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LOS HIJOS BASTARDOS DEL CAOS

Tifón. Hidria de figuras negras de Calcídica, Bavarian State Collection of Antiques, Munich (c.540-
530)1

EDUARDO CARVALLO

A Tere

INTRODUCCIÓN

En el terreno de la psique sabemos que, por lo general, lo que está más cerca de
nosotros es lo más difícil de concientizar y de reflexionar. De las observaciones
acerca de las manifestaciones de la psique y de su dinámica en nuestros pacientes y
en nosotros mismos, surgen elementos que nos asombran y nos hacen cuestionar
nuestras referencias acerca de la realidad tangible e intangible.

En mi caso, mi interés en los últimos años se ha centrado en cómo los aportes de


diferentes terrenos: la antropología, las religiones, la mitología, fácilmente se
transforman en metáforas que nos permiten darle una cierta forma a los
movimientos de la psique en la cotidianidad. La psicología contemporánea se ha
desarrollado a partir de las observaciones de psiques profundamente perturbadas,
de «pacientes enfermos».

Sin embargo, sigue siendo un reto enorme el descubrir la dinámica de la psique en


su cotidianidad. No creo exagerar si digo que aun hoy en día, a pesar de creer que
se han hecho enormes avances en el estudio de la psicología, el conocimiento
acerca de la misma se encuentra en pañales. Son estas vivencias cotidianas las que
me llaman la atención, las que me obligan a hacer un esfuerzo de enfocar mi
capacidad de observación en aspectos presentes en el día a día, pero que pasan
sutilmente desapercibidos.

Mi interés el día de hoy es tratar de aportar algunos elementos que promuevan la


discusión acerca de uno de los aspectos, que estando permanentemente presente
en mayor o menor grado en nuestra experiencia profesional y personal, es —por lo
menos para mí— de muy difícil aproximación: el caos.

El CAOS EN LOS MITOS DE CREACIÓN

En la mayoría de las cosmogonías, al principio estuvo el caos. Lo encontramos en


escritos tan antiguos como la Teogonía de Hesíodo o la Metamorfosis de Ovidio.
Quisiera traerles unas líneas de estos autores, el primero griego que vivió alrededor
del siglo VII a.C. y el segundo romano del año 43 a.C.

Nos dice Hesíodo:

En primer lugar existió, realmente, el Caos. Luego Gea, de ancho pecho, sede
siempre firme de todos los Inmortales que ocupan la cima del nevado Olimpo;
y Eros, el más bello entre los dioses inmortales...

A su vez Ovidio describe:

Antes de que existieran el mar, la tierra y esa cobertura de los cielos que se
extiende por doquier, la naturaleza ofrecía el mismo aspecto en todo el
universo: es lo que los hombres denominaron Caos, masa informe y confusa...
Aunque allí estaban los elementos de la tierra, del mar y del aire... ninguno de
ellos tenía forma definida y cada uno interfería estorbando el desarrollo de los
demás...

A partir de estas primeras líneas, ambos autores comienzan a describir


detalladamente cómo ese caos comenzó a organizarse transformándose en los
principios que dieron origen al mundo tal como lo conocemos. Sin embargo, llama
la atención lo poco que se detienen en hablar acerca del mismo. Me atrevería a
decir que igual nos sucede en el campo de la psicología. Damos por sentado que hay
un caos primordial del que se desprende un proceso de evolución que se desarrolla
a lo largo de la vida, pero de este origen muy poco conocemos.

Dice Lewis Spence, el mitólogo escocés del siglo pasado: «Muchos de los mitos de
civilizaciones superiores de la antigüedad, de la forma en que han llegado hasta
nosotros hoy, obviamente han pasado a través de una o dos etapas de refinamiento
y revisión por las manos de algún sacerdote, poeta o filósofo ansioso de liberar su
raza de su supuesta ruda y salvaje historia primitiva».

Spence pone el foco sobre una tendencia a ennoblecer lo humano, que podríamos
interpretar como una cierta vergüenza de nuestros orígenes que se traduce en
represión de los mismos. Nada más primitivo que el caos que está inscrito en el
inicio de todo. Al reprimir el origen caótico, el caos primordial, lo empujamos al
mundo de lo sombrío. Entonces, el caos es sombrío por naturaleza: por lo
inconsciente, por ser rechazado, por su poder destructivo y porque siempre está
presente.

