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Alfredo Sáenz
X i' C
IrnprésQen México.
Printed in México.
C- Copyright
Derechos Reservados
Segunda edición
Noviembre de 2001
Asociación Pro-Cultura Occidental, A.C.
Calle Pino Suárez 4 532
C P . 44560
Tel. 614-41-01
Guadalujara, Jalisco. Mcxico
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0129
/
I n d i c e
Capítulo Primero
LA HUMILDAD 23
I. La humildad, parte d e la t e m p l a n z a 28
ÍI. La sujeción del h o m b r e a Dios 30
1. Por ser crcatura - 30
2. Por ser p e c a d o r 34
m. Humildad y v e r d a d 36
IV. 1.a humildad en relación con el p r ó j i m o 41
V. La humildad d e Cristo ~ 43
VI. La soberbia 49
1. Verdadera y falsa grandeza 49
2. Ei p e c a d o de los ángeles
y de nuestros primeros padres 56
3. La soberbia, un pecado fontal y d i f u s i v o 59
4. Soberbia y " m u n d o m o d e r n o " 63
VIL La humildad en el edificio de la vida espiritual 67
1. La humildad, piedra basal del edificio - 68
2. Humildad y p r o g r e s o espiritual 72
Capítulo Segundo
LA M A G N A N I M I D A D - 77
I. La magnanimidad c o m o virtud 80
1. La m a g n a n i m i d a d en Aristóteles 80
2. La m a g n a n i m i d a d en Santo Tomás 85
3. Magnanimidad y esperanza 90
y
¿, Indica
Capitulo Tercero
L A ESTUDIOSIDAD . 131
Capituio Cuario
LA VIRGINIDAD - 179
Capínilo Quinto
L A I.ÍBERAL1DAD - 273
Capítulo Sexto
LA EUTRAPELIA . . . 349
Capítulo Séptimo
EL P A T R I O T I S M O - - 395
l.a prudencia, virtud del obrar, fuerza moral del que realiza,
del que después de adecuada deliberación se lanza a la conquis-
ta del acto, queda totalmente falsificada, reducida al modesto
papel de un andarivel que obliga al hombre a transitar por don-
de van los demás. Ser prudente es hacer lo que hacen todos.
Ser imprudente es tener la valentía de lo diverso, de lo perso-
nal. En el reinado del pluralismo nadie puede poner un acto
que no sea previsto, "razonable", que no cuente con ¡a aproba-
ción comunitaria previa. Nadie puede tener el mal gusto de su-
perar la honrada medianía del sector mayoritario. El prudente,
"porro videns", que logra avizorar más lejos y por ello puede
actuar con mayor amplitud, debe rendirse en cambio a la mio-
pía general y alinearse disciplinadamente con ¡a muchedumbre
de los que no ven.
Todo esto hace tan valioso el libro del Padre Sáenz, que cual
un San Juan Bautista del tercer milenio quiere clamar en el de-
sierto moral en que vivimos y despertar el amor por nobles vir-
tudes olvidadas.
LA UUMILPAP
•
Siete- Vtrtuop Mv'íJmm
I . L A H U M I L D A D . PARTE DE LA T E M P L A N Z A
I I . L A S U J E C I Ó N DEL H O M B R E a D I O S
8 S u m m a Theol. 11-11,161, 2, ad 3
rUfre^P
2. P o r ser p e c a d o r
111. H U M I L D A D Y V E R D A D
Tiene esto que ver con aquella intimación de Cristo: "Si al-
guno quiere venir en pos de mí, niegúese a sí mismo (ubnegeí
semetipsum)" (Mt 16, 24). La humildad va muy unida a la ab-
negación, el auto-negarse, el aceptar la propia nihi/itas. Es claro
que uno podría preguntarse: ¿por qué deberá el hombre "negar
se" a sí mismo? ¿No sería más conforme a la verdad y a la justi-
cia que se "afirmase" a sí mismo? ¿Acaso el propio Dios no qui-
so autoafirmarse cuando dijo: " Y o soy el que soy" (Ex 3, 14)?
Si, pues, el Creador se afirma, ¿cómo se ha de negar la creatura?
¿ N o es ley para nosotros el ser "imitadores de Dios" (Ef 5, 1),
asemejarnos a Él lo más posible? Sí, también el hombre debe
afirmarse, y justamente porque se afirma es porque puede y de-
be amarse, ya que no es posible amar sino aquello que existe
los más grandes delante d e Dios. Son los que marchan con más
seguridad en la verdad y son tanto más semejantes a Dios,
cuanto que no buscan, c o m o Él. otra cosa q u e su gloria. Este es
su bien propio: la gloria no le pertenece más que a Él. En
cuanto a nosotros, nuestro fondo es la nada, y si nos atribuimos
otra cosa, somos ladrones" 21.
I V . L A H U M I L D A D EN R E L A C I Ó N C O N EL PRÓJIMO
2 5 Ibid., 1 6 1 . 1 , ad 5
MftidofíMitz
> ^
26 Ibid., 161, 3, c.
27 Ibid., 161, 6. ad 1
AUte Virtudes OlVtdjK^M 4?
V. L a H u m i l d a d d e C r i s t o
2 8 Carta : U 5
44 Alfredo 6 Aen?.
fue. por cierto. la humildad de San José. Pero ¿quién podrá medir
la de nuestra Señora? ¿Quién conoció c o m o ella los dos polos
que fundamentan la humildad, es decir. Dios y el hombre? Por
eso lo que Dios contempló en ella, más allá d e su pureza y de
sus dotes personales, fue el abismo de su humildad: "miró la
humildad d e su esclava" (Le 1, 48). Es aquello del abismo que
llama a otro abismo (cf. Ps 42. 8 ) : el abismo de la humildad de
María atrajo inevitablemente e! abismo d e la omnipotencia de
Dios, quien se anidó en su seno.
VI. LA SOBERBIA
1. V e r d a d e r a y f a l s a g r a n d e z a
54 Sermo 8 2 , 5 : P L 3 8 , 731.
55 Cf. En. ir, px 7. 4: P L 36, 100.
56 Cf. De soneto wrgínUatc, cap. 41, 42: P L 40, 420-421
57 Cf. En Jn ps. 18, 1. 14: P L 3 7 , 1 5 6 .
Mfte¿?óá.tnz
2 . El p e c a d o de l o s á n g e l e s
y de nuestros primeros padres
5 9 ¡n Joannem 9 , 2 : P G 5 9 , 7 2 .
