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POSTULACIÓN DEL PROCESO

Renzo Cavani
Coordinador
Profesor a tiempo completo en el área «Sistema de Justicia y Solución
de Conflictos» de la Pontificia Universidad Católica del Perú

POSTULACIÓN DEL PROCESO

Prólogo de
Eugenia Ariano Deho

Entrevista a
Giovanni Priori Posada

Con la colaboración de
Stefan Espejo Macedo

Lima 2019
Primera edición: febrero 2019
Tiraje: 500 ejemplares

Diseño de portada:
Julieta Casafranca Álvarez

Corrección:
Luis Rodríguez Ordóñez

Diagramación e Impresión:
Tarea Asociación Gráfica Educativa
Pasaje María Auxiliadora 156, Lima 5

ISBN
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2019-03950

Reservados todos los derechos. Queda prohibida sin autorización escrita de los autores la
reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, incluidos
reprografía y el tratamiento informatico
Índice

Presentación 9

Nota del coordinador 11

Prólogo 15

La postulación del proceso: fase del Acceso a la justicia


J. María Elena Guerra Cerrón 19

“Perpetuatio iurisdictionis”: a la luz de nuestro Código Procesal Civil


Sergio Natalino Casassa Casanova 49

La competencia en nuestro Código Proceso Civil


Giusseppi Vera Vásquez 65

Problemática de la competencia judicial


Rafael Viera Arévalo
Rodrigo Saldarriaga Vilca 83

La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad


Marco Carbajal 103

Reflexiones en torno a la regulación de excepciones de oscuridad y


ambigüedad en el modo de proponer la demanda
Manuel Enrique Valverde Gonzáles 149

La Legitimación en el amparo (y el proceso) colectivo Reflexiones para


el acceso a la justicia de las generaciones futuras
Luciano López Flores 171

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Postulación del proceso

La adecuada representatividad del legitimado en la tutela colectiva


del derecho a la consulta previa
Carlos Glave
Gonzalo Bernales 227

El interés para obrar


Rolando A. Martel Chang 247

Problemas de aplicación de la prescripción extintiva en el


proceso civil peruano
Alvaro Tord Velasco 263

La institución procesal del interés para obrar y su Relación


con la conciliación extrajudicial
F. Martín Pinedo Aubián 291

El misterio de la acumulación y desacumulación de procesos


en el Código Procesal Civil peruano de 1993
Renzo Cavani
David Ibarra 309

La intervención adhesiva en el proceso civil


Martín Alejandro Hurtado Reyes 335

El joinder arbitral: eficiencia y consentimiento del tercero en el arbitraje


Mario Reggiardo Saavedra
Julio Olórtegui H. 365

Entrevista a Giovanni Priori 385

8
Presentación

En el año 2007, nació el sello editorial de la Asociación Ius Et Veritas a través de la co-
misión de Investigación Académica. Ello se debió a la necesidad de nuestra asociación de
producir contenido académico en un formato que permita una mayor extensión y
especialización con la misma rigurosidad académica que ya presentaba nuestra revista.
Durante los primeros años, la comisión se dedicó a seleccionar los mejores artículos de la
revista y publicarlos, como por ejemplo el libro “Estudios de Derecho Contractual”.

En la actualidad, desempeñamos la labor de dar espacio a publicaciones que


desarrollen temas jurídicos, que la doctrina no ha desarrollado en su totalidad, con
la publicación de un producto especializado en una rama del derecho. Sin embargo,
dicha labor no solo se reduce a la producción de libros; siempre hemos buscado
promover la vida académica y la investigación dentro de la comunidad jurídica. El
camino sin duda ha sido largo y el proceso de aprendizaje extenuante; no obstante,
vemos los logros tales como la primera publicación de la traducción de
“Elecciones Trágicas” de Guido Calabresi y Philip Bobbitt en el año 2017.

De esta manera, impulsados a continuar el legado de la comisión de Investigación


Académica a inicios del año 2018, motivados por el éxito del libro “Estudios de
Derecho Procesal” reeditado y publicado en el año 2013, contamos con el apoyo
del profesor Renzo Cavani para llevar adelante el proyecto del libro “Postulación
del Proceso”, dada su importancia en el contexto del Proyecto de Reforma del
Código Procesal Civil vigente desde el año 1993. La presente publicación ha sido
producto de un arduo trabajo, que se materializó gracias a la contribución de los
diferentes autores que decidieron aceptar nuestra invitación. Además, con el fin de
poder contar con un producto de calidad característico del sello de la editorial Ius
Et Veritas afrontamos el reto de un proceso de arbitraje bajo el sistema de pares de
doble ciego con la colaboración de árbitros con gran trayectoria académica.

Todo lo mencionado ha derivado en la presente publicación de la cual esperamos


pueda contribuir a la doctrina nacional del Derecho Procesal Civil y su utilidad

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Postulación del proceso

para los operadores jurídicos, sean estos jueces, abogados litigantes, estudiantes,
académicos, etc.

Por último, agradecemos a nuestros compañeros de la comisión de Investigación


Académica, que, más que compañeros, son amigos. Sin el detallismo de Daniel
Hidalgo, asertividad de Valentina García, la experiencia de Alexandra Loaiza, la
energía de Andrea López y disposición por ayudar de Diego Mansilla, no hubiese
sido posible la realización de este libro.

Marie Melisa Gonzales Cieza, Alexander García


Rivas y Stefan Espejo Macedo

Directores

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Nota del coordinador a la primera edición

Esta obra colectiva, que trata sobre la postulación del proceso, busca colmar dos grandes
vacíos en los textos jurídicos nacionales en materia procesal civil. El primero es la falta de
monografías y obras que traten las instituciones que integran dicha temática de forma
coherente, sistemática y analítica; el segundo –y quizá sea el más preocupante– es una
ausencia casi total de textos académicos sometidos a revisión por pares.

No pocas críticas se han tejido, por cierto, contra esta forma de control de la calidad de
la producción académica. Muchas de ellas son bastante atendibles, sobre todo por una
pretensión de monopolización del conocimiento; no obstante, en un país como el Perú
en donde hay muy poca investigación jurídica, sí es necesario un control mínimo y
razonable de lo que debería ser sometido a la comunidad jurídica.

De esta manera, todos los textos de este libro, cuya coordinación me fue encargada
muy gentilmente por Ius et Veritas, han sido revisados por árbitras y árbitros que
cumplieron con cuatro características: ser autores o autoras de textos de relevancia
científica en materia procesal, ser profesores o profesoras universitarios, ser doctores o
doctoras en derecho y, finalmente, ser extranjeros. A ellas y ellos va mi profundo
agradecimiento por el tiempo dedicado a la revisión, con no otro interés que contribuir
con la mejora de la aún precaria ciencia del derecho procesal peruano. Igual
agradecimiento extiendo a dos estimados profesores universitarios: Eugenia Ariano,
por su ilustrativo prólogo, y Giovanni Priori, por sus siempre interesantes reflexiones
plasmadas en la entrevista que aparecen al final del libro. Estar pendiente de lo que
ellos, dos de los más importantes procesalistas de nuestro país, tienen por decir, es
fundamental para cualquier estudiosa, estudioso o estudiante del derecho procesal.