Quisiera retomar a nuestros autores antiguos, para oir como prosigue su visión
evolutiva:

Nos dice Hesíodo:

...Gea primeramente dio a luz al estrellado Urano, semejante a ella misma,


para que la protegiera por todas partes, con el fin de ser así asiento seguro
para los felices dioses.

En estas líneas de Hesíodo, leemos la importancia que se da a que del Caos surja
una sede, un asiento.

Para surgir del caos habría que encontrar un «algo» de donde asirse, podríamos
decir que ese «algo» es la contención. La contención es algo que perseguimos desde
nuestro nacimiento: la madre —o lo que ésta pueda significar— es el primer
container del ser humano. El container brinda la posibilidad de que surjan las
formas; es el asidero desde el cual puede ordenarse el caos. La contención protege
la posibilidad de hacer conciencia. Si no hay container, la vas alquímica, no hay
proceso. Esto lo vemos en los pacientes esquizofrénicos, donde aparentemente, al
no estar presente el elemento protector de Gea, como madre positiva, el container
se rompe una y otra vez derramando el contenido psíquico. Solo un container
permite comenzar a ordenar el caos psíquico y desde allí iniciar un proceso de
desarrollo de la psique que permita establecer una genealogía, en el sentido
cronológico.

A su vez, continua Ovidio:

...la pugna entre los elementos fue a la postre resuelta por un dios. Por una
fuerza natural en ascenso, que separó la tierra de los cielos, y las aguas de la
tierra y estableció el aire limpio por encima de la atmósfera más densa. Y una
vez que liberó estos elementos, sacándolos de la masa en que confusamente
yacían, asignó a cada uno un lugar diferente y los vinculó entre sí con
armoniosos y concordes lazos.»

En estas líneas, al igual que en Hesíodo, también percibimos la importancia que se


le da a asignar un lugar desde el cual puede comenzar a desarrollarse algo, pero
Ovidio introduce un aspecto nuevo: la necesidad de diferenciar los componentes
del caos y de que éstos se vinculen armoniosamente entre sí. En esta vinculación
armoniosa de las formas iniciales reconocemos la presencia de Eros.

A partir de estos orígenes, en esta masa confusa comienza a desarrollarse una


transformación. Los diferentes elementos comienzan a diferenciarse y a
interactuar, apareciendo una línea evolutiva de la cual surge la genealogía del
panteón de dioses griegos conocida por todos nosotros. A muy grandes saltos,
podríamos decir que las fuerzas primordiales, sin formas, que se encuentran al
inicio de esta cadena, dieron origen a los Titanes y éstos a su vez dieron paso a los
Olímpicos. No cabe duda de que del caos surge una enorme gama de «formas
complejas de estructurarse», que es lo que conocemos en psicología analítica como
arquetipos.

Esta línea evolutiva no sólo la encontramos en la mitología, sino también en los


terrenos de otras ciencias como la antropología, la biología y, recientemente, en la
psicología evolutiva.

LOS HIJOS BASTARDOS DEL CAOS

Sin embargo, mi interés es enfocar lo que no se puede reconocer como parte de este
desarrollo evolutivo, lo que escapa de una genealogía reconocida —la olímpica. Son
los hijos bastardos del caos. Los que comparten una naturaleza monstruosa no
pertenecen a la estirpe que dio origen a las formas psíquicas conocidas.

Son, solo para nombrar a algunos, Coto, Briareo y Giges, los Hecatónquiros, hijos
monstruosos de Gea, gigantes dotados de cien brazos y cincuenta cabezas que les
habían nacido de los hombros; Equidna, víbora con cuerpo de mujer terminado en
cola de serpiente en lugar de piernas, hija de Gea y de Tártaro —el lugar donde
reinaban las tinieblas; Tifón, el menor de los hijos de Gea y Tártaro, intermedio
entre hombre y fiera, ser monstruoso y alado que despedía llamas de sus ojos, que
tenía el cuerpo rodeado de víboras y en lugar de dedos tenía cien cabezas de
dragón. Estas son las expresiones “bizarras” de lo humano, lo inhumano de lo
humano. Inscritas en principios más reprimidos, que se han hecho sombra, y que
cuando aparecen nos resultan extrañas, siempre monstruosas. Expresiones que
están enraizadas en lo sin forma psíquica, en lo primario, que quedaron fuera de la
fuerza vinculante de Eros.

