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Humberto Persano
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All content following this page was uploaded by Humberto Persano on 25 January 2020.
El cuerpo humano comparte con muchos otros seres vivientes similitudes, semejanzas e
inclusive secuencias de cadenas de genes idénticas; sin embargo, tiene una peculiaridad que
lo diferencia del cuerpo de otros seres. Esta peculiaridad está determinada por la capacidad
de representabilidad que poseemos los seres humanos acerca de nuestra propia imagen y
apariencia corporal.
Investigaciones recientes demostraron las características esenciales del genoma humano
y también el grado de parentesco que las secuencias de nuestro cuerpo genético tienen con
el cuerpo genético de los primates. A pesar de que tanto los seres humanos como los prima-
tes poseen en común un 96% del mapa genético, se presentan diferencias significativas entre
ambas especies y las diferencias no sólo se manifiestan en la expresión fenotípica. Aunque
las discrepancias sólo implican una pequeña cantidad porcentual del corpus genético, éstas
presentan una diferencia significativa en términos cualitativos. Humanos y primates com-
parten similitudes en torno a la fisiología corporal y también en la susceptibilidad para con-
traer determinadas enfermedades. Sin embargo, existen diferencias en torno al tipo de las
propias condiciones patogénicas. En los primates no son frecuentes los infartos miocárdi-
cos, los tumores de piel, la enfermedad de Alzeheimer, el desencadenamiento del síndrome
de inmunodepresión adquirida por la presencia del virus HIV, tampoco se producen acon-
tecimientos fisiológicos como la menopausia (Olson, M. V. Varki, A. 2003). Es probable que
muchas de estas expresiones patológicas, así como fenómenos inmunológicos o fisiológicos
obedezcan a esa pequeña diferencia en las secuencias genéticas de ambas especies. Entre las
similitudes y tal como hemos observado en el Capítulo 13, determinadas perturbaciones
desencadenadas por la separación afectiva tienen expresiones patológicas similares; tanto
en los infantes humanos como en los primates. La separación afectiva desencadena el fenó-
meno de depresión anaclítica en ambos infantes.
A pesar de la semejanza genética mayormente compartida, de las similitudes fisiológi-
cas y de algunas condiciones patológicas presentes en los seres humanos y en los primates;
muchas perturbaciones acontecidas en el cuerpo de los humanos no son siquiera imagina-
bles en seres casi idénticos desde el punto de vista genético. Entre estas perturbaciones se
encuentran los trastornos de personalidad, los trastornos en la conducta alimentaria, las
neurosis, las perversiones, las psicosis, así como las reacciones frente a situaciones de stress
entre otras. No podrían considerarse que estos trastornos sean ocasionados por la leve di-
ferencia genética de 4%, sino más bien a interacciones entre el ser humano y su entorno
ambiental y cultural. En el caso de los desórdenes de la conducta alimentaria, el impacto
acontece sobre el cuerpo real, pero se origina en otra dimensión del cuerpo como es el
1 Paul Schilder realizó aportes significativos en el campo de la anatomía patológica del sistema nervioso, la neu-
rofisiología y la fenomenología psiquiátrica. Él consideró a la imagen del cuerpo humano como una estructura
antropológica, lo cual implica una estructuración fisiológica y psicológica total, concibiéndola como una parte
constitutiva de la persona humana misma..
Las imágenes corporales no existen aisladas, puesto que anhelamos relacionar nuestras
propias imágenes corporales con las de los demás; especialmente cuando están atravesadas
por pulsiones sexuales. La distancia que guardamos de los demás comprende una dimen-
sión social y emocional. El problema de la proximidad comprende, también, lo que se desea
alcanzar con respecto al cuerpo de la persona interesada. La concepción de la distancia
social adquiere un verdadero significado, sólo, cuando se considera el modelo postural del
cuerpo en sus relaciones con el modelo postural de los cuerpos de los demás.
