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International Akademie für Philosophy -IAP-

Fürstentum Liechtenstein
Prof. Dr. Dr. Daniel von Wachter
Final paper
Javier González Camargo
05.12.2016

LA ONTOLOGÍA DE LA MATERIA COMO UN ARGUMENTO ACUMULATIVO A


FAVOR DE LA EXISTENCIA DE DIOS

El propósito general del presente ensayo es analizar si el mero hecho de la existencia del
universo puede ser prueba de la existencia de Dios, lo cual es el presupuesto básico de
cualquier argumento cosmológico.
Concretamente, intentaré socavar el presupuesto último del fisicalismo, aquel de ​la

suficiencia de la materia ​para fundamentar ​el universo entero. Grosso modo, el fisicalismo
considera que la materia, lo que sea que ella sea, y nada más que la materia, es todo lo que
​ el ​materialismo es sinónimo del
hay, ​y es el fundamento mismo del universo. En ese sentido
fisicalismo.
Mi argumento contra el fisicalismo es el siguiente:
Si el Fisicalismo fuera verdad, entonces:
​ término, ​la materia soporta ​el universo en la medida en que ella es
En último
el constituyente último de los seres del universo y el primer estado de cosas
del universo.
Entonces,
​ ​ materia ​debería ​ tener poderes suficientes para dar lugar al universo y
La
mantenerlo.
Pero,
​ ​ Parece, que la materia ​no los tiene.
Por lo tanto,
​ Probablemente existe​ ​una causa trascendente del universo, es decir, Dios

