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Critica de La Razon Pura de Immanuel Kant en La Traduccion de Jose Del Perojo 1883 PDF
Critica de La Razon Pura de Immanuel Kant en La Traduccion de Jose Del Perojo 1883 PDF
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pura vio sus primeras traducciones al latín y al italiano, y esta incipiente difusión
internacional llevó al Vaticano a incluir la obra en su Índice de libros prohibidos el 11
de junio de 1827 (y allí siguió hasta que la Iglesia Católica eliminó el Índice en 1966).
Kant dedicó los últimos veinte años de su vida a aclarar y desarrollar su filosofía
crítica. Las otras dos críticas, la Crítica de la razón práctica (1788) y la Crítica del
Juicio (1790) son dos de sus obras más importantes. Al final de su vida trabajó en otra
obra importante que quedó inacabada, los manuscritos que se conocen como Opus
postumum. La Crítica de Kant sigue siendo hoy una de las obras filosóficas más citadas
y traducidas.
Expondremos a continuación la «prehistoria» de la recepción de Kant en España.
En 1799 Wilhelm von Humboldt viajó desde París a España, donde estuvo durante
varios meses, entre otras cosas estudiando la lengua vasca. En una carta del 28 de
noviembre de 1799 escribe una carta a Goethe donde le menciona que al menos el
nombre de Kant ha llegado hasta Madrid (Humboldt 1952: 200). Un siglo después
Wincenty Lutoslawski, un joven diplomático y filósofo polaco, relacionado con España
por su matrimonio con Sofía Pérez Casanova, publicó el artículo «Kant in Spanien» en
el primer número de la revista Kant-Studien. Tras hablar con varios intelectuales
españoles su conclusión es claramente negativa: Kant es completamente desconocido
en España (Lutoslawski 1896-1897: 218). Esta parece que es una opinión bastante
extendida, pero no por eso cierta. Hubo cierta presencia de Kant en el siglo XIX, a pesar
de que la recepción de su filosofía encontró muchas dificultades (Uribarri 2011).
Por un lado, a principios de siglo la Inquisición sigue viva y la Crítica está en el
Índice. Por otro lado, la escolástica católica domina como filosofía hegemónica y
también se forja una ideología contraria a la traducción con el objetivo de fomentar
ideologías supuestamente autóctonas y bloquear importaciones novedosas. 1 Una
denuncia típica de la filosofía con el objetivo de mantener la primacía de la teología
sobre ella se encuentra en El preservativo contra la irreligión o Los planes de la
filosofía contra la religión y el Estado (1812) de fray Rafael de Vélez, que luego llegó a
ser arzobispo de Santiago de Compostela.
En ese ambiente cultural hostil, la filosofía moderna europea tiene muy poca
penetración hasta mitades del siglo XIX. Los débiles intentos de desarrollar una
filosofía moderna siguen a fuentes francesas (Destutt de Tracy es el autor más
traducido). Los intercambios intelectuales directos con Alemania son muy escasos en
ese momento y no se dan tampoco unas condiciones sociales adecuadas para una
recepción productiva de la pujante filosofía alemana.
Tras rastrear la presencia de Kant a lo largo del siglo hemos descubierto que su
nombre aparece ya en textos españoles en los primeros años del siglo XIX como
Manuel Kant. Bernardino Fernández Velasco menciona su nombre en su poema «Oda a
Pestalozzi» en 1807. Un poco más tarde se encuentran las primeras referencias a su
obra. Así, hallamos la primera exposición de su pensamiento en los artículos escritos
1«Traductores, enemigos implacables de nuestra lengua» (Anónimo 1787: 528); «las obras traducidas
(excepto una, u otra) son de ningún mérito» (Anónimo 1787: 529).
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por Ramón de la Sagra (1819) en la revista Crónica Científica y Literaria.
Posteriormente hay otros intelectuales que promueven la figura de Kant, como Toribio
Núñez, Patricio Azcárate, Matías Nieto Serrano y Nicolás Salmerón. Son todos ellos
intelectuales liberales que pagaron con sus puestos en el sistema educativo o el exilio su
vinculación con un pensamiento reformista.
