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Carlos Infante 

 Canto Grande y las Dos Colinas


Canto Grande
y las Dos Colinas
Del exterminio de los pueblos al exterminio de comunistas
en el penal Castro Castro. Mayo–1992.

Carlos Infante 
 Canto Grande y las Dos Colinas
Carlos Infante

Canto Grande
y las Dos Colinas
Del exterminio de los pueblos al exterminio de comunistas
en el penal Castro Castro. Mayo–1992.

Universidad Universidad
Nacional de Nacional Mayor
San Cristóbal de San Marcos
de Huamanga UNIDAD DE POSGRADO DE CIENCIAS SOCIALES

Carlos Infante 
Canto Grande y las Dos Colinas.
Del exterminio de los pueblos al exterminio de comunistas en el penal Castro
Castro. Mayo–1992
© Derechos de autor reservados
Carlos Infante Yupanqui
carlosrodrigoinfante@hotmail.com

© Derechos de edición reservados


manoalzada editores
de Hugo Walter Villanueva Azaña
R.U.C. 10086732489
manoalzadaeditores@yahoo.es
wvillanueva32@yahoo.es

© Fotografía de la portada
Vera Lentz

Corrección de estilo:
Julio Martínez
Retoque fotográfico:
Manuel Infante
Diseño de la portada:
Jhonatan Becerra

Hecho el depósito legal en la Biblioteca


Nacional del Perú N º 2007-06073
ISBN: 978–603–45111–1–8
Impresión y encuadernación: Printer R & S S.A.C. – Lima
1a. edición, noviembre del 2007
400 ejemplares

Publicación realizada bajo los auspicios de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga y la
Unidad de Posgrado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

 Canto Grande y las Dos Colinas


A la memoria de los prisioneros asesinados
en el penal Castro Castro.

…A Leni y Álvaro, mis hijos.

A mi madre a quien le debo


la vida y mi libertad…

Carlos Infante 
 Canto Grande y las Dos Colinas
Contenido

Agradecimientos 11
Prólogo 13
Introducción 29

Primera parte
Resistiendo al exterminio 39
Capítulo 1
Una rápida mirada al último siglo
Riqueza y desigual distribución 43
El nuevo escenario 49
Una década de guerra 52
«Terrorismo» y política carcelaria 56
Capítulo 2
Prensa, guerra y masacre
La Prensa y su discurso 64
Preparando condiciones 71
Golpe de Estado. Pretexto y contexto 81
Leyes para el enemigo 86
Cadena perpetua. Entre el apoyo y la crítica 95
Buscando el desequilibrio 104
Estados Unidos: temores y salidas 108
Desatando los nudos. El estado sin ley 136
Lima: Arena de contienda 143
Todo para mis amigos… 160
Cuenta regresiva 175
Detrás de los muros de Canto Grande 181

Segunda parte
¿Qué paso en canto grande? 207
Ataque y resistencia 209
Seis de mayo: el ataque 209
Los mitos periodísticos 241

Carlos Infante 
La moral en conflicto: 7 y 8 de mayo 249
La respuesta de Socorro Popular 263
Buscando una solución 270
«El asalto final» 276
…Y la rueda de la historia sigue su curso 308

Bibliografía
Textos consultados 311
Diarios y revistas revisados 328

Anexos
Anexo 1: Relación de prisioneros asesinados 330
Anexo 2: Cuadros adicionales 332
Anexo 3: Publicaciones periodísticas de la época 337

10 Canto Grande y las Dos Colinas


Agradecimientos

El trabajo que presentamos a continuación debe su nacimiento


y publicación a distintas instituciones y personas. En primer lugar,
expreso mi más caro reconocimiento a la Universidad Nacional de
San Cristóbal de Huamanga, lugar donde nació la idea de una inves-
tigación vinculada al tema que aborda el presente libro.
En segundo lugar, deseo agradecer a las siguientes autoridades
cristobalinas: al vicerrector académico, doctor Ramiro Palomino;
al decano de Ciencias Sociales, doctor José Ochatoma y al Consejo
de Facultad de dicha unidad académica, por su apoyo y estímulo. Al
mismo tiempo, reitero mi gratitud al doctor Wáldemar Espinoza y al
comité directivo de la Unidad de Postgrado de Ciencias Sociales de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
No puede ser menos mi reconocimiento y aprecio a colegas, ami-
gos y familiares. A Abilio Vergara, estimado profesor y amigo, cuyo
prólogo obra en el libro. A Fermín Rivera, Urbano Muñoz, Rafael Na-
veros, Víctor Gutiérrez, Teodomiro Palomino, Ulpiano Quispe, Ne-
cías Taquiri, Delia Taquiri, Fredy Guevara, Marco Rosales, Fidel Oré,
Manuel Infante, Alonso Lara, Manuel Jaime y muchos otros amigos
que aportaron de diferentes formas para hacer posible este trabajo.
Sería injusto no dejar testimonio de mi respeto y gratitud a de-
cenas de prisioneros y ex prisioneros políticos, a sus familiares, a la
Asociación de Familiares de Desaparecidos y Víctimas de Genocidio y
a la Asociación de Refugiados Solidaridad de Argentina por facilitar-
me sus testimonios durante las primeras investigaciones que dieron
origen al ensayo.
Finalmente, el agradecimiento eterno a mi esposa, Haydeé, y a mis
hijos Alvaro y Lenita, por su apoyo y comprensión.

Carlos Infante 11
12 Canto Grande y las Dos Colinas
Prólogo

A medida que nos aproximábamos, el edificio del Sexto crecía […] Marchá-
bamos en fila. Abrieron la reja con gran cuidado, pero la hicieron chirriar
siempre, y cayó después un fuerte golpe sobre el acero. El ruido repercutió
en el fondo del penal. Inmediatamente se oyó una voz grave que entonó las
primeras letras de la ‘Marsellesa aprista’, luego otra altísima que empezó la
‘Internacional’. Unos segundos después se levantó un coro de hombres que
cantaban, compitiendo, ambos himnos. Ya podíamos ver las bocas de las cel-
das y la figura de los puentes. El Sexto, con su tétrico cuerpo estremeciéndose,
cantaba, parecía moverse.
José María Arguedas, El Sexto

Las «Dos Colinas»


o la contradicción irrecuperable

Este es un libro en el que el autor analiza un episodio crucial de la


historia reciente del Perú: la «masacre de los prisioneros políticos en
el penal de Castro Castro en mayo de 1992», según precisa él mismo.
Desarrollaré este prólogo en función de algunas temáticas que me pa-
recen de interés –y me circunscribo a ellas, con excesiva brevedad,
por las limitaciones de espacio–, ideas y reflexiones que agrupo en la
metodología, la ideología, el carácter especial del espacio carcelario y
el estilo de la escritura.

La metodología
A nivel histórico, el recorte temporal que hace el libro, establece
una aproximación de larga duración (Braudel) a las causas de la crí-
tica condición de las mayorías en el país, sigue el curso de la historia
de las inequidades que derivan en la postergación de los sectores po-
pulares. Podría decirse que el objetivo del libro es un análisis de co-
yuntura, de un hecho concreto, pero sería injusto circunscribirlo allí,

Carlos Infante 13
porque si bien el trabajo concentra su análisis en «el genocidio en el
penal Castro Castro», lo hace mediante un paciente esfuerzo por ex-
plicar cómo, historia y coyuntura, estructura socioeconómica y políti-
ca convergen para definir un cruento desenlace: los actores sociales y
políticos no sólo están en el escenario, tampoco operan solamente en
Lima o en el territorio nacional.
En este sentido, Carlos Infante, intenta articular la forma en que
actores tan diversos como el Departamento de Estado de los Estados
Unidos o la CIA, los sectores hegemónicos nacionales con sus inte-
reses económicos y políticos, las estructuras e instituciones del Es-
tado peruano y los intereses específicos de la dictadura fujimorista,
la prensa, por un lado y Sendero Luminoso y la guerra, operan en el
curso de los acontecimientos. En este sentido –metodológico– el tra-
bajo es un excelente modelo de investigación, en sus procedimientos
y estrategia, la diversidad de fuentes , las escalas temporal y espacial,
así como el papel de los actores que se mueven constantemente de lo
micro a lo macro, de la circunstancia al tiempo histórico, de la acción
al sistema, aunque a nivel de uso de la información, selección y cla-
sificación, opere bajo la lógica del pronóstico autocumplido: la tesis
se adelanta a la hipótesis. El autor abraza una teoría y, a pesar de la
amplia y diversa bibliografía que visita, no la abandona ni la mati-
za; por ello, no obstante ser muy documentado, los datos empíricos
se alinean para cumplir una función: validar sus asertos, de manera
implacable, sin concesiones.
Hay algunas preguntas clave que permiten entender la escritura de
«Dos Colinas». La primera, orienta lo que es la segunda parte del li-
bro: ¿qué es lo que realmente ocurrió entre el 6 y 9 de mayo de 1992?,
la siguiente pregunta engarza el hecho a la estructura social y política

Es muy larga la lista de fuentes consultadas y vienen de las «Dos Colinas»: bibliografía
y hemerografía amplia y diversa, testimonios, entrevistas, datos estadísticos, legislación,
archivos de diversas instituciones, entre otras, las que son trabajadas con detalle, paciente-
mente.

Carlos Infante señala:«No podemos negar que el presente ensayo acoge algunas ideas
significativas del texto de Gorriti, como lo hace del informe de la Comisión de la Verdad y
Reconciliación o de autores como: Benedicto Jiménez, Carlos Tapia, Carlos Iván Degregori,
José Rénique, Simon Strong, David Scott Palmer, Steve Stein, Rodrigo Montoya, Alberto
Flores Galindo, Umberto Jara, Ricardo Uceda y muchos otros; sin que por ello sus afir-
maciones pasen a dominar el curso de la exposición. Es más, he tomado el trabajo de teó-
ricos de las distintas corrientes del pensamiento clásico y moderno. Considero que existe
la necesidad de incorporar diferentes perspectivas destinadas a enriquecer la explicación
sociológica que intento para este trabajo».

14 Canto Grande y las Dos Colinas


del país: ¿qué actores sociales, además de los grupos beligerantes,
tuvieron participación en el conflicto? Luego, otra pregunta emplaza
la coyuntura en la mediana duración (Braudel) ¿En qué contexto his-
tórico y social se produce la masacre? Finalmente, hay un supuesto
general que articula las preguntas que sirve de guía para afirmar sus
hipótesis de una determinación fatal de las condiciones socioeconó-
micas en la definición de la situación, en su desarrollo y desenlace
como una lucha por el poder; pero no por un poder cualquiera, referi-
do a que en determinado enfrentamiento está en cuestión, sino todo
el poder, la defensa o el cuestionamiento de la estructura general del
poder en el Perú. En este sentido, es posible ubicar el mecanismo con
que Sendero estructura la lógica dominante de su epistemología: la
parte siempre está ligada al todo de manera estructural, nada escapa
a su fatal determinación. En esta dirección Biondi y Zapata habían
ubicado a la metonimia como un tropo fundamental: «Esta figura del
close up sinecdóquico permite, además, no sólo dar verosimilitud al
discurso, sino también (siendo figura metonímica) alcanza al campo
metafórico y permite su movilización (1989: 68)». Así, lo que ocurre
en el penal Castro Castro, es metonimia de lo que pasa en el país –¿y
en el mundo?– y apunta, desde su circunscripción a la totalidad, no
sólo porque la expresa, sino porque la afecta. El discurso es centrí-
peto de la figura metonímica que funde Presidente Gonzalo–revolu-
ción. Por lo que lo que es un acierto como metodología es bloqueado
por la ideología: la ideología ilumina tanto que enceguece.
El abordamiento de la función de la prensa es quizá una de las más
expresivas de su enfoque. El fondo en el que se mueven las líneas del
libro –que quiere ser analógico del movimiento de los hechos que
aborda– oscila entre caracterizar la actividad subversiva senderista
culminando en una Colina (realizando el imaginario del ascenso ver-
tical durandiano) en cuyas faldas las masas hacían la historia; pero


Bajo esta lógica, la totalidad quizá se exprese mejor en la cima de la Colina propia, es decir
en el presidente Gonzalo. Al discutir el concepto de mito, el autor lo insinúa: «La lógica del
pensamiento maoísta hablaba de una sujeción consciente asentada en la necesidad de pre-
servar la vida del conjunto, incluso antes que la propia; pero, por sobre todo estaba la vida
del jefe, cuya existencia –decían los militantes más probados– guardaba tanto significado
que si se prescindiera de él, las expectativas de victoria de la causa revolucionaria estarían
en grave riesgo. Este era el único modo de comprensión que podía superar el desequilibrio
entre la figura y el mito».

Es interesante el predominio de la verticalidad en el simbolismo senderista; en esta direc-
ción, tanto en el discurso, como en las ilustraciones –afiches, graffitis– las faldas y cumbres

Carlos Infante 15
también estas mismas masas siendo víctimas de la violencia como del
bombardeo mediático al que se entregan sin –al parecer, por sus re-
sultados– resistir o sucumben ante su reiteración e intensidad, en el
periodo de la dictadura fujimorista. En este caso, el río –otra de las me-
táforas recurrentes– toca las dos orillas, y sucumbe en una de ellas.
Como una expresión de esta concepción vertical, uno de los ele-
mentos más resguardados de la ideología senderista es la pureza,
noción que aparece en su lenguaje como la «línea correcta», la que
sólo se construye con vigilancia milimétrica que privilegia al propio
ser partidario: «‘El más leve apartamiento del Pensamiento Gonzalo
nos llevaría a resbalar en el revisionismo’, advirtió el líder senderista»
(Rénique, 2003: 98); en el exterior, esta mirada escrutadora convirtió
también a las ONG y las organizaciones campesinas y populares urba-
nas en «objetivos de guerra»: los otros siempre aparecían contamina-
dos, purificarlos incluía la posibilidad de eliminarlos.

La ideología como «contexto» y como «energía»


Lo anterior nos lleva a percibir que la ideología senderista es, al
mismo tiempo, energía de la transformación del individuo y de la
masa, así como el contexto explicativo de aquello que ella misma
«crea». Esta paradójica y definitiva situación, introduce el mecanis-
mo para «explicar» todo, puesto que cualquier fenómeno puede ser
remitido ya sea a la larga duración o a la coyuntura, a lo micro o lo
macro, según el interés político que prevalece en el presente. La for-
ma en que se define el periodo que Sendero Luminoso caracteriza
como que la «revolución alcanzó el equilibrio estratégico», nos pue-
de ilustrar la manera en que opera dicho mecanismo.
José Luís Rénique en su libro La voluntad encarcelada, registra
dos diferentes evaluaciones del momento y periodo:

de los Andes le prestan singular expresividad. Por otro lado, sería pertinente analizar este
discurso a la luz de la propuesta de Gilbert Durand, quien asocia la dominante vertical con
la ascensión, la verticalización, la división y la distinción, cuyos símbolos se expresan bajo
una estructura heroica y esquizofrénica y se concretizan en armas, flechas, espadas, etc.
(Vergara, 2001, pág. 60).

Tomando como referencia a Salvador Carrillo señala: «A diferencia de los medios audio-
visuales, la prensa provoca una obligada situación de interés activo hacia el medio, mien-
tras que la radio y la televisión llegan muchas veces al cerebro de manera general, poco
activa que literalmente deviene en ‘atontamiento’».

José Luís Rénique, La voluntad encarcelada, IEP, Lima, 2003, pág. 100-101

16 Canto Grande y las Dos Colinas


A comienzos de los años noventa –observó Carlos Iván Degregori–, ‘SL
había quedado atrapado en una suerte de guerra de trincheras’ contra
esas organizaciones (rondas y comités de autodefensa). Quienes –como
Nelson Manrique– habían seguido de cerca el desarrollo de la insurgen-
cia con un ojo a la larga duración, vieron el paso al ‘equilibrio estratégi-
co’ como una ‘fuga hacia delante’ ante el deterioro del supuesto control
que Sendero tenía de las áreas campesinas, como una ‘declaración de fe
de carácter voluntarista que no reflejaba el real avance de la guerra y la
correlación de fuerzas realmente existente’. (2003: 100).
El mismo Rénique confronta esta percepción con la que proviene del
exterior, que es, dicho sea de paso, la que utiliza con mucha frecuen-
cia Carlos Infante para señalar el poder de ambos contendientes:
Distinta era la apreciación que se tenía desde el exterior. En agosto
de ese año, por ejemplo, un editorial de The New York Times planteó
la necesidad de auxiliar al Perú mediante la formación de una fuer-
za armada continental. Carlos Iván Degregori recordaría otras seña-
les de alarma activadas fuera del país a mediados de aquel sombrío
año 1992: el subsecretario de Estado para América Latina, Bernard
Aronson, advirtió sobre la posibilidad de triunfo de la subversión en
el Perú: un paro armado en Lima parecía dar crédito a quienes veían
venir el estrangulamiento final de la capital peruana; Luís Arce Borja
–vocero senderista en Europa–, entretanto, declaró a Der Spiegel que
salvo la rendición, nada había que negociar con el gobierno del Perú”.
(Rénique, 2003: 101).
Es este último escenario el que, según Carlos Infante, explica la fero-
cidad con que el Estado actuó en el penal Castro Castro.
Para ilustrar ese mecanismo ideológico señalado líneas atrás, me
parece interesante destacar algo que ha pasado sin subrayar en el
análisis del senderismo y que proviene de la ideología: su concepción
del tiempo y del espacio. Abimael Guzmán declara:
combatimos por el comunismo aún sabiendo que seremos molidos
como individuos […] tu vida no es más que una pequeñísima canti-
dad de materia [si se la compara con la] ‘inmensa eterna materia en
movimiento’ […] La convocatoria era a pensar en décadas y siglos,
pues los comunistas ‘somos águilas porque vemos lejos’, porque ‘nos
remontamos al futuro y sacamos del presente toda la fuerza suficiente
para seguir desarrollándolo. (En Rénique, 2003: 107-108).
El evolucionismo que se transfigura en la actividad revolucionaria
aparece en una nueva dimensión: los actores sociales, en este caso las
masas dirigidas por el PCP, se imbrican con las «leyes objetivas» que

Carlos Infante 17
rigen el desarrollo de la materia, la sociedad y el pensamiento; siendo
ellos mismos, esos actores, los que «hacen la historia» abandonan-
do la evolución como energía ciega que es movida solamente por las
fuerzas de su propia naturaleza: la capacidad de agencia del sujeto
lo emplaza en un nuevo tiempo, en cuyo desplazamiento es posible
introducir nueva velocidad, gracias a su conciencia de clase. Es en
este tiempo en el que Sendero se emplaza y caracteriza la coyuntura:
el «equilibrio estratégico» no es más que un hito en el tiempo que
supone la inevitabilidad de la continuidad–conversión del ascenso
en más ascenso, aunque la eliminación de la otra Colina quizá no sig-
nifique la eliminación de la propia.
La forma que adquiere el espacio en la concepción senderista es
singular y sólo puede ser entendida a partir de la función simbólica
de la ideología –a pesar de su remarcada pretensión racionalista–, y
está férreamente imbricada con su concepción del tiempo. El espacio
en sus diversas escalas, se articula de manera inevitable: como en el
dispositivo simbólico, nada es ajeno a nada, siempre habrá, en cada
definición situacional, algo que lo ata al sistema, a las estructuras.
Esta concepción obliga a cada militante a actuar en consecuencia,
siempre, y en cualquier lugar, será posible enfrentar al sistema, así,
como lo señala Guzmán «aún en el más absoluto aislamiento, premu-
nidos de ‘nuestra todopoderosa e invicta ideología… nos afincamos
en ella’ para deducir ‘desde las mínimas leyes del aislamiento hasta
las leyes generales del proceso de la lucha de clases internacional,
nacional, de la situación del partido, de la guerra popular’». (en Ré-
nique, 2003: 108). Otra consecuencia de esta «lógica de la participa-
ción» (Lévy.Bruhl) que enlaza todo en el universo es que, cuando se
mira con el microscopio de la ideología, siempre habrá un enemigo a

Desde el punto de vista de la dialéctica, la acumulación –cuantitativa– llegado a un cierto
punto, se transforma en otra cualidad.

En realidad la distribución del conocimiento de la ideología es muy desigual entre los
diversos cuerpos generados por Sendero Luminoso y probablemente reproduzca la estruc-
tura piramidal que figura la misma imagen de la «Colina»: en la cúspide está ella, operando
en su forma pura, en las faldas se convierte en mito y para ello necesita ser tomada como
un todo, en la base, quizá ya sea sólo nombre y fragmentos. Quizá por eso Abimael Guz-
mán, «preguntado acerca de la utilización de la coerción contra las masas y la precariedad
de las adhesiones así conseguidas afirmó que según el presidente Mao el apoyo activo de
las masas se buscaba solo en la fase final, del asalto de las ciudades desde el campo; en el
momento inmediatamente anterior a la toma del poder» (Informe Final de la Comisión de
la Verdad y la Reconciliación. Entrevista en la Base Naval del Callao, 2003 pág. 87).

Lévy-Bruhl, L, Les fonctions mentales dans les sociétés inférieures, PUF, Paris, 1951.

18 Canto Grande y las Dos Colinas


enfrentar –dentro del mismo individuo, dentro del mismo Partido, se
lucha por ser comunistas, por estar en la «línea correcta», en el que
permanentemente luchan las «dos líneas»–, por lo que las fronte-
ras identitarias se clarifican en una estructura bipolar inconfundible.
Biondi y Zapata, al estudiar la función de los adjetivos en el discurso
senderista, señalan esta característica:
[los adjetivos] adquieren un fuerte valor expresivo, pero de una ex-
presividad siempre vinculada a la precisión y casi obsesiva determina-
ción de límites conceptuales. Dicho en otras palabras, difícilmente un
adjetivo aplicado a uno de los polos puede aplicarse al otro. Los adje-
tivos, pues, –en este discurso– llevan implícita una precisa delimita-
ción estratégica: los buenos de un lado y los malos del otro. (Biondi y
Zapata, 1989: 60).
Esta construcción ideológica pretende transformar radicalmente al
individuo, que en palabras de Gonzalo Portocarrero sería el «hombre
rojo», es decir «la persona consagrada, en cuerpo y alma, a la actividad
revolucionaria» (1998: 49); ampliando el contexto ideológico agrega
que «a partir de una concepción de lo individual como lo pecamino-
so, como lo podrido y sin salida, Guzmán invita a sus interpelados a
eliminar su privacidad, a integrarse a un colectivo que absorberá sus
energías. Esta renuncia es postulada como el fundamento de una me-
tódica vida que conduce a un estado de gracia. Es decir, el orgullo y la
buena conciencia de hacer lo que se debe. En última instancia, como
se verá, el discurso exalta la voluntad y la capacidad de actuar, pero
niega lo privado y lo personal. Ello significa que el militante queda
reducido a un brazo o instrumento del partido. Finalmente quedará
claro que esta sujeción puede ser atractiva para quienes no encuen-
tran una vía de desarrollo personal. Sea porque no tienen posibilidad
o sea simplemente porque la rechazan». (Idem, 49).
Reiterando, la tesis central de Carlos Infante es que el «equilibrio
estratégico»10 explica la masacre en el penal Castro Castro; pero, si
10
La forma metafórica en que Abimael Guzmán expresa el equilibrio estratégico es a través
de la figura de las Dos Colinas. Infante cita la evaluación hecha –de ese momento de la gue-
rra, que le adjudica ese carácter–, por el líder senderista cuyo título es precisamente «Sobre
las Dos Colinas» (las mayúsculas son del original). Como puede colegirse, tanto la imagen
misma de cada colina –simétricas–, así como las mayúsculas, quieren señalar, visualmen-
te, un equilibrio de fuerzas. Como una expresión de dicha caracterización, podemos ejem-
plificar con la enumeración que hace de la situación en la mayoría de los departamentos
del Perú, para luego decir: «los vacíos de poder en sus zonas más deprimidas hablaban de
la hegemonía comunista”, para luego señalar que en una evaluación realizada por el PCP,
que «hubo un total de 1509 comités populares abiertos», pero lo más interesante es la

Carlos Infante 19
esta aseveración es cierta, ¿qué papel tuvo este hecho circunscrito
en el fin o el «colapso» de Sendero? La pregunta sigue en pie. Quizá
el asunto de fondo está en que la guerra que enfrentó Sendero no
tuvo el empuje de una fuerza masiva consciente del proceso histórico,
con «conciencia de clase» que resistiera renovando sus cuadros diri-
genciales; pero este problema lo es también del Estado peruano: sus
instituciones tienen tal nivel de falta de confiabilidad que hace de la
democracia una farsa, como lo demostró muy expresiva y visualmen-
te la hiperactividad corruptora de Vladimiro Montesinos al amparo
del poder oscuro, pero implacablemente real (Vergara, 2006), como
lo demuestra también al ausentismo en las urnas y el descreimiento
en posibilidad real de elegir, como lo demostró también la sensación
y angustia de muchísimos peruanos en las elecciones presidenciales
de 2006, cuando había que optar, nuevamente, por «el mal menor»
entre Ollanta Humala y Alan García. En este sentido es que el libro
puede ser profiláctico, educativo, libro–antídoto, pues muestra pre-
cisamente el carácter escénico, teatral de la democracia, pero tam-
bién muestra la potencia de los símbolos, cuya fuerza no depende
solamente de «condiciones objetivas», aunque seguramente, para
ser canalizadas adecuadamente, depende de niveles de organización
que reviertan el carácter teatral y cínico de la democracia realmente
existente. Sendero Luminoso es sólo una expresión –y una respuesta,
la más culminante– de lo que es en realidad, en el Perú, aquello que
llamamos democracia. El antropólogo Efraín Morote Best lo dijo hace
mucho; hace muy poco lo recalcó el premio Nobel de literatura José
Saramago: «hay la necesidad de democratizar la democracia».

manera en que se forman dichos comités: «Cada Base de Apoyo estaba conformada por un
número indeterminado de comités populares abiertos. Pero, para constituirse en un CPA,
el organismo debía pasar por un proceso de construcción que iniciaba con el Comité Or-
ganizador del Poder Popular, Comité Reorganizador del Poder Popular, Comité del Poder
Popular Paralelo, Comité Popular, hasta llegar al Comité Popular Abierto». Por eso reitero
la pregunta: ¿cuál es el papel del genocidio en esta cárcel o la propia caída de Guzmán y la
dirigencia senderista para el colapso, en el contexto y proceso que se designa como «equi-
librio estratégico»?. Habría que enriquecer esta interrogante con la descripción que hace el
autor de la «situación» otra Colina, a la que se describe en ruinas: «Gran parte de sus uni-
dades vehiculares se hallaba colapsada, su flota naval se mostraba inútil frente a este tipo de
guerra no convencional, las aeronaves se redujeron a unos cuantos helicópteros y aviones de
transporte, cuyo desplazamiento sólo podía darse en el día y a un costo altísimo». (pág. 132).
¿Por qué, si esta era la situación colapsa Sendero? Infante señala, más adelante, que «de los
24 departamentos, 17 aguardaban un pronto desenlace político y militar». (pág. 139).

20 Canto Grande y las Dos Colinas


La prisión: transformando el espacio-tiempo
Desde el punto de vista del análisis político y antropológico del
espacio, lo que los prisioneros senderistas realizan en la prisión, es
algo realmente destacable y, en gran parte, de ello trata este libro: la
reestructuración del espacio de la depravación al de la sublimación.
Este trabajo no es el primero en la historia peruana, se sabe que los
apristas y los comunistas hicieron intentos en esta dirección, como lo
ilustra José María Arguedas en El sexto11. Esta transformación pa-
rece decir «el orden es bello» y en esa misma lógica que une espa-
cio–tiempo circunscrito a la totalidad, la cárcel es escenario de una
confrontación frontal. Infante cita a la Revista Sí:
Cada trozo de espacio se aprovechaba al máximo: en el primer piso
funcionaban los talleres. Allí los senderistas se dedicaban, hasta las
seis de la tarde, a cumplir con los trabajos artesanales que les permi-
tirían cumplir con el tiempo de labores para acogerse al beneficio del
dos por uno. A las seis guardaban las mesas y las sillas, y empezaban a
formarse para la marcha: en filas ordenadas, para entonar el himno a
Gonzalo y el de Nora, la esposa de Guzmán. Del primer piso pasaban,
marchando, al patio, donde terminaba el momento del homenaje.
Este era, también, el único momento en que los policías ingresaban al
pabellón» (11-05-1992: 13) (pág. 75).
Una función central de las instituciones totales12, como la prisión, es
la de aislar al sujeto que –voluntaria o involuntariamente– significa
una amenaza para la sociedad. Los delincuentes o los que poseen en-
fermedades contagiosas son los que las pueblan y caracterizan. Para
11
En la primera página de la edición de 1979, Arguedas dice: «Comencé a redactar esta no-
vela en 1957; decidí escribirla en 1939». También José Luís Rénique señala la importancia
de la prisión en la historia y la martirología de Haya de la Torre y los apristas.
12
Para Erving Goffman: «Un ordenamiento social básico en la sociedad moderna es que
el individuo tiende a dormir, jugar y trabajar en distintos lugares, con diferentes copartici-
pantes, bajo autoridades diferentes, y sin un plan racional amplio. La característica central
de las instituciones totales puede describirse como una ruptura de las barreras que separan
de ordinario estos tres ámbitos de la vida. Primero, todos los aspectos de la vida se desarro-
llan en el mismo lugar y bajo la misma autoridad única. Segundo, cada etapa de la actividad
diaria del miembro se lleva a cabo en la compañía inmediata de un gran número de otros,
a quienes se da el mismo trato y de quienes se requiere que hagan juntos las mismas cosas.
Tercero, todas las etapas de las actividades diarias están estrictamente programadas, de
modo que una actividad conduce en un momento prefijado al siguiente, y toda la secuencia
de actividades se impone desde arriba, mediante un sistema de normas formales y explíci-
tas, y un cuerpo de funcionarios. Finalmente, las actividades obligatorias se integran en un
solo plan racional, deliberadamente concebido para el logro de los objetivos propios de la
institución» (1988, págs. 19-20).

Carlos Infante 21
los prisioneros, es el aislamiento –de la sociedad, y entre sí– lo que
posibilita ejercer poder sobre ellos con extrema intensidad, «un po-
der –señala Foucault– que no será contrarrestado por ninguna otra
influencia; la soledad es la condición primera de la sumisión total».
(1999: 240). Un aliado de la soledad es el silencio13. Pero el silencio no
significa el vacío de sentido, puesto que aún cuando uno no habla, si
dialoga consigo mismo, inclusive cuando fantasea en sus ensoñaciones
o insomnios; y allí encuentra el poder del otro para introducirse como
interlocutor único o preponderante –por la acción de los muros, de
las edificaciones hechas para aislar– y desde allí horadar las defensas
del prisionero: «quebrar» es una de la palabras favoritas de los carce-
leros, no en vano los senderistas oponían rigidez colectiva y bulliciosa
a los muros, que siendo físicamente tales –muros– se constituían en
fronteras simbólicas que aprisionaban al ser que medita–sufre–de-
prime, pero no al que grita o entona himnos, junto a otros, más aún
si son sus camaradas. La ideología, además de argamasa interna, es
también poderoso lazo con el exterior y el futuro –la Historia, con ma-
yúsculas–, así los muros son desbordados en cada discurso, en cada
consigna o himno coreado. Lo que en el preso común, individualizado
por el poder carcelario, significa la posibilidad de ruptura con el exte-
rior, puesto que los sentimientos que unen a la esposa, hijos o padres
pueden romperse; para los senderistas, la ideología se constituía en
un férreo vínculo que los fundía en un colectivo sin importar su situa-
ción de reclusos («somos águilas porque vemos lejos»14 ).
Sendero cambia la voz de la conciencia individual por la colectiva
y, de esta forma, anula ese trabajo de zapa del poder que los aprisio-
na, ahora ya –por acción de la ideología–, sólo físicamente. La indi-
vidulización coercitiva que pretende el poder, inclusive promoviendo
o tolerando la formación de grupos y mafias que presionan sobre el
individuo, no puede contra una concepción del tiempo y del espacio
que trasciende –basada en la concepción marxista– al aquí y al ahora
en el que la prisión quisiera instalar al individuo, separándolo del res-

13
Al respecto, Foucault cita a Ch. Lucas, quien señala: «imagínese el poder de la palabra
humana interviniendo en medio de la terrible disciplina del silencio para hablar al corazón,
al alma, a la persona humana». (Foucault, 1999, pág. 240). Luego, el autor de Vigilar y
castigar añade: «el aislamiento asegura el coloquio a solas entre el detenido y el poder que
se ejerce sobre él» (Idem, 240).
14
La cursiva es mía. Nótese que «lejos» aquí es un cronotopo, pues funde tiempo (larga
duración) y espacio (macro).

22 Canto Grande y las Dos Colinas


to, enfrentándolo a sí mismo. El futuro mismo deja de angustiar: hay
la certeza del triunfo colectivo: «combatimos por el comunismo aún
sabiendo que seremos molidos como individuos», señalan.
El reordenamiento del espacio carcelario, incluyendo una autono-
mía ganada progresivamente en pugna cotidiana con los vigilantes, se
da por la organización y repercute en ella. Carlos Infante lo subraya:
Sin embargo, el Partido gozaba de una virtud extraordinaria: su or-
ganización. Ello le sirvió para racionalizar cada milímetro de su redu-
cido espacio, distribuyendo los ambientes en base a sus necesidades
de producción, de estudio y de descanso. Organizaba políticamente
a cada prisionero, desde el primer instante de su internamiento en
Castro Castro. La mayoría –no todos– pasaba a formar parte de un
aparato militar dentro de la estructura partidaria. (pág. 76).
Obviamente estamos ante la inversión radical de la institución total;
sin embargo, habría que ver también cómo, allí, se estaba operando
el experimento de una sociedad donde se controlaba «cada milíme-
tro»15, para extenderlo al conjunto de la sociedad peruana, ampliando
el panóptico penitenciario, cuya expresión inicial podría ser la figura
del Partido que tiene «mil ojos y mil oídos», en cada lugar.
Es necesario resaltar la diferencia que introduce la pertenencia
política en la propia caracterización del lugar: «Hoy ha sido nueva-
mente otro día intenso, brusco, donde la mugre, el dolor, la droga y la
desesperanza se revuelcan frente a un poder reaccionario y violento
que no hace nada para cambiar las cárceles; o más bien hace lo posi-
ble porque los hombres que han delinquido se hundan más»16. Esta
constatación se proyecta a la actividad cotidiana e impele la necesi-
dad de su transformación.
Infante, después de señalar cómo el espacio es recreado –como
verificando lo dicho, mediante la metáfora espacial, esta vez de la
«ciudad» al «campo»–, informa acerca de la gestión y autorización

15
Como una alegoría del panóptico, «los mil ojos y oídos» le servía también en el exterior,
para controlar posibles delaciones y/o deserciones. Por otro lado, el control que ejercían so-
bre los campesinos, descrito por Edilberto Jiménez (2005), en las retiradas, es semejante.
16
Carta de Antonio Díaz Martínez del 24 de agosto de 1984, citado por Rénique, Ob. Cit.,
pag. 62. Paradójicamente o no, los apristas, más de medio siglo antes habían vivido la pri-
sión de manera semejante: «Como escribió un militante de los años treinta, ‘allí en el Fron-
tón, mil quinientos apristas purifican y gestan un nuevo Perú’. Individuos que, en la más
terrible parálisis, merodeados por la fetidez y la mirada aviesa de los roedores, conectan su
mente con las más preciosas alturas de la civilización universal. He ahí el contagiante vigor
del mensaje» (Rénique, 2003, págs. 145-146).

Carlos Infante 23
para abrir una entrada al terreno baldío que separaba los pabellones
4B y 3B, cuando se logra la tierra conquistada se convierte en huerto
y pequeña granja:
Estos (el huerto y los animales) se utilizaban para la preparación de
los alimentos, en la cocina (ubicada en el mismo patio). Estos eran
sólo parte de los ingredientes pues, como se sabe, los senderistas re-
cibían su ración de comida en provisiones crudas. En épocas de inco-
municación con el exterior, como los que se ha vivido esta semana, las
provisiones del huerto bastan para alimentar a los internos […]En la
organización interna, se había repartido el trabajo para cuidar de la
granja, el huerto y las otras tareas. Estas incluían los talleres, labo-
res de adoctrinamiento, la cocina y la panadería. Sí, diariamente, y en
horno propio, la panadería del 4’B’ abastecía de pan fresco a los 400
internos. El esparcimiento y el arte también tenían su lugar. De ello
son testigos todas las paredes, tanto dentro como fuera, ilustradas con
frescos de Gonzalo, reproducción de afiches y largos textos donde se
da cuenta de las acciones cometidas por ‘el partido’ en el exterior. Y los
de vena dramaturga, estaba el teatro popular. El grupo ensayaba por
las tardes. Probablemente, cada montaje era previamente discutido y
aprobado. (cita a la revista Sí, 11-05-1992, pág. 13).
La revista Caretas habla de la construcción de «su propio mundo», que
«campea como quiere, hace lo que le parece y llega alto. Tan alto como
para pintar esmeradamente en grandes letras de molde, un gran lema a
lo largo del muro y al filo del borde superior». (30-07-1991, pág. 37).
Así, en el espacio transformado, Sendero aplica bien la dialéctica
de la relación entre lo viejo y lo nuevo, la ley de la contradicción (Mao,
Gonzalo) que señala que el germen de lo nuevo germina en lo viejo; así,
espacialmente lo emplazan en el antagonismo de la prisión-pabellón
que ellos generaron: «Los senderistas llaman ‘campos de concentra-
ción’ a los penales donde se hallan recluidos y ‘luminosas trincheras
de combate’ a los pabellones que ocupan»17. Es interesante observar
que es la práctica cotidiana la que transforma físicamente el espacio,
pero es el simbolismo de los emblemas, los íconos, los nombres de los
espacios conquistados, y la ideología los que otorgan densidad a cada
lugar: sin este componente simbólico, el espacio así ordenado sería
otro, y hasta podría ser asimilado por el sistema carcelario.
En esta dirección, relacionando a los hechos que son el pre-texto
de este libro, el autor arguye que la prensa no dio crédito a las denun-

17
Refiere a Expreso, 07-05-1992. pág. A3.

24 Canto Grande y las Dos Colinas


cias de los abogados de los prisioneros quienes alertaban sobre un po-
sible genocidio. La prensa es acusada por propiciar un clima favorable
para, por cualquier medio, incluida la masacre, se impusiera el control
en los penales. Infante dice que «el temor real parecía fundarse en que
la organización subversiva comience a desarrollar las cualidades de
nuevo sistema social»18, ubicando el problema en el desafío ideológico
más que en la restauración del orden, ya que según el autor la vida de
los prisioneros senderistas en prisión «se estructuraba en la forma de
organización social de los prisioneros políticos, abierta y provocado-
ramente superior a la practicada por la sociedad burguesa», donde los
maoístas habían impuesto «orden e industriosidad»19.

El relato, el estilo épico


Otro aspecto destacable es la escritura del texto. El autor escribe
en un estilo cinematográfico, le inyecta fluidez al relato para hacer
de la resistencia, un verdadero aleph de imágenes, un torbellino de
energía que se lee como un thriller o, mejor, se «ve» como un film.
El lector no puede dejar de impactarse por las escenas de coraje en
cada circunstancia, pero también por la organización que posibilita la
tenaz y heroica resistencia. Emplazado como en un panóptico, Carlos
Infante narra el combate y su fiereza desde los diferentes espacios de
interior del penal, se emplaza en las celdas, en los pasillos, en las ofici-
nas del penal, en el exterior inmediato, en las oficinas gubernamenta-
les, en las salas de redacción de los medios de comunicación masiva,
con suficiente detalle que, en lenguaje geertziano, se analogaría con el
«estar allí»20 antropológico, deudora del realismo etnográfico. Si bien
el relato fluido da esta percepción, es también su amplia documenta-
ción la que le permite abarcar la complejidad del acontecimiento y de
los procesos que convergen:
«¡Verde, verde, verde!», anunció la primera voz de alarma. El reloj
marcaba las 4 de la mañana. La luz del día estaba aún lejos y la oscu-
ridad seguía dominando Canto Grande. A pesar de la sombría madru-
gada, los faros de varios portatropas delataban a la guardia de asalto

18
El diario Expreso parece darle razón: «una verdadera escuela de terror, en la que se
adoctrinaba para asesinar y destruir la propiedad pública y privada, que debía terminar
para restituir el orden penitenciario y el principio de autoridad» (11-05-1992).
19
El autor refiere a Expreso, 11-05-1992.
20
Clifford Geertz. El antropólogo como autor, Paidós, Barcelona, 1989.

Carlos Infante 25
que llegaba al penal con inusitado apremio.
Sin embargo habría que señalar que no solamente es el mensaje
verbal –en la escritura, en el escenario– el que habla. Hay un conjun-
to de signos y objetos significativos o simbólicos que en su articula-
ción hablan aún cuando no se hicieron para comunicar ni significar21.
Para Carlos Infante, el mismo genocidio en esta prisión es «un men-
saje al PCP». Bajo esta línea de argumentación, señala que la matanza
no tiene el objetivo en sí mismo, que más bien es un mensaje: «La
idea parece estar vinculada a dejar un mensaje siniestro, recurrente,
que anuncia una medida similar contra cualquier forma de rebeldía».
Habría que señalar que en toda guerra se opera así, y que Sendero
mismo lo ha usado recurrentemente cuando pone carteles sobre los
cadáveres de sus víctimas –que se convertían en soportes significan-
tes (Saussure) de sus mensajes– o cuando entraba a las comunidades
andinas enemigas para «escarmentarlas».
El relato informa en detalle el uso del espacio para la defensa del
territorio y de la vida:
La resistencia en aquel territorio se mantuvo a pie firme. La policía
no avanzó más y concentró su ataque en la barricada alzada en esa
posición, mientras todo el contingente emprendió el retorno al 4B.
Los especialistas en demolición comenzaron a perforar la superficie
del cuarto piso, el que fue ocupado por una cuadrilla de agentes espe-
ciales luego de desalojar a las rebeldes. La intensidad del combate que
tuvo lugar allí no fue la misma que se produjo en la azotea; la libertad
de maniobra y el reducido piquete de internos, facilitó el avance. La
dirigencia comunista estimó necesario el envío de guerrilleros entre
hombres y mujeres al cuarto nivel para hostigar a los guardias y darles
a sus compañeros el tiempo suficiente en el desplazamiento masivo
que habían emprendido. Abajo, en el salón principal, la trinchera re-
sistía a duras penas el intenso ataque policial; los internos lo hacían
tiro por tiro y en intervalos prolongados. ( pág. 235).
La escritura acusa un buen estilo, busca el género épico para organi-
zar el espíritu del relato que quiere compartido con la historia a la que
le adjudica un poder agencial (de–actor–sujeto–a–leyes) decisivo: la
metáfora del río no contradice lo ascencional y de aquel selecciona la
acumulación y la fuerza que adhiere a la figura de la masa que des-
borda. El penal, de muchas formas, también es desbordado; este libro
consigna –y es parte de– esa dialogía.
21
De manera semejante a lo que Roland Barthes denominó función-signo.

26 Canto Grande y las Dos Colinas


Epílogo
El objetivo aparente del libro, es decir, su pre-texto, es develar los
hechos ocurridos entre el 6 y el 9 de mayo de 1992, pero el verdadero
objetivo es emplazarlo en un contexto que lo explica, pero más aún
reivindicar la voz para una de las «Dos Colinas», dar una versión desde
la otra «orilla» contrapuesta a la oficial. Es sintomático que el autor
siempre esté confrontando y para esa delimitación sus metáforas espa-
ciales privilegian estos dos atributos de la geografía: «Colina» como fi-
gura de la conquista ascendente y «orilla» como irreductible otredad.
Este es un libro sobre el que caerá una tempestad, semejante a la
que él mismo ilustra y pretende. Es también un libro que recibirá los
perfumes y flores y quienes lo lean se solazarán hasta el paroxismo.
Nadie permanecerá inmutable y se esperan las peores diatribas como
las más ensalzadas loas. Puede ser también, espero, un libro antídoto,
profiláctico, preventivo. La figura de las Dos Colinas es una metáfora
de la polaridad absoluta, de la naturaleza irrecuperable de la otredad,
es ese eje el que des-atará esas pasiones, y es allí que se debe enfocar
dentro de un proyecto educativo pluralista.
Es éste un libro claro. El autor sabe perfectamente lo que quiere
decir y lo dice sin cortapisas. Se emplaza en una Colina con convic-
ción, sin dubitaciones, allí se encuentra la energía de su búsqueda
investigativa, allí también el de su escritura. Reclama fervientemente,
para sí, una posición. Es éste un libro que no admite que lo emplacen
en la ambigüedad complaciente del mero diagnóstico. Quiere para sí
un lugar, una definición, un deslinde. Quiere participar no como un
observador «objetivo», sino intervenir en el curso de los aconteci-
mientos en los que, a lo largo de la historia, implica a dichas colinas
como actores decisivos (y únicos, y fundamentales y definitivos). Su
claridad ilumina tanto que enceguece.
Finalmente, reitero, que este es un buen libro para debatir con y
por la democracia, pero también es bueno para debatir con Sendero.
Es en este sentido que decía que puede ser profiláctico y pedagógico.

Abilio Vergara Figueroa22

22
Nota del Editor: Abilio Vergara es doctor en Antropología. Actualmente se desempeña
como profesor-investigador de la División de Postgrado de la Escuela Nacional de Antro-
pología e Historia. México.

Carlos Infante 27
Bibliografía citada

Arguedas, José María


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Biondi, Juan y Eduardo Zapata
1989 El discurso de Sendero Luminoso: contratexto educativo.
Lima: Concytec.
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Comisión de la Verdad y Reconciliación. Lima: CVR.
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1996 Ayacucho después de la violencia. En Las rondas campesi-
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1999 Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. [1975]. Méxi-
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1988 Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfer-
mos mentales. [1961]. Buenos Aires: Amorrotu.
Jiménez, Edilberto, Chungui
2005 Violencia y trazos de memoria. Lima: Comisedh.
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2003 La voluntad encarcelada. Lima: Instituto de Estudios Pe-
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Portocarrero, Gonzalo
1998 Razones de sangre. Lima: PUCP.
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2001 Imaginarios: horizontes plurales. México: ENAH, BUAP.
2006 El resplandor de la sombra. Imaginación política, produc-
ción simbólica, humor y vidas macropolitanas. México: Na-
varra.

28 Canto Grande y las Dos Colinas


Introducción

Cuando España invadió Perú, una insólita visión, pero hegemónica


y dominante acerca del poder, sostuvo el macabro proyecto de exter-
minio de ocho millones de nativos en solo cien años. Esa concepción
ideológica convertida en el pensamiento oficial de la administración
colonial estuvo inspirada en el Tratado sobre las justas causas de la
guerra contra los indios del influyente y egregio sacerdote Juan Ginés
de Sepúlveda, «fautor de la esclavitud, apologista mercenario e intere-
sado de los excesos de los conquistadores», pero también mentor del
Rey Felipe II quien encontró en el Virrey Toledo, al hombre adecuado
para construir el imperio colonial español en base a este ideario.
Trescientos años más tarde, superada la ocupación española, una
nueva clase dominante emergió y empujada por una mentalidad si-
niestra, antinacional, sectaria y racista, prosiguió con el genocidio re-
clamando para sí, de modo exclusivo, la propiedad de una nación que
apenas iniciaba su formación. Lo cierto es que todo eso prosiguió al
amparo de la misma concepción que ordenó la vida colonial. Era la
opresión, la exclusión, la explotación y el saqueo al puro estilo español,


El estudio realizado por el historiador inglés David Cook revela que en 1530 el territorio
actual de Perú, poseía una población aproximada de 9 millones de habitantes. Para 1620, la
cantidad anterior se redujo a 601 645 indios. Véase Buscando un Inca. Identidad y Utopía
en los andes. De Alberto Flores Galindo. 1994. pág. 38. Por su parte Waldemar Espinoza
(1984) habla de 12 millones en 1532. Cuarenta años más tarde, la población se había redu-
cido a 1 264 530 habitantes y en 1620 apenas 589 033 nativos. Véase «La sociedad andina
colonial» en Historia del Perú. Perú Colonial. 1984. pág. 240 y «La sociedad colonial y
Republicana. Siglo XVI a XIX». En Nueva Historia General del Perú. 1985. pág. 204.

Calificado así por Bartolomé de las Casas. Véase Tratado sobre las justas causas de la
guerra contra los indios de Juan Ginés de Sepúlveda. 1996. pág. 29.

Alberto Flores Galindo disiente de la idea de una sola nación. Se pregunta ¿por qué no
varias naciones? «A la postre la diversidad resulta más democrática que la unidad». Véa-
se Buscando un inca... Ob. Cit. pág. 370. Sin embargo la idea de una nación se presenta
pensando en la necesidad de una unidad política, social, cultural y económica frente a otra
u otras de similar construcción. «Unidad indígena» la habría llamado Rodrigo Montoya.
Véase Elogio de la antropología. (2005b).

Carlos Infante 29
sólo que esta vez a cargo de los propios «peruanos». De ahí que el pro-
ceso de exterminio continuó bajo distintas formas y sólo pudo conocer-
se a plenitud gracias a la historia no oficial escrita desde el otro lado de
la orilla. De esa manera se conoce una serie de hechos abominables a lo
largo de 180 años de vida republicana; pero en todos los casos, el móvil
que arrastra el comportamiento homicida de las clases dominantes se
sustenta en una visión, en un pensamiento, en una ideología.
Al otro extremo, estructurados o no, los modos de conciencia po-
pular echan a andar la maquinaria de resistencia, vigorizan el alma
colectiva y convierten el «simple» deseo de sobrevivencia en una pu-
jante voluntad de transformación. De cualquier forma, los movimien-
tos revolucionarios que la memoria rescata de la historia, surgen bajo
inspiración de una elevada forma de conciencia. Así sucede con su
posterior comprensión y explicación.
Y es que la historia es la permanente lucha entre el progreso y el
atraso, entre lo justo y lo injusto, entre el pasado y el futuro. Y, sin
embargo, hay quienes ven las cosas con otra lógica, distinta a la com-
prensión de las mayorías, pero, lógica, al fin y al cabo.
Siguiendo ese razonamiento, la historia oficial explica las rebelio-
nes o movimientos armados como un producto de la casualidad o del
simple despropósito de sus gestores. «Turbas», «hordas», «salvajes»,
«irracionales», «violentistas», «terroristas», constituyen la parafer-
nalia lexicológica cotidiana del establishment, que no resuelve –ni
por asomo– las causas de la rebeldía de los pueblos. Pero así funciona
el pensamiento de la clase dominante. En cambio, para la historia po-
pular esas luchas, esas rebeliones, constituyen el origen fundamental
del progreso y de la transformación social.
Son esos espacios de contradicción en donde se organizan modos
diferentes de comprensión y de explicación acerca de la violencia.
Es decir, la contienda no sólo alcanza al terreno de la experiencia,
lo hace también en los complejos circuitos de la conciencia humana.
Como resultado tenemos dos puntos de vista, el que se gesta desde
la esfera del poder dominante y el que nace desde abajo. Solo uno
habrá de reflejar la verdad y ésta, inevitablemente, se sustentará en
la realidad. La verdad no está en los dichos, ni en las afirmaciones o


Pablo Macera agrega que la historia es el conflicto permanente entre las clases, entre un
sector dominado y otro dominante, entre masas y élites. Véase Trabajos de Historia. 1988.
pág. 102.

30 Canto Grande y las Dos Colinas


negaciones. La verdad está en la realidad, en la materia.
Gracias a esa comprensión que nace de la dialéctica, hoy se cono-
cen extraordinarias jornadas de lucha de heroicos pueblos que es-
cribieron la verdadera historia con sus acciones. El caso de la guerra
contra España primero y, luego, frente a la casta militar y aristocráti-
ca peruana o con Chile, resulta ilustrativo para comprender cómo se
derramó heroicidad de patriotas anónimos, mientras la clase domi-
nante, con sus representantes en el gobierno, se batía en retirada o
negociaba un armisticio a cambio de proteger sus intereses. Al cabo
de un tiempo, sus más ilustrados cuadros intelectuales debían encar-
garse de convertir la cobardía en heroicidad, la derrota en victoria,
la deshonra en honor. Ese es el pensamiento dominante, esa es la
expresión de la historia oficial.
De allí que muchos de los libros de historia parecen haber sido ab-
sorbidos por «no–historia», por «antihistoria», como si en ella, las
manos curtidas de los hijos del pueblo no se habrían unido para resistir
y enfrentar el despotismo. Acaso sea por eso que, quienes habiendo es-
tado al margen de la historia, en realidad, buscaron escribirla a su gus-
to y medida; lo cierto es que gran parte de esos textos presentan mucho
de oficial y poco de verdad, mucho de individual y poco de colectivo,
mucho de cobardía y poco de heroísmo masivo. Acaso sea porque unos
son los escribientes de la historia y otros los hacedores de ella.
No podría haber sido distinta la historia de las dos décadas de guerra
interna que vivió el país a fines del siglo XX. La élite intelectual peruana
volvió a ser convocada por el poder dominante para escribir acerca de
los hechos que conmovieron al país. Y para no dejar dudas del espíri-
tu que debía animar el «mega relato», esa élite, agrupada en una Co-
misión, dejó su juramento en el recinto palaciego; claro está, luego de
aprobarse un decreto supremo encargándole escribir la historia oficial
del período más convulsionado que ha vivido el Perú republicano.


No por escandaloso cuando sí por indignante recordamos la traición del Marqués de Torre
Tagle, quien junto a toda clase aristocrática se opuso al proyecto libertario impulsado por
Bolívar contra el régimen español. En un manifiesto lanzado contra aquella corriente subra-
ya: «… De la unión sincera y franca de peruanos y españoles bien debe esperarse; de Bolívar
la desolación y la muerte». Luego le seguiría un puñado de generales y ex dictadores como
Agustín Gamarra, Santiago Salaverry, Luis José de Orbegoso, entre otros. No olvidemos que
el acta de capitulación firmado por el Virrey La Serna, luego de ser derrotado en la pampa de
Ayacucho, lo convierte en vencedor y a Sucre en perdedor. Véase Historia Social y Económi-
ca del Perú en el siglo XIX. 1986. De Virgilio Roel. 1986. págs. 79 y 112 al 117.

La Comisión de la Verdad y Reconciliación fue creada por Decreto Supremo N° 0650–

Carlos Infante 31
En efecto, escrita a voluntad de quienes obtuvieron la victoria en
el conflicto armado de los 80 y 90, el llamado Informe Final de la
Comisión de la Verdad y Reconciliación, aun cuando expone hechos
objetivos de situaciones reales, termina descargando todo su odio
contra quienes osaron levantarse en armas para desterrar aquello
que la misma Comisión reconoce como las causas estructurales que
provocaron la tormenta.
Sin embargo, este trabajo no tiene por objeto reconocer los acier-
tos o desaciertos del Informe. Más bien, bajo una lectura no oficial,
se propone desarrollar una explicación de un hecho que durante una
década se mantuvo bajo las sombras del silencio, merced a la decisión
del régimen dictatorial de Alberto Fujimori, silencio que se vio ma-
tizado por la condescendencia de los medios de información masiva,
instigadores de los trágicos sucesos de mayo de 1992.
Y es que, durante su administración, Fujimori dispuso la ejecución
del Operativo Mudanza I en el establecimiento penitenciario Miguel
Castro Castro de la ciudad de Lima, que terminó con la vida de 42 pri-
sioneros políticos y un efectivo policial, sin contar con los 175 heridos
producto de las balas y de los explosivos de guerra. Desde entonces,
dos procesos judiciales se activaron, uno en el Perú y otro en Washing-
ton D. C. a cargo de la Comisión Interamericana de Derechos Huma-
nos (CIDH). El primero, destinado a responsabilizar a los propios in-
ternos de la muerte de sus compañeros y de la del único guardia caído
en la operación militar. El segundo, promovido por los familiares de
los fallecidos y por los sobrevivientes de la matanza, con el propósito
de poner al descubierto los verdaderos objetivos del operativo.
El juicio montado por el Estado peruano contra los internos, bajo
el régimen fujimorista, terminó condenando a cadena perpetua a una
veintena de sobrevivientes considerados líderes del Partido Comu-
nista del Perú y responsables de conducir un motín que produjo la
muerte de decenas de presos. La posterior anulación de los juicios
2001/PCM de fecha 2 de junio de 2001, durante el Gobierno de Transición de Valentín
Paniagua.

A pesar que la Corte Interamericana de Derechos Humanos reconoce en su reciente sen-
tencia que el número de muertos es de 41, subsiste el protocolo de necropsia Nº 1944 de un
cuerpo no identificado fallecido el 7 de mayo de 1992, que las partes afectadas reclaman.

El autoapertorio de instrucción, por los supuestos delitos contra la «tranquilidad públi-
ca», «terrorismo», contra la libertad («violación de la libertad personal»), exposición a
peligro o abandono de personas en peligro, contra la seguridad pública, «tenencia ilegal de
armas y material explosivo» y «violencia y resistencia a la autoridad», estuvo dirigido con-

32 Canto Grande y las Dos Colinas


a cargo del Tribunal Constitucional peruano, debido a la ausencia de
elementales garantías al debido proceso, sometió a los internos a un
nuevo juzgamiento que terminó con la absolución de los inculpados.
La responsabilidad del Estado en el asesinato múltiple está fue-
ra de dudas, tal como lo confirma la sentencia de la CIDH, así como
de sus operadores. Sin embargo: ¿Qué es lo que realmente ocurrió
entre el 6 y 9 de mayo de 1992 en el penal Castro Castro? ¿Cómo se
produjeron los hechos? ¿Qué actores sociales, además de los grupos
beligerantes, tuvieron participación en el conflicto? ¿Cómo intervino
la prensa en este hecho? ¿Qué explicaciones se deslizaron antes, du-
rante y después de la matanza? ¿En qué contexto histórico y social se
desarrollaron los trágicos sucesos?
El relato10 que haré refleja una forma de comprensión de los acon-
tecimientos vividos en aquella época, vistos desde un ángulo no ofi-
cial. Se trata de una lectura sociológica, histórica, antropológica y, en
menor grado, jurídica y axiológica. Sé que surgirán voces disímiles
frente al enfoque de este trabajo. Pero, de eso se trata, de continuar la
discusión a nivel teórico y en el terreno de la experiencia de la cual se
nutre el presente ensayo, habida cuenta que en él se mezclan elemen-
tos de un corpus teórico extenso conformado por categorías sociales
de permanente discusión.
El texto se organiza en dos partes. La primera concentra dos niveles
de síntesis teórica a partir de una propuesta que combina los enfoques
clásicos, cuyos autores dan sustento a una serie de juicios que propon-
dré para la mejor comprensión de ciertos conceptos y también para el
manejo apropiado de los datos presentados en este trabajo.
Pero más allá de estas consideraciones, la primera parte conden-
sa algo fundamental de todo el texto, sin el cual resulta imposible
comprender los sucesos de mayo de 1992. Se trata del contexto socio
histórico; es decir, por un lado se advierte el avance del proceso in-
surgente y, por otro, la respuesta estatal. En una palabra, si la guerra
no hubiera llegado a un estado de altísima tensión, no se habría pro-
ducido la ejecución sumaria y selectiva de comunistas en Canto Gran-
tra 23 internos sobrevivientes, entre ellos, Osmán Morote Barrionuevo. Véase Autoaperto-
rio de instrucción del 2 de junio de 1992. Décimo Juzgado de instrucción de Lima.

Véase la sentencia «Caso del penal Miguel Castro Castro Vs. Perú» de fecha 26 de no-
viembre de 2006. Corte Interamericana de Derechos Humanos. Washington D.C.
10
Hablamos del relato en el sentido que le asigna Tzvetan Todorov. Véase «Las catego-
rías del relato literario». En Análisis estrutural del relato. 1974, pág. 181.

Carlos Infante 33
de. Esta simple lógica explica el momento decisivo por el que pasaba
el conflicto armado: crucial para el Estado que iniciaba una ofensiva
en busca de recuperar y defender territorio perdido; y crucial para los
alzados en armas que, luego de una década de combate, comenzaban
a desarrollar el Equilibrio Estratégico como parte de su teoría militar.
El primero, provisto de una maquinaria de guerra sofisticada y de
todos los recursos necesarios; el segundo, bañado de una experiencia
guerrillera obtenida a lo largo de una década y, sobre todo, de una
moral engendrada en la voluntad de la alianza obrero campesina. Las
Dos Colinas, enfrentadas en base a proyectos distintos y opuestos, se
aprestaban a ingresar a momentos decisivos de la guerra, de una gue-
rra manejada en base a usanzas propias y a pensamientos opuestos.
De esto trata la primera parte, mientras que la segunda, concentra
su atención en la historia –descriptiva por momentos, valorativa en
otros– de los sucesos producidos en el penal de máxima seguridad
Miguel Castro Castro en mayo de 1992. El relato final incluye además
algunas reflexiones sobre el mito, la moral y la mediación.
El material empírico básicamente corresponde a testimonios ora-
les y escritos de los personajes comprometidos en los luctuosos suce-
sos, así como expedientes judiciales, informes de comisiones inves-
tigadoras, documentos de la organización maoísta, artículos de los
medios periodísticos que circularon durante la época, algunas tesis y
abundante bibliografía ligada al tema. Pero, sobre todo, el ensayo tie-
ne como referente una experiencia personal, sumamente dramática,
vivida desde los momentos previos a la matanza hasta el oprobioso
encierro bajo la modalidad de «aislamiento celular» que vino des-
pués de mayo de 1992. Recluido en aquella prisión por espacio de dos
años y siete meses, acusado injustamente de terrorista, permanecí
allí hasta el día en que recuperé la libertad dictada por un «tribunal
sin rostro».
Acaso esta experiencia personal puede ser útil –si de algo sirve la
tragedia– para ofrecer, en breve, la «otra versión» del conflicto arma-
do, parafraseando a Gabriel Uribe.
Una primera aproximación al estudio de aspectos ligados al tema
se materializó en una investigación que realicé en el año 2003 titula-
da «El papel de la prensa limeña en el genocidio de prisioneros políti-
cos en el penal Miguel Castro Castro. Mayo de 1992». De este trabajo
recojo sustantivos aportes.

34 Canto Grande y las Dos Colinas


Por lo demás, he buscado alejarme de las preocupaciones que hace
José Vallejo, en cuya tesis se advierte cierto sesgo sobre los innume-
rables libros que colocan al trabajo de Gustavo Gorriti, titulado Sen-
dero Luminoso: historia de la guerra milenaria en el Perú, como
marco de referencia de sus investigaciones11. No podemos negar que
el presente ensayo acoge algunas ideas significativas del texto de Go-
rriti, como lo hace del informe de la Comisión de la Verdad y Recon-
ciliación o de autores como: Benedicto Jiménez, Carlos Tapia, Carlos
Iván Degregori, José Rénique, Simon Strong, David Scott Palmer,
Steve Stein, Rodrigo Montoya, Alberto Flores Galindo, Umberto Jara,
Ricardo Uceda y muchos otros; sin que por ello sus afirmaciones pa-
sen a dominar el curso de la exposición. Es más, he tomado el tra-
bajo de teóricos de las distintas corrientes del pensamiento clásico y
moderno. Considero que existe la necesidad de incorporar diferentes
perspectivas destinadas a enriquecer la explicación sociológica que
intento para este trabajo.

El autor
Ayacucho, 2007

11
Vallejo incluye en su prefacio algunos alcances de la vida de Gustavo Gorriti. Según el
tesista, Gorriti, hijo de judíos y nacionalizado judío, hizo su servicio militar en Israel por
espacio de ocho años hasta obtener el grado de capitán. Luego sirvió en las filas del Mossad
(Servicio Secreto Israelí), con el mismo rango y con el cual fue asignado al Perú. El Mossad
es una de las entidades de inteligencia más importantes del mundo y su trabajo se en-
cuentra estrechamente relacionado con la CIA estadounidense y la Inteligencia británica.
Gorriti, –asegura Vallejo– fue Asesor sociopolítico del general EP (r) Clemente Noel Moral
durante sus actividades como jefe del Comando Político Militar de la Zona de Emergencia
de Ayacucho en 1983. Dicha versión es corroborada por el propio Noel en su libro Ayacu-
cho. Memorias de un soldado. 1989. Extraído de «Sendero Luminoso. ¿Un movimiento re-
volucionario?». Tesis doctoral. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad Nacional Mayor
de San Marcos. 1996. pág. 3.

Carlos Infante 35
36 Canto Grande y las Dos Colinas
¿Cuándo la humanidad ejecutó algo sin lágrimas ni sangre? ¿Cuándo lo eje-
cuta la naturaleza? Las lentas evoluciones del Universo ¿cuestan menos sa-
crificios que las violentas revoluciones de las sociedades? Cada época en la
existencia de la Tierra se marca por una carnicería universal, todas las capas
jeolójicas (sic.) encierran cementerios de mil i mil especies desaparecidas.
Si culpamos a la Revolución francesa porque avanzó pisando escombros i
cadáveres, acusemos también a la Naturaleza porque marcha eternamente
sobre las lágrimas del hombre, sobre las ruinas de los mundos, sobre la tumba
de todos los seres.
Manuel González Prada

[O]bserve la orgía de corrupción que satura el país; el hambre que aniquila


a unos y el hartazgo que hace reventar a otros; converse con la gente de a
pie, observe a la de a caballo. Escuche, y no sólo oiga; observe, y no sólo
vea. Así se explicará esa violencia, seguramente en la misma medida en que
yo me la explico. Y si no quiere explicaciones actuales, relea el Evangelio de
Mateo (21: 12, 13) y hallará la explicación milenaria de una ira que muchos
hombres del mundo juzgan santa.
Efraín Morote Best.
Entrevista de Caretas. 31 de enero de 1983

Carlos Infante 37
38 Canto Grande y las Dos Colinas
Primera parte

Resistiendo al exterminio

Carlos Infante 39
40 Canto Grande y las Dos Colinas
Escribir la historia peruana, sus procesos políticos y económicos,
resulta un trabajo sumamente enorme y complejo, debido a la ex-
tensa configuración de hechos que envuelve la dinámica social del
país. Lo ocurrido entre el 6 y 9 de mayo de 1992, reclama sus causas
a una serie de factores que guardan relación estrecha con las grandes
rupturas vividas por el país, sus profundos desencuentros y las prác-
ticas de represión sistemática desarrolladas por el Estado peruano a
lo largo de su existencia. Consideramos que el origen de los hechos
descritos y explicados en las siguientes páginas, se encuentran más
allá del propio alzamiento maoísta en el Perú. Creemos que el inicio
de esta lucha armada, junto a todo lo que ello implica, se coloca en-
tre las consecuencias de las profundas desigualdades que gobierna la
realidad peruana.
La matanza de Castro Castro no se produce exclusivamente por
el deseo del Estado peruano de enfrentar y liquidar a uno de sus más
serios enemigos. Hay algo más que eso. La idea parece estar vincula-
da a dejar un mensaje siniestro, recurrente, que anuncia una medi-
da similar contra cualquier forma de rebeldía. La historia da cuenta
de hechos brutales en donde el Estado ha dejado las marcas de su
desenfrenado odio a toda forma de insurgencia, al extremo de haber
recurrido al genocidio, a las desapariciones, a las torturas y a las per-
secuciones, para sofocar el reclamo, la protesta y la rebeldía; tanto
más, si éstas se encuentran armadas de ideología comunista.
¿Por qué lo hace? Porque el problema de fondo es el poder, un
poder sustentado en el Estado.
Desde su aparición, el Estado se ha convertido en una máquina de
control dispuesta a descargar todo su poder en cuanto ve amenazados
los intereses que protege.
El genocidio de la nación indígena a cargo del Estado colonial se
produjo bajo la misma inspiración. Durante la época republicana, la
dinámica se mantuvo. Rodrigo Montoya señala que los criollos, he-
rederos de los españoles, no cuestionaron el régimen colonial, «lo

Carlos Infante 41
reprodujeron simplemente». Virgilio Roel asegura que «la repúbli-
ca vino a ser la prolongación acentuada del proceso colonial». No
resulta extraña, entonces, la política anti indígena que caracterizó al
régimen aristocrático. Para muestra un botón. Durante todo el siglo
XIX, la casta criolla impulsó la llamada «reforma social» como un me-
canismo de exterminio indígena.
Veamos otro caso. A principios del siglo XX, los caucheros de Lore-
to que sumaban veintidós mil nativos, fueron prácticamente extermi-
nados en solo diez años. Al término de las famosas correrías –asal-
tos, robos, asesinatos–, la población del lugar no superaba las dos
mil personas. Igual tragedia envolvió a comunidades como Samán,
Caminaca, Achaya y Arapa en Puno. Y aunque las motivaciones no
siempre fueron las mismas, en todo los casos el procedimiento com-
prometió una ejecución sumaria. En realidad, de lo que se trataba era
de proteger ciertos intereses.


Montoya, Rodrigo. De la utopía andina al Socialismo mágico. Antropología, historia y
política en el Perú. 2005a. pág. 100. Era la continuación del «estado de guerra permanen-
te” habría dicho Carlos Sampat Assadourian. Véase Transiciones hacia el Sistema Colonial
Andino. 1994.

Roel, Virgilio. Historia social y económica del Perú en el siglo XIX. 1986. pág. 118.

Véase tesis de Alberto Ballón citado por Manuel Burga y Alberto Flores Galindo en Apo-
geo y crisis de la República Aristocrática. 1987. Véase, también, Al borde del naufragio.
Democracia, violencia y problema étnico en el Perú, de Rodrigo Montoya. 1992. pág. 56.

En efecto, Loreto y Madre de Dios fueron testigos del exterminio de la población sel-
vática.Numerosos grupos indígenas, virtualmente, desaparecieron del mapa durante las
primeras décadas del siglo pasado. Véase «La sociedad Colonial y Republicana. Siglo XVI a
XIX» de Waldemar Espinoza en Nueva Historia General del Perú. 1985. pág. 230.

Nos referimos a todo el período de levantamientos campesinos que se desarrolló durante
gran parte del siglo XX. Véase «Feudalismo y movimientos sociales». De Manuel Burga y
Alberto Flores Galindo. En Historia del Perú. Procesos e instituciones. 1984. págs. 35, 38
y 45. Véase La Batalla por Puno. Conflicto agrario y nación en los Andes peruanos. 1866-
1995. De José Luis Rénique. 2004.

42 Canto Grande y las Dos Colinas


Capítulo 1
Una rápida mirada al último siglo

Riqueza y desigual distribución


Durante el proceso de instalación del Estado republicano, la aristo-
cracia latifundista comenzó a supervalorar algunos sectores producti-
vos en su intento por capitalizar y dominar las fuentes aparentemente
sólidas de la riqueza nacional. Así ocurrió con la minería en perjuicio
de la agricultura. «¿Para qué repartir tierras si no tenemos arados?
Acá no hay más riqueza que la minería» decían los parlamentarios en
el Congreso de 1822, sin pensar en la nueva nación que, como clase,
la burguesía emergente estaba llamada a dirigir. Al poco tiempo, Riva
Agüero habría de confirmarlo en su panfleto sobre las 28 causas de
la Revolución de América. Desde entonces la atención del Estado se
orientó a este sector. Se abrieron las puertas al comercio mundial, es-
pecialmente al inglés, a quien pagaba por la importación de sus mer-
caderías con la plata de las minas. Para 1901, el principal beneficiario
de nuestros recursos pasó a ser el mercado norteamericano.
Las medidas a favor del comercio minero fueron debilitando más
el sistema económico y ahondaban las diferencias sociales entre el
campo y la ciudad. Las tierras de la costa peruana estaban en ma-
nos de 300 familias. Ántero Aspíllaga era propietario de la Hacienda
Cayaltí de aproximadamente 11 mil hectáreas. José Pardo, José de
la Riva Agüero, Guillermo Lira eran otros potentados. El patrimonio
de estas familias incluía desde los centros de producción minera, pa-
sando por el comercio de exportación, hasta la banca financiera. Un


Romero, Emilio. Historia Económica del Perú. 1949. pág. 15.

Ibíd. pág. 18-19.

Burga, Manuel y Flores Galindo, Alberto. Apogeo y crisis de la República Aristocrática.
1987. pág. 86. Cayaltí fue antes de propiedad de la familia Leguía. Véase Historia de la
República del Perú. 1822-1933. De Jorge Basadre. 1970. pág. 51.

Carlos Infante 43
socio importante que la colonia le heredó a la nueva clase dominante
fue la Iglesia Católica, cuyas propiedades no se vieron alteradas con
la instalación de la República.
«Al otro extremo del latifundio estaba la propiedad atomizada en
manos de los comuneros indígenas de la sierra y los escasos ‘pagos’ de
la costa, con escasa tierra sin dotación de agua» y como parte de su
política antiagraria, la República eliminó, incluso, cierta atención que
le dio España al sector10, obligando la devolución de las tierras a los
latifundistas. Saturados de propiedades que no podían controlar, la
élite peruana tuvo que vender sus tierras al Estado, pero a un precio
exorbitante, así se acentuó la llamada deuda interna11.
La feudalidad, por lo tanto, no había desaparecido; es más, toma-
ba cuerpo y se robustecía. La nueva mentalidad aristocrática ubicaba
al indio como «arrendatario vitalicio de la hacienda en que nació»,
quien no pagaba en dinero su estancia sino con trabajo personal a be-
neficio del hacendado. «En el campo, la hacienda, esa pesada herencia
colonial era la institución central o el eje articulador de la vida social y
económica»12. Veamos un breve balance cuantitativo.
Para fines del siglo XIX, se contabilizaron 3867 haciendas en don-
de moraban 373 355 habitantes; es decir, cerca del 25% de la pobla-
ción rural estaba sometida al régimen gamonal de los latifundistas y
grandes propietarios agrarios. Gran parte del siglo XX vivió esa mis-
ma realidad.
La disminución de gamonales no significó la desaparición del ga-
monalismo. Como dijera Mariátegui, esta categoría social y econó-
mica comprende una larga jerarquía de funcionarios, intermediarios,


Romero. Historia… Ob. Cit. pág. 29.
10
«El virreinato aparece menos culpable que la República». Es cierto que al «Virreinato
le corresponde, originalmente, toda la responsabilidad de la miseria y la depresión de los
indios». Pero se trataba de «un régimen medieval y extranjero, mientras que la República
es formalmente un régimen peruano y liberal. Tiene por consiguiente, la República de-
beres que no tenía el Virreinato. A la República le tocaba elevar la condición del indio. Y
contrariando este deber, la República ha pauperizado al indio, ha agravado su depresión
y ha exasperado su miseria». Mariátegui, José Carlos. 7 Ensayos de interpretación de la
realidad peruana. 1980. págs. 46-47.
11
La deuda interna comenzó haciendo acreedores del Estado a los caudillos militares y
todo aquel que, sin prueba alguna, dijera haber sufrido pérdidas como consecuencia del
proceso de independencia. El 21 de marzo de 1846, Castilla aprueba un increíble decreto
por el que se benefician los sectores pudientes de la capital. Véase Historia… Ob. Cit. De
Virgilio Roel. pág. 145 a 148.
12
Burga y Flores. Apogeo…Ob. Cit. pág. 15.

44 Canto Grande y las Dos Colinas


agentes, parásitos que oprimen al indio. Muchas veces, es el mismo
indio leído el que se convierte en el explotador de su propia raza, sen-
tencia el amauta. Por lo tanto, las relaciones de producción que el
feudalismo desarrolló durante más de cuatrocientos años, se man-
tuvieron durante gran parte del siglo veinte. Mientras la miseria iba
sepultando en vida principalmente al campesinado,
los consorcios y concentraciones [venían acaparando] la tierra no so-
lamente en la costa, caso del cultivo de la caña para la industria azu-
carera, sino en la sierra. Grandes haciendas se reúnen en colosales
bloques para su explotación por sociedades anónimas favorecidas por
capitales foráneos, produciendo un nuevo fenómeno de concentración
de la tierra en pocas manos de tipo distinto al de otros siglos13.
Sin embargo, la economía agraria no se desarrolló lo suficiente; si-
guió siendo precaria y continuó así por largas décadas, esperando,
por ejemplo, que las lluvias favorecieran la siembra. Los únicos cam-
bios producidos en este sector vinieron desde fuera, vale decir, de
sucesos como la guerra civil en Estados Unidos o de las dos guerras
mundiales registradas en la primera mitad del siglo anterior. Ambos
conflictos incrementaron el precio del algodón y de otros productos
agropecuarios en el mercado internacional, obligando a los latifun-
distas peruanos a improvisar mecanismos de explotación de la tierra.
Lamentablemente, el apogeo no duró demasiado, y menos favoreció
a la enorme masa campesina.
Los únicos periodos donde se definió un programa de acción agrí-
cola fueron durante los gobiernos de Balta y de Piérola, pero sólo
quedó en papeles. La era del guano fue otro desliz, cuya historia es
ampliamente conocida.
El guano y el salitre [...] Fortalecieron el poder de la costa. Estimula-
ron la sedimentación del Perú nuevo en la tierra baja. Y acentuaron
el dualismo y el conflicto que hasta ahora constituyen nuestro mayor
problema histórico14.
Durante el régimen encabezado por Rufino Echenique se gestó una
nueva clase social dispuesta a formar un capital nacional. No se tra-
taba de aquella burguesía progresista que una nación en formación,
como la nuestra, demandaba; tampoco de una clase social que se pro-

13
Romero. Historia… Ob. Cit. pág. 42.
14
Mariátegui, José Carlos. 7 Ensayos...Ob. Cit. pág. 23.

Carlos Infante 45
fesara liberal y democrática, y que inspirase su política en los postu-
lados de la doctrina burguesa15. Se trataba, de una clase con ciertos
rasgos nacionalistas que desapareció cuando se produjo el golpe de
Estado de Castilla.
La situación de miseria y explotacion del campesinado se mantuvo
sin sustanciales cambios hasta el siguiente siglo, donde la base feudal
determinaba el reclutamiento de trabajadores de la sierra para actuar
como obreros del azúcar en la costa, bajo una explotación salvaje.
Junto a los latifundistas de la zona costeña, los otros grupos que go-
zaban de los beneficios económicos en el país, fueron los terratenientes
de la región andina y el sector exportador de minerales, algodón, azú-
car, café, harina de pescado y otros. En Cañete, por ejemplo, la familia
Beltrán Espantoso era propietaria de la hacienda Montalbán de 490
hectáreas cultivadas de algodón, pero además, gozaba de inversiones
en sus otras compañías como banca, seguros, inmobiliaria, minería y
petróleo. También tenía la propiedad del desaparecido diario La Pren-
sa. Otra poderosa familia fue la de los hermanos Bellido Espinoza con
2000 ha de tierras; poseían acciones en compañías de seguro e inmo-
biliarias. Los hermanos Carrillo Ramos dominaban gran parte de Ca-
ñete y Huacho, en donde poseían 3500 ha de área cultivada, además
de ser propietarios de una empresa molinera, de una inmobiliaria y de
otra de pesca. En la misma línea, se ubicaron los hermanos Moreyra y
Paz Soldán que manejaban desde el Banco Popular, hasta manufactu-
reras, incluyendo el periódico La Crónica. La familia Ízaga disponía
nada menos que de 11 615 ha de tierras en la Sociedad Agrícola Pucalá
Ltda. Además, su poder económico se sustentaba en la posesión de la
mayoría de acciones del banco Continental y en el control de empresas
de edificaciones. La familia Picasso Peralta era propietaria de tierras
de algodón y vid. Tan solo en Ica disponía de 1532 ha Su propiedad
sumaba alrededor de 6 mil ha de tierra.
Pero la riqueza no solo estuvo en manos de estas familias16. Compar-
tían el poder económico del país los Dibós Dammert –propietarios de
bancos, compañías de seguros, Perú Motors, de la empresa Good Year–,

15
Mariátegui, José Carlos. Prólogo a Tempestad en los Andes de Luis. E. Valcárcel. 1972.
pág. 14
16
Francisco Durand habla de una élite económica conformada por 40 familias oligárqui-
cas, dueñas de las más grandes y mejores haciendas de los valles costeños y serranos. En
Riqueza económica y pobreza política. Reflexiones sobre las élites del poder en un país
inestable. 2003. pág. 93.

46 Canto Grande y las Dos Colinas


los Berckemeyer, los Benavides, los Gildemeister, los Pardo, estos últi-
mos con más de 20 mil hectáreas en el departamento de La Libertad.
En el campo, la figura no resultó distinta. Los hermanos Lercari
eran posesionarios de 46 mil hectáreas de pastos y animales; vale de-
cir 46 mil ovinos, 5200 vacunos, además de ser dueños de minas, de la
Tabacalera, de Molitalia y de empresas pesqueras. En Puno, Enrique
Gibson era dueño de 79 189 ovinos, 2869 vacunos, 17 961 auquénidos,
72 530 animales de pastoreo y 200 mil ha de pasto. Otras familias
potentadas en Puno fueron los Muñoz con 130 mil hectáreas, los Pi-
chacani con 46 mil ha y diez clanes más. En Junín el patrimonio de
Ricardo Barreda y Laos consistió en 140 mil hectáreas eriazas y 180
mil hectáreas de pastos, además de 5300 vacunos, 80 mil lanares, 500
caballos y empresas de distinto giro. En el Alto Amazonas, Santiago
Arévalo contaba con 29 898 ha de tierra; en Amazonas Bajo, los pro-
pietarios de 144 800 ha fueron los Wesche y compañía; en Ucayali,
Luis Morey dispuso de 52 365 hectáreas y, en el Huallaga, la familia
Durand llegó a tener 181 232 hectáreas de terreno fértil17.
Mientras tanto, al otro extremo, principalmente el campesinado y
la creciente clase proletaria se hundían en la miseria, al tiempo que
el sector dominante se ocupaba en pugnas internas, propiciando con-
flictos con naciones limítrofes para favorecerse con los dividendos de
la guerra o respondiendo a los afanes de dominio de potencias como
Francia, Inglaterra –desde mediados del siglo XIX– y, Estados Unidos,
desde principios del XX18. En medio de estos dos fenómenos socio po-
líticos, estaban los acontecimientos que marcaron el proceso histórico
peruano: las dictaduras civiles o militares y los movimientos insurgen-
tes, principalmente, en la segunda mitad del siglo XX; donde el campe-

17
Para mayor alcance acerca de los datos expuestos en los párrafos anteriores, véase texto
de Carlos Malpica. Los dueños del Perú. 1974. págs. 80 al 157.
18
La delimitación de la frontera nacional se produjo por directa intervención de estos
países. En 1851, por ejemplo, el Perú firmó el tratado Bartolomé Herrera con el Brasil,
en ese entonces bajo dominio de Portugal y este, a su vez, bajo control de Inglaterra. Es
este último, en buena cuenta, el que definió los límites fronterizos, pues había desarrollado
compromisos económicos con el Perú para la instalación de los primeros ferrocarriles. El
otro caso fue el de la guerra con Chile, atizada por el conflicto entre franceses e ingleses. Ya
sabemos cuál fue el desenlace y los perjuicios territoriales que produjo la guerra. En 1909
se volvió a ceder territorio a Brasil y Bolivia. En 1927, gracias a Leguía, se firmó un acuerdo
con Colombia bajo la mediación de Estados Unidos, por el que se le entregó Caquetá y
Putumayo como una suerte de compensación a la decisión norteamericana de construir el
canal de Panamá, cortándole territorio a Colombia. En 1929, bajo arbitraje de los Estados
Unidos, se definió la suerte de Arica. Luego vino Ecuador. Véase «Sobre el actual conflicto
con Ecuador». Documentos de la IV Etapa del PCP. 20 de marzo de 1995.

Carlos Infante 47
sinado tuvo una notable participación, además de ofrecer sus escena-
rios y sus reivindicaciones para avivar las distintas rebeliones19.
Valcárcel había dicho algo al respecto. «Mientras en las ciudades
vivimos entregados a las pequeñas luchas por el interés y el predo-
minio individuales, en la Sierra del Perú se incuba un nuevo estado
social»20; en clara alusión a la tempestad que avanzaba desde los An-
des hacia la costa, para subordinar aquellos conflictos de rapiña –im-
pulsados por distintos caudillos civiles y militares– por la verdadera
transformación social.
La historia no ha cambiado demasiado21. Los últimos 40 años
han significado una contienda permanente ya no entre el civilismo y
sus opositores, o entre los propios representantes de la aristocracia
republicana y los militares, sino entre las dos facciones de la gran
burguesía peruana: la burocrática –sensible a la necesidad de prote-
ger los intereses del monopolio del Estado– y, la compradora, repre-
sentante del capital privado, nativo y extranjero. Con Juan Velasco
Alvarado (1968-1975) y Alan García (1985-1990), la gran burguesía
burocrática desarrolló y desplegó su poder; con Belaúnde en sus
dos gobiernos (1963-1968), (1980-1985), Morales Bermúdez (1975-
1979) y, principalmente, Fujimori (1990-2000), el capital foráneo
en complicidad con los grandes poderes económicos locales, volvió
a dirigir el país colocando al Estado bajo sus intereses22. La seudo
democracia23 y la dictadura solo han servido como recursos necesa-
rios para terminar y empezar con las pugnas entre ambas facciones.
19
Entre 1956 y 1964 se registran hasta 413 movimientos campesinos, cuyas exigencias
básicamente consistían en el problema de la tierra. Véase Buscando un Inca... Ob. Cit. de
Flores Galindo. pág. 325.
20
Valcárcel, Luis. Tempestad en los Andes. 1972. pág. 122.
21
De 40 familias oligárquicas sobrevieron a las reformas velasquistas sólo los Romero
en Piura, los Picasso y Olaechea Álvarez-Calderón en Ica y los Brescia en Lima. Un nuevo
grupo de familias comenzó a formar parte de la élite económica del país. Se trataba de
los Raffo, Ferreyros, Bentín y Nicolini. Pronto, algunos de ellos quebraron, mientras otros
sobrevivieron, dando acceso a nuevos ricos como Jaime Mur y el Consorcio Ízaga, luego
vendría el grupo Wong, Alonso Cassini, López de Romaña y Chirinos. Le seguirían Benavi-
des de Quintana, Wiese, Delgado Parker, Piazza, Graña y Montero, Bustamante, Rodríguez
Mariátegui, Lanata Piaggio, entre otros. Véase Riqueza económica… Ob. Cit. De Durand.
págs. 112–121.
22
La investigación realizada por Francisco Durand explica con mejor detalle este proceso.
Véase Riqueza económica… Ob. Cit. De Durand. 2003.
23
Hacemos hincapié en la distinción entre la verdadera democracia y aquella que subyace
al discurso demagógico de los seudo demócratas. En nuestro país la clase dominante ma-
neja ese lenguaje para encubrir al régimen autoritario.

48 Canto Grande y las Dos Colinas


El nuevo escenario
Muchas son las personas que han calificado de ruptura histórica y
determinante el golpe de Estado dirigido por Alberto Fujimori el 5 de
abril de 1992, cuando, en verdad, no fue más que parte de la historia
centenaria de los golpes de Estado promovidos por intereses políticos
o económicos de los sectores dominantes peruanos o de países impe-
rialistas como terminó siendo aquel24. Una de las posiciones que se
aproxima a describir este fenómeno político, desde esa perspectiva,
es la de Francisco Tudela (1993). Su hipótesis propone cierta proxi-
midad entre el «autogolpe» fujimorista y un acontecimiento similar
ocurrido el 3 de octubre de 1968, fecha en que se instala el «Gobierno
Revolucionario» del general Juan Velasco Alvarado, luego de depo-
ner al arquitecto Fernando Belaúnde Terry. El móvil de este desenla-
ce tuvo como razón aparente la pugna de intereses económicos. Sin
embargo, hubo otros factores colaterales que finalmente se mezcla-
ron con la disputa por el control de la producción petrolera, además
de un atenuante: Velasco no se enfrentó a un problema estrictamente
político como sí lo hizo Fujimori.
En 1968 el sentimiento nacionalista de un sector importante de
la sociedad peruana se vio exacerbado por el anuncio de Belaúnde
sobre el arreglo definitivo con la Internacional Petroleum Company
(IPC), que explotaba los yacimientos de la Brea y Pariñas. Belaúnde
había accedido condonar la deuda a la IPC a cambio del título de pro-
piedad del subsuelo y de las maquinarias instaladas en el yacimiento.
Este hecho fue entendido como una traición y evidenció la debilidad
del gobierno frente a la presión de Washington. La Brea y Pariñas se
convirtió en la bandera de lucha nacionalista y antiimperialista que
impugnaba tanto la dependencia como la cooperación económica con
los Estados Unidos25.

24
Es muy cierto que el golpe se produce en medio de ciertas contradicciones con el imperia-
lismo norteamericano. Sin embargo, ninguna de ellas fue lo suficientemente profunda como
para oponerse a la medida administrativa. Es más, la garantía de un apoyo de los Estados
Unidos al golpe fue expuesta cinco meses antes de la medida por Vladimiro Montesinos a
Francisco Loayza, asesor estratégico del Servicio de Inteligencia Nacional y al general (r)
Edgardo Mercado Jarrín, ex Premier. Véase El espía imperfecto. La telaraña siniestra de
Vladimiro Montesinos. De Sally Bowen y Jane Holligan. 2003. pág. 134.
25
Tudela, Francisco. Democracia y Derechos Humanos en el Perú de los ’90. Los nuevos
retos. 1993. pág. 61.

Carlos Infante 49
Diferentes manifestaciones populares incluyeron en sus reivindi-
caciones la expulsión de la International Petroleum Cómpany. Hugo
Neira, citado por Burga y Flores Galindo(1984), recuerda un volante
que circuló por entonces entre la masa campesina, reclamando «pe-
tróleo para el Perú», en claro rechazo a la compañía norteamericana.
Era una clara señal de la emergencia de un movimiento popular en
ciernes, conformado por obreros y campesinos, dispuestos a conver-
ger en una plataforma única.
La IPC, en 1968, llegó a acumular una deuda en impuestos a favor
del Perú por US$ 144 millones que se negó a pagar. Hasta ese año la
presión norteamericana venía impidiendo que los sucesivos gobier-
nos peruanos puedan cobrar el adeudo26. Entonces, surgieron las
condiciones para que Velasco interviniera los yacimientos, provocan-
do una ruptura de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos.
La dependencia económica con la nación del norte se suspendió mo-
mentáneamente y Velasco abrió las puertas a la ex Unión Soviética a
través de la entonces Yugoslavia y Checoslovaquia, para el inicio de
operaciones comerciales.
El 29 de agosto de 1975, Francisco Morales Bermúdez dio un golpe
de Estado en Tacna y devolvió el poder a la otra facción de la oligar-
quía peruana, encargada de poner el país en manos de capitales prin-
cipalmente norteamericanos. Cuatro años más tarde, la Asamblea
Constituyente de 1979 sentó las bases del proyecto neoliberal impul-
sado por las naciones del primer mundo. El espíritu de la carta políti-
ca de entonces se sustentaba en el capítulo económico, cuyo proceso
tuvo un impulso inicial 20 años antes con Pedro Beltrán.
En ese contexto, se instaló el gobierno de Fernando Belaúnde Te-
rry (1980-1985), que llegaba al poder por segunda vez. Casi al mis-
mo tiempo, irrumpe en el escenario nacional el Partido Comunista del
Perú. Su reconstitución había terminado un año antes en medio de un
largo conflicto ideológico, primero, con la facción de Jorge del Prado; y
luego, con Saturnino Paredes27. El accionar violento de la organización
maoísta desestabilizó al régimen demoliberal burgués, repuesto tras 12
años de conflicto militar, generando una crisis política y económica.
26
McClintock, Cynthia. La democracia negociada. Las relaciones Perú-Estados Unidos
(1980-2000). 2005. pág. 63.
27
En realidad son «cinco grandes luchas» en este proceso. Existe un interesante resumen
elaborado por Leopoldo Carbajal en el Diario de Marka bajo el título «Sendero: ¿Lumino-
so? La ruta que Sendero comenzó a caminar». En revista Encuentro Nº 21-22. 1983. Lima.

50 Canto Grande y las Dos Colinas


En octubre de 1981, el 2,2% de la población peruana se encontraba
en estado de emergencia; en diciembre de 1988, la zona de excepción
alcanzó el 43,20% del territorio peruano y en 1990, el 50%28. El Perú
se hundía en una guerra civil profunda. Para 1984, la inflación llegó
a superar el 100%. Un año después, con el gobierno de Alan García
(1985-1990), la inflación bordeó el 200% y el PBI apenas llegaba al 1%;
la crisis de producción se profundizó mientras el comercio se trasla-
daba al espacio informal. Un año antes de las elecciones de 1990, ha-
bía una hiperinflación de 2773%, los salarios privados descendieron
al 36,5% y los sueldos públicos, al 27,4%29; es decir, US$ 50 mensuales
en promedio30. Cuando Fujimori juramentaba como nuevo Presiden-
te, la crisis casi había llegado a su máximo apogeo.
La crítica situación del país favoreció al gobierno de Fujimori en la
aplicación de una serie de medidas de ajuste económico, elevando el
precio del petróleo y de sus derivados en 30 veces. En lugar de resol-
ver la crisis, provocó una profunda recesión, la más grande de nuestra
historia republicana según la revista Quehacer N° 70. Cifras oficiales
advierten que la incidencia de la pobreza aumentó en los siguientes
años, de 42,7% a 48,4%. Sólo el sector empresarial se encontraba sa-
tisfecho con las nuevas medidas. Las encuestas de fines de 1990 mos-
traban que el 95% de los grandes empresarios apoyaba a Fujimori y
el 73% predecía el éxito de sus políticas31.
Dos años después, se intenta poner fin al conflicto armado inter-
no, convertido en la principal preocupación política del gobierno. Fu-
jimori recurre al golpe de Estado el 5 de abril de 1992. Para entonces
su régimen había emitido, desde noviembre de 1991, un total de 126
decretos legislativos; 70 de los cuales correspondían a la elaboración
de un paquete de medidas económicas, cuya idea central giraba en
torno a una visión ultraliberal, y 37 decretos legislativos orientados a
la pacificación del país; la diferencia se refería a otras materias.

