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Fronteras de la historia

Ministerio de Cultura
jgamboa@icanh.gov.co
ISSN (Versión impresa): 0123-4676
COLOMBIA

2002
Guillermo Bustos
ENFOQUE SUBALTERNO E HISTORIA LATINOAMERICANA: NACIÓN,
SUBALTERNIDAD Y ESCRITURA DE LA HISTORIA EN EL DEBATE MALLON
BEVERLEY
Fronteras de la historia, anual, año/vol. 007
Ministerio de Cultura
Bogotá, Colombia
pp. 229-250

Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal

Universidad Autónoma del Estado de México

http://redalyc.uaemex.mx
Enfoque subalterno e historia latinoamericana: nación, subalternidad
y escritura de la historia en el debate Mallon-Beverley
Guillermo Bustos
Universidad Andina Simón Bolívar, Quito
gbustos@uasb.edu.ec

Fecha de recepción: 1 de agosto de 2002


Fecha de aceptación: 1 de octubre de 2002
Resumen

Este ensayo analiza un caso que ilustra la forma en que el enfoque subalternista, desarrollado
originalmente por el Grupo de Estudios Subalternos de la India, fue adoptado por parte de los estudiosos
de Latinoamérica, en especial el Grupo de Estudios Subalternos Latinoamericano, a comienzos de los
años noventa. Se trata del debate sobre la relevancia, alcances y problemáticas que se desprenden de la
aplicación de esta perspectiva en la escritura de la historia, adelantado por la historiadora Florencia
Mallon y el crítico cultural John Beverley. Se evalúan los argumentos de ambas partes, teniendo en
cuenta el hecho fundamental de que el debate se ha desarrollado en el marco de la academia
norteamericana, lo que dificulta la participación de académicos latinoamericanos en igualdad de
condiciones. Se concluye con una serie de reflexiones sobre cuatro temas generales, con el fin de evaluar
los problemas y desafíos que surgen de los asuntos tratados: el acceso al corpus subalternista, la crítica al
nacionalismo en la operación historiográfica, la acción del subalterno y el acecho del positivismo.

Palabras clave: ENFOQUE SUBALTERNO, GRUPO DE ESTUDIOS SUBALTERNOS DE LA INDIA,


GRUPO DE ESTUDIOS SUBALTERNOS LATINOAMERICANO, FLORENCIA MALLON, JOHN
BEVERLEY, TEORÍA DE LA HISTORIA.

Abstract

This essay analyzes a case study illustrating the reception of the Subaltern Studies analytical perspective,
originally developed by the Indian Subaltern Studies Group, by Latin American scholars, and especially,
by the Latin American Subaltern Studies Group at the beginning of the 90’s. It focuses on the debate
regarding the relevance, scope and problems stemming from the application of the subaltern and post-
colonial analytical focus in the historical texts of historian Florencia Mallón and cultural critic John
Beverly. The author evaluates both sides of the argument, also introducing some points of agreement,
dissent and limited concurrence, taking into account the fundamental fact that this debate has developed
within the limits of North American academia, limiting the participation of Latin American scholars in
equal conditions. The essay concludes with a series of reflections on four general themes in order to
assess the problems and challenges stemming from these issues: access to the subaltern corpus, a critique
of nationalism in the historiographic operation, subaltern agency and the positivist shadow.

Key words: SUBALTERN STUDIES, INDIAN SUBALTERN STUDIES GROUP, LATIN AMERICAN
SUBALTERN STUDIES GROUP, FLORENCIA MALLON, JOHN BEVERLEY, THEORY IN
HISTORY.

Fronteras de la Historia 7 (2002)


© ICANH

229
I♦

En los últimos años el enfoque desarrollado por el Grupo de Estudios Subalternos de la India ha
alcanzado una enorme resonancia en el mundo académico anglosajón y, paulatinamente, ha
atraído la atención de diferentes comunidades académicas de otros lugares del mundo. La
producción de este grupo de intelectuales, cuyo núcleo central estuvo constituido
principalmente por historiadores, ha ejercido una creciente influencia sobre una variedad de
campos disciplinarios e interdisciplinarios. La colección editorial denominada Subaltern
Studies, que recoge las intervenciones del grupo desde 1982, así como las publicaciones
individuales de sus integrantes, muestran la manera sofisticada en que estos estudiosos han
entrelazado teoría y práctica investigativa, dentro de una perspectiva política radical1.

En el presente ensayo quiero concentrarme en un caso que ilustra la recepción del enfoque
subalternista por parte de los estudiosos de Latinoamérica2. Con este propósito quiero
detenerme en las intervenciones que dos distinguidos latinoamericanistas han realizado sobre la
relevancia, alcances, y problemáticas que se desprenden de la aplicación del enfoque
subalternista en la escritura de la historia. Se trata específicamente de analizar las intervenciones
de la historiadora Florencia Mallon y del crítico cultural John Beverley, ambos autores de
fundamentales contribuciones en sus respectivas áreas de especialización3. Conviene señalar
brevemente dos cuestiones que enmarcan este debate. Primero, el intercambio se mantuvo
dentro del nicho de los latinoamericanistas que laboran en el ambiente académico
norteamericano, el cual, como se sabe, está compuesto por una población docente
multinacional. Segundo, si atendemos a los momentos iniciales de la recepción del enfoque,
como sabemos, el autodenominado Grupo de Estudios Subalternos Latinoamericano,
organizado a inicios de los años noventa, fue el primer colectivo que dio la bienvenida al
enfoque adoptándolo como su emblema de acción. Este grupo estuvo integrado en su mayoría
por críticos literarios. Este par de cuestiones informan aspectos presentes en el locus de
enunciación del debate que a continuación analizamos.

La “Declaración de Fundación del Grupo de Estudios Subalternos Latinoamericano” se presentó


como una suerte de relación programática de una nueva agenda política y académica para la
región y sus estudiosos. El manifiesto destacó enfáticamente las limitaciones e inadecuaciones


Una versión preliminar de este ensayo fue presentada en el “I Encuentro Internacional sobre Estudios Culturales
Latinoamericanos: retos desde y sobre la Región Andina”, que tuvo lugar en la Universidad Andina Simón Bolívar,
en Quito, entre el 13 y 15 de junio de 2001. Agradezco los comentarios que posteriormente me brindaron los colegas
Pablo Ospina, Carlos Espinosa y María Eugenia Cháves.
1
Sobre la trayectoria del grupo y sus aportes puede consultarse las evaluaciones de Gyan Prakash, “Subaltern Studies
as Postcolonial Criticism”, American Historical Review 99, no. 5 (1994); y Dipesh Chakrabarty, “Subaltern Studies
and Postcolonial Historiography”, Nepantla: Views from South 1, no. 1 (2000).
2
Varias entregas de la Latin American Research Review, entre 1990 y 1993, dan cuenta de invocaciones, comentarios
y debates sobre la recepción del enfoque poscolonial y los estudios latinoamericanos previos al debate que nos ocupa.
Florencia Mallon documenta estas discusiones en el artículo que informa este debate.
3
Parte de la amplia producción de estos autores aparece en la bibliografía citada.

230
de los paradigmas (marxismo, dependentismo, teoría de la modernización) que han gobernado
el análisis social de América Latina. A partir de la denuncia de estas limitaciones, referidas en
verdad de manera vaga en el manifiesto, el grupo formuló los objetivos de un nuevo programa
de investigaciones que incluía la tarea de realizar “un trabajo arqueológico en los intersticios de
las formas de dominación”, con el fin de rescatar la agencia o iniciativa de los sectores
subalternos, re-conceptualizar la nación y lo nacional, y visualizar de forma no-esencialista la
categoría de clase, entre otros objetivos. Se trataba, en definitiva, de mostrar cómo los
paradigmas del conocimiento social, incluido el marxismo, habían quedado atrapados en
perspectivas elitistas. En su lugar, se decía, la representación de la subalternidad en
Latinoamérica está vinculada con la posibilidad de que “el subalterno hable como un sujeto
sociopolítico”4.

