José Natanson Myriam Southwell Yanis Varufakis Julia Buxton

Pablo Stefanoni Eric Alterman Anne-Cécile Robert Serge Halimi

el dipló, una voz clara en medio del ruido Capital Intelectual S.A.

0000223171
Paraguay 1535 (1061)
marzo 2019 Buenos Aires, Argentina
Publicación mensual
Año XX, Nº 237

522005
Precio del ejemplar: $100
En Uruguay: 100 pesos

9 771514
www.eldiplo.org

Dossier

La destrucción de la
educación pública
Envuelto en un discurso meritocrático y modernizante, el gobierno recorta
el presupuesto, cierra programas y desarticula el sistema educativo.

M.A.f.I.A.

Todas las crisis de Venezuela

Páginas La situación venezolana adquiere dimensiones de catástrofe. Sin posibilidades de
encontrar una salida negociada, se renuevan los intentos de injerencia extranjera.
21 a 29 La debacle bolivariana supone un desafío para las izquierdas latinoamericanas.
2|
La igualdad de
oportunidades,
tres años después
por José Natanson
H
abía que cavar un poco, re-
moviendo esa arena fina he-
cha de consignas simples y
slogans de autoayuda, pe-
ro la idea estaba ahí, sobre-
saliendo como un cangre-
jo en una playa desierta: la igualdad de opor-
tunidades era el único concepto más o menos
abstracto que el macrismo osaba incluir en sus
discursos y la justificación última de un progra-
ma socioeconómico que, como señalamos des-
de el comienzo (1), estaba claramente predesti-
nado a ensanchar la brecha social. Pero no era
una pavada: con raíces profundas en la tradi-
ción liberal y desarrollos posteriores de filóso-
fos orientados a compatibilizar los imperativos
dilemáticos de libertad e igualdad, como John
Rawls y Amartya Sen, la perspectiva de igual-
dad de oportunidades propone generar las con-
diciones para que todos los ciudadanos puedan
desarrollar plenamente sus capacidades en un
marco de sana competencia, que de acuerdo a
este enfoque es lo que hace progresar a las so-
ciedades. No pretende garantizar una sociedad
más igualitaria, perspectiva asociada a la idea
de igualdad de resultados, sino construir una
única línea de largada, eliminando las dispari-
dades de nacimiento y procurando remover los
obstáculos que enturbian la carrera.
En sus remotos inicios, cuando la sociedad
aún le sonreía y todo parecía más fácil, el ma-
crismo apostaba a construir esta teórica línea
de largada que emparejaría a todos los argenti-
nos mediante la mejora de las condiciones míni-
mas, es decir mediante la construcción de un pi-
so. Nunca, seamos francos, prometió fomentar
la justicia social, acortar las distancias entre ri-
cos y pobres o crear una sociedad más solidaria,
sino, más sencillamente, ofrecer a todos las mis-
mas oportunidades, lo que se lograría mediante
dos procedimientos básicos: la reducción de la
pobreza, que reemplazaba a la igualdad como
objetivo último de la acción del Estado, y la me-
jora de la calidad de la educación pública.
Tres años después, los resultados son claros.
Según el Indec, la pobreza llegó al 27,3 por ciento
en diciembre del año pasado, una suba de 2,9 por
ciento respecto del semestre anterior, lo que la
sitúa más o menos en los mismos niveles que en
el último tramo del kirchnerismo. Tomando los
datos del Observatorio de la Deuda Social de la
UCA, que permite analizar la serie completa, la
pobreza se ubica hoy en 33,6, el porcentaje más
alto desde la crisis del 2001 (2). La pobreza mul-
tidimensional, que además de los ingresos consi-
dera otras cinco dimensiones de carencia, llega a
38 por ciento según Unicef (3).
En cuanto a la educación, aunque resulta
más difícil de medir, diversos datos permiten
hacerse una idea del declive: las partidas desti-
nadas a educación en el presupuesto nacional,
que permiten estimar el esfuerzo que el Esta-
do Nacional dedica al tema, pasaron de 7,1 por
ciento en 2016 a 5,5 por ciento en 2019; los fon-
dos para infraestructura y equipamiento esco-
lar pasaron de 9.200 millones de pesos asigna-
dos en 2018 (se ejecutó solo un tercio) a 2.600
en 2019; el Fondo Nacional para la Educación
Técnico-Profesional, una iniciativa del kirch-
nerismo para fortalecer esta rama crucial de la
educación pública, pasó de 4.900 millones en
2018 a 3.400 millones en 2019 (4).
Pero ningún dato ilustra mejor esta silencio-
sa estrategia de desmantelamiento como el de
las becas. En teoría, las becas son el instrumen-
to ideal para lograr la igualdad de oportunida-
des en sociedades inequitativas, en la medida en
que permiten premiar a los estudiantes que se
destacan por su esfuerzo y tenacidad abriéndo-
les caminos que de otro modo permanecerían
bloqueados. De hecho, el excelente y ultraeli-
tista régimen educativo estadounidense incluye
un sofisticado programa de becas, que alimenta
a las escuelas y universidades más prestigiosas
con alumnos destacados provenientes de los es-
tratos socioeconómicos desfavorecidos, lo que
en teoría contribuye a consolidar los valores del
sacrificio, el empeño y la competencia, y que
por supuesto redunda en un beneficio general
para todo el sistema, que a un costo relativa-
mente bajo se beneficia absorbiendo a “los me-
jores”. En Argentina, universidades privadas de
excelencia como San Andrés y Di Tella han de-
sarrollado esquemas parecidos.
La estrategia opuesta es la de Francia: la polí-
tica de “educación prioritaria” inaugurada por
el gobierno socialista de François Mitterrand
en 1982 apunta a mejorar la calidad de las es-
cuelas (unas 12 mil en total) ubicadas en los lu-
gares más pobres del país, otorgándoles más re-
cursos para infraestructura, premiando con un
plus salarial a los docentes que se desempeñan
en ellas y procurando un seguimiento más per-
sonalizado de los estudiantes (el gobierno de
Edición 237 | marzo 2019
Emmanuel Macron acaba de reducir a doce el
máximo de alumnos en las escuelas primarias
prioritarias). En lugar de apostar a que el sis-
tema seleccione meritocráticamente a los jóve-
nes más brillantes y apueste individualmente a
ellos, el Estado pone todo su esfuerzo (y sus re-
cursos) para tratar de equilibrar las cosas.
El macrismo, que nunca prometió lo segun-
do, tampoco avanzó en lo primero. Es más: re-
dujo los mecanismos meritocráticos creados
por el kirchnerismo. Además de ajustar el pre-
supuesto educativo total, bajó el destinado a
las Becas Progresar, que el año pasado fue en
términos reales 32 por ciento inferior al de
2015 (5) y que mantuvo el monto de la asigna-
ción mensual insólitamente congelado a pesar
de la inflación (1.250 pesos).
Otro ejemplo es el del Procrear, el programa
de créditos subsidiados para vivienda creado
en 2012 que el macrismo mantuvo y adaptó du-
rante su gestión. La versión Procrear Ahorro
Joven, lanzada con una gran campaña publi-
citaria en 2017, buscaba facilitar el acceso de
los jóvenes a la primera vivienda fomentando
la cultura del ahorro y el esfuerzo: para ello,
los beneficiados debían depositar a lo largo de
un año el equivalente a un 5 por ciento del va-
lor de la vivieda con un mínimo de 200 UVAs,
tras lo cual el Estado los premiaría subsidian-
do el doble del ahorro acumulado. El problema
es que la devaluación dislocó la relación entre
el depósito (en pesos) y el precio de las propie-
dades (en dólares), por lo que el ahorro para
comprar por ejemplo un departamento de 60
mil dólares hoy apenas alcanza para uno de 30
mil. El apoyo ofrecido por el Estado ante las
quejas de los perjudicados resultó insuficien-
te. El resultado es que de los 40 mil anotados
inicialmente hoy solo quedan 10 mil (6).
En este marco, parece evidente que el discur-
so de igualdad de oportunidades era apenas un
recurso para justificar la reforma socioeconómi-
ca regresiva. De hecho, el gobierno parece bas-
tante cómodo gobernando sobre la “democracia
de segmentos”, surfeando inestablemente sobre
una sociedad astillada y recurriendo a mil estra-
tegias de microtargeting para hablarle a una mi-
noría, y a la otra, y a la otra... En este sentido, el
macrismo es anti-populista de una manera muy
profunda: no se propone construir una polari-
zación que divida a la sociedad en dos campos
enfrentados, identificar un único adversario y

forjar un pueblo versus un anti-pueblo,
sino sobrevivir gestionando los pedazos
del campo social. Si el populismo quiere
mitades, el macrismo construye tercios.
Por eso no es el gobierno de la grieta; es
el gobierno de todas las grietas. Y tiene su
táctica: consciente de que su programa
económico, su origen de clase y aún sus
convicciones le impiden construir una
mayoría permanente, apuesta, como señaló Mar-
tín Rodríguez (7), a ganar las elecciones y luego
replegarse nuevamente a su minoría, volver a su
núcleo primigenio de apoyos asegurados. Para
Durán Barba el ballottage es un instante fugaz.
La jugada tiene sus riesgos. Por un lado, la
experiencia demuestra que, si se dispone de un
liderazgo unificado, una fuerza política más o
menos disciplinada y el control férreo del Es-
tado, es posible gobernar Argentina desde una
minoría, como en su momento hicieron Me-
nem (1997-1999), Néstor Kirchner (2003-2005)
y Cristina (2009-2011 y 2015-2017). Pero la his-
toria reciente también demuestra que la argen-
tina es una sociedad complicada y demandante,
proclive a los estallidos de rebeldía, que siem-
pre quiere más. ¿Podrá el macrismo garantizar
la gobernabilidad sin ofrecer alguna perspec-
tiva de mejora social, así sea la de igualdad de
oportunidades, sin prometer que al menos “los
mejores” progresen mientras el resto se estan-
ca o cae? ¿Podrá enfrentar el año electoral sin
exhibir una sola ganancia material, una míni-
ma conquista socioeconómica concreta? g
1. Véase, por ejemplo, editorial en Le Monde diplomatique,
edición Cono Sur, N° 217, julio de 2017.
2 Informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA
http://uca.edu.ar/es/observatorio-de-la-deuda-social-
argentina/barometro-de-la-deuda-social-argentina
3. https://www.cronista.com/economiapolitica/
Para-Unicef-la-pobreza-multidimensional-trepa-
al-38-de-la-poblacion-20181204-0093.html
4. Observatorio de la Educación, UNIPE.
5. https://chequeado.com/el-explicador/que-cambio-en-
las-becas-progresar-entre-la-gestion-de-cfk-y-de-macri/
6. https://www.diarioelinforme.com.ar/2019/02/20/-
la-devaluacion-tambien-termino-con-los-
sue%C3%B1os-del-plan-procrear-ahorro-joven
7. “El año de la marmota electoral”, LPO, 12-2-2019.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
|3
Staff
Di­rec­tor: José Natanson
Re­dac­ción
Pablo Stancanelli (editor)
El Atlas del
Creusa Muñoz (editora)
Luciana Garbarino
Laura Oszust
Nuria Sol Vega (pasante)
Se­cre­ta­ria
Pa­tri­cia Or­fi­la
se­cre­ta­ria@el­di­plo.org
Agronegocio
por Gerhard Dilger y
Co­rrec­ción
Alfredo Cortés
Diagramación
Cristina Melo
Patricia Lizarraga*
“
Co­la­bo­ra­do­res lo­ca­les
Manuel Jerónimo Becerra
Fernando Bogado Campos, animales y praderas: las imá-
Nazaret Castro genes en los empaques de los alimen-
Julián Chappa tos nos hacen pensar en una agricultu-
Germán Conde ra campesina, en un oficio tradicional y
Gerhard Dilger en una naturaleza intacta. Muchas per-
Bruno Fornillo sonas saben que, con frecuencia, estas
Patricia Lizarraga imágenes no tienen absolutamente nada que ver
Alfredo M. López Rita con la agricultura actual y con la producción in-
Mariano Schuster dustrial de alimentos”. Así comienza el Atlas del
Myriam Southwell Agronegocio, una compilación de artículos de in-
Pablo Stefanoni vestigadoras e investigadores, periodistas y espe-
Federico Vázquez cialistas en temas agrícolas de todo el mundo que
presentan, en un lenguaje accesible y junto a un
Ilustradores importante despliegue de mapas e imágenes, la
Gustavo Cimadoro complejidad del modelo agrícola global.
Editorial Tra­duc­to­res
A partir del mes que viene, el Atlas será publica-
do en ocho entregas mensuales junto a Le Monde
Julia Bucci
diplomatique, edición Cono Sur. Su primera edi-
Victoria Cozzo
ción fue publicada en alemán en 2017, en un traba-
Georgina Fraser
jo conjunto entre la Fundación Rosa Luxemburgo,
Teresa Garufi
la Fundación Heinrich Böll y la edición alemana
Aldo Giacometti
de el Dipló, con un objetivo muy claro: mostrar la
Florencia Giménez Zapiola
enorme concentración de poder de las industrias
Víctor Goldstein
vinculadas a la alimentación a lo largo de toda la
Patricia Minarrieta
cadena de suministros, desde la producción hasta
Bárbara Poey Sowerby
el supermercado, y sus impactos devastadores so-
Gustavo Recalde
bre las poblaciones y los territorios.
María Julia Zaparart
Esta concentración muestra una preocupante
Carlos Alberto Zito
tendencia al aumento. Y no se trata sólo del sector
agrario: en el mundo de la producción de alimen-
Diseño original
tos vemos cada vez más la participación de ban-
Javier Vera Ocampo
cos, aseguradoras y empresas de tecnología de la
información, lo que plantea un conflicto debido a
Publicidad
las desiguales relaciones de poder: entre las trans-
Maia Sona
nacionales de los sectores agrícolas, alimentarias y
publicidad@eldiplo.org
comerciales, y las familias campesinas, los trabaja-
contacto@eldiplo.org
dores y trabajadoras. Esto profundiza la brecha en
la participación de los ingresos y agudiza las des-
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igualdades. Recientes adquisiciones, como las de
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de febrero de 2019 fue a publicarse en el Dipló. Se trata en definitiva de un
trabajo conjunto que apunta a ampliar la difusión de
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este material y generar instancias de debate sobre
Capital Intelectual S.A. los diversos temas que se abordan: el rol de los gigan-
tes del agronegocio, los daños ambientales, la mani-
pulación genética, el lobby empresario y los efectos
Le Monde diplomatique (París)
de los monocultivos, pero también las experiencias
de resistencias y los modelos alternativos. Con ello
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Presidente del Directorio y
pretendemos ofrecer una radiografía de un mode-
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 4| Edición 237 | marzo 2019
Dossier
La destrucción
de la educación
pública

Aunque durante la campaña propuso una “revolución educativa”, el gobierno de

Cambiemos desplegó una serie de políticas que llevaron a un deterioro progresivo de
la educación pública. Su única apuesta, la evaluación, es utilizada como un látigo para
disciplinar a los docentes más que como un instrumento para lograr mejoras.
Desfinanciamiento, desarticulación, desmantelamiento

Una revolución al revés

por Manuel Jerónimo Becerra*

Instalación de la “Escuela itinerante” en protesta por mejoras salariales y mayor presupuesto en educación, Buenos Aires, 13-4-17 (Eitan Abramovich/AFP)

E
l 4 de septiembre de 2015, poco an-
tes de las elecciones que lo consa-
grarían como presidente, Mauri-
cio Macri fue al programa Anima-
les Sueltos. Aunque la consigna era
debatir los proyectos económicos
de los candidatos, Macri “sorprendió” asistiendo
con quien sería su primer ministro de Educación,
Esteban Bullrich. En la Ciudad de Buenos Aires,
Bullrich había gestionado las escuelas sin dema-
siados sobresaltos, ofreciendo paritarias empata-
das o por encima de la inflación. ¿Por qué Macri,
el empresario y gestor de camisa sin corbata, que
prometía una eficiencia ajena a la política, la vuelta
al mundo y el fin de la grieta, asistía con Bullrich?
“La economía es hoy, la educación es mañana”, dijo
Bullrich, luego de elogiar a su jefe como un estadis-
ta que piensa en el futuro más allá de la coyuntura.
“La educación es mañana”, repitió, y anunció cam-
bios profundos y veloces: una revolución educati-
va. Macri garantizó: “Lo importante está primero,
por eso siempre estuvo la plata para educación”.
Del relato al hecho
En tiempos electorales la educación se convierte
en uno de los tópicos alrededor de los que circulan
más sentidos comunes y menos definiciones concre-
tas sobre políticas públicas. Así, girando en torno a
los significantes de “futuro”, “innovación”, “revolu-
ción educativa” y “preparación para los trabajos que
hoy no existen”, Cambiemos configuró su propues-
ta educativa de cara al fin del kirchnerismo. Sin em-
bargo, la llegada al gobierno ha permitido contras-
tar con hechos concretos cuáles son sus verdaderos
proyectos. ¿Qué aliados y qué enemigos elige? ¿Qué
batallas estructurales, de esas que implican fuertes
gastos de capital político, decide encarar? Y más con-
cretamente, ¿qué financia? (¿y qué desfinancia?).
La política educativa del macrismo es clara: ajuste,
precarización y combate a los docentes. Sin embargo,
el gobierno no ordenó despidos masivos de maestros
ni cierres directos de escuelas y universidades (más
allá de los intentos puntuales de cerrar las escuelas
nocturnas y en el Delta). Tampoco implementó cam-
bios drásticos en el régimen legal. En términos gene-
rales, el macrismo viene operando lo que el Obser-
vatorio de la Universidad Pedagógica Nacional de-
nomina “ajuste blando” (1): dejar morir una política
pública mediante el congelamiento de sus partidas
presupuestarias, que se van licuando con la inflación.
En lugar de matar a las escuelas de un tiro certero, las
deja heridas, solas y a la intemperie.
Veamos tres ejemplos de esta línea de acción. En
su visita al programa de Alejandro Fantino, Macri y
su futuro ministro señalaron: “Estamos asumiendo
el compromiso de construir 3.000 jardines de infan-
tes en los próximos cuatro años”. Los 3.000 millo-

nes de dólares necesarios, dijeron, estaban garanti-
zados. Pero los datos demuestran otra cosa: en 2016,
primer año de gestión, aún no había una partida pre-
supuestaria asignada, y en 2017 el monto destinado
al fortalecimiento edilicio de los jardines de infan-
tes fue de 4.500 millones de pesos, unos 280 millo-
nes de dólares al cambio del momento; en 2018 fue
de 3.600 millones de pesos (186 millones de dólares)
y se estima que este año se reducirá a 1.100 millones
de pesos (30 millones de dólares). Si por un lado los
fondos no llegaron ni al 17% de lo prometido en la
campaña, por otro, como muestra la evolución, fue-
ron cayendo a lo largo de los años. Pero en concreto,
¿cuántos jardines se construyeron efectivamente?
Según el propio Ministerio de Educación, en 2017
había 264 jardines nuevos en comparación con 2015
(126 públicos y 138 privados).
Un caso similar es el de las Becas Progresar,
creadas durante el kirchnerismo para beneficiar a
jóvenes que buscan finalizar sus estudios prima-
rios y secundarios y para ayudarlos en el nivel su-
perior. Según datos relevados por la Universidad
de Avellaneda (2), la cantidad de becas asignadas
pasó de 790 mil en 2015 a 536 mil en 2018: una
caída del 32% durante la gestión de Cambiemos.
Pero no sólo hubo un recorte de más de un cuarto
de millón de becas, sino que además los montos
asignados se congelaron para 2019. De esta mane-
ra, quienes aún reciban la beca verán reducida su
capacidad de compra.
El tercer caso, la formación docente, es una de las
políticas donde se ha plasmado más cabalmente la
concepción macrista de la educación. A poco de asu-
mir, Bullrich intentó comprometer a los ministros de
Educación de todo el país a la reducción en la canti-
dad de institutos de formación docente, que él con-
sideraba excesiva. En este marco, las provincias ali-
neadas con el oficialismo (Jujuy, Mendoza, Buenos
Aires) impulsaron el cierre de distintas carreras. En
la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez La-
rreta intentó disolver los profesorados públicos ba-
jo el único paraguas de una nueva universidad, a la
que llamaría UniCABA. El macrismo redujo entre
un 64% y un 67% (según diferentes estimaciones) el
presupuesto real asignado a la formación docente:
una estimación de un conjunto de universidades na-
cionales señala que pasó de 1.345 millones de pesos
en 2016 a 483 millones en 2019 (3).
El ajuste vía salario
“Nos vamos a focalizar en mejores salarios y recur-
sos para los docentes. ¿Por qué hace seis años que
cerramos paritarias sin paros en la Ciudad de Bue-
nos Aires? Porque ponemos la guita”, dijo Macri en
aquella presentación de campaña.
Más de tres años después, la disminución de la
capacidad de compra de los docentes fue brutal.
Tomando como parámetro la Canasta Básica Total,
una maestra madre soltera vio reducido su salario
real en un 67,1%, mientras que una familia “tipo”
Jardines de infantes
Presupuesto, en millones de pesos Presupuesto, en millones de pesos tSOzqunvwhOaKje8HB/view
Millones de pesos Nominal Real
7.000
6.000
5.000
4.000
3.000
2.000
1.000
0 0
2017 2018 2019
Fuente: El presupuesto educativo entre 2016 y 2019. Informe elaborado por los observatorios y equipos de investigación en
educación de UNIPE, Filosofía y Letras-UBA, Centro Cultural de la Cooperación, Aula Abierta, UNDAV, UNQUI Y UNGS.
(con ambos cónyuges docentes) perdió un 43,6%
(4). Un informe de la Universidad de Belgrano en
base a datos de la OCDE sostiene que los salarios
docentes argentinos se ubican en el puesto 36 de los
37 países relevados (5).
El deterioro de los salarios de los docentes y
los paros que son su respuesta natural impactan
en el balance entre educación pública y privada.
Las escuelas privadas pueden en los hechos im-
poner limitaciones a los paros y despedir sin más
restricciones que la indemnización a sus emplea-
dos, a sola firma de la conducción escolar. Esto no
sucede en las escuelas públicas, donde los meca-
nismos de separación del cargo son más largos y
burocráticos. En este sentido, la política educativa
del macrismo apunta a la desregulación de las re-
laciones laborales, la descarga del Estado de sos-
tener los salarios (que en Argentina se expresó en
la suspensión de la paritaria nacional a partir de
2017) y los derechos laborales asociados. Si en los
últimos diez años los docentes hubieran acepta-
do la primera oferta salarial realizada en marzo de
cada año, ganarían 60% menos (la paritaria de las
escuelas públicas se aplica a las privadas) (6).
Los datos globales permiten hacerse una idea del
cuadro general. En 2015 el presupuesto educativo a
cargo del Estado Nacional fue de 1,59% del PBI (el
resto estaba a cargo de las provincias hasta comple-
tar el 6,07%). En 2019, el presupuesto educativo del
Estado Nacional será equivalente a 1,24% del PBI. La
educación, así, perdió 22% de su participación en el
PBI (7). Esto revela otra característica central de la
política educativa actual: la fragmentación median-
te el vaciamiento del Ministerio de Educación de la
Nación y la transferencia casi total de las responsabi-
lidades a las provincias. Y confirma prioridades: en
2019 se destinará a la deuda 3,3 pesos por cada peso
destinado a la educación (8).
Evaluar y castigar
El presupuesto destinado a la evaluación educativa
es uno de los pocos en los que se registró un aumen-
to: en términos reales, los montos asignados pasa-
ron de 150 millones de pesos en 2017 a 250 millones
en la actualidad, un incremento de 65 por ciento.
Sin embargo, si el desfinanciamiento de práctica-
mente todas las demás políticas educativas nacio-
nales produjo una caída del presupuesto total y una
degradación general, ¿cuál es el sentido de evaluar
algo que no se intenta mejorar?
Un breve rodeo antes de ensayar una respuesta.
El relevamiento de información sobre el sistema
educativo es una herramienta central de los Esta-
dos para implementar políticas orientadas a me-
jorarlo. Bien utilizados, los operativos de evalua-
ción permiten por ejemplo diseñar estrategias que
contribuyan a reducir las desigualdades regiona-
les, impulsar programas que promuevan la innova-
ción pedagógica, financiar equipos que minimicen
los efectos de la exclusión social en la escuela, etc.
Formación docente
Millones de pesos Nominal Real
1.600
1.400
1.200
1.000
800
600
200
2016 2017 2018 2019
|5
El sistema educativo es una maquinaria masiva de
producción de estadísticas: aprobación, asistencia,
abandono, repitencia, títulos docentes. Sin embar-
go, en los últimos 60 años se ha ido demoliendo la
legitimidad de esas estadísticas, producidas en pri-
mera instancia por las escuelas y que luego debe-
rían sistematizarse en las agencias estatales.
De esta manera, la enorme cantidad de informa-
ción que el sistema produce a diario no se considera
útil para diseñar la política pública, que es pensa-
da desde algunos centros internacionales y multi-
laterales, como la UNESCO, el Banco Mundial, el
BID y la OCDE. Con criterios a menudo poco rela-
cionados con los aspectos más sociales y culturales
de la educación, se evalúan los sistemas nacionales
y se arma un ranking que jerarquiza la educación
de países cuyas estructuras sociales –desigualdad
económica y cultural,
población, relación ur-
El macrismo hace banización/ruralidad,
entre otros factores– son
un “ajuste blando”: muy difíciles de compa-
rar de forma lineal, sin
no “mata” a las asteriscos o salvedades.
Y el ranking –falaz– pa-
escuelas de un tiro rece devastador: ¡Argen-
certero; las deja tina está muy por debajo
de Singapur!
heridas, solas y a Desde la llegada de Cam-
biemos al gobierno, se re-
la intemperie... diseñaron los operativos
de evaluación preexis-
tentes a nivel nacional
para dar lugar a los ope-
rativos Aprender y Ense-
ñar. Nuevamente es necesario subrayar: es una po-
testad indelegable del Estado evaluar al sistema edu-
cativo; el problema es su uso político. En este caso, el
gobierno parece seguir la línea de recomendaciones
como las del Banco Mundial, que en su documento
“Profesores excelentes” sugiere el uso de la estadís-
tica educativa para generar acuerdos con la sociedad
civil para emprender reformas estructurales, lo que
en otras palabras implica comunicar los resultados
de los operativos de evaluación para responsabilizar
a los docentes de los malos resultados y ganar legi-
timidad social en la negociación con los sindicatos.
Cambiemos usa la evaluación educativa como un
látigo. Comunica sesgadamente los datos –indepen-
dientemente del nivel de cobertura, es decir, qué tan
representativos son– a la hora de discutir paritarias,
e impulsa una corriente de opinión contraria a los
docentes, a los que señala como la causa última de
los problemas educativos. Junto al “ajuste blando”,
la desarticulación del sistema y el “cajoneo” de la Ley
de Educación Nacional, definen claramente la políti-
ca educativa. ¿Qué horizonte le propondrá el macris-
mo a las escuelas de volver a ganar en 2019? g
1. Observatorio Educativo de la UniPe (2019), “El presupuesto
educativo: ni inclusión ni calidad”, Buenos Aires, pág. 3.
2. Universidad Nacional de Avellaneda, Observatorio de
Políticas Públicas (2019), “Educación y paritarias”. http://
undav.edu.ar/general/recursos/adjuntos/22886.pdf.
3. https://drive.google.com/file/d/1spYylBertWYsn-
4. Trabajo en proceso de elaboración de los investigadores
Mercedes Montaña y Alejandro Mordochowicz.
5. Universidad de Belgrano, Centro de Estudios de la Educación
Argentina, “Aumentan los cargos docentes pero no los salarios
ni los alumnos” http://repositorio.ub.edu.ar/bitstream/
handle/123456789/8750/cea_enero_febrero_2019.pdf
6. Trabajo en proceso de elaboración de los investigadores
Mercedes Montaña y Alejandro Mordochowicz.
7. Trabajo en proceso de elaboración de los investigadores
Mercedes Montaña y Alejandro Mordochowicz sobre
la base de CGESCE, Ministerio de Educación.
8. https://drive.google.com/file/d/1spYylBertWYsn-
tSOzqunvwhOaKje8HB/view
*Profesor en secundaria y formación docente y respon-
sable del blog sobre educación fuelapluma.com
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
 6| Edición 237 | marzo 2019
Dossier
La destrucción
de la educación
pública

El gobierno de Cambiemos ejecuta una fuerte ruptura en materia de educación pública:

recorta o cancela programas e instituciones, promueve una desarticulación del sistema
con el argumento del federalismo y se desentiende de la suerte de los alumnos con más
dificultades bajo el pretexto de impulsar los valores del sacrificio y la competencia.
La modesta filosofía educativa del macrismo

El mérito como excusa

por Myriam Southwell*

L
Matías Baglietto

a llegada al gobierno de Mauricio
Macri comenzó marcando fuertes
rupturas con las políticas educati-
vas preexistentes, tanto con aque-
llas originadas en el gobierno in-
mediato anterior como con otras de
más larga data. Un rasgo que muy rápidamente se
hizo evidente, y que se convertiría en una marca de
esta gestión, es la reducción o el cierre, parcial o to-
tal, de distintos programas, oficinas, instituciones
–en definitiva, políticas- que buscaban afianzar de-
rechos y ampliar la cobertura del sistema escolar.
Algunos de ellos llevaban vigentes mucho tiempo:
escuelas rurales y de islas, escuelas nocturnas, insti-
tutos de formación docente, etc; otros, más recien-
tes, apuntaban a lograr una mayor conexión de la
escolaridad con la cultura contemporánea, como el
intento de achicar la brecha informática a través del
Plan Conectar Igualdad y los programas de produc-
ción audiovisual y orquestas; y otros programas bus-
caban acompañar el reconocimiento de la diversidad
cultural, lingüística, sexual, etc. El gobierno avanzó
en el desmantelamiento de equipos de trabajo con
experticia acumulada, que tenían un camino reco-
rrido de cambios en un sistema educativo que mu-
chas veces ha sido calificado como inadecuado para
la sociedad del siglo XXI. En lugar de profundizar y
mejorar estas políticas, se revirtieron renovaciones
que apuntaban a acercar la educación a la sociedad
contemporánea y actualizar las formas de enseñan-
za y aprendizaje.
Bajo un envoltorio de palabras ligadas al mundo
digital y empresarial (e-learning, coaching, co-wor-
king, etc.), el gobierno retoma un sistema educati-
vo de neto corte conservador, basado en la idea de
que sólo son merecedores aquellos que logran po-
ner en funcionamiento competencias que los aven-
tajen dentro de valores y de un formato de escolari-
dad clásico. Esto implica desconocer algo que sabe-
mos desde al menos sesenta años de investigación
en educación: que para que toda la población pueda
formarse e integrarse plenamente no alcanza con
darles a todos lo mismo. Es necesario poner un es-
fuerzo especial en el apoyo de trayectorias con di-
ficultades y consolidar mejores condiciones para
la actualización y renovación de saberes (infraes-
tructura, libros, computadoras, prácticas de convi-
vencia y cuidado, etc.). Por ejemplo, poner a dispo-
sición la riqueza de amplias bibliotecas virtuales y
físicas es ponerle materialidad al principio de que
ese patrimonio nos pertenece a todos.
La gestión educativa del macrismo es muy pro-
ductiva en eufemismos. Como sabemos, el éxito de
un gobierno depende de una suspensión volunta-
ria de la incredulidad que permite la aceptación de
cierta ficción política. En este sentido, uno de los
argumentos más utilizados es el supuesto fortale-
cimiento del federalismo, idea que ha obtenido una
aceptación de “patas cortas” en distintas jurisdic-
ciones. En realidad, no es más que una excusa pa-
ra que el Estado Nacional se desentienda de su mi-
sión de garantizar un sistema escolar con caracte-
rísticas comunes para el conjunto de la ciudadanía.

Sobre esa base, ha avanzado en girar recursos para
que cada jurisdicción haga lo que considera mejor.
En este marco, el incremento de la fragmentación
y el desarrollo disímil comienzan a visualizarse co-
mo la realidad próxima de lo que será cada vez me-
nos un sistema educativo.
Pero no se trata simplemente de un anacronis-
mo, de una nueva expresión de fuerzas arcaicas e
irracionales, sino de la generalización de una pers-
pectiva “postpolítica”. Lo político, considerado en
su dimensión dilemática, como mediación de con-
flictos, es reemplazado por una noción de lo social
consensual y despolitizada. Se cambió Estado de
derecho por Estado de opinión. Por eso, los interlo-
cutores a quienes el gobierno presenta sus políticas
no son quienes han desplegado de cerca, cotidiana-
mente, esas tareas del Estado (docentes, estudian-
tes), sino aquellos que están más lejos, a los que se
les comunican opiniones, mediadas por los medios
de comunicación o tribunas corporativas.  el Sistema Nacional de Evaluación de la Calidad
Diversas intervenciones públicas del Presiden-
te (“¡¿Qué es eso de tener universidades por todos la-
dos?!”) y otros funcionarios han puesto en cuestión la
idea del derecho a la educación superior, que implica
una red amplia de instituciones que cubran el extenso
territorio. Pero también se ha cuestionado la gratui-
dad de los estudios universitarios, un elemento clave
de la historia cultural argentina y fundamento de su
movilidad social desde hace cien años. Funcionarios y
dirigentes de Cambiemos han calificado de “demagó-
gica” la gratuidad de la universidad que han estable-
cido distintas normativas, desconociendo lo que ello
implica no sólo para el sistema universitario como
referente no restrictivo en la región, sino en la propia
cosmovisión del “argentino promedio”.  nen el valor de los rankings públicos dicen que no
Como consecuencia de estas concepciones, la
gestión macrista, a contrapelo de la tradición de
apertura y expansión del sistema educativo, cierra
instituciones. Señalemos, entre otros ejemplos, el
cierre de 14 escuelas nocturnas en la Ciudad de Bue-
nos Aires (suspendido por el descontento social; pe-
ro la decisión sigue tomada), la cancelación del sis-
tema de actualización docente a través de equipos
técnicos especializados en la provincia de Buenos
Aires, el cierre de Institutos de Formación Docen-
te de Jujuy, el desmantelamiento del Programa Co-
nectar Igualdad, el cierre de escuelas rurales e isle-
ñas y el paulatino desfinanciamiento y cierre de los
29 Institutos de Formación Docente en la Ciudad de
Buenos Aires, que serían reemplazados por una uni-
versidad, virtual y sin autonomía, que nacería con
un triste antecedente: la primera universidad en la
historia que no concita apoyos ni alegría.
Evaluar para qué
Para el gobierno, todo trabajador o trabajadora es
–antes que nada– sujeto de sospecha, y en particu-
lar los docentes, con todo el efecto de descalifica-
ción que implica concebir al complejo trabajo de
transmisión de la cultura en clave de control. Así,
se ha instalado un clima persecutorio y represivo
a partir del hostigamiento a docentes, estudiantes
y dirigentes gremiales. Por ejemplo, se ha vuelto
recurrente que los días de paro distintas autori-
dades, desde aquellas que pertenecen al sistema,
como los supervisores, hasta otras que no, como
la policía, se hagan presentes en algunas escuelas
solicitando el listado de docentes presentes y au-
sentes. También se tiende a la inhibición de la ex-
presión pública de las disidencias e incluso se han
elevado denuncias penales por realizar acciones
previstas en la normativa (por ejemplo, a directi-
vos que suspendieron la jornada escolar frente a
amenazas de bomba). Estas prácticas no se vivían
desde la última dictadura militar.  rir los saberes básicos atendiendo a la diversidad
  Frente a la concepción de trabajadores “esencial-
mente” sospechosos que deben ser controlados, se
destaca un impulso a empresas que adquieren cada
vez más presencia en el sistema educativo, a las que
se les concede una amplia libertad. La producción
sistemática de saberes, la acumulación de experien-
cia y las innovaciones consolidadas colectivamente
van siendo reemplazadas por encargos millonarios
a empresas para que elaboren “enlatados” digitales
destinados a la formación docente, textos o materia-
les para salas de primera infancia, sistemas de capaci-
tación pre-formateados, pruebas estandarizadas. Se
trata, en la mayoría de los casos, de tareas que hasta
ahora venía realizando el propio Estado. La crecien-
te incidencia de fundaciones como Edunexo, Educe-
re, Teach For All y su afiliada en nuestro país “Enseñá
por Argentina”, entre otras, son ejemplo de ello.  el esfuerzo, la tenacidad y la capacidad para rever-
Esto se complementa con la amplia concepción
“sobreevaluadora” de la gestión Cambiemos. La
evaluación es una parte importante de las políti-
cas educativas, ya que permite recabar informa-
ción pertinente para una mejora constante. Des-
de 1991 funciona una dirección específica del Mi-
nisterio de Educación dedicada a la evaluación, la
investigación y el seguimiento estadístico (cuyas
bases de información fueron recientemente reti-
radas de allí). También desde aquel año funciona
(SINEC) y comenzaron a realizarse los Operativos
Nacionales de Evaluación (ONE).
El gobierno desconoce esa experiencia e intenta
utilizar la evaluación como control y estímulo a la
competencia. Esto se hizo evidente en 2018, con un
intento de modificación del artículo 97 de la Ley de
Educación Nacional presentado por los legislado-
res de Cambiemos, para elaborar y difundir públi-
camente un ranking de escuelas. La norma vigente
sostiene que “la política de difusión de la informa-
ción sobre los resultados de las evaluaciones res-
guardará la identidad de los/as alumnos/as, docen-
tes e instituciones educativas, a fin de evitar cual-
quier forma de estigmatización”. Quienes sostie-
producen estigmatización sino que son necesarios
para ver qué escuelas mejorar. Sin embargo, las au-
toridades educativas saben bien cuáles son las es-
cuelas que se encuentran en condiciones más des-
ventajosas. Esto, efectivamente, debería permitir
generar políticas de sostén y mejoramiento, como
los programas Plan Social Educativo y Programa
Integral para la Igualdad Educativa, lanzados a co-
mienzos de los 2000. En cambio, la difusión pública
de los resultados de exámenes puede condicionar
la enseñanza a los ítems de las pruebas, además de
estigmatizar y vaciar escuelas.
La concepción macrista se centra en indicado-
res de calidad, en estándares comunes y en la eva-
luación externa de los resultados y del rendimien-
to escolar. La presunción que opera bajo este con-
cepto de evaluación es que hacer las cosas bien es
simplemente que den bien ciertos indicadores,
convirtiendo un medio, como es la producción de
información, en un fin. Como resultado, se termi-
na discutiendo sobre las pruebas en lugar de pensar
cómo hacer para generar las condiciones para que
los alumnos aprendan más y mejor.  de dedicar un rato de la jornada escolar para practi-
La cuestión de las inteligencias
En una mirada general, la concepción de enseñan-
za que promueve el gobierno recupera la clásica
idea del mérito individual y la competitividad. Los
que deben avanzar en la escolaridad son los mejo-
res, los que más se esfuerzan, los que cumplen con
los indicadores de calidad. Un ejemplo ilustrativo
de esta perspectiva es la decisión de la Dirección
de Escuelas de la provincia de Buenos Aires de re-
visar los sistemas de calificaciones y volver a esta-
blecer los aplazos, incluso para los niños y niñas
más pequeños de primaria. Durante la gestión an-
terior se había decidido trabajar con una evalua-
ción articulada de los primeros tres años de prima-
ria, de modo de dar algo más de tiempo para adqui-
de ritmos de aprendizaje que todos tenemos, más
la exigencia de socialización que implica conocer
ese dispositivo específico de formación que es la
escuela, que tiene modalidades de trabajo que aún
no han sido incorporadas en el primer tramo de la
escolaridad. Se entendía por ejemplo que si un ni-
ño terminaba primer grado sin haber logrado una
correcta lectura, en lugar de aplazarlo y obligarlo a
|7
repetir de grado resultaba mejor acompañarlo –in-
cluso con el mismo docente– para que ese saber se
terminara de plasmar en el transcurso del segundo
grado. Esto fue entendido como “facilismo” por la
actual gestión, que decidió volver al viejo sistema
de calificación, aplazos y repetición.
“El mérito en la escuela tiene que volver. Si un
docente aplaza a un chico ese alumno debe tener
tir ese aplazo”, justificó la decisión Sergio Siciliano,
subsecretario de Educación de la provincia de Bue-
nos Aires. Así, queda de manifiesto que los buenos
rendimientos son el pro-
ducto de voluntades in-
Bajo un envoltorio dividuales, del mayor o
menor empeño. Sin em-
de palabras ligadas bargo, la pedagogía ha
demostrado desde hace
al mundo digital ya mucho tiempo que los
procesos de aprendizaje
y empresarial, el son construcciones co-
gobierno retoma lectivas que se producen
en determinados am-
un sistema bientes de aprendizaje,
donde se ponen en juego
educativo de neto distintos recursos para ir
resolviendo los obstácu-
corte conservador. los. No es algo que pue-
da resolver cada uno por
sí mismo sino un traba-
jo con otros, una vincu-
lación con lo que se nos pone delante. En la pers-
pectiva de la gestión actual, el mérito sería una dis-
posición individual y el éxito en el sistema escolar
dependería solamente del esfuerzo, las habilidades
y los “dones” de los alumnos. Pero eso, lejos de re-
solver los problemas de quienes tienen dificultades
para aprender, en realidad los empeora, deja más
solos a aquellos que encuentran más obstáculos.
En este marco, la medición de resultados se trans-
forma en un fin en sí mismo más que en una herra-
mienta para desarrollar otras maneras de enseñar. 
Esto conduce a formas de reduccionismo psicoló-
gico, neurológico y patológico expresado en ideas co-
mo: “no se esfuerza”, “no le interesa”, “su inteligencia
no se desarrolló”. Para sostener estas afirmaciones se
han incorporado visiones banalizadas de las neuro-
ciencias en propuestas de capacitación docente de-
sarrolladas por algunos ministerios provinciales, que
junto con la noción de mérito individual quedan muy
próximas al retorno de ciertas formas de neodarwi-
nismo. En la misma línea, se pretende instalar una
idea superficial de lo emocional como una simple
atención sobre lo que se explicita: por ejemplo, jor-
nadas institucionales de planificación y capacitación
incluyen la instrucción de los supervisores de enu-
merar las emociones que tenemos, o la prescripción
car yoga al lado del pupitre, o el inicio de una capa-
citación organizada por el Ministerio de Educación
con la entrega de pelotitas rojas “anti-estrés”. Estos
pequeños ejemplos, todos reales, revelan una mane-
ra de abordar el tema en términos individuales, que
hace que la escuela deje de hacer pedagogía, de poner
en funcionamiento las estrategias necesarias para
superar los obstáculos que implica aprender, buscar,
ensayar y probar todo lo que sea necesario para afir-
mar en la acción el principal sentido de la pedagogía:
todos podemos desarrollarnos y aprender.
 Lo mejor de la tradición de la educación públi-
ca argentina se asentó sobre la idea de distribución,
de derecho, de reciprocidad. No se puede pretender
mejorar la calidad de la educación si no se generan
las condiciones para que los derechos sean logros co-
tidianos. Si esa intermediación desaparece sólo nos
queda el “sálvese quien pueda” de una sociedad más
impiadosa, como la que ya se vislumbra. g
*Investigadora del CONICET y titular de la cátedra Historia de la Educación
Argentina y Latinoamericana de la Universidad Nacional de La Plata. Los
temas que aborda este texto pueden ser profundizados en el blog del
colectivo Conversaciones Necesarias https://conversacionesnecesarias.org
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
8|
En este artículo Yanis Varufakis, ex ministro de Finanzas de Grecia,
convoca a las fuerzas progresistas a unirse para sumar apoyos ante las
elecciones al Parlamento Europeo en mayo. Propone un “New Deal para
Europa” que, abandonando el intransitable camino de la austeridad pueda
salvar a la Unión Europea del laberinto de las recetas neoliberales.
Programa del Movimiento Democracia en Europa 2025
Hacia una
“Primavera europea”
por Yanis Varufakis*
L
a crisis financiera mundial de
2008 –el 1929 de nuestra gene-
ración– trajo una reacción en
cadena en toda Europa. En los
albores de 2010, ya había soca-
vado los cimientos de la zona euro, condu-
ciendo a los miembros del establishment
a infringir sus propias reglas para salvar a
sus amigos banqueros. En 2013, la ideología
neoliberal, que hasta ese entonces había le-
gitimado a la tecnocracia oligárquica de la
Unión Europea, estaba hecha jirones luego
de haber hundido en la miseria a millones
de personas. Y siempre aplicando políticas
oficiales: socialismo para las finanzas y aus-
teridad implacable para las grandes mayo-
rías. Tanto conservadores como socialde-
mócratas llevaron adelante esas políticas.
En el verano boreal de 2015, la capitulación
del gobierno de Syriza en Grecia provocó la
división y desmoralización de la izquierda.
Aniquiló la efímera esperanza de que los
progresistas de las calles y las plazas modi-
ficaran las relaciones de fuerza en Europa.
De ahí en más, la indignación y un ex-
tendido desánimo abrieron un vacío, que
de un extremo al otro de Europa fue rápi-
damente colmado por la misantropía orga-
nizada de una Internacional nacionalista
que fascina al presidente estadounidense
Donald Trump. Cargada con el lastre de un
establishment que recuerda cada vez más
a la malograda República de Weimar, y el
racismo que generan las fuerzas deflacio-
nistas, la Unión se resquebraja. La Canci-
ller alemana va rumbo a la salida, el pro-
yecto europeo del Presidente francés nace
muerto: las elecciones al Parlamento Eu-
ropeo del próximo mes de mayo brindan
la última oportunidad a los progresistas de
gravitar a escala paneuropea.
Desde su nacimiento en 2016, el Mo-
vimiento Democracia en Europa 2025
(DiEM25) se propuso aprovechar esta
oportunidad (1). En un primer momen-
to preparamos nuestro programa, el “New
Deal para Europa”. A continuación, invita-
mos a otros movimientos y partidos a enri-
quecer y crear junto a nosotros nuestra “Pri-
mavera europea”, primera lista transnacio-
nal de candidatos que defienden un progra-
ma común a nivel europeo. Previamente a la
discusión de ese proyecto, la izquierda debe
abordar de lleno dos temas candentes que la
Antonius Höckelmann, sin título, 1977
dividen y debilitan a los progresistas en to-
das partes del continente: el problema de las
fronteras y el tema de la Unión.
Nacionalismo de izquierda
Una cosa muy curiosa ocurrió estos últimos
años: muchos ciudadanos de izquierda fue-
ron conducidos a pensar que unas fronteras
abiertas perjudicaban a la clase obrera. “Yo
nunca estuve a favor de la libertad de esta-
blecimiento”, afirmó varias veces Jean-Luc
Mélenchon (Francia Insumisa). En su in-
tervención en el Parlamento Europeo, en
julio de 2016, sobre el tema de los trabaja-
dores desplazados declaró que cada vez que
uno de ellos llega, “Les roba su pan a los tra-
bajadores locales”. Posteriormente se arre-
pintió de esas declaraciones, aunque su vi-
sión de los efectos de las migraciones en los
salarios domésticos no cambió.
Este debate no es nuevo. En 1907, Morris
Hillquit, fundador del Partido Socialista de
Estados Unidos, presentó una resolución
que apuntaba a poner fin a “la importación
deliberada de mano de obra extranjera ba-
rata”, arguyendo que “los inmigrantes cons-
tituían, sin ser conscientes de ello, un reser-
Edición 237 | marzo 2019
vorio de rompehuelgas”. Lo que sí es no-
vedoso es que buena parte de la izquierda
parece haber olvidado la encendida crítica
de Lenin, formulada en estos términos en
1915: “Pensamos que no se puede ser inter-
nacionalista y, al mismo tiempo, favorable a
ese tipo de restricciones… Esa clase de so-
cialistas son, en realidad, chovinistas.”
En un artículo fechado el 29 de octubre
de 1913, Lenin aportó el contexto: “No cabe
duda de que sólo la pobreza extrema puede
obligar a la gente a abandonar su tierra na-
tal, y que los capitalistas explotan a los tra-
bajadores inmigrantes del modo más ver-
gonzoso. Pero sólo los reaccionarios pue-
den negarse a ver el significado progresista
de esta migración moderna de las naciones.
El capitalismo atrae a las masas de trabaja-
dores del mundo entero. Rompe las barre-
ras y los prejuicios nacionales y une a los
trabajadores de todos los países.”
El movimiento DiEM25 retoma la vi-
sión de Lenin: los muros que obstaculizan
la libre circulación de las personas y las
mercancías son una respuesta reacciona-
ria al capitalismo. La respuesta socialista
consiste en derribar los muros, en permitir
que el capitalismo se autodestruya, mien-
tras nosotros organizamos la resistencia
transnacional a la explotación. No son los
inmigrantes quienes roban los empleos de
los trabajadores locales, sino las políticas
de austeridad de los gobiernos, en el marco
de la lucha de clases entablada en beneficio
de la burguesía nacional.
Por eso no permitiremos que una forma
“atenuada” de xenofobia contamine nues-
tro programa. Como dice Slavoj Zizek, el
nacionalismo de izquierda no es la respues-
ta correcta al nacionalsocialismo. Nuestra
posición sobre los recién llegados se asien-
ta en dos puntos: nos negamos a elegir en-
tre inmigrantes y refugiados, y pedimos a
Europa que los deje entrar ( #LetThemIn).
Compañeros de distintos países nos
consideran utopistas. Según ellos, Bruse-
las no es reformable. Si ellos tienen razón,
¿la mejor respuesta de los progresistas se-
rá trabajar por el “Lexit”, es decir, por una
campaña de la izquierda a favor de una des-
integración controlada de la Unión?
Solidaridad transnacional
Guardo un cálido recuerdo de mis inter-
venciones en Alemania frente a salas col-
madas, tras la capitulación de Syriza frente
a Angela Merkel y la Troika (2). Las perso-
nas allí presentes explicaban que lo que se
le había hecho a Grecia no se había hecho
en su nombre, en nombre del pueblo ale-
mán. Recuerdo hasta qué punto les alivió
saber que DiEM25 había llamado a crear
un movimiento transnacional para tomar
el control de las instituciones de la Unión
–Banco Europeo de Inversiones (BEI) y
Banco Central Europeo (BCE)– y reorgani-
zarlas en el interés de todos los ciudadanos.
Conservo en mi memoria la alegría de
nuestros compañeros alemanes cuando
les planteamos la idea de presentar a las
elecciones europeas a candidatos grie-
gos en Alemania y a candidatos alemanes
en Grecia. La cuestión era demostrar que
nuestro movimiento es transnacional, que
se propone adueñarse aquí y ahora de las
instituciones del orden neoliberal. No pa-
ra destruirlas, sino para ponerlas al servi-
cio de la gente en Bruselas, Berlín, Atenas
y París. En todas partes.
Pero imaginemos, por contraste, lo que
hubiesen sentido ellos de haber expresado
yo el siguiente discurso: “La Unión no es
reformable y debe disolverse. Nosotros, los
griegos, queremos replegarnos sobre nues-
tro Estado-nación y tratar de construir en
él el socialismo. Queda en ustedes hacer
lo mismo aquí en Alemania. Y una vez que
hayamos ganado, nuestras delegaciones
se reunirán para conversar sobre la cola-