28
En 1990 los departamentos de Apurímac, Ayacucho, Cusco, Huancavelica, Huánuco,
Junín, Lima, Loreto, Pasco, San Martín, Ucayali y la provincia Constitucional del Callao se
encontraban en estado de Emergencia.
29
Lynch, Nicolás. Una tragedia sin héroes. La derrota de los partidos y el origen de los
independientes. Perú 1980-1992. 1999.
30
Bowen, Sally. El expediente Fujimori. El Perú y su Presidente 1990-2000. 2000. pág.
88.
31
Bowen. El expediente… Ob. Cit. pág. 83.

Carlos Infante 51
Una década de guerra
Detallar el proceso que siguió la organización armada desde el año
de 1980, fecha considerada como ruptura histórica más cercana a los
hechos que involucran el presente relato, resultaría realmente am-
plio y pondría en riesgo el objetivo que pretendemos alcanzar con el
estudio sobre los sucesos en el penal Miguel Castro Castro. Tampoco
nos ocuparemos de las circunstancias del asalto al centro carcelario
Santiago Apóstol, ejecutado en Ayacucho en 1982, cuya relación con
el tema penitenciario es evidente o con la matanza de prisioneros po-
líticos en los penales de San Pedro, San Juan Bautista –El frontón– y
Santa Bárbara en 1986. Abordaremos, brevemente, la situación en
la que se encontraba el Partido Comunista del Perú a una década de
haberle declarado la guerra al Estado peruano. Al fin y al cabo, la
aguda tensión política, provocada por el vertiginoso avance insurgen-
te, había puesto al Estado frente a la necesidad de aplicar un nuevo
genocidio32 en los penales.
En efecto, alejados radicalmente de la guerrilla protagonizada en
1965 por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria y el Ejército de
Liberación Nacional, los rebeldes maoístas se aprestaron a colocar en
la vanguardia de la lucha a un Partido Comunista. Éste se encontraba
dotado de una estructura política y militar, sumamente sólida. Solo así
pudo resistir la más encarnizada política represiva del Estado que, tres
años después de iniciado el conflicto, puso a las Fuerzas Armadas en el
campo de batalla ante el estrepitoso fracaso de las fuerzas policiales.
Al cabo de diez años de cruenta lucha, el Partido Comunista del
Perú había dejado de ser visto como uno más de los tantos movi-
mientos armados que el Estado peruano había combatido. Los más
serios análisis de la época hablaban de una posible victoria de los in-
surgentes. Los informes oficiales de organismos locales y extranjeros
como los de la Central de Inteligencia Americana (CIA) y del propio
Pentágono, pronosticaban un desenlace auspicioso para los rebeldes.

32
Cuando hablamos de nuevo genocidio, nos referimos a que hubo otro hecho similar ocu-
rrido en los penales de El Frontón, Santa Bárbara y Lurigancho en 1986. Allí murieron 254
prisioneros ejecutados en forma extrajudicial. Dentro del marco jurídico internacional este
hecho está tipificado como delito de genocidio, debido a que se ha producido la matanza de
miembros de un grupo. La Convención para la prevención y sanción del delito de genocidio,
ratificada por la Asamblea General de la ONU a través de su resolución 260 A (III), del 9 de
diciembre de 1948, considera en su artículo segundo que se entiende por genocidio: a) la
matanza de miembros del grupo; b) Lesiones graves a la integridad física o mental de los
miembros del grupo, entre otros.

52 Canto Grande y las Dos Colinas


La organización revolucionaria había alcanzado el llamado Equili-
brio Estratégico33. La proporción en el espacio político y en el frente
militar comenzaba a otorgarles un estatus diferente con relación a
la otra Colina. Se sabe que el llamado Ejército Guerrillero Popular,
para 1990, contaba con cerca de 50 mil hombres, medio millón de
personas que apoyaban directamente su causa y otro tanto, ofrecien-
do de modo abierto o encubierto, su simpatía a los comunistas34. Las
Fuerzas Armadas, mientras tanto, disponían de poco más de 70 mil
hombres y una logística e infraestructura militar muy superior a la de
su enemigo.
Según Abimael Guzmán, el mes de julio de 1992 fue «el punto más
alto al que ha llegado la lucha popular en el Perú»35. La conmoción
llegó a cubrir todo el territorio nacional. La guerra se hallaba en su
mejor apogeo y el costo era grande. Luego de una década, el número
de personas asesinadas, desaparecidas y encarceladas se contabili-
zaban en decenas de miles. Las cifras más pesimistas calculaban en
25 mil el número de peruanos muertos durante todo el período de
conflicto.
Diez años después, la Comisión de la Verdad y Reconciliación lle-
gó a estimar que la cantidad de víctimas fatales entre 1980 y 2000
fue de 69 280. Sin embargo, sus cálculos se hallaban subordinados
a los límites de la probabilística y no a evidencias fácticas, lo que ha
dado lugar a toda clase de objeciones, principalmente, en ambas Co-

33
La guerra popular en el Perú fue comprendida por el PCP como una guerra prolongada,
por lo tanto, se ajustaba a las tres etapas de desarrollo de la guerra señaladas por Mao. «La
primera es el período de ofensiva estratégica del enemigo y defensiva estratégica nuestra.
La segunda será el período de consolidación estratégica del enemigo y preparación nuestra
para la contraofensiva. La tercera, el de contraofensiva estratégica nuestra y retirada estra-
tégica del enemigo» [...] «La segunda etapa puede ser denominada de equilibrio estratégi-
co». Mao Tse Tung. Obras Escogidas. Tomo I. 1968. pág. 141
34
Proyecciones realizadas a partir del informe de la Comisión de la Verdad y Reconcilia-
ción, anexo I pág. 135. Véase, igualmente, el texto de Benedicto Jiménez en Desarrollo y
Ocaso del Terrorismo en el Perú. 2000. pág. 385; asimismo véase Revista Oiga, edición
del 18 de mayo de 1992 y Quehacer, edición Nº 54 de agosto-setiembre de 1988. La posibi-
lidad de realizar una encuesta objetiva para conocer los niveles de aprobación o rechazo a
la organización maoísta ha quedado prácticamente descartada, debido a múltiples razones,
entre ellas, el temor por aceptar una eventual adhesión y las implicancias que ello pro-
vocaría. Sin embargo, las escasas entrevistas elaboradas por algunas instituciones como
DESCO dan cuenta que para 1988, el 9,9% de la población nacional llegó a ofrecer niveles de
comprensión hacia el accionar subversivo.
35
Véase entrevista de Nelson Manrique a Abimael Guzmán en la Base Naval del Callao el
27 de enero de 2003. En Documentos Reservados. Biblioteca de la Memoria. Defensoría
del Pueblo.

Carlos Infante 53
linas. Distintas eran las cifras manejadas por organismos de dere-
chos humanos. La Comisión Especial del Senado de la República y
la Defensoría del Pueblo llegaron a cuantificar 24 mil fallecidos. El
propio teniente general FAP (r) Luis Arias Graziani, ex comisionado
del indicado grupo de trabajo, en el punto siete de su carta dirigida al
presidente de la CVR, advierte esta incoherencia36. Pero no todas las
observaciones provienen de sectores oficiales; existen aquellas vincu-
ladas al terreno académico como es el caso de las investigaciones de-
sarrolladas por la abogada Rocío Villanueva, ex adjunta de la Defen-
soría del Pueblo, quien ha elaborado un trabajo sobre las Violaciones
a los derechos humanos: cifras y datos de la Comisión de la Verdad
y Reconciliación, manuscrito, 2004. Allí demuestra la existencia de
«vacíos e incongruencias» en las cifras sobre muertos y desapareci-
dos presentadas por la CVR, que podrían afectar su conclusión más
importante acerca de la responsabilidad de Sendero Luminoso en el
conflicto armado interno37, a quien sindica como el principal perpe-
trador de víctimas durante la violencia política en el Perú.
Pero algo del cual no se habla con mucha vehemencia en los espa-
cios públicos –al desarrollar el balance del conflicto– es el tema de
los desaparecidos, cuya situación duplica la tragedia de las familias
peruanas, pues los cuerpos de sus seres queridos, probablemente, ja-
más aparecerán. Como dice Rodrigo Montoya (2005b) «las personas
desparecidas fueron previamente detenidas, interrogadas, golpeadas,
torturadas, liquidadas, quemadas y/o enterradas en algún lugar»38.
Su recuento, a la luz de un elemental examen, resulta igualmente po-
lémico al de las cifras de los muertos. Montoya, para sus cálculos, ha
hecho esa sencilla operación utilizando la misma lógica de la CVR y el
resultado convierte al Estado en el principal responsable de las des-
apariciones durante la guerra con un estimado de 9427 peruanos39.
36
Su carta señala: «Durante todos estos años se expresó que la violencia había producido
alrededor de 20,000 muertos, de los cuales la gran mayoría se imputaba a la responsabi-
lidad de las Fuerzas del Orden. Sin embargo, las investigaciones efectuadas por la Comi-
sión de la Verdad demuestran, ahora, que esa mayoría corresponde a los terroristas. En
tal sentido, esta verdad debe ser expresada de manera clara e indiscutible; no hacerlo así,
contribuye a dejar sombras sobre este sensible aspecto del problema». Véase Informe Final
de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. 2003. Tomo VIII pág. 268.
37
Véase nota de pie en Muerte en el Pentagonito de Ricardo Uceda. 2004. pág. 102.
38
Montoya, Rodrigo. «Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación: un doloroso
espejo del Perú». en Elogio... Ob. Cit. pág. 276.
39
Montoya. «Informe… »Ob. Cit. pág. 276.

54 Canto Grande y las Dos Colinas


Pero el tema de las víctimas no termina con el asesinato o las desapa-
riciones, como si esto fuera poco.
A los datos consignados en los párrafos anteriores, deben añadirse
los miles de encarcelados a cargo de las fuerzas del orden, de los cua-
les, una mayoría absoluta, no cargaba una sentencia sobre sus espal-
das; por lo tanto, su inocencia se encontraba plenamente vigente.
Según la Comisión Especial del Senado de la República, en oc-
tubre de 1991, el penal de máxima seguridad Miguel Castro Castro
albergaba a 721 acusados por el delito de terrorismo, solo 25 de los
cuales estaban sentenciados40. Pero Castro Castro no era el único lu-
gar de encierro. Otro importante número se encontraba recluido en
los distintos penales del país.
Es cierto que hasta finales del año 91, la cifra de prisioneros polí-
ticos no superaba los 1500, pero también es verdad que muchos de
ellos no se encontraban purgando sentencia alguna. A partir de mayo
de 1992, las estadísticas se modificaron sustantivamente. Entre 1992
y el año 2000, el Registro Único de Detenidos (RUD) contabilizó 21
795 internos, cantidad muy parecida a la alcanzada por Amnistía In-
ternacional. Y si bien el proceso judicial se hizo de modo sumarísimo,
pronto habría de advertirse el alto porcentaje de sentenciados sin
prueba válida de su vinculación con la insurgencia.
En ese contexto terminaba una década de guerra y se abría otra
anunciando su dureza. La herencia del gobierno aprista –entre otras
cosas– fueron presidios concentrados de gente acusada de pertenecer
al Partido Comunista del Perú y, en menor grado, al Movimiento Re-
volucionario Túpac Amaru. Una parte de los prisioneros permanecía
en Castro Castro, penal al que también se le llegó a conocer como
Canto Grande.
A pesar de los informes del senado, realmente las cifras de los de-
tenidos siempre fueron distintas. Algunas calculaban en 500, entre
mujeres y varones. Por su parte, la Comisión Interamericana de Dere-
chos Humanos (CIDH) reconocía 539 internos a la fecha de producida
la matanza, ubicados en los pabellones 4B y 1A. Mientras que el Insti-
tuto Nacional Penitenciario tenía en su lista 814 reclusos, 150 de ellos
pertenecían al MRTA y el resto al PCP41. Esa habría sido la cantidad que
transfirió finalmente a la Policía Nacional cuando se hizo cargo de la

40
Diario La República. Especial. Domingo 17 de mayo de 1992. pág. 6.
41
Diario La República. Jueves 14 de mayo de 1992. pág. 9.

Carlos Infante 55
vigilancia y control de los penales a mediados de abril de 1992.
Entre los detenidos, estaban conocidos dirigentes de la organización
comunista arrestados luego de varios operativos policiales realizados
entre 1988 y 1991, período de intensa confrontación militar en el Perú.
El PCP había recibido serios golpes, pero ninguno, hasta ese momento,
como para desviarlo de su objetivo central: la conquista del poder.

Terrorismo y política carcelaria


En el Perú, la palabra terrorista ha servido para darle identidad
únicamente a los integrantes de dos organizaciones armadas: el Par-
tido Comunista del Perú y el Movimiento Revolucionario Túpac Ama-
ru. Dicha identidad no partió sino del propio Estado o, vale decir,
de sus representantes en las altas esferas del poder político perua-
no, cuyo interés por construir la figura del terror en el imaginario de
la opinión pública, con relación a los rebeldes, no cobró fuerza sino
hasta después del inicio de la lucha armada, luego de adquirir cierta
conciencia de la magnitud del proyecto insurgente y de la sustantiva
diferencia que tuvo con el movimiento armado de mediados de los
sesenta42. Aquel alzamiento maoísta, era otra cosa y, aunque ausen-
te de una estrategia coherente para combatirlo, el Estado, utilizando
todos los medios a su alcance, logró penetrar con relativo éxito en el
imaginario social y les impuso el sobrenombre de terroristas.
La confrontación entre Estado y subversión abrió un nuevo espacio
de conflicto en la esfera política. El concepto de terrorismo fue extraído
del escenario académico para convertirlo en un instrumento de la gue-
rra. De esa forma, en el terreno de lo público, el Estado obtuvo una ven-
taja en perjuicio de una mejor comprensión del fenómeno socio políti-
co, en donde una lectura más objetiva del conflicto debió estar a cargo
de una intelectualidad menos comprometida con la conciencia oficial.
Aunque la mayoría de estudiosos del fenómeno subversivo se colo-
caron detrás del Estado, en su ánimo por justificar su existencia y, de
paso, preservar el actual estado de cosas, hubo de aquellos que mira-
ron con ojos más escrutadores; si bien, mostraron sus reparos con la
causa comunista, llamaron las cosas por su nombre. De esa manera, el

42
La guerrilla del 65 movilizó a pequeños grupos en Cajamarca, Junín, Ayacucho y Cusco.
Pero el movimiento fue realmente discreto, de modo que en seis meses, la guerrilla fue
aplastada completamente por el Ejército Peruano.

56 Canto Grande y las Dos Colinas


vocablo terrorismo se ajustó únicamente a una designación política,
mas no académica. Nicolás Lynch (1999) retomando a Giovanni Sarto-
ri, por ejemplo, le asigna a las organizaciones del tipo de los maoístas
peruanos, la condición de partido revolucionario, antisistémico, cuyo
uso de métodos u otras particularidades en su desenvolvimiento, no lo
hace menos partido43. Pero ¿qué es el terrorismo?
Podría definirse al terrorismo como la actividad destinada a provocar
miedo, pánico o terror con la finalidad de obtener un resultado. En el
caso del terrorismo de Estado [del que Noam Chomsky –2006– nos
ofrece una ilustrada impresión en Hegemonía o supervivencia, la es-
trategia imperialista de Estados Unidos], el resultado buscado gene-
ralmente consiste en paralizar o destruir a la oposición política o ideo-
lógica y/o en aniquilar a la oposición armada. El terrorismo de grupos
generalmente se propone obtener una reivindicación particular o un
cambio de la política de un Estado o grupo de Estados44.
La idea de considerarlo un método se muestra convincente, pues
no limita ni excluye a nadie de alimentar sus acciones en base a prác-
ticas terroristas.
Algo distinto sugiere la Comisión Andina de Juristas. Precisa que es
un fenómeno de alcance global caracterizado por la utilización ilegal o
amenaza de violencia premeditada, encubierta y sorpresiva que, a par-
tir de una motivación política, busca sembrar el terror para establecer
un contexto de intimidación, provocar repercusiones psicológicas de
amplio espectro más allá de la víctima elegida como objetivo, generar
pánico, producir histeria, miedo, y liquidar el orden y la autoridad
en las sociedades, afectando sustantivamente el Estado de Derecho o
Rule of Law. El contexto establecido permite promocionar una causa
de índole político, religioso o ideológico, las cuales requieren de un
accionar político. Como consecuencia de todo ello, se pone en peligro
la vida, salud y bienestar de las personas, atentándose contra la paz y
seguridad internacionales45.
Superando esa línea, el Instituto de Estudios Internacionales de la Uni-
versidad Católica del Perú (IEI) ha optado por una comprensión menos
relativa y neutral del concepto. Se trata –precisa el Instituto- de una
práctica consustancial a grupos subversivos que operan contra el Es-
43
Lynch, Nicolás. Una tragedia...Ob. Cit. págs. 221-222.
44
Fajardo, Manuel. «Crítica de la Convención Interamericana sobre Terrorismo». Revista
Animus Defendendi. 2003. pág. 5.
45
Véase informe de la Comisión Andina de Juristas a través de la red de información
jurídica.

Carlos Infante 57
tado y la sociedad civil46. Aún cuando su propia definición no se ajusta
a esta percepción, el IEI supone un Estado libre de cualquier cargo de
terrorismo. Esta fue y es la concepción dominante en el Perú.
El sesgo conceptual reproducido por intelectuales y políticos en-
cajó dentro la estrategia gubernamental que terminó por extender el
vocablo terrorista a toda forma de subversión. De allí se explica, por
qué –en el conflicto armado interno vivido en nuestro país durante la
década de los ochenta y parte del noventa– la calificación de terroris-
ta devino en un mecanismo estigmatizador contra los rebeldes y pasó
a ser un aspecto fundamental dentro de la llamada Guerra de Baja
Intensidad (GBI)47, estrategia que fue puesta en práctica en el Perú y
en aquellos países donde se desarrollaban procesos insurgentes. Sin
embargo, jamás se llegó formalmente a concebir al Estado como un
Estado terrorista a pesar de las evidencias, designando los actos co-
metidos por fuerzas militares y policiales como «simples excesos»48.
No es casual que la Organización de Naciones Unidas (ONU) haya
emprendido una cruzada internacional contra el terrorismo a partir
de la Resolución 1373, excluyendo a priori a las potencias mundiales

46
Novak, Fabián y Namihas, Sandra. Amenazas Globales a la seguridad: El terrorismo.
2005. pág. 9. Una lectura similar la ofrece el general (r) Edgardo Mercado Jarrín en «El
terrorismo y la seguridad del Estado». Revista Encuentro. 1983. pág. 6.
47
Según el Manual de Campo 100-20 del Ejército de los Estados Unidos, Military Ope-
rations in Low Intensity Conflict, la Guerra de Baja Intensidad (GBI) es una confrontación
político militar entre estados o grupos por debajo de la guerra convencional y por encima
de la competencia pacífica entre naciones. La GBI involucra a menudo luchas prolongadas
de principios e ideologías y se desarrolla a través de una combinación de medios políticos,
económicos, de información y militares. Este tipo de confrontación se ubica generalmente
en el Tercer mundo, pero contiene implicaciones de seguridad regional y global. Varios
elementos militares y políticos se combinan para asegurar que la GBI será la forma más
común de confrontación que los norteamericanos tendrán que enfrentar en el futuro inme-
diato. Entre ellas destacan los profundos problemas sociales, económicos y políticos de las
naciones del Tercer Mundo que crean un terreno fértil para el desarrollo de la insurgencia
y otros conflictos con un impacto adverso a los intereses de los Estados Unidos. Una de
las principales operaciones es la insurgencia y contrainsurgencia y la lucha contra el te-
rrorismo. Mientras que según el Comité de Derechos Humanos, se trata de una Estrategia
Global contrainsurgente que emplea una guerra de inteligencia y psicológica, con el fin de
desgastar y agotar las fuerzas del enemigo. Tuvo uno de sus mayores ensayos en Viet Nam.
En la aplicación de la GBI, intervienen diversas instituciones gubernamentales, así como el
control de los medios de comunicación para darle un carácter integral, sobresaliendo los
aspectos económico, político, militar, comunicaciones, antropológico, psicológico, médico,
social, cultural, ideológico, etc. Véase www.nodo50.org/pchiapas/home.htm
48
Sin ir muy lejos, la posibilidad de hallar un Estado haciendo uso de prácticas terroristas,
al que Scott Palmer llama «terrorismo de Estado», se presenta regularmente en el caso pe-
ruano. Véase «Terror en el nombre de Mao. Revolución y respuesta en el Perú». En Desde
el exterior: El Perú y sus estudiosos. De Luis Millones y Takahiro Kato. 2005. pág. 199.

58 Canto Grande y las Dos Colinas


y a la mayoría de estados, en la práctica de acciones terroristas. Por
eso propone que
deberían formar parte de una estrategia tri-partita que apoyara los
esfuerzos mundiales para disuadir a los grupos de des-contentos de
adoptar al terrorismo, negar a grupos o individuos los medios para
llevar a cabo actos terroristas y fomentar una cooperación internacio-
nal amplia en la lucha contra el terrorismo49.
A lo mucho, ensaya una denuncia contra aquellos estados que auspi-
cian estas prácticas, pero niega manifiestamente la aplicación de un
terrorismo sistemático y premeditado en instituciones conformantes
de su organización.
Desde su propia concepción, los estados entienden que, al haber
suscrito la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU
a partir de 1948, se encuentran libres de cualquier cuestionamiento y
sospecha acerca de sus acciones coercitivas. Por eso, resulta sorpren-
dente e inaceptable que, quien debiera velar por la seguridad de los
pueblos, se convierta en una máquina de terror.
La historia identifica a muchos estados que aplicaron el terroris-
mo como mecanismo de sometimiento. Lo hizo el Estado nazi, tam-
bién lo hicieron los estados europeos con el propósito de defender
sus colonias en África y en otros continentes; pero, mención especial
merece los Estados Unidos, cuyo uso de políticas y prácticas terroris-
tas en el mundo es ampliamente conocido y a las cuales, James Petras
(2003) califica como «nueva barbarie». Por lo tanto,
el terrorismo de Estado (o del Poder) ha sido desde la remota antigüe-
dad y es actualmente la forma principal de terrorismo, destinado a pre-
servar el orden establecido y el terrorismo individual o de grupos es ge-
neralmente la respuesta al terrorismo de Estado (y no a la inversa)50.
De acuerdo a un artículo publicado por la revista Libredebate, el te-
rrorismo «tiene sus causas y que, en grandísima medida, éstas son
internas al capitalismo neoliberal globalizado y son inseparables de
los actos irresponsables de una política ‘exterior’ imperial que ha ju-
gado y juega con fuego y no ha vacilado en utilizar la violencia contra
poblaciones civiles»51. En consecuencia, resulta sorprendente cómo
49
Página web de la Organización de Naciones Unidas. 2003.
50
Fajardo. «Crítica… »Ob. Cit. pág. 5.
51
Brawn, John. «La definición del terrorismo: ¿innovación jurídica o regreso a un pasado
oscuro?» www.libredebate.com.

Carlos Infante 59
los estados utilizan todos los medios a su alcance, no solo para despo-
jarse de una calificación como esa, sino para atribuírselo a todo ene-
migo suyo. ¿Acaso el miedo es su principal operador? En todo caso
«el miedo es siempre una experiencia individualmente experimenta-
da, socialmente construida y culturalmente compartida»52.
Hay quienes analizan el terrorismo como una estructura organi-
zada; pero, tambien, hay de aquellos que se aproximan a entenderla
como un método, una herramienta, un procedimiento o «la práctica
que recurre sistemáticamente y dentro de una estrategia determina-
da a la violencia contra las personas o las cosas, provocando temor
útil a los objetivos políticos del grupo que la emplea»53.
Siendo así, la eventualidad de encontrar aquellas prácticas en el
Estado resulta absolutamente posible; es más, se hacen necesarias,
si entendemos el real sentido de aquella entidad política: el Estado.
Vayamos a ver su definición a partir de distintas formas que existen
de comprenderla.
La revista Metapolítica se refiere al Estado como el cuerpo político
organizado para ejercer y controlar el uso de la fuerza sobre un pue-
blo determinado y en un territorio dado54.
Desde una lectura histórica, Max Weber (1998) ubica al Estado en
el horizonte de la modernidad capitalista y concentra el monopolio
legítimo de la violencia, pero ese privilegio no supone una dimensión
ético normativa, sino la creencia firme de los sometidos en que el po-
der está justificado. Desde su aparición en el siglo XVII–agrega We-
ber– el Estado se ha convertido en representante de una «comunidad
humana que en el interior de un determinado territorio […] reclama
para sí el monopolio de la coacción física legítima»55; «de esta forma
el Estado ha pasado a convertirse en un vigilante nocturno, cuya exis-
tencia se califica como un ‘mal necesario’»56.
Desde una posición contraria, el marxismo encuentra una explica-
ción mucho más amplia a partir de su carácter de clase. Para Engels
(1988), el Estado es más bien

52
Reguillo, Rossana. «Miedos: imaginarios, territorios, narrativas». 2001. pág. 73.
53
Senado de la República. «Violencia y pacificación». Informe anual. 1988. pág. 51.
54
Cansino, César. «Crisis y transformación de la política. Reflexiones sobre el Estado fine-
secular». 2001. pág. 90.
55
Weber, Max. Economía y Sociedad. Esbozo de Sociología comprensiva. 1998. pág. 1056.
56
Cansino. «Crisis y…» Ob. Cit. pág. 91.

60 Canto Grande y las Dos Colinas


un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo de-
terminado; es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una
irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antago-
nismos irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero a fin de
que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pug-
na no se devoren a sí mismas y no consuman a la sociedad en una lucha
estéril, se hace necesario un poder situado aparentemente por encima
de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los
límites del ‘orden’. Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone
por encima de ella y se divorcia de ella más y más, es el Estado57.
En esa medida, contrariamente a la visión liberal, el Estado no puede
ser jamás una fuerza neutral representativa del interés común.
Como instrumento de poder, el Estado responde exclusivamente a
los intereses de quienes lo controlan. Su influencia sobre los someti-
dos –para justificar ciegamente su poder– no es más que el mecanis-
mo empleado por este elemento superestructural en su propósito por
mantener determinado orden social.
De esta forma, ninguna fuerza externa resulta legítima si su inten-
to es derrocar al Estado. Por eso la fuerza pública se encarga de su
defensa, utilizando todos los mecanismos a su alcance. De pronto, el
terrorismo se ha convertido en uno de sus engendros con el cual se
organiza la represión y el sometimiento estatal a toda expresión de
rebeldía. Utiliza la violencia y, muchas veces, el genocidio, amparán-
dose en una institucionalidad jurídica, política y mediática. Aplica la
violencia represiva a través de las detenciones, torturas, persecusio-
nes y desapariciones; no importa si se contrapone el marco jurídico
con las libertades fundamentales.
Eso es lo que ocurrió durante el proceso de guerra interna desa-
rrollado en el Perú, sobre todo en los penales. Allí se condensó todo el
odio represivo del Estado a través del uso de la fuerza (violencia físi-
ca) y de las leyes (violencia simbólica)58. Estas formas de sometimien-
to también se extendieron a la población en su conjunto; se buscaba,
así, legitimar la violencia organizada. Por eso Hobbes (1984) concibe
al Estado como violencia organizada, porque defiende el autoritaris-

57
Engels, Federico. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. 1988. pág.
170.
58
Categoría empleada por Pierre Bourdieu y Jean Claude Paseron. En La Reproducción.
Elementos para una teoría del sistema de enseñanza. 1983.

Carlos Infante 61
mo y el servilismo en el pueblo59.
Para el Estado, la libertad del hombre no debe superar los límites
del control. Aquí encaja la reflexión de Rousseau (1975) cuando seña-
la que «el hombre ha nacido libre, y sin embargo, por todas partes se
encuentra encadenado. Tal cual se cree el amo de los demás, cuando,
en verdad, no deja de ser tan esclavo como ellos»60. De allí que sobre-
viene la contradicción. El esclavo rebelde no solo aspira su libertad
sino desea poseerlo todo; apela a un tipo de violencia capaz de opo-
nerla a otra, de carácter institucional, que se refleja en el Estado.
Para Engels, toda esclavización o sometimiento es un acto de vio-
lencia y quien ostente el poder económico y político pondrá los recur-
sos materiales al servicio de aquella. El Estado es la violencia organi-
zada, es el instrumento de dominación de una clase sobre otra. Tiene
la facultad de oprimir, pero también posee la capacidad de eliminar lo
que ha generado: la lucha de clases61. De allí la siguiente tesis:
La toma del poder por el proletariado tiene un doble sentido: ejercer
la violencia contra la clase explotadora que se resiste a perder sus pri-
vilegios; y crear la posibilidad real de eliminar la violencia que surge
de las contradicciones antagónicas que se derivan de la propiedad pri-
vada sobre los medios de producción62.
En consecuencia, al desaparecer el Estado, desaparecerá la violencia
organizada, pero las contradicciones, no; éstas asumirán otras carac-
terísticas.
Por otro lado, los conceptos de violencia y agresión no comparten
significados idénticos como lo sugiere la teoría de los sociobiólogos.
Estos afirman que la agresión es un mecanismo de adaptación por el
que hombres y animales se confunden. Por el contrario, creemos que
la violencia es una forma de agresión más compleja que se refiere ex-
clusivamente a los seres humanos y que está mediada por la concien-
cia y la tecnología. De este modo, la violencia es la acción consciente
o inconsciente que involucra el ejercicio de la fuerza y, como producto
social, es aplicado exclusivamente por los seres humanos.
En la prisión, la práctica de la violencia se hace más notoria y co-
59
Hobbes, Thomas. Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y
civil. 1984. pág. 180.
60
Rousseau, Jean. J. Contrato Social. 1 975. págs. 31-32.
61
Lenin. V. I. El estado y la revolución. 1 975. pág. 9.
62
Tecla, Alfredo. Antropología de la violencia. 1999. pág. 64.

62 Canto Grande y las Dos Colinas


tidiana, no solo entre los internos sino fundamentalmente a cargo de
los carceleros. Bajo el pretexto de la «readaptación social del conde-
nado», la guardia hegemoniza el uso de la fuerza sometiendo a los
reclusos a todo tipo de vejámenes. Pero
ser un preso tiene que ver más bien con una situación de clase y un
criterio relativo de justicia, debido a que la clase en el poder no respeta
las reglas del juego impuestas por ella misma. De tal manera que tiene
razón de ser la pregunta ¿quiénes son los delincuentes y violentos?63
No se trata de una reivindicación del preso ni del delincuente, sino del
cuestionamiento al sistema vigente que pretende juzgar a otros por lo
que piensan y hacen. El orden dominante niega la relación causal entre
la criminalidad y los problemas estructurales, culpa a la pobreza de ser
la madre de todos los males y no repara en que es el propio sistema
el que promueve la criminalidad. La pobreza no es causa sino efecto.
En El nacimiento de Sendero Luminoso, Degregori (1990) desliza esta
idea. Alude a la explotación terrateniente, a la opresión servil y a la
discriminación étnica, como variables equivalentes a la pobreza. Ste-
ve Stein y Carlos Monge (1988) desarrollan, por su parte, un análisis
interesante acerca de las causas estructurales de la miseria. No hablan
expresamente de las relaciones capitalistas, ni del ultraliberalismo
económico como el factor causante de la pobreza y de las desigualda-
des sociales, pero infieren el sentido intrínseco que aquellos aspectos le
conceden al empobrecimiento de las sociedades y de los pueblos.
Y es que la pobreza subsistirá en la medida en que la miseria huma-
na siga propagándose en perjuicio de las grandes mayorías. Por eso,
los hombres han «inventado» un modo de respuesta ante esta forma
de opresión. Se trata de la rebelión que no sólo constituye un derecho
inalienable, cuya práctica obedece al sentimiento racional y material,
sino que, además, está claramente tipificada en normas internaciona-
les que les faculta subvertir un orden a partir de la lógica social.

63
Tecla. Antropología… Ob. Cit. pág. 98.

Carlos Infante 63
Capítulo 2
Prensa, guerra y masacre

La prensa y su discurso
Analizar el comportamiento social de la prensa local no resulta, de-
finitivamente, una labor sencilla. Menos aún podría haber sido una
investigación acerca del papel de todos los medios de difusión masiva
(televisión, radio y prensa) frente a un tema complejo y altamente
sensible. En primer lugar, fue fundamental restringir el universo de
estudio a los periódicos limeños, cuya cobertura y circulación se pro-
yectan a gran parte del territorio nacional. A diferencia de los medios
audivisuales, la prensa provoca una obligada situación de interés ac-
tivo hacia el medio; mientras que la radio y la televisión llegan mu-
chas veces al cerebro de manera general, poco activa, que literalmen-
te deviene en «atontamiento»64.
La prensa se distingue de la televisión, de la radio o de cualquier
otro medio electrónico, por cuestiones de sentido y forma. Carlos Pa-
rra Morzán (1990) estima que el concepto de prensa, por extensión,
puede aplicarse a la actividad periodística en los medios audiovisuales.
Bajo este criterio, el periodismo impreso habría de llamarse también
«prensa escrita» y los otros instrumentos: «prensa hablada» y «prensa
televisiva». La fuerza de la costumbre ha zanjado la discusión acerca
de este tema, aún cuando se observa una definición convencional y sin
consistencia argumentativa. Tampoco creemos que resista un mayor
esfuerzo teórico, pero sí una necesaria diferenciación que comience
por advertir la incongruencia lógica en la acepción: «prensa escrita».
Por lo tanto, no se trata de un problema de construcción semán-
tica, sino discursiva. No es lo mismo decir «prensa» y «prensa es-
crita», la analogía en el último concepto se traslada a una especie de
eufemismo. Sin embargo, el escenario para un análisis relativamente
64
Carrillo Ch., Salvador. Estrategias de medios publicitarios. 1998. pág. 43.

64 Canto Grande y las Dos Colinas


amplio estará permanentemente abierto, de modo que el lenguaje co-
mún se vea renovado con un concepto correcto que vaya formando
paulatinamente el adecuado sentido de las palabras.
Comenzaremos ensayando algunos planteamientos que reforza-
rán la necesidad de marcar identidades conceptuales entre prensa y
lo que se ha llamado equivocamente «prensa escrita».
Es cierto que las formas de expresión se remontan al estadio in-
ferior de la infancia del género humano. Allí comienza a formarse el
lenguaje articulado, pero, será el papiro egipcio el más genuino an-
tecedente de lo que hoy conocemos como periodismo escrito. Sus
cambios se producen por necesidades históricas, hasta que en el siglo
XV, se descubre primero, el grabado de manuscritos en planchas de
madera; luego, aparece la imprenta de tipos móviles a cargo de Jo-
hann Gensfleisch Zum Gutemberg. «Una decena de años después de
la muerte de Gutemberg –en 1468– la imprenta era un sistema popu-
lar de impresión. Las prensas, cada vez más perfeccionadas, estaban
instaladas en prácticamente toda Europa»65.
De esa forma, la prensa adquirió carta de nacimiento. Su nombre,
desde entonces, fue acuñado en el lenguaje técnico de los primeros
impresores, en alusión al procedimiento que se generaba durante el
proceso de grabado. Pero no fueron los escritores quienes gozaron
principalmente de las bondades de la imprenta, sino los periodis-
tas, cuya labor resultaba ser menos costosa y menos prolongada en
el tiempo. Sus primeras formas eran las hojas sueltas y los libros de
noticias, aparecidos en 1513 en Europa. Solo un siglo más tarde, en
1605, con la aparición del periódico Nieuwe Tijdingen de Amberes66,
las noticias impresas habrían de emitirse con periodicidad estable.
En esta primera fase, la edición de periódicos, al igual que toda activi-
dad de impresión, estaba sujeta a la obtención de licencias, privilegios
o patentes, que concedía la aristocracia secular o eclesiástica con el fin
de asegurar el deseado control de esta actividad por parte de la clase
feudal gobernante. Los privilegios contenían diversas cláusulas y con-
diciones que el impresor debía respetar. Imprimir un periódico u otro
tipo de publicación sin tal licencia o en violación de las instrucciones
contenidas en ella era considerado como acto delictivo67.
65
Gargurevich, Juan. Prensa, Radio y Tv. Historia Crítica.1987. pág. 17.
66
Cebrián, Juan Luis. ¿Qué pasa en el mundo? Los medios de información de masas. 1985.
pág 10.
67
Hudec, Vladimir. Teoría General del Periodismo. 1991. pág. 15.

Carlos Infante 65
Esto dio lugar a diversos movimientos de resistencia en Europa, sobre
todo en los sectores de la naciente burguesía que concentraba en sus
manos la redacción e impresión de los periódicos. En 1622, aparece
en Inglaterra el semanario Current of General de eminente carácter
político e ideológico68, enarbolando un discurso subversivo. Pronto,
el régimen de entonces dejó de despreciar este instrumento y creó sus
propios órganos informativos, a la vez que comenzó a introducir un
marco jurídico dispuesto a controlar y reprimir la actividad periodís-
tica de oposición.
La primera conquista en esta batalla fue la abolición de la llamada
Ley de censura en 1695 en Inglaterra. No obstante, lejos de suspender
el asedio contra los periodistas de esa época, se implementaron dis-
tintas formas de control gubernamental con el propósito de restringir
su creciente influencia ideológica. Había comenzado así, la lucha por
la auténtica libertad de prensa en el mundo.
Pero la actividad impresa ha ido cambiando y ampliando sus fron-
teras. El siglo XIX se caracteriza por ser una época en donde la prensa
inicia su despegue, camino a convertirse en el único medio masivo
de difusión en el mundo. En el siglo XX, la situación de los periódicos
sale de toda capacidad de cálculo. La UNESCO registraba en la década
de los setenta, más de ocho mil periódicos y 400 millones de ejempla-
res diarios en el mundo, sin contabilizar a los lectores de la República
Popular de China. Hoy, existe una gigantesca industria alrededor del
periodismo impreso al que ha servido significativamente el avance
tecnológico. Sin embargo, ha sido precisamente este fenómeno social
el que ha dado origen a la aparición de medios electrónicos, cuya ca-
pacidad ha superado con creces los alcances de la prensa. Tanto la ra-
dio como la televisión han logrado asimilar con éxito la actividad que
encumbró al periodismo impreso, al extremo de imponer y atribuirse
algo que por historia le corresponde a la prensa. En la televisión o
en la radio, los espacios periodísticos no organizan su producción en
base a la utilización de maquinaria de impresión para lanzar al aire
los «radioperiódicos» o «telediarios»; es más, no emplean la prensa
para desarrollar sus actividades. El lenguaje para informar ideas de
todo tipo es absolutamente distinto en los tres medios. Mientras la
televisión emplea el lenguaje visual y oral, combinando sonido, color
y movimiento; la prensa trabaja con un lenguaje escrito. He allí las
68
Hudec. Teoría… Ob. Cit. pág. 17.

66 Canto Grande y las Dos Colinas


sustanciales diferencias donde la historia, su proceso y esencia califi-
can como elementos distintivos.
Bajo esta mirada, el problema no reside en el lenguaje que utilizan,
estéticamente hablando, sino en las bases sociales que organizan su
discurso para retransmitirlo a grandes masas. Si está demostrado que
la mayoría de las personas obtienen de los medios masivos, la mayor
parte de su información acerca de la estructura social; la disputa por
obtener el control de este flujo fundamental de imaginería social, es
muy grande. Normalmente, quienes concentran este gran poder, son
aquellos que se sitúan en la cima de la estructura de clases69. Este es el
punto de partida para saber cómo nos relacionamos recíprocamente
y cómo los medios intervienen en las relaciones sociales. Es decir, la
estructura de las relaciones sociales determina los modos de comuni-
cación y la expresión cultural, no al revés.
Aquella estructura se encuentra determinada por el modo de pro-
ducción vigente.
La clase que dispone de los medios de producción material controla al
mismo tiempo los medios de producción mental, de manera que, por
lo mismo, las ideas de los que carecen de los medios de producción
mental están sujetos a ella70.
Es posible que en oposición a esta idea, a la que algunos juzgan de
«arcaica», se alegue debilidad de la sociedad democrática, lo que
hace susceptible a los medios a cierta influencia del poder oficial. Es
más, arguye –el pensamiento liberal– que las instituciones y los pro-
fesionales de los medios tienen un grado considerable de autonomía,
como resultado del modelo pluralista de la «sociedad industrial avan-
zada»71 en la que viven y en donde las imperfecciones solo formarían
parte de espacios marginales, dispuestos a superarse, en tanto se for-
talezca la institucionalidad.
Pero la realidad es otra. La producción y distribución de ideas se
encuentra a merced de los propietarios de las empresas informativas
y estas, se mueven en función a sus intereses económicos y políticos.
Dentro de la pluralidad de la que se jactan, sólo está permitido todo
69
Murdock, Graham y Golding, Peter. «Capitalismo, comunicaciones y relaciones de cla-
se». En Medios masivos y sociedad. Perspectivas generales. 1981. pág. 22.
70
Marx, Carlos y Engels, Federico. «La Ideología Alemana» en Feuerbach. Oposición en-
tre las concepciones materialista e idealista. 1966.
71
Murdock et al. «Capitalismo…» Ob. Cit. pág. 19.

Carlos Infante 67
aquello que no altere el establishment en el que se mueven sus inte-
reses; cuando se superan esos límites, la historia cambia. El resto es
hipocresía cubierta de una falsa conciencia bajo el célebre membrete
de la tolerancia. Lo concreto es que se utilizan los medios masivos de
información para dominar el pensamiento de los grupos subordina-
dos e imponer cierta cosmovisión. El fondo es el mismo, lo que varían
son las maneras de introducir esas ideas, esas formas de concebir la
realidad, utilizando la mediación como estrategia de dominio siste-
mático y progresivo.
A esa forma de introducir las ideas a partir de cierto sistema de có-
digos lingüísticos estructurado bajo un orden lógico, coherente, con
sentido propio –aún cuando la intención sea la defensa de una con-
cepción que a todas luces resulta ofensiva a la causa humana– hemos
de llamar discurso. Detengámonos a realizar un breve análisis teórico
al respecto.
Barthes (1975) y Hendricks (1985) definen el discurso como un
sistema semiótico que reclama un espacio en el campo de la comuni-
cación. Courtes propone algo similar, considera al discurso como la
agrupación de estructuras lingüísticas o unidades semióticas72. Van
Dijk admite esta premisa bajo elementales aspectos de coherencia73 y
sostiene, además, que el discurso es la sociedad e interacción de fra-
ses y proposiciones que recorren el siguiente itinerario: introducción,
continuidad, expansión, topicalización y enfoque74. Es decir, una diná-
mica lingüística que se organiza sobre la linealidad de sus secuencias.
Junto a los elementos anteriores, Ricoeur (1999) agrega otros as-
pectos. El discurso escrito –añade el autor– es lo fijado y se organiza
de modo independiente a la construcción oral75, algo del cual disen-
timos. Desde su lectura, la relación dialógica entre emisor–receptor
no existe en el discurso escrito, como sí ocurre en el discurso oral. En
consecuencia, Ricoeur plantea que el proceso comunicativo no se da a
plenitud; es más, corre el riesgo de no producirse por la concurrencia

72
Courtes, Joseph. Introducción a la Semiótica Narrativa y Discursiva. Metodología y
aplicación. Estudio preliminar de A. J. Greimas. 1980. pág. 87.
73
Van Dijk, Teun. Texto y Contexto. Semántica y pragmática del Discurso. 1980. pág. 147.
74
Además de ellos, añade el orden, la forma, el sentido, el estilo, la retórica y el esquema.
Se trata de dimensiones que organizan ciertos niveles por los que camina el discurso. Van
Dijk. El discurso como estructura y proceso. Volumen 1. 2000. págs. 29 al 37.
75
Ricoeur, Paúl. Historia y Narratividad. 1999. págs. 60 al 68.

68 Canto Grande y las Dos Colinas


de un proceso de ruptura y discontinuidad; ruptura que se muestra
categórica entre discurso oral y escrito.
Marcando distancias y aproximaciones con la perspectiva de Ri-
coeur, consideramos que el discurso escrito recorre figuras del mun-
do y se nutre del capital cultural simbólico; se organiza sobre formas
narrativas, estableciendo movimiento y dinamizando el lenguaje, en
tanto actúa como extensión del habla. El discurso escrito ingresa al
espacio comunicativo, pero no necesariamente lo envuelve; sale de su
esfera cuando la organización de un sistema de relación indirecta en-
tre emisor y receptor, favorece la hegemonía de un proceso informa-
tivo, impersonal, no socializado. Y, siendo extraordinariamente co-
dificado, no está en condiciones de apartarse del habla por su misma
sociedad lingüística. Aunque por momentos se opongan, establecen
una relación de reciprocidad.
En la prensa, el discurso (escrito) se organiza bajo este fundamen-
to. En primer lugar, impide una acción dialógica, se muestra jerar-
quizada y más arbitraria. En segundo lugar, elabora una meta-rea-
lidad en base a códigos lingüísticos articulados por distintos modos
de comprensión que ayudan a proyectar la realidad con diferentes
grados de fidelidad. En todos los casos, la fuente de aquel complejo
simbólico es el mundo real, pero ocurre habitualmente que ese ánimo
por deformar dicha realidad y ordenarla o desordenarla en base a dis-
tintas formas de conciencia, suele imponerse con frecuencia.
Lo mismo pasa con el discurso oral o visual en la televisión, aun-
que con cierto agravante. A su esencia mediática, se añaden los efec-
tos de una vertiginosa combinación de sonido e imagen. El proceso
ocurre en micro segundos, en un espacio temporal que suele ser apro-
vechado para deslizar cuerpos simbólicos de todo tipo, desde descar-
gas codificadas hasta elaboraciones subliminales76.
Con tantas limitaciones de tiempo, la virulencia de los acontecimien-
tos televisados queda reducida, en el mejor de los casos, al tiempo que
dura la emisión de las imágenes. Y, en medio de tanta comprensión/
miniaturización expositiva, los tópicos adquieren más fuerza que la
propia realidad, los conceptos pierden brillo ante el peso de las imá-
genes y la historia de la violencia queda reducida a una anécdota más
o menos brutal77.
76
Infante, Carlos. El rostro oculto de la publicidad. 2002. págs. 35 al 37.
77
González C., María Teresa. «La violencia en los telediarios» en el Rostro de la Violencia.
Más allá del dolor de las mujeres. 2002. pág. 32.

Carlos Infante 69
Fragues, citado por Maria Teresa González (2002), señala que
las personalidades son simplificadas a estereotipos casi unidirecciona-
les, enriquecidas sólo momentáneamente para generar paradojas o gi-
gos inesperados en la historia. La imaginación es menos preciada como
estímulo extremo, pero hay menos estímulos para una reflexión más
profunda. La tensión melodramática que surge de escena a escena es la
trama, en vez de ser producto de un desarrollo más profundo. Se exci-
tan las emociones sin poner a funcionar alguna facultad imaginativa78.
Si la prensa aparece algo menos perversa que la televisión, no por esto
deja de excitar las emociones. El uso de determinadas formas sugesti-
vas para condensar los mensajes en sus titulares, en sus textos, en sus
fotografías, evitando que el lector haga pleno contacto con la realidad
–desde todos los ángulos existentes– a expensas de un discurso mediá-
tico y unilateral, lo coloca al mismo nivel de los medios electrónicos.
Las empresas periodísticas lo saben y por eso explotan y reinventan
nuevas formas de persuasión que van implícitas en sus discursos. En
el Perú, los medios impresos más importantes han subsistido gracias
al hábil manejo de esta técnica. El Comercio –el medio de mayor an-
tigüedad en el país– es un caso típico; mucho le debe a esta técnica
persuasiva, los altos índices de su lectoría. En ese camino avanzan Ex-
preso y La República, cuyo posicionamiento en el territorio nacional
está plenamente demostrado. En Lima, por ejemplo, junto al resto de
periódicos, el índice de lectoría alcanza el 38,3% entre los alfabetos
mayores de 15 años de edad79. Es decir, cerca de un millón de habitan-
tes adquiere un periódico al día; se trata de una cifra nada despreciable
para un producto que debe ser adquirido pagando un monto específico
de dinero, situación que no ocurre con la televisión o la radio, pues los
mensajes presentados por los aparatos son consumidos «gratuitamen-
te», por decirlo de alguna manera. Eso indica que el hábito por la lec-
tura específica de un diario va acompañado de cierta aprobación hacia
su discurso, lo que le otorga credibilidad. El 80,6% de los lectores de El
Comercio no leen otro diario; algo parecido ocurre con La República o
los demás periódicos, donde el 69% en promedio de los lectores man-
tiene su preferencia hacia el medio impreso80. Aunque este aspecto es

78
González. «La violencia…» Ob. Cit. pág. 32.
79
Estudio realizado por CPI entre abril y junio de 1996. Carrillo. Estrategias...Ob. Cit.
pág. 67.
80
Carrillo. Estrategias… Ob. Cit. págs. 69–70.

70 Canto Grande y las Dos Colinas


relativo, lo cierto es que no puede ser negada la poderosa influencia
de las media, a tal punto, señala Pierre Bourdieu (2000), que la vida
política e intelectual se encuentran sometidas al dominio de ellas81. La
gente no compra el periódico para guardarlo, sino para leerlo o, en el
peor de los casos, visualizarlo; aún cuando el anzuelo haya sido una
fotografía dual82, una promoción o las secciones de deporte, espectá-
culo u otro elemento de «distracción» como las caricaturas83, siempre
habrá algo que despertará su atención y preferencia.
Por eso, resulta importante analizar el discurso de la prensa. Lo
que «dice» será el reflejo de lo que «piensa», de lo que propone o se
proyecta. En los sucesos de mayo de 1992, su papel fue significativo
y crucial para el curso de los hechos. El relato no apareció repenti-
namente, siguió un orden guiado por la lógica de la guerra; es decir,
tomó partido por quien consideraba que mejor protegería sus inte-
reses. Es cierto que el punto de vista de la prensa varió ligeramente
al momento de reproducir los hechos; pero, en líneas generales, se
presentó homogéneo frente a la defensa del orden vigente e inflexible
a toda forma de insurgencia, rebeldía o resistencia. Veamos cómo es-
tuvo organizado su discurso y de qué modo, este, sirvió a estructurar
su comportamiento social y político frente a los hechos de mayo de
1992.

Preparando condiciones
La muerte de 42 prisioneros políticos en mayo de 1992, en el penal
Miguel Castro Castro, no parece ser el resultado de una decisión tras-
nochada. Hubo un esquema preparado en base a dispositivos legales,
campañas mediáticas, movilización de tropas, concentración del po-
der y otras medidas. En realidad, todo estaba organizado para actuar

81
Bourdieu, Pierre. Poder, derecho y clases sociales. 2000. pág. 61.
82
Un análisis interesante acerca de la fotografía nos lo presenta Roland Barthes en La
cámara Lúcida. En ella distingue las fotos unarias de aquellas duales, en donde las prime-
ras enfatizan la realidad sin desbordarla; mientras que las otras son alteradas, fisuradas,
compuestas, proyectando una imagen una intención, un cálculo, una malicia. 1995. págs.
85 y 86.
83
La caricatura es pensada comúnmente como un elemento de distracción. Sin embargo,
Mijail Bajtín asegura que se trata de una manera de ver el mundo, pues configura una
forma de poder. Véase La cultura popular en la edad media y en el Renacimiento. 1971.
pág. 71.

Carlos Infante 71
sin mayores obstáculos. Pero un factor sustantivo de este proyecto
ha sido el compromiso de las empresas informativas con el propósito
de ganar una opinión pública84 favorable a la causa oficial. En este
contexto, Alberto Fujimori –presidente de facto del Perú desde abril
de 1992– no descuidó aquel elemento fundamental de todo conflicto
político e inundó las pantallas de la televisión y las portadas de los
diarios con temas vinculados a su nueva ofensiva político–militar85.
Las declaraciones de Fujimori el 5 mayo de 1992, en la víspera del
ataque policial al centro carcelario de Canto Grande, anunciando la
«cadena perpetua» para terroristas, hablan de esta siniestra estrate-
gia. Le era necesario conducir, pública o furtivamente, una campaña
que debía ser sostenida y sistemática86.
Arrastrada o no por esta corriente, la revista Caretas –otro de los
órganos periodísticos más importantes e influyentes del país– orien-
tó el discurso informativo de gran parte de la prensa limeña hacia la
generación de las condiciones necesarias para montar el operativo
(Véase Anexo Nº 4). Sus artículos reclamaban la aplicación de alguna
medida administrativa destinada a controlar la atmósfera de gran
tensión que, por entonces, se vivía en Castro Castro.
El objetivo de sus informaciones apuntaba a provocar un despres-
tigio total de los prisioneros políticos concentrados en aquella cárcel.
Su rechazo a la forma de vida de los insurgentes, a su organización y
disciplina, se convirtió en la idea recurrente de sus reportajes. Y es
que los acusados por el llamado delito de terrorismo desarrollaron
una forma de vida singular que los llevó a distinguirse de los presos
comunes y reflejar, como ellos lo señalan, la experiencia de nuevas
relaciones adquiridas en sus llamados comités populares abiertos. Su
particular modo de supervivencia, organizado bajo un conjunto de
84
Tanto Napoleón, Lenin, Hítler, Roosevelt o Churchill, más allá de toda diferencia, coin-
ciden en que obtener una opinión pública favorable a su causa puede definir el rumbo de
una guerra. Lenin llegó a decir que «quien gana opinión pública, gana la guerra».
85
La nueva estrategia del régimen estuvo envuelta por la llamada Guerra de Baja Intensi-
dad.
86
Las declaraciones de parte confirman esta tesis. Un importante testimonio ha quedado
registrado a partir de la entrevista que César Hildebrandt le hiciera al periodista Umberto
Jara el 24 de setiembre de 2003 en Frecuencia Latina. Ocurre algo parecido en la décima
sexta sesión del proceso seguido contra Osmán Morote y otros por su presunta responsa-
bilidad en los sucesos de Canto Grande en 1992. En aquella audiencia el general (r) Miguel
Barriga Gallardo, un alto oficial de la Policía Nacional del Perú, admite el uso de determina-
dos medios de difusión masiva para los fines señalados. Véase expediente Nº 237-93. Corte
Suprema de Justicia del Perú. 2003. A fojas 2536.

72 Canto Grande y las Dos Colinas


normas con arreglo a su concepción social, enervaba a los defensores
del orden vigente.
Era inevitable. La búsqueda de mejores condiciones de vida en un
espacio destinado a reforzar la perversidad de los reclusos, en lugar
de rehabilitarlos como indican las leyes peruanas o las «Reglas Míni-
mas para el Tratamiento de los Reclusos» fijadas por la ONU87, había
obligado a los prisioneros políticos a transformar el recinto peniten-
ciario en un lugar menos oprobioso y, sin embargo, se les culpaba por
vivir así, por vivir bajo un orden distinto, autónomo y menos inicuo.
En nuestro país las cárceles nunca han sido centros de rehabilitación.
Son verdaderas ergástulas, donde los presos viven hacinados, como
los antiguos esclavos romanos. Un ambiente propicio para la depra-
vación y degradación del ser humano88.
Esta es una realidad inocultable para toda persona –visitante o inter-
no– que haya pisado la prisión. No obstante, la fuerza del hábito hubo
de imponerse al ver que un grupo sedicioso, armado de un pensa-
miento distinto, en un hecho insólito en el Perú89, había convertido la
prisión en un lugar decente mediante prácticas consagradas al trabajo
y al estudio de su ideología, de aquella doctrina que los armara de esa
fuerza religiosa, mística, espiritual, de la que hablaba Mariátegui. No
pasó mucho tiempo y el rechazo en la otra Colina comenzó a normar
una conducta hostil hacia los maoístas. Era el «poder reaccionario
y violento que no [hacía] nada por cambiar las cárceles; o más bien
[hacía] lo posible porque los hombres que han delinquido se hundan
más»90. Sin embargo, un nuevo tipo de preso se rehusaba a someter-
se y renunciar a su condición humana a diferencia del recluso común,
cuyo inexorable destino era engrosar las filas de la escoria social.
En Castro Castro dos proyectos bifurcaban la realidad. Mientras
87
El espíritu de aquellas normas advierte algo importante. «La prisión y las demás medi-
das cuyo efecto es separar a un delincuente del mundo exterior son aflictivas por el hecho
mismo de que despojan al individuo de su derecho a disponer de su persona al privarle de
su libertad. Por lo tanto, a reserva de las medidas de separación justificadas o del manteni-
miento de la disciplina, el sistema penitenciario no debe agravar los sufrimientos inheren-
tes a tal situación». Véase «Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos». Primer
Congreso de las Naciones Unidas. 1955. Ginebra.
88
Diario La Tercera. Política. Sábado 9 de mayo de 1992. pág. 2.
89
Es cierto que José María Arguedas describe un escenario parecido en El Sexto, sin em-
bargo, se aprecia una diferencia sustancial con el contexto de la guerra interna que se vivió
en 1992.
90
Carta de Antonio Díaz Martínez, citado por Rénique en La voluntad… Ob. Cit. pág. 62.

Carlos Infante 73
unos se consumían en el espacio de lo profundo, negando cualquier
salida digna; los otros descubrían los ilícitos caminos de la transfor-
mación social. Y es que el interno común se rehusaba al empleo de
mecanismos que no sirvieran sino a favorecer su interés individual o
el del caudillo, del cacique o taita, al que servían por temor o conve-
niencia. Era sabido que, antes (e incluso en la actualidad), conocidos
delincuentes se organizaban en poderosas bandas al interior del cen-
tro penitenciario de Canto Grande, comercializaban drogas, armas y
todo tipo de objeto prohibido, haciendo que los presos más débiles se
sometieran al poder de la red mafiosa y sirvieran a sus propósitos. Ya,
en 1981, La República había denunciado algo similar en el penal de
Lurigancho. De él decía:
[E]s el único penal de esas dimensiones en el mundo, en donde los
presos tienen la llave de su celda, se encargan de la seguridad interna
(ingreso y salida de cada pabellón), cocinan sus alimentos, determi-
nan sanciones para los infractores de sus normas, tienen cuchillos,
lanzas, pistolas y granadas de guerra, e incluso declaran ‘pena de
muerte’ para algunos internos; es decir, que son los mismo presos,
y no otra autoridad externa, quienes establecen sus normas de orga-
nización y convivencia, y se encargan de hacerlas cumplir o, en todo
caso, de sancionar su cumplimiento91.
Una vida así, quedaba legitimada por los rigores del encierro y por la
fuerza del hábito. Pero también, sellaba en el imaginario colectivo, la
turbia imagen de la azarosa vida en prisión.
No eran extrañas, entonces, opiniones como las de Rolando Ames,
publicadas en el diario Expreso, juzgando de «anormal» cualquier
estilo de convivencia carcelaria que vaya por encima de una vida sór-
dida. Para este personaje –como para otros– los reclusos no debían
vivir en condiciones decentes y organizadas; de hacerlo, cruzarían el
límite de toda tolerancia. Y es que, no se trataba de una simple opo-
sición a quebrar la rutina, «la forma como vivían y desarrollaban sus
actividades los senderistas eran hechos anormales»92, decía Ames.
En buena cuenta, la usanza diaria, el sentido común y el espíri-
tu oficial, lograron someter al pensamiento racional, cuya esencia en
materia penitenciaria había sido dejada completamente de lado. Y

91
Rénique. La voluntad… Ob. Cit. pág. 59.
92
Declaraciones de Rolando Ames en el diario Expreso. Política. Viernes 8 de mayo de
1992. pág. 4/A.

74 Canto Grande y las Dos Colinas


si el sistema de normas internacionales para el tratamiento de los
reclusos, pugnaba por evitar que el encierro aleje completamente al
interno de la realidad social, de la vida libre93; el Estado peruano se
encargaba, sin mayor esfuerzo, de hacer lo contrario.
Pero la falta de lucidez no fue un aspecto dominante en todas las
miradas. Desde horizontes no muy distantes, la «Vida senderista» en
Canto Grande arrancaba disimuladas muestras de asombro y, acaso,
de envidia. En un extenso informe periodístico, la revista Sí descubría
cierta lógica en el proyecto comunista, cuyo esquema comenzaba a
funcionar dentro y fuera de las prisiones. Los pabellones rojos –decía
el semanario– reflejaban «un modelo de vida comunitaria similar al
practicado en Raucana»94, donde las normas de conducta giraban en
torno a la organización partidaria.
Férrea disciplina impuesta por los mandos y fuentes propias de abas-
tecimiento de supervivencia. El objetivo de la organización de activi-
dades, era archiconocido: hacer de su paso por Canto Grande otra ‘lu-
minosa trinchera de combate’. Cada trozo de espacio se aprovechaba
al máximo: en el primer piso funcionaban los talleres. Ahí los sende-
ristas se dedicaban, hasta las seis de la tarde, a cumplir con los traba-
jos artesanales que les permitirían cumplir con el tiempo de labores
para acogerse al beneficio del dos por uno. A las seis, se guardaban
las mesas y las sillas, y empezaban a formarse para la marcha: en filas
ordenadas, para entonar el himno a Gonzalo y el de Nora, la esposa de
Guzmán. Del primer piso pasaban, marchando, al patio, donde termi-
naba el momento de homenaje. Este era, también, el único momento
en que los policías ingresaban al pabellón95.
La crónica periodística revelaba no solo una faceta de la vida parti-
daria en Canto Grande, sino, también, cierto ánimo por desbordar la
censura sobre los rebeldes. El semanario parecía haber olvidado el
enorme problema de hacinamiento que redujo las cárceles peruanas
a pequeñas mazmorras, en donde la ley del más fuerte y la viveza
criolla serían las únicas formas de garantizar la sobrevivencia. En el
caso del pabellón 4B –uno de los recintos a donde eran arrojados los
93
El texto de aquellas normas señala: «El régimen del establecimiento debe tratar de redu-
cir las diferencias que puedan existir entre la vida en prisión y la vida libre en cuanto éstas
contribuyan a debilitar el sentido de responsabilidad del recluso o el respeto a la dignidad
de su persona». Véase «Reglas Mínimas... ». Ob. Cit.
94
Un breve relato acerca de Raucana se desarrolla en «Lima. Arena de contienda» en este
misto texto.
95
Revista Sí. Edición N° 272 del lunes 11 de mayo de 1992. pág. 13.

Carlos Infante 75
acusados por el delito de terrorismo–, el número de reclusos era im-
presionante. Las 48 celdas ubicadas en los pisos superiores del edifi-
cio, prácticamente, colapsaron cuando la cantidad de internos llegó a
400 personas, cuatro veces el límite de su capacidad.
Durante las noches de verano, la circulación por los pasadizos,
salas de trabajo y el patio principal, era prácticamente imposible.
Cientos de catres de metal se hallaban distribuidos en todos los pisos
del edificio, pero las dificultades crecían al acercarse el invierno. Sin
embargo, el Partido gozaba de una virtud extraordinaria: su organi-
zación. Ello le sirvió para racionalizar cada milímetro de su reduci-
do espacio, distribuyendo los ambientes en base a sus necesidades
de producción, de estudio y de descanso. Organizaba políticamente
a cada prisionero, desde el primer instante de su internamiento en
Castro Castro. La mayoría –no todos– pasaba a formar parte de un
aparato militar dentro de la estructura partidaria; al fin y al cabo,
de lo que se trataba –a decir de Abimal Guzmán– era de superar el
«accidente de trabajo»96. En algunos casos, los nuevos detenidos de-
claraban su militancia; en otros, aseguraban pertenecer a algún des-
tacamento guerrillero que operaba en el campo o en la ciudad y, en
muchos casos, haber ofrecido algo de apoyo al Partido. Pero también,
habían de aquellos que no reconocían vínculo alguno. La información
era rápidamente cotejada y, solo así, el interno pasaba a formar parte
del pabellón 4B o del 1A, si se trataba de una prisionera. La presencia
de personas totalmente ajenas al movimiento se contabilizaban en
menor número. Su decisión de permanecer en la trinchera pasaba
por la voluntad de respetar cada acuerdo orgánico.
En 1992, la población penal en el Perú era de 17 350 internos, re-
gistrando una sobrepoblación promedio del 41%97. Después del penal
de Lurigancho, cuya sobrecapacidad era de 300%, estaba la cárcel de
mujeres de Chorrillos y, luego, el penal Castro Castro. Cada interno
debía resolver su problema de encierro. En el caso del grupo maoís-
ta, este parecía no tener otra salida que encontrar nuevos ambien-
tes dentro del penal para albergar a los acusados de pertenecer a la
96
Llamada así por Abimael Guzmán Reynoso al encierro en prisión. Véase Guerra Popu-
lar en el Perú. El Pensamiento Gonzalo. De Luis Arce Borja. (Comp.) 1989. pág. 85.
97
La cifra fue mayor en 1996 con 23 174 y en 1999 llegó a 27 452 reclusos por distintos
casos. Véase estadísticas en «Esperanza para encarcelados» de De Mott Stephen en Justi-
cia Encarcelada. Revista de la Asociación de Noticias Aliadas. Latinoamérica Press. Mayo
2001. págs. 28–29.

76 Canto Grande y las Dos Colinas


organización sediciosa. Su propia actividad productiva comenzaba a
presentar dificultades a falta de espacio. Una salida al problema de
hacinamiento era abrir una entrada a un terreno baldío, que separaba
el pabellón 4B del 3B; pero la autorización del INPE, para este fin, tar-
dó demasiado. Cuando el permiso llegó, los internos transformaron
el lugar en un pequeño huerto, en donde la siembra de legumbres y
hortalizas, así como la crianza de aves y conejos, resultaron exitosas;
desde entonces, aquel terreno fue bautizado como la tierra conquis-
tada. En el pabellón de mujeres, entre tanto, la vida partidaria se de-
sarrollaba bajo condiciones similares a la de los varones.
Estos [el huerto y los animales] se utilizaban para la preparación de
alimentos, en la cocina [ubicada en el mismo patio]. Estos eran sólo
parte de los ingredientes pues, como se sabe, los senderistas recibían
su ración de comida en provisiones crudas. En épocas de incomuni-
cación con el exterior, como los que se han vivido esta semana, las
provisiones del huerto bastan para alimentar a los internos [...] En la
organización interna, se había repartido el trabajo para cuidar de la
granja, el huerto y las otras tareas. Estas incluían los talleres, labo-
res de adoctrinamiento, la cocina y la panadería. Sí, diariamente, y en
horno propio, la panadería del 4‘B’ abastecía de pan fresco a los 400
internos. El esparcimiento y el arte también tenían su lugar. De ello
son testigos todas las paredes, tanto dentro como fuera, ilustradas con
frescos de Gonzalo, reproducción de afiches y largos textos donde se da
cuenta de las acciones cometidas por ‘el partido’ en el exterior. Y para
los de vena dramaturga, estaba el teatro popular. El grupo ensayaba
por las tardes. Probablemente, cada montaje era previamente discuti-
do y aprobado. Ni ‘Hamlet’ ni ‘Otelo’ habría pasado la prueba98.
Era este último aspecto, el que arrancaba más de una furibunda re-
acción entre los detractores de los prisioneros. El llamado «adoctri-
namiento», que concentraba espacios importantes dentro de la or-
ganización subversiva, era considerado por la otra Colina, como el
delito más infame e inaceptable. Las fotografías de Caretas –edición
N° 1170–, por ejemplo, llegaron a exponer escenas teatrales y mar-
chas acompañadas de cánticos, reconociendo el liderazgo de Abimael
Guzmán en el proyecto insurgente. Aquellas imágenes inspiraron el
siguiente comentario:
Que los penales están en pleno caos no es una novedad. Que Sendero
Luminoso aprovecha cualquier resquicio para sacar partido, tampoco.

98
Revista Sí. Edición N° 272 del lunes 11 de mayo de 1992. pág. 13.

Carlos Infante 77
Pero que la ventaja llegue a extremos como los que grafica esta nota,
no sólo son novedad sino que superan todo lo visto hasta la fecha en
materia de escándalo penitenciario senderista. Resulta que los pre-
sos por terrorismo no sólo mandan al interior de sus pabellones sin
permitir la interferencia de las autoridades –y con el consentimiento,
abulia o estupidez de éstas– sino que han tomado sus patios hasta el
borde mismo de los muros y desarrollando su propio mundo sin que
nadie haya hecho nada. Como aplicar la Ley, por ejemplo99.
El reclamo de la prensa apuntaba a mantener un nivel de autoridad
penitenciaria, que materialice el sometimiento al interno y evite cual-
quier resquicio de organización sediciosa.
Por mucho que el grupo senderista preso en las cárceles pretenda otra
cosa y la pretenda también las autoridades penitenciarias, la pobla-
ción subversiva ni está oprimida, ni vejada, ni se la mantiene en cons-
tante acecho y mucho menos se la vigila. Campea como quiere, hace lo
que le parece y llega alto. Tan alto como para pintar esmeradamente
en grandes letras de molde, un gran lema a lo largo del muro y al filo
del borde superior100.
El comentario anterior no era gratuito. En los meses de julio y di-
ciembre de 1991, los pabellones 4B y 1A sufrieron varios intentos de
intervención policial, con el saldo de un prisionero muerto. La de-
nuncia de los abogados de los detenidos fue inmediata; en sus do-
cumentos públicos se advertía la posibilidad de un genocidio. Pero
la prensa capitalina no dio crédito. Más bien, calificó la denuncia de
«exageración», destinada a encubrir la insubordinación de los inter-
nos a la fuerza pública.
El tema de la amenaza de genocidio no tendría más fundamento que el
de las quejas habituales exagerando la nota, si no fuera por los antece-
dentes de Lurigancho y El Frontón, de aciaga memoria. Los tiempos han
cambiado, sin embargo, y resulta evidente que una acción del tipo de las
ocurridas en junio de 1986 sería hoy, política, ética, nacional e interna-
cionalmente inaceptable. En realidad, el meollo del asunto va por otro
lado: amenazar y mantener en tensión al personal de vigilancia dentro
del penal y hacer que los responsables –jefe del INPE, jefes policiales y
sus respectivos ministros– traten de echar al olvido algo que es dema-
siado evidente: en el penal de Canto Grande, como en el de Lurigancho,
mandan los presos. Y si no, qué significan las fotos de estas páginas101.
99
Revista Caretas. Edición N° 1170 del 30 de julio de 1991. pág. 35.
100
Revista Caretas. Ibíd. pág. 37.
101
Revista Caretas. Ibíd. pág. 36.

78 Canto Grande y las Dos Colinas


Pero los hechos de mayo de 1992, habrían de objetar aquella frase
de Caretas: «los tiempos han cambiado». Las fotos publicadas en su
edición 1170, diez meses antes de la masacre, pretendían desvirtuar
cualquier denuncia de salvajes golpizas, de robo y destrucción de ma-
teriales de trabajo o de la vejación de los familiares de los internos.
Según la prensa, al no existir el trato degradante que denunciaban
los prisioneros, la crítica periodística debía girar en torno a la indife-
rencia de la policía y el INPE frente a los temas de seguridad, cuando
impedían únicamente el ingreso al penal de prendas de vestir de color
rojo, antes que objetos peligrosos.
No obstante, el temor real parecía fundarse en que la organización
subversiva comience a desarrollar las cualidades de nuevo sistema
social. Por eso, la vida en Canto Grande mereció una especial aten-
ción, sobre todo, en el sector más conservador de la prensa peruana,
pues a sus ojos, todo esto era poco menos que una pesadilla.
[U]na verdadera escuela del terror, en la que se adoctrinaba para ase-
sinar y destruir la propiedad pública y privada, que debía terminar
para restituir el orden penitenciario y el principio de autoridad102.
La ausencia de autoridad en los penales no fue solo producto de la
negligencia del personal de control y vigilancia; la autoridad, como
tal, se encontraba deslegitimada o, virtualmente, no existía. Por lo
tanto, el problema no era recuperar la autoridad, si como sabemos
esta no se alcanza por medio de brutales golpizas, masacres o la eli-
minación sistemática de personas; el problema era aplastar el desafío
ideológico que se estructuraba en la forma de organización social de
los prisioneros políticos, abierta y provocadoramente superior a la
practicada por la sociedad burguesa.
Y si los medios periodísticos afirmaban que no habían «revisiones
periódicas, ni reglamento, ni hora de acostarse, de trabajar, dormir,
o visitar según las normas establecidas»; no podían negar, por otro
lado, el «orden e industriosidad»103, impuesto por el PCP al interior de
sus dos pabellones. Los acusados por el delito de terrorismo no eran
simples sujetos que delinquían al estilo del lumpen104. Su compor-

102
Diario Expreso. Política. Edición del lunes 11 de mayo de 1992 pág. A/4.
103
Diario Expreso. Ibíd.
104
El lumpen bien puede ubicarse dentro de las categorías de desclasado que reconoce
Macera. Véase Trabajos… Ob. Cit. pág. XIX

Carlos Infante 79
tamiento recorría horizontes absolutamente distantes a la perspec-
tiva del malhechor. Para los senderistas, subvertir el orden vigente
resultaba fundamental en su propósito por establecer una nueva so-
ciedad. Su delito mayor era pensar que las cosas podían y debían ser
de otro modo. Si en las calles ponían en práctica lo que pensaban y,
por ello, el Estado decidía su confinamiento; en las prisiones, su po-
sición caminaba, principalmente, por el horizonte de las ideas. ¿Qué
es lo que entonces, reclamaba la prensa? Los periódicos exigían que
se mantenga la única regla válida en las cárceles y en toda sociedad:
«que cada quien sobreviva como pueda». No era un simple deseo, se
trataba de aplicar la doctrina liberal en las relaciones de la sociedad
peruana y, por supuesto, en sus cárceles.
La vieja sociedad estaba basada en el principio siguiente: o saqueas
a tu prójimo o te saquea él, o trabajas para otro, u otro trabaja para
ti, o eres esclavista o eres esclavo y es comprensible que los hombres
educados en semejante sociedad asimilen, con la leche materna, por
así decirlo, la psicología, la costumbre, la idea de que no hay más que
amo o esclavo, o pequeño propietario, pequeño empleado, pequeño
funcionario, intelectual, en una palabra, hombres que se ocupan ex-
clusivamente de tener lo suyo sin pensar en los demás105.
Pero más allá de sus extremas diferencias con la cosmovisión maoísta,
algunos medios echaban por tierra uno de los argumentos del Estado
y de quienes defendían la idea de imponer el principio de autoridad
a cualquier costo, al desmitificar el problema del acceso al estableci-
miento penitenciario.
El ingreso al centro de reclusión se producía con normalidad,
diariamente y en horarios establecidos para la cuenta general, muy
a pesar de las airadas protestas del periodismo local. Aunque por la
denuncia de los internos, se supo que el conteo diario, inicialmente,
produjo conatos de resistencia entre los prisioneros debido a las bru-
tales golpizas y robos constantes de la policía durante las requisas y
el propio control rutinario; con el tiempo, esta situación pudo supe-
rarse merced al incremento de internos. A la policía le era cada vez
más difícil obtener el control de una población penal en acelerado
crecimiento, mientras que a los detenidos, aquel desequilibrio les ser-
vió para reaccionar ante la presión de sus celadores e impedir tratos
vejatorios. Sin embargo, diarios como Expreso y otros, no aceptaron

105
Lenin, V. I. Tareas de las juventudes comunistas. 1962. pág. 641.

80 Canto Grande y las Dos Colinas


aquel argumento y mantuvieron el discurso –antes, durante y des-
pués de los hechos de mayo– sobre la inaccesibilidad de la policía a
los pabellones rojos.
Desde hace cinco años ningún miembro de la Policía ni del personal
penitenciario tenía acceso a los pabellones 4-B y 1-A del Penal Miguel
Castro Castro sin contar con la autorización de los cabecillas senderis-
tas de la prisión […]. Los reos senderistas convertidos en piezas de una
organización militarizada, no tardaron en conformar una comunidad
sólida, férreamente cohesionada bajo una disciplina vertical y autori-
taria que contempla sanciones muy severas para quienes quebrantan
las normas establecidas por los cabecillas. A lo largo de estos años, los
servicios de inteligencia detectaron que Sendero fortificó las ventanas
con recias estructuras de fierro y en varios casos clausuraron ventanas
con muros de concreto. Sendero convirtió los pabellones que ocupa en
verdaderos fortines con el propósito de resistir un asalto militar–po-
licial que sabían inminente. […] Los senderistas llaman «campos de
concentración» a los penales donde se hallan recluidos y «luminosas
trincheras de combate» a los pabellones que ocupan106.
En realidad, los agentes de seguridad siempre estuvieron al tanto del
movimiento de los reclusos en el interior de ambos pabellones. Los
servicios secretos contaban con información privilegiada de las jor-
nadas diarias en el 4B y en el 1A. La requisa del 14 de abril de 1992, la
primera después del golpe de Estado y de la que hablaremos más ade-
lante, contribuyó a certificar algunos informes de inteligencia desli-
zados a la policía sobre las actividades de los prisioneros, de modo
que existe una abierta contradicción en señalar que no se sabía qué
hacían los internos en sus pabellones.

Golpe de Estado. Pretexto y contexto


Más allá de las aparentes incongruencias en materia de estrategia
antisubversiva, el tema de fondo descansaba en el estado de la opi-
nión pública en el país, cuya voluntad de apoyar el restablecimien-
to del llamado principio de autoridad en los penales, universidades
y pueblos jóvenes, debía dominar la atmósfera local. Y aunque esta
meta resultaba sumamente difícil de alcanzar, las encuestas de opi-
nión debieron ser matizadas por constantes bombardeos informati-
vos buscando el respaldo a la política represiva del Estado. Es cierto
106
Diario Expreso. Política. Jueves 7 de mayo de 1992 pág. A3.

Carlos Infante 81
que no todos los medios apoyaron esta medida, pues hubo de aquellos
que marcaron cierta distancia con el proyecto totalitario, mientras
otros se empeñaban por dejar en sus páginas la huella de una activa
colaboración. El golpe de Estado había dejado flotando algunos re-
sentimientos y diferencias en el seno de la clase dominante.
Por lo tanto, el gobierno debió hilar fino. Por un lado introdujo
confusas declaraciones acerca de riesgos mayores en el conflicto ar-
mado interno y, por otro, se abocó a descargar una mediática campa-
ña contra los otros dos poderes del Estado: el legislativo y el judicial,
ambos, convertidos en obstáculos frente a los objetivos del régimen
fujimorista. De una u otra forma, Fujimori confiaba en encontrar un
respaldo a la medida política.
El 10 de abril, cinco días después del «autogolpe», Caretas publicó
un amplio informe sobre las razones de la instauración del estado de
excepción. Allí confirmó que la preocupación principal del gobierno
era realmente el terrorismo. No era parte de un conjunto de proble-
mas; se trataba del aspecto medular. Los comentarios acerca de la
corrupción en el Congreso y en el Poder Judicial, no pasaban de ser
simples excusas de un mal endémico arrastrado desde la instalación
de la misma República.
Montesinos planteó de manera clara y directa el objetivo del gobier-
no, programado para el domingo [05 de abril]. Expuso primero un
informe del Servicio Nacional de Inteligencia sobre el avance de la
subversión y la venalidad desbocada de los jueces para juzgar casos de
corrupción, narcotráfico y terrorismo, así como el papel que jugaban
el PAP y el Congreso en el obstruccionismo en contra del gobierno107.
Como asesor principal de Fujimori, Vladimiro Montesinos convirtió
sus recomendaciones en políticas de Estado. Trazó el objetivo princi-
pal del gobierno, centrando su atención en contrarrestar «el avance
de la subversión». Pero sentía que uno de sus principales obstáculos
era el Congreso de la República, cuyas objeciones a los decretos apro-
bados meses antes, se convirtieron en una conveniente excusa para
la instalación de la dictadura. Tras el golpe, el parlamento dejaría de
ser un «estorbo»; las decisiones del nuevo gobierno se legalizarían
a través de decretos leyes. Algunas de esas disposiciones –como lo
veremos más adelante– se referían a la cadena perpetua, a los proce-
dimientos de arrepentimiento y a dispositivos para regular el control
107
Revista Caretas. N° 2106 de fecha 10 de abril de 1992 pág. 8.

82 Canto Grande y las Dos Colinas


penitenciario. Es cierto que Caretas intentó poner al descubierto par-
te de las pretensiones de Fujimori y las de su entorno, al denunciar
los mecanismos empleados por su asesor quien aspiraba obtener el
control de las Fuerzas Armadas; sin embargo, la explicación del se-
manario no se orientó a los aspectos de fondo. Por eso reprodujo los
argumentos que Fujimori dio a los dueños de los medios de informa-
ción, cuando éste intervino militarmente sus instalaciones:
Fujimori sacó a relucir una encuesta de IMASEN en la que se precisa
que el 69% de los peruanos considera que el ex presidente Alan robó
durante su Gobierno. Fue aquí entonces que, a manera de justifica-
ción del golpe que ya se estaba produciendo, dijo que lo que quería era
darle un escarmiento ejemplar a AGP [Alan García Pérez] y a todos sus
colaboradores que a su entender, se estaban riendo de la justicia y que
pensaba echarle a mano cuanto antes y meterlos presos con un Poder
Judicial totalmente renovado108.
De este modo, los comentarios expuestos en los diferentes artículos de
la mencionada publicación se orientaron a reforzar aquel pretexto, de-
jando en la opinión pública la sensación de que el golpe de Estado obe-
decía a la necesidad, entre otras cosas, de sancionar al ex presidente
Alan García Pérez a quien se le acusaba de haber dirigido la corrupción
desde el gobierno. No era para menos. A dos años de la conclusión de
su mandato, el desprestigio que alcanzó el líder aprista fue realmente
impresionante, se le atribuía la responsabilidad del colapso económico
del país y de encubrir muchos casos de violaciones de derechos huma-
nos practicadas en el marco de su política contrasubversiva. De modo
que cualquier medida en contra de García, tendría cierta aceptación,
incluso la de intervenir un Poder Judicial incapaz de sancionarlo.
Al gobierno de facto le convenía manejar un doble discurso. El
respaldo popular lo obtuvo gracias al descrédito de la llamada ins-
titucionalidad (descrédito del propio Estado), de modo que el golpe
solo pudo haber sido justificado desde esa perspectiva. La ruptura
del orden constitucional no habría merecido mayor apoyo de haber-
se precisado el objetivo central del «autogolpe», debido a la mayor
represión que ello implicaría, como ocurrió finalmente. Aun así, en
medio del relato difuso, se deslizaban algunas ideas.
El presidente del Comando Conjunto, general Nicolás de Bari Hermo-
za convocó a los otros comandantes generales, general FAP Arnaldo

108
Revista Caretas. N° 2106 de fecha 10 de abril de 1992. pág. 10.

Carlos Infante 83
Velarde, almirante Alfredo Arnáiz, y a los jefes del comando de Lima.
En conjunto planearon el operativo hasta en sus últimos detalles. Se
acordó: orden de inamovilidad en las principales guarniciones opera-
tivas de las FF.AA., con el pretexto que iban a ser atacados por grupos
terroristas109.
Pero, ¿cómo podría explicarse la utilización de un pretexto de ataque
terrorista a los propios cuarteles de las Fuerzas Armadas en la capi-
tal de la República, de no existir un clima de profunda tensión? El
avance de la subversión en el país había llegado a un extremo que no
dejaba dudas sobre el peligro que significaba para el régimen.
El ataque a cuarteles militares e instalaciones policiales se inten-
sificó desde 1989. El 27 de marzo de ese año un batallón insurgente
asaltó la base policial antisubversiva de Uchiza (en la región San Mar-
tín) donde se encontraba el contingente de la Dirección de Operacio-
nes Especiales Nº 6, con 48 efectivos fuertemente armados. La base
fue tomada por varias horas y como resultado del ataque murieron 30
efectivos y quedaron 15 heridos en las filas de las fuerzas del orden.
Ese mismo año, un fuerte contingente armado tomó el distrito de
Pampa Cangallo en Ayacucho, custodiado por 600 soldados del Ejér-
cito Peruano. No hubo bajas, pero los militares no lograron salir de su
cuartel durante la toma guerrillera. Algo similar se produjo en Ayacu-
cho –en ese momento, la ciudad más militarizada del país– cuando el
9 de abril de 1989, al promediar las ocho de la noche y durante treinta
minutos, un batallón de 390 combatientes (340 del campo y 50 de
la ciudad) aplicaron un «plan de contención» similar al desplegado
durante el asalto al penal de Huamanga en 1982110, solo que, esta vez,
con mayor contingente y en nuevas condiciones.
Ese mismo mes, se produjo otro asalto al puesto policial de Yau-
ricocha Alto en Huancavelica. Casi simultáneamente una emboscada
a un convoy conformado por seis camiones del ejército en la carrete-
ra Jorge Basadre en Aguaytía, arrojó como saldo de la operación la
muerte de un mayor militar, un teniente y 14 soldados. Los heridos
se contaron por docenas. El 27 de julio de 1989, cerca de medio millar
de guerrilleros atacaron el cuartel de Madre Mía en el Valle del Alto
Huallaga, resguardado por 150 soldados (120 de infantería y 30 de
ingeniería), provocando la destrucción total de las instalaciones mi-
109
Revista Caretas. N° 2106 de fecha 10 de abril de 1992. pág. 11.
110
Véase «¡Elecciones No!, ¡Guerra Popular Sí!» PCP. 1990.

84 Canto Grande y las Dos Colinas


litares. Al término de la feroz ofensiva se contabilizaron 64 bajas, 39
muertos y 25 heridos en las fuerzas del orden.
Tan solo entre 1989 y 1991, las fuerzas gubernamentales registra-
ron 940 víctimas fatales y 637 heridos, producto de 270 asaltos a ins-
talaciones policiales y militares, de 21 emboscadas y de 109 enfrenta-
mientos armados111. Y si hasta 1981 el Estado tuvo solo dos bajas, en
1991, el número de muertos en sus filas llegó a 334 efectivos. Hubo
un crecimiento promedio de 30 víctimas por año entre las fuerzas del
orden y, en cifras, los muertos llegaron a sumar 1789.
El nuevo escenario de la guerra puso a ambas Colinas en un estado
de gran tensión militar y política. En 1991, el PCP emitió tres documen-
tos importantes en donde figuraban los alcances de su balance sobre
11 años de lucha armada y los planes de construcción de cara a la in-
surrección112; en ellos llamó a su Ejército guerrillero a elevar el nivel
de sus acciones militares dinamizando la guerra de movimientos, una
estrategia destinada a movilizar batallones y compañías en amplias
zonas del campo con el propósito de defender y recuperar territorio.
De allí que las emboscadas y los asaltos se produjeron insistentemen-
te, pasando a ser las dos formas principales de combate guerrillero.
En el caso de la emboscada, esta experiencia ha sido utilizada no
sólo a lo largo de la guerra interna en el Perú, sino por toda insurgencia
en el mundo. Se vio en Centroamérica, en Indochina, en Medio Oriente,
incluso, en la resistencia andina. El ataque por sorpresa ha significado
uno de los más efectivos mecanismos de toda guerrilla. En los ochenta,
los maoístas peruanos lograron establecer ciertos patrones basados en
la costumbre del despliegue terrestre de las fuerzas del orden.
Tiempo después, un dirigente intermedio del Comité Regional
Principal apodado «Raúl» llegó a relatar aspectos interesantes acerca
de la fluidez de la guerra y la rapidez con que desarrollaban las em-
boscadas.
[A] la patrulla [militar] le ordenaban que vaya a tal punto, entonces
como ya sabíamos por donde iban a ir, preparábamos la emboscada,
los estábamos esperando, pero nunca llegaban al punto que les ha-

111
Cuadro elaborado por la Dirección Central comunista. Véase Las Fuerzas Armadas y
Sendero Luminoso. Dos estrategias y un final. de Carlos Tapia. 1997. pág. 121. Véase tam-
bién «Terror…» Ob. Cit. De Scott Palmer. pág. 200.
112
Uno de los documentos es «Sobre las Dos Colinas», el otro «¡Que el Equilibrio Estra-
tégico remezca más el país!»” y el tercero «Construir la Conquista del Poder en medio de
la Guerra Popular».

Carlos Infante 85
bían ordenado, se iban por las trochas bajas, por la ribera de los ríos,
nosotros estábamos en las alturas y de allí los mirábamos, luego se
echaban a descansar para hacer tiempo, después disparaban ráfagas
al aire y regresaban; al llegar a sus bases daban parte que habían te-
nido enfrentamientos o que en el lugar ordenado no había nada, todo
era mentira, porque nunca llegaban al punto de su misión; por eso es
que nunca nos encontraban, ellos también tenían miedo y decían para
qué voy a arriesgar si ya me falta tres meses para mi relevo113.
Por lo tanto, la necesidad de aplicar medidas para frenar al avance de la
guerrilla se mostraba apremiante. Desde su lectura, Fujimori y la clase
gobernante confiaban solo en un remedio: el golpe114. Si el tema econó-
mico era importante, lo era más el aspecto político; al punto que, para
resolver el primero, debía terminar con el conflicto armado interno.

Leyes para el enemigo


El tema de la legislación antiterrorista provoca un trabajo especial
y distinto de la mirada escrutadora de las ciencias políticas y del de-
recho. Sin embargo, a cuenta y riesgo de pasar por alto aspectos fun-
damentales de su extensa configuración, la trataremos breve y pun-
tualmente en el presente acápite. Pero no lo haremos discutiendo su
inconstitucionalidad que resulta un tema descontado, habida cuenta
que, entre otras cosas, ha sido aprobada en medio de una dictadura,
provocando que los magistrados no sepan realmente cómo aplicarlo
durante los procesos posteriores a su aprobación115. Lo cierto es que
nuestra exposición apunta a comprender las motivaciones y funda-
mentos que la sostienen, es decir, los motivos políticos.

113
Fournier, Eduardo. 2002. Feliciano. Captura de un senderista rojo. La verdadera his-
toria. 2002. pág. 106.
114
Scott Palmer. «Terror…» Ob. Cit. pág. 220.
115
Véase el «megaproceso» en donde fueron sentenciados los dirigentes del PCP con penas
que van desde los 20 años hasta la cadena perpetua. Entre los fundamentos que recla-
man su nulidad se encuentra la violación del principio elemental de irretroactividad de la
ley, pues se les juzga por delitos establecidos bajo la espuria constitución de 1993 a pesar
que su detención se produjo en 1992. Otro de los aspectos que justifican la nulidad del
caso, comprende la vulneración de una serie de derechos como el de publicidad, además
de haber llevado un juicio secreto en una base militar en donde la ejecución de la pena se
impuso de modo adelantado; está también la vulneración de los principios de neutralidad,
legalidad, taxatividad o la inobservancia del juez natural, pero sobre todo está el tema de
fondo, pues no se juzga a los acusados en el contexto de la guerra, pero tampoco como
delitos comunes.

86 Canto Grande y las Dos Colinas


El sociólogo francés Emilio Durkheim (1967), considerado uno de
los mayores exponentes de la sociología después de Carlos Marx y Max
Weber, sugiere que la sociedad actual funda su doctrina jurídica en la
necesidad de reprimir todo acto criminal, como una forma de hacer pa-
gar al delincuente el delito cometido en contra de los estados fuertes y
definidos de la conciencia colectiva116. No hacerlo, es decir, no reprimir,
colocaría a la sociedad, simplemente, frente a un desastre total.
La civilización ha marcado un camino escrito por una conciencia
social parecida. Desde esa óptica no habría razón para juzgarla de im-
propia, para no reconocer en la pena la necesidad de la venganza. Por
lo tanto, su práctica, aún cuando la reacción pasional de la que se ali-
menta, concentra una intensidad graduada como señala el sociólogo
funcionalista; lo cierto es que hoy se halla mejor dirigida que antigua-
mente. Pero esta noción enfrenta el rechazo de sus propios inspira-
dores. Para la clase dominante, encargada –por propia decisión– de
ordenar un sistema jurídico basado en su manera particular de ver el
mundo y de determinar el papel que los miembros de una sociedad
jugamos en ella, se le hace necesario insertar una noción distinta en
su esfuerzo por reconocer cierto desarrollo de la sociedad.
La figura del irrestricto respeto al principio de legalidad se reco-
noce en la totalidad de códigos procesales penales de sociedades que
viven en un Estado de derecho. El Perú no es una excepción. El Có-
digo de enjuiciamiento penal de 1863 fue modificado, precisamente,
por haberse inspirado en un modelo inquisitivo y estricto117. A pesar
de una voluntad por cambiar este instrumento con un nuevo código
aprobado en 1920, había quienes objetaban su estructura, la califica-
ban como un reglamento de impunidad. Pronto volvió a modificarse
el procedimiento penal y se aprobó un nuevo texto que entró en vi-
gencia en 1940. La lógica que siguió ese modelo, señala César San
Martín (2004), fue básicamente inquisitiva y, por lo tanto, nefasta;
adolecía de algo elemental en todo ordenamiento jurídico: el respeto
a principios de dualidad de partes, contradicción e igualdad.