II

La primera evaluación general de la recepción del enfoque subalternista en los estudios


latinoamericanos (desarrollados en Norteamérica), que incluye una discusión del manifiesto del
Grupo de estudios subalternos latinoamericano, fue realizada por la historiadora Florencia
Mallon (de la Universidad de Wisconsin) en el contexto de un foro organizado por la American
Historical Review, en el cual también participaron el historiador de la India Gyan Prakash
(Universidad de Princeton) y el africanista Frederick Cooper (Universidad de Michigan). El
artículo de Mallon, titulado “The Promise and Dilemma of Subaltern Studies: Persectives from
Latin American History” (1994), se ocupa precisamente de subrayar la potencialidad y de
presentar las tensiones que emergen de la propuesta del grupo de Estudios Subalternos de la
India, así como de explorar la relevancia que la aplicación que este enfoque tendría para los
estudios latinoamericanos. Mallon encuentra que el análisis de la subalternidad, según la
“Declaración” del grupo latinoamericanista, está ampliamente desinformado de las
contribuciones de la historia social latinoamericana y adolece de un predominio textualista
restrictivo. Ambos rasgos, en general, estarían atravesados por un tono de esquematismo
programático.

El reclamo de Mallon sobre la manera en que el manifiesto ignora, o invisibiliza, los vibrantes
aportes de la historia social en el área latinoamericana, a la luz de la extensa bibliografía que
una pléyade de destacados historiadores sociales, entre los que se incluye la autora, han
producido sobre una variedad de grupos subalternos (grupos étnicos, campesinos, esclavos,
obreros, artesanos, mujeres, etc.), estudiados en diferentes períodos de la historia
latinoamericana, resulta enteramente convincente y justificado. Era de esperar que una crítica
tan definitiva como la pregonada por la “Declaración”, sobre la manera en que se han estudiado

4
La “Declaración de fundación del Grupo de Estudios Subalternos Latinoamericanos” ha aparecido en diversas
publicaciones. La versión original en inglés consta en J. Beverley, J. Oviedo y M. Ahorna, eds., The Postmodernism
Debate in Latin America (Durham: Duke University Press, 1995). En este ensayo utilizo la traducción al español que
hizo Juan Zevallos Aguilar y que fue publicada en Procesos, revista ecuatoriana de historia, no. 10 (1997).

231
los grupos subalternos latinoamericanos, se basara en un análisis más informado y riguroso de
la producción historiográfica latinoamericana y latinoamericanista. Mi adhesión a la crítica de
Mallon, sin embargo, se cuida de no confundir la perspectiva de la historia social y el enfoque
subalternista. Creo que si bien entre ambos enfoques se presentan translapes, estos mantienen
diferencias que los distinguen5. El punto básico que muy justificadamente levanta la
historiadora Mallon es que en el campo de la investigación histórica latinoamericana el tema del
subalterno no era una novedad. Por esta razón, me parece que la introducción del enfoque
subalternista necesitaba menos de juicios terminantes, y promesas de nuevos cielos
conceptuales, y más de un deslinde riguroso anclado en el reconocimiento crítico de lo que la
historia y la antropología, entre otras disciplinas, habían hecho, en regiones como el mundo
andino, por ejemplo.

El cuestionamiento de Mallon a la “Declaración” subraya que los desarrollos de la llamada


´historia social desde abajo´, variante radical de la historia social, permitieron que esta
formulara, a lo largo de los años ochenta, una provechosa crítica al cepalismo, dependentismo,
marxismo y teoría del sistema mundial. Nuevamente la crítica de Mallon a este respecto me
parece enteramente pertinente. No obstante, creo que se debe señalar que la empresa de revisión
crítica de los paradigmas de las ciencias sociales latinoamericanas no fue una empresa escrita
predominantemente en idioma inglés, como tiende a sugerir la extensísima bibliografía que
documenta el ensayo de esta autora. Más bien se debe precisar que dicha revisión crítica fue
desarrollada, a la par, en el norte y en el sur. Los estudios referidos a la región andina que
autores como Murra, Spalding, Stern y Larson6, asentados en el mundo académico
norteamericano, representaron en la teoría y la práctica cuestionamientos y superaciones a los
paradigmas dominantes en la historiografía y las ciencias sociales de esos años. Paralelamente a
estos desarrollos, un grupo de notables historiadores provenientes de los países andinos, en
diálogo con sus colegas de Norteamérica y de Europa, reconfiguraron el pasado de estas
sociedades desde una perspectiva histórica sofisticada y plenamente contestaria al statu quo.
Autores como Assadourian, Colmenares, Flores-Galindo, único autor citado por Mallon, Rivera
Cusicanqui, entre otros, con sus investigaciones cuestionaron los modelos dominantes de la

5
Prakash y Chakrabarty han puntualizado algunas de las semejanzas y diferencias entre ambos enfoques.
Chakrabarty señala, por ejemplo, que el enfoque subalterno implica, a diferencia de la perspectiva de la historia social
“desde abajo”: “a) una relativa separación entre la historia del poder y cualquiera de las historias universalistas del
capital, b) una crítica de la forma nación, c) una interrogación de la relación entre poder y conocimiento”, que incluye
al archivo en sí mismo y a la historia como saber (“Subaltern Studies and Postcolonial Historiography”, 15). Todas
las traducciones del inglés al español que aparecen citadas en este ensayo son de mi autoría, excepto las citas que
provienen de la “Declaración” señalada en la nota anterior.
6
La bibliografía que integra esta y la siguiente nota no es exhaustiva, tan solo desea ilustrar algunas de las
contribuciones más relevantes y tempranas. John Murra, Formaciones económicas y políticas del mundo andino
(Lima: IEP, 1975). Karen Spalding, De indio a campesino (Lima: IEP, 1974). Steve Stern, Los pueblos indígenas del
Perú y el desafío de la conquista española (Madrid: Alianza Editorial, 1986), traducido al español por Fernando
Santos, la versión original en inglés apareció en 1982; “Feudalism, Capitalism, and the World-System in the
Perspective of Latin America and the Caribbean”, American Historical Review 93, no. 4 (1988). Brooke Larson,
“Shifting Views of Colonialism and Resistanse”, Radical History Review, no. 27 (1983); Colonialismo y
Transformación Agraria en Bolivia. Cochabamba, 1500-1900 (La Paz: CERES – HISBOL, 1992), traducido al
español por Frederic Vallvé, la versión original en inglés se publicó en 1988.

232
historia y las ciencias sociales en la región andina y abrieron fructíferas vías de investigación,
de las que todavía somos tributarios en el presente7.

El segundo cuestionamiento de Mallon está enfilado contra la preeminencia del texto-centrismo


desconstruccionista que, en clave Derrideana, según la autora, aparece como principal gesto
investigativo de la “Declaración”. La desconfianza de Mallon frente al protagonismo del
análisis textual le lleva, por contrapartida, a enarbolar un programa de investigación
empíricamente informado. La autora advierte una fuerte tensión en la agenda subalternista entre
una técnica, informada por perspectivas posmodernas, y una perspectiva política, de corte pos-
marxista radical. El primer componente de esta tensión se expresa, según Mallon, en una
estrecha lectura posmoderna de los documentos, entendidos estos de manera genérica como
“textos construídos”, cuya lectura no deviene en la obtención de una verdad transparente, si uno
se atiene a los reparos de las posiciones posmodernas más extremas. Los críticos literarios
habrían asimilado ampliamente este tipo de aproximación posmoderna y la habrían puesto en
operación preferentemente en fuentes publicadas. El segundo componente de esta tensión, según
Mallon, se expresa en “el interés disciplinario del historiador [con el cual ella obviamente se
identifica] de leer los documentos, almacenados en los archivos, como ‘ventanas’, no obstante
neblinosas e imperfectas, de las vidas de las gentes”.8 Uno puede pensar que este segundo
componente de la tensión, con el cual la autora se identifica, está más alineado con una
perspectiva política radical que con la aplicación de cualquier lectura técnica de los textos,
según aludí líneas atrás.

La presunción de que los documentos que reposan en los archivos no son del todo “textos
construidos”, en el sentido posmoderno del término, y de que el historiador los usa como
“ventanas... neblinosas”, al parecer no fue formulada por su autora para defender alguna
comprensión de tipo positivista de la labor del historiador. Prueba de ello es que la autora,
seguidamente, reconoce que tanto el archivo como cualquier otro campo de investigación

[…] son arenas construídas en las cuales las luchas de poder –incluidas las
generadas por nuestra propia presencia [como investigadores]- actúan para definir
y obscurecer las fuentes y la información a la cual accedemos”9.

