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En uno de sus bolsillos, cuando murió, se encontró dentro de su billetera un recorte que

invariablemente llevaba consigo. El ajado pedazo de periódico lo muestra a los 12 años como
ganador de una carrera escolar en la Swansea Grammar School, aquella donde su padre
daba clases.
VOLUMEN 1 | NÚMERO ESPECIAL DYLAN THOMAS | AÑO 3
ISSN: 2344-9950 | ISSN WEB: 1853-5887 Indexado a Latindex (folio 23408)

© Editorial Buenos Aires Poetry


Director: Juan Arabia
Diseño Editorial: © Camila Evia
www.buenosairespoetry.com
editorial@buenosairespoetry.com

Comité editorial: Antonio Lastra (Universidad de Alcalá) | Marcelo G. Burello


(Universidad de Buenos Aires) | Neil Leadbeater (University of London)

Colaboran: M. G. Burello | Jorge Brash |Luis Benítez |


Juan Carlos Villavicencio | Marina Kohon

p. 7 Prólogo: Dylan Thomas:

‘Rimbaud de Cwmdonkin Drive’

[ Ju a n A ra b i a ]

p. 10 Dylan Thomas

En América

[ Jo h n M . B r i n n i n ]

p. 18 “A little welsh in London”:

el poeta en su intrincada imagen

[ Lu i s Be n í tez ]
p. 24 Dylan Thomas: La estampa

del artista bohemio

[ Jo r ge B ra s h ]

p. 29 Poesía de Dylan Thomas

p. 30 — Veo a los muchachos de verano

p. 36 — Y la muerte no tendrá dominio

p. 40 — Veinticuatro años

p. 42 — De este lado de la verdad

p. 46 — Amor en el Hospicio

p. 50 — No entres dócilmente en esa buena noche

p. 55 — Balada del señuelo de piernas largas

º
p. 66 En dirección

hacia el comienzo

[ C u e n t o d e D y la n Th om a s ]
Prólogo por Juan Arabia

Dylan Thomas:
‘Rimbaud de Cwmdonkin Drive’

E n el poema “Since 1939”, Robert Lowell bromeaba acerca de la podre-


dumbre del capitalismo, diseccionada en el pretérito: “Pasábamos las hojas,
en los poemas de Auden, de los revolucionarios años treinta, hasta que nos
dormíamos mecidos por aquel confortable trote arrítmico de lo obsoleto…”.
Auden, Spender, MacNeice, Day Lewis (“Los Thirties”): autores que hicieron
propaganda de una poesía al servicio del socialismo [¡La burguesía tiene que
esperar un poco de dolor, una penitencia!].

A. T. Tolley, en THE POETRY OF THE THIRTIES, sencillamente decía


hacia 1975: “Un cambio que está asociado en los nuevos poetas de los años
treinta: la aparición de una preocupación por temas políticos”1.
Sin embargo, el mismo Tolley le dedicó un capítulo exclusivo en el mismo
volumen a MARX & FREUD: la formación, como sabemos que en aquel
entonces subyacía en la poesía política de la generación del treinta.
Estos poetas, entre sus nobles propósitos, buscaban inspirar a un público
masivo, y de esa forma resolver la contradicción entre los nuevos tiempos (el
choque de la Primera Guerra Mundial, la irrupción de una cultura masiva
producida industrialmente…), los conflictos económicos y sociales, y por
tanto las formas poéticas de representación.

Frente a este antídoto, otra opción fue la ejecutada por LEAVIS en 1932
cuando fundó la revista Scrutiny. El órgano leavisiano, en ese sentido, apuntó
hacia una solución idealista: le repugna considerar una solución política. El
estudio de los grandes literatos ingleses se presentó como la única manera de

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purificar las almas de una sociedad contaminada por sus productos fabrica-
dos en serie.

Una tercera opción, muy alejada por cierto a la propuesta de los Thirties y a la
escuela leavisiana, fue la de DYLAN THOMAS: el ‘Rimbaud de Cwmdonkin
Drive’, como el poeta mismo se autoproclamó.

No sólo la poesía de Dylan, sino su prosa (su infancia y adolescencia narrada


en los hermosos cuentos de Portrait of the artist as a young doc) adhiere a la
experiencia misma, sin mediaciones o consideraciones previas, y recurre a
símbolos (poéticamente) eternos y universales: vida [la ciruela que mi madre
arrancara], muerte [el gusano que corroe lo vivo]… Porque la dinámica experiencial
en Dylan, la individualidad que restituye en el escenario histórico con sus
versos (su genio, a mi juicio, era su libertaria juventud), es la de una constante
pérdida, sólo posible de recuperar —con el paso del tiempo, y al igual que la
opiómana juventud de Coleridge— a partir de la pérdida de todos los
sentidos.

Pero las luminosas baladas y alabanzas de Dylan, como él mismo llegó a


escribir en su nota a la edición de Noviembre de 1952, están escritas “por
amor al hombre y en alabanza a Dios, y yo sería un condenado tonto si ello
no fuera así”. Agregar palabras o restar importancia a ésta humilde adverten-
cia, sería algo parecido a dejar caer la lágrima del tiempo. ¿O qué otra cosa
se puede decir sobre un poeta que creía en Dios y en la naturaleza?

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8
1 En A. T. Tolley, The poetry of the Thirties. London: Victor
Gollancz, Ltd, 1975.

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Por John M. Brinnin

Dylan Thomas
En América

En los últimos años de su vida, Dylan Thomas dio varias


lecturas de poesía en Estados Unidos, organizadas por
su amigo John Brinnin. Fueron los momentos más
difíciles y desdichados de Thomas en NY, donde final-
mente murió por diversas y desconocidas causas
(entre ellas, los 18 famosos whiskys que ingirió en su
Fatal Tour en Greenwich Village )…

John Brinnin, sin embargo, escribió un diario íntimo a lo


largo de 1950-1953, donde se detallan muchas de las anéc-
dotas del poeta que dócilmente entró en esa noche quieta.

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01.

1950: Febrero /Junio

No eran más que las 8 de la mañana; el sol se elevaba como una sólida bola.
El humo de cientos de chimeneas se fue por el cielo, en líneas finas y rectas.
Mirando alrededor de este gris desierto de ojos inyectados en sangre, él habló
de la obviedad de su aspecto, todavía no totalmente recuperado de los rigores
de una fiesta de despedida en Londres que se había prolongado durante días.
Sus amigos más sobrios lo habían llevado al aeropuerto y empujado a bordo
del avión, unos minutos antes de su partida. Había llevado un volumen de
cuentos de Max Beerbohm para leer en el vuelo, pero no pudo hacerlo, y se
consoló a sí mismo en el bar.

Acercándonos a Manhattan, nos lanzamos sobre un largo y débilmente ilumi-


nado túnel. “Nunca puedo dejar de temblar cuando tengo que ir a través de
estos pasajes”, le dije “¿Crees que es algo que tiene que ver con los recuerdos
del trauma del nacimiento?”, Dylan resopló, y cuando salimos de la oscuri-
dad a la luz helada, hizo un alto sonido de arrullo: “Es-ee-EE esto me hace
recordar a la momia”, dijo. Ahora podíamos ver a Manhattan y el cielo, y
Dylan miró y no dijo nada.

Aceleramos hacia una habitación que había contratado para él en Beekman


Tower Hotel, con vistas al East River y Queens por un lado, y hacia el centro
de Manhattan en el otro. Apenas habíamos llegado cuando me di cuenta de
que había cometido un grave error. Su habitación era la más alta, con una
poderosa pero opresiva vista sobre todo el centro de la ciudad. Ciertamente

π
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no era el paisaje con el que hacer frente para un hombre que se vio a sí mismo
como un poeta mendigo que fue a los Estados Unidos con el temor de que
podría perder todo, incluso su identidad.

02.

1952: Junio / Septiembre

No existía forma en la que Dylan supiera que los meses restantes fueron de los
más infelices de mi amistad con él. Al igual que muchas otras personas cuyo
afecto se transforma de a poco en una intuición, yo había llegado a sentir que
él estaba en un estado de infelicidad devoradora y que necesitaba ayuda. Las
causas de su miseria eran fáciles de determinar, pero sus fuentes permanecían
por debajo de la competencia de uno. Su incapacidad para concentrarse en su
trabajo creativo debido a sus viajes americanos, se había convertido en una
excusa parcial, y las explicaciones de Dylan en su mente eran consecuencia de
las presiones financieras y las domésticas luchas que se fueron tornando inevi-
tables. Sin embargo, cuando sus dificultades financieras fueron analizadas, en
realidad parecieron resultar menos pertinentes que su angustia. Una de las
sorpresas más grandes que me llevé, a pesar de la preocupación forzada al
borde de la pobreza de Dylan, era enterarme que sus ingresos habían sido
todos, todos esos últimos años, dos o tres veces más grandes que el mío. Por
mucho menos que esa cantidad, algunas familias en Gales o Inglaterra hubie-
ran vivido no sólo seguras, sino en el lujo. Yo sólo podía concluir que la
propensión de Dylan en despilfarrar todo su dinero era una compulsión
relacionada con su obsesiva manera de beber, negando de esta forma todo su
canal creativo.

