascos del corazón humano: porque él es la Resurrección.
La tragedia de la muerte de Lázaro tuvo el propósito final de reve-
lar la gloria de Dios. Para aquellos que todavía se preguntan acerca
de la posibilidad de un futuro después de la muerte, la historia de
Lázaro revela que hay alguien en el Universo que tiene la capaci-
dad para alcanzar nuestras mayores tragedias y devolverle a la vida
su significado y propósito. Pero, en última instancia, no se trata de
hallar sanidad para nosotros. Se trata de la grandeza del Dios que
puede hacer que esto ocurra. Todo señala hacia él.
Sin embargo, entre el tiempo de espera entre la muerte y la re-
surrección, mientras Jesús actúa para la gloria de su Padre, asume
riesgos. Se arriesgó a perder el afecto y el cariño que María y Marta
sentían por él a causa del calor del crisol al que fueron sometidas. Y
puede correr los mismos riesgos con nosotros.
13. Cristo en el crisol • 165
Dios no esconde el costo potencial para nosotros mientras pro-
curamos vivir una vida que lo glorifique. Para algunas personas,
Dios prepara el sacrificio total de la muerte como mártires. Quizás a
Pedro, como a Raquel Scott, se le dio una oscura advertencia, cuan-
do Jesús le dijo: "De veras te aseguro que cuando eras más joven
te vestías tú mismo e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo,
extenderás las manos y otro te vestirá y te llevará adonde no quieras
ir" (Juan 21:18, NVI).
¿Puedes imaginar el impacto de saber esto a medida que pasa-
ban los meses y los años? Según las palabras de Jesús, Pedro siempre
vislumbró una crucifixión literal en el futuro.

¿Qué es la gloria de Dios?


Quizás antes de continuar, necesitemos aclarar lo que significa
la gloria de Dios. Es una de esas palabras que suenan importantes,
pero quizá no estemos muy seguros de su verdadera sustancia. La
gloria de Dios podría tener, al menos, tres significados. Podría refe-
rirse a la gloria o brillantez física de la presencia personal de Dios.
Podría usarse como sinónimo de su carácter. Y podría referirse tam-
bién al honor que Dios recibe de otros. En este capítulo considerare-
mos (aunque, por desgracia, en forma muy breve) la gloria de Dios
en términos del tercer significado: el honor de Dios.

Un modelo para glorificar a Dios


Jesús vino a la Tierra con el único propósito de glorificar al Padre.
Considere cómo se desenvuelve esta misión en los siguientes textos:
La llegada de Jesús a la Tierra hizo que los ángeles cantaran
para la gloria del Padre: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tie-
rra paz, buena voluntad para con los hombres!" (Luc. 2:14).
La obra de Jesús hizo que la gente diera gloria al Padre:
"Cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos,
toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar
a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto,
diciendo: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en
el cielo, y gloria en las alturas!" (Luc. 19:37, 38).
166 • En el c r iso l co n Cr ist o