A su vez, la imagen corporal guarda una íntima relación con el fenómeno estético. La
belleza se halla primariamente vinculada con la beldad del cuerpo humano, y, en consecuen-
cia, está íntimamente ligada a la imagen corporal. En tanto y cuanto la imagen corporal es
el resultado de una compleja trama social; la belleza y la fealdad son, por cierto, fenómenos
construidos esencialmente a través de complejos entramados sociales. La imagen corporal y
su relación con el fenómeno de la belleza, resultan modificados mediante procesos incesantes.
La propia imagen corporal, así también como la de los demás, se construye y reconstruye en
forma permanente, coexistiendo una perpetua socialización de las imágenes corporales.
Dado que la construcción de la imagen corporal reviste un carácter dinámico, existe
la posibilidad de que ella sea destruida o puesta en peligro. Estos fenómenos pueden ser
desencadenados por el dolor, la enfermedad, la mutilación concreta y también por toda
insatisfacción o perturbación libidinal profunda y subyacente.
La dimensión imaginaria del cuerpo humano guarda una relación intrínseca con la ca-
pacidad de representabilidad y de la evocación en imágenes, a su vez, está influenciada por
factores emocionales; incluye una relación con el Ideal del Yo y con el Yo a través del juicio
de realidad que éste establece. Es por ello, que la imagen y apariencia corporal pueden estar
distorsionadas cuando la capacidad de verificar la realidad, o el sentido que ella tiene, se
encuentran alterados (Frosch, J. 1983). A su vez, la imagen y apariencia corporal son fuente
de gratificación o de displacer debido a la cercanía o a la lejanía que se tiene de las propias
aspiraciones del Ideal del Yo (Persano, H. 2005).
Por citar algunos ejemplos de la clínica, podríamos decir que en pacientes que padecen
de trastornos en la conducta alimentaria la preocupación por la imagen corporal resulta un
factor determinante para la adquisición de hábitos, conductas o comportamientos alterados
frente a la alimentación. Esta modalidad se transforma en intento patológico de modular
la imagen anhelada del cuerpo, que siempre resulta conflictiva con aquella percibida. Lo
mismo ocurre con pacientes que presentan los trastornos dismórficos corporales, en donde
las preocupaciones excesivas en torno a la apariencia del cuerpo generan problemáticas en
torno a su propia salud mental y salud en general.
En este sentido la dimensión imaginaria del cuerpo es de capital importancia para com-
prender en profundidad la particularidad que adquieren los psicodinamismos intervinien-
tes en la constitución de estos cuadros. A su vez y tal como fuese planteado recientemente,
la dimensión imaginaria del cuerpo depende en gran medida de nuestras propias experien-
cias con los demás. En sujetos que se sienten muy vulnerables, la dimensión imaginaria
del cuerpo está fuertemente influenciada por las opiniones de los otros, y también por las
representaciones sociales de cada época.
estas representaciones se entretejen con las representaciones visuales y auditivas del propio
infant en una dimensión tridimensional y que se hallan ligadas a secuencias temporales y a
representaciones de los distintos espacios que el cuerpo ocupa.
Las investigaciones psicoanalíticas sobre las relaciones entre la histeria, la sexualidad y
las conversiones forman parte de un gran capítulo de la historia de la ciencia contemporá-
nea, así como también de la propia historia del hombre y de la mujer. Estas investigaciones
están dedicadas al cuerpo en su dimensión simbólica. Puesto que, el afecto angustiante se
“convierte”, es decir se transfigura desde el ámbito psíquico al espacio simbólico del cuerpo,
en un esbozo de somatización. Un paciente descripto por Joyce McDougall decía en sus
sesiones analíticas: “tenía ganas de vomitar porque Yo mismo me sentía repugnante” (Mc-
Dougall, J. 1978, Pág. 369); en este sentido la sensación de vomitar expresa un contenido
simbólico acerca de cómo se siente ese sujeto, y en consecuencia su cuerpo simboliza algo
que representa lo que siente. Para ello, frecuentemente el cuerpo utiliza facilitaciones somá-
ticas que son las vías de elección para la expresión del conflicto.