6 0 Cf. In tilud: Vidi Dominum, hom. 3, 3: P G 56. 116
61 üe Gen. aó Ht. XI, 1 4 . 1 8 : P L 34. 436.
6 2 In II Sent, d. V. q. l , a . 3 .
Mfrtáo SÁenz
/ *•
3. L a s o b e r b i a , un p e c a d o fontal y d i f u s i v o
ñera participada, en los otros pecados, por k> que es lícito con-
cluir que se halla, al menos implícitamente, en el origen d e to-
dos los pecados &5.
En cuanto al aspecto de conversión, también la soberbia se
muestra c o m o principio d e los demás pecados a m o d o d e causa
final, ya que nadie desprecia la ley de Dios, nadie se aparta de
El si no es por algún otro fin que se interpone; este fin es la pro-
pia excelencia, el fin d e la soberbia 66. En otras palabras, el fin
particular de la soberbia, que no es sino la búsqueda indebida
de la propia excelencia, resulta ser el motivo general que se vuelve
a encontrar distribuido y especializado en cada uno d e los vi-
cios. ¿Por qué se peca sino para exceder en algo, para enrique-
cerse, para procurarse vanos honores, etc.? ''Uno se enorgulle-
ce por el dinero -escribe San Gregorio Magno-, otro por las ala-
banzas, un tercero por las cosas terrenas y bajas, otro por las vir-
tudes más divinas" 6?. l,o que la soberbia apetece se encuentra
así en el f o n d o d e lo que se busca en cualquier pecado, aunque
no todos los pecados se lo propongan c o m o fin particular. En
cierto m o d o se podría decir que la soberbia es el p e c a d o perfec-
to, el pecado que da a todas las transgresiones morales su for-
ma acabada.
4. S o b e r b i a y " m u n d o m o d e r n o "
V I I . L A H U M I L D A D EN EL EDIFICIO DE LA V I D A ESPIRITUAL
Dos Padres del siglo VI, San Doroteo d e Gaza y San Juan
Clímaco, ambos notables autores espiriruales. han esclarecido
la relación de la humildad con las demás virtudes. D o r o t e o la
explica con la ayuda de la imagen tradicional del edificio, pero
d e una manera original y teológicamente profunda. El funda-
mento del edificio espiritual es ia fe. enseña, p e r o la argamasa
sobre la que el constructor debe apoyar cada piedra, es la hu-
mildad. "Si pusiese las piedras unas sobre otras, sin argamasa,
ellas se desunirían y la casa se vendría a b a j o " . En cuanto al te-
cho. "es la caridad, que es la culminación de las virtudes". La
balaustrada de la terraza es también la humildad, "corona y
guardiana de todas las virtudes", q u e impide a esos niños que
son los pensamientos, caerse del techo, "es decir, de la perfec-
ción de las virtudes" 90. Juan Clímaco destaca principalmente la
unión d e la humildad con la caridad. Son dos compañeras in-
separables, cuyos papeles se complementan; " U n a nos eleva
hacia el cielo y la otra nos sostiene d e tal manera, cuando so-
mos elevados, que nos impide caer"
2. H u m i l d a d y p r o g r e s o espiritual
* * *
LA MAtyKAKWt1>Ap
• •
«
i'Uti Virtufa OlvifíA({.M
N esta época tan ardua en que nos toca vivir, por una
insondable disposición d e la Divina Providencia, no es
difícil que el temor, el desánimo, la cobardía, se apo-
deren d e nosotros. El alma se estrecha, el espíritu se mezquina,
perdiéndose el coraje requerido para enfrentar los grandes de-
safíos d e nuestro tiempo. Pío XII hablaba del "cansancio de los
buenos". H o y podríamos hablar d e la "pusilanimidad de los
buenos". Por esto se hace más necesario que nunca ahondar
en el contenido de esta tan hermosa c o m o preterida virtud de la
magnanimidad.
1. L a m a g n a n i m i d a d en A r i s t ó t e l e s
2 . L a m a g n a n i m i d a d en S a n t o T o m á s
6 Il-n, 129.3, a t f l .
7 Ibid.
8 II-II, 129, 4, ad 3.
9 in, 15, 8, obj. 2.
Alfreda SteHZ
ID 11—II, 129, i , c.
11 Il-l), 1 2 9 , 4 . c .
12 Ibid., ad 1.
Sie-U Vuiwáp HvitíjKCM
18 II-II, 1 2 9 , 5 . c.
19 Cf. ll-ll, 140. 2. ad 1
20 1UI. 129. 5, ad 2.
Atfre4o SÁtn?.
21 11-11. 129, 4, ad 2
2 2 Cf. 11-11, 5H, c.
rneú VtrtKífc* V- v't<m<?/Ví
2 3 11-11,129, 4. ad 1
24 J-n. 6 6 . 4 . ad 3.
2 5 II-II, 1 2 9 , 1 . c.
aO rHfreJc
3. M a g n a n i m i d a d y e s p e r a n z a
I I . D O B L E VERTIENTE DE LA M A G N A N I M I D A D
1. M a g n a n i m i d a d y m e n o s p r e c i o del m u n d o
Orígenes v » en A b r a h a m un alto e j e m p l o d e m a g n a n i m i d a d :
el padre de los creyentes llevó hasta su e x t r e m o límite el despre-
cio d e t o d o lo q u e es terreno, aun c u a n d o se tratase d e la vida
misma d e su hijo único, su b i e n a m a d o . Job es otro m o d e l o d e
magnanimidad: por la voluntad permisiva d e Dios, fue perdien-
" n o se engríe por los grandes honores, pues n o los cree supe-
riores a ella, sino que más bien los desprecia, y mucho más los
mediocres y mezquinos; de igual m o d o , no se desalienta por el
deshonor, sino que lo desprecia c o m o injusto" " 0 .