Los cambios parciales vendrían en períodos más cortos, apuntan-


do a una mejor estructura procedimiental. Pero los modelos recogi-

116
Durkheim, Emilio. De la división del trabajo social. 1967. pág. 75.
117
San Martín Castro, César. «La reforma procesal penal peruana: evolución y perspecti-
vas». En La Reforma del Proceso Penal Peruano. 2004. pág. 28.

Carlos Infante 87
dos de España, Francia, Alemania, Estados Unidos, entre otros, no
fueron sino una mezcla confusa de programas desvinculados con la
realidad peruana. En junio de 1981 fue aprobado una modificatoria
del Código procesal con una tendencia orientada a la celeridad, pro-
vocando que un alto porcentaje de casos judiciables sean tramitados
mediante procedimientos sumarios. El resultado fue
sacrificar las garantías procesales constitucionales y que el proceso
penal, en la actualidad, se reduzca a una etapa sumarial, luego de lo
cual se dicta sentencia, omitiendo el juicio oral, violando el derecho de
que nadie sea sancionado sin previo juicio118.
En esa línea, se aprobaron distintas disposiciones destinadas a con-
trarrestar la subversión. Los decretos legislativos publicados desde
1981, describían «la huída al derecho penal»119 del Estado peruano,
pues el nuevo ordenamiento anula principios elementales de duali-
dad de partes, contradicción e igualdad frente a la ley. El argumento
que dio origen a estos cambios era harto conocido, se trataba de las
sobrecargas procesales, problema que solo un nuevo código debía
resolver y ofrecer mayor celeridad y eficacia. Sin embargo, nada de
esto ocurrió, según la revista Ideele Nº 142, noviembre de 2001, los
juzgados penales de la capital solo llegaron a resolver el 6% del total
de los expedientes.
El 6 de diciembre de 1985 se aprobó la Ley Nº 24388 que comple-
mentó al Decreto Legislativo Nº 126 del 15 de junio de 1981, por el
que se inició la
policialización del proceso penal; esto es, la autonomización de la in-
vestigación policial, su enajenación del control de los órganos jurídi-
cos, la calidad de actos de prueba de las diligencias de investigación y,
en rigor, la entrega del proceso a la actividad policial120.
Desde entonces, la policía dejaba su función complementaria y pasaba
a tomar un papel determinante en el mérito de las pruebas, quedando
prohibida su participación en calidad de testigos en el proceso.
Desde la óptica de muchos juristas, se había iniciado una fase po-
licial con valor jurídico propio, es decir, se le otorgaba a la policía fa-

118
San Martín. «La reforma procesal…» Ob. Cit. pág. 37.
119
Introducción de José Ugaz a Terrorismo. Tratamiento Jurídico de Ronald Gamarra.
1995. pág. 12.
120
San Martín. «La reforma…» Ob. Cit. pág. 39.

88 Canto Grande y las Dos Colinas


cultades insólitas como la de convertir elementos de la investigación
en actos de prueba; pero eso no era todo, el régimen otorgó facultades
extraordinarias para una expansión ilimitada de los alcances de la jus-
ticia castrense. La concentración de los procesos en juzgados especiales
alteraba las bases geográficas de distribución de competencias. La ca-
pacidad de defensa de los acusados se vio restringida al máximo, pero el
problema mayor lo enfrentaron los detenidos al ser apartados del lugar,
en donde debían ser juzgados merced a la garantía del juez natural.
De esta forma, los juzgados penales se vieron obligados a abdicar
en su derecho a complementar la investigación iniciada en la fiscalía,
con el objeto de anular la capacidad de contradicción que se requería
para una mejor lectura de un proceso que terminara en una sanción
justa. Es más, sus capacidades sufrieron mayores limitaciones al ex-
tremo que, sea cual fuera el caso a juzgar, los jueces penales solo esta-
ban en condiciones de iniciar el enjuiciamiento contra el acusado, sin
posibilidad de otorgar libertad condicional o evitar el proceso a falta
de pruebas. El sistema era realmente draconiano e inquisitivo.
El modelo de Estado en cuestión necesitaba una actuación privilegia-
da e incontrolada de las fuerzas de seguridad, así como un poder Judi-
cial y un Ministerio Público sometidos a la planificada lógica restricti-
va de derechos que finalmente se implementó, lo que se mostró tanto
en las numerosas normas procesales penales que durante el decenio
autoritario se fueron promulgando121.
Todos los detenidos por el supuesto delito de terrorismo debían probar
su inocencia en contra del principio jurídico universal de legalidad que
cautelaba el derecho a la presunción de inocencia122 y de someterse a
las pruebas de culpabilidad que disponían su encauzamiento. Mientras
tanto, la ley peruana imponía la «prisión preventiva» de los acusados
por prolongados periodos de tiempo (doce, quince y dieciocho años de
prisión) sin que el detenido tenga –siquiera– la posibilidad de oír los
motivos de su encarcelamiento en audiencia con el juez, contraviniendo
a las disposiciones de organismos internacionales a los cuales, el Perú,

121
San Martín. «La reforma…» Ob. Cit. págs. 47 y 48.
122
César San Martín cita a Asensio Mellado al referirse a la presunción de inocencia. Esto
permite –según Mellado–calificar las pruebas en sentido objetivo, aunque los jueces puedan
valorarlas libremente. Agrega que las mismas pruebas deben practicarse con todas las ga-
rantías propias de dicho acto, especialmente la contradicción, la oralidad y la inmediación.
Finalmente, sugiere que las pruebas deben ser de cargo, esto es, objetivamente conducentes
a la condena. Véase «La reforma procesal…» Ob. Cit. pág. 64.

Carlos Infante 89
debía someterse al haber suscrito una serie de acuerdos y tratados.
Para aplicar estas normas y encontrar algo de legitimidad, el régi-
men propuso como eje teórico el tema de la seguridad y el orden pú-
blico. Pero, como bien se sabe, estos dos conceptos estaban asociados
a una doctrina jurídica dominante en el mundo contemporáneo que
velaba por el llamado bien jurídico, del que formaba parte todo aspec-
to material tutelado por la ley. Desde esa óptica se colocaba el tema de
la seguridad pública, de la tranquilidad pública, del bien jurídico y del
Estado, en un plano en donde aquel que lo afectaba, se hacía pasible
de ser criminalizado. En buena cuenta, se proponía que la sociedad
aceptara un modo de vida organizado por el sistema y protegido por
la estructura del Estado. Cualquier comportamiento en contra o que
lo alterara, debía ser catalogado como una conducta punible.
Ronald Gamarra (1995) habla de que «nadie discute» que la ti-
pificación de los delitos está en función de la protección de bienes
jurídicos, pero esto resulta relativo a la luz de la realidad. Si la con-
ducta se proyecta a la defensa del bien común y a la búsqueda de una
mejor calidad de vida, como sostienen todos los instrumentos de pro-
tección de los derechos fundamentales en el mundo, el «bien jurídi-
co» encuentra un serio obstáculo. Es decir, ¿cómo condenar a quien
protege, en esencia, aquello que inspira todo ordenamiento jurídico?
Esto, solo puede ocurrir si aquel cuerpo normativo supera esa volun-
tad colectiva, haciendo que la defensa y protección del bien común
pase a convertirse en un delito. Pero el bien común puede hallar una
interpretación distinta en una sociedad dominada por una conciencia
totalmente desvinculada con los intereses de las grandes mayorías,
en donde lo colectivo, lo común, no tienen más valor que el bien par-
ticular. Entonces, cobra sentido la aplicación de una doctrina penal
funcionalizada que establece mecanismos legales de prevención con
el propósito de alcanzar una solución, aunque parcial, sobre los efec-
tos del delito, antes que las causas profundas de los hechos que mo-
tivan el acto punible. Justificarla ante la opinión pública, dependerá
de otros instrumentos de los que todo Estado dispone. Esto es lo que
sugiere Muñoz Conde (2000), pues
un derecho penal funcionalizado por la política criminal y por los inte-
reses preventivos tiene más fácil justificación ante la opinión pública;
pero, al mismo tiempo, encierra el peligro de que se le asignen tareas
que el derecho penal no puede cumplir o, en todo caso, que no puede

90 Canto Grande y las Dos Colinas


cumplir sin mermas de las garantías y principios básicos123.
La idea tampoco pasa por concentrar la atención del Estado en evitar
los riesgos de la sociedad mediante el Tratado expuesto por Jakobs124,
acerca del paradigma de la prevención general positiva que estima
necesario activar los mecanismos de defensa de una sociedad con el
propósito de mantener el sistema social a cualquier costo. El magma
del cual se nutre la conciencia de las clases dominantes y del régimen
fujimorista ofrece un arquetipo distinto, pero vigente, el cual resulta
ser la tendencia recurrente en el mundo contemporáneo, por el que
no sólo se busca reducir los derechos del acusado antes que ampliar-
los, sino, y lo que es más grave, establecer una doctrina penal con el
que se juzgue al criminal como si se tratara del enemigo.
La idea se hace consistente, si como dice Borda Medina, citado por
César San Martín, los instrumentos jurídicos deben su constitución
a la necesidad de asegurar las condiciones para el desarrollo de una
vida digna.
Esta doctrina centra su atención en garantizar el disfrute de los Dere-
chos Humanos y el ejercicio tranquilo de las libertades, así como re-
conoce que en los Estados democráticos no existen enemigos internos
para combatir, sino ciudadanos que se deben proteger125.
Pero a los ojos de la doctrina demoliberal peruana, los enemigos in-
ternos sí existen y se les juzga en el marco de una «funcionabilidad
de la justicia penal”126. Es decir, se penaliza al sujeto «criminal» y
no la conducta criminal. Si la filosofía de la pena se enmarcara en el
respeto de garantías de presunción de inocencia, fijación de las bases
de coerción penal bajo principios de intervención incidiaria y propor-
cionalidad, incorporación de las pautas del Juez natural u ordinario,
enjuiciamiento bajo el principio acusatorio y del derecho de defen-
sa, fijación de la temporalidad de la pena127, entre otros, estaríamos
frente al interés por la conducta criminal, la misma que pondría en

123
Roxin, Claus y Muñoz Conde, Francisco. Derecho Penal: Nuevas tendencias en el tercer
milenio. Seminario Internacional. 2000. pág. 16.
124
Citado por Claus Roxin en Derecho Penal…. Ob. Cit. pág. 34.
125
Borda Medina citado en Nota de Pie por César San Martín. «La reforma…» Ob. Cit.
pág. 43.
126
Roxin y Muñoz. Derecho Penal… Ob. Cit. pág. 36.
127
San Martín «La reforma procesal…» Ob. Cit. págs. 64– 65.

Carlos Infante 91
discusión un tipo de sanción, si fuera el caso. Pero si los derechos se
restringen o eliminan en contra de lo que establece las leyes funda-
mentales que rigen los destinos de la sociedad, entonces nos enfren-
tamos a la sanción contra el sujeto «criminal», a la venganza por el
delito cometido; en lugar de reprobar o corregir el acto delictivo, el
mismo que por principio puede ser tratado y resuelto de mediar cier-
tas condiciones sociales que apunten a las causas del hecho punible.
Lejos de esta idea, la doctrina penal del enemigo como suelen lla-
marla, ha cobrado fuerza. Si bien el problema se acentúa luego del
inicio del conflicto armado interno, su más alta expresión se registra
en 1992 cuando el gobierno de Alberto Fujimori dispone el estableci-
miento de los
tribunales sin rostro, se permite la condena en ausencia, se reduce la
edad de la imputabilidad hasta los 15 años, se crea el delito de trai-
ción a la patria y se habilita al Fuero Militar para su juzgamiento, se
establece el proceso militar sumarísimo para teatro de operaciones,
se prohíbe el ejercicio de garantías para los detenidos por terrorismo
y traición a la patria, se restringe el derecho de defensa, se prohíben
beneficios penitenciarios, etc.128
El régimen fujimorista, por lo tanto, no se apartó un instante de la
idea de reproducir una forma de coacción a la sociedad. De esa ma-
nera, las normas morales de notoria relación con las normas penales,
venían a expresar su carácter fluctuante; es decir, relativizar su com-
prensión de acuerdo al tipo de sociedad.
Es probable que, como Juan Ginés de Sepúlveda, el gobierno fuji-
morista haya estado convencido de que los malos eran los otros, que el
derecho natural aún debía regir las relaciones sociales129. Por lo tanto,
el ordenamiento social impuesto por él, seguramente, era justo.
Pero el problema persiste al declararse fundada una cuestión obje-
tiva sobre quién se irroga la condición de bueno y a título de qué. Por
tanto, qué justicia puede administrar aquél que se estima bueno, no
siéndolo (si tomamos en cuenta la dualidad bondad/maldad desde la
explicación que Nietzsche hace de ellas130). En este marco, gira nues-
128
José Ugaz en introducción a Terrorismo… Ob. Cit. pág. 13.
129
La primera causa de la que Ginés de Sepúlveda hablaba, se refería a que era justo que
«por derecho natural, la materia obedezca a la forma, el cuerpo al alma, el apetito a la ra-
zón, los brutos al hombre, la mujer al marido, los hijos al padre, lo imperfecto a lo perfecto,
lo peor a lo mejor…» Véase Tratado sobre las justas causas... Ob. Cit. pág. 153.
130
Nietzsche. La génesis de la moral. s/f. pág. 16–19.

92 Canto Grande y las Dos Colinas


tro dilema acerca de la aplicación de una serie de medidas dictadas
por el régimen de facto, cuya comprensión de la justicia resulta, a
todas luces, arbitraria, por decir lo menos. Sin embargo, deberíamos
agregar a lo expuesto líneas arriba, el problema de la acción punitiva
en medio de una ruptura del orden constitucional como la que se pro-
dujo el 5 de abril de 1992, la misma que nos traslada inevitablemente
a discutir aspectos formalistas, como la carencia del valor jurídico de
los dispositivos aprobados por una autoridad usurpada, situación que
suele subsanarse con la aplicación de la llamada doctrina de facto131.
Y es que en la práctica, aún cuando se habla de la nulidad de los actos
de una dictadura, no existe modo alguno de invalidar las decisiones
administrativas de un régimen despótico.
Quince años después de haberse aprobada la legislación antiterro-
rista, en medio de lo que fue una dictadura, vemos la ley plenamente
vigente en lo sustancial. Se sigue hablando, por ejemplo, de delito de
terrorismo, como si éste fuera un hecho o acto consustancial a gru-
pos subversivos, situación que ya lo hemos discutido al principio. Es
más, actualmente el vocablo terrorismo no encuentra uniformidad
ni siquiera en su definición. De pronto, esa es la razón por la que la
mayoría de legislaciones en sociedades del mundo, no contemplan
el llamado delito de terrorismo y, más bien, hablan del derecho a la
insurgencia, destinado a legitimar otra forma de levantamiento civil
contra un gobierno usurpador.
Pero la acepción que se tiene de insurgencia no puede restringirse
a la capacidad de defensa de un orden constitucional, no sólo por el
hecho de encontrar gobiernos constitucionales que aplican temidas
dictaduras económicas, sociales y políticas como previene Orbego-
so (1983), sino porque su significado encierra connotaciones de otro
orden, como que «el fundamento en última instancia del derecho de
insurrección, se encuentra en la opresión en el peligro que corren los
grandes intereses y bienes humanos y su imposibilidad de cautelar-

131
La Doctrina de facto sugiere una discusión con relación a la validez de los actos de una
autoridad usurpada. Siendo el usurpador un funcionario u otra autoridad del régimen, es
viable lograr la nulidad de los actos administrativos apelando a instancias superiores. Sin
embargo, si se trata de un gobierno usurpador, el problema es distinto, por cuanto «Los
hechos y la razón demuestran que una vez que un gobierno es derrocado y el nuevo régimen
establecido, toda desobediencia civil y aún militar, resulta ineficaz o sencillamente nunca
se produce». Orbegoso, Sigifredo. Derecho constitucional: ciencia y política. 1983. pág.
260.

Carlos Infante 93
los de otra manera»132. En tal sentido, la aplicación de penas contra
delitos de insurgencia hacia un orden demostradamente opresor, es
el dilema que nos obliga a una necesaria discusión acerca del valor y
la legitimidad, más allá de la legalidad, de quienes administran las
sanciones para los alzados en armas.
Volviendo al tema de la pena misma, convendría una reflexión adi-
cional desde una perspectiva no tan distinta a lo expuesto reciente-
mente. ¿Resultaría válida la aplicación de la pena capital o la cadena
perpetua cuando ambas, principalmente la primera, han sido abolidas
parcialmente por el régimen demoliberal? La cuestión descansa en el
contexto de su ejercicio, pues en una sociedad donde campea la co-
rrupción y donde la delincuencia se gesta a partir de la misma sociedad
y del Estado, es imposible que quienes se encuentren comprometidos
con esa dinámica apliquen con justicia cualquier tipo de escarmiento.
[L]a pena capital puede tener una relativa eficacia, especialmente en
la delincuencia común, que no irá más allá de terminar con un agente
criminógeno y sus posibilidades de cometer mayores crímenes fuera
y aún dentro de los penales como ocurre con frecuencia. En el caso de
la delincuencia política la cuestión es más que discutible. Pues según
la insidencia (sic.) de distintas variables, en unos casos exterminio
total de por medio, la medida puede tener cierta eficacia, pero en otros
cada revolucionario o subversivo ajusticiado es un mártir que nace,
con todo lo positivo que ello significa para su causa133.
La corriente que discute la pena máxima no se remonta a los últimos
años, como sabemos. El tema se reaviva cada cierto tiempo como una
medida efectista para frenar situaciones y problemas de orden social,
como los que son materia en el presente trabajo. Las razones por las
que el gobierno de Fujimori dispuso la modificación del código penal,
reflejaba no solo su interés por afirmarse en la teoría de la defensa so-
cial, donde políticas penitenciarias de carácter correccionalista, repo-
saban únicamente en el papel y en la palabra, sino también advertía
los rigores de un proyecto fascista134.

132
Orbegoso. Derecho constitucional… Ob. Cit. pág. 271.
133
Ibíd. pág. 299
134
No hablamos de un régimen fascista, sino de prácticas fascistas sustentadas en la «po-
lítica de guerra» de las que comenta Stalin. Véase La ideología del fascismo. De A. M.
Deborin. 1975. pág. 15. Boaventura de Sousa habría dicho que se trata de un fascismo social
expuesto en todas sus variantes. Véase Conocer desde el el sur. Para una cultura política
emancipatoria. 2006. págs. 259 a 261.

94 Canto Grande y las Dos Colinas


Cadena perpetua. Entre el apoyo y la crítica
Después del golpe de Estado, la campaña propagandística con re-
lación a la aplicación de la pena capital y el encierro de por vida, se in-
tensificó frenéticamente. La mañana del 1 de mayo de 1992, titulares,
a líneas llenas, cubriendo gran parte de las portadas de los impresos,
anunciaban la aplicación de severas penas contra los terroristas. El
mensaje correspondía al jefe de Estado, para quien se dispuso en la
víspera una sincronizada transmisión a través de los medios radiales y
televisivos. Ocurrió lo propio con la prensa, cuya sintonía acerca de la
perspectiva de la información curiosamente se orientaba en un mismo
sentido: otorgarle el carácter mediático al anuncio presidencial.
Dando un giro en la política antisubversiva, el presidente Alberto Fu-
jimori anunció ayer que se aplicará cadena perpetua para los cabeci-
llas e integrantes de los llamados comandos asesinos de las bandas
terroristas. En la foto, uno de los tantos grupos de subversivos deteni-
dos en los últimos meses135.
A un sector importante de la prensa sólo le bastó veinticinco días para
dejar de condenar el golpe de Estado y llamar nuevamente Presidente
a Fujimori. De pronto, parecía haberse roto el hábito de los medios de
organizar una identidad sobre la base de figuras simbólicas o de me-
diatizar conceptos, como pudo haberse hecho con el régimen de fac-
to. En el fondo, la prensa sabía que, más pronto que tarde, habría de
aproximarse al gobierno de manera inexorable, sea cual fuere su color
político, como luego la realidad lo demostró. Por lo tanto, la prensa no
estimó prudente afirmar la identidad del gobierno en los términos de
una administración dictatorial; acaso sí lo hizo con sus enemigos, los
subversivos136, a quienes les acuñó la identidad de terroristas.
En un informe elaborado por Caretas, se recuerda, por ejemplo, la
actitud mostrada por algunos diarios el mismo día del golpe:
La República decidió mantener los espacios en blanco, allí donde fueron
proscritos titulares y protestas y El Comercio dejó constancia de su pro-
testa ante la presencia inoportuna de los noctámbulos censores137.
135
Diario La República. N° 3 771 de fecha 1 de mayo de 1992. Portada.
136
Repárese en la designación que los medios peruanos hacen de otros grupos rebeldes como
el M-19 o las FARC a quienes llama rebeldes, guerrilleros o subversivos. No ocurre lo mismo
con sus pares en Colombia en donde califican de terroristas a ambos grupos y, más bien, se re-
fieren a la guerrilla maoísta, insurgentes o subversivos cuando hablan de Sendero Luminoso.
137
Revista Caretas. N° 2106 de fecha 10 de abril de 1992 pág. 13.

Carlos Infante 95
La indignación de ambos matutinos no tardó mucho en desvanecer-
se, ambos se aprestaron a legitimar las acciones de la dictadura. Fue
suficiente un mes para que las cosas volvieran a su cauce y cualquier
acto ulterior, sería parte de las funciones del llamado «Gobierno de
Emergencia y Reconstrucción Nacional». De esta forma, los medios
retornaron a la cotidianeidad con algunos comentarios aislados so-
bre lo ocurrido, convirtiendo el incidente de abril, casi en un hecho
anecdótico. Pero cuando debía tomarse posición sobre lo que estaba
sucediendo en el país con el conflicto armado interno y la política
represiva del Estado, aparecían unidos la prensa y el gobierno, olvi-
dándose de las aparentes diferencias que causó la ruptura política.
Así se desprende del artículo de Manuel D’Ornellas, director de
Expreso, titulado «Bajo la lupa de la OEA» y publicado curiosamente
al costado de la nota acerca de la cadena perpetua.
[E]l gobierno de facto del Perú debe tomar cabal conciencia del hecho
de que está –y lo estará hasta que retorne la legalidad, según la resolu-
ción de la OEA– bajo la lupa de la opinión continental y mundial138.
La instalación de la nueva administración había puesto en riesgo los
intereses económicos del sector de la gran burguesía nativa y extranje-
ra. La reacción de los afectados fue cautelosa, pero hubo algunas pro-
testas como la que reproducimos en la cita previa. Manuel D’Ornellas,
uno de los representantes de este sector139, asumió inicialmente una
postura crítica que fue diluyéndose hasta mostrar una escandalosa
complicidad con el régimen de turno140. Sus reproches dubitativos
de los primeros días, no tuvieron ni un ápice de comparación con la
vehemencia con la que apoyó la profundización de la política repre-
siva; tratándose de esta última, las discrepancias desaparecían. En
el artículo titulado «Cadena perpetua para terroristas», desplazó sus
138
Diario Expreso. Política. Viernes 1 de mayo de 1992 pág. A2.
139
En realidad la representación del sector dominante fue a través del propio diario, pues
sus directores sólo cumplieron las decisiones y voluntades de los accionistas del medio.
En un interesante trabajo realizado por Carlos Malpica se precisa que el diario Expreso
pasó por las manos de un acaudalado hacendado costeño llamado Manuel Mujica Gallo,
luego por las de Manuel Ulloa, ex ministro del segundo gobierno de Belaúnde y quien fue
propietario del Deltec Banking Coporation, entre otros bienes. Véase Los dueños del Perú.
1974. pág. 38
140
Diez años después, en un video grabado en una de las salas del Servicio Nacional de In-
teligencia se observa a Calmet Del Solar, director de este medio, recibiendo la suma de dos
millones de dólares americanos de manos del asesor presidencial Vladimiro Montesinos a
cambio de su adhesión al régimen de turno.

96 Canto Grande y las Dos Colinas


divergencias a un segundo o tercer plano, proscribiendo calificativos
de golpista, dictador, etc.
Desde que asumió el denominado gobierno de Emergencia y Recons-
trucción nacional se han venido adoptando medidas más drásticas para
acabar con una lacra social del terrorismo que desde hace doce años
viene tiñendo de sangre casi todas las localidades del territorio141.
La lógica de la guerra, como suele pasar, había juntado a rivales de
antaño. Expreso, La República, El Comercio, entre otros, declaraban
estoicamente su apoyo a las medidas anunciadas por Fujimori, sin
prevenir el altísimo costo social que la legislación antisubversiva, ha-
bría de generar al país. En doce años de conflicto armado, como ya se
dijo, el número de víctimas se contaba en decenas de miles. Las tres
administraciones que se turnaron en el gobierno entre 1980 y 1992,
llevaban sobre sus espaldas el pesado fardo de cada muerte. Pero el
último, el de Fujimori, a dos años de haberse instalado en el gobier-
no, si bien pareció no haber superado a sus predecesores en la cifra
de muertos, abonó a su cuenta el número mayor de víctimas, entre
desaparecidos, encarcelados, expatriados y desplazados.

CUADRO 1
Número de muertos por quinquenio gubernamental
Gobierno de Fernando Belaúnde (1980–1985) 8 387
Gobierno de Alan García (1985–1990) 8 252
Gobierno de Alberto Fujimori (1990-1995) 5 868 (*)

Fuente: Defensoría del Pueblo.


(*) Cifra que corresponde solo a las víctimas mortales.

Mientras el número de fallecidos recibía una intensa propaganda


a través de los medios, atribuyéndoseles en su totalidad a los alzados
en armas; por otro lado, se olvidaba de las otras víctimas de la política
represiva. La cifra de detenidos, por citar un caso, creció vertiginosa-
mente al punto de contabilizarse en la última década 21 855 encar-
celados, según estimaciones de Amnistía Internacional (AI)142, parte

141
Diario Expreso. Política. Edición del viernes 1 de mayo de 1992 pág. A2.
142
Informe de AI. Índice AI: AMR. 46/001/2003/s. Amnistía Internacional Perú. «La Legis-

Carlos Infante 97
de los cuales fueron excarcelados luego de varios años, no sin antes
haber sido sometidos –sin excepción alguna– a crueles e inhumanas
torturas físicas, que devino en una serie de perjuicios materiales y
psicológicos irreparables en los afectados.
A finales del año 2000, Ronald Gamarra, Norma Rojas y Rubén
Durán, por encargo del Instituto de Defensa Legal, desarrollaron un
importante trabajo acerca del tema de los requisitoriados. Aunque el
estudio se limitó a ofrecer aproximaciones del número de «buscados
por la ley», tomando como base las cortes superiores de Junín, Lam-
bayeque y Cusco, las estadísticas halladas no dejaron de sorprender:
en total 3293 ciudadanos perseguidos143. La cantidad en todo el país,
actualmente, supera con creces esta cifra, pues se calcula en 5228,
según estimados de la Defensoría del Pueblo. Otros supuestos hablan
de cantidades que oscilan entre 5000 y 24 mil personas144.
Era el inevitable efecto de la violencia represiva, que encontró en
la opinión pública nacional y en organismos internacionales de dere-
chos humanos, una tenaz resistencia. Pero la aprobación de la nue-
va legislación no se detuvo. Diego García Sayán, reconocido jurista,
aseguraba que el mayor obstáculo de aquel marco normativo sería
su escasa utilidad y equivocada aplicación, debido a la naturaleza del
régimen que pretendía ponerlo en práctica.
[C]uando se hace dentro de gobierno de facto tenemos el enorme pe-
ligro de las cajas de Pandora que se han abierto siempre en la histo-
ria de fenómenos insurgentes enfrentados desde regímenes de facto,
donde el costo social ha sido gigantesco y muchas veces ha sido ése
el marco dentro del cual los grupos insurreccionales sí han logrado
conquistar el poder145.
La legislación antiterrorista no podría vencer a Sendero, aseguraba
García Sayán. Su viabilidad se ajustaba únicamente a un régimen de-
mocrático. Sin embargo, Fujimori no pensaba de esa forma e impuso
su política sometiendo a todos los sectores sociales.

lación ‘antiterrorista’ y sus efectos: una asignatura pendiente de la transición a la democra-


cia». Resumen. 12 de mayo de 2003. El RUD señala una estadística de 21 795 prisioneros.
143
Gamarra, Ronald, Rojas, Norma y Durán, Rubén. Requisitoriados. Los otros inocentes.
Análisis y propuestas. 2000. pág. 17.
144
Gamarra, et al. Requisitoriados… Ob. Cit. pág. 39.
145
Revista Sí. Edición. N° 273 semana del 18 al 24 de mayo de 1992.

98 Canto Grande y las Dos Colinas


La lógica represiva de los grupos políticos hegemónicos o de quienes
acceden al control del Estado se ubica fuera de la política y se centra-
liza en la constitución de un sistema represivo: un corpus jurídico que
da sustento a la represión legal146.
Allanando el camino de la política estatal, distintos titulares concen-
traban artículos llenos de agitación. La nota principal del diario Ojo,
por ejemplo, configuraba el siguiente titular: «Fujimori anuncia ca-
dena perpetua y estudia pena de muerte. Terroristas acabarán sus
días en la cárcel». No obstante, algo curioso se mezcla en este punto;
el reportero de Ojo, decide ir más allá de los límites habituales de una
entrevista y ausculta al dictador.
Preguntado ¿por qué mejor no la pena de muerte para los terroristas?,
el jefe del Estado respondió que el Perú es firmante del Tratado de San
José de Costa Rica y no puede de manera unilateral aplicarla sino con
el respaldo del pueblo147.
Complicada respuesta la que da Fujimori a la prensa, acaso más que
la misma pregunta. De pronto decidió suspender todo tipo de garan-
tía constitucional de manera unilateral y, sin embargo, le resultaba
difícil escamotear los compromisos multilaterales, a cuya curiosa
incongruencia era inmutable el diario. Similar comportamiento ob-
servaba El Comercio. Su titular de portada decía: «Cadena perpetua
para los terroristas decretará Gobierno. Fujimori anunció que some-
terá la pena de muerte a consulta popular».
Pronto, el terrorismo será enfrentado ya no sólo con ese esfuerzo co-
ordinado del pueblo y de las Fuerzas Armadas, sino también con una
nueva legislación, que llevará presos a esos criminales, que atentan
contra vidas inocentes… […]. Consultado sobre la posibilidad de que
el Gobierno decida también aplicar la pena de muerte contra los de-
lincuentes terroristas, Fujimori recordó que el Perú ha suscrito el Tra-
tado de San José sobre esta materia. «Y, como suscriptor del mismo,
no puede aplicar, de manera unilateral, la pena de muerte. Habría que
denunciar el tratado, pero antes de ello preferiría recoger la opinión
pública, para, de acuerdo a ello, tomar las medidas respectivas. Este
tema es materia de consulta popular».[…]. Reafirmó haberse pro-
puesto levantar al país, añadiendo que ese objetivo requiere mucha
decisión. «El pueblo me eligió como gobernante. Estoy decidido a go-

146
Fernández P., Mauricio. «Violencia institucionalizada, derechos humanos y resistencia
en Argentina» en Poder y Cultura de la Violencia. 2000. pág. 376.
147
Diario Ojo de fecha 1 de mayo de 1992. pág. 2.

Carlos Infante 99
bernar y eso significa poner orden, sancionar los delitos, establecer
disciplina y determinar el marco para el desarrollo», enfatizó148.
Y más adelante agrega:
La autonomía del Poder Judicial fue garantizada públicamente ayer
por el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Luis Serpa Segura,
quien tras sostener una reunión de trabajo con el presidente Alberto
Fujimori en Palacio de Gobierno, adelantó que ese Poder del Estado
no recibirá órdenes de nadie. ‘El Poder Judicial es autónomo. Noso-
tros no recibimos órdenes de nadie’149.
El centenario periódico podría haber apelado a la supuesta objetivi-
dad del género informativo, pero no lo hizo; y así como no reparó en
utilizar peyorativamente el término delincuente para referirse al sub-
versivo, tampoco se inquietó por el contenido fascista de las declara-
ciones de Fujimori: «Estoy decidido a gobernar y eso significa poner
orden», «sancionar los delitos», «establecer disciplina».
Pero más allá de la inferencia que hagamos acudiendo sencilla-
mente al sentido común para demostrar la ilegitimidad –huelga decir
también ilegalidad– de las medidas adoptadas por el gobierno de fac-
to, nos interesa, indudablemente, poner en evidencia el último enun-
ciado: «sancionar los delitos». No era para menos. El nuevo gobierno
se había dado facultades extraordinarias para legislar y administrar
justicia, de modo que las soberbias declaraciones del presidente de la
Corte Suprema, a la sazón juzgado actualmente por sus vínculos con
la mafia «fujimontesinista», compaginaban con una especie de actua-
ción grotesca. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos se
encargó días después de emitir un juicio al respecto:
[L]a eliminación de la independencia de poderes afecta la esencia
misma del régimen democrático, destruyendo los equilibrios institu-
cionales necesarios para frenar los excesos del poder y cautelar los
derechos a las personas. Tal efecto –dice– se ha logrado a través de
la eliminación del Poder Legislativo y la subordinación del Poder Ju-
dicial y del Ministerio Público a través de actos que sólo pueden ser
calificados de arbitrarios150.
Caretas lo había hecho poco antes:

148
Diario El Comercio. 1 de mayo de 1992. pág. A4. Las letras cursivas son nuestras.
149
Diario El Comercio. Política. 1 de mayo de 1992. pág. A4.
150
Diario La República. Política. 18 de mayo de 1992. pág. 3.

100 Canto Grande y las Dos Colinas


Con un gobierno que designa a los miembros del Poder Judicial a
dedo y hecho tabla rasa de la independencia de poderes, no se puede
esperar demasiadas garantías […]. Además, con la férula de la dicta-
dura sobre sus cabezas, ningún magistrado se va a atrever a declarar
inocente a ningún acusado151.
En efecto, con un Poder Judicial absolutamente controlado, la apli-
cación de medidas punitivas resultaba menos objetable. ¿Quedaban,
acaso, otras acciones por realizar? La estrategia antisubversiva inicia-
da con el «autogolpe», comprendía, además, sustraerse de la jurisdic-
ción de la Convención Americana152. La amenaza de Fujimori de de-
nunciar el Tratado de San José para actuar con absoluta impunidad
en la eliminación sumaria de los subversivos, iba acompañada de otra
argucia en el pretendido intento de legitimar sus medidas, poniendo
en consulta a la población peruana dos posibilidades: la cadena per-
petua o la pena de muerte para terroristas, dilema que habría llevado
al país a reproducir su situación entre elegir la pobreza y la miseria.
A pesar de la fuerte campaña mediática, el régimen desistió del
referéndum acerca de la pena de muerte. De pronto, habría obtenido
una votación mayoritaria, pero también habría provocado la polari-
zación del país. Era un riesgo que no estaba dispuesto a correr. Por lo
tanto, insistió en el compromiso de todos los sectores dominantes y,
cómo no, de las empresas periodísticas.
Fujimori demandaba una cuota de apoyo. La respuesta fue inme-
diata y categórica. Ojo fue uno de los primeros diarios que evitó re-
chazar la deferencia y se ubicó a la vanguardia de los impresos loca-
les; pronto habría de desplegar mayores esfuerzos ante la amenaza de
otros medios escritos que le disputaban su servilismo. Sin embargo,
su disposición al régimen contribuyó en la preparación de las condi-
ciones en el proceso de endurecimiento de la política represiva.
Debemos tener en cuenta que la cadena perpetua para los subversivos
y narcotraficantes resulta todavía insuficiente, pero es un gran paso
adelante hacia la aplicación de mano dura contra el terror. Existen
otras opciones como que los subversivos sean juzgados en el fuero
militar, toda vez que los tribunales especiales han demostrado en la

151
Revista Caretas. Edición Nº 1209. 4 de mayo de 1992. pág. 20.
152
El Estado peruano es parte de la Convención Americana desde el 28 de julio de 1978 y
reconoció la competencia contenciosa de la Corte el 21 de enero de 1981. Más tarde, el 28 de
marzo de 1991, durante la administración fujimorista, se ratificó la Convención Americana
para Prevenir y Sancionar la Tortura.

Carlos Infante 101


práctica que resultan inoperantes. También se debe suspender cual-
quier beneficio legal para los cabecillas del narcoterrorismo, y más
bien insistir en las ventajas que recibirán los que deserten de las filas
terroristas y que brinden información para capturar a los «peces gor-
dos» del extremismo153.
La agenda de los medios había producido un ligero cambio en los
siguientes días, previos a la masacre. No se hablaba únicamente de la
cadena perpetua o la denuncia al Tratado de San José de Costa Rica;
Ojo propuso algunas iniciativas como las de juzgar a los terroristas
en el fuero militar, recortarles todos los beneficios penitenciarios y
promover la llamada Ley de arrepentimiento con la que se llevó a las
cárceles a más de 20 mil peruanos. El impreso sabía de antemano
que se aplicarían esas políticas. ¿Acaso Fujimori se adelantó a revelar
a ciertos personajes con poder económico y político sobre las dispo-
siciones que impondría y que deberían ser lanzados por los medios
de información progresiva y sostenidamente?, ¿simple coincidencia?
No. En estos temas no existen coincidencias.
Cada periódico encontró la mejor forma de honrar sus compromi-
sos con el «nuevo» régimen. Mientras Ojo, bajo la dirección de Fer-
nando Viaña, declaraba sin tapujos su adicción a la dictadura fujimo-
rista, otros medios pretendieron actuar con cautela. El trajinar de El
Comercio, por más de un siglo, había enseñado a sus propietarios a
no exponerse por completo. Además, sería un agravio al estilo formal
que caracterizaba sus ediciones desde 1839, fecha de su fundación.
No obstante, sus editoriales eran inflexibles con la subversión. No
era lo mismo con la dictadura a la que mejor llamaba «Gobierno de
Emergencia y Reconstrucción Nacional». Tampoco le fue necesario
rendirle culto para demostrar solidaridad con su proyecto totalita-
rio; le bastó, entre otras cosas, convocar y reproducir declaraciones
de ciertos personajes acerca del código penal promulgado tres días
después. Andrés Aramburú Menchaca, entonces decano del Colegio
de Abogados de Lima, fue uno de los dos juristas entrevistados y su
opinión acerca del tema en cuestión, resultaba insólito. Más allá de
observar elementales aspectos con relación a la naturaleza de la legis-
lación y a su carácter espurio, ofreció algunos alcances para viabilizar
las nuevas políticas contrasubversivas.
«Yo considero que todo lo que sea agravar las penas contra los narco-
153
Diario Ojo. Editorial. 2 de mayo de 1992. pág. 4.

102 Canto Grande y las Dos Colinas


traficantes y terroristas contribuirá a mejorar la situación y particu-
larmente dominar la insurrección», expresó el decano […]. Indicó que
la implementación de tales penas no ocasionaría ningún problema de
orden jurídico, ya que sólo se trata de una modificación del Código
Penal que puede hacerse por Ley […]. En cuanto a la posibilidad de
establecer la pena de muerte… tomaría «algo de tiempo» el hacerlo
y aseguró que no traería ninguna consecuencia para el Perú, ya que
cada país puede hacer en su caso lo que crea conveniente154.
¿Habría registrado El Comercio otras declaraciones abiertamente
contrarias a la anterior? Es probable, pero no lo hizo, como tampoco
observó los desvaríos del representante de los abogados.
Pero El Comercio entendía que la opinión anterior no era la única
en su género. Seguidamente, registra las declaraciones de otro cono-
cido abogado, cuya posición no ofreció menoscabo al sentimiento de
su decano.
La aplicación de la pena de cadena perpetua para terroristas, anuncia-
do por el Presidente Alberto Fujimori, no sólo merecería la reformu-
lación del Código Penal sino, en la práctica, de todo el sistema peni-
tenciario nacional, opinó el jurista Luis Lamas Puccio […] «El código
de 1924, que fue derogado, establecía diferentes penas privativas de la
libertad –de penitenciaría, de relegación, etc.– pero que en la práctica
no se diferenciaban ya que todos los inculpados iban a la misma pri-
sión, en las mismas condiciones deprimentes», anotó […]. Manifestó
que al margen de las reformas normativas que deberán aplicarse, de-
berá reformarse el sistema penitenciario, contar con una infraestruc-
tura adecuada y con personal especializado en el tratamiento de esos
reclusos que son de alta peligrosidad y por tanto especiales. «Debemos
considerar que actualmente las personas privadas de su libertad por
actos de terrorismo en el país tienen, en los centros penitenciarios,
universidades senderistas, en las cuales se reúnen libremente, favore-
ciéndolos porque no tienen que recurrir a la clandestinidad»155.
Lamas Puccio declaraba que no solo era conveniente reformular el Có-
digo Penal, cuando la discusión se veía anclada únicamente en el tema
de la cadena perpetua (una parte de la legislación); su «ilustrada»
propuesta alcanzó a todo el sistema penitenciario, es decir, nuevos pe-
nales con resguardo policial y militar en lugar de personal del INPE, en
donde debían ser instalados sólo los prisioneros subversivos, habida
cuenta que los centros de readaptación eran «universidad senderis-

154
Diario El Comercio. Política. Sábado 2 de mayo de 1992. pág. A4.
155
Diario El Comercio. Política. Sábado 2 de mayo de 1992. pág. A4.

Carlos Infante 103


tas» en las cuales se «reúnen libremente», según señalaba el jurista.
Su aporte se encuadraba en la necesidad de aislamiento total entre los
detenidos, al que luego hubo de llamarse aislamiento celular.

Buscando el desequilibrio
Si alguien se pregunta porqué Fujimori logró mantenerse más
tiempo del debido en el poder, la respuesta se encuentra en la figura
de Agatocles, cuya experiencia en la aplicación de medidas fácticas
debió inspirar al maquiavélico Fujimori. «Los actos de rigor se de-
ben hacer todos juntos, a fin de que, habiendo menos distancias entre
ellos, ofendan menos; en cambio los beneficios se deben hacer poco a
poco, a fin de que se saboreen mejor»156. La instauración de la dicta-
dura iba acompañada de una serie de mecanismos legales y prácticos
pensados con mucho cuidado. La dosis debía ser administrada de una
sola vez de modo que no cause un prolongado dolor en las víctimas.
Pero el discurso presidencial –acerca de la pena de muerte y la ca-
dena perpetua– no habría servido de mucho si se hubiera ajustado
únicamente a preparar a la población para lo que se veía venir además
de calificar su «voluntad» en una suerte de plebiscito; era también
un mensaje a los seguidores del presidente Gonzalo157, en quienes de-
bía generar un estado de desmoralización y desbande. No obstante,
la estrategia contrasubversiva parecía subestimar los rigores de acce-
so a la organización rebelde. Los maoístas diseñaron procedimientos
elementales para manejar con extraordinario cuidado la incorpora-
ción de sus combatientes y, en mayor grado, la de sus militantes. Su
probada confianza en la causa revolucionaria constituyó el pilar de la
fortaleza moral e ideológica de los alzados en armas. En 1988 Abimael
Guzmán habló de este tema en la famosa entrevista que ofreció a El
Diario: «nuestro problema especialmente apunta al hombre, al forta-
lecimiento ideológico y político, a la construcción ideológico-política
del ejército en este caso, así como a su construcción militar»158. En

156
Maquiavelo, Nicolás. El Príncipe. 1983. pág. 41.
157
Véase Ojo por Ojo de Umberto Jara. 2003. pág. 132.
158
Partido Comunista del Perú. «Entrevista al Presidente Gonzalo». El Diario. 1988. Véa-
se la tesis “Los prisioneros de guerra del Partido Comunista del Perú y el papel de su moral
comunista en las circunstancias del genocidio de mayo de 1992” Universidad Mayor de San
Andrés. Bolivia. 2002. págs. 120 y 121.

104 Canto Grande y las Dos Colinas


efecto, una de sus mayores virtudes fue, sin duda, el aspecto moral, si-
tuación que discutiremos más adelante, pero que arrancó comentarios
como el que hiciera cierto general del Ejército Peruano al asegurar que
con cinco mil senderistas le ganábamos la guerra a Chile.
Aun así el gobierno esperaba una deserción masiva. La intensa
propaganda sobre centenares de arrepentidos en el Alto Huallaga,
como efecto de sus recientes medidas contrasubversivas apuntaba en
esa dirección.
Todos se deben acordar cuando los noticieros de la televisión pasaban
en cada edición, a diario, sin falta, a pobladores de la sierra presen-
tados como militantes arrepentidos quemando las banderas de Sen-
dero. Ese fue uno de los operativos psicosociales más usados. Para
el que veía el noticiero era una rutina aburrida, una cojudez, pero el
destinatario del mensaje era otro, eran los senderistas que miraban a
desertores, que veían que perdían militantes y territorio; y no siempre
era verdad, se usaba gente para armar esas escenas159.
Los maoístas lo sospechaban, de allí que sus documentos partida-
rios revelaban una dinámica distinta. Lejos de moderar su conducta
bélica, el PCP amplió sus zonas de acción ofreciendo una mayor ca-
pacidad táctica en la mayoría de departamentos del país. A princi-
pios de la década del 90 llegaron a contabilizar un total de 121 455
operaciones militares a lo largo de diez años de guerra civil160. Pero
el balance del Comité Central comunista no dejó de lado uno de los
aspectos centrales del conflicto: las elecciones. El curso de ellas debía
convertirse en el mejor indicador de la fortaleza o debilidad de la de-
mocracia burguesa. De acuerdo a los documentos de la organización
rebelde el fuerte ausentismo, así como los votos nulos y blancos en
zonas dominadas por el movimiento obrero campesino revelaba la
ineficacia del régimen demoliberal.

159
Declaraciones de un alto oficial del Ejército Peruano. Véase Ojo por ojo. De Umberto
Jara. Pág. 159.
160
Partido Comunista del Perú. «¡Elecciones no, guerra popular sí!». Comité Central. 1990.

Carlos Infante 105


CUADRO 2
Comparación entre elecciones generales de 1985 y 1990
% nulos / blancos1 % ausentismo2
1985 1990 1985 1990
Ayacucho 35,80 41,30 17,10 48,00
Apurímac 35,50 38,30 17,90 28,00
Huancavelica -------- 36,20 -------- 40,40
Pasco 16,45 25,70 13,05 37,10
Junín 16,89 19,90 9,80 49,50
Huánuco 26,62 29,90 14,50 50,10
San Martín 11,49 26,77 14,50 31,40
Puno 24,50 28,45 9,00 23,00
Cusco 23,60 22,53 12,90 24,40
Cajamarca 2,20 27,03 15,80 27,00
Ancash 22,95 23,97 8,60 27,10
Ucayali 13,00 17,85 14,05 30,00
La Libertad 11,40 15,02 6,45 18,00
Lima 6,87 8,61 7,80 13,00

Fuente: Datos recogidos del JNE. En «Elecciones No, Guerra Popular Sí».
1
Porcentaje en relación a votantes.
2
Porcentaje en relación a inscritos.

Si bien la estrategia comunista caminaba en función al boicot elec-


toral, la decisión de impedir el proceso en todo el país, estaba aún
distante de la capacidad militar y política de los insurgentes.
Lo fundamental de estos cuadros es que la suma de los no inscritos,
no votantes y quienes votaron nulo y en blanco suman millones; esta
gran masa se integra por no inscritos, esto es quienes se desarrollan al
margen del sistema político imperante o están abiertamente en contra
del mismo; por no votantes, quienes están en contra de las elecciones
o no les interesan; y por votos nulos o blancos de quienes cumplien-
do formalmente con la obligación impuesta no esperan nada de las
elecciones o no están de acuerdo con ninguno de los partidos parti-
cipantes161.
Para entonces, estaba en marcha el Sexto Plan Militar denominado
161
Partido Comunista del Perú. «¡Elecciones no, guerra popular sí!». Comité Central. 1990.

106 Canto Grande y las Dos Colinas


Construir la Conquista del Poder. Su ejecución comprendía un con-
junto de campañas y ofensivas.
A inicios de la década del 90, el grupo insurgente contaba con va-
rios destacamentos especiales en la ciudad de Lima (equivalentes a
pelotones de la fuerza principal en el campo), conformados cada uno
por cinco o seis hombres, cuya destreza en la emboscada de vehículos
policiales, era cada vez más elevada. En una operación de este tipo ac-
tuaban, además del destacamento especial, otros aparatos armados;
llegando a concentrar, en ocasiones, treinta hombres en promedio,
encargados de asegurar la retirada y evitar el contraataque.
Ese año, en el marco de su III campaña, se registraron hasta dos pa-
ros armados dejando casi inmovilizada la ciudad de Lima. La destruc-
ción de delegaciones policiales e instalación de coches bomba en esta-
blecimientos estatales, el sabotaje a torres eléctricas de alta tensión, la
activación de artefactos explosivos en entidades bancarias y grandes
empresas, así como locales públicos, la eliminación de militares, auto-
ridades políticas, delatores, y la intensa propaganda en las zonas más
pobres de la ciudad, demostraban la capacidad militar de los rebeldes.
Políticamente, el avance de la insurgencia en territorio urbano se en-
contraba en progreso. Distintos asentamientos humanos ubicados en
las zonas de acceso a la ciudad, desarrollaban clandestinamente otro
tipo de relaciones sociales. Se había instalado una especie de Comi-
té Popular Clandestino (denominado por la organización subversiva
como Comité de Lucha Popular) bajo autoridad del Partido.
No era extraño saber que en distritos como el Agustino, La Victo-
ria, Villa El Salvador, Ate Vitarte, Santa Anita, San Juan de Lurigan-
cho, San Juan de Miraflores, San Martín de Porres, Los Olivos, los
sectores más pobres del Callao y en otras zonas de extrema pobreza,
cientos de personas cercanas a la organización partidaria, desplega-
ban nutridas movilizaciones relámpago portando banderas rojas, que
al cabo de algunos minutos se disolvían sin dejar mayor rastro con-
fundiéndose entre la gente, dejando estupefactos a pequeños pique-
tes policiales apostados en alguna entidad bancaria o estatal, cuya
reacción era neutralizada rápidamente por los subversivos.
El 2 de noviembre de 1989, la plaza Manco Cápac fue escenario
de una concurrida movilización que concentró cerca de mil perso-
nas. Las columnas de pobladores provenientes de zonas periféricas

Carlos Infante 107


de Lima fueron movilizadas por activistas del Comité de Familiares
de Presos Políticos y Prisioneros de Guerra, cubriendo el trayecto que
se abre desde el puente Bausate y Meza, cerca al Estadio Nacional,
hasta las proximidades de Canal 11 en la Avenida Abancay. La mar-
cha, que tenía como destino el cementerio central, fue abruptamente
interrumpida por una feroz represión que dejó varios heridos y un cen-
tenar de detenidos. En El Agustino y La Victoria, movilizaciones simi-
lares recorrieron las zonas más pobres de los dos distritos. En ambos
casos, el desplazamiento de cientos de personas, iba flanqueado por
destacamentos armados dispuestos a batirse en duelo de haber encon-
trado resistencia en algunos guardias que custodiaban las entidades fi-
nancieras de la zona. Luego de ser reducidos, los efectivos policiales no
encontraron forma de repeler el movimiento. Las banderas rojas con
la hoz y el martillo flameaban desafiantes, mientras la muchedumbre
dejaba la huella de su sólido avance insurgente en el corazón del país.
Otra era la atmósfera en el cono este, norte, sur y oeste de la capital en
donde las movilizaciones terminaban en tomas de tierra.
En ese estado se encontraba Lima. El golpe de Estado no paralizó
las acciones violentas; es más a partir de ese momento se recrudeció
el conflicto en todo la nación, la respuesta del Estado fue igualmente
violenta. En las fronteras, los gobiernos de países vecinos expresaban
una creciente preocupación pero el temor parecía venir con más fuer-
za desde Washington.

Estados Unidos: temores y salidas


A principios de la década del 90, Estados Unidos avanzaba en la
consolidación de su hegemonía como superpotencia única en el he-
misferio. La autodisolución de la URSS en estados independientes
marcó la caída del régimen soviético. Terminaba, así, 45 años de pug-
na entre Estados Unidos y la Unión Soviética por el predominio eco-
nómico y político en los cinco continentes. Aunque Rusia mantuvo
su poderío militar con suficiente material nuclear para desencadenar
un conflicto de grandes proporciones, su influencia había disminuido
notablemente. La «victoria», sorprendentemente, no colmó de satis-
facciones a todas las fuerzas norteamericanas, debido al desequilibrio
que produjo la reducción de los gastos militares. Es decir, no habien-
do necesidad de contener el «avance comunista», resultaba absur-

108 Canto Grande y las Dos Colinas


do y poco justificable incluir en su presupuesto miles de millones de
dólares para este rubro. Según el Instituto de Estocolmo de Inves-
tigación Internacional para la Paz, se estima que el gasto militar en
Estados Unidos, durante la década del 90, fue alrededor de 380 mil
millones de dólares por año. Hubo, entonces, necesidad de inventar
un nuevo enemigo, cuya capacidad impidiera frenar la producción de
armamentos y paralizar el movimiento alrededor de esta industria
que superaba con creces a otros sectores económicos.
George Bush (padre) venía gobernando el país desde 1988 y se
encontraba a pocos meses de entregar el mando a Bill Clinton, can-
didato del partido demócrata. La política exterior estadounidense
reclamó nuevamente prioridad a partir de la guerra del Golfo y la
agresión contra Panamá en 1989. Luego fue Bosnia, Ruanda, Sudán,
Somalia, Afganistán, Irak, etc. Era el cambio de una política exterior
de contención (expansión moderada) por la de extensión a ultranza.
Sin embargo, sus afanes hegemónicos no se restringían al dominio
geopolítico. De la mano de aquel proyecto se organizaban fuertes
intereses económicos. El neoliberalismo comenzó a reproducirse en
el mundo a partir del modelo capitalista norteamericano en franca
competencia con los países europeos, cuya resistencia comenzaba a
ser cada vez más sólida a partir de la reunificación de Alemania y su
incorporación al proceso de constitución de la Unión Europea que
terminó en 1992. La disputa por reservas petrolíferas, nuevos merca-
dos y espacios geográficos, iba en ascenso.
En Latinoamérica, países como México y Chile, servirían de globos
de ensayo para aplicar en rigor nuevas políticas económicas de largo
aliento. El Perú no era ajeno a los planes del país norteño, tendría
que acomodarse a las nuevas condiciones establecidas por el impe-
rialismo norteamericano, cuya influencia en esta parte del continente
superaba los límites del espacio económico162. Mientras en Colombia
el conflicto armado interno seguía siendo una amenaza para la esta-
bilidad de ese país, había dejado, por otro lado, de poner en riesgo
al Estado colombiano. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Co-
lombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) detuvieron

162
En 1965, el capital extranjero norteamericano controlaba casi el 100% de las expor-
taciones de petróleo y hierro, el 88% de cobre, el 67% de plomo y plata, el 30% de harina
de pescado y el 7% de algodón. Los cambios políticos de la década siguiente no variaron
sustancialmente aquel dominio económico. Véase Riqueza… Ob. Cit. de Francisco Durand.
págs. 104-105.

Carlos Infante 109


su avance al ingresar, principalmente el último, a un período de des-
gaste y extinción.
Estados Unidos salía de una etapa de actividad contrainsurgente
en Centro América. En Nicaragua, El Salvador y Guatemala compar-
tió el crédito, junto a las tropas de estos países, del exterminio de su
población; en total 325 mil personas perecieron a manos de fuerzas
combinadas estatales y norteamericanas163. La administración Bush
estaba absolutamente convencida que «[L]as guerrillas y los movi-
mientos populares representan un serio reto político y social para la
supremacía norteamericana en la región»164.
Pero, por entonces, la mayor tensión procedía del Perú. El gobier-
no norteamericano no encontró obstáculo alguno en el Estado pe-
ruano para instalar varias bases militares en puntos estratégicos del
territorio nacional. El programa de erradicación de la hoja de coca y
la llamada lucha contra las drogas a cargo de la Drug Enforcement
Agency (DEA)165, no pasó de ser un disfraz, nada más. Su misión era
cubrir el ingreso de «Boinas Verdes» y la instalación de radares en
Iquitos y Andoas, lugar donde se ejecutaron distintos planes opera-
cionales luego de la transferencia de equipos militares y de comunica-
ciones, bajo el pretexto de interdicción de la hoja de coca.
A nivel de inteligencia, el Departamento de Estado norteamerica-
no contaba con una red de agentes no tan secretos ubicados en altos
cargos del gobierno peruano. Vladimiro Montesinos, al que la prensa
local llamó el rasputín del gobierno, coordinaba a través de un emi-
sario cada movimiento de la lucha antisubversiva con el embajador
norteamericano Anthony Quainton.
163
Petras, James. Las Colonias del Imperialismo. 2003. pág. 113. Por otro lado, en un in-
teresante ensayo, Noam Chomsky recuerda, apropósito, el comentario de Alfredo Vásquez
Carrizosa, presidente del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos de
Colombia sobre los esfuerzos que la administración norteamericana hizo para «transfor-
mar a nuestros ejércitos regulares en brigadas de contrainsurgencia, al aceptar la nueva
estrategia de los escuadrones de la muerte e introducir lo que en Latinoamérica se conoce
como la Doctrina de la Seguridad Nacional […] no de defensa contra un enemigo externo,
sino con el fin de convertir a los estamentos militares en los amos del juego [con] derecho a
combatir contra el enemigo interno […]: el derecho a atacar y exterminar trabajadores so-
ciales, sindicalistas, hombres y mujeres que no son partidarios del sistema y son sospecho-
sos de ser agitadores comunistas […]». Véase Hegemonía y supervivencia. La estrategia
imperialista de Estados Unidos. 2006. pág. 271.
164
Petras. Las Colonias… Ob. Cit. pág. 112.
165
A pesar de esos esfuerzos, se estima que en la última década, los campos cultivados con
hojas de coca se han incrementado en cinco veces más. Véase Militarización, Soberanía y
Fronteras. El Pentágono y las Fuerzas Armadas Andinas. De Lora Cam, J. 1999. pág. Web.

110 Canto Grande y las Dos Colinas


[El] embajador empezó a usar al funcionario de enlace de la CIA más
bien como un canal de doble vía. La información y las opiniones pa-
saban de Fujimori –a través de Montesinos y de su contacto de la
CIA– al embajador, y de ahí a la Casa Blanca y el Consejo Nacional de
Seguridad, y viceversa166.
Montesinos mantuvo intactas sus credenciales de trabajo al servicio
de la Central de Inteligencia Americana (CIA), tal como se desprende
de los documentos desclasificados en el año 2002 por el Departamento
de Estado norteamericano167. Su nueva misión comienza en 1990 de la
mano de un desconocido personaje hasta entonces: Alberto Fujimori.
Hoy se sabe que, en la campaña electoral del 90, la CIA acudió en sor-
prendente apoyo del candidato Fujimori. Si bien Mario Vargas Llosa,
con su ilustrada prédica liberal, debía considerarse como un candida-
to afín a los intereses norteamericanos, en realidad, la pasión puesta
por el escritor en la divulgación de sus ideas lo convirtió, a los ojos
yanquis, en un riesgo para sus intereses porque podía generar una po-
larización tal que un país sumido ya en una guerra interna, terminase
en una incontrolable explosión civil beneficiosa para la agrupación
maoísta Sendero Luminoso168.
El triunfo de Fujimori en las elecciones del año ‘90 no fue exactamen-
te una casualidad como aseguraban representantes de la oligarquía
peruana y al que hizo eco la prensa local. Quienes impulsaron su can-
didatura se valieron, entre otros aspectos no menos importantes, del
enorme desprestigio de los partidos políticos legales169 y el rechazo a
políticas neoliberales promovidas por la derecha peruana, representa-
da en ese momento por Mario Vargas Llosa, candidato presidencial en
las elecciones generales de 1990. Las relaciones entre los gobernantes
de esta parte del hemisferio y la Casa Blanca, habían dejado de ser una
paranoia o prédica comunista. Fujimori, durante su primer viaje a los

166
Bowen y Holligan. El espía… Ob. Cit. pág. 204.
167
Jara. Ojo… Ob. Cit. pág. 51.
168
Ibíd. 51.
169
Existen distintos estudios acerca del imparable deterioro de los partidos políticos en el
período 1980 a 1992. Uno de ellos es el de Nicolás Lynch en Una tragedia sin héroes. La de-
rrota de los partidos y el origen de los independientes. Perú 1980-1992. 1999. Véase tam-
bién Los partidos políticos en el Perú 1992-1999. Estatalidad, sobrevivencia y política me-
diática de Martín Tanaka. 1999; Política y Antipolítica en el Perú de Nicolás Lynch 2000;
«Estado, régimen político e institucionalidad en el Perú (1950-1994)» de Sinesio López en
El Perú frente al siglo XXI. 1995. pág. 564; La década de la antipolítica. Auge y huida de
Alberto Fujimori y Vladimir Montesinos de Carlos Iván Degregori. 2000. pág. 28.

Carlos Infante 111


Estados Unidos, recibió dos encargos concretos: poner en práctica un
programa económico ultraliberal y aplicar la guerra de baja intensi-
dad contra el terrorismo170. Si no hubo hasta la fecha algún documen-
to que demuestre los pormenores de la reunión con representantes de
Washington, la ejecución de aquellas directivas salta a la vista.
El período de reestructuración del Estado comprendió una serie de
medidas económicas: la reducción de los aranceles, apertura de la eco-
nomía a la competencia, renegociación con el Fondo Monetario y el
Banco Mundial, privatización de empresas públicas171, reducción de la
burocracia estatal, entre otros aspectos que desencadenaron en la pro-
fundización de la pobreza y los problemas sociales en distintos espacios
públicos172. En una entrevista hecha por la revista Quehacer, Gonzalo
García Núñez advertía la orientación del gobierno fujimorista.
Las medidas están a la vista: la cesión gratuita de su mercado interior
por la apertura comercial; la entrega sin contrapartida de su mercado
financiero por la desregulación bancaria y la libre movilidad interna-
cional de capitales; la virtual autodestrucción del aparato público; el
abaratamiento de la fuerza de trabajo; el convenio del narcotráfico
que desdice de Cartagena y, sobre todo, la inviabilización de cualquier
posibilidad de inversión, pública y privada, por la orientación del ex-
cedente económico hacia el pago de la deuda externa: un flujo negati-
vo de recursos financieros173.
Desde la orilla opuesta, el PCP ofreció una lectura singular. Hablaba
de tres tareas del régimen: «reimpulsar el capitalismo burocrático,
reajustar el Estado y aniquilar la guerra popular»174; así pues, las me-
didas y decretos legislativos también apuntaban a cercar y controlar
todo espacio geográfico y político. Simultáneamente, se puso en mar-

170
Jara. Ojo… Ob. Cit. pág. 65.
171
Vargas Llosa, Mario. El Pez en el agua. 1993. pág. 452.
172
En el informe elaborado por la Comisión Especial sobre las causas de la violencia y
alternativas de pacificación nombrada por el Senado de la República, se estimó que un mi-
llón doscientos mil jóvenes no trabajan ni estudian; que la mayor parte de los jóvenes que
trabajan lo hacen en condiciones de subempleo; que la tasa más alta de desempleo abierto
es la de los jóvenes; que la drogadicción, el alcoholismo, la prostitución, etc., registran sus
más altos porcentajes entre los jóvenes. Quehacer. «Violencia y Pacificación: Un informe
que debe ser escuchado». Edición N° 54. Agosto-setiembre de 1988. pág. 21.
173
Quehacer. «La economía Política del Cólera». Entrevista a Gonzalo García Núñez. Edi-
ción N° 70. Lima marzo-abril de 1991. págs. 24 y 32.
174
Partido Comunista del Perú. «¡Que el Equilibrio Estratégico remezca más al país!».
1991.

112 Canto Grande y las Dos Colinas


cha decisiones políticas contra la subversión, otorgándole facultades
a Montesinos para ese propósito. Su paso por la Escuela de las Amé-
ricas debía ser aprovechado al máximo.
El «autogolpe», al fin y al cabo, fue una cuestión de tiempo, pro-
vocada por la turbulencia política y social que vivía el país. Era prede-
cible, la medida se convirtió en la única forma de concentrar todo el
poder en el Ejecutivo. Lo visible del hecho, es que, ni las condiciones
observables, ni las percepciones de los estrategas del gobierno, logra-
ron minimizar el estado de crisis de entonces. La percepción norte-
americana no era distinta. Sus diferentes organismos de inteligencia
concentrados en la CIA, advertían el peligro. En una entrevista pu-
blicada en La República el lunes 4 de mayo de 1992, se reproducen
declaraciones de Gordon H. McCormick, analista del Departamento
de Política Internacional de la Rand Corporation, instituto asesor del
Pentágono, dando cuenta de la gravedad del problema:
[U]n papel prudente de los Estados Unidos es evitar cuidadosamente
involucrarse, directa o indirectamente, en la campaña de contrain-
surgencia peruana […] Los intereses de los Estados Unidos en el Perú
son limitados: el probable desenlace de cualquier involucramiento es
problemático y los costos y riesgos de una asociación son altos175.
Pero la «asociación» de la que habla el analista, no parece haber sido
limitada, si se toma en cuenta el interés norteamericano por expandir
su economía y consolidar su hegemonía política176. Estados Unidos
debía proteger la inversión de sus empresarios en Perú y facilitar la
expansión de sus monopolios en el continente. A partir de estos inte-
reses, su relación política con el Perú, debía adoptar otra faceta.
La Rand Corporation ratificaba los temores de la clase gobernante
peruana, sobre la real dimensión del conflicto armado interno, pero
también sellaba los compromisos entre Fujimori y sus acreedores
norteamericanos.
Los Estados Unidos están en un dilema, sostiene McCormick. Hay dos
opciones para Norteamérica o se involucra en una campaña contra
Sendero Luminoso, lo que significaría aceptar la práctica de ‘guerra
sucia’ de los militares peruanos y no lograr detener, pese a la ayuda el

175
Diario La República. Política. Lunes 4 de mayo de 1992. pág. 6.
176
Era sabido que Estados Unidos consideraba al Perú, como su patio trasero, de modo
que debía intervenir como sea para evitar la victoria insurgente. Bowen y Holligan. El espía
imperfecto…. Ob. Cit. pág. 198.

Carlos Infante 113


avance de la subversión, o la otra posibilidad es que los Estados Uni-
dos no intervengan, lo que probablemente significaría una victoria de
Sendero Luminoso en el Perú y a consecuencia de ello recibir presio-
nes para que Norteamérica dé un apoyo militar mayor a los países
vecinos y así evitar incursiones sediciosas sobre sus territorios177.
Vaya dilema que nos devolvía a la realidad cotidiana. Era como po-
nernos a merced del acecho delincuencial, cuya disyuntiva abría la
opción de irrumpir para asaltar una propiedad o no hacerla. La sobe-
ranía volvía a ser aplastada y la facilidad con la que el país con mayor
poder político, militar y económico del mundo, volvía a decidir el fu-
turo nacional, comenzaba a adoptar un tono escandaloso.
Perú ostenta el privilegio de ser el acceso principal al contenien-
te desde el pacífico. Su estratégica ubicación geopolítica lo convertía
en un precioso trofeo para potencias políticas y económicas. Estados
Unidos tenía la prioridad y debía aprovecharlo, evitando que manos
extrañas de fuera o desde dentro, le disputaran la supremacía. Los re-
beldes peruanos aspiraban hacerlo y había que frenarlos. Fue la pri-
mera vez que un organismo norteamericano aceptaba públicamente
la posibilidad de una victoria del grupo alzado en armas y que podría
«demandar» la presencia de fuerzas de ocupación en los países veci-
nos. No sería la única ni la última. Pronto el propio general George
Joulwan, comandante en jefe del Comando Sur de los Estados Uni-
dos, habría de pronunciarse a favor de una dictadura en el Perú y de
la eventual intervención norteamericana de no ser resuelto el proble-
ma con el proyecto totalitario178.
Al igual que Joulwan, el secretario de Estado Adjunto para Asun-
tos Interamericanos, Bernard Aronson, «intervino en el Congreso de
su país para demandar la aprobación de fondos extraordinarios para
la lucha contra el narcotráfico en el Perú. En su argumentación, tras el
tema de la droga, asomaba Sendero Luminoso»179. Sintomáticamen-
te, la declaración del alto funcionario estadounidense fue secundada
por varios informes periodísticos en importantes medios de difusión
norteamericano. El Newesweek desarrolló un amplio informe sobre
el conflicto armado bajo el título de An army in chaos, luego fue The
New York Times, cuya portada proponía «una fuerza militar para las
177
Diario La República. Política. Lunes 4 de mayo de 1992. pág. 6.
178
Reyna, Carlos. «Subversión. Sendero tras las fronteras». Quehacer 1992. pág. 72.
179
Youngers, Coletta. «EE.UU.: Contradictoria y confusa política». Quehacer 1992. pág. 28.

114 Canto Grande y las Dos Colinas


Américas». Semanas después Carlos Saúl Menem, Presidente de Ar-
gentina y Patricio Aylwin de Chile, habrían de hacer eco a la propues-
ta alentando la creación de una fuerza continental que contuviera el
avance insurgente en el Perú.
Sin duda, la posibilidad de que el Partido Comunista del Perú
tomara el poder, había pasado de una utopía estatal a una realidad
tangible, como lo señalan las más importantes instituciones políticas
norteamericanas. Sin embargo, el debate necesitaba separar el tema
del narcotráfico al de la subversión.
Es decir, si bien una eventual victoria comunista era percibida con
meridiana claridad por organismos de la inteligencia americana, ha-
bía que distinguir el carácter y la motivación de la intervención.
Argumentar que para lograr una mayor efectividad en la lucha anti-
narcóticos sea necesario también luchar contra la subversión como
precondición es una falacia, afirma el analista de la Rand Corporation
[...] No tiene nada que ver, pues, un avance en la lucha contra las dro-
gas con el apoyo a los militares peruanos en su combate contra Sen-
dero Luminoso, precisa el estudioso de la guerra de baja intensidad
que vive el Perú180.
McCormick criticaba los argumentos de quienes pensaban que la lu-
cha antinarcótico y el combate a la guerrilla, debía conformar un solo
frente. Aún cuando el tema del narcotráfico fue un hábil pretexto para
cubrir el ingreso de pequeños contingentes de soldados americanos
a territorio nacional sin autorización del Congreso peruano y sin so-
meterlo al escrutinio de la opinión pública nacional, la estrategia de
asociar a los rebeldes con el narcotráfico carecía de consistencia y,
más bien, descubría las operaciones encubiertas que ya se estaban
practicando en el Alto Huallaga.
De acuerdo a una serie de documentos, testimonios y pruebas, la re-
lación con el narcotráfico estuvo enganchada desde el lado de las Fuer-
zas Armadas y del propio gobierno fujimorista. Allí están los casos de
«El Ministro», nombre con el que se le conoce a Waldo Vargas Arias; el
otro fue «El Vaticano», cuyo alias corresponde a Manuel Chávez Peña-
herrera; «Los Camellos» conformado por los hermanos Arellano Félix;
el caso de la empresa de harina de pescado «Hayduk» de propiedad
de Eudocio Martínez; el «narcoavión» DC-8, conducido por el propio
Edecán de Alberto Fujimori; el «narcobuque» Matarani; el caso de los

180
Diario La República. Política. Lunes 4 de mayo de 1992. pág. 6.

Carlos Infante 115


hermanos Aybar Cancho, el de Fernando Zevallos, entre otros. La de-
tención posterior de cada uno de ellos puso al descubierto la complici-
dad de oficiales de alta y mediana graduación, así como de los máximos
funcionarios del gobierno de facto en el tráfico ilícito de drogas.
Durante el proceso penal seguido contra el «Vaticano», éste con-
firmó su estrecha relación con el Ejército. Según dijo, hubo un acuer-
do expreso con oficiales como Nicolás Hermoza Ríos, presidente del
Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, Eduardo Bellido Mora,
comandante general del Frente Huallaga y, especialmente, Vladimiro
Montesinos (a quien asegura haber pagado por su protección más de
mil doscientos millones de dólares americanos), «para combatir el
terrorismo» o para protegerlo de él181. En realidad se trataba de 170
oficiales del Ejército que estaban involucrados con el narcotráfico,
de acuerdo a una lista enviada a Fujimori por Bernard Aronson182.
Actualmente, en el poder judicial, se encuentran 588 expedientes de
procesos seguidos por tráfico ilícito de drogas, contra oficiales y sub-
alternos de las Fuerzas Armadas y Policiales del Perú183.
Sin embargo, en esa época, el compromiso entre militares y nar-
cotraficantes no fue un escándalo mayúsculo debido a la decisión del
régimen de cubrir estos hechos por una evidente complicidad. Era
necesario sacudirse de esas acusaciones y la mejor manera de hacerlo
fue cargárselos a los subversivos, versión que la administración de
Bush no aceptó completamente, pero tampoco la rechazó. Lo cierto
es que el tema fue utilizado como excusa para desplegar sus fuerzas
en el oriente del país.
La amenaza comunista comenzó a merecer la atención de los Es-
tados Unidos, una intervención de sus fuerzas no estaba descartada.
A pesar de ello, una década después, alejada de esa realidad, la Comi-
sión de la Verdad y Reconciliación en su análisis sobre el conflicto ar-

181
Uno de los informes de inteligencia naval, basados principalmente en interceptaciones
de radio, revela la conexión entre el más importante narcotraficante del país y las altas
esferas del poder político y castrense. Para proteger la organización de Chávez Peñaherrera
en Campanilla, se había dispuesto 50 soldados del Ejército Peruano. «Chávez pagaba la
alimentación de la tropa, intercambiaba información sobre posibles atentados, e inclusive
algunos de sus hombres contaban con la autorización del Ejército para realizar operativos
de limpieza.” Véase La conjura de los corruptos. Tomo I. Narcotráfico. De Evaristo Cas-
tillo. 2001. págs. 113-114.
182
Bowen y Holligan. El espía… Ob. Cit. pág. 138. Para mayor precisión véase capítulo
«Conexiones de la cocaína» en el mismo texto.
183
Castillo, Evaristo. La conjura… Ob. Cit. pág. 26.

116 Canto Grande y las Dos Colinas


mado interno, resta importancia a los hechos y descalifica cualquier
pretensión de toma del poder por parte de la indicada organización.
Para sus integrantes el llamado Equilibrio Estratégico no pasaba de
ser una visión delirante de Abimael Guzmán en su proyecto armado.
Guzmán, ya preso en 1993, reinterpreta la «ofensiva» en Lima -ex-
presada en numerosos coches bombas entre febrero y julio de 1992-
como un intento que buscaba la intervención norteamericana en nues-
tro país y, para conseguir tal objetivo, se aleccionaba a los militantes
subversivos con falsas expectativas, animándolos a continuar con sus
acciones, pues ‘el poder estaba a la vuelta de la esquina’. En su elabo-
ración fantasiosa, Guzmán tenía, antes de caer, la propuesta de cam-
biar los nombres de organismos y estructuras fundamentales para el
PCP–SL: el Ejercito Guerrillero Popular devendría Ejército Popular de
Liberación Nacional, listo para combatir a los americanos que irían a
invadir inexorablemente el país; la ‘República de Nueva Democracia’
deja paso a la ‘República Popular del Perú’, porque el Frente Único por
constituirse en ese supuesto enfrentamiento con el ejército imperia-
lista, comprendería la burguesía nacional; por eso fue un error, según
Guzmán, la posterior explosión del coche bomba en la calle Tarata, que
contradecía el interés por ganar a la burguesía nacional184.
Pero la estrategia de la organización rebelde parecía mostrarse más
coherente de lo que significó el análisis de los miembros de la CVR,
parte de los cuales jamás pensaron que las ideas de las que compartie-
ron en alguna ocasión185, iban a ser llevadas a la práctica por un puña-
do de hombres, exactamente 12 militantes en Ayacucho y 51 en todo
el país, como lo comenta el propio Abimael Guzmán en una entrevista
concedida en la Base Naval del Callao a Rolando Ames, miembro del
184
Comisión de la Verdad y Reconciliación, Informe Final. Capítulo IV. SL. 86-92. «La
gran huida hacia delante 1989-1992». 2003. pág. 71.
185
Rolando Ames, Carlos Tapia y Carlos Iván Degregori fueron, durante los años 70, mili-
tantes de agrupaciones de izquierda, cuya tendencia era la lucha armada. Y es que muchas
agrupaciones análogas, entre ellas Vanguardia Revolucionaria, soñaban con la revolución.
En cierta ocasión, allá por los años 70, Dante Vera Miller, militante de VR narra cómo, tras
una violenta confrontación con la policía, lograron reducir y arrebatarles las armas. «Enton-
ces la gente preguntaba, ‘¿y ahora qué hacemos con las metralletas?’. Y la verdad es que nos
pegamos un tremendo susto cuando vimos a la distancia que llegaban tres o cuatro camio-
nes de la guardia de asalto. Entonces decidimos entregar a los policías prisioneros con sus
armas. Ese era el momento en que nuestra tesis se ponía a prueba. Habíamos preparado a la
masa, habíamos encontrado una coyuntura propicia, la masa ejercía la violencia, les captu-
ramos las armas y a la hora de decidir, no dimos el salto de agarrar las armas e irnos». Junto
a su testimonio está el de otro ex diriginte, Santiago Pedraglio, quien termina diciendo:
«Discutimos, hablamos, pero nunca implementamos una línea militar en serio» […] «Por-
que en el fondo no creíamos mucho en ella». Véase La batalla por puno. Conflicto agrario y
nación en los Andes peruanos 1866-1995. de José Luis Rénique. 2004. págs. 202 y 203.

Carlos Infante 117


indicado grupo de trabajo. Tampoco advirtieron que en diciembre de
1982, con el ingreso de las fuerzas armadas al conflicto armado inter-
no, esos mismos hombres se contarían en cientos operando en mayo-
res espacios del territorio nacional; es más de pronto no imaginaron
que con la incorporación a la guerra de los comités de autodefensa, el
crecimiento militar del movimiento maoísta no habría de detenerse.
Por el contrario sus bases de apoyo se multiplicaron y sus hombres
llegaron a sumar decenas de miles, como lo veremos más adelante.
En medios internacionales, como precisa Carlos Reyna (1992),
se gestó toda una corriente de opinión a favor de una intervención
más directa del sistema interamericano en el Perú186, mientras que
en Estados Unidos, la CIA y el Pentágono barajaban otra posibilidad:
la intervención de tropas norteamericanas. Ese debía ser el derrotero
del conflicto y los subversivos hacían esfuerzos para que el proceso
revolucionario siga ese camino. No olvidemos que las decisiones po-
líticas de los gobernantes de turno desde 1980, cumplieron un inevi-
table itinerario, más allá de la incongruencia de sus estrategias en
materia antisubversiva. El ex presidente Fernando Belaúnde Terry
(1980-1985) dispuso el ingreso del Ejército a Ayacucho en diciembre
de 1982, ocasión desde la cual gran parte del país estaría en estado
de emergencia permanente; se intervinieron militarmente pueblos y
ciudades, universidades, penales, etc.
En 1984 se registró el más alto número de muertes como resultado
de las desapariciones forzadas.
Aunque se recurrió a esta práctica de manera constante entre 1980
y 1996, hubo momentos en que la misma se intensificó. El primero
fue entre 1983 y 1984 luego de que durante el gobierno del presiden-
te Fernando Beláunde Terry encargara en diciembre de 1982 a las
Fuerzas Armadas la responsabilidad por el orden público, primero
en Ayacucho y luego en los otros departamentos de la Sierra Central.
Mientras que antes de dicha fecha sólo habían tenido lugar 23 desapa-
riciones, en los dos años siguientes ocurrieron 1206 […] El 30,6% de
las desapariciones ocurrieron durante la segunda administración del
presidente Belaúnde Terry187.
Entre 1982 y 1984, estadísticas oficiales reconocen la muerte de 200
efectivos de las fuerzas del orden, 2507 fueron registrados como víc-
186
Reyna. «Subversión…» Ob. Cit. pág. 75.
187
Defensoría del Pueblo. Informe Defensorial N° 55. «Las desapariciones forzadas de
personas en el Perú. 1980-1996». Serie de Informes defensoriales. 2002.

118 Canto Grande y las Dos Colinas


timas civiles y 4428 pertenecían a la guerrilla188.
Fue un proceso que siguió la estrategia contra subversiva. En
1986, ya instalado el gobierno del APRA, se ejecutó extrajudicialmen-
te a 254 prisioneros en los penales de El Frontón, Lurigancho y Santa
Bárbara. La Defensoría del Pueblo estima que el 41,8% de todas las
desapariciones forzadas ocurrió en el gobierno del ex presidente Alan
García Pérez. El autogolpe siguió ese proceso y habría de sucederle,
sin duda, la intervención imperialista. Ninguna decisión táctica sa-
lía de esos horizontes, muy a pesar de las consideraciones de la CVR,
que pareció estar convencida de que la ocupación de fuerzas milita-
res americanas sólo estaba en la cabeza del presidente Gonzalo. Para
su visión parcial de los sucesos, la subversión había sido controlada
mucho antes de que se produjera el golpe de Estado y la detención
del Comité Permanente Histórico del PCP. La derrota de Sendero, a
juicio de los comisionados, se remontaba a los umbrales del primer
quinquenio de los ’80.
Según esta tesis, entre 1983 y 1987, se produjo en el campo un pe-
ríodo de «desencanto y adaptación en resistencia»; era el inicio del
declive insurgente que dio lugar a una etapa de «rebeldía abierta» a
partir de la conformación de un mayor número de comités de autode-
fensa y su reacción contra Sendero. Como explicación, los defensores
de este argumento fuerzan una relativa relación cuantitativa entre el
número de acciones armadas y la cantidad de muertos. «A partir de
1985, Sendero Luminoso disminuyó significativamente el número de
sus acciones en el Departamento de Ayacucho. De 2651 víctimas de la
violencia política en 1984, se bajó a 602 en 1985 y a cifras similares en
los años siguientes»189. Al cabo de un tiempo, esta tesis, de evidente
188
Strong, Simon. Sendero Luminoso: El movimiento subversivo más letal del mundo.
1992. pág. 108. Por otro lado, Abimael Guzmán señala que en esa época se tuvo las más
importantes bajas para la red local del Partido. Asegura que toda la dirección del Comité
Local de Ayacucho fue aniquilada por los «Cabitos». Allí desaparecieron la camarada Ana,
mando político y la camarada Marcela, mando militar del indicado Comité. Véase la en-
trevista concedida a Gastón Garatea y otros comisionados en la Base Naval del Callao en
los documentos reservados en la Biblioteca de la Memoria. Defensoría del Pueblo. 10 de
setiembre de 2002. Véase, asímismo, Muerte en el pentagonito de Ricardo Uceda, quién
identifica a la camarada Marcela como Carlota Tello Cuti y a Ana (o Clara) como Elvira
Ramirez Aranda. 2004, págs. 116-118.
189
Degregori, Carlos. (Editor). Las Rondas Campesinas y la derrota de Sendero Lumi-
noso. 1996. pág. 58. Sin embargo en una entrevista concedida a los propios comisionados
de la CVR en la Base Naval del Callao el 29 de octubre de 2002, Abimael Guzmán Reyno-
so ofreció importantes precisiones al respecto. El número de acciones guerrilleras, decía
Guzmán en la entrevista, otorgó especial prioridad a la agitación y propaganda armada,

Carlos Infante 119


inconsistencia, terminó por ser descartada, incluso, por el propio Car-
los Tapia, personaje comprometido con la política contrainsurgente.
No es extraño, entonces, que la CVR, en oposición al razonamiento
de quienes miraban con peligro el creciente avance de la guerrilla,
terminara señalando lo siguiente:
Esta apreciación no tomaba en cuenta el impacto de los cambios en la
estrategia contrasubversiva desplegada por las FFAA –de la represión
indiscriminada y el arrasamiento de las «zonas rojas» a las elimina-
ciones selectivas en base al trabajo de inteligencia y a la política de
recuperación de la población bajo control del PCP–SL–, así como la
magnitud que había alcanzado la rebelión campesina antisenderista
y el peso de los Comités de Autodefensa en todo el país, con mucho
mayor poder que en 1983–84 porque estaban dotados con armas de
fuego entregadas por el estado. En los hechos la inicial alianza entre
el campesinado y PCP–SL se había roto en muchas zonas del campo y
los campesinos entablaban alianzas con las fuerzas del orden, con di-
versos grados de cercanía o de independencia, según las características
regionales particulares. En realidad, una vez involucrado en el centro
del conflicto armado, el campesinado en su mayoría optó pragmática-
mente por lo que consideró el mal menor y el probable ganador190.
Aun así, un sector importante de las instituciones castrenses temía
que las armas entregadas a las rondas sirvieran luego a la guerrilla,
habida cuenta que desconocía la conciencia de sus destinatarios. Gran
parte de ellos aceptaban organizarse en los llamados CADs como re-
sultado de la presión militar a decir de quienes estudiaron con mejor
objetividad el tema de las rondas campesinas.
Los testimonios recogidos por Edilberto Jiménez (2005) en la zona
de Chungui, por ejemplo, dan fe no sólo de los mecanismos de presión
impuestos por el Ejército en la formación de los comités de autodefen-
sa, sino de la brutalidad con que llegaron a actuar junto a los soldados
al extremo de haber «terminado con los chunguinos». «[Soldados y
ronderos] ingresan a los pueblos y realizan las detenciones y los asesi-
natos sin piedad a los niños, mujeres y familias enteras»191.

cuyo porcentaje de acuerdo al balance desplegado por la organización antes de su captura,


llegó a 75%, el sabotaje fue de 3.7%, los aniquilamientos llegaron solo al 3% y el combate
guerrillero fue estimado en un 17,8%. Defensoría del Pueblo. Entrevista a Abimael Guzmán
Reynoso en la Base Naval. Documento reservado. 2006.
190
Comisión de la Verdad y Reconciliación. Informe Final. Capítulo IV. SL. 86-92. «La
expansión del conflicto armado». 2003. págs. 86 y 87.
191
Jiménez, Edilberto. Chungui. Violencia y trozos de memoria. 2005. pág. 62.

120 Canto Grande y las Dos Colinas


Es más, «los ronderos eran peores que los militares, antes de ir de pa-
trullaje afilaban sus machetes y cuchillos, eran como perros rabiosos,
ahí mismo lo mataban, no entendían. Era un rondero de Mollebamba,
le gustaba matar niños, los agarraba de sus piecitos y les golpeaba la
cabeza contra la piedra y ahí morían». […] Los militares y ronderos
abusaban de las mujeres, he visto a una mujercita todavía niña, de
unos 14 años, le llevaron de mi lado y abusaron toda la noche. Lleva-
ban a las mujeres solo para violar y para que no avisen las mataban192.
En buena cuenta, el tema de las rondas campesinas y su participación
en el conflicto armado interno merece, por lo tanto, otra explicación.
Su intervención en la guerra era inevitable como en todo proceso re-
volucionario de este tipo. El campesinado, mayoritariamente, termi-
nó por inclinarse a una de las partes en conflicto. De un total de 6
millones 750 mil campesinos, más del 80%, de una u otra forma, se
hallaba involucrado en el problema193. La polarización había de darse
tarde o temprano, de modo que hablar de una «rebelión campesina»
como aspecto concluyente a la derrota del PCP, continúa siendo una
hipótesis no muy consistente. «Durante 1991, [por ejemplo] las co-
munidades del distrito San José de Ticllas se dividieron entre los que
apoyaban al PCP–SL y los que lo enfrentaban»194. Ocurrió lo propio en
Chungui y en los centenares de distritos y comunidades campesinas.
Sólo en Ayacucho se estima que el 55,2% de la población rural estuvo
bajo control del PCP195, es decir 77 955 comuneros.
Steve Stein y Carlos Monge (1988), por ejemplo, sostenían en ple-
na crisis política, que la propuesta ideológica maoísta gozaba de so-
porte en sectores no despreciables del mundo popular gracias a la
combinación de diferentes factores sociales.
Es este mismo clima [de violencia estructural, crisis del Estado y con-
solidación de una propuesta ideológica] el que explica por qué, a di-
ferencia de los movimientos guerrilleros anteriores, los actuales han
logrado mantenerse en actividad y no muestran signo de inminente
derrota o desaparición. Este éxito relativo, particularmente en el caso
192
Desgarradores testimonios expuestos en Chungui. Violencia y trozos de memoria. De
Edilberto Jiménez. 2005. pág. 62.
193
Cerca de 5 millones de campesinos de 11 departamentos de la sierra (tres de una parte
de la costa y dos de la selva peruana), donde llegó a operar la insurgencia con mayor dina-
mismo, caminaban en función a definir su situación.
194
Asociación Ser. «Ayacucho. Informe final 1980-2000. Una compilación del Informe
Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación». Tomo 4. Primera parte. pág. 217.
195
Tapia, Carlos. Las Fuerzas… Ob. Cit. pág. 101.

Carlos Infante 121


de Sendero Luminoso […] se expresa por el hecho de que ha logrado,
por primera vez en la historia del radicalismo en el Perú, sobrevivir a
una violentísima represión militar a lo largo de varios años, mantener
sus estructuras organizativas, incrementar el número de sus adheren-
tes e incluso, en ocasiones, capturar porciones de territorio196.
Otro argumento corresponde al analista político Enrique Obando, ci-
tado por Cynthia McClintock (2005), cuya percepción del problema
en la época más difícil del conflicto era la siguiente: «[…] el Estado
está al borde de la derrota, las Fuerzas Armadas pueden venirse aba-
jo en cualquier momento, y ‘si ellos (Sendero Luminoso) siguen ac-
tuando de esta forma, podrán derrotar al Estado peruano’»197. Pero,
como dijimos la preocupación superaba las fronteras nacionales. El
problema peruano había despertado la atención del Senado america-
no. Era importante recoger información de fuentes fiables sobre los
acontecimientos en esta parte del hemisferio.
El analista político de la Rand Corporation ve con pesimismo el fu-
turo de la guerra interna en el Perú: ‘De continuar la actual tenden-
cia, Sendero, por definición, ganaría en el Perú’. McCormick hizo esta
aseveración durante su exposición ante el Sub Comité de Asuntos del
Hemisferio Occidental de la Cámara de Representantes del Congreso
de los Estados Unidos198.
La entrevista a cargo del corresponsal de La República en Washing-
ton se produjo el 3 de mayo de 1992. McCormick hablaba de «la ac-
tual tendencia», donde equiparaba las condiciones políticas de los
alzados en armas con las del Estado peruano. Al respecto, Abimael
Guzmán, líder de la organización maoísta, llegó a pronunciarse al res-
pecto, ofreciendo un pronóstico similar.
La evaluación del presidente Gonzalo quedó plasmada en un do-
cumento al que tituló «Sobre las Dos Colinas». En él, destacaba el
avance cualitativo de su organización a nivel político y militar. No
subestimaba a los 80 mil efectivos militares (70 mil para otros) con
que el Ejército Peruano contaba, pero sabía que sólo 30 mil soldados
estaban concentrados en la guerra antisubversiva, gran parte de ellos
ocupados en labores fuera del frente de combate. Y aún cuando la
Marina y la Fuerza Aérea no llegaron a definir plenamente su ingreso,
196
Stein, Steve y Monge, Carlos. La crisis del Estado patrimonial en el Perú. 1988. pág. 185.
197
McClintock, Cynthia y Vallas, Fabián. La democracia negociada...Ob. Cit. pág. 128.
198
Diario La República. Política. Lunes 4 de mayo de 1992. pág. 6.

122 Canto Grande y las Dos Colinas


los más de 38 mil efectivos de ambas armas no tardarían mucho en
comprarse el pleito.
Más tarde, Benedicto Jiménez (2000), uno alto oficial de la Direc-
ción Nacional Contra el Terrorismo (DINCOTE) llegó a sostener en su
trabajo acerca de los grupos subversivos que
los efectivos reales que combatían a SL sólo llegaban a un aproximado
de 15 mil, entre miembros de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacio-
nal. A esto se aunaba la falta de moral combativa que iba in crescendo
(sic.) y que para nadie era novedad, que ya se estaban dando desercio-
nes entre los soldados que combatían a SL y aumentaban las peticio-
nes de baja de policías199.
Carlos Tapia, en cambio, no era tan pesimista. Para él, las fuerzas que
combatían a Sendero llegaban a sumar 220 mil hombres (120 mil de
las fuerzas armadas y 100 mil policías). Una «abrumadora presencia
de efectivos de las FFAA y de la PNP dedicados al trabajo de inteligen-
cia en las ciudades y pueblos»200. Pronto el Comando Conjunto de las
fuerzas del orden dispuso la movilización de los efectivos militares de
la VIII División ligera de Zoritos hacia el norte medio y chico (entre
Lima y Ancash) con el objeto de evitar el cerco a la capital. Y aún cuan-
do reconoce el repliegue de gran cantidad de puestos policiales, exac-
tamente 657 entre 1982 a 1993201, ofrece una lectura bastante sesgada
del tema de la guerra, pues para él, los alzados en armas, estuvieron
condenados a la derrota mucho antes del inicio de la Lucha Armada.
Los cuadros que ofrece en su ensayo titulado Las Fuerzas Arma-

199
Jiménez, Benedicto. Inicio, desarrollo y ocaso del terrorismo en el Perú. El ABC de Sen-
dero Luminoso y el MRTA ampliado y comentado. Tomo I. 2000. págs. 220 y 221. Pero
Jiménez extrae estos datos del documento «Sobre las Dos Colinas», elaborado por la direc-
ción subversiva. «El contingente militar esta replegado y su equipamiento muy por debajo
del mínimo recomendable; que el 80% del equipo del Ejército que podría usarse en la guerra
contrasubversiva estaba parado. Dijo que el Ejército Peruano tenía 30,000 hombres desti-
nados a la guerra contrasubversiva (en total son 80 mil hombres en el Ejército, 23 mil en la
Marina y 15 mil en la FAP, total 118 mil). Sin embargo, otras fuentes dijeron que buena parte
de esos treinta mil estaban estacionados en los cuarteles de las zonas de emergencia en dis-
tintas labores. Revela, pues, que el Ejército teme salir a combatirnos. Algunos dicen que efec-
tivos en lucha contrasubversiva serían 15 mil hombres entre Fuerzas Armadas y Policiales
comprometidos activamente. Si fuese así, constatamos que sus FA y PP serían insuficientes
ya que la relación entre ellos y nosotros, que ya no somos bisoños, es bajísima; algunos teó-
ricos militares consideran que se necesitaría una proporción de 20 a 1». Partido Comunista
del Perú. «Sobre las Dos Colinas. Documento de estudio para el balance de la III Campaña».
1991. Soctt Palmer, por su parte, amplía este punto en «Terror…» Ob. Cit. Pág. 200.
200
Tapia. Las Fuerzas… Ob. Cit. pág. 98.
201
Fournier. Feliciano… Ob. Cit. pág. 19.

