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La Tentación Del Neognosticismo (Grisez)
La Tentación Del Neognosticismo (Grisez)
Este es el texto del discurso pronunciado en 1984 en Chicago por el Dr. Germain
Grisez, laico casado, profesor de Etica Cristiana en el Mount Saint Mary's College,
Emmitsburg, Maryland, USA, al aceptar el premio anual “Cardenal Wright», que le otorgó,
en su quinta convocatoria, la Asociación de Intelectuales Católicos norteamericanos. El libro
más reciente del prof. Grisez es el primer volumen de su obra The Way of the Lord Jesus (El
camino de Jesucristo) publicado por Franciscan Herald Press. Esta obra supone una
renovación profunda de la teología moral fundamental, siguiendo la llamada de renovación
del Concilio Vaticano II sobre la enseñanza de la moral,de acuerdo con el Magisterio de la
Iglesia (Nota del traductor, el Rdo. Dr. Ignacio Segarra Bañeres, pbr).
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Hace veinticinco años, en 1958, fallecía el Papa Pío XII; pero la Iglesia disfrutaba de
buena salud. Pío XII había hecho avanzar la barca del Pedro en muchas direcciones, sin que
por ello perdiera su rumbo. Aquel pontífice moría respetado, admirado y querido por todos.
La mayor parte de los católicos en 1958 eran conscientes de que, aunque uno no puede
hacer nada sin la ayuda de la gracia de Dios en orden a la salvación eterna, sin embargo,
contando con ella, puede y debe superar el pecado, tender a la santidad y prepararse para una
muerte santa que le abra las puertas de la vida eterna. Por supuesto que no todos los fieles
vivían de acuerdo con las enseñanzas morales de la Iglesia, incluso en cuestiones de
importancia grave; pero, cuando no lo hacían, al menos se consideraban pecadores.
En aquel tiempo, la mayor parte de los católicos no ponían tampoco en duda las
enseñanzas tradicionales de la moral cristiana, si bien no poca gente, fuera de la Iglesia, las
rechazaba. Del mismo modo, dentro de la Iglesia, nadie ponía en duda los dogmas del pecado
original, de la virginidad de María, de la divinidad de Jesucristo, de su Presencia real en la
Eucaristía, y de su Resurrección corporal.
Por supuesto que hoy día, son muchos los católicos que siguen al Papa Juan Pablo II y
a la mayoría de los obispos y aceptan, con ellos, aquellas verdades y realidades divinas,
esforzándose por ajustar su vida a ellas y tratando de transmitirlas a los demás. Pero algunos
obispos, bastantes intelectuales, sacerdotes y religiosos, y una parte de los fieles ordinarios -
en mayor o menor número, según los diversos lugares y de acuerdo, muchas veces, con su
nivel socio-económico - han abandonado las enseñanzas tradicionales de la moral cristiana y
se han adherido al subjetivismo de la llamada conciencia personal propia. Son muchos los que
opinan que el pecado es inevitable y que un Dios indulgente nos salvará a todos hagamos lo
que hagamos. Muchos católicos “sofisticados” ponen además en tela de juicio algunos
principios del dogma que hacen referencia a realidades corporales y a hechos históricos.
Conviene tener claro, de entrada, que lo que nos confronta no son simplemente una
serie creciente de errores y aberraciones inconexas, sino una alternativa sistemática a la fe y a
la vida cristiana. Los elementos particulares de esta alternativa son síntomas, o, mejor, partes
de un proceso espiritual patológico, unificado y extenso. Este proceso ha aparecido y
desaparecido repetidas veces a lo largo de la historia de la Iglesia. Encontramos rastros de su
origen en los escritos del Nuevo Testamento: en los escritos de San Juan, en la segunda carta
de San Pedro, en las dos epístolas a Timoteo y en la de Santiago. Todos ellos se enfrentan a
esa actitud patológica.
¿Qué hay debajo de ese proceso que ha tenido varios nombres a lo largo de la historia:
gnosticismo, albigensianismo, etc., y ha experimentado múltiples variaciones, algunas de poca
importancia y otras de mucha? A través de sus diversas metamorfosis, es posible detectar la
patología que estamos considerando y ofrecer, con relativa facilidad, una explicación. La
corriente actual muy bien podría llamarse “Neo-gnosticismo”.