Primero explicaré las premisas del fisicalismo, y después argüiré que ellas son falsas. Las
premisas requieren la clarificación del sentido de “materia”, y un análisis de lo que serían ​los
​ poderes suficientes para soportar ​el universo. Mi ​crítica se deriva de la evaluación de la
afirmación del fisicalismo de cara a algunos datos relevantes de la astrofísica y la física
cuántica, como también de especulaciones sobre la ontología de materia. Finalmente, el
razonamiento será defendido contra algunas de las más probables objeciones.
1. La materia como fundamento suficiente del universo (premisas del fisicalismo)
​ 1.1​ ​O existe un Dios, o existe solo la ​materia.
“Anterior a los años veinte, los científicos habían asumido siempre que el universo era
estacionario y eterno”[1], pero hace casi un siglo las ecuaciones de Friedmann-Lemaitre en
los años veinte sobre la Teoría General de la Relatividad (RG), poco después confirmadas
por el descubrimiento del desplazamiento de las galaxias realizado por Hubble y consumado
por los teoremas Hawking-Penrose en los años setenta, mostraron que nuestro universo
empezó a existir. En consecuencia, el universo vino de la “nada” física, es decir, de una
singularidad en la que espacio, tiempo, materia y energía aparecieron por primera vez[2].
Esta singularidad es el proclamado Big Bang, el evento inicial.
Por lo tanto, ya que el universo no solo es una “totalidad espacial de objetos” sino un sistema
cerrado sin duda complejo y evolutivo, que probablemente tuvo un inicio; necesita de una
​ simplemente ser “como siempre ha sido”. ​Composición e ​historia
explicación, no puede
reclaman una explicación de los entes​ ​del universo.
Entonces, evidentemente, como William Lane Craig y James D. Sinclair proponen, la
materia, o lo que sea que en el universo no sea eterno sino que empezó a existir de primero,
​ prueba la segunda premisa del llamado ​argumento de Kalam, esto es, que el universo
comienza a existir. Sin embargo, como ellos mismos tuvieron que confrontar, astrofísicos
fiscalistas como el mismo Hawking[3], podían siempre intentar establecer una “distancia
mínima” justo antes de la singularidad: alguna ecuación o teoría, del tipo de los modelos de
teorías de cuerdas, que introducen un “muro” en el cual la causalidad se detiene, algunas
opciones hipotéticas de acuerdo con las cuales “quizá el Big Bang no fue un evento
ultramundano en el cual el mismo tiempo empezó a existir. Si no lo fue, la puerta queda
abierta a un universo eterno pasado [4]”. Tal es también el caso, más sólido, del modelo de
Ahmed Farag Ali y Saurya Das del año 2015. [5]
En este sentido, la primera premisa del fisicalismo afirma que, una vez nosotros conocemos
que la materia-energía es la empíricamente bien-conocida fundamentación de nuestro
bien-conocido universo, por qué no deberíamos simplemente aceptar que la materia-energía,
y nada más que ella, soporta el universo entero. Tal como el profesor John L. Mackie se
pregunta planteando una alternativa al argumento ontológico de Leibniz: ¿Porqué, por
ejemplo, no podría haber una materia cuya esencia no conlleve existencia, pero que no
derivase su existencia de nada más? [6]
La segunda premisa fisicalista la formulo a la luz del alegato previo hecho por el profesor
Richard Swinburne a la afirmación de Mackie: “si el universo no empezó a existir (…) su
materia-energía siempre habría tenido que tener los poderes relevantes [para mantener la
existencia y complejidad del universo]”[7]. Hay que notar que tal premisa condicional
​ conlleva dos ideas: la ya mencionada eternidad de la materia “tendría que tener ​siempre”; y
los “poderes relevantes” que la materia debería tener. En consecuencia, emergen dos
preguntas: ¿Por qué debería la materia haber tenido siempre poderes relevantes? Y, ¿Qué
poderes son esos?
Suponiendo que “todo lo que empieza a existir tiene una causa”, hay además otro principio
causal que podría ser llamado un principio débil de razón suficiente (PdRS), con el cual la
física está de acuerdo: “esto es, una causa en concordancia con alguna regularidad, es decir,
causas similares producen efectos similares”[8], que de forma suficiente los explican.
Procurando evadir la idea de causa, la física considera tales regularidades como leyes que
explican de forma suficiente el fenómeno, de manera tal que “las leyes de la física pueden
permitir al universo ser su propia madre”[9]. Los poderes que permiten al universo ser su
propia madre, son los ​poderes relevantes de la premisa dada por el condicional de Swinburne.
En consecuencia, la materia debería dar soporte a tales leyes, es decir, a los poderes de la
materia, si ella es todo lo que hay.
Estas son las dos premisas de mi argumento hasta este punto. La segunda premisa es una
implicación lógica de la primera, teniendo en cuenta que esta es inferida de la conjunción del
mismo conocimiento que tenemos de la materia, y del PdRS, que es supuesto incluso por la
física. De este modo, si no hay nada más en alguna parte del universo, la materia ​debe tener
los poderes relevantes, con incuestionable necesidad, y debería tenerlos por siempre y para
siempre. Si no los tuviera, los fenómenos físicos existirían de la nada, lo cual contravendría
el principio metafísico, epistemológico y también físico ​ex nihilo nihil fit. Y debería tener
estos poderes por siempre y para siempre, porque, por el mismo principio, la misma materia
no podría venir de la nada, ​ergo, la materia debería ser eterna.
Por otro lado tanto el teísta Swinburne[10], como el ateo Mackie[11], asumen esa
implicación lógica, porque la realidad no podría simplemente emerger de la nada absoluta, y,
dado que todos los entes del universo empiezan y cesan de existir, hay solamente dos
opciones finales con relación al inicio del universo, así como con relación a su soporte
permanente: o la materia (A) o Dios (B). Esta disyunción sustenta mi propia reformulación de
las premisas del fisicalismo en la siguiente aserción condicional-modal: ​si no existe Dios,
debería haber materia permanente que haya tenido siempre los suficientes poderes para
empezar y constituir el universo.
De ese modo, si nos proponemos probar la existencia de Dios, deberíamos llevar a cabo un
razonamiento tollendo tollens sobre la aserción condicional-modal del fisicalismo.
Claramente, hay dos formas de falsificar la proposición condicional: ya sea negando la
eternidad de la materia o bien mostrando que la materia carece de los poderes relevantes. A
diferencia de casi todo argumento cosmológico conocido que intenta negar la eternidad de la
materia usualmente a partir de argumentos etiológicos metafísicamente muy exigentes, en lo
que sigue voy a examinar si la materia carece de suficientes poderes a fin de sopesar el
verdadero valor de la proposición condicional. Si este es el caso, incluso daría lo mismo si la
materia es eterna o no, basta con conocer que la materia última fue el primer estado de cosas
del universo, porque aún cuando esta no hubiese comenzado a existir, no hubiese bastado
para dar lugar al universo.