Carlos Infante 123


das y Sendero Luminoso. Dos estrategias y un final, encierran el áni-
mo por alzar la moral del Ejército, afectada por la práctica violenta de
uno de los movimientos insurreccionales más grandes que ha visto el
continente sudamericano. Desde su óptica, no fue «gran cosa» haber
movilizado a poco más de un millón y medio de personas, como él
mismo lo comenta cuando alude al 6 ó 7% de la población del país,
producto del alzamiento maoísta en el Perú. En cambio, las cifras que
ofrece (Ver Anexo Nº 3) arrojan datos importantes hasta 1990 de la
composición militar, de los avances en ese terreno y tangencialmente
extiende su mirada, aunque sin mayor entusiasmo, al aspecto políti-
co, objetivo esencial de la estrategia comunista.
Entre agosto de 1989 y febrero de 1990, el Partido Comunista del
Perú llegó a contabilizar 48 898 combatientes organizados202, sin con-
tar con las poblaciones instaladas en todo el sistema de comités popu-
lares en el campo y los comités de lucha popular en la ciudad de Lima,
principalmente. Para 1991, según la CVR, los datos se habían modifica-
do sustantivamente. Señala que el Ejército Guerrillero Popular (EGP)
logró aumentar su contingente a 1450 hombres sólo en la fuerza prin-
cipal y sin contar con el Comité Regional del Huallaga203. La evalua-
ción que elaboró el Comité Permanente Histórico de la organización
subversiva, poco antes de su caída, precisa que el incremento en el
número de guerrilleros fue del orden del 210%204. Cuantitativamente,
la organización maoísta se encontraba en proceso creciente a pesar del
número de bajas (11 143 hombres hasta 1991205) y prisioneros, según
cifras del Ministerio del Interior. Veamos el siguiente cuadro:

202
De esta cifra 2626 eran militantes. Informe Final de la Comisión… Ob. Cit. Anexo 1.
2003. pág. 135. En los datos no aparecen las bajas que tuvo la organización guerrillera en
nueve años de conflicto, ni los prisioneros.
203
Llamado también por la organización rebelde como Comité Regional Fundamental de-
bido a su estratégica ubicación y al enorme crecimiento político y militar que registraba
por entonces.
204
Extraído de la entrevista a Abimael Guzmán Reynoso en la base Naval del Callao el 29
de octubre de 2002. Véase documentos reservados. Biblioteca de la Memoria. Defensoría
del Pueblo.
205
Esta cifra la proporciona la Comisión Especial del Senado de la República. En su In-
forme Especial sobre la violencia correspondiente a 1991. Por su parte la revista Quehacer,
consigna 5200 combatientes muertos hasta 1990. Véase «Sendero: Duro desgaste y crisis
estratégica». Raúl González. Edición N° 64. Lima mayo-junio de 1990. pág. 13.

124 Canto Grande y las Dos Colinas


CUADRO 3
Poder político y militar del PCP entre 1987 y 1991

Contingente de A nivel
nacional1 Huallaga2 Lima3
Fuerza principal 1 450 83 12
Fuerza local 4 650 239 250
Fuerza base 17 940 21 170 1 610
Milicias en formación --------- -------- 500
Escuelas populares 21 127 18 136 1 438
Comité Organizador/Poder popular 40 883 --------- --------
Comité Reorganizador/Poder popular 11 096 --------- --------
Comité Popular Paralelo 52 154 --------- --------
Comité Popular Clandestino 100 653 33 255* --------
Comité Popular Abierto (CPA) 490 425** --------- --------
Comité de Lucha Popular (CLP) ---------- --------- 3 395
Organismos generados 43 684 --------- 239
Apoyos 490 --------- 92
Contactos ---------- --------- 2 000

Fuente: Elaboración propia a partir de datos recopilados de diferentes do-


cumentos entre 1987 y 1991.
1
El contingente mayor se encontraba en el Comité Regional Principal y
Centro, respectivamente.
2
Las cifras corresponden a 1987 y 1988. Se estima que para 1992 las estadís-
ticas aumentaron en el Comité Regional Fundamental.
3
No está el CLP María P. de Bellido, ni los que estaban en formación en Los
Olivos, Huaycán, El Agustino y otros. Tampoco se incluyen las universida-
des y diversos centros de estudios.
* La cifra corresponde al total de masas de los comités populares.
** El promedio por comité es de 325 habitantes. El cálculo es sobre 1509
CPA.

Benedicto Jiménez agrega que el Comité Regional del Huallaga, nom-


bre con el que el PCP conoce al organismo subversivo cuyo control se
extiende sobre gran parte de la zona oriental del país, se halla aún
conformado por los departamentos de Huánuco, San Martín, Ucayali
y Madre Dios. Entre diciembre de 1987 y febrero de 1988, un balan-
ce político elaborado por la dirigencia de dicho organismo, además

Carlos Infante 125


de dar cuenta del número de acciones guerrilleras a lo largo de los
tres meses, precisa algunos datos acerca de su crecimiento numérico.
En total el Partido tenía 110 militantes, 54 de ellos en condición de
prisioneros. El EGP disponía de 21 483 hombres, 83 combatientes
pertenecían a la fuerza principal, 239 a la fuerza local y 21 170 a la
fuerza base. En la zona operaban 54 batallones guerrilleros, los que
hacían 639 pelotones o 191 compañías. Con relación al Frente o Nue-
vo Estado, el informe del Comité Regional del Huallaga asegura que
aproximadamente 20 mil pobladores se encontraban incorporados
a las llamadas escuelas populares y a 997 organismos generados. El
Nuevo Poder se ejercía, además, con más de 30 mil campesinos206.
Con relación a los llamados comités populares abiertos, instalados
a lo largo de la cordillera central y en la selva oriental del país, se co-
noce poco, así como de los comités de organización, reorganización,
clandestinos y paralelos. Ponciano del Pino (1999), por ejemplo, habla
de la «Zona Guerrillera San Francisco» organizada por cinco comités
populares: Sello de Oro, Vista Alegre, Santa Ana, Nazareno y Broche de
Oro207. Raúl Gonzalez (1988) admite que nadie sabe el número, excep-
to, por supuesto, la misma organización que a lo largo del período de
conflicto, no hizo público cifra alguna. «Lo único que sí puede afirmar-
se es que éstos funcionan –por las buenas o por las malas– en las zonas
donde Sendero ha puesto especial énfasis en su trabajo en el campo y
que no necesariamente corresponden a la zona de emergencia»208.
En Ayacucho el control insurgente se expandió hacia las alturas de
San Miguel, Chungui, Anco, Tambo, Santa Rosa y Ayna en la provin-
cia de La Mar o, abarcando gran parte de los distritos, pueblos, pagos,
caseríos en donde el poder del Estado peruano virtualmente se ha-
bían extinguido. Del Pino advierte que el poder alcanzado por el PCP
en los límites de la serranía y la selva ayacuchana, se sostenía prin-
cipalmente sobre la capitalización de la frustración de los aldeanos,
así como tácticas compulsivas ejercidas contra la masa campesina,
de allí se explicaría su debilidad política y la posterior derrota de los
rebeldes. Aun cuando los datos que sustentan su tesis corresponden

206
Jiménez. Inicio, desarrollo… Ob. Cit. págs. 384 y 385.
207
Del Pino, Ponciano. «Familia Cultura y Revolución, Vida cotidiana en Sendero Lumino-
so». En Los senderos insólitos del Perú. De Steve Stern. 1999. pág. 173.
208
Raúl González. ”Sendero: Los problemas del campo y de la ciudad… y además el MRTA”.
Quehacer. Edición N° 50. Enero–Febrero de 1988. pág. 13.

126 Canto Grande y las Dos Colinas


a testimonios de arrepentidos, cuyas afirmaciones descubren los te-
mores propios de su nueva condición y la justificada autoexculpación,
el tema es que el establecimiento de esta forma germinal de Nuevo
Poder venía en aumento desde 1983.
Tan sólo en el departamento de Ayacucho, lugar donde se inició
la lucha armada, las provincias de Huanta, Cangallo, Vilcashuamán,
Víctor Fajardo, Lucanas, La Mar y Huamanga, al igual que en Junín,
Ancash, Huancavelica, Huánuco, Puno, San Martín, Cajamarca, Cus-
co, Pasco, La Libertad, Arequipa, Apurímac, Ucayali y Loreto, en ese
orden, los vacíos de poder en sus zonas más deprimidas hablaban de
la hegemonía comunista. Un informe publicado recientemente por
el Partido Comunista del Perú señala que hubo un total de 1509 co-
mités populares abiertos a lo largo del territorio nacional, otro tanto
lo constituyen los cientos de comités populares en organización, re-
organización, clandestinos y paralelos cuya cifra no se establece con
precisión pero que da una idea del sistema de bases de apoyo que se
organizó hasta 1992, cifra que, dicho sea de paso, en 1990 alcanzaba
a 24 en todo el territorio nacional209.
Cada Base de Apoyo estaba conformada por un número indeter-
minado de comités populares abiertos. Pero, para constituirse en un
CPA, el organismo debía pasar por un proceso de construcción que
iniciaba con el Comité Organizador del Poder Popular, Comité Re-
organizador del Poder Popular, Comité del Poder Popular Paralelo,
Comité Popular, hasta llegar al Comité Popular Abierto.
Sin embargo, la Base de Apoyo no era el primer y único escenario de
contienda. Un segundo teatro de operaciones comprendía las llamadas
zonas guerrilleras, extensas áreas geográficas que rodeaban a las bases
de apoyo y que estaban bajo dominio relativo del Partido Comunista.
Su transformación en base, debía pasar por un control territorial de
la zona y la expulsión de fuerzas enemigas. Próximo a estos puntos
estratégicos se ubicaba la zona en donde las acciones guerrilleras se in-
tensificaban, luego se retiraban. A este escenario se le denominó Zona
de operaciones. Finalmente estaban los puntos de acción y las zonas
«blancas», en donde la presencia guerrillera presentaba mayores limi-
taciones210 o, simplemente, el dominio era superior en la otra Colina.

209
Esta información aparece en un volante emitido por el PCP el 1 de mayo de 2006, con
ocasión del Día del Proletariado Internacional.
210
Jiménez. Inicio, desarrollo… Op Cit. págs. 520-521.

Carlos Infante 127


La vieja táctica de Sun Tzu debía aplicarse con cuidado, requerían una
proporción de diez a uno frente a su enemigo para rodearlos, de cinco
a uno para atacarlos o de dos a uno para dividirlos211. Se trataba de las
pequeñas, medianas y grandes ciudades en donde las diferentes for-
mas de lucha, iban preparando el camino insurreccional.

CUADRO 4
Organización militar del EGP en el campo–1990
Comité Nº de Nº de Nº de
Batallones Compañías Pelotones
Regional Principal 8 38 745
Regional Sur ----- ----- 14
Regional Centro ----- 27 492
Regional Norte ----- ----- 35
Regional Huallaga 54 191 639
Norte Medio ----- ----- 29
Total 62 256 1954

Fuente: Documento Balance del Comité Central. Abimael Guzmán


Reynoso. 1990.

Un antiguo cuadro de la organización maoísta, recluido aun en pri-


sión, comenta que en el Comité Zonal Ayacucho, funcionaban tres bases
de apoyo, cada una de ellas resguardada por sus respectivos batallones
y compañías, entre las que figuraban las bases Nº 7, 14 y 21. Peque-
ñas aldeas, caseríos y poblados esparcidos y alejados estratégicamente
conformaban las bases de apoyo. El militante recuerda que en cierta
ocasión, allá por 1986, el pequeño poblado a donde llegó por directivas
de su organización, ubicado al borde del río «Cachi»212, fue ocupado re-
pentinamente por una patrulla del Ejército Peruano. Aproximadamen-
te 20 hombres al mando de un capitán arribaron al caserío conscientes
de la influencia subversiva en aquel territorio. Sin embargo, el oficial
211
Sun Tzu. El arte de la guerra. 2003. págs. 40 y 41.
212
El río «Cachi» nace en los Andes Occidentales, al sudoeste de la ciudad de Ayacucho.
Su caudal promedio es de 20 m³/seg. en febrero y 3,5 m³/seg. en época de estío.

128 Canto Grande y las Dos Colinas


no llegó a percatarse de la existencia del Comité Popular instalado en
la zona. Los militares, tan pronto acamparon, concentraron a más o
menos un centenar de pobladores en el centro de la aldea.
El extenso archipiélago de asentamientos y caseríos ubicados a
considerable distancia, no daba tiempo para agruparlos. El oficial
–narra nuestro entrevistado– logró advertir la presencia de una mu-
jer sospechosa al interior de una de las viviendas. Se trataba de la
camarada «Carla», una importante dirigente zonal que aguardaba la
llegada de su contingente. La reacción de los soldados no fue inme-
diata y, mientras rodeaban el perímetro de la aldea, vieron cómo la
figura de una mujer se desplazaba raudamente por los arbustos con
destino al río «Cachi». Mientras corría, la rebelde lanzaba algunas
arengas a favor de su Partido, la idea –explica el cuadro– era con-
centrar la atención en ella para apurar la fuga de los comisarios del
Comité. Tan pronto como se sumergió en el caudaloso río que, por
entonces se encontraba completamente cargado debido a las lluvias
de la temporada, los militares se lanzaron en tropel hacia ella. El río
tenía entre 30 y 40 metros de ancho y su profundidad en algunos
puntos superaba los dos metros; la joven comenzó a cruzar a nado y
parecía por momentos que el agua podría tragársela. La tropa llegó al
borde del «Cachi» y empezó a disparar en ráfagas sin dar en el blan-
co. El oficial, sin salir de su asombro, debió ordenar a una docena de
soldados a cruzar el río. Nadie quiso hacerlo, pero una amenaza de
desacato propalada por el militar los obligó a sumergirse.
Cogiéndose de la mano, en tanto que con la otra sostenían el pesa-
do fusil, iniciaron el recorrido al tiempo que «Carla» llegaba ilesa a la
otra orilla. No pasó mucho tiempo y la columna militar, absolutamente
inexperta en esos menesteres, además de desconocer los secretos que
escondía el «Cachi», comenzó a ser dominada por la corriente. Bastó
que uno pisara en falso, para que perdiera el equilibrio y arrastrara al
fondo a todos sus compañeros. Doce efectivos virtualmente desapare-
cieron sin dejar rastro alguno y, aún cuando el oficial con los restantes
hombres y la propia comunidad fueron en su búsqueda, no lograron
hallar ningún cadáver. Tan pronto como la diezmada unidad se retiró,
la columna guerrillera inició sus propias pesquisas con el ánimo de
proveerse del armamento de los soldados. Nunca se les ubicó.

Carlos Infante 129


Bases de apoyo en la zona norte de Ayacucho.

Desplazamiento de compañía guerrillera del PCP.

130 Canto Grande y las Dos Colinas


Al otro extremo de la cordillera, en la sierra norte y, sobre todo,
en el oriente del país, las bases de apoyo cubrían extensos territorios
pocas veces explorados, en donde la vida cotidiana hablaba de nuevas
relaciones sociales. El sistema partidario se hallaba atado a las formas
de organización militar de defensa y ataque con el que conjuraban
arrasamientos. Al inicio debían desplazar a toda la comunidad cuan-
do parecían haber sido descubiertos por las Fuerzas Armadas. Pero
desde mediados de 1988, la figura cambió notablemente. Los comités
se mantuvieron estables a pesar de esporádicas incursiones militares.
Para los miembros de la Comisión de la Verdad y Reconciliación,
aquella situación no significaba mucho. Lo concreto era que el Parti-
do carecía de fuerzas regulares, por tanto, le era imposible desplegar
una guerra de movimientos. Su capacidad para desarrollar enfren-
tamientos abiertos con las Fuerzas Armadas y ensayos preinsurrec-
cionales en ciudades, estaba limitada por una serie de dificultades de
orden militar a decir de los comisionados. Es más, algunos de ellos,
compartían la idea de que el Estado nunca estuvo en serio riesgo.
En la entrevista que hiciera la CVR a Abimael Guzmán, en la Base
Naval del Callao, se explica el relativo apoyo obtenido hasta entonces.
[P]reguntado acerca de la utilización de la coerción contra las masas
y la precariedad de las adhesiones así conseguidas afirmó que según
el presidente Mao el apoyo activo de las masas se buscaba sólo en la
fase final, del asalto de las ciudades desde el campo; en el momento
inmediatamente anterior a la toma del poder213.
En buena cuenta el interés no era acumular, en ese momento, enor-
mes masas que serían necesarias sólo al final de su estrategia, de
modo que el proyecto atendía a la planificación que él y sus partida-
rios se encontraban elaborando.
Armados de una amplia y aleccionadora experiencia en lucha an-
tiguerrillera, los asesores del pentágono hacían una lectura no muy
distante a la de Guzmán.
McCormik –según La República– ve en Sendero Luminoso ‘un mo-
vimiento cuyo progreso no ha sido siempre veloz, pero sí seguro: hoy
controla extensas porciones de la sierra con el objeto de impedir el
acceso por tierra a las fuerzas del gobierno a la selva oriental y tener
una fuerte presencia en los pueblos y ciudades de la costa para cor-
tar el acceso de Lima con el interior del país. Sendero Luminoso ha
probado ser una paciente organización y evidencia un alto grado de

213
CVR. Informe Final. Entrevista en la Base Naval del Callao. 2003. pág. 87.

Carlos Infante 131


profesionalismo’, argumenta McCormik. ‘Es improbable que los sen-
deristas intenten sitiar la capital hasta que se encuentren preparados
para aprovechar las consecuencias de una campaña para capturar el
poder’ […] ‘es improbable que avance más hasta estar convencido de
una suficiente fortaleza para mantener la lucha. Lograr ello sería ha-
ber llegado al ‘clímax de la revolución’214.
Pero el análisis político de los norteamericanos no descuidó la capa-
cidad militar de la otra Colina. Es decir, si bien el Estado disponía de
fuerzas regulares, así como de un presupuesto oneroso para alimentar
sus maniobras y campañas en el conflicto armado interno, las dificul-
tades comenzaban a causar estragos en el campo de batalla. Gran par-
te de sus unidades vehiculares se hallaba colapsada, su flota naval se
mostraba inútil frente al tipo de guerra no convencional, las aeronaves
se redujeron a unos cuantos helicópteros y aviones de transporte, cuyo
desplazamiento sólo podía darse en el día y a un costo altísimo.
El ejército sólo ha puesto en uso los helicópteros MI soviéticos. Los
aparatos han sido destinados a los frentes Huallaga, Huamanga y
Mantaro, pero en número insuficiente. Los restantes MI se encuen-
tran en situación de reserva con miras a afrontar una eventual emer-
gencia externa con Ecuador y Chile215.
Las informaciones oficiales jamás admitieron el derribo de helicóp-
teros por parte de la guerrilla; sin embargo, existe evidencia de la
caída de varias aeronaves producto del ataque de los rebeldes en la
sierra y selva del país. En todos los casos, la destrucción de las naves
era atribuida a los accidentes como consecuencia de desperfectos téc-
nicos en el aparato. Convenientemente, una explicación de este tipo
alimentaba una demanda presupuestal en las fuerzas que combatían
a la guerrilla, provocando, de paso, la búsqueda de apoyo económico
externo. Pero, a la vez, se negaba la capacidad militar maoísta que,
para finales de la década del ochenta, llegó a disponer no sólo de ar-
mas elementales para su infantería, sino de algunos lanzacohetes y
morteros con los que comenzaba a construir su artillería.
Y, si en el ámbito de la opinión pública se negaba esta realidad,
en la esfera de lo privado, la percepción era completamente distinta.
Así, rodeados por confusos discursos al interior y exterior del poder
oficial, el punto de convergencia terminaba siendo la demanda de
mayores recursos.

214
Diario La República. Política. Lunes 4 de mayo de 1992. pág. 6.
215
Ibíd.

132 Canto Grande y las Dos Colinas


Se sabe que sólo el gasto militar en el Perú, para entonces, bor-
deaba los US$ 400 millones anuales, de los cuales un 30% era des-
tinado a la lucha contrainsurgente y el resto servía para la defensa
externa216. Era obvio que en ambos frentes, la presencia de fuertes
intereses económicos desarrollaba una agenda distinta. De allí que
existieron contradicciones acerca de la variedad de lecturas con re-
lación al estado de la guerra en esta parte del hemisferio. Hubo un
sector del alto mando castrense, que asoció la evaluación dramática
del conflicto a preocupaciones de carácter estrictamente económico,
en donde se acusaba la confluencia de intereses con compañías nor-
teamericanas ligadas a la industria militar.
Al parecer McCormik se ha fiado en exceso de los informes propor-
cionados por sus fuentes castrenses en el Perú, observó un estudioso
del tema peruano en Washington. ‘Los militares están interesados en
mostrar hacia el exterior una imagen dramática del Perú con el objeto
de conseguir los fondos que ellos se gastan en mantener operativo su
armamento de tipo convencional, refirió la fuente’. En efecto, el Perú
destina hasta el 75 por ciento de su presupuesto militar en gastos para
mantener aviones supersónicos […] que sin embargo, no sirven en ab-
soluto para enfrentar el fenómeno subversivo que libra el país… 217
Los US$ 120 millones destinados a equipar a las tropas de los distin-
tos frentes internos, tanto para el avituallamiento, municiones, equi-
pamiento y mantenimiento de armamento ligero y pesado, sufrían un
considerable reajuste cuando estos tenían que atender inevitablemente
las dietas de los oficiales de alto rango en zonas de emergencia y los so-
bre costos durante el tráfico de armamento y equipos. En consecuencia,
la conveniencia de favorecerse con la guerra interna, era evidente. Los
280 millones restantes, orientados a la defensa de las fronteras pasaba
por procedimientos similares; el mayor gasto no era la adquisición de
material bélico, ni los insumos, sino su mantenimiento encargado a
proveedores de distintos países, especialmente Estados Unidos.
Entre 1990 y 2000, el presupuesto destinado a la compra de arma-
mentos y suministros militares se incrementó en US$ 1 900 millones,
observándose constantes sobrefacturaciones en las compras como
ocurrió con la adquisición de los 18 cazas bombarderos MIG-29 y los
SU-25 cuyo radio de acción estaba limitado a 340 y 395 kilómetros

216
Diario Gramma. Los gastos en armamento y las guerras. Cuba. Edición del 18 de
enero de 2004.
217
Diario La República. Política. Lunes 4 de mayo de 1992. pág. 6.

Carlos Infante 133


de alcance en lugar de los 1500 y 2900 kilómetros que se requería,
respectivamente.
Estados Unidos no se favorecería directamente ni en gran medida
con este movimiento económico, habida cuenta que el presupuesto
anual para el sector defensa peruano, no significó más del 0,1% del
gasto militar norteamericano. De pronto, sus intereses estaban depo-
sitados en otros quehaceres mucho más lucrativos. Según un informe
preparado por las Naciones Unidas, la inversión estadounidense en
1991 llegó apenas, a un total de US$ 46 mil 800 millones en América
Latina, muy por debajo de lo obtenido por empresas europeas; sin
embargo su inversión en 1997 alcanzó los 115 mil y en el año 2000
a 314 mil millones de dólares americanos218, es decir 671% más de
lo obtenido a principios de la década. Ese era el verdadero objetivo
de Washington: implementar un proyecto globalizador en donde la
economía latinoamericana debía integrarse a sus circuitos de produc-
ción, distribución y consumo219. Por lo tanto, la dramática evaluación
que hacía McCormik correspondía, más allá de la utilización comer-
cial de la guerra, a una necesidad económica y política a gran escala.
La eventual ocupación norteamericana en suelo peruano depende-
ría, en todo caso, del curso que habría de seguir la guerra interna. Su
afán intervencionista a países con presencia de movimientos insurrec-
cionales fue demostrado en Centro América, en Medio Oriente, en Asia
Oriental, en la Península Balcánica, en Indochina y en otras zonas don-
de se sentía llamado a proteger determinados intereses, bajo el pretex-
to de «defender la democracia». El Perú sólo era parte de un espacio
mucho más grande que Estados Unidos pretendía. Con excepción de
Chile, país pobre en recursos naturales, el resto de naciones latinoa-
mericanas, cuyas riquezas aún no habían sido explotadas a plenitud,
estaban en la mira de los norteamericanos. Debía proteger el proyecto
que se abría a su paso con relación a la minería, por ejemplo, cuya po-
tencialidad aún sigue siendo incalculable. Pronto colocaría a una de las
mayores compañías mineras del mundo en territorio nacional, obte-
niendo extraordinarios resultados220. Debía garantizar las condiciones

218
Organización de Naciones Unidas. «La Inversión extranjera en América Latina y el
Caribe». Unidad de inversiones y estrategias Empresariales de la CEPAL. 2004.
219
Revista Quehacer. «La economía…». Entrevista a Gonzalo García... Ob. Cit. p. 27.
220
La Newmont Mining Corp., una de las más poderosas compañías mineras norteamericanas,
accede a Yanacocha, el más importante yacimiento minero del Perú, luego de las extraordinarias
concesiones del régimen de entonces. El gobierno peruano en 1991 promulga la Ley General de
Minería por el que se procede a la privatización de las minas y refinerías, se exonera el impuesto

134 Canto Grande y las Dos Colinas


para la penetración de otras corporaciones dedicadas a la producción
en energía, finanzas, automotor, prendas de vestir, telecomunicacio-
nes, medicinas, computadoras, agricultura (algodón y trigo), etc. para
lo cual debía flexibilizarse o eliminarse los aranceles, mantener el cos-
to barato de la mano de obra y evitar en lo posible la intervención del
Estado peruano en aspectos vinculados a la competencia, otorgándole
todo el control al mercado. Las proyecciones de Washington, a largo
plazo, se orientaban a imponer mecanismos de negociación con los
Estados sudamericanos a través de acuerdos comerciales.
No era pequeño, entonces, el interés que perseguían los conducto-
res de la política exterior norteamericana. Estaba en juego, no sólo su
estabilidad política y económica en el mundo sino, como bien señala
Chomsky (2006), su desaparición como potencia hegemónica. Esta-
bilidad y ambiciones que peligraban con grupos rebeldes, más aún
cuando estos actuaban bajo inspiración de ideología comunista, como
ocurrió con el PCP, cuya actividad no apuntaba únicamente a destruir
al Estado peruano e instalar otro bajo su dirección, sino extenderse a
los países del tercer mundo y desterrar el sistema capitalista.
Ha sido necesario explicar el contexto en el que se hallaba el Perú
en 1992, pues resulta fundamental para entender las razones por las
que –juzgamos– se puso en marcha distintas políticas represivas des-
de el Estado, donde la eliminación de personas vinculadas a grupos
subversivos se volvió una necesidad imperativa. En virtud de ello, las
cárceles no podían ser excluidas de alevosos planes de exterminio;
no obstante, cualquier operación militar, debía contar con las condi-
ciones políticas para su aplicación. El gobierno de facto aprovechó al
máximo la ventaja que le ofrecían los medios periodísticos de la capi-
tal del país, quienes alentaban cualquier procedimiento policíaco para
reprimir a los insurgentes. No fue difícil entonces atizar un clima de
inseguridad y crear las condiciones de la matanza en Castro Castro.
La mediatizada información elaborada en las redacciones periodísti-
cas, penetraba hondo y tocaba la sensibilidad de mucha gente.
En las portadas de los diarios aparecían imágenes suspendidas de
muertos destrozados por la onda expansiva de un coche bomba. La
televisión hundía sus cámaras en lo más íntimo y sensible de la des-
a la renta, se ofrece un contrato de estabilidad tributaria, etc. En un informe publicado por La
República, el 5 de octubre de 2005, Ángel Páez reproduce parte de una reveladora denuncia
formulada por el New York Times, acerca de la intervención de Vladimiro Montesinos en un
proceso judicial por el que se le adjudica prioridad en la venta de acciones a Newmont Mining,
en detrimento de una compañía australiana. En la actualidad ha quedado comprobado los gra-
ves efectos que produce la extracción de oro en la contaminación ambiental de la zona.

Carlos Infante 135


gracia humana para despertar el morbo social y atribuirle a los alza-
dos en armas, la responsabilidad de todos los males del país. Pero
desde el momento en que las imágenes televisadas muestran la violen-
cia sin ir más allá de los hechos visuales que presentan, las imágenes
de violencia de los telediarios inciden en un enfoque muy restringido
de la información y acaban presentando el dolor que irradian las vícti-
mas, vivas o muertas, como única explicación de sus torturas221.
No existían muchas formas de evadir un bombardeo propagandístico
disfrazado de noticia, repicando incansablemente sobre las cabezas
del Pueblo peruano222. Virtual y sintomáticamente, había desapare-
cido de la escena pública toda señal de denuncia en los medios so-
bre detenciones arbitrarias, asesinatos, desapariciones forzadas y
masacres practicadas por las Fuerzas Armadas y Policiales, como fue
la constante hasta 1990; en su lugar, se mostraban vírgenes que llo-
ran, gente poseída, curanderos, acciones cívicas, arrepentidos y una
respuesta controlada y hasta débil al accionar insurgente. Sin duda,
se buscaba una opinión favorable a la intensificación de la represión
contra la organización maoísta.

Desatando los nudos. El estado sin ley


El primer Decreto Ley en materia antisubversiva fue emitido en
marzo de 1981. La norma tipifica, por vez primera, el delito de terro-
rismo y establece el mecanismo procesal para quienes se encuentren
incursos. Su texto precisa:
El que, con el propósito de provocar o mantener un estado de zozobra,
alarma o terror en la población o en un sector de ella, comete actos
que pudieran crear peligro para la vida, salud o el patrimonio o enca-
minados a la destrucción o deterioro de edificios públicos o privados,
vías y medios de comunicación o transporte o de conducción de flui-
dos o fuerzas matrices u otras análogas, valiéndose de medios capaces
de provocar grandes estragos o de ocasionar grave perturbación de la
tranquilidad pública o de afectar las relaciones internacionales o la

221
González, María Teresa. «La violencia…» Ob. Cit. pág. 33.
222
Hacemos uso de esta categoría para referirnos a eso que Efraín Morote Best (1991) llama
un «alguien históricamente determinado», «mayoritario, productivo, despojado, ayuno de po-
der». Véase «Acerca del Folklore». Folklore: Bases teóricas y metodológicas. 1991. pág. 85.

136 Canto Grande y las Dos Colinas


seguridad del Estado, será reprimido con penitenciaría no menor de
diez años ni mayor de veinte años223.
Al amparo de esta norma se inició la detención y el juzgamiento de
los rebeldes. Las primeras capturas comprometieron a subversivos y
pobladores de las localidades más convulsionadas del departamento
de Ayacucho. Pronto, el penal Santiago Apóstol de la provincia de
Huamanga, estaría abarrotado de prisioneros. El traslado de internos
a la capital se produjo a partir de mediados de 1982.
Según informaciones oficiales del Ministerio de Justicia en 1985,
habían 974 detenidos por terrorismo en Huancavelica, Huanuco,
Trujillo, Callao, Lima y otras provincias de la sierra. No obstante, el
grupo maoísta incrementaba sus operaciones. Para el primer quin-
quenio de la década del ochenta, DESCO registra 8758 acciones sub-
versivas224. La persecución fue tenaz y arbitraria, pero no habría al-
canzado su clímax, sino hasta tiempo después.
Luego del asalto al CRAS de Ayacucho, donde fueron liberados
78 camaradas, de cuyo pánico se aprovecharon 168 presos comunes
para emprender huida225; el gobierno de Fernando Belaúnde decidió
concentrar a los insurgentes capturados en el penal de El Frontón,
ubicado en una pequeña isla del Callao. Entre tanto, en las calles se
intensificaron las batidas policiales, el toque de queda fue implanta-
do y el estado de emergencia se extendió de 6% en 1985 a 50% de la
población nacional en 1990. Según la Comisión Especial del Senado
de la República a inicios de la década del noventa, 17 departamentos,
65 provincias, cerca de 700 distritos226 de un total de 1770 municipios
existentes en el país, son intervenidos por las Fuerzas Armadas.
Era obvio que la vigencia del estado de excepción en extensas zo-
nas de la nación, mostraba solo uno de los indicadores acerca de los
espacios en contienda. Pero lo cierto es que no hubo un solo departa-
mento en donde no se haya registrado una acción guerrillera a lo largo

223
Artículo 1° del Decreto Legislativo Nº 046 publicado el 10 de marzo de 1981. Sus alcan-
ces fueron establecidos por Ley Nº 24651 del 19 de marzo de 1987 que introdujo esta norma
en el Artículo 288A del Código Penal. Un año después, el 8 de diciembre de 1988, se vuelve
a modificar dicho artículo mediante Ley N° 24953.
224
Para el Ministerio del Interior el número de acciones en ese mismo período fue de
6758, mientras que para la organización subversiva el balance de los primeros cinco años
indica 35 313 operaciones militares.
225
Rénique. La voluntad… Ob. Cit. pág. 13.
226
En 1991 el estado de emergencia afectó al 55,87% de la población peruana y cubrió el
39,24% del territorio patrio. Lynch, Nicolás Una tragedia...Ob. Cit. pág. 165.

Carlos Infante 137


de diez años. De eso habla «¡Elecciones, No! ¡Guerra popular sí!»,uno
de los documentos mejor difundidos por la organización subversiva
durante 1990. Veamos su balance en el siguiente cuadro:

CUADRO 5
Porcentaje y número de acciones guerrilleras
Departamento % de acciones1 Nº de acciones2
1 Lima 24,30 29 510
2 Ayacucho 20,70 24 623
3 Junín 10,38 12 607
4 Huancavelica 5,33 6 474
5 Pasco 4,51 5 480
6 La Libertad 4,36 5 299
7 Ancash 3,98 4 833
8 Puno 3,92 4 756
9 Apurímac 3,36 4 082
10 Huánuco 3,25 3 950
11 Arequipa 2,77 3 366
12 Cajamarca 2,46 2 990
13 Cusco 2,42 2 941
14 Lambayeque 2,24 2 719
15 San Martín 1,57 1 905
16 Ica 1,55 1 878
17 Ucayali 1,08 1 314
18 Piura 0,85 1 029
19 Tacna 0,50 612
20 Loreto 0,44 535
21 Tumbes 0,20 243
22 Moquegua 0,13 160
23 Amazonas 0,10 125
24 Madre de Dios 0,01 14
Total 100% 121 455

Fuente: Recopilación de datos oficiales de ambas Colinas.


1
Los porcentajes se deducen de cifras manejadas por el Ministerio del Interior.
2
Número estimado a partir de datos del PCP y de porcentaje del Estado.

138 Canto Grande y las Dos Colinas


Las cifras presentadas en el cuadro anterior corresponden a esti-
maciones elaboradas a partir de datos manejados por las Dos Colinas.
En él se advierte cierto equilibrio entre las acciones guerrilleras desa-
rrolladas en la ciudad y el campo, entendiéndose por ciudad a la Ca-
pital de la República, donde las operaciones venían incrementándose
progresivamente. Sin embargo, existen algunas diferencias, sobre
todo, a partir de los reparos del Estado para reconocer como acciones
militares a las actividades de agitación y propaganda armada. Es más,
toda la corriente oficial secundada por los llamados «senderólogos» o
analistas de la violencia política, reducen el accionar subversivo a las
operaciones militares. Tal vez en eso radique fundamentalmente sus
limitaciones para comprender el proyecto comunista en el Perú. En la
orilla opuesta, por el contrario, el balance ofrecía singular atención al
desarrollo de una corriente de opinión pública favorable a su causa,
mediante la agitación y propaganda que, si bien en 1986, comprendía
el 34,1%, para 1991 estas acciones se elevaron al 84,4% del total de
sus actividades revolucionarias.
Así fue en la ciudad y en el campo. Es decir, en Ayacucho, Junín,
Huancavelica, Pasco y toda la sierra del país donde se registró un cre-
cimiento sostenido, con elevados picos en los años de 1984 y 1989; la
prioridad se desplazó a las llamadas acciones propagandísticas que
debían determinar el peso político de la guerra. Los únicos lugares
donde se ha observado un ligero declive son Moquegua, Amazonas y
Madre de Dios que, durante el inicio del conflicto, mostraban datos
mayores a los expuestos a finales del decenio. De los 24 departamen-
tos, 17 aguardaban un pronto desenlace político y militar. Los otros
cuatro escenarios comenzaban a vivir con mayor intensidad la dureza
del conflicto, pues en estos lugares la presencia estatal era más con-
sistente y la actuación sediciosa era todavía débil.
El 6 de junio de 1985, en vísperas de la asunción de Alan García a
la primera magistratura, se promulgó la Ley N° 24150 que, en buena
cuenta, formalizaba los actuados de las Fuerzas Armadas. El aspecto
central de esta disposición se orientó a dejar en suspenso elemen-
tales garantías constitucionales como la inviolabilidad del domicilio,
reunión pacífica sin armas, la no detención sino por mandato judi-
cial, entre otros derechos fundamentales, otorgando carta blanca a
los militares para el secuestro, la desaparición forzada de personas,
ejecución extrajudicial, tortura y otro tipo de vejámenes practicados
con absoluta impunidad. Los miembros de las Fuerzas Armadas sólo

Carlos Infante 139


debían comparecer ante tribunales militares bajo acusaciones de «de-
litos de función». Las operaciones de contrainsurgencia se hallaban
a cargo del Ejército, merced a la Ley 24150, así como el inconstitu-
cional régimen marcial de gran parte del territorio nacional. En ciu-
dades como Lima, no obstante la ausencia de los llamados comandos
políticos militares, el estado de excepción produjo constantes opera-
tivos de rastrillaje en las llamadas zonas rojas.
Pequeñas puertas carcomidas por la miseria se quebraban sin ofre-
cer resistencia alguna ante el ingreso militar durante las operaciones
de contrainsurgencia en humildes casas de los barrios y barriadas. En
medio de la noche, decenas de militares ingresaban impunemente a
las casas, arrojaban a mujeres, hombres y niños al piso, sacándolos
de la cama sin miramientos. Detenían o desaparecían a las personas
(incluso a niños227) que estimaban sospechosas de estar relacionadas
con el PCP, como ocurrió con 9 estudiantes y un profesor en la Univer-
sidad La Cantuta o la brutal matanza en Barrios Altos.
Un desgarrador testimonio revela esta práctica en plena capital
del país.
[T]ocaron duro la puerta y me encimó el allanamiento. Todo fue patea-
do: la mesa, las sillas, mi hija menor que descansaba, y a la vieja pen-
deja, como me dijeron, le dieron golpes. Ahí fue que tasajearon esos
energúmenos mis viejos colchones, los únicos, desgarraron cada ropa
de Rosaura para ver si escondía allí dentro algo que no sabría decir qué
podría haber sido. En fin, me apresuraron: Rápido, rápido, carajo, no
se haga, dijeron o mejor gritaron, quisieron después que todo lo pu-
sieron al revés, que firmara yo una hoja blanca, más acusadora cuanto
más blanca […] Como apenas sabía leer y escribir, dijeron que pusiera
nada más que la huella digital, ponga aquí, dijo el más liso, levante el
dedo, nos acompañará para aclarar, oiga. Pero lo que sé que me acla-
raron ellos fue que esa noche me golpearon como nadie nunca antes
lo había hecho, culatazos en la espalda, en la cabeza, diga la verdad,
mierda, golpe en los brazos, arriba, abajo, en la cabeza, en el vientre, y
patadas en la pierna hasta revolcarme, y yo nada que decir228.

227
La legislación fujimorista encontró el escenario adecuado para violar impunemente
toda norma de protección contra los menores de edad cuando modificó ilegalmente y con-
tra todo principio jurídico el Art. 22 del Código Penal que permitía «reducir prudencial-
mente la pena señalada para el hecho punible cometido cuando el agente tenga más de 18
y menos de 21 años… Ahora según el Art. 10 del D.L. este beneficio no podrá ser aplicado
por los magistrados en los casos de terrorismo». Diario El Comercio. Política. Jueves 07 de
mayo de 1992. pág. A4.
228
Testimonio de una madre recogido en un libro de memorias. Véase «El regreso de Lucila
Ccorac» en Desde la persistencia. Relatos. De Benjamín Cama Martínez. 2005. pág. 19.

140 Canto Grande y las Dos Colinas


Si eso ocurría en la ciudad de Lima, en el interior del país, la realidad
hablaba de situaciones atroces.
Fuerzas combinadas de seguridad, por aire o tierra, ingresaban a
las comunidades campesinas, destrozaban todo a su paso, violaban
mujeres, asesinaban niños y ancianos, quemaban cosechas y hogares
a su albedrío, aplicando la política militar argentina del «10 por 1»,
es decir si, de diez campesinos muertos, uno era subversivo, entonces
el despliegue contrainsurgente resultaba un éxito. Socos, Huarapite,
Ccollpahuaycco, Ticllas, Muyurina, Cochapampa, Totos, Quispillacc-
ta, Incaraccay, Saurama, Pucayacu, Accomarca, Cayara, Bellavista,
Umaru, Pomatambo, Independencia, entre muchas otras comunida-
des ayacuchanas, eran sólo algunos de los peldaños de una inmensa
escalera de crímenes masivos que marcaron la impunidad estatal de
los años de guerra en el Perú.
El 22 de noviembre de 1985, soldados armados con fusiles FAL y
acompañados de perros amaestrados degollaron a todos los anima-
les de la comunidad de Bellavista. Luego separaron a sus habitantes.
A unos los concentraron en una vivienda donde les colocaron dina-
mita, a otros les prendieron fuego. Al tercer grupo conformado por
niños, los acribillaron. Finalmente incendiaron todas las humildes
viviendas. En total murieron 47 comuneros, entre ancianos, mujeres
y niños229. En 1989 la zona volvió a ser atacada desde helicópteros
equipados con artillería pesada.
En unos pocos segundos, decenas de personas ocultas tras la vegeta-
ción ribereña eran acribilladas sin que artilleros ni pilotos pudieran
ver exactamente de quién se trataba. En el asalto a la localidad de Be-
llavista, los helicópteros llegaron a lanzar cohetes a las viviendas230.
Es curioso, pero se dice que muchas de las víctimas del conflicto
armado interno fueron asesinadas por la propia organización subver-
siva, sin embargo los maoístas tienen una respuesta a estos cargos.
¿Quiénes asesinan a los campesinos? Este es un problema que hay
que esclarecer para entender como maneja el gobierno la política con-
trainsurgente en este terreno. Todos los crímenes masivos de cam-
pesinos perpetrados por las fuerzas armadas y policiales han sido
sistemáticamente atribuidos a las fuerzas guerrilleras del PCP, con el

229
Asociación Ser. Ayacucho. «Informe Final...» Ob. Cit. pág. 577.
230
Comisión de la Verdad y Reconciliación. «Hatún Willaku». Versión abreviada del Infor-
me Final de la CVR. 2004. pág. 248.

Carlos Infante 141


objetivo de ocultar su responsabilidad criminal y de desprestigiar a
esta organización insurgente231.
En efecto, buena parte de los medios de información masiva, secun-
dados por distintos sectores políticos, mantienen aún esta falacia. Si
nos remitimos al propio informe de la CVR, cientos de casos han sido
presentados bajo el título de «Sin determinar» como una forma de
omitir la responsabilidad de las fuerzas del orden, de las rondas cam-
pesinas y de los paramilitares en la mayoría de los crímenes colectivos
o individuales. El propio Caso Uchuraccay aparece en las conclusio-
nes como un hecho distante de la responsabilidad del ex presiden-
te Belaúnde y de los militares que, luego de instruir licenciados232 y
filtrar soldados del Ejército, ordenaron a las rondas campesinas de
Uchuraccay e Iquicha a dar muerte a los periodistas y a un guía en
1983. Días antes se produjo la masacre de siete presuntos subversi-
vos en Huaychao del cual la Comisión no llegó a formalizar el caso en
la «lista de víctimas»233. Asimismo, la muerte del periodista Juvenal
Farfán Anaya, junto a su esposa y dos hijos a manos de paramilita-
res, aparece sin precisar responsable en los anexos del Informe. Pero
como estos casos, existen numerosos hechos expuestos con extraña
generosidad hacia sus autores234.

231
Arce Borja, Luis (editor). Guerra Popular en el Perú. El Pensamiento Gonzalo. 1989.
pág. 24. Sin embargo, por el lado de los alzados en armas, la propia dirigencia de la orga-
nización ha reconocido su responsabilidad política frente a lo ocurrido en Lucanamarca,
lugar donde los rebeldes dieron muerte a medio centenar de campesinos directamente vin-
culados con el aniquilamiento de guerrilleros en fechas anteriores. De otro lado, un informe
que hasta hoy no ha sido desaprobado corresponde a la Defensoría del Pueblo, cuyos datos
responsabilizan al Ejército Peruano sobre el 61,4% de las ejecuciones extrajudiciales. Le si-
guen las Fuerzas Armadas en general, con el 10,7%; luego vienen los comités de autodefen-
sa con 7,4%, la Marina de Guerra con 5,6%, la Policía Nacional con 12,4%, mientras que los
grupos subversivos solo el 1,4%. Estas cifras corresponden a denuncias reales efectuadas
por los familiares de las víctimas. Véase «Las desaparición forzada de personas en el Perú».
Defensoría del Pueblo. 2002. págs. 678-679.
232
Así reza en el informe elaborado por Amnesty Internacional. Véase entrevista a Michael
Mc Clintock, encargado de la Sección Perú de AI en Londres, a cargo de Fernando Flores
Araoz de la revista Oiga. 3 de octubre de 1983. págs. 17–19.
233
El informe incluye en su extenso relato los sucesos de Huaychao, pero extrañamente no
los incorpora como un caso en la «lista de víctimas». Tal vez porque la historia de la muerte
de presuntos subversivos no era realmente cierta. Flores Galindo comenta al respecto que
cuatro de los siete jóvenes fueron baleados por las fuerzas militares en Huaychao, el resto
murió en pueblos cercanos y luego fueron trasladados a esa comunidad, donde los fotogra-
fió la revista Caretas. Véase Buscando… Ob. Cit. pág. 357.
234
Las pruebas abundan. Los casos Nºs 1013217, 1001975, 1004814, 1000386, 1009995,
1000427, 1003293, 1001921, 1011023, 1009091, 1001580, por citar algunos, esgrimen fi-

142 Canto Grande y las Dos Colinas


En buena cuenta, la aprobación de un marco normativo de lucha
contrainsurgente sirvió fundamentalmente para desatar una genera-
lizada represión contra millones de peruanos principalmente en el
campo, en donde la única ley válida estuvo dirigida a poner en mar-
cha la política del Estado sin ley.
Y aunque entre 1985 y 1990, el gobierno aprista introdujo una se-
rie de modificaciones al Código Penal235, la legislación antisubversiva
aprobada y aplicada en la década del 80, no fue ni la sombra de lo que
vendría en el siguiente lustro.
Inicialmente, la administración fujimorista tuvo que expedir el
Decreto Supremo N° 171-90-PCM y, luego, en noviembre de 1991, el
Decreto Ley 749, con el que se ratifica la impunidad castrense en zo-
nas de excepción. Precisamente, en este mes, gracias a las facultades
legislativas otorgadas por el Congreso Nacional, Fujimori emitió 37
normas sobre pacificación. Entre las más controvertidas encontramos
al D. L. Nº 738, por el que se auspició la actuación militar en zonas no
necesariamente declaradas en emergencia; los decretos legislativos
726º y 734º, que autorizaban el ingreso militar y policial a las univer-
sidades y a los centros penitenciarios, respectivamente. Sin embargo,
varias de estas disposiciones fueron observadas, aunque débilmente,
por distintas bancadas políticas del Congreso. La frágil y parcial opo-
sición a la aplicación de los decretos legislativos aprobados a fines de
noviembre de 1991, fue resuelta luego del golpe de Estado.

Lima: Arena de contienda


Según informaciones periodísticas, alimentadas de datos propor-
cionados por las fuerzas de seguridad, el territorio considerado de
«alta peligrosidad», se ubicaba en los cuatro conos de la ciudad ca-
pital. En 1991 las zonas periféricas de Lima Metropolitana concen-

guras de una responsabilidad «indeterminada» a pesar de que los indicios que sustentan
el caso, corresponden a pruebas contundentes de un operativo militar. Véase «Ayacucho.
Informe final…» Ob. Cit. De Asociación Ser. Véase Informe final… Ob. Cit. De la CVR.
235
«El 19 de marzo de 1987 se promulgó la Ley 24651 mediante la cual se introdujo en
el Libro Segundo del Código Penal la sección octava que trataba: ‘De los delitos de terro-
rismo’». Entre los aspectos saltantes de la Ley, figuran restricciones a los beneficios peni-
tenciarios, es decir a la libertad condicional, semilibertad, libertad vigilada, redención de
pena por el trabajo o estudio y conmutación para los detenidos por delito de terrorismo.
Comisión de la Verdad y Reconciliación. «La legislación antiterrorista en el período 1985-
1990». Informe final. Tomo III. pág. 159.

Carlos Infante 143


traban más de 3 millones de habitantes que representaban la mitad
de la población limeña, la mayoría de ellos de extracción campesina.
Los distritos de Lurín, Pachacámac, Villa El Salvador, Villa María del
Triunfo, San Juan de Miraflores y Chorrillos en el Sur, comprendían
un vasto dominio en donde campeaba la pobreza, a ello se debe la
denominación de «cinturones de miseria». No le fue difícil a la orga-
nización subversiva desarrollar sus actividades proselitistas en aquel
enorme territorio.
En la mayoría de asentamientos humanos ubicados en el Callao,
Ventanilla, Ancón, Comas, Independencia, Puente Piedra, San Martín
de Porres, Los Olivos, etc., la realidad se presentaba de modo similar.
Del 80% de la población considerada como sectores populares, casi
el 37% radica en barriadas (encuesta IEP), el 23% en urbanizaciones
populares (Censo 1981) y el 20% en tugurios, callejones y corralones
(Plandemet 1980). Esto significa que la barriada en lo urbano consti-
tuye el asentamiento mayoritario de los sectores populares236.
José Matos Mar (2005) agrega que a mediados de los 80 el núme-
ro de pueblos jóvenes237 había llegado a 598, con una población de
2 millones 184 mil habitantes, es decir 36,4% de la población total de
Lima Metropolitana.
El espacio social se mostraba sumamente amplio para desplegar
un trabajo partidario en todo Lima. Pero en donde la organización
maoísta tuvo un avance mayor fue en la zona Este.
Dos de los organismos encargados de la ejecución de una agresiva
campaña política y militar en los distritos de Ate Vitarte, Chosica,
Chaclacayo, Santa Anita, El Agustino y San Juan de Lurigancho fue-
ron Socorro Popular del Perú y el Comité Metropolitano, aparatos or-
gánicos del PCP, que actuaban, entre otros lugares, en la zona este de
Lima, donde moraban alrededor de un millón y medio de habitantes,
en su mayoría, obreros de fábricas ubicadas a lo largo de la carretera
central. Precisamente, la existencia de una zona industrial favoreció
en la creación de nuevos asentamientos humanos. «[A]lrededor del
eje vial conformado por la Carretera Central, la autopista Ramiro
236
Matos Mar, José. Desborde Popular y Crisis del Estado. Veinte años después. 2005.
pág. 69.
237
Steve Stein y Carlos Monge han preferido llamarlos barrios y barriadas. La denomina-
ción de pueblos jóvenes corresponde a una maniobra de propaganda política y relaciones
públicas de los gobiernos y al incremento de los niveles de movilidad social. La crisis… Ob.
Cit. pág. 41.

144 Canto Grande y las Dos Colinas


Prialé y la avenida Separadora Industrial se conformó un importante
núcleo de población obrera»238.
El informe Final de la CVR reconoce a la zona «E» de Huaycán y
«F» de Horacio Zevallos, así como El Trébol, todos ellos ubicados en
la carretera central, como los espacios en donde el PCP intensificó su
trabajo partidario. Se encuentran también las partes altas de los cerros
de El Agustino y el asentamiento humano San Antonio, ubicados cerca
de la municipalidad de Ate Vitarte. Desde allí, la organización maoísta
fue extendiendo su influencia hacia zonas como San Gregorio, Ricardo
Palma, Manilsa, Alfa y Omega, Santa Cruz, Nuevo Vitarte, Barbadillo,
Micaela Bastidas I y II y Los Ángeles239. Las llamadas acciones cívi-
cas240 se intensificaron en estas zonas, al igual que en Huaycán, Casti-
lla, Amauta, Jicamarca y Huachipa.
Mención especial sugiere la actividad del Partido Comunista en el
asentamiento humano Raucana, bautizado inicialmente bajo el nom-
bre de Estrella. En él, se había instalado el primer Comité de Lucha
Popular en la ciudad como reflejo de una de las seis formas de Nuevo
Poder que reconocía la llamada línea de construcción revolucionaria
maoísta, pero se trataba de la primera forma de poder en la ciudad.
El Estado rápidamente advirtió su presencia y progreso; planeaba in-
tervenir la zona tan pronto como las condiciones se mostraran favo-
rables.
En los interiores del diario El Comercio, por ejemplo, se organiza-
ron varias notas periodísticas que apuntaban a crear las condiciones
para una eventual intervención militar. El matutino denunciaba «in-
filtración subversiva» en el asentamiento humano Raucana.
Sendero Luminoso se ha infiltrado en el asentamiento humano ‘Félix
Jorge Raucana’, manifestaron ayer miembros de las Fuerzas Especial
del Ejército, tras los últimos enfrentamientos que dejaron el saldo de
dos moradores muertos y varios detenidos entre ellos dos dirigentes
acusados de terroristas. […]. Sendero Luminoso está desafiando a las
238
Comisión de la Verdad y Reconciliación. «La legislación…» Ob. Cit. Tomo IV. pág. 311.
239
Ibíd. pág. 315.
240
Así fueron llamados los programas de atención social conducidos por las Fuerzas Ar-
madas. Sin embargo para los maoístas, este tipo de actividades, lejos de brindar «ayuda
humanitaria», tenía como objetivo intensificar su acción de combate, pues se buscaba apo-
yo civil en la lucha contrainsurgente, al mismo tiempo que con esa nueva política, el Estado
pretendía recuperar y defender territorio perdido. El Equilibrio Estratégico, según la orga-
nización rebelde, los había colocado en ese estado. Véase «¡Que el Equilibrio Estratégico
remezca más el país!». Comité Central. PCP. 1991.

Carlos Infante 145


fuerzas del orden y permanentemente procura realizar actos de sabo-
taje contra las instalaciones que estos tienen en el lugar […]. Sendero
ha establecido sus propias normas sanguinarias en el lugar. Asesina a
quien da muestras de estar en contra de su posición. Un efectivo militar
dijo haber hablado con una señora, vecina del lugar, quien quiere en-
viar un memorial firmado, con otras amigas suyas, al presidente de la
República, para que se instale un cuartel en el asentamiento ‘Raucana’,
porque no están de acuerdo con la ideología del ‘camarada Gonzalo’241.
La semilla de un nuevo poder en el corazón del país, parecía haber
germinado. Ya no eran sólo las Luminosas Trincheras de Combate,
el reflejo del proyecto comunista en el país. Los estertores del viejo
Estado anunciaban su fin. No podían creerlo. Las fuerzas clandes-
tinas del presidente Gonzalo comenzaban a dar la cara en tono ex-
tremadamente desafiante. Un organismo social y político inspirado
en la prédica maoísta actuaba en plena capital de la República, sin
mayor apremio por esconder su tendencia ideológica y organizativa.
Abimael Guzmán llegó a comentar el tema usando cierta analogía en-
tre su Partido y el crecimiento de un infante a quien la ropa le va
quedando chica242. Los esfuerzos por mantener el Nuevo Poder en
un estado de clandestinidad parecían estar saliendo de sus alcances,
conforme crecía la organización.
Atrás había quedado la pugna territorial en el campo, en donde
los afanes de restablecimiento y contra restablecimiento se inclina-
ban con relativo éxito a favor de los rebeldes que lograron mantener
bajo su control numerosas bases de apoyo, no obstante los problemas
propios del asedio militar y de la instalación de un régimen político y
social distinto, de pronto extremadamente pobre, como advertían los
llamados «senderólogos», pero, sin lugar a dudas, opuesto al siste-
ma imperante hasta entonces. Raucana, declarada zona roja por las
fuerzas de seguridad, se preparaba a soportar la embestida militar. La
denuncia de El Comercio parecía estar orientada en esa dirección.
La presencia del grupo insurgente en la zona este de Lima Metro-
politana se remonta a 1976, cuando aparecen los llamados organis-
mos generados conformados por campesinos, obreros, intelectuales,

241
Diario El Comercio. Política. Lunes 4 de mayo de 1992. pág. A12.
242
PCP. «Construir la conquista del poder en medio de la guerra popular» II Pleno del
Comité Central. Sesión Preparatoria. Perú. Febrero de 1991c. Este documento fue emitido
precisamente para conducir un proceso de construcción de nuevas formas, «nuevos apara-
tos» y «aparatos superiores a los de la reacción» «útiles para elevar la clandestinidad».

146 Canto Grande y las Dos Colinas


mujeres, jóvenes y niños. La estrategia maoísta comprendía un traba-
jo político en las barriadas ubicadas en los llamados «cinturones de
hierro», desde donde cercarían la capital de la república. La toma de
tierras o invasiones parecía ser una de las formas de subversión me-
jor utilizadas en las periferias de Lima. El distrito de Ate resultó ser
un lugar adecuado. Extensas zonas deshabitadas rodeaba al emporio
industrial ubicado a lo largo de la carretera central.
A inicios de los noventa, sólo Ate Vitarte contaba con 266 395 ha-
bitantes. El número de obreros llegó a sumar 25 302; los empleados
públicos eran 25 854; los trabajadores independientes, 26 645 y ha-
bían más de 175 mil personas sin profesión u oficio243.
La madrugada del 28 de julio de 1990, a pocas horas de producirse
la transferencia de mando al nuevo gobierno, más de mil personas,
entre obreros, comerciantes y amas de casa, se lanzaron sobre un vas-
to territorio abandonado a la altura del kilómetro 8,8 de la carretera
central en el distrito de Ate Vitarte. El inmenso campo era de pro-
piedad de la familia Isola de la Valle, cuyo dominio llegó a cubrir en
algún momento, toda la zona que abarca desde el parque Cánepa en
La Victoria hasta Huaycán. Antonio Isola, uno de los 9 hijos, heredó
los terrenos dentro del valle del Amauta, al que habría de llamar San-
ta Clara ubicado junto al fundo San Gregorio, otra extensa propiedad
de la familia.
Santa Clara disponía de 109 981,34 m² y hasta entonces se encon-
traba cercado por un muro provisional. Los invasores, organizados
en siete piquetes, irrumpieron simultáneamente desde distintas di-
recciones. El segundo grupo tenía a su cargo el ingreso por la puerta
principal. Luego de reducir al guardián, se ubicaron en la zona a la
espera de la llegada de la policía.
La operación duró varias horas y terminó con la distribución de
aquel territorio en siete sectores. El primero se llamó La Esperanza
conformado por habitantes que provenían de la Avenida La Esperan-
za, el segundo sector adoptó el nombre de Nuevo Vitarte, su lugar de
origen fue el propio distrito de Vitarte; el tercero se llamó Andahua-
ylas, ellos acudieron desde el distrito de El Agustino; el cuarto, puso
el nombre de El Éxito a su sector, sus habitantes venían de distintos

243
Castillo Vargas, Carlos. «Rompiendo el silencio. Raucana. Historia de una posible Base
de Apoyo del PCP o como se formó el Nuevo Poder». Tesis de grado. Ciencias Sociales.
UNMSM. 2006. pág. 87.

Carlos Infante 147


conos; en la zona cinco se instalaron aquellos que venían de Los Án-
geles de Vitarte, precisamente el nombre que pusieron a su sector fue
el de Los Ángeles; el sexto y séptimo sector se llamaron Los Machetos
y Nocheto, su origen en ambos casos era El Agustino244. Cada grupo
estaba conformado por aproximadamente 170 personas.
Los nuevos inquilinos instalaron ágilmente pequeñas chozas de es-
tera, caña y cartón en un terreno de 90 metros cuadrados, espacio que
fue asignado por los dirigentes a cada habitante o familia. Rápidamen-
te, los nuevos moradores montaron un sistema de vigilancia en espera
del inminente desalojo. Pequeñas barricadas y zanjas en el perímetro
de la nueva barriada, se instalaron con gran destreza y rapidez.
A las 5 y 30 de la mañana, llegó al lugar un fuerte contingente con-
formado por aproximadamente 200 efectivos policiales, armados de
escudos, cascos, escopetas lanzagranadas, máscaras antigás y chalecos
antibalas. Entre las 6:30 y 7:00 de la mañana el enfrentamiento se tor-
nó encarnizado, fue entonces cuando algunos miembros de las fuerzas
del orden que portaban armas de reglamento dispararon a quemarro-
pa contra Félix Jorge Raucana, quien murió minutos después frente al
desconsolado llanto de su mujer y sus dos menores hijos.
El lanzamiento había cobrado su primera víctima, lo que produjo
una airada reacción de los moradores, quienes apedrearon a los poli-
cías provocando su retirada. El saldo de esa jornada, además de Félix
Raucana, fue de 46 heridos entre los nuevos ocupantes. No hubo am-
bulancias, pero cerca del lugar estaban algunos jóvenes ofreciendo
atención médica a los afectados.
Documentos de la organización armada advierten que la planifica-
ción y ejecución de la toma de tierras, estuvo a cargo de importantes
cuadros comunistas.
El Partido, sujetándose a lo que el presidente Gonzalo ha establecido,
nos plantea desarrollar más profundamente el trabajo en los barrios y
barriadas movilizando a las masas y organizándolas armadamente su-
jetos al Marxismo–Leninismo–Maoísmo, pensamiento Gonzalo. Lue-
go de un reconocimiento minucioso, la dirección determina confiscar
la tierra siguiendo la política del Partido. El lugar estaba ubicado en
Vitarte y estaba en venta para una zona turística; era una regular ex-
tensión de tierras, de propiedad de un italiano de apellido Isola245.

244
Castillo. «Rompiendo…» Ob. Cit. pág. 92.
245
Partido Comunista del Perú: Un Mundo Que Ganar. Nº. 21. 1995 www.csrp.org.

148 Canto Grande y las Dos Colinas


Eso explica la minuciosa organización antes, durante y después de la
posesión del terreno. Desde el sistema de vigilancia hasta la vida coti-
diana, era parte de la inquebrantable disciplina y organización.
Desde esa mañana diez personas por sector debían hacerse cargo
de la vigilancia con turnos de dos a cuatro horas por grupo. En todo el
perímetro de la comunidad se alzó una muralla de adobe y quincha de
2,5 metros de alto, 1,5 de ancho y 50 centímetros de profundidad. Al
transcurrir los días más personas llegaron desde diferentes lugares;
para entonces la comunidad se encontraba organizada por una espe-
cie de Comité Central con cinco secretarios elegidos en asamblea ge-
neral. El número de habitantes, una semana después, llegó a 3395246
y cada uno era consciente del papel que jugó la organización maoísta
en la toma de tierras. Había nacido el primer Comité de Lucha Popu-
lar Félix Raucana.
La comunidad comenzó a levantar sus casas en medio de faenas
colectivas. En poco tiempo jardines, huertos, servicio de salud, de re-
creación, etc. dejaban testimonio de su extraordinaria organización.
Y como muestra de su éxito durante la toma de tierras, la población
participó en la construcción de un parque en donde se mostraba el
símbolo comunista. En el año 2003, el testimonio de una poblado-
ra recordó este hecho. «Estaba bien bonito el parque, yo no me di
cuenta que el parque tenía el símbolo de la hoz y el martillo, yo me di
cuenta cuando lo filmaron desde los aviones militares y dijeron que
Raucana era senderista»247. El 28 de julio de 1991, un año después,
la comunidad entera participó en el izamiento de una bandera roja
durante la celebración de su primer aniversario.
En mayo de 1991, el juez Rubén San Miguel Mansilla del 43º
Juzgado Penal de Lima falló a favor de una demanda de desalo-
jo presentada por Isola. Dos meses después, el magistrado ordenó
el lanzamiento. La fecha quedó programada para el 9 de agosto de
1991; cinco días antes, la población de Raucana se desplazó hacia el
municipio de Ate, con el objetivo de participar en el desfile por el
aniversario del distrito y comprometer el apoyo de la autoridad edil.
Sin embargo, poco antes de su llegada, la multitud fue contenida por
un fuerte cordón policial conformado por efectivos de la Dirección

246
Castillo. «Rompiendo…» Ob. Cit. pág. 117.
247
Testimonio de una pobladora recogido por Carlos Castillo Vargas. Véase «Rompien-
do…» Ob. Cit. pág. 155.

Carlos Infante 149


Nacional de Operaciones Especiales (DINOES), quienes, en su intento
por evitar el ingreso masivo a la plaza principal de la zona, atacaron
con bombas lacrimógenas a los pobladores, produciéndose un fuerte
enfrentamiento que terminó con algunos contusos.
El 7 de agosto, tres mil personas acompañadas de pobladores de
asentamientos aledaños volvieron a movilizarse. Para entonces, fue
necesaria la presencia de destacamentos guerrilleros que flanquea-
ron al enorme gentío. A las 6 de la mañana dos avellanas lanzadas
al aire dio inicio a un bloqueo de una porción considerable de la vía
principal. La policía debilitada por la multitud se vio obligada a retro-
ceder. Minutos más tarde, hizo su aparición un convoy del Ejército.
Apenas los soldados bajaron de los camiones comenzaron a disparar
a quemarropa. La respuesta no tardó mucho, los piquetes armados
respondieron con explosivos caseros produciéndose un feroz enfren-
tamiento. Al poco tiempo llegaron más pobladores y destacamentos
maoístas desde San Antonio, Monterrey, Amauta, entre otros.
Esa misma noche, los habitantes de Raucana ofrecieron una con-
ferencia de prensa, en ella se denunció el ataque indiscriminado de
los soldados, el mismo que había provocado 20 heridos y 49 deteni-
dos. A las 19:50 de esa misma noche un coche bomba con 30 kilos de
anfo y dinamita estalló en la fábrica Perteger S.A. de los Isola248. El
9 de agosto, fecha programada para el desahucio, Isola pidió al juez
la suspensión del operativo aceptando negociar la venta de su pro-
piedad. Casi simultáneamente la alcaldesa de Ate, Consuelo Azurza,
emitió la Resolución de Alcaldía que ofreció el reconocimiento a la
nueva Asociación de Vivienda.
A diferencia de autores como Jo–Marie Burt (1999), cuya explica-
ción a las invasiones de terrenos propiciadas por el grupo maoísta, se
sostiene sobre un interés exclusivo de utilización por conseguir sim-
patizantes y respaldo popular249; la obtención de una porción de tierra
podría explicarse desde otra óptica, ya que tal acción otorgaba poder
al invasor, tanto más si la forma de obtenerla, comprometía un acto de
fuerza, cuyos riesgos sellaban el compromiso con la defensa de aquel
territorio. Desde la visión de los alzados en armas, una operación de
esta naturaleza se orientaba a distribuir de otro modo las riquezas del

248
Castillo. «Rompiendo…» Ob. Cit. pág. 172.
249
Burt, Jo– Marie. «Sendero luminoso y la ‘batalla decisiva’ en las barriadas de Lima: el caso
de Villa El Salvador». En Los senderos insólitos del Perú. De Steve Stein. 1999. pág. 278.

150 Canto Grande y las Dos Colinas


país y dar solución a un tema pendiente. La palabra confiscar debía
trasladarnos a la posibilidad y capacidad de apropiación o expropia-
ción de algo. Ya Engels había hablado alguna vez de las expropia-
ciones y requisa de viviendas para dar solución a las penurias que
causaba la falta de albergue. «Esto sólo puede lograrse, naturalmen-
te, expropiando a los actuales poseedores y alojando en sus casas a
los obreros que carecen de vivienda o que viven hacinados»250. Desde
esta lógica, resultaba coherente el procedimiento subversivo con rela-
ción a la invasión de tierras, con la cual se demostraba la ineficiencia
estatal para dar solución a uno de los problemas sociales más senti-
dos entre los peruanos.
Simon Strong (1992) en Sendero Luminoso. El movimiento sub-
versivo más letal del mundo, revela algunos aspectos poco conocidos
de la organización partidaria en el asentamiento humano Félix Rau-
cana. Cierto domingo –comenta Strong– la población se hallaba con-
centrada en una faena cotidiana, compartida de buen ánimo; extraían
agua de un pozo de aproximadamente 20 metros de profundidad, de
un total de siete perforaciones ubicadas en igual número de sectores
de la comunidad251. Sus calles se hallaban pulcramente limpias, estas
eran empedradas y reemplazaban al rígido pavimento de cemento de
las avenidas limeñas. Otro grupo barría los pequeños espacios que
rodeaban sus viviendas, mostrando con cierto orgullo los pequeños
huertos y jardines comunales; en otra esquina, mientras tanto, se-
caban al sol cientos de ladrillos de barro, elaborados con pequeños
moldes de madera destinados a la edificación de sus moradas.
La satisfacción con que los habitantes de Raucana reconocían su
sistema de organización y disciplina, era notoria, al punto de califi-
carlas como la «clave de su éxito». Decían que no se comparaba con
ningún asentamiento alguno. Strong encontró la respuesta a esta
nueva forma de relación social en el testimonio del subsecretario ge-
neral de Raucana, René Subia, quien aseguraba que en el lugar no se
aceptaban ladrones, esposos que maltrataban a sus mujeres o a los
niños, borrachos, prostitutas, drogadictos. Se les denunciaba en una
asamblea general de pobladores; luego de criticarles públicamente se
les daba la oportunidad de auto criticarse y demostrar el cambio de
su comportamiento en la práctica. «Les hac[ía]mos ver sus errores,
250
Federico Engels citado por Lenin, V. I. en El Estado y la Revolución. pág. 54.
251
Strong. Sendero Luminoso…. Ob. Cit. pág. 268.

Carlos Infante 151


antes de castigarlos, como un ejemplo para otros…»252. La costum-
bre andina cobraba vigencia. Los ladrones, mentirosos y ociosos eran
condenados a labor comunal o al azote, según la gravedad y reinci-
dencia de los delitos.
Cuáles eran las faltas castigadas […]. Citemos algunas, a partir de las
versiones dadas por los pobladores: robo, maltrato familiar, bigamia,
drogadicción, entre otras. Por otro lado, los castigos siempre se rea-
lizaban en la noche, y de acuerdo a las referencias recogidas, no eran
decididos necesariamente por los senderistas. Eso no fue imposición
de la directiva directamente sino sabiendo que esos actos que hacían
mal era proveniente de los mismos pobladores, qué castigo merece
su mal comportamiento. La directiva misma no decía hacemos esto,
aquí no ha sucedido eso especialmente en Raucana que la directiva
imponga un castigo. Cómo debemos castigar nacía de la asamblea
de nosotros mismos, hay que darle chicote y le dábamos chicote. [...]
Agarrábamos a los rateros, hasta de Ceres venían trayendo su queja
aquí porque sabíamos cómo agarrar y castigar. De Ceres nos llamaban
por teléfono, el dirigente contestaba ‘a tal hora íbamos a mandar mi-
licos’, así les decíamos, eran entre 10 personas bien campeones para
agarrar, mandábamos y lo traían desde Ceres. Hacíamos un callejón
oscuro con todos los pobladores, a las 9 ó 10 de la noche y los bota-
mos, les cortaban el pelo al choro, poníamos un letrero en su espalda
y su pecho y lo llevábamos a San Gregorio, lo amarramos al bosque, le
poníamos el letrero ‘está cortado su pelo por delincuente’, así hacía-
mos [risas], para risa también eran253.
Raucana puso en marcha un nuevo tipo de democracia. Cada sector
comprendía 60 y 80 viviendas organizados en comités elegidos no por
voto secreto, sino por decisión de la asamblea general de pobladores.
Félix Cóndor, encargado de la secretaría general de Raucana, decía que
realizar elecciones era una forma de traficar con la realidad y que, de
por sí, ya era dramática para gente sumamente golpeada por el hambre
y la miseria. «Los comités de sector estaban formados por cinco miem-
bros: secretarios de organización/disciplina, trabajo y economía, así
como el subdelegado y el delegado a la junta central de Raucana, com-
puesta a su vez por los delegados plenos y cinco secretarios, incluido
uno de defensa, así como el secretario general y su segundo»254.

252
Strong. Sendero Luminoso… Ob. Cit. pág. 269.
253
Testimonio de dos pobladores de fecha 17 y 19 de julio de 2002. Comisión de la Verdad y
la Reconciliación. «Raucana un intento de comité político abierto». 2003. págs. 448–449.
254
Strong. Sendero Luminoso… Ob. Cit. pág. 269.

152 Canto Grande y las Dos Colinas


En Raucana, como en otros sitios donde el PCP–SL tuvo presencia, se
estableció una suerte de código muy simple, rígido y con castigos eje-
cutados mediante procedimientos sumarísimos. Este rol sancionador,
por un lado, sirvió para engrosar los atestados acusatorios de algunos
de los dirigentes, cuando fueron apresados; pero, por otro lado, fue
visto por la población como algo muy positivo –por su eficacia– dado
el contexto de altísima inseguridad en que tenían que desenvolverse.
No solo eso: el éxito del PCP–SL en este sentido tuvo relación directa
con la percepción de inoperancia de las instancias públicas que de-
bían prevenir y sancionar los delitos255.
Raucana pasó a convertirse en una especie de modelo de conviven-
cia y organización, pero también en objetivo del Estado al saber que
allí se gestaba una forma distinta de poder. Luego de los violentos
sucesos de agosto, la policía no volvió a molestarlos, por lo menos
de modo aparente. Antonio Isola terminó por vender los terrenos a
la suma de US$ 274 953,35, pero allí no quedó zanjado el asunto. El
acecho oficial volvió de otra forma. El 21 de agosto de 1991 los pobla-
dores capturaron a tres oficiales de inteligencia tomando fotografías
de la zona. Posteriormente, los agentes fueron identificados como el
capitán de infantería EP Luis Alberto Vílchez, el capitán PNP César
Aníbal Basauri García y el suboficial EP Richard Mesmer Talledo, este
último miembro del grupo paramilitar Colina256, los mismos que fue-
ron entregados a las autoridades luego de una conferencia de prensa
en donde los pusieron al descubierto.
La detención de los efectivos de inteligencia parecía anunciar el
inicio de nuevos enfrentamientos. El 6 de setiembre de 1991, al co-
menzar el día, varios camiones portatropas, junto a 14 tanquetas apa-
recieron desde la carretera central. Se trataba de mil soldados de la
Dirección de Fuerzas Especiales del Ejército (DIFE).
En la memoria de una pobladora se mantiene el recuerdo de estas
escenas.
Me acuerdo que era las 9 de la mañana, yo había mandado a mi hijo a
la escuela porque estudiaban cerca, estaba en mi casa preparando el al-
muerzo y en eso los vecinos gritan ‘¡alerta!, ¡alerta!’, salimos y nos dicen
‘miren vecinos’, miramos al frente en el cerro y vinos sobre un asenta-
miento que se llama Fátima, sobre Fátima había bastantes soldaditos,
todito estábamos rodeados de militares, todos nos asustamos, había

255
Comisión de la Verdad. «Raucana…» Ob. Cit. pág. 448.
256
Castillo. «Rompiendo…» Ob. Cit. Pág. 181.

Carlos Infante 153


rumores de que Raucana tenía que desaparecer. Entraron hablando
con megáfonos que se iba a hacer acción cívica, no se asusten257.
Después de entonces, la desaparición, la detención y la tortura de
pobladores se produjo de manera constante. El 11 de setiembre de
1991, los dirigentes de Raucana denunciaron la desaparición de diez
pobladores. El 23 de ese mismo mes, la comunidad realizó una movi-
lización por el secuestro de los dirigentes vecinales.
La vida partidaria prosiguió por algún tiempo más aunque de ma-
nera clandestina. El Ejército, entre tanto, desarrollaba las llamadas
acciones cívicas en base a cortes de cabello, entrega de algunos víveres
y atención médica genérica. Procuraba ganarse «la mente y los cora-
zones» de la población a través de una asistencia cada vez más depen-
diente. No tardó mucho en aparecer la prostitución, la drogadicción
y el alcoholismo. Pronto los soldados inaugurarían un burdel furtivo
cerca del campo de fútbol. Parecía ser que el Ejército se hallaba seguro
y en un ambiente más familiar, cuando campeaba la delincuencia en
el lugar. Las detenciones se volvieron algo común, prueba de ello es
que no se salvó del arresto ni el secretario general de la comunidad
Valentín Cachas, un vendedor de frutas a quien se le acusó de trasla-
dar dinamita y un aparato de radio inalámbrico (talkie the walkie). El
4 de noviembre de 1991, al promediar las 10 de la noche, se produjo el
secuestro de Jhonny Rafael Veliz, un joven de 15 años de edad, a quien
se le exigía delatar a sus amigos involucrados, aparentemente, con la
organización subversiva. El muchacho se negó a hablar. Cuatro días
después, su cuerpo apareció en las afueras del asentamiento: había
sido torturado, su rostro estaba desfigurado y presentaba treintaicin-
co cortes en todo el cuerpo, además no tenía uñas ni lengua.
La airada reacción de los pobladores fue inmediata y sorprendió
a los 600 efectivos de las fuerzas especiales acantonados en el lugar,
sobre quienes descargaron una lluvia de piedras, la que fue repelida
rápidamente con disparos al aire. Los restos de Jhonny Rafael fueron
trasladados por una muchedumbre hacia el cementerio municipal en
medio de una ceremonia que descartó el ritual católico y se bañó de
profunda indignación. Frente al féretro, Félix Cóndor pronunció el
siguiente discurso:

257
Testimonio de una pobladora del lugar a la Comisión de la Verdad y Reconciliación
realizado el 18 de julio de 2002. Informe… Ob. Cit. pág. 452.

154 Canto Grande y las Dos Colinas


Dicen que somos terroristas porque, en esta tierra, el que tiene más
dinero es el que manda, porque el que no tiene nada no vale nada. La
Ley, la Constitución política del Estado, sirven solamente para los que
tienen plata, pero para los que no tienen plata la justicia no es justicia,
es una injusticia tremenda. Los terroristas son los que nos matan con
hambre todos los días. Los terroristas son los que nos dan un sueldo
mínimo que ni alcanza para comprar una tumba o la comida más mi-
serable, ellos son los terroristas258.
Félix Cóndor volvió a alzar la voz para preguntar: «¿Quién mató a
Jhonny Rafael Veliz? ¡El ejército genocida!, rugió la multitud. ¿Quién
lo mató? ¡El ejército genocida! ¿Quién lo vengará? ¡El pueblo peruano!
¿Quién lo vengará? ¡El pueblo peruano!»259. Al día siguiente, comenzó
a circular un pronunciamiento de la dirigencia de Raucana denuncian-
do el execrable hecho. Responsabilizaban a las Fuerzas Armadas y Po-
liciales por la represión y el genocidio practicado contra la población.
Strong asegura que se trataba de una «zona liberada» por el PCP,
una comunidad ejemplar, autosuficiente que se forjó y se desarrolló
bajo las narices del mismo Ejército, como un embrión de la República
Popular de Nueva Democracia260.
En suma, el sentido que la gente de Raucana le dio a su relación con
los senderistas fue muy diferente a los que estimaba la prensa y, lo que
es peor aún, a las evaluaciones de los servicios de inteligencia. […] El
comportamiento de los mandos senderistas no tenía como base la im-
posición del terror sino la utilización de mecanismos legitimadores,
ideológicos y políticos, tratando de fundir en un discurso las necesi-
dades de la gente con sus objetivos políticos. La percepción general en
Raucana sobre ellos [Sendero] es de consideración y respeto261.
Raucana había adquirido celebridad aun cuando las fuerzas arma-
das ocuparon la zona y se esforzaron por convertirla en un miserable
asentamiento humano.
Sin embargo, Raucana no fue la única expresión más notoria de la
actividad subversiva en la capital, el procedimiento caminaba en esa

258
Strong. Sendero Luminoso… Ob. Cit. pág. 271. La traducción al libro original de Strong
guarda similitud con la publicación en español hecha por Jessica McLauchlan y Mirko
Lauer, sin embargo existen algunas diferencias como el uso de los verbos que en la cita
reconocemos.
259
Ibíd.
260
Strong. Sendero Luminoso… Ob. Cit. pág. 271.
261
Comisión de la Verdad. «Raucana…» Ob. Cit. pág. 443.

Carlos Infante 155


dirección hacia otros espacios urbanos como el asentamiento huma-
no María Parado de Bellido, ubicado a dos kilómetros del primer Co-
mité de Lucha Popular. La invasión que dio origen a esa nueva mora-
da terminó con la instalación de 870 familias. Otras cinco mil hacían
lo mismo en zonas aledañas262. Raucana no se encontraba aislada:
ocho asentamientos humanos, situados alrededor de la comunidad,
mantenían relación con la organización armada.
Los aparatos de seguridad del Estado contemplaban esta realidad.
Ante ello, fue necesaria la promulgación de dispositivos legales que
les permitiera aumentar su capacidad de maniobra. Lo propio hizo la
policía, cuyas prerrogativas se vieron incrementadas extraordinaria-
mente con el Decreto Legislativo N° 25475, aprobado el 6 de mayo de
1992, que les confería atribuciones prejudiciales. El Artículo 12° de la
norma les facultaba decidir si las pruebas recabadas por la Dirección
Nacional Contra el Terrorismo (DINCOTE), bastaban para sustentar la
acusación contra los detenidos. El gobierno entendía que era la úni-
ca forma de acortar los plazos procesales e impedir que termine con
éxito la defensa legal de los prisioneros cuyo propósito era recuperar
su libertad. Aun cuando era evidente la trasgresión de derechos fun-
damentales, el régimen fujimorista no vaciló en sancionarlo.
La propia Organización de Naciones Unidas (ONU) dedica un pasa-
je de su informe sobre derechos humanos a esa ilegal medida.
[El Decreto Nº 25475 otorga excesivas facultades a la policía] que les
permite imponer en forma unilateral, sin consultar a un juez, la de-
tención en régimen de incomunicación y las restricciones al derecho
de defensa en los tribunales ‘sin rostro’ civiles y militares no se com-
padecen con las disposiciones de los tratados internacionales de de-
rechos humanos en que es parte el Perú, en particular las que prevén
el derecho a las garantías procesales debidas y los elementos que las
componen. El artículo 8 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos es particularmente pertinente porque prevé el derecho a las
garantías judiciales debidas y considera que ese es un derecho que no
puede suspenderse ni siquiera durante un estado de excepción263.
En efecto, luego de decidir la detención, la DINCOTE iniciaba una in-
vestigación que se extendía por espacio de 15 días, con posibilidad de

262
Peruvian Graffiti. The Sendero File. Democracy and Human Rights. Edición N° 3. Se-
tiembre de 1992.
263
Federación Internacional de Derechos Humanos. «Perú: Avances y retrocesos en la
lucha contra la impunidad». Informe N° 366/3. Julio de 2003.

156 Canto Grande y las Dos Colinas


ampliarse por un período similar. Durante ese tiempo, el detenido
se encontraba totalmente incomunicado. La defensa, en los térmi-
nos del referido decreto, sólo podía actuar luego de que el encausado
haya rendido su manifestación ante el representante del Ministerio
Público, declaración que no necesariamente se producía de forma in-
mediata como se evidencia en los miles de casos registrados durante
el período de la guerra interna vivida en el Perú. Era, justamente, la
flexibilidad en la administración del tiempo la que permitía a la poli-
cía propinar descomunales golpizas a los detenidos para lograr con-
fesiones de todo tipo. Atrás quedaban los acuerdos internacionales
como la Convención Americana sobre Derechos Humanos que en su
Artículo séptimo señala: «Toda persona detenida o retenida debe ser
llevada, sin demora, ante un juez u otro funcionario autorizado por la
ley para ejercer funciones judiciales».
La detención arbitraria de personas debía cumplir un nuevo ri-
tual. Oprimidos por las lúgubres paredes de las mazmorras policiales,
contra toda lógica jurídica, los prisioneros tenían que «demostrar su
inocencia». En aquellas pequeñas celdas, los segundos se convertían
en minutos, los minutos en horas y las horas en días. El tiempo no
avanzaba y se hacía cómplice de la barbarie; la angustia obnubilaba y
afligía el alma hasta lograr sus primeras víctimas que se desplomaban
extenuadas y, sin embargo, no era sino el comienzo del tormento.
Las llamadas ‘cinco técnicas de privación sensorial o de desorienta-
ción’, que incluían la privación de sueño, de alimentación y de líqui-
dos, el mantener al preso permanentemente encapuchado y expuesto
a un ruido fuerte, y obligarlo a permanecer en posturas difíciles du-
rante largos períodos264, [apuntaban a] crear en ellos sentimientos de
miedo, angustia e inferioridad aptos para humillarles, envilecerles y
romper eventualmente su resistencia física o moral265.
Las primeras 48 horas eran cruciales para lograr el objetivo del in-
terrogatorio; pues el detenido se encontraba en estado de shock, de
desorientación y de temor.
Por las noches la tensión aumentaba y la amenaza se extiendía,
carcomía y penetraba. Luego vendría el proceso de «ablandamiento»
que se adelantaba a la tortura física. Después, un destacamento de
esbirros abría las celdas y arrastraba los débiles cuerpos de los dete-
264
O’Donnell. Protección… Ob. Cit. 1989. pág. 76.
265
Ibíd.

Carlos Infante 157


nidos para completar la masacre. La búsqueda de testimonios en pos
de descabezar al grupo insurgente debía ser relegada por la infame
satisfacción de someter a las víctimas. Y es que:
[el] fenómeno de la tortura se fue intensificando a medida que avan-
zaba el conflicto armado. Examinadas las modalidades empleadas, se
advierte la forma rudimentaria de esta práctica en la década de 1980,
pero se fue sofisticando en los años noventa al punto de casi no dejar
huellas gracias a los envoltorios de jebes, sogas o frazadas que amor-
tiguaban el impacto de los golpes266.
La DINCOTE, una suerte de «Gestapo peruana», diariamente alberga-
ba en sus sórdidos calabozos a decenas de detenidos a quienes se les
aplicaba inimaginables formas de tortura.
Era un ambiente de techo alto y piso de loseta, al rededor, en toda la
pared, decenas de detenidos en igual posición, dos bancas al centro
y varios policías dormitando y babeando en ellas. El descenso a los
calabozos […] fue como el ingreso a una alcantarilla o a la garganta
maloliente de un grotesco fantoche de entraña descompuesta. Tres
pisos de siete celdas enrejadas, húmedas y oscuras, de cara a la pared
de los cuartos de tortura y oficinas de los mandamases de la policía;
calaboceros y calaboceras con una sarta de llaves en las manos, re-
chonchos y rociados de perfume barato que se mezclaba con el hedor
de los baños sin agua, al acecho, amenazando y con las órdenes para
conducir detenidos a los interrogatorios267.
No existe prisionero alguno, de los 20 mil que registran cifras oficiales
durante esa época, que no haya sido sometido a múltiples tormentos
físicos y psicológicos en los calabozos de la DINCOTE, bases y cuarteles
militares, comisarías, jefaturas policiales o en los establecimientos
penitenciarios268. Quienes pasaron por allí cuentan historias doloro-
266
Comisión de la Verdad y Reconciliación. «Historias representativas de la violencia. Las
cárceles. Informe…» Ob. Cit. pág. 464.
267
Jorge D. (prisionero). «Carta a Laura Matilde». En Literatura. PCP. Yanamayo. Puno.
Junio-Julio de 1992.
268
De la lista de prácticas de tortura publicada por la Comisión Interamericana de Dere-
chos Humanos que asciende a 38, por lo menos, 35 procedimientos han sido empleadas
por las fuerzas de seguridad peruanas. Entre ellas figuran: «Plantones al sol en el día y al
sereno en la noche»; «ahogamiento y sumergimientos en agua»; «aplicación del ‘submari-
no’»; «venda en los ojos por horas o días»; «sometimiento a golpes en diversas partes del
cuerpo con palos y patadas»; «impedimento para dormir»; «amenazas de muerte al dete-
nido, a la familia y amigos»; «colgaduras atado de las manos»; «prohibición de alimento
por períodos prolongados de tiempo»; «simulacro de dispararles en la cabeza»; «esposa-
dos de las manos»; «tortura de otras personas cerca de la celda para que se escucharan
los gritos»; «incomunicación»; «aplicación de energía y choques eléctricos en diferentes

158 Canto Grande y las Dos Colinas


sas acerca de los maltratos infringidos; sobre todo mujeres, a quienes
se las ultrajaba salvajemente, violándolas una y otra vez. «Eran voces
de gente torturada que gritaba espantosamente, gritos desgarradores
que hablaban de un terrible maltrato»269.
Las sofisticadas torturas habían adquirido identidad propia. Una
de las modalidades más conocidas de tortura aún sigue siendo el
«submarino» o la «tina», un procedimiento que consiste en intro-
ducir al detenido, maniatado, en un cilindro con tóxicos, detergente,
combustible, excremento, etc. Otra conocida forma de tormento era
la «colgada», cuya particularidad obligaba a sujetar con unas cuer-
das atadas a las manos del detenido desde una altura determinada
durante largas horas. La práctica de la tortura denominada «gallina
ciega» implicaba maniatar al detenido, darle vueltas en un mismo lu-
gar mientras los verdugos aplicaban golpes con objetos contundentes
en todo el cuerpo. El «trapo», como el mismo nombre indica, con-
sistía en colocar un trapo húmedo sobre las partes del cuerpo de la
víctima, donde se concentraba el golpe. La idea era no dejar rastro ni
magulladura. Luego estaba la «silla eléctrica», la «violación sexual»,
la mutilación de dedos, uñas, entre otras.
Como parte de la tortura psicológica, la policía se encargaba de
deslizar por los pasillos del edificio comentarios que incrementaban
el temor a determinados tormentos, despertando y manteniendo el
sufrimiento en los detenidos.
Luego de quince días de aflicción (o de treinta en muchos casos),
los cautivos eran trasladados inexorablemente a la carceleta del Pala-
cio de Justicia. En los calabozos ubicados a varios metros debajo de la
superficie del Poder Judicial, frías y húmedas cuadras alojaban a los
detenidos. Al cabo de algunos días, el traslado al penal Miguel Cas-
tro Castro en Canto Grande, se producía en medio de un cortejo ma-
cabro. Las empinadas y angostas escaleras, que unían las ergástulas
partes del cuerpo»; «permanencia desnudos y de pie»; «provocación de asfixia»; «tortu-
ras psicológicas»; «sumergimientos amarrados en el mar»; «quemaduras con cigarrillos»;
«sacar al detenido a los allanamientos y utilizarlos como ‘chaleco antibalas’, esposado y
vendado»; «introducción de armas en la boca»; «rotura de nervios como consecuencia de
colgamientos»; «desnudo y sumergido en un río»; «negativa de asistencia médica para em-
barazo»; «fractura de costillas»; «amarrado, vendado a veces permanentemente, golpeado
con palos y patadas»; «amenaza de traer a sus familiares para torturarlos en su presencia»;
«contemplación de las torturas a otras personas»; «hacerlos creer que otros sindicados
por los mismos hechos lo habían señalado como participante»; etc. O’Donnell. Protección
Internacional... Ob Cit. pág. 78.
269
Espinoza, Jorge. Las Cárceles del Emperador. Testimonio personal. 2002. pág. 15.

Carlos Infante 159


con la calle, eran rodeadas por un enjambre de guardias dispuestos a
dejar en el detenido el sello virulento de su desenfrenado odio. Nadie
se salvaba: culpables o inocentes eran desollados por las varas de la
policía hasta dejarlos, en muchos casos, inconscientes.
Los recién llegados al penal de mayor seguridad del país, eran alo-
jados en dos pabellones. Los varones en el 4B y las mujeres en el 1A.
Encerrados en el edificio, debían prepararse para todo.