Su punto de crítica parece dirigirse, más bien, a establecer una distinción entre la problemática
que rodea el manejo de las fuentes publicadas de aquellas que no lo son: “los procesos de
producción y preservación de las fuentes provenientes de los archivos de las que han sido

7
Carlos Sempat Assadourian, et. al., Modos de Producción en América Latina (Buenos Aires: Cuadernos de Pasado
y Presente, 1973); El Sistema de la Economía Colonial (Lima: Instituto de Estudios Peruanos,1982). Germán
Colmenares, Sociedad y Economía en el Valle del Cauca (Cali: Universidad del Valle, 1983). Alberto Flores Galindo,
Aristocracia y Plebe. Lima, 1760-1830 (Lima: Mosca Azul Editores, 1984); Buscando un Inca (Lima: Editorial
Horizonte, 1987). Silvia Rivera Cusicanqui, ¨Oprimidos pero no Vencidos¨. Luchas del campesinado aymara y
qhechwa de Bolivia, 1900-1980 (La Paz: Hisbol – Esutcb, 1984).
8
Florencia Mallon, “The Promise and Dilemma of Subaltern Studies: Persectives from Latin American History”,
American Historical Review 99, no. 5 (1994): 1506.
9
Ibídem, 1507.

233
publicadas son distintos. Las relaciones sociales que acompañan la lectura de una u otra son
también diferentes”. Entonces, “lo que yo objeto”, dice Mallon, “es el privilegio del análisis
textual y de las fuentes literarias a costa o en desmedro del trabajo de archivo o de campo, tanto
como la tendencia a asumir que todos son textos construidos y que, por lo tanto, el uno puede
sustituir al otro”10.

La crítica anotada fue desarrollada ampliamente en su posterior libro Peasant and Nation. The
Making of Postcolonial Mexico and Peru11, que se presenta como resultado de más de una
década de investigación en archivos de varias latitudes. Este libro constituye un ambicioso y
admirable programa de investigación desarrollado con el propósito de historizar al subalterno.
El trabajo analiza cuatro procesos de resistencia regional y campesina ocurridos en el s. XIX, en
el contexto de invasiones extranjeras. Los dos principales casos estudiados corresponden a la
sierra norte de Puebla (1853-1876), en México, a propósito de la invasión francesa; y a Junín,
en la sierra central del Perú, durante la invasión chilena en la llamada Guerra del Pacífico
(1879-84). También se analizan los casos de Morelos (México) y Cajamarca (Perú).

Las múltiples reseñas y comentarios que Peasant and Nation ha merecido me relevan, en parte,
de volver a referir los distintos ámbitos en que la obra contribuye, de manera particular, a la
historiografía latinoamericana y, en general, a los estudios latinoamericanos12. Solo con el
propósito de ilustrar rápidamente los aspectos que la crítica ha destacado de este libro enumero
los tres niveles que me parece han concentrado la atención. En primer lugar está el nivel teórico
que informa el desarrollo del libro, expresado en la manera reflexiva en que la autora emplea
algunos conceptos centrales al análisis social y cultural (v. gr. hegemonía, poder, etc). En
segundo lugar se destaca el asunto de la (agency) agencia / iniciativa de los campesinos que,
como se desprende de los casos estudiados, no sufrieron pasivamente la dominación y por el
contrario fueron capaces de emprender una serie de negociaciones y de esbozar proyectos
alternativos a los de las élites. La comprensión de la política de los grupos subalternos, en este
caso de los campesinos, se plantea “como una combinación de dominación y resistencia”. En
tercer lugar, se ha destacado los alcances y las implicaciones de las experiencias concretas
analizadas para reconsiderar los procesos más generales de constitución nacional en
Latinoamérica y del papel que cumplieron los nacionalismos populares.

Hay un punto adicional que la obra de Mallon convoca a discutir y que hasta el momento no ha
tenido la atención que merece. Se trata de la relación entre historiografía y nacionalismo. El
asunto que quiero subrayar no tiene que ver con la crítica o impugnación que ha recibido, de

10
Ibídem, 1508
11
Florencia Mallon, Peasant and Nation. The making of poscolonial Mexico and Peru (Berkeley: University of
California Press, 1995).
12
Entre las principales evaluaciones de Peasant and Nation pueden consultarse los ensayos de John Tutino y Tulio
Halperín Donghi, además de la respuesta de la autora en Historia Mexicana XLVI, no. 3 (1996). Entre las reseñas
aparecidas en revistas académicas anglosajonas puede consultarse, por ejemplo, la escrita por Nils Jacobsen en la
American Historical Review (June, 1995) y la perteneciente a Jeremy Adelman, “Spanish-American Leviatán: State
Formation in Nineteenth-Century Spanish America. A Review Article”, Comparative Studies in Society and History
40, no. 2 (1998).

234
manera justificada, el género de las llamadas historias oficiales, por parte de los avances,
principalmente, de la historia social latinoamericana. Desde esta perspectiva crítica se sostiene,
de manera corriente, que mientras las ‘historias oficiales’ se caracterizan por ser productos
inherentemente limitados a intereses de clase (elitarios), modelados por ideologías nacionalistas
de diverso cuño, las obras enlistadas dentro de la corriente de la historia social o económica se
presentan investidas de un halo de saber científico. El punto que quiero destacar del libro de
Mallon es que si bien participa en cierta medida de esta perspectiva, lo más importante es que
también la desborda. En un pasaje de Peasant and Nation, la autora evoca la trayectoria de su
empresa de indagación histórica desde el trajín por polvorientos archivos hasta la confección de
una escritura histórica alumbrada por la búsqueda de un descentramiento. La autora no se
conforma con alistarse en las filas contestarias a las historias del statu quo. Da un paso más allá
y se observa a sí misma en el proceso de interrogación del pasado, en un gesto que tiene
evidente inspiración posmoderna. Al reconocerse como constructora de esta novedosa narrativa
histórica, la autora se descubre poseedora de un poder de representación del pasado y nos dice
lo siguiente a este respecto:

[…] estoy demoliendo historias oficiales solo para construir unas de nuevo tipo. No
obstante, mis esfuerzos darán frutos sólo si tengo el deseo de escuchar, de abrir mi
narrativa a voces e interpretaciones contrarias, a batallar por evitar caer en el papel
del narrador omnisciente o positivista13.

La distancia que la autora busca tomar de la figura de la narradora histórica omnisciente o


positivista, así como el esfuerzo de mirarse en el proceso de mirar el pasado, nos invita a pensar
el locus de enunciación de Mallon. Nos convoca a devolver la mirada sobre el nacionalismo y el
poder a la propia voz que habla en Peasant and Nation. Esto es precisamente lo que ha hecho
Tulio Halperín Donghi en un ensayo que sobre esta obra ha escrito con una agudeza exquisita y
sobre el cual volveré a ocuparme en la última sección del presente ensayo.

III

Uno de los nombres que desde la crítica literaria y cultural ha reflexionado con mayor
penetración sobre el enfoque subalterno y el campo de los estudios latinoamericanos ha sido
John Beverley. Habiendo sido uno de los fundadores más prominentes del primer grupo de
estudiosos que invocó este enfoque como emblema, Beverley articuló, en sucesivas entregas,
una respuesta a las apreciaciones críticas de la historiadora Florencia Mallon a la luz de una
preocupación más general, y a la vez más compleja, sobre las maneras y las dificultades que el
conocimiento académico enfrenta a la hora de buscar representar a los subalternos. La primera
reacción de Beverley apareció como una entrevista en la publicación Journal of Latin American
Cultural Studies, en 1997. Nuevamente volvió sobre el tema en algunas secciones de su libro

13
Mallon, Peasant and Nation, 20.

235
Subalternity and Representation (1999), y seguidamente en el artículo de postura “The
Dilemma of Subaltern Studies at Duke”, en 2000. En lugar de ofrecer un resumen secuencial de
las aseveraciones de este autor, seguidamente, establezco los puntos que, en mi opinión, mejor
revelan su reacción.

