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El experimento Trump

Rex Tillerson KEVIN LAMARQUE / REUTERS

El sociólogo alemán Max Weber, que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX, es uno de
los pensadores que más ha reflexionado sobre la política y el papel de los políticos en el
Estado moderno. En su ensayo La política como vocación propuso su famosa definición
de Estado como "aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio,
reclama para sí el monopolio de la violencia física legítima". Así, infiere que la política se
entiende como aquella actividad a la que debe dedicarse el Estado para influir sobre la
distribución relativa de la fuerza. En este contexto, Weber habla de la organización del
Estado y de la burocracia, entendida como el ejercicio del poder. Para ello hacen falta
los políticos profesionales, que Weber clasifica en dos categorías. Los que viven "de" la
política y los que viven "para" la política. Vive "de" la política, concluye el alemán, quien
trata de hacer de ella su fuente duradera de ingresos. (Vayan apuntando los nombres
que se les ocurran). En cambio, vive "para" la política el que está libre de necesidades
económicas porque tiene rentas suficientes y se consagra a ella como una vocación de
servicio a la comunidad. Que me perdonen los expertos en Weber por perpetrar este
resumen, pero me ha venido a la cabeza al reflexionar sobre el equipo de Gobierno que
está conformando el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump. Puede ser la
primera vez que un país desarrollado y democrático tenga un Gobierno con esa
proporción de personas ajenas al mundo de la política profesional, empezando por el
propio Trump. Desde luego, nadie puede considerar al controvertido magnate que vaya
a vivir "de" la política, aunque concedamos que, de momento, está en duda si se
consagrará a vivir "para" la política, en el concepto weberiano del término. Y como él,
otros miembros de su equipo, que se incorporan ahora al ejercicio de la política después
de exitosas carreras en la empresa, que ahora son tachados de forma peyorativa por
algunos como "oligarcas". Y no lo son. Hablo, por ejemplo, de Rex Tillerson, presidente
y consejero delegado de ExxonMobil -la segunda petrolera privada del mundo por

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ventas- escogido como secretario de Estado; de facto, el segundo hombre con más
poder en Estados Unidos. La elección ha supuesto una gran sorpresa. ¿Cómo dejar algo
tan sumamente delicado para el devenir mundial como la diplomacia de Estados Unidos
en manos de un outsider de la política? Trump ha querido zanjar la polémica muy a su
peculiar estilo. En Twitter: "Lo que me gusta más de Rex Tillerson es que tiene una vasta
experiencia en negociar con éxito con todo tipo de gobiernos extranjeros". Y puede
tener razón. No sé si encontraríamos en el Partido Republicano a algún político
profesional con un mayor conocimiento de los mandatarios del mundo, especialmente
en Oriente Medio, Cáucaso y América Latina, que Tillerson. Como soy de los que piensan
que las relaciones personales son fundamentales en la política, ¿y si no es mala idea para
la estabilidad internacional que haya una buena química personal entre el secretario de
Estado de EEUU y el presidente de Rusia, como parece que existe entre Tillerson y
Vladimir Putin? Tillerson, como Wilbur Ross en Comercio, Steven Mnuchin en el Tesoro
y, en menor medida, Tom Price en Salud y Ben Carson en Vivienda suponen un
experimento que habrá que seguir detenidamente. No vaya a ser que salga bien, su labor
mejore la calidad de vida de los estadounidenses -que de eso se trata- y veamos que hay
otras formas de hacer política que no es la política profesional.

Fuente
Lozano, V. (15 de diciembre de 2016). El experimento Trump. Publicado en: El Mundo. Cita
Online: https://goo.gl/uOKTWx

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