Cuando Dylan se encontró incapaz de escribir porque estaba acosado finan-


cieramente, se dio cuenta de que había sido él mismo el que lo había llevado

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12
a tal acoso inevitable. A partir de este reconocimiento, Dylan fue atormentado
por la culpa y el remordimiento, y no por eso se sintió menos atraído hacia las
formas de auto-exacerbación en la que ya se había convertido su forma de vida.

La pequeña ayuda que podía darle a Dylan, a mi parecer, era: hacer todo lo
que tenía al alcance para ayudarlo a ganar dinero en América, y mostrar un
afecto y una fe hacia él como persona y como poeta. Cuando mis esfuerzos
para ayudarlo a aumentar su seguridad financiera se volvieron confusos por
su extravagancia, traté de demostrarle que yo no consideraba su conducta
como un defecto importante, y traté de poner énfasis en el profundo vínculo
de la aceptación y confianza que compartíamos en aquel entonces. Pero yo
sabía que su infelicidad radicaba en la convicción de que su poder creador
estaba fallando y que su gran obra ya había sido concluida.

03.

Septiembre 1952 / Junio 1953

W illiam Faulkner estaba entre el público esa noche. Cuando Dylan terminó
con una larga lectura, llevé a Faulkner al backstage y los presenté. Pero el
bullicio de los visitantes y solicitantes de autógrafos no les permitió la oportu-
nidad de hablar. Les propuse que nos retiremos a un bar cercano y, con siete
u otros ocho del séquito, los llevé a un lugar de reunión en el barrio irlandés.
No me senté en la mesa con Dylan y Faulkner, y no puedo reportar lo que
pasó entre ellos, pero cuando hablé después con Dylan dijo que se había
encontrado con un hombre modesto y encantador, exageradamente tranqui-
lo, y que no había llegado a una conversación sostenida porque otros siempre

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los interrumpían. Después de haberle deseado “buenas noches” a Faulkner,
finalmente nos volvimos al apartamento del Central Park West. Dylan se embo-
rrachó muy rápidamente, experimentando y vociferando en un feliz exceso
de los espíritus, y finalmente fue escoltado de regreso a casa en las competen-
tes manos de Liz.

Tres días después fui a verlo a Chelsea (lo que creí que sería mi última visita
antes de que Dylan retome su programado viaje a Inglaterra). Lo encontré en
la cama con un brazo roto y un pie destrozado. Dos noches atrás, explicó,
mientras se marchaba
“El amor hacia Dylan de una cena para asistir
a una actuación de
sólo podía conducir Arthur Miller, se había
caído por un tramo de
a la devastación de las escaleras. Liz había
uno mismo”. sido una eficiente enfer-
mera desde entonces, y
ella determinó que se quedara en la cama para descansar y comer antes de su
lectura de Under Milk Wood esa misma noche. Incluso aunque su pie lo hiciera
sentir “como si estuviera caminando sobre mis ojos”, estaba alegre e inquieto
y quería salir.

Un grupo de personas, a las que Dylan había conocido en una conferencia en


Vermont, vino a verlo… Pero Liz, deliberadamente, sólo les permitió una
bebida y se encargó de que no se quedaran mucho tiempo. Me puso feliz
encontrar a Dylan tan bien cuidado, y a pesar de su inquietud y necesidad de
romper las usuales normas de salud y conducta, pude ver que se trataba de un
verdadero placer para él. Pero mi propia experiencia me había puesto en una
posición de entender que el amor hacia Dylan sólo podía conducir a la devas-
tación de uno mismo. Cada uno de nosotros había sido dibujado fuera de su
órbita habitual de la cordura hacia un torbellino de dudas y ansiedades en el
centro de la calma donde, mientras soplaba sus burbujas, flotaba nuestro
poeta amado.

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04.

1953: Septiembre

A la mañana siguiente, mientras Liz y él caminaban hacia el Village hasta


Twenty-third Street, vio un cartel de publicidad de una nueva película:
Houdini. Dylan llamó la atención de Liz, remarcando que el gran mago
siempre le había fascinado, sobre todo por sus fabulosos escapes y trampas
ingeniosas. El peor horror en la vida, dijo Dylan, el horror más grande de
todos los horrores, “es la sensación de sentirse irremediablemente atrapado”.
Dijo que era un tema sobre el que llegaría a escribir, de hecho, en un estilo de
prosa de “escapista”. “¿Autobiográfico?”, preguntó Liz, y Dylan sonrió y dijo:
“Tú me conoces demasiado bien”.

En el medio de la tarde, después de que saliera tomar unas copas por su


cuenta en Julius´s, Liz lo reincorporó. Sin embargo, él dijo que se sentía bien,
y volvió hacia al hotel a descansar. Liz lo acompañó, se sentó con él el resto
de la tarde, y después pasó por una delicatessen para conseguir una cena ligera.
Después de comer, Dylan se acostó, y ella lo dejó dormir en tranquilidad.
Antes de cerrar los ojos, él se volvió hacia Liz y le dijo con una débil sonrisa
“Pareciera ser que la estoy tratando como una enfermera… Pero no”; su
expresión se convirtió en un pensamiento totalmente sobrio: “No, no es mi
enfermera, no es mi secretaria… Es mi amiga, mi verdadera amiga”.

Dylan durmió hasta tarde la mañana siguiente, sobrio y profesionalmente


concentrado en Under Milk Wood. Más tarde fue a un bar en Yorkville con Liz
y un fotógrafo británico, bebió moderadamente, y hasta llegó a decir que
quería tener una buena comida. Así corretearon al centro de Herdt, en la

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15
Sexta Avenida de la Calle Catorce.

En el curso de los acontecimientos, esta sería su última cena. Continuando


con la congraciada sobriedad que había mostrado a través del día, mencionó
en varias ocasiones (pero sin explicación) su inmenso alivio de haber “escapa-
do” de Londres.

Liz se reunió con él para comer al día siguiente en un restaurante de comida


de mar cerca de Chelsea. Pero la comida le desagradó, tenía una cólera más
que inusual, y no quiso comer un bocado. Para Liz fue evidente que Dylan se
encontraba en un estado agudo de agitación nerviosa… Mientras él camina-
ba de regreso al hotel donde, supuestamente, iba a establecerse para trabajar
con su guión.

Dos o tres horas más tarde, ella lo llamó por teléfono desde su oficina. Dylan
respondió con una voz apenas audible; al parecer, estaba estupefacto por la
bebida. Alarmada, Liz se apresuró en llegar al hotel. Allí lo encontró con
personas del Cine y con un eminente crítico literario que admiraba mucho el
trabajo del autor. Pero Liz sólo podía ver que Dylan estaba completamente
intoxicado y bastante fuera de conexión con su compañía, y les pidió a todos
que se vayan.

A pesar de todo, Liz convenció a Dylan de descansar, y entonces, una vez


regresado a una comparativa sobriedad, fue capaz de trabajar en las nuevas
escenas de la obra. El poeta le dictó a Liz nuevos pasajes que, a pesar de su
condición inestable, fueron compuestos al instante. Todos ellos permanecie-
ron en la obra terminada.

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Extraído de Dylan Thomas in America (An Intimate Journal)

by JOHN MALCOLM BRINNIN WITH PHOTOGRAPHS. An

Atlantic Monthly Press Book BOSTON Little, Brown and Com-

pany TORONTO COPYRIGHT, I955 BY JOHN MALCOLM

BRINNIN. Traducción al español de © Juan Arabia, 2015.