Por otro lado, también citan con frecuencia a Kant muchos autores
tradicionalistas, entre los que destacamos a Jaume Balmes, Zeferino González y
Menéndez Pelayo. Aunque reconocen la importancia de la filosofía de Kant, también
piensan que es una filosofía anticristiana y fuente de todos los problemas
contemporáneos: «Casi todos los grandes errores de nuestros días, o deben su origen
directo al criticismo de Kant, o se hallan incubados por su doctrina, a la cual se debe
también en gran parte la atmósfera especialmente racionalista y anticristiana que
respiramos» (González 1878-1879: III, 487). Otro argumento antikantiano usado por
Navarro Villoslada y Menéndez Pelayo es que la filosofía de Kant no era nada original,
ya que los autores españoles del siglo XVI ya habían adelantado sus ideas. Los púlpitos,
las cátedras, las conferencias en el Ateneo de Madrid y muchas publicaciones defendían
estos planteamientos.
La aparición del krausismo fue muy importante en este contexto. Por un lado, se
trata de la primera experiencia directa con la filosofía alemana en España (Sanz del Río
estudia en Heidelberg enviado por el gobierno para estudiar e importar el modelo
intelectual alemán), y se trata además de un movimiento reformista muy importante.
Sin embargo, hay que mencionar que la obra principal de Sanz del Río, El ideal de la
humanidad para la vida, es en realidad una traducción de obras de Krause (Ureña,
Fernández & Seidel 1997). Por tanto, el mayor movimiento cultural modernizador
español del siglo XIX se basa en unas traducciones de un filósofo alemán de segunda
fila. Por otro lado, la predilección por Christian F. Krause dejó a Kant en un segundo
plano. La razón es muy sencilla: el panenteísmo krausista permitía vincular reforma
social con religiosidad, mientras que el agnosticismo kantiano no se prestaba tan bien a
un reformismo religioso.
Sin embargo, el krausismo sufrió una gran presión y fracasó. La obra principal de
Sanz del Río fue puesta en el Índice inmediatamente. Pío IX promulga la encíclica
Quanta cura en 1864, con una lista de ochenta proposiciones (Syllabus complectens
praecipuos nostrae aetatis errores) donde se condenaba, entre otras cosas, el
liberalismo. La campaña antikrausista se aceleró en 1865 y culminó en 1867, cuando el
ministro Orovio destituye a Sanz del Río, Castelar, Salmerón y Giner de los Ríos de sus
cátedras. La revolución de 1868 les repone en sus cargos, pero los tímidos intentos
reformistas de la primera República son rápidamente abortados por las fuerzas
tradicionalistas. Orovio vuelve al cargo en 1875 y restringe la libertad de cátedra. Como
consecuencia dejan la universidad docenas de profesores, Salmerón (que había sido
presidente de la República durante unos meses y luego presidente del Congreso),
Azcárate, Giner de los Ríos, etc. Algunos acaban en la cárcel y otros en el destierro. El
krausismo intenta seguir su labor fuera de la universidad a partir de 1876 con la
Institución Libre de Enseñanza, dedicada a la enseñanza primaria y secundaria.
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Sin embargo, tras la restauración monárquica se produce una desbandada del
krausismo, y muchos se acercan al neokantismo y al positivismo, igual que el
Romanticismo deja pie al Naturalismo en literatura. En 1875, Canalejas describe así el
proceso:
Entre los discípulos del ilustre don Julián Sanz del Río se han declarado tendencias
diversas y encontradas. No hay ya escuela. Van unos a un teísmo racional y cristiano,
propenden otros a un positivismo comedido y circunspecto; retroceden algunos,
aguijoneados por la duda, a la Crítica de la Razón pura de Kant, tomando puerto y
sagrado en ella, y esta diversidad de direcciones es muy propia del solícito afán con que el
doctor Sanz del Río procuraba despertar en toda inteligencia el sello característico,
original e individualísimo, que acompaña al hombre. (Canalejas 1875: 361)
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la Revilla, se publicaron numerosos artículos sobre Kant y la filosofía alemana. Su
traducción de la Crítica apareció en una colección de traducciones filosóficas
(Descartes, Spinoza, Voltaire, Darwin, Spencer) que promovió el propio Perojo.