1.2​ ​ Cómo es la ​materia


Grosso modo, esto implica que se llame Dios a quienquiera que haya hecho el universo ​desde
afuera; y se llame materia lo que sea que se halle ​dentro del universo y lo soporte. De ese
modo, la palabra “materia” ​parece ser el nombre de la ​variable que de algún modo es la
fundamento del universo físico, más que el nombre de algún referente determinado y
conocido. No obstante, el referente debe ser identificado.
El sentido de la palabra materia usualmente es ambiguo, debido a la disparidad de sus
desarrollos técnicos y a amplitud de sus significados en el lenguaje común.
Por esa razón, desde los mismos inicios del pensamiento occidental, se propuso que deben
existir unos pocos componentes fundamentales, básicos y simples, ingenerados, así como lo
que sea que los mantiene unidos. Empédocles sugirió a los impulsos básicos (odio, amor) y a
los así llamados ​elementos (tierra, agua, fuego y aire), como la ​materia del universo. Las
ciencias naturales modernas tomaron la propuesta de Empédocles y sostienen que las fuerzas
básicas y las partículas constituyen el universo entero. Probablemente este es todavía el
referente ontológico más común de la palabra ​materia en el idioma actual. Sin embargo,
durante el último siglo la física cuántica ha cambiado el referente ontológico de la materia de
un modo desconcertante. De acuerdo con la física más reciente, los cimientos básicos de
nuestro mundo físico son mucho más complejos que simplemente partículas, hasta tal punto
que no es fácil establecer con precisión qué es la materia.
El primer asunto problemático es la plena identificación entre lo que otrora fueran dos polos
opuestos, es decir, la materia y la energía. Expresado en la famosa ecuación de Einstein
E=mc​2​, esta identificación cede el rol básico en el universo a la energía, puesto que la materia
se relega a fría, quieta, casi ‘muerta’, energía. Además, la física establece que hay energía
ordinaria y energía exótica, y ambas divididas en materia y radiación: la energía ordinaria se
divide en materia propiamente dicha y radiación, y la energía exótica se divide en energía
oscura y materia oscura, todo lo cual es a su vez subdividido en cantidad de tipos. Además,
entre los cimientos de nuestro universo físico se debe contar también el espacio-tiempo
tetradimensional, e incluso las leyes que todo lo gobiernan. En tanto, los ‘elementos’ últimos
de ​materia ordinaria, propiamente dicha, son una dispersión de muchas (entre una docena y
más de dos centenas) de partículas subatómicas y quasipartículas en su mayoría evanescentes,
y unas pocas (4 o 5) fuerzas básicas.
Dado todo el anterior confuso panorama de la física respecto de lo que es la materia, se debe
proceder por la vía lógica y adelantar que la ​Materia última debería ser la misma que es
sincrónicamente el último constituyente de los entes físicos, y que diacrónicamente fue el
primer estado de cosas del universo, lo primero que ​hubo. Por lo tanto, el significado de la
palabra ​materia en la premisa fisicalista que voy ha falsear, incluye todo el entramado
constituyente de nuestro bien conocido mundo físico: energía ordinaria y exótica,
espacio-tiempo, e incluso las leyes básicas que describen estos conceptos; pero va más allá
hasta cualquiera que sea el fundamento de todo ello.
Por lo tanto, los más primitivos esbozos de la materia deberían tener suficientes poderes para
explicar la existencia de las entidades posteriores en el segundo estado de cosas del universo,
tanto como la constitución estable de todos los seres compuestos y las propiedades físicas
comunes a cada realidad del universo.

2. Tasando los poderes de la materia


Hay dos clases de valoración de la materia : la física y la metafísica. La primera es “débil”
hasta el punto que depende ​a posteriori de interpretaciones de nuevos datos, tales como
descubrimientos en matemáticas y física. La segunda es “fuerte” hasta el punto que pretende
ser verdad ​a priori. Si ambas alcanzan conclusiones similares, la evidencia física podría
apoyar la elucubración metafísica, para establecer acumulativamente un argumento
cosmológico.