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Por Luis Benítez

“A little welsh in London”:


el poeta en su intrincada imagen

L a escuela media fue dejada atrás por Thomas a los 16 años, para ejercer
funciones como escritor de obituarios y crítica de espectáculos en el periódico
local South Wales Evening Post. Sólo un año y medio duraría en esas funciones,
pues la dirección del diario no tardaría más en invitarlo amablemente a
“dejar de perder el tiempo trabajando” en la empresa cuando era evidente
que su vocación era la de escritor. Ya por entonces la afición al alcohol se
hacía evidente en Thomas, quien terminaba cada noche en el bar del Antelo-
pe Hotel o en el del Mermaid Hotel. Sin empleo fijo y ganándose la vida
como periodista independiente, en 1932 se radica en Londres, donde comien-
za a frecuentar los círculos literarios y sus obras principian rápidamente a
ganar adeptos. En esta etapa, según lo revelan sus cartas, el joven poeta
todavía se sentía un extraño en la gran ciudad, tan diferente del puerto de
mar donde había nacido. De hecho, Thomas se llama a sí mismo “el galesito”
en varias misivas dirigidas a sus relaciones, resaltando su condición de
muchacho provinciano y tímido intentando abrirse camino en la capital del
todavía vigente imperio británico. Este es otro aspecto del complejo carácter
del autor, una sensación de inseguridad que lo acompañará toda la vida,
inclusive cuando ya era vastamente reconocido y sus recitales poéticos convo-
caban multitudes como años después lo harían las estrellas de rock. Aquellos
que lo trataron —entre ellos su promotor en EE.UU. y biógrafo, el poeta
norteamericano de origen canadiense John Malcolm Brinnin (1916-1998) en
su conocida biografía— destacaron que la bebida era una de las formas que
tenía Thomas de “romper” el muro de distancia que lo separaba de las otras
personas. Inclusive apunta Brinnin que Thomas era considerado por muchos

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18
como una suerte de amigo famoso, cuando en realidad, detrás de su magne-
tismo y atractivo personal se escondía alguien extremadamente inseguro y
distante, de una timidez excepcional que solamente se revelaba como tal en la
mayor intimidad.

A partir de su etapa londinense los poemas de Thomas comienzan a ser cono-


cidos a través de las páginas de diversas publicaciones, entre ellas el New Engli-
sh Weekly, The Listener, New Stories, New Verse, Life and Letters Today y la prestigiosa
revista The Criterion, dirigida por Thomas Stearns Eliot (1888-1965). El 18 de
diciembre de 1934 se edita su primer poemario, Eighteen Poems, que gana el
primer premio convocado por el diario dominguero The Sunday Referee.

En 1936 se publica su segundo poemario, titulado Twenty-Five Poems, una


colección que consolida definitivamente su prestigio ante la crítica y los lecto-
res. Un año después contrae enlace matrimonial con la bailarina inglesa
Caitlin MacNamara (1913-1994), el 11 de julio, en Penzance, Cornwall. Los
apremios económicos acosan fuertemente a la joven pareja ya en esta etapa y
el nacimiento de sus hijos —Llewelyn Edouard (1939–2000), Aeronwy
Thomas-Ellis (1943–2009) y Colm Garan Hart (1949-2012)— más el estalli-
do de la Segunda Guerra Mundial en 1939, no mejoraron las cosas. Desde el
mismo momento de su casamiento, los Thomas tuvieron una vida itinerante,
sin residencia fija ni establecida por mucho tiempo, yendo en ese periplo
desde Chelsea a Wales, luego a Oxford, pasando un tiempo en Irlanda y en
Italia después de la guerra, para retornar a Oxfordshire. Recién en 1949
sentaron sus lares en la famosa Boathouse —hoy convertida en museo—
situada en Laugharne, Gales, en la costa del estuario del río Tâf. Ello gracias
a que Margaret Taylor, esposa del historiador Alan John Percivale Taylor
(1906-1990), uno de los tantos “protectores” del poeta, adquirió en 3 mil
libras esterlinas la propiedad y se la obsequió al poeta. Thomas había sido
rechazado para el servicio activo en tiempos de la guerra a causa de sus
problemas físicos (cuando ya estaba a punto de declararse objetor de concien-
cia) y se había desempeñado como guionista, comentarista cinematográfico y
locutor radial para la BBC, supliendo en múltiples ocasiones su falta de
experiencia en el medio gracias a su portentosa imaginación y su capacidad

π
19
de improvisación. Asimismo trabajó como guionista para el sello Strand
Films, dejando escritos los libretos de media docena de películas.

Terminada la guerra, en 1946 se publica una de sus obras mayores, Deaths and
Entrances, poemario consagratorio que cimentó su prestigio y posición dentro
de las letras inglesas. Sin embargo, su alcoholismo iba en aumento así como
sus conflictos conyugales, agravados por la mutua infidelidad de la pareja. Del
mismo modo, los problemas económicos de la familia seguían sin solución, a
causa de la absoluta incapacidad de Dylan para administrar sus ganancias.
Contra lo que podría pensarse estas entradas no eran pocas, ya que el autor
recibía buenas sumas de dinero por la publicación de sus cuentos y poemas en
las más importantes revistas y periódicos de la época. Por estos tiempos la
producción poética de Thomas se hace más espaciada, llevándole en ocasio-
nes hasta un año la creación de un solo poema.

En 1952 se editó una recopilación de su producción poética, titulada Collected


Poems. 1934-1952 que le granjeó el importante premio Foyle. Ya por entonces
el citado Brinnin organizaba giras del autor por los EE.UU. desde 1950,
brindando Thomas numerosos recitales de su poesía en instituciones cultura-
les, universidades y auditorios. Las prolongadas giras, el agotamiento debido
a sus compromisos, el traslado constante de un punto al otro de los EE.UU.
deterioraron aún más la salud física y mental del gran poeta galés, al tiempo
que acrecentaron su fama literaria. Al emprender su segunda gira norteame-
ricana, en 1952, ya su estómago no podía resistir la ingesta de whisky que le
era tan habitual, por lo que Thomas lo mezclaba con leche... Como recorda-
ba que lo hacía uno de sus tíos en Gales y por la misma causa.

Ese mismo año grabó en New York, para el sello Caedmon Records, un disco
de larga duración que es hoy una valiosa pieza de colección. Cuenta Brinnin
en su libro antes citado que el día de la primera grabación, un domingo,
estaba preparado todo en el estudio para el recitado ante micrófono de
Thomas, pero que éste, al llegar, descubrió aterrado que en su descuido había
olvidado el libro en alguna parte... Que no lograba recordar. Con todas las

π
20
librerías cerradas, fue preciso acudir a los buenos oficios de algunos amigos
comunes para abrir una importante librería norteamericana y pedir prestado
un ejemplar de los Collected Poems, a fin de que la grabación pudiera concretar-
se como estaba prevista.

No fue ésta la única “travesura” protagonizada por Thomas en los EE.UU.;


en cierta ocasión, mientras ensayaban su poema teatralizado Under Milk Wood,
alguien creyó oler que algo se quemaba en el estudio... Se descubrió que
Thomas, descuidado y empedernido fumador, había guardado en el bolsillo
de su chaqueta un cigarrillo encendido y se le estaba incendiando el traje sin
que él se diera cuenta.

En otras ocasiones su conducta ponía en aprietos a Brinnin, quien debía salir


a disculpar al gran poeta galés por sus expresiones y actitudes en público y en
privado, las cuales, desde luego, eran la comidilla de todo el ambiente litera-
rio durante semanas. Invitado a brindar uno de sus tantos recitales por el
decano de una de las más prestigiosas universidades estadounidenses, en la
fiesta posteriormente celebrada en su agasajo Dylan se excedió de copas y
también en cuanto a elogios referidos a la generosa anatomía de la joven
esposa del decano. Éste, sin decir palabra, se retiró del salón y al día siguiente
canceló todas las presentaciones previstas del poeta en la institución, pese a
que se habían agotado las entradas. También, cuando un destacado crítico y
profesor universitario lo alojó en su casa como invitado de honor, Dylan,
antes de retirarse, se llevó de recuerdo una docena de camisas propiedad de
su anfitrión. Avergonzado, Brinnin prometió devolver esas prendas, más el
profesor en cuestión se limitó a enviarle una seca nota, indicando que si a
Thomas le gustaban tanto sus camisas, podía quedárselas...

Estas diabluras, si bien parecen graciosas, pueden darnos un indicio del estado
de ánimo de Thomas en esas extenuantes giras profesionales, lejos de su familia,
lejos de su casa, una vez más “un galesito”, como él gustaba llamarse, perdido
en un ámbito que no era el suyo. De mayor gravedad que sus travesuras comen-
tando bustos y secuestrando camisas eran sus continuadas infidelidades

π
21
que llegaron a oídos de Caitlin MacNamara del otro lado del océano provo-
cando su iracundia... y sus propias infidelidades. Cada vez que Dylan regresa-
ba a Gales, las discusiones estallaban y no quedaban las agresiones meramen-
te en el terreno de las palabras.

Elizabeth Azcona Cranwell, quien tras realizar la traducción de los Collected


Poems para editorial Corregidor, de Buenos Aires, viajó a Swansea en 1975
para conocer el ámbito donde vivió sus últimos años el gran poeta galés, trató
a varios de sus vecinos y a los parroquianos del bar local, para quienes Dylan
era uno más de los que venían a beberse una pinta o tres de cerveza y jugar a
los dardos cada tarde. Los del bar recordaban que cada semana, cuando
Dylan demoraba en volver a casa, Caitlin MacNamara —quien era bien
robusta y le llevaba una cabeza de altura a su marido— venía desde la casa
en su busca y le armaba una buena trifulca en el mismo salón del estableci-
miento, para luego llevarse a la destacada figura de las letras británicas prácti-
camente a la rastra hasta su hogar.