Todo para mis amigos…


El martes 5 de mayo, en la víspera del genocidio, la campaña mediá-
tica preparaba inevitablemente las condiciones del ataque. La llamada
agenda Seting volvió a monopolizar el tema de las nuevas disposiciones
legales. El escenario fue el penal de mujeres de Santa Mónica en Cho-
rrillos, en donde se venía terminando la construcción de la edificación
que serviría de albergue a las acusadas por delito de terrorismo reclui-
das, hasta ese momento, en el pabellón 1A del penal Castro Castro.
Seguido de una comitiva de reporteros, Fujimori ingresó a la pri-
sión para retomar su anuncio acerca de las medidas penitenciarias.
En la explanada del penal, prometió una mejor atención a las reclu-
sas. Su discurso estaba mezclado de paternalismo y extraña benevo-
lencia con la población penal acusada por delitos comunes. Al menos,
eso parecía. Pero La República se encargó de clarificar el mensaje de
Fujimori en un artículo que, apelando a la alegoría, estaba destinado
a presentar dos actitudes disímiles frente a la problemática social:
flexibilidad y firmeza.
¡Guerra a la subversión! Cadena perpetua ronda a sediciosos que es-
tán presos. Ya no será fácil liberar a terroristas. Fujimori anuncia que
se revisarán todos los expedientes. 300 reclusas de Chorrillos saldrían
libres la próxima semana. […] Fujimori anunció que las audiencias
públicas permitirán liberar a los inculpados que llenan las cárceles y
han sobrepasado la condena solicitada por el fiscal. [...] Lamentó que
en el penal ‘Santa Mónica’ hayan 450 internas, de las cuales 300 son
inculpadas solamente. De allí su preocupación por acelerar la revisión
de expedientes en las audiencias públicas270.
Si no se tratara de una situación distinta, la frase «todo para mis
amigos, la ley para mis enemigos» encajaría con absoluta precisión

270
Diario La República. Política. Martes 5 de mayo de 1992. pág. 3.

160 Canto Grande y las Dos Colinas


en el anuncio oficial. Fujimori hacía ligeros esfuerzos para mostrar-
se comprensivo con la delincuencia común; al fin y al cabo, ellos no
estaban en contra del sistema. No era lo mismo con los insurgentes,
cuya configuración política obligaba al mandatario a distanciarse en
grado extremo.
Mientras La República proclamaba «Guerra a la subversión»,
(¡ojo!, no dice: «Estado declara guerra a subversión».), El Peruano se
presentaba de modo más directo y menos indulgente con los presos
comunes. El tema de la despenalización, a la que podrían acceder con
exclusividad los acusados por faltas ordinarias, no alcanzó relevancia
en el periódico estatal, como sí ocurrió en el diario de Gustavo Moh-
me Llona.
Reabrirán procesos en casos de terrorismo. No puede haber libertad
de subversivos que cumplieron sus penas o están por cumplirlas, si
aún representan una amenaza para la sociedad […]. El Jefe de Estado
fue enfático al señalar que ‘la justicia castigará con severidad a quienes
efectivamente han cometido crímenes mayores’, y dijo que no se puede
permitir darle libertad a los terroristas si no hay la plena seguridad de
haberse corregido, aún cuando puedan acogerse al Decreto Supremo
046, mediante el cual se propició la despenalización de los procesos
que venían sufriendo carcelería mayor a la solicitada por la acusación
fiscal. [...] A las preguntas de los periodistas (Fujimori) expresó que se
volvería a procesar a los subversivos y la medida se encuentra vincula-
da al anuncio de condenar con cadena perpetua a los terroristas271.
Además de La República y El Peruano, el tema demandó titulares de
portada en los diarios Gestión, El Popular, Ojo y Expreso, mientras
que en el resto de impresos, el asunto penitenciario fue abordado en
páginas interiores. En el caso de El Popular, haciendo gala de su es-
tilo trivial, se encargó de presentar la noticia en términos menos for-
males: «Terrucos no saldrán facilito de la cana». La Tercera, por su
parte, encaminó su discurso a la idea de observar la «cosa juzgada»,
introduciendo a la jerga dominante un «nuevo» concepto.
El reprocesamiento a los terroristas ya sentenciados, de un lado, y
la puesta en libertad de los inculpados primarios, son algunas de las
medidas que determinará el gobierno en los próximos días en aras
de una verdadera aplicación de la justicia en el Perú, reveló ayer el
presidente Alberto Fujimori Fujimori272. Ellas [las presas comunes]

271
Diario El Peruano. Portada y sección Política. 5 de mayo de 1992. pág. A3.
272
Diario La Tercera. Política. 05 de mayo de 1992.

Carlos Infante 161


sufren largas condenas, sin ser sentenciadas, habiendo casos de cua-
tro y hasta seis años de prisión, mientras los ‘peces gordos’ de la droga
están libres273.
Reprocesamiento no era del todo una palabra nueva para quienes
habían trajinado por mazmorras durante largos períodos de la vida
republicana. Sin duda, se refería a un término que en la doctrina jurí-
dica contemporánea había sido duramente cuestionado y reprobado
reiteradas veces, debido a que superaba los alcances del marco proce-
sal. La posibilidad de volver a encausar o anular el juicio de aquellos
que se encontraban sentenciados era de por sí algo inicuo; pero la de
volver a procesar bajo otra reglamentación, sólo podía entenderse en
un escenario como el que se estaba viviendo en el Perú.
El conjunto de publicaciones impresas parecía haber olvidado el
carácter de un principio jurídico irrenunciable que se encuentra por
encima de discrepancias teóricas y epistemológicas; ya que se erige
como norma inmutable de justicia. La posibilidad de aplicar retroac-
tivamente cualquier norma no tiene fundamento en ninguna legisla-
ción, debido a que «ninguna ley tiene fuerza ni efectos retroactivos,
salvo en materia penal, laboral o tributaria, cuando es más favorable
al reo, al trabajador o contribuyente, respectivamente»274. «La retro-
actividad penal es un principio universalmente reconocido en dicha
rama del Derecho; al reo se le aplica la norma favorable que haya exis-
tido para su delito, desde que la acción delictiva fue cometida»275.
Sobre el particular se añade algo más:
El principio constitucional de irretroactividad de la ley, que es uno de
los fundamentos de la seguridad jurídica y significa que los derechos
creados bajo el amparo de la ley anterior mantiene su vigencia, y sobre
ellos no tiene efecto la nueva ley, pues las leyes se dictan para prever
situaciones futuras, pero no para imponer a hechos producidos276.
Sin embargo, ante la fuerza mediática de las empresas de información,
aquel comentario acerca de la imposibilidad de aplicar retroactivamen-
te una norma, no reclamada por nadie, habría de hundirse en una de-
claración lírica, inútil e inoportuna. Pero ¿en dónde radica el poder de
los medios? ¿Acaso en el respaldo gubernamental? La respuesta com-
273
Diario El Comercio. Política. Martes 05 de mayo de 1992. pág. A4.
274
Pérez C., Aurelio. Diccionario Jurídico Peruano. 1983. pág. 120.
275
Berrocal F., Virgilio. Derecho Constitucional. 1987. pág. 30.
276
Normas Vigentes. Sistema Informativo de Legislación. Gaceta Jurídica. 2005.

162 Canto Grande y las Dos Colinas


promete además una explicación que se sitúa en su carácter mediático,
creando de esta forma, un fenómeno que otorga a la prensa, como a los
demás medios de difusión masiva, la capacidad de «ordenar» bajo una
forma de pensamiento y extenderla sostenidamente a enormes masas.
La mediación se convierte en una poderosa herramienta que evita
«desórdenes», que controla eventuales fragmentaciones de la forma
en que aprehendemos el mundo:
Los sistemas e instituciones a través de los cuales formamos las repre-
sentaciones del tiempo y del espacio que nos vuelven habitantes de una
sociedad en la que participamos; al igual que los usos y apropiaciones
que realizamos de lo social y lo que esto último realiza con nosotros277.
Los medios no buscan ser intermediarios de conflictos, no persiguen
un fin socializador o comunicativo, el carácter de la mediación trajina
por otro sendero, por la búsqueda de control y de orden.
Es decir, pretende uniformizar la conciencia de las masas en el
intento por automatizar su comportamiento, imponiéndoles una es-
tructura de códigos que bien podría ser de abierta deformación de
la realidad. Es necesario «aclarar qué aportan los productos comu-
nicativos y qué ocurren en las conciencias de las personas para que
acepten como suyas, interpretaciones del mundo que son contrarias
a la objetividad y a sus intereses»278. «Hablar de medios, implica en-
tonces, no dejar al margen las estructuras de propiedad que rigen su
funcionamiento ni tampoco los condicionamientos políticos que de-
marcan las visiones que desde ellos se ofrecen»279.
Su tendencia hacia lo institucional como fuente suprema de noti-
cias hace de la prensa peruana no siempre un instrumento con el que
los regímenes desarrollan actividades unilaterales (durante dictadu-
ras militares, civiles o «democráticas»), sino que comparten la volun-
tad política sobre las cosas y sucesos que habrá de emprender, mer-
ced al poder económico que ostentan sus propietarios. Es decir, los
medios no siempre son víctimas del acoso oficial, del hostigamiento y
la presión del Estado, como acostumbradamente denuncian. Muchas
y, tal vez, la mayoría de veces el poder de sus decisiones son previa-
mente compartidas y acaso autorizadas por el gobierno de turno.
277
Jesús Martín Barbero, citado por Jorge Iván Bonilla en Violencia, Medios y comuni-
cación. Otras pistas en la investigación. 1995. pág. 69.
278
Manuel Martín Serrano citado por Bonilla en Violencia… Ob. Cit. pág. 69.
279
Bonilla, Jorge. Violencia… Ob. Cit. pág. 73.

Carlos Infante 163


La utilización de los medios informativos, con todo lo que ello sig-
nifica, sirvió para que Fujimori buscara lanzar una señal al Partido
Comunista del Perú, como confirma una década después Martin Ri-
vas, agente del Servicio de Inteligencia del Ejército y jefe del grupo
paramilitar «Colina»280. De esa forma, toda acción emprendida du-
rante los primeros años del régimen fujimorista se convirtió en parte
del lenguaje empleado a lo largo de la guerra contrasubversiva. Se
trataba de mensajes factuales enviados a Sendero a través de asesina-
tos selectivos de sus militantes y presuntos simpatizantes, de ahí que
se explica la altisonante declaración hecha por el mandatario en la
explanada del penal de mujeres de Chorrillos.
Mientras para unos, el gobernante de facto anunciaba extrema se-
veridad sin importarle los límites jurídicos que le impedían los acuer-
dos y tratados internacionales destinados a proteger a prisioneros en
procesos de conflicto armado interno; para los otros, se disponía su
excarcelación. Pero la idea de despenalizar los centros de reclusión en
todo el país, no habría sido otra que la de reservar el mayor espacio
para los miles de detenidos que pisarían las cárceles como parte de la
más fiera política represiva aplicada en el Perú desde la instalación de
la República. No le importó, en lo más mínimo, ofrecer conmutaciones
a avezados delincuentes entre los que se encontraban narcotraficantes,
ladrones, asesinos, violadores y otros como anunció el diario Extra:
Fuentes de Palacio indicaron que en el marco de la reorganización de
la administración de justicia, el gobierno dará en la próxima semana
libertad a medio millar de inculpados… 281.
De esta forma, la razón de escoger como escenario el penal de Chorri-
llos para formular su anuncio no fue una simple casualidad. Fujimori
arrastró a la prensa a ese recinto para adelantar lo que haría en los
días posteriores.
Embriagado por el efímero poder que ostentaba, Fujimori llegó a
superar con creces cualquier voluntad de defensa del sistema. Su fas-

280
Declaración de Martin Rivas propalado el miércoles 24 de setiembre de 2003 en el
programa «La boca del lobo» que condujo César Hildebrandt en Frecuencia Latina. La gra-
bación fue hecha en forma clandestina por el periodista Umberto Jara Flores. Ese mismo
año, durante el proceso seguido contra Osmán Morote y otros por los sucesos de mayo de
1992, Martín Rivas se retractó de las declaraciones hechas en el vídeo publicado, así como
las versiones recogidas en la obra Ojo por Ojo. Véase Expediente Nº 237-93. Corte Supre-
ma de Justicia del Perú. A fojas 2272.
281
Diario Extra. Local. Martes 05 de mayo de 1992.

164 Canto Grande y las Dos Colinas


cinación y soberbia le hacía pensar que él mismo era el Estado porque,
tal vez, aspiraba lograr aquella sacrosanta inviolabilidad que todo Es-
tado invoca, apelando a su histórica existencia de 2700 años, sin con-
tar que surgirían pueblos enteros dispuestos a desafiarlo y provocar
su extinción; pues estos no hallaban solución a su histórica miseria en
un Estado destinado única y exclusivamente a oprimirlos. El propio
Hitler pensaba en esta idea. «Cuando peor sea la constitución de un
estado, tanto más necias, presuntuosas y menos comprensibles serán
las maneras en que se define el objeto de su existencia»282. Pero Fu-
jimori, consciente o no de esta realidad, prefería insuflarse, aunque
fugazmente, con la majestad que le concedía el Estado.
Siendo así, sus arrebatos contemplaban un vasto proyecto perso-
nal en donde la vida de los otros o, mejor dicho, de los muchos, no era
otra cosa que el ajeno sacrificio consustancial para el éxito propio y
del Estado. Pero no se trataba del único individuo cuya personalidad
se mostrase extraordinariamente susceptible a los requerimientos del
poder. Al igual que Fujimori, los anteriores gobernantes (Belaúnde,
García Pérez y las decenas de generales o civiles que, con determina-
das particularidades, personificaron al Estado peruano) dejaron que
el velo oscuro del poder enrostrara sus debilidades, obteniendo como
respuesta la censura y protesta colectiva. Pero inmunes a esta verdad,
cegados por la codicia y el poder, unos más que otros, se apresuraron
a poner en práctica el adagio maquiavélico, pues al no lograr conven-
cer a los pueblos con los hechos o con las palabras, acerca del inexis-
tente bienestar que ofrecían, se aprestaron a exterminarlos.
Fujimori estaba dispuesto a coronar su hazaña. Las demandas del
sector empresarial adicto a la apertura del ultraliberalismo, así como
las del poder castrense local y las de los conductores de la política
norteamericana, cuajaban asombrosamente con sus aspiraciones per-
sonales de poner en práctica todo cuanto su personalidad autoritaria
le permitiera, secundado por el súbito despegue al poder obtenido
en las elecciones generales de 1990. Estaba dispuesto a eliminar (o a
exterminar como señala Maquiavelo) todo rastro de oposición, desde
los alzados en armas, hasta a sus ex colaboradores, cuyos servicios
prestados les fueron devueltos sin mayor recompensa que la amena-
za de desaparecerlos. En cuanto a los primeros, no obstante su lucha
a brazo partido, se disponían a enfrentar la respuesta a su criminal
282
Hitler, Adolfo. Mi lucha. 2006. pág. 175.

Carlos Infante 165


osadía de rebelarse contra el poder dominante. Y pagarían por ello,
no sólo los que resulten capturados en medio o luego del combate, si
es que antes no eran «repasados», sino que también los sospechosos
y hasta los presuntos colaboradores.
Así, el Ande peruano dejó de ser el espacio exclusivo de las desapa-
riciones; la ciudad de Lima comenzó a disputarle aquel «privilegio».
[E]mpezaron a amanecer cadáveres nunca reclamados o enterrados
en silencio. Cierto es que muchos de los caídos eran militantes del
Partido y sus cadáveres expuestos eran el mensaje al contrincante
quien, a su vez, hacía lo propio dejando recados similares con poli-
cías, militares y autoridades sin vida, abandonados en las calles y que
la televisión mostraba con morbosidad en cada noticiero. «Eran sen-
deristas», fue y continúa siendo el argumento de quienes avalan la no
célebre Ley de Talión. Pero, ¿cuántos inocentes cayeron en medio?
¿Cuántos fueron acusados de colaboración y se fueron a pudrir en las
cárceles sin pruebas? ¿Cuántos fueron a dar a fosas clandestinas aún
no descubiertas?283
No se salvaron ni siquiera las personas que por azar se tropezaban
con algún subversivo, situación que, a juicio del poder oficial, sería
suficiente prueba para recibir una acusación penal por colaboración
con el terrorismo. La ley marcial no pretendía dar ventaja ni tregua
alguna a nadie que esté en condiciones de sostener un arma u ofrezca
alguna mirada repulsiva al régimen. A estos, los confinarían sin ma-
yor vacilación, encerrándolos por veinte años, treinta o a perpetui-
dad, ajenos a toda posibilidad de reclamo. Miles de hombres y muje-
res involucrados voluntaria o involuntariamente en la guerra fueron
encerrados en las prisiones. No había beneficio penitenciario alguno
al que acogerse para mitigar el encierro. ¿Cómo no iba a despertar
coraje y angustia el reciente anuncio presidencial de conmutar penas
a violadores, asesinos y delincuentes?
A pesar del poderío mediático de la prensa y los demás medios de
difusión masiva, la gente ofrecía tenaz resistencia a las medidas re-
cientes, dictadas por el gobierno, y continuaría haciendo lo propio con
otras que después se anunciaron frenética e intensamente. Aun cuan-
do un sector importante de la población peruana estaba de acuerdo,
enormes masas de habitantes de zonas empobrecidas utilizaban el ele-
mental sentido común para poner en duda las peroratas oficiales que
culpaban de su miseria a los alzados en armas. Sin duda, todos ellos
283
Jara. Ojo… Ob. Cit. pág. 119.

166 Canto Grande y las Dos Colinas


ya eran pobres mucho antes de los ochenta. Es más, la gran mayoría
había heredado de sus antepasados sólo pobreza, dolor y sufrimiento;
mientras que en la otra orilla, la gran burguesía peruana apenas si se
esforzaba para acumular más capital y garantizar una vida opulenta
a sus descendientes. Esa era la espiral de una sociedad construida a
base de injusticias, de desigualdades y de profundos desencuentros.
Entre los argumentos más utilizados para convencer a la opinión
pública y descalificar el proyecto revolucionario figuraban los cuan-
tiosos daños producidos al erario nacional. Según la comisión especial
del senado peruano, encargada de examinar la situación sociopolítica
de ese entonces, el monto superaba los 19 mil millones de dólares en
1991, de los cuales cerca de mil quinientos millones de dólares corres-
pondían al derribo de 1414 torres de alta tensión. Se trataba, a jui-
cio de dicho grupo de trabajo, «de uno de los tipos de atentados que
más gravemente repercute en el conjunto de la actividad económica
del país»284. Sin embargo, lo que no se ha informado con claridad es
que dentro de aquella astronómica suma se encuentran bienes priva-
dos (establecimientos bancarios, fábricas, vehículos, etc.) que fueron
afectados económicamente por más de mil cuatrocientos millones
de dólares. Incluso el reembolso de pólizas de seguro a empresarios
perjudicados por distintas modalidades de ataque, también se encon-
traba comprendido dentro de los gastos estimados por el Estado. Un
monto de 1200 millones en promedio fue destinado a la lucha contra-
subversiva (ya explicamos cómo la corrupción envolvió la distribu-
ción de aquel presupuesto) y aunque beneficiaba directamente a los
proveedores y a la plana mayor de las Fuerzas Armadas, principal-
mente en las zonas de emergencia, aquel dinero también había sido
incluido dentro de los gastos que venía generando la guerra interna.
Una sencilla operación aritmética daría como resultado que el 25%
del costo económico de la violencia política correspondía a los daños
al Estado y a la actividad privada, que repercutieron de manera des-
favorable en la población económicamente activa. Sin embargo, esta
tesis encuentra serias observaciones en la realidad de millones de pe-
ruanos que, no sólo continúan excluidos forzosamente de gozar de las
bondades de la energía eléctrica o de las regalías proporcionadas por
los bancos o industrias afectadas por el accionar subversivo, sino que

284
Informe de la Comisión Especial del Senado de la República sobre la violencia social y
política correspondiente a 1991. pág. 69.

Carlos Infante 167


carecen de fuentes de trabajo o se encuentran subempleados desde
mucho antes del inicio de la guerra civil, de modo que, la excusa de
que un atentado privaba de trabajo a mucha gente, habría sido sim-
plemente parte de la campaña de desinformación orquestada contra
la insurgencia obrero campesina. Es más, aún se desconoce de casos
en donde trabajadores de fábricas o entidades bancarias hayan sido
indemnizados por los daños sufridos como efecto de la destrucción de
las instalaciones en las que laboraban. La prima del seguro, íntegra-
mente, terminaba en poder de los propietarios de aquellas industrias
o financieras destruidas por las explosiones.
Con relación al 75% restante, la mencionada comisión parlamen-
taria no consigna mayor información, salvo por referencias genéricas
con relación a los daños sufridos en el sector minero, agrícola, etc.
La Comisión de la Verdad, por su lado, asegura que gran parte del
gasto económico producido por el conflicto interno correspondía a la
disminución de la capacidad productiva familiar, al desplazamiento
de la fuerza de trabajo, al desempleo y subempleo, a la destrucción de
la infraestructura comunal, al abandono de tierras y a la descapitali-
zación, sustracción y destrucción de bienes y empobrecimiento, a la
suspensión de redes y espacios de comercialización y a la paralización
del desarrollo comunitario285. Al respecto, dos cuestiones no han que-
dado claras: la responsabilidad compartida de los grupos en contien-
da (Estado, grupos paramilitares, rondas campesinas, subversivos) y
la incalculable deuda interna acumulada durante más de un siglo de
indiferencia del Estado con las zonas desprotegidas del mundo andi-
no y de zonas periféricas en las ciudades.
Algo similar ocurriría cuando los detractores de la acción sedicio-
sa organizaban campañas propagandísticas que buscaban convencer
a la opinión pública nacional e internacional sobre las pérdidas hu-
manas durante el período de hostilidades. Estaban seguros de la exis-
tencia de un solo culpable: Sendero Luminoso. La maquinaria guber-
namental, en donde los medios periodísticos gozaban de relevancia
absoluta, apuntaba en ese sentido cargando sobre las espaldas de los
comunistas la muerte de «25 mil peruanos».
La violencia política desatada en mayo de 1980 por el grupo Sendero
Luminoso ha generado un alto número de personas muertas por ac-

285
Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Informe Final «Las secuelas socio económi-
cas». Tomo VIII. Tercera parte. 2003. págs. 225 al 243.

168 Canto Grande y las Dos Colinas


ción directa de la subversión o en enfrentamientos286.
El número de víctimas, entre los años 1980 y 1991, contabilizado
por el indicado grupo de trabajo del senado de la República fue de
22 443, de los cuales 11 143 eran integrantes de los grupos subversivos,
es decir, cerca de la mitad del número total de víctimas. De acuerdo a
esta información, el mayor volumen de muertes estaría identificado.
A no ser que este grueso número de personas se haya suicidado, la
responsabilidad de su eliminación correspondería al Estado, a través
de las Fuerzas Armadas y Policiales, comités de auto defensa, grupos
paramilitares, entre otras fuerzas del orden. Otra es la historia de los
desaparecidos que ya dimos cuente anteriormente.
Las cifras que manejaba el grupo congresal reclaman su origen en
fuentes policiales del Ministerio del Interior, organismo directamen-
te involucrado en las acciones contrainsurgentes. Es cierto que la cer-
teza respecto a la identificación plena de los subversivos en los partes
policiales que contabilizaban minuciosamente dichas bajas, podrían
haber estado encaminados a sobrevalorar los resultados en el conflic-
to. A no ser que la organización armada reconociera aquellos reveses,
no habría forma de demostrar la militancia de las víctimas. Y es que
los cuerpos inertes eran trasladados masivamente de zonas en donde
se habrían producido enfrentamientos hacia depósitos de cadáveres
en distintas partes del territorio nacional, muchos de ellos sin iden-
tificación aparente287. La autoría no podía ser sino de quienes ase-
guraban categóricamente que los cuerpos pertenecían a la guerrilla.
No obstante, seguirá siendo una hipótesis no resuelta aún, ya que las
cifras y datos proporcionados por la CVR, no clarifican objetivamente
este punto. Sus cálculos señalan un total de 6232 víctimas atribuibles
a agentes del Estado en el período 1980-1991. Es decir, de las 11 143
pérdidas humanas que reconoce el informe del Senado, alrededor de
5 mil cadáveres no pertenecerían a las columnas guerrilleras, sino
que, a lo mejor, estos habrían sido víctimas de la propia insurgencia.
Sin embargo, más allá de las cifras, cuya interpretación interesada
y parcial podría terminar culpando a los propios «muertos» de buscar
aquel fatídico final, lo cierto es que el mal uso de la memoria de miles
de personas no encontraba reparos en la maquinaria propagandística

286
Informe de la Comisión Especial del Senado… Ob. Cit. pág. 84.
287
Véase Muerte en el Pentagonito de Ricardo Uceda. 2002

Carlos Infante 169


estatal, aun cuando desde la lógica de la prensa, las muertes no po-
dían sino ser de exclusiva responsabilidad de los alzados en armas,
toda vez que fueron ellos quienes iniciaron esa «loca aventura revolu-
cionaria». También es cierto que desde la instalación del gobierno de
Fujimori, las agudas críticas contra las Fuerzas Armadas y Policiales,
involucradas en abominables crímenes masivos, iban disminuyendo
sintomáticamente. La breve ruptura que se produjo entre gobierno
y medios de comunicación, no tardó en desaparecer luego del golpe,
una vez que se asumieron compromisos insospechados, liberando a
gran parte de los medios periodísticos de sus habituales titubeos o
«medias tintas», como lo afirmara Fujimori en mayo de 1992.
La prensa, con extraordinarias excepciones, tuvo que alinearse a
los designios del nuevo régimen. En realidad, no les fue difícil: disen-
tía de la concepción maoísta. En lugar de una dictadura del proleta-
riado, apostaban por la dictadura de la democracia o «fundamenta-
lismo democrático», a decir de Rodrigo Montoya (1992), en donde
sus intereses se acomodaban y encajaban con asombrosa precisión.
Su poder, en efecto, se inspiraba en la capacidad de mediación pero
también en la reproducción de mensajes. El resto, es decir, las formas
de persuasión eran complementos utilizados para lograr el consumo
de los mensajes a cargo de una masa cada vez más desprevenida, que
aceptaba sin dedicar mayor tiempo y esfuerzo a realizar una lectura
crítica de aquel producto discursivo.
Y es que los medios masivos no son más que instrumentos de
persuasión, útiles en la reproducción del poder económico y político
dominante288. Pero, su interés por llegar a las masas no se asienta
en demostrar los alcances de su cobertura informativa o en advertir
cuántos televidentes, oyentes o lectores poseen. Aunque guarda rela-
ción con esta premisa, la preocupación de los medios está orientada
a llegar a las masas, a aquellas que trajinan sin mayor observancia de
las reglas o normas institucionales. Al respecto Le Bon señala: «No
será posible conducirlas a base de reglas derivadas de la pura equi-
dad teórica. Tan sólo pueden seducirlas aquellas impresiones que se
hacen surgir en su alma»289.
Tal vez, esa sea la mayor debilidad de las masas, pero es también
su fortaleza. Debilidad porque sólo es cuestión de lograr que aquella
288
Bonilla. Violencia… Ob. Cit. pág. 34.
289
Le Bon, Gustavo. Psicología de las masas. 1995. pág. 23.

170 Canto Grande y las Dos Colinas


personalidad consciente de la muchedumbre se esfume para lograr
que «los sentimientos y las ideas de todas las unidades se orienten en
una misma dirección»290. Y fortaleza porque se forma un alma colec-
tiva, algunas veces efímera, que termina por transformar a la masa en
un cuerpo organizado, irreductible. Y, si se hace posible alcanzar este
nivel de potencia, resulta viable evitar que tal circunstancia ocurra,
aunque esto sea más complejo. Es decir, es más fácil que el alma colec-
tiva de las masas aflore ante determinados estímulos que pongan en
tensión sus voluntades que mantenerla en un sosiego prolongado.
Allá los temores eran grandes. La guerra psicológica introdujo una
serie de mitos a la memoria del país, mitos susceptible de ser asimi-
lados gracias a la combinación de imágenes y sonidos que ofrecía la
televisión. Esa era su ventaja, y la prensa no tenía otra cosa que acep-
tar su derrota frente al poder del fenómeno audiovisual. Sin embar-
go, los medios escritos explotaron al máximo sus coloridas portadas
instaladas en lugares públicos, kioscos, tiendas a donde no tenían que
acceder necesariamente las masas; pero el reflejo de espectaculares
titulares e imágenes suspendidas de fotografías sobre los incidentes
de la víspera, debía aproximar inevitablemente a su público al som-
brío escenario que los tabloides presentaban, dejando en el incons-
ciente social la marca de estos mensajes.
Una década después, el inefable asesor presidencial, Vladimiro
Montesinos, llegó a confirmar este hecho, cuando puso al descubierto
la eficacia de este tipo de prensa, «pues tenía la virtud no de ser leída,
sino expuesta en los quioscos de venta de periódicos, que abundan en
las principales ciudades del país en las zonas de mayor concentración
y tránsito. De ese modo, sus titulares llamativos podían ser vistos por
millones de personas»291.
No era complicada la estrategia. La prensa debía expresar una in-
dignación colectiva frente a los coches bomba y demás operaciones
subversivas, mostrando los efectos de un atentado contra una iglesia,
un albergue, un asilo de ancianos, un mercado, un colegio, etc., que
se encontraban próximos a una comisaría o a un local del Estado,
blancos principales del ataque. Esta estrategia debía obtener la con-
dena pública contra el terrorismo, debía trasladar al pueblo al lugar

290
Ibíd. pág. 27.
291
Dammert Ego Aguirre, Manuel. Fujimori-Montesinos. El Estado mafioso. El poder
imagocrático en las sociedades globalizadas. 2001. pág. 388.

Carlos Infante 171


de las víctimas, al lugar de su desgracia. El objetivo del ataque, desde
la perspectiva de la prensa, era el indefenso transeúnte, el comercian-
te, el taxista, el ama de casa, el campesino o el policía. Saturado de
ese mensaje, estaría garantizado el rechazo popular a los insurgentes.
Es más, era probable extraer mayores dividendos de esta campaña;
pues se alentaba una especie de alzamiento contra los subversivos.
La formación de las llamadas «rondas urbanas» debía ser fruto de
aquella guerra psicológica. A este paso, una eventual masacre de los
insurgentes en los penales, en las universidades o en los asentamien-
tos humanos podría ser «bien recibida».
Consciente de ello, Fujimori aceleraba el paso. El traslado de un
grupo considerable de acusadas, entre inculpadas y sentenciadas, por
delito de terrorismo desde Castro Castro al penal de mujeres de Cho-
rrillos, debía ser, además de un burdo pretexto, una especie de casti-
go ejemplar. Pero en lugar de cosechar aplausos, la medida tuvo un
efecto bumerang. La versión impulsada por el régimen con relación
al traslado de internas se desmoronó desde el primer momento. Apa-
recieron, entonces, una serie de contradicciones revelando las moti-
vaciones de fondo del operativo. El tema del traslado pasó a segundo
orden y, en su lugar, se descubrieron las reales intenciones del régi-
men que apuntaban a eliminar todo vestigio de rebeldía. Una semana
después de los luctuosos sucesos, Expreso, ex profeso o no, dejaba
al descubierto parte de los oscuros propósitos del gobierno de facto,
desbaratando de este modo la farsa del traslado. ¿Si Chorrillos era el
paradero final de las internas, cómo es que fueron a parar en el penal
Cristo Rey del barrio de Cachiche en Ica, destinado a concentrar a
policías detenidos?, se interrogaba el matutino.
Las autoridades del penal de Ica habilitaron, con grandes apuros, un
ambiente que antes servía de reclusorio a policías que cometieron de-
litos, y tuvieron que desalojar al narcotraficante Reynaldo Rodríguez
López para dar cabida a las reclusas senderistas […]. Por el momento
no hay celdas personales ni bipersonales. Las reclusas se mantendrán
juntas en un ambiente de unos 40 metros de largo por 30 metros de
ancho, más o menos, que, de todos modos, resulta estrecho. Un oficial
de seguridad comentó con impaciencia: ‘Aquí ya no entran más’292.
Con un mayor grado de consciencia, el diario especializado Gestión,
produjo su información ensayando distintas hipótesis.

292
Diario Expreso. Política. Miércoles 13 de mayo de 1992. pág. A2 y A3.

172 Canto Grande y las Dos Colinas


Al parecer, no es sólo el traslado de internas el propósito del operativo,
sino más bien asegurar para las fuerzas del orden el control perdido
hace más de un año de los pabellones que ocupan los subversivos. Es-
tos habían sido convertidos en verdaderos fortines, ajenos a cualquier
vestigio de autoridad por parte del Estado. Lo único que el Ministro del
Interior, Juan Briones Dávila, ha declarado sobre el operativo, es que
no concluirá hasta que todas las reclusas hayan sido trasladadas293.
La guerra recordaba a cada momento el sentido de las hostilidades.
La lucha por el poder debía incorporar todas las formas de someti-
miento existente. Al fin y al cabo, de lo que se trataba era de desarro-
llar un conflicto que en el campo de batalla perdiera su velo místico y
pasara a ser una guerra más de las tantas que el mundo había visto.
Total, en los últimos 3500 años la civilización vivió solo 300 años sin
guerras; pero, acaso, ¿sin luchas? Parafraseando a Von Clausewitz, es
seguro que la lucha no podía haber cesado un instante; pues, si no ha-
bía guerra, la política debía abrir otra forma de contienda y con otros
medios. El tema traía consigo una inevitable pregunta: ¿por qué la
lucha? Hegel propuso la siguiente respuesta: «Cuando se lucha para
morir sin alternativa, entonces se trata de un suicidio. No se debe
luchar para morir sino para vivir, aunque la muerte sea un riesgo
que se debe correr necesariamente»294. Comunistas y anticomunistas
sincronizaban frente a la arbitrariedad de aquella salida: luchar para
vivir. Era el dilema, la lucha a muerte habría de sobrecogerles a las
dos partes en conflicto. Sólo el poder garantizaba aquella sublime y
acrisolada meta que habría de ser la existencia.
La casuística de nuestra empresa nos traslada a reconocer en el
problema del poder distintas figuras que cobrarán fuerza durante la
aciaga contienda y de la que nos ocuparemos con mayor detenimien-
to en la segunda parte de este ensayo. Las virulentas declaraciones
de Fujimori o los denuestos desesperados lanzados por los medios
(entre ellos la prensa) dando muestras de impotencia desembocaban
centralmente en una sola preocupación: el poder. Dentro de esa ló-
gica no era excesivo cualquier reclamo por restaurar el orden en los
penales. Sí, el orden, aquella configuración axiológica que objetaba el
carácter sedicioso de la desobediencia, les otorgaba a los autores de
aquel mítico desafío, el pasaporte a la libertad.

293
Diario Gestión. Política. Viernes 8 de mayo de 1992. pág. 3
294
Hegel citado por Tecla Jiménez en Antropología… Ob. Cit. 1995. pág. 59.

Carlos Infante 173


Cuanto más se ofendían las empresas de información o, más bien,
los defensores del llamado «Gobierno de Emergencia y Reconstruc-
ción Nacional», las puertas y los muros de las prisiones se debili-
taban aún más. Los centenares de internos confinados en el penal
Miguel Castro Castro, provocaban este paranoico comportamiento.
No obstante, los esfuerzos parecían venir de ambos lados; ya sea por
estrategia o por simple temor, el inexorable final rondaba los fríos
muros de la cárcel de mayor concentración de guerrilleros del país.
La guerra no dejaba nada a la imaginación: cualquier cosa podía
suceder. El uso de mecanismos vedados (no por ello no utilizados)
como el genocidio, definitivamente, estaba en la agenda del dictador.
El problema parecía ser la aplicación del mejor pretexto. Ideas iban
y venían; pero la mejor de todas y la que encantaría, aun cuando con
ello se reconocería una de las más grandes derrotas durante el con-
flicto armado interno, fue la pérdida del «principio de autoridad» en
las cárceles. Para ello, serían necesarios distintos argumentos como
el traslado de las internas a otros penales que impida la «promiscui-
dad» ampliamente denunciada; es decir, una restauración del «orden
y el principio de autoridad», capaz de subordinar al rebelde en lugar
de alimentar sus desafíos. Diarios como Gestión, El Peruano, Expre-
so, La Tercera y El Popular, ingresaron sin cortapisas al proyecto.
Este último, en su edición del viernes 8 de mayo, proponía la necesi-
dad de justificar la penetración en forma cruenta a los penales.
Probablemente en ningún país haya prisiones más caóticas que en el
Perú. El desgobierno, la corrupción y la ineptitud de los responsables
de los centros de reclusión han dado lugar a lo que desde el miércoles
último estamos viendo los peruanos. Todos sabíamos ya lo que la in-
creíble imprevisión y la punible indolencia de las autoridades carcela-
rias había hecho en beneficio de los terroristas presos en los penales
de supuesta mayor seguridad de la capital. El que todo eso haya sido
involuntario no las excusa, sino más bien pone en relieve la necedad
que prima en el manejo de las cárceles, especialmente en lo que con-
cierne a los recluidos por subversión. Sólo esa necedad –para decir
lo menos– puede explicar que se haya llegado a ceder el dominio de
pabellones íntegros a los subversivos alojados en ellos. Cesión que
los ha convertido en ‘territorios liberados’, dentro de los penales, en
verdaderas academias de preparación ideológica y militar y en forti-
nes inexpugnables para aquellos que intenten penetrarlos en forma
incruenta295.

295
Diario El Popular. Viernes 8 de mayo de 1992.

174 Canto Grande y las Dos Colinas


El colofón de aquel alentador consejo periodístico quedaría sellado
con una mordaz ironía del tabloide, cuyo cintillo, bautizado con el
nombre de «El Populorum» y ubicado al pie de su portada, excla-
maba: «¡Qué barbaridad, los subversivos tenían pistolas, metralletas,
municiones, dinamita, ácido… Sólo les faltaba una tanqueta…!»

Cuenta regresiva
Por quinto día consecutivo la posible aplicación de la pena de
muerte contra los subversivos copaba extensas páginas de algunos
diarios. Sin embargo, consciente del desgaste que podría significar el
tema, los equipos editoriales incluyeron otros temas creyendo apun-
tar el primer éxito del régimen de facto desde el cierre de los poderes
públicos. El fracaso de la Organización de Estados Americanos (OEA)
en su intento por mediar ante el Ejecutivo para un pronto restable-
cimiento del orden constitucional fue anotado como una victoria de
Fujimori.
La comisión de la OEA visitaba el Perú por segunda vez consecu-
tiva luego de producirse el golpe de Estado. La primera tuvo lugar
entre el 20 y 23 de abril. A la cabeza de la delegación estuvo Héctor
Gros Spiell, Presidente ad hoc de la comisión de ministros de rela-
ciones exteriores y Joao Baena Soarez, secretario general de la OEA.
En la segunda visita que se llevó a cabo entre el 4 y 5 de mayo, am-
bos diplomáticos volvieron a pisar suelo peruano acompañados de los
cancilleres de Honduras, Mario Carías Zapata y de Paraguay, Alexis
Frutos Vaesken. Arribaron también los viceministros de relaciones
exteriores de Argentina, Fernando Petrella y de Canadá, Stanley Go-
och. La reunión en palacio de Gobierno terminó con el compromiso
de convocar, para noviembre de ese año, a elecciones de representan-
tes del Congreso Constituyente Democrático. Casi al mismo tiempo,
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos resolvió enviar
distintas comisiones especiales para levantar, en un informe, sus ob-
servaciones sobre el tema. Esta fue la segunda misión de la CIDH que
arribó al país luego de superar algunas diferencias ocasionadas du-
rante su primera visita. La llegada de este grupo de trabajo presidido
por Marco Tulio Bruni Celli fue programada para el 11 y 12 de mayo
de ese año; pero los sucesos en el penal de Canto Grande obligaron a
un adelanto de planes.

Carlos Infante 175


Entre el retorno de la comisión de la OEA, presidida por Gros Spiell
a su sede previsto para el 5 de mayo y la llegada a Lima, de la Comi-
sión Especial de Derechos Humanos, programada para el 11 del mis-
mo mes, se presentó un extraordinario espacio de tiempo que debía
ser aprovechado al máximo.
A las ocho de la noche del 5 de mayo de 1992, hora en que la pro-
gramación habitual de la televisión local alcanzaba el más alto rating,
la imagen soberbia de Fujimori se apropió de millones de pantallas en
una transmisión sincronizada con escrupuloso cuidado. Devorados
por la asombrosa rapidez de las ondas electromagnéticas que trans-
miten las señales televisivas, los diarios tuvieron que conformarse
con preparar sus portadas sobre el mensaje presidencial y, sólo, lan-
zarlos diez horas después.
Los titulares de algunos diarios sentenciaban: «Fujimori se mos-
tró intransigente. Fracasó misión OEA». El segundo encabezado, en
cambio, no dejó al tema de la semana: «Cadena perpetua para co-
mandos de aniquilamiento. Pena de muerte en estudio».
El mensaje del Presidente en ningún momento se refirió al tema del
día: el fracaso de la misión de la OEA para hallar puntos de coinciden-
cia entre las partes por la inflexibilidad presidencial, como pudo pen-
sarse en un primer momento. En su lugar, anunció medidas contra el
terrorismo, lo cual pudiera ser interpretado como un intento más de
legitimarse frente a una posible ola de censuras y críticas por su ac-
titud ante la OEA […] No quedó claro, al inicio de su exposición, si lo
mencionado que era hora de dejar a un lado ‘discusiones bizantinas’ se
refería a la acusación de ‘militarización’ de su política de pacificación.
Subrayó que el principal de los grandes males del país es el terrorismo
y que el principal objetivo de su gobierno, la pacificación296.
Coincidiendo con los otros medios impresos, Gestión atribuyó al
mensaje oficial cierto carácter novedoso, a pesar que el tema de la
cadena perpetua y la pena de muerte venía siendo materia de intensa
propaganda por el propio Fujimori desde el 1 de mayo de 1992. Lo
mismo se puede decir de La República.
En un inesperado mensaje por radio y televisión, que no tocó los
resultados de la visita hecha por la comisión de la Organización de
Estados Americanos –OEA–, el jefe de Estado dedicó casi toda su ex-
posición al problema del terrorismo […]. Fujimori informó que hoy
será publicado un decreto ley con la nueva legislación antiterrorista,

296
Diario Gestión. Edición del miércoles 6 de mayo de 1992. pág. 3.

176 Canto Grande y las Dos Colinas


así como las medidas de protección […]. Confirmó como lo adelan-
tó hace una semana, que el decreto ley que hoy será conocido en su
integridad, penará con cadena perpetua a los dirigentes, ideólogos y
organizadores nacionales de grupos terroristas […]. Quienes inter-
vengan directamente en actos que provoquen la muerte de personas
y destrucción de infraestructura del país, tendrán prisión no menor
de 30 años […]. En torno a la posible imposición futura de la pena
de muerte, Fujimori dijo que viene pensando consultar la opinión de
los mejores tratadistas, para que lo ilustren en la posibilidad de su
restablecimiento en nuestro ordenamiento legal […] una posible res-
tauración de la pena de muerte en el Perú parece contar con la opinión
favorable de la mayoría de la población […]. Así mismo anunció que
los terroristas arrepentidos recibirán un tratamiento más benigno,
siempre que su participación haya sido marginal. Las normas legales
serán adecuadas con este fin, prometió297.
Una situación parecida se registra en El Peruano, La Tercera, El Po-
pular, Expreso y El Comercio cuyas portadas y páginas interiores re-
sumen el acontecimiento del mismo modo.
En sorpresivo mensaje a través de la radio y televisión, ratificó la de-
cisión del gobierno de enfrentar de manera efectiva la lucha contra el
terrorismo, al que calificó como uno de los principales y más graves
problemas […]. ‘Dentro de algunas semanas los juicios orales se lleva-
rán a cabo en los respectivos establecimientos penitenciarios y en am-
bientes que reúnan las condiciones adecuadas para que los agentes de
la justicia no puedan ser identificados visual o auditivamente por los
procesos o sus abogados defensores’ manifestó […]. En otro momento
de su mensaje, el Jefe de Estado argumentó que, si bien es cierto que
en el decreto promulgado, que será publicado hoy en el ‘El Peruano’ se
han radicalizado las penas privativas de libertad, imponiéndose como
pena máxima la cadena perpetua y aumentándose considerablemente
otras penas para las distintas modalidades del delito de terrorismo, no
es menos cierto que para el daño irreparable que causan los atentados
contra personas y bienes de la República, es necesario estudiar, con
sumo cuidado la posibilidad de restablecer la pena de muerte298.
Convendría preguntarse: ¿fue realmente sorpresivo el anuncio? El
mensaje fue expuesto de modo gradual durante los últimos cinco
días. Deliberadamente se pretendió dejar la sensación de una súbita
aparición y el lanzamiento de un anuncio sorpresivo. Y es que Fuji-
mori no desaprovechó oportunidad alguna para presentarse a diario

297
Diario La República. Política. 6 de mayo de 1992. pág. 5.
298
Diario El Comercio. Portada. Miércoles 6 de mayo de 1992.

Carlos Infante 177


en los medios de información; la última aparición sería para procla-
mar el conjunto de medidas punitivas, ampliamente comentadas por
la maquinaria informativa. Ojo, por ejemplo, siguió paso a paso sus
declaraciones y actividades.
En un sorpresivo mensaje a la nación, Fujimori sostuvo que el primer
gran objetivo de su gobierno es pacificar el Perú, porque ‘paz, justicia
y libertad es lo que demandan los 22 millones de peruanos para con-
tinuar con la tarea de reconstruir el Perú y echar los cimientos de una
nueva sociedad. Reveló que con el voto aprobatorio del Consejo de
Ministros se ha dictado un decreto ley que establece la nueva legisla-
ción para sancionar los delitos de terrorismo299.
Contra toda lógica que persigue un anuncio sorpresivo, la búsque-
da del desequilibrio en los sentidos de millones de peruanos, cuyas
emociones debían ser despertadas escabrosamente, encontró, al día
siguiente, sus primeros escollos en la deshonesta actuación de la ma-
yoría de medios impresos. Ni el mensaje fue sorpresivo, ni la presen-
tación de Fujimori a las cámaras imprimió esa sensación. Las medi-
das punitivas venían siendo comentadas por los medios periodísticos
desde una semana atrás. Diarios como La República, primero y El
Comercio, después, no pudieron más que reconocer lo redundante de
la declaración. Aquella inclinación narcisista y el apasionamiento que
le causaba a Fujimori verse a sí mismo en medio de una fastuosa pro-
paganda, precedida de ininterrumpidos avisos que daban cuenta de
su aparición a determinada hora en la pantalla chica, desnudaba su
frivolidad por las cámaras o por los golpes enceguecedores de los des-
tellos fotográficos. Sus mensajes televisados debían ser organizados
ceremoniosamente y estar acompañados de un asentimiento general
hacia esa voluntad cuasi divina que creía inspirar.
Pero aquellas poses serían tan sólo pequeños espasmos compara-
dos con el epiléptico comportamiento de autoafirmación que habría
de caracterizar al chino en los días venideros. No había dudas, era el
líder con pantalones que la clase dominante en el Perú, estaba espe-
rando y que durante los últimos diez años no se había mostrado ni en
Belaúnde, ni en Alan García. Así lo creían sus nuevos partidarios, y
comenzaban a pensar, de igual forma, gran parte de sus opositores.
Es cierto que sus declaraciones, cuando tenían que referirse al con-
flicto armado, descargaban apretadas palabras que revelaban algo de

299
Diario Ojo. Miércoles 6 de mayo de 1992. pág. 3.

178 Canto Grande y las Dos Colinas


limitación en su vocabulario. Pero también era cierto que inspiraba
confianza y respeto, sino temor, en oficiales y funcionarios. Convenci-
dos de que se aliaban a un gobernante con «autoridad» y con posibili-
dad de mantenerse por buen tiempo en Palacio de Gobierno, algunos
medios no vacilaban en desgañitarse por reproducir sus mensajes.
Devolviendo medida por medida, el régimen sumaba a la nueva le-
gislación los detalles imprescindibles de cada decreto. Casi ansioso y
hasta frenético en ocasiones, un sector de la prensa asestaba un golpe
discursivo a la organización sediciosa. A partir de ese momento, no
habrían más jueces timoratos frente a los insurgentes, cuyas miradas
regularmente hacían escarnio en sus juzgadores aprovechando la evi-
dencia de los sobresaltos que exhibían los rostros descubiertos.
El nuevo tribunal «sin rostro» se encargaría de liquidar cualquier
desafío en el careo. En más de una redacción debió haber saltado a
la mente de los periodistas la imagen del nuevo escenario donde se
consumaría la derrota definitiva del enemigo capturado. Enormes vi-
drios oscuros separando a jueces y acusados; voces distorsionadas
para evitar reconocer a fiscales, procuradores y vocales, y el tétrico
ambiente que coronaría el sometimiento sería acaso el sensacional
espectáculo de futuras portadas. Después de reducirlos a polvo, el
juicio debía terminar con el inevitable encierro de por vida. Treinta
minutos debían ser suficientes para probar la culpabilidad del insu-
rrecto. El tiempo ayudaría a no distinguir entre un tribunal civil o
uno militar. Ambos estaban obligados a aplicar el espíritu de la nueva
ley que no dejaba lugar para sentencias benignas. A la luz de aquel
engendro, las únicas posibilidades caminaban alrededor de los años
de condena: 30 ó 35 años; pero los menos afortunados llevarían sus
cadenas hasta la muerte, acusados de «traición a la patria», el más
infame de los delitos. No obstante, era posible que algún magistrado
fuera a ensayar algo de compasión y dejara a los acusados formular
sus descargos en apretados instantes.
Y como los amigos de Pavel Korchaguin (Nikolai Ostrovski), más
de un prisionero estaría dispuesto a rechazar rotundamente la acusa-
ción de traición a la patria y aceptar su proscrita militancia.
Sí, soy miembro del Partido Comunista […], y me han hecho soldado
a la fuerza. Abría los ojos a soldados como yo, a quienes habéis arras-
trado al frente. Podéis ahorcarme por esto, pero no he traicionado
ni traicionaré a mi patria. Lo que pasa es que nuestras patrias son
diferentes. La vuestra es la de los panis, y la mía, la de los obreros y

Carlos Infante 179


campesinos. Y en esa patria mía que ha de venir, de ello estoy comple-
tamente seguro, nadie me llamará traidor300.
En un país escindido por los profundos desencuentros sociales here-
dados de azarosas épocas y ahondadas por la república; donde ricos
y pobres se escrutan desde orillas opuestas y donde los primeros no
hacen más que construir sus propios futuros a expensas de los segun-
dos resultaba demasiado grotesco y no extraño hablar de «traición
a la patria». ¿Acaso se referían a esa nación cuya construcción fue
varias veces postergada por los más misteriosos y perversos intereses
de la clase dominante peruana? Rodrigo Montoya habla de un Perú
partido, de un país escindido, divido y seccionado profundamente301.
Pero dentro del orden de cosas imperante, no sorprendería acusacio-
nes como ésa, aún cuando hubo voces disidentes que advertirían el
escandaloso absurdo. Siete años después, un tribunal internacional
demandaría al Estado peruano celebrar un nuevo juicio a tres extran-
jeros sentenciados por «traición a la patria».
Aunque no faltaron quienes habrían de aceptar los cargos de
traición. Deshonrados por sus propias conductas, decenas de dete-
nidos, quebrados, por haber sido sometidos a monstruosas torturas
y a chantajes, no vacilarían, en algunos casos, en participar de gi-
gantescas redadas destinadas a purificar pueblos enteros de la pre-
sencia subversiva y, en otros, de comprometerse a dar testimonios
con acusaciones espurias. Nada iba a detener aquel arrollador marco
represivo. Miles de personas atravesarían la corte marcial, sin tener
oportunidad de ver a los verdugos repartiendo sanciones a diestra y
siniestra, mientras la celebración se escribía en titulares a líneas lle-
nas. Años más tarde, aquel andamiaje jurídico se vendría abajo al ser
declarado inconstitucional302. Pero mucha sangre, dolor y lágrimas
habría de pasar bajo el puente antes que volviera la serenidad.

300
Ostrovski, Nikolai. Así se templó el acero. 1956. pág. 207.
301
Montoya, Rodrigo. «La rabia andina llega a Lima y se multiplica…» en Perú: el precio
de la paz. De María Del Pilar Tello. 1991. pág. 293.
302
Según sentencia del Tribunal Constitucional en relación al expediente N° 010-2002-
AI/TCLIMA de fecha enero de 2003, presentado por Marcelino Tineo Silva y más de 5 mil
ciudadanos.

180 Canto Grande y las Dos Colinas


Detrás de los muros de Canto Grande
La tensión crecía en el penal Castro Castro. Si bien las activida-
des rutinarias continuaron sin un sustantivo cambio, la vigilancia era
redoblada por los internos. Los ojos agudos de los prisioneros esta-
ban clavados sobre la sospechosa calma en los alrededores. Desde
las ventanas del cuarto piso del pabellón 4B, el panorama se hacía
más visible y cualquier movimiento alcanzaba notoriedad inmedia-
tamente. Las tropas de uniformados, acantonadas en las afueras del
establecimiento carcelario, habían aumentado su número durante los
últimos treinta días, después que un decreto legislativo les encargara
el control penitenciario.
No era la primera vez que los pobladores de zonas aledañas al
penal recibían la presencia militar. Cerca de Castro Castro, hubo de
ubicarse el asentamiento humano Huanta II, denominación con la
que se conoce a la provincia ayacuchana de Huanta. Eran los nue-
vos espacios urbanos que describe José Matos Mar (2005) en donde
se instalaron poblaciones enteras de «refugiados por la violencia»,
conservando y reproduciendo las formas sociales y culturales de sus
lugares de origen. Huanta 1 y Huanta 2 albergaban a campesinos y
mestizos ayacuchanos habituados a las distancias sociales que la ca-
pital les imponía303. Su asociación con el pueblo, donde se gestó la in-
surrección, los hacía visiblemente sospechosos de albergar y proteger
subversivos. No tardaron mucho en desplegar rastrillajes y acciones
cívicas en dicho lugar. En el flanco opuesto, se había formado otra
colonia periurbana llamada Miguel Grau, con iguales indicadores de
marginalidad y de pobreza extrema.
De entre todos los barrios y barriadas de San Juan de Lurigancho,
que para entonces sumaban 600, y en donde vivían 326 748 pobla-
dores, es decir, más del 56% de los habitantes del distrito304; los más
próximos al penal aguardaban en medio de una larguísima espera la
atención del Estado a sus urgentes necesidades. Según estudios rea

303
Matos Mar. Desborde popular… Ob. Cit. pág. 121.
304
Curiñaupa, Francisco. «Acceso a servicios básicos en pobladores que sufren de extrema
pobreza en el distrito de San Juan de Lurigancho». Tesis de Maestría en Política Social.
UNMSM. 2002. pág. 88.

Carlos Infante 181


lizados en la zona, la carencia de servicios básicos, como agua y des-
agüe, alcanzaba al 41,3% de la población distrital305.
Sectores y urbanizaciones como Zárate, Las Flores, Canto Chico,
San Hilarión, entre otros, que aparecieron poco antes de fundado el
distrito de San Juan de Lurigancho, el 13 de enero de 1967, debie-
ron esperar muchos años para acceder a los servicios básicos, mien-
tras nuevos asentamientos comenzaban a florecer. Bajo el nombre
de Canto Rey se instaló, hace poco más de dos décadas, un pequeño
arrabal que completa el cerco geográfico del penal de Castro Castro,
cuya edificación se encuentra arrinconada al pie de una cadena de
cerros que lo separan de la zona este de Lima metropolitana.
Cuando el consorcio español Guvarte recibió la autorización del
gobierno del presidente Belaúnde, en el año 1984, para alzar en aquel
vasto arenal una infraestructura moderna y con un sistema de segu-
ridad de última generación, tal vez no tomó en cuenta el crecimiento
demográfico del distrito de San Juan de Lurigancho durante el quin-
quenio 85-90. Pronto, la zona se masificó y las viviendas virtualmen-
te acorralaron el penal: Castro Castro parecía estar sitiado. De cuan-
do en cuando, la vida comunal en los alrededores se agitaba merced
a inusitados movimientos policiales. Nítidamente se oían en forma
permanente estremecedoras agitaciones provenientes del interior del
penal. El sonido de los cánticos diarios y agitaciones guerrilleras cru-
zaban con extrema facilidad, los sólidos muros de la cárcel. A lo lejos
un eco solemne repetía en coro cada consigna.

305
Ibíd.. pág. 135

182 Canto Grande y las Dos Colinas


© Vera Lentz
Vista frontal del penal Miguel Castro Castro

4-B

1-A

La Rotonda Tierra de Nadie


Pabellón de presos comunes Ductos
Pabellón de Prisioneros del PCP
Ingreso y salida del sistema de ducto
Puerta Principal
Tierra Conquistada
Gallineros

Distribución interior del penal Miguel Castro Castro

Carlos Infante 183


La vida en Castro Castro dejaba sorprendidos a más de una per-
sona. Los miércoles, viernes, sábados y domingos, los pabellones 4B
y 1A se preparaban para recibir a cerca de un millar de visitantes.
Padres, madres, hermanos, cónyuges y amigos se confundían entre
los prisioneros. La primera impresión: la admirable limpieza y cor-
dialidad. Extrañas aptitudes en un escenario como ese. En los días de
visita, las extensas columnas de familiares rodeaban parte del perí-
metro del penal aguardando desde muy temprano que dieran las 9 de
la mañana para poder ingresar. Una sonrisa mezclada de esperanza y
angustia sobrecogía a las madres de familia. A la hora fijada, la cuida-
dosa revisión policial descartaba el ingreso de objetos prohibidos, así
como visitantes con atuendos de color rojo, verde o negro; más ade-
lante habrían de confrontar nuevos controles y, de cuando en cuando,
el hosco trato de algún agente.
Ya en el interior, una, dos, tres puertas más del edificio de preven-
ción, debían abrirse para finalmente acceder a la rampa, una explana-
da de 40 metros de largo por 15 de ancho, flanqueada por un extenso
territorio ubicado a espaldas de los pabellones del penal y cercada
por mallas de seguridad al que se le conoce con el nombre de tierra
de nadie. La última entrada, sellada con planchas de metal, marcaba
el límite espacial de sus habitantes. Como si se tratara de un pac-
to, aquella puerta separaba los dominios de internos y policías. Más
allá de los linderos del metal, cada quien organizaba su existencia.
La guardia de seguridad accedía a los pabellones sólo para el conteo
diario o para alguna sorpresiva inspección; después de eso, la policía
dejaba a su albedrío a los dos mil reclusos.
Al otro lado de la entrada, decenas de miradas se inquietaban ante
el ingreso de los familiares. El súbito movimiento de algún interno
alarmaba, de pronto, a los visitantes. Eran, en ciertos casos, las lívi-
das miradas llenas de lujuria que no quitaban la vista de encima a las
más jóvenes que iban de visita y a quienes, en otras circunstancias,
habrían devorado sin misericordia. En la cárcel, la afrenta contra un
familiar se paga con la muerte. Esa es la única regla jamás negociada
en la que todo presidiario coincide.
El angosto pasaje detrás de la puerta era conocido como el Jirón
de la Unión. A diferencia de la elegante calle limeña que dio origen a
aquel nombre, este era un callejón realmente lúgubre. El reflejo de la
sociedad peruana yacía allí, en cuerpos descubiertos, malogrados por

184 Canto Grande y las Dos Colinas


la navaja, consumidos por alguna droga, esperpentos humanos que se
hacían llamar con cierto orgullo: los pelícanos. Su edificio era el 3A, y
había que transitar inevitablemente por sus veredas para acceder a los
pabellones rojos. «¿Visita a los cumpas?», solían preguntar algunos y,
ante el asentimiento, se esfumaban. Había respeto o, tal vez, temor.
Dentro de la lógica del delincuente ambas figuras se confundían.
El Jirón de la Unión debía prolongarse por espacio de 20 metros
separando la clínica y el venusterio de la cocina del penal, esta últi-
ma, fuera de funcionamiento. Al término del pasadizo, una especie
de plazoleta coloca en el centro al mirador, hacia donde apuntan seis
edificios de moderna estructura. Sobre su eje circular se dibuja una
figura octagonal que recibe el nombre de «rotonda».
Por fin, sólo el gallinero separaba al prisionero de su visita. Era un
corto espacio amurallado con alambres de metal que dejaba al centro
una pequeña entrada. El suave sonido de las zampoñas recorría los
aires hasta llegar a los oídos del visitante. En la entrada, un prisionero
con impoluta cortesía, invitaba a pasar; otro, se aprestaba a ayudar
con los paquetes al invitado. En el primer salón seis internos forma-
dos frente a frente, en dos filas de tres, daban los honores al visitante
empuñando pequeñas banderas rojas con la hoz y el martillo, que se
abrían al paso de la visita. La música del altiplano se hacía más intensa
y agradable. El oscuro salón en donde las paredes y vigas servían de
mural para las proclamas, poemas y noticias sobre la guerra popular,
era simplemente la antesala de un patio rodeado de paredes sumamen-
te altas, en cuyo extremo superior lucía imponente aquella frase que
inmortalizó al líder de la revolución china, haciendo honor a su mensa-
je: «Nada es imposible para quien se atreve a escalar las alturas».
En el 1A, pabellón que albergaba a las mujeres, la recepción era
más modesta y no por ello menos acogedora. Apenas el tiempo alcan-
zaba para intercambiar saludos, emociones y comentarios.
Al otro lado de los muros del 4B, se encontraba la tierra conquis-
tada, un lugar destinado al huerto comunitario y que servía también
de cocina, donde una docena de jóvenes vestidos con mandiles y go-
rras blancas apuraban el almuerzo. Debían pensar no sólo en los 400
prisioneros que allí habitaban sino, principalmente, en las visitas y
familiares, cuyo número doblaba fácilmente la cifra anterior.
El ingreso de alimento crudo, aunque insuficiente, facilitaba que
este se distribuyera racionalmente entre internas e internos; pero por

Carlos Infante 185


sobre todo, garantizaba su cuidado y limpieza. La rutina era copiada
por varios pabellones.
[N]osotros no recibíamos la paila del penal pero no por no haberlo
querido sino por un acuerdo con las autoridades, ya que éstas no ga-
rantizaban rancho para los más de mil quinientos presos que ahí exis-
tíamos, la cocina del penal no era suficiente para brindar desayuno,
almuerzo y comida para tal cantidad de internos, entonces todos eran
acuerdos con las autoridades para que en la medida de lo posible los
propios internos nos cocináramos y las autoridades nos daban los ví-
veres306.
Así eran los días ordinarios en Castro Castro.
A la una en punto, la comida estaba lista. Los prisioneros debían
atender a sus familiares. En el patio principal, rodeado por impe-
cables frescos elaborados con extraordinario arte, se describían las
distintas etapas del proceso revolucionario. Al centro, una nutrida
hilera de bancas de metal servirían de descanso a las visitas, quienes
se disponían a degustar el alimento. De pronto, el breve silencio era
ocupado por el vibrante sonido de las zampoñas. La tropa de sicuris
se desplazaba por el patio describiendo círculos, agrupándose y ale-
jándose por momentos.
Al iniciarse la tarde, un canto al amor proletario se oía al otro ex-
tremo. Era un grupo de prisioneros que con guitarra y quena en mano
se disponía a reemplazar a los sicuris que terminaban su presenta-
ción en medio de la algarabía general. Al ritmo de un vals, la alegre
melodía descubría su mensaje:
Eres en el mundo la alegría
la mitad del cielo en rebelión
tu alma es el pensamiento Gonzalo
eres mujer…
La lucha es tu vida cotidiana
que enaltece y siembra dignidad…
Eres en el mundo la alegría.

Bajo un coro estimulante, la música terminaba, y empalmaba rápida-


mente otro tema. Entonces se lanzaba al ruedo a los familiares dis-
puestos a armar una sobria velada. Cerca de las cinco de la tarde, la
visita debía terminar. Alegres y suaves caricias de manos encallecidas

306
Declaración del prisionero Peter Cárdenas Shulte, antiguo dirigente del Movimiento
Revolucionario Túpac Amaru. Corte Suprema de Justicia del Perú. Expediente Nº 237-93.
A fojas 2215.

186 Canto Grande y las Dos Colinas


por el trabajo y la vida, cubrían el rostro del hijo en prisión. Tal vez,
pronto, esas mismas manos lo harían sin la rémora del tiempo; tal
vez, pronto, sólo acariciarían el frío vidrio de un retrato.
La despedida no era menos cálida que la bienvenida, y aún así, no
era posible impedir algunas lágrimas en madres y esposas.
El odio del enemigo que tiene el poder en sus manos se expresaba
en una crueldad vil e insana. Sin embargo, aún cuando todos sabían
que los hombres del pueblo, libres y aherrojados, llevan la procesión
por dentro, por el giro de la causa, [ellas o ellos] nunca dejaron de
recibirl[os] con una sonrisa calurosa y optimista307.
Llegada las 5 de la tarde y terminada la visita, la guardia se aprestaba
a tomar el registro del control diario. Todos debían bajar al primer
nivel. En el salón de entrada, esperaban pasar lista varios internos
que presentaban alguna aflicción, producto de las heridas ocasiona-
das durante su abrupta detención e interrogatorio en la DINCOTE o
de alguna lesión a raíz de los combates en el campo o en alguna zona
donde el PCP disputaba el poder con el Estado peruano.
El grueso de prisioneros esperaba el procedimiento habitual en el
patio principal marchando con paso redoblado al ritmo de un vibrante
bombo y entonando himnos revolucionarios. Una veintena de policías
provistos únicamente de varas de arena ingresaban a realizar el conteo
rutinario. Minutos después abandonaban el recinto sin mayor apuro
ni sobresalto. Este procedimiento era reproducido en todo el penal.
[T]odos los días nos contaban a las ocho de la mañana y a las cinco de
la tarde, luego la policía subía a los pisos de los pabellones, nosotros
formábamos en el patio por filas, pasaban lista y luego regresábamos
a nuestro piso308.
Durante los primeros meses de 1992, el número de internos creció más
que en años anteriores. Según la Comisión Especial del Senado, entre
1990 y 1991 el aumento de la población penal, acusada por el delito de
terrorismo, fue del orden del 26%. La liberación de prisioneros, cuyos
procesos habían terminado favorablemente, no era proporcional en
modo alguno al número de nuevos internos. Toda persona arrestada e
implicada con la guerrilla, debía prepararse para su trasladado a Cas-
tro Castro, al pabellón 4B ó 1A, dependiendo del género, o en menor
307
De la Cruz Azaña, Helí. «Reflejos inocentes». En Desde la persistencia. Relatos. 2005.
pág. 62.
308
Declaración de Peter Cárdenas. Ob. Cit. A fojas 2216.

Carlos Infante 187


medida al 2A, pabellón que albergaba a los internos del Movimiento
Revolucionario Túpac Amaru. Nadie, sin excepción alguna, vacilaba
en tomar su decisión: si el cautiverio iba a ser prolongado, como fue
la constante en aquellos tiempos, «mejor que sea con los compañeros,
en lugar de exponerse a cualquier aberración por los comunes», solían
decir los menos comprometidos con la insurgencia.
Los nuevos reclusos no tardaban mucho en adaptarse a la vida en
prisión. Siempre había algo que hacer. Desde la impresionante pana-
dería, cuya fama había trascendido las fronteras del recinto carcela-
rio, hasta la zapatería demandaban la participación de los recién lle-
gados. Organizados bajo la disciplina partidaria, todos cumplían un
rol en la producción. La labor de zapatería, de repujados en cuero; el
tallado en hueso para la elaboración de exóticos peines o pendientes;
el cultivo de hortalizas; el cuidado de animales domésticos; o activi-
dades como la lavandería, la limpieza, la cocina, la pintura, la música,
el estudio, etc., no dejaban tiempo alguno para recuerdos y pesares
que podrían terminar en ataques depresivos, como habitualmente
ocurre en las cárceles. Los viejos y nuevos obreros terminaban, así,
cada jornada; inmediatamente, se abrían paso breves distensiones
con actividades donde alternaban las proyecciones de películas de
Charles Chaplin, con peroratas vespertinas, con sesiones de música,
de estudio o de arte.
El Partido lo dirigía todo durante las 24 horas. Desde que nos levan-
tamos, desayunamos, producíamos, almorzábamos, volvíamos a pro-
ducir, cenar y descansar y realizar vigilancia [...] Al mediodía almor-
zábamos en medio de charlas sobre la realidad internacional, nacional
y local. Siempre se hablaba de lo que sucedía afuera y principalmente
del trabajo del Partido. También hablábamos del trabajo de masas,
de nuestra revolución y de la lucha de otros pueblo en otras partes
del mundo. Después del almuerzo se realizaba arte, teatro, prácticas
para marchas, lecturas, reuniones, aprendizaje de artesanía, compo-
sición de himnos, marchas, poemas, canciones, etc. volvíamos a pro-
ducir309.
A la mañana siguiente, el sonido melodioso de una quena, silbando
algún himno comunista, volvía a despertar al contingente. De todos
los pisos, decenas de jóvenes descendían presurosos para la forma-

309
Testimonio de José, un ex prisionero. Véase Tesis «Los prisioneros de guerra del Parti-
do Comunista del Perú y el papel de su moral comunista en las circunstancias del genocidio
de mayo de 1992» Chamán Portugal, Alex Alberto. 2002. pág. 75.

188 Canto Grande y las Dos Colinas


ción diaria. Luego de la remoción y de la reafirmación a sus ideales,
pequeños grupos debidamente organizados entraban en competen-
cia. Al centro del campo, un balón provocaba el desafío de unos y
otros, mientras los demás equipos aguardaban su turno. La maqui-
naria no se detenía. ¿Acaso la vida en Castro Castro, como en el algún
momento lo fue en El Frontón, resultaba ser tan cómoda como para
no dejarla?
La Trinchera era lo mejor que había conocido. Ahí había compañe-
rismo, respeto, unión, amor, sinceridad, mucho estudio, mucho tra-
bajo, mucha práctica para aprender a componer canciones, himnos,
poemas; los familiares nos visitaban con mucho cariño y nos traían
de todo. Era una muy buena familia. Lo más lindo que me haya ocu-
rrido en la vida es haber estado en la Trinchera. Allí todos producía-
mos, combatíamos y movilizábamos a las poderosas masas que nos
visitaban. Además siempre nos reuníamos, estudiábamos y escribía-
mos mucho, practicábamos música, marchas, teatros. Todo el día lo
teníamos ocupado haciendo muchas cosas. Casi siempre nos faltaba
tiempo. Como se decía era una grandiosa escuela revolucionaria [...]
Sé que el Partido, tanto afuera como en la Trinchera, tenía un sistema
organizativo muy fuerte y disciplinado. Todos nosotros nos forjába-
mos así. En la Trinchera todo lo dirigía el Partido. Gracias al tipo de
organización la Trinchera era lo que era310.

310
Ibíd. pág. 79.

Carlos Infante 189


© América Televisión
La vida cotidiana en el
pabellón 4B.
© América Televisión

Las horas de estudio.


© América Televisión

Primera sala por


donde accede la vi-
sita al pabellón.

190 Canto Grande y las Dos Colinas


Algo de cierto hay en las palabras de Gustavo Gorriti (1990). La
organización
se adaptó rápidamente a las nuevas condiciones y las utilizó al máximo.
Si al comienzo no quiso llegar, al final no quiso irse. Luego de descubrir
la conveniencia de la ‘luminosa trinchera de combate’ principal, ganó
control de la prisión pulgada a pulgada, hasta convertirla en un centro
de capacitación, selección interna, planificación y adoctrinamiento311.
Sin embargo, la idea no parecía ser una costumbre destinada a ate-
nuar el encierro, sino, más bien, a la demostración de la aplicación de
una forma distinta de convivencia social, productiva y comunicativa.
Tal vez «fue un ensayo encapsulado de lo que la insurrección sende-
rista trataba de lograr en todo el país»312, no en vano sus documen-
tos partidarios se referían a las «Luminosas Trincheras de Combate
como el reflejo del nuevo poder».
En ellas, como debió ser en cualquier organización de similares
características, la jornada diaria apuntaba a consolidar su estructura
y demostrar la esterilidad de las viejas relaciones de producción; y de
paso probar la capacidad organizativa del Partido, la férrea disciplina
consciente de sus integrantes y la resolución para poner en práctica
aquella frase de Mao, escrita en la cima de las paredes del presidio.
Dentro de la lógica maoísta, la formación ideológica o adoctrinamien-
to, como suelen llamarle despectivamente a ese proceso de asimila-
ción filosófica, adquiría un valor capital. La afirmación ideológica no
hacía más que comprometer al militante con la doctrina comunista.
Una vez que la conciencia acogía el germen del nuevo conocimiento
era prácticamente imposible arrancarlo, más aún si aquellas ideas co-
rrespondían a elementales aspectos de la experiencia diaria; es más,
una adecuada comprensión de aquel estatuto doctrinario encendía
cierto fuego escondido en los confines de la conciencia humana o, tal
vez, de algún submundo situado en el inconsciente, al que la nueva
jerga habrá de llamar imaginario313.
Pero no. La capacidad de organizar ideas, entenderlas y ponerlas
en práctica no daba para tanto. Era simplemente la forma más diná-

311
Gorriti, Gustavo. Sendero. Historia de la guerra milenaria en el Perú. Tomo I. 1990.
pág. 360.
312
Ibíd.
313
Cornelius Castoriadis (1983) en La Institución imaginaria de la sociedad ofrece un
interesante aporte al respecto. págs. 219 y 220.

Carlos Infante 191


mica, lógica y objetiva de concebir el mundo, de establecer «corres-
pondencia entre una situación social dada y una determinada pers-
pectiva, punto de vista o percepción de conjunto»314.
Y es que cuando aludimos a elementales aspectos de la experiencia
diaria, no estamos pensando en la cotidianeidad como única elabora-
ción del presente, sino como aquella construcción social que articula
los momentos constitutivos de la vida del hombre. No es que la vida
cotidiana, como señala Jürgen Habermas (1989), se haya impuesto
fragmentando las ideas que cada pequeño grupo social posee acerca
del mundo315. Lo que ocurre es que se pretende restringir el carácter
totalizador de la conciencia.
No cabe duda que las actuales condiciones de vida en el mundo
han empujado a la humanidad a encontrar espacios de refugio en la
cotidianeidad, en sustraerse de la realidad social; las perspectivas
quedan reducidas dividiendo intereses comunes en un buen sector
de la sociedad. Pero lo que no se quiere decir es que esta dinámica
social, esta forma de aceptar las cosas sin mayor sentido y razón, ese
pragmatismo da lugar a la formación de un corpus ideológico, ahíto
de historia, de realidad. Ese modo particular de ver las cosas, de res-
ponder a intereses particulares, cotidianos, de transportarse a una
preocupación más inmediata e individual es en esencia el soporte de
una ideología; de pronto pragmática o idealista y sin embargo sigue
siendo una estructura ideológica.
Para los seguidores de Abimael Guzmán en Castro Castro, el adoc-
trinamiento, al que sus detractores se referían con profundo desdén,
cual si se tratara de un transe o conjuro sobrenatural y diabólico, no
era sino el resultado de un proyecto educativo que en la orilla contra-
ria, bajo el mismo nombre, se impone con igual violencia bajo la cé-
lebre frase: «la letra entra con sangre». En ambos casos, el problema
no reside en la forma en que se organiza la cultura, en donde el len-
guaje se convierte en el medio principal316 , sino en la esencia de las
concepciones, en la proximidad con la realidad y en las aspiraciones
legítimas de la humanidad.

314
Mannheim, Karl. Ideología y Utopía. Introducción a la Sociología del Conocimiento.
1966.
315
Habermas, Jürgen. Teoría de la Acción comunicativa. II. Crítica de la razón funciona-
lista. 1989. págs. 497 al 502.
316
Curran citado por Carlos Infante. El rostro oculto... Ob. Cit. pág. 78.

192 Canto Grande y las Dos Colinas


No habiendo otro pretexto para negar la inevitable confrontación
ideológica, la discusión habría de pasar a la construcción de identida-
des, en donde, para ambos casos, los métodos debían encajar con algo
llamado amalgamación317, en palabras de Gilberto Jiménez (1996). Es
aquí en donde las vicisitudes registraron los más enconados ataques
entre una y otra Colina. El Partido Comunista, por su parte, había de
recurrir a la guerra como extensión de la política, como necesidad
histórica y hasta como una forma superior de vida que depura, for-
tifica y escoge a los mejores318. Una guerra que caminaba al compás
de una revolución o al servicio de ella, en donde la violencia de tipo
revolucionaria se volvía imprescindible. Para los maoístas
[H]acer la revolución no es ofrecer un banquete, ni escribir una obra,
ni pintar un cuadro o hacer un bordado; no puede ser tan elegante,
tan tranquila y delicada, tan apacible, amable, cortés, moderada y
magnánima. Una revolución es una insurrección, es un acto de vio-
lencia mediante el cual una clase derroca a otra319.
El pensamiento oficial no comparte esta idea. Su concepción se en-
frenta radicalmente a toda forma de violencia, incluso cuando el sólo
hecho de reconocer que debe luchar contra ella, esgrime su firme
convicción en que la necesita, la practica y la defiende. El Estado,
instrumento creado no sólo para controlar amagos de rebeldía o in-
surrecciones como las que venimos describiendo, sino para proteger
los intereses de determinada clase, organiza un aparato policíaco,
construye cárceles y elabora un marco jurídico para someter a quien
altere un orden que, a la luz de su consciencia, es legítima. A su juicio,
la guerra es el último recurso y recurre a ella provocada «sólo por las
circunstancias». Sin embargo, los hechos difieren del discurso oficial
y descubren en la negación de su práctica, el carácter sombrío y la
esencia violenta de su constitución.
Los agentes del Estado «[…] pueden llevar a cabo actos de fuerza,
aun aquellos que priven de la vida [o lesionen] la integridad corporal,
para alcanzar objetivos legítimos, en la medida en que la fuerza usada
no sea excesiva»320, reza un documento que invoca una norma regu-
317
Giménez, Gilberto. La identidad social o el retorno del sujeto en sociología. 1996. pág.
23.
318
Gorriti. «El pensamiento Militar del Partido» en Sendero… Ob. Cit. pág. 356.
319
Mao Tse Tung. Obras Escogidas. Tomo I. 1968. pág. 26.
320
Nota de pie. Comisión Interamericana de Derechos Humanos. «Demanda de la Co-

Carlos Infante 193


ladora de la vida de las naciones. La intensidad del uso de la fuerza
no es atenuante en la concepción de la violencia, de modo que la Con-
vención Americana, a cuya jurisdicción el Estado peruano se somete,
otorga claridad meridiana sobre el uso y la práctica de la violencia
oficial, de la violencia represiva.
En consecuencia, la aplicación de mecanismos violentos a cargo
del Estado no se dirige a derrocar una clase (porque es una clase la
que detenta el poder), como sí lo hacen los insurgentes. El papel de los
gobernantes es de mantener en buen recaudo el control estatal, evi-
tando que cualquier clase social los despoje del poder. En ese sentido,
la lucha será a muerte y los intereses estarán en disputa hasta que una
de las dos fuerzas termine como vencedora y la otra, aniquilada.
La lucha en las prisiones no habría de limitarse al campo ideoló-
gico. En el momento en que la tensión se acentuase, la confrontación
directa devendría en inexorable y, en el caso de Canto Grande, pasa-
ría a ser a muerte. Fujimori no estaba dispuesto a entregar un espacio
«estratégico» donde los rebeldes habían ganado terreno desafiando
abiertamente al poder oficial. Canto Grande pasó a ser una suerte de
vitrina en la que se ofrecía al mundo las bondades del Nuevo Poder,
ya instalado a lo largo de extensos territorios en la cordillera perua-
na. En 1991, la televisión inglesa introdujo sus cámaras en los dos
pabellones rojos, confirmando algo que en distintos lugares era de
dominio público. En las imágenes aparecían alrededor de 300 com-
batientes uniformados con pantalones azules y polos verdes, impeca-
blemente ordenados en filas y en columnas, marcando el paso sobre
sus pequeños espacios y agitando marcialmente los brazos. Mientras
las mujeres hacían lo propio con atuendo azul y rojo, guiados por un
pequeño tambor de guerra, entonaban desafiantes marchas procla-
mando: «Brilla/ brilla el nuevo poder/ a la luz del sol». El rígido
cimiento del patio retumbaba ante las cámaras extranjeras. Al más
puro estilo del Ejército rojo chino, el PCP presentaba a su regimiento
en prisión. Las exclusivas imágenes daban cuenta de la transforma-
ción de las ergástulas peruanas en Luminosas Trincheras de Com-
bate. Desde la rutina diaria hasta monumentales representaciones
teatrales habrían de pasar a la historia, comprimidas en diminutas
cintas de video.
misión Interamericana de Derechos Humanos ante la Corte Interamericana de Derechos
Humanos en el Caso: Hugo Juárez Cruzatt y Otros (Centro Penal Miguel Castro Castro)
Caso 11.015 Contra la República del Perú. 2004. pág. 30

194 Canto Grande y las Dos Colinas


© América Televisión
Marcha solemne en
el pabellón de mu-
jeres.
© América Televisión

Prisioneras durante
un acto ceremonial
en el pabellón 1A.
© América Televisión

Presentación de los
internos a la televisión
británica.

Carlos Infante 195


Millones de receptores en el extranjero se convirtieron en testigos
de los profundos cambios en suelo peruano. La televisión británica
había destapado el tabú. La clase dominante peruana no tardó de-
masiado en reaccionar y atribuyó el informe a una conspiración ma-
quinada desde el extranjero para favorecer a la organización rebelde,
tal como ocurrió al inicio de la lucha armada321. Al poco tiempo, los
medios periodísticos peruanos reprodujeron parte de la grabación,
combinando las imágenes con aquellos casos dramáticos en donde
gente no involucrada con la insurgencia era afectada por sus devasta-
dores ataques. La televisión y la prensa elevaron el grito al cielo; era
inaceptable la «insolencia» de los comunistas al haberse mostrado
uniformados a la televisión británica. Después de ello sus agravios
fueron orientados hacia los prisioneros, buscando una reacción poli-
cial cuyo honor volvía a quedar en entredicho.
Durante 1991 se registró hasta cinco intentos de requisa. Las más
importantes ocurrieron el 15 de agosto y los días 17, 19, 20 y 21 de
diciembre de aquel año; después de eso, el acoso amainó ligeramente.
Sin embargo, la dotación policial comenzó a incrementarse en el penal,
mientras tropas del Ejército eran emplazadas cerca del establecimien-
to penitenciario. Su permanencia fue mediatizada y, con el paso de los
días, dejaba de ser advertida por los visitantes y pobladores del lugar.
La tensión volvió a reinar en el penal luego del 5 de abril. Al día
siguiente del golpe, el gobierno emitió, entre otros, el Decreto Ley Nº
25421 que declaraba en estado de reorganización el Instituto Nacio-
nal Penitenciario (INPE), transfiriendo el control de los establecimien-
tos carcelarios a la Policía Nacional del Perú. La dirección del penal
Miguel Castro Castro fue dejada al cuidado del coronel PNP Gavino
Marcelo Cajahuanca Parra el 7 de abril de ese año. Desde entonces
y hasta el 30 de marzo de 1994, estaría a cargo de la seguridad y de
la administración del penal. Los siguientes días no fueron de menor
tensión que los anteriores.
La mañana del 13 de abril de 1992, la zona fue acordonada por
distintas unidades de seguridad. Varios destacamentos desarmados
de la policía nacional ingresaron a Castro Castro para desarrollar una
inspección en los pabellones subversivos. Los aparatos de seguridad
al interior del pabellón 4B habían dado la alarma, gritaban «rojo», y
la señal de peligro se extendió por los pasillos del edificio hasta llegar
321
Gorriti. Sendero Luminoso… Ob. Cit. pág. 131

196 Canto Grande y las Dos Colinas


al tercer piso en donde parte de la dirección partidaria aguardaba los
detalles. La guardia ingresó provista de sus varas de arena, fierros
y ganzúas, anunciando un registro que se detuvo frente a la puerta
central del edificio. Las rejas del pabellón estaban cerradas. Al otro
lado, cuatro prisioneros acompañaban a Alejandro Oliva Landín y a
Agustín Machuca Urbina, delegados del pabellón 4B.
Entre el personal subalterno que se hallaba apostado frente a la
entrada principal del edificio, se abrió paso Gavino Cajahuanca Parra.
Era un hombre cuya fisonomía no ocultaba sus orígenes andinos; con
voz semi aguda, pero firme, ordenó abrir la puerta para el inicio de la
inspección. Era el director del penal y, sin embargo, no se atrevió a
proferir alguna amenaza. La vehemencia mostrada durante su llega-
da, una semana antes, no volvió a exhibirse durante aquel breve co-
loquio con los internos de los pabellones subversivos. Sus reiterados
encuentros, discretos y distantes, le demandaban un trato inteligen-
te. Se enfrentaba con personas que habían dominado la diplomacia y
la persuasión durante los últimos diez años.
¡Abran la puerta! Atinó a decir el oficial. Los delegados se negaron
arguyendo la falta de garantías. Meses atrás una visita parecida pudo
haber terminado en tragedia; la guardia de asalto intentó inútilmente
ingresar a los pabellones rojos con el objeto de borrar los murales pin-
tados al interior del edificio. La reciente presencia de la policía parecía
pronosticar una escena similar a la de diciembre de 1991; sin embar-
go, a diferencia de aquella oportunidad, los agentes no mostraban in-
tenciones de persistir; sus atuendos correspondían a la indumentaria
habitual: el verde petróleo. Ninguno vestía uniforme camuflado como
ocurre con frecuencia cuando están dispuestos a presentar batalla.
Luego de unos minutos, el oficial cedió a las demandas de los in-
ternos que solicitaban la concurrencia de los representantes de la
Cruz Roja Internacional y la de sus abogados. Cerca de las 10 de la
mañana ingresó al establecimiento penitenciario Laurent Burk Hal-
ter, representante de la CICR, junto a tres acompañantes y los fiscales
Miguel Aguado Donayre y José Coello Giles del Ministerio Público de
Lima. La orden superior autorizaba el acceso de funcionarios e invi-
tados, mas no alcanzaba a los abogados de la defensa, eventualidad
que no generó mayores contratiempos. El alegato de los internos se
concentró en los reparos sobre los excesos del personal de seguridad
del penal; los acusaban del deterioro de los materiales de trabajo, de

Carlos Infante 197


la sustracción de objetos de valor y de la habitual intención de some-
ter a los internos a tratos vejatorios. Cajahuanca mostró una aparente
comprensión y ofreció garantizar una visita pacífica. Al término de la
reunión, se suscribió el siguiente documento:
PRIMERO: Los representantes del pabellón 4B, solicitan que; la
diligencia dispuesta se efectivice el día catorce del presente mes a
horas siete y treinta minutos (conteo del personal) con la presencia
de los señores Fiscales de turno y los señores integrantes del Comité
Internacional de la Cruz Roja. SEGUNDO: Los señores delegados
del Pabellón 4B, se comprometen a brindar las facilidades pertinentes
al personal policial que realizará la revisión, solicitando se respete la
integridad física y moral de los internos, vida de los mismos y de-
rechos que señala la Constitución Política de la República y normas
del Derecho Internacional Humanitario. TERCERO: La Revisión se
hará en un clima de total paz y respeto por parte del personal policial
interviniente, quienes no portarán armamento siendo el efectivo nor-
mal de la cuenta (20) y los oficiales a cargo de cada grupo. CUARTO:
Los delegados del Pabellón 4B solicitan garantías al Señor Coronel
Director del establecimiento penal en lo referente a la ausencia del
personal militar ajeno a la inspección en el interior y exterior del pe-
nal, petición que concuerda con el Decreto Ley 25421 publicado el
día 8 de Abril del año en curso, en el diario «El Peruano». QUIN-
TO: El Señor Coronel Director del Establecimiento Penal aclara que
la diligencia materia de acuerdo, es para los pabellones 1A y 4B, con
el mismo personal interviniente, bajo la supervisión del nombrado.
SEXTO: La diligencia a que se hace referencia consiste en la revisión
de las instalaciones de los cuatro pisos de los indicados pabellones y
el sótano que va a los ductos y de ninguna manera significa alguna
diligencia de traslado de los internos a otro penal. Para su constancia
y cumplimiento, firman Señor Coronel Director del Establecimiento
Penal y los Señores delegados del Pabellón 4B, concluyendo esta dili-
gencia siendo las diez horas con treinticinco minutos322.
Además de Cajahuanca y de los delegados de los prisioneros, el
acta fue suscrita por los dos fiscales de la Zona Judicial de la Policía.
Al día siguiente, como fue el acuerdo entre ambas partes, Gavino
Cajahuanca, acompañado de otros oficiales de rango inferior, condujo
a los 20 hombres de la seguridad del penal hacia los pabellones rojos. El
representante de la Cruz Roja Internacional también acudió dispuesto
a legitimar la inspección. La requisa comenzó a la hora programada; la
322
Asociación de Familiares de Presos Políticos, Desaparecidos y Víctimas de Genocidio.
AFADEVIG. Acta de compromiso firmado el 13 de abril de 1992 en el establecimiento pe-
nitenciario Castro Castro.

198 Canto Grande y las Dos Colinas


policía concentró su atención en la búsqueda de armas de fuego u otros
objetos «prohibidos». En el cuarto piso, las pequeñas celdas servían
de habitación, así como los pasadizos en donde se armaban camarotes
para cobijar a los internos durante la noche. La policía no perdía nin-
gún detalle. La limpieza era algo que no pasaba inadvertida: materiales
de trabajo, instrumentos musicales, libros y algunos utensilios de aseo
se hallaban cuidadosamente ordenados. En el tercer piso, las celdas
habían sufrido una modificación: las paredes que separaban dos am-
bientes fueron demolidas. La búsqueda del más mínimo espacio fue
una de las prioridades de los prisioneros. En la noche aquellas habita-
ciones ligeramente ensanchadas albergaban a más personas y en el día
extensas mesas servirían de soporte a la actividad productiva.
El personal de seguridad, acompañado de los delegados del pabe-
llón, observaba minuciosamente la infraestructura y cualquier rasgo
extraño; la visita a aquel piso terminó en un ambiente ostensiblemen-
te amplio en donde una surtida biblioteca protegía a los inspiradores
de la ideología marxista. Los pequeños estantes mostraban largas fi-
las de libros; las revistas y periódicos completaban la galería. La reac-
ción de algunos oficiales no tardó en mostrarse al ver libros que en el
exterior sirvieron de prueba material para confinar en la cárcel a más
de un estudiante. No había forma; ¿qué se podía hacer si ya estaban
en la cárcel?, se preguntaba más de un subalterno.
La cuadrilla descendió al segundo nivel. La ansiedad sobrecogió a
más de un guardia, estaban esperando conocer el pequeño horno eléc-
trico que alimentaba diariamente a la mitad de la población penal.La
fama ganada por aquel aparato confeccionado por los mismos inter-
nos tentaba a oficiales y subalternos; con frecuencia estos acudían a
comprar los productos elaborados en el horno. Pero la inspección de-
bió continuar; al fondo del piso, la policía volvió a ocupar su tiempo
en la búsqueda de algún tipo de objeto vedado, era un amplio salón
al que los internos habían bautizado con el nombre de «Sala Atre-
verse». El esfuerzo fue mayor, habida cuenta que se trataba del taller
de zapatos. Se preguntaban si deberían incautar martillos, clavos y
cuchillas con las que solían trabajar los prisioneros. Qué tal dilema
al que se enfrentaban, sin embargo, optaron por no requisar aquellas
herramientas; de vez en cuando, los servicios de los «zapateros» ha-
bían sacado de apremios a varios de los agentes en la reparación de
sus calzados.