1) El rechazo práctico de la enseñanza moral cristiana tal como ha llegado hasta nosotros,
especialmente de las verdades absolutas en el campo de la ética sexual; 2) la negación de que
los cristianos ordinarios puedan llevar realmente una vida casta y santa; 3) la afirmación de
que la gracia de Dios y su misericordia son tales que todos aquellos que comparten la actitud
neo-gnóstica se salvarán; mientras que los que la rechazan, se ponen en peligro de no hacerlo;
4) la reinterpretación de todos los elementos del dogma que inciden en la corporeidad y en los
hechos históricos de la salvación, a fin de reducirlos a meros símbolos; 5) junto a esta
reducción, la negación de que las palabras de la Sagrada Escritura y las verdades definidas por
el Magisterio tengan un significado permanente y obligatorio, 6) la identificación de la
revelación y de la fe con cierta indefinible experiencia interior: encuentro espiritual o factor
metafísico que no puede encerrarse en fórmulas humanas; y 7) el rechazo del hecho histórico,
y/o de su significación, de la existencia del Papa y de los demás obispos como sucesores de
los Apóstoles.
Mi opinión es que existe una única clave para explicar el proceso patológico que ha
dado lugar a este brote actual de neo-gnosticismo. No me cabe duda que tienen que existir
diversos factores que han contribuido a la existencia de dicha enfermedad. Si uno, por
ejemplo, cae enfermo de cáncer de pulmón tienen que ser varias las causas de su enfermedad,
puesto que otros están también expuestos al agente transmisor del cáncer y, sin embargo, no
lo han contraído. Pero tiene que existir un factor específico que explique cada enfermedad
específicamente distinta. Yo creo que el factor específico que explica el neo-gnosticismo
contemporáneo es la aceptación de la conducta pseudosexual y el intento de elaborar una
teoría que justifique dicha conducta.
La conducta pseudosexual
En el matrimonio los actos genitales compartidos por la pareja tienen una capacidad de
integración de los dos protagonistas; ellos se unen en una mutua acción corporal, en el
sentimiento, en la satisfacción y en el compromiso moral, en virtud de la aportación real que
tales actos suponen para los auténticos bienes personales e interpersonales del amor conyugal:
el bien de la prole y del sacramento. Pero los actos genitales fuera del matrimonio e incluso
los que se hacen dentro de él cuando se privan voluntariamente de su pleno significado, por
revestir formas de masturbación y/o hacerse usando anticonceptivos, no contribuyen a la
integración de la personalidad. Al contrario, generan una verdadera tensión interna que es
mucho más grave que la tensión sexual que tratan de remediar.
Pienso que este punto necesita una explicación. Consideremos, por ejemplo, el caso
más sencillo, el de un adolescente que se masturba habitualmente. La excitación sexual y su
descarga constituye para él una experiencia fascinante en sí misma; se inicia sin un objetivo
racional y está enteramente separada de toda comunicación real con otras personas. En esta
experiencia el cuerpo sirve de objeto e instrumento para que el sujeto, muy centrado en sí
mismo, experimente un placer sensual. Podríamos pensar y citar varias expresiones vulgares
que aclaran este punto, puesto que la gentesuele referirse a menudo a los órganos genitales
como objetos o instrumentos: como algo que no es propiamente parte de yo, algo infra-
personal.
Los que aceptan el pseudosexo como parte de un estilo de vida tienden a reducir la
realidad a una relación sujeto-objeto. Todo se reduce para ellos: o bien en un objeto que
impresiona la consciencia de modo deseable o deseable, o bien en el mundo cerrado de la
subjetividad consciente. En otros términos, todo lo real se reduce al yo consciente, junto con
aquellos objetos que lo afectan.
En conexión con lo dicho, debemos considerar la diferencia que existe entre la actitud
del que comete pecados, pero los reconoce y se arrepiente de ellos, y la del que, haciendo
cosas que son objetivamente pecados, trata de justificarlas y no se arrepiente de ellas. La
conducta del primero disminuye el impacto sobre uno mismo; los efectos desordenados del
pecado se hallan bloqueados por el arrepentimiento. Pero cuando uno peca y trata de excusar
su pecado, éste se integra en el propio yo, y hace que todo nuestro ser se haga esclavo del
pecado.