Quedó dicho: como administrador de sus bienes Thomas era un auténtico


desastre, por lo que en 1953, pese a la oposición de la celosa Caitlin, se vio
obligado a aceptar una nueva invitación de Brinnin para realizar una gira por
los EE.UU. Para entonces ya sufría graves ataques de gota que se sumaron a
sus otras dolencias.

En New York una de sus tantas amantes lo esperaba: en este caso se trataba
de Lizz Reitell —la mismísima asistente de Brinnin— quien también había
sucumbido a los encantos de ese hombre-niño que se describía a sí mismo
como “pequeño pero ruidoso y semejante a una foca”. Pese a las reconvencio-
nes de Reitell, durante la helada noche del 5 de noviembre de 1953 Thomas
dejó su habitación en el Hotel Chelsea para dirigirse a una de sus borrache-
rías predilectas, la White Horse Tavern, en el 567 de la Hudson Avenue,
donde solía encontrarse con su gran amigo el músico y compositor John
Cage. Cage no estaba allí en esa oportunidad, pero no faltaban quienes
quisieran celebrar con el famoso poeta de Gales. Horas después, Thomas,

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22
desfalleciente, volvió al Chelsea Hotel y antes de desplomarse en brazos de
Reitell pronunció la famosa frase: “He bebido 18 whiskys, creo que es un buen
récord”. Internado de urgencia en el hospital St. Vincent, ya no recuperaría la
conciencia.

Caitlin MacNamara, enterada de la grave situación, alcanzó a llegar a tiempo


desde Gran Bretaña para verlo morir a las 12.40 hs. del 9 de noviembre.
Trastornada por ello, tuvo un ataque de insania y tras destrozar el crucifijo de
la capilla del hospital, debió ser amarrada con un chaleco de fuerza e interna-
da en un establecimiento psiquiátrico donde permaneció varios días bajo
observación.

Así, en Nueva York, terminó la vida de uno de los mayores poetas del siglo XX
y comenzó la leyenda que llegó hasta nuestros días. En uno de sus bolsillos,
cuando murió, se encontró dentro de su billetera un recorte que invariable-
mente llevaba consigo. El ajado pedazo de periódico lo muestra a los 12 años
como ganador de una carrera escolar en la Swansea Grammar School, aque-
lla donde su padre daba clases.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Selected letters of Dylan Thomas, selección y prólogo de


Robert Louis Constantine Lee-Dillon Fitzgibbon, J.M.Dent,
Londres, 1966.
Dylan Thomas in America, An Intimate Journal, John Mal-
colm Brinnin, Atlantic Monthly Press, Boston, 1955.
Poemas Completos, Dylan Thomas, Trad. de Elizabeth
Azcona Cranwell, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1974.

π
23
Por Jorge Brash

Dylan Thomas: La estampa


del artista bohemio

U na ardua disciplina consistente en probar una y otra vez sus escritos en voz
alta llevó a este poeta, narrador y guionista galés a conseguir efectos inusita-
dos en la lengua inglesa. A tal grado llevaba su rigor musical que, entre las
nuevas tendencias de la poesía, denunciaba lo que llamó "la muerte del oído":

La mayor parte de la obra de Pound, mucha de la de Auden y de


Day Lewis, y toda la de los discípulos de Pound: Ronald Bortrall,
[William] Carlos Williams, etc., suena horriblemente mal. Esta
carencia de oído, este envilecimiento de un arte que depende prin-
cipalmente de la unión musical de las vocales y de las consonantes,
podría explicarse hablando de los efectos de nuestra ruidosa y
mecánica civilización sobre el delicado mecanismo del oído
humano. Pero la razón es más profunda. Demasiada poesía actual
resulta plana, monótona, impresa sobre la página: una amalgama
blanca y negra de palabras creadas por inteligencias convencidas
de que un poema debe, única y exclusivamente, entrar por los ojos.

Nacido el 27 de octubre de 1914 en Swansea, Gales, en el seno de una familia


de clase media donde el padre se dedicaba a la enseñanza de la literatura, a los
cuatro años de edad Dylan recitaba de memoria largos pasajes de Shakespea-
re; a los dieciséis envía sus poemas a Robert Graves, quien los juzga "irrepro-
chables". La música del idioma era para él, al igual que para Federico García
Lorca, una segunda naturaleza; para ambos, el cariño y la consideración

π
24
de la gente eran alimento imprescindible.

Aunque dejó la escuela secundaria a los quince años, su formación de autodi-


dacto en poesía era insuperable y sus 18 Poemas, publicados a sus veinte años,
pronto recibieron la aclamación del público. De manera análoga a lo que
respondería un río si se le preguntara sobre hidráulica, cuando Henry Treece
consultó a Dylan Thomas sobre asuntos de poética, éste le contestó que a él
no le interesaba la poesía sino los poemas,  respuesta que tiene tanto de
desplante como de verdad... En la misma carta leemos:

Mucho de mi poesía es, lo sé, una búsqueda y un terror de temibles


expectativas, un descubrimiento y un enfrentamiento del miedo.
Guardo una bestia, un ángel y un loco dentro de mí; mi búsqueda
es saber cómo obran y mi problema es juzgarlos y vencerlos, derri-
barlos y elevarlos; mi esfuerzo es que se expresen a sí mismos.

A finales de los años cuarenta la radio imperaba sobre los demás medios.
Contar con una voz como la de Dylan, esmeradamente educada tanto en lo
que hace a la dicción como a sus recursos dramáticos (su segunda afición era
precisamente el teatro), sería decisivo para que la BBC lo acogiera en múlti-
ples ocasiones para transmitir su voz y su talento. El contacto que a la sazón
pudo tener el público con la voz viva del poeta influyó, seguramente, con
mucha mayor eficacia que sus primeras ediciones impresas. Las palabras
aladas (habría dicho Homero) irán entonces a la vanguardia de la escritura.    

De los recursos que el autor de A Prospect of the Sea manejó, para producir su
poesía, son precisamente los de su parte intuitiva y sensible (magistralmente
regulada por su parte racional), los que más llaman la atención. En palabras
del propio Thomas:

Un poema mío necesita de una falange de imágenes. [...] Creo una


imagen —aunque "creo" no sea la palabra justa; dejo, quizás, que
una imagen "se cree" en mí emotivamente, y entonces le aplico

π
25
todo el poder crítico e intelectual de que dispongo—, dejo que
genere otra, dejo que esta nueva imagen contradiga a la primera,
hago de la tercera imagen, generada por la conjugación de las otras
dos, una cuarta imagen contradictoria y dejo, en el ámbito de los
límites formales que me he impuesto, que choquen entre todas.
Cada imagen encierra en sí el germen de su propia destrucción, y
mi método dialéctico, según lo entiendo, es un constante surgir y
derrumbarse de las imágenes que se liberan del germen central,
que es a la vez destructivo y constructivo.

La estampa del artista bohemio, con la que Dylan se identificó desde muy
temprano, fue tal vez lo que lo llevó tanto a la cima como a su derrumbe final.
“Para él —refiere la escritora Pamela Hansford Johnson— beber era un
aderezo más de la imagen del 'poeta maldito' que necesitaba dar. Fantaseaba
mucho al respecto. Después, por desgracia, la fantasía se hizo realidad. Los
otros aderezos imprescindibles eran tener tuberculosis y —algo extremada-
mente curioso— ser gordo”.     

En la correspondencia con Pamela, aparte de los rasgos hipocondríacos de la


personalidad del autor del  Retrato del artista cachorro, asistimos a testimonios
sobre sus preocupaciones artísticas más serias:

Hay cosas valiosas tan complicadas que ni quien las escribe llega a
comprenderlas. Admiro la sencillez de Shakespeare, el fácil
lenguaje de Noche de Reyes y el lenguaje duro de Coriolano. Admiro
la simplicidad de Mozart y la asombrosa oscuridad del último
Scriabin. Ambos tenían algo grande que decir, pero por qué el men-
saje de Mozart, de fácil comprensión, se conceptúa por encima del
de Scriabin —que es un mensaje diferente y difícil como el diablo
de seguir— nunca lo sabré. La simplicidad de la mente humana
cree que la mente universal es igual de simple.

π
26
18 Poemas, su primer libro, apareció en 1934 y pronto fue reconocido por su
originalidad y audacia; en 1936 y 1939, respectivamente, vieron la luz  25
Poemas  y  El mapa del amor, con una personalidad bastante más definida. Si
hasta entonces la poesía inglesa se caracterizaba por su preocupación social,
Dylan Tomas ventilará sus dudas, atisbos y perplejidades en torno al
nacimiento, el sexo, la muerte, la religión, la culpa y el perdón, con todas las
contradicciones que él mismo puede experimentar, aun a costa de la claridad
de sus resultados.

