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CUENTOS CON VALORES

Los dos Halcones

Cuenta la historia que un rey de un país muy lejano recibió como obsequio en su cumpleaños
dos pichones de halcón y los entregó al maestro de cetrería para que los entrenara.

Pasados unos meses, el instructor le comunicó que uno de los halcones estaba perfectamente
educado, había aprendido a volar y a cazar, pero que no sabía qué le sucedía al otro halcón: no
se había movido de una rama desde el día de su llegada a palacio, e incluso había que llevarle
el alimento hasta allí.

El rey mandó llamar a curanderos y sanadores de todo tipo, pero nadie consiguió hacer volar al
ave. Encargó entonces la misión a varios miembros de la corte, pero a pesar de los intentos
nada cambió; por la ventana de sus habitaciones el monarca veía que el pájaro continuaba
inmóvil. Publicó por fin un llamamiento entre sus súbditos solicitando ayuda, y  entonces, a la
mañana siguiente vio al halcón volar ágilmente por los jardines.

-Traed  al autor de este milagro -dijo a su séquito. Al poco rato le presentaron a un campesino.

-¿Tú hiciste volar al halcón? ¿Cómo lo lograste? ¿Eres mago, acaso?

Entre feliz e intimidado, el hombrecito explicó:

-No fue difícil, Su Alteza: sólo corté la rama. El pájaro se dio cuenta de que tenía alas y se lanzó
a volar.

Reflexión:

En nuestra vida hay muchas ramas que nos mantienen en una situación de comodidad.
Algunos a pesar de la seguridad de la rama igualmente se arriesgan y se lanzan, aprendiendo a
volar y buscando la superación personal. Pero otros, como el segundo halcón, se acomodan en
ella. A veces puede que algún acontecimiento rompa la rama de la costumbre, de la seguridad,
entonces se dan cuenta de que pueden volar y superarse a sí mismos.

En ocasiones nos acomodamos sin ser conscientes de nuestras potencialidades, sin desarrollar
todas nuestras cualidades, pues estamos cómodos en nuestra rama: quizá es necesario que
alguien nos corte la rama para que podamos arriesgarnos al vuelo. A veces las cosas
inesperadas, y que incluso en principio parecen negativas son verdaderas oportunidades para
desarrollar nuestras potencialidades.

Hemos de desarrollar nuestras capacidades y potencialidades, como dice el refrán: " La


confianza del pájaro no está en la rama en la que se apoya, si no en sus propias alas".
El sembrador de dátiles

En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Eliahu
de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.

Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a
Eliahu transpirando, mientras parecía cavar en la arena.

-Que tal anciano? La paz sea contigo.

– Contigo -contestó Eliahu sin dejar su tarea.

-¿Qué haces aqui, con esta temperatura, y esa pala en las manos?

-Siembro -contestó el viejo.

-Qué siembras aqui, Eliahu?

-Dátiles -respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el palmar.

-¡Dátiles!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez.

-El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a
beber una copa de licor.

– No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos…

-Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?

-No sé… sesenta, setenta, ochenta, no sé.. lo he olvidado… pero eso, ¿qué importa?

-Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser
palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes,
ojalá vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar
algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.

-Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos
dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto… y
aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.

-Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta
enseñanza que hoy me diste – y diciendo esto, Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de
cuero.

-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no
llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no termino de
sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
Las tres puertas

Un joven discípulo dijo a un sabio filósofo: – Maestro, un amigo tuyo estuvo hablando mal de
ti.

– Espera, le interrumpió el filósofo. ¿Ya hiciste pasar por las tres puertas lo que vas a
contarme?
– ¿Qué tres puertas?

– Sí, la primera es la verdad ¿Estás seguro que es totalmente cierto lo que vas a decirme?

– No, lo oí comentar a unos vecinos.

– Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda puerta, la bondad. Lo que quieres decirme
¿es bueno para alguien?

– No, al contrario.

