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Bergson, Henri, El concepto de lugar en Aristóteles.

Traducción y
presentación de Antonio Dopazo, Opuscula philosophica, n. 49,
Encuentro, Madrid 2013, pp. 107.

Esta es la primera traducción al castellano de la tesis de licenciatura latina


de Henri Bergson: Quid Aristoteles de loco senserit (1889). Va precedida
de una pequeña presentación de Antonio Dopazo que permite
contextualizar el ensayo de Bergson. Por un lado se lo enmarca en lo que
será su desarrollo intelectual, y por otro lado, en cuanto libro
perteneciente a la Historia de las ideas.

Como parte de la formación universitaria de Bergson el libro no deja de


ser un trabajo casi puramente académico. En el cual se aborda un texto, el
libro IV de la Física, que ha pasado por ser uno de los más abstrusos del
Corpus Aristotelicum. Como se infiere del título del libro, Bergson
intenta resumir la concepción de Aristóteles sobre el lugar. Conviene
tener en cuenta que Aristóteles no va a hablar del espacio. De ahí uno de
los intereses de este libro. Pues el autor es consciente de las diferencias
del planteamiento aristotélico del locus, frente al spatium “moderno”. De
las que trata de vez en cuando, al señalar en qué se contraponen o al
menos, qué no tienen en común (cfr. el capítulo IX. Origen y significado
de la teoría aristotélica del lugar y su relación con la metafísica y física
del mismo autor. Por qué la mayoría habló del espacio y Aristóteles lo
hizo acerca del lugar).

Sin embargo, en cuanto que un trabajo de juventud no deben esperarse


rigurosas discusiones con otras interpretaciones de los mismos pasajes –si
eso aparece alguna diferencia y comentarios puntuales- ni con científicos
o matemáticos. Tampoco es un esfuerzo por desvelar los orígenes
históricos del texto, o por hacer una exégesis histórico-crítica a prueba de
bombas. Se trata de algo menos pretencioso: una lectura atenta y
hermenéutica del texto aristotélico donde no hay lugar para grandes
innovaciones.

El libro guarda un correcto orden de exposición dividido en capítulos casi


idéntico al propio libro IV de la Física. El autor trata de introducirse poco
a poco en la cuestión, para al final exponer una conclusión y discutir
alguna de las tesis del estagirita. Los primeros capítulos ofrecen los
argumentos recogidos por Aristóteles, por un lado a favor de la existencia
separada del lugar, y la de aquellos, por otro lado que lo niegan a favor
de la existencia del vacío. En segundo lugar, el autor expone cómo el
estagirita trata de llevar al absurdo estas posturas. Una vez con todas las
dificultades a la vista –o como prefiere decir Bergson: vuelta “la niebla
más espesa antes de disiparla” (p. 38)- Aristóteles se introduce en su
propia versión del problema.

Podemos resumir las averiguaciones de Aristóteles acerca del lugar


puestas de relieve por Bergson del siguiente modo:

1. El lugar no existe de manera separada al cuerpo que contiene.


2. El lugar no es el intervalo que hay entre dos cuerpos.
3. Se puede hablar de lugar de dos maneras: como lugar propio o
primero y como lugar común. El primero depende de cada cuerpo,
por otro lado, el segundo será para Aristóteles el Cielo.
4. Sólo hay lugar en tanto que hay movimiento (p. 73).
5. El lugar por otra parte no se mueve, sino que más bien es “el
primer límite inmóvil del cuerpo envolvente” (p. 73).
6. Mientras el todo [cuerpo] ocupa un lugar en acto, las partes ocupan
un lugar sólo en potencia.
7. “El lugar (…) no existe antes de los cuerpos, sino que nace de los
cuerpos, o más bien del orden o disposición de éstos” (p. 104)

Ahora bien, no bastaría con enumerar estas ideas, porque el análisis de


Bergson es mucho más sucinto y contiene algunas explicaciones que
aclaran de manera magistral varios pasajes del libro IV de la Física (p.
ej., el problema de cómo el Cielo es un lugar mueve y al mismo tiempo se
mueve, si el lugar no se mueve, cfr. Fís., 212 a 21-31). A esto hay que
añadir sus pequeñas “desavenencias” con Aristóteles al reprocharle, en
varias ocasiones, pero sobre todo casi al final del ensayo, que más que a
elucidar se dedicó conscientemente a eludir el problema (p. 106).

El texto es ante todo interesante para los conocedores de la filosofía de


Aristóteles. Aunque también para aquellos que tengan curiosidad por las
cuestiones de la llamada “filosofía de la naturaleza”. En cambio, no es el
mejor libro para empezar para quiénes quieran conocer algo del
pensamiento de Bergson, porque no hay casi ningún aporte original del
propio autor. En cambio no deja de tener valor para quienes ya conocen
la obra de Bergson pero quieren saber más sobre este autor.

A medida que menos personas son capaces de leer de manera directa los
originales latinos y menos aún los griegos, se agradece el esfuerzo del
traductor y de la editorial.

Miguel Martí Sánchez


Departamento de Filosofía
Universidad de Navarra
mmarti.1@alumni.unav.es

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