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Reunión de Apertura...................................................................................... 2
1
SESION PREVIA
REUNIÓN DE APERTURA
Primero. Ante todo un método para aprender a orar. Pero no un método teórico
sino práctico, igual que en un Taller en que, trabajando, se aprende a trabajar,
aquí, orando, se aprende a orar. Por eso se llama Taller porque aquí hay un
aprendizaje, ensayo, práctica de la oración.
Paso a paso se aprende a entrar en una relación personal con el Señor, desde los
primeros pasos hasta la profundidad de la contemplación. De esta manera los
talleristas se transforman en amigos y discípulos del Señor.
Ahora bien, tanta maravilla no se nos dará como un regalo de Navidad. Hay que
pagar un precio; y el precio es el vivir en serio un Taller; es decir, asistencia
completa desde la primera hasta la última sesión; asistencia con puntualidad,
practicando la Sagrada Media Hora diaria.
4´58
Orar no es fácil
Rezar un Padre Nuestro es fácil. Rezar una Salve es fácil. Inclusive rezar un
Rosario es fácil. Pero eso no es orar; eso es rezar.
2´34
Necesidad de orar
Miles de personas me han dicho: tengo un buen marido, una bella familia, una
economía holgada, salud… lo tengo todo; pero a veces me parece que me falta
todo. A veces siento que soy como un pozo infinito que todas las criaturas del
mundo, todas las dichas de la tierra no lo podrán llenar. Y sospecho que solo un
Infinito acabará por llenarlo.
2´25
Contenidos de un Taller
Primero. Son quince Sesiones, Sesión por semana. Cada Sesión con duración
aproximada de dos horas.
Yo tengo una evidencia: Si ustedes realizan el esfuerzo de vivir paso a paso este
Taller que se les ofrece, al final, igual que millones de personas, van a exclamar
de esta manera: Valió la pena. Será la mejor recompensa. Y yo en este momento
les invito con las palabras del Señor: “entren en el banquete”.
6´37
PRIMERA SESION
EL DIOS DE LA TERNURA
Hay que suponer que cuando Jesús tenía cuatro, cinco años, María, como piadosa
madre israelita, habría infundido en el alma de su pequeño, al Dios Admirable de
los profetas y salmistas; el Absoluto, el Eterno, el Incomparable. Y hay que
suponer que en su infancia y adolescencia Jesús habría vivido, como verdadero
israelita que era, aquel trato de adoración y asombro espiritual, según la teología
del pueblo en cuyo seno Jesús nació y creció. Pero a partir de cierta edad, no
sabemos cuándo, el joven Jesús, en aquel crecer de las experiencias divinas de
que nos habla Lucas, habría comenzado a tratar a Dios de una manera
completamente diferente; de una manera que ningún profeta de Israel había
intuido ni vivido. El joven Jesús superó aquella etapa del suspenso y de la
adoración espiritual, entró resueltamente en un clima de confianza y comenzó a
tratar con Dios como si fuera el Padre más querido y amante de la tierra.
Comenzó a sentirse como una playa inundada por una pleamar de ternura; como
si diez mil brazos convergieran sobre Él para envolverlo, cobijarlo, abrazarlo,
amarlo; como si Dios fuera un océano infinito y el joven navegando a velamen
desplegado por esa inmensidad; como si el mundo y la vida fueran seguridad,
certeza, júbilo y libertad.
13´55
CONTINUACION (con música)
Un autor dice: era algo nuevo, algo único e inaudito el que Jesús se atreviera a
dar este paso hablando con Dios como un niño habla con su padre, con
simplicidad, intimidad, confianza, seguridad.
No cabe duda entonces, de que, Abbá, que Jesús utiliza para dirigirse a Dios,
revela la base real de su comunión con Dios.
Y aún hoy día, los entendidos en materia de idiomas, dicen que no tendríamos en
el lenguaje moderno una palabra que agotara los contenidos de esa bendita
palabra que salía de la boca de los niños pequeños, y salía también de la boca de
Jesús para dirigirse a Dios, Abbá; y que para traducirla exactamente tendríamos
que utilizar las palabras que usan hoy día los niños pequeños, como papacito,
papito, papi, o alguna cosa semejante.
Pues bien, si Jesús, que es el único que conoce a Dios, el único que viene de Dios
y el único que conoce por dentro a Dios, si Jesús trata de esa manera a Dios, de
ahora en adelante ya sabemos quién es Dios, ya sabemos cómo es Dios.
Jesús ya tiene treinta años, Y ahora sí, ahora sí que puede lanzarse sobre los
caminos, montañas y valles para gritar, aclamar y proclamar, una noticia de última
hora. Una noticia además espléndida de última hora, descubierta y vivida por Él
en los años de su juventud: que Aquel al que Israel llamó de mil formas y
maneras, le llamó el Magnífico, el Incomparable, el Formidable, el Excelso, el
Eterno, el Sin Nombre, sin dejar de ser todo eso, es ante todo y sobre todo mi
querido Papá.
Y el hecho de que tenga millones de hijos en el mundo, eso no impide que a mí
me mire y me mime como si yo fuese su único hijo que anduviera por este mundo.
Y si Él es Todopoderoso es también Todocariñoso. Y si con esas Manos sostiene
los universos, en esas Manos lleva escrito mi nombre como señal de predilección,
de hijo único. De noche queda velando mi sueño cariñosamente y de día me
acompaña a dondequiera que yo vaya.
Además y sobre todo, es un amor gratuito, que quiere decir, el hecho de que me
quiera no depende de que yo merezca o desmerezca, de que yo sea santo o
pecador; me ama porque me ama, porque Él es mi Papá y yo soy su hijo; porque
Él es así, esencialmente Amor, y no puede tratarme de otra manera sino por el
camino del Amor.
Me ama sin un por qué, sin un para qué; ni porque yo sea bueno ni para que sea
bueno. Me ama sin ningún interés, sin ninguna utilidad, sin ninguna finalidad, sin
ninguna condición: me ama gratuitamente, porque Él es así, esencialmente Amor.
No tiene razones para amarme. Y hay en los Evangelios un dato del que no nos
hemos dado cuenta suficientemente, y es que, los alejados de toda religión, los
expulsados y excomulgados de la sinagoga, los pecadores públicos, estos son los
que se llevan los mejores cuidados y preferencias del Padre. Esto nos extraña
porque hemos aplicado a Dios nuestros criterios que dicen así: si te portas bien te
premiaré, si te portas mal te castigaré. Mil veces hemos oído: ¿pecaste?, eres
enemigo de Dios, no mereces vivir, eres peor que un gusano, haz penitencia, a ver
si de esa manera calmas la ira de Dios. Nosotros no hemos creído en el Amor.
Hemos creído en el temor. Y todavía creemos que el temor es un arma más
eficaz para mantener a raya a los pecadores. Pero Dios, Dios es Amor. Jesús cree
que la manera de atraer a los pecadores no es con amenazas, sino con la
seducción irresistible del Amor.
Y se fue, entre ellos, los pecadores, para decirles que el Padre los esperaba en la
Casa, y no con un tribunal para juzgarlos y condenarlos, sino con fiestas y regalos
y un abrazo que nunca lo olvidarán. ¿Quién es Jesús de Nazaret?, preguntaban
los fariseos. Y ellos mismos se respondían: pues es un amigo de publicanos y
pecadores. Es aquel que se sienta a la mesa con pecadores y come con ellos. Y
Jesús les respondió: pues claro, naturalmente, así tiene que ser ¿Quién necesita
del médico, los sanos? No, los enfermos. Y acabó diciéndoles solemnemente: He
venido para las ovejas heridas de Israel. Y les dijo una cosa increíble: que los
últimos serán los primeros.
Es una manera gráfica, llamativa y estridente de decir que el Amor es gratuito;
que el Paraíso no se merece, se recibe. Y así el primero en entrar en el Paraíso
es un ladrón, es un asesino; para que se sepa que Dios ha apostado por los
pobres y por los pecadores. Y por encima de todo para que se sepa que Dios no
necesita razones para amar. Su Amor es gratuito. Y nosotros, cualquiera que sea
la historia de nuestra vida, somos amados incondicionalmente. Hago gracia de
quien hago gracia, tengo misericordia de quien tengo misericordia. El niño recién
nacido, ¿necesita hacer méritos para ser amado por su madre? La madre lo ama
sin un por qué, simplemente por ser hijo de sus entrañas. Ahora bien, donde hay
amor no hay temor. El mal del fracaso no es el fracaso sino el temor del fracaso.
El mal de la muerte no es la muerte, es el miedo de la muerte. El mal de la
enfermedad no es la enfermedad misma sino el miedo de la enfermedad.
13’38
SEGUNDA SESION
SI CONOCIERAN AL PADRE
Los amados aman, sólo los amados aman. Los amados aman siempre y no
pueden dejar de amar. ¿A quién se le ocurre pedir a la luz que ilumine? La luz es
aquella cosa que por su propia naturaleza se difunde e ilumina, todo lo que ilumina
se llama luz. A nadie se le ocurre pedir a una persona feliz que haga felices a los
demás. Los felices, automáticamente hacen felices a los demás. Los libres,
libertan. Los descontentos, meten descontento. Los que tienen conflicto, meten
conflictos. Los que tienen paz, irradian paz. Los que tienen dulzura, inundan todo
de dulzura. Son mecanismos automáticos de la condición humana. Esta lógica
reactiva la expresa Jesús con estas preciosas palabras: Así como el padre me
amó a mí, de la misma manera yo los he amado a ustedes. Ahora ustedes
ámense unos a otros.
Aquí está el misterio de Jesús: Jesús es Aquel que en los días de su juventud se
sintió embriagado por la infinita y cálida ternura del Padre; y como efecto de esa
experiencia supo qué significa ser libre y feliz. Después de eso, le fue imposible
permanecer en Nazaret. Necesitaba salir, y sin poder contenerse salió al mundo
para gritar a los cuatro vientos la feliz noticia del Amor eterno y gratuito del Padre,
que hace libres y felices a los hijos.
Y ahora Jesús, se dispone a revelar a los hombres aquella maravilla del Amor del
Padre que Él había experimentado. ¡Cómo debió ser aquello! Lo vemos con
dificultades para transmitir aquella enormidad que Él había vivido; y lo vemos
echando mano de parábolas, comparaciones, cuentitos, historietas; cualquier
medio que pudiera servir como vehículo de trasmisión de aquella novedad. Pero
¡qué va!, es imposible. Total, la experiencia había sido tan alta, tan ancha, tan
larga…y las palabras humanas son tan cortas. Mejor quedarse en silencio, o a lo
sumo, unos puntos suspensivos, como aquel que dice: si ustedes conocieran al
Padre.
Vieron alguna vez que un niño pida a su padre un pedazo de pan y que éste le dé
una piedra para que le rompa los dientes. Unos con otros hasta son capaces de
esas cosas, pero con sus hijos, ¡ah! con sus hijos son incansablemente cariño y
ternura. Vieron alguna vez que un niño pida a su padre un pedazo de pescado
para merendar, y que éste deposite en sus manos un escorpión para que le pique,
lo envenene y lo mate. Ustedes nunca hacen estas cosas con sus hijos. Si
ustedes en cuyo corazón no existe buena levadura, no son capaces de hacer
estas cosas por sus hijos, ya pensaron cómo será aquel Padre?.
¿Qué no hará por sus hijos? ¡Si ustedes lo conocieran! Yo lo conozco saben, lo
conozco muy bien, y por eso puedo garantizarles: pidan, insistan, llamen, toquen
las puertas, las puertas se abrirán, encontrarán lo que buscan, recibirán lo que
necesitan. Antes de abrir ustedes la boca para pedir algo, Él ya está inquieto de
lo que ustedes necesitan. Antes de salir ustedes al encuentro de Él, hace tiempo
que Él salió al encuentro de ustedes. ¡Oh si lo conocieran!
No sean como los paganos que llenos de angustia andan gritando todo el día por
ahí: ¿qué comeremos, cómo nos vestiremos, dónde dormiremos? Oigan, son
necesidades primarias, hay que comer, hay que vestirse, dormir. Para eso
naturalmente hay que trabajar. Trabajo sí, pero angustia no. Ocupación sí,
preocupación no. Trabajo con paz. Ocupación con alegría. Las espinas negras, las
inquietudes punzantes, las preocupaciones angustiosas, todo eso, sáquenselo de
la cabeza y arrójenlo en las manos del Padre. Él se inquietará por ustedes, pero
ustedes, pero ustedes trabajen alegremente porque sus espaldas están
aseguradas.
Miren esos pajaritos, que despreocupadamente vuelan por los aires. Esos
pajaritos no son como nosotros que para comer un pedazo de pan, hemos tenido
que sembrar, segar, trillar ¡cuántas operaciones! Esos pajaritos ni siembran, ni
siegan, ni trillan y sin embargo ninguno de ellos muere de hambre, ¿Quién los
alimenta? Él Padre mismo los alimenta todos los días. ¿Cuánto creen ustedes que
vale uno de esos pajaritos ahí en el mercado? Nunca más de dos centavos. Ahora,
si el Padre se preocupa de alimentar diariamente los pájaros que vuelan
alegremente por los aires, ya pensaron que no hará con ustedes mujeres y
hombres de poca fe. ¿No valen ustedes más que un gorrión?
Y esas margaritas del campo en la primavera, qué bonitas son. ¿Saben cómo se
llamó el rey de las elegancias? Se llamó Salomón. Puedo garantizarles que ni
Salomón en el esplendor de su gloria pudo vestirse tan primorosamente como una
de estas ingenuas margaritas. Y ellas no son como nosotros que para vestirnos
necesitamos de fábricas, talleres, hilar, trabajar. Ellas ni tejen, ni hilan, ni trabajan.
¿Quién las viste, pues, tan primorosamente? EL Padre mismo las viste todas las
mañanas tan bonitamente. Ahora, si el Padre se preocupa de vestir unas
margaritas, que a la mañana brillan y a la tarde mueren, ya pensaron qué no hará
con ustedes mujeres y hombres de poca fe. ¿No valen ustedes más que una
margarita del campo en la primavera? ¿Acaso no son hijos inmortales de un papá
inmortal? ¡Oh, sí lo conocieran!
Saben, había una vez un muchacho tan loco como petulante, que se aproximó a
su papá que era un noble señor, entrado ya en edad, diciéndole: Papá, luchando
como un héroe levantaste estos castillos, multiplicaste esas haciendas y
prácticamente eres un rey en todos estos territorios; pero tan infeliz, papá mío,
que ni un solo día de tu vida disfrutaste como le corresponde al hombre disfrutar,
ahora, ¡eh!, no esperes nada para después de la muerte que ahí no hay nada.
Dame, pues, la parte de la herencia que me corresponde que quiero vivir los
mejores años de mi vida donde nadie me conozca; ahora que soy joven.
