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Cuentos germinales

Por: Rodrigo Muñoz G.


Diego y Otto, el uno para el otro
Érase una vez dos grandes amigos, Diego y Otto, que siempre estaban
juntos en todo lo que hacían desde muy chicos. Un día, recién llegados a
la mayoría de edad y estudiando en la misma universidad, se sentaron en
un parque a recordar sus experiencias.
Bueno es decir que, a pesar de estar siempre juntos y ser buenos amigos,
Diego y Otto han sido las dos personas más diferentes del mundo. Diego
fue siempre un chico egoísta e individualista que solo se preocupaba por
sus gustos e intereses. Otto por el contrario, se caracterizaba por ser
condescendiente y generoso con los demás, en especial con su amigo
Diego. Si no fuera por esa personalidad de Otto, su amistad con Diego
quizás no habría sobrevivido a lo largo de estos últimos 15 años. Algo
más los mantenía juntos sin embargo, Diego siempre fue muy bueno para
las matemáticas y las ciencias y Otto para la historia, el lenguaje y las
ciencias sociales y se complementaban en los trabajos y en la preparación
de sus exámenes.
Volviendo a su conversación, lo primero que vino a cuento fue una
anécdota que Otto relató. Fue del día en que, estando muy niños y en ese
mismo parque, se encontraron sus mamás y ellos en sus triciclos. Diego
se enamoró entonces del triciclo de Otto y sin mediar palabra se lo
arrebató empujándolo de su asiento. Otto lo miró desconcertado y en
lugar de llorar o patalear, tomó el triciclo de Diego y ambos pasearon un
rato bajo la mirada de las mamás que se tranquilizaron con el gesto de
Otto. Al final Diego –recordó Otto–, viendo la destreza de su amigo en su
triciclo quiso recuperarlo pero esta vez, al menos, lo hizo con palabras y
no con empujones. Así, todo volvió a su curso normal.
- Cómo fui de torpe –dijo Diego al recordar el hecho.
- No hombre, no te trates así, más bien mira cómo hemos madurado
–dijo Otto.

El turno en los relatos era para Diego. Recordó que estando ambos en la
primaria, Otto tuvo un accidente en las escalas de su colegio cuando
ambos bajaban afanosamente con la cartelera que habían elaborado para
la clase de ciencias. La reacción de Diego en ese momento –cuenta él–
fue tomar la cartelera para que no se rompiera y seguir corriendo para no
llegar tarde a la presentación. Recordó también que solo después de la
clase se enteró de que Otto, aunque intentó correr detrás de él, se

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desmayó y tuvo que ser llevado a la enfermería por otros estudiantes. Allí
le diagnosticaron un esguince de tobillo que lo tuvo por fuera del colegio
por varios días.
- Bueno –aclaró Otto–, finalmente el profe de ciencias aceptó mi
excusa y no me reprobó en el trabajo.
- Sí, pero yo no supe entender qué era lo más importante en esa
situación –agregó Diego.
- Es que en ese momento todo era confusión y estábamos muy
afanados –repuso Otto disculpándolo.
- ¡Oye! ¿Y si nos comemos un helado? –remató Diego cambiando
bruscamente de tema.
- ¡Claro!, vamos –contestó Otto.

Camino a la caseta de los helados, Diego le hizo una pregunta a Otto que
lo tomó por sorpresa:
- Oye, ¿tú por qué siempre haces las cosas así, no sé, como tan…
generosamente, tan… pensando en todo y en todos? ¿Cómo lo
aprendiste?
- No sé, quizás fue en casa –contestó Otto– sobre todo de mi abuelo.
Él me contaba una historia que con seguridad me marcó. Era sobre
Mauss, un mago de Francia que decía haber encontrado el secreto
de la convivencia y de las buenas relaciones entre las personas.
- ¡No me digas! ¿Y es que en verdad hay un secreto para eso? –
replicó Diego incrédulo.
- Sí, y, a decir verdad, yo creo mucho en él. Al principio no lo entendía
bien pero con el tiempo y los buenos ejemplos del abuelo, lo
comprendí y me convenció.
- Bueno, entonces suéltalo, amigo, ¿de qué se trata? –dijo impaciente
Diego.
- Mi abuelo decía que el mago Mauss encontró una fórmula sencilla y
tajante: todo en las relaciones de los humanos está regido por la
tripleta “dar-recibir-devolver” –sentenció Otto, observando cómo la
cara de Diego se tornaba en desconcierto.
- ¿Hablas de regalos? ¿Hay que darle regalos a todo el mundo para
tenerlo contento? –replicó Diego con cara burlona.
- No, espera… –quiso continuar Otto.
- Bueno, no te niego que lo de recibir sí me gusta, pero… –dijo Diego
interrumpiéndolo.
- No, no se trata tanto de regalos, al menos no siempre de regalos
físicos –lo interrumpió de nuevo Otto sintiéndose un poco en
aprietos. Es…, es todo lo que cada uno hace por los demás. Mi
abuelo decía que dar es el acto humano y social por excelencia, que

