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Cristología para empezar, Busto Saiz-José Ramon

“El objetivo de este libro es ayudar a compensar ese desfase poniendo al alcance de todos –
con toda claridad, pero con todo rigor- una parte (mínima pero esencial) de lo que hoy ya es
perfectamente normal en Cristología. Se trata, entre otras cosas, de recuperar la plena
humanidad de Jesús para poder acceder a su plena divinidad; para poder proclamar con
conocimiento de causa la afirmación ‘Jesús es el Cristo’, que constituye el centro de la fe
cristiana”.

CONTENIDO DE LA OBRA

El texto consta de introducción y cinco capítulos:

1. La investigación moderna sobre Jesús de Nazaret: esbozo histórico de la investigación


exegética sobre la figura de Cristo. Se trata de un capítulo de primordial importancia. Establece
de partida una fuerte contraposición entre la Cristología previa al Concilio Vaticano II y la
posterior. Hace una breve historia sobre las diferentes etapas por las que ha pasado la
investigación histórica de Jesús, para terminar con los resultados conseguidos.

2. La historia de Jesús de Nazaret: se plantea qué sabemos sobre Jesús, su mensaje y sus obras.

3. Aproximación histórica a la causa de la muerte de Jesús: intenta dar luz acerca de lo que fue
la causa última del rechazo, Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

4. La resurrección de Jesús: se centra en los testimonios literarios y en la fe de los primeros


discípulos.

5. La fe en Jesucristo: termina su obra tratando la fe en la divinidad de Cristo, Hombre


verdadero, Hijo de Dios, Nuestro Hermano Mayor, perfecto Dios y perfecto Hombre y,
Salvador del pecado, la ley antigua y la muerte de todo el género humano.

Dentro del primer capítulo, en un segundo apartado, el autor hace una breve historia sobre el
curso de la investigación histórica sobre Jesús. A los evangelios podemos acercarnos desde tres
ángulos diversos:

a) como fuentes históricas: los evangelios no pueden ser considerados sin más obras
históricas, en el sentido de que todo lo que cuentan haya sucedido tal cual lo transmiten. El
autor fundamenta esta tesis en “las múltiples contradicciones que encierran” (p.21). Pone dos
ejemplos de lo que afirma: el día de la muerte de Jesús es distinto si acudimos al cuarto
evangelio que si lo hacemos a los sinópticos; y, en segundo lugar, las dos generaciones de
Jesús que nos ofrecen Mateo (1,1-16) y Lucas (3,23-38). Conclusión: “al menos a primera vista,
su testimonio histórico no es de fiar” (p.22);

b) como obras literarias: el autor se pregunta, después de afirmar el valor literario de los
evangelios, cuestiones como: ¿cuáles son los autores?, habida cuenta de que ninguno de los
evangelios está firmado; los autores, ¿fueron testigos oculares de lo que cuentan?; ¿cómo se
explican las contradicciones?; ¿dispusieron de fuentes?, ¿cuáles?, ¿cómo las utilizaron?; ¿para
que lectores escribían?;

c) como obras teológicas: el autor afirma: “La ‘pura historia’, como la ‘pura realidad’, no existe
ni en el caso de Jesús ni en ningún otro. La historia y la realidad son siempre historia y realidad
interpretadas. Los evangelios nos transmiten la historia de Jesús interpretada por la
comunidad creyente, y el creyente ve en esa interpretación el testimonio de la misma
interpretación de Dios acerca de esa historia” (pp.23-24).

Termina el autor este primer capítulo analizando los resultados de la investigación sobre los
evangelios y recordando los principales criterios de historicidad. Comienza diciendo: “Para
hacer Cristología, nuestra principal fuente no puede ser otra que los evangelios” (p.31) Esta
afirmación clara y contundente es explicada del siguiente modo: importa, y mucho, conocer
como se redactaron los evangelios. Afirmado que los evangelios son norma de nuestra de fe,
establece una separación radical entre la predicación de Jesús y, la predicación de los
apóstoles junto a la vida de la primitiva comunidad cristiana. “Jesús enseña; son las ‘palabras
de Jesús’. Jesús actúa; son los ‘hechos de Jesús’. Esas palabras y hechos se pronuncian y
realizan respectivamente en un contexto determinado (...) Tras la muerte de Jesús tiene lugar
la fe de Pedro, la fe de los apóstoles, la fe de la primitiva comunidad, y empieza la predicación,
que nos testifica la intervención escatológica de Dios en Jesús. La predicación se va a
desarrollar, pues, a partir del año 30” (p.32).