Cuantió los discípulos de Jesús producen frutos, el Padre es


glorificado. "En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho
fruto, y seáis así mis discípulos" (Juan 15:8).
La completa obediencia de Jesús a la voluntad de Dios le
trajo gloria al Padre: "Yo te he glorificado en la tierra; he acabado
la obra que me diste que hiciese" (Juan 17:4).
La muerte de Jesús glorificó al Padre. "Padre, la hora ha lle-
gado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti"
(Juan 17:1).
Cuando Jesús salvó a los seres humanos, el Padre fue glo-
rificado. "En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predes-
tinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el
designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su
gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. En él
también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio
de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con
el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia
hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su
gloria" (Efe. 1:11-14).
Cuando Jesús sea adorado por todos los seres creados, el
Padre será glorificado. "Por lo cual Dios también le exaltó hasta
lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que
en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los
cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que
Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Fil. 2:9-11).
En cada etapa del plan de salvación, el Padre fue glorificado por
la vida de Jesús. Jesús glorificó al Padre porque su senda descendente
se caracterizó en todo tiempo por un amor abnegado que se mani-
festó en servicio, sin importar el costo.
Sin embargo, yo sugeriría que la disposición de Jesús a ofrecerse a
sí mismo para servir a otros no fue algo que tuvo que aprender para
poder resolver el problema del pecado. Yo creo que el servicio a los
demás ha sido un principio que glorifica a Dios que ha guiado a la
Trinidad misma y al gobierno del cielo desde la eternidad. Y, cier-
tamente, este principio continuará guiando al cielo entero durante
toda la eternidad porque vivir para servir a otros, no importa el cos-
to, es un principio que emana de la misma naturaleza del Padre. Sin
embargo, en el contexto de un mundo alienado de Dios por causa
del pecado, la aplicación de este principio de servicio abnegado que
glorifica a Dios fue lo que hizo que Jesús abandonara el cielo y baja-
ra a la oscuridad de esta Tierra para dar su propia vida por nosotros.
13. Cristo en el crisol • 167
Agentes de gloria
Si bien Jesús le reportó gloria a su Padre al cumplir su misión
como Hijo de Dios, no es el único que tiene el privilegio de glori-
ficarlo. Israel fue considerado como hijo de Dios. Dios le ordenó a
Moisés que le dijera a Faraón: "Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo,
mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me
sirva, mas no has querido dejarlo ir; he aquí yo voy a matar a tu hijo,
tu primogénito" (Éxo. 4:22, 23). El propósito de Israel, como hijo
de Dios, era reportarle gloria al Padre. Dios reveló estas intenciones
cuando le prometió a Abraham: "Y serán benditas en ti todas las
familias de la tierra" (Gén. 12:3).
Nosotros somos parte de esta promesa y las bendiciones resul-
tantes, porque también nosotros somos hijos de Dios, como confir-
ma el apóstol Pablo: "Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cris-
to Jesús" (Gal. 3:26). Al parecer, nuestro objetivo como hijos e hijas
de Dios es también procurar la gloria de Dios. Pablo dice también:
"Pero el Dios de la paciencia y la consolación os dé entre vosotros
un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz,
glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Rom. 15:5,
6). En realidad, "el amor hacia Dios, el celo por su gloria, y el amor
por la humanidad caída, trajeron a Jesús a esta tierra para sufrir y
morir. Tal fue el poder que rigió en su vida. Y él nos invita a adoptar
este principio".4 Que un celo como éste por la gloria del Padre nos
impulse a ofrecernos con todo lo que somos para el bien de otros.
El Padre es, claramente, el centro de nuestra glorificación, y Je-
sús, el Hijo de Dios, es nuestro modelo en la forma de honrarlo.
Pero, volvamos de nuevo a la razón por la que es tan importante
glorificar a Dios a lo largo toda la Biblia.

¿Por qué es tan importante glorificar a


Dios?: La historia detrás de la historia
En un sentido, la respuesta más sencilla es porque el Padre no
tiene rival como Creador del Universo. Como explica David: "Gran-
de es Jehová, y digno de suprema alabanza; y su grandeza es ines-
crutable" (Sal. 145:3). Pero, creo que hay otra razón, más específica,
por la cual Dios debe ser glorificado.

Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 301.


170 • En el c r iso l c o n Cr ist o

Glorificar a Dios hoy


Este trasfondo histórico enfoca nuestra atención en algunos de
los más finos detalles de la historia del Gran Conflicto. Más impor-
tante aún, nos ayuda a entender la relación que hay entre nuestros
sufrimientos al pasar por el crisol y la gloria de Dios, mientras cami-
namos la, por lo general, escarpada senda que conduce a la casa del
Pastor. Aquí están dos asuntos que emergen con alta significación
para aquellos que desean vivir su vida de tal modo que glorifique
al Padre.
Primero, glorificamos al Padre por medio del discipulado de su
Hijo. La rebelión que surgió en el cielo comenzó con la animosidad
personal de Satanás hacia Jesús. Jesús mismo es el centro de la irrita-
ción y la rebelión de Satanás. Como fuimos creados originalmente
a la imagen del Padre y del Hijo, hemos llegado a ser el objetivo
secundario de la ira de Satanás. Por lo tanto, si Satanás nos induce a
separarnos de Dios, hiere al Padre y al Hijo. Cuando decidimos per-
manecer como discípulos de Cristo, honramos al Padre. Mientras
más imitamos al Hijo, más glorificamos al Padre. No es coinciden-
cia, por lo tanto, que nuestro discipulado sea el foco de la animo-
sidad y los celos de Satanás. Nuestro discipulado es lo que más le
gustaría destruir. Mientras más reflejamos el carácter de Cristo, más
demostramos que lo elegimos a él, no simplemente como una bue-
na manera de vivir, sino por aquel que es el Señor de nuestra vida.
Segundo, glorificamos al Padre mediante la obediencia a su go-
bierno. Como consecuencia de la animosidad personal de Satanás
contra Jesús, trata de desacreditar la autoridad del Padre y la ley so-
bre la que se basa su gobierno. Por lo tanto, nosotros glorificamos
al Padre por nuestra forma de vivir. La Biblia nos revela los princi-
pios, las leyes y los valores del Reino de los cielos. A medida que
los incorporamos a la vida real, no estamos simplemente siguiendo
instrucciones para vivir bien la vida. Obedecemos porque estamos
haciendo una decisión consciente de honrar el gobierno del Padre, y
rechazar las así llamadas "libertades" que Satanás ofrece.
Aquí es donde las cosas se ponen desafiantes. La cultura se vuelve
cada vez más hostil al verdadero carácter de Dios y trata cada vez
más de oponerse al verdadero gobierno de Dios en la Tierra. Aque-
llos que quieren vivir una vida verdaderamente consagrada a glori-
ficar a Dios descubrirán que el servicio leal al Padre puede requerir
el sacrificio de su vida.
13. Cristo en el crisol • 171

