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Sócrates

Por Jaime Fdez-Blanco Inclán

Si hay un hombre que ejemplifica el significado de la filosofía, ese


es Sócrates. Elegido por el Oráculo de Delfos como el hombre más sabio
de Grecia, la fama del pensador ateniense no tiene parangón en el mundo
filosófico, siendo, probablemente, una de las figuras más veneradas y
respetadas de la cultura universal. Fue, haciendo una comparación
malsana, lo que Newton a las ciencias o Miguel Ángel a las artes: no el
primero, pero sí, tal vez, el más grande. Los logros de los que vinieron
después de él son muy dignos de mención, sin duda alguna, pero sin su
existencia es muy posible que la cadena del pensamiento se hubiera roto o,
quién sabe, nunca haber existido. El mundo de la filosofía no puede
entenderse sin la vida y la obra de este sabio griego.

Toda una vida dedicada al pensamiento

Sócrates nació y vivió en Atenas, en el siglo V a. C. (470-399),


época de mayor esplendor de la polis, en aquel momento centro
cultural e intelectual donde se definieron algunas de las ideas que son hoy
las piedras angulares de la cultura occidental. Allí abrió los ojos por primera
vez, dentro de una familia de clase media formada por su padre,
Sofronisco, cantero y escultor de profesión, y su madre, Fainarate,
comadrona. Ambos aportarían, a su manera, influencias para la vida futura
de su hijo.

Querofonte, buen amigo y seguidor de Sócrates, preguntó al Oráculo de


Delfos: ¿era Sócrates el hombre más sabio de la polis? La respuesta
amplió su certeza: era el hombre más sabio de toda Grecia

Recibió su primera educación de las manos del filósofo Arquelao,


quien le instruyó en cuestiones de física y moral. También recibió
nociones de literatura, música y gimnasia, que más tarde él mismo aderezó
con conocimientos de retórica y dialéctica de varios sofistas (nombre dado
en Grecia a quienes ejercían la enseñanza de la sabiduría profesionalmente,
es decir, cobrando).

Ya desde su juventud empezó a llamar la atención de quienes le


rodeaban por su gran inteligencia. Sócrates tenía un ingenio vivo y una
curiosidad insaciable, a lo que unía una fina ironía que, combinada con su
excepcional capacidad de análisis y razonamiento, le llevaba a tener largas
conversaciones y complejas discusiones con tertulianos y gentes de todo
tipo. Y es que el joven griego disfrutaba poniendo contra las cuerdas a sus
interlocutores con sus enrevesadas preguntas, germen de lo que vendría a
ser su futura metodología.

Antes de la filosofía

Pero no adelantemos acontecimientos. De entrada, Sócrates


comenzó a trabajar con su padre, pero dicho camino terminó
pronto, cuando tomó la decisión de participar como hoplita –
ciudadano soldado– en la Guerra del Peloponeso (el punto y final de
la hegemonía ateniense en Grecia y el ascenso de la violenta Esparta),
participando con gran valentía en las batallas de Potidea, Delio y Anfípolis.
En aquella época parece ser que nació su amistad con Alcibíades, estratega
ateniense a quien salvó la vida.

Antes de pasar a la historia de la filosofía, Sócrates sirvió como soldado


en distintas batallas de la Guerra del Peloponeso

A su regreso, Sócrates se casó con una joven de buena familia,


Xantipa (o Jantipa), que ha pasado a la historia como una mujer de
terrible carácter, si bien en los estudios más modernos hablan de una
mujer no solo irascible y dominante, sino también tierna, piadosa y
sacrificada con su familia, arrasada por las lágrimas por la pérdida de su
marido. Juntos tuvieron tres hijos (Lampédocles, Sofronisco y Menexeno),
ninguno de los cuales decidió seguir los filosóficos pasos de su progenitor.

Austero, humilde, siempre en busca de la sabiduría

En la Atenas de la época se decía que ningún esclavo quería que se


le tratara como Sócrates se trataba a sí mismo y es que nuestro
protagonista era escandalosamente austero y frugal: vestía siempre el
mismo manto raído, huía de cualquier placer como de la peste y se
abstenía de todo lujo. Sócrates tenía muy claras las virtudes que debía
tener un hombre de bien para no caer en la infelicidad y se esforzó
enormemente por desarrollarlas. Tanta fue su coherencia en este aspecto
que enseguida logró la fama en la ciudad.