El magnánimo es verdaderamente un señor, y ello se p o n e
de manifiesto incluso en el dominio que tiene sobre su propio
cuerpo: " L o s movimientos corporales se distinguen según las
diversas aprehensiones y afecciones del alma Conforme a esto,
acontece que a la magnanimidad conesponden determinadas
variaciones en los movimientos corporales. Así, la velocidad en
el movimiento proviene de que el hombre tiende a muchas co-
sas y quiere realizarlas rápidamente; el magnánimo, en cambio,
sólo tiende a las cosas grandes, que son pocas, y requieren mu-
cha atención, por lo cual desanolla un movimiento lento. De
manera semejante, la agudeza de voz y la vivacidad del lengua-
je son propias de las que quieren discutir sobre todo; por eso no
lo son del magnánimo, el cual sólo se preocupa de las cosas gran-
des" " J . Un hombre agitado, un gritón, un charlatán, uno que
siempre tiene algo que decir sobre cualquier tema, es alguien
que está enredado en los afanes del mundo; no es un magnáni-
mo, que mira las cosas y los acontecimientos desde las alturas
de su grandeza, desde su gallardo menosprecio de las cosas que
no merecen especial consideración. El desdén por lo que es pe-
queño, hace que el magnánimo no se entrometa en todas las
obras convenientes, reservándose sólo para las grandes y más
propias de él, hace también que evite la adulación y la hipocre-
sía, que indican pequenez de espíritu; finalmente lo inclina a
preferir las cosas "inútiles", aquellas de las que no saca provecho,
porque siempre antepone lo honesto a lo útil
2. M a g n a n i m i d a d y e m p u j e e n la a c c i ó n
4 6 Cf. In 11 Sent. 3 8 . 1 . 2, ad 5.
4 7 Cf. Summa Theol. 11-11,129, 1, obj. 1 y ad 1.
4 8 Cf. Il-ll, 128, art. un., c
4 9 Cf. I. 55. 3. ad 3.
5 0 Según los autores griegos, la magnanimidad, virtud de la acción, no
es ajena a la contemplación S e ha dtcho que irazar el retrato del magnánimo
en Platón es trazar el retrato del "contemplativo": el olma contemplativo se
recoge y así se hace apta para una mejor acción. Si hay un rasgo que caracte-
riza al contemplativo de Platón es aue, al mismo tiempo debía ser un h o m -
bre d e acción, un ""político", c o m o lo señala en su República. T a m b i é n para
Aristóteles él magnánimo es un hombre amante del " o c i o " - l a ITXOATV-, un
too Alfrc4? Sktnz
54 D 4 1 1 2 9 , 7. c.
5 5 n-U, 129, 8. c.
5 6 Cf. ibid.
5 7 Cf. ibid., ad 1
Mfrcfío
> -
dera c o m o grandes bienes, por los cuales deba hacer algo inde-
bido, pero no por ello deia de estimarlos útiles para realizar obras
virtuosas" Deberá ser, pues, cauteloso, por el peligro que dichos
bienes suelen traer consigo, no sobrevalorándolos en demasía.
De ahí que. como termina Sanio Tomás, " n o se enorgullece mu-
cho de poseerlos, ni se entristece y abate si los pierde"
I I I . L o s P E C A D O S CONTRA LA M A G N A N I M I D A D
1. L a p r e s u n c i ó n
5 8 Ibtd., ad 2.
5 9 Ibid., ad 3.
ótete Virtud^ &ÍVú(m'm M
6 0 ll-II, 130, 1, ad 1.
61 Cf. II-II, 130, 2, e.
Alfredo Sfen?.
2. La a m b i c i ó n
62 Ibid.
SUtt Virtudes Ot\Jia¡u(M
3 . La v a n a g l o r i a
63 11-11,131.1 • c.
64 Cf. ib.d., ad 3.
aprobación d e muchos, conforme a lo cual dice Tito U v i o que
«la gloria no puede darla uno solo». T o m a d a la gloria en senti-
d o más amplio, no sólo consiste en el conocimiento d e la mul-
titud, sino también de un p e q u e ñ o número, d e uno solo o d e sí
mismo, al considerar uno su propio bien y juzgarlo digno de
alabanza"
65 ll-n. 132,1, c.
66 11-11.132, 2, c.
C+ictt Vutufa HvtfíntfM !07
67 Cf. S. T o m á s . D e Moto, 9 , 1 .
6b Cf- Summú f'heoi. 11-11, 132, 1, c
69 11-11,132,2. ad 2.
rYifrtfoSÁenz
70 ll-II, 132, 2. ad 3.
71 Cf. Il-Il, 132. 4. c.
72 Cf. 11-11.132, 5, c.; 2. ad 3
73 Cf. U-U, 1 3 1 , 2 , a d l
6icit Virtudes ror
4. La p u s i l a n i m i d a d
82 Cí. 11-11.133. 2. ad 4.
8 3 Reg. PasL. I o parte, c. 7: P L 77,20; cí Summo Theol. U-ll, 133, 1, ad 3.
84 II-II, 133. 1, ad 4.
Mfreav SÁe.nz
I V . MAGNANIMIDAD Y HUMILDAD
1. E n la S a g r a d a Escritura
2. E n la Patrística
3. En l a E d a d M e d í a
4. L a síntesis t o m i s t a
112 rbid., ad 3.
Aifnfy ~'Mnz
* * *
115 11-11,129.5, ad 2.
116 Cf Marcel d e Corte, De la forcé. Dominique Maiiin Morin, París
1980. pp. 64-67.
Mfhfy íSfam
LA £5TUPWSÍPAP
:
Tí*.
SícU VirtudfSOlviM^ i
3 Il-Il, 166, 2. ad 2.
4 Cf. id.. IMI. 1 4 1 . 4 . c.
A-ífftdcf SÁcnz
5 ll-tl, 166. 2, c.