Glorificar a Dios en el futuro


Darrel, el padre de Rachel Scott, le dijo a un grupo en Little Rock:
"Dios está usando esta tragedia para despertar, no solo a los Esta-
dos Unidos, sino a todo el mundo. [...] Dios está usando a Rachel
como un medio".7 Según el News Report, el asesinato de estos cris-
tianos en Columbine parece haber dado origen a un reavivamiento
entre millones de jóvenes evangélicos. Y, al final, Dios está siendo
glorificado.
Al describir el progreso de la historia, Juan habla de los mártires
del pasado y de los del futuro.
Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las al-
mas de los que habían sido muertos por causa de la Pa-
labra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clama-
ban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y
verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que
moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y
se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo,
hasta que se completara el número de sus consiervos
y sus hermanos, que también habían de ser muertos
como ellos (Apoc. 6:9-11).
Cuando leemos textos como estos, nos acordamos de los nobles
hombres y mujeres que murieron heroicamente hace centenares de
años, no de jovencitas adolescentes que llevaban en sus mochilas
computadoras portátiles. Pero, el Apocalipsis ciertamente cree que
mucho más de esto vendrá todavía.
¿Te asusta esto? Del mismo modo que la presencia del Padre cu-
bría a Jesús cuando moría en la Cruz, así Cristo está con nosotros
cuando tenemos que pasar por el crisol.
Cuando Juan Hus, el gran reformador bohemio, hacía frente a la
posibilidad de morir quemado en la hoguera, le escribió a un amigo
en Praga: "¿Por qué, entonces, no habríamos de padecer nosotros
también, y más cuando sabemos que la tribulación purifica? Por lo
tanto, amados míos, si mi muerte ha de contribuir a su gloria, rogad
que ella venga pronto y que él me dé fuerzas para soportar con sere-
nidad todas las calamidades que me esperan".8

7 Time, “An Act of God?”, 20 de diciembre de 1999.


8 Elena G. de White, El conflicto de los siglos, p. 98.
172 • En el c r iso l c o n Cr ist o

Juan Hus sufrió el martirio, pero él no tenía temor:


Cuando las llamas comenzaron a arder en torno
suyo, principió a cantar: "Jesus, Hijo de David, ten mi-
sericordia de mí", y continuó hasta que su voz enmude-
ció para siempre. Sus mismos enemigos se conmovie-
ron frente a tan heroica conducta. Un celoso partidario
del papa, al referir el martirio de Hus y de Jerónimo que
murió poco después, dijo: "Ambos se portaron como
valientes al aproximarse su última hora. Se prepararon
para ir a la hoguera como se hubieran preparado para
ir a una boda; no dejaron oír un grito de dolor. Cuando
subieron las llamas, entonaron himnos y apenas podía
la vehemencia del fuego acallar sus cantos".9
¿Puedes imaginar una forma más grande de glorificar-al Padre y
al Hijo que bajo el mayor crisol que Satanás pueda concebir? Pero,
Dios dará a su pueblo un himno que dé testimonio de su bondad y
su grandeza por todos los siglos.