Perojo ya había realizado la traducción parcial en 1875, pero la guardó en un
cajón y no la publicó debido al clima intelectual poco propicio, como reconoce en la
introducción. Ya hemos visto que sus obras estaban en el Índice, al igual que la Crítica
misma. Además, tanto Manuel de la Revilla como Perojo tuvieron fuertes polémicas
con Menéndez Pelayo en esos años en el marco de la discusión más general sobre la
ciencia española. Perojo expuso que la intolerancia religiosa y el despotismo eran las
raíces del subdesarrollo científico español (García Camarero 1970: 307); por su lado,
Menéndez Pelayo se muestra orgulloso de la tradición española, inseparablemente
unida a la religión católica, de tal manera que las nuevas ideas extranjeras no eran
necesarias, las traducciones se debían evitar y la Inquisición debía ser bendecida
(García Camarero 1970: 241). De hecho, Menéndez Pelayo veía con muy malos ojos las
traducciones filosóficas que fomentó Perojo, quien «comenzó a inundar a España con
todos los frutos de la impiedad moderna y antigua, sin distinción de escuelas ni
sistemas, desde Benito Espinosa y Voltaire, hasta Herbert Spencer, Darwin, Draper,
Bagehot y otros de toda laya» (Menéndez Pelayo 1881: III, 809). Sin embargo, olvida
que el pensamiento tradicionalista que ensalza, Fernando de Zeballos y su Falsa
filosofía (1775-1776), por ejemplo, no son más que adaptaciones del pensador
reaccionario francés Nonnotte, de tal manera que «nada hay, pues, de tradicional ni de
español en los grandes maestros de la tradición española» (Herrero 1971: 24).
El resultado del debate es claro: Perojo tardó ocho años en publicar la traducción
parcial de la Crítica, que nunca completó. Y su traducción no se volvió a editar en
España en cien años. Además, en 1907 tuvo que vender su revista a un político
conservador y, finalmente, abandonó sus esfuerzos para promover la filosofía moderna
en España. Aunque conocía la traducción de Perojo, Lutoslawski no llegó a hablar
nunca con el máximo exponente del neokantismo español a la hora de redactar su
artículo sobre Kant en España (sí lo hizo con los tradicionalistas Menéndez Pelayo y
Ortí Lara, por un lado, y con el krausista Salmerón por otro).
Perojo presenta su traducción con una «Advertencia» previa, donde subraya que
la obra está escrita «en un lenguaje que no es el nuestro, y en unos términos técnicos
que corresponden a otro época» (Perojo 1883: VII). Las quejas sobre la
incomprensibilidad de la filosofía alemana (traducida) son constantes desde los
primeros intentos de Sanz del Río, y abren el debate sobre el conflicto entre adecuación
y aceptabilidad (Uribarri 2007a). Perojo es consciente del problema que tiene entre
manos, y por eso habla de sus esfuerzos para suavizar esas durezas terminológicas y
esas asperezas del estilo, con el objetivo de que la obra tuviera una recepción fructífera.
En cuanto a las asperezas del estilo, hay que decir que la escritura de Kant ha sido
calificada de barbárica por Hegel, ya que mantiene complejas estructuras sintácticas
latinas. Sin embargo, ese origen latino de las estructuras hace que la traducción al
español sea menos problemática que la traducción al inglés, por ejemplo. En las
traducciones al inglés se tiende a simplificar mucho la estructura sintáctica del original.
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Perojo, sin embargo, mantiene los largos periodos, pero siendo cuidadoso con no
dejarse arrastrar hasta extremos de incomprensibilidad y normalmente suele adaptar
ligeramente la sintaxis para favorecer la lectura del texto.