Aquel noble señor se le quedo mirando y le dijo: hijo mío, un instante, cierra la
boca y mírame atentamente a la cara. Ya soy un hombre entrado en edad, no me
restan muchos años de vida. Si me permites, voy a arrodillarme ahora mismo
delante de ti para suplicarte una sola cosa: quédate conmigo hasta el día de mi
muerte. Aquel día cierra mis ojos, dale a este cuerpo sepultura sagrada y después
toma la parte de la herencia que te corresponde y haz lo que quieras y vive como
quieras, y si quieres, me levantare desde la sepultura para darte la autorización y
también la bendición. Pero mientras tanto, por favor, quédate conmigo, hijo mío. El
muchacho, ingrato y cruel, se fue a tierras lejanas y vivió disolutamente durante
largos años, y cuando experimentó en su propia carne que debajo de toda las
satisfacciones arde una tremenda insatisfacción; que las compensaciones de la vida
para nada son capaces de recompensar el gozo de sentirse en hogar cálido
presidido por un papá potente y cariñoso y cuando la pobreza y la nostalgia se
abatieron sobre él; ¿saben ustedes lo que hizo aquel muchacho? Aprendió de
memoria una serie de justificaciones y tranquilamente regreso a su casa. ¿Saben
por qué? Pues porque conocía bien a su padre. Por eso. Y no se equivocó.
Si se extravía una oveja, digamos una hija, entre los matorrales de la vida, ¿creen
ustedes que el Padre se va a quedar tranquilo en el confort, de su palacio
imperial? El padre se muere de nostalgia por su hija, perdida será, pero querida
también.
Y antes que una mujer pública es una hija querida y favorita de su corazón. Y se
muere de nostalgia por su hija y no se aguanta lejos de ella y salta al mundo
detrás de ella, y sube las cordilleras y desciende las hondonadas, recorre los
valles, se asoma a los precipicios, arriesga su vida… hasta que encuentra a su
hija perdida y querida y cuando la encuentra, la toma con infinita ternura en sus
brazos y vuelve a su casa cantando y silbando y diciendo que aquella hija le daba
más alegría que el mundo entero. No sé de qué otra manera decirles. Él es así. ¡Si
ustedes lo conocieran!
14´53
¿Se acuerdan de aquella viejecita que tenía diez monedas de oro? Perdió una de
ellas. Fue tanta su pena que se fue debajo de las camas y de las sillas y nada.
Agarró la escoba, barrió toda la casa y por fin la encontró. Y fue tanta su alegría
que se salió corriendo a la calle gritando: Amigas, vecinas, felicítenme. Aquí está
la moneda que se me había perdido. Vengan a mi casa, hagamos una fiestita, que
se me revienta el corazón de alegría. El padre es así mismo dice Jesús.
Miren ese sol. ¿Creen que ese sol inunda y fecunda tan solo los campos de los
buenitos y piadosos? Ese sol da vida y esplendor a los campos de los traidores,
mentirosos, sibaritas, vividores, blasfemos. El Padre es así mismo. Los hombres no
se cansan de disparar contra Él blasfemias y dardos envenenados y Él a cambio les
da un sol de oro para llenar de alegría el mundo y para dorar los trigales y frutales
de los campos de los ingratos. Ojo por ojo y diente por diente. Pecaste y me las
tiene que pagar. ¿De qué montaña salvaje sacaron a ese Dios vengativo, y cruel?
Hagan una prueba, dice Jesucristo, disparen contra el Padre blasfemias y flechas
envenenadas, y a cambio recibirán un sol de oro. Palabra de Jesucristo. En lugar de
castigar devuelve bien por mal. Él es así.
A todos ustedes los van a tomar presos y los van a llevar a los tribunales. En el
momento ese no se estrujen la cabeza diciendo: “¿Qué palabras diremos, que
argumentos sacaremos, cómo nos defenderemos? “No tenemos estudios
universitarios, no tenemos abogados, que será de nosotros”. En ese momento no
se preocupen menos que nunca, porque mi Padre colocará en sus bocas unas
palabras tan precisas, tan preciosas y tan magistrales, que confundirán a todos los
magistrados y gobernadores de este mundo. Es verdad que son ignorantes en las
ciencias humanas, pero son hijos de la sabiduría de mi Padre. Y ustedes, los
últimos, los eternamente pisoteados por la bota de los poderosos; los eternamente
olvidados y arrinconados, levanten la cabeza para escuchar lo que les vengo a
decir: ustedes serán los primeros en el Reino de mi Padre. Y alégrense porque
sus nombres están escritos con letras de oro en el libro de la vida. ¡Oh, si ustedes
conocieran al Padre! Así habló Jesucristo.
En los días de evangelización, al hablar del Padre con tanta inspiración, levantó
en el corazón del mundo una irresistible nostalgia, un anhelo profundo hacia el
Padre. Por eso los hermanos de las primitivas comunidades se sienten como
peregrinos, arrastrados por la nostalgia de la casa paterna, lejos del Señor, como
desterrados para siempre. Sueñan en la patria añorada, hasta que en el gran día
de la liberación aparezca en todo su esplendor, ese bendito Rostro del Padre.
¿Salvación?, vivir perpetuamente en la casa del Padre. ¿Condenación? Quedar
para siempre fuera de la casa del Padre. ¿Infierno? Ausencia del Padre, soledad,
vacío, nostalgia sempiterna. Estos conceptos tan elevados nunca hubieran
comprendido aquellos discípulos, si anteriormente Jesús no hubiera infundido en
sus corazones una inmensa nostalgia por el Padre.
¿El Cielo? No existe el cielo. El Cielo es el Padre, el Padre mismo es el Cielo, ¿la
vida eterna?, la vida eterna que te conozcan a Ti, conocer en el sentido posesivo y
experimental. ¿La patria? No existe patria alguna. La patria es el Padre mismo. ¿Y
la casa del Padre? Tampoco existe la casa del Padre. La casa del Padre es el
Padre mismo. Él es el hogar cálido y la patria entera. Todo el problema de la
salvación o de la condenación gira pues, en torno de la ausencia o presencia del
Padre. ¿Qué es la muerte? ¿Aniquilación, la nada? No. La muerte es entrar en el
gozo del Padre ¿y Jesucristo quién es? Jesucristo es aquel hijo enviado a este
mundo para revelarnos el rostro mil veces bendito de su Padre y nuestro Padre, y
para abrir pozos de nostalgia en nuestros corazones, que serán cubiertos en la
eternidad. Eternidad que no será otra cosa sino la posesión simultánea y total del
Amor interminable. Todas las expectativas de los corazones serán saciadas. El
mal supremo del hombre que es la soledad existencial de millones de huérfanos, de
millones de ancianos abandonados y de esposas traicionadas… todo será cubierto
y saciado; y el Amor, como una marea irremediable irá avanzando e inundando todo
hasta que al final todo será Amor.
PEREGRINOS DE LA FE
Dicen por ahí: ¿sabe qué?, que alguien pasó esta noche por aquí y le
preguntamos: ¿pero tú lo viste?, no; ¿te lo dijeron?, no; entonces cómo sabes que
alguien pasó esta noche por aquí? Miren aquí al suelo, aquí están las huellas,
¿no las ven? Es verdad, nadie lo ha visto, y todos sabemos que alguien pasó esta
noche por aquí. He aquí las dos fuerzas antitéticas que sostienen el acto de la fe
en pie: oscuridad y certeza. Nadie lo ha visto, oscuridad; todos sabemos, certeza;
creer en lo que no se ha visto. Saben que más, que aquel que pasó esta noche
por aquí además era un niño.
¿Lo viste tú? No, no lo vi. ¿Te lo dijeron? No. Cómo sabes entonces que era un
niño? Miren de nuevo aquí al suelo, miren estas huellas ¿las ven? Son las huellas
de los zapatos de un niño. Es verdad, nadie lo vio y todos sabemos que un niño
pasó esta noche por aquí. Completa oscuridad y completa certeza, certeza en la
oscuridad. Eso es la fe.
Y así vamos caminando hacia las grandes certezas por el camino de las
analogías, deducciones, aunque nadie lo haya visto a El cara a cara. Decimos: si
hay una sed, tiene que haber una fuente de agua. La sed sería incomprensible si
anteriormente no existiera la fuente de agua. Si arde dentro de nosotros la
nostalgia de Dios, del Eterno y del Infinito es señal de que antes de mi nostalgia
por Él, El existía. Solo un Infinito ha podido colocar en nuestra alma la sed del
infinito. Antes que mis ansias por Él, existía Él.
Pero ahora, ahora señores ya salió el sol, ¿para qué sirve el farol?, ¿la lámpara?
Si este sol nunca se pondrá. La fe ya no tiene sentido ni valor, caducará. La
esperanza era como un navío esbelto que nos trajo entre océanos, tempestades y
tormentas. Pero ahora, ahora señores ya hemos llegado al puerto, y un puerto
definitivo y sin retorno; nunca regresaremos al mar, hemos llegado a la patria final.
Si nunca vamos a regresar al mar, ¿para qué sirve el navío? La esperanza
caducará también, y al final sólo quedará el amor, la posesión, la eternidad, la
patria final. La vida eterna.
Nuestra fe había sido infantil; como si nos dijeran. oye, dicen que lo que tú crees
está en contra de la razón y del sentido común. Tranquilízate, te voy a demostrar
con este libro en la mano, cómo aquel que colocó las leyes las puede descolocar.
Y en un orden lógico entre los principios y las conclusiones, vamos a llegar a la
conclusión de que lo que tú crees no está en contra de la razón, sino que es
razonable; así que ya puedes creer tranquilamente. Ya pueden despedirse
señores, no hay tranquilizantes. En la retaguardia del creyente siempre quedará
flotando un algo que sin preguntar, pregunte: ¿y si no fuese así? Ya basta. Esta
sola pregunta transforma el acto de la fe en una apuesta, que quiere decir: hay
que creer sin ver las cartas; hay que correr todos los riesgos.
Y con esto queremos decir que las verdades de fe no son empíricamente
comprobables, con los medios de comprobación que tenemos para todas las
demás evidencias de nuestra mente. Una apuesta significa en cada caso, que hay
que renunciar a todas las seguridades de retaguardia. Si nosotros vamos a la
conquista de una isla, dejamos el navío en el puerto y nos encontramos con un
número inesperado y feroz de indígenas, y tenemos el peligro de ser aniquilados
todos juntos vamos corriendo al navío, y así salimos a altamar y nos salvamos.
Tenemos una seguridad de retaguardia.
Pero si al llegar al puerto, ahí mismo quemamos los navíos, ¿qué sucede?
Sucede que la conquista de la isla será una aventura. Lo ganamos todo o lo
perdemos todo. Una apuesta, porque hemos quemado las naves. Hay que
renunciar a las seguridades de retaguardia. Hay que quemar las naves.
Igual que en el caso de Abraham, hay que dejar de lado las reglas de sentido
común, dejar a un lado las explicaciones que a la hora de la verdad no explican,
demostraciones que a la hora de la verdad no demuestran; y atados de pies y
manos, de ojos cerrados y corazón abierto, dar el gran salto en el Absolutamente
Otro con un amén, con un hágase, como María, como Abraham. La única razón
es la sin razón, de que para El no existen imposibles.
Si Abraham cree que una mujer a los noventa años puede tener un hijo, nosotros
creemos en cosas mucho más ridículas y minúsculas. Que en una hostia
consagrada esté nuestro Señor Jesucristo en cuerpo y alma, y al mismo tiempo en
tantas partes del mundo, es mucho más disparate que el decir que una mujer va a
concebir a los noventa años. Pero ¿quién dice ese disparate? dice Jesucristo.
Entonces amigo, no me diga nada más, en primer lugar porque sus explicaciones
no me explican nada a la hora de la verdad.
En segundo lugar porque estas cosas ni se demuestran ni se defienden: como en
una apuesta, esto se toma o se deja. Y en tercer lugar porque ya aposté mi vida
entera por ese tal de Jesucristo. Y para mi hay una evidencia más radiante que la
luz del medio día, y es que el cielo y la tierra y las montañas y las galaxias se irán
al fondo del mar, pero las palabras de mi Señor Jesucristo no pasaran.
Aposté mi vida entera por Él, mantengo la apuesta y para mí todo está claro como
la luz de este medio día. Y aquí tengo una cosa importante que comunicarles, mis
hermanos: las dudas intelectuales de fe comienzan ahí donde comienza a
debilitarse la adhesión vital a Jesucristo, eso es todo.
Pero cuando Jesucristo no es el verdadero Señor del corazón, sino que ese
corazón está habitado por otros señores de la tierra, no interesa que Jesucristo
sea el Señor, porque ya no es el Señor de mi corazón, y viene la necesidad de
dudar, inventar razones contra la fe. Conclusión: la fe es cuestión de vida. Cuando
la vida va bien, la fe va bien, y a la inversa igual.
19´55
Es bueno que nuestra fe sea ilustrada con conocimientos teológicos. Pero nadie
podrá evitar que bajando las escaleras, peldaño tras peldaño, al final nos
encontremos con un precipicio en el cual es necesario saltar. Y el precipicio es
este: me dijiste que apostaste la vida por un alguien; y yo te digo: oye, ¿y si
pierdes la apuesta? Me dices que hiciste de tu vida un holocausto renunciado a las
cosas más soñadoras, y yo te digo: oye, se vive una sola vez y esta sola vez está
por demostrarse si acertaste o te equivocaste. Te lo jugaste todo por un Alguien y
está por demostrarse si ese alguien es quimera o es realidad. Todo queda al aire.
Que tu vida sea absurda o sublime, aventura o desventura, depende de que ese
alguien sea solidez, concretez. ¿A ver cómo me lo pruebas? Y tú me dices que lo
prueba la Palabra de Dios. Y yo te digo: ¿y si esa Palabra de Dios fuese una
falacia humana y nada más? Y tú me respondes: no es una falacia; en el tribunal
de Dios te convencerás de la realidad de la vida eterna, sólida como esa pared
que ven tus ojos. Y yo te respondo: oye, oye, ¿y si eso de la vida eterna fuese otra
falacia más, la última y la peor? que, este es el precipicio. Ahora nada valen las
explicaciones y los argumentos. Llegado este momento o se salta en el vacío o se
echa atrás. Llegado este momento no queda ningún agarradero sólido, ninguna
prueba empírica, ninguna explicación que explique verdaderamente, ninguna
evidencia que verdaderamente tranquilice. Este es el precipicio donde hay que
saltar o apostar, no una sino muchas veces. Y este es el gran momento de la fe. Y
este es el momento que transforma el acto de la fe en el máximo acto de amor. Que
solo es bonito creer en la luz cuando estamos de noche. Qué gracia tiene en este
momento de día, creer en la luz. Creo que detrás del silencio respiras Tú Dios mío.
Aunque todo me salga mal, aunque caigan infortunios sobre mi vida, yo creo mi
Señor. Aunque todo parezca fatalidad, aunque parezca que el mundo está
gobernado por el absurdo, la irracionalidad y la injusticia, yo creo en ti Señor.
Aunque veo a los hombres odiar, y a los niños llorar, y a los malos triunfar, y a los
buenos fracasar, yo creo en ti Señor. Aunque la tristeza reine en los corazones y
haya sido degollada la paloma de la paz, yo creo en ti Señor. Aunque las flores
vayan al basurero y las campanas doblen a muerto, a los asesinos, a los
asesinatos, y el suicidio parezca la única salida, y la crueldad y la deslealtad
parezcan las únicas reinas del mundo, yo creo en el Amor. Creo en Ti Señor y me
entrego a Ti
Por eso digo que hay mucha gratuidad y de consiguiente mucho mérito en el acto
de la fe. Por eso decimos que el acto de fe es el acto máximo de amor. Y de todo
esto se desprende que la fe adulta es ante todo una adhesión vital, comprometida
y comprometedora de una persona, al final se trata de asumir una persona que se
llama Jesucristo. Y al asumir esa persona se asume toda su Palabra. Y al asumir
su Palabra se asumen sus criterios de vida y juicios de valor que irán
transfigurando y cristificando al que se le entregó por el acto de la fe, en una
palabra. En la fe está contenido todo el misterio cristiano.