Carlos Infante 199


La inspección comenzaba a producir cierto agotamiento. El edi-
ficio parecía una ciudad en miniatura; realmente no faltaba «nada»
que su organización no pudiera conseguir. En el primer piso, hacia
el fondo del pasillo, una pequeña división aislaba al mini hospital.
En él, la policía se encontró con una nueva dificultad: si requisaba
los objetos expuestos en ese ambiente, probablemente privaría de un
servicio que la clínica del penal no estaba en condiciones de otorgar
a los reclusos. El tópico de salud de los comunistas no era la más
alta expresión de la tecnología médica; pero podría haberlo sido si
las restricciones para el abastecimiento de medicamentos y de ins-
trumentos quirúrgicos hubiera disminuido al momento de la revisión
en la puerta principal. Sin embargo, las limitaciones no fueron mayor
inconveniente para salvarle la vida a muchos internos, cuyo estado de
salud, al momento de ingresar a la cárcel, era precario.
Otro destacamento policial estaba ya en la tierra conquistada del
pabellón. Al centro, cercado por pequeños cordones de hilo, florecían
toda clase de hortalizas, aun aquellas a las que el clima limeño no les
favorecía. Los agentes, provistos de metales, introdujeron enormes
varillas en la tierra húmeda con el propósito de cerciorarse de la exis-
tencia o inexistencia de túneles subterráneos. Aquel mito habría de
servir de excusa para innumerables ataques contra los prisioneros. El
huerto se encontraba flanqueado por una fila de jaulas en donde cria-
ban cuyes, conejos, patos, gallinas, etc. En las paredes, los palomares
se encontraban más cargados que nunca; decenas de aves habían he-
cho del lugar una enorme y segura posada: eran los únicos animales
en libertad; ni bien salían unos, otros ocupaban el nido. El libre al-
bedrío de las aves transportaba a la guardia a espacios imaginarios;
ya las veían trasladando diminutos mensajes atados a los pies con
directivas para «asestar algún golpe demoledor en la capital». Nunca
lo sabrían, aunque en ellos inundaba la seguridad de provocadoras
afirmaciones al respecto lanzadas desde los medios.
No había armas, tampoco túneles ni explosivos, de eso estaban
seguros. La policía se aprestaba a terminar el protocolo con el regis-
tro individual. Tanto el salón de la entrada como el patio principal
del edificio se encontraban colmados de prisioneros, debidamente
formados, erguidos y solemnes entonaban sus cánticos a la revolu-
ción. Cajahuanca cruzó el campo como si quisiera pasar revista a sus
tropas y se detuvo frente a un interno. Sus manos se tropezaron con

200 Canto Grande y las Dos Colinas


algo sólido a la altura de la cintura del guerrillero. Este no atinó más
que hacer un repentino movimiento de lado para sortear el inminente
asalto. Entonces se produjo el primer y único altercado del día. Los
delegados se aproximaron junto al representante de la Cruz Roja a fin
de disuadir al oficial de su intento por examinar al interno. El director
del penal estaba seguro que entre sus prendas el prisionero escondía
algo que no descubrió hasta mucho después. Agitado por la curiosi-
dad, Gavino Cajahuanca logró controlar sus impulsos. Sabía que una
confrontación en esas condiciones desataría un motín que hubiera
terminado con una veintena de rehenes, entre los cuales, indudable-
mente, habría estado él.
Era importante apaciguar los ánimos. Ambas Colinas sentían la
necesidad de guardar las formas. Para los prisioneros era preciso
arrancar un documento que dé fe de la ausencia de armas o túneles
en el ambiente de los insurgentes. Pero lo más importante para la
organización era avanzar en su reconocimiento como prisioneros de
guerra, eso les otorgaría un estatus distinto que, si bien no significaba
mejoras carcelarias, hablaría de un estado de guerra, situación que
venía siendo negada frente a la opinión pública internacional. Para el
coronel Gavino Cajahuanca era, tal vez, más importante terminar con
el operativo sin ninguna dificultad. Al fin y al cabo, la visita guardaba
otros propósitos de los cuales el general Miguel Barriga Gallardo, jefe
de la Unidad de Apoyo a la Justicia, daría cuenta tiempo después.
La inspección no habría tenido mejores resultados de no arrojar una
evaluación exhaustiva de los interiores del pabellón.
Los cuatro niveles de la moderna estructura, el techo, el patio, el
huerto y los ductos habían sido sometidos al minucioso escrutinio
de personal especializado infiltrado en la guardia que acompañó al
alto oficial. Ahora, ya se sabían los puntos vulnerables. Cajahuan-
ca, visiblemente emocionado, olvidó el incidente de la explanada y
accedió a firmar el «acta de inspección», cuyo tenor terminaba se-
ñalando lo siguiente: «No habiéndose hallado ningún tipo de ar-
mamento de fuego, explosivos, ni mucho menos la excavación de
túneles en dicho pabellón […] las especies incautadas son instru-
mentos de trabajo e higiene»323. La requisa se dio por concluida.

323
Comunicado de los prisioneros reproducido en la página web de la Asociación de Fami-
liares de Presos políticos, Desaparecios y Víctimas de Genocidio. AFADEVIG.

Carlos Infante 201


Seguro de haber prosperado en sus objetivos, el oficial dio vuelta
y se retiró con su unidad. Al cruzar el umbral del edificio, una leve y
confusa sonrisa se dibujada en su rostro, anunciando un obtuso éxito
de la jornada. Pero, sin duda, una extraña angustia le haría compa-
ñía desde entonces: ¿habría engañado totalmente a los insurgentes?,
¿estos sabrían de las intenciones de la policía?, ¿quién obtuvo mejo-
res resultados? Si el problema se hubiera suscitado en un territorio
distinto, la inspección habría puesto en ventaja a la policía debido a
los resultados del espionaje. Pero el encuentro hablaba de una requi-
sa en un centro penitenciario bajo «control» policial, en donde los
prisioneros lograron imponer una serie de condiciones para el desa-
rrollo de la revisión. A los internos no les quedaba otra salida, debían
acceder al ingreso del personal de seguridad, aun cuando era notorio
el interés por verificar los cambios registrados en la edificación, sus
puntos vulnerables y lugares de mayor resistencia.
La debilidad de los prisioneros era previsible. Una eventual inter-
vención no debería demorar más allá de algunas horas. El restableci-
miento del «principio de autoridad», tantas veces reclamado por gran
parte del sector dominante del país, estaba virtualmente asegurado. El
trámite debería comenzar en el pabellón de mujeres, cuyo número y
arreglos internos era ostensiblemente inferior al de los varones.
Ambos pabellones habían ubicado centinelas en puntos estratégicos
que dominaban el panorama interno y externo del penal. Para el ama-
necer de aquel día, la parte frontal del pabellón apareció con enormes
letreros rechazando una virtual intervención: «¡No al genocidio!».
Ese día nos mantuvimos atentos. […] Lo que pasó es que llegaron al
penal varios portatropas con policías y soldados. Nosotros únicamen-
te observamos porque sabíamos que las condiciones se estaban gene-
rando para el genocidio […] podía ser esa noche o en la madrugada
del día siguiente […]. Hasta ese momento, las cosas seguían igual, con
tensión, pero igual324.
Para el 5 de mayo de 1992, el movimiento policial ofreció ligeros cam-
bios y, conforme avanzaban las horas, la tensión crecía y dominaba la
atmósfera local.
La producción periodística iniciaba a agitarse frenéticamente
como si olfateara el olor de la sangre que habría de derramarse en los
días posteriores.
324
Entrevista a un prisionero en el penal de Castro Castro. Enero de 2003.

202 Canto Grande y las Dos Colinas


Presos comunes y acusados de terrorismo tomaron ayer las azoteas
de los pabellones del penal Castro Castro de Canto Grande y se de-
clararon en huelga de hambre por las demoras en la administración
de justicia. Los subversivos fueron los más activos en la protesta y
quienes lanzaban lemas exigiendo que el presidente Fujimori cumpla
con obligar a los funcionarios de justicia que aceleren los procesos
penales contra ellos. La vigilancia se redobló, en el interior y exterior
del penal, para evitar cualquier tipo de acción violenta o intento de
fuga de los internos […]. Fuentes extraoficiales de la Policía de Segu-
ridad señalaron que detrás de la ‘huelga de hambre’ están agitadores
extremistas que pretenden organizar un levantamiento como protes-
ta por el proyecto de condenar con cadena perpetua a los terroristas
comprobados325.
Aún cuando los hechos descritos en la publicación corresponden al
martes 5 de mayo, su emisión se produjo recién al día siguiente, pre-
cisamente en el momento en que la operación militar se desplegaba
en Canto Grande. Junto al diario Ojo, sólo El Comercio se mostró
relativamente interesado en el tema penitenciario; algunas líneas
acerca de la suspensión de las semilibertades fueron trasladadas a la
sección policial.
Por el momento ha quedado suspendido el otorgamiento de las semili-
bertades en los penales de Canto Grande y Lurigancho, situación ésta
que afecta básicamente a los terroristas desde la primera semana de
abril en que la policía tomó el control de las cárceles […]. Ahora la
Policía Nacional tiene el control total de los penales, tanto en su segu-
ridad externa e interna, así como en sus aspectos administrativos […].
‘Lo que se quiere con estas medidas es evitar que los terroristas y los
narcotraficantes salgan tan fácilmente en libertad acogiéndose a la se-
milibertad o cualquier otro’, agregó nuestra fuente. El control total de
los penales de Lima, por parte de la Policía Nacional, ha permitido que
como subdirector en cada cárcel sea nombrado un oficial superior de
la PNP […]. La Jefatura de Apoyo a la Justicia, a cargo del general PNP
Miguel Barriga Gallardo, también dispuso el conteo diario de presos, a
partir de las 6 de la tarde. Igualmente se realiza la evaluación de la can-
tidad o flujo de personas que están en calidad de visita, para priorizar
que sean los familiares más allegados los que hagan uso de esta acción
[…]. Otra de las mejoras, es en cuanto a la alimentación diaria, pues
ésta se ofrece en las horas señaladas por el reglamento interno326.

325
Diario Ojo. Miércoles 6 de mayo de 1992. pág. 2.
326
Diario El Comercio. Policial. Miércoles 6 de mayo de 1992. pág. A14.

Carlos Infante 203


Si bien el aporte informativo de la publicación no es significativo con
relación a las ocurrencias de la víspera, existe un tono mediático que
se funde en el discurso escrito, en la forma de ofrecer la información
periodística, en donde los hechos, más allá de presentar una explica-
ción cualitativa útil para la mejor comprensión del tema, se ocupan
de restregar el mismo argumento, fijar la idea, de forma que el discur-
so se presenta en palabras de Jesús Martín Barbero (2001) como una
especie de autismo. La búsqueda, en lugar de una afirmación políti-
ca o social diferente, persigue un ensimismamiento acerca del tema
subversivo, una creencia mecánica asentada en la fabricación de un
presente que pretende bastarse a sí mismo, un presente suspendido
en el tiempo que concluye en conectarnos a la necesidad de repri-
mir la insurgencia maoísta. Ya no son códigos integradores los que
se esbozan en el proyecto periodístico, sino «flujos y redes en el que
emergen unos nuevos modos de estar juntos»327, de «compartir» o de
administrar determinados odios y sentimientos.
De esta forma, la prensa llega a esbozar ciertos criterios de cómo
concibe su labor frente a la comunicación. Indudablemente, aquel
pensamiento yace sobre los esquemas del instrumentalismo comu-
nicativo, de querer hacer del medio, un elemento restrictivo de la
esfera comunicativa. Su proyecto amalgama sugestión y alienación,
básicamente, de cuya actividad se desprenden los límites de la me-
diación periodística. No encara el tema de otro modo salvo por el de
organizar instrumentalmente su condición. En ese contexto, es que
ajustamos la crítica a su comportamiento social, no sólo en temas de
subversión, sino en aspectos que van más allá de la problemática so-
cial y política.

327
Martín Barbero, Jesús. «Transformaciones comunicativas y tecnológicas de lo públi-
co». Metapolítica. Vol. 5. N° 17. 2001. pág. 48.

204 Canto Grande y las Dos Colinas


Pero entonces la sangre fue escondida
detrás de las raíces, fue lavada y negada
(fue tan lejos), la lluvia del Sur la borró de la tierra
(tan lejos fue), el salitre la devoró en la pampa:
y la muerte del pueblo fue como siempre ha sido:
como si no muriera nadie, nada,
como si fueran piedras las que caen
sobre la tierra, o agua sobre el agua.

Pablo Neruda

Carlos Infante 205


206 Canto Grande y las Dos Colinas
Segunda parte

¿Qué pasó en Canto Grande?

Carlos Infante 207


208 Canto Grande y las Dos Colinas
Ataque y resistencia

Seis de mayo: El ataque.

Las oscuras sombras de la noche dominaban el vasto paisaje. A lo


lejos, las tenues luces tintineantes de los vehículos se confundían en
el lejano horizonte. El centinela, apostado sobre la parte más alta del
edificio, no hacía mayor esfuerzo por ocultar su cuerpo; la escasa ilu-
minación en el penal facilitaba su trabajo. Debía estar atento a cual-
quier movimiento extraño en las afueras del penal: el ingreso de vehí-
culos, desplazamiento de tropas, repentinos cambios de guardia, etc.,
serían indicadores de alguna contingencia; por tanto, debía anotarlo
en su pequeño cuaderno de apuntes. El cielo mostraba un sosiego
sorprendente, eran las 2:00 de la madrugada. De cuando en cuando,
el organismo pretendía imponerse sobre la voluntad del combatien-
te buscando someterlo a sus designios, pero se reponía. Se le había
encargado una responsabilidad extraordinariamente singular que no
dejaba margen al error. Un cerrar de ojos y tendría encima a la «reac-
ción». No podía fallar.
Al otro extremo del edificio, unos enormes ojos se esforzaban por
no perder detalle del panorama. Era otro vigía que debía alertar de
cualquier movimiento proveniente del oeste, allá por donde el cerro
San Cristóbal se alza imponente y donde varias veces sus camaradas
habían iluminado la noche con mecheros formando la hoz y el marti-
llo. A los pies de aquel peñasco se extiende, tal vez, la única avenida
de acceso al distrito de San Juan de Lurigancho, conocido también
como Canto Grande. La vía se prolonga desde la plaza de Acho, atra-

Los hechos que serán narrados a continuación corresponden a testimonios de prisioneros
y ex prisioneros sobrevivientes de los infaustos sucesos de mayo de 1992. Las entrevistas se
realizaron en 1994 y entre el 2003 y 2006. El género literario usado en la exposición acerca
de elementos sumamente delicados, evitará poner al descubierto la identidad de algunos
entrevistados, aspecto que resulta necesario debido a las vigentes formas de hostigamiento,
persecución y eventual detención que persiste en el Perú, contra los integrantes del PCP.

Carlos Infante 209


viesa calles y barrios hasta desembocar en la avenida Fernando Wiese,
una amplia autopista por donde tendría que pasar el convoy militar de
producirse el ataque. En otros puntos del edificio del pabellón se hacía
la misma labor, mientras el contingente mayor reposaba ligeramente,
dispuesto a resistir tan pronto la señal de alarma los movilice.
El penal entero se encontraba sin fluido eléctrico, la entrada prin-
cipal al pabellón 4B había sido literalmente bloqueada por una grue-
sa puerta de metal que sólo la fuerza de media docena de hombres
podría retirarla. De lado a lado, un firme brazo de acero bloqueaba el
portón principal; detrás, una barricada con bolsas de arena sellaba el
acceso. Durante el día, la sólida placa metálica era camuflada y en las
noches volvía a brindar seguridad al pabellón.
En el tercer piso, hacia el fondo del pasadizo, una luz etérea, casi
imperceptible, iluminaba una sesión comunista. Los miembros de la
dirección central del pabellón le conferían el menor tiempo posible
al reposo. «Ya habrá tiempo para descansar», decían y se echaban
a ultimar los detalles para resistir una inminente incursión policial.
En el pabellón femenino, se hacía lo mismo. La cohesión orgánica
debía producirse en forma permanente y extenderse a la militancia, a
los combatientes y a las masas que se hallaban internadas en ambos
edificios. Cada destacamento se había preparado con encomiable es-
fuerzo para ofrecer resistencia, no quedaba de otra.
Las reuniones de cohesión adoptaban formas de un ritual casi re-
ligioso. Los breves minutos que restaban para el inicio del ataque no
daban tiempo para prolongar la ceremonia. Un breve saludo y reco-
nocimiento al liderazgo de Abimael Guzmán Reynoso –el histórico
líder del Partido–, su obediencia al pensamiento que dio origen a la
lucha armada peruana y la sujeción a la organización partidaria eran
suficientes para terminar por sumergirlos en el propósito de aquel
ritual y agitar las emociones para dejar salir los compromisos indi-
viduales. «Parto por mi saludo y sujeción a nuestro querido y res-
petado presidente Gonzalo», decían en principio y terminaban con
el compromiso de «dar la vida por el Partido y la Revolución». Aun
cuando se trataba de una repetición casi mecánica, el compromiso
debía hacer trizas cualquier asomo de anarquía, de insubordinación;
desplazaba la inmolación de tipo personal por el heroísmo colectivo
cuando aludían a la cohesión corporativa en función a la figura de
Gonzalo y de quienes dirigían el Partido en su nombre.

210 Canto Grande y las Dos Colinas


El llamado «culto a la personalidad» cobraba fuerza sólo en el ima-
ginario de la otra Colina. La lógica del pensamiento maoísta hablaba
de una sujeción consciente asentada en la necesidad de preservar la
vida del conjunto, incluso antes que la propia; pero, por sobre todo
estaba la vida del jefe, cuya existencia –decían los militantes más pro-
bados– guardaba tanto significado que si se prescindiera de él, las
expectativas de victoria de la causa revolucionaria estarían en grave
riesgo. Este era el único modo de comprensión que podía superar el
desequilibrio entre la figura y el mito.
El «culto a la personalidad» se estaciona en un nivel esencialmente
mítico. Siendo la figura, en palabras de Cliford Geertz (1971), una ima-
gen resultante de aquella conexión referencial entre una estructura
semántica y la realidad social, la figura de Gonzalo no parece represen-
tar a la persona, sino a toda una construcción simbólica que sugiere
un tipo de identidad en la cual están concentradas ideas, experiencias,
sentimientos y otros elementos abstractos y concretos de la cosmo-
visión maoísta. Aquellos rasgos simbólicos descritos en la cohesión
orgánica formaban parte del proyecto que los unía y los afirmaba.
Fanatismo decían algunos. Fuerza religiosa habría dicho el célebre
José Carlos Mariátegui. De cualquier forma, había una convicción in-
conmovible dispuesta a tomar cuerpo en momentos de mayor peligro
y donde la «moral de la clase» estaba en juego. ¿Temor?, pues, claro.
Había temor, aseguran los prisioneros. El propio Abimael Guzmán,
unos años antes, supo ofrecer una explicación a este sentimiento tan
complejo y profundo en los hombres, al que probablemente Sigmund

Para Barthes el mito es transformar un sentido en forma. Considera al mito como un
robo de lenguaje, cuya función esencial es la naturalización del concepto, pues es vivido
como una palabra inocente; no porque sus intenciones sean ocultas sino porque están na-
turalizadas. Mitologías. 1988. págs. 224 y 225. El enfoque de Mariátegui no es por cierto
estructuralista. Su lectura camina por otro sendero. Es el sentido, la idea, el espíritu que
va implícito en la actividad humana. Para Mariátegui, el mito posee esa virtud preciosa de
llenar el yo profundo que ni la razón, ni la ciencia puede satisfacer. Véase «El hombre y el
mito». En Páginas escogidas de José Carlos Mariátegui. 2003. pág. 53.

En la entrevista realizada en 1988, El Diario interrogó al líder comunista acerca del te-
mor. Su respuesta fue la siguiente: «Creo que es una contradicción, temer y no temer; el
problema es tomar la ideología y potenciar en nosotros el valor, es la ideología la que nos
hace valientes, la que nos da valor. A mi juicio, nadie nace valiente, es la sociedad, la lucha
de clases las que hacen valientes a los hombres y a los comunistas, la lucha de clases, el
proletariado, el Partido y la ideología. ¿Cuál podría ser el máximo temor?, ¿morir?; como
materialista creo que la vida termina algún día, lo que prima en mí es ser optimista, con
la convicción de que la labor a la cual sirvo otros la han de proseguir la llevarán hasta el
cumplimiento de nuestras tareas definitivas, el comunismo». PCP. Entrevista al presidente
Gonzalo. Perú. Julio de 1988.

Carlos Infante 211


Freud no habría hecho más que restringir su definición a un simple
proceso psíquico.
Mientras esto ocurría en los pabellones rojos, la Colina contraria
se aprestaba a movilizarse desde sus cuarteles ubicados en el Rímac y
en Puente Piedra. La orden de alerta debió alcanzar a las comisarías
de Canto Grande y Zárate; a la 29 comandancia de Radio Patrulla, y
a otras delegaciones aledañas al establecimiento penitenciario; pero
la concentración principal de las fuerzas policiales se produjo en Los
Cibeles, una instalación ubicada en el distrito del Rímac. La orden de-
finitiva fue emitida a las 11 de la noche de la víspera, exactamente tres
horas después de la presentación de Alberto Fujimori en la televisión
local. No había marcha atrás. El operativo tenía luz verde, a diferen-
cia de los días anteriores. La operación no podría abortar por tercera
vez consecutiva. El plan del operativo demandó diez horas de trabajo
y concentró al Estado Mayor policial, según narra Téofilo Vásquez,
Jefe de la División de Penales.
Dos días antes fui designado para este operativo, pero yo tenía que
recibir el día D y la hora H. Días antes a la fecha de la intervención
venía pernoctando en el Cuartel Los Cibeles con el personal que iba a
participar en el operativo provenientes de las Unidades de Servicios
Especiales, SUAT, UDEX, Estratégicos, DOES y algunos alumnos de la
Escuela de Guardias, estos últimos sólo como seguridad por estar en
proceso de formación.
Teófilo Vásquez Flores, coronel de la Policía Nacional del Perú, con
apenas tres días al mando de la División de Penales, recibió la orden
de ejecutar el operativo de su superior inmediato, el general Miguel
Barriga Gallardo que por entonces estaba a cargo de la jefatura de
Apoyo a la Justicia. La cadena de mandos se cumplía escrupulosa-
mente. Antes, Barriga había sostenido una reunión con el general
Abraham Malpartida Salazar, jefe de Operaciones Especiales de la VII
Región policial y con el general Adolfo Cuba y Escobedo, director ge-
neral de la Policía Nacional del Perú. Luego se supo que la interven-
ción no fue iniciativa de este último. Juan Briones Dávila, ministro
del Interior, fue quien dio la autorización definitiva por encargo del

Declaración del coronel PNP (r) Teófilo Wilfredo Vásquez Flores en el proceso seguido
contra Osmán Morote Barrionuevo y otros con relación a los sucesos de mayo de 1992.
Véase Expediente Nº 237-93. Corte Suprema de Justicia del Perú a fojas 2348.

Declaración del coronel PNP (r) Teófilo Wilfredo Vásquez Flores. Expediente Nº 237-
93… Ob. Cit. 4770.

212 Canto Grande y las Dos Colinas


Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas y Policiales.
El operativo «Mudanza I» estaba en marcha. Las diferentes unida-
des especiales habían permanecido impacientes en el lugar por varias
horas. El movimiento de la tropa comenzó a agitarse luego de recibi-
da la orden. A las dos de la madrugada aparecieron, en Los Cibeles, la
abogada Mirtha Campos Salas, fiscal de la Décima Fiscalía Provincial
Penal de Lima, acompañada de los fiscales adjuntos Emilio Alfaro Ca-
merón, Marcelino Salas Sánchez y María Espíritu Torero.
Oficialmente, el plan de operaciones comprendía el traslado de
135 internas acusadas por el delito de terrorismo, instaladas en el pa-
bellón 1A del establecimiento penitenciario Miguel Castro Castro. Sus
destinos serían los penales de Santa Mónica, en el distrito de Chorri-
llos; Cachiche, en Ica, y El Milagro, en Huacho. Extraoficialmente, la
misión guardaba un siniestro objetivo del que daremos cuenta en las
siguientes líneas.
A las 3:00 a.m., las tranqueras del cuartel Los Cibeles se alzaron
para dejar paso a las unidades de asalto. El sospechoso apagón en
gran parte de la ciudad de Lima, cubría el siniestro cortejo que reco-
rría las calles del Rímac. Era extraño, pero el corte del fluido eléctrico
no provocó ningún sobresalto en las más altas esferas del gobierno de
facto ni en la cúpula militar, de lo contrario el operativo habría sido
suspendido nuevamente. Sabían que un apagón ocasionado por la or-
ganización maoísta, vendría acompañado de una oleada de acciones
dinamiteras, como era costumbre por esos tiempos, por lo tanto el
personal policial no podría haber prestado apoyo alguno al operativo
de traslado previsto en Canto Grande.
En las afueras del penal, los destacamentos policiales habían recibi-
do la orden de máxima alerta. Varios pelotones de la división de opera-
ciones especiales se encontraban allí desde la noche anterior, emplaza-
dos en el lugar para sofocar un supuesto «motín». El testimonio de un
miembro de la fuerza de élite policial recoge esta sospechosa orden.
En la madrugada del cinco de mayo […] nos trasladaron al penal Mi-
guel Castro Castro, diciéndonos que participaríamos en un operativo
porque había un motín.
En efecto, decenas de hombres con uniforme marrón, gris y verde
oliva oscuro (un camuflaje apropiado para conducir combate en ciu-

Declaraciones de Lucio de la Torre Zapana, miembro de la Policía Nacional en situación
de actividad. Expediente Nº 237-93… Ob. Cit. 3024.

Carlos Infante 213


dad), provistos de fusiles automáticos AKM (Rifles de Asalto Kalas-
hnikov) y con el rostro cubierto con pasamontañas oscuras comen-
zaron su formación para el ataque. Poco después el contingente de
Los Cibeles llegó al penal y, sin pérdida de tiempo, descendió de los
vehículos militares. Aparentemente todo se hallaba planificado con
extrema precisión.
«¡Verde, verde, verde!», anunció la primera voz de alarma. El re-
loj marcaba las 4 de la mañana. La luz del día estaba aún lejos y la
oscuridad seguía dominando Canto Grande. A pesar de la sombría
madrugada, los faros de varios portatropas delataban a la guardia de
asalto que llegaba al penal con inusitado apremio. La dotación po-
licial a cargo del coronel Teófilo Vásquez Flores estaba conformada
por un centenar de efectivos de la Dirección Nacional de Operacio-
nes Especiales. A ella se sumaron 500 hombres, 150 efectivos de la
18ª División Blindada del Ejército con sede en el Rímac y alrededor
de 350 comandos de élite dispuestos a penetrar la prisión. Portaban
fusiles, cohetes instalazza, granadas de guerra, cargas de dinamita y
explosivo plástico. El cielo se iluminó repentinamente con luces de
bengala: era la señal. Los militares comenzaron a cercar el estable-
cimiento penitenciario desde los cerros aledaños, mientras la poli-
cía irrumpía raudamente en el penal. El código verde fue cambiado
inmediatamente a rojo, y mientras el llamado de alerta recorría los
pasillos de los pabellones 4B y 1A, respectivamente, un movimiento
general se desarrollaba en todos los pisos.
La orden de atrincheramiento había sido declarada. «En el pabellón
se oía como si cientos de puertas se cerraran y abrieran y como si se gol-
pearan grandes cajones de madera». En contados segundos, puertas y
ventanas prácticamente fueron selladas al mismo tiempo que se deja-
ban abiertos pequeños respiraderos en las paredes, el pabellón se trans-
formó rápidamente en una gigantesca trinchera a base de camarotes,
costales de arena, ventanas de concreto armado, etc. El siguiente relato,
hecho poco después por un prisionero, grafica en parte ese momento.

Informe elevado a la Comisión de la Verdad y Reconciliación por el Óscar de la Puente
Raygada, ex Premier y por Fernando Vega Santa Gadea, ex titular de Justicia. «Las ejecu-
ciones extrajudiciales en el penal de Canto Grande 1992». 2003. pág. 771.

Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Informe Nº 43/01 Caso 11.015. Hugo
Juárez Cruzatt y otros. Centro penal Miguel Castro Castro. Perú. 5 de marzo de 2001.

Jorge D (prisionero). «Carta a Laura Matilde». En Literatura PCP. Yanamayo. Puno. Ju-
nio-Julio de 1992.

214 Canto Grande y las Dos Colinas


El grueso contingente policial rodeó el pabellón 1A, el oficial al mando
grito (sic): ‘¡Salgan para realizar el traslado!’, al mismo tiempo que
lanzaban decenas de bombas lacrimógenas por las ventanas y la puer-
ta de la cabina del primer piso, que era un ambiente semicircular en-
tre los descansos de las gradas que unían el primero con el segundo.
La respuesta de los prisioneros no se hizo esperar: cerraron la puer-
ta, bloquearon las ventanas, se atrincheraron y vocearon consignas
como: ‘¡Traslado a Santa Mónica es pretexto para genocidio!’, ‘¡nues-
tra decisión: Resistencia Heroica! ¡Resistencia Heroica!’, ‘¡nuestro
compromiso: dar la vida por el Partido y la Revolución!’. La situación
era difícil, las decenas de bombas lacrimógenas hacían sus estragos y
muchos estaban a punto de asfixiarse. Allí había también al rededor
de 70 compañeros. Por necesidades de espacio y con conocimiento
de la autoridad del penal, todos los días pasaban al pabellón 1A y se
acomodaban en las áreas de las cabinas de los cuatro pisos10.
Dos grupos fueron ubicados alrededor del pabellón de mujeres, uno
por el lado frontal del edificio al mando de los comandantes Benigno
Pinto Huanqui y José Guzmán Cárdenas y el otro, apostado en la par-
te posterior del mismo a cargo del coronel Vásquez y del comandante
Hélmer Hidalgo Medina, quien esperó el momento para activar los
explosivos e ingresar por el lado del patio principal del pabellón.
La luz del día comenzó a asomarse, pronto dominaría el escenario;
el operativo habría dejado de ser una sorpresa. Nuevos destacamen-
tos policiales llegaban al lugar. La vigilancia fue reforzada con vehícu-
los celulares, tanquetas y coches patrulleros; más tarde, helicópteros
sobrevolarían el penal. Mientras el contingente policial buscaba so-
meter sin mayor éxito a las prisioneras del pabellón 1A, personal de la
Sub Unidad de Acciones Tácticas, de la Dirección de Operaciones Es-
peciales, del Grupo Antimotines Especial, de la Unidad de Desactiva-
ción de Explosivos, de K9 Rescate se aprestaban a reforzar el ataque.
Las pequeñas cortinas que cubrían las ventanas de los pisos su-
periores, en la parte frontal del edificio, comenzaron a desprenderse
mientras ardían en llamas. Las bombas lacrimógenas lanzadas desde
los pasadizos de la rotonda no lograban penetrar el pabellón debido a
que, tras la tela, fueron instaladas estructuras de concreto en el lugar
donde deberían estar los vidrios. El desagradable químico comenzó a
esparcirse por la rotonda y, de allí, a los 12 pabellones ubicados en el
perímetro. Los principales afectados resultaron ser los mismos poli-

10
Jorge D. Ob. Cit.

Carlos Infante 215


cías cuya resistencia estaba a punto de quebrarse cuando se dispuso
el repliegue.
Instantes después, apertrechados de máscaras antigás, el agrupa-
miento volvió al acecho. Junto a ellos ingresó una docena de francoti-
radores que comenzaron a escalar las paredes del pabellón 7A desde
uno de sus flancos en donde el alcance visual de los centinelas rojos
se hacía imperceptible. El despliegue de poleas y gruesas cuerdas fa-
cilitó el ascenso del personal policial al último nivel del edificio; el pa-
norama se mostraba denso debido a la intensa humareda que flotaba
en el aire. Otro grupo de agentes tuvo que apostarse en los techos y
pisos superiores de los pabellones 1B, 6A y 6B. Desde esos puntos,
modernos fusiles de largo alcance desplazaron sus miras telescópicas
en busca de objetivos precisos. No esperaron mucho tiempo para co-
menzar a descargar sus caserinas.
Los guardias de asalto volvieron al ataque y en cuanto tomaron
nuevamente el gallinero del pabellón, ligeros colchones en llamas ca-
yeron sobre ellos desde los pisos superiores. Fue entonces cuando el
comandante Hidalgo recibió la orden de Vásquez para detonar el C4
(un explosivo plástico de alta potencia y precisión) en la pared peri-
metral que da a la «tierra de nadie». La carga «controlada» destapó
un metro de diámetro de pared mientras el grupo operativo cubría
sus cuerpos para evitar los efectos de la onda expansiva. Tan pronto
como se abrió el boquete, ráfagas de fusil cayeron sobre la entrada in-
terna y los distintos niveles del pabellón, con la finalidad de proteger
el ingreso de decenas de uniformados que penetraron con dirección
a la segunda sala del edificio, cuyo acceso se encontraba bloqueado.
Otro pelotón se detuvo en la pared posterior de la construcción para
comenzar a trepar hacia el último nivel. Desde distintos puntos del
interior de la instalación, pequeños orificios escupían dardos enve-
nenados con dirección a la policía; de cuando en cuando, se oía un
gemido de dolor, alguien caía y el pesado cuerpo era arrastrado hacia
la retaguardia para su rápida evacuación. La respuesta no se dejó es-
perar, descargas de fusilería cayeron sobre los parapetos y las peque-
ñas aberturas dejadas al descubierto a la altura de las ventanas de los
cuatro niveles del edificio.
El coronel Vásquez comenzó el llamado a la rendición mientras su
unidad trataba de aproximarse a la barricada e instalar sigilosamente
otra carga explosiva. Al percatarse de la presencia de los guerrilleros

216 Canto Grande y las Dos Colinas


al otro lado de la trinchera, los efectivos retornaron a sus ubicaciones
anteriores luego de colocar el artefacto; de pronto un impacto violento,
acompañado de un sonido estruendoso, despidió de sus ubicaciones a
varios prisioneros que se encontraban agazapados en el segundo salón:
la carga explosiva había hecho una perforación en los costales y catres
amontonados en la puerta del edificio. Una vez repuestos y algo atur-
didos, los internos se replegaron a la primera sala en donde el acceso
fue rápidamente cerrado con otra barricada. Luego de unos minutos,
la policía volvió al ataque, desplazó a sus hombres hacia la primera
entrada y logró instalar otra carga, siempre con mecha lenta como para
garantizar la retirada. La pólvora se iba consumiendo y su olor fue rá-
pidamente rastreado por los prisioneros que se encontraban a poco
menos de dos metros. Esto los alertó y se dio la orden de guarecerse
tras la plataforma de concreto que, hasta antes del ataque, servía de
mesa de trabajo a las internas. Pronto el estallido habría de resonar en
el penal. Las ondas expansivas descubrieron gran parte de la entrada.
[P]or [el forado en la pared del patio] entraron disparando a matar.
Los que descansábamos en la segunda sala del primer piso del 1A tuvi-
mos que retirarnos inmediatamente porque después de una granizada
tupida de plomos disparan bombas incendiarias. En un abrir y cerrar
de ojos en la sala no quedaba un espacio donde no había llama. En
segundos todo quedó calcinado, la temperatura era insoportable. Tu-
vimos que retirarnos al segundo piso y desde allí defendernos11.
Las unidades especiales mantuvieron fuego a discreción por varios
minutos mientras se disipaba el polvo y el humo producido por la
onda expansiva. De ambos extremos, la acción coordinada de la poli-
cía terminó con la toma parcial del primer nivel; había cierto temor y
el ingreso del contingente fue muy reservado. A esa hora la claridad
del día, opacada en momentos por la intensa humareda, dominaba
completamente. Desde el segundo piso no cesaban de caer colchones
encendidos, ácido y agua hervida contra las fuerzas represivas.
El nuevo escenario hablaba de un avance policial y de un replie-
gue de internos hacia los pisos superiores. Finalmente, el escuadrón al
mando de Vásquez penetró la segunda sala resguardado y cubierto por
comandos de la DINOES situados en el techo del pabellón contiguo.
Desde el otro flanco, el destacamento policial arrojó varias bombas
paralizantes y vomitivas contra la segunda resistencia, procurando

11
Testimonio de William Gonzalez Celedonio. List… Ob. Cit. pág. 85.

Carlos Infante 217


alejar del parapeto a los internos que disparaban, con relativa preci-
sión, pequeños dardos envenenados contra los agentes estatales. Era
realmente difícil dar en el blanco, aseguran los prisioneros, habida
cuenta que ráfagas de metralleta acompañaban el desplazamiento
policial. Las secuelas del gas se sintieron rápidamente pero los in-
ternos no retrocedieron, esperaban el ingreso de la guardia de asalto
para provocar una lucha cuerpo a cuerpo. Era su única opción debido
a la desproporcionada diferencia de armamento.
El incendio se tornó profuso, cubriendo las gradas y la cabina del
segundo piso. Los prisioneros se encargaron de dejar en llamas el am-
biente para prolongar la resistencia en el pabellón, pero el fuego fue
sofocado minutos después cuando el cerco policial había llegado a las
escaleras del primer piso. Una barricada instalada en la entrada del
segundo nivel fue alzada con sorprendente rapidez. Pero la ventaja
estaba del lado de las fuerzas de seguridad que habían ganado la pri-
mera planta luego de dinamitar ese recinto. Las sólidas estructuras
del pabellón 1A se remecieron levemente, aturdiendo a los sitiados.
Entre los fierros retorcidos y humeantes, amontonados con trozos de
ladrillos y paredes en escombros podía verse un inmenso boquete así
como el pasadizo que forman las celdas del segundo piso con la pared
que da al patio del pabellón. Allí estaban decenas de prisioneras api-
ñadas contra la pared para ponerse a salvo de las balas y esquirlas que
entraban por las ventanas y estaban también en las celdas protegién-
dose de los disparos y los gases. Cuando la primera explosión [se oyó]
todos ocupaban ya sus puestos de combate en el pabellón 4B. La de-
fensa se había organizado por pisos y el sistema de vigilancia y comu-
nicaciones era impresionante y operaba con fluidez. Cuatro y treinta,
cinco, seis, siete, ocho, nueve de la mañana, desde allí se escuchaba un
intermitente traqueteo y ráfaga de fusil y ametralladoras, explosiones
de granada de guerra y bombas lacrimógenas. Como toda respuesta,
de ambos pabellones, salía un ensordecedor chanqueteo de puertas,
ventanas, pisos, catres, fierros y latas que se acrecentaba y multiplica-
ba en sus ecos por pasadizos, ductos, patios, por la rotonda, los otros
pabellones, los cerros circundantes, la calle, la ciudad entera12.
No estaban dispuestos a morir sin ofrecer resistencia. Varones y mu-
jeres comenzaron a lanzar objetos contundentes y prendas en llamas
contra el personal policial que se aproximaba a la cabina. El grupo
operativo bajo control del primer nivel del edificio volvió a presionar

12
Jorge D. «Carta… Ob. Cit.

218 Canto Grande y las Dos Colinas


en su intento por tomar la cabina de la segunda planta, obligando de
esta forma a reforzar la resistencia. Fue entonces cuando uno de los in-
ternos cayó mortalmente herido; una ráfaga le había destrozado parte
de la región dorsal. Los prisioneros, luego de recuperar provisional-
mente la gradería del pabellón, tomaron el cuerpo aún caliente de su
compañero y abriéndose paso entre las internas lo llevaron hacia una
improvisada enfermería. Su sangre goteaba por los cargados pasillos
del 1A, mientras era trasladado al tercer piso a donde llegó cadáver.
Eran las 8:30 de la mañana. El ataque policial cobró su primera
víctima. El prisionero Juan Bardales Rengifo tenía 28 años de edad
cuando murió. Ni las más remotas premoniciones loretanas, de don-
de Bardales era oriundo, habrían presagiado un final como ese. Mi-
nutos después, el edificio entero se llenó de una voz entre amarga
y solemne: «¡Gloria a los héroes caídos. Viva la revolución!». Era el
anuncio del primer caído en combate. Al frente, en el pabellón 4B, la
consigna penetró hasta el último reducto de resistencia. La sangre
se agitó en el cuerpo de centenares de prisioneros y el coro de voces
se endureció más. La consigna honrando el sacrificio del camarada,
volvió a estremecer los muros de la cárcel.
[P]ude ver cómo le habían destrozado la espalda, los pulmones con
balas, lo trajeron agonizando. Allí convulsionó unos minutos y murió.
El hecho fue muy doloroso. El impacto muy fuerte13.
Juan Bardales Rengifo había llegado al penal Miguel Castro Castro
el 22 de abril de 1991, acusado de colaborar con la guerrilla maoísta.
Pero no sería la única y última víctima. Su muerte pasó a convertirse
en una especie de desafío al inexorable caos social.
Aún cuando la orden de demolición no llegó, las fuerzas especiales
estaban seguras que pronto se tomaría esa decisión. Mientras tanto,
combas y barretas de acero eran desplazadas a los techos del 1A para
perforar la cubierta de concreto armado. Treinta centímetros de diá-
metro eran suficientes como para colocar las cargas explosivas en el
techo que daba al cuarto piso, en donde pequeños grupos de resisten-
cia, conformados por prisioneras, libraban su propia batalla contra
el humo provocado por los gases lacrimógenos y vomitivos que hasta
allí se habían expandido: la policía intentaba asfixiarlas para obligar
una rendición inmediata. En el mismo nivel, otro destacamento de

13
Testimonio de Elena Morote Durand. List of ... Ob. Cit. pág. 85.

Carlos Infante 219


guerrilleras se aprestaba a contener una inminente incursión poli-
cial. Más abajo, en el segundo piso, el ataque continuaba en función a
controlar la cabina en donde minutos antes fue asesinado un interno.
El fuego volvió a arreciar, las prisioneras debían encargarse de evitar
que amainara el incendio rociando constantemente querosene y arro-
jando objetos inflamables.
No obstante, la ocupación del edificio habría de producirse en
cualquier momento. Ante tal circunstancia, la dirección central del
pabellón 4B se dispuso a adoptar algunas medidas, era necesario en-
viar un contingente en apoyo de sus compañeras. La despedida fue
breve. Tres destacamentos especiales se desplazaron silenciosamente
por la red de ductos ubicados debajo de la infraestructura del penal.
Rápidamente bajaron por las gradas del segundo piso y de allí al ducto
del pabellón. En pocos segundos estaban ya en la escalera que da al
1A. […] Los primeros guardias fueron enfrentados por los del 1A y
sorprendidos por los que llegaban por el ducto. Fue una lucha cuerpo
a cuerpo y a muerte14.
Aunque la muerte del agente policial se produjo durante las primeras
horas de la mañana del 6 de mayo a la altura de la cabina del segun-
do piso del pabellón de mujeres, las razones de su deceso continúan
siendo un misterio. Su cuerpo se mantuvo en el lugar hasta muy en-
trada la tarde de ese día. De acuerdo a los testimonios recogidos, Jor-
ge Hidrogo Olano cayó luego de que los guerrilleros lo sorprendieran
disparando contra sus compañeras.
Un grupo de prisioneros se arrojó contra los guardias empuñan-
do rústicos cuchillos y el combate se trasladó a una lucha cuerpo a
cuerpo. La policía de asalto no esperaba un contraataque; segundos
después el desalojo les cayó de sorpresa. El forcejeo fue dramático, la
superioridad numérica y el insólito ataque de los internos se impuso
a la presencia policial que se batió en retirada en medio de disparos
a diestra y siniestra. En la riña cayó herido el suboficial Hidrogo15. Su
14
Jorge D. «Carta… Ob. Cit.
15
En la vigésima sexta sesión del proceso seguido contra Osmán Morote y otros, por su
presunta responsabilidad en la muerte de 42 prisioneros y un policía durante los sucesos
que se explican en el presente trabajo; la fiscalía admite la posibilidad de que el Sub oficial
Jorge Idrogo Olano, fallecido el 6 de mayo de 1992 y a quien se le practicara la autopsia de
ley, haya sido muerto como resultado de «fuego amigo», es decir de la misma policía. Re-
gistraba dos heridas punzo penetrantes, uno en la fosa nasal y otra en el hemitorax poste-
rior, con múltiples excoraciones en diversas partes del cuerpo y desprendimiento del globo
ocular. Mientras que en la sentencia pronunciada por la Corte Suprema de Justicia de la

220 Canto Grande y las Dos Colinas


cuerpo quedó tendido y expuesto frente a las ventanas descubiertas
de la cabina por donde penetraban constantemente los disparos de la
policía. Es probable, que en medio del tiroteo, las balas de sus propios
compañeros lo hayan alcanzado, habida cuenta que hasta ese momen-
to los internos no contaban con armamento de fuego. La retirada po-
licial se detuvo en la segunda sala mientras disparaban furiosamente
hacia la zona de la escalera. El traslado de los pelotones rojos había
terminado en medio de los disparos de la guardia de asalto.
En el lugar también cayeron 3 combatientes del EGP. De no haberse
decidido salir a enfrentarlos para bloquear e impedir el ingreso de la
guardia al 1A, se hubiera producido una gran cantidad de víctimas en
el segundo piso, ya que, el boquete por donde pretendían ingresar, se
habría frente al pasadizo, entre las celdas y la pared de las ventanas
que dan al patio del pabellón, y todos los guardias llevaban un morral
de municiones y bombas para cargar sus fusiles y metralletas16.
Pero la ofensiva policial no se focalizó en los primeros pisos. Otro
frente se abrió en el último nivel.
El rígido cimiento del techo no cedió fácilmente. Los cinceles de
acero sometidos por las combas, penetraban apenas, abriendo ligeras
capas de cemento sobre la superficie del quinto piso. Decenas de hom-
bres esperaban su turno para levantar los pesados mazos y descargar
toda su furia. Debajo de ellos, el revestimiento comenzaba a despren-
derse; pequeñas partículas de cemento y polvo caían al tronar de los
golpes; poco a poco la estructura se iba debilitando. El especialista en
explosivos esperaba su turno ni bien la excavación sea lo suficiente-
mente grande como para activar la carga. Mientras sobrevenían los
golpes, el grupo de mujeres refugiado en ese nivel trabajaba envol-
República, en el mismo caso, advierte que la causa de la muerte del policía fue el fuego cru-
zado. …«no se puede descartar la posibilidad que algunos de los efectivos policiales heridos
e incluso el que falleciera durante el operativo, pudieran haber sido víctimas de los disparos
de sus propios compañeros de armas, esto es lo que se denomina ‘fuego amigo’, dadas las
características del ataque constante a que eran sometidos dichos pabellones por parte de
efectivos uniformados premunidos de armas de fuego de largo alcance». Véase sentencia…
Ob. Cit. Folio 3435. Esta posibilidad cobra fuerza en el Autoapertorio de instrucción del
Segundo Juzgado Supraprovincial que examina el Dictamen Pericial de Balística Forense
Nº 1760/92, por el cual Hidrogo Olano presenta dos heridas perforantes en la cabeza y una
herida penetrante en la externa del brazo, producto de disparos por arma de fuego de cali-
bre 9 mm. El documento pericial señala que el primer disparo fue desde abajo, en dirección
de adelante hacia la derecha; el segundo, pasa por el rebote del mentón y el tercero va des-
de atrás, hacia abajo y a la izquierda. No presenta características de corta distancia. Véase
Expediente Nº 2005-00045-1801-JR-PE-02. Corte Suprema de Justicia de la República.
16 de junio de 2005. Folio 4779. pág. 10 y 11.
16
Jorge D. «Carta… Ob. Cit.

Carlos Infante 221


viendo abundante trapo en el extremo de los palos de escoba y de al-
gunos fierros de construcción; luego de rociar combustible en el paño
aguardaban en sus puestos en espera de enfrentar a los agentes.
De pronto una violenta explosión arrojó a las internas a distintas
direcciones. El ladrillo del techo fue pulverizado y dejó al descubier-
to el armazón entrecruzado de fierros por donde la policía no logró
ingresar. Rápidamente las prisioneras alzaron las teas con dirección
al orificio lanzando bocanadas de fuego que, por algunos momentos,
contenía la presión policial.
El ataque prosiguió desde otro flanco, allí por donde estaban ins-
taladas las ventanas cubiertas de rejas a pocos centímetros del techo.
Durante el atrincheramiento, aquellos tragaluces fueron cubiertos
con frágiles planchas de metal extraídas de la base de los catres, pero
estas fueron perforadas fácilmente por la descarga de fusilería. Entre
los barrotes se abrían ligeras rendijas por donde fueron emplazados
varios fusiles que descargaban sus caserinas al sólo movimiento de
alguna interna por los angostos pasillos del cuarto piso. No pasó mu-
cho tiempo cuando se produjo la segunda víctima mortal.
[M]etían sus armas por todas las ventanas listos para disparar a quien
vieran y gritando que saliéramos; en ese momento un policía llegó
a vernos a mí y a mi compañera de celda, dentro de la celda, y nos
comenzó a amenazar [para] que salgamos. Vinieron otros más y co-
menzaron a llenar mi celda de todo tipo de bombas, gritando que sal-
gamos, comenzaron a balear la celda. Todo lo hacían por las ventanas.
Nosotras 2 nos acurrucamos bien al fondo de la celda ya que hasta ahí
no llegaba la bala. En un momento cesó todo esto, sacaron sus armas
de las ventanas y la chica que vivía conmigo en su desesperación salió
corriendo de la celda y me gritaba que la siguiera. Yo le dije que la
matarían pero ella corrió. Dio unos cuantos pasos y la balearon. Yo no
tenía forma cómo ayudarla ya que si salía, harían lo mismo conmigo y
con toda persona que se dejaba ver. Ella se llamaba María Villegas17.
María Pupetela Villegas Regalado tenía 24 años de edad cuando fue acri-
billada mortalmente. Los disparos le perforaron el abdomen, el tórax, el
brazo y el hombro. Resistió cuanto pudo. La autopsia Nº 2077 registra
un total de diez perforaciones de bala y aún así continuó con vida hasta
el 15 de mayo de 1992. Murió en una de las salas del hospital central de
la Sanidad Policial producto de una septicemia, peritonitis, y la perfora-
ción intestinal, entre otras heridas regadas en todo su cuerpo.
17
Testimonio de Patricia Zorrilla Castillo. List of... Ob. Cit. págs. 471 y 472.

222 Canto Grande y las Dos Colinas


Junto a María cayeron varios prisioneros derribados por el último
ataque. La mayoría de ellos presentaban heridas por esquirla en zo-
nas vitales. Isabel Moreno, otra prisionera que se encontraba en ese
nivel, terminó con heridas en la frente, pecho y estómago. Su relato
es elocuente:
En el techo había un forado desde allí un efectivo armado disparaba,
estaba con pasamontañas, sólo se le veía la cabeza y el arma […] dis-
paraban y lanzaban explosivos además de gases que causaban asfixia,
ardor y quemazón en el cuerpo18.

18
Testimonio de Isabel Moreno Tarazona. List... Ob. Cit. pág. 143.

Carlos Infante 223


© América Televisión
4 a.m. El ataque se inicia
en el pabellón femenino.
© América Televisión

6 a.m. Efectivos de la
DINOES ocupan el techo
del pabellón 1A
© América Televisión

8 a.m. Disparos a que-


marropa contra las in-
ternas.

224 Canto Grande y las Dos Colinas


La protesta crecía en todo el penal. Los internos comunes no de-
jaban de golpear todo objeto que causara un ensordecedor ruido. En
el pabellón 4B las agitaciones se producían con breves intervalos de
tiempo. Tras el sonido de una descarga, un coro de voces intentaba
opacar el eco de la explosión. El enérgico llamado a la resistencia re-
corría todos los pasadizos del establecimiento penitenciario. «Viva el
presidente Gonzalo», era el grito que abría las consignas19. Las amar-
gas voces de medio millar de hombres se repetían dos veces luego de
cada arenga. A ella le seguían expresiones como:
«¡Abajo el plan de genocidio diseñado por el imperialismo yanqui y
ejecutado por Fujimori, sus fuerzas armadas y fuerzas policiales ge-
nocidas!». «¡Soldado, subalterno de la policía nacional, que ganas un
sueldo de hambre, eres usado como perro carnicero, te tratan con la
punta del pie y te aplastan, desobedece a tus oficiales genocidas!».
«¡Soldado no seas cuchillo de tu propio pueblo: desobedece a tus ofi-
ciales genocidas!». «¡Oficiales genocidas, viles entorchados, solitin-
gos de salón, mequetrefes, valientes para matar, cobardes para morir,
la guerra popular los aplastará!». «¡Fujimori genocida, vende patria,
la guerra popular te aplastará!».
Las exclamaciones terminaban con una serie de compromisos.
«¡Nuestra decisión: resistencia heroica!». «¡Nuestro compromiso:
dar la vida por el Partido y la Revolución». La respuesta se sintió de
inmediato con los disparos hacia los pisos superiores del pabellón de
varones. Uno de los impactos, derrumbó a otro prisionero, Wálter
Huamanchumbo Morante. Una esquirla de bala se le alojó en el globo
ocular. Perdió la vista, pero sobrevivió.
Cerca de las once de la mañana, centenares de familiares aguar-
daban con angustia el cese de las hostilidades. Habían llegado muy
temprano a las afueras de la prisión; pues era un día de visita y no se
esperaban encontrar copiosas columnas de humo saliendo del edifi-
cio donde se encontraban las mujeres. El llanto y la impotencia eran
incontrolables, miraban cómo sus hijas estaban siendo masacradas y
asesinadas. Corrían de un lado a otro tratando de burlar el cordón po-
licial y lograr divisar mejor lo que venía ocurriendo en el interior. El
sonido de explosiones se incrementaba y las agitaciones de los prisio-
neros llegaban al exterior con cierta claridad a pesar de la distancia.
La muerte asechaba impíamente, las madres no estaban dispuestas a

19
Jorge D. «Carta…» Ob. Cit

Carlos Infante 225


esperar sentadas la entrega de los cadáveres de sus hijas; de un mo-
mento a otro, rompieron el cerco y comenzaron a avanzar con direc-
ción a la guarnición policial instalada en el centro carcelario. Briga-
das militares recibieron la orden de apoyar en el control externo, y la
masa enardecida de familiares fue nuevamente controlada.
¡Cuántas vidas truncadas y destruidas, cuántas cabezas jóvenes se
cubrieron de canas en aquellas horas sangrientas, cuántas lágrimas
vertidas! Y no se sabe si fueron más felices los que quedaron vivos con
el alma desgarrada […] con la pena, imposible describir, con la amar-
gura por la irreparable pérdida de los seres queridos!20
Decidido a no arriesgar la vida de sus hombres, el coronel Teófilo
Vásquez se mantuvo agazapado tras los escombros de la última trin-
chera del primer piso. Él mismo confiesa la enorme conmoción que
le sobrevino luego de varias horas de conflicto. La férrea resistencia
de los prisioneros, a base de armas caseras, llegó a afectar su moral.
Minutos antes estuvo a punto de perder la vida como resultado de
un fallido asalto al segundo piso. En su llamado a la rendición, la voz
del oficial reflejaba sobresalto y cierta angustia. Algo animado por las
últimas explosiones en el techo del edificio, anunciando el cerco a los
subversivos, llamó nuevamente a las prisioneras a rendirse: «¡Tienen
tres minutos!». «¡Salgan con las manos en alto gritando: me rindo
por mi Perú!», insistía una y otra vez. Del interior del edificio, una
furiosa voz estremeció el breve silencio: «!Que se rinda tu madre!
¡Entra hijo de perra!». En el 4B se preparaba una irrupción masiva,
todos los destacamentos conformados por seis a ocho combatientes,
se aprestaban a acudir en auxilio de sus compañeras.
Llevábamos en las manos galones de kerosene (sic.) o vinagre, para
contrarrestar los gases, y algunas armas consistente en fierros, lan-
zas o puñales hechos de trozos de catres, hasta ballestas y cerbatanas
hechos de tubos plásticos recalentados. Desde los primeros escalones
de acceso al ducto, la oscuridad era total. Unos compañeros nos guia-
ban con seguridad: ¡Avancen rápido! ¡Shhh, no hagan ruido! ¡no se
detengan! ¡Sigan compañeros, sigan! Sentíamos al lado de cada uno,
una compacta masa de combatientes y el silencio impuesto permi-
tía oír el chapoteo de los pies en el agua empozada, así, con el roce
de las manos y cuerpos en las paredes que a medida que avanzába-
mos, parecían acentuar su curvatura. Veinte metros más adelante, un
haz de luz penetraba proyectando un cono luminoso por el espacio

20
Ostrovski. Así se templó… Ob. Cit. pág. 107.

226 Canto Grande y las Dos Colinas


libre que quedaba al acceso casi obstruido al pabellón de los presos
comunes. La marcha se detuvo, siguió un murmullo y conversaciones
a media voz.­ –¡Compañero Leandro, aquí los comunes nos ofrecen un
revolver y dos granadas de piña!21 ¿Se acepta? –¡Leandro! ¡Leandro!
La voz corrió discretamente hacia atrás. Él se abrió paso entre todos
y dijo: –¡Recíbele! Y preguntó de inmediato: –¿Quién sabe manejar
granada? –¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo sé!, se escucharon varias voces. El [pre-
so] común intervino: –¡Cumpa, los tombos están amontonados en el
patio del 1A y detrás de la pared a la altura de la «tierra de nadie», se
les puede aventar las granadas desde el techo de mi pabellón! Martel
recibió las piñas y la tarea de atacar a los guardias. Partió en el acto.
A los dos minutos se iluminó un amplio espacio del ducto y permitió
ver el perfil de una escalera; fue cuando escuchamos: «¡Es inútil...,
!ríndanse! y salgan con las manos en alto gritando: ‘¡Me rindo por mi
Perú!’» «¡Tienen 3 minutos!»22
No bien se escuchó la respuesta, la policía arremetió con todo. Dis-
paró profusamente y ametralló el interior del salón del primer piso;
lanzó granadas de simulación y de humo hacia la altura de la escali-
nata; arrojó bombas paralizantes y vomitivas. Las balas arrancaban
trozos de ladrillo y de cemento. El asedio no daba tregua para cruzar
a salvo la cabina del segundo piso. La larga fila de prisioneros debía
arrastrarse sobre los escombros y fierros retorcidos, procurando ro-
dear el cuerpo del guardia abatido que yacía allí en medio del com-
partimiento. A sus costados, cientos de casquillos dejaban testimonio
de la feroz ofensiva policial.
Al poco rato, la densa bruma que levantaron las bombas comenzó
a disiparse. En ese momento seguían trasladándose los prisioneros
hacia las escaleras del 1A, en el breve tramo varios de ellos descubrie-
ron sus cuerpos y se pusieron a tiro de fusil. No bien asomaron la ca-
beza fuera de las redes del pasaje subterráneo, una ráfaga de disparos
barrió a algunos prisioneros. Cayeron en el intento de llegar al pabe-
llón 1A, Jorge Agustín Machuca Urbina y Jorge Muñoz Muñoz; con
el tiempo, el primero logró recuperarse, la bala le perforó la pierna,
mientras que el segundo no pudo resistir a la gravedad de sus heridas.

21
En una entrevista a otro prisionero se confirma este hecho. «[…] las explosiones hacían
temblar todo el penal… nosotros en la ‘tierra de nadie’ comenzamos a golpear con palos el
techo de las jaulas de los animales que eran de lata […] Del 4A, un grupo de comunes nos
llama ‘compañero’, ‘compañero’… a ustedes les va servir esto, tomen… entonces nos dan
una bolsa con granadas». Infante, Carlos. «El Papel de la prensa durante el genocidio en el
Penal de Castro Castro en mayo de 1992». 2003. pág. 107.
22
Jorge D. «Carta… Ob. Cit.

Carlos Infante 227


«Tenía todo los intestinos y el vientre destrozados, su pecho abierto»,
asegura un testigo. El joven cajamarquino de 27 años de edad, murió
recién al día siguiente, tras una larga y penosa agonía.
Otra vez, en la cabina del segundo piso, un certero disparo pro-
cedente del techo del «venusterio» hirió mortalmente a Jaime Gil-
berto Gutiérrez Prado. «… [E]l polo del compañero Jaime se había
enganchado en un fierro retorcido, por eso para desprenderse levantó
un poco el tronco, es ahí cuando lo asesinan», asegura un prisionero
que le seguía el paso a la víctima. Intentó continuar, pero sus signos
vitales ya no respondían. La descarga le perforó el tórax y penetró
hasta la altura de sus pulmones. El cuerpo del joven prisionero quedó
al descubierto, no había forma de retirarlo del lugar sin exponerse a
los francotiradores. Después le tocó el turno a Juan Manuel Conde
Yupari. Este debía evitar los escombros para no perecer como Gutié-
rrez. Estaba prácticamente al límite de la ventana; y por lo mismo, no
había forma de que sea abatido si los tiros llegaban desde un ángulo
frontal; sin embargo, la línea diagonal que imaginariamente se dibu-
jaba entre la ubicación del tirador y Conde Yupari le facilitó al prime-
ro dar con su objetivo. Conde Yupari recibió un proyectil calibre 7,62
mm en la cabeza y otro en la cara interna del pie derecho. El impacto
fue preciso; le destapó parte del cráneo: quedó allí tendido.
Los hechos se produjeron en contados segundos y no dio tiempo
para pensar cómo evitar la carnicería. Detrás de la larga fila de pri-
sioneros que cruzaban la «escalera de la muerte», se encontraba al
acecho otra unidad de élite al mando del coronel Teófilo Vásquez dis-
puesta a cobrar venganza por el repliegue al cual había sido obligado
y que, momentos antes, debió costarle la vida a uno de sus hombres.
Parecía no haber salida.
Simultáneamente, otro grupo se batía en duelo con la policía den-
tro del ducto que separaba los pabellones 1A y 1B. La situación era
aún más difícil en el cuarto piso donde la resistencia comenzaba a ser
controlada. Los uniformados habían ampliado el agujero del techo
ubicado a la mitad del bloque, dividiendo en dos los focos de defensa
instalados en ese nivel. Mientras un grupo de internas se guarecía al
final de la cuadra presionado por el letal ataque, otro contingente de
prisioneras repelía los disparos con antorchas a través del orificio.
Pero la superioridad bélica era evidente, los fusiles se impusieron y
provocaron el repliegue de las reclusas hacia el lado de la escalinata.
Cubiertos por sus compañeros, un grupo de efectivos descendió al

228 Canto Grande y las Dos Colinas


cuarto piso, registró las celdas ubicadas al final y encontró a varias
internas. Una a una, fueron arrastradas hacia el forado por donde las
subieron al techo de la construcción.
Me tiraron al techo y comenzaron a quitarme todo y a romper mi ropa
y decían ‘ésta está asfixiada’. En ese momento vi que sacaban a más
personas, todas mujeres, y semi-asfixiadas totalmente asustadas y al-
gunas con ataques de nervios. Nos tiraron al techo y por momentos
nos golpeaban y decían que nos matarían23.
Junto a Patricia Zorrilla, la policía detuvo a Elita Torrejón y Bene-
dicta Lluyali, una mujer de 70 años de edad, quien dominada por el
pánico, sólo atinó a refugiarse debajo del camarote de cemento que
estaba empotrado en una de las celdas. En este grupo también esta-
ba una interna con problemas de desequilibrio mental, se trataba de
Lucy Huatuco Fuentes a quien le atacó una crisis nerviosa durante
el bombardeo. Los comandos cogían de los cabellos a las internas y
las arrastraban hasta el agujero. Allí, con un pequeño esfuerzo, eran
lanzadas a la azotea del edificio, donde otros esperaban su turno para
cogerlas. Pronto, estarían en el techo, tiradas boca abajo además de
las anteriores, Angélica Maldonado, Judy Mejía Chávez, Magda Ma-
teo Bruno, Magda Mariano Ramón, Nélida Zavaleta, Lilia Solís, Ne-
lly Rivera, Mery Morales y Luis Godoy Jara. En total, 13 prisioneros.
Una vez arriba, fueron rodeados por, aproximadamente, 40 miem-
bros del operativo fuertemente armados, tenían cubierto el rostro con
pasamontañas y no cesaban de insultarlos y golpearlos.
Yo me sentía morir, y no podíamos movernos para nada. Yo estuve
atrás de mis compañeras, en un momento sentí un chorro de agua,
sentí un ligero alivio que duró tan poco porque después me di cuenta
que se trataba de un policía orinando sobre mi cuerpo. Sentí mucha
indignación y asco […]. A cada una nos tenía con el arma apuntándo-
nos siempre en la sien, mientras otros, vociferando insultos de toda
clase, caminaban sobre nuestros cuerpos y otros groseramente nos
amenazaban con violarnos pasando sus varas de goma sobre el cuerpo
e intentando introducirnos por la vagina24.
Las órdenes iban y venían. Se preguntaban si debían bajarlas, man-
tenerlas en el techo, usarlas como escudo humano o asesinarlas. Era
una forma de atormentarlas. Una hora después comenzó el descenso

23
Testimonio de Patricia Zorrilla Castillo. List... Ob. Cit. pág. 470.
24
Testimonio de Elita Torrejón Rubio. List... Ob. Cit. pág. 575.

Carlos Infante 229


por la parte posterior del edificio. Atadas por debajo de los brazos con
gruesas cuerdas de hilo, las deslizaron una por una. Algunas se en-
contraban prácticamente desnudas cuando se inició su traslado entre
la mirada de odio y lujuria de decenas de guardias. En la llamada
«tierra de nadie», más uniformados aguardaban la orden de ingreso
al pabellón; al ver salir a las prisioneras, formaron rápidamente un
callejón humano para asegurarles un recorrido tormentoso hasta las
instalaciones de la guarnición y de allí a las celdas de castigo del pe-
nal. Permanecieron en Castro Castro por algunas horas más hasta su
«mudanza» a las instalaciones del penal de Chorrillos.
La muerte de varios internos decía mucho de los afanes policiales.
Definitivamente, la intención del Estado caminaba muy lejos de la
idea de un traslado, por lo menos con vida, de las prisioneras. Algo
sintomático, sin embargo, se observaba en los móviles del ataque, su
ejecución prácticamente reprodujo la dinámica de un operativo rea-
lizado seis años antes en la isla de El Frontón, lugar donde se hallaba
instalado el penal San Juan Bautista. En 1986, los reclusos, antes de
sublevarse, desplegaron una campaña informativa destinada a preve-
nir a la opinión pública del proyecto de exterminio masivo disfrazado
de traslado que venía preparando el régimen de entonces. Ante los
medios de comunicación, el grupo de delegados de El Frontón ratifi-
caba su decisión de resistir a una operación con propósitos siniestros,
incluso, ofreciendo la vida si fuera necesario. La respuesta en aquella
época no tardó en llegar, el encargado fue el general Luis Cisneros
Vizquerra quien no ofreció sus reparos en asegurar lo siguiente: «Hay
que darles gusto… Es uno de los pocos gustos que les podemos dar a
los subversivos. Si ellos así lo prefieren, que firmen un acta y que se
proceda. El Estado satisfará sus deseos personales»25. Y cumplió con
su palabra: la carnicería terminó con 254 prisioneros muertos.
En 1992 le tocó el turno a Alberto Fujimori. Debía corresponder
a la decisión de los internos de Castro Castro cuando aseguraban:
«Somos una sola carne y un solo cuerpo y para sacar a uno, tendrán
que matar a todos». El compromiso del gobierno de «acabar con la
subversión” se organizó sobre la base de una política de exterminio de
comunistas, con procedimientos más sofisticados que los implemen-
tados por el régimen de Alan García Pérez. De este modo, Fujimori
dispuso la operación militar para el 6 de mayo.
Según se sabe, la dirigencia del 4B puso en marcha un plan de
25
Cristóbal, Juan. «¿Todos murieron?» 1987. pág. 30.

230 Canto Grande y las Dos Colinas


contingencias para responder al ataque y pasar a una contraofensi-
va. El riesgo era enorme y las posibilidades de obtener muchas bajas
eran igualmente altas; pero se confiaba en el factor sorpresa, aquella
condición subjetiva que le había dado importantes resultados en las
operaciones guerrilleras en el campo y la ciudad. Un destacamento de
prisioneros debía salir por la puerta principal del pabellón, dirigirse a
toda marcha hacia el grupo de policías que se encontraba apostado en
los alrededores de la rotonda, al centro del penal, reducirlos rápida-
mente y arrebatarles el armamento. La orden se dio y al momento de
producirse la salida, luego de haber retirado los costales que soporta-
ban la puerta principal, la llave quedó atascada en el ojal de la puerta,
al punto de quebrarse. El plan fracasó y alertó inmediatamente a la
policía que comenzó a disparar contra el pabellón.
Las balas de los AKM encontraron pequeños espacios por donde in-
gresaron a la cabina del tercer piso del pabellón de varones. De pron-
to, un cuerpo se desplomó frente al grupo de prisioneros que se en-
contraba en el lugar: era César Augusto Paredes Rodríguez. Un súbito
disparo le había penetrado de lleno la frente, abriéndole literalmente
la cabeza. Aún con vida, su rígido y robusto cuerpo se resistía a morir.
Bajo de estatura y de recia complexión, a sus 41 años, se esforzaba
por controlar la mirada mientras era trasladado al interior del piso.
La sangre emergía incontrolable y se derramaba por los apretados
corredores del ambiente. A los pocos minutos, murió.
El traslado masivo continuó por los ductos hacia el pabellón 1A.
Mientras ocurría esto, los internos lograron recuperar parte del cuar-
to piso. La policía tuvo que retirarse hacia los techos arrojando a su
paso toda clase de químicos destinados a debilitar la ofensiva. La lle-
gada de más prisioneros al pabellón femenino contribuyó a reforzar
los piquetes de contención. Pero la marcha no terminaba, más de
cuatrocientos hombres se deslizaban sigilosamente por esos pasadi-
zos subterráneos, utilizados por la población penal como desfogue de
los deshechos. Los francotiradores hallaron nuevos blancos. Pasada
la una de la tarde cayó abatido Lucio Cuadros Illaccanqui, víctima de
varios disparos. Una bala se depositó en la cabeza, otra le perforó el
tórax y dos más quedaron alojados en ambos brazos. Su cuerpo, en
pocos segundos, dejó de moverse.
Al mostrarse inevitable la muerte, varios internos intentaron cu-
brir la pequeña puerta lateral que conectaba el gallinero con las esca-
leras del ducto por donde debían transitar los prisioneros. La copiosa

Carlos Infante 231


lluvia de balas imposibilitaba el trabajo; fue entonces cuando cayó
abatido Sergio Campos Fernández.
Tratábamos de colocar unos costales llenos de arena en la puerta que
da al gallinero para la entrada del ducto […] ¿Porqué [sic.] estábamos
colocando esos costales? Para impedir que esos francotiradores sigan
asesinando más prisioneros, porque todos los que por allí pasaban
morían, allí es donde le dan a Sergio Campos, le dan en el pecho, a mí
me alcanza en la pierna derecha, otra me roza en la parte del tobillo.
Pude cubrir mi cuerpo en la pared. Cuando volví los ojos donde está
Sergio, él ya se estaba poniendo blanco. Dijo unas palabras para su
familia, me agarró fuerte, sus ojos no expresaban desesperación26.
Minutos después, corría la misma suerte Luis Ángel Llamas Mendo-
za. Cuando lo quisieron recoger, su cuerpo estaba caliente: presenta-
ba quemaduras de tercer grado. Un explosivo había detonado cerca
de él, derribándolo al piso y sometiéndolo a una alta temperatura que
le produjo un estado de shock terminal. Sin embargo, el dictamen pe-
ricial de balística forense Nº 1694/92, advierte la existencia de un ori-
ficio en la cabeza provocado por un disparo de bala calibre 7,62 mm,
realizado a corta distancia. Más adelante otro cuerpo yacía tendido en
el camino. Julio César Moreno Núñez murió instantáneamente luego
de haber recibido un certero tiro en la cabeza. Uno a uno, los pri-
sioneros eran presa fácil de las hordas asesinas. Los que sobrevivían
llegaban hasta el piso superior arrastrándose.
La advertencia a través del megáfono volvió a escucharse. Los re-
lojes marcaban las 2:45 p.m. Para entonces, un destacamento espe-
cial de internos, en el 1A, venía preparándose para poner en marcha
una acción audaz, mientras otros dos grupos se aprestaban a darle
seguridad en la operación. Tan pronto como terminó el traslado de
prisioneros de un pabellón a otro, uno a uno, el destacamento gue-
rrillero de asalto recibió una granada tipo piña y un explosivo casero.
El responsable político de dicho pelotón se puso a la cabeza seguido
de su mando militar; sujetaba un revólver en la mano derecha y en
la otra, una bomba casera. Sin mediar más palabras, los ocho guerri-
lleros corrieron piso abajo. Debían descender varios escalones hasta
la altura del descanso de las gradas, arrojar los explosivos y ponerse
a recaudo; la misión era poco menos que suicida. Desde el flanco iz-
quierdo la mira telescópica de los fusiles PG500 situados en la azotea
de los pabellones 7A y 7B, no retiraba la vista de la ventana descubier-
26
Testimonio de Carlos William Gonzales Celedonio. List... Ob. Cit. pág. 225.

232 Canto Grande y las Dos Colinas


ta a media altura, esperando el movimiento de algún prisionero para
eliminarlo allí mismo; en el otro flanco los fusiles del destacamento
policial apuntaban a esa zona desde el interior del salón. Los rebeldes
parecían no tener oportunidad alguna. El factor sorpresa sería útil
sólo con los dos o tres primeros hombres, luego, todos estarían al
alcance de sus verdugos. En efecto, era una ventaja que la policía no
supiera qué maniobra estaban preparando los maoístas. Simultánea-
mente, otro contingente de prisioneros retiraría el bloque de cemento
superpuesto a la mitad del segundo piso, una especie de entrada (o de
escape), desde donde arrojarían los explosivos contra la policía que se
encontraba agazapada debajo de ellos.
El ataque no demoró mucho. El primero de los combatientes res-
piró hondo, quitó el seguro de la granada y se lanzó en tropel. Des-
cendió dos escalones, se detuvo a centímetros del límite de la pared
a donde apuntaban los francotiradores del 7A y arrojó con fuerza el
proyectil hacia el interior de la primera sala. Su suerte parecía estar
echada; pero la reacción de la policía no fue dispararle sino buscar
refugio al percatarse del explosivo activado. El prisionero no perdió
tiempo y retornó al piso superior. Exhaló suavemente y se aprestó a
guiar al siguiente compañero: «Lanza la granada hacia la puerta», le
dijo; el segundo hombre bajó en la misma forma y disparó el proyectil
hacia el lugar indicado. Mientras retornaba, la explosión de las grana-
das removió ligeramente los cimientos del edificio. El tercer hombre
debía hacer lo mismo: descendió un par de gradas y lanzó el artefac-
to; subió y se arrojó al piso en espera de la explosión. Segundos más
tarde, la última detonación dio el aviso para la irrupción del destaca-
mento de prisioneros; un grito continuo acompañó el recorrido de los
combatientes hasta el primer ambiente, otro grupo le seguía de cerca.
En pocos instantes, el primer piso había sido recuperado.
Los internos levantaron la barricada nuevamente a la altura de la
puerta, mientras los agentes se guarecían tras la primera grieta abier-
ta en el patio principal. En su precipitada retirada, el oficial abando-
nó el altavoz y algunas armas de fuego. En el piso, restos de sangre
anunciaban heridas en los efectivos policiales27; las gotas describían
un zigzagueante camino hasta desaparecer en el exterior.
Las agitaciones volvieron a escucharse desde aquel megáfono con-

27
Aunque no existe informe médico que dé cuenta de las lesiones de Teófilo Vásquez, su tes-
timonio precisa que fue herido en esas circunstancias producto de esquirlas de explosivos.

Carlos Infante 233


fiscado a la policía; en los pisos superiores cientos de voces al unísono
respondían las arengas. Se trataba de un golpe moral a las fuerzas
de seguridad que minutos antes invitaban a la rendición a través del
mismo altoparlante. Dominado el espacio, nuevos grupos se concen-
traron en el lugar; la directiva era recuperar aquel ambiente y el pa-
tio del pabellón. En medio de los disparos, un grupo de prisioneros
se arrojó a la segunda sala, provocando el repliegue de la policía; el
contingente rebelde se dispuso a continuar la persecución a pesar de
las escasas armas que había logrado obtener; pero antes de salir a la
rampa que unía el «aula taller» con el campo abierto, fueron alcanza-
dos por varias ráfagas de fusil lanzadas desde arriba, desde la azotea
del edificio28. Los cuerpos humeantes de Marcos Ccallocunto Nuñez y
Fidel Castro Palomino yacían sobre el frío cemento; otros cinco hom-
bres cayeron junto a ellos. Un inaceptable descuido los había puesto
a merced de los uniformados.
La ráfaga cayó como un golpe seco penetrando su recia consti-
tución. Marco era un obrero ayacuchano que se unió a la guerrilla,
algunos años atrás, hastiado de la miseria a la que había sido em-
pujada la heroica tierra de donde provenía. Su corazón aún latía y
sus signos vitales parecían darle una oportunidad para continuar con
vida. Cuando se detuvieron los disparos, sus compañeros lograron
arrastrar los cuerpos de ambos jóvenes, trasladándolos al interior del
pabellón para intentar salvarles la vida. Fidel Castro, un muchacho de
apenas 21 años de edad, había entregado su vida por los ideales que
con tanta vehemencia defendía.
Preparando el reforzamiento de las posiciones en el primer piso se
había ordenado que un mayor número de compañeros bajara por la
abertura secreta construida en la trinchera. Varias decenas ya se en-
contraban allí y otros tantos nos disponíamos a bajar cuando la guar-
dia realizó un rabioso contraataque29.
La resistencia en aquel territorio se mantuvo a pie firme. La policía no
avanzó más y concentró su ataque en la barricada alzada en esa po-
sición, mientras todo el contingente emprendió el retorno al 4B. Los

28
El edificio dispone de una curiosa arquitectura; el muro del primer piso que da al patio
central no se encuentra en la misma dirección de las paredes superiores. Aquel, se eleva has-
ta cierta altura y se conecta con la pared del segundo nivel mediante una cubierta de metal
(utilizado como tragaluz) extendida en línea oblicua. Sus anchas rendijas dejaban al descu-
bierto el cuerpo de los comunistas, quienes se encontraban de bruces sobre el pavimento.
29
Jorge D. «Carta… Ob. Cit.

234 Canto Grande y las Dos Colinas


especialistas en demolición comenzaron a perforar la superficie del
cuarto piso, el que fue ocupado por una cuadrilla de agentes especia-
les luego de desalojar a las rebeldes. La intensidad del combate que
tuvo lugar allí no fue la misma que se produjo en la azotea; la libertad
de maniobra y el reducido piquete de internos, facilitó el avance. La
dirigencia comunista estimó necesario el envío de guerrilleros entre
hombres y mujeres al cuarto nivel para hostigar a los guardias y dar-
les a sus compañeros el tiempo suficiente en el desplazamiento masi-
vo que habían emprendido. Abajo, en el salón principal, la trinchera
resistía a duras penas el intenso ataque policial; los internos lo hacían
tiro por tiro y en intervalos prolongados.
A media tarde, Teófilo Vásquez era relevado del operativo por el
general Abraham Malpartida Salazar, jefe de las unidades especia-
les de la entonces VII Región Policial de Lima y el general Federico
Hurtado Esquerre, jefe de la Dirección Nacional de Operaciones Es-
peciales. La decisión había sido tomada luego de una serie de coor-
dinaciones entre Briones Dávila, Ministro del interior de entonces,
Adolfo Cuba y Escobedo, director general de la Policía peruana y el
alto mando policial acantonado en el establecimiento penitenciario.
La visita de ambos oficiales, venía acompañada de una notoria pre-
ocupación sobre la atmósfera del operativo. Era necesario que el mis-
mo comando se hiciera cargo de las acciones. Malpartida era conoci-
do por sus hombres como el «Cacique», debido a sus notorias ínfulas
como oficial. Tan pronto como se hizo cargo, dispuso la evacuación
del capitán Jorge Loyola Felipe y otros seis efectivos a la Sanidad Po-
licial. Ninguno presentaba herida de arma de fuego. A partir de ese
momento, el operativo adoptaba una dimensión mayor. Las unida-
des especializadas se dividieron en varios grupos. Uno de ellos volvió
a tomar la azotea del 1A. Otros dos pelotones reforzaron el ataque
contra los internos que en esos momentos pugnaban por cruzar la
«escalera de la muerte».
El regreso no fue menos dramático que la venida. Sobre las cinco
de la tarde, uno por uno, el contingente recorrería cerca de 40 metros
hasta el 4B soportando la descarga bélica. El temor volvió a circular
entre los internos tan pronto como se colocaban frente a las escaleras
del pabellón femenino. El descenso debía llevarse a cabo arrastrando
el cuerpo por las gradas del ducto y evitando ponerse a tiro de fusil.
Sin embargo, en el trayecto, una pequeña ventana descubierta, insta-
lada originalmente a media altura del primer piso, a un costado de la

Carlos Infante 235


puerta principal del pabellón, registraba el ingreso constante de los
disparos. Una visita reciente a dicho centro penitenciario nos confir-
ma que a pesar de los años transcurridos y la refacción practicada a
la infraestructura del edificio, los orificios aparecen copiosamente en
las paredes interiores de aquel pasaje, habiendo, incluso, atravesado
el marco metálico de la ventana.
Los más robustos llevaban a cuestas el cuerpo maltrecho de los
heridos y, en la mayoría de los casos, en donde las lesiones eran de
gravedad, el traslado debía hacerse en frazadas; otros cogían galone-
ras con agua y combustible, medicinas, alimentos y todo cuanto podía
ser útil para continuar la resistencia. En el lugar donde horas antes
fueron asesinados varios internos, volvieron a registrarse nuevas víc-
timas. Allí cayeron Carlos Aguilar Garay, Vilma Aguilar Fajardo y El-
mer Lino Llanos. El primero presenta un tiro de fusil en la cabeza.
Vilma, en cambio, fue derribada por una salva de proyectiles, cayó
rodando por las escaleras hacia el fondo del ducto. Tenía destrozada
la arteria femoral del muslo derecho ocasionándole una hemorragia
incontrolable y aunque fue trasladada al 4B, donde se sometió a una
rústica intervención de emergencia, su debilitado cuerpo, a los 61
años de edad, no le dio oportunidad para continuar con vida.
Al llegar al sótano comencé a ayudar a las prisioneras que bajaban
y no conocían el camino en medio de la oscuridad. En ese trayecto
cayó rodando las escaleras la prisionera Vilma Aguilar. Una ráfaga
[le] había alcanzado el abdomen y las piernas. La cargué y mientras la
llevaba al 4B su sangre empapaba mi ropa y agonizaba30.
En el caso de Elmer Lino, la muerte le sobrevino luego de ser herido
por dos impactos de bala. Una de ellas quedó alojada en el hígado,
había ingresado por el lado izquierdo de la caja toráxica. La otra le
abrió el abdomen. Falleció en la sanidad policial al cabo de varios días
de angustiosa agonía.
Extraña y terrible paradoja: el día entraba a su final; pero la ma-
sacre se hallaba en pleno apogeo. Rosa Luz Aponte Inga era la si-
guiente. El dictamen pericial de balística forense registra un impacto
en la región lumbar izquierda. La sangre fría con la que actuaban los
francotiradores no daba tregua a los heridos, cuyos cuerpos eran re-
pasados en algunos casos. Pero se trataba de una cuestión de moral.
Las fuerzas del Estado probablemente convencidas de la necesidad
30
Testimonio de Luis Rosendo Pinedo Manrique. List... Ob. Cit. pág. 149.

236 Canto Grande y las Dos Colinas


de proteger el sistema y, con él, las iniquidades que atormentan a
los de abajo. En cambio, para los comunistas, la disposición a «dar
la vida» sin descubrir mayor aflicción frente a la muerte, reflejaba
una fe inconmovible, una convicción, una creencia fortificada con el
sufrimiento contenido, «con la exasperación para alcanzar el valor de
la lucha y la inspiración en la defensa política»31.
El traslado de decenas de heridos no se contuvo. La impresionante
caravana de hombres y mujeres concentraba a distintos grupos en-
cargados de transportar agua, víveres, querosene y materiales, cuya
utilidad sería requerida luego; todos los prisioneros comenzaron a
trasladarse a la nueva trinchera, mientras la resistencia en el cuarto
piso del 1A, decrecía por momentos.
[L]a Dirección había planteado que reforcemos el atrincheramiento
y que no permitamos que ingresen […] los perros seguían abriendo
boquete, seguíamos con las lanzas... Los miserables se corrieron, no
pudieron tomar el 4° piso y algunas compañeras que estaban al fondo
del 4° piso lograron salir porque los miserables querían cogerlas; el
contingente [de prisioneros] siguió esperando para aniquilar y confis-
car medios porque sabíamos que de todas maneras iban a bajar, [sic.]
estos miserables se ensañaron, seguían tirando bombas, disparaban.
La Dirección me manda a decir que yo utilice el medio para garantizar
lo cual se hizo así, esperamos, y la Dirección planteó que subiéramos
por el mismo hueco que la reacción había hecho, entonces le dije que
de todas maneras va a garantizar una guerrillera casi «kamikase», con
la [camarada] D. entonces sonreímos y nos dijimos ¡éxitos!, lo que
teníamos que hacer es lanzar granadas por el techo, lo cual se hizo,
un éxito más del Pdte. Gonzalo, fueron la [camarada] D., el compa-
ñero Sergio y la [camarada] A., se garantizó la acción; por lo menos
4 miserables muertos, pero de eso no dicen nada, los muy cobardes
decían: ¡camilla!, ¡ay!, me han tirado plomo, no disparen; cobardes
cómo gritaban, daban asco. Nosotras seguimos en el 4° piso dispues-
tas a asumir la contención32.
Desde el cuarto piso, el grupo de prisioneras que contenía el avance
policial, atrincheró la puerta del compartimiento que unía a los dos
niveles superiores y se aprestó a retirarse; abajo, el último destaca-
mento de contención esperaba el descenso de sus camaradas para de-

31
Chamán. «Los prisioneros…» Ob. Cit. pág. 40.
32
Del folleto «Gloria al Día de la Heroicidad. Testimonio de sobrevivientes del genocidio
en el penal de Canto Grande de 1992». Asociación de Familiares de Presos Políticos, Des-
aparecidos y Víctimas de Genocidio. AFADEVIG. Primer Aniversario. 1993.

Carlos Infante 237


sarrollar el repliegue final; en su retirada los prisioneros sembraron
el área con algunos «cazabobos», una especie de explosivos simula-
dos que debía mantener alejados a la gendarmería.
Alrededor de las 6 de la tarde, cuando el crepúsculo hacía su in-
greso, los últimos prisioneros terminaban su arribo al pabellón 4B.
Sin embargo, las explosiones y los disparos continuaron por algunas
horas más.
Por encima de las 9 de la noche, Malpartida ordenó el cese del
fuego; lentamente, el grueso contingente policial procedía al relevo.
Nuevos piquetes comenzaban a tomar posición de puntos estratégicos
para continuar esporádicamente el asedio contra ambos pabellones.
La superioridad logística de los agentes, les otorgaba enormes venta-
jas para su desplazamiento por los pabellones conexos; sin embargo,
el elemental instinto de conservación y la necesidad de supervivencia,
facultó de otras condiciones a los cientos de prisioneros, no sólo para
prolongar su resistencia sino, eventualmente, para revertir el ataque.
El alto mando castrense se vio obligado a convocar inmediata-
mente a una reunión con los responsables del operativo. La prolon-
gada resistencia de los internos estaba fuera de los cálculos militares
y amenazaba convertirse en un serio problema. Los superaban en
hombres, armas y pertrechos y, aún así, no pudieron doblegarlos. Fu-
jimori venía siguiendo de cerca las maniobras; sus oficiales le daban
cuenta minuto a minuto de los detalles de las operaciones. El despla-
zamiento de tropas, armamento, helicópteros y la logística necesaria
debió resolver la situación en el más breve plazo; sin embargo, sus
estadísticas ya registraban una baja y gran cantidad de contusos entre
los policías; desconocían, por otro lado, el número de víctimas en las
filas enemigas, sólo habían logrado «capturar» a doce mujeres y un a
varón en el último nivel del pabellón femenino.
El balance inicial terminaría marcando una derrota para la estra-
tegia gubernamental. La opinión pública capitalina, visiblemente a
favor del proyecto golpista y de la necesidad de «castigar» a los res-
ponsables de la destrucción del Estado, comenzaba a girar repenti-
namente al advertir la inconsistencia de un argumento que pretendía
justificar una masacre de prisioneros. Fujimori estaba seguro que un
manejo inapropiado de la opinión pública terminaría por condenarlo
al fracaso; el problema de tiempo era vital en sus planes. La reunión
de los responsables del operativo se trasladó de Castro Castro a la

238 Canto Grande y las Dos Colinas


Comandancia General del Ejército, donde el jefe de Estado se encon-
traba refugiado.
Entre tanto, el pabellón rojo, convertido en morada de centena-
res de prisioneros, entre mujeres y varones, se mantuvo en relativo
silencio, sus estructuras aún se encontraban intactas; los grupos de
vigilancia fueron reforzados en todos los pisos, mientras el grueso de
combatientes organizados en aparatos militares descansaba sobre el
frío pavimento de las celdas y pasadizos a la espera de nuevas direc-
tivas. Algunos, sin mucho apetito, ingerían los alimentos que minu-
tos antes un grupo de prisioneras habían distribuido. Los diálogos se
hacían en voz baja recordando los momentos de gran tensión vividos
durante el día; se preguntaban por uno y otro compañero, si habían
caído en la refriega o estaban heridos. A pesar de la oscuridad, en la
superficie de los pisos se sentían los restos de materiales que fueron
quemados para contrarrestar los efectos de los gases lacrimógenos;
de vez en cuando había quienes se tropezaban con los pequeños es-
combros. En lo posible, el pasadizo debía estar libre de obstáculos, los
integrantes del aparato de salud iban y venían trasladando heridos
a la sala denominada «Nuevo Poder», ubicada en el ala extrema del
tercer piso donde fue instalado el quirófano. En él se concentraron
médicos y asistentes, cuya vinculación con el PCP, en algunos casos,
fue fortuita. En total, se contabilizaron 47 heridos, algunos con signos
de gravedad extrema que requerían una operación inmediata.
Carecíamos de varías cosas, instrumental principalmente, no tenía-
mos pinzas hemostáticas, sólo uno para músculos, tampoco portabis-
turi ni portaagujas, [sic.] tampoco instrumentos para hacer el lavado
de intestinos, ni aspiradora para secar la sangre de la cavidad abdo-
minal, no teníamos luz, era de noche, tampoco una camilla aparente
(quirófano), no sabíamos el tipo ni grupo de sangre del camarada,
tampoco equipo de transfusión (bolsas de sangre), ni guantes qui-
rúrgicos, los camaradas D. y F. evaluaron esta situación y decidieron
operar de todas maneras, era la vida de un combatiente, no se podía
ser un espectador estático de su muerte33.
Las carencias eran notorias. A pesar de haber dispuesto de un tópi-
co relativamente equipado, la precariedad de los instrumentos para
practicar intervenciones de alta cirugía era evidente, tanto más cuan-
do muchos de los medicamentos habían sido empleados para la aten-

33
AFADEVIG. «Testimonio… Ob. Cit.

Carlos Infante 239


ción de internos durante el día. Sin embargo, la solidaridad se impuso
a las limitaciones y comenzaron a operar. Francisco Morales Zapata,
un estudiante del último año de medicina se hizo cargo de la inter-
vención quirúrgica; la anestesia, los signos vitales, el instrumental, la
iluminación, el laboratorio y la asistencia para cualquier eventualidad
fueron asignados a distintos prisioneros, de acuerdo a sus respectivas
experiencias médicas. Las operaciones se practicaron toda la noche.
Sobre los instrumentos que faltaban para hacer la incisión, se les re-
emplazó con las propias manos, para el lavado de los intestinos se cor-
tó una manguera de venoclisis y se la unió a una jeringa, la más grande
que teníamos (20cc) y la aspiración era manual, sobre la iluminación
utilizamos vela y una linterna, a esta última se le acabaron las pilas,
culminamos la operación con velas, no teníamos tampoco camilla es-
pecial así que se operó en el piso, sobre el tipo y grupo de sangre uti-
lizamos una «prueba cruzada», es decir unimos la sangre del herido
con la del donante en una placa de vidrio bien limpia. Si había agluti-
nación quería decir que no era compatible y si no había aglutinación
entonces era compatible, no sabíamos qué grupo, ni tipo de sangre
era, tampoco si estaba infectada, esto lo averiguamos preguntando a
los donantes. Que sea compatible era suficiente en ese momento, no
teníamos equipo de transfusión así que cortamos dos equipos de ve-
noclisis y los unimos quedando las agujas en los extremos, así tenía-
mos una vía para inyectar la sangre de cuerpo a cuerpo34.
El esfuerzo fue notable. El equipo de salud «Norman Bethune» que
agrupaba a los estudiantes de medicina hacía honor al nombre de
aquel extraordinario galeno. Bethune fue un médico canadiense que
había probado su vocación de servicio médico durante la guerra de
resistencia contra el Japón, habiendo sido asignado al VIII regimiento
del Ejército rojo. Los ocho integrantes de aquel equipo lograron arran-
carle a la muerte más de un prisionero herido. Lamentablemente, la
gravedad de las lesiones en otros hizo que las intervenciones quirúrgi-
cas no fueran tan auspiciosas y la muerte volviera a asomar su rostro.
Los pesados cuerpos sin vida de cinco prisioneros debían ser trasla-
dados a la Sala «Atreverse» ubicada al fondo del segundo piso, donde
se velarían sus restos. Sí, frente a la precariedad de las circunstancias,
el ritual andino habría de honrarse alumbrando sus cuerpos con algu-
nas velas que debían rodearlos. «‘Luz, más luz’ a la hora de la muer-

34
AFADEVIG. «Testimonio… Ob. Cit.

240 Canto Grande y las Dos Colinas


te»35 debía vencer a las sombras del sueño eterno y prolongar la vida.
La noche avanzaba lenta y pesadamente. Con el cansancio a cues-
tas, muchos prisioneros quedaron dormidos. Sentados sobre el piso o
en algún cartón, recogían las piernas y trataban de juntarlas al pecho
para provocar algo de calor o, tal vez, para evitar que este se fuera. La
reunión de los miembros de la Dirección de ambas trincheras había
terminado con una férrea cohesión; cada dirigente, cada mando debía
hacer lo propio en sus aparatos agrupando al contingente a su cargo.