El caos primordial, en el inconsciente personal, se remonta a esa etapa previa en


que el inconsciente aún no puede proporcionar formas de algún objeto o ser real
que le den algún sentido a la experiencia, donde reina la ansiedad ontológica del
vacío y el sin-sentido. La atemporalidad de la psique implica que permanentemente
nos movemos del presente a ese pasado. A lo largo de la vida el caos se presenta
una y otra vez. Por más que hayamos avanzado, por más lejos que nos sintamos del
mismo, nuevamente aparece. El proceso en que nos desarrollamos no es lineal y no
siempre es progresivo. Siempre volvemos al caos.

No sólo lo percibimos en la desesperación del recién nacido cuando no se atiende


con rapidez su llamada para ser alimentado, sino también en los niños perdidos. Lo
vemos en los adolescentes cuando la naturaleza los impulsa a buscar su lugar en el
mundo, en los adultos cuando sus relaciones sucumben, enviudan, o cuando
pierden su fuente de producción. Lo vivimos en la crisis de la edad mediana cuando
la estructura de la psique se sacude y las inferioridades se expresan con toda su
fuerza. Lo intuimos en la agonía de los moribundos cuando el cuerpo ya no logra
sostener la vida. Somos testigos del mismo cuando nos enfrentamos a la psicosis de
nuestros pacientes. Pero también lo podemos experimentar, con diferentes niveles
de energía y de expresión emocional, en nuestra cotidianidad.

La conciencia del hombre, está enraizada en ese caos primordial de donde —Deo
concedente— se desarrolla nuestra psique. Independientemente de cómo se ha
organizado a lo largo de nuestra historia personal, hay partes caóticas de la psique
que operan
autónomamente, sin relación con la actitud consciente. Son nuestros puntos ciegos.
Desde esta referencia, nos debemos preguntar: ¿cuánto caos tiene cada uno?
Podríamos decir que tomar esto en cuenta nos acercaría a nuestra vulnerabilidad, y
nos permitiría ver el drama humano del eterno regreso al caos primordial, en el que
podemos quedarnos atrapados o movernos en el sentido de hacer conciencia. La
conciencia del caos es lo que permite que se desarrolle la conciencia del hombre.

Cada vez que surge el caos, las fuerzas del inconsciente se están expresando, con
mayor o menor intensidad, desde un terreno donde no hay formas. Las existentes,
las conocidas, sucumben a ese torbellino que los alquimistas conocieron como
masa confusa. Quisiera comentar algunas imágenes que podríamos asociar con sus
niveles extremos.

El siguiente es el verbatum de un paciente, quien posterior a una prolongada


situación depresión, acudió a consulta por sentir que había colapsado:

De pronto, apareció un vacío alrededor del cual todo comenzó a girar cada vez
con mayor rapidez. No había nada que hacer. No tenía voluntad para
oponerme a esa enorme fuerza que fue desprendiendo violentamente todas las
ataduras que pudiesen existir. Apareció un enorme remolino, que poco a poco
se fue expandiendo, y que fue succionando todo hacia su centro cada vez con
mayor fuerza. Luchar contra el mismo producía más y más ansiedad. Dejarme
arrastrar despertó una sensación de desintegración inminente.

Para mí fue interesante encontrar un paralelismo de esta descripción en la boca del


propio Jung a lo largo de su capítulo Confrontación con el inconsciente del libro
Memorias, sueños, reflexiones:

...(Comenzó) un estado de desorientación. Me sentí totalmente suspendido en


el aire... Vivía bajo una constante presión interna, que en momentos se hacía
tan fuerte que sospechaba que tenía algún disturbio psíquico... Sentí miedo de
perder el control de mí mismo y sucumbir al control de mis fantasías —y como
psiquiatra sabía muy bien lo que eso podría significar... De pronto era como si
literalmente hubiese desaparecido el piso bajo mis pies y yo me precipitaba
abajo, hacia profundas oscuridades... Aparentemente yo estaba en la
oscuridad absoluta ... Me encontré al filo de un abismo cósmico.