En este sentido todo el cuerpo adquiere una dimensión simbólica y existen traspasa-
mientos desde lo somático a lo psíquico, así como también desde lo psíquico a lo somático.
El cuerpo puede simbolizar entonces ideas acerca de cómo alguien se siente, cómo se
percibe o cómo lo utiliza para relacionarse. En este sentido, el propio cuerpo es el creador y
articulador del sentido de sí. A la vez, funciona como un punto de articulación desde donde
parten la adscripción de significados; posibilitando entonces la delineación de la noción de
un sentido de sí mismo o de self (Liberman, D. et al. 1986).
niños realizado por Linder en 1879 (Abraham, K. 1916) la boca comienza por ser el centro
de interés del lactante, puesto que esta zona del cuerpo adquiere un interés particular y el
niño se dirige el dedo a la boca como si se tratara de un alimento; aunque no le sirve al
propósito de satisfacer el hambre el infant lo efectúa con una especial dedicación e interés,
alcanzando inclusive un grado de satisfacción que lo calma y le posibilita dormirse.
A medida que el niño alcanza la satisfacción del hambre adquiere, en forma simultánea,
el placer del contacto con la piel y el cuerpo de quien le provee el alimento. Este contacto
está plagado de sensaciones de naturaleza placentera, debido al interés de la madre en su
propio hijo. Las experiencias de contacto se acentúan durante las experiencias de amaman-
tamiento, especialmente si éste se produce mediante el contacto piel a piel. El placer descu-
bierto en la boca hace que el infante continúe jugando con aquello que le provocó un inten-
so placer, rememorando en su mundo interno esas experiencias placenteras. Sin embargo,
si la situación resultó negativa o fue vivenciada en forma invasora para el propio infant, éste
podrá atribuirle un significado cargado de frustración y/o dolor, lo cual se acompañará de
los correspondientes afectos caracterizados por cualidades de naturaleza negativa. Freud
(1905) pensaba que la fuente de la pulsión es un proceso excitatorio que acontece en el inte-
rior de un órgano y la meta de la pulsión es la cancelación del estímulo de dicho órgano. Las
zonas erógenas son fuentes somáticas específicas de estímulos pulsionales. En este sentido,
consideró que las zonas erógenas, no sólo son zonas privilegiadas para la experimentación
de sensibilidades, sino que también resultan zonas de intercambio de emociones. Siguiendo
las ideas de Ronald Fairbain (1946) la libido no sólo busca la satisfacción, a través de la des-
carga pulsional que alivie la tensión acuciante, sino que también es buscadora de objetos. Es
oportuno agregar que la búsqueda está dirigida hacia el objeto que provee esa satisfacción.
Por lo tanto, las zonas erógenas se transforman en fuentes inagotables de placer corpo-
ral para el resto de la vida y se enlazan definitivamente a la sexualidad humana; de allí que
cobran un significado especial para la constitución de la erogeneidad corporal. El pasaje
por distintas zonas sensibles recorre un camino por aquellos espacios donde el interés y el
cuidado han sido intensos. Tal como acontece primariamente con la boca, ocurre de igual
modo con la mucosa anal cuando el pequeño es acicalado y aseado por su madre. Posterior-
mente, el reconocimiento del placer en la zona genital dará lugar al descubrimiento de la
sexualidad infantil. Los niños descubren precozmente el placer que les provoca la excitación
genital y desarrollan actividades masturbatorias en zonas erógenas específicas y domeñadas
por lo que se ha dado en llamar pulsiones parciales, puesto que tienen como meta la descar-
ga pulsional en aquellos órganos específicos que están siendo reconocido por los pequeños
en el acceso a la incipiente dimensión erógena de sus propios cuerpos.
Sin embargo, toda la superficie y el interior del cuerpo resultan espacios que adquieren
una dimensión erógena. Especialmente debido a la significación que le otorgamos en la re-
lación de nuestro cuerpo con el cuerpo de otros cuando intimamos en vínculos.