– Y la última puerta es la necesidad ¿es necesario que yo sepa lo que quieres contarme?

– No, no es necesario.

– Entonces dijo el sabio sonriendo: “Si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, mejor será
olvidarlo para siempre”

La vida que sostienes está en tus manos


Un grupo de chicos conocían a un hombre sabio de su pueblo y urdieron un plan para
engañarle. Atraparían a un pájaro vivo e irían a visitar al hombre sabio. Uno de ellos sostendría
el pájaro detrás de la espalda y le preguntaría: “Hombre sabio, ¿el pájaro está vivo o muerto?”.

Si el hombre sabio respondía que estaba vivo, el chico aplastaría rápidamente al pájaro y diría:
“No, está muerto”. Si el hombre sabio decía: “El pájaro está muerto”, el chico le
enseñaría el pájaro con vida.

Los chicos consiguieron que el hombre sabio los recibiera, el que sostenía al pájaro le
preguntó: “Hombre sabio, ¿el pájaro está vivo o muerto?”

El hombre sabio permaneció en silencio durante unos instantes. Después se agachó hasta que
quedó a la misma altura que el chico y le dijo: “La vida que sostienes está en tus manos”.

 
El proceso de la búsqueda

Al final del campo donde vivía Hu-Song había un barranco. Para pasar al otro lado, en el que
había un hermoso prado y una fuente de aguas claras, la gente debía bajar trabajosamente
para subir luego una pendiente muy empinada. Todos los días Hu-Song tomaba unos guijarros
y los lanzaba al fondo del barranco.

-¿Para qué haces eso, maestro? -le preguntó uno de sus discípulos-. Y respondió Hu-Song: -Es
mi aporte para reducir el abismo que nos separa de lo que deseamos.  Si todos hacemos lo
mismo, si nuestros hijos y nietos también  lo hacen, alguna  vez el barranco quedará cubierto y
los hombres podrán disfrutar sin fatigas de lo que ahora nosotros debemos sufrir para gozar.
Mis guijarros son pequeños ya que no puedo cargar los grandes, pero gracias a ellos la fuente y
el prado están cada día más cerca”.

Posición de responsabilidad

Cuando el enorme bosque comenzó a incendiarse, cada animal asustado, se lanzó a correr…

La mayor parte dejó las llamas atrás y cruzó a la otra orilla del río, salvando su vida. Desde allí
veían como todo desaparecía bajo el fuego…

De pronto uno de ellos vio que un pequeño picaflor hacía algo extraño. Con su pequeño pico
tomaba agua del río, volaba hasta el incendio y dejaba caer gotitas de agua sobre las llamas.

Los animales, al verlo comenzaron a reírse; y le preguntaron si no se sentía ridículo haciendo


eso…

El picaflor los miró y les contestó: yo, simplemente, estoy haciendo mi parte.

Al entender su actitud cada animal comenzó a juntar agua del río y llevarla de alguna manera
hacia el incendio hasta apagarlo.

Cuento Árabe sobre la Amistad

A un oasis llega un joven, toma agua, se asea y pregunta a un anciano que se encuentra
descansando: -¿Qué clase de personas viven aquí?

El anciano le pregunta: -¿Qué clase de gente había en el lugar de donde tú vienes? -“Un
montón de gente egoísta y mal intencionada- replico el joven-estoy encantado de haberme ido
de allí.

A lo cual el anciano comento: Lo mismo habrás de encontrar  aquí.

Ese mismo día otro joven se acercó a beber agua al oasis y viendo al anciano pregunto: –¿Qué
clase de personas viven en este lugar?
El viejo respondió con la misma pregunta: “¿Qué clase de personas viven en el lugar de donde
tu vienes? “Un magnifico grupo de personas, honestas, amigables, hospitalarias, me duele
mucho haberlos dejado. “Lo mismo encontraras aquí”, respondió el anciano.