a) En relación al acumulado del estudio sobre los sectores subalternos latinoamericanos,


realizado por sociólogos, antropólogos e historiadores, Beverley acepta que esta tarea ha sido
cultivada desde hace tiempo, no obstante juzga que ha sido desarrollada “sin necesariamente
adoptar una perspectiva subalternista”. Puntualiza, además, que si bien varios historiadores
sociales habían mostrado preocupaciones políticas y filosóficas parecidas a las de los
subalternistas, ninguno había “elevado el tema de la subalternidad al nivel teórico que el Grupo
Surasiático lo había hecho”14. Beverley no es explícito en señalar las limitaciones de los
historiadores sociales a la hora de estudiar la subalternidad. No obstante la invalidación de los
desarrollos de la historia social, a nombre de una perspectiva que se presenta como teóricamente
correcta o más avanzada, pareciera reclamar una suerte de vanguardia intelectual o política, o
simplemente caer en lo que Hernán Vidal llamó “crítica literaria tecnocrática”15. En verdad si
creemos que no hay una única manera de hablar sobre el subalterno, sino varias, entonces lo que
se presenta por delante es una tarea de evaluar los desarrollos de estos enfoques y sopesar qué
pueden aprender unos de otros. De otro lado, si trascendemos las fronteras de los circuitos
académicos y escudriñamos los impactos que este ha experimentado o ha ocasionado en otros
campos de la vida social, pueden surgir un conjunto de problemáticas de tanto o mayor interés
investigativo. Por ejemplo, uno puede interrogarse por la manera en que las narrativas históricas
alternativas (tipo historia social, subalternista o de otro cuño) circulan o son asimiladas, en este
caso, por las heterogéneas sociedades andinas contemporáneas. Podríamos preguntar cuál ha
sido la recepción de la obra de autores como Germán Colmenares o Steve Stern, de manera
específica, en los sistemas escolares, en los núcleos de cultura académica, en los nichos de
cultura erudita local, etc. En otras palabras, ¿cómo los subalternos de la periferia han
reaccionado, consumido, o han permanecido indiferentes ante las representaciones que sobre los
subalternos ha elaborado la historia, la crítica literaria, la antropología, etc? ¿De qué manera los
movimientos sociales de los países andinos incorporaron estas representaciones del subalterno?
En síntesis estas preguntas rondan la cuestión relativa a la/s manera/s en que los discursos
históricos alcanzan una relevancia social o se convierten en discursos social-política o
culturalmente significativos16.

b) La respuesta a la pregunta de por qué los estudios subalternos encuentran una mayor
audiencia inicialmente en el campo de la crítica literaria, y no en la historiografía como se
podría haber esperado, encuentra una clave importante en la reflexión que Beverley realiza

14
“Negotiating with the Disciplines. A Conversation on Latin American Subaltern Studies”, with James Sanders,
Journal of Latin American Cultural Studies 6, no. 2 (1997): 235-6.
15
Esta se refiere al resultado que tiende a ocurrir luego de la introducción de un nuevo paradigma analítico, el
acumulado de esfuerzos semejantes realizado en el pasado se invalida o se coloca en la penumbra.
16
Mabel Moraña en su ponencia presentada al Encuentro de Estudios Culturales de Quito, de 2001, indagaba por la
relevancia social de los discursos literarios.

236
sobre la trayectoria de los estudios literarios y en la suerte de teorización de la crisis de la crítica
literaria, que muy agudamente formula. Este autor señala que a partir de la consideración de los
desafíos que planteó La Ciudad Letrada (1982), escrita por el crítico literario uruguayo Angel
Rama, la genealogía de la empresa literaria descubrió una perenne imbricación con las
estructuras de poder vigentes desde su origen en la tradición letrada colonial. La revisión del
proyecto de la empresa literaria, como creación, crítica o forma pedagógica, desembocó en una
abierta crisis en el contexto del ocaso de los proyectos de liberación nacional que se
escenificaron en Centroamérica en los años ochenta. A la luz de dicha crisis y utilizando un
instrumental proveniente del pos-estructuralismo y de la semiótica, los críticos culturales
radicales habrían desbordado los marcos de comprensión más formales de la literatura y
empezaron a interesarse por una consideración más general del rol de las instituciones culturales
en la creación de relaciones de poder, clase y diferenciación étnica. En ese contexto, según
anota Beverley, se operó el giro subalternista de los críticos literarios, que “fue una forma de
teorizar los límites de nuestro propio trabajo”. Empero, “nada similar sucedió en la historia”17.

c) Como sabemos Peasant and Nation muestra que las comunidades campesinas tuvieron un
papel decisivo en los procesos de formación estatal en México y Perú. Precisamente por esto
Beverley afirma que la narrativa de Mallon se desarrolla dentro de una suerte de “proyecto
representacional”, en virtud del cual los subalternos alcanzan finalmente un lugar dentro del
gran fresco nacional. Este logro historiográfico, desde la perspectiva de la historia social, se
convierte a ojos de Beverley en una limitación, en la medida que una narrativa histórica de este
tipo no es otra cosa que la “biografía del estado-nación”. Beverley cree que en vez de mostrar a
plenitud la separación que había entre los subalternos y el proyecto de estado nacional, la
narrativa de Mallon “sutura una brecha social y conceptual que mejor sería dejarla abierta”.
Siguiendo al historiador Ranajid Guha, Beverley sostiene que en este caso la tarea
historiográfica debía mostrar “la manera en que la insurgencia campesina ‘interrumpe’ la
narrativa de la formación estatal”18.

d) La crítica anterior nos remite a un problema más amplio sobre la dificultad de representar al
subalterno o, dicho de otra manera, nos aproxima a constatar los límites del trabajo del
historiador. Al tratar esta dificultad Beverley evoca la debatida interrogante que hace tiempo
lanzara la crítica cultural Gayatri Spivak: “¿Puede el subalterno hablar?” La interrogante de
Spivak apuntaba a que si el subalterno pudiera hablar –esto es hablar en una forma que
realmente ejerciera un impacto- entonces no habría sido subalterno. Siguiendo esta perspectiva
Beverley cuestiona “¿si es realmente posible representar al subalterno desde la posición
disciplinaria del historiador o del crítico literario, esto es desde la posición institucional de la
cultura dominante?” Su respuesta es que debido a la asimetría entre la posición del historiador o
del crítico literario y la del subalterno, hay tanto un límite epistemológico y ético, como una
brecha, que no se puede salvar entre ambas posiciones. Por esta razón Beverley sostiene que el
meollo del trabajo intelectual o académico, según la perspectiva de los estudios subalternos,

17
Beverly, “Negotiating”, 235.
18
Beverly, “Negotiating”, 241-3 y Subalternity and Representation. Arguments in Cultural Theory (Durhan: Duke
University Press, 1999), 36.

237
[…] no es tanto [representar] al subalterno como un sujeto socio-histórico
concreto, sino [se encuentra en] la dificultad de representarlo como tal en nuestro
discurso disciplinario y en la práctica dentro del mundo académico19.

e) Finalmente, Beverley encuentra que Mallon a pesar de los esfuerzos que despliega ve la
historia de una manera positivista, en virtud de la cual ella se sitúa en el centro del acto de
representar y conocer. En esta perspectiva Mallon casi no abandona el rol de narradora
omnisciente. Para representar un diálogo verdadero, Beverley argumenta, y aquí debemos
retomar los puntos de los acápites anteriores, ella habría tenido que desarrollar una narrativa que
fuera interrumpida por otras formas de narrativa orales o escritas provenientes de los actores del
pasado o de los intelectuales locales. En lugar de esto, Mallon en Peasant and Nation, lo que
hace

[…] es escribir [...] la biografía del estado-nación, mostrando en esa narrativa la


presencia de formas de agencia subalterna que otros relatos –v. gr. las historias
oficiales- podrían haber ignorado. No obstante, de esta forma, el marco de la
nación y de la inevitabilidad de su presente (tanto como la autoridad de la historia y
la propia autoridad de Mallon como historiadora) permanece intacto20.

¿Cómo podría Mallon haber sido consecuente con sus propósitos? La respuesta que Beverley
proporciona a este respecto es breve y, especialmente, limitada a exaltar el modelo de trabajo
historiográfico que Ranajid Guha desarrolló particularmente en Elementary Aspects of Peasant
Insurgency in Colonial India (1983). Dicha respuesta, como ya sabemos, tiene que ver con la
manera en que la narrativa de Mallon y de la construcción del estado-nación podrían haber sido
“interrumpidas” por las voces locales. Según Beverley, Guha “rompe con la diacronía” de la
narrativa del estado-nación al momento de representar las insurgencias campesinas, de manera
modélica, mostrando cómo a partir de la intransigencia y resistencia campesina, el Estado se ve
en la necesidad de modificar sus estrategias y formas de trato con los subalternos. Sin embargo,
la narrativa de Guha habría cuidado, según Beverley, de preservar que la representación
histórica de las insurgencias campesinas muestre la posibilidad de que ellas contengan una
historia que fue sepultada y olvidada, mostrando una forma de Estado distinta y otra forma de
tiempo, por ejemplo.