Este libro, además, busca ser un ser vivo. No ha nacido para contemplar, impertérrito, el
tiempo pasar y quedar como un recuerdo más en la literatura jurídica especializada, cual
pieza de museo. La pretensión es, más bien, que sirva de un texto de consulta permanente
para profesoras y profesores, juezas y jueces, alumnas y alumnos, y, para ello, todos los
artículos publicados podrán ser actualizados por sus autores en cada edición, si así lo
justificasen las alteraciones normativas, las novedades editoriales venideras y las nuevas
reflexiones. Pero no solo ello: el libro está abierto para que otros miembros de la comu-

11
Postulación del proceso

nidad jurídica, independientemente de su proveniencia y grado de instrucción, contri-


buyan con sus ideas y se conviertan en voces activas en nuestra doctrina1). Mi
expectativa es que el libro, en cada edición, vaya engrosando su tamaño, que refleje
diálogos críticos por y entre las y los autores y que dé a conocer a jóvenes promesas.

Es necesario dedicar una palabra sobre el título del libro. Postulación del proceso
es un término contra el cual pueden dirigirse muchas observaciones críticas. Más
que ser un género para instituciones como la pretensión (procesal), presupuestos
procesales, legitimación, interés procesal, improcedencia de la demanda,
acumulación, litisconsorcio, rebeldía o saneamiento, como parecería plantearlo el
CPC, reflejaría más una etapa o fase del procedimiento civil y afines (aunque en el
proceso penal exista algo similar con la etapa intermedia) en donde prevalece la
discusión sobre la (in) idónea configuración de la demanda y la estructuración de la
relación jurídica procesal. No sería posible confundir, por tanto, las reglas
procesales con las categorías dogmáticas desarrolladas a partir de dichas reglas.

Asimismo, podría pensarse que la postulación tendría su lugar solo en dicha fase.
Rigurosamente, sin embargo, los “actos postulatorios” (actos de parte en donde se formulan
pedidos que dan origen a cuestiones fácticojurídicas, según lo que se puede desprender del
artículo 189 del Código Procesal Civil) no se agotan en la “etapa postulatoria”. Si bien son
actos postulatorios, la demanda, contestación de demanda, reconvención, contestación de la
reconvención, cuestiones probatorias, excepciones procesales, defensas previas,
modificación de la demanda, también existen otros actos postulatorios que pueden ocurrir
con posterioridad a esta primera fase, como es el caso del recurso, el ofrecimiento de
medios de prueba extemporáneos y las intervenciones en primera y segunda instancia.
Inclusive, el proceso cautelar y el proceso de ejecución tienen su propia fase postulatoria,
con diversas particularidades que merecen reflexiones específicas.

Sin perjuicio de estos óbices de corte analítico, los textos que componen esta obra versan
sobre instituciones estrechamente relacionadas a esta “fase postulatoria”. Esta es la
justificación del título. Se trata de una opción metodológica que deja fuera, por ejemplo,
otros temas relevantes, como garantías procesales, prueba, sentencia, cosa juzgada,
recursos, cautelar, ejecución, etc. La idea es, pues, con esta delimitación, priorizar la
profundidad del análisis dogmático de aspectos problemáticos y específicos de las
instituciones. De allí que pueda encontrarse más de un artículo para tratar una misma figura.

De otro lado, los temas tratados en este libro son especialmente relevantes porque
constituyen el corazón de la dogmática del derecho procesal (no solo civil, nótese bien).

(1)
Ver la convocatoria en la p. 390 de este libro.

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Nota del coordinador

Imposible negar, por ejemplo, la relevancia teórica y práctica de la tutela sumaria o del
recurso de casación; sin embargo, figuras como la causa de pedir, la legitimación y el
objeto litigioso del proceso son más que fundamentales para un adecuado
entendimiento conceptual de todo el proceso y –solo después de este– para la puesta en
práctica de las normas procesales en el foro. Creo firmemente que nuestra doctrina
procesal, cual inquieto artista, debe apreciar, esculpir, deshacer y reesculpir las
categorías, siempre con una preocupación por la claridad y rigurosidad lógica y
lingüística, con las particularidades de nuestro derecho positivo y, con ello, tal vez,
dejar de repetir viejas lecciones que parecen perpetuarse en el tiempo.

No queda más que invitar a las y los lectores interesados en el tema a que se sumerjan en
las complejidades de las instituciones que se vinculan a la postulación del proceso, sobre
todo las y los alumnos del curso del mismo nombre que se dicta en la Facultad de Derecho
de la Pontificia Universidad Católica del Perú y, asimismo, las y los alumnos del curso
“Derecho Procesal Civil I” de otras universidades, curso que sería su equivalente.

En el fondo, es principalmente a las y los estudiantes de pregrado a quienes va


dirigido este libro, con la esperanza de que, en el futuro, construyamos algo de lo
que valga la pena sentirnos orgullosos.

Pando, Lima, verano de 2019

Renzo Cavani
Profesor a tiempo completo en el área “Sistema de Justicia y Solución de Conflictos”
de la Pontificia Universidad Católica del Perú

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Prólogo

Hace unos años, cuando aún participaba regularmente como jurado en los exámenes de
titulación, una candidata a abogado tuvo una insólita “idea”: presentar como objeto de análisis
un expediente civil seguido bajo las reglas del Código de Procedimientos Civiles; un código que,
obviamente, en el momento del examen estaba desde hacía mucho tiempo ya derogado. Un dato
del expediente causó el asombro (y una cierta nostalgia…) entre los miembros del jurado (en
particular en su Presidente, que tenía muy viva la experiencia de los “juicios” llevados con el
viejo Código) fue que la demanda (que, si mal no recuerdo, tenía por objeto la declaración de
nulidad de un contrato) no solo había sido “proveída” (con un simple “por presentada: traslado”)
el mismo día de su presentación, sino que había sido notificada al demandado ¡al día siguiente!
Esto es algo ya impensable en los tiempos del indicado examen de titulación y que hoy causaría
la sorpresa, estoy segura, de cualquier estudiante que se inicie en sus “prácticas” ante nuestros
órganos jurisdiccionales. Es más: si algo así ocurriera, inmediatamente se activarían los
mecanismos disciplinarios, pues tanta “celeridad” sería “sospechosa”.

Hay que tener presente que el expediente en cuestión provenía del Distrito Judicial de Lima y no
de un lugar con poca litigiosidad, y se había iniciado poco antes de que sobreviniera la “gran
revolución”: la entrada en vigencia del Código Procesal Civil (rectius, del Texto Único
Ordenado del Código Procesal Civil, TUO-CPC), lo que, como se sabe, ocurrió hace veinticinco
años, para ser precisos el 28 de julio de 1993. De hecho, a partir del primer día útil de esa fecha,
las demandas nunca más serían (como ocurrió en el viejo expediente) simplemente “proveídas”,
sino que tendrían que ser (como los títulos que se presentan ante los Registros Públicos…)
“calificadas”, para determinar si ellas eran “aptas” para abrir un proceso, controlándose si se
reunían todos los (denominados) “presupuestos procesales” y “condiciones de la acción”. Ello a
fin de evitar (eso se nos dijo) que se abrieran procesos “inútiles” que terminaran
(ignominiosamente) después de muchos años sin un pronunciamiento sobre el fondo, como
supuestamente ocurría durante la vigencia del Código derogado.

Por tanto, a partir de esa fatídica fecha, toda demanda tenía que pasar por el “cernidor”
del juez, con la consecuencia de que cada una tenía (y tiene) que esperar su “turno” en
el escritorio judicial y –tal cual como ocurre con un título presentado ante los Registros

15
Postulación del proceso

Públicos– una vez que llegara (y llegue) el ansiado “momento” de la “calificación” (lo
que en los primeros tiempos podía durar días y hoy, incluso… meses), podía (y puede)
ocurrir que la demanda no “pasara” (y no “pase”) por los hoyos del cernidor, pues en
vista de la existencia de algún “defecto” (real o inventado), de esa “calificación”
liminarmente hecha (del todo solitariamente) por el juez, la demanda fuera (y sea)
considerada “inadmisible” (artículo 426 CPC) o, peor aún, de plano “improcedente”
(artículo 427 CPC). De allí el asombro (y, repito, la nostalgia) en el jurado examinador
que se encontró con una demanda tan ágilmente (llamémoslo así) tramitada.