6 a . 11-11. 160
$ie£T VirtuáfS OÍVicíkqm
I I . L A S C O N D I C I O N E S DE LA E S T U D I O S I D A D
9 O p . clt., p.25.
10 Vil Physlc., Iib.6
6ute.Virf.ufa Hv'iix^M 141
III. L o s INGREDIENTES DE LA E S T U D I O S I D A D
I V . L o s V I C I O S CONTRA LA E S T U D I O S I D A D
1. L a n e g l i g e n c i a
2. L a c u r i o s i d a d
22 n-n, 166, 2, ad 3.
m
23 It-ll, 167, L e .
24 De moribus Ecdesíae, cap.21; cít. en ibid
25 Cf Confesiones, lib.X. 35. 55.
Siete. Virtudes OMMm
la escala de Jacob por la que Dios baja hasta nosotros para que
luego, contemplando sus vestigios, subamos hacia Él. "El bien
del hombre -escribe Santo T o m á s - consiste en el conocimiento
de la verdad; pero el bien supremo del hombre no consiste en
el conocimiento de cualquier verdad, sino en el perfecto cono-
cimiento de la verdad suprema, como enseña Aristóteles en el
libro de la Ética. Por eso puede haber desorden en el co-
nocimiento de ciertas cosas verdaderas, si dicho apetito no se
ordena del m o d o debido al conocimiento de la suprema ver-
dad. en que consiste la suprema felicidad"
33 11-11, 167. 1, ad 1
Siete. Viriuffes (KVüi^M
3 4 Art.rit., p 173
3 5 Cit. en Summa Theol. 11-11.167, 1, c
Atfrefa
V . L A M I S I Ó N DEL INTELSCTUAL C A T Ó L I C O
4 4 Op. c i t , p 72
LA VltyrHXPAP
Siete Virtudes Olvifafa)
I. L A V I R T U D DE LA C A S T I D A D
1. C a s t i d a d y s e x u a l i d a d
gante de las manos del Dios creador, sino un cuerpo herido por
el pecado, que a veces llega a tiranizar a su propia alma.
2. L a c a s t i d a d : ¿mera represión?
4 Ibid., 1 5 1 , 2 , ad 2
MfrtáfSfanz
3. L a c a s t i d a d en el c o n j u n t o de l a s virtudes
sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, que
habita en vosotros?" (1 Cor 3, 16). Bien ha escrito Tertuliano
que el custodio e incluso el sacerdote de ese templo, armado para
impedir que nada turbio o profano lo huelle, no es otro que la cas-
tidad. Dicha virtud, agrega, es sacerdote al par que guardián,
porque el templo del cuerpo, encomendado a su custodia, no sólo
es lugar digno d e todo miramiento y compostura, sino santua-
rio de verdadera religión y verdadero culto. N o en v a n o el sal-
mista le dice a Dios: "Conviene a tu casa la santidad" (Ps 93, 5|.
La lujuria tiene, pues, algo de sacrilegio, al profanar esos templos
vivos de Dios que somos los miembros de la Iglesia. San Pablo
se expresa duramente sobre "esto: "Si alguno destruye el templo
de Dios, Dios le aniquilará" (1 Cor 3, 16}. Tal es el nivel en que
se mueve la virtud de la castidad, un nivel cultual, místico.
II. EL PUDOR
I I I . E L MISTERIO DE LA V I R G I N I D A D
Escribe Santo Tomás: ,lEs claro que allí donde existe una ma-
teria especial, que tiene una excelencia especial, se encuentra
una razón especial de virtud, lo q u e sucede, por ejemplo, en la
magnificencia, que versa sobre los grandes gastos, y que por
esa razón es una virtud especial, distinta de la liberalidad, que
modera de manera general todo uso d e riquezas. De manera
semejante, guardarse puro d e toda experiencia d e placer sexual
merece una excelencia más digna de alabanza que guardarse
simplemente del desorden de dicho placer. Por eso la virgini-
dad es una virtud especial, que se relaciona con la castidad lo
mismo que la magnificencia respecto de la liberalidad" 27.
2 8 Ibki.
2 9 tte uirgwibus. lib c. 3. n 12: P L 16. 192
¿OQ Alfrtfy
3 0 Pureza y virginidad, p. 84
Sitie- Virtud^ UvidtáM
1. O f r e n d a sacrificial
2. D e s p o s o r i o c o n Cristo
rio con Cristo, es algo que está más allá de los sexos, concernien-
d o tanto a la mujer c o m o al varón, tanto a la religiosa c o m o al
sacerdote célibe. P e r o con diversos matices. En el orden bioló-
gico, es más propio del hombre el rol de dar, de fecundar, mien-
tras que la mujer es más bien receptiva. "Sin embargo, en el en-
cuentro de lo infinito y lo finito, del Creador y la criatura, el h o m -
bre, c o m o alma individual, es tan receptivo c o m o la mujer. Ahí
es Dios solo quien da, quien fecunda por su poder creador, y el
hombre en cuanto criatura es solamente receptivo, femenino,
por así decirlo. Esto es válido sobre todo en el orden sobrenatu-
ral, en la relación nupcial del alma con Cristo. En su actitud re-
ceptiva respecto ai hombre, la mujer constituye un punto d e
comparación d a d o por la naturaleza para hacer comprender la
actitud receptiva del alma respecto a Cristo. P o r eso la mujer es
prototipo natural d e la virginidad consagrada a Dios, en los
desposorios con Cristo. Es cierto que el sacerdote, c o m o hom-
bre, comunica los dones de Cristo, a quien representa. D e to-
dos modos este papel «masculino» en lo sobrenatural está limi-
tado estrictamente a la función sacerdotal. C o m o alma indivi-
dual, el sacerdote debe ser delante de Dios tan receptivo c o m o
la mujer, pues en ese orden en que lo « d i v i n o » y lo « h u m a n o »
se encuentran, el ser masculino, c o m o individuo humano q u e
es, es meramente receptivo, y por tanto « f e m e n i n o » en el senti-
d o metafísico" 6 2 .
c. Virginidad y matrimonio
Así se evacúa una falsa dialéctica entre los dos estados. Am-
bos son imagen de las bodas misteriosas d e Cristo y de la Igle-
sia, que se realizarán de manera plenaria en la Jerusalén celes-
tial, pero el de la virginidad muestra más similitudes con el es-
tado terminal.
32 Ibid., ad 1.
83 Cf. S. Jerónimo. Adu Jov/nionum. 3ib. 4: PL. 23. 233 s.
Siete Virtudes Olvid^M ZZÍ
8 9 Ibid.. pp.189-193.
ZZ4 Mfttoc Swiz
9 0 Ibid., pp 177-179.
91 Cf. a este respecto un pintoresco texto de S. Jerónimo, l.a perpei
virginidad de María, 19. ed. Ciudad Nueva, Madrid 1994, pp.84-87.