En cuanto a las durezas terminológicas, hay un problema estructural en la
traducción de la terminología filosófica alemana a las lenguas latinas. Kant traduce la
terminología latina al alemán, pero además incorpora terminología germánica y usa esa
complejidad para introducir matices en su pensamiento. Por ejemplo, la tríada Gemüt,
Seele, Geist es muy importante en su pensamiento, pero Perojo, al igual que los
traductores al francés, se limita a la dicotomía alma/espíritu. En ese contexto, la
traducción de Gemüt por espíritu resulta bastante problemática (posteriormente otros
traductores han probado con «ánimo», «psiquismo» y «mente», que también
presentan sus problemas). Por otro lado, la importante distinción entre Gegenstand y
Objekt tampoco se recoge en la traducción de Perojo, ya que ambas son «objeto» (en
algunas traducciones posteriores se ha probado con el uso de minúsculas y mayúsculas).
Este problema terminológico tiene consecuencias filosóficas, ya que se pierden en las
traducciones algunas distinciones básicas de la filosofía kantiana.
La actividad de continuada de traductores como Zozaya y la influencia indirecta
del neokantismo2 trajo una segunda fase de traducciones filosóficas coincidiendo con la
Edad de Plata, entre 1910 y 1936. Ahora se traducen nuevas obras de Kant, y se hace ya
en muchos casos directamente del alemán, con lo que la traducción directa se empieza
a imponer como norma gracias al trabajo de muchos traductores. Destacan Julián
Besteiro, José Gaos y, sobre todo, Manuel García Morente por su labor traductora. Se
produce también una considerable renovación del lenguaje filosófico gracias a las
traducciones, por ejemplo, las numerosísimas traducciones de obras alemanas que hace
la Revista de Occidente. Junto a esta gran labor traductora aparecen también los
primeros comentarios a la filosofía de Kant: Ortega y Gasset (Kant. Reflexiones del
centenario, 1924, y Filosofía pura. Anejo a mi folleto «Kant», 1929), Julián Besteiro
(Los juicios sintéticos a priori desde el punto de vista lógico, 1927), Manuel García
Morente (La filosofía de Kant, 1917). También se encuentran referencias a Kant en
autores como Unamuno, Baroja, Maeztu, Antonio Machado, etc. En este momento ya
se puede hablar de un verdadero trabajo de recepción productiva, un esfuerzo colectivo
que se articula en varias revistas, nuevas editoriales y colecciones filosóficas (Uribarri
2013). El discurso filosófico laico y reformista adquiere rápidamente un gran capital
simbólico y así se logra subvertir la hegemonía cultural vigente (católica y monárquica)
en la Segunda República, que derroca a la monarquía y expulsa a la Iglesia Católica del
sistema educativo. En palabras de Lefevere, «translation is a channel opened, often not
without a certain reluctance, through which foreign influences can penetrate the native
culture, challenge it and even contribute to subverting it» (Lefevere 1992: 2).
2 «Es evidente, en cualquier caso, que a comienzos del siglo XX se había iniciado una irreversible reacción
contra la centuria decimonónica que va a encontrar su catalizador privilegiado en el neokantismo. En
fuentes neokantianas va a inspirarse no sólo Ortega y Gasset, lo que es suficientemente conocido, sino
personajes tan influyentes como Julián Besteiro, Fernando de los Ríos, Manuel García Morente o María de
Maeztu» (Abellán 1998: 13).
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En cuanto a la Crítica de la razón pura, tenemos dos versiones nuevas en esta
época, la de Manuel García Morente (1928) y la de Manuel Fernández Núñez (1934).
García Morente editó un volumen que contenía la mitad de la obra y nunca completó la
traducción. Como sabemos ahora, en realidad sí había traducido gran parte de la obra,
pero tras morir su mujer en la Guerra Civil se ordenó sacerdote, no prosiguió con su
labor traductora y el manuscrito con el resto de la traducción de la Crítica quedó
olvidado. Su traducción no se volvió a publicar durante muchos años y en 2002 se ha
editado una versión ampliada de esta traducción. Por otro lado, coincidiendo con la
segunda República Fernández Núñez realizó por fin la primera edición completa de la
Crítica de la razón pura en español, con un retraso de 153 años respecto a la obra
original.