IV

En esta última sección quiero concluir esbozando determinados problemas generales y algunos
desafíos que emergen de los asuntos tratados. Como hemos visto, este debate se ha desenvuelto
dentro de los términos del latinoamericanismo norteamericano. En diferentes partes he ido
deslizando adhesiones, deslindes o acuerdos parciales con los argumentos presentados por sus
19
Beverly, Subalternity, 1-20 y “Negotiating”, 253-254.
20
Beverly, Subalternity, 36-37.

238
autores. Estoy persuadido de que los estudiosos de Latinoamérica, tanto los que trabajamos en
el sur como los que laboran en la metrópoli, podemos aprender del intercambio reseñado y,
mucho más, de la manera en que reflexionemos sobre los puntos cruciales del mismo.
Seguidamente me ocupo de cuatro problemas generales que emergen de mi lectura crítica del
intercambio analizado. Primeramente, llamo la atención, de manera breve, sobre el acceso al
corpus subalternista y el tema de la acción o iniciativa del subalterno. Seguidamente considero,
de manera más extendida, el tópico de la crítica al nacionalismo en la operación historiográfica;
y, concluyo considerando la problemática del acecho del positivismo.

a) En primer lugar cabe meditar sobre el asunto del idioma en el que se ha desarrollado (o
difundido) el enfoque subalterno y en el que se ha formulado el debate revisado. Como
sabemos, el asunto de que la producción académica mencionada discurra en idioma inglés
forma parte del hecho que dicha lengua se convirtió en el principal idioma académico del
mundo contemporáneo y de que el idioma español ocupa un lugar secundario en este contexto.
A la hora de revisar la cronología de las traducciones de los autores subalternistas al español
salta a la vista lo tardío y limitado de tal empresa, aunque se haya dinamizado en los últimos
años. Todavía estas traducciones se pueden contar con los dedos de una mano21. No obstante,
sorprende que ninguno de los participantes en el debate, de quién habla por el subalterno en
Latinoamérica, se haya ocupado del acceso de la audiencia académica e intelectual de América
Latina al enfoque subalterno. Llamo la atención sobre este asunto no tanto porque quiera
lamentarme de las deficiencias de la enseñanza de una segunda lengua, en este caso del idioma
inglés, en los sistemas educativos latinoamericanos, reclamar el descuido de las casas editoriales
del mundo hispanoamericano de traducir la producción subalternista, o señalar las tensiones o
inconsistencias del latinoamericanismo progresista de la academia metropolitana. Lo que
pretendo más bien en este caso es subrayar el acceso diferenciado que los académicos o
intelectuales del sur tienen respecto a ese tipo de debates y la consiguiente configuración de
situaciones de subalternidad en las que se ven envueltos segmentos importantes de la audiencia
intelectual latinoamericana por este motivo.

El asunto del idioma y del acceso diferenciado a los debates poscoloniales tiene que ver
concomitantemente con la problemática del locus de enunciación y de las implicaciones de si se
habla desde o sobre Latinomérica. Hablar “desde” o “sobre” me parece que tiene que ver en el
caso del debate Mallon-Beverley, entre otros rasgos, con quiénes estos autores consideran sus
interlocutores centrales en el debate académico y, fundamentalmente, con la manera en que la
región latinoamericana cuenta a la economía de dicho debate, sea como proveedora de objetos
de investigación o como productora de conocimiento. Por esta razón si bien es posible evaluar
el intercambio entre Mallon y Beverley acerca de quien habla sobre el subalterno, en el caso de
la recepción del enfoque subalternista por parte de los estudiosos cuyo locus de enunciación se
configura a partir de algún lugar de Latinoamérica, resulta prematuro intentar alguna evaluación

21
Silvia Rivera Cusicanqui y Rossana Barragán, comp., Debates poscoloniales. Una introducción a los estudios de la
subalterninadad (La Paz: Historias - Sephis, 1997); el número monográfico Historia y Grafía, no. 12 (1999); y,
Saurabh Dube, coord., Pasados Poscoloniales (México: El Colegio de México, 1999), disponible para consulta
también en http:/www.clacso.org.

239
que siga las líneas del debate aludido. No obstante, queda pendiente la realización de una
evaluación más sistemática sobre la manera en que la historia, la crítica literaria y las ciencias
sociales, en general, en Latinoamérica, han representado al subalterno antes de la importación
de enfoque subalterno, o a la luz de los interrogantes que este presenta. En todo caso, debe
quedar claro que además de las contribuciones de Florencia Mallon y John Beverley existe una
creciente bibliografía en idioma inglés sobre la historia y la cultura de Latinoamerica, en la que
participan destacados estudiosos y teóricos latinoamericanos, que han adoptado explícitamente
el enfoque subalterno o han sido fuertemente influidos por él y cuyos trabajos no han sido
mencionados en este ensayo.

b) El asunto crucial de la acción, iniciativa o agencia del subalterno ha sido desarrollado, en la


agenda subalternista, según Gyan Prakash, en medio de una tensión entre una posición que
busca recuperar al subalterno “como un sujeto fuera del discurso de la elite”, y otra según la
cual “el análisis de la subalternidad [se observa] como un efecto de sistemas discursivos”22.
Tengo la impresión de que los planteamientos de Mallon y Beverley, respecto al tema de la
agencia, reproducen en cierta medida esta tensión. La reflexión que Fernando Coronil elabora
sobre la reputada interrogación de Spivak de si el subalterno puede o no hablar, me parece,
introduce una manera provechosa de trabajar la tensión referida y permite, como dice este autor,
“contrarrestar antes que confirmar el efecto silenciador de la dominación”. Coronil propone que
“veamos al subalterno no como un sujeto soberano que activamente ocupa un lugar asignado,
tampoco como un vasallo resultado de los efectos dispersos de múltiples determinaciones
externas, sino como un agente de la construcción de su identidad que participa, bajo
determinadas condiciones dentro de un campo de relaciones de poder, de la organización de una
posicionalidad y subjetividad múltiple”23.

Quiero resaltar que en la perspectiva de Coronil la subalternidad es un concepto “relacional y


relativo”. Tiene el carácter relacional porque al igual que la dominación, la subalternidad no es
una característica inherente o de tipo esencialista: “la subalternidad define no el ser de un sujeto
sino el estado de sujeción de un sujeto”. La subalternidad se caracteriza por ser relativa debido a
que “hay momentos y lugares en los cuales los sujetos aparecen en el escenario social como
actores subalternos, así como esos mismos actores pueden jugar un rol de dominadores en otros
contextos”. No resulta extraño, por lo tanto, que en un contexto específico un determinado actor
sea subalterno frente a otro y, a la vez, dominador de un tercero24. Creo que la contribución de
Coronil permite reflexionar la “agencia” de los actores históricos al margen de la romantización
política del subalterno o de su enmudecimiento teórico. Pensar al subalterno en perspectiva
histórica como parte de un efecto discursivo sin perder de vista su rol de agente, permite
interrogar de manera más compleja y provechosa la historia como un proceso con sujetos que
hacen la historia en condiciones que ellos no han elegido sino que les han sido legadas.

22
Prakash, “Subaltern Studies”, 1480-1481.
23
Fernando Coronil, “Listening to the Subaltern: the Poetics of Neocolonial States”, Poetics Today 15, no. 4 (1994):
644, 645 y 648.
24
Ibídem, 648-649.