Sin embargo en la vivencia de la fe lo más difícil es el silencio. Dios es aquel que
siempre calla. Usted tuvo una tentación sucumbe. Dios calla. Usted tiene otra
tentación, lucha, vence, Dios queda igual, callado. Ni reprocha ni felicita. Usted
sale al jardín, hablan los pájaros, habla el viento, hablan las estrellas. Dios calla.
Usted va abandonando los compromisos con Dios hasta que llega un momento en
que vive como si Dios no existiera y Dios calla. Usted vive con una tenacidad
heroica sus compromisos de fe hasta el día de su muerte y Dios calla. La familia
entera desecha en un accidente de carretera, en una tarde de verano, y Dios calla.
Caen brutalmente sobre usted calumnias, medias verdades, altas traiciones y
usted queda aturdido, sin saber a dónde mirar, y en qué dirección caminar. Y Dios
calla. Es un silencio que va demoliendo todas las resistencias, y comienzan a
surgir voces, usted no sabe de dónde, si desde debajo del mar, desde debajo de
la tierra, desde debajo de la conciencia, o desde ninguna parte, que le dicen
aquella pregunta del salmo 42: “Oye, ¿dónde está tu Dios?”. No se trata del
sarcasmo de un volteriano. Se trata de aquella perplejidad que queda flotando en
la retaguardia de la conciencia que le dice y no le dice nada; le sugiere y no le
sugiere nada; aquella pregunta que ni siquiera es pregunta y que dice: ¿y si todo
esto no fuese así? Ya está usted metido en una crisis de fe. ¿Quién se libra de
esto? De estos momentos de confusión casi nadie se libra a lo largo de la vida. No
se libraron los profetas, Elías, Jeremías. ¿Qué le pasó a Jesús en el Calvario? Fue
una momentánea noche oscura del espíritu debido al silencio de Dios.
Nunca Jesús estuvo tan grande como en el último minuto. Nunca la fe escaló tan
alta montaña como en este momento. Aquello fue como si el Padre desde el fondo
de un precipicio profundísimo, poblado de densas tinieblas le hubiese gritado: ¡Hijo
mío, aquí estoy, y salta! Y el Hijo sin pensar dos veces, dio el salto mortal y cayó,
y naturalmente despertó en los brazos de su Padre. Fue un final de gloria.
El Padre no evitó que su Hijo cayera en las garras de la muerte, pero conmovido el
Padre por la fidelidad de este su Hijo; este su Hijo que cuando todo le decía que
no, Él dijo que sí. Cuando tenía todo los motivos para pensar que se había
equivocado, que había sido víctima de una alucinación o que el Padre
efectivamente lo había abandonado; a pesar de todo y contra todo, supo mantener
su apuesta hasta las últimas consecuencias. Conmovido, digo, el Padre por tanta
fidelidad heroica, entra en el reino de la muerte, lo rescata a la vida, le da la
resurrección y la inmortalidad, y determina que el universo entero debe doblar las
rodillas para gritar hasta el fin del mundo, que Jesucristo es el Señor. Por su
fidelidad.
Por eso nos dirá el Apocalipsis que Jesús es el Amén. Y Pablo escribiendo a los
Corintios les dirá que Jesús no es un sí y un no; sí cuando sopla la brisa, no
cuando sopla el viento. Es un sí incondicional, absoluto, universal. Y la carta a los
Hebreos dirá que Jesús sufriendo mucho aprendió a obedecer. Quiere decir: que
le costó mucho ser fiel.
15´47
CUARTA SESION
El Concilio dice que María avanzó en la peregrinación de la fe. María fue pues, ella
también, peregrina, caminante; que recorrió los caminos de la vida con las típicas
características de toda peregrinación: oscuridad, confusión, perplejidad, miedo,
fatiga, sorpresas y sobre todo muchos interrogantes. ¿Cómo se enteró Herodes
del nacimiento de este Niño? ¿Por qué intenta aniquilarlo? ¿Hasta cuándo
tendremos que estar en Egipto? Hasta que se te diga otra cosa. Y este Niño
perdido en el templo, ¿lo encontraremos alguna vez? Y este desastre del Calvario,
horror de horrores, Dios mío, ¿qué significa esto? No veo nada, ¿dónde está
Dios? Interrogantes, interrogantes. ¿Qué hará la Madre ante este terrible silencio?
¿Espantarse?, no. ¿Desesperarse?, no.
Ahora bien, el que busca, camina. Y la Madre fue caminante porque buscaba. Y
buscaba porque no sabía todo. Si la Madre hubiese estado en conocimiento de
cuanto nosotros sabemos, no habría necesitado buscar. Buscaba porque no se le
dieron hechas las cosas. Ella misma tuvo que guardar cuidadosamente los
acontecimientos, las palabras y las emergencias de la vida; y luego tenía que
meditarlas diligentemente en su mente, y en su corazón, ponderándolas, dándole
vueltas en su mente. Hizo pues el camino de la vida como nosotros: buscando los
designios de Dios entre confusas contrariedades de la vida. Ahora, el que busca,
camina, y la Madre por eso es que fue peregrina o caminante.
Señal evidente de que la Madre no sabía todo lo que nosotros sabemos acerca de
aquel hijo de sus entrañas. No se le dieron hechas las cosas. Ella tuvo que
guardar cuidadosamente en su corazón los hechos y las cosas, ponderarlas,
meditarlas; y así buscar los designios del Señor. Igualmente que todos nosotros,
porque el que busca, camina. Y por eso fue peregrina de la fe.
Ahí la tienen a la Madre. Perdida entre las multitudes, entre las caravanas que
entran y salen del Templo, mirando ansiosamente por aquí y por allí, recorriendo
todos los rincones, todos los atrios del Templo, preguntando a los sacerdotes, y
nada.
Luego se lanza a las calles repletas de gentes, recorre las plazas, camina dentro
de las murallas, fuera de las murallas, y nada. Vuelve al Templo, mira, pregunta
una y otra vez; recorre los mismos lugares, innumerables veces, preguntando
ansiosamente, y todo inútil. Pasaron tantas horas, pasó el día, y cayó la noche. Ya
se pueden imaginar qué noche cayó sobre el alma de aquella Madre. ¿Creen
ustedes que la Madre descansó suficientemente en aquella noche? ¿Quién de
ustedes podrá decirme el grado de angustia, incertidumbre que marcaba el
termómetro de la Madre? ¿Y Dios? Como de costumbre en silencio. ¿Y la Madre?
como de costumbre, abandonada a su condición normal: peregrina dolorosa; la
que busca y no encuentra. Metida en la encrucijada de una densa y terrible
oscuridad, como si las cosas sucedieran por azar, como si todo sucediera por la
fatalidad ciega de la historia, como si detrás de los hechos no hubiese una Mano
Providente, una mente Rectora... La noche oscura de la fe.
Igual que en nuestra vida. Todo marchaba normal, cuando de repente cae una
cadena de tribulaciones, traiciones de personas que nunca hubiésemos
imaginado, incomprensiones de los mismos familiares, accidentes de carretera en
que desaparece toda la familia, la muerte que nos arrebata al ser más querido de
la familia, catástrofes financieras, calumnias, medias verdades… He ahí la noche
oscura de la fe, envueltos en el silencio de Dios. ¿Quién se libra a lo largo de la
vida de estos terribles momentos?
Si el evangelio no nos lo dijera yo no podría creer nunca que pudiera haber en este
mundo una mujer, en las circunstancias descritas en que ella estaba, devorada
durante tres días y tres noches por la incertidumbre y la angustia; corporalmente
agotada, sin alimentarse ni descansar convenientemente, habiendo recibido aquella
respuesta que la dejó desconcertada, y en medio de todo eso, retirarse, y llena de
serenidad, silencio y dignidad, dar vueltas en su mente buscando el significado de
las palabras y de las actitudes.
15’11
La Madre no tenía “yo”; esa imagen aureolada y artificial. La Madre era una mujer
despojada, desapropiada, desnudada, vacía; esencialmente pobre y humilde. Ya
saben qué significa en la Biblia una pobre de Dios. Una pobre de Dios es aquella
mujer que no se siente con derechos. Y si la ofensa es la lesión de un derecho, a
una mujer que no se siente con derechos, ¿qué la pueden ofender? Aquella que
nada tiene y nada quiere tener, ¿qué la puede perturbar?
Por eso digo que no habrá en el mundo emergencias dolorosas, situaciones
imprevisibles que puedan herir, golpear, desconcertar, la estabilidad psíquica de
una pobre de Dios como María. En resumen, diré, que una pobre de Dios es una
mujer invencible. No habrá nada en el mundo, nada que pueda perturbar la
fortaleza de la Madre.
Esa criatura excepcional que aparece en los Evangelios con control absoluto de
sus nervios, señora de sí misma antes de ser Señora nuestra; indestructible ante
las adversidades; esa figura es hija de una espiritualidad: La espiritualidad de los
anawin, es decir los pobres y humildes de Dios, el pequeño resto de Israel.
Arcángel Gabriel, yo no soy sino una sierva del Señor. Que Él haga de mí lo que
quiera. Si de María no supiéramos otra cosa que estas palabras, sabríamos el
comportamiento general de la Madre, sus actitudes, reacciones y modales; de
alguna manera su vida entera. No son pues, esas palabras, cualesquiera palabras.
Por ellas la Madre se declara, se califica y se clasifica en el pueblo de los pobres y
humildes de Dios de la Biblia. Declara su identidad. Y con ellas la Madre repito se
identifica, declara pertenecer al pequeño resto de los pobres y humildes de Dios.
Arcángel Gabriel, no soy sino una sierva del Señor. Que Él haga de mí lo que
quiera. Así comprendemos aquella serenidad y elegancia de la Madre, aquel
mantenerse digna e indestructible frente a los vaivenes, a veces furiosos, entre los
que le tocó vivir.
Sensible y observador como era, Jesús cuando tenía cinco, siete, ocho, años,
debió quedar impresionado una y otra vez al observar a aquella mujer, su propia
Madre, dueña de sus nervios; enteramente estable ante las emergencias de la
vida; silenciosa, digna en todo momento. Para mí es indiscutible que Jesús mamó
esta espiritualidad, hecho cuerpo y vida en su propia Madre.
Las raíces de Jesucristo como Hijo del hombre, sus ancestros inconscientes,
están alimentados de aquella espiritualidad tan intensamente vivida por su Madre
y observada por su Hijo pequeño, desde pequeño, porque una espiritualidad no
solo es una actitud espiritual, sino un estilo personal que compromete toda la
conducta y toda la personalidad.
Dándose cuenta o sin darse cuenta, Jesús fotografió a su Madre en el sermón de
la montaña. ¿Por qué digo esto? Porque todas las características existenciales de
las Bienaventuranzas, coinciden asombrosamente con las modalidades y
conducta general con las que la Madre aparece revestida en todo momento.
Nosotros sabemos que aquí comenzaba todo. ¿Sabía esto la Madre? Y otra
pregunta: Y si María sabía todo esto ¿su mérito era mayor o menor? Si María
sabía que cada gota de sangre era sangre redentora, que si perdía al Hijo lo
recuperaría resucitado al tercer día, no era difícil aceptar todo aquello. ¿Por qué
lloraba aquel grupito de mujeres cerca de la cruz? Porque creían que aquí
acababa todo. Para todo el mundo, amigos y enemigos de Jesús, lo que estaba
sucediendo en el calvario era la última escena de una tragedia griega; aquí
acababa todo. ¿Sería tan evidente para María que allí comenzaba todo?
María no era un robot insensible; era una persona normal, sensible a lo que
sucede a su derredor. ¿Qué veía la Madre con sus ojos a su derredor en ese
momento? A todos los enemigos de Jesús, ahí los veía radiantes; felicitándose
porque habían aniquilado a su peor enemigo. Y los discípulos, ahí andaban
fugitivos, espantados, escondidos. Y el grupito de mujeres llorando
inconsolablemente. Y peor que todo eso, una sensación ambiental deprimente de
tragedia y horror por todas partes, eso es lo que se respiraba; tantos lindos
sueños, proyectos del Hijo, todo había acabado en una catástrofe. Y en medio de
aquel ambiente de horror, ahí está la Madre. No eran circunstancias para soñar en
grandezas.
Pues bien, fue en este contexto donde la Madre, realizó el acto más grande de fe
que jamás se ha hecho en la Historia de la Salvación; más alto inclusive que
Abraham en el Monte Moriá y consistió en lo siguiente.
La Madre cerró los ojos ante aquellas evidencias, trascendió todo. Clavó sus ojos
de fe en Aquel que está detrás de los acontecimientos y en cuyas manos están los
hilos de la historia. Depositó en esas manos un cheque en blanco, un voto de
confianza. En esas manos reclinó también su cabeza. Repitió una y otra vez la
palabra santa y mágica de los pobres de Dios, la palabra Hágase y quedó más
Grande y más Reina que nunca, según las palabras de Juan en el cuarto
Evangelio, cuando dice: “Junto a la Cruz de Jesús estaba de pie su Madre”.
Ni gritos, ni histerias, ni desmayos, ni contorsiones, nada. Mater dolorosa sí señor,
Mater lacrimosa con todos aquellos desmayos y llantos, no lo creo de ninguna
manera. Primero porque conocemos su personalidad emergente de su
espiritualidad. Y en seguida porque las palabras de Juan no dan pie para imaginar
esos teatros, desmayos e histerias. Junto a la cruz de Jesús estaba de pie su
Madre.
16’08
QUINTA SESION
En todo acto de abandono existe un no y un sí. Porque existe un no, por eso
hablamos de experiencia oblativa porque hay un morir a impulsos muy
destructivos del corazón. No a lo que yo quería o hubiese querido. ¿Qué hubiese
querido? Venganza señores contra ese tipo que me ofendió de aquella manera.
No a esa venganza. Resentimiento porque todo me está saliendo mal en la vida.
No a ese resentimiento. Vergüenza por ser yo tan poca cosa física e
intelectualmente. No a esa vergüenza. Lástima que hubiese sucedido aquello,
aquello ya sucedió, es un hecho consumado, no podemos volver atrás. No a esa
lástima. Y así, en el abanico general de la vida, vamos diciendo no, no, vamos
muriendo, muriendo a todo brote agresivo y negativo del corazón. Ya pueden
imaginar que el resultado será eminentemente positivo.
Si lo que nos disgusta tiene remedio, pongámosle remedio. Si no hay nada que
hacer ¿qué se consigue con resistir realidades que uno no puede cambiar?
Abandonar toda resistencia, reclinar la cabeza en las manos del Padre y
descansar. Descansar significa paz. Es locura resistir realidades que uno no
puede cambiar, porque se vive en sorda guerra consigo y con los demás.
Si los enemigos están dentro de nosotros, los amigos también están dentro de
nosotros; en la medida que abandonamos la resistencia y aceptamos con paz
aquellas cosas o hechos que hasta ahora nos disgustaban. Si acepto estas
manos, son mis amigas. Si acepto esta figura, esta figura es mi amiga. Y el
capítulo primero de la liberación consiste en hacerse amigo de sí mismo. Si
acepto este frío, es el hermano frío. Si acepto este viento es el hermano viento.
Si acepto la enfermedad es la hermana enfermedad. Si acepto la muerte es la
hermana muerte. En nuestras manos está la capacidad de transformar los
enemigos en amigos; los males en bienes. Todo consiste en no resistir las cosas,
como si fueran enemigas, sino en acogerlas como si fueran hermanas y amigas.