Los que se esfuerzan por vivir una vida espiritual - tanto si son clérigos o religiosos,
como si son laicos - perciben ordinariamente con fuerza las realidades que están más allá de la
experiencia sensible inmediata. Pero cuando estas personas aceptan el pseudosexo e incluso
intentan integrarlo en sus vidas, suelen sentirse tentados en la fe. Dios y las realidades divinas
les parecen menos reales. Si esta tentación se resiste, surge otra: el tratar de explicar la
autoalienación involucrada en el pseudosexo mediante un sistema ideológico dualista.
¿Qué queda entonces del pecado original? Ya no se trata del pecado de Adán
transmitido hasta nosotros por la propagación de la especie humana, sino del pecado del
mundo. ¿Y la virginidad de María? Se trata de un teologómeno, ¿Y de la Encarnación? Jesús
no es divino; o bien todos nosotros lo somos. ¿Y de la Resurrección corporal? ¿A quién le
interesa si el Cuerpo de Jesús yace en algún lugar de por ahí. ¿Y de la transubstanciación?
Una simple transignificación.
Puesto que la experiencia interior, espiritual, es lo que cuenta, y puestoo que la vida y
las enseñanzas recibidas son rechazadas, la revelación ha de ser interpretada actualmente
como algo inefable - un encuentro espiritual, un factor místico- que no puede encerrarse en las
palabras de la Escritura o en las fórmulas dogmáticas de la fe católica.
En esa actitud neo-gnóstica, dado que el poder del Papa y de los demás obispos para
hablar y actuar en nombre de Cristo es algo demasiado «encarnado», y que impide, además,
todo el programa neo-gnóstico, el ministerio sacramental de aquellos debe ser usurpado y
transformado. Y así, cualquier teólogo que articule efectivamente el consenso neo-gnóstico,
reclama para sí una autoridad superior a la del Papa. Cualquier persona, sea hombre o mujer,
ordenado ministerialmente o no, puede disponer de los poderes episcopales, con tal de que
haya una comunidad cristiana que le acepte como líder.
Resumiendo lo dicho hasta aquí: en los últimos veinticinco años, muchos de los fieles
ordinarios, en especial algunos jóvenes y otros que no tenían una fe madura, han abrazado la
cultura sensual y han perdido la fe. Otros, de entre los laicos más sensibilizados y de entre los
religiosos y el clero - incluyendo algunos obispos- han aceptado el pseudosexo y han tratado
de armonizarlo con los dictados de la fe. Al tratar de hacerlo, se han pasado, más o menos
conscientemente, al neo-gnosticismo.
Uno no puede dejar de sorprenderse al ver como este neo-gnosticismo ha surgido tan
rápidamente y se ha hecho tan fuerte - en algunos sitios ha llegado a hacerse dominante- en la
Iglesia católica, que parecía tan saludable hace sólo veintiséis años. Mencionaré solamente
unos pocos factores que han hecho a la Iglesia vulnerable ante el ataque actual de esta
patología perenne.
En primer lugar, la cultura ambiental está dominada por el sexo y no es nada fácil
resistirse a ella. La cultura que nos rodea ofrece muchas ocasiones de pecado y nos presenta la
tentación en formas muy seductoras. El desarrollo de la TV como medio en entretenimiento a
partir de la Segunda Guerra Mundial, ha contribuido no poco al ambiente permisivo y
materialista. Incluso a los cristianos más fieles la TV les ha apartado de la oración y de la
consideración de los bienes del espíritu. La prosperidad ha presentado también no pocas
oportunidades de pecar. El terror que suscita un posible holocausto nuclear ha intensificado
también el deseo de disfrutar y, divertirse.
El tercer lugar tenemos la libertad política que, aunque buena en sí misma, plantea
ciertas tensiones y tentaciones. En nuestra sociedad existe una pluralidad de religiones, pero
para ella y sus gobernantes ninguna es esencial, La libertad religiosa se suele interpretar en el
sentido de que cualquier religión está permitida a los individuos, y que ninguna es necesaria
para la sociedad. De ello se origina una mentalidad consumista; cuando los líderes religiosos
hablan con la gente, entran simplemente en un mercado de compradores. De ahí que todos los
jefes religiosos se sientan tentados a desempeñar el papel de ejecutivos de marketing, que
pueden y deben adaptar, no sólo su estrategia de ventas, sino también el producto, a los
caprichos de los posibles clientes.