boración entre nuestros nuevos Estados
progresistas soberanos.” Sin duda alguna,
nuestros compañeros alemanes habrían
perdido dinamismo y hubieran regresado
a sus casas desmoralizados frente a la pers-
pectiva de enfrentar al establishment ale-
mán en tanto alemanes, y no como miem-
bros de un movimiento transnacional.
Si mi reflexión es correcta, poco importa
saber si la Unión es reformable o no. Lo que
cuenta es priorizar propuestas concretas
sobre lo que haríamos con las instituciones
europeas. No propuestas descabelladas o
utópicas, sino explicaciones pormenoriza-
das de cuáles serían nuestras acciones esta
semana, el mes próximo y el año que viene,
en el marco de las reglas actuales y con los
instrumentos existentes. Por ejemplo, có-
mo redefiniríamos el papel del mal llamado
Mecanismo Europeo de Estabilidad (ME-
DE), cómo reorientaríamos la así llamada
política de “flexibilización cuantitativa”
(quantitative easing) del BCE, cómo finan-
ciaríamos en lo inmediato, y sin nuevos im-
puestos, la transición ecológica o una cam-
paña de lucha contra la pobreza.
Propuestas concretas
¿Por qué proponer un programa tan de-
tallado? Para demostrarles a los electores
que existen soluciones, aun dentro de unas
reglas implementadas para servir a los in-
tereses del 1% más favorecido. Obviamen-
te, nadie –y sobre todo, no nosotros– espe-
ra que las instituciones de la Unión se alíen
con nuestras propuestas. Lo que quere-
mos es que los electores vean lo que podría
hacerse en lugar de lo que se hace, a fin de
desenmascarar al establishment sin incli-
narse por la derecha xenófoba. Esa es, para
la izquierda, la única forma de trasponer
sus límites actuales y construir una amplia
coalición progresista.
El “New Deal para Europa” tiene preci-
samente ese objetivo: demostrar que la vida
de la mayoría de los ciudadanos puede me-
jorarse a muy corto plazo, dentro de las nor-
mas e instituciones existentes; delinear los
contornos de la transformación de esas ins-
tituciones poniendo en marcha un proceso
constituyente que, a largo plazo, desembo-
cará en una Asamblea Europea democrá-
tica cuya misión será reemplazar los trata-
dos existentes. Por último, éste demuestra
cómo los mecanismos que implementaría-
mos desde el primer día podrían ayudarnos
a recoger los fragmentos de la Unión si, pe-
se a nuestros esfuerzos, se desintegrara.
Mucha gente habla de la importancia
de la transición ecológica. Pero no dicen de
dónde vendrá el dinero ni quién planifica-
rá su aplicación. Nuestra respuesta es clara:
entre 2019 y 2023 Europa necesita invertir
2 billones de euros en tecnologías verdes,
energía verde, etc. Nosotros proponemos
que el BEI emita, durante cuatro años, un
volumen de bonos suplementarios por un
valor de 500.000 millones de euros. Al mis-
mo tiempo, el BCE anuncia que, si su valor
cae, los comprará en el mercado paralelo
de títulos obligacionistas. Habida cuenta
de ese anuncio, y de la superabundancia de
ahorro en todo el mundo, el BCE no tendrá
que desembolsar un solo euro, ya que todos
sus títulos serán inmediatamente suscri-
tos. En base al modelo de la Organización
“Nuestro
movimiento es
transnacional, se
propone adueñarse
aquí y ahora de las
instituciones del
orden neoliberal.”
Europea para la Cooperación Económica
(OECE) –antecedente de la Organización
de Cooperación y Desarrollo Económicos
(OCDE)– creada en 1948 para distribuir
los créditos del plan Marshall, una nueva
Agencia europea de la transición ecológi-
ca encaminará esos fondos hacia proyectos
“verdes” en todo el continente.
Ha de quedar claro que la precedente
propuesta no requiere de ningún nuevo im-
puesto, se apoya en un título obligacionista
europeo ya existente (por ejemplo, los bo-
nos del BEI) y es plenamente legal en rela-
ción a las normas vigentes. Lo mismo ocurre
con otras propuestas de nuestro “New Deal”
sobre las medidas a tomar en lo inmediato.
Por ejemplo, nuestro fondo antipobreza.
Nosotros proponemos que los miles de mi-
llones de ganancias del Sistema Europeo de
Bancos Centrales (SEBC), en particular las
ganancias por los activos adquiridos en el
marco de la flexibilización cuantitativa, se
utilicen para garantizar a cada ciudadano
alimento, techo y seguridad energética.
Otro ejemplo: nuestro plan de reestruc-
turación de la deuda pública de la zona eu-
ro. El BCE funciona como mediador entre
los mercados financieros y los Estados para
reducir el fardo de su deuda total, sin acti-
var la máquina de hacer billetes, y sin que
Alemania pague ni garantice la deuda pú-
blica de los países más endeudados.
Como se evidencia en estos ejemplos,
nuestro “New Deal” combina medidas
que requieren una alta competencia téc-
nica, aplicables en el marco existente de
la Unión, y una ruptura radical con la aus-
teridad y la lógica de “salvataje” impuesta
por la funesta Troika. Además, prevé cier-
tas instituciones para preparar el terreno de
un futuro europeo poscapitalista. Como la
propuesta de socialización parcial del capi-
tal y las ganancias derivadas de la automa-
tización: el derecho de las grandes empre-
sas a operar en la Unión se supeditará a la
transferencia de un porcentaje de sus ac-
ciones a un nuevo fondo europeo de accio-
nes. Los dividendos de esas acciones finan-
ciarán luego un ingreso básico universal
que se transferirá a cada persona, indepen-
dientemente de otras prestaciones sociales,
indemnizaciones por desempleo, etc.
Otro ejemplo de la radicalidad de nues-
tras propuestas: la reforma del euro. Antes
de empantanarnos en las modificaciones
que deben introducirse en los estatutos del
BCE, proyectamos crear una plataforma
digital pública de pago asociada a las de las
áreas fiscales de cada país de la zona euro.
Los contribuyentes tendrán así la posibili-
dad de comprar créditos fiscales digitales,
utilizables para efectuar transacciones en-
tre ellos o para saldar futuros impuestos con
un descuento sustancial. Esos créditos se fi-
jarán en euros y sólo podrán transferirse en-
tre contribuyentes de un mismo país, lo cual
impedirá enormes fugas de capitales.
Al mismo tiempo, los gobiernos podrían
crear una cantidad acotada de esos euros
fiscales, y destinarlos a los ciudadanos ne-
cesitados o a la financiación de obras pú-
blicas. Los euros fiscales permitirían a los
gobiernos en apuros estimular la demanda,
reducir su deuda, reducir el poder absoluto
del BCE y evitar el costo de una salida o des-
integración del euro. A largo plazo, esas pla-
taformas digitales públicas de pago podrían
conformar un sistema regulado de euros
específico de cada país, que funcionaría co-
mo una cámara de compensación interna-
cional. Sería una versión modernizada de
la visión del sistema de Bretton Woods que
tuvo John Maynard Keynes en 1944, pero
que desgraciadamente nunca vio la luz.
En resumen, nuestro “New Deal pa-
ra Europa” es un proyecto global para: a)
reorganizar inteligentemente las institu-
ciones existentes acorde al interés de la
mayoría, b) planificar un futuro poscapi-
talista, radical y verde, c) estar preparados
para recoger los fragmentos de la Unión
Europea en caso de derrumbe.
Una coalición progresista
La izquierda tiene dos enemigos: la des-
unión y la incoherencia. La unión es cru-
cial, pero no debe realizarse a expensas de
|9
la coherencia. Tomemos como ejemplo la
situación del Partido de la Izquierda euro-
pea. ¿Cómo pueden aspirar sus miembros
a obtener los votos de los electores en ma-
yo próximo, cuando en Grecia está repre-
sentado por un partido gobernante que
implementa el plan de austeridad más sal-
vaje de la historia del capitalismo, y en paí-
ses como Francia y Alemania muchos de
sus dirigentes son euroescépticos?
Algunos amigos bienintencionados de
Europa nos preguntan por qué DiEM25
no hace alianza con Francia Insumisa
de Jean-Luc Mélenchon, y en Alemania
con el movimiento Aufstehen (De pie) de
Sahra Wagenknecht y Oskar Lafontaine.
La razón es simple: porque nuestro deber
es construir la unidad sobre la base de un
humanismo radical, racional e internacio-
nalista. Es decir, un programa radical co-
mún para todos los europeos y una política
favorable a una Europa abierta, que consi-
dere las fronteras como cicatrices planeta-
rias y dé la bienvenida a los recién llegados.
Esas son las bases mínimas.
Nuestro llamado a la unidad se fundó so-
bre una idea simple: DiEM25 invitó a todos
los progresistas a ser coautores de nuestro
“New Deal para Europa”. Nuestro llama-
do fue oído. Génération-s (Francia), Razem
(“Juntos”, Polonia), Alternativet (Dina-
marca), Democrazia e Autonomia (Italia),
MeRA25 (Grecia), Demokratie in Europa
(Alemania), Der Wandel (“El cambio”, Aus-
tria), Actúa (España), Livre (“Libre”, Portu-
gal) se nos unieron. Otros lo están hacien-
do. Juntos conformamos la coalición de la
“Primavera europea”, que presentará can-
didatos a las elecciones de mayo próximo.
Nuestro mensaje al establishment eu-
ropeo autoritario es el siguiente: noso-
tros nos opondremos a ustedes gracias a
un programa radical más y distintamen-
te sofisticado al de ustedes en el aspecto
técnico. Nuestro mensaje a los xenófobos
fascistizantes: los combatiremos en todas
partes. Nuestro mensaje a nuestros cama-
radas de la izquierda europea, de Francia
Insumisa, etc.: pueden esperar de noso-
tros una solidaridad sin fisuras, con la es-
peranza de que un día nuestros caminos
confluyan al servicio de un humanismo
radical y transnacional. g
1. NDLR: el año 2025 corresponde al plazo máximo que
se fijó el movimiento para “lograr el advenimiento de
una Europa plenamente democrática y funcional”.
2. NDLR: Fondo Monetario Internacional
(FMI), Banco Central y Comisión europeos.
*Economista, ministro de Economía griego de
enero a julio de 2015, fundador del Movimiento
por la Democracia en Europa 2025 (DiEM25).
Traducción: Patricia Minarrieta
10 |
Denostado por algunos economistas y reivindicado por otros, el
euro cumple veinte años de vida en diecinueve de los veintiocho
países de la Unión Europea. Dinamarca, el Reino Unido y Suecia no
han adoptado la moneda única. ¿Cuáles son los argumentos para
rechazarlo? ¿Es posible, o incluso recomendable, salir del euro?
El euro, veinte años después
Un símbolo federalista
en tierras soberanas
por Antoine Schwartz*
E
n el verano boreal de 2016, el
economista estadounidense
Joseph Stiglitz publicó El euro.
Cómo la moneda común ame-
naza el futuro de Europa, una
crítica a la moneda única en circulación
en diecinueve de los veintiocho países
miembro de la Unión Europea (1). La sin-
gularidad de este ensayo radica no tanto
en el análisis de las fallas estructurales del
euro (la aplicación de una misma política
monetarista en países con economías he-
terogéneas) o sus consecuencias (presión
sobre los salarios hacia la baja, crecimien-
to exiguo, desempleo, austeridad) como
en las soluciones propuestas.
En ausencia de una reforma profun-
da de las instituciones que rigen el eu-
ro, de cariz más bien solidario, el autor,
ex economista en jefe del Banco Mun-
dial, preconiza o bien una salida “sua-
ve” del euro, a través de un “divorcio
amable”, o bien la implementación de
un “euro flexible”. En esta segunda hi-
pótesis, “cada país (o grupo de países)
podría tener su propio euro”, cuyo va-
lor fluctuaría dentro de un rango co-
mún (2). La amplia recepción que tuvo
el libro en varios países del continente
confirma que, tras la crisis financiera
de 2008, poner al euro en tela de juicio
ya no es un tabú.
Sin embargo, Stiglitz olvida que la
moneda única no depende solamente
de una elección de política económi-
ca, susceptible de ser objeto de decisio-
nes colectivas racionales. Para sus par-
tidarios y para sus detractores, el euro
Antonius Höckelmann, sin título, 1977
también es un fetiche político, símbo-
lo de la Unión Europea y pilar de la in-
tegración. El euro es una conquista fe-
deralista en tierras soberanas. No está
de más recordar la fórmula con la que
Margaret Thatcher, Primera Ministra
británica, expresó su hostilidad ha-
cia el proyecto: “[La unión económica
y monetaria] es el caballo de Troya de
una Europa federal, algo que rechaza-
mos absoluta y completamente” (3).
En los tratados, no existe ninguna
disposición que permita a los Estados
retirarse únicamente de la zona del eu-
ro. Si alguno quisiera hacerlo, ¿debería
recurrir al artículo 50 del Tratado de
Maastricht sobre la salida de la Unión
Europea o tendría que negociar un pro-
cedimiento específico? La respuesta
Edición 237 | marzo 2019
del presidente de la Comisión Europea,
Jean-Claude Juncker, no deja lugar a
dudas: “No se puede salir del euro sin
salir de la Unión Europea. En sentido
contrario, para volver a entrar, los vein-
tiocho parlamentos nacionales tendrían
que estar de acuerdo, con el tratado de
adhesión y las ratificaciones correspon-
dientes. Es pura especulación” (4).
Canalizar el rechazo
Lo cierto es que la adopción del euro
no estuvo exenta de fricciones. Los cri-
terios de convergencia que allanaron
el camino para su implementación y
que habían sido definidos en 1992 con
la adopción del Tratado de Maastricht
fueron duramente criticados por algu-
nos economistas, quienes los conside-
raban responsables de las políticas ri-
gurosas de los años noventa.
Algunos Estados vacilaron: Dina-
marca rechazó el tratado en el refe-
réndum del 2 de junio de 1992. Otros
se negaron a formar parte de la zona
del euro basados en una decisión polí-
tica (el Reino Unido, bajo la presión de
los conservadores) o la consulta popu-
lar (Suecia, con el referéndum del 14 de
septiembre de 2003). Sin embargo, tras
su implementación en 1999, la moneda
única pasó a considerarse una “garantía
comunitaria” irreversible.
¿Se trata de “pura especulación”?
Con la crisis de la deuda pública que
golpeó a varios países (España, Grecia,
Irlanda, Italia) a partir de 2010, la “cri-
sis del euro” pasó a las primeras planas
y se impuso como un tema central en
el debate político. Cuando los Estados
vieron cómo crecía su deuda y ya no te-
nían la posibilidad de financiarse en los
mercados financieros con tasas sosteni-
bles, la salida de un país miembro e in-
cluso el estallido de la zona del euro se
perfilaron como hipótesis plausibles.
En esta secuencia, el rechazo político e
intelectual a la moneda única cobró una
amplitud inédita, sobre todo en los paí-
ses fundadores de la Unión Europea.
Este rechazo se expandió y alcanzó a
los guardianes del templo. Así, en Ale-
mania, la crisis del euro provocó una
verdadera psicosis. Tanto expertos co-
mo altos funcionarios y responsables
políticos de primer nivel se esforzaron
por combatir cualquier desviación de
los principios en los que se basa el siste-
ma monetario. Este no debería terminar
en una “unión de transferencias” que
perjudicara a Alemania. El economista
Hans-Werner Sinn describió las medi-
das del Banco Central Europeo (BCE)
para la salvaguarda del euro como un
“enorme préstamo de la República Fede-
ral de Alemania a los países en dificulta-
des” (5). Y si algunos Estados meneste-
rosos no son capaces de respetar las obli-
gaciones impuestas, ¡pueden retirarse!
Esta idea de que “Alemania no debe
pagar por los demás” fue la razón pa-
ra la emergencia de una nueva organi-
zación, la Alternativa para Alemania
(AfD), fundada en 2013 con el fin de ca-
nalizar esta indignación. La organiza-
ción recibió el apoyo benevolente del
ex dirigente del empresariado alemán,
Hans-Olaf Henkel, partidario de una
escisión de la zona del euro entre bue-
nos y malos alumnos.
En otros países fundadores de la zo-
na, cobró fuerza un rechazo político
al euro, basado en la crítica a la auste-
ridad. En Francia, el Frente Nacional
(FN) de Marine Le Pen se apropió del
tema durante las elecciones presiden-
ciales de 2012 y 2017, ya que permitía
cristalizar la hostilidad de ciertas fran-
jas de las clases populares respecto de