92 De la uirginidad. cap. XX, 2: S C 119, p.495.
Siete Virtudes Mvittjulsu ZZ?
9 8 Ibid., 152. 3 , ad 2.
Alfredo SiUnz
dora para los solteros que, por uno u otro motivo, n o han podi
do o querido casarse, pero que por la disposición d e su alma
logran acceder al mérito de la virtud de la virginidad. Consola-
dora también para los casados, que podrán abrir su matrimonio
a la generosidad propia de la virginidad, aunque n o les sea po-
sible practicarla materialmente.
Mi alma se ha empleado
y todo mi caudal en su servicio.
Ya no guardo ganado,
ni yo tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio 99
3. F e c u n d i d a d e s p i r i t u a l
ten para el alma virgen. "¿De qué manera hubiera podido aquel
admirable heraldo de la verdad evangélica, San Francisco Ja-
vier, o el misericordioso padre de los pobres. San Vicente d e Paul,
o San Juan Bosco, educador asiduo d e la juventud, o aquella
incansable «madre d e los emigrados», Santa Francisca Javier
Cabrini, sobrellevar tan grandes molestias y trabajos si hubiesen
tenido que atender a las necesidades corporales y espirituales
de su cónyuge y d e sus hijos?" 106
cándolo por los sacramentos" 109. Por eso decía Pío XII en su
encíclica Menti nostrae: "El sacerdote, por la ley del celibato,
lejos de perder la prerrogativa de la paternidad, la aumenta in-
mensamente, c o m o quiera que no engendra hijos para esta vi-
da perecedera, sino para la que ha d e durar eternamente".
4. E j e m p l a r i d a d virginal de M a r í a y d e ta Iglesia
a. María y /a virginidad
También San Jerónimo, tras decir que María fue de tal pureza
que mereció ser Madre del Señor m t se complace en aplicarle
un texto del libro del Cantar d o n d e se lee. " M i hermana es un
huerto cerrado, una fuente sellada" (4, 12): " P o r estar cerrado
y sellada se asemeja a la Madre del Señor, que fue a la vez ma-
dre y virgen. Por eso, ni antes ni después, fue puesto nadie en
el sepulcro nuevo del Señor. Y . sin embargo, esta virgen perpe-
tua es también madre de muchas vírgenes" n a . V e m o s acá cía
ramente señalada la continuidad entre la Virgen y las almas vír-
genes. N o en v a n o San Ambrosio llama a María "maesira de la
virginidad" " 9 , por lo que resulta lógico que quienes, desde los
primeros tiempos de la Iglesia, hicieron profesión d e virginidad
consagrada, se sintieran singularmente vinculados a María. San
Jerónimo decía: "Para mí la virginidad es una consagración en
María y en Cristo" l2d.
b. La Iglesia y la virginidad
5. A n t i c i p a c i ó n d e la e s j a t o i o g í a
a. El llamado de lo alto
Frente a la vida poco menos que animal que lleva la gran ma-
yoría de los hombres, afincados en este mundo, la virginidad
proclama la existencia de una vida trascendente a la de acá
abajo, invitando a verticalizar la existencia. El Niceno lo dice en
términos severos: "Así c o m o los ojos de los puercos, vueltos na-
turalmente hacia lo bajo, no tienen ninguna experiencia de las
maravillas celestiales, así el alma, arrastrada hacia abajo por el
cuerpo, no podrá ya mirar hacia el cielo y las bellezas de lo al-
to, por su inclinación hacia lo que hay de bajo y de bestial en la
naturaleza. Por eso, para poder, libre y despegada lo más posible,
levantar ios ojos hacia el placer divino y bienaventurado, nues-
tra alma no se volverá hacia ninguno de los bienes terrestres y no
tomará parte en los placeres cuyo uso está permitido en la vida
común, sino que apartará de los bienes corporales su poder d e
amar para dirigirlo hacia la contemplación intelectual e inmate-
rial de lo Bello. He aquí cómo la virginidad corporal ha sido con-
cebida para nuestra ventaja, en orden a favorecer tal disposición
de alma, de m o d o que en ella se produzca una especie de olvido y
amnesia de los movimientos pasionales de la naturaleza, puesto
que ya no experimenta ninguna necesidad de ocuparse de las
deudas viles d e !a carne" ,39 .
Enseña San Juan Crisóstomo que los que, al decir del Após-
tol, " n o tienen nada, poseyéndolo t o d o " (2 Cor 6, 10), son ca-
paces de menos-preciarlo todo; n o temen ni a los magistrados,
ni a los príncipes, ni a los reyes. El texto de San Pablo se refiere
sobre todo a las riquezas. El que las menos-precia, llegará fácil-
mente a menos-preciar la muerte, y hablará a todos con liber-
tad de espíritu (irappnoía), sin temer a nadie. En cambio, quien
no tiene sino el dinero en la cabeza, no es solamente esclavo de
ese dinero, sino también de la gloria, del honor, d e la vida pre-
sente, en suma, de las cosas humanas en general. Por e s o el
Apóstol dice que la avaricia es "la raíz d e todos los males" (1
Tim 6, 10). Pues bien, concfuye el Crisóstomo, la virginidad es
apta para secar dicha raíz e implantar otra en nosotros, la raíz
perfecta de donde brotan todos los bienes, la libertad, la seguri-
dad, el coraje, un celo de fuego ((f|Xov Trmpwwi/ov). un amor
ardiente de las cosas del cielo, el menosprecio de todas las co-
sas de la tierra 545
c. Serenidad señorial
ella en cada lugar sino una pequeña cantidad, débil y lenta pa-
ra moverse, en razón de su reducido caudal. Pero si todos esos
arroyos desordenados se reúnen, y lo que hasta entonces se
dispersaba por todos lados, se congrega en una sola corriente,
esa masa d e agua convergente servirá para muchas cosas úti-
les. Así sucede, m e parece, con la inteligencia humana: si se es-
parce por todas partes, fluyendo y dispersándose hacia lo que
agrada en cada momento a los sentidos, n o es capaz de enca-
minarse hacia el verdadero bien; pero si, convocada d e su dis-
persión. recogida sobre sí misma, reunida y no ya desparrama-
da, se mueve hacia la actividad que le es propia y conforme a
su naturaleza, nada le impedirá ser conducida hacia las cosas
d e lo alto, verticalmente, bajo una especie d e presión ascenden-
te. y ello a pesar' d e su movimiento natural que la lleva hacia
a b a j o " . Así sucede con la inteligencia del alma virgen, que con-
gregada por la continencia, se vuelve señora del espíritu, y en-
tonces se eleva hacia los bienes superiores. Porque el alma tien-
de siempre a moverse, ya que ha recibido d e su Creador una
naturaleza tal que en esta tien-a no puede jamás estabilizarse,
pero c o m o en este caso ha cerrado sus puertas a las vanidades,
careciendo d e atajos por donde extraviarse, no le queda sino ir
derecho a la realidad t81 . D e esta manera el alma virgen adquie-
re el perfecto señorío de su alma y la paz interior.