Capítulo Segundo: La historia de Jesús de Nazaret

El autor afirma que aborda el tema desde la perspectiva de la crítica histórica. Señala: “creo
que todo lo que sigue es ‘conservador’” (p.41). A la pregunta, ¿qué sabemos de Jesús de
Nazaret?, responde centrándose en tres datos: el primero es su nacimiento. Jesús nace en
Belén o Nazaret, el año 6 antes de Cristo probablemente, hijo de María, “nació de ella de
forma extraña” (p.43); Lucas y Mateo dirán que se trata de un nacimiento virginal. El segundo
dato es que Jesús fue discípulo de Juan Bautista; afirmación que apoya en que fue bautizado
por el Bautista. En este tiempo, junto a Juan, Jesús va descubriendo su propia vocación, y
añade el autor: “Es decir, Jesús no sabía de su futuro más de lo que nosotros sabemos del
nuestro. Si lo hubiera sabido, no habría sido hombre igual en todo a nosotros menos en el
pecado (cf. Hebreos, 4,15)” (p.44). Y, por último, el tercer dato es sobre el contenido de su
predicación, cuyo punto esencial será la inminencia de la venida del Reino de Dios. “Jesús no
predicó un código de virtudes que tengamos que ejercitar. Jesús sólo predicó que la llegada del
reino de Dios era inminente: ‘No desaparecerá esta generación sin que todo esto suceda’
(Mateo 24,34)” (p.45).

En cuanto al mensaje dice el autor: “Me interesa mucho subrayar lo siguiente: el Reino de Dios
es Dios. Es un genitivo epexegético, es decir un genitivo explicativo (...)

Pasa a señalar las características de ese Reino de Dios:

1ª “el Reino de Dios está vinculado a la persona de Jesús” (p.47). Los judíos le piden signos
(señales, pruebas) de la realidad de su mensaje. La respuesta de Jesús es su filiación divina:
“Podemos decir que Jesús sabía que era Hijo de Dios” (p.47). Filiación, de la que Jesús Hombre
va teniendo conciencia de un modo progresivo.

2ª “el Reino de Dios llega para todos y llega gratuitamente” (p.48). Y añade: “La idea de Jesús
es que Dios nos quiere independientemente de cual sea nuestra actuación (...) es amor
incondicionado. De lo cual no se puede deducir que dé lo mismo cuál sea nuestro
comportamiento. Al revés: precisamente (...) es por lo que nosotros nos sentimos apremiados
a corresponder con todas nuestras fuerzas al amor incondicionado de Dios” (pp.48-49).

3ª “los primeros destinatarios del Reino de Dios, según Jesús, son los pobres. Por ‘pobres’ hay
que entender (...) los que no tienen dinero” (p.47). Y esto es así porque en la tradición
veterotestamentaria la riqueza es una bendición de Dios, de modo que el pobre carece de esa
bendición. “Pobres son también los enfermos (...), los marginados de la sociedad (...) el
huérfano menor de doce años, la viuda sin hijos (...), las prostitutas (...), los publicanos” (pp.49-
50).

Capítulo tercero: Aproximación histórica a la causa de la muerte de Jesús

El autor nuevamente deja de lado la dimensión teológica para centrarse en la histórica, pero
según su opinión “todo cuanto profundicemos en el primer punto de vista (histórico) nos hará
comprender mucho mejor la muerte de Jesús desde la perspectiva teológica” (p.67).