En 1937 se casa con Caitlin Macnamara, con quien tuvo tres hijos: dos
varones y una niña. Manirroto y refractario como era a las cuestiones econó-
micas, pese a su trabajo para la BBC y al de sus guiones para el cine, la mayor
parte del tiempo se vio en apuros materiales. A esto se sumaron, como era de
esperarse, sus problemas con la oficina recaudadora de impuestos.     

Luego de varias invitaciones a los Estados Unidos, en calidad de conferen-


ciante, las cuales le permitían sacar a flote la economía familiar, viene una vez
más a América, ahora con el designio de escribir el guión para una ópera en
colaboración con Igor Stravinski. Desde el precario equilibrio emocional que
fomenta su creciente alcoholismo, la vida se torna un laberinto angustioso y
desolador, y más hallándose lejos de Caitlin. En esos días intenta también dar
los últimos retoques a  Under Milk Wood, comedia radiofónica que recibirá
calurosos elogios de Edith Sitwell. Deprimido como estaba por sus recientes
dificultades matrimoniales, bastaron unas cuantas semanas para que tanto el
alcohol como los recursos farmacológicos que se intentaron para contrarres-
tarlo (entre otras cosas, le administraron altas dosis de cortisona y morfina por
vía intravenosa) acabaran con la vida de Dylan Marlais Thomas el 9 de
noviembre de 1953. 

π
27
π
28
— Poesía de
Dylan Thomas

p. 30 — Veo a los muchachos de verano

p. 36 — Y la muerte no tendrá dominio

p. 40 — Veinticuatro años

p. 42 — De este lado de la verdad

p. 46 — Amor en el Hospicio

p. 50 — No entres dócilmente en esa buena noche

p. 55 — Balada del señuelo de piernas largas

π
29
-

I see the boys of summer

- 18 poems, 1934

Este poema pertenece al primer libro del autor, Eighteen Poems, publicado
por Fortune Press hacia 1934, cuando Dylan Thomas —con sólo veinte
años de edad— era uno de esos “Muchachos del verano”.
El poema inaugura lo que será un inflexible proyecto en sus próximos trabajos: la
constante pérdida de la juventud (ruin), las determinaciones espacio-tempora-
les, los continuos ciclos vitales-estacionales… El hermetismo en Dylan surge
a partir de la yuxtaposición secreta de imágenes socialmente establecidas, y por
tanto ocultas para el “no vidente”: sus versos, al mejor estilo Emersoniano,

I see the boys of summer in their ruin


Lay the gold tithings barren,
Setting no store by harvest, freeze the soils;
There in their heat the winter floods
5 Of frozen loves they fetch their girls,
And drown the cargoed apples in their tides.

These boys of light are curdlers in their folly,


Sour the boiling honey;
The jacks of frost they finger in the hives;
10 There in the sun the frigid threads
Of doubt and dark they feed their nerves;
The signal moon is zero in their voids.

π
30
-

Veo a los muchachos de verano

- 18 poems, 1934

parecen reconstruir la raíz del lenguaje en deterioro de la sociedad y el


hombre, a favor de la naturaleza (The sleepy man of Winter pulls, / Nor blows
back moon-and-midnight as she blows). De hecho, y como buen esteticista, la
música en sus poemas tiene una prioridad (incluso) sobre la imagen. “Veo a
los muchachos del verano” puede ser leído como una sucesión temporal de
estadios (yo lírico) bien diferenciados, donde cómodamente Dylan se inserta
(¡y auto-proclama!) hacia la segunda parte del poema.
Juan Arabia

Veo a los muchachos del verano en su ruina


echar el diezmo de oro estéril,
descuidar las cosechas, congelar los suelos;
allí, en su calor, las inundaciones de invierno
5 de amores congelados donde ellos buscan a sus niñas,
y ahogan en sus mareas las cargas de manzana.

Estos muchachos de luz paralizados en su locura,


amargan la miel hirviente,
manosean los muñecos de nieve de las colmenas;
10 allí, en el sol, ellos nutren sus nervios
en los frígidos hilos de la duda y la oscuridad;
la señal de la luna en sus vacíos es nula.

π
31
I see the summer children in their mothers
Split up the brawned womb’s weathers,
15 Divide the night and day with fairy thumbs;
There in the deep with quartered shades
Of sun and moon they paint their dams
As sunlight paints the shelling of their heads.

I see that from these boys shall men of nothing


20 Stature by seedy shifting,
Or lame the air with leaping from its heats;
There from their hearts the dogdayed pulse
Of love and light bursts in their throats.
O see the pulse of summer in the ice.

II
25 But seasons must be challenged or they totter
Into a chiming quarter
Where, punctual as death, we ring the stars;
There, in his night, the black-tongued bells
The sleepy man of winter pulls,
30 Nor blows back moon-and-midnight as she blows.

We are the dark derniers let us summon


Death from a summer woman,
A muscling life from lovers in their cramp
From the fair dead who flush the sea
35 The bright-eyed worm on Davy’s lamp
And from the planted womb the man of straw.

π
32
Veo a los niños del verano dentro de sus madres,
separar la carne del cálido útero,
15 dividir la noche y el día con dedos de duende;
allí, en lo profundo, con las cuatro sombras
del sol y la luna ellos pintan sus diques,
así como la luz del sol pinta el contorno de sus frentes.

Veo que de estos muchachos han de surgir hombres de nada


20 destinados hacia la perdición,
a lisiar el aire en el arrebato de sus calores;
desde sus corazones, el pulso más caluroso del día
estalla de amor y luz en sus gargantas.
Oh, miren el pulso del verano en el hielo.

II
25 Pero las estaciones deben ser desafiadas o se tambalearán
en el momento en el que suene el cuarto de hora
cuando, puntual como la muerte, tocamos las estrellas;
allí, en su noche, el soñoliento hombre del invierno
toca de las campanas de lengua ennegrecida,
30 nunca antes que el aire de luna-de-medianoche.

Somos los oscuros negadores, convoquemos


a la muerte a partir de una mujer de verano,
a la fuerza de la vida desde el calambre de los amantes,
desde la pálida muerte que el mar levanta en la superficie,
35 el gusano de ojos brillantes en la lámpara de Davy,
hasta el hombre de paja en el útero sembrado.

π
33
We summer boys in this four-winded spinning,
Green of the seaweeds’ iron,
Hold up the noisy sea and drop her birds,
40 Pick the world’s ball of wave and froth
To choke the deserts with her tides,
And comb the county gardens for a wreath.

In spring we cross our foreheads with the holly,


Heigh ho the blood and berry,
45 And nail the merry squires to the trees;
Here love’s damp muscle dries and dies
Here break a kiss in no love’s quarry,
O see the poles of promise in the boys.

III

I see you boys of summer in your ruin.


50 Man in his maggot’s barren.
And boys are full and foreign to the pouch.
I am the man your father was.
We are the sons of flint and pitch.
O see the poles are kissing as they cross.

π
34
Nosotros, muchachos del verano en este hilar de cuatro vientos
verde por el hierro de las algas marinas,
levantemos al escandaloso mar y soltemos sus pájaros,
40 recojamos las olas y la espuma de la bola del mundo,
para ahogar los desiertos con sus mareas,
y peinar los jardines del condado por una guirnalda.

En primavera coronamos nuestras frentes con acebo,


¡Salud a los frutos y a la sangre!
45 Y crucificamos en los árboles a los alegres escuderos;
aquí el músculo húmedo del amor se seca y muere,
aquí se rompe un beso en la cantera del desamor,
Oh, miren en los muchachos los polos de la promesa.

III

50 Veo a los muchachos de verano en su ruina.


Al hombre en la esterilidad del gusano.
Y los muchachos están plenos y extraños en el vientre.
Yo soy el hombre que fue tu padre.
Oh, miren cómo se besan los polos al cruzarse.

Traducción de ©Juan Arabia.

π
35
-

And death shall have no dominion

- Twenty-five poems, 1936

And death shall have no dominion.


Dead man naked they shall be one
With the man in the wind and the west moon;
When their bones are picked clean and the clean bones gone,
5 They shall have stars at elbow and foot;
Though they go mad they shall be sane,
Though they sink through the sea they shall rise again;
Though lovers be lost love shall not;
And death shall have no dominion.

10 And death shall have no dominion.


Under the windings of the sea
They lying long shall not die windily;
Twisting on racks when sinews give way,
Strapped to a wheel, yet they shall not break;
15 Faith in their hands shall snap in two,
And the unicorn evils run them through;

π
36
-

Y la muerte no tendrá dominio

- Twenty-five poems, 1936

Y la muerte no tendrá dominio.