Ahora bien, el traer a colación esta pequeña anécdota académica para presentar un libro
colectivo sobre la “Postulación del proceso” (que aborda críticamente muchos temas, pero
apenas un tantito el problema representado por el rechazo in limine de la demanda(1)) quizá
me valga la imputación de utilizar (falazmente) un argumento ad antiquitatem para inducir
al lector a pensar que en los tiempos del viejo Código “todo era mejor” y que habría que
regresar a él. Esto no es ciertamente así. El Código de Procedimientos Civiles acogía un
modelo procesal de corte medieval que había hecho su época y era necesario cambiarlo,
pero cambiarlo para mejorar el sistema y no para agregar nuevos problemas a los que ya
existían, que es lo que ocurrió con el Código Procesal Civil.

Y justamente uno de los nuevos “problemas” agregados por el CPC fue el creado por la
atribución al juez del poder de “calificar” la demanda(2), que no solo causa las inútiles
pérdidas de tiempo que indicaba líneas arriba, sino que es también del todo inútil para el
logro de los fines que supuestamente justifican su presencia: si la “calificación” de la
demanda resulta positiva y el juez la admite, nada impide –según la cómoda interpretación
dada por nuestros jueces al último párrafo del artículo 121 TUO-CPC– que, al final del
proceso el juez (el de primera instancia, el de apelación o, incluso, el de casación), en

(1)
Véase el trabajo de María Elena Guerra, quien, en aras del acceso a la justicia, auspicia el recurso al principio
“pro-actione” (en caso de duda: admite…). El que se haya tenido que “inventar” ese principio (que sirve de
muy poco en la realidad judicial cotidiana) revela la magnitud del problema representado por la presencia del
“poder calificatorio”.
(2)
En honor de la verdad, el poder de “calificar” la demanda no fue introducido recién por el CPC de 1993, sino
que ya estaba en el derogado (artículo 307), que permitía que el juez “devolviera” la demanda si le faltaba
alguno de los elementos del artículo 306 (que eran muy pocos…). En tal línea, lo que hizo el CPC de 1993
(bajo inspiración brasilera) fue “reforzar” ese poder. Quizá sea bueno recordar que el poder de “controlar” la
demanda es un ingrediente típico de los modelos procesales de inspiración medieval (como lo son todos los de
los países iberoamericanos), en el que la demanda va dirigida al juez y no directamente al demandado (como
en los sistemas procesales inspirados en el modelo francés). Que este sea un rasgo típico del proceso común
medieval queda evidenciado por la simple lectura del más “medieval” de todos los procesos del mundo: el
previsto por el Código de Derecho Canónico, en cuyo canon 1505, justamente, permite al juez “admitir o
rechazar” (admittere aut reicere) la demanda (libello litis introductorio) y solo una vez admitida llamar o citar
a las demás partes para la contestación de la demanda (vocare seu citare ad litem contestandam: canon 1506).

16
Prólogo

lugar de pronunciarse sobre el fondo, emita una sentencia de mera absolución de la


instancia (esto es: que declare improcedente la demanda) por alguna razón que bien
habría podido determinar la improcedencia liminar.

Ciertamente, que las demoras ocasionadas por la “calificación” de la demanda (y todas las
subsiguientes consecuencias) desde hace un buen tiempo hayan sido asumidas como “normales”
por los abogados (y los estudiantes-practicantes), no debe eximirnos de evidenciar que aquello
nada tiene de “normal” en un sistema que (como engañosamente lo proclama el artículo I del
Título Preliminar del TUO-CPC…) reconoce a todo justiciable el derecho a la tutela
jurisdiccional “efectiva”. Salvo que sea yo la equivocada, lo primero para “efectivizar” la tutela
jurisdiccional es acceder al medio para ello. Habría que auspiciar que algún estudioso (o grupo
de estudiosos), con auténticas herramientas de investigación cuantitativa, mida la incidencia de
este poder sobre la efectividad de la tutela jurisdiccional: para ello se cuenta con esa suerte de
“cementerios” de las demandas frustradas liminarmente (o simplemente demoradas) que son los
archivos judiciales. Estos están allí a la espera de ser analizados.

Ahora bien, los nuevos problemas creados por el Código Procesal Civil no se
agotan ciertamente en la demora o en la frustración del inicio del proceso: esto es
solo el primer problema. Todo lo que viene después, si se logra pasar la valla de la
admisión, es un camino empedrado de dificultades y frustraciones.

No es mi intención seguir afligiendo al lector sobre los problemas creados a los


justiciables peruanos por el Código Procesal Civil (y su praxis), sino solo invitarlo a
analizar críticamente los catorce trabajos que en este volumen se publican.

Decía Salvatore Satta que la “ciencia del proceso es una ciencia por su naturaleza
intranquila. Como el proceso está en el centro de la experiencia jurídica, así la
ciencia que lo estudia sufre el tormento de esta experiencia, está expuesta a todas
las perturbaciones de la historia y de la vida, que en todo momento ponen en
discusión los postulados sobre los cuales se asienta”(3). Vaya pues mi invocación al
lector (en particular, si estudiante) a que no se deje vencer por el conformismo ni
seducir por las innovaciones presentadas como milagrosas.

Eugenia Ariano Deho


Profesora de Derecho Procesal en la Pontificia Universidad Católica del Perú, en la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos y en la Universidad de Lima

(3)
Satta, Salvatore. “Presentazione degli scritti giuridici di Antonio Segni” [1965]. En: Soliloqui e colloqui
di un giurista. Nuoro: Ilisso, 2004, p. 169.

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La postulación del proceso:
fase del Acceso a la justicia(*)

J. María Elena Guerra Cerrón(**)

“(…) debemos considerar al hombre como centro y fin del ordenamiento jurídico, y
por qué no del sistema. Mientras la doctrina procesal y constitucional de hoy se
encarga de posar su mirada en quien imparte justicia, discutiendo sus deberes,
facultades y cuota de poder a asignarle, paralelamente sigue en deuda con quien
necesita recurrir a la justicia. Habrá que explicar algún día por qué son muchos los
que eligen construir un sistema de justicia más a la medida de los jueces que de la
gente, que además en algunos países resulta lisa y llanamente inaccesible para la
porción importante de la población”(1).