240
c) En tercer lugar quiero retomar al tema del entrampamiento de la historia como “biografía de
la nación” y la demanda de que la narrativa histórica debe “interrumpir” el relato (elitista) de la
nación para alcanzar un estatuto efectivamente subalternista, según la insistencia de Beverley.
Como hemos visto la tesis de este autor parte del supuesto, más alegado que sustentado, de que
inclusive las narrativas más radicales de los historiadores sociales se han visto atrapadas en la
perspectiva de un “proyecto representacional” de la nación. De acuerdo con este proyecto

[…] nada cambia en el pasado porque el pasado se ha ido, pero tampoco nada cambia en
el presente, en el sentido que la historia como tal no modifica las relaciones de
dominación y subordinación existentes25

En el caso del proyecto de Mallon, y por extensión de la historia social latinoamericana, en la


biografía del estado-nación se busca incluir la presencia de formas de agencia subalterna que
fueron previamente omitidas de las historias oficiales. No obstante este aparente logro, Beverley
sostiene que este tipo de inclusión “deja el marco de la nación y la inevitabilidad de su presente
(tanto como la autoridad de la historia [y la del historiador]) intacta”.26

La crítica de Beverley me parece de un gran potencial analítico aunque advierto en ella un


apresuramiento. Antes de subrayar la faceta germinal de esta crítica, me detengo en su flanco
espinoso. Un cuestionamiento tan fuerte sobre las limitaciones de la empresa de la historia
social necesita de una demostración o documentación de mayor amplitud y rigor. Considero
inadecuado mantener este como un juicio conclusivo y propongo la conveniencia de
reformularlo en términos más exploratorios. ¿En que medida las representaciones de los grupos
subalternos, elaboradas por la historia social latinoamericana, han alterado (o no) la
comprensión elitista de los procesos de formación nacional? ¿De qué manera el panteón
nacional creado por las historias oficiales, compuesto por una galería de conquistadores,
presidentes, generales, obispos, y notables, se ha visto trastocado por el ingreso de un cortejo de
representantes de grupos anteriormente ausentes, v. gr., indígenas, obreros, campesinos, y
últimamente mujeres, presentados por los relatos de la historia social y económica que se
desarrolló desde fines de los años setenta? ¿Cómo circularon y fueron asimiladas las narrativas
históricas que buscaban democratizar el pasado en el contexto tremendamente inequitativo de
las heterogéneas sociedades andinas? Estas preguntas, están limitadas, y esto no debe perderse
de vista, a la producción histórica académica o profesional y por lo tanto dejan de lado otros
numerosos e importantes espacios en que la historia también se produce, y ejerce un impacto
más masivo, bien sea a través de los medios de comunicación, el cine, los rituales cívicos, los
museos, etc.

La conjetura de Beverley sobre los límites de la historia social se enlaza con el supuesto de que
la historiografía no puede alterar el pasado ni modificar las situaciones de poder en el presente.
Este supuesto sobre los usos que los actores sociales hacen de las representaciones del pasado,
de forma general, luce esquemático y desinformado de una creciente literatura que ha tendido
25
Beverley, Subalternity, 33-36.
26
Ibídem.

241
puentes entre historiografía, memoria, política e identidades sociales. Esta literatura muestra que
las representaciones del pasado constituyen una materia de disputa y que los actores dirimen
situaciones de poder, en un determinado presente, a partir de procesos de resignificación y de
apelación a situaciones o eventos pasados, que resultan relevantes a dichas pugnas. Como
resultado de estos procesos el pasado y el presente se transforman. Esta creciente literatura tiene
un antecedente ya clásico, en el caso de los países andinos, en el célebre libro del historiador
venezolano Germán Carrera Damas, El culto a Bolívar (1973), el cual inspiró algunos ensayos,
escritos en los años ochenta sobre este tema para los casos de Colombia y Ecuador27. De otro
lado, un rico abanico de estudios que escudriñan la dialéctica y la interdependencia entre pasado
y presente, en distintos momentos históricos y lugares geográficos, ha aparecido en una
floreciente literatura contemporánea. Antropólogos históricos como Trouillot o Rappaport, e
historiadores como MacCormack y Espinosa, ofrecen algunos ejemplos estimulantes de
investigación en esta línea de reflexión28. A partir de la consideración del poder como elemento
constitutivo de la elaboración de los relatos, Trouillot rastrea, por ejemplo, la manera en que los
silencios y olvidos se despliegan en el proceso de producción histórica, desde el momento de
formación de las fuentes y archivos, hasta la configuración y circulación de narrativas
históricas. Rappaport establece los usos de la historia por parte de un determinado grupo
indígena, quien reinventa una tradición en el contexto de un proceso de etnogénesis.
MacCormack rastrea la hermeneútica que precede a las crónicas españolas en la figuración del
pasado indígena, así como la manera en que las voces andinas enuncian su pasado a la luz de las
constricciones de un presente colonial. Espinosa, por su parte, explora los usos del pasado inca
formulados por las élites indígenas norandinas siguiendo los parámetros imperiales para
alcanzar prevendas y títulos reales. Todos estos casos nos muestran un panorama más matizado
y complejo de las relaciones entre pasado y presente.

Volviendo a la faceta germinal que se desprende de la crítica de John Beverley, me gustaría


tomar su idea nuclear como punto de partida para enunciarla en términos, más a mi gusto, de
una interrogación: ¿Cuál es la relación entre el ejercicio de escritura de la historia, el
nacionalismo y los contextos de poder? ¿Se puede escribir un relato histórico desentendido de
las constricciones del nacionalismo en cualquiera de sus variantes? ¿De qué manera las
constricciones nacionales operan en la indagación histórica cuando esta se formula desde algún
lugar académico periférico o metropolitano? No es mi intención ofrecer una respuesta en el
marco de este ensayo a estas preguntas cruciales, pero creo que conviene explicitarlas para no

27
Roland Anrup y Carlos Vidales, “El padre, la espada y el poder: La imagen de Bolívar en la historia y en la
política”, en Simón Bolívar 1783-1983:Imagen y presencia del libertador en estudios y documentos suecos
(Estocolmo: Instituto de Estudios Latinoamericanos, 1983); Enrique Ayala Mora, “Tendencias del desarrollo del
culto a Bolívar en el Ecuador”, ponencia presentada al IV Encuentro de ADHILAC, Bayamo, Cuba, julio de 1983.
28
Michel-Rolph Trouillot, Silencing the Past. Power and the Production of History (Boston: Beacon Press, 1995);
Joanne Rappaport, Cumbe Reborn. An Andean Ethnography of History (Chicago: Chicago University Press, 1994);
Sabine MacCormack, “‘En los tiempos muy antiguos…’ Cómo se recordaba el pasado en el Perú de la colonia
temprana”, Procesos. Revista ecuatoriana de historia, no. 7 (1995); Carlos Espinosa, “La mascarada del Inca: una
investigación sobre el teatro político en la colonia”, en Miscelánea Histórica Ecuatoriana, II, (Quito: Museos del
Banco Central, 1989) y “El retorno del Inca: Los movimientos neoincas en el contexto de la intercultura barroca”,
Procesos, revista ecuatoriana de historia, no. 18 (2002).

242
perder de vista el territorio que deambulamos. En vista de que la crítica de Beverley apunta al
desafío específico de escribir la historia de la formación nacional de una manera diferente, cabe
entonces plantear la interrogación de cómo se puede escribir un relato que “interrumpa” la
teleología del Estado-nación. Por el momento voy a dejar de lado la consideración de si las
historias sociales y políticas del tipo que Florencia Mallon ha desarrollado, o que otros autores
han producido, como el colombiano Alfonso Munera, el chileno Alfredo Jocelyn-Holt Letelier,
o el ecuatoriano Enrique Ayala Mora, convergen o contestan la teleología del Estado-nación.
Me parece que ese es un asunto, como he indicado líneas atrás, que merece una detenida
consideración y del que no me ocupo aquí.

La producción de una narrativa histórica que sea disonante del modelo de “biografía del Estado-
nación” aparece inicialmente como un reto. El historiador Prasenjit Duara quizás expresa este
desafío con más claridad al llevar a la práctica en su trabajo la aspiración de “rescatar la historia
de la ideología del Estado-nación”29. En esta línea de escribir una historia explícitamente
rebelde a las constricciones teleológicas de la ideología del Estado-nación, algunas recientes
contribuciones a la historia latinoamericana han llevado también a la práctica lo que para
Beverley era el objetivo de un nuevo programa. Entre esas contribuciones cabe mencionar los
sendos estudios de José Carlos Chiaramonti, Marc Thurner y Fernando Coronil30. El primero
escrito desde el marco de una renovada historia política y conceptual, y los siguientes desde un
marco explícitamente subalternista. Chiaramonti documenta de manera magistral el vocabulario
político, y las realidades que este refiere, del Virreinato del Río de la Plata, desde el período
colonial tardío hasta el período formativo del Estado argentino, a mediados del s. XIX. En este
contexto, el autor analiza las formas de identidad política pre-nacionales y germinalmente
nacionales a contrapelo de la representación que de sí mismo elaboró ulteriormente la ideología
del Estado-nación argentino. Thurner, por su parte, no desea limitarse a recobrar la voz del
subalterno, sino más bien a historizar a los actores que fueron anatemizados por la imaginación
política de los criollos decimonónicos en el Perú poscolonial, mediante el ejercicio de “imaginar
históricamente a las comunidades inimaginadas”. Su estudio muestra cómo los criollos
revivieron un distante pasado Inca, al tiempo que “selectivamente imaginaron una comunidad
política que imposibilitaba imaginar a las mayorías como agentes políticos”31. La disyuntiva
poscolonial de los campesinos andinos fue buscar inclusión en los márgenes de la exclusión. De
otro lado, Coronil devela el proceso histórico de formación estatal en Venezuela, entre la
dictadura de Gómez y la caída de Pérez, a contrapelo de la poderosa deificación experimentada
por el Estado venezolano durante el período de estudio. El autor presenta una suerte de
etnografía del proceso, y de sus implicaciones políticas y culturales, mediante el cual el Estado
investido de poderes “mágicos” reconvierte al país en una “nación petrolera”, en el contexto del
desarrollo de una “modernidad subalterna”. La obra no solo muestra las interrupciones que

29
Prasenjit Duara, “Historicizing National Identity, or Who Imagines What and When”, en Geoff Eley y Ronald
Grigor Suny, eds., Becoming National. A Reader (Oxford: Oxford University Press, 1996), 152.
30
José Carlos Chiaramonti, Ciudades, provincias, estado. Orígenes de la Nación Argentina (Buenos Aires: Ariel,
1997); Marc Thurner, From Two Republics to One Divided (Durham: Duke University Press, 1997); Fernando
Coronil, The Magical State (Chicago: University of Chicago Press, 1997).
31
Thurner, From Two Republics, 151.