Los desnudos muertos serán uno
con el hombre en el viento y la luna del poniente;
cuando sus huesos sean descarnados y los descarnados huesos se consuman,
5 en el codo y el pie tendrán estrellas;
aunque se vuelvan locos estarán cuerdos,
aunque se hundan en los mares se volverán a levantar;
aunque se pierdan los amantes, no se perderá el amor,
y la muerte no tendrá dominio.

10 Y la muerte no tendrá dominio.


Los que yacen hace tiempo en los recodos bajo el mar
no morirán ahí en vano;
retorcidos en los potros de tormento cuando cedan los tendones,
atados a una rueda de tortura, aun así no serán despedazados;
15 la fe en sus manos se partirá en dos
y los males los atravesarán como unicornios;

π
37
Split all ends up they shan't crack;
And death shall have no dominion.

And death shall have no dominion.


20 No more may gulls cry at their ears
Or waves break loud on the seashores;
Where blew a flower may a flower no more
Lift its head to the blows of the rain;
Though they be mad and dead as nails,
25 Heads of the characters hammer through daisies;
Break in the sun till the sun breaks down,
And death shall have no dominion.

π
38
cuando todos los cabos estén rotos, ellos no se partirán;
y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.


20 No pueden gritar más en sus oídos las gaviotas
ni romper ruidosas las olas en la playa;
donde surgió una flor, otra no podrá
alzar su cabeza a los golpes de la lluvia;
aunque estén locos y muertos como clavos,
25 sus cabezas se hundirán entre margaritas;
irrumpirán al sol hasta que el sol se hunda,
y la muerte no tendrá dominio.

Traducción de ©Juan Carlos Villavicencio.

π
39
-

Twenty-four years

- The map of love, 1939

Twenty-four years remind the tears of my eyes.


(Bury the dead for fear that they walk to the grave in labour.)
In the groin of the natural doorway I crouched like a tailor
Sewing a shroud for a journey
5 By the light of the meat-eating sun.
Dressed to die, the sensual strut begun,
With my red veins full of money,
In the final direction of the elementary town
I advance as long as forever is.

π
40
-

Veinticuatro años

- The map of love, 1939

Veinticuatro años recuerdan las lágrimas de mis ojos


(Entierren a los muertos para que no caminen hacia la tumba como
[parturientas).
En la arista de la puerta natural me acurruqué como un sastre
cosiendo la mortaja para un viaje
5 bajo la luz de un sol devorador de carne.
Vestido para morir, el balanceo sensual comenzó,
las venas rojas llenas de dinero,
en dirección final de un pueblo elemental
avanzo mientras lo eterno exista.

Traducción de ©Marina Kohon.

π
41
-

This Side of the Truth

- Death and Entrances, 1946

Dedicado a su hijo mayor, que por entonces tenía seis años de edad, “De
este lado de la verdad” (This Side of the Truth) evoca en el plano formal las
canciones de cuna y las coplas, subgéneros que tanto le gustaban a Dylan
Thomas. Pero sólo en apariencia… Con su léxico y sus imágenes, el poema
trasciende y traiciona esa tradición, oral y simple, para reflexionar sombría-
mente sobre la dualidad del bien y el mal y la dificultad de formular un
juicio desde una perspectiva terrenal. El conflicto entre el adulto que
quisiera aconsejar sanamente a un niño y la imposibilidad de expresarse

for Llewelyn

This side of the truth,


You may not see, my son,
King of your blue eyes
In the blinding country of youth,
5 That all is undone,
Under the unminding skies,
Of innocence and guilt
Before you move to make
One gesture of the heart or head,
10 Is gathered and spilt
Into the winding dark
Like the dust of the dead.
Good and bad, two ways
Of moving about your death

π
42
-

De este lado de la verdad

- Death and Entrances, 1946

con sencillez es, así, la clave que determina la tensión subyacente a la pieza.
Procurando una versión cercana en nuestra traducción, hemos preservado
la rima ABC y muy asonante en el original, y hemos adoptado el verso
octosílabo, tan caro a la lengua española y en principio idóneo para
mantener el formato de arte menor.
M. G. Burello

para Llewelyn

De este lado de la verdad


quizás, hijo, no veas,
rey de tus azules ojos
en cegadora pubertad,
5 que bajo el cielo sin penas
todo sigue estando cojo
de culpas y de inocencia;
antes de que hagas un gesto
con corazón o cabeza,
10 todo se une en turbulencia
como el polvo de los muertos
en las tinieblas aviesas.
El bien y el mal: dos maneras
de rodear tu fallecimiento
15
π
43
15 By the grinding sea,
King of your heart in the blind days,
Blow away like breath,
Go crying through you and me
And the souls of all men
20 Into the innocent
Dark, and the guilty dark, and good
Death, and bad death, and then
In the last element
Fly like the stars’ blood
25 Like the sun’s tears,
Like the moon’s seed, rubbish
And fire, the flying rant
Of the sky, king of your six years.
And the wicked wish,
30 Down the beginning of plants
And animals and birds,
Water and Light, the earth and sky,
Is cast before you move,
And all your deeds and words,
35 Each truth, each lie,
Die in unjudging love.

π
44
15 junto al mar demoledor,
rey de tu alma en la ceguera,
se vuelan como el aliento,
van llorando en nuestro interior
y en el seno de los hombres
20 hacia la sombra inocente
y la culpable, la buena
muerte y la mala, y entonces
hasta el final componente
como sangre de astros vuelan,
25 como lágrimas del sol,
como semillas de luna,
mugre y fuego, garganta
del cielo, rey de tu albor.
Y la intención oscura,
30 desde que existen las plantas
y las bestias y las aves,
agua y luz, tierra y cielo,
se ideó sin tu ejercicio,
y cuanto dices y haces,
35 lo falso y lo verdadero,
mueren en amor sin juicio.

Traducción de ©M. G. Burello.

π
45
-

Love In the Asylum

- Death and Entrances, 1946

A stranger has come


To share my room in the house not right in the head,
A girl mad as birds

Bolting the night of the door with her arm her plume.
5 Strait in the mazed bed
She deludes the heaven-proof house with entering clouds

Yet she deludes with walking the nightmarish room,


At large as the dead,
Or rides the imagined oceans of the male wards.

10 She has come possessed


Who admits the delusive light through the bouncing wall,
Possessed by the skies

She sleeps in the narrow trough yet she walks the dust

π
46
-

Amor en el Hospicio

- Death and Entrances, 1946

Una extraña que anda mal


de la cabeza ha venido a compartir mi cuarto en esta casa
una muchacha loca como los pájaros

traba la puerta de la noche con su brazo y su pluma.


5 Ceñida a su laberíntica cama
engaña a la casa a prueba de cielo ingresando nubes

además engaña a la habitación de pesadilla


numerosa como los muertos, caminando
o montando los océanos imaginarios del pabellón de los hombres.

10 Ella ha llegado poseída


acepta la luz ilusoria a través de la pared mullida,
poseída por los cielos

duerme en la depresión angosta y camina el polvo

π
47
Yet raves at her will
15 On the madhouse boards worn thin by my walking tears.

And taken by light in her arms at long and dear last


I may without fail
Suffer the first vision that set fire to the stars.

π
48
alucina a su antojo
15 en las mesas del manicomio adelgazadas por mis lágrimas.

Y tomado por la luz de sus brazos


por fin, puedo, Dios, al fin,
soportar la primera visión que incendió las estrellas.

Traducción de ©Marina Kohon.

π
49
-

Do Not Go Gentle Into

That Good Night

- In country sleep, 1952

Do not go gentle into that good night,


Old age should burn and rave at close of day;
Rage, rage against the dying of the light.

Though wise men at their end know dark is right,


5 Because their words had forked no lightning they
Do not go gentle into that good night.

Good men, the last wave by, crying how bright


Their frail deeds might have danced in a green bay,
Rage, rage against the dying of the light.

10 Wild men who caught and sang the sun in flight,


And learn, too late, they grieved it on its way,
Do not go gentle into that good night.

Grave men, near death, who see with blinding sight

π
50
-

No entres dócilmente

en esa buena noche

- In country sleep, 1952

No entres dócilmente en esa buena noche.


La vejez debería arder y delirar cuando termina el día;
siente rabia, rabia contra la agonía de la luz.

Aunque los sabios al final entiendan que la oscuridad es justa,


5 porque sus palabras no han hecho zigzaguear relámpago alguno,
no entran dócilmente en esa buena noche.

Los buenos, que tras la última ola lloran lo brillantes


que pudieron danzar sus débiles acciones en una bahía verde,
sienten rabia, rabia contra la agonía de la luz.

10 Los locos, que atraparon y cantaron al sol volando


y aprenden, demasiado tarde, que afligieron su camino,
no entran dócilmente en esa buena noche.

Los serios, que cerca de la muerte ven con una mirada deslumbrante

π
51
Blind eyes could blaze like meteors and be gay,
15 Rage, rage against the dying of the light.