GUSTAVO CALVINHO

Sumilla
El Acceso a la justicia, más que un derecho humano-fundamental es una institución plural y
multidisciplinaria (social, económica, cultural, jurídica, etc.), porque tiene su base en las
personas y en la realidad social; y va mutando de acuerdo con la evolución de los derechos
fundamentales, y la propia evolución de las sociedades y personas. Como fase del Acceso a
la justicia identificamos al acceso al proceso y a su desarrollo, de ahí la esencialidad de
la postulación del proceso como primer paso formal para la tutela jurisdiccional. La
“calificación de una demanda” no puede servir como medio para limitar el acceso al
proceso y a su desarrollo, por ello, si mantenemos los tradicionales “presupuestos
procesales” y las “condiciones de la acción”, hay que aplicarlos de manera razonable
en función al principio pro actione; y en el

(*)
Este artículo fue recibido el 19 de mayo de 2018 y su publicación fue aprobada el 11 de julio de 2018.
(**)
Abogada por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Magíster en Derecho Empresarial por la Universidad
de Lima. Doctora en Derecho y Ciencia Política por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Estudios
de Maestría en Derecho Procesal Constitucional en la Universidad Lomas de Zamora, Buenos Aires, Estudios
de especialización en Contratación moderna y Responsabilidad Civil en las Universidades de Castilla La
Mancha y Salamanca en España. Docente en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pregrado y
postgrado, y en la Universidad de Lima. Miembro del Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal. Ex juez
civil de la Corte Superior de Justicia de Lima. Fiscal Superior Civil DF. Callao.
(1)
CALVINHO, Gustavo. Los jueces en el siglo XXI y la garantía del proceso. Actualidad y futuro del
Derecho Procesal principios, reglas y pruebas. Colombia: Universidad del Rosario, 2010; p. 24.

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J. María Elena Guerra Cerrón

caso de nuevos escenarios, en los que no habría claridad en cuanto a la


legitimidad para obrar, es indispensable adecuarlos. No promovemos la
informalidad, aspiramos que se mantenga el necesario orden procesal, en la
medida que este sirva para garantizar el acceso al proceso.

Palabras Clave:
Acceso a la justicia/ acceso al proceso / postulación/ requisitos procesales

1. Introducción
El Derecho es una de las creaciones más importantes del hombre, y dentro de este
encontramos al proceso, del cual se dice y se seguirá diciendo que es el instrumento
para la realización del Derecho. La pregunta que surge es ¿qué es un proceso?, una
definición común, desde la Real Academia Española, es aquella que considera que se
trata de una acción de ir hacia delante; del transcurso del tiempo; de un conjunto de
fases sucesivas de un fenómeno natural o de una operación artificial.

Entonces, un concepto general de proceso sería que se trata de un medio que está
compuesto por un conjunto de etapas o fases sucesivas que se desarrollan en un
tiempo determinado, para alcanzar un objetivo proyectado. En la medida que se
cumplan los pasos del proceso en el tiempo establecido y se alcance la finalidad, se
habla de eficiencia y efectividad, que son algunas características de la
funcionalidad, que finalmente va a servir para determinar su utilidad.

Existen diferentes procesos, por ejemplo, el proceso de producción, el proceso de gestión,


el proceso informático, el proceso médico, el proceso judicial, entre otros. Lo que distingue
a uno de otro es su objeto, su finalidad y las particularidades de sus etapas o fases.

Respecto al proceso judicial, que es el tema que nos ocupa, una definición común del
mismo, acudiendo al diccionario de la Real Academia Española, es aquella que la concibe
como un conjunto de actos y trámites seguidos ante un juez o tribunal, tendentes a dilucidar
la justificación en derecho de una determinada pretensión entre partes y que concluye con
una resolución motivada. Lo que va a distinguir al proceso judicial de cualquier otro
proceso no es propiamente que se trata de un proceso donde están involucradas
disposiciones legales, sino de uno donde está involucrada la persona, su dignidad y libertad;
por lo tanto, su finalidad debe ser garantizar los derechos de las personas.

Ciertamente, el proceso constituye una “(…) garantía de los derechos humanos en


democracia; para que una sentencia aspire a ser justa; es necesario que sea fruto del respeto

20
La postulación del proceso: fase del Acceso a la justicia

al método y al derecho. Es la principal contribución del derecho procesal al sistema


de justicia democrático, el más importante aporte que puede hacer esta rama
jurídica para la protección y el resguardo de los derechos fundamentales”(2). El
método es aquel en el que se reconoce como eje del proceso a la persona.

Teniendo en cuenta lo antes señalado, ¿sería suficiente señalar que el objeto del Derecho
Procesal es el estudio y regulación del proceso, dada la importancia de este como medio de
realización de los derechos? Nuestra respuesta es negativa, ya que no solo no es suficiente,
sino que es errado, pues el proceso, si bien es importante, no existe por sí mismo, es algo
estático y su dinamismo está en función de los sujetos que intervienen en él. De ahí que si
bien el Derecho Procesal estudia la estructura de los procesos y su diseño de acuerdo a los
diferentes objetos, principalmente se encarga de estudiar y regular la actuación de los
sujetos en el mismo, ya sea del juez en ejercicio de la función jurisdiccional, de los
auxiliares judiciales, de las partes y de las relaciones entre ellos.

Cabe resaltar que:

“Uno de los fenómenos más relevantes del derecho procesal que se ha desarrollado
durante el siglo XX ha sido el de “publicización” o “socialización” del proceso (…)
durante la segunda mitad del siglo XX surgió otro fenómeno de especial relevancia
para el derecho procesal, a saber, el de la “constitucionalización de las garantías
procesales” (…). Estos fenómenos procesales han generado en la doctrina un debate
que se ha concretado en dos posturas antagónicas sobre cuál debe ser el modelo del
juez civil. Por un lado, la postura de aquellos autores que centran su atención en las
partes, a las que se les atribuye todo el protagonismo del debate procesal, evitando así
el otorgamiento de facultades materiales de dirección al juez que, en opinión de estos
autores, pueden suponer la ruptura del citado garantismo constitucional. Por otro lado,
la postura de los que buscando la máxima eficacia de la tutela judicial otorgan al juez
ciertas facultades materiales de dirección del proceso”(3).

El debate acerca del modelo adecuado está vigente, y en nuestro concepto es una
tarea permanente, ya que no hay un modelo “perfecto”, tratándose de sujetos y
sociedades cambiantes.

En el Derecho Procesal, para el estudio de las funciones y actuaciones en el proceso,


encontramos clasificaciones metodológicas, como etapas o fases, que se conocen como
“etapas procesales”. Las etapas que se reconocen son la postulatoria, probatoria y decisoria,

(2)
Ídem.; p. 35.
(3)
PICO I JUNOY, Joan. El derecho procesal entre el garantismo y la eficacia. Un debate mal planteado. El
proceso civil: Problemas fundamentales del Proceso. Lima: RAE Jurisprudencia, 2011; pp. 18 y 19.

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J. María Elena Guerra Cerrón

o ejecutoria o ejecutiva. En algunos casos se suele hablar de una etapa previa,


debido a la exigencia de realizar algunos actos como el caso de la conciliación
extrajudicial, que por ahora en el Perú, es un requisito de procedibilidad.

La etapa que nos servirá para el desarrollo de este trabajo es la postulatoria, es decir, la
primera formalmente hablando, aquella a la cual consideramos esencial, ya que
constituye el acceso al proceso y principalmente a su desarrollo. Nos referimos al
“acceso al proceso”, ya que forma parte del continente del Acceso a la justicia.

El esquema que planteamos, a fin de poder determinar el contexto actual del acceso al
proceso y el desarrollo del mismo, es exponer acerca de la evolución de los derechos
humanos, el Acceso a la justicia, su consolidación como derecho fundamental, y las
llamadas “oleadas del Acceso a la justicia”; en donde la demanda viene a ser el primer
paso en la etapa postulatoria, y los requisitos para el desarrollo del proceso y, en ese
contexto, los nuevos desafíos en cuanto a la legitimación e interés para actuar en un
proceso. Ello debido a que buscamos explicar cómo es que el Acceso a la justicia, hoy
derecho humano y derecho fundamental, está en permanente evolución, pues a su vez
es un continente abierto a nuevos derechos, y cómo por efecto de esta evolución se
estaría produciendo una mutación en los enfoques de los procesos, en los que se exige
una revisión permanente que no implique una desprotección en virtud a las exigencias
formales del acceso al desarrollo del proceso.