Coincidiendo con San Gregorio, dice Basilio de Ancira que
el alma de la virgen no ha de perder la serenidad, ya que su ocu-
pación le exige estar absorta en tos pensamientos divinos, inmune
a los flujos exteriores y a las distracciones interiores: " N o debe
dejarse turbar por la ira, por la tristeza, o por otras perturbacio-
nes, no vaya a ser que por esta agitación, su alma se llene de otras
imágenes; comportándose siempre del mismo m o d o , y penetra-
da d e la alegría divina, no se deje turbar por las olas de ninguna
E s c o l i o . L a b e l l e z a de la virginidad
I V . P E C A D O S CONTRA LA C A S T I D A D Y LA V I R G I N I D A D
1. La lujuria
177 Cf. Ch. Gay, De la urda y de las virtudes cristianas.., pp. 14-16.
'Siete Virtudes HviÍ{tu(M
2. El adulterio espiritual
Por eso el pecado del alma virgen reviste una especial grave-
dad. En el Antiguo Testamento, cuando el pueblo elegido infrin-
gía los mandatos del Señor, su pecado era visto c o m o una "for-
nicación espiritual", c o m o una especie d e "adulterio", según se
advierte, para poner un ejemplo, en aquello que el salmista le
dice a Dios: "perdiste a aquellos que d e ti a d u l t e r a n ( P s 73,
27),
V . E L M U N D O M O D E R N O Y EL O S T R A C I S M O DE LA PUREZA
207 Cf. Jacinto Choza, La supresión del pudor, Eimsa, Navarra 1980,
pp. 15-33.
Alfrtti? ¿íÁenz
LA LtfrZJtALiPAP
• . • -,
SUte. VtrÍMfl'es >/ v*»fA^AÍ Z7?
I. L A LIBERALIDAD Y EL E M P L E O DE LOS B I E N E S
1. S u m a t e r i a : e l d i n e r o
2. El b u e n u s o del dinero
I I . L A LIBERALIDAD Y LA JUSTICIA
27 S u m m a Theol 7,2,0
2 8 Ibid.. 117, 6. c
Siete Virtudes
29 Ibid., 1 1 7 , 5 . od 2
3 0 L'ornemení des noces spiritueile.s, lib. I, cap. XIX, Oeuvres, Vromant
Bruxelles 1920. o. 64.
Aifmfe SÁtnz
3 8 tbid., 118,3, ad 2.
39 Rethorlca, l, cap. 9.
4 0 De officiis. lib. I, cap. 28. 130: P L 16. 6
41 Libro de la Orden de Caballera. ÍV.13.
SlC-U Virtuop MViiltojA}
I I I . L A LIBERALIDAD C R I S T I A N A
Nos agrada ver cómo los Santos han aplicado a Dios el cali-
ficativo de 'liberal". San Agustín le dice: "Sólo tú eres el liberalísi-
m o dador de todos los bienes {largitor affluentissimus tu es)" 46.
"Porque el Señor no es avaro", acota San Ambrosio 47. Y Dio-
nisio el Cartujano. "Sólo Dios es liberalidad absoluta". Tam-
bién Santo Tomás: " S ó l o Dios es máxime liberalis, porque no
obra por su utilidad sino sólo por su bondad" 4 8 .
1. L a a v a r i c i a
58 a . Ibid.. 1 1 8 , 6 , a d l .
5 9 Cf. ibid., 118. 5, ad 1
Siete Virtufo MriMíV
6 8 C f ibid, 118. 8, c.
Alfredo SAwz
b. £ n el piano social
Una vez que Creso se vio liberado del freno interior o religio-
so que controlaba sus tendencias, o entendiendo al menos lo
religioso c o m o una mera "costumbre social" o una "superstición",
en el sentido etimológico de la palabra - a lo mejor seguía yen-
d o a Misa, pero ello era para gestionar un v a g o a r.egocio' ! del
alma-, y liberado asimismo del control guerrero, fue adquirien-
d o protagonismo en la sociedad. Se puso entonces a "imitar" a
las clases que le fueron jerárquicamente superiores, creando
por ejemplo una especie de-"mística" d e lo corpóreo o suscitan-
d o un grupo de "capitanes d e empresa". N o fueron sino ridicu-
las "parodias". "
2. L a p r o d i g a l i d a d
que dan, eso no les importa. Por ello sus donativos no son libe-
rales, porque no están hechos c o m o corresponde. El Filósofo
agrega una observación de gran actualidad: " A veces dan mu-
cho a personas que sería más conveniente permaneciesen en la
pobreza, c o m o son los cómicos y los aduladores, y. en cambio,
nada dan a los que son buenos" *
De todo esto se concluye que el que da mucho, pero por ma-
las razones no es realmente liberal sino pródigo. La liberalidad,
para ser auténtica, supone las demás virtudes. Precisamente por-
que consiste sobre todo en dar como corresponde, el hombre
liberal se entristece a veces d e haber dado, cuando lo ha hecho
fuera de propósito, porque Justamente entonces se v e impedido
de dar según conviene y a quien conviene.