And you, my father, there on that sad height,


Curse, bless, me now with your fierce tears, I pray.
Do not go gentle into that good night.
Rage, rage against the dying of the light.

π
52
ciegos ojos que pudieron arder y alegrarse como meteoros,
15 sienten rabia, rabia contra la agonía de la luz.

Y tú, padre mío, allá en tu triste altura,


maldíceme, bendíceme ahora con tus fieras lágrimas, te lo ruego.
No entres dócilmente en esa buena noche.
Siente rabia, rabia contra la agonía de la luz.

Traducción de ©Juan Carlos Villavicencio.

π
53
π
54
-

Balada del señuelo de piernas largas

- Death and Entrances, 1946

Traducción de ©Elizabeth Azcona Cranwell.

La proa resbalaba en las aguas y la costa


ennegrecida por los pájaros echó la última mirada
a su pelo revuelto y su ojo azul ballena;
la ciudad transitada agitó sus guijarros para desearle suerte.

5 Adiós entonces al bote del pescador


con su ancla libre y ágil
como un pájaro que hurga sobre el mar,
alto y seco junto al tope del mástil,

10 la arena amante murmuraba


con los bastiones del muelle deslumbrado.
Ve a navegar por mí y nunca mires hacia atrás
dijo la tierra vigilante.

Las velas se bebían el viento, y blanco como leche


15 él se hundió en las ávidas tinieblas;

π
55
el sol en el poniente naufragó en una perla
y nadó la luna fuera de su casco.

Chimeneas y mástiles rodando se alejaban.


Adiós al hombre en la cubierta de las piernas marinas,
20 a la línea dorada que canta en el carrete
al señuelo que acecha con orgullo en la alforja,

porque vimos que hundía en la veloz corriente


a una muchacha viva con los labios traspasados de anzuelos;
todos los peces se alumbraron con estrías de sangre,
25 dijeron los navíos derruidos,

Adiós a los humeros y las chimeneas,


viejas esposas que hilan en el humo,
el pescador estaba ciego para los ojos de los cirios
en las ventanas orantes de las olas.

30 Pero oía al señuelo brincar sobre la estela


y forcejear en un banco de amores.
Lanza ahora tu línea que las ballenas
forman colinas sobre todo el mar,

ella suspira entre caballos y ángeles


35 con el pez arco iris curvado entre sus gozos,
los repiques de las boyas rocosas
flotaban en la hundida catedral

π
56
donde el ancla rodó como gaviota
millas arriba del lunático bote
40 un chubasco de pájaros cayó dando chillidos,
una nube sopló la lluvia desde su garganta;

él vio como humeaba la tormenta


para matar con arcos de vapores y un ariete de hielo,
el fuego en las estrellas, el río en la galaxia;
45 y nada fulguraba en el rostro del agua

más que el aceite y la burbuja de la luna,


debajo de la espuma, los peces hechizados
se hundían y horadaban su huella
atestiguada por un beso.

50 Como cabos y Alpes en la estela


estremecían las ballenas ese mar enfermizo y husmeaban hondo,
hondo el gran señuelo espeso de lluviosos labios
resbalaba en las aletas de esas jibosas toneladas

y esquivaba su amor con ondulante zambullida.


55 ¡Oh, Jericó caía en sus pulmones!
y ella buceaba y aferraba la tarja del amor
girando sobre un chorro como una bola de largas piernas.

¡Hasta que cada bestia se apartó rugiendo


hasta que cada tortuga se quebró en su coraza

π
57
60 hasta que cada hueso en la tumba violenta
se levantó, soltó su canto y se apagó!

Buena suerte a la mano sobre la línea,


se esconde el trueno bajo sus pulgares;
el hilo de oro es una hebra centelleante;
65 su carrete bravío canta desde las llamas,

el bote que gira en el arder de su sangre


grita desde la red hasta la quilla
oh las tijeretas y sus crías gigantes
oh los toros de Vizcaya y sus becerros

70 desposan al bello señuelo de piernas largas


bajo el verde, ancho velo del mar.
Anunciad las noticias sombrías y pintad en una vela
estas inmensas bodas en las olas,

sobre la espuma y su estela de relámpagos


75 sobre los jardines que crecen en el fondo
anunciad el día trepador del delfín,
mi mástil es de pronto un campanario,

golpead y acariciad, porque mis puentes son tambores,


cantad desde la proa hablada por el agua
80 el caminar del pulpo entre los miembros de ella
y el águila polar con sus huellas de nieve.

π
58
Del tajamar en sus salobres labios hasta popa
¡cantad cómo la foca ha besado a su muerta!
la yacente, la larga novia de un minuto
85 vieja de pronto flota en su lecho cruel.

Por encima de las tumbas acuáticas


con galerías y montañas debajo
el ruiseñor y la hiena
se regocijan por esta muerte a la deriva.

90 Cantan y aúllan a través de la arena y las anémonas


el valle y el sahara en una caracola,
Oh, toda la ávida carne, su enemiga
arrojada a la mar en la caracola de una niña

es vieja como el agua y simple como una anguila;


95 siempre el adiós al pan de piernas largas
disperso en los senderos de sus pasos
para los pájaros salobres que aleteaban saciados,

con picos espumosos por las altas semillas;


adiós adiós a los fuegos de su rostro,
100 porque los muertos con sus lomos de cangrejos
se lanzaron desde el lecho del mar y echaron a correr sobre sus ojos,

Esa mirada desgarrada y ciega es fría como celisca.


Y el seductor debajo de su párpado,
el que descubre para los durmientes

π
59
105 mujeres desnudas color luna con altura de mástiles

andando por sus deseos y embellecidas por la vergüenza


es mudo y ha partido con su llama de novias.
Se ahogó Susana en el hirsuto arroyo
y ya nadie se agita junto a Saba

110 más que los reyes hambrientos de las mareas;


el pecado que tuvo forma de mujer
duerme hasta que el silencio sople en una nube
y todas las aguas sublevadas echen a andar a saltos.

Lucifer, esa hez de pájaro


115 caída entre las nórdicas laderas
se ha derretido y esfumado
siempre se esfuma en las cavernas de su aliento,

Venus yace en su herida fulminada de estrellas


y las ruinas sensuales sobre el líquido mundo
120 crean las estaciones
las primaveras blancas en la sombra.

Por siempre adiós gritaban voces en la caracola,


y siempre adiós porque la carne se ha lanzado
y el pescador arrolla su carrete
125 con los pobres deseos de un fantasma.

Buena suerte por siempre clamaban las aletas

π
60
en la pluma del pájaro tras de la sombra y el risueño pez
mientras las velas se bebían el granizo del trueno
y el relámpago de larga cola alumbraba su presa.

130 El bote nada en los climas de seis años,


un viento echa una sombra que de pronto se hiela
¡ved lo que la dorada línea trae a la superficie
desde las montañas y las galerías de los fondos!

¡Ved lo que cuelga desde el pelo y el cráneo


135 mientras pasan rasantes las alas ávidas del bote!
las estatuas de la gran lluvia se detienen
y los copos se derrumban como cerros!

¡Cantad y saludad! a su pesada presa


140 izada al bote en un nevar de luz!
Las cubiertas se han empapado de milagros.
¡Oh milagro de peces! ¡muerden los viejos muertos!

Fuera de la urna donde cabe un hombre


fuera del cuarto con el peso de su pena
145 Fuera de la casa que una ciudad sostiene
en el continente de algún fósil.

Uno por uno en el manto y el polvo,


duros como los ecos y con rostro de insecto,
los padres de él se aferran a esa mano de niña
150 y es esa mano muerta que conduce el pasado.

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Los guía como a niños, como al aire
hacia las crestas agitadas y ciegas de las olas;
los siglos arrojan hacia atrás sus cabelleras
y los ancianos cantan con labios renacidos:

155 El tiempo trae otro hijo en si.


¡Matad al tiempo! ¡Ella gira en su pena!
El roble es derribado en la bellota
y el halcón en el huevo asesina al jilguero.

Aquel que atizara el gran fuego


160 y muriera sobre llamas sibilantes
o anduviera en la tierra por la tarde
contando la negación de las semillas

cuelga del flotante pelo de ella y trepa;


y él, que enseñara a sus labios a cantar
165 llora como el sol elevado
entre los líquidos coros de sus tribus.

