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cruda, despiadada y criminal. Esos «civilizados» cristianos que llegaron del otro
lado del mar con su séquito de ladrones y sus mentiras fueron tóxicos para los
pueblos originarios del continente quienes pronto entendieron la naturaleza del
invasor y sus intenciones. Por ello resistieron sacando fuerzas a pesar de las
desventajas tecnológicas en términos de armas y transporte a como diera lugar.
Tenemos ejemplos notables de esa resistencia, de la lucha de las primeras
naciones por sus derechos y su mundo -que no era nuevo para ellos como
arrogantemente lo denominaran los españoles y otros imperios europeos
(denominación que continúa en nuestros días). Y entre estos ejemplos de
resistencia figura la de los Mapuche que por casi 300 años protagonizaran la
Guerra de Arauco (de 1536 a 1818) manteniendo al margen de la mayor parte de
su territorio a los españoles y que incluyera a miles de hombres y mujeres
Mapuche luchando diariamente en que fuera una de las resistencias más largas de
la historia. Y en esta resistencia se destacó el líder Lautaro, muerto al comenzar
la batalla de Mataquito en 1557.
Otro ejemplo importante entre muchos levantamientos fue el del siglo 18 en Perú
liderado por Túpac Amaru II (José Gabriel Túpac Amaru) en 1780 que aunque
fuera el mismo mestizo organiza un ejército indígena que cuenta también con
mestizos y otros, unidos todos para luchar por sus derechos. Túpac Amaru II
cayó prisionero en 1781 y fue condenado a una muerte brutal; descuartizado por
cuatro caballos su muerte demuestra que la calidad humana de los invasores no
había cambiado demasiado desde el siglo 15 al 18.
La otra gran resistencia armada contra los invasores españoles en América fue la
de los aborígenes «Pueblos» en 1680 en lo que es hoy el estado de Nuevo
México en los Estados Unidos y que es mucho menos conocida en el Sur. Los
Pueblos, como les llamaron los españoles cuando los invadieron por llevar una
vida sedentaria en poblados, perdieron la mayor parte de su territorio en 1598
bajo Don Juan de Oñate. Estos territorios ya habían sido incursionados por
«conquistadores» como Francisco Vásquez de Coronado, quien en su delirio y
ambición por el oro y la plata sigue la fantasía de que al norte de México podía
encontrar «Las Siete Ciudades de Dios» repletas de riqueza, que Dios habría
puesto para que los conquistadores las saqueen.
Dos jóvenes nativos, Catua y Omtua, llevan por los pueblos el mensaje del
levantamiento, que consistía en una cuerda de yute con nudos cada uno
significando un día, que habría que desatarse cada vez que el día terminaba, y
cuando no quedara ningún nudo era el día planeado para atacar. Ciertamente no
todos los pueblos estuvieron de acuerdo con el plan de Popé, algunos
eventualmente traicionaron la causa de sus hermanos. La traición llevó a los
españoles a detener a Catua y Omtua quienes fueron fuertemente torturados para
que revelaran los nombres de los dirigentes y el significado de los nudos -por lo
que supieron que el día planeado del ataque era el 11 de agosto de 1680. Al
gobernador de entonces, Antonio de Otermín, se le ocurrió que la fecha era el 13
de agosto; los rebeldes, sabiendo esto adelantaron el plan y atacaron el 10
sorprendiendo a las autoridades españolas y a sus colonos -muy acostumbrados a
la tranquilidad de sus vidas y beneficiados de la usurpación de tierras de los
Pueblos para sus estancias, del trabajo esclavo y de la sumisión a la iglesia que en
1626 había impuesto la Inquisición en Nuevo México con lo que los frailes
gozaban de un extenso poder.
Han sido más de 500 años de opresión de los pueblos originarios de este
continente a manos de la civilización occidental, la misma que tiene a la
humanidad toda al borde del abismo. La resistencia continúa a pesar del desgaste.
Sabemos más verdades sobre el genocidio que padecieron los pueblos
originarios. David Roberts reflexiona que la arqueología occidental no se ha
reconciliado con la tradición oral de los Pueblos, no existe aún un puente entre
los Pueblos y los intelectuales occidentales. El mismo ha sido testigo en su
investigación en Nuevo México, sin embargo, que este es posible y enriquece a
ambas partes y es posible gracias a la colaboración de algunos científicos, como
él mismo, oficiales de las Reservas Forestales, y abnegados aborígenes
historiadores que comparten lo que saben de su cultura y con un trabajo paciente
contribuyen al descubrimiento de la verdad juntos, unidos todos ellos por un
sentimiento común de amor por estas tierras y su historia.