2. Los derechos humanos y su evolución

Como “ondas u olas de derechos humanos”, o también como “generaciones” o “fases”


se explica la evolución de los derechos humanos. Estas agrupaciones no tienen otra
finalidad que la metodológica, esto es, para realizar un mejor estudio y entendimiento
de los derechos humanos en el proceso de desarrollo del hombre y de la humanidad. Ha
sido identificado como proceso histórico la evolución de los derechos humanos, su
concepto en diferentes épocas y cómo estos se han venido reivindicando.

En la evolución de los derechos humanos identificamos estadios cuya diferenciación


está en la suma de nuevos derechos humanos reconocidos, de nuevos sujetos
legitimados y en el propio concepto de los derechos que ha ido cambiando.
Tradicionalmente se reconocen tres fases: primera, segunda y tercera; en las dos
últimas ubicamos el mayor desarrollo del concepto de Acceso a la justicia.

La primera fase se describe a partir del “estado de naturaleza” (libertades naturales o


físicas) donde se reconocen derechos individuales y políticos a las personas. Se trata de
derechos que constituyen una proscripción de arbitrariedad de un Estado o poder po-

22
La postulación del proceso: fase del Acceso a la justicia

lítico. La segunda fase se caracteriza por el reconocimiento a los derechos económicos,


sociales y culturales. La tercera fase es en la que se reconoce a aquellos derechos que
conocemos como derechos humanos de fraternidad o de solidaridad, por ejemplo, el
derecho al medioambiente, derecho de género, el derecho al desarrollo, entre otros. En
esta última fase se destaca una diferenciación en los derechos o intereses que pueden
ser individuales o colectivos, y con ello surge, para el Derecho Procesal, un nuevo
fenómeno procesal, que exige una revisión en el concepto y alcances de la legitimación
procesal, y del interés para obrar.

En ese sentido, resulta importante tener en cuenta que el concepto que se tenga de
los derechos humanos va a depender del momento histórico, puesto que han ido

“(…) expandiéndose en el curso de su historia, así también ha ido modificándose, o


cuando menos ajustándose, el concepto que tenemos de ellos (…). Si los derechos
cambian, y cambian porque se incrementan, también cambia o se modifica el concepto
que pueda darse acerca de ellos(…) dar un concepto de derechos humanos resultaba
tarea fácil cuando solo se contaba con la primera de sus generaciones, la de los
llamados derechos civiles, y que esa tarea se volvió más compleja con la aparición
luego de los derechos sociales y culturales, y ni qué decir cuando se filian como
derechos humanos algunos que, como el derecho al desarrollo o el derecho a la paz,
tienen como titulares a los pueblos, e incluso a la completa humanidad”(4).

3. Acceso a la justicia

Es común que el Acceso a la justicia se use como sinónimo de acción, de recurso legal
efectivo, de tutela judicial, de tutela jurisdiccional efectiva o de debido proceso; sin
embargo, el Acceso a la justicia es más que cada uno de esos derechos o garantías.

A la acción se le califica como derecho, también se dice que es un poder, o una


facultad, pero en nuestro Código Procesal Civil (en adelante CPC), artículo 2, se ha
establecido que se trata de un derecho y se señala:

“Artículo 2.- Ejercicios y alcances. - Por el derecho de acción todo sujeto, en


ejercicio de su derecho a la tutela jurisdiccional efectiva y en forma directa o a
través de representante legal o apoderado, puede recurrir al órgano
jurisdiccional pidiendo la solución a un conflicto de intereses intersubjetivo o a
una incertidumbre jurídica. Por ser titular del derecho a la tutela jurisdiccional
efectiva, el emplazado en un proceso civil tiene derecho de contradicción”.

(4)
SQUELLA Agustín y LÓPEZ CALERA Nicolás. Derechos humanos: ¿invento o escubrimiento? Madrid:
Fundación Coloquio Jurídico Europeo, 2010; p. 62.

23
J. María Elena Guerra Cerrón

Asimismo, se señala sobre la acción:

“El derecho de acción cubre la multifuncionalidad de los derechos fundamentales,


o sea, puede ser utilizado conforme a las necesidades funcionales de estos. Por lo
tanto, es un derecho que se coloca sobre todas esas funciones y, en realidad, sobre
todos los derechos fundamentales materiales. Es que dichos derechos dependen,
en términos de efectividad, del derecho de acción (…). El derecho de acción es un
derecho fundamental procesal y no un derecho fundamental material, como son
los derechos de libertad, a la educación y para la protección del medio ambiente.
Por lo tanto, él puede ser considerado como el más fundamental de todos los
derechos, ya que es imprescindible para la efectiva concreción de todos ellos”(5).

Reconocemos la trascendencia del derecho de acción, pero más aún del Acceso a la
justicia, puesto que la acción es un componente del Acceso a la justicia, la cual es el
continente de estos. Se trata de una institución plural y multidisciplinaria, un derecho y
una garantía abiertos, además, a cualquier derecho o garantía que surja o que exija ser
incorporado de manera natural conforme vayan apareciendo en la sociedad y se
conviertan en una necesidad de tutela estatal para los sujetos. Entendemos que no
podría alegarse que algo no está expresamente regulado en las disposiciones
procesales, para negar el Acceso a la justicia, frente a la invocación de un derecho.

3.1 Fases en la evolución del concepto de Acceso a la justicia

Así como hemos reconocido la utilidad de determinadas fases para el estudio de la evo-
lución de los derechos humanos, igualmente se identifican fases para el estudio del de-
sarrollo del concepto Acceso a la justicia, incluso encontramos coincidencias en ambas.

Mauro Cappeletti identifica “oleadas” en el Acceso a la justicia a partir de situaciones


prácticas. La primera oleada está referida a la ayuda legal para los pobres, la segunda oleada
se refiere a la representación de los intereses difusos y en la tercera oleada se ubica el
acceso a la representación legal. Esta significaría la más amplia concepción del Acceso a la
justicia, puesto que de la teoría se pasó a lo práctico y real, con el imperativo que las
personas conozcan sus derechos y con un nuevo enfoque de representación del interés
público(6). No deberá pensarse que de una oleada a otra se ha producido una ruptura; por el
contrario, hay continuidad, puesto que “una nueva oleada” es la revalorización de la
anterior, una superación del concepto anterior y una mayor exigencia de tutela estatal para
los derechos e intereses ya sean individuales o colectivos.

(5)
MARINONI, Luiz Guillherme; PÉREZ RAGONE, Alvaro y NÚÑEZ OJEDA, Raúl. Fundamentos del
proceso civil hacia una teoría de la adjudicación. Chile: Abeledo-Perrot, 2010; p. 195.
(6)
CAPPELLETTI, Mauro. El Acceso a la justicia: la tendencia en el movimiento mundial para hacer efectivos
los derechos. México: Fondo de Cultura Económica, 1996; p. 9.

24
La postulación del proceso: fase del Acceso a la justicia

Si se compara la segunda y tercera fase, en la evolución de los derechos humanos, con


la segunda y tercera “oleada”, en el desarrollo y evolución del Acceso a la justicia, se
identifican las coincidencias y se llega a la conclusión que hay un desarrollo
simultáneo. Por efecto de este, se ha producido una suerte de “revolución de la
Justicia”, y con ello una revolución del proceso, que influye de manera determinante en
el Acceso a la justicia y en general, en el Derecho Procesal.