La línea se repliega y adivina la tierra,


y a través de las grietas de las aguas
se arrastra un jardín que se aferra a su mano
170 con pájaros y bestias

con hombres y mujeres y cascadas


los árboles se secan y se enfrían en el remolino de las naves
sorprendidos y quietos sobre la arena verde, tendida como un velo

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con leyendas en sus regazos virginales,

175 y tonantes profetas en las dunas quemadas;


los insectos y valles se aferran a sus muslos,
el tiempo y los lugares se aprietan al hueso de su pecho
ella se parte con las estaciones y las nubes;

el agua fresca le teje un brazalete


180 con sus peces movibles y sus piedras redondas
desde el fondo a la cresta de las olas más altas
respira y corre un río separado,

canta y golpea su cosecha


porque el oleaje lleva una siembra de cebada
185 pace el ganado en la espuma cubierta,
los cerros han pateado las olas hacia afuera,

tierra, tierra, tierra, nada queda


del andariego mar famoso, solamente su hablar
y entre sus siete tumbas parlanchinas
190 se hunde el ancla en los suelos de una iglesia.

con las salvajes yeguas del mar y las bridas mojadas


con potrillos salobres y huracanados miembros
todos los caballos de su redada de milagros
galopan en las verdes y abovedadas granjas,
195 y trotan y galopan con nubes de gaviotas
y con centellas en sus crines

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Oh Roma y Sodoma, oh mañana y Londres
la marea campestre está empedrada de ciudades,

y las torres horadan la nube de su hombro


200 y las calles que el pescador peinara
cuando su carne de piernas largas era un viento incendiado
y su lomo una llama cazadora

se enroscan desde la encrucijada de su pelo


lo llevan despiadadas a su casa, vivo
205 conducen su terror a ese pródigo hogar
la casa enfurecida, asesina de bueyes, la casa del amor.

Hondo, hondo, hondo bajo la tierra


debajo de las ciudades flotantes
giran las metrópolis de peces
210 encadenadas por la luna y heridas por el agua.

Nada queda, del mar, apenas su sonido,


bajo la tierra el mar ruidoso marcha,
en los lechos de muerte de los huertos el bote se desploma
y el señuelo se ahoga entre las parvas,

215 Adiós y buena suerte, el sol y la luna repicaron


al pescador perdido en tierra.
Solo se queda ahora en la puerta de su hogar
con su corazón de largas piernas en la mano.

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En dirección
hacia el comienzo

E n la liviana tienda en el campo que se mece en el gran atardecer de prima-


vera, cerca del mar y la rústica barca con un mástil de madera de cedro, el
armazón de madera adornado con espolones y conchas, una plegada vela
color salmón, y dos remos como aletas; con gaviotas en un vuelo alto allá
arriba, cigüeña, pelícano y gorrión volando hacia el fin del océano y al primer
grano de una tierra sin tiempo que gira en la cabeza de un reloj de arena, un
aro de plumas bajo la oscuridad de la primavera en un año patas para arriba;
como las rocas en la historia, por cada rasgo y miembro garabateado, ojo de
una aguja, sombra de un nervio, corte en el corazón, por escindidas fibra y
arcilla enhebradas, grabadas para el delirio de la odisea la caída de la hoja de
laurel el volcamiento del roble el astillamiento de la piedra lunar contra la
reencarnación del asesino animadas y numerosas olas, un hombre ha nacido
en dirección hacia el comienzo. Y fuera del sueño, donde la luna lo ha erigido
a través de las montañas –en los ojos de ella– y por los fuertes, escudriñados
brazos que cayeron tras la mujer, llenos de dedos y mareas, hacia el mar y el
viento, luchó al borde del atardecer, fue hacia el comienzo como un ganso
hacia el cielo, y llamó a sus furias por sus nombres desde el índice de viento
dibujado de tumba y aguas. ¿Quién fue esta extraña que vino como granizo,
cortada en hielo, que tiene un arbusto marino de hojas nevadas como pelo, y
más alta que un mástil de cedro, la blanca lluvia del norte descendiendo y el
mar conducido por ballenas arrojado a las cuencas de aquel ojo, desde una
ciudad de pescadores en la isla que ya flota? Ella era salina y blanca y viajera
como el campo, sobre una hoja, se mecía con pájaros a su alrededor, atarde-
cer centrado en el corazón que nunca ha sido, oyó él sus manos entre la copa

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de los árboles –una pluma sumergida, de ella sus dedos fluyeron sobre las
voces- y el mundo fue ahogándose a través de una sirena visión de hierba de
alguien extraño y bestias de agua y nieve. La palabra fue absorbida hasta la
última gota del lago; la catarata de la última partícula se preocupó al empa-
parse de sudor a tierra, como si la lluvia del paraíso hubiera arrastrado sus
nubes a caer como una tortuga volcada, como un maná hecho de temporadas
de suaves barrigas, y el duro granizo, cayendo, esparcido y aturdido en una
nube mitad flor mitad ceniza o el viento del carroñero de patas largas a través
de una pirámide levantada alta con lodo o el suave y lento flujo de vapor
mezclado y hojas. En el centro exacto del encantamiento fue él un habitante
de la costa en alta mar, atado al ojo por su pelo en el pecho del cíclope, con
sus abrazados muslos encordados entre su voz; blancos osos nadaron y se
ahogaron marineros en la música que ella escaló y dibujó con sus manos y
fábulas desde el erguido pelo de aquel hombre; de un tirón ella le arrancó su
terror por los oídos, y lo aburrió cantando dentro de la luz a través del bosque
de la peluda serpiente y la voz de piedra giratoria. La revelación miraba
fijamente atrás por sobre su traspasado hombro. ¿Cuál fue la génesis de ella,
la última chispa de juicio o el chorro de la primera ballena desde el vasto mar?
¿La conflagración en el fin, un fuego fúnebre saltando, un cohete gastado con
su cola aún caliente, o, dónde la primavera originaria y su locura escalaron las
barreras del mar y las cerraduras del jardín fueron magulladas, coronada y
apagada agua sobre la vela de la montaña? ¿De quién fue la imagen en el
viento, la huella en el acantilado, el eco golpeando para obtener una respues-
ta? Ella fue como una oropéndola de pelo serpenteante. Ella se deslizó en el
campo de sal que todo traga, las rocas y la crónica, las anatomías oscuras, el
mismo mar anclado. Ella hizo estragos en el útero de la mula. Ella titubeaba
en la galopante dinastía. Ella era ruidosa en la vieja sepultura y guardaba una
silenciosa, rápida lengua bajo el sol. Advirtió de ella su expulsada imagen,
trazó el mapa con el pie de una pesadilla envenenada y enmarcó contra el
viento la impresión de su pulgar que torció en su mano con la membrana de
una sombra, interrogación de un eco familiar: ¿cuál es mi génesis, la fuente de
granito extinguiéndose donde la primera llama es arrojada al esculpido
mundo, o a la fogata de crines como un león en el umbral de la última

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bóveda? Una voz entonces en aquel atardecer viajó por la luz y las ondas en
el agua, un lineamento desafió los deslizados ánimos, desde donde la cantári-
da de mar de oro verde tiñe el rastro del veneno de un pulpo arrastrándose a
través de espuma, y desde las cuatro esquinas del mapa un querubín en una
isla sopló las nubes hacia el mar.

Cuento extraído de Adventures in the Skin Trade— Dylan


Thomas. Póstumo, 1953. Traducción de ©Juan Carlos
Villavicencio.

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El joven, desde su soledad, observó cómo se desarrolla-


ba delante de él aquel sábado festivo, falso y bonito como
una pintura chata bajo un sol vulgar: las familias, retozo-
nas, con bolsas de papel, cubos y pautas, parasoles y
botellas; las muchachas, felices, acaloradas, doloridas,
con linimentos para las quemaduras en sus bolsos; los
muchachos, bronceados, sacando pecho; los jóvenes,
blancos, envidiosos, con chaleco; las piernas flacas, pelu-
das, patéticas, de los maridos, que caminaban silenciosa-
mente por el agua; los niños, regordetes y con bucles, de
espaldas curvas, embadurnándose sin oposición de
nadie, con arena sucia. Todo producía en él —pensó dra-
máticamente en su aislamiento— una vieja vergüenza y
piedad. Al margen de toda diversión, condenado para
siempre a la compañía de sus gusanos, más allá del
poder y de la estupidez de esta carne vulgar, sudorosa,
asoleada, que se entregaba al día, el joven atrapó la pelota
que un niño había arrojado al aire con una bandeja de
latón y se levantó para tirarla de vuelta.

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El niño lo invitó a jugar. La familia, cordial, aguardaba a
cierta distancia (las mujeres despeinadas, con las faldas
recogidas en los calzones, los hombres descalzos en
mangas de camisa, un montón de niños con taparrabos
o la ropa interior tijereteada) El muchacho lanzó la pelota
amargamente en dirección a un padre que montaba
guardia con una bandeja delante de un wicket de sombre-
ros. «El lobo solitario juega a la pelota», se dijo a sí mismo
en el momento en que volteaba la bandeja.

Fragmento de “Un sábado caluroso”, en Portrait of the


Artist as a Young Dog, 1940.

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Impreso en Buenos Aires,
Marzo 2016

©Buenos Aires Poetry


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