A este abandonar la resistencia contra las cosas que nos disgustan y hacernos
hermanos y amigos de ellas, llamamos reconciliación. Y en este momento la
angustia de transforma en paz.
Siempre tiene que haber una pregunta: esto que tanto nos disgusta o molesta,
esta injusticia, esta barbaridad, ¿podemos cambiar?, ¿podemos hacer algo para
alterar esta situación? Si hay algo que se pueda hacer, no es la hora de
abandonarse sino de luchar y combatir con todas las armas. Por ejemplo,
decimos: estamos ante una situación casi imposible. Pero, si cada uno de
nosotros pone el ciento por ciento y juntamos todos los esfuerzos, podríamos
alterar esta situación en un cinco por ciento, por ejemplo.
Pues bien, vamos a colocar el ciento por ciento de nuestros esfuerzos, sabiduría
de la vida, colaboración de los demás, para alterar el cinco por ciento. Mientras
las posibilidades están dadas, mientras los horizontes están abiertos, hay que
luchar al máximo para cambiar todo lo que se pueda cambiar.
La otra respuesta es: Amigo, no llore, no se queje, no hay nada que hacer, la
realidad fatalmente es así, es una situación límite, es una frontera absoluta, es un
hecho consumado. La existencia, no me la propusieron, me la impusieron. En la
vida ni entramos ni salimos. Nos empujan y nos sacan y no precisamente cuando
nosotros queremos. Yo no escogí a mis padres; no escogí esta figura física; estas
limitaciones intelectuales; tendencias morales, este temperamento. No escogí a
mi familia; la suerte de la vida; la hora de la muerte; el rumbo de mis actividades.
Todo lo que sucedió de este minuto para atrás son hechos consumados que no
serán alterados un milímetro por los siglos de los siglos.
La gente puede vivir irritada, avergonzada, resentida, porque aquello le salió mal;
porque no hubo suerte en aquello otro; por aquel accidente desgraciado; por
aquella lamentable equivocación. Hechos que no serán alterados jamás un
milímetro. Así pues, si no hay nada que hacer, ¿qué conseguimos con hacer
preguntas que nunca recibirán respuestas? ¿Qué se consigue con resistir
mentalmente realidades que uno no puede cambiar? Se consigue una sola cosa:
angustiarse.
Las cosas que tienen solución se solucionan combatiéndolas, y las cosas que no
tienen solución se solucionan dejándolas en las manos del Padre. No es que las
cosas que no tienen solución se solucionen, porque estamos diciendo de entrada
que no tienen solución; sino que, cuando decimos que las cosas que no tienen
solución se solucionan, queremos decir que aquello deja de ser para mí, una
fuente de angustia y amargura, y entonces habrá paz. Al final, ante situaciones
imposibles, o usted se entrega en las manos del Padre, o se revienta, o se entrega
o se revienta.
Así pues, ante hechos y cosas que no tienen solución, doblar las rodillas, reclinar
la cabeza en Sus manos y decir: Padre, en tus manos me pongo, haz de mí lo que
quieras. Por todo lo que hayas hecho o permitido de mí en mi vida entera, estoy
de acuerdo con todo. Estoy dispuesto a todo. Lo acepto todo, con tal de que tu
voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Dios mío.
Te confío mi alma, te la doy con todo el ardor de mi corazón porque te amo. Y es
para mí una necesidad de amor, el darme, el entregarme entre tus manos sin
medida, con infinita confianza, porque Tú eres mi Padre. Y la paz ya está tocando
las puertas de su corazón.
Vamos a suponer que hace tres meses aquellas personas le hicieron a usted
aquella infamia. Si usted fuese tan sabio, tomando esa infamia y depositándola en
las manos del Padre como una ofrenda, dolorosa pero amorosa: si Tú lo has
permitido, Padre querido, aunque sea llorando y con lágrimas en los ojos, vengo a
decirte que se haga Tu Voluntad. Y así queda la mente en silencio. Es como si
aquella infamia nunca hubiese existido. Y usted queda en la paz. Pero, ¿qué
puede suceder?, ¿qué sucede normalmente? Pues todo lo contrario. Que es
usted, es usted el que toma aquella infamia y comienza a recordarla, revivirla,
reactualizarla; que quiere decir, lo que sucedió hace tres meses, lo está haciendo
actual, lo está viviendo como si hubiera sucedido ahora mismo. En resumen, el
que crea el disgusto es usted ,no aquellas personas ;y ahora, no hace tres meses.
Si, los disgustos los creamos nosotros en la medida en que vamos dando vueltas
en la mente a las cosas, resistiéndolas; recreando y haciendo vivamente
presentes a hechos que están ya consumados y no serán alterados jamás, ni un
milímetro, mientras nosotros nos vamos quemando y amargándonos. Locura
señores, locura hermanos, despierten.
¿Tiene solución? Luchen para cambiar todo. ¿No tiene solución? Sean sabios.
Ese recuerdo amargo, transfórmenlo en una ofrenda de amor, y deposítenlo en
Sus manos, y olvídense de todo. Silencio en la mente y paz en el corazón. En las
manos de ustedes está la vida y la muerte. Opten por la vida. La vida es paz.
Muerte es angustia, tristeza.
¿Qué dirían, digamos, de una persona que toma una brasa ardiente en las
manos? Eso es lo que sucede al que se dedica a dar vueltas en su mente a
sucesos desagradables. Es locura pasar días y noches amargándose al recordar
aquella incomprensión, aquel fracaso, aquella equivocación. Aquello no tiene
solución, es un caso acabado. ¿Qué hacer? Abandonar toda resistencia, reclinar
la cabeza en las manos del Padre: si Tú lo has permitido, aunque sea con
lágrimas en los ojos, vengo a decirte Padre mío, que se haga Tu Voluntad y amén,
y hágase. Silencio en la mente y paz en el corazón.
¿Qué se consigue con lamentarse? Si nos damos cuenta de que gran parte de las
cosas que disgustan al hombre, lo entristecen y lo avergüenzan; no tienen
absolutamente ninguna solución o la solución no está en nuestras manos; en este
caso, ¿qué se consigue con resistir? Solo angustiarse. Solo conseguimos
quemarnos, destruirnos. A estas alturas, nadie puede hacer nada para que lo que
ya sucedió no hubiese sucedido. Cuando nos encontramos así, con hechos
consumados que no tienen remedio, hay que abandonar toda resistencia, asumir
las cosas como son, reclinar la cabeza en las manos del Padre, diciendo: en Tus
manos me pongo, estoy de acuerdo con todo, hágase Tu Voluntad; y la paz
inundará por completo el alma.
17’26
Cuanto más se resiste un imposible, más oprime. Cuanto más oprime, más se le
resiste, entrando la persona en un círculo de angustia. Angustia significa angosto,
estrecho, apretado. Sensación de estar apretado, eso es angustia. Pero no es
que los fracasos me aprieten a mí, soy yo. Soy yo quien al resistir emocionalmente
un hecho, al rechazarlo, al entristecerme, al avergonzarme de ese hecho, voy
apretándome contra ese hecho y transformándolo en un fracaso, es decir en una
sombra oscura. Y así se generan los estados depresivos, obsesivos y maníacos, y
mucha gente se siente infeliz, porque al rechazar tanta cosa, vive dominada por
las mismas cosas rechazadas que se fijan en lamente.
Repetimos: esto que resistimos, ¿tiene algún remedio? Pues manos a la obra.
Abandonarse no significa cruzarse de brazos, sino agotar todas las posibilidades
ante todo. Ahora, si no hay nada que hacer, entonces cerrar la boca, abandonar
la resistencia mental, reclinar la cabeza en sus manos, haz de mi lo que quieras,
estoy de acuerdo con todo, hágase tu voluntad. Y la paz será tu herencia.
¿Qué dirían ustedes de una persona que se arrima a una pared y comienza a
darse de cabeza contra la pared? Que está loca, ¿verdad? Supongamos que
hace cinco años tuvo usted aquel terrible episodio, lo peor que le ha sucedido en
la vida. ¿Quién de ustedes puede regresar a las seis de esta mañana? Nadie,
¿Verdad? No podemos retroceder ni un instante en el tiempo. Si no podemos
regresar a las seis de esta mañana, cuánto menos al día de ayer, y cuánto menos
a hace cinco años. Ahora bien, si usted comienza a recordar aquel terrible
episodio de hace cinco años, a revivirlo, a amargarse recordándolo, a enfurecerse,
a llenarse de ira, a descargar rabia, adrenalina; es usted, es usted el tal loco que
está dándose de cabeza contra las paredes inquebrantables. Díganme dónde
están los locos.
Hoy día las paredes de una casa y hasta una casa entera pueden ser removidas
de una parte a otra, con técnicas sofisticadas de mecánica moderna. Pero aquel
terrible episodio de hace cinco años, lo peor que le ha sucedido en la vida, aunque
vierta lágrimas como un mar, aquello no será removido ni un milímetro por los
siglos de los siglos. Y una realidad que no será removida ni un milímetro, estar
dándose de cabeza, amargándose, enrabiándose, enfureciéndose, recordándolo,
reviviéndolo, díganme señores dónde están los locos. Basta de locuras.
Olvídense de todo. Depositen todo en las manos de Dios. Silencio en la mente y
paz en el corazón, basta de sufrir, sean felices.
¿Quién sufre, el que odia o el que es odiado? El que es odiado está bailando feliz
en la vida, no se importa para nada de usted. El por su parte tiene sus problemas
pero de usted no se preocupa para nada. Y usted día y noche recordándolo,
transmitiéndole furias, deseos de venganza, descargas agresivas; todo un mundo
venenoso que aquel, su enemigo, no le llega a tocar ni con él pétalo de una rosa;
mientras que a usted lo está quemando, corroyendo y arrasando…díganme,
díganme dónde están los locos. Basta de locuras, y basta de sufrir
estúpidamente, inútilmente. Todos los recuerdos amargos, deposítenlos
silenciosamente en las manos del Padre y olvídense de todo. Y sean felices. Y
hagan felices a los demás.
Hay que distinguir pues, lo que se ve de lo que no se ve. Lo que se ve son las
leyes biológicas, cósmicas, psicológicas; lo que no se ve es el Padre mismo, en
cuyas manos brota todo el dinamismo de la creación. Detrás de los fenómenos
está la realidad. Lo esencial está siempre detrás, oculto, invisible. Los fenómenos
se ven, la realidad no se ve. Los fenómenos se desvanecen, la realidad
permanece. Dios, Su Santa Voluntad, es la realidad esencial. Es en esa esencial
realidad en que nos apoyamos y descansamos cuando al llegar los grandes
golpes de la vida decimos: en Tus manos me pongo, haz de mí lo que quieras. El
abandono pues, es una visión de fe.
No me cansaré de repetir, la única ventana de salida, la única consolación y alivio
que queda cuando llegan los golpes fatales de la vida, es la ventana de la fe.
Cuando te enteres de que dispones solamente de un mes de vida, cuando te des
cuenta que tu prestigio se hizo polvo por una miserable calumnia, o de que te
traicionaron los mejores amigos, ¿dónde encontrar consolación?, ¿cómo salir de
ese círculo de angustia? No quedará otra salida sino la ventana de la fe.
En medio de dolor poder decir: Padre, Tu pudiste haber evitado esta lamentable
situación, si Tu lo permitiste, no puedo pedirte cuentas, cierro la boca, me pongo
en tus manos. Haz de mi lo que quieras. Porque Tú me amas, porque Tú eres mi
Padre. La verdad de fondo es el Padre mismo quien conduce todo con mano
potente y amante, más allá de los fenómenos y apariencias, una mano que
organiza y coordina, permite y dispone cuanto sucede a nuestro derredor.
Así pues, yo acepto con paz aquello que mi esfuerzo no puede alcanzar. Acepto
con paz el hecho de querer ser humilde y no poder. Acepto con paz, el hecho de
que los resultados sean más pequeños que mis esfuerzos. Acepto con paz la ley
de la insignificancia humana, que quiere decir, que después de mi muerte las
cosas seguirán igual como si nada hubiese sucedido. Acepto con paz la hora de
mi muerte. Acepto con paz la ley de la mediocridad y del fracaso; la ley del
avance de la vida, de la ancianidad, de la soledad y de la muerte. Acepto con paz
que los ideales sean tan altos y las realidades tan pequeñas. Acepto con paz el
hecho de querer tanto y poder tan poco. Padre, yo no sé nada, Tú sabes todo. En
tus manos me pongo, haz de mí lo que quieras. De todo lo que hayas permitido o
habrás de permitir desde ahora en adelante, desde ahora te digo: Dios mío,
estamos en paz. Estoy de acuerdo con todo. Lo acepto todo. Hágase Tu
voluntad.
15’38
SEXTA SESION
PERDON - AMOR
Fue una noche de luna llena, pero también una noche de sudor, sangre, gritos,
lágrimas; palabras textuales de los Evangelios, allá en el olivar. El problema no
era si Jesús moría o no moría, sino si moría voluntariamente. El Señor de la
historia, el Padre, había permitido que el Hijo fuera eliminado de aquella manera y
a aquella edad. Y el Hijo, después de gritar y llorar, sudando sangre, aceptó
aquella Voluntad, y se entregó sin violencia a la violencia de los hechos,
abandonándose en silencio y paz, en las Manos de quien permitió su martirio. Y
del gran combate surgió la gran victoria.
El combate, había sido entre lo que yo quiero y lo que quieres Tú. Tomó Jesús a
los tres confidentes y delante de ellos, comenzó a sentir horror y angustia, y les
hizo esta terrible confesión: Siento tristeza de muerte o me muero de tristeza. Se
apartó de ellos y caído en tierra decía: Papá querido, todo es posible para Ti, por
favor, aparta de mí este cáliz. Pero, no se haga lo que Yo quiero sino lo que
quierasTú.
Una noche oscura se había apoderado del alma de Jesús. Le parecía que el
Padre estaba lejos o simplemente no estaba. Como no había consolación divina,
buscó consolación humana. Se levantó, se fue donde estaban ellos, y los
encontró dormidos. “Estén despiertos y oren”, les advirtió.
Se levantó por tercera vez y se fue de nuevo donde ellos estaban. Pero esta vez
les dijo resueltamente: Basta ya, llegó la hora. Levántense y vámonos. Como si
dijera: Basta de vacilaciones, basta de reclamos, basta de lágrimas, basta de
miedos, basta de angustias y de protestas, basta de quejas y cobardías; llegó la
hora, la hora de la resolución y de la entrega. Levántense y vámonos. Y
emprendió la peregrinación del dolor y amor hacia la muerte. Y avanzó silenciosa,
pero resueltamente, con la mirada fija en la voluntad del Padre, sin un gesto de
amargura, vestido en todo momento de serenidad y paz, hasta el final.
Para ustedes también, llegó también la hora; la hora del basta ya. Ya lloraron
bastante. Ya pasaron demasiadas noches sin dormir. Ya echaron las culpas a
medio mundo. Ya reclamaron demasiado. Ya dieron rienda suelta al rencor, a los
impulsos de venganza. ¡Basta ya! Basta de quejas; basta de llantos; basta de
reproches; basta de echar las culpas a los demás; basta de reclamar contra Dios.
Legó la hora, la hora de callar, de silenciar la mente, reclinar la cabeza, extenderle
un cheque en blanco; y quedarse abandonados en sus manos en silencio y paz.