3.2. Dimensionalidad del Acceso de justicia

Al principio hemos señalado que el Acceso a la justicia es una institución plural y


multidisciplinaria, para completar esta idea señalamos que lo identificamos así por
su conformación y contenido político, económico, social y jurídico (lo que
trasciende al ámbito procesal); por lo tanto, para materializarlo se requiere de la
concurrencia de diferentes acciones y de profesionales, no solo de abogados.

Resulta que:

“(…) un tema de acuciante preocupación para gobernantes, juristas, sociólogos del


derecho y otros operadores, técnicos y políticos, del sistema de administración
estatal. Ella registra la pronunciada distancia entre ciertas garantías del orden
democrático y su efectiva realización práctica; en el caso, la distancia entre las
garantías del debido proceso, el derecho de defensa, la igualdad de derechos, el
principio de reserva y otras promesas consagradas constitucionalmente por una
parte, y, por la otra, un panorama social y cultural que indica que enormes
contingentes de individuos, por diversos motivos, progresivamente más y más
insidiosos, se encuentran materialmente privados de tales derechos, que no están
en condiciones siguiera de reclamarlos, que no acceden a la jurisdicción que no
pueden o que no saben requerir el auxilio de los jueces”(7).

A manera de referencia podemos mencionar que, en el Perú, se trabajó un


importante documento, cuyo informe final de la CERIAJUS del año 2004, área
temática N° 1, abordó el “Acceso a la justicia” en el que se señaló lo siguiente:

“La definición de Acceso a la justicia hace referencia a garantías que permiten la


posibilidad de acudir a cualquier entidad del sistema para obtener la definición de
un conflicto en términos de justicia desde el punto de vista individual y social. Las
garantías a las que se alude tienen un fundamento doble: deben permitir que sea
libre y general. De este modo, el Acceso a la justicia implica en su contenido: i) la

(7)
CARCOVA, Carlos María. “Acceso a la justicia: exclusión y aculturación”. Primer Congreso
Latinoamericano Justicia y Sociedad, Panel Administración de Justicia y judicatura democrática. Instituto
Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos. Bogotá, 2003.

25
J. María Elena Guerra Cerrón

existencia de información suficiente sobre el contenido de los derechos y sobre la


forma a través de la cual estos pueden ser ejercidos y defendidos, ii) la existencia a
nivel de todo el país de los medios y recursos humanos y materiales necesarios
para garantizar la cobertura del servicio al ciudadano que lo requiera”.

Teniendo en cuenta las particularidades de cada país, el acceso puede verse perturbado por
la ubicación geográfica, la falta de órganos de Justicia, recursos económicos limitados para
la defensa técnica, el idioma, la cultura y etnia, la falta de un adecuado asesoramiento de
abogados y la acreditación de la titularidad de los derechos, entre otros.

Entonces, la “posibilidad de acceder” no solo debe ser descrita como llegar al sistema y
que se actúe conforme a Derecho, pues no se trata únicamente de “acceder” al proceso
y a la garantía procesal del debido proceso, sino que también abarca al tránsito previo,
a todo el “camino” que se tiene que recorrer hasta la materialización del derecho de
acción. Ello impone una labor muy compleja de parte de los tres Poderes del Estado,
puesto que se debe garantizar a las personas el estadio previo al proceso, el momento
de materializar el derecho de acción, el acceso al proceso, el desarrollo del proceso, la
resolución final ajustada al Derecho y la efectividad de la decisión judicial en sus
términos. En definitiva, la dimensionalidad del Acceso a la justicia está en su carácter
político, social, económico y jurídico; así como en su pluralidad y
multidisciplinariedad, todo lo cual fundamenta que se trata de una institución.

4. El Acceso a la justicia como derecho fundamental

En disposiciones supranacionales como la Declaración Universal de los Derechos Huma-


nos, la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, la Convención
Americana sobre Derechos Humanos y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Polí-
ticos, no encontramos mención expresa del Acceso a la justicia, solamente hay referencias
al derecho a un recurso efectivo ante los tribunales, es decir, que toda persona puede
concurrir a los tribunales para hacer valer sus derechos, que toda persona tiene derecho a
ser oída con las debidas garantías ante los tribunales competentes y que todas las personas
son iguales ante los tribunales y Cortes de Justicia. Igualmente, de la revisión de algunas
cartas fundamentales incluyendo la peruana no hemos encontrado la mención del Acceso a
la justicia, excepto en la Constitución de Colombia, la cual en el artículo 229 señala que se
garantiza el derecho de toda persona para acceder a la administración de justicia.

A falta de taxatividad, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, entre otros, en el


caso Cantos vs. Argentina, sentencia del 28 de noviembre del 2002 (Fondo, Repara-
ciones y Costas) ha interpretado que el Acceso a la justicia está consagrado tanto en el

26
La postulación del proceso: fase del Acceso a la justicia

artículo 8.1 como en el artículo 25 de la Convención Americana sobre Derechos


Humanos, por lo que se establece una obligación positiva del Estado de conceder a
todas las personas bajo su jurisdicción un recurso judicial efectivo contra actos
violatorios de sus derechos fundamentales y de promover la eliminación de trabas.
Ello implica que los Estados deben:

“(…) organizar todo el aparato gubernamental y, en general, todas las


estructuras a través de las cuales se manifiesta el ejercicio del poder público,
de manera tal que sean capaces de asegurar jurídicamente el libre y pleno
ejercicio de los derechos humanos (…)”. Asimismo, “El actor debe poder
actuar a través de los medios técnicos adecuados a la tutela del derecho
material, y por eso tiene derecho al procedimiento adecuado a la situación
sustancial afirmada, aunque la sentencia sea de improcedencia”.

Finalmente, en la sentencia recaída en el Expediente N° 1873-2014 PA/TC, en el


fundamento jurídico N° 5, el Tribunal Constitucional peruano reconoce como el

“derecho de Acceso a la justicia, que (…) implica la garantía de que los ciudadanos
puedan acceder a los órganos jurisdiccionales para que se resuelva una situación
jurídica, conflicto de derechos o presentación de reclamos en un proceso judicial. Ello
no quiere decir, sin embargo, que los jueces se vean obligados a estimar las demandas
que les sean presentadas, sino que se dé respuesta a las mismas, ya sea estimando o
desestimando la pretensión planteada, de manera razonada y ponderada (…)”.

El tránsito del Acceso a la justicia hasta su concepción actual es el resultado de una


lucha histórica(8) que, como hemos señalado anteriormente, coincide con la segunda
y tercera fase de la evolución de los derechos humanos. En un principio,

“La teoría era que, aun cuando el Acceso a la justicia puede ser un “derecho
natural”, los derechos naturales no exigían una acción estatal afirmativa para
su protección (…). Estos derechos eran anteriores al Estado; su conservación
requería solamente que el Estado no permitiera que fueran infringidos por
otros. El Estado por lo tanto mantenía una actitud pasiva en relación con
problemas tales como la capacidad que, en la práctica, tuviera una parte para
reconocer sus derechos y hacerlos valer o defenderlos de manera adecuada”(9).

Esa pasividad no se podía admitir en un Estado democrático y social, y con los


derechos humanos en constante evolución. Entonces, en el contexto de la
“revolución de la justicia” y con ella, “la revolución del proceso” se gesta la

(8)
CAPPELLETTI, Mauro. Loc. cit.
(9)
Ídem.; p. 11.