En busca de una vida que glorifica a Dios


Rachel Scott, Cassie Bernall, Juan Hus, y los miles de mártires
a lo largo de toda la historia sabían que honrar al Padre era más
importante que la vida misma. Yo creo que Dios nos ha dado a to-
dos el instinto de glorificarlo. Procuramos comprender el grande
y misterioso poder celestial que obra alrededor de nosotros, pero
con frecuencia fracasamos en el intento. En un artículo altamente
personal, titulado "A Note for Rachel Scott" [Una nota para Rachel
Scott], el periodista Roger Rosemblatt parece reflejar esa búsqueda.
Rosemblatt se refiere a una de las entrevistas que el padre de Rachel
concedió después del crimen. En la entrevista, Darrel Scott declaró
que las muchas preguntas gubernamentales y legales que se le plan-
tearon después de Columbine no tocaron "los profundos asuntos
del corazón". Luego, en su escrito Rosemblatt le pide a Rachel:
El profundo asunto que quiero tocar tiene que ver
conmigo y con mis colegas periodistas, quienes, por
todo nuestro recurrente y por lo general falta de atrac-
tivo despliegue de autosuficiencia del que todo lo sabe,

9 Ibid., p. 101.
13. Cristo en el crisol • 173
de vez en cuando nos encontramos con una historia
como la tuya y reconocemos nuestra impotencia ante
ella. [...] Por lo tanto, Rachel, cuando escribo: "Esto
es lo que quiero decirte", por favor lee: "Esto es lo que
quiero preguntarte": "¿Dónde podemos, nosotros que
desempeñamos nuestro trabajo en esta revista y en
otras, encontrar el conocimiento de lo incognoscible?
¿Cómo podemos aprender a confiar en lo incognosci-
ble como noticia, aquellos profundos asuntos del cora-
zón? El problema nos pertenece tanto a nosotros como
a aquellos a quienes esperamos servir. Los periodistas
somos muy hílenos para desenterrar los asuntos poco
profundos. Que se nos dé un escándalo presidencial,
incluso una guerra, y podremos hacer un excelente tra-
bajo, al explicar lo explicable. Pero, cuando se nos da la
matanza en Columbine, en un esfuerzo por cubrir las
posibilidades, pasaremos por alto lo que la gente está
pensando y sintiendo en su más secreta cámara, acerca
de sus propios amores y odios, acerca de la necesidad de
ser atentos con otros, acerca de sus propios hijos: acerca
de ti, Rachel".10
No creo que Rosemblatt sea el único que anda en busca de res-
puestas con respecto a aquellas "profundas cosas". Las tragedias con
frecuencia nos dejan mudos, como si hiciéramos una pausa para
recuperar el aliento. Pero, las buenas nuevas son que los cristianos
tienen una respuesta ante los más ardientes crisoles que puede, con
el tiempo, procurarles la paz, la esperanza y la madurez espiritual
que necesitan.
Yo no creo que exista otro que haya articulado mejor la reden-
ción de la esperanza perdida que Pablo. Cuando escribe a los corin-
tios, toca muchas de las cosas que nosotros hemos tocado: los abru-
madores crisoles por los que tenemos que pasar en nuestra senda, y
también la capacidad de volver a la calma que es posible a causa de
las profundas cosas de Dios que están en nuestro interior. A pesar
de nuestro quebrantamiento, el objetivo del Espíritu de Dios es que
siempre conservemos nuestros ojos fijos en Jesús, para que su carác-
ter, su oro, encuentre un lugar en nosotros, y sea un testimonio que
glorifique a un amante Padre celestial, a un compasivo Salvador, y a
un estilo de vida que está marcado por la impronta del Cielo.

10 Roger Rosenblatt, “A Note for Rachel Scott”, Time (10 de mayo de 1999).
174 • E,n el c r iso l c o n Cr ist o

Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para


que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no
de nosotros. Nos vemos atribulados en todo, pero no
abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos,
pero no abandonados; derribados, pero no destruidos.
Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro
cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida
se manifieste en nuestro cuerpo. Pues a nosotros, los
que vivimos, siempre se nos entrega a la muerte, por
causa de Jesús, para que también su vida se manifieste
en nuestro cuerpo mortal. [...] Con ese mismo espíritu
de fe también nosotros creemos, y por eso hablamos.
Pues sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos
resucitó también a nosotros con él y nos llevará junto
con ustedes a su presencia. Todo esto es por el bien de
ustedes, para que la gracia que está alcanzando a más
y más personas haga abundar la acción de gracias para
la gloria de Dios. Por tanto, no nos desanimamos. Al
contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando,
por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los
sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos
producen una gloria eterna que vale muchísimo más
que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visi-
ble sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero,
mientras que lo que no se ve es eterno" (2 Cor. 4:7-18,
NVI)
Padre:
Concédeme una mente que solo busque tu gloria,
no importa lo que la vida ponga en mi camino;
ojos que busquen continuamente al Cristo resucitado,
para que yo pueda reflejarte más y más.
En el nombre de Jesús, amén.

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