No sé cuántos de los lectores admitirían que han tenido esta experiencia por lo
menos una vez en su vida. Pero me atrevería a afirmar que un gran número la
hemos experimentado con intensidades diferentes. Es la vivencia emocional del
caos. Confusión y vacío. Sensación de perder la identidad.

El caos se origina de una ruptura de las estructuras que nos amparan de la


intemperie existencial, detonando un sentimiento de orfandad y una paranoia. La
conexión con ese caos primordial disocia la psique; en un determinado nivel, nos
psicotiza. Es la activación extrema de nuestro inconsciente desde el cual comienzan
a emerger imágenes y emociones extrañas, bizarras, en las que podemos intuir los
propios niveles de destrucción. Se experimenta o se padece como una tremenda
ansiedad que podríamos relacionar con el miedo que experimentan todos los seres
primitivos frente a lo nuevo y a lo inesperado. Podríamos decir que el miedo que
acompaña al caos tiene que ver con un instinto de sobrevivencia, no solo en el
campo de lo biológico sino en el de lo psicológico, que busca asociar lo disociado,
que pretende recobrar un centro, un asidero, el «asiento» del que nos hablaba
Hesíodo.

Jung, a partir de su propia experiencia, habló de la activación de elementos


arquetipales que aparecían en un intento de la psique que, siguiendo su principio
compensatorio, busca poner orden al caos. Esperando que esto no se interprete
como una fórmula psicológica —figura muy ajena a nuestra forma de relacionarnos
con lo psíquico— quisiera recordar como Jung, a partir de su propia experiencia
nos mostró que, si mantenemos una actitud humilde frente al inconsciente, del
mismo pueden surgir rituales e imágenes arquetipales que favorecen el proceso de
integración progresiva de la psique. Un elemento que está íntimamente ligado al
aspecto creativo que puede surgir de la vivencia caótica. Ahora, ¿qué sucede cuando
este principio compensatorio fracasa en su intento de reorganizar nuestra psique?

En la biografía que escribe Stefan Zweig acerca de María Estuardo, encontré una
impresionante descripción de la desesperación que vive la reina una vez que
traiciona y asesina a su amante presionada por razones políticas:

Ya no puede más mantenerse en quietud; quiere hacer algo; quiere avanzar de


prisa, para sustraerse a todas las voces, a las que advierten y a las que
amenazan. Sólo ir mas allá, sólo ir más allá; no pararse ni reflexionar, pues si
no, tendría que reconocer que nada de lo que haga puede ya salvarla. Siempre
ha sido uno de los secretos del alma el que la velocidad aturde por corto plazo
al miedo, y lo mismo que un cochero. si siente que el puente cruje y se agrieta
debajo de su coche, les pega con el látigo a sus caballos, pues sabe que sólo el
correr frenéticamente hacia delante puede salvarlo, así María Estuardo azuza
desesperadamente, en su carrera, al negro corcel de su destino, para que corra
más que toda reflexión, para que
aplaste toda protesta. Únicamente no pensar ya en nada; no saber ya cosa
alguna; no oír, no ver. Avanzar y avanzar por dentro de la locura. Mejor un fin
espantoso que un espanto sin fin.

Recordemos a Gea y la necesidad de protección. Durante un encuentro con el caos


primordial, la contención, el temenos, es esencial para proteger la integridad de la
psique, y del propio individuo. Sin embargo, cuando esta contención no se
presenta, los contenidos inconscientes invaden la psique arremetiendo con toda su
fuerza, pudiendo sumergirnos en la psicosis o en el mejor de los casos en un estado
de posesión. En este estado, el cuerpo es tan sólo un soporte de fuerzas que
necesitan ser expresadas. No hay conciencia del mismo. Inicialmente, estas fuerzas
permanecen aún en el estado donde todo es pura tensión y acumulación de energía,
y es cuando pueden aparecer los aspectos más primitivos y reprimidos de nuestra
psique. En ese momento, en que el campo de la conciencia está prácticamente
ausente, es cuando los estados de posesión se presentan con toda su fuerza.

