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0. Introducción
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Michael Ignatieff, Los derechos humanos como política e idolatría. Trad. de Francisco
Beltrán Adell. Barcelona, Paidós, 2003, p. 75.
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En tal virtud y por razones análogas desde el punto de vista fáctico, así
como hablamos de los presupuestos teóricos de los derechos humanos
será necesario referirse también a sus presupuestos funcionales o estructu-
rales.
Sin duda, los referidos presupuestos son de suyo mucho más proble-
máticos que los teóricos, dado que su concreción y realización no depen-
de sólo de un ejercicio intelectual de índole metaética o prejurídico, sino de
un ejercicio político y social de la más alta complejidad. Porque, y aquí se
encuentra uno de los aspectos más polémicos de esta cuestión, ¿a partir
de qué condiciones histórico-sociales pueden operar los derechos huma-
nos? ¿Están dadas o son posibles esas condiciones? ¿Hay formas de go-
bierno y de sistemas jurídicos que sean más proclives para que en ellos se
realicen los derechos humanos? ¿La crisis de la democracia y el subdesa-
rrollo son amenazas reales para los derechos humanos? ¿El terrorismo, la
delincuencia organizada, el crimen trasnacional se pueden combatir sin
hacer excepciones a tales derechos? ¿Debe, para resultar viable una teoría
de los derechos humanos, aceptarse la existencia de razones de Estado?
Tratemos entonces de explorar brevemente estos tres aspectos que,
como dije antes, se imponen o al menos habrán de ser tenidos en cuenta
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La exigencia ético-jurídica por excelencia del Derecho es la de la justicia. Huelga
subrayar que esa exigencia nada tiene que ver con la validez del Derecho o de los sistemas
jurídicos, en la medida que es perfectamente posible encontrar sistemas normativos jurídi-
cos que gozan de plena validez y que, sin embargo, pueden ser vistos como injustos. Lo
que se califica entonces, cuando se alude a la justicia, no es si las normas que componen
ese sistema cumplen con las exigencias que las normas superiores del sistema prescriben
para su creación y, en su caso, para su aplicación coactiva. Predicar, pues, la validez
jurídica de las normas es algo distinto a predicar su justicia, y la justicia está relacionada
con un problema distinto: la obediencia al Derecho. Respecto de la justicia del Derecho
puede verse mi trabajo Introducción al Derecho. México, McGraw-Hill, 1995, pp. 310 y ss.
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Ibid., p. 4.
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4
Cfr. John Rawls, A Theory of Justice. Cambridge, Massachusetts, The Belknap Press
of Harvard University, 1980, p. 7.
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Jesús González Amuchástegui, Autonomía, dignidad y ciudadanía. Una teoría de los
derechos humanos. Madrid, Tirant lo Blanch, 2004, pp. 56-57.
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6
Ibid., pp. 109 y ss.
7
Idem.
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Véase, por ejemplo, Taking Rights Seriously (New Impression with a Reply of Critics).
Londres, Duckworth, 1978.
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Ibid., p. 258.
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Así las cosas, serían entonces tres los presupuestos teóricos caracterís-
ticos de los derechos humanos: autonomía moral de la persona, dignidad
y universalidad de los derechos. Los predicados de cada uno de esos pre-
supuestos son en realidad complejos y tienen que ver, básicamente, con la
idea siguiente: las personas humanas son seres libres e iguales, dotadas
de una racionalidad moral que les permite optar sobre lo correcto o lo
incorrecto; las personas humanas son fines en sí mismos, por lo que sus
derechos provienen de su sola condición de tales.
De tal guisa, las teorías de los derechos humanos son teorías indivi-
dualistas, considerando que el ente moral por excelencia es la persona
humana. Y dado que la titularidad de los bienes proviene, no de un siste-
ma normativo positivo, sino de un sistema normativo ético o ideal, su ám-
bito de validez tendrá que ser universal, al margen de que las normas de
ese sistema ético o ideal sean o no reconocidas por los sistemas de dere-
cho positivo.
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Al respecto puede verse mi libro Acerca del concepto “derechos humanos”. México,
McGrawHill, 1999.
11
Cfr. Ernesto Garzón Valdés en el Prólogo de la obra ya citada de J. González
Amuchástegui: Autonomía, dignidad y ciudadanía..., op. cit., pp. 15-18.
12
Idem.
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Al respecto ha dicho Alejandro Tomasini Bassols: “¿Qué habría sido violar derechos
humanos en el siglo XI de nuestra era? Creo que lo más que podría decirse sería que,
dado que por los impuestos cobrados, el trabajo realizado, etcétera, el señor estaba de
algún modo obligado a proteger a su siervo, el que no se defendiera a este último frente
a las incursiones o agresiones de otros habría sido equivalente a una violación de los
derechos humanos del siervo. Pero aquí hay dos puntos que destacar:
Realmente no parece tener mayor sentido hablar de derechos humanos en este con-
texto, y si nos permitimos hacerlo es sólo por una analogía o un paralelismo (sumamente
diluido) con nuestra situación.
Inclusive, si insistimos en hablar de derechos humanos en este contexto, de lo que
hablamos es básicamente de incumplimiento por parte del Estado o de sus representantes
en sus obligaciones con respecto a los habitantes o súbditos.
Pienso, pues, que por lo menos en el caso simple de la Edad Media corroboramos
nuestra hipótesis inicial: sin la acción de un Estado conformado y operando de manera
sistemática no podemos hablar con sentido de violaciones a derechos humanos. No quie-
re eso decir, desde luego, que no podamos hablar de crímenes injustificados, injusticia
abominable, etcétera, sólo que en este caso nos habríamos deslizado hacia el terreno de
las apreciaciones morales y de las consideraciones éticas”. Véase del autor Historia, dere-
chos humanos y medicina, México, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, 2000,
pp. 17-18 (Cuadernos del Centro Nacional de Derechos Humanos).
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A. Democracia representativa,
B. Estado de Derecho,
C.Entorno cultural en el que prive el pluralismo moral,
D. Desarrollo económico.
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Véase, por ejemplo, Norberto Bobbio, El futuro de la democracia. México, Fondo
de Cultura Económica, 1986, y Salvador Giner, “La estructura lógica de la democracia”,
en Sistema. Madrid, núm. 70, enero de 1986.
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Juan Jacobo Rousseau, El contrato social. México, Porrúa, 1982.
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Cfr. M. I. Álvarez, Introducción al derecho, op. cit., pp. 10-18.
18
A. Tomasini Bassols, op. cit., p. 22.
19
Véase M. I. Álvarez, “Acceso a la justicia”, en Ensayos jurídicos en memoria de José
María Cajica C. Puebla, Editorial Cajica, 2002, vol. I, pp. 21-43.
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Ciertamente, aquí lidiamos con lo que la doctrina conoce como los Es-
tados éticos o perfeccionistas, los cuales se considerarían legitimados para
prescribir legalmente la asunción de cierta moral religiosa, tanto para la vida
pública como para la privada de los miembros de la sociedad. En tales
supuestos no se presenta la posibilidad del pluralismo ético, sin el cual los
criterios de justicia de los derechos humanos evidentemente naufragan.
D. Desarrollo económico. Estoy consciente de que la noción de desa-
rrollo económico es especialmente compleja y que ha suscitado innume-
rables debates. No entraré al análisis de estos debates, en tanto que, como
presupuesto estructural de los derechos humanos, la idea de desarrollo
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Amy Gutmann, “Introducción”, en M. Ignatieff, op. cit., p. 20.
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4. Para el debate
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