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todo lo que nos llega en la vida como cuidados, alimentos, afecto,
objetos, etc., es porque otro nos lo da y ese otro puede ser la
madre, el padre, los hermanos, los familiares, los maestros, los
amigos, etc. Sin esos “regalitos” nadie podría crecer y progresar en
la vida –explicó Otto haciendo énfasis en su metáfora.
- Sí, ya veo, pero eso no es ningún secreto –dijo Diego con gesto algo
despectivo.
- El secreto está en la cadena, no en un solo eslabón –replicó Otto.
Resulta primero que quien da, espera que el otro reciba, si no sería
un desaire muy ofensivo y quizás doloroso para el donante. Y
segundo, quien recibe queda de alguna manera obligado a ser
agradecido y a mostrar con otro gesto, otro acto u otro regalo, su
satisfacción y su reciprocidad. Si no lo hace, generará frustración
en quien dio primero. Así se tejen los vínculos humanos, ¿sabías?
- Uf, ¡Cómo eres de complicado! ¿No? –exclamó Diego riéndose.
- Sí, y en realidad en el mundo las cosas son algo complicadas o más
bien complejas, como decía mi abuelo. El problema es que siempre
queremos simplificarlas. Por eso te decía que me tomó tiempo
entenderlo –remató Otto.
Siguieron caminando rumbo a sus casas algo distraídos con sus helados.
Otto seguía pensando en la conversación anterior y dudaba de que su
explicación sobre el secreto del mago Mauss hubiera sido suficiente. Sin
la presión del “cara a cara”, ensayó nuevas formas de llegarle a su
escéptico amigo. Le explicó, entonces, que cuando los humanos estamos
muy pequeños somos egoístas por naturaleza y que solo sabemos recibir,
pero que eso es normal mientras nos hacemos fuertes e inteligentes para
comprender mejor el mundo. Luego le dijo que de jóvenes debemos
aprender poco a poco a intercambiar y a ser más considerados y
cuidadosos con los demás y que, ya de mayores, es necesario saber
entablar relaciones mutuamente constructivas y gratificantes. Muchas de
las relaciones de amistad, de trabajo o de pareja –agregó–, se malogran
porque no aprendemos esto suficientemente bien.
- ¿Pero en qué momento en el paso de chicos a grandes cambiamos
el chip? ¿Qué nos hace mejorar? –preguntó Diego.
- Es por lo general muy gradual, pero pueden darse experiencias
amargas de rechazo o fracaso en una relación que nos hacen revisar
en forma radical radicalmente nuestras actitudes hacia los demás y
mejorar nuestro comportamiento –replicó Otto. Los conflictos y las
empatías que vamos teniendo con los demás y la orientación de
maestros y mayores nos dan indicaciones sobre cuáles son las
acciones correctas, indicaciones que tal vez no atendemos porque
las tomamos como “cantaleta”. Dar las gracias, contestar un saludo
o un cumplido, prestar atención a alguien que nos habla, no arrojar

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la envoltura de las golosinas o dejar tirados desechos y servilletas,
son enseñanzas que muchas veces pasamos por alto.
- ¡Jum!…, tú me has cantaleteado que da gusto con esas cosas, –
agregó Diego.
- Y eso para no hablar de las cosas más graves que vemos todos los
días en los noticieros: corrupción, calentamiento global y
contaminación, pobreza, ¡en fin! Todo es resultado del egoísmo
humano. Con esos comportamientos no solo no damos sino que,
además, quitamos –sentenció Otto.
- Bueno, ¿pero cómo se relaciona todo eso con “los otros”, con tu
“dar y recibir”? –interpeló Diego.
- Cuando almuerzas en la cafetería por ejemplo. ¿Quién crees que
recogerá tu bandeja y tus desechos si tú no lo haces? ¿quién crees
que vendrá después a esa mesa? Un “otro” ¿verdad? –respondió
Otto señalando al vacío.
- Bueno, hay gente a la que le pagan para eso, para recoger, ¿no? –
exclamó Diego mientras buscaba una cesta de basura para botar
los restos de su helado.
- Posiblemente, pero, ¿qué pasa si todo el mundo es descuidado? ¿Y
si eres tú quien llega a una mesa después de alguien desordenado?
Ese alguien seguramente habrá pensado: “que otros lo recojan” –
sentenció Otto.
- ¡En fin! –exclamó Diego algo acorralado.
- A la postre los afectados seremos todos. Todos viviremos en
barrios, ciudades o países sucios e incultos, en los que la apatía y
el desprecio por los demás serán la regla –remató Otto.
Otto quiso terminar su lección mostrándole durante el resto del trayecto
hacia sus casas, actitudes negligentes que tienen raíz en el egoísmo y la
incapacidad de dar y devolver. Un chico en bicicleta que los obliga a
bajarse de la acera, un autobús que se detiene sobre la cebra e impide el
paso a los peatones, un auto que bloquea a otro para que no ingrese a la
vía, una moto estacionada sobre el andén, alguien que corre para
adelantarse a otro en la fila del cajero automático, alguien más que habla
en voz demasiado alta por su celular, fueron unas pocas muestras de lo
que él llamó la enfermedad del “primero yo, segundo yo y tercero yo”.
- Bueno, ¡pero yo no lo hago así de mal tampoco! ¿No? –preguntó
Diego.
- No, nadie ha dicho eso. Todos, o casi todos, vamos mejorando poco
a poco, unos con mayor rapidez que otros, pero ahí vamos –dijo
Otto entre carcajadas. Cada vez tenemos que aprender más para
construir un país más civilizado.
- Tienes razón –asintió Diego.

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- Creo que la palabra clave es “conciencia” –agregó Otto mostrándose
serio. Solo realizamos un cambio verdadero y duradero cuando
tomamos conciencia de un error o de la necesidad de rectificar el
camino –agregó.
- Bien, chao amigo –dijo Diego extendiendo su puño.
- Chao y buena suerte en el examen de mañana, –replicó Otto
respondiendo al gesto.
- Gracias, igual para ti –remató Diego.

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