Un cuarto factor que ha contribuido a hacer la Iglesia vulnerable ante la ola de neo-
gnosticismo ha sido la psicología social de la comunidad académica de los teólogos. En
algunos países occidentales, el mundo académico de la teología se ha visto dominado durante
décadas por cristianos liberales que no aceptan la revelación en un sentido opuesto al que lo
han aceptado tradicionalmente todos los cristianos, y, por ello, carecen de fe verdadera. No
pocos autores protestantes han ejercido una influencia muy grande en el campo de la teología
católica. Así, por ejemplo, la escriturística alemana se ha visto enriquecida por las
aportaciones de muchos luteranos creyentes auténticos.
Una variedad de factores
Un quinto factor general, que debilitó a la Iglesia ante la avalancha del neo-
gnosticismo, radica en un punto flaco de la espiritualidad cristiana clásica. La espiritualidad
estuvo demasiado centrada en los valores estrictamente religiosos en detrimento de otros
valores humanos. El interés exclusivo en los valores del otro mundo, determinó una falta de
atención por la ciencia humana, por las bellas artes y por la política. Aquella espiritualidad
clásica tendía a reducir la vida en este mundo a una simple instrumentalización a fin de
alcanzar el cielo, Y aún el cielo mismo lo redujo a la visión meramente intelectual de Dios.
Así estrechaba el ámbito de la esperanza cristiana, que abarca no sólo la salvación del alma,
sino también toda la nueva creación, que incluye la resurrección y la vida eterna en un mundo
material.
Además, los seminarios y los seminaristas se han sentido a menudo satisfechos con el
ejercicio de la memoria, dando y repitiendo información y opiniones, en vez de esforzarse por
captar la profunda verdad de la te y la sabiduría que se encierra en la práctica de la vida
cristiana. Por ello, incluso muchos sacerdotes y obispos fieles carecen del sentido crítico para
detectar los sofismas teológicos y enfrentarse con ellos.
El gregarismo clerical es también un factor importante en la reacción que algunos obispos han
adoptado ante la crítica, a veces destemplada, de los laicos conservadores. En cambio, la
aprobación por parte de los progresistas, intensificada por los medios de información, se ha
recibido mejor, porque no ha supuesto un reto al falso elitismo de los obispos. Al mismo
tiempo, su solidaridad quasi fraternal ha supuesto un corrimiento de las conferencias
episcopales hacia la izquierda, y ha supuesto una dificultad grande para que los obispos
ejerzan individualmente su responsabilidad en resistir la oleada general, y en ejercer la
corrección fraterna aún en los casos más escandalosos.
3) Otra de las debilidades ha sido el legalismo: la idea y actitud de que todos los
criterios de comportamiento son meras normas, que no es necesario entender con tal que se
obedezcan. «Sé bueno; obedece los preceptos de la Iglesia». Esto tiene un sentido verdadero,
pero también expresa un error craso. Lo que nosotros debemos seguir no son meramente los
preceptos de la Iglesia, en cuanto preceptos, sino la sabiduría de Dios encarnada en Jesucristo,
que se encierra en ellos.
Esa sabiduría tiene la belleza de lo real. Quien se ajusta a ella, se ajusta a la verdad. Pero la
sabiduría de Dios conlleva también la carga de la realidad. Las normas pueden cambiar. La
sabiduría del Dios encarnado, en cambio, es la misma ayer, hoy y siempre; no puede
cambiarse a fin de complacer los gustos o necesidades de la gente en una nueva situación
cultural. Al contrario, las nuevas culturas deben conformarse con la fe.
Esa teología sumergida se desarrolló falta de una contestación crítica necesaria. Los que
compartían esa teología pensaban de un mismo modo en muchas cuestiones importantes. Pero
a aquellos que podían haber criticado sus puntos de vista, no se les confiaban sus escritos. El
Magisterio no tuvo acceso a aquellos escritos que habrían sido justamente censurados. Y así la
teología subrepticia campó por sus cabales hasta el Vaticano II, y entonces hizo su aparición
con una avalancha de publicaciones, desde 1962 hasta cerca de 1970.
Cuando los católicos fieles analizan la situación presente de la Iglesia no pueden dejar
de caer en una actitud de desánimo. Ciertamente la situación patológica de la Iglesia no es tan
aguda hoy como lo era en 1968. Pero la enfermedad no es menos deplorable. Se ha hecho
crónica y lo malo es que nos hemos acostumbrado a ella.