243
experimentó la “biografía del Estado-nación” venezolano sino los cortocircuitos del proceso
histórico con dicha ideología y con la ideología eurocéntrica de la modernidad.

Dejando el marco de la historiografía latinoamericana y volviendo la mirada a uno de los


autores del núcleo central del enfoque subalterno, en la perspectiva de ilustrar una manera de
escribir historia al margen de la ideología del Estado-nación, creo que puede resultar tan
instructivo como inspirador prestar atención al libro de Shahid Amin (Event, Metaphor,
Memory. Chauri Chaura 1922-1992)32. Este autor escribe sobre un amotinamiento campesino
ocurrido en 1922 en la localidad de Chauri Chaura, al norte de la India, que ocasionó la muerte
de un grupo de gendarmes policiales, al grito de viva Gandhi, y que concluyó con el posterior
juicio y condena a muerte de los campesinos involucrados. El evento fue posteriormente
excluido y subsiguientemente reintroducido en la historia oficial del nacionalismo indio,
convirtiéndose en uno de sus acontecimientos emblemáticos. Lo verdaderamente distintivo de
este estudio es que su autor se ocupa del amotinamiento en una doble perspectiva: lo analiza
como un evento y como una metáfora. Esto significa estudiarlo, a la vez, como historia y como
memoria. Así, Amin examina el acontecimiento de Chauri Chaura como un evento
protagonizado por actores históricamente situados. Simultáneamente rastrea de qué manera
dicho evento se convirtió en una metáfora nacionalista. Esto significa explorar históricamente
los procesos de significación y resignificación que experimentó el evento, gracias a los cuales
otros actores históricamente situados excluyeron y luego reintrodujeron el episodio en la
historia nacional. El penetrante análisis de Amin nos acerca a las maneras en que se elaboran y
reelaboran las historias nacionalistas, las formas en que se construyen pasados compartidos y, a
la vez, las maneras en que se “induce una amnesia nacional selectiva”. La indagación histórica
de Amin incluyó tanto el análisis de fuentes oficiales como las que recolectó mediante historia
oral en el trabajo de campo. No obstante, como nos dice, “concientemente he rehuido usar la
historia oral como un condimento para animar la evidencia documental” [...] “El trabajo de
campo en este libro no fue emprendido para reemplazar el archivo colonial y nacionalista. En su
lugar, fue situado dentro de una compleja relación de variación respecto del archivo oficial”. Se
trata, entonces, de leer cada fuente como parte de una red entrelazada o imbricada de narrativas,
por tanto “la incongruencia con los hechos conocidos no ha sido interpretada como una falla de
la memoria, sino como un necesario elemento en el proceso de construcción del relato de Chauri
Chaura”33.

El resultado final, sostiene Amin, no constituye la elaboración de una narrativa de Chauri


Chaura completamente alternativa a la versión oficial. Los testimonios de los descendientes de
Chauri Chaura no fueron inmunes a las construcciones discursivas que generó el poder
hegemónico y que se expresaron en el veredicto oficial del juicio y en la narrativa histórica
nacionalista. Sin embargo, en otro plano, la obra de Amin es enteramente diferente puesto que
el examen de las circunstancias que modelan “la amnesia selectiva oficial” permite que su
estudio esté atento a los silencios sobre los que se monta la narrativa oficial. Según Gyan

32
Shahid Amin, Event, Metaphor, Memory. Chauri Chaura, 1922-1992 (California–Oxford: University of California
Press, 1995).
33
Ibídem, 194-198.

244
Prakash, una particularidad del notable estudio de Amin es que este no busca estructurarse como
el relato más completo de los hechos. Por el contrario, considera “los vacíos, contradicciones y
ambivalencias” de la evidencia como “componentes constitutivos” de todos los relatos
históricos nacionalistas. Amin emplea la memoria como “un dispositivo que, a la vez, disloca y
reinscribe el registro histórico”. Prakash considera que la narrativa de Amin tampoco está
motivada por recuperar al subalterno como un sujeto autónomo. En ella, más bien, el subalterno
aparece como “una presencia obstinada”, por cuya razón forman parte de la nación pero a la vez
están fuera de ella34.

d) Como destaqué previamente en la segunda sección de este ensayo, la historiadora Florencia


Mallon, en Peasant and Nation, desarrolla una crítica a la manera positivista de desarrollar la
labor de los historiadores. Al tiempo que se observa a sí misma en la labor de producción
histórica, la autora muestra una explícita reticencia a convertirse en una narradora omnisciente y
apuesta por desarrollar una perspectiva de trabajo dialógica, que le permita escuchar, dialogar,
interpretar y dar un lugar, en su narrativa, a las voces de los subalternos y de los intelectuales
locales. John Beverley, por su parte, como hemos visto, argumenta que el intento de Mallon de
alejarse del modelo de relatora omnímoda no alcanza a ser plenamente consecuente y, por lo
tanto, sucumbe ante el acecho positivista que, según sugiere, aparece fuertemente enraizado en
la empresa historiográfica en general. Parte de ese legado positivista tiene que ver con la
autoridad que reclama la disciplina histórica y sus practicantes y las bases en que se fundamenta
tal autoridad.

La influencia o pervivencia del positivismo en la empresa historiográfica y en otros ámbitos


analíticos es un tema de mayor complejidad del que aquí puedo apenas esbozar. Por el momento
quiero concentrarme en el penúltimo capítulo de Peasant and Nation que está dedicado a
examinar el relato elaborado por una historiadora local como punto de partida del análisis de
una problemática más general sobre intelectuales locales, hegemonía y política nacional. Me
detengo en este pasaje porque permite, a la vez, ilustrar los términos en que Mallon analiza la
voz de una intelectual local y considerar el asunto de las implicaciones positivistas en que su
análisis incurriría, a su pesar. La materia que informa este fascinante capítulo, intitulado “Quién
decide a quién corresponde estos huesos” (traducción libre de “Whose Bones Are They,
Anyway, and Who Gets to Decide”), arranca con el seguimiento del destino que han tenido unas
osamentas encontradas en la plaza central de Xochiapulco (Puebla), el significado que Donna
Rivera, una profesora jubilada e historiadora local, atribuye a dichos huesos en relación a la
historia nacional de México y la relectura que Mallon desarrolla sobre la interpretación de
Rivera. A partir de este episodio Mallon sitúa el relato de los huesos en el contexto del período
posrevolucionario del decenio de 1930 y examina de manera novedosa el papel contradictorio
de los intelectuales locales como mediadores de proyectos hegemónicos o contrahegemónicos,
igualmente se detiene en los rituales e historias orales locales observados como espacios de
confrontación. El asunto de los huesos de la plaza de Xochiapulco se torna contencioso a la hora
de atribuir una identidad a los mismos. La versión oficial, consagrada por Donna Rivera,

34
Prakash, “Subaltern Studies”, 1488-1489.

245
establece que las osamentas correspondían a los soldados franceses y austriacos que invadieron
México a mediados del decenio de 1860 y que cayeron en una emboscada a manos de los
defensores de Xochiapulco.

En el desarrollo de su análisis, Mallon se confronta de manera transparente y explícita con el


manuscrito de Donna Rivera.

