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Soy un escritor. No Philip Marlowe.

por Rodrigo Olavarría

En 1966 el crítico Ángel Rama tomó prestado el concepto de “raros” con que Rubén Darío
delineó su propia y esperpéntica progenie literaria y lo usó para dar carta de identidad a
cierta constante de la literatura uruguaya, una línea ajena a las convenciones literarias,
surreal, cómica y alejada del compromiso, según la cual la unidad entre los escritores
uruguayos estaría dada por una especie de heterogeneidad en esteroides. Se trata de una
estirpe de autores en la que debemos incluir al Conde de Lautréamont, a Felisberto
Hernández, a Marosa di Giorgio y al autor de la novela que nos ocupa, Mario Levrero
(Montevideo, 1940), un adicto a los policiales, dueño de una imaginación asombrosa y
cómica de la que surgieron libros kafkianos y llenos de sarcasmo.

Levrero murió el 2004 por complicaciones cardiovasculares que se negó a atender y menos
de un año después apareció el primero de sus libros póstumos, La novela luminosa,
inacabado e inacabable según su propio plan. Como ocurre en ocasiones, la muerte y la
publicidad hicieron de este raro un escritor prestigioso y sus obras, hasta ese momento
publicadas por pequeñas editoriales, pasaron al catálogo de Penguin Random House, y
empezaron a ser reeditadas y leídas con avidez. Un apetito para el cual la lectura de
novelas como El discurso vacío, La novela luminosa y las que integran La trilogía involuntaria
era algo ardua, dificultad que quizás motivó la publicación de sus obras más breves y
accesibles, como las autobiográficas Diario de un canalla / Burdeos, 1972 (2013), la novela
negra y erótica La banda del ciempiés (2015) y Dejen todo en mis manos, originalmente
publicada en 1996 por Caballo de Troya.

Esta última acaba de ser reeditada en Chile y solo cabe celebrarlo, porque esta novela de
120 páginas es sin dudas la mejor para iniciarse en la lectura de Mario Levrero y, una vez
fidelizado, adentrarse en el universo de sus obras mayores. Dejen todo en mis manos es una
novela que solo pudo ser escrita por un verdadero adicto a las novelas policiales y Levrero
era precisamente eso. En La novela luminosa, obra autobiográfica e impúdica, encontramos
un episodio propio de un adicto, donde el protagonista lleva un fardo de novelas
policiales a una librería de segunda mano y las cambia por otro sin siquiera preguntar por
los títulos o preocuparse de si las había leído antes.

Dejen todo en mis manos se abre con un epígrafe de Raymond Chandler y, desde la primera
página, estamos ante el desparpajo de una primera persona que evoca a Philip Marlowe,
un enmascaramiento de Levrero que produce un policial cómico, a ratos melancólico y
patético. El mismo Levrero en una entrevista dijo que cuando escribía no pensaba “en
términos de géneros o subgéneros; sale lo que sale. A excepción de dos novelas, Fauna y
Dejen todo en mis manos, que escribí a partir de un impulso de novela policial”.

La novela se abre en la oficina de un editor donde el protagonista, un escritor que pese a


haber publicado varios libros no ha tenido éxito, es forzado por la falta de liquidez a
aceptar un encargo, encontrar a Juan Pérez, el autor de una novela que llegó a la editorial y
supuestamente está llamada a cambiar la literatura contemporánea (“…allí estaba el
germen de los nuevos valores, y había razones de vivir para muchos”). Es fácil concluir
que el protagonista es un trasunto del propio Levrero, un escritor que bien pudo decir
sobre sus propias novelas algo como: “Los críticos se esfuerzan por clasificar mi literatura
como perteneciente a tal o cual categoría, pero los editores son más realistas, y unánimes;
hay una sola categoría posible para mi literatura: buena, pero…”.

El narrador es un escritor de cincuenta años, gordo y célibe que, al igual que Marlowe,
fuma cigarrillos Camel. Es un tipo desengañado pero capaz de ver la belleza de Penurias,
el pueblo al que lo lleva su misión (otros poblados llevan por nombre Desgracias, Miserias
y Lamentos), un pueblo que a ratos se hace irreal como una pintura metafísica italiana y
que el protagonista asocia a elementos de la cultura popular como la Pantera Rosa, Los
Tres Chiflados, Tex Avery o Patoruzú.

Una vez instalado en Penurias se entrega a la búsqueda de Juan Pérez, se enamora de una
prostituta llamada Juana Pérez, se encuentra con su némesis del colegio, especula sobre la
autoría de la novela y, cuando alguien le señala los rasgos femeninos de la caligrafía,
estalla: “¿Qué sería? Un hombre con letra femenina, una mujer con estructura mental
masculina, un hermafrodita, un travesti, una boca pintarrajeada bajo un enorme bigote”.

Como sea, tengo solo un reparo con esta excelente novela y tiene que ver con la sensación
de haber leído un cierre demasiado correcto y abrupto para un policial, un final que deja
en la boca un leve sabor a deus ex machina y empaña una lectura hasta entonces llena de
gozo y a la que plenamente aplican los tres adjetivos que Levrero dedica a la novela de
Juan Pérez: sencilla, vigorosa y colorida.

Dejen todo en mis manos, Mario Levrero, Random House Mondadori, 2018, 121 páginas.

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