2.1 Valoración​ ​débil: Los retos de la física.


Las indagaciones de la Astrofísica sobre el origen de la materia-energía y las partículas
básicas y fuerzas, han encontrado muchos obstáculos y han generado numerosas discusiones.
Hay por lo menos tres áreas en las que la física no ha sido capaz de mostrar claramente cómo
es que la materia podría soportar el universo. Ellas son: la ausencia de una teoría de campo
unificado, la determinación de la naturaleza última de la materia, y el surgimiento del
“momento Planck”. Detrás de todas éstas hay dos preocupaciones etiológicas: la aleatoriedad
del universo cuántico y el dispositivo de las “propiedades emergentes”. Por el momento,
todas estas aporías dejan a la materia careciendo de los poderes relevantes para soportar el
universo.
La teoría de campo unificado (TCU) cuestiona la capacidad de la materia para constituir los
cuerpos del universo tal como los conocemos. Mientras que las ecuaciones propias de la RG
son bastante efectivas en la descripción y predicción de los movimientos y reacciones de
estrellas, cuerpos vivientes, rocas, y similares en el macrocosmos; la mecánica cuántica MC,
particularmente el principio de incertidumbre de Heisenberg, se aplica de forma semejante a
las partículas y ondas energéticas subatómicas. Pero los físicos no han podido proveer una
teoría más general en la que las ecuaciones describieran tanto el comportamiento de las
partículas como el de las estrellas. Muy por el contrario, entre más conocen sobre el mundo
cuántico, más parece que este es extraño y ajeno a nuestro macrocosmos ordinario. Por el
momento, los físicos no pueden explicar apropiadamente cómo el fugaz microcosmos, podría
soportar las leyes del universo estable y milenario. El principal problema con la TCU es la
aplastante contradicción entre la imposibilidad de la “superposición” en el macrocosmos y la
superposición cuántica propia del microcosmos.
Pero la física ha tenido problemas aún más arduos identificando la naturaleza última de la
materia. Una vez que las partículas “sólidas” perdieron su papel principal en la física
cuántica, ha sido difícil concebir cómo otras entidades menos sustanciales podrían soportar su
propia existencia; y particularmente cuál de ellas fue la primera. Ciertamente, los astrofísicos
conciben que las partículas subatómicas empezaron a existir en algún momento posterior al
Big Bang. Tampoco el fermión “neutrino estéril” ni el bosón de Higgs (la famosa “partícula
de Dios”) podrían ser “el depósito eterno de materia” porque se supone que estas también
empezaron a existir. No hay partículas que cumplan con los requerimientos para ser
considerados los componentes fundamentales del universo. ¿Qué queda de la materia, una
vez que las partículas, y con ellas también las ondas, son descartadas como ​materia última?
No mucho más podría quedar. Quizá fuerzas desnudas y y espacio-tiempo desierto, ¿Pero
cómo podrían haber existido desde siempre, sin ​materia, partículas y ondas de energía? ¿Qué
es una fuerza “desnuda”, sin partículas ni ondas? La preocupación es: si de alguna forma la
materia es eterna, ella “debería ser” anterior a las partículas, lo cual tal vez podría ser
formulado matemáticamente, pero como observamos tanto en el macrocosmos como en el
microcosmos, las fuerzas y el espacio-tiempo solo existen alrededor de, y entre el, mundo de
las partículas y los cuerpo; sin ellos son inobservables, y aún inconcebibles ontológicamente.
Toda fuerza necesita de algo más para existir, es “fuerza de”, o “fuerza entre”. De modo que
la física propone como soporte del universo sensible una entidad imperceptible, indefinible,
indeterminable, de la que nada se sabe ni se supone, apenas que ​debe ser.
Un buen intento por resolver este problema es la enunciación del “​vacuum” como aquello que
preexiste. Sin embargo, en ese sentido, “el vacío” es solamente un sofisticado nombre para el
inconcebible misterio de tal presunta materia anterior a las partículas. El “vacuum” conocido
se encuentra en medio de ondas-partículas en campos determinados de espacio-tiempo; el
“vacuum” no es una fuerza desnuda, pese a su nombre. Craig y Sinclair lo especifican del
siguiente modo: “el ‘vacuum’ - esto es, espacio-tiempo desprovisto de materia normal- tiene
una densidad de energía, entonces esa densidad de energía debe actuar en una forma
matemática, y por consiguiente física (...)”[12], y añaden, “el vacío no es ​nada sino más bien
un mar de energía fluctuante dotada con una rica estructura, y sujeto de las leyes físicas”[13].
Así, como hasta las más básicas partículas-onda son generadas y como el mundo cuántico se
muestra tan evanescente, el “vacuum” ha sido propuesto como el remanente primitivo del
cual la materia y las fuerzas mismas se generaron. Pero lo que por éste se conoce es el
espacio de relación energética entre partículas y ondas, suponerlo existente sin partículas y
ondas que lo definan es poco menos que hablar de otra cosa. Por lo tanto, los candidatos para
ser la eterna “materia última”, no son satisfactorios. El remanente de materia que soporta las
transformaciones de la materia conocida es inaprehensible, y sin la materia conocida, se
evanesce. Es así que lo que sería la materia última primitiva, ciertamente carece de las
propiedades suficientes para generar y mantener la materia en su condición actual, pues
pareciera no tener propiedad alguna que pueda adscribírsele, pues todas las propiedades y
poderes últimos atribuibles a lo físico están referidos a partículas y ondas concretas que no
son ni eternas ni últimas, sino generadas y compuestas.
Ello conlleva a la tercera dificultad: El surgimiento de la “era Planck” [14]. Entre la
singularidad inicial y la era Planck, debería haber alguna clase de primer estado de cosas que
consista en la materia última, cualquiera que sea. Incluso asumiendo que de algún modo un
incierto “vacuum” pudiera existir por sí mismo previo a la era Planck, ¿cómo podría haber