Un hombre que había escuchado ambas conversaciones le pregunto al viejo: ¿Cómo es posible
dar dos respuestas tan diferentes a la misma pregunta? A lo cual el viejo contesto:

“Cada uno de nosotros solo puede ver lo que lleva en su corazón. Aquel que no encuentra
nada bueno en los lugares donde estuvo no podrá encontrar otra cosa aquí.

Solo tienes poder sobre la actitud mental y tus creencias y ellas son las que generan tu espacio
de acción. Los pensamientos crean la realidad en que vivimos.

Los tres árboles

Había una vez tres árboles en una colina de un bosque. Hablaban acerca de sus sueños y
esperanzas.

El primero dijo:- “Algún día seré un cofre de tesoros. Estaré lleno de oro, plata y piedras
preciosas. Estaré decorado con labrados artísticos y tallados finos; todos verán mi belleza”.

El segundo árbol dijo: – “Algún día seré una poderosa embarcación. Llevaré a los más grandes
reyes y reinas a través de los océanos, e iré a todos los rincones del mundo. Todos se sentirán
seguros por mí fortaleza, destreza sobre las aguas y mi poderoso casco”.

Finalmente el tercer árbol dijo: “Yo quiero crecer para ser el más recto y grande de todos los
árboles en el bosque. La gente me verá en la cima de la colina, mirará mis poderosas ramas y
pensarán en el Dios de los cielos, y en cuán cerca estoy de alcanzarlo. Seré el más grande árbol
de todos los tiempos y la gente siempre me recordará.”

Después de unos años de que los árboles oraran para que sus sueños se convirtieran en
realidad, un grupo de leñadores vino donde ellos estaban.

Cuando uno vio al primer árbol dijo: – “Este parece un árbol fuerte, creo que podré vender su
madera a un carpintero”, y comenzó a cortarlo. El árbol estaba muy feliz debido a que sabía
que el carpintero podría convertirlo en un cofre para tesoros. El otro leñador dijo mientras
observaba al segundo árbol: – “Parece un árbol fuerte, creo que lo podré vender al carpintero
del puerto”. El segundo árbol se puso muy feliz porque sabía que estaba en camino a
convertirse en una poderosa embarcación. El último leñador se acercó al tercer árbol; éste
estaba muy asustado, pues sabía que si lo cortaban, su sueño nunca se volvería realidad. El
leñador dijo entonces: – “No necesito que el árbol que corte tenga alguna característica
especial, así que tomaré este”. Y cortó al tercer árbol.

Cuando el primer árbol llegó donde el carpintero, fue convertido en un cajón de comida para
animales, y fue puesto en un pesebre y llenado con paja. Se sintió muy mal pues eso no era por
lo que tanto había orado. El segundo árbol fue cortado y convertido en una pequeña balsa de
pesca, ni siquiera lo suficientemente grande para navegar en el mar, y fue puesto en un lago. Y
vio como sus sueños de ser una gran embarcación cargando reyes había llegado a su final. El
tercer árbol fue cortado en largas y pesadas tablas y dejado en la oscuridad de una bodega.
Años más tarde, los árboles olvidaron sus sueños y esperanzas por las que tanto habían orado.
Entonces un día un hombre y una mujer llegaron al pesebre. Ella dio a luz un niño, y lo colocó
en la paja que había dentro del cajón en que fue transformado el primer árbol. El hombre
deseaba haber podido tener una cuna para su bebe, pero esta cumplía su labor y protegió al
bebé. El árbol sintió la importancia de este acontecimiento y supo que había contenido el más
grande tesoro de la historia.

Años más tarde, un grupo de hombres entraron en la balsa en la cual habían convertido al
segundo árbol. Uno de ellos estaba cansado y se durmió en la barca. Mientras ellos estaban en
el agua una gran tormenta se desató y el árbol pensó que no sería lo suficientemente fuerte
para salvar a los hombres. Los hombres despertaron al que dormía, este se levantó y dijo: –
“¡Calma! ¡Quédate quieto!”, y la tormenta y las olas se detuvieron. En ese momento El
segundo árbol se dio cuenta de que llevaba al Rey de reyes y Señor de señores navegando
sobre él.