“Bruselas” y su burocracia e insuflar
nuevas fuerzas a la defensa de una na-
ción supuestamente hostigada.
En Italia, la idea de un referéndum
sobre el euro se convirtió en una pro-
puesta central del Movimiento 5 Estre-
llas (M5S) de Beppe Grillo. También
expresó su rechazo La Liga de Matteo
Salvini, quien, en las elecciones euro-
peas de 2014, ostentaba una remera con
la inscripción “¡Basta euro!”, el eslogan
de su campaña. Finalmente, en Holan-
da, el ascenso del Partido por la Liber-
tad, encabezado por Geert Wilders, sin
duda influyó en la decisión del Parla-
mento de solicitar un informe sobre la
posibilidad de retirarse de la moneda
única en febrero de 2017 (6).
Esta apropiación por parte de la ex-
trema derecha del rechazo a la mone-
da única explica en parte la pruden-
cia de la izquierda respecto del tema.
En Francia, por ejemplo, los ensayos
de los economistas Jacques Nikonoff,
Jacques Sapir y Frédéric Lordon (7),
así como las intervenciones de intelec-
tuales franceses o extranjeros (como
Emmanuel Todd o Wolfgang Streeck),
quienes preconizaban la salida del eu-
ro y la adopción de una moneda común,
alimentaron discusiones intensas, mu-
cho más allá de los círculos progresis-
tas. Sin embargo, su punto de vista no
dejaba de ser minoritario y pasaba in-
advertido bajo las propuestas para me-
jorar la zona del euro (socialización de
la deuda pública, instauración de un
Parlamento de la zona del euro, etc.).
Una gran parte de la izquierda que
critica las políticas de austeridad de la
Unión Europea sigue profundamen-
te atada a la consigna positiva de “otra
Europa”: más democrática, más social
y más ecologista. Un ejemplo de esto es
la iniciativa promovida por el ex minis-
tro griego de finanzas, Yanis Varufakis,
Democracy in Europe Movement 2025
(DiEM25), que busca democratizar las
instituciones de la Unión Europea (Véase
el artículo de Yanis Varufakis, página 8).
En Francia, quienes defienden esta op-
ción son el economista Thomas Piketty
y el ex candidato del Partido Socialista
a las presidenciales de 2017, Benoît Ha-
mon, con la propuesta de un “tratado de
democratización de Europa”. Se trata de
salvar al proyecto europeo de sus propia
infamia. Consideran que el nivel nacio-
nal ya no es suficiente ni apto para resol-
ver problemas que lo superan, incluso se
lo percibe como el origen de todas las re-
gresiones políticas.
Otros deploran que el temor de pare-
cer antieuropeo y la sospecha de nacio-
nalismo inhiban a la izquierda, al pun-
to de debilitar su combatividad, per-
judicar la coherencia de sus análisis y
así alimentar la ilusión de una posible
transformación de una Unión Europea
librada al liberalismo.
Durante este periodo, la suerte re-
servada al pueblo griego, así como la
decisión del gobierno de Alexis Tsi-
pras de ceder a las órdenes de la “troi-
ka” (formada por la Comisión Europea,
el Fondo Monetario Internacional y el
BCE) en lugar de considerar una salida
del euro sorprendieron a la izquierda.
Esta actitud encendió debates y diver-
gencias entre grupos aliados. Así, mien-
tras que el movimiento español Pode-
mos, dirigido por Pablo Iglesias, apoya-
ba a Tsipras, alegando que era la única
opción, Francia Insumisa deploraba
una “capitulación”. Su dirigente, Jean-
Luc Mélenchon, afirmaba: “Si hay que
elegir entre el euro y la soberanía nacio-
nal, elijo la soberanía nacional” (8).
En el fondo, lo que está en juego son
los márgenes de maniobra de un futuro
gobierno y las rupturas con el marco eu-
ropeo que este estaría dispuesto a efec-
tuar para llevar a cabo su política. La re-
flexión también es táctica. Toda una par-
te del electorado –sobre todo las clases
medias profesionales–, sensible al pen-
samiento crítico de la izquierda, parece
muy apegada a la idea europea. Según los
sondeos de opinión, hoy el euro es más
popular que la Unión Europea, mientras
que los proyectos de salida causan temor
Tanto para sus
partidarios como
para los detractores,
el euro es también
un fetiche político,
símbolo de la Unión
Europea y pilar de
la integración.
(9). De allí que los movimientos que plan-
tean una estrategia de conquista del po-
der se niegan a asumir abiertamente po-
siciones que creen que los debilitarían.
No pueden reivindicar de inmediato la
salida del euro, sino que más bien nece-
sitan formular propuestas para corregir
sus fallas, mencionar “una función dis-
tinta para el BCE”, “la salida de los trata-
dos” y “el fin de la austeridad”. La estra-
tegia Plan A-Plan B elaborada por Fran-
cia Insumisa permitió incorporar tanto
las aspiraciones de una transformación
de la Unión Europea (renegociación) co-
mo un cuestionamiento a dicho marco
institucional en el caso de que entorpe-
ciera la implementación de un programa
de reformas (desobediencia) .
El costo de salir
El Brexit marcó una nueva etapa en es-
ta secuencia. De pronto, la integración
dejó de parecer irreversible. Paradóji-
camente, mientras que los dirigentes
europeos temían un efecto contagio, el
hecho no encendió el fuego secesionis-
ta. Es probable que esto fuera así por la
dramatización mediática de la situa-
ción, pero también porque puso en evi-
dencia la complejidad técnica y política
del proceso y todas las incertezas que
conlleva. Al mismo tiempo, la “crisis del
euro” entró en un momento de calma y
otros temas pasaron a la primera plana,
como el de los migrantes.
Las organizaciones de extrema dere-
cha revisaron su línea y relegaron a un
segundo plano la crítica del euro para
volver a centrar su discurso en el tema
–de mayor alcance, menos oscuro– de
la amenaza migratoria e islamista. Es el
caso de la AfD, con la llegada a la diri-
gencia de Frauke Petry en 2015. Tam-
bién la presidenta de la Agrupación Na-
cional (ex FN) aceptó esta evolución:
“Dejamos constancia de que la prio-
ridad son las fronteras, la inmigración
y los acuerdos de librecambio que nos
imponen”, declaró Marine Le Pen. Este
cambio sería el resultado de una modi-
ficación de la relación de fuerzas. “Está-
bamos un poco aislados. La decisión era
simple: someterse a la Unión Europea o
salir de la Unión Europea. Pero las co-
sas cambiaron”. A partir de ahora, afir-
ma, “estamos frente a una revuelta de
los pueblos en Europa” que podría des-
embocar en un cambio de mayoría en el
Parlamento Europeo, lo que abre el ca-
mino a una “modificación profunda de
la Unión Europea que conocemos” (10).
En Italia, el discurso de La Liga y el
M5S, que conforman la coalición en el
gobierno desde junio de 2018, es el mis-
mo: las elecciones europeas de 2019
cambiarán las reglas del juego. Sin em-
bargo, a medida que las encuestas los
acercaban a las esferas del poder, sus
veleidades antieuro disminuían. Hay
que reconocer que la clase dirigente sa-
be mostrarse intransigente. En mayo,
el Presidente de la República, Sergio
Mattarella, rechazó la composición de
un nuevo gobierno La Liga-M5S por-
que consideró inaceptable no la desig-
nación de un ministro del Interior de
extrema derecha, sino la de un ministro
de Economía de reputación euroescép-
tica. Para justificar ese veto, lamentaba
que “la incertidumbre de si nos man-
tendríamos en la zona del euro preocu-
paron a los investigadores italianos y
extranjeros, poniendo en peligro los
ahorros de las empresas y las familias”.
En definitiva, ambos partidos eligieron
otro jefe de Gobierno y dejaron de suge-
rir que podrían cuestionar la pertenen-
cia de Italia a la zona del euro.
Todo esto parece dar la razón al edi-
torialista de The Financial Times, Wol-
fgang Münchau, que se burlaba de la
liviandad con la que el FN o el M5S
discutían el tema de la salida del euro
cuando al mismo tiempo deseaban re-
trasarla indefinidamente. “Si fueran se-
rios [al respecto], hubieran entendido
que se trata de un asunto muy impor-
tante; este tema es el que va a definir su
persistencia en el poder” (11).
Estas palabras reflejan a la perfec-
ción el tono dramático al que recurre
el coro de comentaristas preocupados
por desacreditar cualquier perspecti-
va de ruptura con la moneda única, so-
bre todo en países como Italia, España o
Francia. “Una salida dejaría en la ruina
a quienes se endeudaron y a los ahorris-
tas”, “Abandonar el euro significa em-
pobrecerse irremediablemente”, “Key-
nes no es nuestro salvador”, afirman
Patrick Artus, economista del banco
Natixis y Marie-Paule Virard, periodis-
ta económica (12).
Durante la campaña presidencial
francesa de 2017, el Instituto Montaig-
ne, un círculo de reflexión patronal, se
propuso poner en guardia a la pobla-
ción contra la propuesta de Marine Le
Pen de “restaurar el franco” prediciendo
una pérdida del Producto Bruto Interno
(PBI) de entre 4% (en un “escenario fa-
vorable”) y un 13% (en un “escenario des-
favorable”) en el largo plazo. Está claro
que la perspectiva de una “destrucción
de medio millón de empleos” no seduce
a los franceses (13). Este cálculo acrobá-
tico se apoyaba en los estudios que eva-
luaban el impacto del Brexit, sin tener en
cuenta que el Reino Unido tenía caracte-
rísticas económicas distintas y no perte-
necía a la zona del euro (14).
En definitiva, las consecuencias de
una ruptura de un país miembro con
el euro –y a fortiori con la Unión Euro-
pea– no se conocen bien (15). Los argu-
mentos basados en principios son nu-
merosos, pero los estudios prospectivos
exhaustivos son mucho más escasos,
por no decir inexistentes para el caso de
Francia (16). No obstante, los obstácu-
los son bien reales y la valentía política
no es suficiente para sortearlos.
En el plano jurídico, desobedecer a
los tratados no sólo implica negarse a
someterse a una obligación externa abs-
tracta (la “Unión Europea”) o incum-
plir temporalmente algunas reglas (por
| 11
ejemplo, la del 3% de déficit permiti-
do). En diversos ámbitos –algunos de
ellos esenciales, como la competencia–
el derecho europeo ya está incorporado
en los derechos nacionales. Asimismo,
existen Cortes constitucionales, dota-
das de poder de censura, que velan por el
respeto de los “compromisos europeos”.
Del mismo modo, en lo que respecta
a la salida del euro, las dificultades no
son meramente económicas (los efectos
esperables de la reapropiación del con-
trol monetario por parte de un Estado y
una posible devaluación de su moneda)
ni técnicas (la implementación de una
nueva moneda), sino que residen en la
incertidumbre jurídica sobre la posibili-
dad de denominar la deuda en una nue-
va moneda. Sin hablar de la reacción ne-
gativa de los mercados, es decir, una fu-
ga de capitales que probablemente obli-
garía a volver a controlarlos.
Cualquier gobierno dispuesto a im-
plementar una política que exceda el
marco neoliberal puede esperar una
confrontación con los mercados finan-
cieros (17). La salida del euro no es más
que un aspecto de esta dificultad. Sus
defensores la consideran como una eta-
pa necesaria, difícil, pero decisiva para
volver a conquistar un poder democrá-
tico sobre la economía. g
1. Joseph Stiglitz, El euro. Cómo la moneda común
amenaza el futuro de Europa, Taurus, Barcelona, 2016.
2. Un sistema parecido al del sistema
monetario europeo, en vigor antes de la
implementación de la moneda única.
3. Citado por Stephen Wall, A Stranger in
Europe: Britain and the EU from Thatcher to
Blair, Oxford University Press, 2008.
4. Jean-Jacques Mével, “Jean-Claude
Juncker: ‘La Grèce doit respecter l’Europe’”,
Le Figaro, París, 28 de enero de 2015.
5. Handelsblatt, N° 218, 10 de noviembre de
2011. Véase Hans-Werner Sinn, Die Target
Falle. Gefahren für unser Geld und unsere
Kinder, Carl Hanser Verlag, Múnich, 2012.
6. Reuters, 24 de febrero de 2017.
7. Autores respectivamente de los títulos Sortons
de l’euro! Restituer la souveraineté monétaire au
peuple, Mille et une nuits, París, 2011; Faut-il sortir
de l’euro? , Seuil, París, 2012 y La chapuza. Moneda
europea y soberanía de mocrática, El Viejo Topo,
Vilassar de Dalt, 2016. Véanse también Cédric
Durand (dir.), En finir avec l’Europe, La Fabrique,
París, 2013 y Franck Dedieu et al., Casser l’euro
pour sauver l’Europe, Les Liens qui libèrent, 2014.
8. Anne-Charlotte Dusseaulx, “Mélenchon au JDD:
‘L’Europe allemande, ce n’est pas possible’”, Le
Journal du dimanche, París, 23 de agosto de 2015.
9. Según el sondeo Eurobaromètre publicado por
la Comisión Europea el 20 de noviembre de 2018,
el 74% de los encuestados pertenecientes a los
países miembro de la zona del euro consideran
que la existencia del euro es “algo bueno”.
10. Europa 1, 23 de septiembre de 2018.
11. Wolfgang Münchau, “Euro exit for Italy
or France would be a trauma”, The Financial
Times, Londres, 9 de abril de 2017.
12. Patrick Artus y Marie-Paul Virard, Euro.
Par ici la sortie?, Fayard, París, 2017.
13. “Sortir de l´euro et restaurer une monnaie
nationale, le franc”, Institut Montaigne,
Paris, www.institutmontaigne.org
14. Ninguno de los pronósticos más pesimistas para
el Reino Unido se ha verificado hasta el momento.
15. La canciller alemana, Angela Merkel, había
resuelto hacer todo lo posible para evitar la salida
de Grecia del euro debido a esta incertidumbre
(The Financial Times, 11 de mayo de 2014).
16. Stiglitz le dedicó al tema de la salida
unilateral de un país un capítulo de menos
de veinticinco páginas de un libro de más de
quinientas (en la edición de bolsillo).
17. Véase Renaud Lambert y Sylvain Leder, “¿Se
puede enfrentar a los mercados?”, Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur, octubre de 2018.
*Investigador en Ciencia Política en la Universidad
Paris-X (Nanterre), autor de L’Europe sociale n’aura pas
lieu, Raisons d’agir, París, 2009.
Traducción: Georgina Fraser
12 |
Desde el 8 de diciembre de 2018, miles de serbios se manifiestan cada
fin de semana contra el régimen de Aleksandar Vucic. En Albania, los
estudiantes desafían al gobierno socialdemócrata de Edi Rama, mientras
crece la cólera en la Hungría de Viktor Orban.
De los Balcanes a Hungría
Viento de revuelta en
la Europa periférica
por Jean-Arnault Dérens y Simon Rico*
S
erbia se enfrenta a una nueva
primavera en invierno. Como
en 1996-1997, cuando decenas
de miles de ciudadanos se ma-
nifestaron contra el régimen de
Slobodan Milošević, todos los sábados se
realizan marchas en las calles de Belgra-
do. La protesta contra la política autori-
taria y antisocial del presidente Aleksan-
dar Vučić, que comenzó el 8 de diciembre
de 2018, ahora se ha extendido a todas las
ciudades del país. En Belgrado, la larga co-
lumna se detiene frente a la sede de la Ra-
diotelevisión de Serbia (RTS), símbolo del
control del gobierno sobre los medios de
comunicación. Entre las reivindicaciones
que integran el movimiento: obtener “cin-
co minutos de emisión en el noticiero de la
RTS”... Los manifestantes también exigen
la verdad sobre el asesinato del opositor
serbio de Kosovo Oliver Ivanović, muerto
a tiros el 16 de enero de 2018, o la renuncia
del ministro del Interior.
“Han pasado treinta años desde que los
ciudadanos de Serbia se vieron obligados a
salir a la calle para exigir libertad y justicia.
Este movimiento es nuestra última opor-
tunidad, de lo contrario este país desapare-
cerá”, lanzaba Branislav Trifunović a fines
de enero. En Belgrado, el actor arengaba a
la multitud al comienzo de cada marcha,
añadiendo una dura advertencia a los lí-
deres de los partidos –divididos– de la ac-
tual oposición parlamentaria que, además,
se muestran cautelosos. “La gente rechaza
a todos los partidos que estuvieron en el
poder, saturados de casos de corrupción”,
reconocía Borko Stefanović, líder de la Iz-
quierda Serbia (Levica Srbije) que el 23 de
noviembre, con su agresión con barras de
hierro, desencadenó el movimiento.
El repudio va aun más lejos: las distin-
tas formaciones de la oposición “democrá-
tica”, en el poder en los años 2000, condu-
jeron a políticas neoliberales similares a las
que sigue hoy en día Vučić. El nuevo amo
de Belgrado, proveniente del movimiento
racista y belicista de extrema derecha que
en la última década se ha convertido en un
paladín de la integración europea, contro-
la el país confiando en un estrecho círculo
de personas muy leales. Liberados de toda
referencia ideológica, deseosos de enrique-
cerse con rapidez, sus lugartenientes con-
trolan sistemáticamente el país, apelando
tanto a la represión como al clientelismo.
Inmigración y manifestaciones
“Este movimiento logra hacer retroceder
el miedo. En Serbia, la gente teme perder
el empleo si critica al régimen.... Esta si-
tuación asfixiante se está fisurando –esti-
ma la periodista Jovana Gligorijević, del
semanario Vreme, uno de los últimos pe-
Viteri, Camino del viento negro, 1988 (gentileza Museo Nacional de Bellas Artes)
riódicos de la oposición–. Los países de la
Unión Europea, aunque saben muy bien
cómo Vučić gobierna Serbia, siguen cre-
yendo que es el único capaz de garantizar
la estabilidad del país y de la región. Nos
hemos dado cuenta de que no podemos
contar con su apoyo.” Desde ese punto de
vista, la situación no es muy diferente de la
que prevalecía en 1996: en ese momento,
justo después de la firma de los Acuerdos
de Paz de Dayton que pusieron fin a la gue-
rra en Bosnia-Herzegovina en diciembre
de 1995, Slobodan Milošević también con-
taba con el apoyo de los occidentales. De
Vučić esperan que resuelva la cuestión de
Kosovo concluyendo un acuerdo “históri-
co” con su homólogo de Pristina, Hashim
Thaçi. El jefe de Estado serbio se destaca
en el arte de mejorar sus posibilidades de
negociación mostrándose próximo a la Ru-
sia de Vladimir Putin, a quien recibió con
gran pompa a mediados de enero. Sobre to-
do aceleró el giro neoliberal de la economía
serbia, desmantelando el Código de Traba-
jo desde que asumió el cargo en 2012 como
vicepresidente del Gobierno.
“Queremos vivir en un país normal. Hoy
todo el mundo se exilia porque es imposi-
ble encontrar un trabajo o empezar un ne-
gocio sin una tarjeta del Partido Progresis-
ta”, nos explica un estudiante de Belgrado,
munido del chaleco amarillo del servicio
de vigilancia. Al igual que todos los países
balcánicos, Serbia está siendo golpeada por
una nueva ola de emigración que adopta la
forma de un éxodo (1). Sin embargo, el go-
bierno de la primera ministra Ana Brnabić
sigue alabando un crecimiento en alza y la
neta creación de empleos. Pero estos re-
sultados sólo se logran con un importante
refuerzo de ayuda pública a las empresas
extranjeras, que captan estas bonificacio-
nes antes de partir hacia otros cielos. El úl-
timo ejemplo hasta la fecha es la empresa
de cables eléctricos surcoreana Yura, que
ha deslocalizado parte de su producción
a Albania tras recibir una ayuda directa
de 7.000 euros por cada puesto de trabajo
creado en su planta de Leskovac (2).... En
estos talleres con operarios que se multipli-
can en los Balcanes, se desconoce la legisla-
ción laboral, se permite gran flexibilidad y
los ingresos de los trabajadores apenas su-
peran los 200 o 300 euros mensuales.
En diciembre Albania vivió las mani-
festaciones estudiantiles más importantes
desde la caída del comunismo. El aumento
de los derechos de matrícula, que agrava-
ron el conflicto, es la consecuencia de una
ley –adoptada el año pasado por el gobier-
no socialdemócrata de Edi Rama y acogida
con satisfacción por la Unión Europea– que
prevé que las universidades compitan y se
abran al mercado. Cuando llegó al poder
Edición 237 | marzo 2019
en 2013, Rama sólo conocía una receta pa-
ra “modernizar” Albania: las asociaciones
público-privadas, una fuente de rápido en-
riquecimiento para un círculo de empresa-
rios cercanos al Partido Socialista (PS).
La cólera estudiantil tomó expresamen-
te como blanco esta política, rechazando
de la misma manera a los dos partidos que
se sucedieron en el poder desde la caída
del régimen comunista estalinista en 1991,
el PS y su “hermano enemigo” de derecha,
el Partido Demócrata (DP). Después de
un cuarto de siglo denigrando todo lo que
fuera público, mientras que lo privado es-
taba adornado con todas las virtudes, mu-
chos analistas han visto en el movimiento
estudiantil el surgimiento de una genera-
ción “post-transición”. El 28 de diciembre
de 2018 Rama tuvo que dar marcha atrás,
cediendo a varias demandas estudiantiles
y destituyendo a la mitad de su gobierno.
Mientras que Albania no deja de ver cómo
se marchan sus fuerzas vivas –los albane-
ses están a la cabeza de las solicitudes de
asilo en Francia–, los estudiantes rebela-
dos exigen poder vivir y trabajar en su país.
En la República Srpska, la “entidad ser-
bia” de una Bosnia-Herzegovina todavía
dividida, miles de personas desafían con
regularidad al régimen de Milorad Dodik
(3) exigiendo justicia y verdad para David
Dragičević, un joven asesinado en circuns-
tancias oscuras durante la noche del 17 al
18 de marzo de 2018. A fines de diciembre,
las autoridades prohibieron todas las con-
centraciones, arrestaron a decenas de per-
sonas y enviaron unidades especiales de
la policía para desalojar a los que seguían
queriendo poner velas en la nieve. Sosteni-
do durante mucho tiempo por los occiden-
tales, Dodik no duda en denunciar cual-
quier crítica a su poder como un intento de
“desestabilizar” la entidad serbia. Una es-
trategia que comparten los partidos nacio-
nalistas bosnios y croatas: todos están de
acuerdo en fomentar crisis permanentes,
creando un clima de miedo cuyo único ob-
jetivo es marginar cualquier protesta.
Los ciudadanos de todos los países bal-
cánicos están cansados de esta retórica na-
cionalista y bélica. Desde el movimiento
de los plenums en Bosnia-Herzegovina en
2014 (4) hasta la incompleta “revolución
de los colores” en Macedonia en 2016, la
misma aspiración se expresa en todas par-
tes: el fin de la marginación económica y
social en Europa y la posibilidad de una vi-
da decente en el propio país. Porque el éxo-
do continúa. Muchos sueñan con ir a Eu-
ropa Occidental, pero deben detenerse en
Hungría, Eslovaquia o la República Che-
ca, países que desde hace algunos años se
transforman en periferias manufactureras,
con la proliferación de fábricas de subcon-
tratación que ofrecen a los empresarios oc-
cidentales salarios reducidos y una legisla-
ción laboral muy “flexible”.... La revuelta
contra esas políticas podría extenderse a
toda la región, cuyos ciudadanos ya no so-
portan ser percibidos como europeos de
segunda categoría, prescindibles y conde-
nados a la decadencia. g
1. Véase Jean-Arnault Dérens y Laurent
Geslin, “Cet exode qui dépeuple les Balkans”,
Le Monde diplomatique, junio de 2018.
2. Véase Nikola Radić, “Serbie: les Sud-
Coréens de Yura (re)délocalisent en Albanie”,
Le Courrier des Balkans, 26-9-18.
3. Presidente de la República Srpska de 2010 a 2018,
Milorad Dodik fue elegido miembro de la presidencia
colegiada de Bosnia-Herzegovina en octubre de 2018,
pero sigue siendo el amo indiscutido de la entidad
serbia, incluso si ya no ejerce un mandato electivo.
4. Véase Jean-Arnault Dérens, “La Bosnie
enfin unie… contre les privatisations”, Le
Monde diplomatique, marzo de 2014.
*Periodistas del Courrier des Balkans.
Traducción: Teresa Garufi
| 13
14 |
Postergadas durante dos años, las elecciones en la República
Democrática del Congo culminaron con un arreglo político que ignoró
el veredicto de las urnas. Pero el acuerdo antidemocrático no alarmó a
potencias regionales como Sudáfrica, que cuida de sus intereses sobre
las riquezas naturales del país centroafricano.
Amañada elección presidencial en la RDC
La crisis política en el
Congo divide a África
por François Misser*
E
sta vez, la manipulación de las
elecciones generales del 30 de
diciembre de 2018 en la Repú-
blica Democrática del Congo
(RDC) provocó una fractura
en África: de un lado, los que querían ha-
cer valer la verdad de las urnas; del otro,
los que priorizaban la decisión “soberana”
del país, entre los cuales se destacó, en pri-
mer lugar, Sudáfrica. Esta inédita división
revela las nuevas relaciones de fuerza en el
continente y los debates que lo atraviesan.
El anuncio de los resultados proviso-
rios, el 10 de enero, por parte de la Comi-
sión Electoral Nacional Independiente
(CENI) despertó inmediatamente la po-
lémica. Tras haber pedido un nuevo con-
teo de los votos, la Unión Africana tuvo
que ceder ante el veredicto del Consejo
Constitucional el 20 de enero de 2019. Al
cabo de una elección uninominal en una
sola vuelta, y contra toda evidencia, Fé-
lix Tshisekedi, candidato de la coalición
Rumbo al Cambio (CACH, por su sigla
en francés), fue declarado vencedor con
el 38,57% de los votos, delante de Mar-
tin Fayulu (34,8%), candidato de la otra
coalición opositora, Lamuka (“Despiér-
tense”), y de Emmanuel Ramazani Sha-
dary (23,84 %), heredero del presidente
saliente Joseph Kabila.
En el fondo, sin embargo, no parece ha-
ber lugar para la duda. En un documento
publicado el 18 de enero, la muy bien infor-
mada y respetada Conferencia Episcopal
Nacional del Congo (CENCO) (1) revelaba,
sobre la base de una muestra representati-
va de 13,1 millones de electores, un podio
bien distinto: Fayulu (62,11%), seguido por
Tshisekedi (16,93%) y, por último, Rama-
zani Shadary (16,88%). El método utiliza-
do para ese conteo ya había sido puesto a
prueba en Ghana (2011 y 2016), en Nigeria
(2011 y 2015), en Túnez (2014), en Burkina
Faso y en Costa de Marfil en 2015.
El resultado oficial fue negociado efec-
tivamente, a último momento, entre Ka-
bila y Tshisekedi. Frente a la derrota de su
sucesor, Kabila prefirió llegar a un acuerdo
con quien había obtenido el segundo lugar,
concediéndole el sillón presidencial. En
tanto, las elecciones legislativas, celebra-
das al mismo tiempo y validadas por la CE-
NI, otorgaban a los partidarios del presi-
dente saliente una cómoda mayoría de más
de 300 diputados sobre 500.
Menos brillante y carismático que su
padre Étienne, figura de la vida política
congoleña muerto en 2017, Tshisekedi pa-
recía más maleable que su oponente, que
resultó primero en las elecciones. Sin re-
Felix Tshisekedi, presidente de la RDC, Kinshasa, RDC, 24-1-19 (Tony Karumba/AFP)
cursos financieros ni diplomas, había in-
tentado en varias oportunidades acercar-
se al bando de Kabila. Por el contrario, Fa-
yulu, ex directivo de ExxonMobil, con una
carrera política sin compromisos –ni con
el régimen de Joseph Mobutu (que reinó
en el país entre 1965 y 1997) ni con la dinas-
tía de los Kabila–, parecía incontrolable. El
apoyo que le aportaban dos personalidades
muy populares, el ex gobernador de Katan-
ga, Moïse Katumbi, y el ex vicepresidente,
Jean-Pierre Bemba, hacían de él un can-
didato más perjudicial. Se impuso rápida-
mente la opción del poder.
Preocupación continental
Es una novedad que en un continente
donde las autoridades suelen hacer la vis-
ta gorda sobre las manipulaciones elec-
torales (2), se haya tenido una cautela in-
usual con ese arreglo evidente. Se entabló
un debate respecto de la actitud a adoptar
entre las autoridades congoleñas, las or-
ganizaciones continentales y las poten-
cias regionales, como Sudáfrica. En este
diálogo interafricano, las críticas sobre
las cifras oficiales comunicadas por el mi-
nistro de Relaciones Exteriores francés,
Jean-Yves Le Drian, pasaron muy pronto
a un segundo plano.
Tras la publicación de los resultados
provisorios, el 10 de enero, el presidente
de la Comunidad de Desarrollo de África
Austral (CDAA) –de la cual la RDC forma
parte–, el jefe de Estado de Zambia, Ed-
gar Lungu, expresó públicamente tener
“serias dudas” y estimó “que un recuento
permitiría tranquilizar tanto a los vence-
dores como a los perdedores”. Inmedia-
tamente después, el presidente de la Con-
ferencia Internacional sobre la Región
de los Grandes Lagos (CIRGL) –a la cual
también pertenece la RDC–, el dirigen-
te del Congo, Brazzaville Denis Sassou
Edición 237 | marzo 2019
Nguesso, aconsejó a Kinshasa “considerar
el recuento de los votos a fin de garantizar
la transparencia de los resultados”. Por su
parte, la Unión Africana manifestó sus re-
servas y anunció su intención de enviar a
Kinshasa, el 21 de enero, una delegación
encabezada por su presidente, el jefe de
Estado ruandés Paul Kagamé.
La única voz disidente, aunque no por
ello menos importante, en ese concierto de
reacciones escépticas fue la del presidente
sudafricano Cyril Ramaphosa, quien feli-
citó de inmediato a las partes congoleñas
por haber garantizado un proceso electo-
ral pacífico, “sin injerencias ni presiones”.
El 14 de enero, el ministro de Relaciones
Internacionales y de Cooperación suda-
fricano, Lindiwe Sisulu, llamó a la “comu-
nidad internacional” a “respetar los pro-
cesos internos legales”. El 20 de enero,
en la víspera de la visita anunciada de una
delegación de la Unión Africana, la Corte
Constitucional congoleña dio por termi-
nado el juego proclamando la victoria de-
finitiva de Tshisekedi. Detrás de Sudáfrica,
todos los países africanos reconocieron al
nuevo jefe de Estado del Congo.
Esta victoria del hecho consumado, es-
candalosa desde el punto de vista de los va-
lores democráticos, se explica por la histo-
ria agitada y dolorosa de la RDC. El país no
conoció alternancia democrática desde su
independencia, en 1960, un año antes del
asesinato del primer ministro Patrice Lu-
mumba por los servicios secretos belgas.
Si bien según la Constitución Kabila –en
el poder desde 2001– debería haber ter-
minado su mandato en diciembre de 2016,
la elección presidencial se postergó dos
años, oficialmente debido a “problemas
materiales” (3). En estas circunstancias, la
celebración de los comicios, aun cuestio-
nable, puede aparecer como un consuelo…
hasta que pase algo mejor.
Frente al imperativo democrático, lo
que finalmente se impuso fue la preocu-
pación de proteger la estabilidad de la
RDC. Por su extensión y su ubicación en
el corazón del continente, en efecto, este
país reviste una importancia capital pa-
ra toda África. Principal reserva de agua
del continente, dotado del potencial hi-
droeléctrico más importante, primer pro-
ductor mundial de cobalto, importante
productor de cobre, podría convertirse
en “la Arabia Saudita del litio”, metal que
se utiliza en la fabricación de baterías de
los autos eléctricos. Pero este gigante eco-
nómico todavía carga las cicatrices de los
dos conflictos que lo asolaron entre 1997 y
2002. Éstos involucraron a Estados veci-
nos (Ruanda, Uganda, Angola, principal-
mente), pero también a otros más alejados
(Namibia, Chad y Zimbabwe) y son sig-
nificativamente calificados de “guerras
mundiales africanas”.
Los países limítrofes temen aún que el
empeoramiento de las condiciones de se-
guridad y humanitarias en la RDC genere
una afluencia de refugiados a sus territo-
rios. Y sus temores no carecen de funda-
mento. En las provincias de Kivu, la ines-
tabilidad provocada por una miríada de
grupos armados, nacionales y extranjeros,
y también por integrantes indisciplina-
dos de las Fuerzas Armadas de la Repúbli-
ca Democrática del Congo (FARDC), es tal
que las elecciones no pudieron realizarse
en todo el país. En las circunscripciones de
Beni y de Butembo, en el norte de Kivu, la
votación simplemente no tuvo lugar. En el
sur de Kivu, los rebeldes burundeses de las
Fuerzas Nacionales de Liberación (FNL) se
enfrentan cada tanto al ejército de Bujum-
bura. Los trabajadores humanitarios esti-
man el número de desplazados internos a
más de 4,5 millones, 1,3 millones solamen-
te en la región del Gran Kasai, en el centro
del país, donde los enfrentamientos con

las FARDC habrían ocasionado la muerte
de 3.000 personas desde 2016. Varios cien-
tos de miles de habitantes de Kasai huye-
ron hacia Angola, donde las concesiones
diamantíferas de las provincias de Luanda
Norte y Luanda Sur fueron invadidas por
los garimpeiros (buscadores clandestinos
de piedras preciosas) congoleños. Invocan-
do el derecho de proteger sus recursos mi-
neros, Luanda expulsó entre septiembre y
diciembre de 2018 a más de 400.000 perso-
nas, en su mayoría congoleños, durante una
operación llamada “Transparencia”.
Originario de la etnia de los Lubas de
Kasai, Tshisekedi despierta en el país la
esperanza de que esta crisis se resuelva de
manera pacífica. A fines de enero, menos
de una semana después de la toma de po-
sesión del nuevo presidente, unos 600 mi-
licianos, reconocibles por el pañuelo rojo
anudado a la cabeza, depusieron las armas:
fusiles AK 47, fusiles de caza, machetes, pa-
los, flechas e incluso fetiches y amuletos.
Veinte veces menos poblado que la RDC
con sus 80 millones de habitantes, el Con-
go-Brazzaville vigila de cerca la situación
del otro lado del río Congo, atormentado
por el fantasma de una ola de refugiados
que podría invadirlo. La voluntad de con-
trolar los flujos migratorios ya se tradujo
en la brutal expulsión de más de 179.000
inmigrantes de la RDC en situación ilegal
durante la operación “Mbata ya bakolo”
(“La cachetada de los mayores”), en 2014
(4). El temor se reavivó a mediados de di-
ciembre de 2018 por los enfrentamientos
de Yumni, en la provincia de Mai-Ndombe,
donde los actos electorales también fueron
suspendidos. Al menos 890 habitantes ha-
brían sido asesinados y 16.000 personas se
refugiaron en Congo-Brazzaville, según el
Alto Comisionado para los Refugiados de
la Organización de las Naciones Unidas
(ONU). La misma preocupación de preve-
nir un éxodo proveniente de la RDC existe
en Ruanda, que albergó a fines de diciem-
bre de 2018 a más de 79.000 refugiados
congoleños, llegados en varias oleadas (5).
Conveniencia internacional
En este juego a varios frentes, Sudáfrica
juega su propia partida. Al validar el proce-
so electoral congoleño, reafirma su adhe-
sión al principio de soberanía de los Esta-
Principal reserva de
agua del continente,
productor de cobre
y cobalto, la RDC
podría convertirse
en “la Arabia
Saudita del litio”.
dos y una diplomacia hostil tanto a la inje-
rencia como al imperialismo. Tras haber si-
do elegida como miembro no permanente
del Consejo de Seguridad de la ONU para el
periodo 2019-2020, contribuyó, en nombre
del principio de no injerencia, a sabotear
la reunión organizada por Francia el 4 de
enero sobre las elecciones en RDC, impi-
diendo la adopción de un comunicado con-
junto. Pretoria recibió el apoyo de otros dos
miembros africanos de las Naciones Uni-
das: Costa de Marfil y Guinea Ecuatorial.
Dicha actitud no está exenta de cierto
cinismo. El arreglo con Tshisekedi man-
tiene, en efecto, la influencia de Kabila.
Durante dieciocho años, el presidente
congoleño saliente fue un socio compla-
ciente para Sudáfrica. En 2013, un trata-
do internacional concedió a la compañía
sudafricana de electricidad Eskom más
de 2.500 megawatts procedentes de la
represa de Inga III (6), es decir, más de la
mitad de su potencia. Kabila otorgó a va-
rias empresas sudafricanas permisos pe-
troleros sin licitaciones previas. Una de
ellas obtuvo concesiones en la cuenca del
Congo, que se extiende sobre el Parque
Nacional Salonga. Sudáfrica, que es el se-
gundo proveedor comercial de la RDC
(de todo tipo de productos), después de
China, cuida su posición. La casi totali-
dad del cobre y del cobalto congoleños
sigue transitando por los puertos suda-
fricanos, pese a la competencia creciente
de los corredores de Benguela, en Ango-
la, y de Walvis Bay, en Namibia.
Para la Unión Africana, el desenlace
del culebrón congoleño constituye indu-
dablemente una afrenta. En 2002, cuando
reemplazó a la Organización de la Unión
Africana (OUA), creada en 1963, afirmó
que “organizar elecciones transparentes
y creíbles es clave para garantizar el dere-
cho fundamental y universal a la goberna-
bilidad participativa y democrática”(7).
Incluso preveía enviar observadores en-
cargados de evaluar la independencia de
las juntas electorales nacionales, el co-
rrecto desarrollo de los comicios y la utili-
zación de los fondos públicos. Sin embar-
go, en realidad, en la mayoría de las situa-
ciones, siempre ha preferido dejar ese rol
a las organizaciones subregionales.
La implicación de la Unión Africana en
las elecciones congoleñas representa, pues,
un intento inédito (aunque fallido) para re-
| 15
solver la crisis, tal vez vinculado a la perso-
nalidad de su presidente, Kagamé. El jefe de
Estado ruandés no lleva a Kabila en su cora-
zón. Le reprocha particularmente el hecho
de que reciba a rebeldes hutus en su territo-
rio. Fue probablemente para mantener sus
favores que Kabila entregó en Kigali al co-
ronel Ignace Nkaka, portavoz de las Fuer-
zas Democráticas de Liberación de Ruan-
da (FDLR), y al teniente coronel Théophile
Abega, responsable de inteligencia militar
de la organización rebelde, ambos arresta-
dos el 15 de diciembre por el ejército congo-
leño en Bunagana (norte de Kivu).
En última instancia, en África y más allá,
todos se acomodan a la victoria de un can-
didato que probablemente no haya obte-
nido más que el 17% de los votos. ¿Pero el
pueblo congoleño aceptará eso que Fayulu
califica de “putsch electoral”? g
1. Véase “Último recurso para resistir”, Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur, abril de 2018.
2. Véase Tierno Monénembo, “El regreso de los
presidentes vitalicios”, Le Monde diplomatique,
edición española, diciembre de 2015.
3. Véase Sabine Cessou, “Democracia
abortada”, Le Monde diplomatique, edición
Cono Sur, diciembre de 2016.
4. “République du Congo. Les expulsions
collectives de ressortissants de la RDC pourraient
constituer des crimes contre l’humanité”,
Amnesty International, 2 de julio de 2015.
5. https://data2.unhcr.org/en/situations/drc
6. François Misser, La Saga d’Inga. L’histoire
des barrages du fleuve Congo, L’Harmattan –
Museo Real de África Central, Col. “Cahiers
africains”, París-Tervuren (Bélgica), 2013.
7. Declaración acerca de los principios que
rigen las elecciones democráticas en África,
OUA/UA, Durban, 8 de julio de 2002.
*Periodista.
Traducción: Victoria Cozzo
16 |
Luego de cuatro años de guerra civil, los primeros encuentros en Europa
para alcanzar la paz entre representantes del gobierno yemení –respaldado
por una coalición internacional– y los rebeldes hutíes –de la minoría chiita–
permiten un cauto optimismo. Pero nada será duradero sin el compromiso
de los dos grandes rivales de la región: Arabia Saudita e Irán.
Yemen: los rebeldes hutíes y la “agresión saudita”
Los caminos
tortuosos de la paz
por Pierre Bernin*
D
urante mucho tiempo, los
medios y los diplomáticos
parecieron ignorar la guerra
en Yemen. La magnitud de la
crisis humanitaria, la parali-
zación militar y el asesinato, en octubre de
2018, del periodista saudita Jamal Khas-
hoggi en el consulado de Arabia Saudita, en
Estambul, dieron un vuelco a la situación.
Arabia Saudita, al frente de la coalición
regional que, desde marzo de 2015, se pu-
so como objetivo restablecer el poder del
presidente Abd Rabbo Mansur Hadi, de-
puesto por los milicianos hutíes –prove-
nientes de la minoría zaydita, una rama
del islam chiita–, vio crecer las presiones
internacionales en su contra. Aunque la
situación en el lugar sigue estancada (1),
sus crímenes de guerra ahora son denun-
ciados (2) y el príncipe heredero Moham-
med Ben Salman (MBS) perdió gran par-
te de su prestigio. Su tentativa de ofrecer
una imagen de modernizador con la ayu-
da de grandes agencias de comunicación
–como Publicis, de la que Française Elisa-
beth Badinter es la principal accionista, o
Glove Park, fundada por responsables del
Partido Demócrata en Estados Unidos–
tuvo gran repercusión (3).
Entre las potencias occidentales, la
cuestión de la venta de armas a la monar-
quía saudita genera debates (4). En marzo
Partidarios de los rebeldes hutíes, Sanaa, Yemen, 19-12-18 (Khaled Abdullah/Reuters)
de 2018, el líder laborista británico Jeremy
Corbyn ya había acusado a la primera mi-
nistra Theresa May de “colusión” con cri-
minales de guerra. En Washington, el de-
bate sobre la guerra en Yemen dio lugar, el
13 de diciembre de 2018, al voto del Con-
greso en favor de la interrupción del apo-
yo militar a la coalición, y a que el Senado
–aunque de mayoría republicana– apoya-
ra un enfoque similar. España, Alemania y
el Parlamento Europeo por su parte anun-
ciaron embargos sobre los contratos de ar-
mamento (5) (o congelamientos), ante la
posibilidad de que las amenazas de penali-
dades financieras por ruptura de contratos
los condujeran a adoptar posiciones menos
audaces. Sin embargo, vanagloriarse de
vender armas a Arabia Saudita o a los Emi-
ratos Árabes Unidos, el otro peso pesado de
la coalición regional, se ha vuelto un tema
delicado para las potencias occidentales.
Un movimiento resiliente
Los primeros encuentros en busca del ce-
se de hostilidades en las afueras de Esto-
colmo, en diciembre de 2018, fueron un
primer éxito para el enviado especial de
la ONU, el británico Martin Griffiths. Los
beligerantes no se habían reunido alrede-
dor de una mesa desde hacía más de die-
ciocho meses, después de que fracasara el
encuentro previsto en Suiza, antes inclu-
so de la llegada de la delegación hutí. Esta
vez el contexto internacional propició al-
gunos avances, en particular una tregua en
el puerto estratégico de Hodeida, sobre la
costa del Mar Rojo, y el intercambio de pri-
sioneros. Desde entonces, la perspectiva
de nuevas conversaciones en Jordania o en
Kuwait habilita un cauto optimismo desde
el desencadenamiento de la guerra.
Las negociaciones en Suecia comen-
zaron en el momento de repliegue de los
rebeldes, luego de la ofensiva lanzada en
junio de 2018 contra el puerto de Hodei-
da, que ellos controlaban. Sus grupos ar-
mados parecen desde entonces dispues-
tos a abandonar los sitios ajenos a su cu-
na sociológica y religiosa de las tierras al-
tas del Norte, donde domina la identidad
zaydita-chiita. Después de haber sido
por mucho tiempo un frente importante,
Taiz, mayoritariamente sunnita, recuperó
la calma. El sitio de la ciudad por el grupo
rebelde se alivió. Pero los hutíes están le-
jos de haber perdido la guerra: por el mo-
mento, contrariamente a lo que afirman
algunos de sus opositores del islamismo
sunnita, sostenidos por la coalición árabe,
sería ilusorio hablar de victoria.
Desde hace cuatro años, la capacidad
de resiliencia de los rebeldes hutíes asom-
bra. Su trayectoria y el control de las mon-
tañas aisladas hasta la capital, además de
Edición 237 | marzo 2019
su compromiso militar en zonas donde
la población les es hostil (como las de la
mayoría sunnita), dan testimonio de una
potencia insospechada. En diciembre de
2017, asesinaron al presidente Ali Abda-
llah Saleh que, después de haber sido su
aliado circunstancial, se había vuelto re-
pentinamente contra ellos; este gesto fue
apresuradamente considerado como un
error por el cual terminarían pagando el
precio. Sin embargo, a pesar del shock li-
gado a la caída de quien había gobernado
Yemen durante más de tres décadas, en-
contraron poca resistencia, lo que revela
su ascendiente sobre las instituciones y los
recursos del país, así como su capacidad
de movilización ideológica. Los hutíes es-
tán allí para durar, muy especialmente en
su cuna septentrional, alrededor de Saada,
Sanaa y Dhamar, zonas que se encuentran
entre las más densamente pobladas del
país, y cuyas tribus se han aliado en gran
número a sus posiciones (6).
¿Cómo un movimiento rebelde, ini-
cialmente marginal (7), logra mantener-
se frente a una coalición de ejércitos, de
los mejores equipados del mundo y asis-
tidos por Estados Unidos, el Reino Uni-
do y Francia? “La impotencia de la po-
tencia”, para retomar la formulación
de Bertrand Badie (8). Sin duda ésta es
la clave para comprender cómo, desde
Vietnam a Afganistán pasando por Irak
y, de ahora en más, Yemen, los “grandes”
Estados pierden sus “pequeñas” guerras.
El apoyo iraní a los hutíes, objeto de mu-
chas especulaciones, sigue siendo mar-
ginal aunque, según los informes de los
expertos de la ONU (9), haya adquirido
una forma cada vez más concreta a través
de la entrega de misiles de largo alcance,
lanzados regularmente hacia el territo-
rio saudita o emiratí.
La resiliencia de los rebeldes hutíes se
explica sin duda por su discurso naciona-
lista. A través de sus calculadas interven-
ciones y con el respaldo de su prestigiosa
genealogía de descendiente del Profeta,
el jefe Abdulmalik Al-Huthi (cuya fami-
lia dio su nombre al movimiento) surge
como una figura carismática. Denuncia
la “agresión saudita” cuyo objetivo es po-
ner fin “a la sed de libertad y de dignidad
de los yemeníes”. En las regiones contro-
ladas por sus fuerzas se mezclan el re-
chazo al orden internacional –asociado
a la dominación estadounidense y la in-
jerencia de Riad– y la reivindicación de
una identidad propia de las poblaciones
de las tierras altas septentrionales.
A través de las raíces religiosas zaydis-
tas del movimiento, con sus ritos particu-
lares (influenciados de manera creciente
por el chiismo duodecimano, mayoritario
en Irán), y de un antisaudismo virulento,
los hutíes logran suscitar adhesión más
allá de los círculos que los sostienen des-
de su emergencia, hace veinte años. Sea
como sea, la ausencia de un horizonte
político claramente definido –aun si sus
enemigos los acusan de querer restable-
cer la monarquía del imanato depuesta
en 1962– no ha podido socavar su capaci-
dad de movilización. En realidad, que los
hutíes hayan conseguido preservar una
apariencia de Estado organizado a pesar
de un contexto económico delicado (en
las zonas que ellos controlan, a muchos
funcionarios no se les pagó durante cer-
ca de dos años) es un logro, fundamental-
mente en términos securitarios, cuando
se compara la situación con la que predo-
mina en Aden. Dado el anclaje de su mo-
vimiento, no podrá haber solución del
conflicto sin que se hayan integrado com-
pletamente al juego político.
En verdad, sus opositores continúan
denunciando la corrupción de algunos de
sus oficiales. Y la represión de las voces

críticas, a menudo feroz, sugiere que su
capacidad de juntar fuerzas y de disuadir
toda resistencia armada importante des-
cansa a veces sobre un régimen de miedo.
Aun así la debilidad de la oposición, nor-
malmente tribal, en las zonas que contro-
lan podría facilitar la pacificación y la es-
tabilización. Y, una vez que su conducción
lo haya decidido, la estructura relativa-
mente centralizada del movimiento po-
dría facilitar mucho la salida de la crisis.
Incidencia internacional
Sin embargo, la Resolución 2.216 adop-
tada en abril de 2015 por el Consejo de
Seguridad de la ONU, que define el ho-
rizonte legal de la coalición conducida
por Arabia Saudita, no tiene en cuenta es-
te contexto. Limitando las pretensiones
del presidente Hadi, a quien presenta co-
mo jefe de Estado hasta la organización
de nuevas elecciones, aplazadas sine die,
exige de los hutíes que procedan a una re-
tirada incondicional y que depongan las
armas. Las tentativas de hacer adoptar
resoluciones que contemplen la realidad
del terreno –como la del Reino Unido a fi-
nes del año 2018– fueron saboteadas por
los diplomáticos sauditas, lo que condenó
a las agencias de la ONU a trabajar dentro
de un marco manifiestamente anticuado.
El 16 de enero de 2019, se adoptó la Re-
solución 2.452, que no aborda sino pun-
tos secundarios, y no transforma, pues, de
modo alguno, la estructura legal interna-
cional que encuadra el conflicto yemení.
Otro desajuste en relación con la reali-
dad de la situación son las negociaciones
privilegiadas por la ONU que descuidan
las dificultades nacidas de la fragmen-
tación de las regiones meridionales. Es-
tos debates parecen en efecto graduados
sobre la configuración del Norte, donde
se oponen dos formas de legitimidad. La
exclusión de los representantes del mo-
vimiento sudista de las negociaciones es
sin duda la falla más patente del disposi-
tivo. Esta fuerza, que aboga por una sece-
sión, trató en 2017 de estructurarse a tra-
¿Cómo un
movimiento rebelde
(los hutíes), logra
mantenerse frente
a una coalición de
ejércitos asistidos
por Estados Unidos
y Francia?
vés de la creación del Consejo de Transi-
ción Sudista, sostenido directamente por
los Emiratos Árabes Unidos. Mantiene sin
embargo relaciones tensas con el gobier-
no de Hadi (no obstante ser él mismo ori-
ginario del Sur) y sigue siendo mal perci-
bido por los sauditas. Está también dividi-
da en los planos ideológico –entre grupos
salafistas armados y nostálgicos del perío-
do socialista del Sur– y geográfico.
Además, fuera de las zonas manteni-
das por los hutíes, lo irresuelto entre alia-
dos es todavía particularmente abundan-
te (10). Eso sucede con la alianza entre los
grupos sudistas y los familiares del ex pre-
sidente Saleh, especialmente su sobrino
Tareq Muhammad Salch, en el frente de
Hodeida. Los enfrentamientos entre fac-
ciones islamistas en Taiz, así como las di-
vergencias estratégicas entre sauditas y
emiratíes, conforman un panorama anti-
hutí fraccionado donde las divergencias
podrían manifestarse pronto. Pero el mar-
co fijado por las negociaciones e impuesto
por la Resolución 2.216 impide justamen-
te abordar frontalmente estas cuestiones.
Este ángulo muerto corre el riesgo no sólo
de prohibir toda reconstrucción del Esta-
do, sino también de beneficiar a los movi-
mientos islamistas armados, más o menos
ligados a Al Qaeda (11).
El marco nacional y binario impuesto
por las negociaciones abre más fallas aún.
Descansa sobre la idea de que el conflicto
no concierne sino a los yemeníes. Pero su
dimensión regional salta a la vista. Se tra-
te del rol real o supuesto de Irán, adelan-
tado por los sauditas para justificar su in-
tervención, de destrucciones ocasionadas
por los bombardeos de la coalición árabe,
o de motivaciones que se les adjudica a los
sauditas (procurarse un mercado hacia el
Océano Índico) y a los emiratíes (tomar el
control del frente marítimo yemenita), los
principales miembros de la coalición pare-
cen jugar un juego turbio, frecuentemen-
te denunciado. Amnistía Internacional en
particular afirmó que armamentos vendi-
dos por Occidente a los Emiratos Árabes
Unidos fueron entregados por estos últi-
mos a milicias yemeníes, algunas conside-
radas como “terroristas” (12).
Cuando llegue la hora de la reconstruc-
ción, las dos principales fuerzas de la coa-
lición no podrán evitar participar en ella
a través de un compromiso formal en un
Un extraordinario recorrido por la historia de
la deuda externa argentina en las últimas
cuatro décadas, imprescindible para
entender sus mecanismos endiablados y el
modo en que ésta impide construir una
Argentina más libre e igualitaria.
| 17
marco multilateral. Por eso hace falta toda-
vía que Riad y Abu Dhabi se unan a las ne-
gociaciones, con el fin de que los actores re-
gionales asuman comprometerse y explici-
tar sus objetivos y sus intereses. g
1. Laurent Bonnefoy, Le Yémen. De l’Arabie
heureuse à la guerre, Fayard, París, 2017.
2. “Yémen : des experts onusiens soulignent des crimes
possibles de guerre commis par des parties au conflit”.
Informe del Alto Comisionado de Naciones Unidas para
los Derechos Humanos, Ginebra, 28 de agosto de 2018.
3. Véase Florence Beaugé, “Mujeres, entre
el patriarcado y la modernidad”, Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur, junio de 2018.
4. Véase Philippe Leymarie, “L’éthique s’invite dans les
ventes d’armes à l’Arabie saoudite”, Défense en ligne, 19
de septiembre de 2018, https://blog.mondediplo.net
5. Respectivamente 4 de septiembre, 20 de
octubre y 14 de noviembre de 2018.
6. Marieke Brandt, Tribes and Politics in Yemen: A History
of the Houthi Conflict, Hurst & Co., Londres, 2017.
7. Véase Pierre Bernin, “La guerra oculta de Yemen”, Le
Monde diplomatique, edición Cono Sur, octubre de 2009.
8. Bertrand Badie, L’Impuissance de la puissance.
Essai sur les nouvelles relations internationales,
Fayard, col. “L’espace du politique”, París, 2004.
9. “Letter dated 26 January 2018 from the panel of
experts on Yemen mandated by Security Council
resolution 2342 (2017) addressed to the president
of the Security Council”, Consejo de Seguridad
de Naciones Unidas, 26 de enero de 2018.
10. Helen Lackner, “Tous ceux qui veulent que
la guerre au Yémen continue”, Orient XXI, 31
de octubre de 2018, https://orientxxi.info
11. Bushra Al-Maqtari, “Les évolutions du militantisme
salafiste à Taez”, en Franck Mermier (dirección), Yémen.
Écrire la guerre, Classiques Garnier, París, 2018.
12. “When weapons go astray. The deadly new
threat of arms diversions to militias in Yemen”,
Amnesty International, Londres, 6 février 2019.
*Académico e investigador independiente.
Traducción: Florencia Giménez Zapiola
18 | Edición 237 | marzo 2019

Un millón de uigures –población turcófona y musulmana– han padecido de su historia que, en cada etapa, provo-
caron una respuesta represiva suplemen-
arrestos y confinamientos ilegales en centros de detención en el extremo taria –un engranaje del que los dirigentes
chinos no logran escapar–.
occidental de China. El discurso oficial enmascara estas violaciones a los Rodeada de altos macizos montaño-
sos, la región fue durante mucho tiempo
derechos humanos y afirma que sólo se trata de centros de “educación un cruce esencial en las rutas de la seda.
En los comienzos del primer milenio de
patriótica” y de “formación profesional”. nuestra era tuvo períodos de dominación
china, bajo las dinastías Han, Sui y Tang

Represión contra los uigures en China (3). Todas intentaron evitar que las confe-
deraciones de las estepas, que amenaza-
ban el flanco Norte del imperio, aprove-
charan las fuentes de ingresos generadas

Sinkiang, cualquiera
por el control de estas rutas comerciales.
Cuando los portugueses lograron bor-
dear África, el abandono progresivo de los
trazados terrestres en pro de las vías ma-
rítimas marcó el inicio de un largo declive

puede ser sospechoso

para estos oasis. Cuando, a mediados del
siglo XVIII, estos espacios, convertidos al
islam entre los siglos X y XVII, fueron con-
quistados por la dinastía de los Qing (1644-
1912), ya habían perdido su posición cen-
tral. El cierre de China, el aislamiento de la
por Rémi Castets* región y el conflicto sino-soviético termi-
naron por convertirla en un callejón sin sa-
lida estratégico a ojos de Pekín.
Esta provincia, una de las más pobres
RUSIA del país, fue despegando nuevamente a
Predominio etnolingüístico medida que recuperaba su importancia en
KAZAJISTÁN Uigures Hans la configuración regional e internacional.
SINKIANG
Otros (Kazajos, Mongoles) Tras la instalación de las tropas de Mao Ze-
Altái
Zonas poco pobladas dong, en 1949, fue acoplada al resto del país
CHINA
MONGOLIA por medio de inversiones públicas que se
Administración de los Cuerpos
Emin Beitun de Producción y de Construcción intensificaron a comienzos del año 2000
de Sinkiang (Bingtuan) con la “política de desarrollo del Gran Oes-
Karamaï Zonas bajo control te”. Y esto acompañado de una llegada ma-
Bole
Cuartel general siva de Hans, la etnia mayoritaria, que ge-
Hacia Europa 1997
Wujiaqu neró en los años 50 y 60 nuevas ciudades
Yining Shihezi
1989
2009
Principales revueltas desde 1989 en el Norte, antes de remodelar el rostro de
Urumchi Hami Fecha
los viejos oasis del Sur durante el transcur-
Infraestructuras so de las siguientes décadas.
Turfán
KIRGUISTÁN Ruta Vía férrea Sinkiang está hoy unido y conectado al
Korla Nuevas “rutas de la seda” resto del país por un tejido de rutas de cali-
SINKIANG (BRI) dad y por una red ferroviaria que se conec-
Akesu
GANSU Recursos energéticos ta con las líneas de gran velocidad. Gracias
Kasgar
1990 Bayingolin Oleoducto Gasoducto al rol mayor de las empresas del Estado y
Barin Petróleo Carbón Gas de las unidades de producción desarrolla-
Ruoqiang
Desierto de
ha n Eólica Potencialmente eólica das por las colonias de los Cuerpos de Pro-
Tak l amakán 1993 u nS Hidroeléctrica Solar
ducción y de Construcción (4), se especiali-
Yecheng Lop Nor Al t
QINGHAI Refinerías zó en la extracción minera y la producción
1995 Minfeng
Jotán agrícola (algodón, tomates, frutas, etc.).
Fuentes: “Settlers in Xinjiang:
te Kun
lun Circling the wagons”, , Este territorio, que es tres veces más
Mo n CHINA 25 de mayo de 2013 ; “Exploiting a rich frontier”, grande que Francia, se convirtió en un polo
PAKISTÁN National Geographic , diciembre 2009;
“A recent history of unrest in Xinjiang”, energético estratégico –alberga un cuarto
TÍB E T farwestchina.com; Atlas of Resource
Economics in the Xinjiang Uygur
de los hidrocarburos y el 38% de las reser-
INDIA 0 300 km
Autonomous Region (edición china). vas nacionales de carbón–. Como China
desea limitar su dependencia con respecto
a las importaciones, las compañías chinas
Agnès Stienne extraen de la región un sexto de la produc-
ción nacional petrolera y cerca de un cuar-