Pregúntase Santo Tomás si el vicio de la prodigalidad se opo-
ne al vicio de la avaricia. Así responde: " L o que en moral hace
que dos vicios sean contrarios entre sí y contrarios también a
una misma virtud, es el exceso y el defecto. Según esto, la ava-
ricia y la prodigalidad se oponen entre sí como se oponen el ex-
ceso y el defecto, pero de diversas maneras. Porque en el ape-
go a las riquezas el avaro se excede, amándolas más de lo debi-
do; el pródigo, en cambio, peca por defecto, preocupándose de
ellas menos de lo debido. En cuanto a la acción exterior, el pró-
digo se excede en el dar, pero no adquiere ni retiene lo bastan-
te; el avaro, por el contrario, da demasiado poco, pero recibe y
retiene demasiado. Es, pues, patente que la prodigalidad se
contrapone a la avaricia" 87.
Es decir que si se atiende al obrar, el pródigo se excede en el
don y se muestra insuficiente en la adquisición y conservación
de sus bienes. El avaro hace exactamente lo contrario. Pero co-
88 Ibid., 119.1. ad 1
Sieit Virtud U vi fajas
E s c o l i o 1. L a m a g n i f i c e n c i a
a. Liberalidad y magnificencia
del que le regalan, como del que administra o gasta, un uso mo-
derado por la recta razón. El magnífico, en cambio, "hace del
dinero un instrumento con el que realiza grandes obras, lo cual
supone grandes dispendios o gastos" 96.
96 Ibid., 134, 3. ad 2.
97 Cf. ibid., 117,4, ad 1.
98 Ibid., 117,3, ad 1.
99 Comm ¿n Eth. Nte., lib IV, lect. 6, n. 718
100 Cf. ibid., n. 710.
Ai-freo? i>¿íenz
c. Magnificencia y belleza
M f r TOQ : ->{K?MZ
E s c o l i o 2. El a b a n d o n o en l a s m a n o s d e D i o s
150 Ibid., n. 2 3 4
151 Ibid., n. 5.
152 Discurso sobre el acto de abandono a Dios, Oeuures completes, to-
m o II, Paris 1845. p.718.
Alfredo Smmz
/ ••
píos ojos; pero si se hace como niño, nada podrán contra él las
sugestiones del amor propio. Será preciso ponerse en la escuela
de la infancia, abandonarse en las manos de Dios c o m o en los
brazos de su madre se abandona un niño, el cual no sabe si-
quiera. ni aun puede ni quiere saberlo, que así se abandona.
Pero por eso mismo, cabalmente, su madre le trata con mayor
esmero y le acaricia con mayor ternura.
blime que Dios nos otorga en cambio. Dios se nos ofrece para
ocuparse de nuestros asuntos, d e m o d o que nosotros sólo ten-
gamos que ocuparnos de Él y de lo q u e le concierne. El que no
tiene paz podría decir: "Todavía no m e he dejado echar en el
m o l d e " 187.
LA ZuTfibfZLlA
:>Ute Virtudes HvidtáM
I . E L J U E G O EN LA S A G R A D A ESCRITURA
1. El j u e g o en el A n t i g u o T e s t a m e n t o
2 . El j u e g o e n e l N u e v o T e s t a m e n t o
I I . E L J U E G O Y LA C U L T U R A
1. J u e g o y U n i v e r s i d a d
10 Homo ludens . p. 82
Stete Virtudes OÍVigmm
2. J u e g o y t e a t r o
11 Cf ibid., p. 2 3 9
12 Symposion, 223 D: cf. Rlcbo, 5 0 B.
MfreÁQ Sáenz
3. J u e g o y p o e s í a
4. J u e g o y m ú s i c a
14 Cf. L e y « . H. 653
Mfttdo 5ú>.nz
5. J u e g o y j u r i s p r u d e n c i a
6. J u e g o y c o m e r c i o
7. J u e g o y m i l i c i a
# * •
I I I . E L J U E G O Y EL C U L T O
1. El culto tradicional c o m o j u e g o
18 L e y e s . VII, 796 B
rY¡ freác SÁ£ttz
i '
2. El j u e g o y la liturgia c r i s t i a n a
L a liturgia tiene que ver con el arte y con el juego del niño.
Con el arte, ante todo, porque constantemente recurre a elemen-
tos tomados de ese ámbito; melodías o composiciones poéticas,
colores y ornamentos que no se usan en la vida corriente, m o v i -
mientos solemnes y majestuosos, edificios artísticamente cons-
truidos. Asimismo tiene semejanzas con el juego del niño, ya
que, c o m o éste, desborda y expansiona su riqueza interior, en
una admirable combinación de imágenes, ritmos y cánticos.
I V . L A EUTRAPELIA C O M O V I R T U D
1. El r e p o s o del t r a b a j o
La eutrapelia es, pues, la virtud del que "gira bien", del que
sabe ubicarse c o m o conviene al momento, una virtud aristocrá-
tica, propia de quien posee agilidad espiritual, por la que es ca-
paz de "volverse" fácilmente a las cosas bellas, joviales y recrea-
tivas, sin lastimar por ello la elegancia espiritual del movimien-
to, sin perder la debida seriedad y su rectitud moral.
N o nos referimos, por cierto, a los que ¿os políticos llaman "li-
berales", que por lo general suelen tener bastante poca gracia.
Usamos este calificativo, tras Aristóteles y Santo Tomás, para
designar al hombre desprendido, desapegado de los bienes mate-
riales, a tal punto que se vuelve capaz de ser generoso, dadivo-
so..., liberal. Y así Aristóteles, luego de decir que la virtud de la
eutrapelia consiste en un medio entre dos extremos viciosos, aquel
que peca por exceso y aquel que falla por defecto, agrega: "El
medio propio [de la eutrapelia] es el d e la distinción. Es propio
de la distinción (¿iuóéi(ic) decir y oír lo que conviene a un hom-
bre liberal. Hay ciertas cosas que un hombre de bien puede de-
cir y oír en el campo lúdico. El juego liberal (liberalis ludus) se
diferencia del servil, c o m o el disciplinado del indisciplinado" 3 2 .
4 El j u e g o y la f e l i c i d a d
***
36 Ibid.
37 S. T o m á s . Summo TTieof. H-IT, 1 6 8 , 3 . ad 2.
3 8 Cf. Platón, Leyes. 1,647d.