Finalmente, un tiempo después alguien vino y tomó al tercer árbol convertido en tablas. Fue
llevado un viernes por las calles al mismo tiempo que la gente escupía, insultaba y golpeaba al
Hombre que lo cargaba. Se detuvieron en una pequeña colina y el Hombre fue clavado al árbol
y levantado para morir crucificado allí. Cuando llegó el domingo, el tercer árbol se dio cuenta
de que él fue lo suficientemente fuerte para permanecer erguido en la cima de la colina, y
estar tan cerca de Dios como nunca, porque Jesús había sido crucificado en él.

Cuando parece que las cosas no van de acuerdo a tus planes, debes saber que siempre Dios
tiene un plan para ti. Si pones tu confianza en él, te dará grandes regalos a su tiempo.
Recuerda que cada árbol obtuvo lo que pidió, sólo que no en la forma en que pensaban. No
siempre sabemos lo que Dios planea para nosotros, sólo sabemos que sus caminos no son
nuestros caminos pero… siempre son los mejores.

El saco de plumas

Cuentan que una vez hubo un hombre, que roído por la envidia ante los éxitos de su amigo, le
calumnió grandemente. Tiempo después se arrepintió de la ruina que había ocasionado a su
amigo con sus calumnias, y fue a confesarse. Ya una vez en el confesionario y después de
haber confesado su pecado, -pecado grave contra el séptimo Mandamiento, como le dijo el
confesor, pues Usted le ha robado a su amigo, el valor más grande que una persona tiene ante
la Sociedad, como son su dignidad, su reputación, su derecho a la buena fama, y contra el
octavo Mandamiento, pues lo que Usted dijo de él son solo calumnias-, le preguntó al
sacerdote: “¿Como puedo reparar todo el mal que he hecho a mi amigo?. ¿Que puedo
hacer?”. A lo que el sacerdote le respondió: “Tome un saco llena de plumas y suéltelas por
donde quiera que vaya. Y una vez que lo haya hecho, vuelva que Dios le acompañe.

El hombre, muy contento ante aquel mandato tan fácil, salió rápido fuera de la Ciudad en
busca de una granja, y una vez que hubo conseguido el saco lleno de plumas, regresó a ella, y
sin esperar ni un minuto más, empezó a pasearse por las calles lanzando al aire, en todas
direcciones las plumas que llevaba en el saco. Y una vez que lo hubo vaciado del todo, volvió a
la Iglesia en busca del sacerdote con el que se había confesado y lleno de satisfacción le dijo:
“Padre: ya he hecho lo que me mandó esta mañana”. Pero cual no fue su sorpresa, cuando el
sacerdote le dijo: “No hijo, esa es la parte más fácil. Ahora debe volver a las mismas calles en
las que las soltó, e ir recogiéndolas una por una, hasta que vuelva a tener el saco lleno, y luego
vuelva a verme”. Y que Dios le acompañe.

El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba. Y por más empeño que puso
no pudo juntar casi ninguna. Al volver a la Iglesia al día siguiente, se lo explicó al sacerdote con
una profunda pena y un verdadero arrepentimiento, pero éste le dijo: “Así como no pudo
juntar las plumas que Usted soltó porque se las llevó el viento, así mismo la calumnia que
Usted lanzo contra su amigo, voló de boca en boca y su amigo jamás podrá recuperar del todo
la fama, la reputación que Usted le quitó″.

Lo único que Usted puede hacer es pedirle perdón a su amigo, y hablar de nuevo con todas
aquellas personas ante las que lo calumnió, diciéndoles las verdad, para reparar así en la
medida de lo posible el daño que le ha causado a su amigo y para tratar de restituirle en la
medida que pueda su fama , su reputación”.

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