¿
Qué ocurre en Sinkiang, en el ex-
tremo oeste de China? En sep-
tiembre de 2018, la organización
Human Rights Watch alertaba so-
bre las violaciones de los derechos
humanos de una amplitud sin igual de las
que son víctimas los uigures –la población
turcófona y musulmana–, así como los ka-
zajos, los uzbecos, etc. (1). Las autoridades
chinas lo desmienten y hablan de una lu-
cha contra el “radicalismo” o el “terroris-
mo” alimentada por la oposición diaspóri-
ca de los uigures o por las potencias extran-
jeras. Mientras que, por parte de los países
musulmanes, el silencio es total.
Pero lo que sí es cierto, es que un dispo-
sitivo llamado de “transformación para la
educación”, que se puso en funcionamien-
to en los años 90 para “reeducar” a los adep-
tos de la secta Falun Gong, ha sido adaptado
y extendido en Sinkiang a todos los indivi-
duos pertenecientes a las minorías musul-
manas cuya lealtad al régimen suscite la
más mínima duda. En ausencia de datos ofi-
ciales, es imposible precisar con exactitud
la cantidad de personas afectadas. Según el
investigador Adrian Zenz, que se apoya en
el examen de los mercados públicos para la
construcción o la ampliación de estructu-
ras de reclusión, más del 10% de la pobla-
ción uigur, es decir un millón de personas,
habrían pasado por este dispositivo o están
actualmente encarceladas (2). Contraria-
mente a lo que ocurre en los campos de re-
forma para el trabajo (laogai), aquí los sos-
pechosos no pasan ante la justicia y pueden
ser encarcelados por períodos indetermi-
nados. Los trabajos de Zenz y los informes
de las organizaciones de defensa de los de-
rechos humanos muestran que la mecánica
represiva implica varias escalas, con clases
de reeducación abiertas, pero también con
centros cerrados con una disciplina de hie-
rro. Basados en una patologización del pen-
samiento contestatario, estos dispositivos
apuntan a “erradicar los virus ideológicos”
y a tratar a los individuos en función de su
grado de resistencia.
Un polo energético estratégico
Oficialmente, el Alto Comisionado de la
Organización de las Naciones Unidas pa-
ra los Derechos Humanos solicitó un per-
miso de acceso. Las autoridades chinas
terminaron por reconocer la existencia
de estas estructuras presentándolas a la
vez como lugares de educación patriótica
y centros de formación profesional desti-
nados a favorecer la inserción de las mi-
norías. De hecho, las sesiones de educa-
ción patriótica y de autocrítica, así como
los interrogatorios, se mezclan con cursos
de lengua para las personas que no tienen
buen nivel de mandarín. Sin embargo, los
testimonios de quienes huyeron del país
tras haber sido liberados pintan un cua-
dro mucho más sombrío que el de los me-
dios chinos; describen las condiciones de
detención que a veces son muy duras, las
fuertes presiones, y hasta actos violentos
de tortura psicológica o física. A mediados
de febrero, el gobierno turco, fiel apoyo
para los uigures, se vio obligado a publicar
un comunicado de protesta.
Aunque esta nueva ola de represión al-
canza un nivel muy elevado, Sinkiang se
ha visto sucesivamente sacudido por so-
bresaltos violentos durante el transcurso
to de la de gas natural. Los oleoductos y ga-
soductos ligados a las regiones centrales y
costeras fueron rápidamente implantados
a partir de los años 1990 y 2000 para enca-
minar los torrentes de hidrocarburos que
nutrían el crecimiento de China. A partir
de entonces, las autoridades invierten en
infraestructuras de carbón licuado, así co-
mo en la producción de electricidad eólica,
solar e hidroeléctrica.
Tras la implosión de la Unión Soviética,
y luego el lanzamiento del proyecto de las
nuevas “rutas de la seda” (Belt and Road
Initiative, BRI) por el presidente Xi Jin-
ping, la apertura del espacio centroasiático
convirtió a Sinkiang en una pieza clave pa-
ra la estrategia de proyección de la poten-
cia china en Asia. Al limitar con Pakistán,
Afganistán y los regímenes de la ex URSS,
alberga un nudo de ejes de transporte fe-
rroviarios, terrestres y energéticos sobre
los que Pekín se apoya para garantizar su
abastecimiento y brillar económicamen-
te hasta en Europa. La estabilidad de es-
tos espacios vecinos parece ser vital para el
régimen, que los considera como terrenos
fértiles en los que, si no está atento, podría

desarrollarse el islamismo o una influencia
estadounidense demasiado fuerte.
Aunque el Estado chino consolidó pro-
gresivamente su soberanía en la región, el
recuerdo de insurrecciones que condu-
jeron a breves episodios de independen-
cia (5), la recurrencia de los disturbios y,
más recientemente, la multiplicación de
las acciones violentas, e incluso, de ac-
tos terroristas, lo inquietan. Este espacio
centroasiático con una presencia turcó-
fona dominante, que en otros tiempos
fue llamado por los geógrafos occidenta-
les “Turquestán Oriental” o “Turquestán
Chino”, está marcado por fuertes particu-
larismos y por una inestabilidad que siem-
pre preocupó a los emperadores chinos.
Cuando los Qing quisieron hacer de él su
“nueva frontera” (el significado de “Sin-
kiang”, en mandarín), los círculos nos-
tálgicos de la teocracia del sufismo que,
hasta ese momento, ejercían allí su auto-
ridad, hicieron de la defensa del islam una
bandera de movilización contra un poder
sino-manchú no musulmán. A comienzos
del siglo XX se distinguen los espacios en
los que domina la población nómade ka-
zaja y kirguís, en el Norte y en el macizo
del Pamir, y los oasis poblados por seden-
tarios uigures, en el Sur y en el Este.
Tras la caída del imperio, en 1912, los
señores de la guerra chinos se vieron con-
frontados al ascenso de una oposición au-
tonomista o independentista inédita. Esta
oposición se ve alimentada por una nue-
va generación de militantes con, a la dere-
cha, un movimiento panturquista y, a la iz-
quierda, una escena comunista sostenida
y mantenida por la Unión Soviética has-
ta fines de los años 40. La victoria de Mao
Zedong y de los comunistas en 1949, y lue-
R O B E R T
CABALLERO
6 a 9hs
go las políticas represivas que precedie-
ron y acompañaron a la Revolución Cultu-
ral (1966-1976), desactivaron estas redes.
Inestabilidad y persecución
No obstante, en los años 80, con la llegada
al poder de la rama reformadora del Par-
tido Comunista Chino (PCC), este último
y la administración reclutaron miembros
entre las minorías para intentar implicar-
las en el aparato de Estado. Así nacen es-
pacios de libertad cultural y religiosa, y
Amnesty
International estima
que al menos
190 ejecuciones
tuvieron lugar entre
enero de 1997 y
abril de 1999.
una nueva militancia nacionalista “anti-
colonial” (6) se regenera en los campus y
en los círculos intelectuales uigures. Lue-
go de los años de proscripción de la Revo-
lución Cultural, una parte de la sociedad
se inclina nuevamente hacia el islam y, en
el Sur, reconstituye una red de escuelas is-
lámicas en las que se crean los círculos de
talips (estudiantes de religión). Algunos
preconizan una islamización de las nor-
mas sociales, e incluso, la instauración de
un Estado islámico independiente. Como
lo demuestra el intento de insurrección,
O D A N I E L C
TOGNETTI
9 a 12hs
en Barín, en 1990 (7), de una red estructu-
rada algunos meses antes, el Partido Islá-
mico de Turquestán Oriental.
En 1985, 1988, 1989, en Urumchi y en
otros oasis, las manifestaciones denuncian
confusamente la colonización demográ-
fica, las discriminaciones y las desigual-
dades étnicas o la ausencia de autonomía
política. Lideradas por asociaciones es-
tudiantiles, a veces junto a círculos de re-
ligiosos, degeneran en arrojar piedras a
edificios gubernamentales, en particular a
inicios de 1989. Mientras que el Tíbet se vio
sacudido por violentas revueltas durante el
mes de marzo, y Pekín estaba estremecido
por los eventos de la plaza Tiananmen en
junio, el Partido temía aquel año que la si-
tuación terminara por salirse de su control
en Sinkiang. Sobre todo porque la implo-
sión de la URSS iba a abrir la vía de la in-
dependencia a los pueblos turcófonos, pri-
mos de los uigures.
El retorno del ala conservadora del PCC
hace desaparecer, en el seno de los círcu-
los autonomistas o independentistas, toda
esperanza de negociación sobre las polí-
ticas que se desarrollaban en la región. El
Partido, la Asociación Islámica de Sinkiang
(organismo que representa a los musulma-
nes), la administración regional, las estruc-
turas de enseñanza religiosa, la escuela, la
universidad fueron recuperados poco a po-
co. Los dirigentes que no eran lo suficiente-
mente dóciles, demasiado religiosos o con-
siderados demasiado complacientes con el
autonomismo o el separatismo fueron se-
parados, o incluso sancionados.
Se implementó una política de estre-
chamiento progresivo del control de la so-
ciedad. Para escapar a los arrestos, los mi-
litantes nacionalistas más comprometi-
A R L O S M
POLIMENI
12 a 15hs
amdelplata.com
| 19
dos se unieron a las diásporas uigures, que
en otro tiempo eran procomunistas o pan-
turquistas, de Asia Central, de Turquía y
de Occidente, para animar en el seno de
organizaciones locales una lucha a favor
de los derechos humanos sobre el modelo
tibetano. Esta estrategia no violenta triun-
fó definitivamente entre los nacionalistas
en 2004, cuando las organizaciones se fe-
deraron para fundar el Congreso mundial
uigur, con base en Washington.
En Sinkiang, mientras que la represión
se extiende, las tensiones aumentan. Las
multitudes uigures exasperadas descien-
den a las calles, como en Jotán en 1995 o
en Gulja en 1997. Las escuelas islámicas
del Sur fueron desmanteladas y una parte
de los círculos islamo-nacionalistas con-
sidera que el Partido está ahora en guerra
con el islam y contra la identidad islámica
de los uigures. Los talips, así como algu-
nas células nacionalistas, se sumergen en
la clandestinidad. Estructuran pequeños
grupos que preconizan la acción violenta,
e incluso el terrorismo. Entre 1990 y 2001,
“200 incidentes terroristas que tuvieron
como resultado 162 muertos” (8) fueron
perpetrados, según las autoridades chi-
nas. Sin embargo, poco a poco, estos pe-
queños grupos fueron desmantelados.
En efecto, a partir de marzo de 1996, el
PCC estableció una lista de directivas es-
trictas para erradicar las actividades po-
tencialmente subversivas (9). A esto si-
guieron varias campañas “Golpear fuer-
te” (1997, 1999, 2001, etc.), que conduje-
ron al desarrollo de sesiones de educación
patriótica, a un aumento de textos legis-
lativos que determinan el espectro de las
prácticas subversivas y a importantes olas
de detenciones. Este mismo documen- d
A R C O S
CITTADINI
15 a 18hs
20 |
d to subraya la necesidad de alentar el
aflujo de Hans en el seno de los Cuerpos
de Construcción y de Producción. Se tra-
ta de limitar severamente la construcción
de mezquitas, imponer a los responsables
que aman a la “madre patria” en la direc-
ción de lugares de culto o de organizacio-
nes religiosas, registrar a todas las perso-
nas que siguieron formaciones en escue-
las religiosas sin autorización, tomar “me-
didas fuertes” para evitar que la religión
intervenga en asuntos sociales y políticos
(10), etc. Amnesty International estima
que al menos 190 ejecuciones tuvieron lu-
gar entre enero de 1997 y abril de 1999 (11).
Fue en aquella época cuando se tejie-
ron las conexiones entre un puñado de
militantes islamo-nacionalistas que ha-
bían llegado a las zonas pakistano-afga-
nas y las redes talibanes del comandante
Jalaluddin Haqqani. Este pequeño grupo,
llamado por Pekín Movimiento Islámico
de Turquestán Oriental (MITO), tuvo di-
ficultades para captar la atención de las ri-
cas redes de Al Qaeda que habían vuelto
a desplegarse recientemente en la zona.
Debido a sus recursos limitados, le costó
proyectarse en un Sinkiang en el que las
redes latentes habían sido ampliamente
aplastadas. Las autoridades chinas apro-
vecharon el contexto del post 11 de Sep-
tiembre y la captura de elementos del MI-
TO por las fuerzas estadounidenses du-
rante su intervención en Afganistán, para
elaborar la retórica de las “tres fuerzas”
(sangu shili): el terrorismo, el separatismo
(étnico) y el extremismo religioso. Amal-
gaman así a los círculos democráticos na-
cionalistas o autonomistas no violentos, a
los que intentan promover los valores del
islam en el terreno social y político, a los
yihadistas del MITO y, más ampliamente,
a todos los espíritus contestatarios.
A fines de la década del 2010, las redes
del MITO, o lo que quedaba de ellas, re-
plegadas en Waziristán, tomaron el nom-
bre de Partido Islámico de Turquestán
(PIT) tras su integración a la red inter-
nacional yihadista Al Qaeda. Utilizan las
redes sociales para incitar a la violencia.
Claramente, la amplitud de la vigilancia
china en Internet hace que sus publica-
ciones sean de difícil acceso pero, tras un
largo período de calma, el sur de Sinkiang
y su capital, Urumchi, sufrieron una se-
rie de atentados. Comenzó en 2008, con
la cercanía de los Juegos Olímpicos, y co-
bró amplitud en 2009, cuando violentas
revueltas enfrentaron a los uigures y a los
Hans en Urumchi (12), y dejaron oficial-
mente 197 muertos –tres cuartas partes
de ellos eran Hans–. Una capa de plomo
se abatió sobre la región que quedó sin ac-
ceso a Internet durante varios meses, pero
los ataques se multiplicaron.
Algunos de estos actos parecen haber
sido premeditados por células ligadas
al PIT, como los atentados de Kasgar en
2011, pero muchos, como las agresiones
con arma blanca contra policías o sim-
ples civiles, parecen poco preparados y
perpetrados por una juventud que sim-
plemente vio los videos del PIT o de otros
movimientos yihadistas. Varias acciones
violentas impactaron en la opinión pú-
blica china y en ocasiones desbordaron
las fronteras de Sinkiang: el atentado con
vehículo-ariete en la plaza Tiananmen en
octubre de 2013 (cinco muertos, dos turis-
tas y los tres atacantes), otro con cuchillo
en la estación de Kunming en marzo de
2014 (31 muertos y 143 heridos), luego el
de mayo de 2014 en el mercado de Urum-
chi (43 muertos y más de 90 heridos).
También se produjeron otros atentados
de menor amplitud, y 2014 fue un año ne-
gro, con más de 300 víctimas del terroris-
mo contra apenas un puñado cada año du-
rante la primera década del milenio.
Casi al mismo tiempo, la reorganiza-
ción del PIT en Afganistán, junto a los ta-
libanes, y sobre todo en Siria, donde pu-
do tejer sus redes, exacerba las inquietu-
des de China. Su implicación en el con-
flicto sirio multiplicó sus efectivos y sus
apoyos. Tras las pruebas realizadas en
los combates junto a otros componentes
del Frente Al-Nusrah, y hoy de Hayat Ta-
hrir Al-Sham, en el noroeste de Siria, es-
tá equipado con material pesado y puede
En su calidad de
nuevo hombre fuerte
del país, el presidente
Xi prometió
extirpar de raíz la
amenaza terrorista y
redefinir el enfoque
securitario.
movilizar a varios centenares de comba-
tientes. El PIT representa una amenaza
para los intereses chinos en ciertas regio-
nes del mundo en las que puede proyec-
tar acciones –Pakistán, Afganistán, Me-
dio Oriente, etc.–, más que en el mismo
Sinkiang. En efecto, la sociedad uigur pa-
rece poco inclinada a adherir a su lectura
rigorista del islam, mientras que la “gran
muralla de acero” (13) prevista por Xi
continúa limitando fuertemente su mar-
gen de maniobra en China.
Bajo sospecha
Sin embargo, para la población, la oleada
de detenciones y condenas (comprendi-
da la pena de muerte) tras las revueltas
de 2009 traspasó el límite. Para muchos,
la época de oro de los años 80, cuando los
conflictos entre comunidades todavía po-
dían encontrar mediadores, se terminó.
El resentimiento contra Pekín se convir-
tió en resentimiento contra los Hans, con-
siderados como colonizadores arrogantes
que consideran a los demás como sujetos
de segunda clase que no tienen más elec-
ción que someterse y sinizarse para vol-
verse frecuentables.
El “vivir juntos” propuesto por el po-
der central descansa a la vez sobre una ho-
mogeneización demográfica y cultural si-
nizadora y sobre un fuerte control de las
instituciones de la región autónoma por
dirigentes Hans. Mientras que, en el siste-
ma escolar, la lengua uigur debe dejar lu-
gar al mandarín, el control de la policía y
de la administración se refuerza sin cesar,
la implantación Han continúa y se exacer-
ba el sentimiento de la población local de
ser absorbida por los chinos (14).
A comienzos de 2010, los Hans repre-
sentaban el 40% de los 22 millones de
habitantes de la región (contra el 6% en
1949), y los uigures sólo el 45% (contra
75% en esa época). Esta supremacía en
la administración y la economía, junto a
la desconfianza con respecto a los autóc-
tonos, contribuye a mantener a una parte
importante de los uigures muy abajo en la
escala social. Ciertamente, el Estado ase-
gura más de la mitad del presupuesto re-
gional y garantizó durante mucho tiempo
un crecimiento de dos cifras gracias a las
inversiones masivas. Sin embargo, al estar
mal educados o simplemente ser discri-
minados a pesar de sus diplomas, muchos
uigures tienen dificultades para sacar par-
tido de este crecimiento.
En su calidad de nuevo hombre fuerte
del país, el presidente Xi prometió extir-
par de raíz la amenaza terrorista y redefi-
nir el enfoque securitario. Los órganos de
lucha antiterrorista fueron reorganiza-
dos y ubicados bajo una supervisión más
estrecha del gobierno. El control de las
minorías y de los asuntos religiosos, que
antes estaba bajo la responsabilidad de di-
versas administraciones, pero también de
asociaciones religiosas llamadas “repre-
sentativas”, pasó desde ese momento a la
del muy centralizador Departamento de
Trabajo del Frente Unido del Partido (15).
El aparato jurídico también fue remo-
delado. Ya en noviembre de 2014, la Asam-
blea de la región autónoma de Sinkiang
había votado una ley que reformaba las re-
gulaciones religiosas regionales de 1994, y
agregaba dieciocho artículos para moder-
nizar el dispositivo de acreditación de los
imanes, de control de las mezquitas y de
lo que quedaba de las estructuras de en-
señanza religiosa que, sin embargo, ya es-
taban muy vigiladas (16). En 2017, se dictó
un nuevo paquete de medidas en nombre
de la lucha contra el “extremismo religio-
so”. Para muchos musulmanes revisten
una dimensión intrusiva: prohibición de
las barbas consideradas “anormales”, del
velo en el espacio público, etc.
Las cosas se agravaron aun más desde
la llegada a la cabeza del PC local, en 2016,
de Chen Quanguo, que había ocupado las
mismas funciones en la región autónoma
del Tíbet. Según Adrian Zenz (17), los pre-
supuestos concedidos a la seguridad ex-
plotaron. Se reforzaron las fuerzas de po-
licía especiales y los dispositivos antidis-
turbios. Los reclutamientos culminaron
entre el verano de 2016 y el verano de 2017,
con más de 90.000 policías, es decir, doce
veces más que en 2009, y con el objetivo
de implantar una antena de las Oficinas de
la Seguridad Pública en cada pueblo o al-
dea. Chen también reforzó un programa
que llevaba el tierno nombre de “Hacer
familia”: los funcionarios se instalan re-
gularmente en las casas de los habitantes,
a veces se quedan varios días, para iden-
tificar los comportamientos subversivos,
impulsar las denuncias y hacer educación
patriótica. Más de un millón de funciona-
rios participaría del programa, principal-
mente en las zonas rurales del Sur.
Además, Sinkiang se convirtió en un vas-
to terreno de experimentación para las jo-
yas de la vigilancia high-tech y del big data
securitario (18). Los smartphones pueden
ser verificados en todo momento en los
puntos de control policiales y en los múl-
tiples checkpoints que se encuentran en las
rutas. El vasto sistema de video vigilancia
con reconocimiento facial fue mejorado. La
mayoría de los uigures tuvo que entregar su
pasaporte, echando por tierra las esperan-
zas de quienes deseaban irse al extranjero.
Para Pekín, ya no se trata de vigilar a la
sociedad y sancionar a los que cometen fal-
tas. La colecta de datos a través de la Pla-
taforma de Operación Conjunta Integrada
(POJI), combinada con el estudio de com-
portamientos “inhabituales”, apunta a an-
ticipar y a clasificar a los individuos en fun-
ción de su grado de lealtad y del riesgo se-
curitario que representan. Entre los nume-
rosos criterios de identificación, figuran las
estadías en alguno de los países “de riesgo”
(19). El contacto con extranjeros o con per-
sonas que hayan estado en el extranjero,
descargar la aplicación de comunicación
prohibida WhatsApp, tener barba, no to-
mar alcohol, no fumar, comer halal, hacer
el Ramadán, no comer cerdo, querer darles
a los hijos nombres musulmanes conside-
rados subversivos, como el del Profeta: to-
dos signos de sospecha.
Algunos universitarios de renombre,
artistas e incluso deportistas famosos
desaparecieron bruscamente –probable-
mente internados– o fueron ubicados en
Edición 237 | marzo 2019
residencias vigiladas. Desde hace algu-
nos meses se dictan condenas a veces ex-
tremadamente duras. De este modo, el ex
director de la Oficina para la Supervisión
de la Educación de Sinkiang, o el ex presi-
dente de la Universidad de Sinkiang, fue-
ron condenados a muerte por “tendencias
separatistas”. Tras haber sido detenido en
2014, el economista y escritor Ilham To-
hti, una de las últimas figuras críticas de
los círculos intelectuales uigures, fue con-
denado a cadena perpetua.
Las autoridades se regocijan con la dis-
minución de los actos de violencia desde
hace algunos meses. Pero, en China, mu-
chos observadores están preocupados
–aunque no osan decirlo públicamen-
te– por los niveles de frustración genera-
dos a largo plazo por estas políticas. Los
dirigentes, imanes o los intelectuales que
todavía tienen voluntad de limar aspere-
zas ya no tienen los medios para hacerlo.
La ceguera del Estado con respecto al au-
mento de las tensiones prepara nuevas ex-
plosiones de violencia. g
1. “‘Eradicating ideological viruses’, China’s campaign
of repression against Xinjiang’s Muslims”, Human
Rights Watch, Nueva York, 9 de septiembre de 2018.
2. Adrian Zenz, “‘Thoroughly reforming them
towards a healthy heart attitude’: China’s political
re-education campaign in Xinjiang”, Central Asian
Survey, Abingdon-on-Thames, septiembre de 2018.
3. La dinastía Han se extendió desde el 206 a.
C. hasta el 220 d. C.; la Sui, desde el 581 al 618;
y la Tang, desde el 618 al 907. Pero no siempre
dominaron Sinkiang durante todo su reinado.
4. Estas brigadas, que se encontraban bajo la autoridad
militar, fueron creadas en 1954 y se encargan de
desmalezar y proteger las fronteras al mismo tiempo.
5. Emirato de Kashgaria de Yaqub Beg entre 1864 y 1877;
Emirato de Khotan, luego, República Turca Islámica
de Turquestán Oriental en Kashgaria entre 1933 y 1943;
República pro soviética de Turquestán Oriental en los
tres distritos del norte de Sinkiang entre 1944 y 1949.
6. Dru Gladney, “Internal colonialism and the
Uyghur identity : Chinese nationalism and its
subaltern subjects”, Cahiers d’études sur la
Méditerranée orientale et le monde turco-iranien
(Cemoti), N° 25, París, enero-junio de 1998.
7. Entrenados en el modelo afgano, los yihadistas
lucharon durante más de dos días..
8. “East Turkistan forces cannot get away with
impunity”, People’s Daily, Information Office of
State Council, Pekín, 21 de enero de 2002.
9. Véase “China : State control of religion, update
number 1”, Human Rights Watch, marzo de 1998.
10. “Devastating blows : Religious repression of Uighurs
in Xinjiang”, Human Rights Watch, 11 de abril de 2005.
11. “China : Gross violations of human rights
in the Xinjiang Uighur autonomous región”,
Amnesty International, 31 de marzo de 1999.
12. Véase Martine Bulard, “Los uigures, entre
modernidad y represión”, Le Monde diplomatique,
edición Cono Sur, agosto de 2009.
13. Instalaciones de defensa acondicionadas bajo las
montañas. Véase Tom Phillips, “China : Xi Jinping
wants ‘Great Wall of Steel’ in violence-hit Xinjiang”,
The Guardian, Londres, 11 de marzo de 2017.
14. Véase Gardner Bovingdon, The Uyghurs in
Xinjiang : Strangers in Their Own Land, Columbia
University Press, Nueva York, 2010.
15. Jérôme Doyon, “Actively guiding religion
under Xi Jinping”, Asia Dialogue, 21 de junio
de 2018, http://theasiadialogue.com
16. “The modern Chinese State and strategies
of control over Uyghur Islam”, Central Asian
Affairs, Vol. 2, N° 3, Washington DC, 2015.
17. Adrian Zenz, “‘Thoroughly reforming them
towards a healthy heart attitude’ : China’s political
re-education campaign in Xinjiang”, op. cit.
18. Josh Chin y Clément Bürge, “Twelve days
in Xinjiang : How China’s surveillance State
overwhelms daily life”, The Wall Street Journal,
NuevaYork, 19 de diciembre de 2018.
19. Afganistán, Argelia, Arabia Saudita, Azerbaiyán,
Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Indonesia, Irán,
Irak, Libia, Malasia, Nigeria, Pakistán, Rusia,
Uzbekistán, Somalia, Sudán del Sur, Siria, Tayikistán,
Tailandia, Turquía, Turkmenistán, Yemen.
*Doctor del Instituto de Estudios Políticos (IEP) de París,
director del Departamento de Estudios Chinos de la Uni-
versidad Bordeaux Montaigne.
Traducción: María Julia Zaparart
 Manifestación contra Nicolás Maduro, Caracas, 18-5-17 (Carlos García Rawlins/Reuters)
Dossier

Venezuela: la
crisis sin fin
El escenario sociopolítico venezolano adquiere dimen-
siones de catástrofe. El último capítulo, que comen-
zó con la autoproclamación de un diputado opositor
como “presidente encargado” y el inmediato reconoci-
miento de Estados Unidos, obtura las posibilidades de
una salida política negociada, a la vez que revela como
nunca los intentos de injerencia extranjera.

El búmeran bolivariano por  Pablo  Stefanoni  22  | No los une

el amor por  Julia  Buxton  24  | America is back por  Federico
Vázquez  26  | ¿Quién es Elliott Abrams? por  Eric  Alterman  28
22 | Edición 237 | marzo 2019

Dossier
Venezuela:
la crisis sin fin

Puente internacional Tienditas, frontera entre Colombia y Venezuela, 22-2-19 (Lokman Ilhan/Anadolu Agency/AFP)

El modelo bolivariano, que durante años funcionó como un faro que inspiraba
a otras fuerzas políticas en la región, hoy es un lastre. La crisis que atraviesa
Venezuela debería generar un debate acerca de los límites y errores del único país
que se autoproclamó socialista después de la caída del Muro de Berlín.
El impacto de la crisis venezolana en la izquierda latinoamericana

El búmeran bolivariano
por Pablo Stefanoni*

H
ace 20 años, el triunfo de Hu-
go Chávez fue seguido con un
entusiasmo limitado por la iz-
quierda latinoamericana. Un
tanto folklórico, el ex paracaidis-
ta había organizado en 1992 un
golpe de Estado militarmente fallido pero, a la larga,
políticamente exitoso (1), y tras su victoria en las elec-
ciones presidenciales de 1998 sorprendió al jurar su
cargo sobre la “Constitución moribunda”. En un co-
mienzo, sus posicionamientos ideológicos resultaban
ambiguos: si bien había tenido acercamientos con la
izquierda durante su carrera militar, al mismo tiem-
po se había rodeado de asesores como el nacionalista
argentino, con posiciones cercanas a los militares ca-
rapintadas, Norberto Ceresole, y por otro lado elogia-
ba la Tercera Vía de Tony Blair. Fue tras el golpe que
sufrió en 2002 que la experiencia chavista terminó de
ser incorporada como acervo de una izquierda lati-
noamericana que había encontrado en la tradición na-
cional-popular una tabla de salvación frente a la crisis
del socialismo real y las derrotas de los 70. El sueño de
Jorge Abelardo Ramos de articular populismo y socia-
lismo parecía hacerse parcialmente realidad, primero
en Venezuela y después en Bolivia y Ecuador. Pero lo
que en un momento fue una locomotora hoy se volvió
un peso para los progresismos regionales, a punto tal
que nadie puede ganar hoy una elección en América
Latina sin diferenciarse del madurismo, en el contex-
to de una masiva migración de venezolanos que dan
carnadura –y voz– a los fracasos de su gobierno.
Cultura de campamento
Es difícil atribuir a la “maldición de la abundancia” el
derrumbe económico que atraviesa Venezuela; otros
países de la región y del mundo dependen de las expor-
taciones hidrocarburíferas y no sufren un retroceso de
características post-bélicas –la caída del PIB en Vene-
zuela ronda el 50% en los últimos cinco años, un hecho
inédito en la región– (2). Hasta hace un par de años,
gracias a la combinación de una serie de dimensiones a
menudo poco debatidas por las izquierdas latinoame-
ricanas, el chavismo había logrado postergar la discu-
sión sobre la “vía venezolana al socialismo… petrolero”
hasta que ya no haya “conspiraciones imperialistas” en
el horizonte, es decir, ad infinitum. Entre esas dimen-
siones encontramos el carisma excepcional de Chávez
(imposible de transmitir y que combinaba “padre se-
vero” con “madre cariñosa”); un tipo de mesianismo
compasivo de matriz cristiana; un cripto estalinismo
tropical desorganizado que entronca con rituales y
marcos interpretativos del socialismo real, y una visión
militarista de los problemas propia de un caudillismo
pretoriano (3). Todo esto en el marco de una gran in-
eficiencia administrativa, incluso en comparación con
otros “populismos” de la región.
Tras la muerte de Chávez (marzo de 2013), sin
una institucionalidad bolivariana propiamente di-
cha y en un contexto de una pronunciada caída de
los precios de los hidrocarburos, la fórmula boliva-
riana –petróleo+carisma+empoderamiento simbó-
lico de los excluidos– se debilitó hasta desembocar
en la situación actual.
Frente a esa deriva, una parte de la izquierda crí-
tica intentó anclarse en una suerte de “melancolía
chavista”, y atribuir los problemas al liderazgo de
Nicolás Maduro, el “hijo de Chávez”. Pero la profun-
didad de la crisis (hiperinflación, derrumbe del PBI,
inseguridad), junto a la falta de espacios de delibe-
ración política real en el Partido Socialista Unido de
Venezuela (PSUV), impidieron la emergencia de un
“chavismo crítico” con incidencia social, por lo que
una parte de él terminó en el Frente Amplio Vene-
zuela Libre, que agrupa fuerzas vivas, iglesias, parti-
dos e intelectuales de diferentes tendencias.
Venezuela vive, como señaló el sociólogo Marc
Saint-Upéry, en una suerte de “autoritarismo anárqui-
co y desorganizado” (4), incapaz incluso de imponer
 | 23

la autoridad del Estado, como lo demuestran la crisis Enero 2009

del sistema carcelario, el “pranato” (mafia) minero (5)
y las cifras brutales de inseguridad (80 muertes violen-
tas por cada 100.000 habitantes), que han acabado in-
cluso con parte de la sociabilidad nocturna. A ello hay
que sumar los Operativos para la Protección y Libe-
ración del Pueblo (OLP) y más recientemente las ma-
niobras de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES),
que en ambos casos rutinizaron el gatillo fácil en los
barrios (6), además de una gestión predatoria de Pe-
tróleos de Venezuela (Pdvsa), la gallina de los huevos
de oro de la revolución. La situación es tan mala que el
propio Maduro habló –después de casi dos décadas–
del “falso socialismo”, en un intento de convencer a los
electores de que voten por “un nuevo comienzo”.
Mientras este modelo parecía funcionar, por ejem-
plo reduciendo la pobreza, Venezuela, amplificada por
la retórica de Chávez, se había transformado en un faro
político en la región, con discursos que revitalizaron la
tradición antiimperialista y hasta “ponían en la agen-
da” el socialismo. No obstante, desde el comienzo del
proceso se podían observar todo tipo de problemas, ta-
pados, hasta donde era posible, por el boom de los pre-
cios petroleros (que subieron alrededor del 1.000%
durante la era Chávez). Detrás de estos discursos a
menudo se escondían las culturas políticas forjadas
por Acción Democrática y Copei desde 1958.
En las últimas dos décadas se han ensayado va-
rias estrategias –en la primera etapa, “operativos cí-
vico-militares”– para llevar adelante “procesos de
inclusión masivos y acelerados” a través de una di-
stribución más justa de la renta petrolera, junto con
un sistema comunal que debería absorber a la de-
mocracia liberal. Algunos críticos del rentismo ha-
blan de la “cultura de campamento”, en la que pre-
dominan los operativos extraordinarios sin conti-
nuidad en el tiempo (7). Pero fue el propio Chávez
quien, admitiendo implícitamente el fracaso de
una agenda de desarrollo post-hidrocarburífera
(la “siembra del petróleo”), definió el proyecto en
marcha como “socialismo petrolero”. Durante una
emisión de Aló Presidente, su programa semanal, el
mandatario venezolano explicó: “Estamos empeña-
dos en construir un modelo socialista muy diferente
al que imaginó Marx en el siglo XIX. Ese es nuestro
modelo, contar con esta riqueza petrolera”.
Las imágenes del socialismo
En este marco emergió lo que el economista marxista
Manuel Sutherland define como un “populismo clien-
telar lumpen”, que se fue superponiendo a los efectos
iniciales del empoderamiento simbólico de las capas
más postergadas. Esto explica en parte la persistencia
del chavismo en sectores de la sociedad que encontra-
ron en Chávez al líder que, seguramente sin haber leí-
do a Ernesto Laclau, construyó el “significante vacío”
en el que se inscribieron las múltiples demandas de los
de abajo. Pero también la degradación actual.
El caso venezolano deja en evidencia que, desde la
caída del Muro de Berlín en 1989, no fue posible pen-
sar, ni teórica ni prácticamente, un tipo de transfor-
mación socialista integral de la sociedad sin caer en
la cultura anti-pluralista del socialismo real. Y en esa
deriva no fue menor el rol de Cuba, embarcada hoy en
una serie de reformas pero sin perder la vocación tota-
litaria en diversos terrenos de la vida social. Venezue-
la, sin dudas, no se transformó en Cuba: no logró po-
ner en práctica algunas políticas públicas de inclusión
social sistemática –como lo hicieron los cubanos en
materia de salud y educación–, y no terminó de des-
mantelar totalmente la “democracia liberal” (aunque
la Asamblea Nacional Constituyente inaugurada en
2017 modeló un gobierno de facto que se sitúa por en-
cima de los poderes constituidos y anuló en los hechos
a la Asamblea Nacional –de mayoría opositora desde
2015 y declarada en desacato por una justicia comple-
tamente subordinada al chavismo–).
De este modo, el “silencio Cuba”, al decir de Clau-
dia Hilb, de muchas izquierdas latinoamericanas –y
de más allá también– devino en un “silencio Venezue-
la”, que no significó, como tampoco ocurrió en el caso
de la isla, no hablar de Venezuela, sino evitar enfren-
tar los problemas apelando de manera mecánica a las
“agresiones imperiales”. Bajo el mismo acoso impe-
rial, la Bolivia de Evo Morales lleva más de una déca-
da de crecimiento y consolidación macroeconómica,
baja inflación y estabilidad cambiaria.
Lo cierto es que la misma Venezuela que pareció
alentar la expansión del socialismo en la región ter-
Cuba Haití
Raúl Castro René Préval
Rep. Dominicana
México
Felipe Calderón Leonel Fernández Reyna
Belice
Venezuela
Hugo Chávez
Dean Barrow
Guyana
Guatemala Bharrat Jagdeo
Álvaro Colom Colombia
Surinam
Álvaro Uribe
Honduras Ecuador
Ronald Venetiaan
Manuel Zelaya Rafael Correa Brasil
El Salvador Perú Luis Inácio Lula da Silva
Antonio Saca Alan García Bolivia
Jimmy Morales
Evo Morales
Nicaragua Juan Orlando Hernández
Paraguay
Daniel Ortega
Fernando Lugo
Costa Rica
Chile
Oscar Arias
Michelle Uruguay Salvador Sánchez Cerén
Panamá Bachelet Tabaré Vázquez
Martín Torrijos
Argentina
Cristina Kirchner
Carlos Alvarado
Juan Carlos Varela
Color político del dirigente (presidente o primer ministro)
Izquierda progresista
Derecha (liberal o conservadora) o centro
Crisis política en Venezuela
Gobiernos que reconocieron a Juan Guaidó
minó convirtiéndose en un búmeran para las izquier-
das. No es de extrañar que las fuerzas de derecha lati-
noamericanas incluyan a Venezuela –o, mejor dicho,
a los riesgos, más imaginados que reales, de venezue-
lización– en las campañas electorales. Incluso Sebas-
tián Piñera llegó a hablar, con tonalidades de realismo
mágico, de los peligros de transitar hacia “Chilezue-
la” si triunfaba el candidato de centroizquierda, por
no hablar del “efecto Venezuela” en la política argen-
tina, colombiana y brasileña. Por supuesto, esos rela-
tos pueden descartarse como propios de la tradicio-
nal retórica conservadora que busca desprestigiar a
los gobiernos populares. Pero eso significaría desco-
nocer que Venezuela es el único país que se proclamó
“socialista” con posterioridad a la caída del Muro de
Berlín y que hoy replica imágenes clásicas de la deca-
dencia del socialismo real: desabastecimiento, colas,
hiperinflación, migraciones masivas y un Estado cre-
cientemente pretoriano.
Las derivas del Foro de San Pablo
El giro a la derecha en la región no alentó una revisión
crítica de la “década ganada” sino actitudes reactivas y
retroutopías sobre las “primaveras populares” perdi-
das. Esto puedo verse en la 24ª Asamblea del Foro de
San Pablo, celebrada en julio de 2018 en La Habana.
La presencia en su seno de las figuras del ala más con-
servadora de Cuba, como el vicesecretario del Partido
Comunista de Cuba (PCCh), José Ramón Machado
Ventura, contribuyó al repliegue ideológico y a la re-
tórica contra el cerco imperial. Pero el imperio requie-
re un análisis más fino, al menos para reconocer que
los halcones de la era Bush que hoy buscan derrocar a
Maduro –y le ofrecen una playa paradisíaca si se va del
país o la de Guantánamo si se queda– conviven con un
Trump que llegó a la Casa Blanca supuestamente apo-
yado por Vladimir Putin, en el marco de la emergencia
de la “derecha alternativa”.
Problemas como la corrupción fueron englobados
en el encuentro del Foro en el gran relato de la cons-
piración política-judicial. Y aunque sería ingenuo ne-
gar las operaciones y el rol de la política y los jueces
celebrities, lo cierto es que la ética pública constituye
una demanda popular generalizada. De hecho, en los
países gobernados por la derecha las izquierdas ganan
también con discursos “honestistas”, como ocurrió en
México con Andrés Manuel López Obrador. Pero in-
cluso más allá de esta cuestión –que hoy tiñe todas las
campañas electorales– la solidaridad acrítica del Fo-
ro con el gobierno de Venezuela y con Daniel Ortega
en Nicaragua –que logró mantenerse en el poder sin
escatimar represión a sangre y fuego– deja ver una
subestimación de las izquierdas regionales de la crisis
política y moral de gran parte de sus fuerzas y del pro-
blema democrático. Una subestimación que recuerda
Ola conservadora
Enero 2019
Cuba Haití
Miguel Díaz-Canel Jovenel Moïse
Rep. Dominicana
México
Danilo Medina
Venezuela
Andrés Manuel López Obrador
Nicolás Maduro
Belice
Dean Barrow Guyana
David Granger
Guatemala
Surinam
Colombia
Iván Duque Márquez
Desi Bouterse
Honduras
Ecuador
El Salvador
Lenín Moreno
Brasil
Perú Jair Bolsonaro
Nicaragua
Martín Vizcarra
Daniel Ortega Bolivia
Evo Morales
Costa Rica
Paraguay
Mario Abdo
Panamá Chile
Sebastián Piñera
Uruguay
Tabaré Vázquez
Argentina
Mauricio Macri
Cécile Marin
reacciones frente a la crisis del socialismo real poco
antes del derrumbe de la Unión Soviética, en 1991.
“Empate catastrófico”
Habrá que ver cómo termina el “empate catastrófi-
co” iniciado con la guerra de poderes lanzada en 2015,
cuando la oposición ganó dos tercios de la Asamblea
Nacional. Juan Guaidó, en una especie de acto “leni-
nista”, se hizo proclamar “presidente encargado”,
tratando de aprovechar los “instantes huidizos” de la
política. E hizo de la “ayuda humanitaria” –con apoyo
de Estados Unidos– su caballito de batalla para mos-
trar que tiene algún poder material y tratar de quebrar
a las Fuerzas Armadas. Es claro que la caída de Madu-
ro sería un golpe inevitable para las izquierdas de la
región (maduristas y no maduristas).
Sin embargo, la experiencia del socialismo real
advierte sobre los riesgos de atar la suerte de la iz-
quierda a proyectos políticos cuyo único mérito es
“resistir al imperio”, aunque resulten opresivos para
quienes viven en ellos, y de reclamar Estado de Dere-
cho, libertades democráticas y justicia independien-
te sólo cuando gobierna la derecha. No puede igno-
rarse que la persistencia de Maduro en el poder, en
las condiciones actuales, tiene también un efecto di-
suasivo sobre cualquier proyecto de transformación
social que se identifique como socialista. Lo enten-
dió Bernie Sanders, que hoy lidera uno de los movi-
mientos más dinámicos de la izquierda global, quien
hizo una crítica democrática radical al gobierno ve-
nezolano al tiempo que rechazaba el injerencismo
de los halcones de la Casa Blanca (8). g
1.En parte este éxito fue posibilitado, de manera involuntaria,
por el indulto otorgado por el presidente Rafael Caldera.
2. Pablo Stefanoni, “¿A dónde va Venezuela? (si es que va a alguna
parte)”, entrevista a Manuel Sutherland, Nueva Sociedad, ed.
digital, Nueva Sociedad, Buenos Aires, enero de 2019.
3. Marc Saint-Upéry y Pablo Stefanoni, “Le cauchemar de Bolívar: crise
et fragmentation des gouvernements de l’Alba”, Hérodote, París, 2019.
4. Marc Saint-Upéry, El sueño de Bolívar. Los desafíos de las
izquierdas latinoamericanas, Paidós, Barcelona, 2008.
5. Pranes son los jefes del hampa. Ver “El Arco Minero del
Orinoco. Diversificación del extractivismo y nuevos regímenes
biopolíticos”, Nueva Sociedad, Nº 274, marzo-abril de 2018.
6. “Las FAES. Reflexiones sobre la (in)seguridad en Venezuela”,
entrevista a Keymer Ávila, Aporrea, 3-1-2019; Rebecca
Hanson y Verónica Zubillaga, “Los operativos militarizados en la era
post-Chávez. Del punitivismo carcelario a la matanza sistemática”,
Nueva Sociedad, Nº 278, noviembre-diciembre de 2018.
7. Rafael Uzcátegui, La Revolución como espectáculo.
Una crítica anarquista al gobierno bolivariano,
Libros de Anarres, Buenos Aires, 2010.
8. Tuit, 24 de enero de 2019.
*Periodista e historiador, jefe de redacción de Nueva Sociedad.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
24 | Edición 237 | marzo 2019