dado lugar a la materia propiamente dicha? El asunto es: si el “vaccum” fuese realmente el
indeterminado remanente primitivo de la materia, previo y/o posterior al evento del Big
Bang, ¿cuál ley o reacción lo constriño para traer a escena y poner en marcha las primeras
formas de la materia propiamente dicha? Dado que la física se topa con un ser simple y
completamente indeterminado como la materia primitiva y última, ésta carece de cualquier
principio que explique su movimiento inicial, es decir, una razón suficientemente explicativa
para las formas de materia conocida probadas y supuestas. Ya que el primer estado de cosas
del universo es descrito como completamente indeterminado, este no podría producir el
segundo. A menos que se encuentre un poder, una propiedad o ley, última, fundamental,
eterna, autosuficiente, que no parece ser el caso, la regresión lleva al imposible de un tránsito
desde un estado inicial totalmente determinado, a un estado posterior en el que aparecen las
determinaciones y propiedades.
Los desafíos de la física son más difíciles que tan solo esperar por un buen descubrimiento o
pregunta por responder; estos son verdaderas aporías. Por lo tanto, no es sorprendente que
hayan algunas preocupaciones etiológicas y epistemológicas que hacen a la física
epistemológicamente débil para proveer una respuesta adecuada y suficiente: el asunto de la
aleatoriedad al nivel cuántico, y el dispositivo de las “propiedades emergentes”.
Como el prof. Moreland sugirió, en física el “enfoque etiológico de cómo todos los entes han
llegado a ser” es “constituido por un relato de eventos-causas descrito en términos de las
ciencias naturales”[15]. La causalidad de los “eventos” es mereológica, en consecuencia, las
partes, las propiedades y las relaciones deberían ser explicadas en términos mereológicos, en
explicaciones causales “de abajo hacia arriba”. ​En este tema, tal epistemología incluye a: “los
atomos [particulas o cualesquiera partes ‘sustanciales’] con los que iniciamos, las leyes que
usamos para combinarlos, y los complejos resultantes”[16]. La epistemología física,
esencialmente mereológica, fracasa rotundamente en alcanzar a las matemáticas que
describen la singularidad inicial y constituyente último del universo, donde no hay partes
pero de algún modo se inicia y soporta el universo.
Adicionalmente a la causalidad mereológica, las leyes de la naturaleza también determinan
causalidad sucesiva, de modo que es “determinista en dos sentidos: diacrónicamente, tal que
el estado del universo en cualquier tiempo ​t emparejado con las leyes de la naturaleza
determina o fija las posibilidades para el estado del universo en tiempos subsecuentes; y
sincrónicamente, tal que las características de y los cambios en relación con
macro-totalidades son dependientes de y determinados por micro-fenómenos”[17].
Diacrónicamente, determinabilidad conlleva predictibilidad así como la astronomía puede
predecir eclipses. Sin embargo, la MC trabaja con probabilidad. No obstante, esto sería
suficiente para dar lugar al momento Planck, si en el primer estado de cosas hubiese
probabilidades, pero parece que ni siquiera las hay, pues, a diferencia del “vacuum” real, no
hay “condiciones” que describan estados de cosas posibles, lo que supone que en el primer
estado de cosas las probabilidades eran todas o ninguna.
Finalmente, el fisicalismo tiene un dispositivo que es frecuentemente usado y discutido en la
filosofía de la mente: el concepto de propiedades emergentes. “Una propiedad emergente es
una clase nueva y completamente única de propiedad, diferente de aquellas que caracterizan
su base y fundamento”[18]. Es cuestionado cómo el cerebro podría causar propiedades
mentales al modo de “propiedades emergentes”. O’Connor, por ejemplo, dice que, “la
conección entre microbase y propiedades emergentes es contingente, entonces la única
explicación para la existencia y la constancia de la conección es una explicación teísta”[19].
Mutatis mutandis, una crítica análoga podría ser hecha sobre las explicaciones a materia
primitiva, a la conexión entre la aleatoriedad en MC con la predictibilidad en la mecánica
clásica, o a la conexión de las primeras propiedades de materia conocida con el trasfondo
sin-propiedades del hipotético “vacuum” inicial.
Para hacerse cargo de la deficiencia etiológica de una razón suficiente que explique la
causalidad entre un estado de cosas X y un estado de cosas Y entre cuyas propiedades no hay
connaturalidad ni leyes que describan dicha causalidad, es fácil abusar del azar, y proponer
las propiedades emergentes. Uno debería mantener en mente el principio de que la “necesidad
causal provee una forma de distinguir generalizaciones accidentales o coincidencias de las
verdaderas leyes causales o secuencias” [20], de lo contrario, probablemente existe una
falacia, un “salto al problema”. Por ejemplo, si consideramos el desafío del surgimiento del
momento Planck, del ímpetu inicial del universo: los efectos podrían surgir de algún
trasfondo probabilístico o predictivo, pero si no hay ni uno ni el otro, ¿cómo pudieron los
efectos emerger? ¿qué leyes rigieron? Parece como si la aparición de algo se sustentara sin
razón alguna.
Para resumir, la física revela una materia despojada: Entre más avanza el conocimiento sobre
las partículas básicas y las fuerzas, más los atributos adecuados de la materia-energía pura se
vuelven escurridizos, lo que hace realmente difícil sustentar una explicación fisicalista sobre
cómo la materia podría ser la única responsable del universo. Por ejemplo, el prestigioso
periodista científico James Gleick en su best-seller ​The Information: A History, a Theory, a
Flood (2011) afirma que la materia no es el fundamento del universo, sino que son los datos,
pero también establece que la información, los datos, tienen una base material y deben ser
portados por algo[21]. ¿Por qué cosa si no queda un remanente permanente de materia capaz
de portarlos?

