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Columna: Mientras el lobo no está

Un cuento de mucho miedo

Irulana era una nena valiente, pero también era chiquita, y se sentía sola. Cualquiera se
sentiría solo en el lugar de Irulana. No tenía nada en el mundo. Nada más que un Ogronte
dormido y un banquito verde. Y eso no es nada. Es muy poquito.

Estoy pasando la cuarentena en casa de mi amiga Sofi, y un día de estos tuve que romperla
para buscar algo de ropa de invierno. Allá lejos y hace tiempo cuando todo empezó un 20
de marzo, todavía hacía calor y mi ingenua ignorancia me decía que no duraría más de dos
o tres semanas. No sé si les pasó, pero en el momento en que estaba preparándome para
salir se me hizo un nudo en el estómago y le dije a Sofi: “tengo miedo”. Salí en la bici para
ir y volver rápido, tomando los recaudos necesarios, y no fue hasta después de algunas
cuadras que el miedo empezó a disiparse un poco.
Pensando mucho en el miedo me acordé de un cuento de Graciela Montes que se llama
Irulana y el ogronte. Y quería apuntar acá dos o tres cositas para compartir esa lectura y, si
no conocen, invitarles animosamente a que lean las cosas que publica esta señora. Graciela
Montes es una maestra de la literatura infantil y la mediación de lectura. Hizo y hace de
todo: publicó cuantiosos libros literarios, tradujo obras como Alicia en el país de las
maravillas, realizó adaptaciones de mitos clásicos, coordinó colecciones en el CEAL
(Centro Editor de América Latina), dio charlas, conferencias, escribió ensayos.
Su obra literaria tiene eso, como podrán leer en el cuento de Irulana, de que a la vez que es
un cuento teoriza sobre su misma materialidad y las potencias de la literatura. Todo lo que
Montes dice en sus ensayos, como por ejemplo en La frontera indómita, está en sus cuentos
y novelas.
Irulana y el Ogronte arranca ya con un subtítulo que dice entre paréntesis “un cuento de
mucho miedo”. Y le narrador insiste también después, cuando pasamos las hojas y
encontramos el comienzo: “Aviso que este es un cuento de miedo: trata de un pueblo, de un
ogronte y de una nena. El ogronte no tenía nombre pero la nena sí, algunos la llamaban
Irenita, y yo la llamo a mi modo: Irulana”.
Con todo esto que estamos viviendo, me pregunté si la literatura infantil argentina ha
tematizado el “fin del mundo”. Si hay relatos de “fin”, de “apocalipsis”, distopías o utopías.
Y pensé en Irulana. No es casual que el ogronte tenga nombre y la nena sí. Y es el nombre
propio, la palabra, la capacidad de construir relato y metáfora la que nos saca de la
oscuridad, de esa oscuridad que nos asusta y no nos hace bien. Así de profundo es este
cuento. Yo cuando lo leí por primera vez no lo podía creer. Habré tenido unos 20 o 21 años
y me pregunté, recuerdo, cómo lo leería une niñe.
Se pueden decir muchas cosas sobre Irulana. Tiene un trabajo hermoso entrelazando texto
verbal e ilustración de Claudia Legnazzi, jugando con las dimensiones de lectura y
haciendo entrar la materialidad del propio objeto libro en la historia. Pero en realidad,
también es difícil decir mucho más. Porque después de leerlo te quedas así, como pensando
¡wow! Y cerrás el libro (o PDF) con un suspiro profundo y una sonrisa, porque al final,
todo se reinventa y arranca de nuevo.

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