Dossier
Venezuela:
la crisis sin fin

Conferencia de Juan Guaidó en la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 8-2-19 (Federico Parra/AFP)

Las diversas facciones de la oposición sólo se unen por su rechazo hacia el gobierno
de Maduro pero no consiguen construir un programa político conjunto. El fracaso
del proyecto centrista encarnado por la Mesa de Unidad Democrática (MUD)
alentó las estrategias de los sectores más radicales, como el de Juan Guaidó.
Las divisiones que desarticulan a la oposición

No los une el amor

¿
por Julia Buxton*

Se habría producido lo inimaginable en
Venezuela? Una oposición paralizada
por los rencores y las divergencias
estratégicas parece haber logrado
unirse. La idea de que la reelección del
presidente Nicolás Maduro en mayo
de 2018 carecía de legitimidad permitió tender
puentes más allá de los antagonismos que hasta
entonces parecían insuperables. Mayoritariamente
antimaduristas, los diputados de la Asamblea Na-
cional se pusieron de acuerdo para considerar que
el presidente había “usurpado” su puesto, lo que
justificaba invocar la Constitución Bolivariana de
1999 que prevé que el presidente del Parlamento to-
ma entonces las riendas del país. El 23 de enero, por
lo tanto, Juan Guaidó se autoproclamó “presidente
encargado” y se dio como misión establecer un go-
bierno “de unidad nacional” encargado de organi-
zar una elección presidencial en el término de un
año. En el curso de los días siguientes fue reconoci-
do por unos cincuenta Estados, entre ellos Estados
Unidos, Brasil, Ecuador y la mayoría de los países
de Europa Occidental.
Numerosas voces, como la del intelectual es-
tadounidense Noam Chomsky, denunciaron un
golpe de Estado (1). El ex experto independien-
te de las Naciones Unidas, Alfred de Zayas, es-
tima que las sanciones estadounidenses (que no
dejaron de endurecerse desde 2017) se vuelven
“crímenes contra la humanidad” (2) puesto que
agravan la situación económica y social del país,
ya de por sí muy dura (3). Pero la esperanza de
que las presiones estadounidenses precipiten un
cambio de régimen fracasó. Pese a los llamados
a la rebelión, las Fuerzas Armadas permanecen
fieles a Maduro. Rusia y China también lo apo-
yan, aunque esta última inició discusiones con la
oposición por la deuda de 75 mil millones de dó-
lares que Caracas contrajo con ella (4). La invita-
ción a encontrar una solución negociada, defen-
dida por México y Uruguay, desbarató los planes
de Guaidó. Estimulado por Washington, este últi-
mo declinó las invitaciones al diálogo, prefirien-
do apelar a un agravamiento de las sanciones, sin
descartar la idea de una intervención militar con-
ducida por sus padrinos del Norte.
Los radicales
A pesar de la unión de circunstancia en el seno de
la oposición, hay una pregunta que permanece:
¿qué país pretende construir? Por el momento,
la oposición no aporta ninguna respuesta preci-
sa. Y con razón: violentas divisiones siguen des-
garrando a los adversarios de Maduro. Su cohe-
sión, cimentada con premura en el curso de los
últimos meses, amenaza con agrietarse apenas se
trate de organizar el poder, de distribuir los pues-
tos y de exhibir las orientaciones.
Esquemáticamente se pueden identificar
tres grandes tendencias. La primera gravita al-
rededor de Voluntad Popular (VP), la formación
de Guaidó, fundada por Leopoldo López (actual-
mente en prisión domiciliaria vigilada por inci-
tación a la violencia y conspiración durante los
motines en 2014) (5), así como por María Cori-
na Machado y Antonio Ledezma, opositores de
siempre al difunto Hugo Chávez. Todos los ac-
tores clave de la operación surgieron de esta ne-
bulosa, que se manifiesta por la vaguedad de sus
convicciones ideológicas así como por su com-
portamiento de clan. Dada su baja representa-
ción en la Asamblea Nacional (14 bancas sobre
un total de 167), VP parece sola en la maniobra.
En el seno de la oposición, este partido encarna
el ala más radical, la más cercana a Washington, la

más desprovista de base social y la más intransi-
gente. Si Guaidó tuviera que promover la recon-
ciliación con los venezolanos que reivindican al
chavismo –todavía numerosos–, correría el riesgo
de provocar la ira de sus militantes, a los que su
formación se dedica a provocar desde hace años.
Esa franja radical siempre consideró que la
participación en las elecciones tendía a legitimar
un poder autoritario que contribuía a fragilizar
la democracia. En contacto permanente con la
diáspora instalada en Estados Unidos, goza de un
acceso privilegiado a los sectores más conserva-
dores del aparato político estadounidense, y en
particular al senador de Florida Marco Rubio.
Gracias al apoyo de poderosos think tanks (Coun-
cil of the Americas, Fundación Carnegie), así co-
mo a la ayuda contante y sonante de la Agencia
de Estados Unidos para el Desarrollo Internacio-
nal (USAID) y de la Fundación Nacional para la
Democracia (NED), esa yunta inunda los medios
con cuestionamientos hacia los partidarios del
diálogo, con llamados a una intervención militar
estadounidense y con guiones de transición.
Aprovechando la antipatía generalizada de los
electores venezolanos por los partidos centrali-
zados, los radicales se apoyan en “redes popula-
res” de contornos vagos, en medios on line y en la
movilización de estudiantes endurecidos aunque
poco numerosos. Pero pagan las consecuencias de
su elitismo. Surgidos de grupos sociales privile-
giados, educados en Estados Unidos, de tez blan-
ca, sus dirigentes se distinguen de los venezolanos
que simpatizaron con Chávez. Sus maniobras pa-
ra derrocar al presidente –sobre todo una tentati-
va de golpe de Estado en 2002– fueron percibidas
como tentativas desesperadas de una minoría de
ricachones deseosos de imponer sus preferencias.
Mientras que la Revolución Bolivariana acumula-
ba éxitos en términos de redistribución de la ri-
queza y de reducción de las desigualdades entre
razas, clases y sexos, el acercamiento de este pe-
queño equipo a los neoconservadores de Wash-
ington contribuyó a darle la imagen de un grupús-
culo antinacional y antipopular.
Los centristas
Las otras dos franjas del antichavismo se mostra-
ron más dispuestas a participar en los procesos
electorales, a dialogar y a apostar a la “reconci-
liación”. Su influencia en el seno de las diversas
coaliciones formadas por la oposición desde la
elección de Chávez en 1998 fue variando en fun-
ción del peso relativo de los radicales. Cuando
ganaron, como en las elecciones regionales de
2008 y en las legislativas de 2010, su estrategia
electoral infló las velas de los “centristas”. Las
derrotas, como la de Henrique Capriles frente
a Maduro en la presidencial de 2013, estimularon
a los partidarios del boicot a las urnas, que prefie-
ren las movilizaciones callejeras.
La posición centrista está asociada a los dos
partidos de oposición más importantes: Primero
Justicia (PJ, 28 de 109 bancas de la oposición en
la Asamblea) y Acción Democrática (AD, 25 ban-
cas), aunque algunos dirigentes no dejaron de
entrar y salir de ambas. PJ nació de diversas cam-
pañas a favor de una reforma política en el curso
de los años noventa. Fue inscrito en el registro de
los partidos políticos en el año 2000. AD, por su
parte, sigue siendo el mayor partido histórico del
país. Compartió el poder con la formación demó-
crata cristiana, el Comité de Organización Políti-
ca Electoral Independiente (Copei), entre el re-
torno a la democracia en 1958 y el comienzo de la
Revolución Bolivariana en 1999.
En el seno de ese grupo Capriles, dirigente del
PJ, tiene el crédito de haber sabido romper con la
estrategia inicial de boicot que había permitido a
Chávez detentar el poder en los niveles nacional,
regional y municipal entre 2000 y 2006. Prag-
mático, condujo a la Mesa de Unidad Democráti-
ca (MUD), coalición de la oposición formada en
enero de 2008, hacia un posicionamiento menos
derechista. Bajo su impulso, los documentos de la
MUD siguieron proclamando la “necesaria reac-
tivación económica”, la “indispensable recons-
trucción democrática de las instituciones” o la
“urgencia de una recomposición social del país”.
Pero también reconocieron el apoyo popular del
que gozaba Chávez y la necesidad de continuar
algunos de sus programas sociales (6).
Las elecciones legislativas de 2010 ratificaron
la posición de los centristas. El episodio cimentó
la unidad de la MUD alrededor de la candidatu-
ra de Capriles en la presidencial de 2012. El can-
didato había adoptado entonces un programa de
centroizquierda: promoción de la iniciativa pri-
vada y consideración de las cuestiones sociales.
La evolución no tenía nada de anecdótico para
algunos miembros de la oposición que antes ha-
bían abogado por el achicamiento de un Estado
considerado demasiado grande, por el retorno a
una economía de mercado y por la privatización
de la economía, inclusive del sector petrolero.
Mientras que los radicales no hablaban más que
de persecuciones judiciales contra los miembros
del gobierno, Capriles ponía el acento en la re-
conciliación y la unidad nacional.
En 2012 Chávez prevaleció holgadamente con
un margen del 11%, pero su muerte en marzo de
2013 precipitó otro escrutinio, en el que Capri-
les perdió por apenas un 0,7 % frente a Maduro.
Esa sucesión de fracasos, sin embargo, reforzó el
poder de los radicales. Una vez más Capriles se
ocultó a la sombra de López, luego de disputas
tan violentas que la revista Foreign Policy llegó a
decir que suscitaron en los medios “la misma ex-
citación que las telenovelas rosas nacionales” (7).
Descrito por un cable del Departamento de
Estado estadounidense en 2011 como “dispuesto
a ahondar las divisiones”, “arrogante, vengativo
y sediento de poder”, pero dotado “de una popu-
laridad a toda prueba, de carisma y talento para
la organización” (8), López se unió a Un Tiempo
Nuevo (UNT), otra escisión de AD formada en
1999, que se dedicaba sobre todo a soplar las bra-
sas de las movilizaciones estudiantiles de fines
de los años 2000. En 2009 funda VP. Obligado a
renunciar a los mandatos que ejercía por las acu-
saciones de corrupción, se convirtió en el opo-
nente más temido del campo chavista, elevado al
rango de héroe por las franjas más radicales de
la oposición. Ese estatus le valió las vejaciones
del poder y una pena de cárcel. En tal contexto,
a los ojos de los más desenfrenados, Capriles no
representaba más que un mirlo un poco insípi-
do comparado con el halcón López. No obstante,
un nuevo terreno de entendimiento pronto iba a
permitir la unión de las dos posiciones adversas
bajo la forma de una fusión de estrategias: una
insurrección adosada a la reivindicación de un
proceso electoral.
La MUD ganó las legislativas de 2015 con el
56% de los votos, obteniendo una mayoría de ban-
cas. Pero, mientras que los miembros de la coali-
ción se habían puesto de acuerdo en la necesidad
de llegar al poder, no habían elaborado ningún
proyecto para poner en marcha una vez que llega-
ran. Fuera de su voluntad manifiesta de derrocar
a Maduro “en seis meses”, sus reivindicaciones se
reducían a la liberación de “presos políticos” –en
especial López– y a la suspensión de algunos de
los programas sociales más populares del país. En
un contexto de caos económico, de escasez y de
inseguridad creciente, las prioridades de los dipu-
tados volvían a fracasar al no coincidir con las de
la población. A lo largo de todo este período, las
encuestas de opinión dan testimonio del podero-
so ascenso de los “ni ni”, es decir, los que rechazan
tanto al poder madurista como a la oposición. Se-
gún las encuestas, en 2017 ese grupo representaba
cerca de la mitad de la población (9).
A la deriva
Ese mismo año la MUD implosionó. Maduro creó
la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) para
sortear al órgano legislativo tradicional, en ma-
nos de la oposición, cuya legitimidad impugna so
pretexto de sospechas de compra de votos de tres
diputados del Estado de Amazonas. La ANC no es
reconocida ni por Estados Unidos ni por la Orga-
nización de los Estados Americanos (OEA). La si-
tuación parecía favorable a las franjas radicales,
que obtienen gran parte de su apoyo del extranje-
ro. Pero cinco gobernadores enrolados en las filas
de la MUD finalmente prestan juramento ante la
nueva Asamblea. Una vez más aparecen las frac-
turas en el seno de la oposición.
| 25
Las huestes de los partidarios de la vía electo-
ral crecen con el refuerzo de chavistas –a veces
ex ministros del presidente fallecido– y, mayo-
ritariamente, de militantes socialistas a quienes
la corrupción, el autoritarismo y el caos econó-
mico condujeron a la ruptura. En la presidencial
de mayo de 2018 apoyan la candidatura de Henri
Falcón, quien padece las críticas más acerbas en
el seno mismo de la oposición: la señora Macha-
do califica su actitud conciliatoria de “repulsi-
va e indignante” (10). Maduro prevalece con el
68% de los votos y una participación raquítica
del 46%. El nuevo fracaso de los moderados fas-
cina a los radicales, en cuya primera fila estaba
un tal Juan Guaidó.
La autoridad de este último en la nebulosa
de la oposición, no obstante, sigue siendo frágil.
Días antes del discurso
donde se autoproclamó
Voluntad presidente, Capriles
denunciaba las tentati-
Popular siempre vas de imposición por
la fuerza de “ciertos”
consideró que miembros de la opo -
sición, que a su juicio
la participación parecían dispuestos a
en las elecciones transformar a la po -
blación venezolana en
tendía a legitimar “carne de cañón” (11).
Después de una unión
un poder de fachada, en los días
siguientes a la autopro-
autoritario. clamación de Guaidó
las críticas se volvie-
ron a endurecer puesto
que el objetivo inicial,
el rápido derrocamiento de Maduro, no había
sido alcanzado. El 15 de febrero, un artículo de
The Wall Street Journal comprobaba que pese a
la convicción de VP y de sus aliados estadouni-
denses de que “el régimen del presidente Nico-
lás Maduro se derrumbaría rápidamente no bien
Washington se ocupara de privarlo de sus apo-
yos militares para precipitar su partida, las cosas
no ocurrieron así” (12).
Una vez más, la incapacidad de la oposición
para ponerse de acuerdo en una estrategia de to-
ma del poder habrá hecho pasar al segundo plano
su debilidad principal: su fracaso en proponer un
proyecto político coherente y susceptible de con-
vencer a una mayoría de ciudadanos. Mientras
que Maduro todavía puede movilizar a una parte
de la población, la persistencia de lógicas de clan
en el seno de la oposición compromete la búsque-
da de una solución pacífica a la crisis actual. g
1. “Open letter by over 70 scholars and experts
condemns US-backed coup attempt in Venezuela”,
24 de enero de 2019, opendemocracy.net
2. Michael Selby-Green, “Venezuela crisis: Former
UN rapporteur says US sanctions are killing
citizens”, The Independent, Londres, 26-1-19.
3. Véase Renaud Lambert, “Contrarrevolución en
la contrarrevolución”, Le Monde diplomatique,
edición Cono Sur, diciembre de 2016.
4. Kejal Vyas, “China holds talks with Venezuelan
opposition on debt, oil projects”, The Wall Street
Journal, Nueva York, 12 de febrero de 2019.
5. Véase Alexander Main, “El estallido venezolano”, Le
Monde diplomatique, edición Cono Sur, abril de 2014.
6. “Lineamientos para el programa de gobierno de unidad
nacional (2013-2019)”, MUD, Caracas, 23 de enero de 2012.
7. Roberto Lovato, “The making of Leopoldo López”,
Foreign Policy, Washington, DC, 27 de julio de 2015.
8. Ibid.
9. Yesibeth Rincón, “Crecen los ‘ni ni’ ante falta de soluciones
a la crisis”, Panorama, Maracaibo, 2 de enero de 2017.
10. Orlando Avendaño, “Machado sobre candidatura de Henri
Falcón en presidenciales de Maduro: ‘Es repulsiva e indignante’”,
PanAm Post, 5 de marzo de 2018, es.panampost.com
11. “¿Quién es el enemigo de la Asamblea Nacional?”,
13 de enero de 2019, henriquecapriles.com
12. David Luhnow y Juan Forero, “Risk of stalemate mounts in
Venezuela”, The Wall Street Journal, 15 de febrero de 2019.
*Profesora de Política Comparada en la Universidad
de Europa Central de Budapest, Hungría.
Traducción: Víctor Goldstein
26 | Edición 237 | marzo 2019

Dossier
Venezuela:
la crisis sin fin

Vigésimo aniversario de la asunción de Hugo Chávez como Presidente de Venezuela, Caracas, 2-2-19 (Yuri Cortez/AFP)

Hacía mucho que Estados Unidos no intervenía tan groseramente en su patio trasero
como lo está haciendo hoy en Venezuela. Esta intromisión coincide con un ciclo de
gobiernos latinoamericanos de derecha dispuestos a destruir cualquier iniciativa de
autonomía regional. ¿Cuáles son los fundamentos de esta agresiva política antichavista?
Neointervencionismo estadounidense y desintegración regional

America is back
por Federico Vázquez*

E
l proceso chavista, desgastado
y degradado desde la muerte de
Chávez, perdió las simpatías ex-
ternas que supo cosechar duran-
te varios años. Es frecuente ver en
las redes o en artículos de opinión
a intelectuales que “le sueltan la mano” a una Ve-
nezuela que desde hace algunos años sólo expor-
ta malas noticias. Sin cinismo, pero sin falsa ino-
cencia, un historiador podría decir que no hay
novedad en el frente: las revoluciones suelen de-
cepcionar con el tiempo a muchos y, todavía peor,
suelen fracasar. Y en un contexto mundial donde
desapareció el “afuera” al sistema capitalista, es
sospechosa la viabilidad de un proceso político
que se piensa a sí mismo como “socialista”. Aho-
ra bien, también deprime que esa mirada crítica
sobre el chavismo –o de discrepancia total, si se
prefiere– impida ver una amenaza bastante más
expansiva a nivel continental antes que la suerte
de un proceso político particular.
Los datos son abrumadores y, a diferencia de
otros tiempos oscuros, públicos. El gobierno de
Estados Unidos decidió que Venezuela es un país
caribeño, pero no sudamericano. Y decidió tra-
tarlo como tal. El gobierno de Donald Trump
tomó como suya una política antichavista muy
agresiva ansiada desde hace años por los refe-
rentes republicanos de la Florida (Marco Rubio,
Rick Scott y Mario Díaz-Balart), designó a un lí-
der opositor como nuevo presidente legítimo y
declaró en reiteradas oportunidades –y en boca
del propio Trump, el vice Mike Pence o el secre-
tario de Estado Mike Pompeo– que “todas las op-
ciones están sobre la mesa”, que es como Estados
Unidos suele anunciar la posibilidad de una in-
vasión o ataque militar a otro país. Aun más ex-
plícito: la ayuda humanitaria financiada por la
agencia estatal USAID (Agencia de Estados Uni-
dos para el Desarrollo Internacional) llegó a las
fronteras venezolanas en febrero y fue anticipa-
da por viajes relámpago de la máxima autoridad
del Comando Sur del Ejército de Estados Uni-
dos, Craig Faller. El almirante fue al municipio
de Cúcuta (Colombia) el 1° de febrero y a la isla
de Curazao (colonia holandesa) el día 14, lugares
por los que ingresaría la ayuda humanitaria a Ve-
nezuela a fines de mes.
Semejante nivel de intervención estadouni-
dense –con la amenaza del uso de la fuerza mili-
tar latiendo detrás– no tiene muchos registros en
la historia de América del Sur. Tal vez ninguno, si
descontamos el formato de “cooperación” y “asis-
tencia” con las dictaduras militares.
“America is back again” y converge con un ci-
clo de gobiernos de derecha que tienen como pre-
misa desandar todas las instancias de articulación
regional. El alineamiento aparece no sólo como
brusco, sino como caprichoso: ¿qué incentivos re-
cibió la región para la autodestrucción de su auto-
nomía? Vino el lobo a soplar la casa y no encontró
qué derribar.
¿Este neointervencionismo es parte de un cam-
bio estructural? ¿O es un arrebato trumpista con
funcionarios de una vieja guardia republicana que
piensa en términos de Guerra Fría? Lo que lleva a
una pregunta más interesante: ¿pensar en térmi-
nos de “Guerra Fría” es un anacronismo de nostál-
gicos conservadores o son imágenes de un futuro
donde la URSS cambia por China? Hay que agre-
gar un aspecto atávico en la tradición estadouni-
dense: la política externa es, antes que nada, in-

terna. Cuando Trump, en éxtasis delirante, dice
estar librando una batalla contra el “socialismo”,
está pensando menos en Nicolás Maduro que en la
nueva camada demócrata que se anima a usar esa
palabra maldita. La grieta ideológica crispa pero
también ordena el juego entre ambos partidos.
Línea directa con Washington
A fines de enero de 2019 Venezuela atravesaba
una situación imposible: en medio de una crisis
económica y social que llevó al exilio a millones
de personas, el gobierno de Maduro desconoció
la legitimidad de la Asamblea Nacional (AN) y
ésta desconoció la legitimidad de Maduro, que
recién estrenaba un nuevo mandato surgido de
unas elecciones de las que buena parte de la opo-
sición (mas no toda) se ausentó. Si bien en las dos
décadas de proceso chavista hubo otros momen-
tos similares (en 2005 la oposición no se presentó
a las elecciones legislativas y durante cinco años
quedó una AN chavista pura, la oposición desco-
noció resultados electorales en forma reiterada,
el chavismo cambió varias veces las reglas de jue-
go electorales, etc.), desde 2015 la grieta vene-
zolana se cristalizó institucionalmente: la opo-
sición controla un poder del Estado (la AN) y el
chavismo…. todos los demás. Esta situación de
fortaleza relativa de la oposición se combinó con
múltiples crisis internas en los liderazgos (algu-
nos con demasiados años de derrotas a cuestas).
El acuerdo político posterior al triunfo en las le-
gislativas de 2015 consistió en una rotación anual
en la presidencia de la AN entre los distintos par-
tidos opositores. En 2019 le tocaba a Voluntad
Popular, la formación más cercana a los republi-
canos de la Florida y con varios líderes presos o
exiliados (como Leopoldo López, Carlos Vecchio
o Freddy Guevara). La batuta terminó cayendo
en el joven y desconocido Juan Guaidó.
El 23 de enero, en medio de una manifesta-
ción masiva, Juan Guaidó se autoproclamó “pre-
sidente encargado” invocando el artículo 233 de
la Constitución Bolivariana. El artículo dice que
el líder de la Asamblea Nacional ejercerá la Pre-
sidencia del país si hay un “abandono” del cargo
por parte de quien está en el Poder Ejecutivo. La
AN ya había declarado ese “abandono” en ene-
ro de 2017 y lo ratificó en agosto de 2018 sin ma-
yores consecuencias reales. Para ese entonces,
el bloqueo mutuo entre la AN y los poderes cha-
vistas impedía que una decisión del Legislativo
tuviera consecuencias concretas. Pero entonces,
¿por qué se desató una crisis que ahora sí amena-
za con ser letal para el chavismo?
Dos días después de la autoproclamación de
Guaidó, The Wall Street Journal publicó una no-
ta donde se detalla que la noche anterior al 23 de
enero el vicepresidente Mike Pence habló por te-
léfono con Guaidó y le sugirió que, cita textual, “si
la Asamblea Nacional invocara el artículo 233 al
día siguiente, el presidente [en referencia a Do-
nald Trump] lo apoyaría” (1). Según el mismo
diario, ese llamado no era el principio de la rela-
ción con un líder menor para muchos venezola-
nos, sino el fin de una serie de reuniones y decisio-
nes previas que se desarrollaron en la misma Casa
Blanca. Además de los ya nombrados republicanos
de la Florida, el artículo menciona que estuvieron
reunidos con Trump por el tema Venezuela: Mike
Pompeo (secretario de Estado), John Bolton (con-
sejero de Seguridad Nacional) y –atención– Wil-
bur Ross (secretario de Comercio) y Steven Mnu-
chin (secretario del Tesoro). El motivo de la pre-
sencia de estos últimos quedó en evidencia con al-
gunas medidas posteriores al 23 de enero, como el
bloqueo de las cuentas de Citgo (empresa de Pdvsa
en Estados Unidos) y el cierre bancario de cuen-
tas y activos del Estado venezolano en países eu-
ropeos (como Gran Bretaña, donde a Venezuela le
impidieron retirar 1.200 millones de euros perte-
necientes a su Banco Central).
La oposición al chavismo, al menos desde el
golpe de Estado de 2002, siempre fue interna
y a la vez externa. Pero es evidente que en tiem-
pos donde Henrique Capriles le disputaba palmo
a palmo los votos a Chávez o a Maduro –allá por
2012-2013– el peso de la oposición interna era no-
toriamente más relevante que la externa. Hoy la
ecuación está invertida a tal punto que el nuevo lí-
der interno tiene 35 años, carece de cualquier peso
social o electoral por sí mismo y, en cambio, la opo-
sición externa logró un apoyo internacional masi-
vo que le permitió aterrizar aviones militares es-
tadounidenses en la misma frontera venezolana.
La invasión humanitaria
La hoja de ruta posterior a la autoproclamación
refuerza aun más el protagonismo de Estados Uni-
dos, eclipsando al propio Guaidó y al resto de la
oposición. Cuando el nuevo “presidente encarga-
do” se acostó ese 23 de enero habrá pensado cómo
iba a demostrar a la mañana siguiente que efec-
tivamente “gobernaba” el país. Se sabe: el poder
es un atributo que se ejerce, no se declama. Por
lo pronto, Maduro había ratificado que seguía al
frente del país y Guaidó contaba con los mismos
resortes de poder y de presión que ya tenía de su
lado: la Asamblea Nacional, manifestantes dis-
puestos a ir a marchas en las principales avenidas
de Caracas, algunos medios de comunicación y no
mucho más. Mientras se escribe esta nota, pasaron
casi cuatro semanas de invocación diaria a que las
fuerzas militares abandonen al gobierno de Ma-
duro, pero las fisuras nunca fueron más que margi-
nales. Por lo tanto, una vez más, después de la jura-
mentación de Guaidó, la dinámica del proceso vol-
vió a ubicarse fuera de las fronteras de Venezuela.
Consolidado el bloqueo bancario y petrole-
ro estadounidense y el reconocimiento a Guai-
dó de unos cincuenta países occidentales, co-
menzó a tomar fuerza la idea de ingresar a Ve-
nezuela ayuda humanitaria en forma de produc-
tos alimenticios y medicinas. Desde un primer
momento el gobierno de Estados Unidos no hizo
esfuerzos por ocultar que era el impulsor y arti-
culador de este proyecto; más bien lo contrario.
Mike Pompeo anunció el 24 de enero que Estados
Unidos donaría 20 millones de dólares en ayuda
humanitaria. Unos días después comenzaron a
circular fotos de cargamentos con el logo de la
USAID y, luego de tres semanas sin novedades in-
ternas, el 16 de febrero a la noche al menos tres
aviones Air Force viajaron desde la Florida hasta
la pequeña ciudad de Cúcuta, en la frontera con
Venezuela. El carácter de invasión militar de la
operación se podría haber suavizado de muchas
maneras (enviar la ayuda desde aviones civiles,
que sean los propios líderes de la oposición vene-
zolana quienes lleven esa ayuda, etc.) pero, por el
contrario, se eligió una escenografía bélica.
El carácter gubernamental y compulsivo de la
ayuda quedó también expuesto con el comunica-
do que divulgó la Cruz Roja Internacional el 4 de
febrero, donde explica que “con el fin de garanti-
zar el cumplimiento de su misión exclusivamente
humanitaria y de acuerdo con los principios fun-
damentales de imparcialidad, neutralidad e inde-
pendencia, no puede participar en las iniciativas
de entrega de asistencia planteadas para Venezue-
la desde Colombia” (2).
Tratando de sostener alguna lógica, cabría es-
perar que todo esto continuara siendo una “pre-
sión” para lograr que un sector relevante de los
militares le quite su apoyo al gobierno de Madu-
ro. Pero hasta ahora el gobierno de Estados Unidos
eligió pisar el acelerador sin reparar en las conse-
cuencias. Los peligros son obvios: ser responsa-
bles de una guerra civil interna, de un asedio in-
justificado a toda la población o, en el peor de los
casos, de generar un conflicto armado que se ex-
panda hasta Colombia y Brasil.
Las motivaciones de Trump
¿Cómo encuadrar este desastre venezolano y
regional? Hay dos hipótesis que conviven; el
Archivo
Venezuela en un callejón sin salida
por Temir Porras Ponceleón, Nº 233, nov. de 2018.
Transiciones pos-progresistas
por Pablo Stefanoni, Nº 227, mayo de 2018.
Dolor Venezuela
por Maristella Svampa, Nº 222, diciembre de 2017.
| 27
tiempo dirá cuál está jugando un rol más prepon-
derante. La primera, sugerida por el notable acti-
vismo de los políticos republicanos de la Florida,
da cuenta de que esta avanzada radical está pen-
sada para el pequeño pero siempre clave electo-
rado de ese estado. Como señala Arturo Sarukhán
(3), diplomático y analista mexicano, Trump ganó
la Florida en 2016 con un margen de 1,1% de vo-
tos, y en 2012 Obama lo arañó con 0,8%. La reelec-
ción de Trump el año que viene se puede jugar en
ese Estado y repetir esos márgenes estrechos. Es-
timular al votante cubano-venezolano, más aun
teniendo enfrente al votante de origen puertorri-
queño volcado abrumadoramente hacia los de-
mócratas, parece una tarea indispensable de cara
a la reelección. Al menos el senador por la Florida
Marco Rubio así lo entiende: entre el 26 de enero
y el 14 de febrero publi-
có 174 tuits, de los cua-
Cuando Trump dice les 100 fueron sobre la
situación de Venezuela.
estar librando una Pero tal vez haya otra
batalla contra el cuerda que se esté ten-
sando. Si bien fue ridi-
“socialismo”, está culizada, la obsesión de
Trump con China pa-
pensando menos rece un eje muy razo-
nable para quien lidera
en Maduro que en una potencia que desde
1989 vio desplomarse a
la nueva camada su rival del siglo XX tan-
demócrata. to como acortar distan-
cia con su rival del siglo
XXI. Trump es el presi-
dente que puso sobre la
mesa la disputa por la hegemonía económica, co-
mercial y –cuidado– por la innovación tecnológi-
ca entre Estados Unidos y China. Se pueden decir
muchas cosas de Trump, pero no es menor que el
nuevo enemigo sea quien está corriendo –y alcan-
zando– a Estados Unidos en datos clave como la
participación en el comercio mundial, el consumo
de energía, el crecimiento del PBI, el registro de
patentes, etc. Más nostálgicos e ideológicos pare-
cen los demócratas, como inmersos en una sala del
tiempo viendo una reedición de Rocky contra Iván
Drago. La Rusia de Putin, que a duras penas puede
negociar su propia estabilidad interna y discutir el
avance de la OTAN en su frontera europea, tiene
una economía que cayó por debajo del top ten en
los últimos años.
En ese marco, más allá de China (que obvia-
mente tiene presencia en Venezuela, pero que ga-
nó aun más terreno en Asia y África), lo que pare-
ce estar volviendo es una obsesión por el control
de espacios de influencia. Y, como ocurrió durante
buena parte del siglo XX, América Latina –y aún
América del Sur– es mirada por Estados Unidos
como una pieza sin mayor relevancia, salvo la de
no perder la pertenencia hemisférica bajo su man-
to. A principios de este siglo los gobiernos progre-
sistas latinoamericanos habían logrado formar
instituciones propias, iniciando un camino de au-
tonomía (siempre relativa) que hoy parece más
útil que nunca en un mundo que promete volver a
un juego de disputa brusco. La neutralidad, cierta
distancia o, al menos, freelancear con distintas po-
tencias en vez de someterse a un régimen de pa-
trón único suele ser una forma de lograr ventajas
y equilibrio. Dicho de otra manera, para mantener
algo que podamos llamar democracia y sobera-
nía en nuestra región se impone contar con algún
margen de maniobra. Exactamente lo contrario a
lo que están haciendo los actuales gobiernos de
derecha que se encaminan alegres a entregarlo to-
do a cambio de nada. g
1. “Pence Pledged U.S. Backing Before Venezuela Opposition
Leader’s Move”, The Wall Street Journal, 25-1-19 .
2. Declaración conjunta del Movimiento Internacional
de la Cruz Roja y Media Luna Roja en Colombia, 4-2-19,
https://www.icrc.org/es/document/declaracion-sobre-
venezuela-del-movimiento-de-la-cruz-roja-en-colombia
3. Arturo Sarukhán, “Venezuela, a través del
espejo de Florida”, El Universal, 6-2-19.
*Periodista.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
28 | Edición 237 | marzo 2019

Dossier
Venezuela:
la crisis sin fin

Pese a estar involucrado con el Irangate y con violaciones graves a los derechos
humanos en América Central en los años 80, Elliott Abrams fue nombrado enviado
especial a Venezuela. Hasta hace poco resistida por Trump, su designación revela la
creciente influencia de los conservadores en la política exterior estadounidense.