8’07
Vamos a descubrir las fuentes secretas de los conflictos íntimos. No para abrir las
heridas sino para curarlas. Perdonar es abandonar la resistencia en contra de
algo o alguien, y sobre todo en contra de uno mismo. Es más fácil perdonar a los
demás que perdonarse a sí mismo. Pero no basta con abandonar la resistencia.
Además de perdonar hay que amar. Y perdonar-amar equivale a aceptar.
Dios mío, si alguna vez sentí vergüenza, aversión por mis padres, en este día yo
los acojo con cariño y amor. Pido perdón por mi ingratitud y de Tus manos yo los
acepto con gratitud y con emoción. Si acaso ellos ya fallecieron, igualmente yo los
acojo, yo los abrazo, yo los amo, yo los acepto profundamente, totalmente en el
misterio de Tu Voluntad. Gracias por el regalo de mis padres y bendita sea su
memoria por siempre jamás……
5’36
Segundo, aceptar la figura física.
Hay personas que no aceptan a nadie porque no se aceptan a sí mismas,
comenzando por la figura física. Rechazan a todos porque rechazan su físico. Y
viven así, verdaderamente resentidos con frecuencia. Se avergüenzan y se
sienten enemigos de su color, estatura, obesidad, cabello, dientes, su figura
general. Sienten tristeza y vergüenza de ser así. Experimentan inseguridad
general. Atribuyen el fracaso de su vida a la carencia de atributos físicos. Se
trata de una antipatía y enemistad en contra de sí mismos. Ridícula, por artificial,
porque se constituyen en víctimas y verdugos de sí mismos.(2’)
3’33
Padre mío, dueño de la vida y de la muerte. Dame la gracia de aceptar con paz el
misterio doloroso de la vida, las enfermedades, el dolor, la decadencia y la muerte.
Aceptarlas sin lamentos, sin lágrimas, en silencio y paz. Me acuerdo de que Tu
Hijo Jesucristo transformó lo más negativo e inútil de la humanidad, como es el
dolor y la muerte, en fuente de redención y de vida eterna. También yo quiero
desde hoy, que mi dolor y mi muerte sean fuentes fecundas de redención. A partir
de este momento quiero sufrir con Jesús y como Jesús. En Tus manos, Padre
mío, me abandono con mi vida y mi muerte, mi salud y mi enfermedad .Amén.
5’53
Padre mío, en tus manos me pongo con lo poco que soy, feliz de ser como soy. Si
alguna vez sentí tristeza y vergüenza de ser como soy, te pido perdón a Ti por
haberme avergonzado de la obra de Tus manos. Te doy gracias por haberme
hecho capaz de pensar que pienso, portador de un aliento divino e inmortal.
Dame la gracia de perdonar, amar, esta extraña personalidad. En Tu Voluntad
perdono y amo tantas cosas, muy mías, que hasta ahora no me gustaban. En tus
manos me pongo con lo poco que soy, feliz de ser como soy, reconciliado y amigo
de mí mismo. Hágase Tu Voluntad.
8’27
Señor, Señor, esta tremenda masa doliente y sangrante, que se transforme en una
ofrenda fragante de amor, en este mismo momento y quiero depositarlo para
siempre ante el altar de Tu Voluntad. Y sea este el segundo nacimiento de mi
vida. Lo anterior de mi vida, quede para siempre olvidado y borrado. Y como un
niño recién nacido comience yo hoy, a caminar libre y feliz.
9’15
CONTINUACION
Nos hemos perdonado a nosotros mismos. Nos corresponde ahora perdonar a los
hermanos.
OH, Espíritu Santo, Poderosa Fuerza de Dios. Haz en este momento el prodigio
de identificar mis sentimientos son los sentimientos de Jesús. Mi Señor
Jesucristo, muerto y resucitado, entra dentro de mí; toma posesión completa de
todo mi ser. Hazte vivamente presente en mi cuerpo, en mi espíritu, y asume
completamente lo que siento, lo que pienso, lo que soy, y lo que tengo. En este
momento Tus sentimientos sean mis sentimientos; Tus emociones, mis
emociones; Tus ojos Jesús, mis ojos; Tus brazos mis brazos. Jesucristo,
poderoso y amoroso Señor, calma dentro de mí ese tumulto de hostilidad y rencor
que siento contra esa persona. Yo quiero sentir por esa persona en este
momento, lo que Tú sientes por ella; lo que Tú sentías al morir en la Cruz por ella.
Perdónale Tú dentro de mí. Y con mis sentimientos, transformados en Tus
sentimientos, perdónale y ámale dentro de mí, conmigo. Quiero perdonarle como
Tú le perdonas; amarle como Tú le amas; sentir por esa persona lo que Tú
sientes. Quiero mirarla con tus ojos, abrazarlo con Tus brazos. Yo lo quiero; yo lo
comprendo; yo lo perdono; yo lo amo; como Tú, como Tú, mi Señor. El, Tú y yo,
hechos los tres una misma unidad. En un estrecho abrazo los tres. El, Tú y yo;
yo, Tú, él; Tú, él y yo; en un abrazo identificante. Más que perdón, yo lo
comprendo, yo lo amo, yo lo quiero. (6’)
11’22
Perdón de comprensión
Fuera de casos excepcionales, nadie actúa con mala intención. ¿No estará usted
atribuyéndole intenciones perversas que él nunca las tuvo? En fin de cuentas,
¿Quién es el injusto, él o usted?, ¿quién está equivocado, él o usted? Si él le hace
sufrir tanto a usted, ¿ya pensó cómo usted le hará sufrir a él? ¿Quién sabe si no
dijo lo que le dijeron que dijo?, ¿o lo dijo en otro contexto, en un momento de
ofuscación?
En un momento de nerviosismo cualquiera de nosotros es capaz de decir cosas
de las que nos arrepentimos a los pocos minutos. El parece orgulloso, no es
orgulloso, es tímido. La timidez y el orgullo aunque, tan diferentes, tienen la
mismísima cara. Su actitud para conmigo parece obstinación; no es obstinación,
es una necesidad de autoafirmación. Lo suyo parece agresividad en contra de mí,
pero en realidad es una manera de darse seguridad a sí mismo, mecanismo de
defensa. El problema no es conmigo, es consigo. Si él es difícil para mí, más
difícil es para él mismo. Si con ese modo de ser sufro yo, mucho más sufre el
mismo. Si hay una persona interesada en no ser así, esa persona no soy yo, es
él.
5’58
OCTAVA SESION
ENCUENTRO
Si estoy con los problemas de la familia, estaré con los problemas de la familia,
pero no estoy con Dios. Si estoy preocupado de los conflictos que arrastra la
comunidad, estaré con la comunidad, pero no estoy con Dios. Si al presentarme
ante el Señor, no hago más que angustiarme, por mi salud, por mis finanzas, por
mis conflictos matrimoniales, buscando su solución, no estoy con el Señor, estoy
conmigo mismo. La gente nunca se sale de las fronteras de sí mismo y de sus
intereses. La gente nunca llega a Dios; se queda siempre consigo, por eso sus
problemas no se solucionan. Falta entre nosotros un pueblo de adoradores en
espíritu y en verdad. Dios no está ahí como un financista para poner orden en mi
economía confusa, o como un mago para sanar las enfermedades irremediables.
Más aun, la Biblia viene a decir que el Señor, pues, por decirlo de alguna manera,
no vale para nada; que Dios no sirve para nada; más que para ser servido,
adorado, querido.
Con otras palabras, la Biblia viene a decir que el Señor es tan único, tan
incomparable, tan excelso y tan formidable, que vale la pena de que se le dedique
toda la atención, todas las energías, todos los entusiasmos; por sí mismo, en sí
mismo, para sí mismo; sin otra utilidad, sin otro interés, sin otra finalidad más que
Él mismo, por sí mismo, sólo Él, todo Él, bendito por siempre. Es lo que la Biblia
viene a decir a través de todas las páginas; a eso llamamos: gratuidad absoluta de
Dios o gratuidad absoluta de la adoración. Y los que ponen en práctica una actitud
así de pura, así de desinteresada, son llamados un pueblo de adoradores en
espíritu y en verdad.
Si yo en este momento escucho una preciosa melodía y digo: No sé por qué esta
música me despierta a Dios. Está bien. Si en un momento determinado toda mi
alma quedara completamente concentrada en mi Dios, ya desapareció la música.
La música no desapareció, la música está sonando igual, y mis oídos la están
captando. Mis oídos sí, pero yo no. Yo no estoy con la música, estoy contigo, Dios
mío. No puedo estar atento al mismo tiempo a dos motivos. La música me puede
evocar a Dios; pero una vez que el Evocado se hace presente, la evocación
desaparece. Dios mismo es otra cosa que las evocaciones, los conceptos y las
imágenes sobre Él.
Para que se dé un verdadero encuentro con el Señor, San Juan de la Cruz exige
las siguientes condiciones: La noche sosegada, la música callada, la soledad
sonora y la cena que recrea y enamora. Si queremos pues, tener una cena que
recrea y enamora, es decir, un encuentro que deleita y transfigura; necesitamos
tener una noche sosegada, la música silenciada, en medio de un gran silencio
interior.
14´01
Estás conmigo.
16´07
NOVENA SESION
EN SILENCIO EN LA PRESENCIA
1° Orar no es fácil
Hacer una oración de intercesión o cualquier oración vocal es actividad fácil, pero
preparar el alma para el encuentro, silenciar los clamores interiores, sosegar los
nervios y controlar las energías mentales para concentrarlas completamente en un
Tu, y así en la última soledad del ser asumir el misterio infinito y personal del
Señor, todo eso no es tarea fácil.
Bien sabemos que Dios puede saltarse por encima de métodos y normalidades
psicológicas, pero ordinariamente se somete a las normalidades evolutivas de la
naturaleza humana, y no soñemos en llegar a las alturas de la contemplación, sin
esfuerzo, orden y método. Todo es lento, hoy se siembra, después de varias
semanas germina, y después de muchos meses se cosecha.
No hay saltos, hay pasos.
Dicen por ahí que la paciencia es el arte de esperar, prefiero pensar que es el arte
de saber, porque lo que se sabe, se espera. ¿Saber qué? Que Dios es
esencialmente gratuidad.
En este mi reino funciona un solo verbo, el verbo dar. Todo es Don, todo es
dádiva. Y en la órbita de ustedes, un solo verbo, el verbo recibir. Todo es regalo,
todo es Gracia. Y si de entrada no toman conciencia ustedes, y aceptan con paz,
que ustedes y yo estamos en órbitas diferentes, van a sentirse desconcertados
muchas veces por este nuestro Dios.
Usted fue a pasar un día con Dios en un bosque lleno de paz y resultó un día
estéril, dispersión, apatía, desgana. Al día siguiente, en el supermercado o en un
tren abarrotado de gente gritona, allí Dios se hace presente con todo el peso de su
gloria. Él es así, desconcertante, imprevisible. Los que lo buscan lo encontrarán,
pero no cuando quieran, como quieran, de la manera que quieran.
Dios toma a una persona y la llevando la vida por las áridas arenas de un desierto.
Toma a otra persona y la va llevando toda la vida por los mares de la ternura.
Toma a otra persona, y en medio de la vida, Dios se le hace presente con una de
esas visitaciones que la dejan marcada para siempre. Toma a otra persona y no le
da ninguna de estas visitaciones extraordinarias sino que le da una sensibilidad
que no puede vivir sin Dios, no puede dejar de buscarlo. Toma a otra persona y no
le da nada de eso, pero le da una tenacidad que la mantiene en la fidelidad por
todos los días de su vida. ¡Él no se repite, Él no se repite!, para cada uno tiene
una pedagogía, y esta pedagogía va variando según unas leyes que las
desconocemos completamente.
Los que quieran tomar en serio a Dios, que se preparen, que se preparen para
sentarse pacientemente ante el umbral de su puerta esperando los silencios,
ausencias, tardanzas.
De ahí viene esa ley por la que la gente abandona toda vida seria con Dios, la ley
de la desproporción entre los esfuerzos y los resultados. Nosotros estamos
acostumbrados a dos leyes típicas de la sociedad tecnológica, la rapidez y la
eficacia. Todo lo queremos rápido, eficaz, casi automático. A tal causa, tal efecto.
A tanta acción, tanta reacción. A tales medios, tales efectos. A tales esfuerzos,
tales resultados. Seguimos en el esfuerzo porque vemos los resultados positivos,
los resultados dinamizan el esfuerzo, el esfuerzo produce los resultados, y en este
circuito vital avanza toda la actividad humana.
Pero en la vida con Dios no sucede nada de eso. Más bien nos parecemos a
aquellos pescadores que estuvieron toda la noche con las redes extendidas y a la
mañana siguiente, las redes vacías. Desproporción entre los esfuerzos y los
resultados.
O como decía Santa Teresa, echar el balde en el pozo y, ni una gota de agua.
Otra vez el balde en el pozo y, ni una gota de agua. Desproporción entre los
esfuerzos y los resultados. Y la gente va perdiendo la fe en todo esto diciendo:
¡Oye, pero si esto parece tan irracional, tan desproporcional, pero si estamos
perdiendo el tiempo, pero no vale la pena, oye! Y van abandonando y abandonan
todo, por no saber que no necesariamente a nuestros esfuerzos por buscarlo,
corresponderá la gracia de encontrarlo. Por no saber que no necesariamente los
resultados serán proporcionales a los esfuerzos. Por no saber que Él es así,
esencialmente gratuidad, en suma, por no tener paciencia en la vida de oración.
La vida me ha enseñado que, quizás, la razón principal por la que gente abandona
toda vida de oración es esta: La vida con Dios a muchos les parece tan sin
sentido, tan sin lógica, tan sin proporción, que acaban teniendo la impresión de
que todo es irreal, irracional y abandonan todo. De repente cae Dios con una
presencia tan embriagadora, que la confirma en la fe y la deja vibrando por todos
los días de su vida. Hubo hombres que no buscaron a Dios, pero El les salió al
encuentro con esplendor y gloria, hay quienes pasan la vida en medio de puras
consolaciones, otros, en una eterna noche oscura, otros, entre luces y sombras:
saber y aceptar con paz que Él es así esencialmente gratuidad, la paciencia.
Repetimos, el que quiera tomar en serio a Dios, que se prepare a sentarse
pacientemente ante el umbral de su puerta, aceptando con paz, sus silencios,
ausencias y tardanzas.
No hay más. Cuando llegan las noches heladas del espíritu, sobrevivir, perseverar.
En la aridez, en la sequedad, cuando llega la sensación de perder el tiempo, ¡de que
no vale la pena! Estén despiertos dirá Jesús a los apóstoles allá en el huerto;
perseveren, no se duerman, póngase de pie. Solo los que perseveren probarán la
miel de la victoria y sólo los que perseveraren serán coronados por la corona de la
victoria.
Oración de Contemplación
Cuando el encuentro con Dios es cada vez más puro, tiende a ser cada vez más
simple, más profundo, más posesivo. Ya no hay reflexión, ya no hay conocimiento.
Hay un simple darse cuenta. En este momento el trato con Dios es intuición,
posesión, integración, unión. La reflexión ya quedó atrás. Cuando la mente se
pone a reflexionar, queda sometida a inestabilidad, multiplicidad, inquietud y
movimiento, y eso, divide, turba. Por eso cuando el encuentro se va aproximando
a la contemplación, la reflexión tiende a desaparecer y el encuentro viene a ser
más simple, totalizador, quieto. Donde hay posesión, no hay movimiento.