Una de las mayores virtudes que poseía Sócrates era su humildad,


curiosamente el trampolín que habría de convertirlo en uno de los
griegos más famosos de todos los tiempos. No se trataba de falta
modestia, sino que dudaba realmente de sus conclusiones. Alarmado y
desconcertado por su ignorancia, buscaba continuamente a hombres sabios
de los que aprender, abordándolos allá donde estos estuvieran con la
esperanza de resolver aquellas cuestiones que le atormentaban. El
problema era, por un lado, las incisivas preguntas que hacía y, por otro, el
resultado que siempre encontraba: las contradicciones en que los «sabios»
terminaban cayendo. La sutileza de Sócrates, unida a su capacidad para
hilar conceptos y su persistencia a la hora de llegar al fondo de los asuntos,
terminaba exasperando a quienes le rodeaban hasta que tenían que
concluir que no eran tan sabios como ellos mismos se creían.

A la hora de interrogar, Sócrates usaba una técnica curiosa: se


hacía el tonto. Haciendo gala de esa apariencia ignorante, iba poco a poco
desgranando e indagando en las respuestas de sus interlocutores, una
técnica conocida como mayéutica y que era el resultado de la aplicación de
la denominada «ironía socrática». Una sucesión de preguntas interminable
con el fin de «dar a luz» la verdad detrás de las ideas aceptadas.

La mayéutica, el sistema creado por Sócrates, constaba de una sucesión


interminable de preguntas, de manera que el interpelado pudiera
descubrir por sí mismo nuevos conocimientos

Pronto la fama de Sócrates se había expandido por todo el mundo


griego. Aquel hombre que vestía como un mendigo y dudaba de todo hacía
gala de unos conocimientos, un autocontrol y una capacidad intelectual con
la que nadie podía, al parecer, competir. Él, en su humilde opinión, solo
sabía que no sabía nada, pero esa no era la impresión que dejaba en
quienes le rodeaban. Por esta razón Querofonte, buen amigo y seguidor de
Sócrates, decidió acudir al Oráculo de Delfos para obtener la respuesta para
la pregunta que le rondaba la cabeza: ¿era Sócrates el hombre más sabio
de la polis? La respuesta amplió su certeza: era el hombre más sabio de
toda Grecia.

Una de las características del sabio ateniense es que no basaba su


sabiduría en la acumulación de conocimientos o el dominio de
múltiples disciplinas. Lo que quería era revisar aquellas certezas ya
existentes, puliéndolas una y otra vez a través de un sistema inductivo,
construyendo cimientos sólidos sobre los que formar sus teorías. Y ello era
de suma importancia para él, pues el conocimiento –el verdadero
conocimiento– es la más grande virtud a la que puede aspirar el ser
humano, de la misma manera que la ignorancia es su mayor vicio. Sócrates
creía firmemente que la maldad no es otra cosa que el desconocimiento de
la verdad, por lo que la necesidad de alcanzarla es algo extremadamente
importante no ya para uno mismo, sino para la sociedad en general. Si
todos «supieran», el mundo podría convertirse en un lugar mejor para
vivir.

Maestro de maestros

Una de las razones por las que Sócrates ha pasado a la historia de


la filosofía es que fue uno de los mejores y más notables maestros
de la Antigüedad. Muchos de sus discípulos se convertirían por derecho
propio en pilares fundamentales del conocimiento, pero es probable que
nunca hubieran llegado a ser quienes fueron sin la influencia de Sócrates.
Entre los más brillantes estaban Platón, Antístenes, Aristipo, Jenofonte,
Euclides, Fedón y un largo etcétera. Algunos de estos fundaron sus propias
escuelas que, a su vez, contaron con estudiantes brillantes. Así, de Platón
aprendió Aristóteles; de los cínicos (Antístenes, Diógenes, etc.) tomaron
nota los estoicos y la filosofía de Epicuro muestra ciertas sinergias con la de
los cirenaicos (Aristipo). Es decir, la huella de Sócrates se pierde en el
universo filosófico y por ello no debería extrañarnos que se le haya tomado
como ejemplo de la vida superior del sabio.
El
debate de Sócrates y Aspasia, de Nicolas-André Monsiau (1800). Musée Pouchkkine
(Moscú). (Foto dominio público).
¿Cuál fue la pega? Que no podemos saber esto realmente, pues
Sócrates no dejó nada escrito. Él prefería el diálogo y la discusión como
medio de alcanzar la verdad, por lo que todo lo que sabemos de él se debe
a otros y a leyendas más o menos creíbles. Esa es la verdadera razón por
la que en ocasiones es difícil diferenciar entre el pensamiento de Sócrates y
alguno de los discípulos que de él hablan.