La oscura carrera del enviado especial estadounidense

¿Quién es Elliott Abrams?

por Eric Alterman*

E
l anuncio del secretario de Estado
estadounidense Michael Pompeo
de la designación del neoconser-
vador Elliott Abrams para el car-
go de enviado especial a Venezue-
la, el 25 de enero último, no pasó
inadvertido. La prensa interpretó la decisión de
confiar a este hombre la misión de trabajar por
el derrocamiento del presidente Nicolás Madu-
ro como una declaración de independencia de
Pompeo respecto del presidente Donald Trump.
En efecto, su desafortunado predecesor, Rex Ti-
llerson –ex presidente de Exxon Mobil–, había
deseado reclutar a Abrams. Pero Trump se había
opuesto, a pesar del lobby del aportante de fon-
dos de extrema derecha Sheldon Adelson –quien,
por lo demás, parece obtener lo que desea del
presidente–. ¿La causa de este rechazo? Abrams,
junto a otros neoconservadores, había criticado
a Trump durante las primarias republicanas de
2016. Hasta los esfuerzos del yerno del Presiden-
te, Jared Kushner, resultaron en vano; su asesor
de entonces, Stephen Bannon, logró convencer al
titular de la Casa Blanca de que la reputación de
“globalista” de Abrams lo desacreditaba.
Según la revista Bloomberg, este ascenso revela
un “giro”: “Sus posiciones son representativas de
una política exterior que Trump había combatido
durante su campaña –especialmente, el apoyo a
la guerra de Irak, que critica desde hace mucho
tiempo–. Pero Abrams, al igual que el Presiden-
te, parece haber cambiado” (1). Esta idea de que
“la gente cambia” figura también entre las expli-
caciones dadas por Abrams con el fin de que se
olvide su papel en el gran escándalo del Iranga-
te –cuando la administración del presidente Ro-
nald Reagan había financiado su apoyo a los “con-
tras” antisandinistas en Nicaragua a través de la
venta secreta de armas a Teherán–, presentado
como insignificante. Enredado en este escánda-
lo, Abrams debió sin embargo declararse culpa-
ble de dos cargos de ocultamiento de información
al Congreso. Fue expulsado del Colegio de Abo-
gados del distrito de Columbia, y posteriormente
indultado por el presidente George H. W. Bush.
“No creo que eso tenga la menor importancia –co-
mentó–. No nos interesa lo sucedido en los años
1980, sino lo que sucede en 2019” (2).
Aliado de la extrema derecha
A juzgar por el pasado de Abrams, el año 2019 co-
rre el riesgo de ser desastroso para el pueblo ve-
nezolano. Asistente adjunto en el Congreso antes
de su designación en la administración Reagan
en una serie de cargos relacionados con los de-
rechos humanos en América Central, nuevamen-
te en funciones en la segunda administración del
presidente George W. Bush, desempeñó luego un
rol militante en el seno de un think tank, el Coun-
cil on Foreign Relations (Consejo de Relaciones
Exteriores), y de varias organizaciones judías
conservadoras. A excepción de Henry Kissinger
y Richard “Dick” Cheney, pocos altos funciona-

rios estadounidenses hicieron tanto para promo-
ver la tortura y los asesinatos en masa en nombre
de la democracia. Después del Irangate, su ascen-
so a las altas esferas de la política exterior esta-
dounidense, con la ayuda de un tratamiento me-
diático que lo mostraba como una personalidad
respetable, explica la realidad de este pequeño
mundo. Y, en particular, su falta de preocupación
por los valores que los políticos estadounidenses
suelen comprometerse a defender.
A comienzos de su carrera, al servicio de los
senadores demócratas Henry “Scoop” Jackson
y Daniel Patrick Moynihan, Abrams contribuyó
con los esfuerzos de los neoconservadores por
convertir el Partido Demócrata de los años 1970
al intervencionismo bélico. Pero, excluidos de los
altos puestos de la administración por el presi-
dente James Carter, éstos terminaron cambian-
do de rumbo. “Fuimos totalmente excluidos –se
queja Abrams–. Sólo obtuvimos un puesto insig-
nificante: negociador especial. No para la Poli-
nesia, ni para la Macronesia, sino para la Micro-
nesia” (3). Tras haberse instalado cómodamente
en el corazón de la administración Reagan, subió
rápidamente los peldaños en el seno del Depar-
tamento de Estado. Pasó por el cargo de subse-
cretario para Asuntos de Organizaciones Inter-
nacionales, luego –lo que es bastante irónico– de
“Derechos Humanos”, y finalmente de Asuntos
Interamericanos. En este último cargo, protegió
al secretario de Estado George Shultz de los ata-
ques de los reaganianos que querían entrar en
guerra con la Unión Soviética, iniciando una se-
rie de conflictos de poder en América Central.
La extrema derecha latinoamericana pocas
veces contó con un aliado estadounidense tan
enérgico como Abrams. Aun cuando la polémi-
ca recayera sobre la masacre de cientos, e inclu-
so miles de campesinos inocentes en El Salvador,
Nicaragua, Guatemala o incluso Panamá (que
George H. W. Bush terminó invadiendo), éste
siempre sabía encontrar un chivo expiatorio pa-
ra ocultar su responsabilidad: los periodistas, los
militantes por la justicia, e incluso las víctimas.
En auxilio de los asesinos
En marzo de 1982, el general guatemalteco Efraín
Ríos Montt se adueñó del poder a través de un
golpe de Estado. Por entonces subsecretario de
Derechos Humanos, Abrams lo felicitó rápida-
mente por haber “aportado progresos conside-
rables” en materia de derechos fundamentales.
Insistió en el hecho de que “el número de civiles
inocentes asesinados disminuye progresivamen-
te” (4). Al mismo tiempo, según un documento
desclasificado, el Departamento de Estado re-
cibía sin embargo “declaraciones fundadas so-
bre masacres a gran escala de hombres, mujeres
y niños indígenas perpetradas por el ejército en
una zona alejada”. Lo que no impidió en absolu-
to que Abrams solicitara al Congreso proveer a
los militares guatemaltecos de armas modernas,
dado que “el progreso debe recompensarse y fo-
mentarse”. En 2013, la Comisión para el Escla-
recimiento Histórico, creada bajo el auspicio de
las Naciones Unidas, consideraría al general Ríos
Montt culpable de “actos de genocidio” contra
los mayas ixiles del departamento de Quiché.
Ascendido en 1985 al cargo de subsecretario
de Asuntos Interamericanos, Abrams no dejó de
condenar a las organizaciones que denunciaban
los asesinatos masivos perpetrados por el general
dictador Ríos Montt, y luego por sus sucesores,
Oscar Mejía Víctores y Vinicio Cerezo Arévalo.
En abril de 1985, la militante guatemalteca Ma-
ría Rosario Godoy de Cuevas, dirigente del Grupo
de Apoyo Mutuo, una organización que agrupa a
madres de desaparecidos, fue hallada muerta en
un automóvil chocado con su hijo de 3 años y su
hermano. No conforme con sostener la hipóte-
sis (poco creíble) del accidente presentada por
el régimen, Abrams denunció ante la justicia a
aquellos que reclamaban la apertura de una in-
vestigación. Cuando The New York Times publi-
có una carta abierta cuestionando las cifras del
Departamento de Estado respecto de los asesi-
natos en masa, redactada por una mujer testigo
de una ejecución sumaria realizada en pleno día
en Ciudad de Guatemala sin que la prensa se hi-
ciera eco de ello, le envió una carta al jefe de re-
dacción donde mintió descaradamente. Llegó in-
cluso a citar un artículo inventado, publicado en
un diario inexistente, con el fin de probar que ese
asesinato había sido de hecho informado por los
medios de comunicación.
En 1982, The New York Times y The Washing-
ton Post publicaron artículos sobre una masa-
cre cometida un año antes por tropas formadas y
equipadas por Estados Unidos en la región de El
Mozote, en El Salvador. Acudiendo en auxilio de
los asesinos, Abrams declaró ante una comisión
del Senado que los artículos “no son creíbles” y
que “visiblemente” se trataba de un “incidente
instrumentalizado” por la guerrilla. En 1993, la
Comisión de la Verdad de Naciones Unidas con-
cluyó que cinco mil civiles fueron “deliberada y
sistemáticamente” asesinados en El Mozote.
En 1985, cuando el dictador panameño Ma-
nuel Noriega ordenó la tortura y decapitación
del guerrillero Hugo Spadafora, Abrams inter-
vino ante el Departamento de Estado y el Con-
greso para imponer el silencio sobre este caso.
“[Noriega] nos ayuda mucho, explicaba [...]. No
genera realmente problemas. [...] Los panameños
prometieron que nos ayudarían a combatir a los
‘contras’. Si ustedes lo denuncian judicialmente,
ya no podremos contar con ellos” (5).
Abrams se encuentra involucrado en el escán-
dalo Irangate en varios niveles. En 1986, un piloto
mercenario estadounidense fue derribado cuan-
do transportaba armas ilegales destinadas a los
“contras” nicaragüenses. Abrams apareció en-
tonces en CNN para asegurar que el gobierno es-
tadounidense no estaba de ninguna manera vin-
culado a esos vuelos. “Sería ilegal –explicaba–.
No tenemos derecho a hacerlo y no lo hacemos.
No se trata de ninguna manera de una operación
del gobierno estadounidense. [...] Si así fueron las
cosas, si estadounidenses fueron asesinados y sus
aviones derribados, es porque el Congreso no ac-
túa [para financiar a los ‘contras’]”. Luego repitió
ante dos comisiones del Congreso que el vuelo no
había sido “ni organizado, ni ordenado, ni finan-
ciado por el gobierno estadounidense”. En varias
oportunidades, aseguró en el Congreso que “la
función del Departamento de Estado [en materia
de ayuda a los ‘contras’] no era recaudar fondos
sino tratar de obtenerlos del Congreso”. En cada
oportunidad, mintió. El suministro de armas era
financiado por el teniente coronel Oliver North
y la Central Intelligence Agency (CIA). Cuando
hacía estas declaraciones, Abrams acababa de
llegar de Brunei, donde había recaudado fondos
para los “contras”. En 1991, la revelación de estas
falsedades le valió su condena por ocultamiento
de información al Congreso.
Si bien Abrams no logró inmiscuirse en la ad-
ministración de William Clinton, fue reclutado
por su sucesor, George W. Bush, para trabajar en el
Consejo Nacional de Seguridad en cuestiones re-
| 29
lacionadas con Israel y Palestina. Su mayor logro
de entonces, revelado por David Rose en Vanity
Fair, fue impedir que las elecciones de 2006 con-
dujeran a un gobierno de coalición entre Hamas y
Al Fatah en Cisjordania y la Franja de Gaza, cons-
pirando con el segundo para obligar al gobierno
electo, dominado por Hamas, a exiliarse en Gaza
(6). Esta maniobra selló una división cuyo final no
se avizora entre estas dos facciones, actualmente
incapaces de negociar una paz duradera con Is-
rael (suponiendo que Israel estuviera dispuesto
a hacerlo). Finalmente, según una investigación
del semanario británico The Guardian (7), Abrams
habría fomentado en 2002 el golpe de Estado mi-
litar en Venezuela contra el gobierno democráti-
camente elegido de Hugo Chávez (que abortó tras
una inmensa movilización popular).
Sin cuestionamientos
Ninguno de estos hechos de armas impidió
que el Council on Foreign Relations recibie-
ra a Abrams entre sus
miembros permanen-
Pocos altos tes en 2009, otorgán-
dole así una legitimi-
funcionarios dad de “experto”. Este
prestigioso think tank
estadounidenses sólo manifestó cier-
to malestar cuando su
hicieron tanto para nuevo recluta arreme-
promover la tortura tió contra el presiden-
te Barack Obama por
y los asesinatos en haber designado para
el cargo de secretario
masa en nombre de de Defensa a Charles
Hagel –un “antisemi-
la democracia. ta” que “parece tener
problemas con los ju-
díos”, según él (Natio-
nal Public Radio, 7 de
enero de 2013)–. Richard Haass, director de la
organización, consideró este comentario “absur-
do” (ABC, 13 de enero de 2013). Ningún miembro
parece en cambio molesto por su contribución
a manipulaciones electorales, masacres o geno-
cidios. Su designación en el Council on Foreign
Relations y, actualmente, en el cargo de enviado
especial de Estados Unidos a Venezuela muestra
la influencia de los conservadores en la política
exterior estadounidense. g
1. Jennifer Jacobs y Nick Wadhams, “‘Never
Trumpers’ can get State Department jobs with
Pompeo there”, Bloomberg, Nueva York, 31-1-19.
2. Citado en Grace Segers, “US envoy to Venezuela
Elliott Abrams says his history with Iran-Contra isn’t
an issue”, CBS News, 30-1-19, www.cbsnews.com
3. Citado en Samuel Blumenthal, The Rise of the Counter-
Establishment. The Conservative Ascent to Political Power,
Union Square Press, Nueva York, 2008 (1ra ed. 1986).
4. Citado en Samuel Totten (director), Dirty Hands and Vicious
Deeds. The US Government’s Complicity in Crimes Against
Humanity and Genocide, University of Toronto Press, 2018.
5. Citado en Stephen Kinzer, Overthrow: America’s
Century of Regime Change from Hawaii to
Iraq, Times Books, Nueva York, 2006.
6. David Rose, “The Gaza bombshell”, The
Hive, 3-3-08, www.vanityfair.com
7. Ed Vulliamy, “Venezuela coup linked to Bush
team”, The Guardian, Londres, 21-4-02.
*Periodista.
Traducción: Gustavo Recalde
30 |
Desde la invasión a Irak, en marzo de 2003, el ejército
estadounidense financia nuevas tecnologías para detectar a
los “insurgentes”. Apoyándose en las ciencias sociales y en la
recopilación masiva de datos digitales, estas herramientas tienen
aplicaciones mucho más allá de las zonas de guerra.
Las ciencias sociales al servicio de la “contrainsurgencia”
El intelectual
como soldado
por Olivier Koch*
D
etrás de una pantalla, un mi-
litar maneja un dron. A miles
de kilómetros de la zona de
operaciones, abre fuego sobre
individuos en tierra. Esta es-
cena, que se ha vuelto habitual, se desarro-
lla en Irak, Yemen y en África, en el marco
de la lucha contra Al Qaeda en el Magreb
Islámico y Boko Haram.
¿Cómo detectar al enemigo? Los mili-
tares ya no apuntan a un individuo iden-
tificado por la inteligencia humana, sino
a un estereotipo conductual: una estruc-
tura de datos que caracteriza un compor-
tamiento anormal. Si los analistas lo con-
sideran peligroso, pueden contemplar su
“neutralización”. A menudo, su identi-
dad, su nombre, se desconocen antes de
que se produzca su muerte. Lo que impor-
ta es, ante todo, la recopilación de indicios
y datos masivos capaces de conformar
una “firma” conductual: ¿qué hace?, ¿a
quién frecuenta cotidianamente?, ¿adón-
de se dirige? Programas informáticos ela-
boran luego perfiles y separan a aquellos
que se desvían de la norma.
La informatización del campo de ba-
talla se remonta a los años 1940 y al naci-
miento de la cibernética. Se desarrolló en
Estados Unidos durante la guerra de Viet-
nam (1955-1975), gracias a las investiga-
ciones realizadas en el seno de la Agencia
de Proyectos de Investigación Avanzada
de Defensa (DARPA). Desde entonces, el
ejército utiliza las computadoras y los da-
tos masivos para guiar las armas, dirigir
misiles a distancia. Pero la ocupación de
Irak marcó un giro. De manera inédita, el
Pentágono utilizó la informática conecta-
da para guiar a los ejércitos en el “terreno
humano” –un eufemismo militar que de-
signa a las poblaciones–.
En 2003, la guerra regular, tras haber
provocado la caída del régimen de Saddam
Hussein, cedió lugar a un conflicto asimé-
trico que enfrentaba a las fuerzas de la coa-
Gustavo Cimadoro (cima-cima-doro.tumblr.com)
lición internacional con grupos armados.
En esa ocasión, el ejército estadouniden-
se reanudó el arte de la contrainsurgencia
ya puesto en práctica en Vietnam. Con un
doble objetivo táctico: distinguir al comba-
tiente del no combatiente, y limitar el apo-
yo de los civiles a los grupos armados. En
esa lógica de guerra centrada en la pobla-
ción, el ejército de ocupación utilizó una
nueva cartografía social. Ni montañas, ni
llanuras, ni cursos de agua figuraban allí.
En lugar de ello, esas herramientas geolo-
calizaban “insurgentes” en las redes socia-
les. Lo que hacían los habitantes, sus des-
plazamientos y sus relaciones con otros
individuos se describían y visualizaban en
pantallas de control. El enemigo (el “in-
surgente”) aparecía en esos mapas como
el centro de una red que debía eliminarse.
Radares sociales automáticos
Los programas informáticos de la contra-
insurgencia se basan en modelos conduc-
Edición 237 | marzo 2019
tuales cuya concepción y funcionamiento
utilizan dos tipos de recursos: investiga-
dores en ciencias sociales, que analizan
minuciosamente a las sociedades autócto-
nas, y una estrecha vigilancia de las pobla-
ciones. En 2008, el área de investigación e
ingeniería del Departamento de Defensa
elaboró un programa de modelización del
comportamiento: el Human Socio-Cultu-
ral Behavior Modeling Program (HSCB),
donde se desarrolló el proyecto de Radar
Social. Este programa informático proce-
sa macrodatos extraídos de los medios de
comunicación, las redes sociales y la inte-
ligencia militar. Se trata de detectar senti-
mientos y opiniones que, en el seno de las
poblaciones, podrían modificar el curso
de los conflictos: una muestra de simpatía
por un nuevo líder contestatario, por ejem-
plo, o, por el contrario, una manifestación
de antipatía respecto de los ejércitos de
ocupación. Para lograrlo, este radar com-
bina el análisis de conversaciones en línea
con el análisis de sentimientos. Detecta los
principales temas sobre los que discuten
los internautas, luego los asocia a los senti-
mientos expresados. Así, se perfilan “cons-
telaciones de sentimientos-objetivos” (1),
que el ocupante explota luego a través de
campañas de propaganda o de operaciones
psicológicas (Psyop). Así como los radares
de aviones y barcos detectan cuerpos en
zonas de enfrentamiento, el Radar Social
se dedica a penetrar la profundidad psico-
social de las sociedades para detectar allí
cambios en tiempo real.
A lo largo de los siglos XIX y XX, la mo-
ral de los civiles estuvo en el centro de las
preocupaciones políticas y militares, y por
ende de la propaganda de Estado. Una gue-
rra, ya sea contrainsurgente o convencio-
nal, difícilmente se gana sin su apoyo, y las
ciencias sociales y humanas se utilizaron
con frecuencia para intentar ganarla. Se
movilizaron sus saberes para perfeccionar
técnicas de persuasión. Psicólogos, soció-
logos o politólogos trabajaron para elabo-
rar este tipo de tecnologías de control de
las sociedades por parte de los Estados. Los
instrumentos de radiografía social que sur-
gieron en Irak pertenecen a esta tradición,
pero se distinguen al menos en dos puntos.
Se observa allí una ambición, cercana a la
fantasía, de automatizar la detección de in-
surrecciones e inestabilidades sociales. Las
máquinas y las computadoras reemplazan
aquí el análisis humano. El tiempo “real”, la
inmediatez, debe reemplazar el largo tiem-
po de las observaciones y la interpretación.
Adiós a los expertos que susurran visiones
contradictorias al oído del jefe de guerra:
la automatización proscribe, en la medida
de lo posible, a los intérpretes y sus conje-
turas. Moviliza en cambio a investigadores
en ciencias sociales y otros especialistas
del comportamiento humano, que señalan
regularidades observadas en las socieda-
des que, de una forma u otra, se converti-
rán en algoritmos. Su trabajo se detiene allí;
la máquina toma el relevo.
La automatización de la predicción se
desplegó durante la contrainsurgencia en
Irak. En el marco del programa de mode-
lización del comportamiento humano, el
Pentágono financió un sistema de alerta
de crisis inminente: el Integrated Crisis
Early Warning System (ICEWS). Este sis-
tema explota datos sobre diversos países y
sus poblaciones. El oráculo es un autóma-
ta, una máquina de procesamiento de da-
tos incorporados a través de los medios de
comunicación y las redes sociales. En estas
previsiones sólo cuenta la gestión securita-
ria de los movimientos sociales. En los ma-
pas de vigilancia automatizada, lo justo y
lo injusto no son puntos cardinales. El pro-
grama elabora un mapa de las sociedades
del mundo únicamente según las polarida-
des de lo estable y lo inestable.

Sin embargo, a pesar de todas las tecno-
logías utilizadas en el ICEWS o en el Radar
Social, la predicción automatizada funcio-
na mal. Como se trata de predecir trastor-
nos a través de los discursos vehiculizados
por los medios de comunicación y las redes
sociales, la crisis o bien ya está declarada (y,
por ende, la predicción es literalmente nu-
la) o se manifiesta de otra manera, sin apa-
recer, en este caso, en los radares de estas
máquinas. Las revueltas árabes de 2011 y
2012 escaparon así a los radares algorítmi-
cos, cuyos programadores parecían igno-
rar que los levantamientos no comienzan
ni en Facebook ni en Twitter, sino fuera de
línea, en regiones pobres, tal como sucedió
en Egipto o en Túnez. Otra debilidad del
instrumento de medición: los medios de
comunicación escaneados por estas herra-
mientas informáticas no brindan siempre
una lectura fiel de la realidad, en particular
cuando son controlados por el régimen es-
tablecido en el lugar o por poderosos inte-
reses económicos.
Militarización del saber
El Departamento de Defensa implementó
varios proyectos para desarrollar la inves-
tigación aplicada a la guerra centrada en
las poblaciones. De este modo, el mundo
universitario contribuyó activamente a
la creación de la nueva ingeniería de da-
tos socioculturales. Realizada bajo la égi-
da de la Minerva Research Initiative, por
el nombre de la diosa romana de la gue-
rra y la estrategia, esta militarización de
las ciencias sociales permitió el financia-
miento, en el seno mismo de las univer-
sidades, de trabajos sobre la sociología y
la psicología de las redes “terroristas” y
la modelización de comportamientos es-
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académicos y público en general.
tereotipados de “insurgentes”. Converti-
do a los imperativos tácticos del Pentágo-
no por la irresistible virtud de los dólares,
el mundo del saber acepta transformar el
contraterrorismo y la contrainsurgencia,
tareas soberanas por excelencia, en obje-
tos de investigación científica.
La movilización de los saberes excede
sin embargo el marco universitario. En
2011, el Cultural Knowledge Consortium
(CKC) se creó para concentrar la investi-
gación pública y privada. Investigadores
especializados se codeaban allí con ex-
La informatización
del campo de
batalla se remonta
a los años 1940 y
al nacimiento de la
cibernética.
pertos que trabajaban en los mismos te-
mas en el seno de asociaciones, industrias
privadas o en el Departamento de Defen-
sa. Se trataba de poner en red los conoci-
mientos sobre las sociedades autóctonas y
volverlos accesibles para todos los miem-
bros del consorcio a partir de un portal en
línea. El proyecto finalizó en 2013, pero
la Global Cultural Knowledge Network
(GCKN) tomó el relevo en 2014. Esta or-
ganización apunta a “concentrar toda la
capacidad intelectual de Estados Unidos
para las próximas misiones del ejército
guiando el conocimiento sociocultural
hasta la toma de decisiones” (2).
Con este giro cultural de la guerra, sur-
gen nuevos sectores en el seno del com-
plejo militar-industrial. Además de la
GCKN y el programa de modelización
del comportamiento humano, el Pentá-
gono invierte en “los métodos computa-
cionales para modelizar [...] los sistemas
sociológicos”, en “el análisis científico de
datos” y el “desarrollo de algoritmos” (3).
Esta reorientación se observa también
en los prestatarios privados. Diseñadora
desde 1958 de herramientas de defensa
aérea, la Mitre Corporation, por ejem-
plo, desarrolla desde la segunda mitad de
los años 2000 programas informáticos de
análisis de las redes sociales en contextos
de contrainsurgencia. Su eslogan: “resol-
ver los problemas para un mundo más se-
guro”. Del mismo modo, Aptima, empre-
sa especializada en “ingeniería centrada
en lo humano”, lleva a cabo desde 2006
varias investigaciones financiadas por el
Departamento de Defensa sobre la de-
tección-predicción de comportamientos
sospechosos a través de estadísticas y de
ciencias sociales computacionales.
La modelización del comportamiento
entró en una fase industrial. Más allá del
mercado militar y antiterrorista, la detec-
ción y la previsión automatizadas de la
inestabilidad social sedujo a los profesio-
nales de la seguridad. En 2013, la empresa
estadounidense Navanti había desarrolla-
do por ejemplo el programa Native Pros-
pector para analizar poblaciones en Áfri-
ca del Norte y África del Este. El objetivo
entonces era contener la expansión de Al
Qaeda en la región. En 2017, utilizando
idénticas tecnologías, Navanti ofreció sus
www.eldiplo.org
| 31
servicios a empresas que deseaban desa-
rrollarse en la región o en Medio Orien-
te. Otros reconvirtieron las herramien-
tas inicialmente desarrolladas contra el
terrorismo en instrumentos de marke-
ting supuestamente capaces de explorar
la conciencia de los consumidores. Crea-
da en 2007 para proveer al gobierno esta-
dounidense “soluciones innovadoras en
ciencias sociales” –tal como lo señala su
sitio de internet– en materia de seguridad
o defensa, la empresa NSI amplió a partir
de 2011 su clientela a empresas comercia-
les. Después de todo, mapear y predecir
las “insurrecciones” implica los mismos
razonamientos de predicción conductual
que el marketing.
La ocupación de Irak funcionó como
un laboratorio donde se experimentaron
formas de control social automatizado
y predictivo concebidas para perseguir
“insurgentes”. Estos procedimientos
perduraron en los años 2010 en otras zo-
nas de enfrentamiento, especialmente en
África Subsahariana. Actualmente mi-
graron al terreno civil: después de todo,
la ingeniería de datos socioculturales no
es más que una modalidad de gestión de
las poblaciones. g
1. Barry Costa y John Boiney, “Social radar”, Mitre
Corporation, Mc Lean (Virginia), 2012, www.mitre.org
2. “Global Cultural Knowledge Network”,
https://community.apan.org
3. “Socio-cultural analysis with the reconnaissance,
surveillance, and intelligence paradigm”,
US Army Engineer Research Development
Center, 2014, http://nsiteam.com
*Docente e investigador.
Traducción: Gustavo Recalde
PRÓXIMAMENTE
El Atlas del
peronismo
32 |
En los últimos años, la creciente valorización de los testimonios de las
víctimas tensiona la acción de la Justicia, que no sólo debe castigar
al culpable sino también reparar el sufrimiento padecido. Así, con las
víctimas como fiscales, el equilibrio del proceso penal tambalea.
Cuando falla el debido proceso
El peligro de la justicia
terapéutica
por Anne-Cécile Robert* nes bajó la pena a dos años de prisión en
D
urante largo tiempo, la justicia,
que tenía como objetivo priori-
tario sancionar a los criminales
y proteger a la sociedad, ignoró a
las víctimas y su sufrimiento. Con el paso de
los años, les fueron reconocidos derechos y
un estatus, lo que posibilitó una reparación
más justa del perjuicio sufrido. En este sen-
tido, cabe destacar la contribución de los mo-
vimientos feministas y las asociaciones hu-
manitarias durante las últimas dos décadas.
Sus esfuerzos permitieron que el Consejo de
Europa adoptara varios informes acerca de
la ayuda e indemnización que las víctimas
pueden recibir. En Francia, se reglamentó
mediante la ley del 15 de junio de 2000. Por
su parte, desde 2015, Canadá dispone de una
carta de derechos de las víctimas, que les ga-
rantiza un lugar en la administración de la
justicia. Estas deben ser oídas más allá de su
contribución a la manifestación de la verdad.
Ahora bien, la víctima se convirtió progre-
sivamente en el elemento central del proce-
so que, no obstante, tiene como función pri-
maria juzgar al acusado. Fue desempeñando,
entonces, un papel cada vez más cercano al
de un fiscal, si bien no está en un lugar que le
permita apreciar los hechos con serenidad.
Así, se corre el riesgo de que los testimonios,
sobre todo cuando son impresionantes, per-
turben la reflexión de los jurados y alteren
su juicio sobre una persona cuyo futuro está
en juego. En el año 2013, en un discurso por
la apertura del año judicial, el ex presidente
del Tribunal de Apelaciones de París Jacques
Degrandi advertía: “Es legítimo que se le dé
a la víctima el lugar que le corresponde en el
proceso, pero no hay que ceder a la tentación
de transformarla, en términos del decano
Jean Carbonnier, ‘de sujeto pasivo del delito
en agente marcial de la represión’. ¡Cuidado!
La víctima se está convirtiendo en el espíri-
tu del proceso penal y de sus consecuencias
[...]. Llevar demasiado lejos una lógica que
le otorga la conducción del proceso, aunque
sea de manera indirecta, tarde o temprano va
a volverse en su contra”.
La Corte Penal Internacional (CPI), crea-
da en 1998 mediante el Estatuto de Roma, es
un claro ejemplo de esto. El procedimien-
to prevé que la víctima participe de manera
activa en la administración de la prueba. La
abogada Francesca Maria Benvenuto expli-
ca que la contribución de la víctima ya no se
limita a las fronteras probatorias del desarro-
llo, sino que puede presentar elementos de
prueba ante la CPI con el objetivo de explicar
y justificar el perjuicio experimentado, pero
también para establecer la culpabilidad del
acusado (1). Este se enfrenta entonces a dos
acusadores: ya no hay un equilibrio.
La fuerza del testimonio
Si bien la justicia nunca fue del todo imper-
meable a los movimientos de la opinión pú-
blica, que baila al ritmo de los medios, se-
ducidos por las noticias policiales, esta ten-
dencia se está generalizando. “Cuando veo
lo que sucede en Estados Unidos y Canadá,
me sorprende la evolución que aceleró el
endurecimiento de las condiciones pena-
les y penitenciarias. La víctima, presente en
las comisiones, tiene el derecho a ser escu-
chada en el debate sobre la atenuación de
una pena. También puede filmar un video
y dar cualquier información, con la legiti-
midad siguiente, que merece reflexión: ‘La
sentencia es demasiado corta teniendo en
cuenta la gravedad del crimen que sufrí’”
(2), explica el magistrado francés Denis Sa-
las. El tribunal se transformó en un espacio
de reconocimiento del sufrimiento, incluso
cuando expresarlo no contribuye de ningu-
na manera a que avance la búsqueda de la
exactitud de los hechos o a determinar la
responsabilidad del acusado.
El proceso dejó de ser simplemente el es-
pacio donde la sociedad decide la suerte de
un individuo sobre el que recaen las sospe-
chas; ya no es el principal medio por el que la
sociedad aprecia el peligro potencial que un
individuo puede hacer pesar sobre la socie-
dad. El tribunal se ha convertido en un espa-
cio de expresión, de gestión y, sobre todo, de
reparación del sufrimiento de las víctimas.
Ahora bien, nada es más peligroso para el
equilibrio de los debates que adoptar el do-
lor como criterio de evaluación de la culpa-
bilidad. Para una anciana sola, el asesinato
de su gato, único ser vivo que la acompaña-
ba, puede resultar un duro golpe. Ni siquiera
una pena severa estaría a la altura de su do-
lor. Éric Dupond-Moretti señala: “El pro-
ceso penal no es el anexo de un consultorio
psicológico ni una oficina del Talión. El Tri-
bunal Penal se reúne para juzgar a un indivi-
duo a quien la sociedad pide cuentas por el
crimen del que lo acusa. Ese es el desafío: el
juicio de un hombre por la comunidad de los
hombres. Por imperfecto que sea, el sistema
se diseñó de este modo para reemplazar la
práctica de la venganza individual” (3). Aho-
ra bien, la centralidad de la víctima y la inten-
sidad del ruido mediático que se propaga a
su alrededor pueden perturbar la serenidad
de la justicia. “En promedio, cada reportaje
sobre un crimen que se difunde en los noti-
cieros del horario central aumenta veinti-
cuatro días la duración de las penas que dic-
ta el Tribunal Penal al día siguiente”, estima
el Instituto de Políticas Públicas de París (4).
La víctima, real o presunta, desvía el fallo
judicial. Las circunstancias atenuantes y el
principio de individualización de la pena se
desdibujan y dejan paso a sanciones duras,
casi automáticas.
El error judicial del que fue víctima Loïc
Sécher se originó en la emoción que suscitó
el testimonio de su presunta víctima. Tras
años en prisión, este obrero agrícola, acu-
sado de violación por una adolescente, fue
declarado inocente en base al nuevo testi-
monio de la joven que, ya mayor de edad, re-
conoció haber inventado todo. Al igual que
en el caso Outreau, en el que varias perso-
nas fueron erróneamente condenadas por
pedofilia, la justicia tuvo muchas dificulta-
des para dar marcha atrás con una decisión
equivocada, influenciada por relatos tan
imaginarios como espectaculares y con la
preocupación, muy legítima, de proteger
a los menores (5). De más está decir que la
simplificación mediática, el culto del “tiem-
po real” y las redes sociales no favorecen la
serenidad en estos casos delicados.
En nombre del sufrimiento, auténti-
co, de las víctimas, se olvida el principio
de individualización de la pena, una con-
quista de las sociedades democráticas,
gracias a la cual no sólo se juzgan actos,
sino también personas con sus historias
y características. Sin embargo, a modo de
refutación, suele argumentarse que, así
como el criminal se abstrae de la sociedad,
la sociedad también puede abstraerse de
él. La diferencia es que “no alcanza con
pegarle al autor de los crímenes para cal-
mar el dolor de las víctimas. El duelo no se
hace en la corte sino en el cementerio” (6),
responde Dupond-Moretti.
En base a sus observaciones del desa-
rrollo de los procesos en la CPI, Frances-
ca Maria Benvenuto llegó a la conclusión
de que el proceso penal internacional se
asemeja cada vez más a un recorrido tera-
péutico. En efecto, para algunos juristas,
la justicia constituiría una “etapa en la ne-
cesaria reconstrucción de la víctima” (7),
y el nuevo lugar que se le asigna en el pro-
ceso, una “primera respuesta pertinente a
sus múltiples traumas” (8).
En busca del culpable
Los posibles desvíos en los procedimien-
tos penales resultan ser tanto más fac-
tibles cuanto que el crimen es grave o el
perjuicio sufrido (por ejemplo, en un ac-
cidente de transporte con decenas de víc-
timas) es considerable. La idea no sólo de
que el castigo tiene que estar a la altura del
daño, sino de que hay que encontrar un
culpable, incluso cuando no lo hay, se ins-
tala con facilidad. Las catástrofes natura-
les no siempre tienen responsables direc-
tos al alcance de la justicia, ya que quienes
causan el calentamiento global pocas ve-
ces viven en los lugares donde sus conse-
cuencias se sienten con más fuerza.
Sin embargo, las víctimas reclaman
“justicia”. Tras las inundaciones fatales
causadas por la tormenta Xynthia en la
costa oeste de Francia, en 2010, el tribu-
nal, bajo la presión de los denunciantes y
los medios, dio muestras de extrema se-
veridad para con los acusados. Se culpó
Edición 237 | marzo 2019
de todos los males, incluso de los que los
excedían, como las consecuencias de la
ira de la naturaleza, a los representantes
locales que habían emitido los permisos
para construir y a quienes se reprochaba,
a veces legítimamente, no haber tomado
las medidas de protección necesarias. Sin
tomar demasiado en consideración las ca-
denas causales, los magistrados insistie-
ron en el perjuicio que habían sufrido las
víctimas y describieron una imagen extre-
madamente negativa de los acusados. El
veredicto, acompañado de consideracio-
nes morales, fue severo; en particular pa-
ra el ex intendente de La Faute-sur-Mer,
condenado a cuatro años de prisión efec-
tiva, una pena de una dureza inédita para
un delito no intencional, ya que la sanción
más severa hasta ese momento había sido
de diez meses de prisión en suspenso. En
última instancia, el Tribunal de Apelacio-
suspenso por “homicidios involuntarios”.
La presión penal que la palabra de las
víctimas ejerce sobre los políticos también
puede percibirse como una compensación
por su creciente irresponsabilidad políti-
ca: en las democracias representativas
en crisis, la justicia se ha vuelto un medio
para llegar a los dirigentes, a quienes las
instituciones ponen fuera del alcance. La
Constitución de la V República, por ejem-
plo, otorga importantes poderes al Presi-
dente y su mayoría parlamentaria, incluso
si fueron elegidos en condiciones calami-
tosas, como sucedió en 2017, cuando Em-
manuel Macron apenas obtuvo el voto de
un 43,61% de los inscriptos como electo-
res en la segunda vuelta de las elecciones
presidenciales, mientras que la abstención
en las legislativas alcanzó un 57,36% de
los inscriptos. Las leyes adoptadas en es-
tas circunstancias se aplican en todos los
ámbitos (fiscal, social, securitario, etc.),
por lo que la responsabilidad de los polí-
ticos electos se traslada del terreno electo-
ral al penal. Así, el escritor Édouard Louis
les reprochó personalmente al presidente
Jacques Chirac, al primer ministro Alain
Juppé y al ministro Xavier Bertrand, las
normas que, en su opinión, contribuyeron
a la discapacidad permanente de su padre,
víctima de un accidente de trabajo.
Cuando el sufrimiento surge de un or-
den social o de las lógicas de un sistema
que priva a una persona de sus derechos
fundamentales, se impone la acción y no la
compasión. La transferencia del favor po-
pular del héroe a la víctima dice mucho so-
bre el dolor social y el sentimiento de im-
potencia que lo acompaña. Los ciudada-
nos creen estar tan desposeídos de los me-
dios para actuar sobre su vida cotidiana y
su destino que se sienten más cercanos a
una persona que sufre una desgracia que a
la que lucha por superarla. g
1. Francesca Maria Benvenuto, “La justicia
internacional, del sueño a la realidad”, Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur, noviembre de 2013.
2. Denis Salas, “Le couple victimisation-
pénalisation”, Nouvelle revue de
psychosociologie, Vol. 2, N°2, París, 2006.
3. Éric Dupond-Moretti (con Stéphane Durand-
Souffland), Directs du droit, Michel Lafon, París, 2018.
4. Aurélie Ouss y Arnaud Philippe, “L’impact des médias
sur les décisions de justice”, Instituto de Políticas
Públicas, nota IPP N°22, enero de 2016, www.ipp.eu
5. Véase Gilles Balbastre, “Les faits divers, ou
le tribunal implacable des médias”, Le Monde
diplomatique, París, diciembre de 2004.
6. Philosophie Magazine, N°116, París, febrero de 2018.
7. “Nicole Guedj: ‘Non, je ne suis pas inutile’”,
Le Monde, 30 de septiembre de 2004.
8. Julian Fernandez, “Variations sur la victime et la
justice pénale internationale”, Amnis, Aix-en-Provence,
junio de 2006, https://journals.openedition.org/amnis/.
*De la redacción de Le Monde diplomatique, París. Autora
de África en auxilio de Occidente, Icaria, Barcelona, 2007.
Traducción : Georgina Fraser
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34 | Edición 237 | marzo 2019

Al gobierno de Macron no le alcanza con mostrar desprecio hacia las Estos dirigentes que “muestran los
dientes”, como dice un obrero, tienen su-
clases populares; también intenta invisibilizarlas. Esta actitud genera en mo interés en mantener esta visión única-
mente negativa de los obreros como gru-
las “clases peligrosas”, en el “populacho”, reacciones de resentimiento po social, porque de este modo, se ahorran
el conflicto que podría resultar de una
y odio hacia el Presidente, cuya incapacidad política sólo le permite comprensión más realista. Cualquier vo-
luntad de comprender socavaría la creen-
enrostrarles a los arrojados fuera del sistema su “culpable indignidad”. cia en la legitimidad de su participación
activa en las reestructuraciones indus-

Emmanuel Macron contra los “chalecos amarillos” triales. El desprecio y el malentendido

apuntalan así la ceguera socialmente ne-
cesaria para su misión. Y lo que los “cha-
lecos amarillos” rechazan es justamente

Una filosofía
esta filosofía del desprecio.

Carencia de oficio político

La cristalización de este resentimiento
contra Macron resulta, en parte, de la de-

del desprecio
bilidad de su propio capital político. Fue
elegido gracias a una mezcla de circuns-
tancias: dos candidatos presidenciales,
François Hollande y François Fillon,
que eran incapaces de ganar; un Frente
Nacional en la segunda vuelta que le ga-
por Bernard Pudal* rantizaba a Macron el voto por descarte;
una abstención masiva (10,5 millones de
personas en la primera vuelta de las elec-
ciones presidenciales, 24,5 millones en
la primera vuelta de las legislativas), etc.
El que accedió al poder es un político sin
oficio en la política.
Tener oficio en política es, al menos,
intentar “controlar” a través de una retó-
rica más o menos eficaz las humillacio-
nes sociales que se infligen, fingir cierta
compasión por el sufrimiento de los más
pobres, o por las dificultades que mu-
chos tienen que enfrentar. Es la promesa
de poner fin a la “fractura social”, como
lo hizo en su momento Jacques Chirac; o
solidarizarse con el punto de vista de los
que “no cuentan más que con ellos mis-
mos”, tan numerosos en las clases popu-
lares, donde suele ser una “cuestión de
honor”, comprometiéndose a apoyar sus
esfuerzos, a la manera de Nicolas Sarko-
zy, que desfiscalizó las horas suplemen-
tarias y nunca dejó de alabar a los que “se
levantan temprano”. “Sé que también pu-
de herir a algunos de ustedes con mis pa-
labras”, admitió Macron.
Esta carencia de oficio político carac-
teriza también a muchos diputados de La
República en Marcha (LRM). Como su-
braya el politólogo Christophe Le Digol,
de los 521 candidatos LRM en las elec-
ciones legislativas de 2017, 281 nunca ha-
bían ejercido un mandato. Sólo disponían
de un capital social que no los preparaba
para comprender a los “chalecos amari-
llos”: pertenecían a categorías socio-pro-
fesionales superiores, eran directores de
empresa, ejercían una actividad de con-
sejo directivo (3), etc. Las discusiones en-
Paul Delvaux, La ville inquiète, 1941 (fragmento, gentileza Christie’s) tre “chalecos amarillos” dan cuenta de
su aguda percepción de este desprecio