27
J. María Elena Guerra Cerrón

“(…) constitucionalización de algunas prerrogativas humanas, que los autores


han visto con razón, como la dimensión constitucional de la justicia (…), y que
consiste en la afirmación e individualización de los requisitos mínimos e
inderogables de la equidad y del derecho, que no solo fueron cristalizados en
las cartas magnas, sino que a la par han sido celosamente defendidos por los
tribunales constitucionales (…), creados justamente para que dichas premisas
sean efectivamente aplicables (…)”(10).

Esto es lo que se conoce como la constitucionalización del Derecho, derechos y


procesos, que dosifica la atención y tutela de los derechos. Este contexto determina
un giro en la concepción de los aspectos procesales y del estudio de los modelos
para la actuación de los jueces y de las partes.

5. El proceso judicial

Calvinho señala:

“(…) el proceso es la garantía de los derechos humanos en democracia; para que


una sentencia aspire a ser justa; es necesario que sea fruto del respeto al método y
al derecho. Es la principal contribución del derecho procesal al sistema de justicia
democrático, el más importante aporte que puede hacer esta rama jurídica para la
protección y el resguardo de los derechos fundamentales”(11).

En esa línea, consideramos que el proceso judicial viene a ser una “creación perfecta” del
hombre, ya que es mediante este que el juez adjudica, aplicando y creando el derecho para
el caso que decide(12), y porque es el medio para la realización de sus derechos. Así, el
proceso es el medio para preservar la convivencia social, y con ello dar sostenibilidad y
seguridad a la sociedad. Seguridad por cuanto un proceso es una garantía contra la
arbitrariedad y la improvisación, ya que en la ley se ha establecido una forma; así, quién
demande o exija algo, conoce con antelación que existen determinadas estructuras con
etapas a seguir y, quien es demandado o emplazado, sabe igualmente de las mismas.

Pero aun cuando es una “creación perfecta”, el proceso no es importante en sí mismo,


lo es por su utilidad para alcanzar un resultado o finalidad deseada. Si bien se trata de
alcanzar un resultado determinado, no se trata de desarrollarlo de acuerdo con el libre

(10)
HITTERS, Juan Carlos. El Derecho Procesal Constitucional. En: Ius Et Praxis. N° 21 y 22 Lima:
Universidad de Lima, 1993; p. 116.
(11)
CALVINHO, Gustavo. Óp. cit.; p
(12)
MARINONI, Luiz Guillherme; PÉREZ RAGONE, Álvaro y NÚÑEZ OJEDA, Raúl. Óp. cit.; p. 38.

28
La postulación del proceso: fase del Acceso a la justicia

albedrío; por el contrario, hay un imperativo de hacerlo en orden respetando los


procedimientos y las reglas, así como los términos y plazos.

5.1. Postulación del proceso

En la estructura del CPC no existe regulación por etapas; por lo tanto, no encontramos
una referencia a “Etapa postulatoria”. Postulación proviene de “postular”, que quiere
decir, entre otros, “defender, afirmar una idea o principio”, o “pedir o solicitar algo”.
Estas ideas pueden confundirse con un concepto de demanda, que es donde se afirma un
derecho; sin embargo, la postulación del proceso comprende, según el CPC peruano,
Sección cuarta, a la demanda, la calificación de la demanda, el emplazamiento, la
contestación o reconvención de ser el caso, las excepciones y defensas previas, el
saneamiento del proceso, la fijación de los puntos controvertidos; el juzgamiento
anticipado y la conclusión anticipada del proceso. Podríamos decir que en la
postulación del proceso se presenta la situación problemática, cada parte expone su
hipótesis y se formula el problema a través de la fijación de los puntos controvertidos;
luego en una siguiente etapa (continua) se hará la comprobación de las hipótesis y con
lo que se compruebe se procederá a la conclusión (etapa decisoria).

En otras palabras: “(…) es una institución trascendente en la estructura del Código


Procesal Civil. Describe el obligado estadio evolutivo del proceso. Su objetivo
principal es el de crear condiciones de desarrollo normal del proceso (…) está
regulada en el Código Procesal Civil antes como preámbulo del tratamiento
procedimental de cada uno de los procesos (es decir, de los plazos, requisitos,
competencias y otros detalles propios de cada vía procedimental)”(13).

En el Código General del Proceso de Uruguay, tampoco está prevista una “etapa
procesal”, y la postulación se regula en el Título V “Las partes”, Capítulo II
“Postulación” y, a diferencia de nuestro CPC, se considera a la asistencia letrada, el
apoderado, el poder, la procuración oficiosa, la representación de intereses difusos,
el procurador común, y la representación judicial de los abogados. Es recién en el
Título VI “De la actividad procesal” en el Capítulo II “Actos de proposición”
donde está regulada la demanda, la forma y su contenido. Vemos que cada
legislación tiene una estructura propia de su cultura legal procesal.

(13)
OBANDO BLANCO, Víctor Roberto. Postulación del proceso. En: JUS Doctrina & Práctica, N° 7. Grijley,
2008; p. 220.

29
J. María Elena Guerra Cerrón

5.2. La demanda y los requisitos procesales

El correlato del derecho de acción es “(…) el derecho al procedimiento, comprendido como


vía capaz de garantizar los derechos a la participación y a la efectividad del derecho
material”(14). Este derecho se materializa a través de la presentación de la demanda, que es el
escrito en el cual se defiende o afirma un hecho y se invoca un derecho, y lo que se pide es
que el Estado lo garantice. La presentación de la demanda constituye el primer paso formal
de “acceso al proceso”, y se trata de una manifestación de Acceso a la justicia.

Si tenemos en cuenta que:

“[E]l derecho implica obligaciones, las cuales, en caso de no cumplirse


voluntariamente, requieren de parte del Estado que, ejerciendo su función de
garante de la protección y eficacia de los derechos, brinde a su titular las
condiciones necesarias para que este pueda reclamar su cumplimiento y, una
vez que se haya verificado el proceso respectivo, valiéndose de su legítimo
poder haga cumplir lo efectivamente debido. El individuo no le solicita al
Estado que le regale sus derechos, sino que le exige que se los haga respetar,
porque, precisamente, tiene derecho a que el Estado le brinde tal garantía”(15).

Entonces, frente a una vulneración de derechos debería ser sencilla la postulación del
proceso para el llamado ciudadano de a pie; sin embargo, no lo es, ya que primero se
enfrenta a un lenguaje técnico-jurídico incomprensible para él, por lo que requiere una
defensa cautiva o técnica. Del mismo modo, hay reglas de “obligatorio cumplimiento”
para el desarrollo del proceso; las cuales también constituyen una barrera de acceso al
desarrollo del proceso, y con ello del Acceso a la justicia.

5.2.1 Requisitos procesales

Cuando revisamos nuestro CPC no encontramos ninguna sumilla o contenido dispositivo en


el que se haga referencia a “presupuestos procesales” y/o “condiciones de la acción”. En el
artículo 3 del CPC donde se regulan los derechos de acción y contradicción en materia
procesal civil, se señala que estos derechos no admiten limitación ni restricción para su
ejercicio, sin perjuicio de los requisitos procesales previstos en el código. Sin entrar a una
explicación acerca de las diferencias que podrían encontrarse entre requisitos, presupuestos
o condiciones, simplemente decimos que para hablar acerca de los “presupuestos
procesales” y las “condiciones de la acción” se debe recurrir a la doctrina.

(14)
MARINONI, Luiz Guillherme; PÉREZ RAGONE, Álvaro y NÚÑEZ OJEDA, Raúl. Óp. cit.; p. 245.
(15)
MORENO ORTIZ, Luis Javier. El derecho de acceder a la justicia. Santa Fe de Bogotá: Ediciones Academia
Colombiana de Jurisprudencia, 2000; p. 137.