Estudia con cierto detenimiento el hecho de la expulsión de los mercaderes del templo, pues
en él verá el motivo central, desde un punto de vista histórico, de la condena a muerte de
Jesús, por su relación con la realidad del Templo, lo que éste representaba y era para los
judíos. Se trata de un relato “bien atestiguado en los evangelios y lo tenemos puesto en
relación con la muerte de Jesús: ‘desde entonces querían matarlo’” (p.70). Jesús es acusado de
que había dicho que destruiría el templo “y en tres días lo reedificaré” (Mateo 26, 61); de
nuevo en la Cruz, alguna de las burlas que recibe Cristo recuerdan su afirmación sobre la
destrucción del templo. Jesús profetizó esa destrucción (cf. Lucas 19, 44; 21, 6 y par.). El autor
acude también a Hechos 6, 14 y Apocalipsis 21, 22 para reafirmar la centralidad de este pasaje.

Concluye: “En resumen: tenemos muy atestiguada a lo largo de todo el Nuevo Testamento la
unión de estas tres palabras: ‘Jesús-templo-destrucción’. De acuerdo con el primer criterio de
historicidad, hay que mantener que Jesús tuvo algo que ver con la idea de la destrucción del
templo” (p.72).

Capítulo cuarto: La resurrección de Jesús

El autor lo aborda desde el mismo punto de vista que los dos anteriores capítulos: desde una
perspectiva histórica-literaria. “Vamos a hablar un poco de los testimonios literarios de la
resurrección de Jesús y cómo los podemos entender, para hacer al final una primera
aproximación a lo que significa la frase ‘Jesús ha resucitado’, que es el centro de nuestra fe”
(p.91).

El Nuevo Testamento no añade sobre el Antiguo más que la afirmación “Jesús ha resucitado”,
que es la que pretendemos estudiar. Encontramos cuatro tipos de testimonios literarios: 1)
confesiones de fe; 2) himnos cristológicos primitivos; 3) relatos sobre la tumba vacía; y 4)
relatos de apariciones.

Con respecto a los primeros, las confesiones de fe, “son frases breves que testimonian la
resurrección de Jesús (...) servían para expresar el sentimiento y la convicción de la primitiva
comunidad” (p.92). Señala que las más antiguas son Romanos 10,9 y 1Corintios 15,3-5.
También añade Lucas 24,34.

El autor defiende la tesis de que la tumba vacía, se diera o no se diera es “innecesaria” y, a la


vez “insuficiente”. Lo primero, porque el cuerpo no entra en la resurrección; lo segundo,
porque ante la tumba vacía se pueden dar otras explicaciones, cosa que, además, según el
autor, los mismos evangelios dejan ver. En definitiva: “la resurrección es la entrada de Jesús en
la vida de Dios, y la entrada de Jesús en la vida de Dios no es demostrable” (p.100).

Ahora pasa a explicar el significado de la fe en la resurrección del Señor. Para el autor se trata
de encontrar el contenido de la afirmación “Jesús ha resucitado”. Lo articula en cuatro puntos.
Primero, significa que Dios es fiel, es decir que del mismo modo que Jesús muere porque
quiere cumplir la misión recibida, Dios es fiel cuando le resucita: “Al decir ‘Jesucristo ha
resucitado’, estamos respondiendo que sí, que no hay nadie más fiel que Dios. Desde un punto
de vista bíblico, el hombre es inmortal, no tanto porque posea un alma inmortal, es decir, no
tanto porque sea algo debido a su naturaleza, cuanto porque la fidelidad de Dios no puede
permitir que quien le ha sido fiel experimente la corrupción” (pp.106-107).

Capítulo quinto: La fe en Jesucristo

Comienza haciendo una crítica a la cristología deductiva, objeto de estudio en capítulos


anteriores. El fundamento del rechazo de esta cristología no es más que afirmar que no
sabemos ni quién es Dios, y a la vez nuestro conocimiento del hombre también deja mucho
que desear. Así podemos leer: “el camino no es ir haciendo deducciones a partir de nuestra
idea de Dios para llegar a conocer a Jesús, sino que el camino correcto es llegar a conocer a
Dios a partir del desvelamiento de Dios que tiene lugar en Jesús” (p.112). Jesús nos revela al
Padre (cf. Juan 1,18 y 14,9). Respecto de nuestro desconocimiento del hombre, sabido que
somos imagen y semejanza de Dios (cf. Gén. 1,26), será Jesús quien nos revele al hombre, ya
que gracias a la unión hipostática “al ver a Jesús vemos la verdadera imagen de Dios, la imagen
de Dios mejor realizada. (...) seremos hombres en la medida en que realicemos en nosotros la
misma imagen de Jesús” (p.114). Así lo afirma San Pablo (Rom. 8, 29).