Como sabemos, las fuerzas conservadoras recuperaron la hegemonía por la fuerza
e hicieron tabula rasa con la cultura filosófica que se había desarrollado en las décadas
previas (Claret Miranda 2006). A su llegada a Getafe las fuerzas nacionales quemaron
una gran cantidad de libros en la casa del editor Bergua, entre ellos la edición de la
Crítica de la razón pura de 1934. «¡Mueran los intelectuales!», grita Millán Astray,
futuro responsable del aparato censor, ante Unamuno el 12 de octubre de 1936 en
Salamanca. Las consecuencias con claras: se purgan bibliotecas y queman libros, se
asesina a maestros, miles de intelectuales se exilian y se impone un «tiempo de
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silencio» (Bueno 1996) bajo el signo de la cruz. Entre los destacados traductores de la
época, Julián Besteiro, presidente del Parlamento, murió en una cárcel; José Gaos y
Antonio Zozaya fallecieron en el exilio; Eugenio Ímaz se suicidó en el exilio. Con todo
ello se crea un entorno cultural que impide la recepción de ideas «extrañas», mediante
su ausencia en el sistema educativo, incluida la universidad, en los medios de difusión,
en las bibliotecas, etc.
Como la censura actúa como cancerbero, se puede hablar de un bloqueo cultural
(Wolf 2002). Se trata de una censura preventiva estructural que estaba actuando a
través de la hegemonía simbólica impuesta por el discurso dominante nacional-católico,
interesado en excluir y silenciar ideas seculares modernas y extranjeras de la esfera
pública. Recordemos que, según Bourdieu, «Among the most effective and best
concealed censorships are all those which consist in excluding certain agents from
communication by excluding them from the groups which speak or the places which
allow on to speak with authority» (1991: 138). En el caso de Kant la censura sistémica
funcionó básicamente a nivel de norma preliminar (Toury 1995: 58), por omisión de
autores y textos clave. 4 Y lo que llega tampoco encuentra un entorno que pueda
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permitir que esos textos tengan un impacto social y cultural relevante.
3 Recordemos en este sentido las palabras de Tymoczko y Gentzler: «Silences, whether the silence of zero
translation or the silencing of the remainder, are often critical in understanding the workings of power in
translation and in culture» (1992: XXI).
4 «Esa cultura oficial, por su parte, rompía toda comunicación con la cultura europea de raíz liberal, así
como con muy amplios sectores de la filosofía y la ciencia que en aquellos años se hacía en Europa. La
obsesión era entonces la defensa de la ortodoxia (religiosa y política)» (Díaz 1978: 25).
5 «En buena medida, la base material de la actividad filosófica profesional durante el apogeo del
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Hay que tener en cuenta también que en los primeros años del franquismo las
relaciones culturales con Alemania son muy buenas y se mantiene por tanto la alta
estima por ciertas filosofías de origen alemán en círculos falangistas. Así se explica la
edición sin apenas problemas de varias obras de Nietzsche entre 1938 y 1942. Sin
embargo, tras el fin de la segunda Guerra Mundial Alemania cae en desgracia y España
se reorienta hacia el mundo anglosajón. La mayoría de los intelectuales relevantes en
los años 40, 50 y comienzos de los 60 no tienen ninguna vinculación con Alemania
(Oltra 1976: 116-117). Hay que esperar hasta la segunda parte de los 60 para certificar
un renovado interés por la filosofía alemana.
En cuanto a la censura española, hemos identificado cuarenta y cinco expedientes
en el Archivo General de la Administración. Y la verdad es que las escasas obras de
Kant que pasan por ella tuvieron pocos problemas. Solamente se encuentras dos
prohibiciones directas. La primera La paz perpetua (1943), en traducción de Rivera
Pastor. Es curioso que el primer libro de Kant editado en francés e inglés se tope con la
censura en España. El expediente dice: «En los artículos definitivos de la paz entre los
Estados según Kant y que se citan en este pequeño conjunto hacemos constar la página
22 […] “sobre que la constitución debe de ser en todo Estado, republicana”. Influencia
filosófica de la revolución francesa». En 1955 Aguilar quiso importar Por qué no es
inútil una nueva crítica de la razón pura, pero se suspendió la importación y el
expediente no incluye ninguna explicación. El uso de la palabra «crítica» puede tener
algo que ver.