Podemos ver la expresión de algunos patrones complejos de comportamiento en los


que intuimos la activación compensatoria de aspectos organizadores de la psique,
que buscan proporcionar las formas que encontramos en la genealogía olímpica.
Sin embargo, en muchos otros casos vemos aparecer las expresiones de los
aspectos monstruosos y de barbarie de nuestra naturaleza humana. Es el aparecer
de los hijos bastardos del caos. Es cuando la crueldad, el sadismo y la
destructividad acompañan al caos. Es cuando asociamos al caos con furia, violencia
y desmembramiento; con fuerzas irracionales y turbulentas que nos resultan
extrañas, y que tienen el poder de destruir nuestra identidad, nuestras estructuras
y nuestras formas de ser.

Quisiera recordar que, a lo largo de nuestra vida, el caos —la experiencia de la


masa confusa— se puede presentar en magnitudes diferentes, la mayoría de las
veces de menor intensidad a las que he descrito. En estos casos, el campo de la
conciencia, aunque está afectado, no está totalmente invadido, y aunque sabemos
que el grado en que se expresan las fuerzas del inconsciente no dependen de
nuestra actitud consciente, aparentemente, la actitud con la que nuestro ego se
relaciona con estas fuerzas inconscientes, puede facilitar o entorpecer el
movimiento de los mecanismos compensatorios de nuestra psique.

En este punto podemos comenzar a reflexionar acerca de un aspecto fundamental


en nuestro tema: el de la participación del ego en el proceso de organización del
caos. En este contexto me estoy refiriendo al ego como «un complejo funcional que
por un lado media entre los contenidos inconscientes y el campo de la conciencia, y
por el otro, entre nosotros mismos y nuestro entorno».

Jung apunta a la función mediadora del ego y a su capacidad de diferenciar —


podríamos decir que en el mismo sentido en que Ovidio apuntaba a la
diferenciación en el caos— cuando, refiriéndose a su propio proceso señala: «lo
esencial es diferenciarnos de esos contenidos inconscientes y al mismo tiempo
traerlos en relación con la conciencia». Esto se dice muy fácil pero sabemos que, en
el trabajo psicoterapéutico, uno de los grandes retos es el tratar de estar
conscientes del movimiento de los elementos que surgen de los niveles más
profundos de nuestra psique. Permanentemente nos encontramos haciendo
esfuerzos para no sufrir el impacto de lo desconocido, y ¿qué hay más desconocido
que nuestro propio inconsciente, sobre todo cuando la expresión del mismo se
experimenta como un caos?

EI ego permanentemente está tratando de evitar la experiencia del sufrimiento. Al


abortar el mismo, paraliza el movimiento de la psique. Es cuando el ego, en lugar
de aliarse con el resto de la psique —permitiendo que sus contenidos inconscientes
se muevan y se incorporen al terreno de la conciencia— se constituye en un
represor. Cuando esto sucede, inevitablemente interfiere con la posibilidad de que
la experiencia caótica se transforme en hacedora de psique.

Edward Edinger, en algunas de sus obras, menciona que el ego puede aparecer
como sirviente o como un rey. Representa un enorme esfuerzo tratar de que el ego
se mantenga «con la cabeza baja» y que, desde esa actitud, permita que se activen
los mecanismos de contención de la transformación que la psique necesita en un
momento determinado, El aspecto servil en lo psíquico está relacionado con
Hermes Psicopompo, el único dios servil entre los dioses, que es capaz de
conectarnos con los aspectos más profundos de nuestra psique. Cuando por el
contrario, el ego se infla, constituyéndose en el salvador que nos va a rescatar de las
amenazas de lo desconocido, puede abortar el proceso, y es entonces cuando el
individuo puede resurgir conectado con el poder, que siempre esta disociado del
Eros —el principio vinculante.

Desde el poder, no podemos tener la experiencia del caos como un activador de


instintos biológicos y psíquicos profundamente creativos. Una vez que el ego
experimenta la extraordinaria sensación del «Yo puedo», le cuesta renunciar a ella.
Nos deja atrapados en una polarización desde donde se hace muy difícil, si no
imposible, reflexionar. Podríamos decir que esta polarización se convierte en una
forma de asirse a «algo» que engañosamente nos protege del caos y de la cual surge
la ilusión de un orden. Paraliza nuestra psique, mutilando nuestra vida interior y la
conexión con nuestra alma.