Quédeme y olvídeme,
El rostro recliné sobre el amado,
Cesó todo y déjeme,
Dejando mi cuidado
Entre las azucenas olvidado.
La segunda señal, según San Juan de la Cruz es: “Dejar estar el alma en sosiego
y quietud, aunque le parezca estar perdiendo el tiempo, en quietud y descanso”.
Las personas que tienen oración de contemplación, tienden a abandonarla por su
pasividad, aparente pasividad. Tú me miras, yo te miro, ¿Qué hacemos? No
hacemos nada, pero en este no hacer nada, puede haber una densidad de
comunicación, más que con todas las palabras del diccionario.
La tercera señal según San Juan de la Cruz, es “Dejar el alma descansada de
todo discurso mental, sin preocuparse de pensar o meditar, sólo una atención, una
noticia general, amorosa, eso sí, sin entender sobre qué”. San Juan de la Cruz
utiliza siempre estas tres palabras, noticia, advertencia, atención. Y las tres
palabras se oponen a intelección. Entender es una actividad activa, contemplar es
una actividad pasiva, aparentemente pasiva. Y yo a mi vez, todo el misterio de la
oración de contemplación lo reduzco a dos palabras: Silencio y Presencia o en
silencio en la Presencia.
Primero, Silencio. Hay que cavar un vacío infinito, porque es un infinito el que lo
que lo va a ocupar. Hay que vaciarse completamente hasta quedarse sin sentir,
sin pensar, sin imaginar. Dentro de mí no hay nada, fuera de mí no hay nada. En
este momento no hay nada, fuera de este momento no hay nada. ¿Qué queda? Lo
más importante, una atención de mí mismo a mí mismo purificada por el silencio y
la paz.
Finalmente, Presencia. Hay que abrir esa atención purificada por el silencio, al que
es el absolutamente Absoluto, el totalmente distinto de mí y mis mundos, al
completamente Otro, que yo, mis mundos, mis fronteras e intereses. Como quien
mira sin pensar, como quien ama y se siente amado.
Llegado este momento, Dios pierde toda imagen, forma, figura, concretes,
localidad. Ya no es el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo. Simplicidad, Trinidad,
Unidad. Ya no, es, ¡qué cosa es! Ya no hay palabras, ya no hay nombres, hay un
pronombre, es Él. Un Él, que no está arriba, abajo, derecha, izquierda, dentro,
fuera. Un Él que por hablar de alguna manera no está en ninguna parte. Mejor,
está en toda parte. Es decir: comprende, abarca, sobrepasa, trasciende todo
tiempo, todo espacio, toda realidad. ¡Él es, y basta!
Al final, pueden quemar todos los libros escritos sobre Dios en toda la historia,
porque todas las palabras son equívocas. Las dos palabras unívocas, propísimas
y que a sólo Dios corresponden, son, el verbo ser y el pronombre personal: Yo soy
Aquel que Soy. El es y me ama. El es la Presencia Pura y Esencial y Amante y
Envolvente y Compenetrante y Omnipresente. ¡Él es y me ama!
Al final no queda pues, más que un Tú, que no es enorme sino enormidad, que no
es inmenso sino inmensidad, que no es eterno sino eternidad, que no está lejos
sino que es lejanía, que no está dentro de mí sino que es inmanente a mí, que no
está fuera de mí sino que es trascendente a mí.
Y yo ¿Quién soy? En este momento, soy una atención abierta, amorosa y
sosegada. No absorbido por un Tú, sino asumido por un Tú.
Tienen que darse cuenta, de que las palabras son puentes que hacen Presente al
ausente, pero una vez que el ausente se hizo densamente Presente ¿De qué
sirven los puentes y las palabras? Las palabras, cesan por sí mismas, y el alma,
como digo, queda sin decir nada con la boca, nada con la mente. Tú me miras, yo
te miro. Tú me amas, yo te amo. Ni siquiera se dicen estas palabras, pero esa es
la corriente interior, que se establece entre el alma y Dios. Yo soy como una
inmensa playa. El es como el mar. Yo soy como una inmensa pradera, El es como
el sol. Dejarse inundar, dejarse impregnar, dejarse amar. Dejarse amar.
15´29
DECIMA SESION
Nuestro propósito hasta el momento, ha sido estar con el Señor para hacernos
amigos del Señor. Contemplar al Señor para que su imagen se fije en nuestra
mente y así poder luego caminar a la luz de su figura, con el fin de que nosotros
finalmente lleguemos a ser ante el mundo, y en el mundo, imágenes vivientes del
Señor, de tal manera que los que nos ven, lo vean.
Pablo nos dice que, desde la eternidad, Dios nos había programado para ser
conformes a la figura de su Hijo, predestinados para reproducir su imagen.
Muchos siglos antes, Dios había dicho a Moisés: Harás un santuario conforme al
modelo que te he mostrado. Moisés lo había contemplado en el interior de la nube
y el modelo ahí contemplado, debía reproducirlo cuando bajara al valle: es un
símbolo.
Ahora, ¿quién es Jesús? Hoy día Jesús es presentado como el hombre para los
hombres. Esto es, un hombre cuya razón de ser es estar abierto a los demás.
Aquel hombre cuya esencia es estar al servicio de los demás. En suma, un
Hombre esencialmente para los demás. Pero, a fin de llegar a ser el Hombre parra
los hombres, Jesús no es primeramente el Hombre con los hombres, sino que es
el Hombre abierto al Padre, es decir, un Hombre de oración. De tal manera que un
teólogo llega a decir, que si Jesús no se hubiera retirado tan frecuente y
profundamente para estar con el Padre, no habría sido capaz de ser como lo fue el
Hombre con los hombres y no habría ido tan lejos en el compromiso de la
comunidad con los hombres…Para poder ser el Hombre para los hombres, Jesús
comienza por ser psicológica y sociológicamente un solitario. Psicológicamente un
célibe; y sociológicamente retirado a la soledad de las montañas.
Cuando Jesús quería entrar en el trato inmediato y personal con el Padre, lo hizo
solo, casi siempre en una montaña o lugar retirado, y generalmente de noche, a
veces de madrugada. Es impresionante la enumeración de los testimonios que
aducen los evangelistas en el sentido de que Jesús oraba a solas, he aquí unos
cuántos textos: Pero Jesús se retiraba a la soledad y ahí hacía su oración.
Otro texto: Por la mañana, antes de amanecer, salió fuera a un lugar solitario y ahí
hacía su oración. Otro texto: Dándose cuenta de que intentaban venir a tomarlo
por la fuerza para declararlo rey, huyó Él solo al monte. Otro texto: De madrugada,
cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió, y se fue a un lugar solitario
donde se puso a orar. Otro texto: Unos ocho días después, tomo consigo a Pedro,
Santiago y Juan, y subió al monte a orar.
En segundo lugar, Jesús tiene que retirarse tan frecuentemente para recuperar la
unidad interior y la estabilidad emocional. Ya sabemos qué cosa es la vida agitada
con todos sus compromisos, y ¿qué hace?, roba, roba la paz y la unidad interior, y
en el momento menos pensado nos hallamos con los nervios destrozados, tensos,
estresados; necesitamos recomponernos, unificarnos y serenarnos; y no existe
nada tan unificante e integrador, como la intimidad amorosa del Padre. Para ser
ante el mundo el Rostro sereno del Padre, Jesús necesitaba recuperar todas las
noches la serenidad de sus nervios. Y siguen los textos evangélicos y dice: “Y
despedidos éstos, subió solo a orar en la montaña, y entrada la noche se mantuvo
ahí solo en oración”. Otro texto: “Por este tiempo se retiró a orar en una montaña,
pasó toda la noche haciendo oración a Dios. Cuando fue de día escogió a los
discípulos”. Es tan abrumadora la numeración de los testimonios y de los textos
evangélicos, en el sentido de que Jesús oraba con esta frecuencia y esta
profundidad, que amigos míos no hay donde perderse. El que quiera seguir a
Jesús que comience por caminar detrás de Él a la soledad de la montaña.
Pero Jesús no se quedaba en el monte. Sano y fuerte y colmado de riquezas,
regresaba al pueblo. ¿Y qué hacía? Amaba, amaba de mil formas y maneras. Los
apóstoles quedaron con la impresión de que Jesús en aquellos tres fugaces años,
había sometido a su vida a un ritmo vertiginoso, pero que todo lo que había hecho,
se resumía en un solo verbo: amar. Amó de mil formas y maneras. Los apóstoles
tuvieron la impresión de que Jesús había ejecutado mil cosas, y de que las mil y
una cosas realizadas por Jesús, eran las mil y una caras del Amor.
El apóstol Juan nos dice que Jesús, toda su vida, no hizo otra cosa que amar;
pero que al final se pasó en el Amor. En efecto, había sembrado infatigablemente
en los días de su peregrinación, derramando a su paso salud y bondad; aunque
nadie pudo comprobar los frutos de su siembra. Después de lanzar la semilla, se
preparó para la suprema prueba de amor, desaparecer; depositando su vida en las
manos del Padre como máxima ofrenda de amor y precio de rescate. Dijo que
nadie le arrebata la vida violentamente; que la entregaba Él voluntariamente; como
la más alta expresión de Amor. Nacido en la cuna del dolor; extranjero en su
propia patria; profeta perseguido por su pueblo; no le correspondía ahora sino ser
arrojado de la vida; exiliado de todos los derechos; hecho el Pobre absoluto, en el
Amor absoluto.
En la Pasión llega el gran momento del Amor. El gran momento en que el Pobre
toca el fondo de la nada. Ahí, el silencio y la soledad alcanzan la profundidad
máxima y por eso la disponibilidad de Jesús para con su Padre y para con sus
hermanos, será suprema, transformándose Él mismo en la Cruz, en el gran
Servidor. No quiso ser un espectador compasivo de sus heridas y fracasos.
Cuando al parecer el dolor y la muerte lo derrotaban, ahí mismo estableció el
imperio del Amor, y el reinado de la liberación sobre el dolor y la muerte. Asumió el
dolor de la humanidad en su propio dolor.
17’42
CONTINUACION
Esta modalidad se hace con Jesús, resucitado y presente, aquí, ahora, vivo.
Utilizaremos el verbo sentir, no en el sentido de emocionarse, sino en el sentido de
percibir, percepción.
Sentir que Jesús entra dentro de mí. Sentir que Jesús toma lo más íntimo de mi
ser. Sentir que Jesús asume todo cuanto soy, siento, tengo. Sentir que Jesús
ilumina, con la luz de su Presencia, aquella profundidad desconocida de mí,
adonde no llega mi conciencia, que Jesús ilumina esas profundidades y reviste de
su figura aquellos impulsos originales.
Sentir que Jesús me toca esa llaga y la cura. Una llaga concreta y localizada. Las
penas, los sobresaltos, se sienten sobretodo en la zona gástrica, en la boca del
estómago. Sentir que Jesús con su mano sanadora me toca ahí y me deja
aliviado, sanado. Sentir que Jesús me apaga esas llamas: el rencor, el odio, la
aversión; son fiebre, fuego, llamas, queman. Dejan en el corazón y en las entrañas
una sensación de ardor y de molestia. Sentir que Jesús me apaga esas llamas y
me deja, no un corazón en llamas, sino un corazón apagado, apaciguado.
Sentir que Jesús me ahuyenta esas negras nubes; un sinnúmero de temores sin
fundamento, de aprehensiones sin razón de ser, oscuros presentimientos,
inseguridad general; todo eso forma frecuentemente una atmósfera interior,
confusa como un cielo oscuro, nublado; que hace que muchas personas no vivan,
agonizan. Sentir que Jesús me barre todas esas negras nubes y me deja un cielo
azul como el suyo. Sentir que Jesús me barre el suelo y arrastra y se lleva bien
lejos de mí, tantos escombros que a mí no me gustan nada, pero que son muy
míos y hacen parte integrante de mi personalidad, qué cosas: tendencias
orgullosas, tendencias irascibles, tendencias sensuales, tendencias egoístas,
tendencias rencorosas, códigos genéticos que acompañan a la persona desde el
nacer hasta el morir. Pero Jesús, una vez muerto y resucitado, ha adquirido el
señorío y el poder sobre toda realidad, y es capaz hasta de alterar la
programación genética de una persona. Sentir que Jesús arrasa con todas esas
escamas de mi personalidad y me deja su propio corazón, humilde, puro,
perdonador.
15’34
UNDECIMA SESION
Hay gente que dice: ¿Para qué rezar? Mira a los que rezan. Mira cómo son
infantiles; cómo se les ve tensos, alterados. Si alguna vez los que rezan son así,
no lo será por rezar. A lo sumo podría ser por no rezar mal o no rezar bien. En
todo caso hay que preguntarse, que si rezando son así, ¿cómo sería si no
rezaran?
Ahora bien, cómo se explica que esta clase de personas piadosas hubiesen
dedicado tantas horas a Dios; y un Dios esencialmente liberador, cómo no las
liberó. Este Dios que nunca deja en paz, ¿cómo las dejó en paz y sin Paz? Un
intento de explicación de este fenómeno sería el siguiente: Estas personas, en
lugar de dar culto a Dios, se dieron culto a sí mismas; y esto sin darse cuenta.
Parecía que buscaban a Dios; se servían de Dios. Aquel Dios a quien tantas horas
dedicaron, no era el Dios verdadero; era una transposición de sí mismos de su yo,
a lo que llamaban Dios.
Un refugio de sus temores y deseos. Una identificación de su imagen con la
imagen de Dios; de sus intereses con los intereses de Dios. Aquel Dios nunca fue
el Otro; completamente otro que yo, no lo fue. De alguna manera era él mismo, la
misma persona. El centro de atención y de interés no estaba en Dios, estaba en
uno mismo.
En resumen, estas personas nunca se salieron de sus fronteras, del círculo de sus
intereses. Por esto no crecieron, porque no se salieron de sí mismos; porque se
mantuvieron encerrados en sus círculos egocéntricos. Porque no hubo salida, no
hubo libertad, y por consiguiente no hubo Amor. Solo se amaron así mismos.
Existe pues, un círculo vital, desde la vida hacia Dios; y desde Dios hacia la vida; y
en medio el encuentro.
Se dice por ahí que a Dios hay que buscarlo en la calle, en el fragor de las
multitudes. Sin embargo está constatado en la Biblia que los que combatieron por
la liberación de los pueblos, se retiraron primero a la soledad completa, y de ahí
salieron sanos y fuerte para comprometerse con los intereses del pueblo. Así hizo
Jesús.
He tratado con Dios. He estado con mi Padre. De ahí nace y se hace presente en
mí como un clima interior, como una Presencia Divina que me acompaña durante
el día. Y con Él a mi derecha, como dice el salmo, doy la batalla. Se me presenta
una dificultad, por ejemplo, aceptar a ese tipo difícil, olvidar esa ofensa, o aquella
injusticia. Sin ninguna dificultad supero la prueba, porque la presencia viva de mi
Señor me da fuerza y alegría. Y así crece el Amor, y este Amor despierta en mí
nuevas ganas de estar con el Señor, con lo cual su presencia en mí se hace más
densa. Y de nuevo regreso a la vida, pero con un Jesús más vivo y vibrante en mí.
Surge la lucha: ganas de convivir exclusivamente con los que son de mi afinidad;
retirar a este la palabra o la mirada; inhibirme en esta ocasión. Jesús, plantado en
la puerta de mi conciencia, cierra el paso a esos instintos negativos.