“
Je vous hais compris” (1) : uno de
los eslóganes escritos con marca-
dor sobre numerosos “chalecos
amarillos” condensa en una fórmu-
la efectiva la actitud de Emmanuel
Macron y la célebre frase del general De
Gaulle, modelo del doble lenguaje de los
políticos. Más allá de las múltiples reivin-
dicaciones sociales y fiscales de los “cha-
lecos amarillos”, si hay una constante, es
su convicción de que las “élites” descono-
cen sus condiciones de existencia, su mo-
do de vida, y, además, los desprecian. En
las rotondas, se recuerdan permanente-
mente las “frasecitas” con las que Macron
expuso su visión del “pueblo” francés:
asalariados “iletrados”, beneficiarios de
ayudas sociales que cuestan una “locura”,
“vagos”, “cínicos”, “extremistas”, “las per-
sonas que no son nada”, “basta con cruzar
la calle para encontrar trabajo”, etc.
A la eterna pregunta “¿Qué es el pue-
blo?”, el Presidente responde: “Son
aquellos a los que hay que educar, e in-
cluso reeducar, los que son refractarios,
que hay que guiar, los que se quejan en
lugar de hacerse cargo y de responsabi-
lizarse, los que, con mucha frecuencia,
‘no son nada’”.
Tenemos que agradecerle haber ex-
presado con semejante crudeza la filo-
sofía social del mundo al que pertenece,
un mundo que lo formó, una filosofía so-
cial que, habitualmente, se refugia en eu-
femismos o está reservada a los círculos
endogámicos. Es la misma visión que Cé-
dric Lomba, por ejemplo, encuentra en
su estudio sobre las fábricas Cockerill,
en Bélgica, sometidas durante más de
treinta años a sucesivos planes sociales.
Los dirigentes-managers y los ingenieros
se oponen a los obreros a los que tienen
que dirigir, jubilar de manera anticipada
o relocalizar. Durante las reuniones o al-
muerzos, siempre mencionan el arcaís-
mo de los obreros, su intransigencia, las
licencias médicas por cualquier tonte-
ría, su agresividad frente a las reestruc-
turaciones, pero también su inmadurez
e inmoralidad cuando “reclaman”, ame-
nazan, estacionan de cualquier manera
o no respetan las medidas de seguridad.
Condenan ciertas prácticas como el robo
(principalmente de electrodomésticos
en los comedores o de material), las bro-
mas pueriles (cubrir de grasa los picapor-
tes, llenar los cascos de agua), la suciedad
(en los baños y cabinas), la falta de moral
(colgar imágenes eróticas en las cabinas
y la lectura de revistas pornográficas en
los comedores) y la imprevisión (la eleva-
da proporción de obreros que cargan con
descuentos en sus salarios) (2).
social. Desprecio de una diputada, Élise
Fajgeles, que no tiene una idea ni siquie-
ra aproximativa del monto del salario mí-
nimo (CNews, 3 de diciembre de 2018). O
de una militante que afirma: “No se puede
vivir en un universo extraordinario, con el
césped, las montañas, una vista increíble,
y tener un hospital cerca y una farmacia
al lado” (4). Tienen el campo, no vengan a
quejarse. Sin oficio, dicen lo que piensan.
Sin oficio, no piensan lo que dicen.
“Clases peligrosas”, “grupos de agi-
tadores”, “malos pobres”, “populacho”,
“venidos a menos”, “casos sociales”, la
conceptualización del desprecio hacia
las clases populares tiene una larga histo-
ria. Si bien legitima a ojos de los dirigen-
tes y de muchos otros sus múltiples em-
presas de reeducación y de control, esta
conceptualización no carece de efectos
perversos. Principalmente porque impi-
de la comprensión de la racionalidad que

está en la base de los modos de vida popu-
lares. Así se desnudó la falta de sensibili-
dad respecto a lo que el automóvil signifi-
ca en la vida diaria de fracciones enteras
de las clases populares. Se desnudó tam-
bién una doble incompetencia, política y
social. La multiplicación de los radares, el
límite de velocidad de 80 kilómetros por
hora, el aumento del precio del combus-
tible, el impuesto “ecológico” a los com-
bustibles, los controles técnicos más cos-
tosos y severos y la desvalorización del
diésel, son factores que reducen la liber-
tad de desplazamiento. De este modo, el
poder ha trastornado inconscientemen-
te toda una economía material, del ocio y
de la sociabilidad, particularmente en los
llamados sectores rurales. Al ser tomadas
por un Presidente pedante e interpreta-
das por quienes se veían afectados como
una negación adicional de su ser social,
estas medidas enfocadas en el automóvil
liberaron una cólera hasta entonces con-
tenida o poco visible, y que se actualiza y
se cristaliza en la expulsión, la exigencia
de la renuncia de Macron.
El fracaso de la escolarización
Todo grupo social establece fronteras
simbólicas para valorizar las cualida-
des de las que se estima depositario, pa-
ra evaluar desde ese punto de referencia
los comportamientos de los grupos de los
que busca diferenciarse, hacia arriba o
hacia abajo, y para interpretar la mirada
que estos últimos tienen de él. Desde es-
te punto de vista, las clases populares su-
fren un tratamiento convergente de todos
aquellos que las toman por “objeto”, en la
escuela, en el trabajo, en sus viviendas, en
su tiempo libre, en la vida social más co-
rriente. Esta reducción del otro popular al
estatus de “objeto negativo” estructura el
conjunto de nuestra vida social.
Pierre Bourdieu recordaba constan-
temente la necesidad de interrogarnos
sobre los efectos simbólicos de nuestro
sistema escolar. En lugar de disertar so-
bre las supuestas fracturas culturales
que oponen a diplomados y no diploma-
dos, a los trabajadores manuales y a los
no manuales o, dicho de otro modo, a los
que serían “cerrados” y a los que serían
“abiertos”, a los que tendrían un espíritu
crítico y a los que carecen de él, las vícti-
mas de la globalización y sus beneficia-
rios, sería mejor tomar en cuenta lo que
provoca esta época de “escolarización
total” (5) en un sistema escolar no sólo
desigual, sino también dedicado al man-
tenimiento del orden social.
Independientemente del esfuerzo que
puedan hacer los docentes, el mundo de
la escuela condena hoy a los chicos de las
clases populares que deben someterse al
orden de legitimidades culturales y que,
casi siempre, son devueltos a su “miseria”
moral y cultural. Una de las dimensiones
de la generalización de la enseñanza se-
cundaria y superior, un proceso históri-
co de larga duración que se aceleró con-
siderablemente a partir de los años 80, es
la del aprendizaje de su indignidad. Es lo
que subrayaba Pierre Bergounioux, escri-
tor de izquierda y profesor en el nivel se-
Independientemente
del esfuerzo que
puedan hacer
los docentes, el
mundo de la escuela
condena hoy a los
chicos de las clases
populares.
cundario: “En lugar de las ventajas espe-
radas, ellos [los alumnos] obtienen benefi-
cios bastante mediocres, y un sentimiento
de indignidad que es su modalidad subje-
tiva. La experiencia es hereditaria. El que
pasa a sexto, a los 11 años, sin estar familia-
rizado con los valores y usos de la escuela,
está condenado a verse notificado a diario,
varias veces al día, de su insuficiencia, de
su mediocridad” (6). Evidentemente, no
se mide hasta qué punto el “fracaso esco-
lar” puede resultar humillante, sobre todo
si se tiene en cuenta que, bajo la forma de
la eliminación diferida o encubierta por
relegaciones escalonadas, está presente
actualmente en la totalidad del recorrido.
“Individualidad” rechazada
Esta negación puede insinuarse en las si-
tuaciones más cotidianas. Ya en los años
60, el sociólogo Paul-Henry Chombart de
Lauwe interrogó a obreros altamente ca-
lificados que acababan de ser despedidos.
Sentían que nadie los tomaba en cuenta.
Uno de ellos notaba que su suegra, que es-
taba orgullosa de uno de sus yernos, “dise-
ñador industrial”, lo presentaba a sus co-
nocidos como “tornero [sic] y algo más”.
Este tornero-fresador estaba convencido
de que, en el Correo, cuando se dirigían a
él, “no [lo] miraban” (7)… Una de las di-
mensiones de las culturas populares resi-
de en este pensamiento que interpreta sin
cesar los miles de signos, detalles o anéc-
dotas, declaraciones o actitudes corpora-
les a través de los cuales, como en la época
colonial, la “individualidad” les es nega-
da. No obstante, nuestra vida social mul-
tiplica las situaciones en las que las clases
populares interactúan de modo desigual
con otros grupos sociales: en Pôle emploi
[oficina de empleo], en las oficinas públi-
cas, en los intercambios con los docentes
de sus hijos, en sus relaciones conflictivas
con todos aquellos que les hacen notar el
desprecio por sus prácticas.
Esta percepción se ve confirmada y
transformada desde hace medio siglo, por
la generalización –inacabada, caótica y se-
gregacionista– de la enseñanza secunda-
ria y superior, y por la idea cada vez más
extendida de la desaparición de las clases
populares, aunque representan más de la
mitad de la población. El campo político,
en todos sus componentes, está cada vez
más estructurado sobre esta negación, al
punto de que sólo los miembros de las cla-
ses superiores y de las clases medias inte-
lectuales, y sus intereses –incluso contra-
dictorios– tienen representación en este
sector, mientras que las clases populares
quedan relegadas a la inexistencia. Esta
orientación fue revindicada en 2011 en un
informe de la fundación Terra Nova que le
proponía a la izquierda socialista que hi-
ciera duelo por su “pueblo” (8). El Partido
Comunista Francés (PCF), que durante
mucho tiempo había logrado dignificar a
las clases populares, principalmente a “la”
clase obrera, ya no consigue desempeñar
ese papel. Las clases populares, acorrala-
das entre un pensamiento conservador fiel
a su tradición y una izquierda convertida a
la doxa económica de la derecha, ya no sa-
ben a qué santo encomendarse.
La extrema derecha “fascistoide”
finge compartir este resentimiento. El
inmigrante no es el único enemigo ser-
vido en bandeja. Los docentes, los “bur-
gueses”, las “élites” (el interés del tér-
mino reside en su geometría variable),
los “ecologistas”, los militantes sindi-
calistas, son otros enemigos a los que
apuntan a través de sus diversas movi-
lizaciones. Por otra parte, el odio a la es-
cuela alcanza su punto máximo en las
Memorias de Jean-Marie Le Pen: “Tras
haber elevado la edad y el nivel de la es-
colaridad obligatoria, se pretende ense-
ñar a los discapacitados profundos, los
alienados, los inmigrantes, los enfer-
mos, los detenidos, los extranjeros en
nuestro país y en el suyo, antes de su ofi-
cio, durante su vida, después de su ju-
bilación. Este sueño loco de hegemonía
escolar es el fruto paradoxal de la ‘revo-
| 35
lución’ de Mayo del 68, que relegaba la
función docente a la limpieza de los ba-
ños. La Salope no murió, como un Mo-
loch hembra que se refuerza con las ar-
mas que le apuntan. El Alma Mater for-
talece la Dictadura de los peones” (9).
Aunque es necesario oponerse al hos-
tigamiento simbólico del que son víc-
timas las clases populares intentando
comprender la racionalidad que deter-
mina sus visiones de mundo y sus prácti-
cas, no se trata aquí de inventar un “pue-
blo” ideal, que simplemente no existe.
Las clases populares, como lo han de-
mostrado numerosos trabajos recientes
(10), están en plena reconfiguración y de
ningún modo constituyen un bloque ho-
mogéneo. Sin embargo, tanto hoy como
ayer, las relaciones de fuerza en el seno
de las cuales se inscribirá su futuro re-
sultarán para bien o para mal, del trabajo
político de representación (11). g
1. N. de la T.: En francés, la frase puede leerse de
dos maneras diferentes debido a la homofonía
entre el auxiliar “ai” y la forma verbal “hais”:
“Los he comprendido”, es una frase clave del
discurso pronunciado por Charles De Gaulle
en Argelia el 4 de julio de 1958, y “Los odio”,
expresa, según el autor, la actitud de desprecio
de Macron hacia los “chalecos amarillos”.
2. Cédric Lomba, La Restructuration
permanente de la condition ouvrière. De
Cockerill à ArcelorMittal, Le Croquant, col.
“Champ social”, Vulaines-sur-Seine, 2018.
3. Christophe Le Digol, Gauche-Droite : la fin d’un
clivage ? Sociologie d’une révolution symbolique, Le Bord
de l’eau, col. “Troisième culture”, Lormont, 2018.
4. “Le moment Meurice”, France Inter, 3-12-18.
5. Joanie Cayouette-Remblière, L’École qui classe.
530 élèves du primaire au bac, Presses universitaires
de France, col. “Le lien social”, París, 2016.
6. Pierre Bergounioux, École : mission accomplie,
Les Prairies ordinaires, Paris, 2006.
7. Paul-Henry Chombart de Lauwe, Maurice
Combe, Henri y Paule Ziegler (bajor la dir. de)
Nous, travailleurs licenciés. Les effets traumatisants
d’ un licenciement collectif, 10/18, París, 1976.
8. Olivier Ferrand, Romain Prudent y Bruno
Jeanbart, “Gauche : quelle majorité électorale pour
2012 ?”, Fondation Terra Nova, París, 10-5-11.
9. Jean-Marie Le Pen, Mémoires. Fils de la
nation, Muller Éditions, París, 2018.
10. Véase Yasmine Siblot, Marie Cartier, Isabelle
Coutant, Olivier Masclet y Nicolas Renahy,
Sociologie des classes populaires contemporaines,
Armand Colin, col. “U: Sociologie”, París, 2015.
11. Véase Lorenzo Barrault-Stella y Bernard Pudal,
“Représenter les classes populaires ?”, Savoir/Agir,
N° 34, Vulaines-sur-Seine, diciembre de 2015.
*Profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Paris Ouest
Nanterre La Défense. Autor, junto a Claude Pennetier, de la
obra Le Souffle d’Octobre 1917. Pourquoi ont-ils cru au com-
munisme ?, Éditions de l’Atelier, Ivry-sur-Seine, 2017.
Traducción: María Julia Zaparart
36 |
Fotograma de la película “Primavera, verano, otoño, invierno... y otra vez primavera” del director coreano Kim Ki-duk
Herramienta de resistencia política y cultural, el cine surcoreano se vio
afectado –positiva y, en ocasiones, negativamente– por los vaivenes políticos
locales e internacionales. Con la vuelta de la democracia a fines de 1980 y el
apoyo económico de los chaebols, la industria cinematográfica se fortaleció,
y hoy sus producciones reinan en la taquilla dentro y fuera del país.
Paradoja y singularidad del cine coreano
El séptimo arte
a la coreana
por Jean-Michel Frodon*
E
n Corea, el cine nace durante
la ocupación japonesa de la pe-
nínsula (desde 1910). Inmedia-
tamente se convierte en una
herramienta de resistencia,
utilizada sobre todo por comunistas. Na
Woon-gyu filma en 1926 el primer film co-
nocido (pero perdido), Arirang, cuyo títu-
lo es también el de una canción tradicional
convertida en himno nacional. No obstan-
te, el cine tal como se lo conoce hoy nació
de la Guerra Civil (1950-1953) que desem-
bocó en la división del país. El cine norco-
reano existe sobre todo debido a una pa-
sión nunca desmentida de los sucesivos
líderes de la República Popular Democrá-
tica de Corea (RPDC) por la pantalla gran-
de. Tiene algunas curiosidades en el estilo
realista socialista, pero no realizó ninguna
contribución memorable al séptimo arte.
Un caso distinto es el cine surcoreano…
Este es el fruto de una sorprendente
paradoja. Al terminar la guerra, el Sur es
una dictadura directamente sometida a
Estados Unidos, que garantizará su desa-
rrollo económico al mismo tiempo que el
aplastamiento brutal de toda oposición.
Instrumentos diligentes de la política es-
tadounidense en un contexto de Guerra
Fría exacerbada, sus dirigentes sin embar-
go tienen empeño en manifestar el nacio-
nalismo que reivindican. Una de las tra-
ducciones más explícitas de esto será el
establecimiento de un sistema de cuotas
(formalizado jurídicamente en 1967) que
estipula que por cada película extranjera
distribuida en el territorio deberán estre-
narse dos coreanas. Se lo imponen a los
estadounidenses, que sin embargo supie-
ron doblegar a países menos directamente
sometidos a la supremacía de Hollywood.
Tal vez pensaban tanto en Washington co-
mo en Los Ángeles que los surcoreanos no
podrían mantener el ritmo frente a la olea-
da hollywoodense. Fatal error…
A partir de fines de los años 1950 se de-
sarrolla una importante industria que pro-
duce, en cadena y a las apuradas, para man-
tener la regla del “dos por uno”, películas
(melodramas, policiales, aventuras “his-
tóricas”, películas de guerra…) a menudo
llamadas “quota quickies” (1), de una me-
diocridad previsible. Esa industria, pues-
ta bajo el control ideológico estrecho del
gobierno, en lo esencial está bajo el control
económico de la mafia local.
No importa: casi mecánicamente, la
cantidad termina por engendrar, a veces,
la calidad, y aparecen los primeros nom-
bres de cineastas notables. Por ejemplo,
el talentoso Shin Sang-ok (A flower in
hell, 1958; My mother and her guest, 1961),
quien se convertirá en el personaje princi-
pal de una aventura rocambolesca que du-
rante un tiempo lo transforma en cineas-
ta oficial de Kim Il-sung, sin que nunca se
haya sabido si se había pasado voluntaria-
mente al Norte o si había sido raptado, co-
mo lo afirmará tras haber logrado escapar
a Estados Unidos. O también el sorpren-
dente Kim Ki-young, autor de una obra
transgresora, muy cargada de connotacio-
nes sociales y sexuales a la vez revestidas
de cuento fantástico, cuya obra maestra si-
gue siendo The Housemaid (1960), una pe-
lícula digna de Luis Buñuel.
O, sobre todo, el que en adelante es con-
siderado como el mayor cineasta de su
país: Im Kwon-taek, hoy autor de 104 pe-
lículas, de las que de buena gana declara
que las 70 primeras, realizadas en el marco
de las “quota quickies”, no valen ni medio.
Lo que es exagerado, ya que algunas distan
de no tener cualidades. Pero no igualan las
grandes obras de la madurez, y en particu-
lar Nez cassé (1980), Mandala (1981), Gils-
oddeum (1985), La Mère porteuse (1986),
Come Come Come Upward (1989), Fly High
Run Far (1991). A partir de La Chanteuse
de pansori (1993), su talento comenzará a
ser reconocido en Occidente, en particular
con Le Chant de la fidèle Chunhyang (2000)
y Ebrio de mujeres y pintura (2) (2001), en
Edición 237 | marzo 2019
competencia oficial en Cannes. Por sí sola,
la filmografía increíblemente rica y diversa
de Im Kwon-taek se hace cargo de casi la
totalidad de las facetas de la historia políti-
ca, cultural y religiosa de su país.
Después de la represión de las fuerzas
democráticas, que culmina con la masacre
de Gwangju, en 1980 (3), la oposición se re-
fugia en un cine semiclandestino, donde
algunos directores comprometidos –que
se expresan a través de metáforas– y mili-
tantes filman clandestinamente pasquines
contra la dictadura. Ellos dan al cine nacio-
nal una tonalidad nueva, enriquecida con la
influencia de las Nouvelles Vagues europeas
y asiáticas. La mayoría de esas películas son
realizadas de manera anónima o en el seno
de colectivos. Entre sus autores emergen sin
embargo Jang Sun-woo (Seoul Jesus, 1986)
o Park Kwang-su (Chilsu et Mansu, 1988),
que continuarán su carrera. El primero con
Le Pétale (1996), Bad Movie (1998), Fantas-
mes (1999), donde la crítica política viene
de la mano de una transgresión en el terre-
no de las costumbres y en la manera de fil-
mar; por ejemplo, confía pequeñas cámaras
a los adolescentes marginales de Bad Movie.
El segundo con Black Republic (1990), L’Île
étoilée (1993), Les Insurgés (1999); este ins-
cribe la impugnación en la larga historia de
los movimientos rebeldes. Al mismo tiem-
po, el desarrollo económico y la moderniza-
ción pusieron a la economía del país bajo el
dominio de enormes conglomerados –los
chaebols– los más conocidos de los cuales,
Samsung o Daewoo, controlan también la
industria del cine.
Fortalecimiento de la industria
A partir de 1987, con la transición demo-
crática, que llevará diez años más tarde
a la elección del opositor histórico Kim
Dae-jung, el cine inaugura una nueva eta-
pa. Para instaurar un contrapoder a la do-
minación político-económica cuya sede
es Seúl, cineastas, gente de la cultura, em-
prendedores y políticos trabajan de común
acuerdo en Busan, el gran puerto del Sur.
En 1996 crean un festival internacional que
muy pronto va a imponerse como el más
importante de Asia, aventajando las mani-
festaciones históricas de Tokio y de Hong
Kong y al nuevo competidor, Shanghai. En
1999 el régimen instala un nuevo organis-
mo estatal encargado del cine, el Consejo
del Film Coreano (Kofic), en algunos as-
pectos comparable al Centro Nacional del
Cine Francés. Los profesionales están en
gran medida asociados a la reglamentación
de un sector que se dota de dispositivos de
ayuda a la enseñanza, al patrimonio, así co-
mo a los proyectos artísticos más audaces.
Entre 1995 y 2012 ese sistema va a apo-
yar un notable desarrollo del cine: tan-
to en películas de género, sobre todo con
una gran fecundidad de películas de terror
y fantásticas, como investigaciones más
singulares. Hay que añadir a esto una veta
muy particular, ligada al traumatismo de la
división, que suscita una fuerte respuesta
del público con películas tales como La-
zos de guerra (Kang Je-gyu, 2004), Silmido
(Kang Woo-Suk, 2003), Área común de se-
guridad (Joint Security Area) (Park Chan-
Wook, 2000), Welcome to Dongmakgol
(Kwang-Hyun Park, 2005).
Este auge se inscribe en el espectacu-
lar ascenso de las producciones cultura-
les surcoreanas en los mercados del litoral
Pacífico de Asia, en plena expansión, pero
también en otras partes en el mundo, sien-
do el fenómeno más visible el K-Pop (4).
Una presión incrementada de Washington
termina por reducir significativamente las
cuotas: a partir de julio de 2006 las salas
deben proyectar producciones naciona-
les solamente setenta y tres días por año,
y ya no ciento cuarenta y seis. Pero el cine
surcoreano se ha vuelto lo bastante fuerte
 | 37

y diverso para continuar su impulso prós-
pero y creativo. Los chaebols, igualmente
presentes en lo agroalimentario y la gran
distribución, como Lotte, o en la alimenta-
ción y la informática, como CJ, dominan la
distribución comercial, al tiempo que ase-
guran una gran estabilidad al sector. Busan
se convierte en el epicentro del cine surco-
reano, con la construcción de una escuela,
estudios, una cinemateca y edificios gigan-
tescos especialmente destinados al festi-
val. Los estudios cinematográficos expe-
rimentan un desarrollo significativo en las
universidades, se crean revistas, florecen
festivales temáticos.
El cine de este período está dominado
en el plano artístico por cinco autores ma-
yores. Park Chan-wook (El nombre de la
venganza, 2002; Old Boy. Cinco días para
vengarse, 2003; hasta Mademoiselle, 2016)
impone un estilo barroco, que recurre a
una ultraviolencia inspirada en el mundo
de la historieta. Lee Chang-dong, prime-
ro escritor (y durante un tiempo ministro
de Cultura) es un estilista escéptico que no
olvidó sus compromisos de juventud con-
tra la dictadura, como lo testimonian Green
Fish (1997), Peppermint Candy (2000) y
hasta el reciente Burning (2018). Cómo-
do en el policial (Memorias de un asesino,
2003) como en el film de monstruos (The
Host, 2006), Bong Joon-ho es un director
muy completo, cuya película mayor sigue
siendo Madre (2009), que asocia melodra-
ma y film angustiante con un conmovedor
virtuosismo. En adelante parece haberse
orientado hacia una carrera internacional
(El expreso del miedo, 2013; Okja, 2017).
Favorito de los festivales durante largo
tiempo, ahora casi retirado, Kim Ki-duk
por numerosos realizadores de su país. Sus
películas –Domicilio desconocido (2001),
El marine (2002), Primavera, verano, oto-
ño, invierno... y otra vez primavera (2003),
Locataires (2004), hasta Piedad (2012)–,
testimonian la crudeza de los contactos fí-
sicos y verbales y las relaciones de fuerzas
entre generaciones, entre sexos, entre cla-
ses y castas. De buen grado brutal, esa cru-
deza se manifiesta tanto en los enfrenta-
mientos como en las relaciones amorosas,
en films que evocan, bajo las apariencias
de conflictos personales exacerbados, los
Los chaebols, los
grandes grupos
económicos como
Samsung o Daewoo,
controlan también
la industria del cine.
conflictos sociales y políticos del país, pri-
mordialmente heredados de la división de
la península y de los años de la dictadura.
Muy distinta es la tonalidad de la obra
del más prolífico –y probablemente el más
importante– surcoreano contemporáneo,
Hong Sang-soo. Desde El día que un cerdo
cayó al pozo, en 1996, sigue una veta muy
original, donde las conversaciones coti-
dianas, a menudo alcoholizadas, los juegos
de seducción, de traición y de connivencia
menso fresco vibrante de humor, de deses-
peración y de atención a los mecanismos
íntimos. Experto en un cine de fuerte ten-
dencia autobiográfica, es también un gran
inventor de formas narrativas. Ocupa un
lugar aparte, fuera del sistema, y realizó 24
largometrajes en 22 años. En Francia, tres
de sus films fueron estrenados en el mismo
año, 2018 (En la playa sola de noche, La cá-
mara de Claire y Grass).
En 2013, el retorno al poder de la dere-
cha dura, con la elección de Park Geun-
hye, hija del ex dictador militar Park
Chung-hee, fragilizó el cine. La acción del
Kofic fue reducida y desaparecieron al-
gunos festivales. Incluso el de Busan fue
amenazado tras haber proyectado una
película que denunciaba la inacción y las
mentiras del gobierno durante el naufra-
gio de un ferry que, en 2014, había costa-
do la vida a trescientas personas, escola-
res en su mayoría. La firme reacción del
mundo del cine, apoyada por profesiona-
les de todo el mundo, permitió mantener
la manifestación hasta la destitución de
la presidenta Park, en 2017 (seguida de su
encarcelamiento). El festival de Busan si-
gue siendo uno de los cinco más grandes
festivales internacionales junto con Can-
nes, Berlín, Venecia y Toronto.
En el país probablemente más conecta-
do del mundo, la cifra de negocios de las sa-
las sigue siendo muy elevada: 1,46 mil mi-
llones de dólares (1,28 mil millones de eu-
ros) en 2017, de los cuales el 50% es para pe-
lículas nacionales que testimonian a la vez
la fortaleza y la especificidad de ese cine. Si
bien realmente existe una “excepción cul-
tural” surcoreana en el campo del cine, es
más un giro hacia las producciones nacio-
neral, credo de la acción pública francesa
en este campo. Corea del Sur, sin embargo,
no deja de desempeñar un papel mayor en
el conjunto de la región de Medio Oriente,
al tiempo que es la cinematografía asiática
más difundida en el mundo ante públicos
no coreanos (fuera de los casos singulares
de las películas indias y chinas difundidas
ante las diásporas de esos dos países).
Si bien se asistió en 2016 a un aconte-
cimiento inédito, el éxito a la vez local e
internacional de una obra surcoreana, la
película de zombies Estación zombie, di-
rigida por Yeon Sang-ho, el mercado local,
tanto allí como en otras partes, se dedicó
sobre todo a las franquicias (películas que
dan lugar a continuaciones), como la saga
fantástica inspirada en una serie de ani-
mación en Internet (webtoon) Along with
the Gods, cuyos dos episodios dominaron
la taquilla 2017-2018. g
1. La expresión fue creada para designar las películas
producidas en el marco de una política de cuotas
instituida en el Reino Unido en los años veinte.
2. N. del T.: Sólo se transcriben los títulos
(en castellano) de las películas que tuvieron
distribución en el mundo hispanohablante.
3. En mayo de 1980, la represión de las manifestaciones
de estudiantes y asalariados en Gwangju, feudo
de uno de los dirigentes de la oposición, Kim Dae-
jung, produjo varios centenares de muertos.
4. N. del T.: Un género musical que incluye
diversos estilos (música dance electrónica, hip
hop, rap, rock, etc.), y que remite específicamente
a la música popular de Corea del Sur.
*Crítico e historiador del cine, profesor asociado a Scien-
ces Po Paris, Professorial Fellow en la Universidad de St
Andrews en Escocia. Recientemente dirigió con Dina Iorda-
nova la obra Cinémas de Paris, París, CNRS Éditions, 2017.

encarna al extremo rasgos compartidos entre hombres y mujeres componen un in- nales que hacia una defensa del cine en ge- Traducción: Víctor Goldstein

Christophe Bailly, reconocido escritor

francés, desentraña magistralmente en
este libro el enigma de los ríos, desde su
nacimiento, pasando por sus distintas
funciones, hasta las historias que
inspiran las diferentes fuentes de agua
dulce del mundo, tan exiguas como
fundamentales para la vida en la Tierra.
 38 | Edición 237 | marzo 2019
Libros
del mes

Ensayo Crónicas

Comodoro Rivadavia, provincia de Chubut (Archivo de YPF)

Desarrollo

Futuridades La clase peligrosa

Retratos de la Argentina oculta

Ezequiel Gatto Juan Grabois

Casagrande; Buenos Aires, noviembre de Planeta; Buenos Aires, octubre de 2018.
2018. 232 páginas, 400 pesos. 200 páginas, 519 pesos.

La dominación, afirma Ezequiel Gatto, Un caleidoscopio. Así podría definir-

no proviene tanto de una tradición que
“oprime como una pesadilla”, sino de un
“futuro”; el porvenir sin imagen, el dine-
ro como causa antropófaga, lo financie-
ro como cárcel de deuda –individual y
social–, el gobierno tecnológico-médi-
co-militar atentan incansables contra
lo que podría haber sido. Frente a ello,
se “la clase peligrosa”. Senegaleses sin
techo, cartoneros, campesinos, indíge-
nas, paqueros son los protagonistas de
los relatos recogidos por Juan Grabois,
que perfila convertirse en una voz
imprescindible para comprender la rea-
lidad de los estratos más pauperizados
y vulnerables de nuestra sociedad.

Convivir con
Gatto proporciona una metateoría de las
transiciones, diseccionando a fondo los
vectores de lo posible (por ejemplo, la
diferencia conceptual entre futuridades,
Una mezcla entre la crónica y el
ensayo, un lenguaje juvenil y una invita-
ción a la acción parecieran ser las claves
para interpretar el texto. Lo primero que

el fracking
futurizaciones y futuralibilidades). encontrará el lector es una advertencia
La pregunta neurálgica de Futuridades del autor: “en el texto uso la palabra Movi-
es: ¿cómo inventar mundos que multi- miento para referirme indistintamente a
pliquen nuestra capacidad de hacer? La diversas organizaciones sociales, reales o
respuesta es saber habitar, saber diseñar, ficticias, que participaron de los hechos
saber inventar en medio de las transiciones, relatados”. Un convite a pensar las luchas
Quién le hubiera dicho a Maristella Svam- más allá de las utopías y de las catástrofes. sociales como parte de una red de dimen-
pa, que para entonces ya era una de las
Chacra 51 En efecto, ni utopía (futuro), que ya se des- siones incalculables y sorprendentes.
Regreso a la Patagonia en los tiempos del
voces más reconocidas del país en la plomó, ni inmanencia (presente), que ya se La pluma de Grabois no da puntada
fracking crítica del extractivismo de los recursos agotó, ni solo proyecto (presente futuro), sin hilo, la crónica de los hechos siem-
naturales y de las luchas socioambienta- que transita y revoluciona a medias, sino pre es precedida o rematada con algu-
Maristella Svampa les que ese modelo provoca, que le iba a una singular disposición activa en lo que na reflexión ensayística. Trotsky, Negri,
Sudamericana; Buenos Aires, octubre de tocar lidiar con ese problema en su propia adviene proyectado, una suerte de futuro Lenin, Kant, Bauman, Toynbee y el papa
2018. 256 páginas, 429 pesos. casa. Para ser más exactos, en la chacra de presente (re-actualización de la prescrip- Francisco, entre otros, bajan del púlpito
su abuelo, la Chacra 51, en Allen, su Pata- ción spinozista de “perseverar en el ser”). académico (y no académico) para aportar
gonia natal. Como dice la propia autora, ni El libro amalgama con las condiciones a la reflexión de realidades subalternas.
su peor enemigo le hubiera deseado algo contemporáneas de caos sistémico global Emerge la sensación de que “algo denso
así. Pero un buen día, Alfredo Svampa, el signado por la esquizofrenia financiera, se está cocinando a fuego lento”. Grabois
padre de la socióloga y escritora, descubrió que los administradores de esas tierras, sus el ocaso de los recursos (el peak all), el busca construir un gran relato, desde abajo,
familiares, habían firmado un contrato con una empresa norteamericana para instalar ecosidio ambiental y la consabida milita- donde los mosaicos de las luchas protago-
una plataforma de explotación de hidrocarburos. La nueva frontera extractivista a la rización. Por eso su operación consiste en nizadas por los descartados del sistema se
pensar el futuro del futuro, porque sin él entrelacen. Organizar la esperanza en torno
que Svampa debería enfrentarse se libraba, literalmente, en el patio de su propia casa.
no existe estrategia emancipadora. a una contradicción principal es la consigna.
En este libro de narrativa de no ficción, Svampa desgrana las claves de la llegada
del fracking a Allen, y el modo en que esa situación atraviesa su intimidad familiar. En
Bruno Fornillo Alfredo M. López Rita
2011, cuando la autora supo que habían colocado un pozo petrolífero en la chacra de
su familia, comenzó una andadura en la que buscó información e intentó advertir a la
comunidad de los riesgos, como una Casandra moderna, en un momento en que poco
o nada se sabía de la fractura hidráulica en Argentina, aunque ya había pruebas de los
riesgos ambientales que supone esta técnica de extracción no convencional. El frac-
king ha sido incluido entre las llamadas energías extremas, por sus mayores impactos
Filosofía Historiador y ensayista, Omar Acha ofrece
aquí cuatro “tentativas” o aproximaciones
ambientales y sociosanitarios: esta tecnología implica la perforación horizontal, ade- filosóficas e historiográficas, que se alimen-
más de la vertical, acompañada de gran cantidad de sustancias químicas, arena y agua, tan sucesivamente, al pensamiento de Oscar
que a gran presión hacen estallar la roca y liberan el combustible fósil. Terán (1938-2008). Acha busca reconstruir
Para 2013, la pelea en los territorios se instalaba, tanto en Vaca Muerta (Neuquén), como la mutación ideológica de Terán, atraído por
en Allen (Río Negro). Svampa rememora cómo esa batalla se perdió en todos los frentes. las propias interrogaciones del Terán maduro
acerca de una experiencia que le generaba al
Aquel año, YPF firmaba el acuerdo con Chevron y quedaba instalado un discurso eldoradista
mismo tiempo “nostalgia y vergüenza”.
de los recursos naturales. Las asambleas ciudadanas que intentaron cuestionar los impactos
Pero no se trata de condenar una derrota polí-
socioambientales del fracking no lograron hacerse un lugar en el debate público. La autora
tica sino de ver en Terán, como señala Martín
trató de responder a la pregunta de por qué la entrada de la fractura hidráulica provocaba
Bergel, la condensación “de los más importan-
tan escasa resistencia social y contaba con la indiferencia de los chacareros ante la irrupción
tes estratos culturales de la historia y la vida
de un nuevo modelo de desarrollo incompatible con la producción de peras y manzanas.
Cambiar de ideas intelectual de las izquierdas en Argentina”.
El relato parte de la vivencia personal, de una vuelta a la Patagonia en primera per- Cuatro tentativas sobre Oscar Terán Acha reconstruye entonces el marxismo de
sona, para hacer un llamado urgente a la reflexión acerca de nuestra idea del progreso Terán, su crisis y pasaje a un “marxismo por
y del desarrollo, y de cómo ese modelo supone daños irreversibles para el sosteni- Omar Acha pluralización”, sus lecturas de Foucault como
miento de la vida, incluida, como no podía ser de otro modo, nuestra especie. A medio Prometeo; Buenos Aires, ejercicio de recomposición de la relación con
camino entre la literatura, la sociología y la política, el libro aborda una perspectiva febrero de 2018. el marxismo, para finalmente analizar la his-
local, regional, nacional y también global, y se adentra no sólo en los inmensos retos 260 páginas, 440 pesos. toriografía socialista de las ideas desarrollada
que presenta la crisis ambiental y civilizatoria, sino también en la posibilidad de “cons- por Terán a lo largo de cuatro décadas. Una
truir un Antropoceno con refugios, desde otro paradigma civilizatorio”. trayectoria que invita a reflexionar sobre los
desafíos intelectuales “en la reconstrucción del
Nazaret Castro proyecto socialista anticapitalista”.

Historia
Melancolía de izquierda
Marxismo, historia y memoria
Enzo Traverso
FCE; Buenos Aires, julio de 2018.
412 páginas, 670 pesos.
La idea de que la izquierda está ence-
rrada en una suerte de “trampa de la
melancolía” no es una novedad dentro
del panorama político y filosófico occi-
dental. Todos, incluso los más fervien-
tes defensores de los socialismos reales,
presentan el panorama de que el tiempo
de las revoluciones está extinto, algo que
Traverso lee, en Melancolía de izquierda,
como un acontecimiento no sólo histórico
sino estrictamente teórico. Por ejemplo, la
idea de una dialéctica sin el momento de
síntesis ha hecho que los acontecimien-
tos del pasado, en lugar de servir como
un reservorio de experiencia para el
luminoso futuro por venir, se conviertan
en un terreno melancólico del cual sólo
se puede reflexionar. Así, por ejemplo,
nombres como el de Walter Benjamin y
Theodor Adorno aparecen como extremos
que se concentran en una forma de ver
los movimientos de la historia, la relación
con lo nuevo, el problema de cómo enten-
der el pasado. Traverso repasa diferen-
tes ideas, conceptos y hasta imágenes y
películas para poder revisar cómo opera
en esos espacios el espíritu melancólico
de los proyectos de izquierda (en líneas
generales) y de qué manera se puede
transformar esa encerrona de concentra-
ción memorística sobre el pasado en un
reservorio de fantasmas que claman por
la redención final. Traverso, de un extraño
optimismo, parece afirmar que la revolu-
ción, todavía, y pese a ciertos pronósti-
cos, siempre está por venir.
Fernando Bogado
Investigación
Montoneros y Palestina
De la revolución a la dictadura
Pablo Robledo
Planeta; Buenos Aires, septiembre de 2018.
600 páginas, 809 pesos.
Los “sesen-setenta”. Los viejos, nuevos
y nunca olvidados años en los que
la humanidad entremezcló
sueños y sangre, revolucio-
nes y dictaduras, violencia y
deseo. Los países No Alinea-
dos alababan al mariscal Tito y
al egipcio Gamal Abdel Nasser.
La Guerra Fría se recalentaba con
cohetes soviéticos y misiles esta-
dounidenses. Los hippies pedían
Sociedad
Angustia
Renata Salecl
Godot; Buenos Aires, junio de 2018.
216 páginas, 390 pesos.
Este ensayo analiza la forma en que
opera la angustia en la sociedad actual,
y lo hace estudiando el discurso políti-
co y mediático de aquello que, según se
supone, provoca angustia existencial en
los seres humanos. Aborda las angustias
de guerra y los traumas de posguerra,
las angustias del trabajo, del amor, la tec-
nología, la maternidad y paternidad, el
cuerpo, profundizando en la diferencia
entre angustia y miedo a través de pos-
turas freudianas y lacanianas.
Hoy en día, la proliferación constan-
te de angustias también abre un deseo
de soluciones rápidas (antidepresivos,
inductores del sueño, etc.), pero hemos
olvidado que el psicoanálisis y la filosofía
analizan la angustia como una cualidad
esencialmente humana, no una que para-
liza sino que –por el contrario– es la con-
dición a través de la cual los humanos nos
relacionamos con el mundo.
La autora concluye afirmando que el
consumismo también ofrece “soluciones”
sobre la forma en que hay que manejar esa
angustia: hasta parece que el motor de la
política de marketing que domina la socie-
dad de consumo de nuestros días es justa-
mente la angustia pero, paradójicamente,
esa supuesta libertad de elección potencia
el individualismo, la sensación de ansiedad,
angustia y culpa. Por desgracia, el incre-
mento de la angustia contribuye al statu
quo porque quienes están constantemente
preocupados por su propio bienestar no
suelen desafiar los mecanismos del poder.
Julián Chappa
amor y no guerra, mientras maoístas y
trotskistas levantaban sus estandartes
en el mundo. Por estas pampas, resona-
ban proscripciones y amenazaban nue-
vas dictaduras. El país se debatía entre
el rock, el ERP y Montoneros. Mientras
tanto, en Medio Oriente, el Estado de
Israel se fortalecía al tiempo que los
palestinos pisaban el acelerador de la
lucha por conseguir su Estado.
Sobre esos años y esas relaciones
escribió el periodista Pablo Robledo,
en lo que es, sin dudas, una de
las mejores reconstruccio-
nes de una historia oculta
de aquel tiempo de sangre
y luchas. Pasando por la
Beirut Montonera, por
los viajes de Rodolfo
Walsh a Siria, Jorda-
nia y el Líbano; por la
relación entre Yas-
ser Arafat y la orga-
Pensamiento
La biblia del proletariado
Traductores y editores de El capital
Horacio Tarcus
Siglo XXI; Buenos Aires, septiembre de
2018. 128 páginas, 359 pesos.
El título de este libro remite a una expre-
sión que ya circuló en vida de Marx y
manifiesta, en palabras de Tarcus, “la
temprana sacralización de El capital”.
Como en el caso de los textos religiosos,
los recorridos que hicieron los manuscri-
tos marxianos –en un principio en manos
de Engels, luego de Karl Kautsky o en el
universo soviético– también dependie-
ron de qué mediaciones institucionales
ofrecían una mayor o menor garantía de
fidelidad y canonicidad con respecto a
los originales, de por sí nunca definitivos
ni establecidos por el propio autor. Tar-
cus historiza las disputas por la autoridad
que se desencadenaron al editar, traducir
y hacer circular determinadas versiones
de la obra de Marx por sobre otras, e ilu-
mina la historia de estas traducciones en
España y América Latina.
El libro parte así de los primeros frag-
mentos difundidos en Madrid en 1872
y pasa por hitos como la traducción por
Juan B. Justo del primer tomo en 1897-
1898, la traducción a cargo de Manuel
Pedroso a comienzos de la Segunda
República, la versión en cinco volúmenes
de Wenceslao Roces en Fondo de Cultu-
ra Económica entre 1946 y 1947 (la más
difundida en España y América Latina en
medio siglo), hasta lo que Tarcus define
como “el principal acontecimiento en esta
historia política de las traducciones y
ediciones de El capital”, en 1975, con el
primer volumen traducido para Siglo XXI
por el uruguayo Pedro Scaron.
Germán Conde
nización revolucionaria peronista, y
hasta por los vínculos entre todos ellos
y los sandinistas nicaragüenses, Roble-
do rearma una historia olvidada.
El autor apela a la historia grande (esa
que habla de Arafat, de la OLP, de Fatah y
de Montoneros) pero también a la narra-
ción humana. A esa que lo lleva directo a
la vida y la lucha de Envar Cacho El Kadri
y a la no menos apasionante historia de
Adriana, esa “flaca con un aura misterio-
sa” que cayó en Beirut para convertirse
en la delegada Permanente del Movi-
miento Peronista Montonero en el Líbano.
En un libro que toma partido pero
que es, antes que nada, un excelente tra-
bajo de investigación y narración, Pablo
Robledo reconstruye los lazos y las his-
torias de dos luchas: la de un peronismo
socialista que no sería y la de un Estado
Palestino que todavía no ha llegado a ser.
Mariano Schuster
| 39
Fichero
Cómo mueren las
democracias
Steven Levitsky, Daniel Ziblatt
Ariel; Buenos Aires,
noviembre de 2018.
336 páginas, 549 pesos.
Profesores en la Universidad de Harvard,
especializados en democracia y autorita-
rismo, los autores, que durante años discu-
tieron sobre países y tiempos remotos se
encontraron de pronto preguntándose si
peligra la democracia en Estados Unidos. Y
llegan a la alarmante conclusión de que si
bien aún no existe una recesión democrá-
tica mundial, el ascenso de Trump al poder
corre el riesgo de alimentar una sutil y
lenta deriva global hacia el autoritarismo.
Fue primicia
Historia de Crónica TV
Marcelo Figueroa
Continente; Buenos Aires,
noviembre de 2018.
192 páginas, 459 pesos.
A 25 años de su primera emisión, el periodista
Marcelo Figueroa reconstruye la historia de una
rareza en el mundo televisivo, Crónica TV, el
canal de noticias de las placas rojas estrafalarias,
basado en la difusión de primicias, que llegó
a tener a dos muñecos de peluche –Carozo y
Narizota– a cargo de un segmento informativo.
A través de la carrera de su fundador y director
Héctor Ricardo García, Figueroa revela secretos
y anécdotas de un periodismo de masas, siem-
pre al límite, “firme junto al pueblo”.
Un mundo de escrituras
Aportes a la historia de la cultura escrita
M. Lyons, R. Marquilhas (comps.)
Ampersand; Buenos Aires,
noviembre de 2018. 344
páginas, 550 pesos.
Este libro analiza la escritura en sus múltiples
modos y contextos: como medio de comunica-
ción, herramienta de poder (y de subversión),
fuente de conocimientos esotéricos, medio de
expresión individual, herramienta educativa...
Un viaje apasionante que abarca desde tabli-
llas de arcilla con símbolos cuneiformes hasta
copias manuscritas realizadas por mujeres de la
corte en la Corea premoderna y textos mecano-
grafiados de Hemingway, Kerouac y Simenon.
Yo voy, tú vas, él va
Jenny Erpenbeck
Anagrama; Barcelona,
septiembre de 2018.
336 páginas, 1.195 pesos.
A través de la experiencia de Richard, un profe-
sor universitario alemán jubilado y viudo, que
frente al vacío, la vejez y la soledad decide pres-
tar ayuda en un campamento de refugiados en
Berlín, Erpenbeck narra de manera cruda uno
de los grandes dramas y desafíos del presente:
la vida de miles y miles de seres humanos for-
zados a vagar por el mundo, con sus tragedias a
cuestas, la xenofobia, el choque de culturas, las
barreras burocráticas, la desesperanza...