He usado [dicho manuscrito, dice Mallon] como un texto central de mi


reconstrucción de la historia local, no obstante yo he adoptado una perspectiva
analítica más omnisciente derivada de mi acceso más vasto a la documentación
archivística. Bajo estas circunstancias me resulta casi imposible no transformar su
trabajo en folklore, a pesar inclusive de que sitúo la discusión como un diálogo
entre intelectuales. Si ella está correcta en uno u otro pasaje, yo lo reconozco, pero
si no lo está, mi información demuestra su error. Yo ejerzo el poder en mi posición
como intelectual al no permitirle [en mi análisis] su respuesta35.

Seguidamente Mallon indica que Rivera, en su rol de intelectual local, también disfruta de un
poder que tal posición le concede y que resulta similar al de ella aunque en otra esfera.

Si Beverley hubiera analizado este pasaje de la obra de Mallon quizá sus juicios sobre el tópico
del/a historiador/a como narrador/a omnisciente se hubieran matizado. Como se ve Mallon
concede un lugar en su narrativa a la voz de Rivera. Tampoco se puede alegar que la voz de
Donna Rivera aparezca subrepresentada en el análisis de Peasant and Nation. Creo que el
problema es de otro tipo pues, en verdad, Mallon registra extensamente la voz de Rivera:
muestra la inicial desconfianza de Rivera; la manera en que ella negocia la posibilidad de
brindarle acceso a su manuscrito; discute su idea central respecto a que los huesos pertenecían a
los invasores y analiza las posibles condiciones en que probablemente surgió esa elaboración;
explora la manera en que la hegemonía nacional trabaja en los ámbitos locales, v. gr.
Xochiapulco, incorporando de manera selectiva sus memorias locales, en este caso el evento de
la nacionalidad de los huesos. En suma, para ser justo, Mallon realiza un sofisticado y atractivo
análisis de la elaboración de uno de los “mitos” que informa las “historias oficiales” nacionales,
permitiéndonos observar los engarces de lo local con lo nacional y el rol de los intelectuales en
los juegos de poder y conocimiento que ocurren no en el ámbito más limitado del mundo
académico, porque Rivera no es una intelectual de ese tipo, sino en el más amplio de la cultura
política nacional. No obstante, el análisis de Mallon sucumbe a la tentación positivista aunque
no enteramente por las razones que alega Beverley.

Tulio Halperin Donghi señala a este respecto dos confusiones que en parte pueden hacerse
extensivas a la crítica de Beverley. Señala, en primer lugar, que un autor, en general, sea este
historiador o científico social, cree disfrutar de una indisputada soberanía con respecto a un

35
Mallon, Peasant and Nation, 277.

246
objeto de estudio aparentemente pasivo. No obstante, esta ingenua o vanidosa suposición
desconoce que “su objeto es capaz de devolverle la mirada. En el caso de Mallon, dice,

[...] esa soberanía de la que disfruta como constructora de narrativas es la más


compartida de todas; a su modo la ejerce también cualquier silencioso vecino de
Xochiapulco a quien basta una mirada para clasificarla como [una] “gringa
entrometida”.36

En segundo lugar, Halperín Donghi postula que este primer mal entendido oculta otro de más
bulto:

[…] de ver a las narrativas ajenas como productos históricos dotados, a lo sumo, de
validez relativa a su marco histórico, y a la propia como válida de acuerdo con el
más antiguo criterio de verdad que la define como adecuación de la idea a la cosa
[...] En suma, [nos dice] mientras Donna Rivera puede tener opiniones acerca de
esos huesos, Florencia Mallon está segura de que sabe la verdad sobre ellos [...] Si
Mallon teme beneficiarse injustamente con un exceso de poder no es entonces
porque descubra que, en ese diálogo que no llega a ser tal, ella tiene la última
palabra, sino porque está convencida –aunque se abstenga de confesarlo aun a
pesar de sí misma- de que esa palabra se funda en un saber más sólido que el de su
antagonista37.

El tema de cómo se lee la evidencia o, cambiando de registro, de cómo el historiador aprende a


escuchar la voz de respuesta del documento constituye una de las problemáticas centrales de la
empresa historiográfica. Esta problemática aparece teñida por la discusión entre una lectura de
la evidencia a base de una perspectiva positivista o anti-positivista. En el escenario intelectual
contemporáneo, el rechazo al positivismo se ha confundido con la aceptación de un
escepticismo o relativismo de tono posmoderno. El historiador Carlo Ginzburg ha alertado con
agudeza sobre esta confusión señalando una continuidad entre el positivismo y sus detractores
posmodernos. Ginzburg advierte que la evidencia, desde el marco positivista, fue considerada
como una ventana que registraba con transparencia la realidad, una vez que se evaluaba la
fiabilidad y la subjetividad de la fuente. Por el contrario, en la perspectiva posmoderna, la
evidencia lejos de ser una ventana se convierte en una suerte de obstáculo que impide el acceso
a la realidad. Ginzburg encuentra en esta situación una sucesión de entrampamientos. Para este
autor, tanto el positivismo con su ingenuidad teórica, como algunas críticas anti-positivistas (él
las llama de un positivismo invertido) que apelan a teorías sofisticadas, comparten un supuesto
esquemático e infructuoso: “simplifican la relación entre la evidencia y la realidad”.38

36
Tulio Halperin Donghi, “Campesinado y Nación”, Historia Mexicana XLVI, no. 3 (1996): 522-523.
37
Ibídem.
38
Carlo Ginzburg, “Checking the Evidence: The Judge and the Historian”, en James Chandler, Arnold Davidson y
Harry Harootunian, eds., Questions of Evidence. Proof, Practice, and Persuasion across the Disciplines (Chicago:
University of Chicago Press, 1994), 294.

247
La historiografía como un modo discursivo de representación de lo real enfrenta esta compleja
relación de diferentes modos. Personalmente creo que la manera más satisfactoria, para decirlo
de forma breve y simple, de configurar esa relación es la de postular la evidencia como una
huella de lo real. Como dice Paul Ricoeur, “en tanto que la huella es dejada por el pasado, está
en su lugar, lo representa”.39 Inspirándome en la reflexión sobre la relación entre fotografía y
realidad que emprende Philippe Dubois40 y en el magistral ensayo de Ranahid Guha (“La prosa
de contrinsurgencia”)41 creo que la comprensión de la evidencia como huella de lo real (realidad
pasada) nos permite, simultáneamente, evadir la trampa de mirar la evidencia como un reflejo
de la realidad, ilusionismo mimético del positivismo, y nos devuelve a la experiencia referencial
de constitución de la evidencia, en un momento y lugar (contexto) determinado, restituyendo de
esta manera la ‘otredad’ del pasado. De lo que se trata, entonces, es de indagar de qué la
evidencia es huella. Esta perspectiva también nos previene de la tentación de mirar la evidencia
como creación cultural arbitraria, de acuerdo a la perspectiva estructuralista

Como nos recuerda Halperín Dongui, la evidencia devuelve la mirada al historiador de maneras
imprevistas. Cuando ventriloquizamos a la evidencia, en realidad podemos caer víctimas de
nuestras propias ilusiones. En vista de que “el historiador se encuentra constreñido por lo que
alguna vez fue”42, entonces el estudio de qué es huella la evidencia se torna fundamental.
Volviendo al tema de Xochiapulco, en un nivel importa saber de qué son huella los huesos que
aparecieron enterrados en la plaza de este pueblo; en otro nivel interesa saber de qué es huella la
afirmación de Rivera respecto a que dicha osamenta tuvo nacionalidad austriaca y francesa; y,
finalmente, de qué es huella la aseveración de Mallon respecto a que dichos huesos no son
europeos sino mexicanos.

Me parece que el enfoque subalterno puede resultar de gran provecho para interpretar las
huellas del pasado, a condición de que tomemos en serio la advertencia que preconiza Gyan
Prakash43. El señala que la comprensión de los estudios subalternos no puede verse limitada al
espacio surasiático, que inicialmente fue objeto de su atención, ni tampoco puede ser
globalizada sin más. Prakash, advierte, y aquí suscribo su cautela, que tenemos el imperativo de
que su traducción ocurra entre líneas.

39
Paul Ricoeur, “La realidad del pasado histórico”, Historia y Grafía, no. 4 (1995): 184.
40
Philippe Dubois, El acto fotográfico (Barcelona: Paidos, 1994).
41
Reproducido en Debates poscoloniales.
42
Ricoeur, “La realidad”, 184.
43
Prakash, “Subaltern Studies”, 1490.

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