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Televisión para jodidos: Azcárraga

“México es un país de una clase modesta muy jodida, que no va a salir de jodida. Para la
televisión es una obligación llevar diversión a esa gente y sacarla de su triste realidad y de su
futuro difícil.”

Fueron las palabras de Emilio Azcárraga Milmo, El Tigre, pronunciadas hace exactamente dos
décadas, el 10 de febrero de 1993. Su discurso fue improvisado. Se celebraba el éxito de la
telenovela Los Ricos También Lloran que catapultó a la fama internacional a Verónica Castro.
El Tigre andaba feliz y se puso sincero.
“Los ricos, como yo, no somos clientes porque los ricos como yo no compran ni madres”,
abundó el dueño del imperio Televisa. Los asistentes rieron. Azcárraga Milmo ya era
considerado por la revista Forbes como el hombre más rico de América Latina. Aún Carlos Slim
no se convertía en magnate global ni buscaba rivalizar con Televisa en el mercado audiovisual.
Mucho menos El Tigre quería ingresar al mercado de las telecomunicaciones.

Los Beverly de Peralvillo, programa trasmitido en los años 70

Los Beverly de Peralvillo, programa trasmitido en los años 70“Nuestro mercado en este país es
muy claro: la clase media popular. La clase exquisita, muy respetable, puede leer libros o
Proceso para ver qué dicen de Televisa… Estos pueden hacer muchas cosas que los diviertan,
pero la clase modesta, que es una clase fabulosa y digna, no tiene otra manera de vivir o de
tener acceso a la distracción más que la televisión”, agregó Azcárraga.
Con una claridad típica de su estilo, El Tigre quitaba los velos de la retórica y confesaba lo que
todo mundo sabía en este país y nadie se atrevía a decirlo: la televisión comercial es para
enajenar (“divertir”) a los jodidos. No pretende más que incorporar a los pobres a
la sociedad de consumo. Y tampoco pretende sacarlos de esa condición. Mucho menos
instruirlos.

La revista TV y Novelas en los años 80.

Para Azcárraga Milmo, como para su padre Emilio Azcárraga Vidaurreta, y para su hijo
Azcárraga Jean la televisión simplemente es un gran negocio: venderle espectáculo a los
pobres y, a cambio, garantizarle al sistema la sumisión de los “jodidos” y el control político vía
la información teledirigida.
“Somos soldados del PRI y del presidente”, dijo en otra de sus frases célebres el inigualable
Tigre, famoso por sus desplantes, por su ímpetu de patriarca y sus lujos.
Han pasado 20 años de esa declaración. El Tigre falleció en 1997. Su hijo Emilio Azcárraga
Jean prometió una apertura. El gobierno de Salinas de Gortari vendió Imevisión para crear una
“competencia”, TV Azteca, de Ricardo Salinas Pliego. Y lejos de mejorar los contenidos
televisivos, éstos han empeorado.
Ni siquiera las telenovelas han mejorado. Las audiencias extrañan aquellos melodramas de
Verónica Castro. Y prefieren ahora las telenovelas colombianas, brasileñas o las de Argos, con
un mínimo de coherencia y mejor calidad en su producción.
Si Azcárraga Milmo confesó que su televisión es para “jodidos”, Salinas Pliego ha dado
suficientes muestras para llevar este axioma a su máxima expresión. TV Azteca usa y abusa la
ignorancia prevaleciente en los televidentes. Ha hecho de la estridencia y el mal gusto un gran
mercado. Es la vitrina para enganchar a los “más jodidos” en sus tiendas Elektra, en su banco
Azteca, en sus malas réplicas de los productos de Televisa.
Primera lección: la competencia en televisión abierta no es garantía de mejorar contenidos.
Por el contrario, sí prevalece el modelo de una televisión hipercomercializada, orientada sólo al
entretenimiento de baja calidad, bajo costo y alta ganancia, el espejismo del rating es sólo una
justificación para la vulgaridad.
Una y otra vez, Ricardo Salinas Pliego y Emilio Azcárraga Jean justifican la pésima calidad de
la televisión mexicana, argumentando que eso es lo que “la gente quiere ver”.
“Si no están de acuerdo, cambien de canal”, han afirmado. Con esto confirman el menosprecio
a los más elementales derechos de las audiencias, es decir, a contenidos dignos, diversos, de
entretenimiento, información y publicidad que no hagan trampas con tal de mantener a los
televidentes, a los actores y a los productores a expensas de los mercaderes del espectro.
Segunda lección: la dictadura del rating no puede ser el único criterio para medir el éxito o el
futuro de una industria. Mucho menos en la era de los cambios digitales y la convergencia.
Han pasado 20 años de aquel discurso de Azcárraga Milmo y los legisladores vuelven a
analizar una reforma muy ambiciosa en radiodifusión y telecomunicaciones. El 80% de la
iniciativa presentada por el Pacto por México se dedica a regular un mercado de
telecomunicaciones, dominado por Telmex-Telcel, y el 20%, a regular el mercado de televisión
y radio, dominado por Televisa y TV Azteca.
De los criterios para mejorar los contenidos hay muy poco o casi nada. Se eliminó la obligación
de que el Estado “garantizará el derecho a las audiencias” (en el artículo 6 constitucional). Se
incluyó la prohibición a la publicidad integrada, pero ningún criterio para matizar la excesiva
comercialización en la pantalla.
Es evidente que en la actualidad no se respeta la norma de que sólo el 20% de los contenidos
deben ser publicitarios. La realidad es inversa: sólo el 20% de los contenidos no es venta,
propaganda o publicidad inducida. La pantalla está plagada de infomerciales, de “productos
milagro”, de chabacanerías para bajar de peso, de astrología mala, de gritones que lo mismo
pontifican de una crema de afeitar que de un partido de futbol.
Han pasado dos décadas y se cree que con dos o tres cadenas nacionales de televisión este
medio entrará a la modernidad, según los criterios de la OCDE y las demandas de muchos
especialistas.
Bienvenida esa competencia, pero si van a replicar el mismo modelo de Televisa sólo
tendremos una reproducción al infinito de una televisión que ve clientes y no audiencias, que
maltrata a sus actores y encumbra a los dóciles.
Imaginemos los noticieros de seis cadenas repitiéndonos al unísono lo que el gobierno federal
quiere que se transmita. Imaginemos programas deportivos en los que cada cadena defienda a
sus equipos de fútbol. Imaginemos a cada cadena vendiéndonos en todos sus programas sus
ofertas de internet, telefonía y video.
Una reforma que sólo privilegie la competencia convertirá a los contenidos convergentes (los
de televisión, telefonía e internet) en un gran supermercado. Se podrán eliminar monopolios
económicos, pero no monopolios de opiniónpública, y menos proponer un modelo distinto al de
la “televisión para jodidos”.
En este punto la reforma constitucional que se discute en el Congreso de la Unión no quiere
entrarle. Nada que afecte el modelo único de televisión comercial. Nada que ofrezca un modelo
de medios públicos (que no gubernamentales). Ni siquiera existe una definición de medios
públicos en la iniciativa. Mucho menos la posibilidad de abrir el espectro a propuestas
comunitarias, indígenas o universitarias.
¿Es esa la democratización de los medios?
Me temo mucho que no. Si acaso, es la proliferación de muchos bajo el mismo modelo que no
incorpora el punto de vista y las necesidades de las audiencias.
Por Jenaro Villamil.

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