3 9 Cf. art. •'Eutrap¿lie ,, l de H. Rahner. en DicL Sp., col. 1726-1727
MfrtáoSfouz
V . L o s P E C A D O S CONTRA LA EUTRAPELIA
1. El p e c a d o por e x c e s o o la bomolojía
2. El p e c a d o p o r d e f e c t o o la agroikía
V I . E L M U N D O M O D E R N O V EL S E N T I D O L Ú D Í C O
1. El m u n d o d e m o c r á t i c o o c c i d e n t a l
2. El m u n d o d o m i n a d o por el m a r x i s m o
66 Ibid., pp.307-310.
5%tU Virtudes 01 VúfyufA*
67 Cf. ibid., pp. 296-297. Podríamos agregar, por nuestra parte, que este
f e n ó m e n o disociante se manifiesta en todos los ámbitos, en la política, las ar-
tes, la economía, el trabajo...
6 8 Cf lib VIH, cap. 63: P L 7 3 , 1170-1171.
6 9 Sumrrw Theol. IIII, 168,3, o b j 3.
AifreJf SÁf-nz
7 0 Ibid., ad 3.
71 Ibid., 11-11,168,3, ad 2.
72 Ibid., 11-11,168. 2, ad 2.
5iett Virtudes ¿IVÍÓMM
CONCLUSIÓN
Los impíos combaten a Dios pero "el Señor se ríe del im-
p í o " . leemos en la Escritura (Ps 37, 13). Y es preciso que los
que anhelamos acompañarlo en esa lucha, lo a c o m p a ñ e m o s e n
78 Sobre el humor.80.
SitU Virtupp SlVirlMM
£ X fA-TJZlOTttMO
Í-HAB • uT.Vt« 'i
tw
Siete Virtudes Hvüidfíñs
I . L A PATRIA Y LA N A C I Ó N
1. El s u e l o natal
y M fre-if SÁenz
2. U n a f a m i l i a
3. U n p a t r i m o n i o cultural
I V . E L PATRIOTISMO C O M O V I R T U D
1. P a t r i o t i s m o y p i e d a d
36 Rethorica, lib. 2. c. 53
Mfredp Sáe-nz
37 II I!, 1 0 1 , 3 , c.
3 8 Ibid.. 1 0 1 . 1 . c.
%tte- Virtufes Mtful&fai
2. P a t r i o t i s m o y justicia
4 5 Ibid., 102. l . c
justicia, según ya lo hemos señalado anteriormente. C o m o dice
el Angélico, si "la piedad se extiende a la patria en cuanto que
ésta es en cierto m o d o principio d e nuestro ser. la justicia legal
considera el bien de la patria desde el punto de vista del bien
c o m ú n " 4 t . Por lo que la adhesión a la Patria, a más d e expresar
uno d e los aspectos de la píelos, tiene que ver también con la
justicia, que es la virtud madre de la piedad, y por ende, del pa-
triotismo. La justicia es c o m o la abuela del patriotismo.
4 6 Ibid.. 1 0 1 . 3 ad 3.
SitU VtrfMñes OtVú¡fu(M +¿7
49 Cf. Cororo. m Ansí. Po/ií.. lio. 8. lcct. 1°, nn. 1263. 1264
50 C f . S u m m o Theol U-II, 102, l , c .
51 Diuini illnis moqistri. rv 52.
Sute- Virtudes QWidtáM
3. P a t r i o t i s m o y caridad
60 Sapiermaechr&itónae, n. 8.
61 A . Ezcurra. Sermones Pa(rtóílcos...pp. 263-264.
Siete- Virtudes Olvidti<?Vw
63 Ibid., p.17,
:?icU Virtudes Olv'ífyityV>
V . L A S M O D A L I D A D E S DEL A M O R A LA PATRIA
1. A m o r a f e c t i v o
Y o vi la Patria en el amanecer
que abrían los reseros con la ¡lave
mugiente de sus tropas.
La vi en el mediodía tostado como un pan,
entre los domadores que soltaban y ataban
el nudo de la furia en sus potrillos.
La vi junto a los pozos del agua o del amor,
¡niña, y trazando el orden de sus juegos!
Y la vi en el regazo de las noches australes,
dormida y con /os pechos no brotados aún 72
2. A m o r efectivo
77 Ibid., pp.222-223.
78 a . Patria, Nación, Estado..., p.35
79 Cf. Sapienliae chrishanae, n. 7
4-4-4 .-Hfrea'c SÁettz
3. A m o r c r í t i c o
4. A m o r d o l o r i d o
84 N . 6 .
4-4-F M f r t f o SM.viz
1. E t patrloterismo
2 . El i n t e r n a c i o n a l i s m o
95 Ib:d.,pp. 108-109.
96 Quadragesimo onno, n 40.
97 S o b r e la desigualdad..., p.106
SUte. Virbufo
99 Quadragesjrno anno, n. 5.
100 Cf. Patria, Nación, Estado..., pp.4ft-49.
:>w.te. Virtufo Olvidada
1. D i a g n ó s t i c o d e l o q u e s u c e d e
2. L a n e c e s i d a d d e un r e c t o n a c i o n a l i s m o
más bien hacia atrás, hacia el legado cultural del país, mientras
que el concepto d e nación mira más bien hacia adelante, hacia
el futuro d e la patna. E Diccionario d e la Lengua Española de-
fine así el nacionalismo: "Doctrina que exalta en todos los órde-
nes la personalidad nacional completa, o lo que reputan c o m o
tal los partidarios d e ella". En su precioso librito Misterio de la
Patria, Miguel Cruz se aplica a dilucidar el sentido cristiano del
nacionalismo. Aludiendo a la definición del Diccionario que aca-
bamos d e transcribir, dice que a ella le falta un punto importan-
te, y es el de cuándo esa "exaltación" - m e j o r sería decir "reafir -
m a r i ó n " - d e la Patria se t o m a necesaria. Y señala que el nacio-
nalismo surge y es legítimo cuando la patria está envenenada,
cuando se la agrede seductoramente desde afuera, y también
desde adentro, para hacerla cautiva. El imperialismo d e hoy,
que a eso precisamente tiende, sabe muy bien que a una patria
no se la cautiva con las arméis simplemente, si antes no se la ha
vaciado d e contenido, no se la ha desvertebrado, descerebrado.
Antes que saquear al cuerpo, hay que matar el alma.
V I I I . E L J U I C I O DE LAS N A C I O N E S
1X1 I b i d . pp.93-94
Alfredo SÁem
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