Apenas hubo trabajo nuevo con Kant en España, sino que se reeditaron
traducciones previamente realizadas y se importaron traducciones en cantidades
controladas desde América, 6 donde sí hubo una gran actividad fomentada por lo
exiliados. «Así ocurrió que todo un grupo de filósofos y sociólogos que mediante sus
traducciones de los grandes clásicos y modernos del pensamiento europeo vinieron a
continuar en América la labor de difusión y modernización emprendida por Ortega en
España» (Llorens 1978: 20). Si se comparan las ediciones de obras de Kant en Francia,
Inglaterra o Italia vemos claramente que multiplican al menos por cinco a las que se
hacen en España. Y apenas se produce tampoco bibliografía secundaria; se encuentran
referencias en pensadores neoescolásticos como Zubiri (Sobre la esencia, 1962), y otros,
pero siempre para rechazar con mayor o menor vehemencia sus aportaciones.
En los expedientes de censura analizados aparecen varios argumentos en contra
de la divulgación de las obras de Kant: su origen protestante, su tibieza religiosa, su
carácter anticristiano o su inclusión en el Índice; y otros argumentos a favor: baja
tirada (sólo se editan pocos ejemplares que algunos especialistas o lectores cultivados
pueden leer y entender), alto precio, adecuadas introducciones orientativas.
En cuanto a la Crítica de la razón pura, en 1945 Oteyza pide autorización para
importar doscientos ejemplares, publicados por Losada en Buenos Aires, y la obtiene.
las editoriales o las publicaciones periódicas que sustentaban la circulación del discurso filosófico eran
mayoritariamente de propiedad o dirección eclesiástica» (Vázquez García 2009: 49-50).
6 La Biblioteca Nacional de México recoge quince entradas de obras de Kant entre 1939 y 1970, la
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También Oteyza en 1957 importa cincuenta ejemplares de la edición que ha hecho
Losada. En este caso hay un breve informe del 2 de octubre: «Conocida obra filosófica
incluida en el Índice de libros prohibidos. Se puede permitir la importación de algunos
ejemplares para uso de las personas estudiosas que tienen facultad para leer libros
prohibidos». En esta época se hacen varias ediciones en México y Argentina, que tienen
la particularidad de completar las ediciones parciales de Perojo o García Morente con la
de Núñez o traducciones nuevas.
La censura cambia de actitud con Kant en 1969 con ocasión de la publicación de
La religión dentro de los límites de la razón pura en una edición de 10.000 ejemplares.
La obra es traducida por Felipe Martínez Marzoa con un retraso de 170 años. En este
caso hay dos informes, uno similar a los anteriores avisando del peligro de una edición
tan grande pero aceptando finalmente la publicación, y otro muy novedoso en su
argumentación: en lugar de subrayar la peligrosidad de Kant, argumenta positivamente
que ofrece una nueva forma de fundamentar de manera racional la religión. Hemos
pasado de controlar y minimizar el impacto de Kant a intentar desactivar su potencial
crítico mediante una lectura religiosa del autor. Algo similar sucede en la misma época
con otros autores como Fichte, Hegel e incluso Marx.
Tras ese cambio en 1969 vemos cómo el editor Bergua, recién regresado de su
exilio francés, y que ya publicó la edición de la Crítica de 1934, vuelve a presentar una
nueva edición en 1970, pero esta vez viene firmada por él mismo como traductor. En
nuestras investigaciones sobre las traducciones de la Crítica hemos alineado siete
fragmentos del original (35.000 palabras) con cinco de las principales traducciones
utilizando Wordsmith Tools primero y TRACEAligner después. Y una de nuestras
primeras conclusiones fue que esta edición de 1970 no se puede considerar como una
nueva traducción, sino como una adaptación de la traducción de 1934. Luego, con el
final del franquismo Pedro Ribas publicó en 1978 su nueva traducción directa y
completa, que se ha reeditado muchas veces. En 1985 se reeditó por primera vez en
España la traducción de José Perojo. En 1999 Ibon Uribarri publicó su versión directa y
completa en lengua vasca, y en 2007 Mario Caimi realizó una nueva traducción al
español en Argentina.
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