Los mitos periodísticos

Muy de madruga, los bloques de papel impreso rodeados por re-


sistentes correas de fibra plástica dejaban entrever prominentes titu-
lares y enormes fotografías del espectacular operativo. Los paquetes
saltaban de mano en mano desde la camioneta hasta terminar en los
pies de los vendedores de diarios. En pocas horas no habría ejempla-
res en los quioscos capitalinos; a pesar de la eminente ventaja de la
televisión que aún mostraba imágenes de la intervención, los limeños
esperaban recoger mayores precisiones de aquello que en la víspera
resultó ser una impresionante operación militar. La prensa registró
sus más altos índices de venta, no era para menos. Los titulares de La
Tercera se mostraban apocalípticos: «‘SL’ desata infierno en Castro
Castro» y al interior decía: «Chacales de ‘SL’ desatan orgía de sangre
en penal». Mientras que La República alzó la noticia a partir de las
cifras: «10 muertos, 15 policías heridos… Terroristas presos se de-
fienden con armas, explosivos, ácido…» «Se rinden 19 mujeres sub-
versivas. Reclusas huyen hacia pabellón de senderistas a través de tú-
neles». Las portadas resumían con gran imaginación los argumentos
que habrían de exponer en el interior de sus páginas.
Para El Comercio la jornada del día anterior no tenía nada que ver
con un ataque policial, menos con una masacre. Su titular de portada
aseguraba enfáticamente: «Diez muertos deja motín terrorista en Can-
to Grande. Para impedir traslado de reclusas». Pero la temeridad ma-
yor se mostró en el diario Ojo, el encabezado reflejaba otra visión. «A
sangre y fuego acabó motín en Canto Grande con 8 sediciosos muer-
tos. Terroristas amotinadas acribillan 12 policías». Finalmente Extra
propuso un escueto titular. «Soldados y policías toman pabellones de
35
Molina, Esperanza. Identidad y Cultura. 1995. págs. 91-92.

Carlos Infante 241


terroristas. Un muerto y 10 heridos en penal de Canto Grande».
Los experimentados editores de los diarios limeños, a sabiendas
del éxito que habrían de conseguir con la venta de periódicos gracias
a los acontecimientos de la víspera, no desaprovecharon la oportu-
nidad para incorporar a su habitual publicación una edición especial
acerca de los sucesos. Desde los ojos de la prensa, la tragedia vivida
en el interior del penal de máxima seguridad de Castro Castro, se pre-
sentaba como un acto de rebeldía irracional producto del fanatismo
delirante de los subversivos. Las empresas periodísticas se negaban
a admitir que a intramuros los sediciosos protagonizaban una feroz
resistencia en el intento por preservar sus vidas. El motín era simple-
mente inaceptable pues salía de su absoluta comprensión.
En una sangrienta intervención policial, que tenía como objetivo
trasladar del penal de Canto Grande a unas 100 mujeres acusadas de
terrorismo, hasta ayer resultaron muertos dos policías y ocho subver-
sivos, tras una violenta refriega en la que los terroristas atacaron a las
fuerzas del orden con metralletas, explosivos y otras armas de guerra.
La enérgica acción de las autoridades, iniciada a las 4:00 de la ma-
drugada de ayer […] el espectacular despliegue de soldados y policías
tiene por objeto rodear la prisión en prevención de intentos de fuga y
otros desmanes de los subversivos36.
Bajo la misma perspectiva, El Comercio desarrolla el informe acerca
de los acontecimientos advirtiendo en primera instancia que los re-
sultados de la refriega no guardan relación directa con la incursión
policial, sino con la reacción de los subversivos a quienes responsabi-
liza de la muerte de internos y policías37.
Ocho internos por terrorismo y dos policías resultaron muertos ayer, a
raíz de una violenta resistencia que ofrecieron los reclusos sediciosos
del penal de Canto Grande durante una operación destinada a trasla-
dar a más de un centenar de mujeres hacia la cárcel de Chorrillos38.
Al interior de sus páginas, Ojo convierte a las víctimas en verdugos y a
los victimarios en mártires. Lo que para unos merecía cierto cuidado,
36
Diario La República. Especial. Jueves 7 de mayo de 1992. pág. 2. Véase el diario El Co-
mercio. Policial. 14 de mayo de 1992. pág. A11 y Revista Oiga del 18 de mayo de 1992. Sus
discursos se orientan en el mismo sentido.
37
Qué curioso, un mes más tarde, el Poder Judicial controlado por la dictadura, abrió
instrucción penal contra 23 prisioneros sobrevivientes acusándolos de haber dado muerte
a sus propios compañeros. Véase Autoapertorio de fecha 2 de junio de 1992 a cargo del
Décimo Juzgado de Instrucción de Lima.
38
Diario El Comercio. Portada. 7 de mayo de 1992.

242 Canto Grande y las Dos Colinas


para el diario que entonces dirigía Fernando Viaña, la responsabili-
dad de las ocurrencias suscitadas en Castro Castro no requería mayor
razonamiento. El «culpable» estaba a la vista de todos.
«Amotinadas estaban atrincheradas en túneles y ductos. Ataque a cus-
todios fue a bombazos y balazos». [Su entrada narraba los hechos del
siguiente modo:] Dos efectivos policiales murieron ayer al ser atacados
por subversivos amotinados en el pabellón 1-A del penal Castro Castro
de Canto Grande cuando se realizaba un operativo para trasladarlas al
centro penitenciario Santa Mónica de Chorrillos. En un primer comu-
nicado el Ministerio del Interior informó que en la acción 12 policías
habían sido acribillados, quedando cuatro de ellos de gravedad39.
La información se proyectaba a describir un escenario en donde la
realización del operativo de traslado se desarrollaba en forma inopi-
nada y absolutamente pacífica. Dicha calma habría sido alterada cuan-
do los policías fueron sorprendidos por avezados subversivos que los
acribillaron sin compasión luego de amotinarse. ¿De dónde surgían
estas inexactas apreciaciones? Las fuentes que inspiraron las crónicas
periodísticas se redujeron a los comunicados oficiales; sólo había que
añadirle algo de literatura elegante para lograr su digestión entre los
lectores; eventualmente, el discurso podría resistir algo de pasión.
Muy entrada la noche del miércoles, las redacciones de los medios
recibieron la única versión sobre las circunstancias de las maniobras
militares. El lacónico comunicado suscrito por la Oficina de Comuni-
cación Social del Ministerio del Interior daba cuenta de lo siguiente:
El Ministerio del Interior pone en conocimiento de la opinión pública
lo siguiente: 1° En cumplimiento a las disposiciones impartidas para
continuar la intervención del pabellón 1-A del establecimiento penal
Miguel Castro Castro de Canto Grande, los efectivos policiales encar-
gados de las operaciones lograron ocupar y controlar el mencionado
local, constatando que las reclusas que lo ocupaban, se habían despla-
zado hacia el pabellón 4-B, para internos por terrorismo, empleando
túneles y ductos construidos en forma anticipada. 2° En el mencio-
nado pabellón se encontraban ocho cadáveres de varones, todos ellos
delincuentes terroristas y los restos de un miembro de la PNP asesi-
nado con explosivos, cuando desarmado participaba en la primera in-
tervención. 3° Como resultado de la operación, se ha logrado reducir
a doce internas…40

39
Diario Ojo. Edición N° 8610. Jueves 7 de mayo de 1992. pág. 3. Algo similar se dice en el
diario La República. Especial. 17 de mayo de 1992. pág. 4.
40
Diario La República. Especial. Jueves 7 de mayo de 1992. pág. 2.

Carlos Infante 243


Pero, si el ánimo de la prensa era justificar la sangrienta intervención
policial, era seguro que debía omitir de su vocabulario aquel concepto
tan arraigado entre los de abajo que abriría heridas en los oídos de la
clase dominante peruana. La resistencia se había hecho para sopor-
tar cualquier forma de sometimiento, pero fuera de los alcances de
la historia, esta palabra era poco menos que un sacrilegio. No obs-
tante, los apologistas del statu quo, refugiados tras el velo alienante
de la mediación, descontaban de plano cualquier desequilibrio en el
espacio público tanto más si, pactado o no, los medios periodísticos
en general repetirían en coro el mismo discurso. Le Bon habla de ese
mecanismo del que tanto se valen quienes, por interés, apuntan a so-
meter enormes masas.
Cuando una afirmación ha sido suficientemente repetida, con una-
nimidad en la repetición […], se constituye aquello que se llama una
corriente de opinión e interviene el potente mecanismo del contagio.
En las masas, las ideas, los sentimientos, las emociones, las creencias,
poseen un poder contagioso tan intenso como el de los microbios41.
De esta manera la «afirmación», la «repetición» y el «contagio» son
convocados para iniciar aquel proceso de construcción de la natura-
lidad sobre lo irreal, de transformar el sentido en forma, de elaborar
el mito.
Roland Barthes (1988) acepta en el mito un robo de lenguaje en
donde la palabra exterioriza cierta inocencia42 y su búsqueda por re-
producirse en ese estado trasciende, sin advertir, intenciones ocultas
de los elementos generadores de discursos míticos. Mediatizadas las
frases del relato, fácilmente ingresan al espacio de la naturalización
del concepto. Si se precisa que el agente policial fue asesinado con ex-
plosivos cuando desarmado participaba en la primera intervención,
lo que se hace es incorporar al pensamiento colectivo la figura de la
cobardía, del «asesino a mansalva», del «enemigo endemoniado»
como afirmación inequívoca del discurso. En el imaginario popular
habría de reconstruirse la escena colocando a los bandidos en posi-
ción de asecho frente al inocente. Sin embargo, el imperativo cate-
górico del enunciado sería demasiado frágil y correría el riesgo de
desmoronarse, de no contar con los mecanismos de «repetición» y
«contagio» al que Le Bon atribuye la capacidad de afirmación social,
41
Le Bon. Psicología… Ob. Cit. pág. 94.
42
Barthes. Mitologías. Ob. Cit. págs. 224 y 225.

244 Canto Grande y las Dos Colinas


capacidad inclusiva de los medios.
Es cierto que el inconsciente de los lectores habría de liberar con-
fusamente la interrogante acerca de cómo es que la muerte alcanza,
además del guardia desarmado, a una docena de prisioneros cuyos
cuerpos presentan perforaciones en la cabeza y en el tórax43; pero,
aquella incógnita, sólo sería absuelta mucho tiempo después. Mien-
tras tanto, la intensidad del relato hará de aquella forma de entendi-
miento una cuestión de acostumbramiento o naturalización colectiva
acerca del concepto.
Y, si el mito llegó a oponer cobardía e inocencia en el discurso
oficial, la prensa reforzó con singular éxito la naturalización de otra
idea: el «mito de la fuga», de la amenaza latente de una evasión ex-
presada en la supuesta existencia de un túnel, destinado a facilitar un
posible escape masivo de internos.
También se dio a conocer que las reclusas que ocupaban el pabellón
1-A, luego de los sangrientos sucesos, se desplazaron hacia el pabe-
llón 4-B, destinado para internos por terrorismo, empleando túneles
y ductos construidos en forma anticipada44.
Se referían tendenciosamente a la red de canales subterráneos cons-
truida como parte del sistema de desagüe del penal. Se les atribuía a
los prisioneros, premeditadamente, tanto en el discurso oficial como
en el de la prensa, la responsabilidad sobre la construcción de aquello
que el público lector desconocía. En el imaginario popular no estaría
la imagen de conductos reforzados de concreto armado recorriendo
gran parte del penal y uniendo a los 12 pabellones, diseñados primi-
geniamente para evacuar los deshechos sólidos de la penitenciaría.
En el inconsciente colectivo se articularían imágenes de debilitadas
estructuras de una cuenca artesanal, angosta y amorfa describiendo
un largo pasaje en donde las personas sólo podrían desplazarse arras-
trándose con evidente dificultad.
El mito vuelve una y otra vez en los distintos argumentos del relato
43
En la edición del viernes 8 de mayo de 1992, La República señala que «la mayoría de los
fallecidos presenta impactos de bala en la cabeza, el tórax y el abdomen, aunque algunos
habrían muerto asfixiados por los gases lacrimógenos y paralizantes». Después de los pro-
tocolos de necropsia, se confirmó que no hubo un solo fallecido por asfixia, como elemento
determinante para la muerte de algunos internos.
44
Diario La República. Especial. Jueves 7 de mayo de 1992. pág. 2. El mismo mito se pre-
senta en distintos medios. Véase la revista Sí. Edición N° 273. Lunes 18 de mayo de 1992.
pág. 28; Diario Ojo. Edición del martes 12 de mayo de 1992. pág. 3; Diario La República.
Edición del miércoles 13 de mayo de 1992. pág. 14.

Carlos Infante 245


periodístico:
[…] un número de reclusos hombres atacaron desde el pabellón de
mujeres y explicaron que esta acción fue posible porque los terroristas
han logrado construir túneles y ductos que unen a ambos pabello-
nes..45
Necesitaba hacer permeable el concepto, naturalizarlo e imponerlo
en la conciencia colectiva valiéndose de sus generadores de imagina-
rios. Y es que «el mito sólo puede ser aceptado si se convierte, para la
mirada del individuo, en una suerte de imposición a la que está some-
tida igualmente toda la sociedad en que aquel participa»46. En buen
romance, se trataba de administrar una forma de violencia simbólica;
no importaba demasiado si la declaración se hacía furtivamente o de
modo evidente, el imperativo se proyectaba en ese camino. El ejem-
plo nos lo concede El Comercio:
Pabellón de mujeres se comunica por túneles al de hombres. Allí es-
condieron armas y explosivos que no fueron hallados en requisa.
Entonces, surge el tercer mito: el «poder escondido», el «poder so-
brenatural» reflejado en la existencia de un «arsenal de armas y ex-
plosivos». Sólo un «poder» como ese podía explicar aquella insólita
resistencia de los insurgentes. Pero la emergencia de este mito no
reconoce autoría específica en la prensa. Ella ha servido únicamente
para propagar cierta configuración simbólica engendrada en lo des-
conocido; pues, a nuestros ojos, no sería sino resultado de la produc-
ción extraída del magma oficial.
Al contar un mito, oyentes individuales reciben un mensaje que no
viene, por hablar propiamente, de ningún sitio; esta es la razón de
que se le asigne un origen sobrenatural. Así es comprensible que la
unidad del mito se proyecte en foco virtual: más allá de la percepción
consciente del oyente, que de momento sólo atraviesa, hasta un punto
donde la energía que irradia será consumida por el trabajo de reorga-
nización inconsciente, desencadenado anteriormente por él47.
Como todo relato arraigado, el mito del «poder escondido» debe ser
45
Diario La República. Especial. Jueves 7 de mayo de 1992. pág. 3.
46
Kolakowsky citado por Godofredo Taipe en «Dos soles y lluvia de fuego en los andes:
estudio de los valores sociales en los mitos andinos». Tesis doctoral. ENAH. México. 2003.
pág. 28.
47
Lévi Strauss citado por Taipe en «Dos soles y lluvia de fuego…» Ob. Cit. pág 39. La per-
cepción acerca del origen del mito la comparte López Austin en el mismo texto.

246 Canto Grande y las Dos Colinas


impuesto y terminará como algo acabado e incuestionable.
A pesar que los distintos informes dan cuenta del intercambio
de disparos o del uso de explosivos por ambas partes, el interés por
afianzar el mito no cambia; es más, el relato lo vigoriza. No admite
la desproporcionalidad o el desequilibrio en armas de los grupos en
contienda; por el contrario se esfuerza por presentar a los internos
en una situación de amplia ventaja frente a sus celadores. A la sazón
volvemos al mito que opone cobardía e inocencia.
…las terroristas resistieron a sangre y fuego con armas y explosivos
caseros que habían logrado fabricar días antes. […] Efectivos de la
DOES tuvieron que recurrir a explosivos para derribar varios muros
donde las sediciosas se habían atrincherado y donde habían colocado
‘quesos rusos’ y bombas molotov48.
El mito parece no admitir razones ni realidades. Por ejemplo, cuan-
do se incorpora al relato el uso de artefactos explosivos caseros, no
se busca reconocer la debilidad bélica de los insurgentes, sino, por
el contrario, hacer escarnio de él; explotar al máximo la debilidad a
favor de afirmar el mito, y, si por allí, surge algún resquicio de duda
sobre la idea que la sostiene, la capacidad argumentativa reelabora
formas para mantenerlo vigente e irrefutable. Veamos el siguiente
segmento:
De otro lado, explicaron que los internos, aprovechando el total des-
gobierno que ha existido en prisión, han destruido los equipos de co-
cina para impedir el abastecimiento de alimentos por parte del penal.
Dijeron que de ese modo obligaron a las autoridades a autorizar el
abastecimiento de alimentos por parte de los familiares, los mismos
que se les hacía llegar en canastas, bolsas y otros medios. Se presume
que de esa forma los reclusos han podido recibir armas de fuego, ma-
terial de construcción y otros elementos que les han permitido atrin-
cherarse en verdaderos fortines inexpugnables49.
Se trata únicamente de hacer uso del lenguaje en cuyas entrañas se
gesta el mito; intiman una relación que los hace solidarios a decir de
Müller. El mito se nutre de elementos de los que está compuesto el
lenguaje. Sin embargo no son idénticos en sus estructuras, precisa
Godofredo Taipe (2003).

48
Diario Ojo. Jueves 7 de mayo de 1992. pág. 3. Para el mismo mito véase el diario Ojo.
Jueves 14 de mayo de 1992. pág. 3.
49
Diario La República. Jueves 7 de mayo de 1992. pág. 3.

Carlos Infante 247


El lenguaje ofrece siempre un carácter estrictamente lógico; el mito
parece desafiar todas las reglas lógicas: Es considerado incoherente,
caprichoso e irracional. El mito es reconocido como un aspecto del
lenguaje, pero un aspecto negativo: el mito no se origina en sus virtu-
des, sino en sus vicios. Es cierto que el lenguaje es racional y lógico,
pero, por otra parte, es también una fuente de ilusiones y falacias. El
logro mayor del lenguaje es a la vez fuente de sus defectos. El lenguaje
no es tan sólo una escuela de sabiduría, es también una escuela de
desatino. El mito revela este último aspecto; no es más que la oscura
sombra que el lenguaje proyecta sobre el mundo del pensamiento hu-
mano. Así se presenta a la mitología como patológica: es una enferme-
dad que empieza en el campo del lenguaje, y que luego se difunde, en
una peligrosa infección, por todo el cuerpo de la civilización humana.
Cubierto de ese velo desnaturalizador, el mito encuentra en el len-
guaje no sólo los elementos culturales para sostener estructuras nada
genuinas, sino que la concibe como fuente inspiradora de absurdos
arquetipos50.
Pero ¿qué se pretende con los mitos? ¿Acaso, únicamente, deslegi-
timar la resistencia de los internos? Esperanza Molina (1995) consi-
dera que la creación de mitos tiene un doble objetivo. «Por un lado
fortifican la existencia de objetos capaces de producir miedo y, por
otro, proponen los remedios para conjurarlo»51. Es el miedo el que
se esconde detrás de los mitos; saber que de una forma u otra puede
afectarnos y alcanzarnos. De cualquier modo el mito invoca la nece-
sidad de sometimiento, de perennizar en el tiempo y el espacio un
«algo» del cual no se tiene otra opción que la de aceptarlo, simple-
mente. «Que acribillen a inocentes sin misericordia», que «el asesi-
no esté provisto de armamento sofisticado» y que «pretenda fugar
por túneles», describe una secuencia lógica de un trayecto en donde
el discurso simplemente es soporte mítico. Pero el temor no tendría
mayor razón para ser convocado si no se provoca de paso una forma
de reacción o respuesta que establezca las estrategias para defender-
nos de esos temores. He allí el segundo objetivo de los mitos: cómo
conjurar el peligro que se cierne en la existencia misma de los subver-
sivos, sino se comienza por rechazarlos o por «liquidarlos». Junto a
estos mitos podemos reconocer otro corpus, cuya simbología se ofre-
ce, aún, mejor elaborada que las anteriores.

50
Taipe C., Godofredo. «Dos soles y lluvia de fuego…» Ob. Cit. pág. 50. Basa su apreciación
en la propuesta de Müller.
51
Molina. Identidad…. Ob. Cit. pág. 87.

248 Canto Grande y las Dos Colinas


No obstante, debemos precisar que hay mitos y mitos. Los mitos
que la fantasía del presente elabora y aquellos que la historia deman-
da. De estos últimos se nutre el alma humana; pues, como dijera
Mariátegui, el mito mueve al hombre de la historia, sin ningún mito
la existencia del hombre no tiene sentido histórico. Este es el mito
liberalizador, el otro es un mito que descubre su pobreza y vacío his-
tórico, no trasciende más allá del espacio temporal en donde actúa,
no sobrevive, aunque apunta a demoler al otro. Este es el mito desle-
gitimado, el que se desmorona al más ligero desequilibrio.
En efecto, en Caretas Nº 1211 el mito sucumbe a su propio relato52.
[Parece] poco creíble que una parte del arsenal presuntamente captu-
rado a los senderistas incluyera numerosas granadas de mano intac-
tas. Una versión indica que el mismo día que se anunció que Alberto
Fujimori iba ir al penal, los oficiales pidieron al personal que entrega-
sen su provisión de granadas para que fueran colocadas como parte
del material de guerra incautado a los terroristas. En verdad, si los
senderistas hubieran tenido ese arsenal, el número de bajas entre los
efectivos policiales hubiera sido considerablemente mayor y –dado
el fanatismo de los sediciosos– difícilmente habrían sido entregadas
intactas a sus captores53.

La moral en conflicto: 7 y 8 de mayo


En el pabellón 4B, la cohesión había concluido. El nuevo refugio de
varones y mujeres se aprestaba a soportar otra jornada intensa. Las
sombras de la noche comenzaron a disiparse y antes que llegaran los
rayos solares, las balas de los atacantes volvieron a golpear los muros
de concreto. El contingente maoísta comenzó a ubicarse en sus em-
plazamientos dispuesto a no ceder «espacio» al enemigo, mientras
esporádicos disparos de fusil procedentes del exterior terminaban su
trayectoria a la altura de la pared donde días antes, un mural de pa-
pel escrito, en letras amarillas sobre un fondo rojo, proclamaba a los
cuatro vientos el sentimiento de las naciones oprimidas: «Yankees go
home». Ante el inminente ataque, aquel mensaje pronto fue reempla-

52
En la edición N° 1210 Caretas asegura lo siguiente: «La situación era difícil e incierta,
porque nadie entre los de la PNP se atrevía a acercarse más debido a las armas de largo
alcance que estaban empleando los subversivos». Edición del martes 11 de mayo de 1992.
pág. 80.
53
Revista Caretas. Edición Nº 1211. Martes 19 de mayo de 1992. pág. 38.

Carlos Infante 249


zado por otra consigna: «¡No al genocidio!».
Desde la cabina del cuarto piso, los internos confirmaron la llegada
de otro convoy militar. Algunos medios hablaron de dos mil efectivos
policiales especializados en antimotines y en operaciones antisubver-
sivas, expertos en explosivos y contraguerrillas, junto a un batallón
del Ejército conformado por cien hombres más54. Es posible que el
número de uniformados haya alcanzado esas cifras; sin embargo, lo
cierto es que, dentro de aquel agrupamiento, destacaba uno de los
altos oficiales de triste recordación en el mortífero ataque del 9 de
mayo. Desde su cuartel general en el fundo Barbadillo, Jesús Manuel
Pajuelo, entonces coronel de la policía, llegaba al mando de 330 hom-
bres pertenecientes al regimiento «Trueno». Junto a él, descendió de
un vehículo blindado el comandante Jorge Lamela Rodríguez, cuya
dotación parecía ser la mejor equipada de todos los grupos. El ar-
mamento orgánico destinado a su personal consistía en fusiles AKM
calibre 7,62 mm; ametralladoras PKM calibre 7,62 mm, cuyas muni-
ciones encajaban en una cinta en lugar de las cacerinas; fusiles PG500
con mira telescópica, parecidos a los AKM; fusiles lanzagranadas de
40 mm, simples y múltiples; chalecos antibalas; visores nocturnos;
granadas de mano, y alrededor de 120 municiones de reserva para
cada efectivo de élite. Otro oficial que llegaba a bordo del convoy fue
Estuardo Mestanza Bautista a la cabeza de 30 efectivos.
El arribo de más refuerzos armados con equipo moderno y sufi-
cientes pertrechos de guerra sólo anunciaban el recrudecimiento de
las acciones previstas para las siguientes horas. El primer grupo que
descendió de los caspi o entre command cars, se desplazó ligeramente
a los interiores del penal, mientras que el otro destacamento, confor-
mado por soldados del Ejército, rodeó la infraestructura y avanzó a
las alturas del cerro, desde donde un posible ataque, una fuga masiva
o el desborde de cientos de familiares que aguardaban en las postri-
merías del penal debía ser controlado.
En las afueras del centro de reclusión el cordón policial había exten-
dido la valla a quinientos metros a la redonda, aprovechando la ligera
disminución de familiares por la noche. Algunas personas optaron por
regresar a casa para volver muy temprano. Los más de ellos, dispues-
tos a desafiar la copiosa lluvia de la fría noche en aquel invierno ade-
lantado, decidieron mitigar su cansancio reposando bajo improvisados
54
Diarios El Comercio y Ojo. Edición del viernes 8 de mayo de 1992.

250 Canto Grande y las Dos Colinas


campamentos, hechos de plástico y cartón. Su angustia era enorme;
la absoluta incomunicación de sus familiares al interior de la cárcel
hacía imprevisible el destino de los suyos. «¿Estará con vida?, ¿tendrá
heridas?, ¿habrá comido?, ¿cómo estará?»…, parecían ser las únicas
inquietudes que oprimían el afligido corazón de las madres.
Mientras tanto, algunos medios de información escrita advertían
la creciente tensión:
En toda la capital los rumores [que] hablaban de una inminente ‘ma-
tanza’ como la que ocurrió anteriormente en El Frontón y Lurigancho
se intensificaron55.
En efecto, los luctuosos hechos de mayo de 1992 condujeron a la co-
munidad nacional e internacional a recordar la monstruosa matanza
de los penales en 1986, donde fueron asesinados 254 presos políticos,
gran parte de ellos, con disparos en la cabeza.
La llegada de la caravana de vehículos militares, puso en pie rápi-
damente a decenas de mujeres; los inesperados visitantes se toparon
con las fijas miradas llenas de impotencia, dolor y rabia de la gente.
Llegaban los verdugos de sus hijos. Muy pronto esa furia contenida
explotó, la lluvia de piedras y deshechos se esforzaba por dar alcance
a los esbirros. El griterío comenzó a propagarse por los alrededores
y la barrera humana terminó por perder el control de la situación. La
gente volvió a avanzar con dirección a la guarnición del local peni-
tenciario al tiempo que la guardia de contención retrocedía con ellos.
Fue necesario otro destacamento policial para sofocar los amagos de
motín en las afueras de la prisión; en breve tiempo lograron conte-
ner a la turba que habría de mantenerse con entereza durante los si-
guientes días. A esa hora, cientos de familiares comenzaban a llegar
de todas partes.
El sábado 2 de mayo mi hijo me dijo «llévate la guitarra por si acaso,
llévate algunas ropas que tengo, no vaya ser que pase algo», me de-
cía… Hasta me da calosfríos [sic.] todavía cuando me recuerdo… Allí
estábamos mirando, con Francisco Soberón, Pablo Rojas y un padre
que no recuerdo su nombre […] ¡Dios mío!, ¡qué cosa ha pasado!, dije
cuando llegué y me encontré con muchas madres que lloraban lejos
del penal. No nos dejaban pasar los policías… La gente decía: «¡Están
bombardeando! ¡Están bombardeando!...» Miré al penal y me puse a
llorar; lloré y lloré de impotencia. Quise hacerme la valiente y tratar

55
Diario La República. Especial. Viernes 8 de mayo de 1992. pág. 2.

Carlos Infante 251


de pasar; pero los policías nos insultaban, disparaban sus armas y nos
botaban con bombas56.
La noticia se propagó rápidamente por todo el territorio nacional sa-
liendo, incluso, de las fronteras peruanas. Esa mañana, las cadenas
de televisión y los corresponsales extranjeros se instalaron en los al-
rededores, buscando reducir la pequeña distancia que los separaba
del escenario de combate. Pugnaban por registrar la mejor toma de
los hechos que venían ocurriendo en el interior del penal. Las señales
de los medios masivos de difusión también alertaron a muchos de
los familiares de los prisioneros residentes en el interior del país de
donde procedían gran parte de los internos. Pronto, estarían frente al
penal Castro Castro.
El movimiento en la trinchera roja no cesó un instante. Pequeños
piquetes de prisioneros trepaban las escaleras raudamente trasladan-
do sacos de arena desde el huerto del pabellón hacia el cuarto piso.
Las gradas que conducían a la azotea se encontraban prácticamen-
te selladas; los costales habían sido dispuestos cuidadosamente de
modo que el ingreso policial por el techo estaba virtualmente blo-
queado. Otra barricada aguardaba su turno en el cuarto nivel lista a
ser tapiada en caso de que las fuerzas de seguridad burlasen el control
de la primera línea de fuego. Catres, puertas, rejas y toda plancha de
metal reforzaron los puntos más sensibles del edificio, dejando pe-
queños respiradores ante un inminente ataque con gases químicos.
Otro grupo conformado por mujeres y varones, preparaba hisopos
gigantes que luego habrían de ser usados como antorchas. La diri-
gencia de los internos debía prever todos los detalles para continuar
su resistencia hasta donde sea posible. Las lecciones aprendidas del
ataque de la víspera al pabellón de las mujeres sirvió significativa-
mente. Lo mismo hizo el comando de las fuerzas gubernamentales
que reformuló el plan de operaciones y mantuvo cuidadosa atención
en el operativo durante toda la jornada.
Abraham Malpartida instaló su centro de comando en la Preven-
ción del penal desde donde debía monitorear las maniobras. Junto a
él se hallaba el jefe del segundo grupo operativo, el general Federico
Hurtado Esquerre, además de otros oficiales de menor graduación.

56
Diario La República. Especial. Viernes 8 de mayo de 1992. pág. 2.

252 Canto Grande y las Dos Colinas


Los acompañaba la fiscal Mirtha Campos57 y el director del estableci-
miento penitenciario Gabino Cajahuanca Parra. El personal destina-
do a la seguridad de aquel centro de campaña vestía uniforme verde
olivo, manga larga, y lanza granadas simples y compuestas, escopetas
lanza gas; así mismo, portaba fusiles FAL y G3, abundante munición
y su pistola de reglamento STAR calibre 9 mm. El armamento de los
efectivos de la DINOES no era muy distinto.
La bulla no cesaba en los pabellones comunes, los internos restre-
gaban frenéticamente sus vasijas y ollas de metal contra los barrotes
de las celdas produciendo un sonido estridente en todo el penal. La
suspensión de la visita desde el día anterior comenzó a producir una
furibunda reacción contra las autoridades; puesto que muchos de los
presos compensaban la deficiente dieta alimenticia con el apoyo de
sus familiares, cuyo acceso al penal no fue restablecido sino hasta
después de algunas semanas de los sucesos. Turbados por el atrope-
llo, acaso el más vil de los agravios, su furor estaba a punto de estallar
y desencadenar nuevos motines.
Sin embargo, la previsible reacción de los comunes no interrumpió
el operativo. La policía se aprestaba a lidiar con otro frente al colocar
involuntariamente a toda la población penal al lado de los ocupantes
del 4B. Pronto, el suministro de medicinas, víveres e, incluso, algunas
armas cortas provenientes de los pabellones contiguos al inmueble
subversivo se hizo intenso; a cada agitación de los combatientes, un
grito de satisfacción emergía desde las galerías de los pabellones co-
munes. La solidaridad, entonces, se hizo notoria entre los internos;
el desafío a los verdugos convocaba, de modo casi natural, el aliento
colectivo produciendo un curioso placer entre los reclusos.
Respaldados o no, el grueso de prisioneros estaba dispuesto a re-
sistir. De cuando en cuando el grito al unísono rompía el silencio:
«Viva el presidente Gonzalo, jefatura del Partido y la Revolución» y
la enorme masa se ponía de pie, levantaba el puño derecho y repetía
vehementemente el lema. Después, otra consigna y el procedimiento
habría de conducirse de la misma forma. En el cuarto piso aguar-

57
Emilio Alfaro Camerón y Marcelino Salas Sánchez, dos de los fiscales que arribaron al
penal la madrugada del 6 de mayo, debieron retirarse esa misma tarde del establecimiento
penitenciario. Sus objeciones a realizar el traslado en medio de un bombardeo y disparos
de fusilería no lograron disuadir a Mirtha Campos, quien autorizó el retiro de ambos abo-
gados. Véase declaración testimonial de Emilio Alfaro Cameron ante el Segundo Juzgado
Penal Supraprovincial. Corte Suprema de Justicia de la República. Folio Nºs 5771 y 5772.

Carlos Infante 253


daban varios destacamentos guerrilleros de la fuerza especial, de la
fuerza local y la de base. Desde «Rojos guerreros», «Victoria de la
Clase», «Asaltar el poder», etc. –nombres con los que se identifica-
ban a los aparatos militares en prisión– hasta el último pelotón se
encontraban allí, en grupos de 6 a 8 hombres esperando alguna señal
para repeler el ataque y provocar una eventual intervención policial
que los condujera a una lucha cuerpo a cuerpo.
Durante las siguientes horas, sólo se oyeron disparos y una que
otra explosión. Al cerrar la mañana, pequeñas patrullas policiales
recorrían sigilosamente los pasadizos del pabellón 1A que, hasta la
víspera, fue el albergue de más de un centenar de mujeres. El edificio
prácticamente se encontraba en escombros; pequeñas columnas de
humos se alzaban todavía a lo largo de los cuatro niveles; colchones,
ropas, maderas y todo cuanto podía ser consumido por el fuego, yacía
en cenizas. Las huellas dejadas por el devastador ataque provocaban
espanto en los visitantes. Al llegar a la cabina del segundo piso, el es-
cenario se mostraba impresionante. Los cuerpos malogrados de algu-
nos de los internos abatidos en la mañana del 6 de mayo se encontra-
ban tendidos, tiesos, cubiertos por ese polvillo gris que al momento
de ser sofocado el fuego, comenzó a sentarse en la superficie del piso
y sobre los muertos. A un costado, boca abajo y desarmado, descan-
saba el cuerpo inerte del guardia Jorge Hidrogo Olano, su uniforme
de campaña mostraba aún las marcas de la cruenta batalla. Más aba-
jo, la «escalera de la muerte» seguía dominada por la oscuridad, y a
pesar de la existencia de una puerta y ventana ubicadas hacia el lado
de la rotonda del penal, solo ingresaban lívidos haces de luz natural
que no hacían sino ayudar a formar pequeñas sombras; en las pare-
des laterales aún permanecían incrustados restos de balas y, entre los
escombros del piso, los casquillos de las municiones se contaban en
cientos. Tres de los cuerpos inertes de los prisionero, que no lograron
sortear el asedio policial, se hallaban tendidos, cubiertos por cascajos
de la construcción desprendidos a raíz de la presión de fuego.
La idea de una resistencia sin mayores pertrechos que instrumen-
tos artesanales y algunas armas de fuego obtenidas el primer día no
cuajaba en la comprensión de los policías que recorrían aquellos an-
gostos pasillos. Qué fe extraña mueve a los subversivos, preguntá-
banse los agentes, para entregar la vida alegremente por una utopía,
para no mostrar temor por el poderío militar de sus celadores, para

254 Canto Grande y las Dos Colinas


seguir resistiendo a pesar de la notable diferencia en armas y sumi-
nistros. Pero allí estaban, al frente, encerrados en un pabellón al que
habían convertido en un refugio o una posible tumba, agitando lemas
desafiantes, cantando himnos y marchas proclamando su victoria.
Mientras que en las filas de las fuerzas del orden, a pesar de la im-
presionante capacidad logística, sorprendentemente, la duda parecía
aflorar muy a menudo entre la tropa. El temor estaba latente como lo
asegura el propio Teófilo Vásquez y, por momentos, ese mismo temor
abochornaba a los experimentados soldados de las fuerzas de élite.
Asi, esa «locura», ese «fanatismo», que se les adjudicaba a los se-
guidores de Guzmán, sólo podía explicarse desde una adecuada com-
prensión de la moral, de aquella forma de conciencia capaz de enten-
der lo que ocurre más allá de las fronteras normativas y de la propia
metaética reguladas por determinadas sociedades y culturas. Es de-
cir, comprender la moral –como la entendían los insurgentes– no en
base a parámetros preestablecidos o a una conducta social adquirida
arbitrariamente, sino como producto de una elaboración que respon-
da al arreglo de la realidad, de ese impulso prominente de coherencia
y extrema articulación entre el mundo y el hecho de pensar, sentir y
hacer algo que se estima correcto y justo. El convencimiento de obrar
bien a partir de esa correspondencia, desde la lógica marxista, se en-
frenta al fanatismo y a la locura, los somete y los sepulta.
En los subversivos –a menudo se oía decir– el interés por hacer
girar la rueda de la historia debía incorporar algo más que el simple
deseo, que la sola convicción en aquello que estaba lejos del sortilegio
o de la obra divina. Debía hacerse carne y conciencia. Debía conver-
tirse en obra humana de exclusiva transformación y progreso, donde
la maldad entendida en su real dimensión no tuviera lugar. Y aún
cuando para muchos el levantamiento insurgente (o cualquier expre-
sión de rebeldía) no era sino una combinación de sinrazón58 y simple
aventura, en donde el operador principal, decían, era la maldad y la
muerte, la conciencia moral volvía a articular los móviles de la histo-
ria, del inagotable flujo de la existencia social.
Desde esa óptica, la muerte quedaba reducida a un simple fenó-
meno más de la vida, fenómeno que sí lo era todo. Y es que la fatali-

58
En la época clásica, una forma de justificar el encierro fue atribuir sinrazón o sinsentido
al comportamiento de los «agresivos», «furiosos, «coléricos», «alienados», etc. Véase His-
toria de la locura en la época clásica. Tomo I. de Michael Foucault. 1998.

Carlos Infante 255


dad no está destinada a someter la sublime obra de la materia, a pesar
que en el discurso de los detractores de las transformaciones sociales
persiste la pregunta de ¿cómo la muerte de unos puede significar la
continuación de la vida de otros? Pero si ella se impusiera, como ocu-
rre cada vez que el fantasma de la revolución se cierne como pesadilla
para los usufructuarios de la miseria social, la muerte de cientos de
millones de hombres a lo largo de la existencia humana podría res-
ponder la inquietud con inobjetable claridad.
Lo cierto es que el tema de la conciencia moral comunista se exten-
día más allá de explicar la muerte, la maldad o la destrucción. Pero,
¿cómo es esto posible? Es que, mientras la sociedad se ahoga por vo-
luntad propia o ajena en lo trivial, las posibilidades de comprender
algo que está fuera de lo doméstico, se aleja. El conformismo ensom-
brece y ciega la perspectiva. Si Carlos Marx se hubiera distraído con
las banalidades de su tiempo, hubiera perdido la oportunidad de avi-
zorar no sólo la situación del mundo después de dos siglos, sino, lo
principal: de no abrir brecha para construir esa sociedad que ocupe el
tiempo y la fuerza de la humanidad en otros menesteres más audaces,
que la de seguir exprimiendo la energía social a favor de mezquinos
intereses de poder.
La conciencia moral subversiva retomaba la voluntad humana de
sacrificar el tiempo y espacio para ganarle a la propia historia. De
allí que la cuota, usada por mil años en toda gesta revolucionaria,
disponía de esa porción de materia bellamente organizada que era
el hombre a favor de la humanidad, cuya extinción debía ser evitada
para mantener encendido el fuego de la vida. Lo justo, lo correcto,
lo bueno no podía y no debía, a juicio de la ideología maoísta, ser
comprendido de modo aislado. Esa era la diferencia entre la moral
comunista y la moral de la oficialidad que comandaba el operativo
en Castro Castro. La sola comprensión acerca de esta categoría ética,
entendida comúnmente como el sistema de normas, reglas, usos y
leyes que impone la cultura de una sociedad forjada por arquetipos
intrínsecos al tipo de relación social que organiza, era parte del pro-
pio conflicto. El escaso convencimiento de que el estado de cosas vi-
gente no era ni siquiera viable, menos el más óptimo de los proyectos,
hacía que las fuerzas de seguridad vacilaran en los procedimientos
practicados; la sola orden para matar o someter a quienes alteraban
el orden establecido, no bastaba para elaborar una conciencia firme y

256 Canto Grande y las Dos Colinas


resuelta, menos, para organizar una fe inconmovible.
La conciencia moral de la policía, aquella que se almacena en ese
cuasi mundo interior del inconsciente y se reelaboraba a partir de
una serie de factores polisémicos, apenas distinguía la culpabilidad
del encierro. Sabían que la mayoría de prisioneros estaban compro-
metidos con la causa insurgente; pero dudaban de si eran culpables
de algo, más allá del papel activista o de simple colaboración. Era
imposible encontrar una conciencia moral plenamente convencida de
que su actuación caminaba por los espacios de lo justo, de lo correcto.
Aún siendo una masa de uniformados rentados, subordinada a la je-
rarquía castrense, el conflicto interior hacía brotar distintas manifes-
taciones como el temor y, en algunos casos, la benignidad. La razón,
como dijera Nicolás Maquiavelo, al fin y al cabo, podría ser que no
había más sentimiento ni motivo que los apegue a dicha causa que
el escaso sueldo que persiguen, no siendo suficiente como para que
deseen morir59.
Algo distinto ocurría en la otra Colina, donde el grueso de varones
y mujeres afirmaba su conciencia moral por algo más que preservar
sus vidas; allí, el agente dinamizador que estimuló su estructura mo-
ral fue el convencimiento en un nuevo orden de cosas.
Una de las reflexiones de Francesco Alberoni distingue claramente
los desencuentros, las contradicciones e incoherencias en las que se
organiza la bondad. «La moral es una protesta y una aspiración, es un
impulso y un rechazo»60, asegura el sociólogo italiano, no obstante su
visión liberal. En efecto, de aquel conflicto social no podría germinar
algo uniforme, continuo y estable. La bondad surge de esa capacidad
racional de aceptar el mundo con sus complejas contradicciones y de
obrar a favor de él.
Si la vida es tumulto, desorden, tensión y concurrencia entre fuerzas,
la moral no puede ser una línea recta o una órbita perfectamente cir-
cular como la de Galileo. Será partida, se adaptará a las exigencias de
la vida, es decir, será una búsqueda de coherencia que será mucho
más difícil pero también mucho más meritoria, cuanto más rica es la
existencia, y más grandes los desgarramientos»61.

59
Maquiavelo. El príncipe…. Ob. Cit. pág. 52.
60
Alberoni, Francesco. Los Valores. 23 reflexiones sobre los principales valores más im-
portantes en la vida. 1995. pág. 32.
61
Ibíd. pág. 32.

Carlos Infante 257


La moral no se detiene ni subyace a los desequilibrios en forma
perpetua; como todo producto cultural ésta se amalgama y se trans-
forma.
Pero el bien común, soporte elemental de la conciencia moral de
todos los tiempos, ha logrado elaborar ciertas figuras que han sobrevi-
vido a los cambios tempestuosos de la humanidad. La palabra libertad
no ha cambiado de sentido, sigue siendo invocada por quienes adole-
cen de ella; en lo substancial, es la reivindicación más sentida y de la
que se desprenden otras de igual o menor jerarquía. El déspota, aún
cuando admita para sí o los suyos que es un tirano, frente al pueblo
busca a como dé lugar despojarse de ese velo ominoso, enmascarando
una bondad inexistente a través de la demagogia; pero es, sin duda,
esa comprensión equivocada la que guiará su conciencia moral y, pro-
bablemente, la de sus súbditos; mientras tanto, la realidad será otra.
Un policía que adolece de soporte moral no logrará atenuar esa
privación de conocer la realidad con el sólo hecho de mostrar obs-
tinación por algo incompleto, por algo que únicamente encierra pa-
sión, que suscita obligación y requiere convencimiento en actuar al
amparo de aquello que se ha hecho doctrina en su seno. La frase «sin
dudas ni murmuraciones» resume la necesidad de asignarle, no una
razón frágil e irreal a su moralidad, sino de afirmar su temple en base
a ciertos valores universales que apuren el ocaso de la iniquidad.
No basta con decir que se ha cumplido con el ‘propio deber’, es pre-
ciso decidir, en cada ocasión, si ese deber es justo, si lo que estamos
haciendo es verdaderamente el bien […]. La persona es unidad de sen-
timiento y de razón, es interioridad y acción. La moral debe mantener
unidos también estos dos ámbitos62.
La moral, por lo tanto, se hallaba en juego y ambos ejércitos, conscien-
tes de la desazón que inspiraba una derrota en ese terreno, comenza-
ban a combinar sus mayores esfuerzos para mantenerlo intacto. En
las filas oficiales, la moral debía conducirse en función de someter a
un grupo de sediciosos dominados por la «locura» y la «sinrazón»;
en el bando opuesto, por la legítima necesidad de sobrevivencia, por
aquello que Ernesto Sabato llamaba
furia persistente por sobrevivir, por el anhelo de respirar mientras sea
posible, por ese pequeño, testarudo y grotesco heroísmo de todos los

62
Alberoni. Los Valores… Ob. Cit. pág. 33.

258 Canto Grande y las Dos Colinas


días frente al infortunio63. [por superar] los confines del interés per-
sonal y de grupo. La salida de sí, de los propios horizontes, movidos
por una obligación interior de hacer aquello que es justo, aquello que
ayuda a los demás, sabiendo, interiormente, que no hay excusas para
no hacerlo. Es menester la percepción de un deber y un bien absoluto.
Pero no abstracto, sino más bien concretísimo, dirigido personalmente
a mí como llamada individual profunda, como si hubiera una necesi-
dad moral intrínseca de la realidad, la voz de la realidad en mi interior.
La moral como deber interior y como necesidad del mundo64.
El conflicto entre una y otra conciencia moral colocaba momentá-
neamente a un lado el combate militar de las horas previas y de las
venideras. Unos pocos instantes de la mañana y otros de la tarde del
7 de mayo sirvieron para medir el poder y la capacidad de convicción
en ambas empresas. Y si la moral de la policía estaba decayendo, su
poderío militar volvía, aunque efímeramente, a colocarlo en pie. Al
frente, mientras tanto, el reciente fallecimiento de algunos heridos
reforzó la moral comunista.
Al promediar las tres de la tarde, el traslado de los restos mortuo-
rios de dos prisioneros, cuyas graves lesiones terminaron por vencer-
los, fueron instalados junto o otros cadáveres en la primera sala del
edificio. La despedida tuvo un matiz solemne y algo sereno. No hubo
llantos desconsolados ni dramáticas escenas entre sus parientes cer-
canos y camaradas. El cortejo avanzaba hacia el centro de la habita-
ción a paso lento dejando en el camino una fila de rostros conmovidos.
La ceremonia se aprestaba a iniciar. Un suave coro de voces abrió el
programa entonando la Internacional Comunista y el himno se propa-
gó por todo el edificio. Al concluir la canción, Tito Valle Travesaño, un
dirigente añejo en la organización, tomó la palabra y, sin dejar de citar
a las «Tres Espadas» del marxismo e incluir al presidente Gonzalo en
su discurso, se dispuso a remover la conciencia de su auditorio.
Abogado de profesión, versado en la palabra, Tito Valle reclamó
para su causa el sacrificio de los caídos y lo consagró al Partido. La cé-
lebre frase de Mao: «Secamos nuestras lágrimas, curamos a nuestros
heridos, enterramos a nuestros muertos y seguimos combatiendo»,
no sería invocada por vez primera; pero tampoco por última. El río de
sangre debía aumentar su caudal en base a muchos sacrificios simila-

63
Sabato, Ernesto. Sobre héroes y tumbas. 1991. pág. 233.
64
Alberoni. Los Valores… Ob. Cit. pág. 41.

Carlos Infante 259


res: «Era la cuota que el camino de la revolución demandaba», llegó
a decir el dirigente comunista. A su turno, otros camaradas rindieron
el homenaje póstumo asignándoles, en nombre de la organización, la
condición de «Héroes del Pueblo».
En breves instantes, el acto pasó de un estado de solemnidad a un
franco proceso de exaltación en donde los compromisos volvieron a
condensar el ambiente. El ritual no podía dejar de lado otras citas del
ex líder chino. El último orador abrió el pequeño libro rojo de la gesta
maoísta y ubicó un pensamiento al que dio lectura con mucho brío:
Todos los hombres han de morir, pero la muerte puede tener distintos
significados. El antiguo escritor chino Sima Chien decía: ‘Aunque la
muerte llega a todos, puede tener más peso que el monte Taishan o
menos que una pluma’. Morir por los intereses del pueblo tiene más
peso que el monte Taishan; servir a los fascistas y morir por los que
explotan y oprimen al pueblo tiene menos peso que una pluma65.
La moral comunista parecía estar en el pico más elevado de la resis-
tencia.
Al término del acto, la gente volvió a sus puestos de combate, mien-
tras que un destacamento de ocho hombres permaneció alrededor de
los cuerpos tiesos, como haciéndoles compañía antes de su extinción
definitiva. En breve, y de no mediar solución al conflicto, pasarían a
ser sepultados en varias fosas cavadas en el huerto del pabellón; los
médicos y sus asistentes, entre tanto, pugnaban por salvar la vida de
otros heridos.
La tarde comenzaba a anunciar su fin. A eso de las cinco, los alto-
parlantes del penal volvieron a ser activados para demandar la ren-
dición de los prisioneros. La voz del director del penal Gavino Caj-
ahuanca fue reemplazada por la de una mujer: era la Fiscal Mirtha
Campos. La oferta intentaba legitimar los propósitos del operativo al
exigir la salida de las mujeres para el traslado a otro centro peniten-
ciario. Su perorata se reducía a repetir una y otra vez: «Se respeta-
rán sus derechos humanos»; muy pronto, Mirtha Campos habría de
convertirse en mudo testigo de las brutales golpizas que el personal
de seguridad propinaría a los delegados de los internos durante las
negociaciones para el término de las hostilidades. En efecto, luego
del anuncio de la representante del Ministerio Público, la respuesta

65
Mao Tse Tung. Servir al pueblo. Citas del Presidente Mao Tse Tung. En Obras Escogidas.
1977. pág. 75.

260 Canto Grande y las Dos Colinas


no tardó en ser dada desde la trinchera roja. Por el megáfono se oyó
la voz de una interna ofreciendo salir tan pronto como se garantizara
el cese de los disparos. Minutos después, una hoja de papel con las
demandas y el compromiso de los internos fue deslizada entre los
comunes hasta que llegó a manos de los encargados de la operación.
Las condiciones de los prisioneros no parecían descabelladas, exi-
gían la evacuación de los heridos a centros hospitalarios y la suspen-
sión del ataque, mientras que para el traslado de las internas solicita-
ban la presencia de los miembros del Comité Internacional de la Cruz
Roja, de sus abogados y familiares.
No hubo respuesta. Hurtado Esquerre había sido convocado de
emergencia a la Comandancia General del Ejército en donde la pla-
na mayor del cuerpo castrense decidía las acciones a seguir. La sede
principal de las Fuerzas Armadas, llamada también El Pentagonito,
se convirtió por esos días en el refugio del presidente de facto.
Allí estaba el poderoso asesor presidencial Vladimiro Montesinos
Torres, el Ministro del Interior general Juan Briones Dávila, el pre-
sidente del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas Nicolás Di
Bari Hermoza Ríos, el jefe de la Segunda Región Militar general Luis
Salazar Monroe, el director general de la Policía Nacional teniente
general Adolfo Cuba y Escobedo, el director de operaciones especia-
les general Federico Hurtado Esquerre, el coronel Alfredo Vivanco
Pinto, entre otros oficiales de similar graduación. Todo indica que a
la cabeza de la reunión estaba Alberto Fujimori. Ya lo había dicho en
una oportunidad anterior: «Yo voy a dejar pacificado el país antes de
terminar mi mandato; eso con toda seguridad. Es el problema clave,
por eso yo lo manejo personalmente»66.
La presencia de altos militares y algunos ministros de Estado,
hablaba de la extraordinaria importancia de la asamblea. Luego de
examinar la situación del penal, se acordó establecer un plazo de tres
días para obtener la rendición de los presos antes que ingresara el
Ejército. Se puso énfasis en la necesidad de evitar la participación de
organismos de derechos humanos. También se dispuso el corte de luz,
agua y alimentos para los internos atrincherados; y debía proseguir
el hostigamiento en forma permanente utilizando todos los medios
disponibles a fin de evitar que los internos descansen. La orden fue
minar determinados puntos de la estructura del penal para permitir
66
Bowen. El Expediente…. Ob. Cit. pág. 91.

Carlos Infante 261


el ingreso de la policía67.
Fujimori, a su vez, les dio indicaciones precisas para que la recupe-
ración y control de la cárcel se realice con el menor costo de vidas
humanas, evitando una matanza como la ocurrida durante el régimen
aprista de Alan García68.
La intervención de Fujimori fue crucial en todo momento. Sus órde-
nes de obrar con el «menor costo de vidas humanas» , finalmente se
despojaban de toda hipocresía; sabía que el operativo no podía ter-
minar sin muertos ni heridos, de eso era consciente, y por ello, debió
entonces autorizar un trámite más selectivo y evitar cualquier tipo de
negociación con los rebeldes.
Convencido de la importancia y de la repercusión que habrían de
tener las operaciones en Castro Castro, Fujimori miró fijamente a
Cuba y Escobedo y descargó la pregunta:
Si realmente su institución podía acabar con el amotinamiento de los
presos senderistas «¿lo puede hacer?». El oficial le respondió enérgi-
camente «¡Sí!», [entonces] «se acordó recuperar el control de la cár-
cel a todo costo, lo que implicaba la ejecución de los líderes»69.
El tono inquisidor de sus preguntas no admitía una respuesta nega-
tiva; esperaba un compromiso categórico del Director General de la
Policía Nacional.
El comando central dispuso el desplazamiento de los grupos ope-
rativos y el relevo de aquellos escuadrones encargados del hostiga-
miento a los internos. A los techos de los pabellones 3A, 3B, 4A y 4B,
fue destacado el comandante Jorge Luis Lamela Rodríguez, al mando
del grupo Delta, uno de los cuatro batallones del regimiento «True-
no» de la Dirección de Operaciones Especiales. En los techos de los
pabellones 1A, 3A, 3B y 5B se instaló el mayor Félix Lizárraga Lazo.
Más tarde, acudió al lugar el mayor José Raúl Málaga Johnson junto
al personal a su cargo, reforzando a la dotación instalada en el 1A. El
coronel Jesús Pajuelo García se ubicó en la parte interna de la puerta
principal donde se encuentra la explanada, cuyo pasadizo conduce
a la rotonda de los pabellones, mientras el coronel Alfredo Vivanco
Pinto tomó la parte posterior del pabellón 4B. Cada grupo operativo

67
Véase Informe Final. CVR «Las ejecuciones…» Ob. Cit. pág. 776.
68
Diario Ojo. Viernes 8 de mayo de 1992. pág. 2.
69
Diario La República. martes 30 de setiembre de 2003.

262 Canto Grande y las Dos Colinas


disponía de 30 hombres aproximadamente.
El equipo de demolición del mayor Jesús Miguel Konja Chacón
fue requerido nuevamente en la azotea del pabellón 4B en donde per-
sonal especializado a su cargo, entre ellos el capitán Jesús Chávez Si-
fuentes y el sub oficial Andrés Mestanza, debía activar los explosivos
plásticos con el propósito de perforar el pavimento. La lucha se hizo
intensa y no decreció hasta muy altas horas. Los heridos aumentaron
ese día; pero sus lesiones, salvo por algunos casos, no fueron de ma-
yor consideración.

La respuesta de Socorro Popular


En el exterior del penal, otro era el panorama. Sin la amenaza del
cerco al que estaban sometidos sus camaradas en uno de los pabello-
nes del penal de máxima seguridad de Castro Castro, la organización
armada movilizó a la mayoría de sus destacamentos en la capital de
la república. La medida de emergencia fue declarada al mismo tiem-
po que en la Trinchera. En la víspera, desde el interior del pabellón
4B fue ondeada una bandera roja con la hoz y el martillo como señal
de inicio del ataque policial. La bandera fue divisada a lo lejos y el
mensaje se trasladó de Canto Grande a alguna parte de la ciudad de
Lima. En contados minutos la orden de actuar se reprodujo a tra-
vés del hilo telefónico a los distintos aparatos guerrilleros situados
en zonas estratégicas para llevar a cabo las operaciones de contin-
gencia. Allí estaban, concentrados en viviendas de estera, de cartón
o de ladrillo, aguardando la llamada para dar inicio a los planes de
emergencia. Habían sido convocados una semana antes frente a la
inminente incursión militar, desde entonces la situación de alerta los
mantuvo agrupados.
Socorro Popular, aparato central «con peso e importancia y una
estructura» –habría dicho el propio Abimael Guzmán–, asumió el
encargo de la campaña. Su capacidad de maniobra desde 1990 al-
canzaba no sólo a Lima, sino también a Chimbote, Chiclayo y Tru-
jillo y a otras ciudades del territorio nacional. Cuatro años antes, es
decir, en 1986, la estructura de aquel aparato debió ser modificada
completamente. Dejó de ser un organismo generado y pasó a formar
sus propios destacamentos especiales, zonales y de base. La organi-
zación estaba conformada por tres departamentos, cada uno, con sus

Carlos Infante 263


respectivas secciones: «Movilización (sección de familiares y sección
OBT), Defensa (sección estudiantes de derecho, sección OTBB, AAD) y
Apoyo (secciones de salud, vivienda y producción)»70. Fue la primera
sección, la que desarrolló un intenso trabajo militar y político, se le
conocía también como el Comité de Familiares de Presos Políticos y
Prisioneros de Guerra. Desde la sección de Obreros Barriales y Traba-
jadores, hasta la red móvil, pasando por las cinco zonales («Desapa-
recidos y Prisioneros», «Héroes Caídos», «Canto Grande», «Centro»
«El Agustino» y «Sur»), así como sus milicias, todos participaron de
la ofensiva militar en la capital del país.
Se estima que 2367 combatientes71, sólo en Lima, distribuidos en
la fuerza principal, local y de base –sin contar con los miembros del
Partido y del Frente, cuyo número, sobre todo de este último, era lar-
gamente superior a la totalidad de combatientes–, desarrollaron una
oleada de acciones empatándolas con la cuarta ofensiva de la Campa-
ña de Impulsar, ubicada dentro del Gran Plan de Desarrollar Bases en
Función de la Conquista del Poder, que el Partido Comunista del Perú
venía aplicando desde agosto de 1989.
Las directivas se trasladaban de un extremo a otro disponiendo la
ejecución de los planes para el ataque contra objetivos estratégicos.
Los destacamentos especiales preparaban las acciones de mayor en-
vergadura, apoyados, en algunos casos, por la fuerza local, que suma-
ban alrededor de 50 unidades, con un total de 250 hombres. La fuer-
za base junto con las milicias en transición, llamadas así a aquellas
escuelas populares dispuestas a incorporarse al Ejército guerrillero,
debían encargarse de la cuarta forma de lucha, es decir, de la agita-
ción y propaganda armada, en sus distintas modalidades.
En la cabeza de la Dirección Central de Socorro Popular no se
dibujaba la figura de la venganza. La guerra debía manejarse con la
serenidad que sólo un criterio político demandaba, los objetivos no
podrían apartarse de la estrategia general insurgente y aunque la idea
de un contraataque a las fuerzas del orden en los exteriores del penal
circuló por la mente de más de un guerrillero, frente a la inaceptable
masacre de sus compañeros, lo cierto es que una medida como esa
hubiera sido poco menos que un suicidio político y militar. Aún así,

70
Jiménez. Inicio…. Ob. Cit. pág. 542 y 543.
71
La cifra corresponde al banco de datos que disponía la Dirección Central de la organiza-
ción maoísta. Véase Inicio, desarrollo… Ob. Cit. pág. 604.

264 Canto Grande y las Dos Colinas


se sabe que el líder comunista y su Buró Político llegaron a considerar
esa opción. «Había posibilidad, pero políticamente no era convenien-
te»72, comentó tiempo después Abimael Guzmán Reynoso.
La guerrilla contaba con un considerable número de hombres; sin
embargo, la ausencia de condiciones objetivas, como la falta de ar-
mamento hubiera marcado una derrota inevitable y, lo que es peor,
habría abortado la Revolución. El llamado Equilibrio Estratégico ofre-
ció un contexto óptimo frente al proceso de la guerra; pero no era lo
suficiente como para desplegar aún la llamada Guerra de Posiciones.
La organización partidaria lo sabía y cualquier ánimo por revertir el
ataque a los prisioneros, mediante una confrontación directa, no po-
saría a ser más que una bravuconada. La estrategia maoísta demanda-
ba acciones ajustadas al momento histórico de la guerra, por lo que la
ofensiva debió ceñirse a golpear la columna vertebral de la dictadura.
Cientos de paredes ubicadas principalmente en los cinturones de
la metrópoli y en el interior del país aparecieron con inscripciones
denunciando el genocidio en Castro Castro y recordando el inicio de
la lucha armada, cuyo aniversario se aprestaban a celebrar el 17 de
mayo. Así, se dio inicio al plan de contingencias; pero también anun-
ciaba el desarrollo de la quinta forma de lucha subversiva: los «paros
armados». Su preparación se inició la noche del 7 de mayo, precisa-
mente en momentos en que sus camaradas soportaban la presión de
fuego de las fuerzas del orden en el establecimiento penitenciario. A
las pintas, volanteos, dazibaos, perifoneos, embanderamientos, agi-
taciones e iluminaciones le siguieron el derribo de torres de alta ten-
sión, emboscadas, sabotajes de envergadura menor y mayor, bloqueo
de vías, aniquilamientos, asaltos a instalaciones policiales, embosca-
das, disturbios y enfrentamientos.
En Junín, ciudades como Huancayo, Concepción y Jauja, que-
daron a oscuras. Minutos después fueron atacados los locales de la
Cooperativa Regional del Centro, Interbank, Enafer, Electrocentro y
el puesto policial de la localidad. El cuartel 9 de Diciembre y las ins-
talaciones de la 31ª División Ligera del Ejército Peruano acantonados
en Huancayo fueron igualmente golpeados con cargas explosivas lan-
zadas desde zonas aledañas. Ese mismo día, un potente coche bomba

72
Entrevista a Abimael Guzmán concedida a Nelson Manrique y a otros miembros de la
CVR en la Base Naval del Callao. 27 de enero de 2003. Documentos reservados. Biblioteca
de la Memoria. Defensoría del Pueblo.

Carlos Infante 265


detonó frente al coliseo municipal de la ciudad.
A las cinco de la mañana del sábado 9, el local de la Policía Técnica
de Zarate, en Lima, fue blanco de un ataque con coche bomba. Sin
embargo, al no estallar el explosivo compuesto por 100 kilogramos
de dinamita y anfo, se produjo un fuerte enfrentamiento que terminó
con dos suboficiales heridos de bala. Veinte minutos después, 150 ki-
logramos de explosivos destruyó la comisaría de Carmen de la Legua,
ubicada en el distrito del mismo nombre. El saldo, un capitán y dos
subalternos heridos. El ataque a distintas estaciones policiales se ini-
ció días antes con la demolición de la comisaría de Villa El Salvador
a cuya infraestructura fue lanzado un ómnibus cargado con 150 kilos
de explosivos que dejó en escombros el edificio. El ataque sepultó el
cuerpo del mayor Guillermo Pércovich Campos, jefe de la delegación.
Otro atentado similar se produjo en la comisaría de Bellavista y con-
tra la villa militar de Pueblo Libre.
El domingo en la noche, continuaron las acciones subversivas con
pintas y embanderamientos. Informes oficiales dieron cuenta de la
voladura de 16 torres de alta tensión de la línea hidroeléctrica del
Mantaro, entre Churcampa y Huamanga. El apagón vino acompaña-
do de un intenso volanteo anunciando el «paro armado» programado
para los días 17 y 18 de mayo en la zona centro sur del país, especial-
mente en Huancavelica, Junín, Ayacucho y Puno.
La madrugada del 11 de mayo, un ómnibus cargado con 80 kilos de
dinamita explotó frente a la estación policial de Nueva Esperanza en
el distrito de Villa María del Triunfo, resultando levemente heridos
16 efectivos policiales. Algunas horas más tarde, en el primer sector
de Villa El Salvador, los insurgentes asaltaron y saquearon un camión
cargado de gaseosas de la firma Coca Cola. Los envases fueron repar-
tidos entre los habitantes de la zona.
En el interior del país, las operaciones guerrilleras no cesaron. En
la Oroya, los rebeldes lanzaron cartuchos de dinamita contra el do-
micilio del jefe de la Policía Nacional de Yauli, el comandante José
Marcos Pérez. Por la noche, fueron atacadas las instalaciones de SE-
NAPA-La Oroya. Al día siguiente, a la altura de Socos, en Ayacucho, la
guerrilla emboscó un autobús que transportaba policías y ronderos.
El ataque terminó con dos efectivos policiales y cinco civiles muertos,
el resto resultó herido. También, dos entidades financieras en Are-
quipa fueron saboteadas con explosivos. En el distrito limeño de Los

266 Canto Grande y las Dos Colinas


Olivos, se frustró una emboscada guerrillera contra personal policial.
El enfrentamiento terminó con tres civiles detenidos portando TNT y
abundante munición para fusil AKM.
Al día siguiente, a escasos metros de Palacio de Gobierno, reventó
violentamente una carga explosiva de aproximadamente 350 kilogra-
mos de anfo y dinamita, instalada en un camión que se detuvo frente
al local de tres pisos de la Dirección de Personal de la Policía Nacional
en el Rímac. Sus instalaciones fueron virtualmente demolidas, dejando
cinco policías heridos y cuantiosos daños materiales. La onda expansi-
va destruyó los cristales de la casa de gobierno y de una serie de locales
públicos ubicados en los alrededores. El potente sonido de la explosión
no hizo mella en el gobernante de facto; pues para ese entonces, Fuji-
mori pernoctaba en el Cuartel General del Ejército desde la noche del
5 de abril de 1992, en donde resonó ligeramente la poderosa explosión.
Segundos después del ataque a las oficinas policiales, un certero dis-
paro de mortero fue lanzado desde el puente Ricardo Palma contra la
22ª comandancia de la Policía Nacional ubicada en la avenida Aban-
cay. Otro ataque similar se produjo contra la comisaría de Ventanilla;
mientras que en Huacho, la sucursal del Banco de Crédito quedó seria-
mente afectada por la detonación de una carga explosiva.
Ese mismo día en Comas, una patrulla policial fue emboscada por
varios destacamentos guerrilleros. El saldo, tres guardias muertos,
dos efectivos heridos y todas sus armas confiscadas. En la ciudad de
Arequipa, la emisora local «Azul» fue tomada por los insurgentes
obligando a sus propietarios a la emisión de una proclama subversi-
va. Simultáneamente, otra acción de sabotaje se produjo en la entra-
da del aristocrático e influyente diario Arequipa al Día.
En Huancavelica, la incursión de una compañía guerrillera termi-
nó con la toma de varios poblados. Ese día fue muerto el director de
caminos del Ministerio de Transportes y Comunicaciones, Arman-
do Vera Donayre. En Cusco, una acción parecida tuvo como saldo la
muerte del alcalde, del gobernador y de un docente de la localidad de
San Pedro en el distrito de Canchis. El vehículo que los transportaba
fue interceptado por los insurgentes.
El 14 de mayo se produjo otra emboscada guerrillera. Dos efecti-
vos policiales que circulaban por la vía principal de Puente Piedra, a
bordo de una camioneta, fueron liquidados a balazos y confiscaron
sus armas. La asonada violentista se reprodujo en Lima, Ayacucho,

Carlos Infante 267


Junín, Huancavelica, Pasco, La Libertad, Ancash, Puno, Apurímac,
Arequipa, Cajamarca, Cusco, Lambayeque, San Martín, Ica, Ucaya-
li, Piura y en otros departamentos del país en donde era notoria la
presencia subversiva. Los informes periodísticos daban cuenta ince-
santemente de operaciones insurgentes durante la segunda y tercera
semana de mayo de 1992.
En la residencia de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
intervenida por el Ejército como parte de las medidas de emergencia
del gobierno de facto, cuatro soldados fueron atacados por varios hom-
bres. Luego de reducirlos violentamente, los maoístas se apoderaron
del armamento oficial, dejando heridos a dos de los militares. Al otro
extremo de la ciudad, varias brigadas rojas tomaban conocidos mer-
cados y barrios de Canto Grande. Uno de ellos fue el centro de abas-
tos José Carlos Mariátegui ubicado a escasos kilómetros del penal de
máxima de seguridad de Castro Castro. Simultáneamente, una compa-
ñía conformada por varios destacamentos guerrilleros tomó el asenta-
miento humano César Vallejo en San Juan de Lurigancho. Según infor-
maciones periodísticas, alrededor de 60 combatientes permanecieron
por varias horas en el lugar y, luego de concentrar a la población, rea-
lizaron un «juicio popular» contra un dirigente a quien acusaban de
«soplón». Similar operación desarrollaron en las zonas de Cruz de Mo-
tupe y Montenegro. A esa misma hora, otro grupo especial activaba dos
coches bomba, uno cerca de la Fábrica de Mechas S.A. (FAMESA) y otro,
a escasos metros de la Escuela de Policías de Puente Piedra.
En Arequipa, la ola de acciones se intensificó con el ataque a la co-
mandancia de la Policía Nacional de Mariano Melgar, el incendio de un
ómnibus de ENATRU-Perú y la colocación de explosivos en el Palacio de
Justicia, desactivados segundos antes de su detonación. El 15 de mayo,
en Barranca, dos artefactos explosivos fueron lanzados contra la 36ª
comandancia de la Policía Nacional. El ataque se produjo a las 5:45 de
la mañana, cuando descansaba el personal de la indicada estación.
La cuarta ofensiva guerrillera fue impresionante; pero la potencia
operativa de Socorro Popular y de los comités regionales y locales no
se vio en su real magnitud sino durante la tercera semana del mes
de mayo, con motivo del décimo segundo aniversario del inicio de
la lucha armada. La ofensiva militar se extendió hasta julio de 1992,
cerrando así la III campaña del Plan de Impulsar. Abimael Guzmán

268 Canto Grande y las Dos Colinas


habría de considerar este momento como el pico más alto del proceso
revolucionario.
La furibunda reacción de la clase dominante no se dejó esperar.
Augusto Vargas Alzamora, primado de la Iglesia Católica peruana, no
tardó en pronunciarse condenando la oleada de atentados. Y en sus
declaraciones no olvidó «rendirle tributo a Dios» por el operativo en
Castro Castro.
El restablecimiento del orden y principio de autoridad en el penal
Miguel Castro Castro de Canto Grande, destacó ayer el Arzobispo de
Lima y Primado de la Iglesia Católica en el Perú, monseñor Augusto
Vargas Alzamora, calificando de ‘solución racional’ a las severas me-
didas dictadas por el Gobierno para poner fin al motín de los terro-
ristas”. «Gracias a Dios se actuó en forma racional ante lo irracional
mostrado por los subversivos del penal»73.
La prensa se encargó de destacar las declaraciones del clérigo al tiem-
po que profundizaba una intensa campaña contra la organización ar-
mada, motejada de «terrorista», de «banda de asesinos», etc. Uno
de los muchos encabezados rezaba así: «Terroristas asesinos son el
mismo demonio». Otra vez, el símbolo se opera desde el discurso;
la relación de imbricación de uno sobre otro desarrolla la metáfora
a partir del constante dualismo entre el bien y el mal. Las distintas
miradas que un hecho puede provocar fue explotado al máximo por
los medios de difusión masiva. El ataque a la comisaría de Carmen de
La Legua, trasladó la atención de la opinión pública a los daños cola-
terales. La mayoría de titulares hablaba de un ataque contra la «fe del
pueblo»; no era para menos, había sido afectado un pequeño templo
católico que custodiaba a la famosa «virgen que llora», engendro de
los psicosociales de la década fujimorista que Umberto Jara señala en
su libro Ojo por Ojo. La oportunidad no fue desaprovechada, la ima-
gen salió en procesión por el contorno del templo, en agradecimiento
al nuevo milagro que la salvó de un «atentado terrorista».
Fue una guerra total trasladada a todos los frentes. Una rápida
lectura de las ediciones periodísticas de entonces despejaba cualquier
sospecha acerca de una inclinación de las empresas periodísticas res-
pecto de la defensa del orden vigente y de su rechazo inequívoco al
proyecto comunista. De allí se explica la sistemática campaña a favor

73
Diario El Peruano. Lunes 11 de mayo de 1992. pág. 2/A. Diario La Tercera. Lunes 11 de
mayo de 1992. pág. 5.

Carlos Infante 269


de la intervención al centro penitenciario. Desde la lógica de los me-
dios, las aspiraciones del grupo maoísta estaban condenadas al fra-
caso, aún cuando reconocían su vertiginoso desarrollo y avance. No
había otra salida, debían alinearse al régimen de turno y la finalidad
debía justificar el uso de cualquier medio.

Buscando una solución


Durante la mañana del 8 de mayo, el pabellón 4B vivió su tercer
día de asedio. Las potentes cargas explosivas, colocadas en el techo
del edificio durante la noche anterior, permitieron un eventual ingre-
so de la policía que rápidamente fue repelido por los internos.
Un grupo de compañeros agarramos unas lanzas de fierro […] en la
punta les pusimos trapos y lo prendimos [fuego] con las lanzas bus-
cábamos tapar los huecos para que no nos tiraran granadas y bombas
[…]. El pasadizo estaba lleno de humo, porque el fuego alejaba los
gases. Abrían otro hueco y otro grupo iba a taparlo con las lanzas y el
fuego… los policías seguían abriendo más huecos y tiraban granadas
[…]. Cuando caían las granadas, todos nos tiramos al suelo para que
no nos llegaran las esquirlas […] a algunos les agarraba, pero cuando
en eso, nos tiramos al suelo, metían por el hueco un fusil y dispararon
una ráfaga, algunos caían, pero el resto seguíamos…74
En efecto, a punta de comba y cincel se abrían pequeños boquetes en
el techo del edificio, las granadas se filtraban por el orificio y el grito
cuerpo a tierra se escuchaba constantemente. El metal del explosivo
era despedido a distintas partes y, todo aquel que estaba en pie, caía
inevitablemente al ser alcanzado por las esquirlas; luego vendrían
bombas lacrimógenas, vomitivas, paralizantes y somníferas; tan
pronto como el efecto de las granadas se disipaba, piquetes de gue-
rrilleros raudamente volvían a cubrir el agujero con antorchas pren-
didas que alejaban a la policía del lugar. La guardia volvía a perforar
en otra zona y un nuevo grupo conformado por hombres y mujeres
respondía cubriendo el forado con los hisopos ardientes, otro equipo,
a su turno, se esforzaban por ventilar el pasadizo cubierto por una
densa masa de humo y gas químico.
A media mañana, el conflicto alcanzó su pico más alto luego de tres
días de operaciones. La intensidad del ataque caminaba muy lejos de

74
Entrevista a prisionero sobreviviente. Penal Castro Castro. Marzo de 2003.

270 Canto Grande y las Dos Colinas


la línea planteada en los comunicados oficiales del Ministerio del Inte-
rior. Pretendían recuperar territorio comenzando por el cuarto piso y
avanzar hacia los niveles inferiores buscando cercar a los internos hasta
tenerlos a merced absoluta. Las explosiones estremecían todo el penal.
No eran sólo cargas explosivas, sino disparos de artillería los que busca-
ban demoler la infraestructura. Desde la «tierra de nadie», allá, donde
se encontraba otra unidad del regimiento «Trueno» de la DINOES, un
vehículo blindado descargaba fuego pesado. Los internos aseguran que
los disparos provenían por momentos de helicópteros artillados que so-
brevolaban permanentemente el área, durante todo el día.
El movimiento en el interior del pabellón volvió a dinamizarse con
intensidad. Los piquetes subían y bajaban del cuarto piso, reforzando
o reemplazando a combatientes cuyas lesiones limitaban la resisten-
cia. El equipo de médicos no tenía descanso, a cada momento llega-
ban nuevos internos con toda clase de lesiones producto de esquirlas
y de balas. La respuesta de los sitiados no podía ser mayor:
dos metralletas marca MGP y UZI, tres revólveres Smith Wesson de
distinto calibre, una pistola de 9 milímetros, dardos metálicos enve-
nenados, granadas tipo ‘Piña’, ballestas fabricadas con muelles de ve-
hículos, […] mascarilla[s] antigases, una bolsa con casquillos de bala
sin percutar, ‘quesos rusos’ y bombas ‘molotov’75
Este era todo el armamento disponible. En total seis armas de fuego,
parte de las cuales, fueron despojadas a los efectivos policiales duran-
te el enfrentamiento en el pabellón 1A; el resto era «propiedad» de las
mafias organizadas por los comunes al interior del penal.
Detrás de cada estallido, cientos de voces volvían a juntarse para
entonar cánticos a la guerra popular con el fin de reforzar su moral.
No era para menos, toda guerra, sea esta de resistencia, de liberación
75
Diario El Popular. Lunes 11 de mayo de 1992. pág. 6. Aunque en realidad no existe
evidencia jurídica acerca de estas armas, pues en el Autoapertorio de instrucción del Ex-
pediente Nº 2005-00045-0-1801-JR.PE-O2, se pone énfasis en el acta irregular de incau-
tación de armas de fuego de fecha diez de mayo de 1992, levantada luego de los hechos,
por el general Federico Hurtado Esquerre, el coronel Gabino Cajahuanca Parra y el fiscal
Adjunto Provincial Emilio Alfaro Camerón. Este último ha manifestado en su declaración
testimonial de fecha 8 de agosto de 2005 que tanto lo incautado por Hurtado y Cajahuanca,
así como por el comandante Gregorio Pinto Huanqui, subdirector del penal, gozan de una
serie de vicios. «Dichos elementos los encuentro en la Dirección y cuando sorpresivamente
al haber hecho mi ingreso se sienten descubiertos el personal policial y es cuando me refie-
ren sutilmente que dichos aparatos los dejara y no los consignara, situación esta que no lo
permito y lo suscribo en el acta». Declaración testimonial de Emilio Ilime Alfaro Cameron
ante el juez Omar Pimentel Calle. Corte Suprema de Justifica de la República. Segundo
Juzgado Penal Supraprovincial. Folio Nºs 4799 (pág. 30) y 5773, respectivamente.

Carlos Infante 271


o de subversión se sostenía en su fortaleza moral. No por nada Na-
poleón llegó a pensar que «las tres cuartas partes de la fuerza de un
ejército reside en su moral»76. Así transcurrió la mañana del viernes 8
de mayo. Por la tarde, el bombardeo volvió a agudizarse; pero en los
tres días de feroz ofensiva ningún efectivo policial logró doblegar la
resistencia de los internos; sus defensas habían sido preparadas con
catres, costales de arena y toda clase de muebles, que sellaron virtual-
mente el acceso que conectaba el quinto con el cuarto piso.
La voz de Gavino Cajahuanca era inconfundible. Su acento andino
se oía a través de los altavoces demandando la rendición de los prisio-
neros. «Salgan con las manos en alto, primero las mujeres, después
los hombres, tienen plazo hasta la una de la tarde, entreguen las ar-
mas», decía, y luego repetía lo mismo, pero esta vez, en quechua77. El
megáfono confiscado en la refriega del primer día ayudó a agilizar la
comunicación. Desde el interior del edificio, la voz de Marlene Oli-
vos, una joven interna declaraba la disposición de los internos a salir,
siempre y cuando el Estado accediera a garantizar sus vidas.
Calificada como una «auténtica operación de guerra»78, el ataque
pareció ser insuficiente en su afán de someter a poco más de medio
millar de prisioneros. Fue entonces que, aproximadamente a las dos
de la tarde del viernes 8 de mayo, luego de un breve cese al fuego, am-
bas Colinas decidieron iniciar las conversaciones para dar término a
las hostilidades. La delegación conformada por cinco personas salió al
encuentro de la fiscal Mirtha Campos y del jefe del operativo, quienes
aguardaban en el centro de comando de la Policía; el desplazamiento
de Fiorella Montaño, Alejandro Oliva, Wálter Zúñiga, Carlos Gonzales
y Asteria Huerta fue celosamente vigilado por el grupo de comandos
conformado por francotiradores, bajo las órdenes del mayor Málaga.
Al cruzar el portón principal que da hacia la prevención del penal,
todos fueron aprehendidos y conducidos a empellones. En el lugar
permanecía una enorme masa de uniformados, cuyo armamento re-
flejaba una situación de extremo cuidado.

76
Sun Tsu. El arte de la guerra. 2003. pág. 179.
77
Aun cuando existen testimonios que afirman haberlo escuchado, Gabino Cajahuanca ha
rechazado categóricamente haber formulado exhortaciones como las que se describe. Ase-
gura desconocer el idioma de sus padres, es más, niega haber participado en los hechos de
mayo de 1992. Expediente Nº 237-93. Corte Suprema de Justicia del Perú. A fojas 2276.
78
Diario Gestión. Lunes 11 de mayo de 1992. pág. 6.

272 Canto Grande y las Dos Colinas


En una amplia habitación, ubicada a un costado del ingreso general
de la penitenciaría, reposaban sobre algunos muebles varios oficiales
de alto rango. Abraham Malpartida y Federico Hurtado, jefes de los
grupos operativos, auscultaban a los recién llegados; en una esquina,
apretando la cartera entre sus manos, Mirtha Campos se aprestaba a
enfrentar a los internos. Se trataba de una mujer de mediana estatura
y contextura gruesa, vestía un traje de color claro, algo raído, anteojos
y tenía un aspecto sombrío, anunciando sus reales limitaciones frente
a aquel vasto operativo. Sobrevino al encuentro tan pronto como la
delegación de prisioneros ingresó al recinto.
Las conversaciones no duraron mucho. Fiorela Montaño y Alejan-
dro Oliva entregaron un documento aceptando el traslado de prisio-
neros a otros penales. La única condición que plantearon fue la pre-
sencia de la Cruz Roja Internacional y de la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos de la OEA, cuya delegación se encontraba en
las afueras del penal.
La segunda vez fue aproximadamente a las 4 p.m. en la que la fiscal
aceptó e incluso dijo haber hecho coordinaciones con las autoridades
para la presencia de la Cruz Roja, del juez y [de un] médico legista lo
cual aceptamos. El problema fue cuando planteamos que ponga en
el acta que el Ministerio Público se compromete a garantizar la vida
de los internos, ella se negó y más bien optó por consignar en el acta
unilateralmente que nosotros seríamos responsables de los muertos,
lo que rechazamos. Finalmente se fue, pero lo que hizo a partir de ese
momento es avalar el genocidio procediendo a secuestrarnos a viva
fuerza, con golpes a 4 delegados: Wálter Zúñiga, Asteria Arnao, Carlos
Gonzales y yo, a quienes nos llevaron a un cuarto lejos de nuestros
compañeros79.
Malpartida ordenó a sus hombres el inmediato traslado de los dele-
gados a los calabozos de castigo. Uno de los internos sangraba y los
otros apenas podían mantenerse en pie producto de la brutal golpiza
a la que fueron sometidos luego del breve diálogo. Les sorprendía la
firmeza con que los presos exponían sus demandas. La tortura contra
los prisioneros prosiguió mientras los oficiales, utilizando lisuras, re-
criminaban su rebeldía; en algún momento una de las jóvenes pidió a
la fiscal que impidiera la brutal golpiza. Mirtha Campos no supo qué
hacer y con un displicente gesto desvió su atención del incidente. Las
demandas eran las mismas: los internos aceptaban someterse al tras-
79
Testimonio de Fiorella Concepción Montaño Freire. List... Ob. Cit. pág. 564.

Carlos Infante 273


lado en tanto se les ofrecieran las mínimas garantías para el resguar-
do de sus vidas y eso, solo, podría ocurrir si organismos neutrales
mediaban en el conflicto. La respuesta ni siquiera fue balbuceada; en
su lugar otra descarga de golpes terminó con el alegato de la prisione-
ra. Al cabo de algunas horas la policía dejó que uno de los delegados
volviera al pabellón 4B para comunicar la respuesta oficial: «La ren-
dición debía de producirse inmediatamente y sin condiciones».
Mientras el ataque volvía a desplegarse desde todos los flancos, la
voz insistente de Julia Marlene Olivos se oyó nuevamente por el me-
gáfono inalámbrico: «¡No queremos genocidio, queremos solución!;
¡aceptamos el traslado con una comisión de nuestros familiares, abo-
gados y la cruz roja!». La respuesta literalmente llegó a balazos. El
número de heridos había crecido en las horas previas. La mayoría de
los internos presentaba contusiones causadas por esquirlas de metal
en órganos vitales del cuerpo.
La resistencia sufrió su primer revés cuando el número de fora-
dos creció en el piso superior. Un ligero descuido en otra perforación
recientemente abierta, puso a tiro a los internos; entre los fierros re-
torcidos del techo se deslizó el cañón de un fusil que, sin mayor tre-
gua, descargó fuego cruzado contra quienes libraban una lucha para
impedir, en otro orificio, el ataque de los agentes policiales. La ráfaga
no tuvo mayor éxito aun cuando las balas, luego de golpear las pare-
des, despidieron una lluvia de fragmentos metálicos que terminaron
incrustándose en el cuerpo de algunos prisioneros. El contingente de
rebeldes se puso en pie y retomó sus emplazamientos, pero la inicia-
tiva momentáneamente volvió a ser recuperada por los uniformados.
A partir de entonces, no fue sencillo evitar que la policía hostigara
por los forados. El responsable militar de la resistencia en esa zona
ordenó reforzar los piquetes para cubrir las dos aberturas, mientras
se disponía el traslado de los heridos al tercer y segundo piso.
La situación se tornaba muy difícil. Los medicamentos comen-
zaban a escasear y la gravedad de algunos internos demandaba de
atención especializada. Fue entonces cuando más de cuarenta prisio-
neros entre varones y mujeres, dos de ellas en un avanzado estado de
embarazo, comenzaron a deslizarse por las ventanas del segundo piso
del pabellón, hacia la rotonda. A pesar de haberse frustrado la nego-
ciación en las horas previas, la necesidad de evacuar a los heridos se
tornaba apremiante debido a la gravedad de sus lesiones.

274 Canto Grande y las Dos Colinas


La salida se produjo ante la fría y delirante mirada de decenas de
militares apostados en los techos y en las cabinas de los pabellones
contiguos; tenían el dedo en el gatillo de sus armas dispuestos a li-
quidarlos, allí mismo, de producirse algún inadvertido movimiento.
El estado de salud de los internos era dramático; pero, ni aún así,
los agentes bajaron un instante la guardia, sus posturas se mantuvie-
ron rígidas y la vigilancia fue elevada durante aquel lento desplaza-
miento. Inicialmente, las fuerzas de seguridad aceptaron su traslado
al hospital; sin embargo, cuando estuvieron en la rotonda, la orden
fue de disparar si se movían del lugar. Allí permanecieron sin poder
retornar al pabellón ni avanzar en busca de atención médica.
Por la noche, uno de los reflectores habría de apuntar su haz de
luz en dirección a los cuerpos exhaustos de los heridos, cuidando que
nadie dejara su ubicación. La gravedad de sus contusiones comenza-
ba a causar serios trastornos; la exposición a la intemperie provocó
en algunos una infección generalizada de sus heridas, acompañada
de fiebre y dolor.
Las autoridades que habían dicho que salgan los heridos nos aban-
donaron, no nos dieron la atención inmediata que requeríamos, nos
mantuvieron en la rotonda con el objetivo de eliminarnos, buscaban
algún pretexto para fusilarnos o muriéramos por falta de atención
médica de emergencia […]. Nos quedamos a la intemperie […] sin más
cobertura que algunas frazadas sin alimentos, sin agua, […]. La noche
del 8 de mayo, reanudaron su ataque con disparos de instalazas que
cruzaban por encima de nuestras cabezas; abrían grandes boquetes
en el frontis del pabellón, los pedazos de bloque de concreto rodaban
sobre nuestros cuerpos, varios de estos nos golpeaban ya que nuestra
cobertura solo eran frazadas80.
El incendio que originó el combustible rociado sobre las ventanas
en la parte frontal del pabellón fue sofocado rápidamente. Minutos
antes, el pedido de los internos permitió la salida de un piquete de
prisioneras. Se trataba de Sybila Arredondo, Agueda Aite, María Ber-
múdez, Dora Muñoz, Esperanza Ugaz y Nora Gálvez, internas con
problemas de discapacidad. La segunda de las citadas no tenía ma-
nos, la tercera presentaba problemas de visión, y las demás, eran de
avanzada edad.
[Salimos] para reiterar a las autoridades la necesidad de sacar a los

80
Testimonio de Pablo Efraín Jorge Morales. List... Ob. Cit. pág. 269.

Carlos Infante 275


heridos, enfermos y en cinta. Fue a las 6 ó 7 pm., [sic.] en busca de la
Cruz Roja para que viera por los enfermos y los sacara primero que
nada para que los ingresara a hospitales. [Yo] preguntaba insisten-
temente por la Comisión de la Cruz Roja, ya yendo hacia fuera im-
presionándome la cantidad de uniformado altos, robustos, y con ropa
moteada como de paracaidistas (como para confundirse con los ár-
boles) y gorros negros que les tapaban las caras. Al llegar al edificio
exterior no nos quieren escuchar, nos dijeron que no había ninguna
Comisión de la Cruz Roja y no daban información. Tampoco sobre
dónde estaban las delegadas que anteriormente habían salido con la
misma petición. Nos metieron a un pequeño calabozo […] reiterada-
mente pedíamos nos comunicaran con la Cruz Roja Internacional y
la necesidad de sacar a los heridos y enfermos al hospital. En algún
momento ingresaron al calabozo a dos internas que, para nuestra
tranquilidad eran las delegadas de las cuales no sabíamos si estaban
muertas o vivas81.
Sybila Arredondo fue pareja sentimental del reconocido escritor pe-
ruano José María Arguedas. Bordeaba los 60 años de edad y, aun así,
fue torturada durante el traslado al nuevo penal de Chorrillos. Esa no-
che, hubo muchos heridos, producto de las esquirlas pero solo uno de
ellos no logró recuperarse de la lesión interna que sufrió luego de que
una granada fragmentaria tipo piña arrojada por los esbirros, estalla-
ra a escasos centímetros de su cuerpo. Se trataba de Ignacio Guizado
Talaverano, un joven de 25 años de edad, muerto días después a causa
de una septicemia, peritonitis y hematoma subescapular cefálico, se-
gún el protocolo de necropsia practicado el 3 de junio de 1992.
Estaba a mi costado cuando fuimos obligados a echarnos boca abajo
en la «tierra de nadie»… se quejaba de dolor en el estómago, pero te-
nía temor de que lo llevaran [con los heridos] al hospital de la policía
[…] sabíamos que nadie saldría vivo de allí […] Escupía un líquido de
color negro y le decían que su estómago había reventado. Se lo lleva-
ron y no volvió más82.

«El asalto final»


Muy temprano, Deodato Juárez Cruzatt comenzó a recorrer discre-
tamente el pasadizo del tercer piso. No había descansado demasiado
esa noche, en realidad casi nadie lo hacía. La tensión y el constante
81
Testimonio de Sybila Arredondo viuda de Arguedas. List... Ob. Cit. pág. 522.
82
Entrevista a prisionero. Penal Miguel Castro Castro. Enero de 2003.

276 Canto Grande y las Dos Colinas


asedio policial no dejaban tiempo para cerrar los ojos. Pero él estaba
acostumbrado, solía dormir muy poco; en los años de libertad al fren-
te de la secretaría de propaganda del Comité Central, la búsqueda del
descanso no era una preocupación mayor. En cambio, gozaba de una
especial voluntad por el trabajo partidario, que no tardó en mostrar
cuando se hizo cargo de la Dirección de la trinchera. Disponía de una
imaginación sorprendente que le valió para añadir algo de su esfuer-
zo personal en la transformación de aquella mazmorra. Su reclusión
en el penal, en octubre de 1990, como resultado de un operativo po-
licial que puso al descubierto información de extraordinario valor en
la intervención a la vivienda de Monterrico83, le sirvió para resarcir
el error que su detención había provocado a la organización partida-
ria. Pronto, la «llegada» de otros experimentados dirigentes a Castro
Castro dotó a la dirección política del pabellón de una experimentada
conducción y de un liderazgo a prueba de todo.
Juárez Cruzatt era un veterano comunista. Se incorporó al Partido
en 1977 en Ayacucho. Nació en esa ciudad durante la primavera de
1950; su condición de dirigente la obtuvo en medio de los turbulen-
tos sucesos que vivió el país durante la dictadura militar de Morales
Bermúdez. La cercanía al histórico líder de la organización, Abimael
Guzmán Reynoso, hablaba de una trayectoria interesante que Juárez
Cruzatt ostentaba desde el proceso final de reconstitución del Partido.
En los ochenta, acompañó de cerca a la Dirección Central comunis-
ta, durante la planificación de operaciones guerrilleras; más de una
vez habían roto campañas de cerco y de aniquilamiento en el campo.
Juárez estaba preparado militarmente para resistir el sitio en Canto
Grande. No deseaba morir, pero tampoco vacilaría en poner la vida a
disposición de la causa a la cual servía con notable esmero.
No tardó mucho en percatarse del giro que tomaría la jornada del
día. Por las rendijas de las ventanas, a pesar de las dificultades de vi-
sibilidad que ofrecía el crepúsculo, Juárez Cruzatt observó un inusita-
do movimiento en la Colina contraria. Luego de 72 horas de iniciadas
las operaciones militares, sentía cierta satisfacción al haber logrado
83
Su detención significó un duro golpe a la organización partidaria. Con él cayó el 80%
de los integrantes del Departamento de Propaganda. Según el análisis del Buró Político,
la desarticulación de aquel aparato, junto al golpe provocado al departamento de Apoyo
Organizativo, entre junio y setiembre de 1990, produjo una seria inestabilidad en el Partido
que obligó a un cambio de planes. Véase entrevista de Abimael Guzmán con comisionados
de la CVR. En documentos reservados. Biblioteca de la Defensoría del Pueblo. 10 de se-
tiembre de 2002.