2.2 Valoración fuerte: ontología de la materia.


Así las cosas, incluso si se alcanzara una exitosa teoría de campo unificado, la suficiencia del
universo estaría en peligro ya que la materia-energía pura no tiene los atributos suficientes.
Como Craig y Sinclair sugirieron “¿Pero cómo pudo el universo llegar a existir en acto si no
había la potencialidad de su existencia?”[22]. Algunas propuestas de ontología de la materia
han alcanzado la misma conclusión. Describiré brevemente dos: la de Robinson y la de
Aristóteles.
La ya clásica crítica de Robinson al materialismo, ​Matter and sense [23] se centra en las
propiedades de la materia. Empieza su último capítulo, sobre ontología de la materia,
considerando la solidez, después va a través de algunas cualidades secundarias, tales como el
color, llega hasta la “potencialidad y vacuidad”, y termina proponiendo “un residuo sin
nombre”. Robinson sostiene que “Hoy en día estamos ante la presencia de una ontología que
es confesamente desprovista de cualidades, conteniendo solamente fuerzas, campos, y
energías cuantitativamente discernibles, todas las cuales son entidades existentes sólo como
formas de disposición, poder e influencia”[24], y dice que una etiolada e insustancial
ontología ha conducido a muchos a adoptar el idealismo y negar la materia. Ahora, algunas
décadas después Robinson, las fuerzas, los campos y las energías más primitivas se han
convertido en algo casi completamente indiscernible aún cuantitativamente.
Hace muchos siglos, Aristóteles también discernió la materia como una realidad “etiolada”.
Como P. Lawrence Dewan explica [25], la ontología de la materia de Aristóteles va a la vera
de su ontología del movimiento. Él usa el principio fenomenológico “en todo cambio hay
algo que cambia y algo que permanece”[26], en el más drástico cambio en la naturaleza, es
decir, la generación y corrupción. De acuerdo con su teoría, lo que cambia en la generación y
la corrupción es la sustancia, esto es, el mismo ser particular propiamente dicho, y lo que
permanece es la materia. Algunos tipos particulares de seres, por ejemplo, las monedas,
podrían tener alguna materia particular como el metal, e incluso más específicamente, la
plata. En esta misma lógica, la totalidad de seres que llegan existir y que se corrompen,
comparten una materia común. Esta materia no puede ser identificada ni con la materia previa
que es corrompida ni con la materia posterior que es generada, ni tampoco puede ser
identificada con cualquier ser que por su vez llegue a existir o se corrompa. Si esta tuviera tal
identidad, por ejemplo, el agua, sería una ​petitio principii ya que el agua es corruptible y
requiere algo que soporte su corruptibilidad.
Solamente algo incorruptible e ingenerable podría ser la materia común, si esto fuera lo que
en última instancia permitiera toda generación y corrupción. Sin embargo, siguiendo a
Aristóteles, no hay nada familiar que se le asemeje. Esto significa, como el profesor holandés
John wippel sostiene, “este tipo más fundamental de materia -la materia prima- no puede ser
reconocida o definida simplemente por sí misma sino sólo por medio de una especie de
analogía con lo que es frecuentemente llamado materia segunda (...) la materia prima es
materia en el sentido de que carece de cualificación alguna”[27]. No es un ente material, pero
ciertamente la materia no puede ser un ser inmaterial; esta es la misma paradoja a que llega
Robinson[28]. De aquí se sigue que la materia no es un ser propiamente dicho ni aún una
capacidad propiamente dicha[29]. Como el pensador medieval ​Gil de Roma ​sostenía, fijar
cualquier poder a la materia es incurrir en una contradicción flagrante[30]. ​La materia es
solamente un principio. De acuerdo con el hilemorfismo, la pura materia prima es pura
potencia pasiva[31].
No han sido pocos los autores que han abordado el campo de la adecuación de la física
cuántica y la concepción Aristotélica de la materia, tales como Jacques Maritain (todavía no
era muy en propiedad fìsica cuántica), James Arraj, Joseph Bobik, Paulo Faintanin and
Jeffrey Brower.
En consecuencia, si la materia última no tiene propiedades en absoluto, evidentemente carece
de los poderes relevantes para soportar la existencia de los entes del universo. Si este es el
caso, entonces el universo parece insuficiente, y la materia o bien empezó a existir o bien no,
pero en cualquier caso, requiere de una fuente de causalidad formal fuera de sí misma, por lo
que debería haber entonces una fuente causal trascendente, fuera del universo, un Dios.
Siguiendo a Aristóteles, la materia está estrictamente en “función de efecto”[32]; y si así es,
debe haber una causa trascendente.