Este hermano nació rencoroso. Ante una ofensa le nace violentamente el impulso
de la venganza. Pero ese impulso, antes de trasladarse al campo del
comportamiento, tiene que pasar por la portería de mi conciencia. Si Jesús está
despierto y fuerte en mi conciencia, Jesús tomará con sus manos ese impulso, le
torcerá el cuello; y lo que era impulso de venganza, se habrá transformado en una
actitud de perdón, comprensión y benevolencia.
El Amor, como ya dijimos, es una fuerza unitiva. Pero es imposible que seres tan
dispares Dios y hombre lleguen a ser uno, a no ser que alguno de ellos pierda
resistencia dejando de ser, poco a poco, uno mismo. Una gota de licor para
diluirse en el agua necesita renunciar a ser licor. El hierro, para fundirse en el
agua, abandona la resistencia y renuncia a su naturaleza de hierro. Un pedazo de
pan tiene que someterse a pasividad y dejar de ser pan, si quiere transformarse en
mi vida.
En tercer lugar, sinceros y veraces como Jesús. Hablar como Jesús hablaba,
con aquella transparencia: sí, sí; no, no. Es decir, sin tener personajes en la
persona, sin ambigüedades.
Uno de los momentos más conmovedores del Evangelio es cuando sus propios
enemigos hacen una fotografía de Jesús diciendo de esta manera:
Maestro, sabemos que eres veraz, que no tienes acepción de personas, que
enseñas con franqueza el camino que conduce a Dios. Que esto nos lo digan los
Evangelios no tendría nada de extraño. Pero que estas palabras hayan salido de
la boca de sus enemigos…es un dato inapreciable.
Sinceros como Jesús, que estuvo valiente y arriesgado cuando unos amigos se le
acercaron para advertirle que su vida corría peligro, porque Herodes lo buscaba
para matarlo. Les respondió comparando a Herodes con un zorro, agregando que
El actuaría donde quería y cuando considerara oportuno.
Sinceros y veraces como Jesús, que defendió la verdad aun a costa de su vida
diciendo: “Yo no he hecho otra cosa que decirles la verdad y ¿por decirles la
verdad pretenden asesinarme? Decirles la verdad aun a costa de perder
discípulos, aun a costa de provocar escándalo y persecución. Una de las
expresiones más hermosas del Evangelio es esta. La verdad os hará libres.
Finalmente, como Jesús, tener predilección por los pobres. Siempre volvemos
a lo mismo, porque Jesús volvía también a lo mismo. Vivió con las manos abiertas
a las multitudes desamparadas. No solo siente compasión por las turbas
hambrientas, sino que se preocupa de darles de comer. Como Jesús, para el cual
los favoritos son siempre los pobres; de ellos es el Reino.
Cuando los discípulos de Juan se presentaron ante Jesús preguntándole: Maestro,
sácanos de dudas de una vez. ¿Eres Tú el que esperamos o debemos esperar a
otro? Jesús respondió: “Abran los ojos y observen los fenómenos y saquen las
deducciones. Y lo que van a ver con sus ojos abiertos es que: los ciegos ven, los
cojos andan y los pobres son cuidados preferentemente”. Y no les dijo más, pero
la conclusión quedaba flotando en el aire. Si los pobres son atendidos
preferentemente, es señal de que el Mesías ha llegado ya, y de que Yo lo soy
efectivamente.
Ahora, ¿quiénes son los pobres? Son en primer lugar los que carecen de bienes
económicos. Pobres son en segundo lugar, los que carecen de categorías
personales y también aquellos que carecen de amor.
No se puede decir tan alegremente que la Iglesia ha estado siempre con los ricos,
como dicen algunos. Lo más genuino y auténtico de la Iglesia son los santos. Y los
santos, en el ciento por ciento de los casos, han estado con los pobres. Todos los
que han tomado en serio a Jesucristo, han tomado en serio a los pobres. Esta es
una tradición nunca desmentida a lo largo de los veinte siglos de cristianismo: que
los que han tomado en serio a Jesucristo, han tomado en serio a los pobres. Antes
de que existiera la sensibilidad social en las entrañas de la humanidad, los santos
se encontraron con un espectáculo, un Jesús comprometido con los marginados,
en una sociedad típicamente clasista. Y en una sociedad farisaica, comprometido
con los pecadores, Y los santos actuaron en consecuencia siguiendo las huellas
de Jesús.
Ahora bien, preferencias sí, exclusividades, no. Jesús, a pesar de su simpatía por
los pobres, no rechazó a los ricos. Tuvo delicadas atenciones con Nicodemo. Fue
amigo de José de Arimatea y otros fariseos que eran hombres ricos. A pesar de
estar comprometido a fondo con el pueblo, se relacionó también con los
imperialistas romanos como el centurión de Cafarnaúm, socorrió a Jairo y a la
sirofenicia. De manera que preferencias sí, exclusividades no.
17´38
DUODECIMA SESION
Hemos tratado con el Señor, y así nos hemos hecho sus amigos. Pero reiteramos,
este Dios nunca deja en paz, aunque siempre deja la Paz. Siempre hay un Egipto
de donde salir. Y este nuestro Dios es aquel que siempre nos está obligando a
salir del Egipto de nuestros egoísmos, lanzándonos a la patria del amor.
Pero esta palabra, amor, tan bonita, es también tan engañosa; porque gran parte
de las veces en que parece que amamos, en realidad nos amamos. Parecería que
usted amaba a este amigo. Ayer le informaron que este, su amigo, se expresó
diciendo cosas muy negativas de usted. Y usted toma la decisión y dice: nunca
más con él. Y desde hoy le cierra las puertas de la confianza para siempre.
¿Quién amaba a quién? Usted amaba al amigo o se amaba a sí mismo buscando
en el amigo no se qué utilidad. En todo caso, si hasta ayer lo amaba, y desde hoy
no lo ama, es claro que hasta ayer, tampoco lo amaba, se amaba a sí mismo. Y
así podríamos multiplicar los casos.
¿Cómo amar pues? Jesús responde: en esto conocerán si ustedes son discípulos
míos, si se aman unos a otros como Yo los he amado. ¿Y cómo los amó Jesús?
Como el Padre me amó a Mí, así Yo los he amado a ustedes. Ahora hagan otro
tanto entre ustedes.
El amor, es una corriente vital que sale del corazón del Padre; se derrama
profusamente en el corazón de Jesucristo. Pero antes de retornar al Padre, el
amor hace un largo recorrido entre los hermanos, creciendo y madurando
incesantemente, hasta que retorna, pleno y exuberante, a la fuente original que es
el corazón del Padre. Este es el circuito vital que realiza el verdadero amor.
¿Cómo amó Jesús? En el grupo de los doce, Jesús no fue un jefe, sino un
hermano, que los trató como el Padre lo había tratado a Él. Fue tan sincero con
ellos que les informó que lo iban a crucificar. En otro momento les comunicó que
sentía miedo y tristeza, Les alentó en las dificultades; se alegró de sus éxitos; los
alertó sobre los peligros; fue con ellos exigente y comprensivo a la vez; les corrigió
con infinita paciencia cuando aparecieron las rivalidades entre ellos; fue delicado
con el traidor; misericordioso con Pedro; paciente con todos. Fue un hermano
entre los hermanos, comiendo en la mesa común; durmiendo todos bajo las
estrellas; como una familia itinerante. Les lavó los pies; les sirvió a la mesa
diciéndoles: Ustedes me llaman Maestro y Señor, y lo soy efectivamente. Ahora
bien, si yo, Maestro y Señor, les he lavado los pies, y estoy sirviéndoles en la
mesa, hagan otro tanto entre ustedes, unos con otros.
Y les añadió: Un día yo los envié a ustedes, encargándoles que sanaran
enfermos, limpiaran leprosos, anunciaran el Reino. Ahora que me voy les digo: por
encima de todas las tareas que les encomendé, su tarea principal en mi ausencia
y hasta mi regreso, será que se dediquen a amarse unos a otros. Este es mi
mandamiento; mi última voluntad; mi testamento final y mi sueño de oro. Y
levantando los ojos dijo: Padre Santo, sacándolos del mundo los depositaste a
estos, mis discípulos, en mis manos. Yo les expliqué quién eres Tú, y ahora ellos
saben que nací de Tu Amor. Eran tuyos. Tú me los entregaste como hermanos, y
Yo los cuidé como una madre cuida a su hijo pequeño. Ahora cuídalos Tú Padre
mío. Como tú me trataste a mí, así los traté Yo. Como Tú y Yo somos uno,
también ellos sean uno, y su unidad sea consumada en Nuestra Unidad. Así será
la consumación del Amor.
Ahora bien, ¿cómo amar? El cuarto Evangelio nos da la respuesta: Él dio su vida
por nosotros y nosotros debemos dar la vida unos por otros. Dar la vida. He ahí la
definición. Un amor pues, exigente y concreto, dentro de la ley de la renuncia y de
la muerte. Si yo le doy mi reloj, yo no sufro, pero si le doy mi piel, anteriormente
tengo que desprenderme de la piel, y eso sí que duele. Con el simpático, todo el
mundo simpatiza; con el encantador, todo el mundo se entiende; al amable, todo
el mundo ama; ahí no se sufre. Pero para perdonar al ofensor, tengo que morir al
instinto de venganza. Para acoger al tipo que me cae tan mal, tengo que morir al
impulso de repulsa. Para convivir con este antipático tengo que morir a las ganas
que tengo de huir de su presencia. Y así, sucesivamente. Siempre hay un dar la
vida.
Pero por gusto no se perdona. El morir a algo vivo no causa ninguna emoción; no
es un amor emotivo. Causa dolor; es pues un amor oblativo. Hay que dar la vida,
pero nadie muere por gusto, y el instinto primario del hombre es buscar lo
agradable y rehuir lo desagradable. ¿Quién podrá pues provocar semejante
cataclismo y revolución en el corazón humano? Sólo Jesús. Sólo Jesús puede
causar y ser satisfacción compensatoria al hecho de tener que morir para amar.
Sólo Jesús puede causar aquella alegría y satisfacción cuando uno hace un acto
de superación para morir a los instintos primarios.
Sólo Jesús puede invertir las leyes del corazón, poniendo suavidad donde había
violencia; poniendo perdón donde había ofensa; poniendo dulzura donde había
amargura. Conclusión: el secreto esencial de una armoniosa convivencia fraterna,
está en imponer las convicciones de fe sobre las emociones espontáneas.
16´06
Perdonarse, comprenderse.
Comunicarse, acogerse.
El misterio principal del amor evangélico está en ese juego recíproco de abrirse y
acogerse. Yo me abro a ti, y tú acoges mi salida; tú te abres a mí, y yo acojo tu
salida; y se da el encuentro, la intimidad, yo contigo, tú conmigo. Esto parece
complicado a la hora de explicar; pero la gente sin grandes explicaciones lo siente
con suma simplicidad, cuando dice: yo sé que tú estás conmigo; yo siento, yo sé
que fulano no está conmigo.
No hay recetas para ser cariñosos. Pero hay gestos y actitudes que
inequívocamente son portadores de cariño y que todo el mundo los entiende y los
siente: una sonrisa, una mirada, una aproximación, unas palmaditas en el hombro,
un saludo cordial, una simple pregunta, ¿cómo te sientes hoy? Es tan fácil hacer
feliz a una persona. Mejor dicho. Nosotros no podemos hacer feliz a nadie; pero sí
podemos dedicarnos a llevar a cada corazón un vaso de felicidad, dejar en cada
puerta una copa de alegría. Basta tomar el teléfono diciendo: ¿cómo va tu salud?;
rezo por ti, cuenta conmigo. No lo ha hecho feliz, pero le ha entregado una copa
de felicidad. Es tan fácil. Basta aproximarse a un hermano atribulado para decirle:
¿Cómo van tus proyectos?; todo acabará bien, ya lo verás, no tengas miedo;
mañana será mejor; cuenta con nosotros; estamos contigo. No lo ha hecho feliz,
pero le ha ofrecido un vaso de alivio. Es tan fácil. Basta dedicarle unos minutos a
un hermano sin un por qué, sin ninguna finalidad. Es tan fácil estimular a un
hermano comunicándole buenas noticias: oye, me dijeron que estuviste magnífico
en aquel compromiso; todos están haciendo elogios de tu actuación; te felicito,
hombre. No lo ha hecho feliz, pero le ha entregado un vaso de aliento y
esperanza. Es tan fácil.
Este ejercicio puede parecerle utópico, insensato, casi loco. Siga ejercitándose y
de pronto se puede encontrar con resultados milagrosos, con una infinita libertad y
paz en su alma, con la mayor aproximación a la perfecta alegría que se puede
experimentar en este mundo. Y además, acaso por primera vez en su vida, va a
tener inesperadamente, la experiencia de amar al enemigo; la más alta utopía del
Evangelio.
15´20
DECIMOTERCERA SESION
POBRES Y HUMILDES
Solo los humildes son libres. Solo los humildes son felices. Para el humilde no
existe el ridículo. Nunca el temor llama a su puerta. Le tienen sin cuidado las
opiniones ajenas. Nunca la tristeza asoma a su ventana. Para él vivir es como
soñar. Nada desde dentro, nada desde fuera, logra perturbar la paz del humilde; y
mira el mundo con los ojos limpios. Desprendido de sí y de sus cosas, el humilde
se lanza de cabeza en el seno profundo de la libertad. Por eso, vaciado de sí
mismo, el humilde llega a vivir libre de todo temor, en la estabilidad emocional de
quien está más allá de todo cambio. Solo los pobres y humildes son libres. Solo
los pobres y humildes son felices.
¿Quién es Jesús? Es el pobre de Nazaret; pobre y humilde. Comenzó por
renunciar a todas las ventajas de ser Dios, y se sometió a todas las desventajas
de ser hombre. Tan igual a todos que en Nazaret nadie supo que era Hijo de Dios.
No hizo alarde de nada; antes al contrario, escondió celosamente su categoría y
poder. En su porte exterior fue igual que cualquier vecino de Nazaret, viviendo
entre chismes de un vecindario, de una aldea tan insignificante que ni siquiera
aparece ese nombre de Nazaret en las páginas del Antiguo Testamento.
Así vivió sus treinta años en Nazaret. Preocupado, como los demás, de solucionar
las pequeñas necesidades cotidianas, sin aureola de santidad, sin hacer
exhibiciones, sin distinguirse por nada, sin realizar gestos heroicos, sin elevarse
un palmo por encima de los demás paisanos; simplemente como alguien que no
es noticia para nadie. Un cualquiera, un Pobre y Humilde de corazón.
De tal manera fue uno de tantos en la vulgaridad de una aldea, que sus vecinos no
podían creer cuando un día se enteraron que Jesús hacia prodigios y hablaba
maravillas, allá en Cafarnaúm. Y asombrados comentaban entre sí: Pero que, ¿no
es éste el hijo del carpintero? ¿Dónde ha aprendido éste tanta sabiduría? Y
agrega el Evangelio que sus paisanos y parientes no creían en El. ¿Por qué?
Porque en Nazaret había sido uno de tantos, sin ninguna distinción.
Ahora bien. Solo un pobre puede servir a los pobres. Un verdadero pobre opta
verdaderamente por los pobres. Por una inclinación instintiva e inevitable de su
corazón, busca a los fracasados, solitarios, carentes de afecto. Pobres son los
traicionados, los olvidados, los marginados, los tristes, los deprimidos, aquellos
cuya vida no tiene sentido alguno. Esta fue la ancha plataforma sobre la que Jesús
extendió sus brazos de misericordia y derramó sin medida consolación, asistencia,
pan y salud.