Hasta aquí nos hemos referido al caos desde una perspectiva netamente individual.
A grandes rasgos nos hemos paseado por las dificultades que entraña la relación
con nuestros núcleos caóticos, el mantenimiento de un equilibrio psíquico a lo
largo de nuestra vida, y la importancia de que se mantenga un movimiento que
permanentemente contempIa la experiencia del sufrimiento. Sin embargo,
basándome en lo que ya es un standard en la psicología junguiana: que la
psicología de las masas está enraizada en la psicología del individuo, no quisiera
pasar por alto la oportunidad de compartir algunas reflexiones acerca de lo que hoy
en día estamos viviendo en el colectivo.

Me atrevería a afirmar que nuestra cultura, profundamente racional y positivista,


ha sobrevalorado el orden relegando los aspectos irracionales de nuestra naturaleza
a los terrenos más profundos del inconsciente. Desde niños hemos aprendido
rutinas y estrategias para lidiar con el caos externo, la mayoría de ellas separadas
de los rituales que están enraizados en lo más profundo de nuestra cultura, creando
una falsa sensación de absoluta predictibilidad, seguridad y orden en la vida.

Sabemos que en esencia, las rutinas proporcionan un ego externo necesario


mientras el niño internaliza un ego que le permita la posibilidad de diferenciar, de
escoger. Sin embargo, si vemos a nuestro alrededor, estas rutinas se han venido
transformando en camisas de fuerza de un colectivo que, día a día, teme cada vez
más la expresión de lo individual, de lo diferente. Como consecuencia, se paraliza la
posibilidad de una relación más hermética con lo desconocido, que inevitablemente
consteliza proyecciones masivas de sombra a nuestro alrededor, imposibilitando
ver lo monstruosos en nosotros mismos.

Estamos viviendo en un mundo cada vez más desalmado, que día a día pierde más
rituales que puedan actuar como reguladores naturales de nuestra convivencia,
sometiéndonos a una polarización que cada vez se hace más profunda. La fantasía
de una aldea global, que tanto cacareó la contemporaneidad, se ha desvanecido en
una premisa que hoy por hoy rige las relaciones en muchos rincones de nuestra
geografía: «O están con nosotros o están contra nosotros». En esta polarización, la
vida de los individuos no vale nada frente a las demandas colectivo loco que ha
perdido la conexión con los instintos más primarios, y que aparentemente sólo
reacciona desde y frente al poder. ¡Cómo nos cuesta aceptar que no hay mucha
diferencia entre nuestros ancestros bárbaros, aparentemente muy lejanos, y
nosotros mismos! A pesar de dos guerras mundiales y de siglos de historia de
guerras locales, ¡hemos seguido hablando de un mundo civilizado!

En años recientes hemos sido convulsionados por eventos que han repercutido
profundamente en nuestro colectivo, rompiendo con el llamado orden mundial y
sumergiéndonos en un enorme caos. Creo que nos llegó el momento de hacer un
gran esfuerzo por reflexionar profundamente acerca de la barbarie que nos rodea y
quizás, desde allí, poder favorecer la emergencia de los mecanismos naturales que
apuntan a una evolución o ser destruidos por los aspectos más primitivos que aún
nos acompañan.

1 https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Typhon_Staatliche_Antikensammlungen_596.jpg


Eduardo Carvallo. Médico psiquiatra de la Universidad Central de Venezuela y
Analista junguiano miembro de la Asociación Internacional de Psicología
Analítica desde el 2001. Es miembro y ex-presidente de la Sociedad Venezolana de
Analistas Junguianos, fundador del Centro de Estudios Junguianos de Bogotá y
de la Sociedad Colombiana de Analistas Junguianos, de la cual es su actual
presidente. Entre sus principales intereses se cuentan trabajos relativos a los
fenómenos migratorios, a los complejos culturales latinoamericanos y a los
patrones arquetipales en la cultura precolombina.

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