Inclusive el cuerpo puede ser envuelto de un modo erógeno a través de los sonidos, del
lenguaje y de la mirada. En consecuencia, podemos asumir que el cuerpo erógeno, no sólo
es un cuerpo que puede ser sensibilizado por el contacto táctil sino también por las envoltu-
ras de naturaleza sonora y visual con la cual somos investidos. Didier Anzieu pareciera ser
el primer psicoanalista que utilizó el término envoltura en un sentido psíquico (Houzel, D.
cuerpo y también, a la vez, tener registros de nuestro cuerpo en relación al tiempo y al cuer-
po de los otros. Para David Liberman (1986) a medida que se integra la representación del
cuerpo se complejizan las representaciones, a través de la adquisición progresiva de la espa-
cialidad y de la temporalidad. “Estos logros se consolidan a partir de los cambios corporales,
los ritmos biológicos, la alternancia de diferentes estados y también a través de las presencias y
ausencias en las relaciones interpersonales” (Liberman, D. et al. 1986, Pág. 24).
Pero esta capacidad que nos distingue, a la vez en forma dialéctica o paradojal, puede
transformarse, en determinadas circunstancias, en un clivaje disociado entre lo somático y
lo psíquico.
Como fuera postulado inicialmente por Donald Winnicott (1949), en un trabajo que fue
leído en la Sociedad Psicológica Británica, ante todo, somos una unidad psicosomática en
una interacción total con el ambiente que nos permite una continuidad del ser. Sin embar-
go, esta unidad es de naturaleza precaria e inestable debido a las tensiones que soportamos
frente a las exigencias que recibimos por parte del ambiente y de la cultura en la cual nos
desarrollamos. Cuanta más adaptación se necesita para sobrevivir en un medio ambiente,
mayores posibilidades de disociación “pisco-somática” existen (Liberman, D. et al. 1986).
En consecuencia, en algunos sujetos que padecen enfermedades psicosomáticas, la disocia-
ción entre psique y soma sólo se revela durante el proceso de enfermar; donde la unidad
psicosomática se encuentra vulnerada (Winnicott, D. 1949). Sin embargo, esta disociación
ya precedía a la emergencia de la sintomatología psicosomática, pero ella era muda debido
a la sobreadaptación a la cual estaba sometido el sujeto.
Los autores que se han ocupado del estudio sistemático de pacientes, aquejados de pro-
cesos de enfermar psicosomáticos, han coincidido en postular que la emergencia de la pato-
logía psicosomática ya sea que se manifieste, en forma temprana durante la infancia o más
tarde durante la adolescencia o la adultez, obedece a una estructuración psíquica particular
que se configuró durante la niñez temprana. Esta configuración específica de un funcio-
namiento psíquico con porosidades en la capacidad de simbolización, se organizó de esa
manera debido a una adaptación forzosa y prematura a la realidad exterior que el pequeño
debió realizar en pos de una necesidad de supervivencia emocional.
Los estudios de David Liberman, a partir de la investigación sistemática de pacientes
psicosomáticos en procesos terapéuticos psicoanalíticos, lo llevaron a plantear una serie
de inferencias teóricas acerca del desarrollo mental arcaico de estos sujetos, en donde de
pequeños debieron renunciar a las percepciones provenientes de canales de información
sensorial de la profundidad del cuerpo tales como: kinestesia, cenestesia, sensibilidad tér-
mica, sensibilidad al dolor, al equilibrio y de los canales de receptores sensoriales proxi-
males como la sensibilidad táctil, el olfato y el gusto (D. et al. 1986) para adaptarse a una
realidad más lejana. Los receptores proximales son utilizados en forma privilegiada durante
el desarrollo psíquico temprano en interacciones de proximidad y la información que ellos
proporcionan debe ser ligada a representaciones verbales transmitidas por el agente mater-
nante; quien debe facilitar la ligadura de las experiencias sensoriales viscerales y corporales
a las representaciones verbales, junto con las correspondientes cualidades emocionales. Sin
embargo, los bebés con un predominio de funcionamiento en una dimensión escindida lla-
mada “psico-somática” (Winnicott, D. 1949), catectizan precozmente los canales de recep-
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