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Cuerpos diferentes

Tiresias es ciego, como lo son los concertistas de San Ovidio;


Goya es sordo; Ricardo III, cojo. La historia de la literatura dramá tica
está , desde sus orígenes, habitada de cuerpos diferentes. Lo nuevo es la
creciente presencia en el escenario de cuerpos diferentes que también
lo son fuera de él.
Esa presencia, la presencia de esa diferencia, está enriqueciendo
nuestro teatro. Arte del cuerpo en el espacio, el teatro se encuentra
tanto con límites como con oportunidades cuando se abre a cuerpos
que se apartan de aquello que se suele catalogar como lo normal. Esos
cuerpos no traen consigo só lo condicionantes e imposibilidades, sino
también ocasiones inéditas. Y no só lo porque en su mero estar en el
escenario dan visibilidad a conflictos de los que en la vida cotidiana
solemos apartar la mirada, sino también porque tensionan al teatro
exigiéndole explorar nuevas formas.
Para convencerse de ello, bastaría tener en cuenta el espectá culo
Mi piedra Rosetta, dirigido por David Ojeda sobre un texto escrito por
José Ramó n Ferná ndez para los actores de Palmyra Teatro, esto es,
para Jesú s Barranco, Patricia Ruz, Tomi Ojeda y Christian Gordo.
Patricia, Tomi y Christian son bailarines; Patricia es coreó grafa, Tomi
se mueve en silla de ruedas y Christian es sordo.
Muchos eran los riesgos a los que José Ramó n y sus compañ eros
de Palmyra Teatro se exponían en un empeñ o así. No es raro en
nuestros días encontrar manifestaciones vinculadas a la llamada
diversidad funcional que incurren, má s o menos conscientemente, en
la minorizació n paternalista del diferente, en su angelizació n –
peligrosamente simétrica a su estigmatizació n-, o en su manipulació n
oportunista y demagó gica. Como recientemente advertía la filó sofa
Melania Moscoso, el discurso pú blico sobre el discapacitado a menudo
utiliza a éste con lemas, dirigidos a toda la població n, del tipo “Si
quieres, puedes” o “La ú nica discapacidad es una mala actitud”, que
sirven para deslegitimar la protesta social y convertirla en un
problema de personalidad. En este sentido, un teatro de cuerpos
diferentes puede, sabiéndolo o no, deslizarse hacia variedades de lo
que podríamos llamar “Teatro de autoayuda”.
Creo que José Ramó n Ferná ndez ha sido capaz de evitar esos
riesgos y de aprovechar exigencias fecundísimas que el encargo de
Palmyra le ofrecía. Sé que no me ciegan ni la amistad ni haber
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compartido experiencias –al menos para mí- decisivas si lo caracterizo
como uno de nuestros primeros dramaturgos, en que al talento
literario se suman una enorme y bien digerida cultura teatral –pocos
entre nuestros autores conocen como él la historia de la literatura
dramá tica; pocos han sido espectadores de tanto y tan diverso teatro- y
un tenaz compromiso con el hecho escénico, en cuyo centro no está el
texto, sino el cuerpo del actor. Ni creo engañ arme si afirmo que Mi
piedra Rosetta es una de las piezas má s importantes del autor de Para
quemar la memoria, La tierra, Nina y La colmena científica o El café de
Negrín.
Volvemos aquí a encontrarnos, maduradas, virtudes
características del teatro de José Ramó n: personajes de los que
siempre queremos saber má s; diá logos densos que, sin embargo, no
pesan; certeros golpes de humor y de ternura… Pero junto a esos
rasgos virtuosos ya conocidos aparecen otros probablemente
vinculados al rico diá logo que José Ramó n ha establecido con David
Ojeda. Junto a Palmyra, José Ramó n ha crecido como escritor,
explorando para su teatro nuevas posibilidades del gesto y del
movimiento, de la voz y del silencio, haciendo que la dificultad de
desplazarse y la imposibilidad de pronunciar se conviertan en fuente
de acció n y de expresió n.
Muchos son los momentos memorables de Mi piedra Rosetta.
Algunos paradó jicamente teatrales, como ése en que un hombre sin
voz intenta pedir ayuda por teléfono. Otros de extravagante comicidad,
como cuando Bruno, bordeando la autocompasió n, relata haber
abandonado preso de pá nico un concierto y haberse dado luego a la
carrera y Victoria le contesta desde su silla de ruedas diciendo que
correr “debe de ser la hostia”. En mi momento favorito, Ariel conoce la
mú sica de su hermano Bruno a través de la danza que una bailarina
ejecuta a partir de aquella, lo que a su vez provocará en él una reacció n
que llevará a Bruno a verlo como nunca lo había visto. Creo que esa
bailarina es una traductora, así como Mi piedra Rosetta es, finalmente,
una obra sobre la traducció n.
Una traducció n nunca puede salvar del todo la diferencia, pero sí
puede conseguir –si su forma es la de la hospitalidad y no la de la
invasió n- que esa diferencia no se convierta en causa de separació n y
de conflicto. Una traducció n puede conseguir que la diferencia sea
causa de algo nuevo; de algo que no estaba en la lengua de llegada ni en
la de partida.

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De ahí que la oferta poética de Mi piedra Rosetta no deba, me
parece, disociarse de su valor moral. José Ramó n Ferná ndez, que no es
un autor moralista pero sí es un autor con preocupaciones morales,
consigue que, al conocer a Victoria y a Ariel, y a Bruno y a Nora, nos
reconozcamos nosotros mismos como cuerpos diferentes. Todos
somos frá giles, todos somos vulnerables; todos tememos que lo que
nos diferencia pueda ser un día percibido como disfunció n o incluso
como algo negativo que ha de ser proscrito. “Cada uno descubre en
algú n momento que es diferente”, dice el personaje escrito para Tomi
Ojeda. Segú n Victoria, “nadie puede””; y, sin embargo, aunque no se
pueda, hay que hacer aquello que no se puede hacer, y hacerlo “a
muerte”, “como los niñ os”, atravesando los días malos para no
perderse ese día en que te puede pasar algo bueno.
Conociendo a Victoria –y a Tomi- y a Ariel –y a Christian-,
considerando lo mucho que entregan a Bruno –y a Jesú s- y a Nora –y a
Patricia- pienso que, cuando se excluye a un ser humano, cuando se le
aparta, se pierde todo lo que ese ser humano podría ofrecer a los
demá s. La marginació n de un ser humano es una injusticia para él y un
empobrecimiento de toda la sociedad. Por eso, una sociedad que
margina a cualquiera de sus miembros es una sociedad minusvá lida. Al
contrario, una sociedad –una escena- hospitalaria al cuerpo diferente
es una sociedad –una escena- má s fuerte, má s inteligente, má s bella.
Escribiendo Mi piedra Rosetta, José Ramó n Ferná ndez no se ha
desafiado solamente a sí mismo.

Juan Mayorga

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