Muchos de sus discípulos se convertirían por derecho propio en pilares


fundamentales del conocimiento, pero es probable que nunca hubieran
llegado a ser quienes fueron sin la influencia de Sócrates

El primer pecado de la filosofía: la muerte de Sócrates


Diálogos, de Platón (Austral). En sus famosas obras, Platón colocó como protagonista a su
maestro, Sócrates.
Lamentablemente, si hay una cosa en la que el mundo no parece
haber cambiado desde los tiempos de Sócrates es el precio que uno
puede llegar a pagar por la fama. La de Sócrates, además de
admiración y respeto, también levantó envidias, suspicacias y miedos. El
hombre que dudaba de todo era muy capaz de lograr que los demás
también dudaran, y eso es algo que nunca ha gustado a los poderosos: la
masa que duda no cree, y a quien no cree es difícil controlarlo.

Sócrates fue acusado de ser una mala influencia para los jóvenes de
Atenas, pues se esgrimía que de sus enseñanzas se podían extraer
sentencias nocivas que ponían en duda la existencia de los dioses,
algo que se penaba con la muerte. Pese a que la sentencia era injusta y
que fácilmente podría haberse librado de la misma pidiendo perdón o
valiéndose de los favores de amigos importantes, Sócrates sorprendió a
todos al retar a sus jueces y aceptar su condena. ¿Por qué? Porque
consideraba que las leyes, nos gusten o no, deben ser cumplidas y que por
el bienestar del país todo ciudadano debía plegarse a ellas y a las
sentencias que de ellas se derivaban.

«El mejor hombre, podemos decir, de los que entonces conocimos. Y de


un modo muy destacado, el más inteligente y el más justo» (Fedón,
Platón)

El método usado fue el envenenamiento por cicuta, que provocaba


una muerte horrible: se iban paralizando progresivamente las
articulaciones y los músculos del cuerpo, hasta llegar a los órganos vitales,
momento en el cual la víctima moría. Una muerte que dejó profundamente
afectados a sus seguidores: «Ese fue el fin, Equecrates, que tuvo nuestro
amigo. El mejor hombre, podemos decir, de los que entonces conocimos y
de un modo muy destacado, el más inteligente y el más justo» (Fedón,
Platón).

Sócrates se erige como el pilar fundamental de la filosofía


occidental por una simple razón: fue el primero que dio a la filosofía
su función principal, la búsqueda interior del ser humano. Creyó
sinceramente que podíamos comprender objetivamente los conceptos de
justicia, amor y virtud, defendiendo la idea de que todo ser humano debía y
podía conocerse a sí mismo. Combatió la ignorancia como si de una plaga
se tratase, considerándola la causa de toda la maldad humana, y transmitió
esas ideas a todo el que quisiera escucharlas. Siglos después, ese es tal vez
su más grande legado: la creencia de que seremos justos cuando seamos
capaces de entender qué es el bien.

Declaración de Sócrates en su juicio


«Si, con relación a esto, me dijerais: ‘Te absolvemos, pero con esta
condición: que dejes esos diálogos examinatorios y ese filosofar; si eres
sorprendido practicando eso todavía, morirás’. Yo os respondería: ‘Os
estimo, atenienses, pero obedeceré a los dioses antes que a vosotros y
mientras tenga aliento y pueda, no cesaré de filosofar, de exhortaros y de
hacer demostraciones a todo aquel de vosotros con quien tope. Pues eso es
lo que ordenan los dioses’. Atenienses, tened presente que yo no puedo
obrar de otro modo, ni aunque se me impongan mil penas de muerte.
Absolvedme o no me absolváis».

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