3. Algunas objeciones
La opción A- (la “materia” explica el Universo) implica que el constituyente del universo
debería estar ​en el universo, en cuyo caso la física debería de algún modo ser capaz de
abordarla, identificarla y entenderla. De acuerdo con B- (Dios explica el Universo), la causa
es externa al universo, de modo que la metafísica podría especular sobre qué tipo de ser
podría ser este.
El Prof. Alexander Pruss considera que un “típico argumento cosmológico enfrenta cuatro
problemas diferentes”[33]: primero, la objeción “Glendower” “a pesar de que algunas
características (...) piden una explicación, puede ser puesto en duda si la explicación
existe”[34]; segundo, el problema de regresión al infinito; tercero, el reclamo de
Schopenhauer de ​petitio principii; cuarto, el problema de la laguna de la identificación de la
causa trascendente: ¿cómo sabemos que la primera causa es Dios? Permítasenos examinar
someramente estos cuatro problemas a continuación.
Antes de abordar las objeciones enunciadas por Pruss, haría falta analizar la posibilidad de la
nada como una alternativa a la disyunción básica entre Dios y la materia que sostiene todo el
razonamiento. Remito de vuelta a Pruss, a la vigorosa defensa que hace del principio ​ex
nihilo nihil fit[35] contra alguien como Quentin Smith quien dice que “los filósofos con
demasiada frecuencia están negativamente influenciados por el pavor de Heidegger por la
‘nada’; la creencia más razonable es que nosotros venimos “de la nada, por la nada y para la
nada”[36] contraviniendo éste la más universal intuición común que ha sido comprobada por
toda evidencia.
El razonamiento contra la objeción “Glendower” es muy similar. Mientras que en la hipótesis
general podría ser aceptado que algunas caracteristicas carecen de las explicaciones
necesarias, esto no autoriza aceptar que el surgimiento del universo podría carecer en sí
mismo de explicación suficiente, lo que significa renunciar al principio causal y aceptar la
resignación-fideísta en la nada de Quentin Smith.
Algunos pueden considerar que la regresión al infinito es otra alternativa a la básica
disyunción entre Dios y la materia. El mismo Quentin Smith lo considera. Esto podría evadir
el problema del origen de la materia, pero el problema del actual argumento no es el origen
de la materia, sino la capacidad de la materia para causar el universo de seres propiamente
dichos. Si pueden haber universos sucesivos o multiversos actuales, que den lugar a nuestra
materia circundante, eso es otro asunto. El punto inicial del argumento actual es “entre” el
Big Bang y el momento Planck, y entre la materia básica de este universo y los primeros
seres compuestos del mismo; antes o más allá de esto no concierne aquí, y posiblemente no
haría más que desplazar el problema.
El reclamo de Schopenhauer tal vez es más arduo para un PRS fuerte como el que procura
Leibniz. Para este caso ha de decirse que, de algún modo, como ya quedó dicho, si la causa
del universo está en el universo, nosotros deberíamos ser capaces de identificarla con
nuestros métodos de indagación. En cambio, si la causa es externa al universo, todo lo que
podríamos esperar saber muy bien es que ella está fuera del universo, más allá de eso,
podemos o no adquirir algún conocimiento, luego hay por qué aplicar a Dios las exigencias
lógicas de la epistemología mereológica con que el fisicalismo explica el Universo.
Finalmente, ¿cómo podría saberse que la causa formal externa al universo, que se suma a la
materia es o viene de Dios? Bien, en la filosofía occidental Dios significa, más o menos “una
persona sin cuerpo (es decir, un espíritu) que es eterno, libre, capaz de hacer cualquier cosa,
que lo sabe todo, que es perfectamente bueno, que es objeto de adoración y obediencia
humana, y el creador y soporte del universo”[37]. Cualquiera sea considerado, cada atributo
es suficiente para ser Dios, porque son exclusivos de Él. Tanto más, “el creador y soporte del
universo”, pues es probablemente el primer factor en la comprensión humana de Dios. De
este modo, la única causa externa formal de que tenemos idea es Dios, Dios es por definición
la causa trascendente del universo, esto es, el creador, y un razonamiento sintético posterior
podría mostrar que el mismo que es el creador, es quien es omnipotente, y así
sucesivamente[38].
Conclusiones
De ese modo, a pesar de que sus fundamentos epistemológicos son distintos, tanto la física
como la metafísica intentan dar respuesta a la composición básica y al inicio de la historia del
universo, y recaen en la materia como la primera explicación obvia. Frente a la hipótesis
religiosa de Dios, entre más exitosa sea la explicación material, más podría el universo ser
considerado autosuficiente. Por el contrario, entre menos exitosa sea esta explicación, mayor
es la probabilidad racional de la agencia de Dios como la explicación complementaria y
principal de la existencia del Universo.
Si la materia inicial tuvo los poderes para originar los seres subsiguientes, Dios no es
racionalmente necesario; pero si estos poderes hacen falta, Dios como causa formal
extrínseca al Universo, es necesaria. Para el fisicalismo la racionalidad mereológica se
conjugaba muy bien con una concepción atomista de la materia permitiendo una concepción
autosuficiente del universo. El conocimiento actual de la materia-energía sugiere que su
forma más básica es casi una realidad sin atributos, casi solo una suposición ideal, como lo
reconocen todos los que se han ocupado de estudiar las implicaciones ontológicas de los
conocimientos actuales de la física con relación a la materia; por lo cual, se puede concluir
que la materia pura y última no tiene los poderes suficientes para sustentar el universo. De
ese modo, puede ser o bien que la materia no existe (lo cual es contra-evidente), o bien que
exista algo más fuera del universo que le ha dado origen o al menos configurado. Tal
comprensión de la física coincide significativamente con las tesis ontológicas de los
metafísicos de la materia, coincidencia que provee de buenos fundamentos para proponer un
argumento acumulativo sobre la probabilidad y razonabilidad de la existencia de Dios como
causa formal del universo. Ciertamente, este tipo de ​argumento demiúrgico es solo un
enfoque, y se requiere de posteriores y más detallados estudios que profundicen en la
evaluación que la física y la metafísica hacen sobre la naturaleza de la materia.