La educación
en debate #68
¿Qué pasa con el lenguaje
inclusivo en la escuela?
por Diego Herrera*
“
Hay estudiantes que me han pre-
guntado si pueden utilizar el len-
guaje inclusivo en las evaluacio-
nes, porque en otras materias les
descontaron puntos por usarlo o se
lo marcaron como un error” cuenta Julia-
na Sosa, profesora en Lengua y Literatura
en el Instituto Aukan (una escuela laica de
gestión privada ubicada en Lanús que no
recibe subvención del Estado) y en el Ins-
tituto Inmaculada Concepción de Lomas
de Zamora (una escuela confesional con
el cien por ciento de subvención).
Sosa comparte la conversación con
dos amigas que, en 2015, egresaron junto
con ella del Instituto Superior del Profe-
sorado “Joaquín V. González”. Leila Sim-
solo se sorprende con la anécdota de su
colega e interrumpe sin muchos prelu-
dios: “Es muy llamativo eso que contás.
En general, predomina el lugar común de
que la escritura es algo de lo que se ocu-
pa la profesora de Lengua… Salvo cuando
aparece la e. Las comas no se revisan, la
trama del texto tampoco, pero el lengua-
je no binario sí”. Simsolo es docente en el
Colegio Nacional Buenos Aires (CNBA),
en el Bachillerato con Orientación Artís-
tica para Adultos N° 1 del barrio porteño
de Almagro y en el Instituto Superior de
Formación Docente N° 1 de Avellaneda.
La tercera de las amigas se llama Sa-
manta Moll, docente en la Escuela Técni-
ca N° 19 “Alejandro Volta” del barrio por-
teño de San Nicolás y en el Instituto Nues-
tra Señora de Fátima de Villa Soldati (una
escuela confesional con salarios docen-
tes subvencionados por el Estado). “En
las dos escuelas en que trabajo les pibis sí
usan el inclusivo. Algunes, no todes”, dice.
La proporción de quienes lo usan, cuenta,
es baja –un 10%– y son las mujeres las que
lo adoptan mayoritariamente. Además,
observa, suele aparecer en el discurso es-
crito y rara vez en la oralidad.
Cuando a mediados de 2018 se exten-
dieron las tomas de escuelas secundarias
de la Ciudad de Buenos Aires en reclamo
por el aborto legal, la presidenta del Cen-
tro de Estudiantes del Carlos Pellegrini,
Natalia Mira, amplificó la fuerza de sus ar-
gumentos mediante el uso del lenguaje no
binario en las entrevistas que le hicieron
distintos medios de comunicación: “Hay
poques diputades que están indecises, y
queremos demostrarles que a nosotres no
nos va a pasar por al lado que decidan que
sigan muriendo mujeres o decidan frenar
eso y legalizar el aborto”.
El problema de la exclusión de las mu-
jeres y de las identidades de género no bi-
narias que tantas personas perciben en el
masculino no marcado no es nuevo. ¿Por
qué todos incluye a todas y al colectivo
de quienes no se reconocen ni varones ni
mujeres? Sin embargo, fueron estudian-
tes del nivel secundario quienes masifica-
ron el desacuerdo. A partir de entonces,
el lenguaje no binario pasó de identificar
a grupos más pequeños de tenaces mili-
tantes feministas y LGBTIQ+ a ser –junto
con los pañuelos– el símbolo de la ola ver-
de que, a simple golpe de vista, se aprecia-
ba como una multitud de mujeres muy jó-
venes que cantaban “Ahora que estamos
todes el patriarcado se va a caer”.
Este nuevo impulso de la transgresión
de la gramática consagrada por la Real Aca-
demia Española (RAE) enseguida intentó
ser deslegitimado y parodiado. Así, se ob-
servó apenas como una moda adolescen-
te, pero también quedó muy identificado
con la lucha por el aborto legal, así como el
todos y todas había quedado asociado a la
retórica kirchnerista. A esto se sumó otra
preocupación para los sectores más con-
servadores: la bomba del lenguaje no bina-
rio había detonado en el corazón de la edu-
cación obligatoria, en la voz de estudiantes
que hablaban en representación de sus pa-
res organizados en las escuelas. En la cru-
zada anti e confluyeron el conservaduris-
mo lingüístico y el social, que se expresó en
el temor ante la avanzada de una educación
sexual feminista o a lo que comenzaron a
llamar “ideología de género”.
Paulo Freire, un pionero
En el terreno educativo latinoamerica-
no, ya en 1992 Paulo Freire había dejado
un claro testimonio de ello en Pedagogía
de la esperanza. Un reencuentro con la pe-
dagogía del oprimido. Entre 1967 y 1968, el
pedagogo brasileño había escrito su obra
más reconocida, Pedagogía del oprimido.
A comienzos de los setenta, cuenta, mu-
chísimas mujeres de distintos lugares de
Estados Unidos comenzaron a escribirle
cartas para reclamarle por su uso del len-
guaje machista. En un primer momento,
el autor rechazó esas críticas (“Repetí lo
que me habían enseñado en mi infancia:
‘Pero cuando digo hombre, la mujer es-
tá necesariamente incluida’”); luego, ini-
ció una reflexión sobre su propia escritu-
ra: “Desde entonces me refiero siempre a
mujer y hombre, o a los seres humanos. A
veces prefiero afear la frase para hacer ex-
plícito mi rechazo al lenguaje machista”.
La paráfrasis distributiva –optar, por
ejemplo, por “los y las adolescentes”–
fue la primera alternativa para que las
mujeres no quedaran escondidas bajo el
plural masculino, para que el lenguaje
se percibiera inclusivo. La situación se
complejizó cuando se tomó conciencia
de que las identidades de género no bi-
narias quedaban afuera y, entonces, la x
(lxs) y la @ (l@s) fueron variantes bas-
tante utilizadas en correos electrónicos
(Estimadxs, Estimad@s) y, luego, en las
redes sociales. El problema es que es-
tas opciones no servían para la oralidad:
de allí la irrupción de la e que, junto a la
equis y la arroba, se presentan como al-
Suplemento
marzo
2019
ternativas aun más inclusivas que la pa-
ráfrasis porque son no binarias.
Además de los estudiantes, también
hay docentes que llevan el lenguaje no
binario a las aulas. La idea de que se trata
apenas de otra moda de una nueva tem-
porada lingüística adolescente no alcan-
za para explicar el fenómeno. “Desde la
Dirección del Departamento de Caste-
llano del CNBA nos presentaron un dos-
sier con noticias sobre lenguaje inclusi-
vo para incorporar en el programa. Yo
lo usé para trabajar la argumentación”,
cuenta Simsolo. Y agrega: “Tengo una
alumna que el año pasado fue al Encuen-
tro Nacional de Mujeres y me dijo que
iba a escribir el mejor texto de su vida.
Esta chica, que estaba tan entusiasma-
da, tenía muchas ganas de estudiar para
sostener su postura en clase. Corro con
la ventaja de que en esa escuela saben la-
tín y podemos ir hacia las bases lingüís-
ticas”. Además, cuenta la docente, el len-
guaje no binario entra a sus clases cada
vez que representantes del Centro de
Estudiantes pasan por las aulas para ha-
cer algún aviso. En el Instituto Superior
de Formación Docente N° 1, Simsolo es-
tá al frente de la materia Historia de la
lengua española: “La última unidad fue
sobre lenguaje no binario y llevé varios
textos sobre el tema para que pudiéra-
mos debatirlos en clase”.
“En la oralidad a veces uso el lengua-
je no binario en clase. Cuando escribo,
me inclino por la paráfrasis”, comen-
ta Sosa. La discusión sobre el lengua-
je, sin embargo, atraviesa las prácticas
de la docente. “Una vez –recuerda– un
grupo de estudiantes (eran todas muje-
res) estaba leyendo en voz alta sus mo-
nografías para que sus pares les hicieran
comentarios y correcciones. Me llamó
mucho la atención que un grupo mixto
hizo una corrección porque las chicas
que estaban leyendo usaban el nosotros.
Les dijeron ‘¿por qué dicen nosotros to-
do el tiempo si son todas mujeres? ¿Por
qué no pusieron nosotras?’”.
El colegio católico en que trabaja Sosa
se vio conmocionado cuando se debatía el
proyecto de ley para legalizar la interrup-
ción voluntaria del embarazo: “Cuando
se dio la media sanción en la Cámara de
Diputados, las chicas hicieron una mani-
festación en el patio, se pusieron a cantar
y a festejar. El video se viralizó y por las
redes sociales salieron a decir que el co-
legio estaba tomado por feministas”. Esta
situación afectó la sensibilidad de un nú-
mero de docentes históricos de la institu-
ción y llevó a que el debate sobre el len-
guaje tuviera aun más presencia en las d
 II | La educación en debate #68 ¿Qué pasa con el lenguaje inclusivo en la escuela?
d aulas. “El argumento contra el lengua-
je inclusivo se apoya en lo que dice la Real
Academia Española. Que lleven esa insti-
tución a mis clases viene muy bien para
reflexionar que, de alguna manera, segui-
mos funcionando como colonia lingüísti-
ca”, sostiene Sosa.
“En el aula –dice Moll– uso el len-
guaje no binario cada vez que escribo.
Uso la e hasta en las consignas. De he-
cho, en mi clase, una alumna sacó una
foto del pizarrón, la subió a Instagram
y escribió: ‘Cuando la profe la tiene sú-
per clara y te enseña todo el tiempo’”.
A continuación, la docente agrega: “Me
parece que es una cuestión política más
que lingüística. Tiene que ver con visi-
bilizar que no podemos seguir usando
un lenguaje binario. Que existen otros
géneros que quedan afuera”.
A veces, la resistencia puede llegar de
parte del estudiantado. Cuenta Moll: “Me
han dicho ‘ahí va una o, no la e’. Es una
postura de desafío. Cuando pasa esto yo
les digo que pueden poner lo que quieran,
pero que yo escribo así”. Con las autori-
dades de la escuela técnica en la que Moll
trabaja también hubo algunos intercam-
bios al respecto: “Vino el director a de-
cirme que una mamá había ido a quejar-
se por el uso del lenguaje inclusivo de una
docente. Me dijo que iba a llamar a Super-
visión para saber cómo proceder, pero fi-
nalmente no pasó nada”.
La RAE y el poder
A fines de noviembre de 2018, la RAE
volvió a sentar posición sobre el len-
guaje no binario y rechazó el uso de la x,
la @ y la e. Su argumento es que el mas-
culino funciona como el género no mar-
cado y puede abarcar al femenino (no
Eduardo Santiere, Multitudes, 2018 (fragmento, gentileza Henrique Faría Buenos Aires)
se pronunció sobre otras identidades de
género). También desaconsejó la pará-
frasis distributiva por considerarla una
duplicación innecesaria. En el mismo
acto, recomendó a toda la comunidad
de hablantes del castellano que usa-
ra yutubero y wasap. Pese a que no hay
ninguna razón para que los hablantes,
los Estados o los Ministerios se vean
obligados a aceptar los pronunciamien-
tos de la RAE, resulta evidente que la
entidad española fundada en 1713 sigue
siendo efectiva a la hora de legitimar o
estigmatizar usos lingüísticos. En ese
sentido, puede entenderse la nota ofi-
cial interna N° 28/2018 emitida por la
Dirección de Nivel Secundario del Mi-
nisterio de Educación de la Provincia
de Corrientes que, amparándose en los
mismos argumentos de la RAE, descar-
tó la incorporación del lenguaje inclusi-
vo o no binario como eje temático para
su abordaje dentro de las aulas.
La injerencia de la RAE en los hábitos
lingüísticos de las distintas comunidades
de hablantes que utilizan el castellano
puede llevar, en los casos más extremos, a
justificar represalias bastante severas so-
bre quienes se desvían de la norma. Así,
en septiembre del año pasado, un maes-
tro de La Plata denunció haber sido ex-
pulsado de una escuela católica por usar
lenguaje no binario. Otra maestra co-
rrentina fue víctima de una especie de
escrache en las redes sociales por escri-
bir “bienvenides” en el pizarrón. Por Fa-
cebook, Twitter e Instagram circularon
muchas protestas de docentes a quienes
les “bajaron línea” para que no usaran la e
donde la norma no lo permite.
Simsolo es muy crítica del rol asumi-
do por la RAE: “Se supone que solamente
registra los usos, pero, a su vez, comunica
por Twitter que la paráfrasis distributiva
es innecesaria, engorrosa, incómoda”. Y
reflexiona: “Hay palabras terriblemente
violentas, como trolo, que no están regis-
tradas en el diccionario de la RAE y, sin
embargo, jamás escuché que se le dijera
a un pibe que no la usara porque no está
en el diccionario”. Por otra parte, advier-
te que es un error pensar que los únicos
que pueden hablar del lenguaje son los
lingüistas: “Los argumentos que se brin-
dan no suelen ser lingüísticos sino ideoló-
gicos. En la conversación falta incluir a la
Sociología, la Filosofía y la Antropología”.
“Me parece que también hay que po-
ner la lupa en las redes de poder que fun-
cionan hacia dentro de las instituciones
–opina Sosa–. Para quienes trabajamos
en el ámbito privado, el temor a sufrir
represalias por usar el lenguaje no bina-
rio está mucho más presente que en las
escuelas públicas.” No obstante, como
indica Moll, hay otras instituciones de
gestión privada, incluso confesionales,
que están abiertas al disenso: “En el Ins-
tituto Nuestra Señora de Fátima trabaja
une docente de género fluido (una per-
sona que no se identifica con una sola
identidad sexual y circula entre varias).
Por otra parte, si bien la escuela fijó su
posición en contra de la legalización del
aborto, permite que podamos opinar lo
contrario y hasta llevar pañuelo verde”.
Que la única constante en el lenguaje
es el cambio parece algo con lo que acuer-
da la comunidad científica. Poco les im-
porta a los y las hablantes si alguna nove-
dad lingüística está reñida con el origen
latino de un morfema: las lenguas están
plagadas de malentendidos y falsas eti-
mologías. Cuando se prefiere la presiden-
ta y no la presidente, cuando se dice el mo-
disto y no el modista, cuando se impone la
sirvienta en lugar de la sirviente, de nada
sirven los arduos rastreos de una morfo-
logía originaria. Si se producen este tipo
de cambios, es muy posible pensar que se
debe a que las representaciones asocia-
das a palabras como presidente, modisto
o sirviente no satisfacen a la comunidad
de hablantes a la hora de señalar los re-
ferentes del mundo en un determinado
momento histórico. Si, por ejemplo, na-
die necesita decir periodisto para referir-
se a un hombre que conduce un noticiero
es porque la palabra periodista está sufi-
cientemente asociada a varones que ejer-
cen el periodismo. Por razones similares
no existen hablantes que consideren ne-
cesario decir poeto, deportisto o taxisto.
La irrupción del lenguaje no binario en
las aulas ofreció una posibilidad inédita
para quienes se dedican a la ríspida ense-
ñanza de la gramática. La dificultad para
lograr la reflexión sobre la propia lengua
es una preocupación que ha llenado pági-
nas y páginas de reflexión didáctica. Co-
mo con un golpe de varita mágica, el de-
bate abierto generó un apasionamiento
por desarmar la maquinaria de la lengua
y observar todos sus resortes. Dice Sim-
solo: “Me parece que está bueno ofrecer
en clase algunos datos duros, inopinables.
Cuando hablamos de la historia del caste-
llano, por ejemplo, explico que, en latín,
la mayoría de los sustantivos de la prime-
ra declinación son femeninos, salvo tres
o cuatro que son masculinos y terminan
en a, porque claramente no había muje-
res poetas, no había mujeres marineras”.
En Villa Soldati, Samanta Moll trabaja
con una amplia población de migrantes
acostumbrada al leísmo. Así, por ejem-
plo, una oración como “Le vi ayer por la
tarde” puede sonar muy natural entre su
estudiantado, por más de que rechace el
lenguaje no binario. “Me di cuenta que el
leísmo es re inclusivo”, bromea Moll.
Pero, definitivamente, el mayor aporte
de la e intrusa lo recibe la disputa política
más que la lingüística. “Una estudiante
del Profesorado de Avellaneda en el que
trabajo me decía algo muy interesante
–plantea Simsolo–. Ella sostenía que el
lenguaje inclusivo también puede ser-
vir para enmascarar y que no estaba se-
gura de que cambiar palabras implicara
un cambio genuino de mentalidad. Pue-
de compararse con el militante que lle-
va un pañuelo verde y es súper machis-
ta.” Moll, por lo pronto, considera que el
cambio en el lenguaje sirve para visibili-
zar a una porción de la población que de
otra forma quedaría excluida: “Después
podemos discutir si eso tiene un efec-
to en la realidad”. Para Sosa, el extraña-
miento que produce una palabra como
nosotres nos ayuda a entender que pode-
mos hacer un uso político del lenguaje.
Aunque se lo use paródicamente, aun-
que se descalifique a sus hablantes, aun-
que se lo prohíba porque la RAE no lo
acepta, parece difícil que el lenguaje no bi-
nario permanezca ajeno a las conversacio-
nes cotidianas de alguna escuela del país.
Entre quienes exigen ser nombrades co-
mo chiques y quienes no quieren serlo, las
personas que trabajan en las escuelas de-
berán buscar la manera de no imponerle
vocativos a nadie. Si bien es difícil prever
si algunas de las nuevas variantes pasarán
a formar parte del universo de los cambios
lingüísticos consumados, lo cierto es que,
mientras tanto, cada e que tensiona la nor-
ma lingüística también subraya las violen-
cias de la sociedad patriarcal. g
*Licenciado en Ciencias de la Comunicación e
integrante del equipo editorial de UNIPE.

Santiago Kalinowski, miembro de la Academia
Argentina de Letras
“Es una herramienta
pedagógica fantástica”
A “
demás de ser doctor en Le-
tras, Santiago Kalinowski
es un miembro de la Aca-
demia Argentina de Letras
(dirige el Departamento de Investi-
gaciones Lingüísticas y Filológicas)
que no condena el uso del lenguaje
inclusivo. “Por esa postura mucha
gente me agrede en las redes sociales
–dice–. Esto no sucede porque exis-
ta un amor por la conservación de las
formas lingüísticas, sino porque mo-
lesta el reclamo que viene detrás del
lenguaje inclusivo. Hay un pedido de
censura de la voz del otro.”
¿Qué alcance tiene el fenómeno del
lenguaje inclusivo o no binario?
No se trata de un cambio lingüístico
en el sentido tradicional. Los cam-
bios lingüísticos, especialmente
los que son gramaticales como este,
nunca se dan por decisión de un gru-
po. Ahora, al estar ligado a un recla-
mo político, social y cultural, este fe-
nómeno es más bien retórico y su ló-
gica principal es conseguir un efec-
to en un auditorio. En ese sentido, se
trata de la configuración discursiva
de una lucha política que se pone ex-
plícitamente por fuera de las reglas
del sistema lingüístico para denun-
ciar una situación de injusticia. Ese
ponerse afuera constituye también
una denuncia respecto de la gramá-
tica, bajo la hipótesis de que codifi-
ca sexismo. El lenguaje inclusivo no
pretende convertirse en gramática;
su pretensión es cambiar la realidad.
Decir que el inclusivo es retórico no
es quitarle relevancia.
¿Puede predecirse si ese fenóme-
no retórico va a trasladarse a la
gramática?
Considero que no hay que hacer fu-
turología en lenguas. Los hablantes
hacen lo que quieren. Se trata de un
proceso que viene desde hace mu-
cho. Hay antecedentes documen-
tados, como en la Constitución de
Venezuela de 1999. El debate es in-
cluso anterior, pero estamos en un
momento de mayor intensidad y eso
lo hace mucho más visible. Eso pasa
también porque en la escena local lo
empezaron a usar los adolescentes.
Como siempre, sobre el adolescen-
te recae el estigma de que la forma
de hablar que tiene está mal. Pero
no fueron los adolescentes quienes
crearon este recurso. El inglés, el ale-
mán, el francés tienen el mismo pro-
blema. Es un fenómeno global y uno
de los temas centrales del presente.
Ahora que hay una persona con un
DNI que no la identifica ni como
masculina ni como femenina, ¿se
redimensiona el uso del lenguaje
no binario?
Ahí está el problema. En español,
por ahora, es un debate motorizado
por las organizaciones de mujeres.
En otras lenguas, suena más fuerte la
voz de la comunidad de personas con
sexualidad no binaria. Acá, en mi opi-
nión, faltan voces académicas, en el
sistema político y en el periodismo de
personas que no se identifiquen con
las sexualidades binarias. Es muy im-
portante que las personas que no se
identifican como hombre o como mu-
jer tengan una manera de nominarse
a sí mismas.
Puede argumentarse que el mascu-
lino plural funciona como nombre
no marcado, pero en el caso del sin-
gular hay un problema con la re-
ferencia: hay alguien en el mundo
a quien el sistema binario de pro-
nombres no se refiere.
Puede ser. Está adquiriendo entidad
y visibilidad una realidad que antes
no estaba incorporada en el sistema
de ideas. No tenía su propia catego-
ría, no tenía sus palabras. En ese sen-
tido, hay una diferencia y no puede
decirse que el masculino es inclusivo.
¿Qué pasa cuando el lenguaje no
binario entra a la escuela?
Pasa de todo. Hay tensiones. Objeti-
vamente no hay ninguna razón que
permita decir “no se puede usar”. En
la escuela, se usa por muchas razo-
nes. Primero, sube de los estudiantes
que, me parece, lo toman como un es-
tandarte para formar parte de los de-
bates del presente y protagonizar una
lucha que es muy intensa. También
aparece cuando lo introducen los do-
centes. Muchos padres y madres van
a estar entusiasmados con el hecho
de que se use en el aula; otros van a
estar horrorizados. Me parece que
subsiste la idea de que los niños son
una especie de vasija que cualquie-
ra llena. Hay una subestimación ca-
si violenta del sujeto estudiante y esa
idea anima reacciones muy virulen-
tas. La escuela argentina prohibió el
voseo durante generaciones. Este ca-
so sirve para entender que no se pue-
de imponer cualquier uso lingüístico
solamente porque está en la escuela.
Lo único que van a lograr, al suprimir
el inclusivo de la escuela, es que los
alumnos carezcan de los espacios de
reflexión acerca del fenómeno y que
queden por fuera de uno de los deba-
tes más relevantes del presente.
¿Se puede usar como pretexto para
enseñar gramática?
Como herramienta pedagógica es
fantástica. Porque, primero, tenés a
los alumnos motivadísimos con eso.
Se dan las condiciones para hablar de
morfemas, de formación de palabras,
de raíz y vocal desinencial. Como he-
rramienta pedagógica es muy útil. g
D.H.
Estrella Martínez, inspectora
Un cambio
progresivo
Conquistar los símbolos es
consolidar el territorio de
los derechos”, opina Estrella
Martínez, inspectora regional
de educación técnica de la Provin-
cia de Buenos Aires. Bajo su super-
visión, se encuentran 12 escuelas
técnicas y 18 centros de formación
profesional de los municipios de
Hurlingham, Tres de Febrero y San
Martín. Martínez tiene 26 años de
trayectoria docente: en el nivel pri-
mario se desempeñó como maes-
tra y, en la escuela media, fue pre-
ceptora, profesora y formó parte de
distintos equipos de conducción.
“Una de las indicaciones que di
apenas asumí –relata la inspecto-
ra– es que se empezara a nombrar
a las estudiantes de las escuelas
técnicas. El hecho de que en estas
instituciones las chicas represen-
ten un porcentaje minoritario ha-
ce que no hayan sido visibilizadas.
No son nombradas en la escuela: se
las saluda en masculino.” También
destaca que en el 2015, desde la Di-
rección Provincial de Educación
Secundaria, se emitió una circular
que exigía que los estados adminis-
trativos de las escuelas (registros
de asistencia y calificación, libros
de actas, etc.) dejaran de nombrar
primero a los varones y luego a las
mujeres. En cambio, los apellidos
pasarían a ordenarse alfabética-
mente para evitar una jerarquiza-
ción que reproduce la desigualdad
de género. “Este primer paso está
conquistado en las escuelas con las
que trabajo, pero aún falta avanzar
en el terreno del lenguaje”, afirma
Martínez.
Para la inspectora, “es necesa-
rio incluir a las mujeres en el len-
guaje desde pequeñas, visibilizar-
las, nombrarlas. Eso significa em-
poderarlas, darles un espacio en lo
simbólico y en lo concreto”. Desde
su perspectiva, el lenguaje inclu-
sivo “es necesario en términos de
ampliación de derechos”. Martí-
nez reconoce que la posibilidad de
incluir en el lenguaje a las identi-
dades de género disidentes aún es
difícil en el ámbito en que ella se
desempeña y que ese cambio va a
requerir más tiempo: “Me parece
que socialmente aún no se logró
saldar ese debate. Mi objetivo pa-
ra el 2019 es incluir a las chicas en
el lenguaje de la escuela secundaria
técnica. Esto ya representaría todo
un avance”. Y agrega: “Creo que el
les va a venir después (o no). Si for-
zamos su uso, corremos el riesgo
de que haya una reacción que pre-
tenda volver a instalar que en el los
entramos todos, todas y todas las
identidades de género disidentes”.
Martínez opta –por ahora– por
la perífrasis distributiva (las y los,
todas y todos) y por seleccionar
sustantivos que se perciban co-
La educación en debate | III
mo inclusivos (estudiantes, perso-
nas): “En los discursos públicos, hay
quienes asocian mi forma de hablar
con una cuestión partidaria, por-
que precisamente desconocen que
la lucha de la mujer por ser visibi-
lizada es bien anterior al momen-
to en que la ex presidenta (Cristina
Fernández de Kirchner) comenzó a
decir ‘todos y todas’”. Sin embargo,
en los discursos de apertura de los
parlamentos juveniles la inspecto-
ra comenzó a experimentar con la e
para evitar los binarismos: “En esa
instancia sí la uso porque allí hay
mayor viabilidad para hacerlo. Los
pibes y las pibas se ven reconocidos
en ese ámbito simbólico y les genera
mucha alegría. Pero creo que es un
espacio a conquistar. Por ahora son
los y las jóvenes más comprome-
tidos con la realidad social los que
traen a escena el lenguaje no bina-
rio. Todavía no son la mayoría”.
También hay docentes que co-
mienzan a llevar el lenguaje no bi-
nario a las aulas y esto suele provo-
car algunas tensiones que pueden
requerir la intervención de los equi-
pos de conducción y de las supervi-
siones. “Hemos tenido una situación
con una profesora de Literatura de
primer año que utilizaba el lengua-
je inclusivo con la e en sus textos y
en sus trabajos áulicos –relata Mar-
tínez–. Esto generó la inquietud de
los padres, porque planteaban que a
los chicos se les complicaba la com-
prensión.” En este sentido, para la
inspectora no puede perderse de
vista que la comprensión es un ele-
mento básico con el que trabaja la
escuela: “Todavía está en discusión
a quiénes incluye la e y qué significa.
Es un campo por conquistar y definir
colectivamente que después habrá
que legitimar”. Siguiendo ese razo-
namiento, considera recomendable
que el trabajo en el aula con el len-
guaje no binario (sea con e, con x o
con @) forme parte de un proceso
paulatino y apuntalado por algunas
actividades puntuales.
El trabajo con los centros de for-
mación profesional tampoco es sen-
cillo en materia de equidad de géne-
ro. “El año pasado –relata–, cuando
estaba firmando los certificados, me
di cuenta de que las titulaciones si-
guen colocándose en masculino (pa-
nadero Julia González) y pedí que
los rectificaran”. Y concluye: “Es un
campo por conquistar y hay que se-
guir trabajando de manera progresi-
va para que los cambios se consoli-
den. De a poco la sociedad va ama-
sando estas cuestiones que son total-
mente políticas y también implican
una ruptura del lenguaje”. g
D.H.
 IV | La educación en debate #68 ¿Qué pasa con el lenguaje inclusivo en la escuela?
Paula Labeur, profesora
Sirve para
instalar
la ESI
U
na estudiante del Profesora-
do en Letras de la Universi-
dad de Buenos Aires (UBA)
hacía su residencia en el
4° año de una escuela agrotécnica de
Quilmes. Estaban leyendo La casa de
Bernarda Alba, la célebre obra de Fe-
derico García Lorca en la que todos los
personajes en escena son mujeres: Ber-
narda, sus cinco hijas y la criada Pon-
cia. La residente, que dividió la clase en
varios grupos, pidió que se eligiera un
acto y se lo reescribiera como si los he-
chos sucedieran en la actualidad. Uno
de los grupos transformó a Adela, la hi-
ja rebelde que se enamora del prome-
tido de su hermana Angustias, en una
militante feminista que se practicó un
aborto clandestino y se expresa en len-
guaje no binario.
La escena la narra Paula Labeur,
profesora adjunta de Didáctica Espe-
cial en la Facultad de Filosofía y Letras
(UBA), de la Licenciatura y del Profe-
sorado en Letras de la Universidad Pe-
dagógica Nacional (UNIPE) y del Pro-
fesorado de Lengua y Literatura del
Instituto de Enseñanza Superior (IES)
N° 1 “Dra. Alicia Moreau de Justo”. “El
lenguaje no binario –observa Labeur–
está puesto en términos de la construc-
ción del personaje. Hay un aprovecha-
miento estético de una discusión ac-
tual sobre el lenguaje.”
¿Qué nivel de penetración social tie-
ne el lenguaje inclusivo o no bina-
rio?
Yo lo uso para escribir. Uso la x. Todos
y todas es una reformulación no sexis-
ta pero ahora es necesario pasar a lo no
binario; usar la x o la e. Me parece que
vamos a estar viendo qué penetración
social tiene el fenómeno. Una va a las
marchas, por ejemplo, y percibe que
se está usando. Me parece que es algo
extendido que no se reduce a una clase
social. Veo algunas pibas –mujeres más
que varones– que lo usan con una natu-
ralidad envidiable. En el IES N° 1 tengo
alumnas que hace dos años no habla-
ban así y ahora lo hacen con una soltu-
ra absoluta y sin equivocarse.
¿En qué contextos lo usan?
Cuando escriben y cuando hablan en
clase.
¿Y en la conversación cara a cara?
Cuando hablo con ellas fuera de la cla-
se, también hablan así. Son chicas de
veintipico. Tomaron la opción por la e.
Se presentan dificultades con algunas
palabras e incluso circulan instructi-
vos. Decir les pibes parece no funcio-
nar, ¿digo les pibis? Aparecen en los
textos cosas como les xadres, para re-
ferirse a padres y madres. No sé cuán
instalado está, pero cerca de un 10% de
mis alumnas lo usa.
A la hora de hacer la residencia en
las escuelas, ¿también hablan así en
sus clases?
Hay dos chicas del IES N° 1 que habla-
ron así cuando hicieron su residencia
en una escuela pública de Palermo. No
tuvieron ningún problema. Incluso, se
encontraron con pibes y pibas que tam-
bién escriben así. Obviamente, admi-
tieron las dos maneras de escribir. Co-
mo parte de su planificación, propusie-
ron la escritura de un anuario a partir
de hechos políticos significativos del
año y de las propias experiencias de los
estudiantes. En el anuario, apareció el
lenguaje inclusivo.
¿El lenguaje no binario sirve para
instalar la Educación Sexual Inte-
gral (ESI) en el área de Lengua?
Sí. Cuando empezás a pensar cómo
funciona la lengua, aparecen visibiliza-
dos un montón de nudos centrales de
la ESI. Todavía no hay mucho material
desarrollado sobre lenguaje no bina-
rio, pero en cuanto se piensa el proble-
ma aparece la ESI. No puede no apare-
cer. Esto sucede porque las categorías
gramaticales pasan a discutirse en tér-
minos de organización del mundo. Yo
creo que en cuanto aparece este tema
en la escuela, los que estaban con el ce-
lular, hablando entre ellos o tirándose
patadas por debajo del banco, se suman
automáticamente a una discusión que
los interpela. Es una vuelta de tuerca
más en el dominio del lenguaje. g
D.H.
Una experiencia de
educación sexual integral
en el Liceo Nº 9
Mozart y
el lenguaje
no binario
E
n la sala de lectura del Liceo N°
9 de Belgrano, una docena de
estudiantes de segundo año se
sientan en ronda sobre almoha-
dones. Se preparan para hablar de una
ópera de Mozart que adaptaron junto a
dos docentes. Aunque, a priori, parezca
que no tiene nada que ver con la propues-
ta musical, en la conversación se cruza el
debate sobre el lenguaje inclusivo.
El profesor de Música de la escuela,
Nicolás Ravelli, le contó a Marina Be-
resñak, profesora de Lengua y Litera-
tura, que había viajado a Lima para di-
rigir Così fan tutte, la ópera que trata de
dos amigos que quieren demostrar que
sus esposas serían incapaces de “enga-
ñarlos” con otros hombres. “A partir de
ese argumento pueden tratarse temas
de educación sexual integral, como los
estereotipos de género”, sugirió Rave-
lli. Formaron parte del proyecto 150 es-
tudiantes de las seis secciones de 2° año,
quienes se encargaron de que un grupo
de instrumentistas y cantantes profe-
sionales presentaran el espectáculo en
el Liceo. Si bien la ópera fue cantada en
italiano, los sobretitulados que se pro-
yectan para que el público comprenda el
argumento fueron traducidos al español
rioplatense e incluyeron lenguaje no bi-
nario. “El coro del que formé parte –rela-
ta la estudiante Victoria Aguilera– lleva-
ba un cartel que decía ‘Egresades 2018’”.
“Entre todos los estudiantes decidimos
realizar la ópera como si pasara dentro
del colegio. Adaptamos los personajes
para que fueran estudiantes y egresa-
dos”, explica Benjamín Álvarez.
Pero, además de personajes, en la es-
cuela también hay personas que eligen ex-
presarse en lenguaje no binario. “Un com-
pañero de mi curso y yo lo usamos en el
aula y una profesora siempre nos dice que
hablemos bien”, cuenta Aguilera. Otra es-
tudiante, Violeta Diéguez, analiza el fenó-
meno: “Me parece que el lenguaje inclusi-
vo está bueno para aquellas personas que
no se sienten hombre ni mujer. Aunque es
una manera de incluir, hay otras cosas que
van antes. Alguien puede decir todes, pe-
ro en otros ámbitos seguir segregando y
marcando diferencias”. Álvarez dice que
en un momento utilizó el lenguaje no bi-
nario, pero que después se dio cuenta de
que “no hace falta modificar el lenguaje
sino el significado que las palabras tienen
o el uso que les damos”. Y se queja: “En las
asambleas se valora más a una persona
que habla lenguaje inclusivo”.
Quien decide emplear lenguaje no
binario muchas veces debe decidir en
qué ámbitos no es conveniente hacerlo.
Para la alumna Noel Fernández, “en al-
gunos ámbitos de la escuela puede usar-
se con más libertad. Pero a algunes pro-
fesores no vamos a hablarles con len-
guaje inclusivo”. De acuerdo con Fran-
cisco Bas, “más que con les profesores,
se usa entre les alumnes. Cuando hay
una asamblea o una cosa así siempre to-
des lo usan”. Sin embargo, hay estudian-
tes que dicen haber usado lenguaje in-
clusivo hasta en evaluaciones.
Casandra Ragusa, otra estudiante de
14 años, retoma el debate que abrieron
Diéguez y Álvarez: “Hay gente que dice
que se tiene que cambiar el significado de
las palabras que ya se usan, pero hay pa-
labras que realmente les duelen a quie-
nes no se sienten incluides. El lenguaje
inclusivo llega a ser como una expresión
política para decir ‘yo existo, estoy acá y
también soy válide’”. Aguilera apoya a su
compañera: “Creo que muches tienen
miedo a lo nuevo, y ante ese miedo ac-
túan de manera agresiva. A mi mamá no
le gusta y yo lo uso igual. Le digo que no
me escuche si no le gusta cómo hablo”.
Ragusa también reflexiona sobre có-
mo dirigirse a una persona que no se
identifica como varón ni como mujer:
“Si no conocés a alguien, no cuesta nada
preguntarle cómo quiere que le trates.
Que no utilices el lenguaje inclusivo en
el plural es distinto, pero si una persona
te pidió que le trates así, para mí deberías
hacerlo”. Y observa: “Me han dicho, co-
mo crítica, que queremos deformar todo,
empezar a abortar, cambiar el lenguaje y
que todos seamos homosexuales”. Julie-
ta Lépez, que hasta el momento no había
hablado, afirma: “Somos una generación
bastante revolucionaria y que quiere
cambiar las cosas. Y queremos demos-
trarlo ya sea en las marchas, en la ópera o
en la escuela”. g
D.H.
Staff
UNIPE: Universidad
Pedagógica Nacional
Rector
Adrián Cannellotto
Vicerrector
Carlos G.A. Rodríguez
Editorial Universitaria
Directora editorial
María Teresa D’Meza
Editor de La educación en debate
Diego Rosemberg
Redactor
Diego Herrera
 40 |
¿Tocar fondo... y
seguir cavando?
por Serge Halimi*
“
Lo peor no ha llegado mientras pueda de-
cirse: ‘Esto es lo peor’”. Estos días, la di-
plomacia francesa nos recuerda ese verso
de El rey Lear. Al finalizar el quinquenio
de François Hollande, creíamos haber to-
cado fondo (1); algunos predecían incluso
un arranque de orgullo. Después de todo, ya que Es-
tados Unidos expresaba su soberano desprecio ha-
cia las capitales europeas, su deseo de liberarse de
las obligaciones del tratado de la Alianza Atlántica,
¿por qué no aprovechar la ocasión para abandonar
la OTAN, renunciar a la política de sanciones contra
Moscú e imaginar la cooperación europea “del At-
lántico a los Urales” con la que soñaba el general De
Gaulle hace sesenta años? ¡Libres, finalmente, de la
tutela estadounidense, y adultos!
Intervencionismo
Ratificando la autoproclamación de Juan Guaidó co-
mo jefe interino del Estado venezolano, con el pre-
texto de una vacante en la Presidencia que sólo existe
en su imaginación, París se puso una vez más a dispo-
sición de la Casa Blanca y dio su aval a lo que se ase-
meja a un golpe de Estado. La situación en Venezuela
es dramática: inflación galopante, subalimentación,
prevaricación, sanciones, violencia (2). También lo es
porque una solución política choca actualmente con
la sensación de que cualquiera que se subleve contra
el poder, o pierda el poder, corre el riesgo de terminar
tras las rejas. ¿Cómo pretender que los dirigentes ve-
nezolanos no tengan en mente el caso del ex presiden-
te brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, inhabilitado pa-
ra presentarse como candidato en una elección presi-
dencial que probablemente habría ganado, y conde-
nado a veinticuatro años de prisión?
LA MEJOR
ELECCIÓN
SUSCRIBIRSE
Edición 237 | marzo 2019
Editorial
Sumario
Staff 3
Editorial: La igualdad de oportunidades,
tres años después 2
por José Natanson
El Atlas del Agronegocio 3
por Gerhard Dilger y Patricia Lizarraga
Dossier
La destrucción de la
educación pública
Una revolución al revés
por Manuel Jerónimo Becerra
4
El mérito como excusa 6
por Myriam Southwell
Hacia una “Primavera europea” 8
La decisión de Francia infringe la regla que esta-
por Yanis Varufakis
blece que París reconozca Estados, no regímenes. Al
mismo tiempo, conduce también a Emmanuel Ma- El euro, veinte años después 10
cron a fomentar la política incendiaria de Estados por Antoine Schwartz
Unidos, ya que la proclamación de Guaidó fue inspi-
rada por los hombres más peligrosos de la adminis- Manifestaciones, de los Balcanes a
tración Trump, como John Bolton y Elliott Abrams Hungría 12
(véase el artículo de Eric Alterman, página 28). Por por Jean-Arnault Dérens y Simon Rico
lo demás, nadie ignora que el vicepresidente esta-
dounidense Michael Pence informó a Guaidó que La crisis política en el Congo divide a
Estados Unidos lo reconocería... la víspera del día en África 14
que se proclamó jefe de Estado (3). por François Misser
El 24 de enero pasado, Macron exigió “la restau-
ración de la democracia en Venezuela”. Cuatro días Los caminos tortuosos de la paz 16
más tarde, llegaba alegremente a El Cairo, muy de- por Pierre Bernin
cidido a venderle algunas armas más al presiden-
te egipcio Abdel Fatah al-Sisi, autor de un golpe de Represión contra los uigures en China 18
Estado seguido inmediatamente por el encarcela- por Rémi Castets
miento de 60.000 opositores políticos y la condena a
muerte de su predecesor libremente elegido. En ma-
teria de política exterior que pretende ser virtuosa, Dossier
¿puede hacerse algo peor? g
Venezuela: la crisis sin fin
1. Véase Dominique de Villepin, “Francia gesticula… pero no dice
nada”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, diciembre de 2014.
El búmeran bolivariano 22
por Pablo Stefanoni
2. Véase Renaud Lambert, “Contrarrevolución en la
contrarrevolución”, y Temir Porras Ponceleón, “Venezuela en
un callejón sin salida”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, La oposición: no los une el amor 24
diciembre de 2016 y noviembre de 2018, respectivamente. por Julia Buxton
3. Véase Jessica Donati, Vivian Salama y Ian Talley,
“Trump sees Maduro move as first shot in wider battle”, America is back 26
The Wall Street Journal, Nueva York, 30-1-19. por Federico Vázquez
¿Quién es Elliott Abrams? 28
*Director de Le Monde diplomatique. por Eric Alterman
Traducción: Gustavo Recalde
El intelectual como soldado 30
por Olivier Koch
El peligro de la justicia terapéutica 32
por Anne-Cécile Robert
Macron contra los “chalecos amarillos” 34
Suscripción por internet
por Bernard Pudal
(edición online o en papel)
El séptimo arte a la coreana 36
TARIFAS por Jean-Michel Frodon
Edición papel
(Argentina) $ 1000
Edición online Libros del mes 38
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