El que compadece, sufre con el que sufre. Nunca esta consigo, siempre está
salido hacia los demás. Está con los demás.
12´57
Aquí está el secreto y la raíz que explica todo. Ante todo Jesús es un hombre
pobre y humilde de corazón. Ahora bien, el que nada tiene y nada quiere tener,
¿qué le puede turbar? Nada puede temer. A un hombre pobre y humilde como
Jesús, que ha vivido renunciando a los sueños de grandeza y extirpando sutiles
apropiaciones, ¿qué le puede turbar? Por eso contemplamos a Jesús como un
profeta incorruptible, un testigo insobornable, absolutamente libre frente a los
poderes políticos y autoridades religiosas; frente a los amigos, seguidores y
familiares; incluso frente a los resultados de su propio trabajo.
Ahora, un hombre libre es un hombre disponible, es decir, todas las energías que
normalmente suelen estar enganchadas a la argolla del egoísmo, una vez
desenganchadas, esas energías quedan libres y disponibles al servicio de los
demás, sobre todo de los más necesitados. Ahora bien, para emprender esta
lucha liberadora, para llegar a ser desprendidos, pobres y humildes, no debemos
transformar la lucha misma en un deporte ascético, sino siguiendo nuestra eterna
pedagogía, en un pisar las pisadas de un Jesús pobre y humilde, preguntándonos
a cada momento y en cada nueva circunstancia: ¿Qué haría Jesús en mi lugar?
Pensar, imaginar al Pobre de Nazaret, rehuyendo tenazmente cualquiera
popularidad. Jesús da la impresión de tener miedo, como de sentir horror de ser
ladrón; no quiere ser ladrón de la gloria que solo al Padre pertenece. Como
obsesivamente estaba siempre en la boca con El: No lo digas a nadie. Al sanar al
paralítico le dijo: Preséntate a los sacerdotes pero no lo digas a nadie. Al sanar al
ciego, al sanar al cojo: no lo digas a nadie. Al bajar de la montaña de la
transfiguración, cuando los discípulos habían vislumbrado en El un destello de su
divinidad: cuidado, no se lo digan a nadie, lo que han visto y oído.
¿Qué sentía Jesús al decir: No me importa mi prestigio sino la gloria del Padre?
Una vez más. ¿qué sentía, como se sentía Jesús al permanecer mudo, como una
piedra, delante de Caifás y Pilatos? Silencio que dejó desconcertado, asombrado
al magistrado romano. Simplemente no le importaba nada, ni siquiera la vida. Ya
la había entregado voluntariamente en Getsemaní y la suerte estaba echada; la
ofrenda ya había sido aceptada por el Padre, entonces, ¿para qué hablar? Y no
habló nada. Nunca tan libre porque nunca tan pobre.
¿Qué sentía Jesús? ¿Qué quería significar cuando afirmaba por ejemplo y
solemnemente: ¿Hay que negarse a sí mismo? ¿Qué resonancias había en su
corazón cuando se atrevía a afirmar que quien odia su vida la ganará? ¿Qué
significados y alcances brillaban sobre los horizontes de Jesús cuando decía: Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y
sígame? ¿Qué quiere decir en sus exigencias prácticas: niéguese a sí mismo?
Quiere decir, vaciarse verdaderamente de sí mismo; extinguir la llama del yo; ir
desprendiendo pacientemente las mil apropiaciones; asomarse al mundo de las
intenciones para alumbrar con la lámpara de la autocrítica los motivos de nuestra
conducta de cada momento. Al enterarse de los comentarios desfavorables,
permanecer en silencio como Jesús, sin defenderse. No dar nunca explicaciones
para quedar bien. No buscar disfrazadamente aplausos y elogios. Si así se va
retirando el aceite, la llama acabará por apagarse, y se habrá ganado la batalla de
la libertad.
Si nosotros queremos asomarnos a los abismos últimos del misterio viviente de
Jesús; si queremos reducir a una síntesis magistral todo cuanto Jesús era, sentía,
pensaba, soñaba; he aquí el autorretrato: “Aprendan de mí que soy manso y
humilde de corazón y hallarán descanso para sus almas”. He aquí nuestro
quehacer fundamental en la vida: vivir mirando el pozo infinito de Jesús, hecho de
silencio, vacío, humildad y anonadamiento; y suplicar ardientemente, danos tu
corazón pobre y humilde. Entonces, y solo entonces, estaremos en condición de
amar como Jesús amó.
Para respetar y perdonar, para aceptar y acoger, y sobre todo para asumir con
brazos de misericordia y comprensión a los hermanos difíciles; aquellos que
dondequiera que estén surge el conflicto, y por eso mismo en todas partes se les
rechaza y nadie los quiere. Amarlos como Jesús los amó. ¿Cómo trataría Jesús
con misericordia y comprensión, precisamente a esos hermanos difíciles? En
segundo lugar, en el nombre del Mesías de los pobres, también nosotros haremos
objeto de nuestra predilección a los fracasados y marginados. Ofreceremos una
atención preferente a aquellos a quienes la vida los empujó al rincón del olvido.
Ofreciendo también un vaso de consolación a los tristes y deprimidos que no
estarán muy lejos de nuestra casa. Buscaremos con interés a los últimos, con el
mismo interés con que otros buscan a los primeros, haciéndonos presentes allá
donde haya soledad humana, carencia del sentido de la vida, enfermedad o
desesperanza, y con el mismo espíritu con que Jesús lo haría, les llevaremos
presencia, ternura, salud, pan, bondad, afecto.
¿Y por qué no reservar un cierto tiempo para visitar a los ancianos de los asilos?
¿A los enfermos de los hospitales? ¿A los presos de las cárceles? ¿Acaso no fue
esta la recomendación apremiante de Jesús, el Maestro? ¿Y por qué no
solidarizar, por qué no comprometerse con aquellas instituciones sociales que se
preocupan de los niños abandonados, de los jóvenes desorientados, de los
desempleados, cesantes, de los marginados, en fin, de toda clase? Y en el
Tribunal de la Historia tendremos el consuelo de escuchar aquellas palabras de la
boca del Señor: Vengan benditos de mi Padre, reciban en herencia el Reino que
les está preparado, desde la fundación del mundo.
15´14
DECIMOCUARTA SESION
Por otra parte, en esta sociedad prevalece no solo el sistema del mercado libre
sino también su filosofía. Me explico: entre nosotros no sólo corren libremente las
mercancías y capitales, sino también las ideas.
Por tal razón, esta sociedad se caracteriza también por un enorme pluralismo
cultural, por lo cual, entre nosotros funciona sin contrapeso la ley de la oferta y de
la demanda, en medio de una feroz competencia. ¿Consecuencia? El que más
ofrece y grita, se impone.
A ustedes que están terminando el Taller de Oración y Vida, a ustedes que han
presenciado las maravillas del amor y se han transformado en amigos y discípulos
del Señor, a ustedes les corresponde ahora, y está dirigido, aquel apremiante
mandato de Jesús: “Vayan, vayan por el mundo y anuncien el Evangelio a toda la
Creación.”
Al hacerse discípulos del Señor, hoy son constituidos misioneros o enviados del
Señor. De hoy en adelante, allá donde ustedes se hagan presentes, su deber es
implantar el Reino de Dios con su presencia, su conducta, su palabra y su acción.
Desde hoy son misioneros del Señor.
Este carácter de misioneros les viene a ustedes desde muy lejos, desde su
inserción en el misterio trinitario. Me explico: El Padre no es Padre, sino
paternidad; es decir, proceso nunca acabado de engendrar. El Hijo no es Hijo,
sino filiación; es decir, un proceso nunca acabado de ser engendrado. Los dos se
miran y se proyectan mutuamente y nace la intimidad, que sería el nombre propio
y exacto del Espíritu Santo: intimidad personificada o sustantivada. Las tres
Santas Personas vivían desde la eternidad y hasta la eternidad, en una misteriosa
comunicación en que cada Persona recibía todo y lo daba todo; todo le era propio
y todo era común, en un infinito e inefable diálogo.
Puede suceder que esta palabra, es decir, misionero, suene a sus oídos como a
cosa extraña. Para la mayoría de los cristianos, la palabra “misionero” está
revestida como de una aureola romántica y, al escucharla, imaginan a un fraile con
hábito y sandalias catequizando a los indígenas en la selva tropical. Tal como
estamos repitiendo, “misionero” significa “enviado”; enviado para anunciar y
comunicar la salvación de Jesucristo. A veces sin abrir la boca, por el simple
testimonio de su vida, en la oficina de un banco, en el mostrador de un comercio o
en la cátedra de la universidad, por el testimonio de vida, están anunciando a
Jesucristo.
Son, pues, “enviados” y este envío lo están recibiendo del mismo Jesús una vez
que, meditando en su palabra, se han hecho discípulos suyos y, tratando con El
en la oración, se han hecho sus amigos.
Un imperativo categórico
15´41
CONTINUACION (con música)
Reino de Dios es una expresión aramea, bastante ambigua por cierto. Promover el
Reino de Dios significa concretamente implantar al Dios viviente y personal, en
cada corazón, lo cual se lleva a cabo mediante el trato personal de la oración. Y
de esta manera, como el amor y el bien son irradiantes y difusivos, va
instalándose el Reino en el corazón de la historia, haciendo del mundo un altar de
fe y de adoración, para que la humanidad llegue lentamente a actuar y
comportarse según la mente y la voluntad de Dios.
El verbo “ungir” tiene un largo significado en las páginas de la Biblia. Desde que
Samuel, siguiendo los ritos de los imperios del Oriente Medio para consagrar a sus
reyes, “ungió” a Saúl como rey de Israel, derramando sobre su cabeza un cuerno
de aceite. Desde entonces el verbo ungir fue tomando un significado cada vez
más amplio y de gran trascendencia: El ungido era un consagrado, un destinado
para gobernar un pueblo o un imperio, hasta que, el ungido por antonomasia sería
el Mesías.
Los pobres son, pues, los primeros destinatarios del mensaje de Jesús; y Jesús
mismo se hizo presente entre ellos de manera preferente, para hacerles sentir la
ternura y la predilección del Padre.
Ustedes deben poder repetir de alguna manera las palabras de Jesús cuando
dice: “Salí del Padre y vine al mundo”. Al volver del monte todas las mañanas,
donde había pasado toda la noche en oración, y presentarse ante las
muchedumbres, Jesús podía afirmar diciendo: “Acabo de salir del Padre y vengo a
ustedes”. Para tener autoridad moral y categoría de testigos, ustedes deben poder
repetir también: “He estado con el Padre, salí del Padre, salgo del Padre y vengo a
ustedes a anunciarles lo que he visto y oído.”
Qué quiere decir rapsoda: En la sociedad medieval, en que no había todavía reyes
sino señores feudales, en esa sociedad los rapsodas eran cantantes populares
que iban de aldea en aldea anunciando a la gente que existía su señor feudal y
que era muy importante. Así serán ustedes humildes rapsodas del Señor, con
simplicidad y sin pretensiones:
Este es el distintivo que dejó Jesús para sus discípulos: “Ustedes serán mis
testigos hasta los confines de la Tierra”. Solo los que presenciaron algo pueden
testificar; sólo ellos tienen autoridad moral para poder afirmar: “Yo, y sólo yo,
estaba allí cuando sucedió aquello; yo lo vi con mis propios ojos. De consiguiente
mi testimonio ofrece veracidad y garantía”. Testigos del Señor son los que ha visto
y oído, los que han estado con el Señor.
El mundo moderno está cansado de palabras; primero de los políticos y, después,
de los eclesiásticos. El mundo se resiste a creer en las palabras cuando estas no
van acompañadas por el testimonio de una vida. El pueblo sabe distinguir muy
bien, y desde lejos, a un testigo de un charlatán. El pueblo no sabe hacer
radiografías y psicoanálisis, pero adivina certeramente lo que hay detrás de cada
persona. Y la gente dice: “este tiene algo; aquel no tiene más que palabras
vacías.” Por instinto lo saben.
Los verdaderos testigos son aquellos que hablan sin hablar, tienen aquel “no sé
qué”, aquel perfume que huele a lo divino, y que los transforma en resonadores o
sensibilizadores de Aquel que, por naturaleza y esencia, es el gran Silencioso, el
gran Invisible.
Sin necesidad de hablar mucho, son como signos de interrogación por ser signos
de admiración. El pueblo, al verlos actuar en la vida, acaba preguntándose: Pero,
¿Quién es este? ¿Por qué actúa así? ¿Por qué se le ve tan feliz en todo
momento? ¿Por qué actúa con tanta libertad, tanta seguridad, tan sin miedo? Y
obligan al pueblo a concluir: es un prodigio viviente, es un caso inexplicable que
no entra en los parámetros psicológicos y obligan a concluir ante el mundo entero,
que Jesús vive y sigue operando prodigios; de otra manera no se podría explicar
este caso. Y, sin abrir la boca, están gritando ante el mundo que Jesucristo vive.
Son testigos de Dios porque remiten a Dios, sin necesidad de palabras.
Pero si los testigos hablan, yo no sé qué tienen: transmiten fuego, espíritu y vida.
Sus palabras llevan cualquier cosa como fuerza y convicción. Sin pretensión
alguna, sin acudir a palabras y argumentos altisonantes, el pueblo queda
deslumbrado por un algo evidente, por un algo a primera vista.
Estos son los que han visto y oído algo. Estos son los que saben de Dios, no
porque lo hayan aprendido en los libros o en las aulas, sino porque lo han
aprendido de rodillas, en el silencio y la soledad, en el trato personal; y por eso
tienen aquel conocimiento que supera todo conocimiento y que emana de la
experiencia.
Testigos de Jesucristo
Una cosa es la palabra Dios y otra cosa es Dios mismo. En nuestra cabeza
tenemos la idea de que el fuego quema, por ejemplo, pero otra cosa es saber que
el fuego quema porque hemos metido la mano en el fuego y tenemos la
experiencia de que el fuego quema. Sabemos que el agua apaga la sed, pero otra
cosa es la experiencia de saciar la sed con un vaso de agua fresca en una tarde
de verano. Sabemos que tal sinfonía es sublime, pero otra cosa es estremecerse
hasta las lágrimas al escucharla.
Sabemos que Dios existe, que es amor. Pero otra cosa es conmoverse hasta el
delirio al experimentar su presencia arrebatadora, con aquella emoción que
siempre deja la proximidad de la persona amada. Dios no es una idea, no es una
abstracción mental: Dios es una persona y a una persona se la conoce tratándola;
y este trato personal confiere aquel conocimiento experimental que supera todo
conocimiento.
Esa experiencia, ese “ver y oír” a alguien, confiere a su vez la categoría de testigo.
Y los testigos de Jesucristo no transmiten principalmente doctrina, ideas, teorías,
teologías, sino una vida, un mensaje que contiene y entrega la salvación.
Ya lo dijo el Maestro: “yo soy la vid, ustedes las ramas.” Si la rama está adherida a
la vid, habrá uva sabrosa, fruto fecundo; pero, si la rama está separada de la vid,
ya saben los frutos: esterilidad, vacío, tristeza, muerte. Del grado, pues, de la
unión vital del evangelizador con el Primer Evangelizador dependerá la fecundidad
y la credibilidad.
“Y ahora salgan, salgan al mundo y anuncien las felices noticias a todas las
criaturas.”
15´08”