El autor estudia la afirmación “Jesús, Hijo de Dios”, para lo cual comienza diciéndonos que las
afirmaciones del Credo, las formulaciones de los concilios, indican “que más allá de Jesús de
Nazaret no hay pasos posteriores en el descubrimiento de Dios. Dios no está detrás de Jesús,
está en Jesús. No hay un trecho que recorrer desde Jesús hasta Dios. En Jesús hemos llegado al
Padre” (pp.115-116). Ahora bien lo que Jesús nos desvela de Dios no es sólo su eternidad, su
ser todopoderoso, etc., su grandeza en definitiva, que son conceptos previos, ya contenidos en
el Antiguo Testamento y, que se nos revelan en la resurrección de Jesús, sino sobre todo, Jesús
nos desvela al Padre con su vida, en definitiva en su debilidad. El autor afirma de modo
contundente: “quien cree tan sólo que Dios es eterno y todopoderoso será un hombre
religioso, sí, pero no será cristiano. El cristiano, además de pensar a Dios como eterno y
todopoderoso, piensa a Dios como débil” (pp.117-118). Ahí están las tentaciones de Jesús, la
tentación del poder, que Jesús rechaza pues Él nos desvela no al Dios del poder sino al de la
debilidad; así también lo vemos en la Cruz o en Belén, en ambos casos a merced de la
actuación humana. Termina el autor: “En resumen: ‘Jesús es el Hijo de Dios’ quiere decir que el
Dios Eterno, Todopoderoso, Principio y Fin de todas las cosas, ha ‘perdido’ su poder y está a
nuestra merced para que nosotros le ayudemos en la historia. Dios se ha unido a nuestro
destino y queda afectado por nuestra situación. Es Dios entregado por el Amor.

El libro termina con una advertencia importante ante todo lo que se ha dicho, y es que todo
esto que Dios me ha otorgado en su amor infinito salvándome, “ahora ha de ser realizado en
mi propia existencia (...) yo no he perdido mi propia individualidad personal ni mi libertad.
Todo lo de Jesús tiene que irse realizando en mí, y conmigo en todos los que están a mi lado: el
resto de la humanidad” (p.154).

En conclusión, la cristología que Bustos enseña en su libro, no tiene como punto de partida “el
misterio del hombre-Dios, ni su estructura ontológicamente teándrica, sino la figura concreta
de Jesús de Nazaret, en la concreción de su actuación histórica y de su obra salvífica”
(Introducción, pp.16-17). Esto se ve en los dos primeros capítulos del libro. Se trata de un
presupuesto necesario de la cristología que el autor llama “genética”, frente a la clásica que
denomina “deductiva”. Hay que partir del Jesús histórico. Esto no es más que la consecuencia
de “la intención precisa de recuperar en plenitud la humanidad de Cristo, al afirmar que Jesús
es “persona humana”, y sobre la base de la concepción moderna de la persona, propia de la
fenomenología y la psicología, reducir la “personalidad divina” de Cristo a la autoconciencia y
autopresencia que Jesús poseía de la experiencia de Dios (Introducción, p.18).

Lo esencial de la reflexión del libro se centra en lo que el autor designa con recuperar la plena
humanidad de Jesús, llegando a afirmar que Jesús es persona humana, quedando oscurecida la
divinidad de Cristo, única Persona, nacida desde la eternidad de Dios Padre y, en el tiempo, de
María Santísima. En este sentido, se entiende todo el desarrollo de la necesidad y, su carácter
exclusivo, del estudio histórico crítico de los textos sagrados para descubrir la personalidad
humana de Jesús.

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