Siempre que el papa o algún obispo publica un documento y aclara que su enseñanza
es algo más que un simple escrito pro forma - por ejemplo, amonestando a los que propagan
puntos de vista contrarios a ella- debe prepararse a ser blanco de críticas mordaces e incluso
violentos ataques a su persona.
Por ello, los católicos fieles se hallan sometidos a grandes presiones para que
contemporicen con la situación, y los avances del neognosticismo son difíciles de resistir. Y
así el movimiento avanza, y yo pienso que no podré ver, en los años que me quedan de vida,
un cambio sustancial de situación en la Iglesia. Es verdad, no obstante, que no faltan motivos
para la esperanza.
Motivos de esperanza
A pesar de todos los obstáculos, el Vaticano II, iluminado por el Espíritu Santo, ha
proyectado una deslumbrante y nueva visión de un humanismo auténtico. Las bendiciones del
Reino, como el Concilio enseña, no se limitan a la santidad y a la gracia, sino que incluyen la
verdad y vida, la justicia, el amor y la paz. El trabajo profesional y la vida ordinaria son para
los laicos parte integrante de su vocación cristiana y su apostolado. La vida presente no es
meramente un camino para llegar al cielo; sino que, además, supone una cooperación invisible
a la edificación del Reino, puesto que aquí y ahora estamos preparando los materiales del
mundo venidero en el que esperamos vivir. Día a día Cristo edifica su Reino de los cielos por
medio del trabajo de sus seguidores.
Las perspectivas son desastrosas, pero quizás haya todavía tiempo de prevenir el
desastre. La Virgen María se ha aparecido frecuentemente desde 1800; la más reciente es
quizás a seis niños de Medugorje, Yugoslavia. Sus apremiantes mensajes dicen siempre lo
mismo: son necesarias la oración y la penitencia para impedir el desastre y para fomentar la
reconciliación del mundo.
Aunque lo peor esté todavía por llegar, su anuncio no debe llevar a la desesperación a
los que ponen su firme esperanza en Cristo resucitado. En cuanto a la Iglesia, cuando su
forma cultural actual se transforme milagrosamente más tarde o más temprano, o se destruya
violentamente, el neo-gnosticismo de este ciclo de la historia morirá también. Pero la Iglesia
misma sobrevivirá y se levantará de nuevo con una forma cultural nueva, del mismo modo
que sobrevivió la caída de la civilización antigua.
Jesucristo alcanzó solamente un éxito limitado en su misión. Vino a salvar a las ovejas
perdidas de la casa de Israel, pero su fiel dedicación a la misión que le fue encomendada
acabó con una muerte en la Cruz. Sin embargo, su fracaso humano le llevó a la Resurrección,
no por medio de un poder inmanente a la creación y a la historia, sino por un acto recreador
de Dios, que fue merecido por el sacrificio de Cristo. Lo mismo sucede con la Iglesia. Ella
puede fallar y ser derrotada en no pocas cosas y maneras. Pero, del mismo modo que el
Espíritu Santo permaneció en Jesús durante su pasión y su muerte, así Jesús y su Espíritu
permanecen en la Iglesia en medio de la presente agitación y en todos sus sufrimientos a lo
largo de la historia. Ella vencerá, junto con el Señor, por medio de su cruz.
La Iglesia no es un vehículo ligero puesto a nuestra disposición para que nos conduzca
al cielo mientras nos relajamos en él y descansamos plácidamente. No, la Iglesia es una forja
abrasadora, ruidosa y con barro. En ella forjamos, a golpe de martillo, nuestra personalidad y
las relaciones que Dios quiere que duren para siempre, al tiempo que practicamos las buenas
obras que él nos prepara por adelantado.
Dios lleva a término su obra redentora de tal modo que nos ofrece, a cada uno de
nosotros, unas oportunidades maravillosas de vivir la fidelidad, la nobleza y la santidad
heroicas. Si queremos aceptar su ayuda, Dios nos dará todo lo que necesitemos - más ayuda
cuanto más arduos sean los tiempos- a fin de aprovechar las ocasiones que Él nos va
presentando, sacar el máximo partido de ellas.
Si vivir la vida cristiana en nuestro tiempo es algo más arduo que en otras épocas,
deberíamos agradecérselo a Dios. Con ello nos da una oportunidad de ser mejores hombres y
mayores santos, puesto que nos ofrece también el mayor poder que necesitamos para hacer
frente a los mayores retos del ambiente.