Carlos Infante 277


resistir frente a un ataque convencional destinado a exterminarlos.
La vida volvía a estar en la «punta de los dedos», se decía a sí mismo,
cuando un ligero impulso lo extrajo de sus breves reflexiones. Era
Yovanka Pardavé Trujillo, la joven abogada que aportó notablemente
en la transformación de Socorro Popular para convertirlo en uno de
los más importantes organismos armados del Partido. «Lo esperan
camarada», llegó a decirle apuntando a la celda donde se encontra-
ban los otros miembros de la Dirección política. Debían ocupar sus
puestos, pues la señal de alerta volvió a oírse en todo el pabellón. El
«asalto final» había dado comienzo.
En efecto, el desplazamiento de fuerzas era distinto. Nuevo per-
sonal a cargo de varios oficiales, cuya experiencia en guerra contra-
subversiva era mayor que sus predecesores84, se apostaba en puntos
estratégicos. En la llamada «tierra de nadie», a espaldas del patio
principal del 4B, se instaló la compañía «Águila» de la Dirección Na-
cional de Operaciones Especiales al mando del capitán Luis Martínez
Bustamante. El Grupo Delta, conformado por varios pelotones a cargo
del capitán Guillermo Castro Arredondo, se ubicó tras la pared peri-
métrica del pabellón rojo. A su turno, el teniente Juan Loayza Córdova
y una sección de la compañía Pawaq, conformada por 15 hombres, fue
desplazada cerca de los grupos anteriores. En la reserva aguardaba el
teniente Javier Rivera Vásquez junto al grupo táctico de la DINOES.
Otro contingente fue enviado al techo del 4B. Uno de los grupos
estaba a cargo del alférez Elbert Galdos Campos, se trataba del des-
tacamento Halcón. Sobre la azotea del 2B, se encontraba emplazado
el alférez Orestes Castillo Vásquez junto a un pelotón de la compañía
Pawaq. Esa mañana, muy temprano, arribó al penal el comandante
Luis Enrique Celi Seminario, con una orden precisa: tomar el pabe-
llón 4B. Bajo su mando se encontraba, entre otros oficiales, el mayor
Edilbrando Vásquez Delgado a cargo de la Unidad de Operaciones
Especiales. Por su parte, en el pasadizo que une la rotonda con la
«tierra de nadie», se instaló el capitán Jaime Paredes Laredo junto
a su personal. El mayor Félix Lizárraga Lazo en compañía de otros
oficiales de igual o menor rango, se encontraban en el 5A desde donde
comenzaron el ataque. La coordinación entre las unidades de asalto
84
Raúl Málaga, uno de los oficiales responsables del operativo, gozaba de una vasta expe-
riencia proporcionada durante su actuación en distintos frentes antisubversivos. En el 85
estuvo en Ayacucho y en el 89 en el Alto Huallaga. Del mismo modo Elmer Hidalgo parti-
cipó además en cursos de antiguerrilla en Israel.

278 Canto Grande y las Dos Colinas


fue asignada a los oficiales Jorge Luis Lamela Rodríguez, José Raúl
Málaga, Napoleón Mestanza quienes se hallaban ubicados en los te-
chos de los pabellones citados y desde donde condujeron las opera-
ciones de ataque.
Los disparos golpeaban furiosamente los muros de los cuatro ni-
veles, intentando acceder por las rendijas de las ventanas de metal;
fue entonces cuando se oyeron fuertes explosiones en el ducto que
divide al 4B del pabellón contiguo. El espacio cerrado y compacto de
la angosta alcantarilla le proporcionó, al estallido, un volumen mayor
del habitual. Los muros se removieron ligeramente y aquellos hom-
bres que se encontraban próximos a las paredes laterales quedaron
algo aturdidos. La detonación de granadas fragmentarias despidió
gran cantidad de esquirlas hacia todas partes, varias de ellas desplo-
maron a algunos internos que acudían al ducto, convocados por sus
necesidades orgánicas.
A través del forado abierto en el techo del cuarto piso, la policía
lanzó varias granadas de gas irritante; activado el artefacto, el quími-
co comenzó a esparcirse rápidamente afectando a los internos. El ar-
dor en los ojos era intenso; pero los prisioneros lograron contrarres-
tar el efecto llevándose al rostro paños humedecidos con vinagre y
orines. Nuevos explosivos caían por el agujero; esta vez, las granadas
derribaron a Wilmer Rodríguez León y a otros prisioneros. Esto le
brindó una oportunidad excepcional a la policía que vio libre de resis-
tencia el orificio para introducir rápidamente sus fusiles y barrer con
una ráfaga a los guerrilleros que cubrían esa zona con enormes teas.
Rodríguez no pudo incorporarse, el golpe seco de los proyectiles le
destrozó el lado izquierdo del rostro; un gesto de dolor lo acompañó
hasta el último instante y murió. Su cuerpo, cubierto de heridas múl-
tiples, estaba allí, mirando de lleno al enorme boquete desde donde el
uniformado contemplaba a su víctima.
Por un momento, el cuarto nivel parecía haber cedido al mortal
ataque policial. Los hombres que cubrían aquel territorio yacían ten-
didos a ambos lados del pasadizo a donde fueron arrojados por las
ondas expansivas de las granadas. Miraron el cuerpo humeante de su
camarada tendido sobre el cemento y volvieron a la carga, tomando
los hisopos en llamas y lanzándolos a las aberturas del techo para
cerrar el ingreso. A las 10 de la mañana, el número de agujeros había
aumentado, pero la resistencia no se detuvo.

Carlos Infante 279


El salón del primer piso concentraba a más de doscientos inter-
nos, la mayoría con lesiones en zonas vitales del cuerpo, tendidos y
casi uno sobre otro. En esas condiciones, algunas horas antes, los en-
cargados de los alimentos distribuyeron un poco de comida, la ración
consistía en medio huevo cocido y un vaso de agua. La habitación no
era muy grande, tenía aproximadamente 80 metros cuadrados y a
cada minuto llegaban más heridos. Todos esperaban el final, solo era
cuestión de tiempo, los especialistas en explosivos no tardarían en
demoler el edificio.
La gente caminaba sobre nosotros […] todo estaba oscuro y, a cada
rato, reventaban bombas. Desde temprano, la policía colocaba dina-
mitas a la entrada del patio […] cada vez eran más fuertes […]. Noso-
tros gritábamos ‘oh, oh, oh,…’ para que el sonido de la bomba no nos
rompa el tímpano85.
Mientras la televisión local transmitía los sucesos vía micro ondas,
las emisoras radiales recibían, en intervalos más cortos, los reportes
directos de sus enviados especiales situados en las afueras del esta-
blecimiento penitenciario. La señal era captada con relativa nitidez al
interior del penal desde pequeños receptores funcionando a batería.
De cuando en cuando, la narración se interrumpía para recibir más
detalles acerca de los daños causados por el coche bomba que en la
madrugada había estallado frente a la comisaría de Carmen de la Le-
gua. Esa mañana, recuerdan nuestros entrevistados, un interno bajó
por las gradas al primer piso, con el rostro emocionado, se dirigió a
sus compañeros y les dijo en tono enérgico: «¡Hay que seguir resis-
tiendo, el Partido está atacando afuera!».
La reacción fue inmediata, un gesto de satisfacción se dibujó en el
rostro de muchos prisioneros. No estaban solos, se decían. El Parti-
do habría de golpear a sus verdugos atacando los cuarteles policiales,
mientras estos se ensañaban con los prisioneros. Desde los últimos re-
ductos de resistencia, emergían suaves voces de prisioneras impulsan-
do un cántico revolucionario, de desafío y coraje que cobraba fuerza al
toparse con las voces de sus camaradas apostados en los cuatro pisos.
Nada ni nadie nos detendrá/nada ni nadie nos derrotará, era el coro
de un himno que se repetía una y otra vez, luego de una sentida estrofa
que hablaba de «la gran epopeya de la guerra popular »(sic.).
Escucharlos cantar, en verdad, era un golpe letal a la moral de las
85
Entrevista a prisionero. Penal Castro Castro. Enero de 2003.

280 Canto Grande y las Dos Colinas


fuerzas del orden como si la victoria se les mostrara medianamente
cercana. Al término del verso melódico, un enérgico «¡Viva el pre-
sidente Gonzalo!», seguido de otras consignas, desorientaba a los
agentes especiales, cuya respuesta descubría el inevitable odio de la
guerra. Cerca del medio día, la crisis en el penal llegó a su clímax,
fue cuando ingresaron los «equipos de penetración y demolición pre-
parados especialmente para asalto de instalaciones»86, al mando del
coronel Jesús Pajuelo y del mayor Jesús Konja Chacón. Luego de ubi-
carse detrás de las duchas, en el patio central del pabellón, la unidad
de Konja arrojó una barra C4 contra la pared del edificio acompañada
de disparos de fusil y bombas incendiarias. El estallido dejó un forado
profundo en la sala conocida como «Atreverse» ubicada en el segun-
do piso del pabellón. Los internos que se encontraban agazapados a
esa altura del edificio literalmente volaron por los aires, el estallido
vino acompañado por un nutrido disparo de fusil que golpeó contra
los muros y los techos interiores de la habitación.
Al cabo de unos minutos, profundamente aturdidos, algunos de
los prisioneros comenzaron a incorporarse lentamente, mientras
otros se arrastraban hacia el interior del piso en busca de refugio. Allí
estaba Mario Francisco Aguilar Vega, un hombre de mediana edad,
irreconocible, carbonizado y baleado. Segundos antes, su voz había
alertado del ataque a los internos. Al ser alcanzado por la carga explo-
siva llegó a pedir auxilio mientras su cuerpo ardía como un bonzo. No
resistió más y quedó allí. La autopsia de ley detectó, posteriormen-
te, seis heridas perforantes y penetrantes producidas por proyectiles
calibre 7,62 mm. Mario Francisco estaba detenido en Castro Castro
desde hacía unos años junto a sus dos hijos, ninguno de los tres se
hallaba sentenciado.
Todo indicaba que el «asalto final» estaba cerca. La operación era
vigilada por el propio Fujimori desde un helicóptero de la Fuerza Aé-
rea que sobrevolaba el penal desde hacía buen rato. No era extraño; el
personal del Ejército emplazado en los alrededores reforzó el círculo
de seguridad. La orden de «debelar el motín» había sido decretada
por el propio jefe de Estado, según rezan los testimonios del coronel
Jesús Manuel Pajuelo García, del mayor Artemio Konja Chacón y del
capitán Oscar Álvarez Valera87.
86
Revista Caretas. Edición N° 1211. Martes 19 de mayo de 1992. pág. 38.
87
En el caso de Pajuelo, su testimonio se halla consignado tanto en la manifestación de

Carlos Infante 281


Luego de la explosión, el segundo piso quedó al descubierto y
cuando la policía intentó ingresar por el enorme agujero, en medio de
los disparos, los destacamentos designados a la defensa de aquel piso
reanudaron el bloqueo bajo una contraofensiva. Desde la altura de la
mitad del pasadizo avanzaban arrojando explosivos caseros y bom-
bas molotov, provocando el repliegue de los agentes de seguridad.
En breves momentos la zona de conflicto estuvo en llamas, situación
que permitió la evacuación del cadáver de Mario Francisco Aguilar y
la de los heridos que aguardaban el momento adecuado para ponerse
a buen recaudo.
Otra odisea pasaban los heridos que se encontraban en la rotonda.
Un griterío ensordecedor se oyó en los pabellones comunes de donde
minutos antes caían algunos medicamentos y frazadas para asistir a
los enfermos. La policía ubicada en los techos del 4B comenzó a ro-
ciar combustible hacia las ventanas de aquel edificio. Los chorros de
querosene salpicaban a los heridos apostados cerca del lugar, lo que
provocó una iracunda respuesta de todos los internos del penal. Los
gestos de solidaridad fueron inmediatamente reprimidos por el per-
sonal policial que dispuso la concentración de los internos comunes
en los patios interiores de cada pabellón con el fin de evitar su parti-
cipación en el conflicto.
El medio centenar de heridos logró arrastrarse hacia la zona ubi-
cada debajo de la cabina de donde, alguna vez, personal del instituto
penitenciario supervisaba, a través de sensores ópticos, el movimien-
to de los internos. Para ese entonces, aquel sofisticado sistema de vi-
gilancia había colapsado quedando abandonado de modo definitivo.
Los miembros de la dirección comunista permanecieron en el tercer
nivel coordinando las acciones de resistencia. La llegada de un mando
del cuarto piso solicitando abandonar esa posición frente al incesante
bombardeo recibió como respuesta un rotundo no. La incursión de las
fuerzas especiales a ese ambiente habría terminado por arrasar todo;
era necesario enviar refuerzos que contuvieran el inminente asalto.
Agrupados en cuatro destacamentos especiales, el grupo de guerrille-
ros se dirigió hacia las zonas más sensibles; dos unidades subieron al

fecha 11 de diciembre de 2003 como en la declaración instructiva del 25 de julio de 2005.


Mientras que Álvarez Vela, lo hizo el 2 de julio de 2004. Por su parte Konja Chacón dejó
su testimonio en el Autoapertorio de instrucción del Expediente Nº 2005-00045-0-1801-
JR.PE-O2. Corte Suprema de Justifica de la República. Segundo Juzgado Penal Suprapro-
vincial. 16 de junio de 2005. Folio Nº 4786. pág. 18.

282 Canto Grande y las Dos Colinas


cuarto piso y las otras, a la sala «Atreverse», en donde destacamentos
locales pugnaban por mantener el control de la zona. Otro piquete se
enfrentaba en la alcantarilla que divide los pabellones; el ataque con
explosivos de guerra fue intenso y la respuesta guerrillera no fue otra
que incendiar ese conducto.
Un nuevo frente se abrió en el tercer piso a donde la policía lanza-
ba cargas explosivas buscando descubrir algún resquicio por donde
disparar. Era el único lugar seguro hasta ese momento, sus estructu-
ras habían soportado el bombardeo durante los cuatro días y se halla-
ban prácticamente intactas; los efectivos policiales casi estaban con-
vencidos de que los dirigentes de la organización se encontraban en
ese espacio. El objetivo de eliminar a los dirigentes no era un secreto
entre las fuerzas del orden, su llamado a la rendición era acompañado
insistentemente de una desobediencia a los líderes comunistas.
Al promediar las dos de la tarde, la dirección en pleno acordó bajar
al primer piso.
La densa atmósfera provocada por los gases y el incendio de al-
gunos puntos vitales del edificio limitaban la respiración. El conges-
tionamiento de internos era mayor a la altura de las escaleras por
donde bajaban constantemente los heridos acompañados de otros
prisioneros; luego estos volvían a subir al último nivel en donde el
acoso era brutal. El fuego por momentos decrecía, entonces la poli-
cía aprovechaba para lanzar artefactos explosivos y disparar a matar.
Otra prisionera cayó abatida, se trataba de Consuelo Barreto Rojas. El
proyectil le cercenó un pedazo de carne del antebrazo izquierdo; sin
embargo, fueron las esquirlas que despidió la siguiente explosión las
que se alojaron en su cabeza provocándole una hemorragia intensa.
El auxilio tuvo que esperar unos minutos mientras amainaba el ata-
que; la joven prisionera fue arrastrada hacia el interior de las celdas
para evitar que los continuos disparos terminaran con su vida.
Me encontraba entre las escaleras del 3er piso y el 4to piso. Ante el
ataque nos agachábamos con una compañera. Dispararon por dife-
rentes sitios cayéndole una bala en la sien a la compañera Consuelo
Barreto, le salía sangre a borbotones. Procedí a atenderla, aún estaba
con vida pero no había materiales para atenderla. No podíamos hacer
nada por ella88.
Consuelo Barreto sobrevivió unas horas; pero la falta de atención in-
88
Testimonio de Sandra Huamanhorqque Huamanhorqqe. List... Ob. Cit. pág.156.

Carlos Infante 283


mediata terminó con su vida. A media tarde, los prisioneros del 4B
comenzaron a retroceder y a bajar al tercer piso; luego de varios días
de resistencia, habían perdido «el control» del último nivel. Minutos
antes, la dirección comunista había descendido a la primera sala del
edificio en donde la resistencia se mantuvo férrea. A un extremo de la
habitación, allá por donde se abre el patio central del pabellón, un des-
tacamento especial disparaba tiro por tiro contra los agentes del Esta-
do. Las armas confiscadas a la policía durante el primer día, en el pa-
bellón de sus compañeras, dejaron de funcionar en breve tiempo; una
de ellas a falta de municiones, la otra, simplemente, quedó trabada. La
defensa del pabellón únicamente contaba con dos pequeñas armas de
fuego, algunas granadas tipo piña y explosivos caseros. Las ballestas ya
no tenían proyectiles y el ácido se había agotado completamente.
En el tercer piso, uno de los combatientes poseía el otro revól-
ver dispuesto a utilizarlo solo en una eventualidad extraordinaria. El
grueso del contingente se había concentrado en el primer piso, mien-
tras que otro grupo, hasta ese momento ileso, se hallaba a la espera
del «asalto final» en la tercera planta. La llegada de más internos,
que comenzaron a descender del piso superior, obligó a una decisión
audaz. Debía emprenderse el contraataque. En esos momentos, en
que se decidía la recuperación del último nivel, Rubén Constantino
Chihuán Basilio, un prisionero que se encontraba en Castro Castro
desde otoño de 1987, fue alcanzado por un proyectil de fuego que le
golpeó de lleno el cráneo. Los testimonios recogidos precisan que su
deceso no demoró mucho; la herida fue mortal y su cuerpo cayó sobre
los prisioneros, a los que, minutos antes, intentaba proteger de la ba-
lacera. Una mezcla de temor y odio se apoderó de los internos; en los
siguientes minutos habrían de morir sino hacían algo para evitarlo. El
mando político de aquel nivel sometió a consulta la recuperación no
sólo del cuarto piso sino de la azotea; era probablemente un suicidio,
pero conscientes de que si no ofrecían sus mayores esfuerzos, para
una respuesta de esa magnitud, la reacción acabaría con los prisio
neros dentro del edificio. La consigna «a mayor resistencia, menor el
costo», volvió a mover sus conciencias.
El llamamiento tuvo respuesta. En breves instantes el dirigente de
esa zona estuvo frente a una docena de hombres y mujeres dispuestos
a todo para recuperar el territorio perdido. El plan de operaciones in-
cluía un ataque frontal a las fuerzas especiales acantonadas en el techo

284 Canto Grande y las Dos Colinas


del edificio, cuyo número era extraordinariamente superior al peque-
ño escuadrón que había ocupado minutos antes el cuarto nivel al man-
do del comandante Estuardo Mestanza Bautista, conocido entre sus
hombres como «Botija». Luego de algunas modificaciones a la idea
original, la dirección comunista dio luz verde al arriesgado proyecto.
En breve, el pelotón concentró el mayor número de granadas y
explosivos caseros y se lanzó a la ofensiva. La tarea no debía demorar
más tiempo del debido; el grupo subió en tropel por las gradas provo-
cando una confusión entre los esbirros que terminaron espantados.
Los interno parecían una muchedumbre cuando se presentaron en
el cuarto piso, y no dieron lugar a resistencia alguna por parte de los
policías que treparon desesperadamente por el boquete ubicado en el
techo. Pero los prisioneros no se detuvieron, continuaron el recorrido
hasta la misma azotea, a donde ingresaron disparando y arrojando sus
granadas. La policía no supo cómo reaccionar y huyó hacia los flancos
buscando refugio. El súbito ataque fue contundente; sin embargo, la
retirada no estaba garantizada a falta de armas. La reacción de los
agentes instalados en el techo de los pabellones aledaños no demoró
mucho. Los disparos llegaron desde todos los frentes pero ninguno
logró derribar por completo a los insurgentes. Salvo algunas heridas
leves, los guerrilleros lograron retornar al pabellón donde otro desta-
camento esperaba el momento para atrincherar aquel acceso.
Lamela Rodríguez, José Hidalgo y Félix Lizárraga comandaban,
en ese momento, el operativo de penetración desde la parte superior
del 4B. La temeraria incursión maoísta había logrado un violento
desalojo a cerca de un centenar de uniformados, quienes no lograron
salir de su asombro durante los próximos minutos. El regreso de los
agentes a la azotea fue más cauteloso desde entonces.
Entre tanto, el devastador ataque continuó en la primera sala a
donde se habían trasladado más de la mitad de los reclusos, gran
parte de ellos con lesiones en todo el cuerpo. La capacidad de fuego
comenzó a disminuir debido a la falta de municiones. Desde la parte
alta de la barricada, un pequeño conducto de aire dejaba salir los aus-
teros disparos de los rebeldes. Para ese momento, era la única arma
que quedaba, un revólver calibre 38 que se enfrentaba a sofisticados
fusiles de fabricación rusa. Cuando el tambor era vaciado, la recarga
tomaba cierto tiempo provocando un breve silencio que ponía en ven-
taja a las fuerzas especiales.

Carlos Infante 285


Al bordear las 5 de la tarde, el operativo de demolición se había
desatado en toda su magnitud; las bombas resonaban en forma ince-
sante. Fue entonces que una potente carga explosiva remeció todo el
penal. El temor se extendió entre la muchedumbre ubicada en los al-
rededores de Castro Castro; el pánico se apoderó de los familiares, los
aparatos de filmación de los reporteros se activaron. El estallido ha-
bía levantado una enorme masa de humo y polvo desde los interiores
del edificio sitiado. El asalto estaba en su mayor apogeo. La explosión
hizo volar por los aires a la docena de hombres que resistían tras el
parapeto. Era increíble, inexplicable, pero otro grupo de prisioneros
conformado por heridos, aun con el zumbido en los oídos producto de
la ruidosa explosión, volvió a levantar la trinchera con sorprendente.
El grupo de contención se recompuso inmediatamente y se lanzó a la
barricada para seguir la defensa; pero Konja Chacón ya había enviado
a otro de sus especialistas hacia la segunda habitación.
El explosivo plástico, acompañado de gas irritante, quedó adheri-
do a la pared posterior de la sala principal. No hubo mucho tiempo
para la retirada, y cuando esta se producía y la nube de la carga ante-
rior comenzaba a desvanecerse, el experto en explosivos fue divisado
por los prisioneros. Uno de ellos, el que portaba el revólver, apuntó el
cañón del arma contra el esbirro, pero fue demasiado tarde. La chispa
hizo contacto con el fulminante y se produjo la detonación. El resto
de la pared colindante a los baños se derrumbó; los costales reven-
taron con la bomba y los prisioneros que se encontraban cerca de
la trinchera volaron por los aires de la habitación; el edificio tembló
como si se tratara de un violento terremoto.
Aturdidos y casi asfixiados, algunos internos, lentamente, comen-
zaron a incorporarse; otros lo hicieron con mucha dificultad debido
a la tremenda conmoción causada por la onda expansiva. No ocurrió
lo mismo con Víctor Hugo Auqui Cáceres, cuyo cuerpo yacía al otro
extremo del salón a donde fue arrojado por la descarga. Murió instan-
táneamente; el dictamen pericial de balística forense arrojó como re-
sultado, además del fuerte impacto, una perforación de bala en la re-
gión preauricular derecha originada por un disparo de bala calibre 9
mm, a corta distancia, cual si hubiera sido ultimado posteriormente.
La resistencia de los prisioneros políticos no pudo mantenerse más.
[…] Sólo una compañera se puso muy nerviosa… decía ¡vamos a salir!
¡Basta ya!, ¡basta ya!... Un compañero bajó del segundo piso y le lla-

286 Canto Grande y las Dos Colinas


mó la atención, le dijo ‘¡cállate carajo!’ y la compañera se calló […]. El
mismo compañero comenzó a hablar a todos los que estábamos allí…
«¡Bien compañeros, la resistencia heroica ha concluido, es un triunfo
político, militar y moral para el Presidente Gonzalo, para el Partido y
la Revolución!, lo que vendrá de aquí en adelante es lo que asumire-
mos como comunistas, combatientes y masas…»89 Otro agregó: «Acá
van a matarnos, ya no tienen otra solución. Antes que nos maten acá,
que nos maten afuera…» 90
Faltó poco para que la infraestructura, hecha a base de concreto ar-
mado, se viniera abajo. El artefacto plástico, de exclusivo uso mili-
tar, tiene por virtud su alta precisión y potencia; no provoca incen-
dio alguno, simplemente, la onda expansiva es intensa; no obstante,
la deflagración registra cierto control, evitando que ardan enseres y
combustibles. Una vez abierto el gigantesco boquete que cubría prác-
ticamente la mitad de la pared del primer salón, la policía evitó una
incursión innecesaria.
A esa hora el coronel Alfredo Vivanco había dejado su puesto en
el lado frontal del centro de ataque para apoyar a Konja Chacón en
la demolición del edificio. La caída de un enorme bloque de la pa-
red posterior obligó a una rápida evacuación del personal policial; las
ondas expansivas del poderoso detonante habrían ocasionado serios
daños, recuerda, tiempo después, el coronel Jesús Manuel Pajuelo.
Al disiparse el humo y la polvareda levantada por la explosión, los
agentes retornaron al lugar en espera de nuevas órdenes.
Era comprensible el pánico, pero este no se produjo. La sereni-
dad volvió a los combatientes. Aun cuando la tensión dominaba sus
exhaustos y maltrechos cuerpos, el silencio cubrió por instantes la
cargada atmósfera del derruido pabellón 4B. Fue entonces que el en-
cargo de salir llegó a Marlene Olivos, la joven portavoz de los prisio-
neros. Su voz no se quebró, siguió vigorosa y firme. «¡Vamos a salir,
no disparen!», decía y la iracunda respuesta no tardó en regresar:
«¡Sal conchetumadre, te vamos a matar, sal perra…!»91. El anuncio no
era extraño, el destino parecía estar marcado por la muerte, pero, en-
tonces, había que desafiarla, no tenía porqué seguir oprimiéndoles.

89
Entrevista a prisionero. Penal Castro Castro. Enero de 2003.
90
Testimonio de prisionero. Informe CVR. «Las ejecuciones… Ob. Cit. pág. 780.
91
Entrevista a prisionera. Penal de Chorrillos. Febrero de 2003.

Carlos Infante 287


La complejidad de lo simbólico debía materializarse en aquel de-
safío, en la figura de la cuota, cuya representación establece cierta
frontera con la inmolación. La cuota pasaba a ser no sólo «objeto»,
sino, también, imagen «acústica» en palabras de Saussure (1995).
Pero cuando hablamos de inmolación no nos referimos al suicidio,
sino a la entrega, a esa mística, a esa fe en algo más sublime por el
cual el desafío a la muerte cobra especial significado. Lutz decía: «To-
das las culturas se esfuerzan por expresar, contener, celebrar y ma-
nejar el inexorable caos personal y social que subyace a la muerte, y
todas lo hacen en forma distinta»92. El desafío recoge una de esas for-
mas de controlar el inevitable desenlace, de prolongar el latido de la
humanidad frente a la vida de unos cuantos, de inmortalizar el alma
colectiva a despecho de moler al individuo, de hacer polvo la ilusión
para que únicamente quede materia inextinguible.
Sin embargo, no es del todo cierto que solo sea posible desafiar la
muerte, como indica Lutz, en lugar de vencerla o someterla. Domi-
narla, aunque no de modo definitivo, demandaba una cuota de sa-
crificio tendiente a preservar al conjunto. En efecto, la figura de la
preservación a través de la cuota ofrece un mecanismo interesante.
«Muero para salvar a los demás»; «Ellos han dado su vida con honor
y gloria»; «Seremos escudos humanos»; «Que nuestra sangre se en-
tibie con la sangre ya vertida»; «Plenamente conscientes entregamos
nuestras vidas por la alegría»; «Somos la reafirmación de la vida so-
bre la muerte». La sangre se convierte en operador del sacrificio. Es
por ello que la postergación de la muerte se transforma en un éxito
parcial, un éxito que se explica dentro del escenario simbólico y cons-
tituye una victoria sobre su significado93.
Los breves minutos que les separaban del fatídico final sirvieron
para una sentida remoción. Al pie de las gradas, cerca al portón prin-
cipal del edificio, la dirección en pleno se detuvo. Allí estaban Hugo
Juárez Cruzatt, Osmán Morote, Yovanka Pardavé, Tito Valle, Elvia
Zanabria y otros dirigentes más. Se miraron unos a otros y concluye-
ron: «La resistencia heroica se ha cumplido». A un lado y muy cerca
de ellos aguardaban los miembros de seguridad de la dirección, dis-

92
Lutz, Tom. El llanto. Historia cultural de las lágrimas. 2001. pág. 243.
93
Infante, Carlos. «Diferencias cualitativas en el discurso de los principales actores duran-
te el genocidio de prisioneros del penal Castro Castro en 1992». Informe Final de Investi-
gación. 2004. pág. 98.

288 Canto Grande y las Dos Colinas


puestos a morir junto a sus camaradas si las circunstancias así lo exi-
gían. La despedida fue muy rápida. Todos se abrazaron y se ordenó el
retiro de la pesada puerta metálica.
Al otro lado, sedientos de sangre, se encabritaban los cañones de
los fusiles homicidas. Los hombres de Lamela Rodríguez, Raúl Má-
laga, Félix Lizárraga, Estuardo Mestanza y otros esperaban con im-
paciencia la salida de los comunistas. La radio portátil se activó y el
hilo de la onda magnética, que transportaba el mensaje final, recorrió
velozmente los casi cien metros que separa al sistema de pabellones
del centro de comando.
Tan pronto como el informe llegó a oídos de Hurtado Esquerre, el
movimiento de pequeños pelotones se dinamizó con inusitado apre-
mio. La presencia del entonces comandante del Ejército Peruano Ro-
berto Huamán Ascurra al mando de 10 hombres camuflados con uni-
forme de campaña, fue advertida por Pajuelo desde la víspera. Entre
sus manos sostenía una pequeña cámara filmadora que no se apagó
en ningún instante durante los minutos finales del operativo. La sos-
pechosa presencia de personal del Servicio de Inteligencia Nacional
en el recinto penitenciario llamó la atención de otros oficiales como
el general Alfredo Vivanco Pinto. Otro de estos agentes, que horas
antes realizaban un reconocimiento de la zona de conflicto, fue el co-
mandante Luis Enrique Celi Seminario, cuya proximidad al siniestro
asesor presidencial era un secreto a voces. La orden que llevaba, com-
prendía la toma del pabellón 4B al mando del equipo operativo de la
Unidad de Operaciones Especiales. Su armamento incluía, además
de lo ya señalado, fusiles HK con silenciador.
Los hombres del comandante Lamela y de los oficiales Málaga,
Lizárraga y Mestanza se distribuyeron sobre el perímetro de la azotea
del pabellón rojo, hacia el lado de la rotonda. La mira telescópica de
sus fusiles PG500 se encontraba emplazada apuntando hacia la zona
del gallinero.
La puerta blindada se abrió con ligera dificultad y salieron cinco
prisioneros sin observar mayor apuro. Los disparos seguían pero nin-
guno pretendió liquidarlos, entonces salió la dirección, cogida de los
brazos entonando aquel himno que había unido al proletariado en el
mundo. Era una cadena humana de hombres y mujeres dispuestos a
desafiar las balas de sus verdugos. El soberbio cántico se inició con un
breve, pero memorable, mensaje que Tito Valle lanzó a la población

Carlos Infante 289


penal: «¡Presos comunes, ustedes son testigos de este genocidio!».
Cruzaron la puerta y el himno se oyó con más energía. El canto del
proletariado decía:
Arriba los pobres del mundo
de pie los obreros sin pan
y gritemos todos unidos
¡viva la Internacional…!
La frase no llegó a terminar cuando los disparos de fusil cayeron de
lleno sobre sus cuerpos. Tenían el puño cerrado mirando hacia las
alturas; pero no se desplomaron de inmediato, una nueva descarga
volvió a caerles y la fuerza del impacto terminó por derribarlos. Uno a
uno cayeron, y los que no fueron muertos al instante, eran rematados
por la guardia apostada en los techos del 3B, 4A y 4B94. A pesar de sus
heridas, Yovanka Pardavé trató de incorporarse, pero no pudo. Alzó
la cabeza y mirando hacia el interior de su pabellón, con voz entre
cortada, dijo: «!Que cada comunista, demuestre su condición!...».
Presentimiento o simple deducción, la sospecha del secretario de
la Luminosa Trinchera de Combate de Canto Grande se había hecho
realidad. Hugo Deodato Juárez Cruzatt recibió cuatro impactos de
bala en el tórax, en el abdomen, en la pelvis y en la extremidad infe-
rior izquierda.
[C]uando yo salí junto a otros internos como el Sr. Hugo Deodato Juá-
rez Cruzatt no fue casual, lo identificaron llamándolo por su nombre
y le dijeron con prepotencia: «¡Ese de cabeza blanca deténgase!» a
la vez que lo acribillaron a mansalva con ráfagas de FAL no de uno
sino de 2 ó 3 francotiradores que estaban en el techo de[l] 3B, 4B y
4A. Vi todo eso porque salí en el mismo grupo que él, le destrozaron
el cráneo y en el pecho y abdomen también tenía orificios de balas, de
entrada y salida, similar sus extremidades inferiores. […] murió con el
puño crispado, cerrado y levantado, en alto95.
Su cuerpo quedó tendido en la puerta del gallinero, cerca de los ca-
dáveres de otros dirigentes como Tito Valle y Yovanka Pardavé. Al
94
Si vemos la trayectoria de los disparos, estos se produjeron de arriba hacia abajo, de
atrás hacia delante, de izquierda a derecho y viceversa, a larga y corta distancia. Es decir,
desde el 5A, 5B, 4A, 4B, 3A, 3B, desde donde el ángulo de tiro es más conveniente. Véase
los testimonios del Comandante Luis Celi Seminario, del Capitán Pedro Dávila Suárez y
de otros oficiales. Autoapertorio de instrucción del Expediente Nº 2005-00045-0-1801-
JR.PE-O2. Corte Suprema de Justifica de la República. Segundo Juzgado Penal Suprapro-
vincial. 16 de junio de 2005. Folio Nº 4791-4792. pág. 22 y 23.
95
Testimonio de Alex Vicente Rivadeneyra. List.... Ob. Cit. pág. 455.

290 Canto Grande y las Dos Colinas


primero de los nombrados, le cayó un tiro en la cabeza, otro en el tó-
rax y otros más en distintas partes del cuerpo. La misma suerte corrió
Yovanka Pardavé Trujillo fusilada de cinco balazos. Las perforaciones
en su cuerpo, producidas por los disparos de bala, hablan de una múl-
tiple trayectoria que recorrieron los proyectiles, uno de ellos provenía
del 4B, mientras otro salió de la zona de acceso a la rotonda.
[T]odo el tiempo he estado con mi padre Tito Valle Travezaño y la dr.
[sic.] Yobanka Pardavé Trujillo, ambos abogados. […] Se abrió la puer-
ta del pabellón y salieron dos prisioneros. En el segundo grupo salió mi
padre, la dra. Yovanka Pardavé Trujillo, Hugo Juarez Cruzatt y Ana Pi-
lar Castillo. Otros cayeron como la dra. Elvia Sanabria, Noemí Rome-
ro, Victoria Trujillo, Osmán Morote, Margot Liendo, Mercedes Ríos,
quedando claro que dispararon selectivamente porque de lo contrario
también me hubieran asesinado a mí y a los demás sobrevivientes96.
En efecto, la muerte de Ana Pilar Castillo Villanueva se produjo en
esas circunstancias. Iba al costado de los abogados cuando le alcanzó
el nutrido disparo. En el paso, cayeron del mismo modo Elvia Za-
nabria Pacheco, Marco Azaña Maza, Wilfredo Gutiérrez Veliz, Janet
Talavera Sánchez, Noemí Romero Mejía y Mercedes Peralta Aldaza-
bal. Con excepción de Janet Talavera, el resto de prisioneros logró
sobrevivir por algunos minutos a la sumaria ejecución.
Janet era conocida por su filiación al gremio periodístico. Trabajó
durante un tiempo como jefe de redacción de El Diario y, luego, como
su directora interina tras la detención y exilio de Luis Arce Borja. Se
sabe que fue una de las responsables de la llamada «Entrevista del si-
glo» realizada a Abimael Guzmán en 1988; era la primera vez que un
medio de información lograba una entrevista con el líder maoísta. Tal
vez por eso, los agentes del Estado le otorgaban a la joven periodista
la condición de alta dirigente en la organización. Nadie, a juicio de las
fuerzas de seguridad, habría tenido el «privilegio» de entrevistarse
con Guzmán, si no ostentaba un «cargo» especial en el Partido. Lo
cierto es que Talavera no sólo había avanzado hacia ciertos niveles
orgánicos de la compleja estructura partidaria, sino que, además de
su aguda capacidad con la pluma, había demostrado una lealtad in-
quebrantable. Eso fue, tal vez, suficiente para ganarse la confianza de
la alta dirigencia y participar en la famosa entrevista.
De mediana estatura, y con apenas 28 años de edad, Janet Ta-

96
Testimonio de Madeleine Valle Rivera. List... Ob. Cit. pág. 449.

Carlos Infante 291


lavera fue acribillada luego de ser identificada por los uniformados
durante la salida del pabellón. Sus asesinos se esforzaban por dar con
una mujer de color, decían: «¡A la negra, a la negra!» y entonces la
derribaron. Con heridas en el tórax y en otras partes del cuerpo, la
prisionera siguió con vida por unos instantes más.
A la mitad de la rotonda, más o menos por el 2A, vi cerca de la vere-
da, dentro de la rotonda, a Janet Talavera, ya agonizaba y decía ‘ayú-
deme’… atrás de mí venía alguien, nos acercamos para levantarle y
ayudarle, la tomé del brazo y el otro compañero del otro brazo, pero
los policías de los techos nos gritaban ‘¡suéltenle carajo!’ y hacían dis-
paros, pero al aire. Después nos dijeron ‘¡agachen la cabeza!’ ‘¡manos
a la nuca’!, tuvimos que soltarla y seguimos caminando rápido97.
Pero el número de víctimas, entre muertos y heridos, que produjo la
ejecución al momento de la salida, no se redujo a los prisioneros cu-
yos nombres aparecen en párrafos anteriores. El propio Osmán Mo-
rote, sindicado erróneamente como el «número 2» de la organización
subversiva, cayó herido luego de que una bala se le quedara alojada
en el glúteo derecho. Igual suerte corrieron Margot Liendo, Victoria
Trujillo y Mercedes Ríos, todas ellas presentaban heridas profundas
en distintas partes del cuerpo.
Desde el interior del edificio en escombros, centenares de mira-
das observaban pasmados el múltiple crimen. Ese era el fatal destino
que les esperaba. La conmoción fue tremenda; el llanto se apoderó
de unos y la fortaleza hizo lo propio en otros. No era para menos,
la muerte, simplemente la muerte, implacable como ninguna, debía
terminar con los días de miseria y opresión en un mundo asaltado por
aquella tiranía disfrazada de democracia. La otra salida era morir de
pie, erguido como aquel que no siente vergüenza de haberse alzado
en armas para desterrar la iniquidad sembrada sobre su pueblo. La
caída de los comunistas reflejaba en los ojos de los prisioneros la bús-
queda de algo que pudiera prolongar la vida, de un camino destinado
a abrir la aurora. Entonces, el llamamiento de Yovanka Pardavé no
cayó en el vacío. Repuesto de aquel golpe, un prisionero se puso en
pie, alzó la cabeza y con voz serena y firme dijo: «Camaradas, la di-
rección ha dado el ejemplo a seguir, ¡Quién es comunista, demuestre
su condición!».
Segundos más tarde, un nuevo grupo de prisioneros salió decidi-

97
Entrevista a prisionero. Penal Castro Castro. Enero de 2003.

292 Canto Grande y las Dos Colinas


do a enfrentar las balas. Caminaba tropezándose con los cadáveres
de sus compañeros regados en el perímetro de la rotonda. Algunos,
aún con vida, se arrastraban y pedían ayuda. Fue el caso de Elvia Za-
nabria, Noemí Romero, Marco Azaña, Margot Liendo, la propia Janet
Talavera y otros heridos más. Los que recién habían salido del pabe-
llón se desplazaron rápidamente hacia donde estaban sus compañe-
ros y cuando comenzaron a auxiliarlos, la policía volvió a disparar en
medio de gritos y amenazas. «¡Déjenla, déjenla!», les ordenaron a los
dos prisioneros que alzaban el cuerpo aun con vida de Janet Talavera.
Sólo las balas de los esbirros lograron separar a la periodista de sus
compañeros; tuvieron que dejarla cuando ya agonizaba. A pesar de
los disparos, los otros prisioneros heridos fueron recogidos y tras-
ladados lentamente hacia el exterior de los pabellones en medio de
insultos y advertencias.
Salió el cuarto grupo y se mezcló con el anterior. La lluvia de pro-
yectiles prosiguió; pero la orden oficial apuntaba a una eliminación
selectiva de los prisioneros. Las balas cayeron en el piso y el golpe
despidió esquirlas por todas partes derrumbando a algunos de los
internos. Desde los techos, el fuerte contingente policial les exigía
tirarse al piso, pero nadie lo hizo. El grupo siguió caminando. Pa-
saron la cocina y se detuvieron frente al portón de metal que dividía
la «tierra de nadie» con el sistema de pabellones. «¡Vamos a salir,
abran la puerta!», decían los internos en tono enérgico. Algunos ve-
nían abrazados de los heridos; otros avanzaban con el dorso desnudo,
mostrando el puño en alto; entonces se abrió el portón y salieron.
Caminaron hacia la rampa, custodiados a cierta distancia por el
propio coronel Jesús Pajuelo García, el capitán Jaime Paredes Laredo
y un grupo de hombres cubiertos con pasamontañas. Parecían no tener
idea de lo que debían hacer cuando saliera el grueso de internos. Desde
la azotea de la oficina de Prevención una fila de uniformados fuerte-
mente apertrechados rodeaba a la ametralladora MAG colocada en el
centro, desde donde contemplaban el lento recorrido de los reclusos.
De pronto, la MAG fue activada y comenzó a escupir furiosamente pro-
yectiles de alto calibre. De un momento a otro, la hilera de guerrilleros
fue barrida y los cuerpos cayeron pesadamente sobre el cemento.
La ráfaga obligó a los hombres de Pajuelo a abrirse hacia ambos
lados arrojándose al suelo para evitar el profuso traqueteo de la ame-
tralladora.

Carlos Infante 293


[Los internos] avanzan lentamente, y cuando ya han transpuesto la
puerta de metal, yo voy retrocediendo, acercándome a la Prevención,
en eso el personal de la Guardia Republicana que se encontraba en
el techo de la Prevención, […] disparan contra los internos, entonces
al sentir los disparos opté por tirarme al suelo junto con mi personal
y dos o tres oficiales más, entre ellos el teniente Jaime Paredes y los
treinticinco [sic.] efectivos que estaban conmigo, y agarro el megáfo-
no y les digo a los internos que se tiren al suelo, pero yo veo que por lo
menos dos hileras caen entre siete u ocho personas por hilera, no se
si muertos o heridos, pero caían como muñecos, se desplomaban […]
entonces lo veo al coronel Cajahuanca junto al personal que estaba
dispararon contra los internos desde el techo de la prevención y cuan-
do yo les grito estos se fugan del lugar98.
En efecto, los internos no tuvieron igual fortuna que los efectivos al
mando de Pajuelo, pues fueron acribillados salvajemente. Andrés
Agüero Garamendi, Ramiro Ninaquispe Flores, Fernando Orozco
García y Rufino Obregón Chávez sangraban profusamente. Al prime-
ro lo venían trasladando herido desde el interior del pabellón, cuando
un proyectil le atravesó el hombro sin comprometer zonas vitales;
luego, otra bala le perforaría la región escrotal derecha. Ramiro Ni-
naquispe, en cambio, recibió tres disparos: uno de ellos cayó sobre su
pecho, otro en el brazo y finalmente un tiro le alcanzó a la altura de
la clavícula. A Rufino Obregón, las balas le cayeron en la cabeza, en
el hemitórax y en la mano derecha, mientras que otros tres disparos
derribaron al prisionero Fernando Orozco.
Siento que ellos disparan y cuando en eso yo caigo al suelo, creí que
realmente sólo era una cuestión de segundos y que ya era una mujer
muerta, cuando veo a mi costado a un compañero que lo había visto
un segundo antes. Era Orozco, Fernando Orozco […]. Nos caímos al
suelo, nos agarramos las manos como algunos compañeros y sentía
por ratos que se me iba el aliento pero que aún seguía respirando,
pasaba segundos y me decía entre mí a qué hora me muero99.

98
Testimonio de Jesús Pajuelo García. Véase declaración instructiva de fecha 25 de julio
del año 2005. Folio 5558. Véase atestado Nº 121-04-DIRINCRI-PNP/DIVINHOM-DE-
PINHOM.GOP. 2004. pág. 56, folio 1000. Otro testimonio que confirma los hechos arriba
expuestos, es el del propio comandante Luis Celi Seminario. Véase Autoapertorio de ins-
trucción del Expediente Nº 2005-00045-0-1801-JR.PE-O2. Corte Suprema de Justifica de
La República. Segundo Juzgado Penal Supraprovincial. 16 de junio de 2005. Folio Nº 4791.
pág. 22.
99
Testimonio de Ana Berrío Yanque. List... Ob. Cit. pág. 173.

294 Canto Grande y las Dos Colinas


En el grupo hubo otros que también fueron ametrallados. Luis Angel
Pérez Zapata, Gerardo Lizarzaburu Robles, Wálter Huamanchumo
Morante y una docena de prisioneros más, terminaron sobre el piso
cubierto de sangre. La fuerza con que los proyectiles cayeron, había
destapado pedazos de pavimento de la rampa.
La tarde comenzaba a ser dominada por las sombras de la noche.
Eran cerca de las 6 y los grupos conformado por mujeres y varones
seguían saliendo de modo interminable. Algunos avanzaban cogidos
de las manos, otros llevaban los brazos sobre la cabeza, recorriendo
la extensa fila de cuerpos sin vida tirados a un lado de la rotonda. Al
llegar al portón metálico, eran cogidos uno por uno y arrojados al
suelo para confundirse en una masa de gente que se arrastraban en
dos direcciones. Los hombres eran conducidos hacia la «tierra de na-
die» y las mujeres a la zona de Prevención, mientras que los heridos
fueron amontonados cerca al tópico del penal.
La trágica historia no parecía haber terminado con la eliminación
de los dirigentes comunistas, ni con el reciente arrasamiento en la
rampa. El proceso de selección en busca de algunos líderes, no des-
cubiertos aún, estaba a punto de dar inicio. Al lugar llegó el Caci-
que, nombre con el que se le conocía al general Abraham Malparti-
da. Dotado de un contingente especial, conformado por corpulentos
hombres de significativa estatura, camuflados y con el rostro cubierto
por pasamontañas, Malpartida inició la clasificación de los internos.
Los alzaba de los cabellos y al ubicar a quienes consideraba líderes o
delegados subversivos, los separaba. Segundos después, estos eran
devueltos al interior del penal, al deshabitado edificio de la cocina,
donde debían enfrentar una ejecución sumaria. La muerte de Marco
Azaña se produjo de ese modo.
Azaña había sobrevivido al fusilamiento de la rotonda. A duras
penas logró avanzar hasta la altura de la rampa, apoyado por sus
compañeros, cuando un oficial lo reconoció. Con ocho balas encima,
fue devuelto hacia el interior y conducido a la cocina, en donde, un
disparo en el rostro terminó con su vida100. Lo mismo ocurrió con Ju-
lia Marlene Olivos Peña; salió junto al resto de prisioneros y cuando
llegó al portón, fue separada a empellones.
[D]e mi lado […] fue sacada la estudiante Julia Marlene Olivos Peña
por un grupo de comandos de la DINOES, quienes le dijeron textual-
100
Véase Informe de la Comisión. «Las ejecuciones… Ob. Cit. pág. 783.

Carlos Infante 295


mente: «Ah, aquí estás, tú eras la pericota que gritabas de adentro:
¡Señorita fiscal, señorita fiscal que ya no disparen vamos a salir. Ahora
vas a gritar con nosotros. Párate perra de mierda creías que te ivas
[sic.] a librar…!» Dicho esto la levantaron a patadas y puñetes del sue-
lo donde estábamos tirados baca abajo, en peso se la llevaron arras-
trándola y a golpes hacia el pasadizo de entrada al venusterio y allí
escuché sus gritos desgarradores al ser torturada hasta matarla101.
Su cuerpo presentaba un disparo de fusil en la cabeza. Murió de una
atricción encefálica. Sus familiares señalan que Julia Marlene tenía
el cráneo despedazado y que su seno había sido cortado con una ba-
yoneta.
La policía buscaba a Osmán Morote, cuyo nombre había sido pu-
blicitado ampliamente a través de los medios de información masiva,
como el segundo hombre de Sendero Luminoso. El otro por quien
preguntaban insistentemente era Víctor Zavala Cataño un hombre
de avanzada edad y reconocido dirigente en el Partido. Indagaban
también por Agustín Machuca, delegado del pabellón 4B, por Orozco
y por Aranda Cómpani. Pero la enorme cantidad de internos hacía
cada vez más difícil el proceso de reconocimiento y clasificación. Un
prisionero recuerda haber visto a un recluso ayudando a la policía en
aquella búsqueda. Se trataba del único desertor de la resistencia.
Luego de caminar varios pasos los policías nos hicieron rampar entre
vidrios y piedras del pasadizo del «cuello de botella», al avanzar unos
metros, un guardia me levanta la cabeza bruscamente para mirar
quien era y le pregunta a un personaje siniestro, «¿es él?». Éste le res-
ponde que no y me suelta la cabeza y me dice avanza, posteriormente
quedó claro que dicho personaje era CERVANTES, el que iba seña-
lando quien debería ser sacado del conjunto para que sea ejecutado a
tiros, como es el caso de Fernando Orozco102.
Todo indica que se trataba de Ricardo Cervantes Vargas, un interno
que decidió acogerse posteriormente a la Ley de Arrepentimiento,
ofreciendo información vinculada a la organización subversiva.
Al subir al techo del cuatro B, encontramos a un interno que se había
ocultado ahí, había huido, ya que temía por su vida, entonces él nos
hizo un diagrama de cómo estaba dividido el pabellón y quien estaba
a cargo de mover a la gente, señalando que el señor Osmán Morote
movía a todos y que se encontraba en el segundo piso del pabellón y lo

101
Testimonio de Edgar Tolentino Gonzalez. List… Ob. Cit. pág. 136.
102
Testimonio de Nunja García Isidoro Santiago. List... Ob. Cit. pág. 377.

296 Canto Grande y las Dos Colinas


protegían los demás internos, nos describió que estaba todo el pabellón
protegido tanto las ventanas como las paredes con costales de tierra,
de igual forma nos hizo un croquis de las divisiones del interior103.
La ayuda del soplón tuvo resultados. Osmán Morote Barrionuevo fue
finalmente ubicado, llevaba una herida en la nalga y aún así fue mo-
lido a golpes a la vez que lo arrastraban hacia el interior de la cocina.
Pero, cuando se aprestaban a darle el trámite acordado, se oyó una
voz a la espalda de los agentes especiales ordenándoles el traslado del
prisionero hacia la «tierra de nadie».
A las nueve de la noche, los últimos prisioneros aún seguían sa-
liendo del interior del pabellón y los que estaban en la rotonda ha-
bían sido trasladados al local de la prevención donde tuvieron que
aguardar algunas horas antes de ser evacuados al hospital policial.
Esa noche, la «tierra de nadie» fue el albergue de aproximadamente
cuatrocientos internos que permanecieron allí por varios días recos-
tados boca abajo en medio de la intemperie.
Después de cuatro días de feroz ataque, el saldo era aterrador. Al
menos 42 prisioneros muertos (30 varones, 10 mujeres y dos cuerpos
calcinados); 175 heridos (producto de balas, esquirlas y quemaduras)
y 322 sobrevivientes con lesiones de todo tipo104. Por el lado de las
fuerzas de seguridad se registró una baja y 22 heridos, 6 de estos por
arma de fuego105. El traslado al penal de máxima seguridad de Chorri-
llos finalmente se produjo; pero a un altísimo costo, tal como lo había
anunciado Fujimori la tarde del 7 de mayo. Las 92 sobrevivientes,
horas antes de ser conducidas a las cárceles de Chorrillos y de Cachi-
che, fueron sometidas a una salvaje tortura. Colmada de incontenible
furia, la guardia de asalto descargó todo su odio contra las rebeldes,
las llenaron de golpes con la base de sus pesados fusiles, les lanzaban
insultos y puntapiés hasta provocarles desmayos, sólo cesaron de tor-
turarlas cuando escucharon el golpe seco de sus agitaciones retum-
bando en el ambiente cerrado de aquella fría habitación.

103
Declaraciones del suboficial Lucio de la Torre Zapana de la División de Operaciones
Especial de la PNP. Expediente Nº 237-93… Ob. Cit. a fojas 3028.
104
Las cifras corresponden a los datos consignados en el expediente presentado a la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, respecto al caso 11.015.
105
La relación de los heridos y del suboficial fallecido se encuentra en el atestado Nº 121-
04… Ob. Cit. Folios del 1021 al 1025.

Carlos Infante 297


Otro era el tormento de los heridos, recuerdan algunos sobrevi-
vientes. Con el cuerpo masacrado aguardaban amontonados en la
plataforma de los camiones policiales. Estuvieron allí toda la noche
y cuando se pensaba que serían trasladados, el vehículo oficial inex-
plicablemente regresaba al establecimiento penitenciario. En otros
casos, el traslado venía acompañado de brutales golpizas.
Después de permanecer buen tiempo en el lugar me sacan y me su-
ben a un camión grande con varios uniformados con pasamontañas
y armados y apuntándonos e insultando. En el trayecto fui golpeada
con el arma. Me golpeaban la cabeza. Hasta ese momento no sabía
qué herida tenía pero me pegaban precisamente en el glúteo donde
posteriormente comprobé que tenía la herida que en el hospital me
hicieron ver106.
El Hospital de Policía recibió a más de treinta internos con cuadros
clínicos de distinta gravedad. Allí se registraron varias muertes a falta
de atención médica. El deceso de Roberto Rivera Espinoza, herido
por una explosión de granada la mañana del 6 de mayo, se produjo
en aquel nosocomio. Lo mismo ocurrió con Ignacio Guizado, Rubén
Chihuán, María Villegas, Jesús Lino, Elvia Zanabria, entre otros.
Al amanecer del domingo 10 de mayo, la espesa atmósfera comen-
zaba a disiparse descubriendo las inocultables huellas de una dan-
tesca operación militar en el penal Castro Castro. Ambos edificios
se encontraban parcialmente destruidos, quemados y con miles de
perforaciones de bala. Desde el interior de 4B, las cadenas de humo
seguían brotando y el calor concentrado, aún en su interior, detuvo
el ingreso de las unidades especiales. Tuvieron que esperar algunas
horas para «limpiar» la zona de una eventual existencia de artefac-
tos explosivos. La llegada del gobernante de facto estaba programa-
da para la tarde de aquel día; sus emisarios hablaban de una posible
inspección de los pabellones donde los prisioneros protagonizaron,
durante cuatro días, una titánica resistencia.

106
Testimonio de Margot Liendo GIl. List… Ob. Cit. pág. 182.

298 Canto Grande y las Dos Colinas


© América Televisión
Sábado 9. Horas antes
del «asalto final».
© América Televisión

Paredes interiores del


4B luego del ataque.
© América Televisión

Armas de madera
y otros ateriales incau-
tados en el operativo.

Carlos Infante 299


La llegada de Fujimori al penal movilizó a todas las tropas acanto-
nadas en el lugar; pero también alertó a los familiares de los deteni-
dos, cuya angustia no tenía límites al haber aguardado durante varios
días sin saber el estado de salud de sus seres queridos. La enorme
masa de gente recibió al dictador en medio de pedradas y denues-
tos acusándole de «genocida» y «criminal»; pero los proyectiles no
llegaron a su objetivo, estaba lo suficientemente lejos como para ser
alcanzado por una piedra.
La comitiva, conformada por algunos funcionarios del régimen, lle-
vaba además una nutrida caravana de vehículos que trasladaba a los
periodistas de medios de información local y extranjera. Cuando Fuji-
mori ingresó, los internos se encontraban echados boca abajo sobre la
tierra húmeda de aquel enorme campo de concentración. La vigilancia
había sido redoblada y la policía, acompañada de perros amaestrados,
se desplazaba sigilosamente entre las filas y columnas de prisioneros.
El inusitado movimiento, las ligeras sonrisas de algunos periodistas y
el flash de las cámaras fotográficas atrajeron la atención de los reclu-
sos. Estaban siendo expuestos a la más infame humillación que inten-
taba presentarlos como derrotados. De pronto, como si todo estuviera
debidamente planificado, la enorme masa de hombres se puso de pie,
alzó el puño derecho y comenzó a lanzar vivas al presidente Gonza-
lo107. La sensación de temor fue evidente, Fujimori retrocedió el paso,
se detuvo por un momento y fingiendo no haber sido impresionado
con el repentino desafío, continuó su recorrido.
Temiendo un motín, la policía decidió no ingresar a callarlos; y
menos, a devolverlos a su posición inicial. La iniciativa roja volvía a
ser recuperada, aunque por muy breve tiempo. Tan pronto como los
visitantes desaparecieron, una unidad especializada se apoderó del
campo y volvió a reducir a los internos. Las precauciones eran extre-
mas. En el lugar había más de trescientos prisioneros y no era muy
simple tenerlos bajo control estricto; pues se enfrentaban a una orga-
nización militarizada y profundamente convencida de los motivos de
su revolución. Aunque la matanza había causado un duro golpe a la
organización, el Partido no tardó demasiado en reajustar su estruc-
tura orgánica. Y como las «hormigas» de Ernesto Sabato «esos pre-

107
Este hecho, además de los testimonios recogidos, fue registrado por distintos medios
de información. Es el caso del diario La República. Local. Edición del lunes 11 de mayo de
1992. pág. 5.

300 Canto Grande y las Dos Colinas


carios seres humanos ya empezaban de nuevo a levantar su pequeño
mundo de todos los días»108.
El sistema de dirección recobró el liderazgo y comenzó a trabajar
velozmente en base al nuevo escenario. La reciente visita de Fujimori
y la respuesta política mostrada en las agitaciones de los prisioneros
volvió a enfrentar a las Dos Colinas. La lucha política y militar, al fin
y al cabo, se mantuvo hasta el final; ambos sectores, en medio de la
diferencia bélica, reclamaban el triunfo para sí.
Mientras Fujimori había logrado eliminar a los más altos dirigen-
tes del PCP, recluidos en Castro Castro, así como a un grupo de pri-
sioneros, recuperando el poder en el indicado penal y asestándole un
certero golpe a la organización, los maoístas habían logrado resistir
cuatro días a base de cánticos y de una defensa únicamente con armas
caseras, logrando demostrarle la imposibilidad de doblegar su moral.
Las acciones de la organización subversiva en todo el país continua-
ron y se intensificaron en los siguientes meses, lo que demostró un
revés político para el régimen.
Después del combate, la guerra entraba a un trance distinto en
donde el conflicto se desarrollaba a base de mensajes «cuyas claves
sólo podían ser descifradas por sus actores»109. Los insurgentes, a di-
ferencia de su comportamiento militar durante los ochenta, cuando
la estrategia guerrillera los llevaba a replegarse rápidamente luego
de golpear al enemigo; para 1992, estaban en condiciones de desa-
fiar frontalmente y en su «territorio» al mismísimo Jefe Supremo de
las Fuerzas Armadas y Policiales. En cambio, la visita de Fujimori,
rodeada de cámaras de televisión, mostrando al país y en cadena na-
cional una escena que hablaba de su avance en el frente militar, con
prisioneros senderistas tendidos boca abajo, lo colocaba en una situa-
ción de dominio. Allí estaba, observándolos, «con gesto autoritario,
marcando el sentido de sojuzgamiento, como lo ordenan los cánones
de la guerra clandestina»110.

108
Sabato. Sobre héroes… Ob. Cit. pág. 233.
109
Jara. Ojo…. Ob. Cit. pág. 167.
110
Ibíd. pág. 168.

Carlos Infante 301


© América Televisión

Cientos de internos per-


manecieron en la «Tie-
rra de nadie» durante
los siguientes días.

© América Televisión

Domingo 10 de mayo. Fu-


jimori constata el resulta-
do del operativo.
© América Televisión

De izq. a Der.: Nicolás Hermosa,


Briones Dávila, Cuba y Escobe-
do, Alberto Fujimori y Fernando
Dianderas en el penal Castro Cas-
tro.

302 Canto Grande y las Dos Colinas


Castro Castro fue la prueba de fuego del régimen. Ni la ocupación
de las universidades o de los pueblos jóvenes, como el asentamiento
humano Raucana, tuvieron tanto significado como la ejecución de un
puñado de viejos dirigentes comunistas. La guerra de baja intensidad
demandaba operaciones encubiertas con un alto grado de precisión. De
acuerdo a posteriores declaraciones de Martin Rivas, jefe del grupo pa-
ramilitar «Colina», la eliminación de los líderes subversivos en Castro
Castro fue cuidadosamente planificada y ejecutada por su escuadrón.
[...]. Ni Fujimori ni Montesinos ni el jefe del Ejército, el general Her-
mosa Ríos, admitían que la policía se encargue. Tenían dudas sobre la
eficacia policial, pero sobre todo, no tenían formado un equipo para
ese fin y era imposible conseguir la complicidad y el silencio de todo
un destacamento en unos días. ¿Y si después un policía hablaba? No
hubo duda en que la misión correspondía al Grupo Colina. Había sido
creado para tal fin, venía operando y ejecutando diversas acciones
y el alto mando confiaba en ellos. Sin embargo, hubo una objeción
planteada por Martin [Rivas]. Sostuvo que iba a intervenir casi un
millar de policías y al final podía trascender el ingreso de un pelotón
del Ejército, por más disfrazados de policías que pudiesen estar. Al
final, decidieron que no había alternativa distinta a correr el riesgo.
Siempre me ha llamado la atención –dice Martin– que nadie se diera
cuenta o que nunca se haya hablado del asunto, yo pensé que se iba a
saber, había demasiada gente, pero no fue así111.
La presencia de militares en la operación Mudanza I siempre estu-
vo en las denuncias de los prisioneros; algunos medios periodísticos
hablaban dentro o fuera de sus redacciones de esa posibilidad. El 20
de abril de 1992, la revista Caretas incluyó tangencialmente en su
informe especial un artículo acerca del plan en marcha.
La 18ª División Blindada del Ejército y la Dirección General de la Po-
licía Nacional vienen ultimando detalles de un plan para incursionar y
poner orden en los pabellones controlados por los presos senderistas
-1A y 4B- en el penal de Canto Grande112.
Sin embargo, una admisión de parte habría significado una conmo-
ción de consecuencias inimaginables en todos los espacios de opinión.
Por lo tanto, las afirmaciones de Martín Rivas, acerca de la supuesta
sorpresa que le causó la reserva de militares y de policías con relación
a la presencia de su escuadrón en el indicado operativo, no parecía ser
111
Jara. Ojo... Ob. Cit. pág. 168.
112
Caretas. «Esperando a la OEA». Edición del 20 de abril de 1992. pág. 34.

Carlos Infante 303


muy convincente. Las evidencias se inclinan, más bien, hacia la even-
tualidad de no haber querido abordar este hecho sino hasta después
de que el dictador cayera y con él su control sobre todos los instrumen-
tos del Estado y de la sociedad. Ningún medio periodístico se atrevió
a investigar en esos momentos el crimen de Canto Grande debido al
control que la administración fujimorista ejerció sobre la mayoría de
medios de difusión. Es obvio que aquel temor se mezclaba con el ries-
go a reivindicar, sin desearlo, la muerte de los líderes del PCP.
En otra edición de la revista Caretas, publicada el 19 de mayo de
1992, se vuelve a deslizar el tema de la presencia de personal extraño a
las fuerzas especiales de la policía. Sin embargo, el magacín evita pro-
fundizar aspectos vinculados a una posible ejecución extrajudicial.
Dentro del grupo operativo habían seis hombres con un uniforme ver-
de azulino, provisto de un chaleco azul y pasamontañas verdes. El jefe
tenía barba –de acuerdo a quienes lo vieron ponerse el pasamonta-
ñas–. Al parecer pertenecía a un servicio de inteligencia. Uno de ellos
portaba una pequeña cámara filmadora y otro una máquina fotográ-
fica. Eran los únicos oficialmente autorizados para realizar esa labor.
Los otro cuatro eran quienes conocían perfectamente a los líderes de
SL en la prisión113.
El informe a cuyas líneas nos remitimos podría ser consignado como
un elemento revelador de la revista. Lamentablemente, aquel dato
no fue explotado lo suficiente en su oportunidad. En realidad, no ha-
bía muchos medios dispuestos a poner en entredicho las versiones
oficiales. Sin embargo, en el caso de Caretas, la figura no parece ser
muy consistente, aun cuando se esmera por facilitar información re-
servada. En un artículo presentado en el mismo volumen bajo el tí-
tulo «Mandos caídos», concentra, desde nuestra óptica, una serie de
argumentos justificatorios de la matanza. De pronto la consistencia
se observa desde esa perspectiva, vale decir, desde la necesidad de
promover una operación policial en Canto Grande, tal como lo había
sugerido en las distintas ediciones de 1991114.
Pero, más allá de accidentales reflejos, expuestos en la edición de
esa semana de revistas como Caretas, Sí y Oiga, la idea de poner al
descubierto el macabro plan de exterminio no se mostró jamás. La

113
Revista Caretas. Edición N° 1211. Martes 19 de mayo de 1992. págs. 38 y 49.
114
Véase, por ejemplo, ediciones Nºs. 1170 y 1210, del 30 de julio de 1991 y del 11 de mayo
de 1992, respectivamente. Véase, asimismo, ediciones del 16 y 23 de diciembre de 1991.

304 Canto Grande y las Dos Colinas


reacción, por el contrario, en la mayoría de medios escritos y audivi-
suales descubre una especie de felonía provista de argumentos subje-
tivos que dieron soporte a la matanza, instigada durante los sucesos y
justificada con posteridad al crimen múltiple.
Después de la conferencia de prensa que ofreció Fujimori en las
afueras del centro penitenciario, proporcionando cifras irreales sobre
el resultado del operativo «Mudanza I»115 y mostrando el supuesto
«arsenal de armas» con que los prisioneros habían opuesto resisten-
cia al ataque, la preparación de los titulares descartó cualquier posi-
bilidad de un crimen selectivo, menos aún, de un genocidio, término
que había sido borrado del lenguaje periodístico.
La República, Expreso, El Popular y El Comercio encabezaron sus
portadas con el tema del día, mientras que Extra, La Tercera, Ojo, y
Expreso le otorgaron mayor importancia al «milagro que hizo una
virgen al salvarse de un atentado terrorista (sic.)». Para El Comer-
cio y Ojo, se había puesto fin a cuatro días de «motín terrorista». Para
La República, el tema de la recuperación del orden y la rendición de
los sediciosos estuvo en primero lugar. En los días siguientes la cam-
paña habría de ser dirigida a exponer una serie de temas vinculados a
la «irracional» resistencia. Expreso y Extra, por ejemplo, hablan del
escándalo que significó la corrupción en las cárceles. Su tesis acerca
del «arsenal de armas» volvió a cobrar fuerza con la presentación de
los materiales caseros empleados como medios de «ataque» (antes
que defensa). El Popular, en cambio, recuerda el problema de la falta
de autoridad en el penal a partir del anuncio oficial sobre la decisión
de reabrir El Frontón como centro de confinamiento.
De cualquier forma, el horizonte mediático les dio la facultad de
construir un discurso singular, pero no autónomo. Es decir, la necesi-
dad de reproducir un esquema informativo de corte oficioso, los con-
dujo a elaborar relatos distintos de la contienda, pero evidentemente
alejados de la autonomía que habría de otorgarle su inexistente inde-
pendencia frente a los poderes económicos y políticos, reforzando su
condición de «estructuras estructuradas»116.
115
En la conferencia de prensa, Fujimori dijo que el número total de presos senderistas
sumaban 550; de los cuales 451 se habían rendido; 20 heridos más dos gestantes fueron
evacuados; 28 muertos, 25 internas trasladadas el primer día del operativo y, el resto, se
encontraba en situación de desaparecido.
116
Término utilizado por Pierre Bourdieu para referirse a los medios de comunicación
dentro de la estructura dominante de una clase social. Véase Poder, derecho y clases so-

Carlos Infante 305


Es decir, una idea como ésta solo puede ser entendida y acepta-
da dentro de aquella lógica que explica el papel de los medios como
instrumentos de poder. No ocurre lo mismo con la mirada liberal
que pretende esconder el verdadero carácter de los medios, al que
han cubierto con un falso manto de independencia frente a cualquier
injerencia política o económica. La realidad, definitivamente, ayuda
en este examen y nos proporciona el argumento necesario para com-
prender los límites de cada enfoque. Lo expuesto por los medios de
información durante los graves incidentes de mayo de 1992 y, en ge-
neral, durante el largo proceso de guerra interna debe merecer una
mirada realmente escrutadora y crítica.
Pocos advirtieron, por ejemplo, una información aparecida el 10 de
mayo de 1992 en el diario La República, acerca de la visita que hicieron
los directores de los medios periodísticos al Pentagonito, el miércoles 6
de mayo a escasas horas de haberse iniciado el operativo militar.
La República estuvo el mismo miércoles en el Pentagonito, convoca-
da junto a periodistas de otros medios por el primer ministro De la
Puente. Allí pudimos escuchar a un alto mando del Ejército: «No habrá
matanza, no le permitiremos a Abimael Guzmán fabricar nuevos hé-
roes falsos sin importarle la vida de sus cómplices detenidos». […]. El
Ministerio del Interior sostuvo algo que resulta increíble: «Los policías,
en presencia de fiscales, ingresaron al pabellón A-1 (de las mujeres) sin
armas…». El gobierno afirmó, igualmente, que hubo orden de no dispa-
rar. Y, sin embargo, la violencia volvió a estallar con su saldo doloroso
de diez vidas humanas segadas a sangre y fuego. Alrededor del penal
sitiado, los periodistas volvíamos a vivir la impotencia de no poder dar
al pueblo un testimonio directo y veraz de los acontecimientos”117.
La última frase registrada por el matutino, sintetiza una de las
principales objeciones a la labor de la prensa, que una visión críti-
ca suele hacer en circunstancias tan penosas y dramáticas como las
que son materia del presente trabajo. El tiempo ha sabido darnos la
razón, pues realmente no estaban dando al pueblo información di-
recta y veraz de los acontecimientos, como finalmente se admite. Se
entiende, entonces, que la información acerca de los «túneles», de las
«armas», del «motín», de la «crueldad subversiva» y tantos infun-
dios carecía de veracidad.

ciales. 2000. pág. 88.


117
Diario La República. Edición Nº 3779. Especial. 10 de mayo de 1992. Artículo «No
hubo genocidio en Canto Grande. Mano dura en el penal».

306 Canto Grande y las Dos Colinas


¿Admisión de parte? Sí, probablemente sería suficiente recurrir a
esta frase para dar fe del papel de los medios periodísticos en este in-
fausto suceso. Pero eso nos llevaría a reducir el problema a un asunto
de credibilidad y confianza. El tema de fondo parece estar ligado a
un problema de conciencia, de comprensión, de enfoque, de visión,
en buena cuenta, de ideología como hemos pretendido desarrollar a
lo largo de estas páginas. Su lectura no podría estar orientada sino
a proteger un tipo de relación social que se ajuste a su medida, en
contra de cualquier forma de amenaza o proyecto destinado a trans-
formar radical y completamente las estructuras de la sociedad.
Y cuando María Elena Hidalgo, periodista de esa casa editora, lo-
gra revelar, diez años después, una serie de documentos acerca del
genocidio y de la responsabilidad penal que le asiste al ex presiden-
te Fujimori, la lectura no se altera en lo sustancial. La mirada es la
misma. De pronto se muestra más crítica, pero no lo suficiente como
pudo haberlo sido durante el operativo «Mudanza I», cuyo curso ha-
bría sido alterado de haber encontrado en los medios masivos de in-
formación, un espíritu más crítico.
Finalmente, es bueno saber que el periodismo no es un fenómeno
que aparece recién en los marcos de la cultura de nuestra época y que
tiene fuertes características ideológicas.
Siempre está vinculado a una etapa histórica concreta del desarro-
llo socio-económico, de transformaciones; en una sociedad clasista
siempre tiene carácter clasista y expresa los intereses de una u otras
formaciones políticas: es el portavoz de su política e ideología»118.
En efecto su esencia es eminentemente política, entendida la po-
lítica como la expresión concentrada de la lucha de clases, su gene-
ración y culminación. Por tanto, es un producto social y cultural que
cumple una actividad estrictamente política, en el amplio sentido de
la palabra.
No existe información por información; se informa para orientar
en determinado sentido al público sobre algo que se considera co-
rrecto y con el propósito de que esa orientación llegue a expresarse
en acciones determinadas. «Es decir, se informa para dirigir. En este
sentido, el mimetismo de periodismo y política llega a ser total»119.

118
Hudec. Teoría… Ob. Cit. 38.
119
Taufic, Camilo. Periodismo y Lucha de Clases. 1983. pág. 74.

Carlos Infante 307


Eso es lo que sucedió con la prensa capitalina. Desde un principio, de-
liberadamente, se decidió censurar la versión de los sobrevivientes;
en cambio, se justificó y se apoyó la indiscriminada operación militar
en el penal Castro Castro manejando un discurso subjetivo, mitifica-
do y subordinado a la idea exclusiva de imponer su particular forma
de ver la matanza en el penal.
Por lo tanto, la generación de condiciones para el genocidio de
mayo de 1992, su ejecución y posterior justificación reclaman una
cuota especial de responsabilidad a los medios periodísticos. Desde
luego, los mayores cargos son para el Estado que, además de liquidar a
dirigentes de la organización armada, mantuvo por una década en las
más inhumanas condiciones de carcelería a todos los sobrevivientes.

… Y la rueda de la historia sigue su curso


Dicen que después de la tempestad viene la calma, pero esta frase
no parece reflejar el ánimo de los días posteriores a la masacre. El
tema es que lo ocurrido en aquel establecimiento penitenciario no
se encontraba aislado de la dinámica social y política del país, cuya
guerra civil se presentaba cada vez más intensa. Y si en el exterior del
penal los hombres del presidente Gonzalo desplegaban una guerra
de movimientos, principalmente en extensas zonas del país, a decir
del propio líder comunista, propinando serios golpes a las debilitadas
estructuras del estado, la respuesta de Fujimori se trasladó a los pe-
nales en donde la medida sería devuelta con otra medida.
Más de 300 internos concentrados en la «tierra de nadie», pues-
tos bajo férrea vigilancia policial, deberían prepararse para continuar
la resistencia bajo condiciones distintas. Era «el precio de la revo-
lución». Los heridos, tras haber sido dados de alta, a la más ligera
recuperación, pronto volvieron a engrosar el número de prisioneros
aunque no estarían allí por mucho tiempo. La nueva política presi-
diaria demandaba una mejor selección de los cuadros y dirigentes
reconocidos e identificados por las fuerzas de seguridad. Antes del
término del mes, los comandos de la DINOES, en número considera-
ble, volvieron a ocupar las instalaciones de Castro Castro para proce-
der con la reubicación de los internos. La presión de los familiares,
abogados y, sobre todo, del Comité Internacional de la Cruz Roja y de
algunos organismos de derechos humanos, que hasta ese momento

308 Canto Grande y las Dos Colinas


no pudieron ingresar al penal, obligó al gobierno a disponer la re-
facción inmediata de los pabellones demolidos donde los prisioneros
volverían a ser reubicados.
En medio de una feroz golpiza, los sobrevivientes fueron reinstala-
dos, a la intemperie, en el patio del pabellón 1A, lugar donde sus com-
pañeras habitaron por varios años y donde un grupo considerable de
varones y mujeres murieron en medio de una heroica resistencia. Allí
permanecerían hasta muy entrado el invierno. Al cabo de varias se-
manas, un grupo de prisioneros fue trasladado al penal de máxima
seguridad de Yanamayo en Puno, a más de cuatro mil metros sobre
el nivel del mar. Los habitantes del nuevo presidio calificaban como
«gente de alta peligrosidad» allí deberían ser sometidos a las condi-
ciones más abominables de prisión. Pero sus esfuerzos nuevamente
se juntarían para transformar aquellas mazmorras en nuevas trinche-
ras de combate.
Otro tanto, fue llevado al penal San Pedro (Lurigancho), mientras
que la mayoría permaneció en Castro Castro. Sin embargo, la selec-
ción se reprodujo, incluso, en aquel presidio. Un pequeño grupo de
reclusos fue conducido a la segunda planta de la clínica donde las
celdas eran un poco más amplias; los demás internos fueron despla-
zados a las celdas bipersonales del pabellón 1A, cuya refacción fue
terminada para inicios de setiembre.
Una particularidad de las reinstalaciones fue el macabro cortejo de
la tortura que solía acompañar a las temibles «lanchadas» (nombre
con el cual se le conoce en las cárceles al traslado de internos). Pero
los acontecimientos después de mayo de 1992, merecen, sin ninguna
duda, un esfuerzo literario y académico aparte, destinado a reproducir
la vida (si es que puede calificarse así al infame encierro de los 90), de
los 21 mil prisioneros que llegaron a pisar las cárceles peruanas. El
llamado aislamiento celular, cuyas características habían superado los
límites de la monstruosidad más perversa que pudo ver la historia pe-
nitenciaria del país, sería el aporte de la infamia fujimorista al derrote-
ro de un Estado tiránico. Pero de eso, como dijimos, nos ocuparemos
en otro momento, pues hay mucho, muchísimo de qué hablar desde
una lectura no oficial de la historia reciente, de la que las generaciones
futuras habrán de enterarse de un modo u otro y juzgar en condiciones
distintas a las de hoy, donde la fuerza de un discurso oficial encuentre
su equilibrio en el relato popular, en la historia contada desde «aba-

Carlos Infante 309


jo», sin auspicios onerosos, sin la censura de los tiempos actuales, sin
mezquinos afanes por encubrir la verdad histórica.
Lo que vivió el Perú durante los 80 y 90 es entendido hoy como un
hecho que no debió haberse producido jamás. De pronto es cierto. A
quién le gusta ver muertos en las calles producto del fuego cruzado.
Sin embargo, una mirada al problema social y, sobre todo, a la historia,
nos traslada inevitablemente a una comprensión menos superficial del
conflicto armado y, sin ánimos de justificar el crimen, conviene una
lectura más profunda que extraiga las inocultables lecciones de la his-
toria. Alguien decía que las cosas ocurren porque tienen que ocurrir.
Mientras tanto, la rueda de la historia sigue en movimiento. Es un
derecho, pero también es un deber de la humanidad participar en ella
y escribir de ella recurriendo a la fidelidad de los hechos, de la rea-
lidad, pugnando por no ser excluida, evitando que se juegue con su
destino y, sobre todo, conjurando que no se haga escarnio de su tra-
gedia cuando se pierde una batalla por la supervivencia en un mundo
tan desigual y a veces tan inhumano.
Esta no es mi verdad, ni la de algunos o muchos que, seguramente,
habrán de compartir la lectura que hacemos de un breve espacio de
la historia peruana; el presente relato forma parte de la verdad histó-
rica cuya publicidad reclama un sector importante de la comunidad
nacional.

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Edición N° 2835. sábado 2 de mayo de 1992.
Ediciones N° 2838 al N° 2847. martes 5 de mayo de 1992– jueves
14 de mayo de 1992.
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mingo 17 de mayo de 1992
Diario Expreso
Ediciones N° 11 198 al N° 11 199. viernes 1 de mayo de 1992– sá-
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mingo 10 de mayo de 1992
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Edición N° 8268. martes 5 de mayo de 1992.
Ediciones N° 8270 al N° 8274. jueves 7 de mayo de 1992– lunes 11
de mayo de 1992.
Ediciones N° 8277 al Nº 8280. jueves 14 de mayo de 1992– do-
mingo 17 de mayo de 1992.
Diario Gestión
Ediciones N° 402 al Nº 406. martes 5 de mayo de 1992– sábado 9
de mayo de 1992.
Ediciones N° 408 al N° 410. lunes 11 de mayo de 1992– miércoles
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328 Canto Grande y las Dos Colinas


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18 de mayo de 1992.
Edición N° 3793 del viernes 22 de mayo de 1992.
Edición N° 3794 del sábado 23 de mayo de 1992.
Diario La Tercera
Edición S/n. martes 14 de abril de 1992.
Edición S/n. sábado 2 de mayo de 1992– domingo 3 de mayo de
1992.
Edición S/n. martes 5 de mayo de 1992– viernes 15 de mayo de
1992.
Edición S/n. sábado 20 de junio de 1992.
Diario Ojo
Ediciones N° 8604 al Nº 8605. viernes 1 de mayo de 1992– sábado
2 de mayo de 1992.
Ediciones N° 8608 al N° 8615. martes 5 de mayo de 1992– martes
12 de mayo de 1992.
Ediciones N° 8617 al N° 8619. jueves 14 de mayo de 1992– sába-
do 16 de mayo de 1992.
Edición N° 8627. domingo 24 de mayo de 1992.
Revista Caretas
Edición N° 1170. 30 de julio de 1991.
Edición N° 1188. 2 de diciembre de 1991.
Edición N° 1190. 16 de diciembre de 1991.
Edición N° 1191. 23 de diciembre de 1991.
Edición N° 1206. 10 de abril de 1992.
Ediciones N° 1209 al N° 1212. 4 de mayo de 1992– 25 de mayo de
1992.
Revista Gente
Edición N° 891. 14 de mayo de 1992.
Revista Oiga
Edición S/n. 3 de octubre de 1983
Edición s/n. lunes 11 de mayo de 1992.
Edición s/n. lunes 18 de mayo de 1992.
Revista Sí
Edición N° 272 semana del 11 al 17 de mayo de 1992.
Edición N° 273 semana del 18 al 24 de mayo de 1992.
Edición N° 274 semana del 25 al 31 de mayo de 1992.

Carlos Infante 329


Anexo 1

Relación de Prisioneros políticos asesinados (42)

Deodato Hugo Juárez Cruzatt (41 años)


Tito Róger Valle Travezaño (42 años)
Wilfredo Fheller Gutiérrez Veliz (24 años)
Marco Wilfredo Azaña Maza (24 años)
Ramiro Alberto NinaQuispe Flores (29 años)
Elmer Jesús Lino Llanos (21 años)
Roberto William Rivera Espinoza (21 años)
César Augusto Paredes (41 años)
Jorge Muñoz Muñoz (27 años)
Carlos Jesús Aguilar Garay (41 años)
Fidel Castro Palomino (21 años)
Sergio Campos Fernández (36 años)
Marco Ccallocunto Núñez (29 o 30 años)
Jaime Gilberto Gutiérrez Prado (29 años)
Lucio Cuadros Illaccanqui (40 años)
Julio César Moreno Núñez (27 años)
Juan Manuel Conde Yupari (35 años)
Juan Bardales Rengifo (28 años)
Luis Ángel Llamas Mendoza (24 años)
Mario Francisco Aguilar Vega (45 años)
Rubén Constantino Chihuan Basilio (30 años)
Fernando Alfredo Orozco García (29 años)
Andrés Agüero Garamendi (33 años)
José Antonio Aranda Company (24 años)
Víctor Hugo Auqui Cáceres (21 años)
Rufino Obregón Chávez (30 años)
Wilmer Rodríguez León (27 años)
Santos Genaro Zavaleta Hipólito (45 años)
Ignacio Guizado Talaverano (25 años)
Yobanka Pardavé Trujillo (36 años)
Elvia Nila Zanabria Pacheco (40 años)
Janet Talavera Sánchez (28 años)

330 Canto Grande y las Dos Colinas


Noemí Romero Mejía (27 años)
Julia Marlene Olivos Peña (25 años)
María Villegas Regalado (24 años)
Vilma Edda Aguilar Fajardo (61 años)
Rosa Luz Aponte Inga (23 años)
Consuelo María Barreto Rojas (25 años)
Ana Pilar Castillo Villanueva (25 años)
Mercedes Violeta Peralta Aldazabal (24 años)
Agatino Chávez Correa
NN Protocolo de autopsia 1944 de fecha 7 de mayo de 1992.

Carlos Infante 331


Anexo 2
Relación de cuadros complementarios

CUADRO 6
Número de Comités populares abiertos (CPA)
del Comité Regional Principal
Comité Zonal Nº de CPA Población
Cangallo–Fajardo 13 2 500
Ayacucho 44 3 135
Apurímac 5 1 010
Total 62 6 645

Fuente: Balance del Comité Central.


Abimael Guzmán Reynoso. 1990.

CUADRO 7
Número total de comités populares1–1990
Comité Regional Nº de comités Masas sobre la que
se ejerce poder
Zonal Cangallo–Fajardo 81 23 100
Ayacucho 699 77 955
Apurímac 67 12 370
Huancavelica 18 1 100
Sub total Regional Principal 865 114 525
Sub total Regional Sur 14 5 000
Sub total Centro 192 68 162
Sub total Norte 17 13 200
Sub total Norte Medio 52 10 550
Total 1 140 211 437
1
Comprende la totalidad de comités en organización, reorganización y paralelos.

Fuente: Balance del Comité Central. Abimael Guzmán Reynoso. 1990.

332 Canto Grande y las Dos Colinas


CUADRO 8
Número total de comités populares clandestinos
Comité Regional Nº de comités Masas sobre la que
se ejerce poder
Zonal Cangallo–Fajardo 24 5 800
Ayacucho 211 24 260
Apurímac 35 6 500
Huancavelica 12 800
Sub total Regional Principal 282 37 361
Sub total Regional Sur 4 2 000
Sub total Centro 138 46 732
Sub total Norte 6 5 000
Sub total Norte Medio 46 9 560
Total 476 100 653

Fuente: Balance del Comité Central. Abimael Guzmán Reynoso. 1990.

CUADRO 9
Organismos generados en el campo–1990
Comité Mov. Camp. Mov. Fem. Mov. Juv. Total
Pop. Pop. Pop. Nº/ Miembros
Nº/ Miembros Nº/ Miembros Nº/ Miembros
Zonal Cangallo–Fajardo 81 / 8 000 81 / 6 000 6 / 48 168 / 14 048
Ayacucho 502 / 6 000 300 / 5 000 255 / 5 000 1 057/16 000
Apurímac 21 / 126 19 / 1 000 11 / 200 51 / 2 560
Huancavelica 29 / 193 29 / 155 28 / 145 86 / 493
Sub T. Regional Principal 633 / 15 453 492 / 12 255 300 / 5 393 1362 / 33 101
Sub total Regional Sur 4 / 100 4 / 30 5 / 187 13 / 317
Sub total Centro 121 / 2 900 128 / 3 354 62 / 896 311 / 7 150
Sub total Norte 29 / 453 13 / 156 4 / 30 46 / 639
Sub total Norte Medio 69 / 926 28 / 560 3 / 63 100 / 1 549
Lima C. Metropolitano -------- 3 / 15 3 / 18 6 / 33
Socorro Popular -------- 2 / 12 7 / 27 10 / 39
Total 856/ 19 832 607/ 16 382 384 / 6 614 1 848/42 828

Fuente: Balance del Comité Central. Abimael Guzmán Reynoso. 1990.

Carlos Infante 333


CUADRO 10
Organismos generados en la ciudad–1990
Comité MOTC M. C. Barrial MJP Total
Nº/ Miembros Nº/ Miembros Nº/ Miembros Nº/ Miembros
Zonal Cangallo–Fajardo ----- ----- 1 / 13 1 / 13
Ayacucho 24 / 90 16 / 100 18 / 50 58 / 240
Apurímac ----- ----- 4 / 16 4 / 16
Huancavelica 10 / 70 ----- 10 / 120 20 / 190
Sub T. Regional Principal 34 / 160 16 / 100 33 / 199 83 / 450
Sub total Regional Sur ----- 1/5 1/5 2 / 10
Sub total Centro 23 / 94 61 / 70 62 / 89 146 / 353
Sub total Norte 5 / 23 ----- 8 / 34 13 / 57
Sub total Norte Medio 4 / 20 2 / 16 3 / 13 9 / 49
Lima C. Metropolitano 7 / 31 5 / 26 3 / 19 15 / 76
Socorro Popular 12 / 49 2 / 13 8 / 29 22 / 91
Total 85 / 377 87/ 330 118 / 388 290 / 1 095

Fuente: Balance del Comité Central. Abimael Guzmán Reynoso. 1990.

CUADRO 11
Escuelas Populares y Grupos de Apoyo–1990
Comité Nº de Nº de Grupos
Escuelas Contingente de Apoyo Contingente
Zonal Cangallo–Fajardo 81 243 40 200
Ayacucho 1 455 11 170 12 70
Apurímac 244 5 400 ------ ------
Huancavelica 15 50 2 10
Sub T. Regional Principal 1 795 16 863 54 280
Sub total Regional Sur 17 44 9 29
Sub total Centro 443 3 220 35 120
Sub total Norte 46 197 16 50
Sub total Norte Medio 95 803 3 11
Lima C. Metropolitano 22 185 3 12
Socorro Popular 229 697 20 80
Total 2 648 22 009 140 582

Fuente: Balance del Comité Central. Abimael Guzmán Reynoso. 1990.

334 Canto Grande y las Dos Colinas


CUADRO 12
Total de efectivos del Ejército Guerrillero Popular. Campo–1990
Comité Fuerza
Principal Local Base Total
Zonal Cangallo–Fajardo 51 249 1 495 1 795
Ayacucho 472 279 9 077 9 828
Apurímac 43 327 450 820
Huancavelica 40 103 396 539
Sub T. Regional Principal 606 958 11 418 12 982
Sub total Regional Sur 17 26 95 138
Sub total Centro 145 490 5 361 8 996
Sub total Norte 20 60 226 306
Sub total Norte Medio 16 45 401 462
Lima C. Metropolitano ----- 32 45 77
Socorro Popular 12 63 394 469
Total 816 4674 17 940 23 430
Fuente: Balance del Comité Central. Abimael Guzmán Reynoso. 1990.

CUADRO 13
Total Ejército Guerrillero Popular. Ciudad–1990
Comité Especial Destacamento / Miembros
Especial Local Milicia Total
Zonal Cangallo–Fajardo 2/7 ----- ----- 1/7
Ayacucho 1/5 5/21 6/40 12/66
Apurímac ----- ----- ----- -----
Huancavelica 1/3 5/23 15/60 21/86
Sub T. Regional Principal 4/15 10/44 21/100 34/159
Sub total Regional Sur ----- 3/19 2/12 5/31
Sub total Centro ----- 7/35 61/265 68/300
Sub total Norte 1/5 14/52 5/20 20/77
Sub total Norte Medio ----- 5/25 ----- 5/25
Lima C. Metropolitano ----- 5732 9/45 14/77
Socorro Popular 2/12 12/63 89/394 103/469
Total 7/32 56/270 187/837 249/1 138

Fuente: Balance del Comité Central. Abimael Guzmán Reynoso. 1990.

Carlos Infante 335


336
CUADRO 14
Acciones militares del Ejército Guerrillero Popular. I Campaña de Impulsar
(Agosto 1989–febrero 1990)
Comité Sabotaje Cose- Toma Contra Arrasa- Aniqui- Em- Enfren- Asalto Total
chas e de pue- resta- miento lamiento bosca- tamien-
invasio- blos bleci- da to
nes miento
Zonal Cangallo–Fajardo 25 ------ 8 6 6 46 1 ------ ------ 92
Zonal Ayacucho 338 88 92 12 76 460 13 42 65 1 186
Zonal Apurímac 45 ------ 35 ------ 17 47 1 13 5 163

Canto Grande y las Dos Colinas


Zonal Huancavelica 112 15 125 28 15 92 1 9 66 463
Sub T. Regional Principal 520 103 260 46 114 645 16 64 136 1 094
Sub T. Regional Sur 45 ------ 13 ------ 3 69 ------ 3 6 139
Sub T. Regional Centro 502 140 294 2 50 212 2 18 97 1 317
Sub T. Norte 73 8 33 ------ ------ 8 ------ 5 6 133
Sub T. Norte medio 13 3 30 1 2 29 2 2 9 91
Sub T. Metropolitano 37 ------ ----- ------ ------ 2 ------ 8 ------ 47
Sub T. Socorro Popular 93 ------ ----- ------ ------ 10 1 9 16 129
Total 1 283 254 630 49 169 975 21 109 270 3 760
Fuente: Balance del Comité Central. Abimael Guzmán Reynoso. 1990.
Anexo 3
Publicaciones periodísticas de la época

Diario Ojo. Jueves 7 de mayo de 1992. Portada.

Carlos Infante 337


Caretas 11 de mayo de 1992. Pág. 12.

338 Canto Grande y las Dos Colinas


Diario El Comercio. Lunes 11 de mayo de 1992. Portada.

Diario El Peruano. Viernes 9 de mayo de 1992. Portada.

Carlos Infante 339


Diario El Popular. Viernes 8 de mayo de 1992.

340 Canto Grande y las Dos Colinas


Diario Gestión. Jueves 7 de mayo de 1992. pág. 6.

Carlos Infante 341


Diario Expreso. Sábado 9 de mayo de 1992, Portada.

342 Canto Grande y las Dos Colinas


Diario La República. Domingo 10 de mayo de 1992.

Carlos Infante 343


344 Canto Grande y las Dos Colinas

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