[1]​ William Lane Craig & James D. Sinclair, p. 125. In The Blackwell Companion to Natural
Theology, Edited by William Lane Craig & J. P. Moreland.
[2]​ “This has the astonishing implication [of GR] that as one reverses the expansion [of the
universe] and extrapolates back in time, the universe becomes progressively denser until
one arrives at a state of infinite density at some point in the finite past. This state represents
a singularity at which space-time curvature, along with temperature, pressure, and density,
becomes infinite. To be more correct, the volume of the universe approaches zero in the limit
as the scale factor of the universe approaches zero” Craig & Sinclair, p. 129.
[3]​ Hawking & Mlodinow, ​The Grand Design, Bantam Books, 2010.
[4]​ Craig & Sinclair, p. 159
[5]​ ​Ahmed Farag Ali & Saurya Das. ​"Cosmology from quantum potential." Physics Letters B.
Volume 741, 4 February 2015, Pages 276–279. DOI: 1 ​ 0.1016/j.physletb.2014.12.057​.
[6] ​J. L. Mackie, ​The miracle of theism. p. 91
[7]​ Swinburne, R. ​The existence of God, p. 150
[8]​ J. L. Mackie, ​The miracle of theism. p. 85
[9]​ Gott & Li 1998 p. 023501-1, in Craig & Sinclair, p.150
[10]​ Swinburne, R. ​The existence of God, p. 137: “there would be a complex physical
universe and no God, if there had always been matter rearranging itself in various
combinations”. And p. 147: The universe as a stopping point, or God as a stopping point.
[11]​ J. L. Mackie, ​The miracle of theism. p. 91: “a permanent stock of matter” is a more
admissible stopping point of reasoning on causes of the universe than “something whose
essence did not involve existence”.
[12]​ Craig & Sinclair p. 125
[13]​ Craig & Sinclair p. 183
[14]​ The beginning of the Planck era: the state which lasts until 10​-43​ seconds after the
singularity.
[15]​ J. P. Moreland, p. 284. In The Blackwell Companion to Natural Theology, Edited by
William Lane Craig & J. P. Moreland.
[16]​ Moreland, p. 285
[17]​ Moreland, p. 286
[18]​ Moreland, p. 288
[19]​ O’Connor, ​Persons and causes, 2000.
[20]​ Moreland, p. 293
[21]​ https://www.wired.com/2011/02/mf_gleick_qa/
[22]​ Craig and Sinclair p. 189 n. al p. 97
[23]​ ROBINSON, Howard. Matter and sense, a critique of contemporany materialism. New
York: Cambridge University Press, 1982
[24]​ ROBINSON, Howard. 1982, p. 113
[25]​ DEWAN, Lawrence. Lecciones de metafísica I. Trad. Irizar, Liliana. Bogotá: Fondo de
publicaciones Universidad Sergio Arboleda, 2009
[26]​ ARISTÓTELES. Física, L.I. Trad. G. Echandía. Madrid : Gredos, 1995.
[27] WIPPEL, Jhon. The metaphysical Thought of Thomas Aquinas. From Finite Being to
Uncreated Being. Washington D.C.: Catholic University of America, Press, 2000, p. 298.
[28]​ Robinson, H. p. 113.
[29] Aquinas comments the distinction between cause and principle, and sets that ​privatio
–lacks- could be principle but not causes. ​PN, (3): Principium quodam modo in plus habet se
quam causa, et causa in plus quam elementum.
[30] “Dicere ergo materiam esse principium activum est dicere opposita”. ROMANI, Aegidi. In
Secundum Librum Sententiarum Quaestiones, q. 2, art. 1. Venecia, 1631.
[31]​ Ver S.Th.I, q. 77, a. 1, ad 2um; STh I, q. 115, a. 1, ad 2um.
[32] DEWAN, Lawrence, O.P. On Anthony Kenny’s Aquinas on Being. En: Nova et vetera. V.
3 N° 2 (2005) pp. 335-400, p. 340. Ver en el ​De veritate 27.1.ad 3 de santo Tomás.
Quaestiones disputatae de anima q. 6, líneas 229–40 (Opera omnia,t. XXIV, 1. Roma-Paris:
Commissio Leonina/Cerf, 1996, ed. B.-B. Bazan
[33]​ Alexander R. Pruss, p. 24. In The Blackwell Companion to Natural Theology, Edited by
William Lane Craig & J. P. Moreland.
[34]​ Pruss, p. 24
[35]​ Pruss, p. 63
[36]​ Smith 1993, p. 135
[37]​ Swinburne, p. 154
[38]​ Pruss, p. 90.

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