30
La postulación del proceso: fase del Acceso a la justicia

Así Chiovenda señala lo siguiente:

“Llámense condiciones de la acción las condiciones necesarias para que el juez tenga
que declarar existente y actuar la voluntad concreta de ley invocada por el actor, es
decir, las condiciones necesarias para obtener una resolución favorable. Varían según
la naturaleza de la resolución. Así, se pide una sentencia de condena, veremos que las
condiciones para obtenerla normalmente son: i) la existencia de una voluntad de ley
que garantice a alguien un bien, obligando al demandado a una prestación; ii) la
cualidad, es decir, la identidad de la persona del actor con la personal favorecida por la
ley y de la persona del demandado con la persona obligada; iii) el interés en conseguir
el bien por medio de los órganos públicos (…).

Llámense presupuestos procesales, como hemos visto, las condiciones para que se
consiga un pronunciamiento cualquiera, favorable o desfavorable, sobre la demanda.
Para que pueda tener una sentencia sobre la demanda, sea en un sentido o en otro, es
necesario que exista un órgano estatal regularmente investido de jurisdicción; es
necesario que este órgano sea objetivamente competente en la causa determinada y
subjetivamente capaz de juzgarla; es necesario que las partes tengan la capacidad de
ser parte y la capacidad procesal (…). Negando la existencia de presupuestos
procesales no se niega la existencia de la acción, que permanece imprejuzgada”(16).

La diferencia entre ambos es que las “condiciones de la acción” son: voluntad de la


ley, legitimidad para obrar e interés para obrar y están referidas al actor,
demandante o ejecutante respectivamente; mientras que los “presupuestos
procesales” serían capacidad, competencia y lo que conocemos como los requisitos
de la demanda. A decir de Vésvoci:

“Los presupuestos procesales son, entonces, los requisitos necesarios para que pueda
constituirse un proceso válido, o una relación procesal válida. También se dice que son
“las condiciones que deben existir a fin de que pueda tenerse un pronunciamiento
cualquiera, favorable o desfavorable sobre la demanda, estos, es a fin de que se
concrete el poderdeber del juez de proveer sobre el mérito” (Calamandrei) (…). Es
decir, que el órgano jurisdiccional se encuentra en diversa posición cuando examina,
frente a las partes, su razón o sinrazón, su derecho (sustantivo), el fondo (mérito) de la
cuestión objeto del proceso. En ese momento estudia conductas ajenas, producidas en
el pasado. En cambio, y también, el juzgador estudia el propio proceso, su propia
actuación, en ese momento considera al presente y el propio juez es protagonista.
Justamente en esta posición está cuando considera los presupuestos procesales. El
juez, se ha dicho, hace un “proceso sobre el proceso”, examina la

(16)
CHIOVENDA, Giuseppe. Instituciones de Derecho Procesal Civil. Madrid: Revista de Derecho Privado,
1954; pp. 76 y 77.

31
J. María Elena Guerra Cerrón

regularidad de este como requisito previo a poder examinar la cuestión de fondo.


Solo si el proceso se ha desenvuelto regularmente, el juez podrá entrar al estudio
de la cuestión de fondo, a dictar una sentencia sobre el problema planteado”(17).

A decir de Marinoni,

“En la regulación procesal es común, en mayor o menor medida, la importancia asignada a los
presupuestos procesales, es decir, a aquello que es requisito previo, necesario y suficiente, para
poder emitir un juicio de mérito. La inexistencia o imperfección de ellos, puede influir en la
validez, cuando no en la existencia misma del proceso. Así se hace referencia a aquellos
relacionados con este último, ya para su constitución, ya para su desarrollo válido y regular. Así
clásicamente se supuso la existencia de dos especies de presupuestos procesales, necesarios para
la existencia y validez del proceso (…)”(18).

Si tenemos en cuenta que se consideran presupuestos procesales a la legitimidad para


obrar, el interés para obrar y la voluntad de la ley; y como condiciones de la acción a la
competencia, capacidad y requisitos de la demanda, identificamos estos en los artículos
130, 424, 425, 426 y 427 del CPC. Especialmente, en el artículo 427, sobre
improcedencia de la demanda se han previsto estos supuestos, entre otros:

• El demandante carezca evidentemente de legitimidad para obrar.


• El demandante carezca manifiestamente de interés para obrar.
• Carezca de competencia.

En el segundo párrafo del artículo 427 se establece textualmente lo siguiente:

“Artículo 427.- (…) Si el Juez estimara que la demanda es manifiestamente


improcedente, la declara así de plano expresando los fundamentos de su
decisión y devolviendo los anexos. Si la resolución que declara la
improcedencia fuese apelada, el Juez pondrá en conocimiento del demandado
el recurso interpuesto. La resolución superior que resuelva en definitiva la
improcedencia produce efectos para ambas partes”.

Al respecto, como señala Priori Posada, si bien “el rechazo de plano” es legal y
constitucional,

“(…) si el juez rechaza una demanda cuando es discutible o no es clara la ausencia


de legitimidad para obrar activa, o cuando es manifiestamente claro que quien
demanda sí la tiene. Lo mismo ocurre en el caso del interés para obrar, pues si el

(17)
VÉSCOVI, Enrique. Teoría General del proceso. Bogotá: Temis, 1999; p. 85.
(18)
MARINONI, Luiz Guillherme; PÉREZ RAGONE, Álvaro y NÚÑEZ OJEDA, Raúl. Óp. cit.; p. 245.

32
La postulación del proceso: fase del Acceso a la justicia

juez rechaza liminarmente una demanda, cuando la ausencia de este presupuesto


no es clara, o manifiesta, entonces, está vulnerado el derecho a la tutela
jurisdiccional efectiva (…). En estos casos, lo que se le exige al Juez es que
interprete estas normas en el sentido más favorable a la protección de los derechos
fundamentales (pro homine) y que, en caso de duda, dé trámite a la demanda. No
hacerlo, en caso de duda, supondría una mayor lesión al derecho de Acceso a la
justicia, antes que la protección o el beneficio a los otros derechos que con dicha
facultad se desea proteger. La función del juez en estos casos es fundamental, en
la medida que tiene que establecer la manera como se afectan o protegen los
distintos valores constitucionales en juego en el caso concreto”(19).

Por otro lado, el Tribunal Constitucional, en el Expediente N° 03610-2008-PA/TC,


Ica, de fecha 27 de agosto del 2008 ha señalado lo siguiente:

“(…) 3. Para recurrir al órgano jurisdiccional, se ha establecido algunos requisitos


que debe contener la demanda, esto es, que la persona que se sienta afectada por la
vulneración o amenaza de vulneración de un derecho, en el caso de acudir ante el
órgano jurisdiccional para alcanzar la protección de este, a través del Juez, deberá
satisfacer los presupuestos procesales de forma, y los presupuestos procesales de
fondo o materiales.
4. Los presupuestos procesales son “las condiciones que deben existir a fin de que
pueda tenerse un pronunciamiento cualquiera, favorable o desfavorable, sobre la
demanda, esto es, a fin de que se concrete el poder-deber del Juez de proveer sobre
el mérito”.
5. Los presupuestos procesales de forma son: la demanda en forma, juez
competente y capacidad de las partes. En cambio, los presupuestos procesales de
fondo son: el interés para obrar, la legitimidad para obrar y la posibilidad jurídica.
6. Estos presupuestos en el Proceso Civil Peruano son requisitos de admisibilidad
de la demanda, de ahí el nombre de Presupuestos Procesales, puesto que sin ellos
no se iniciaría proceso, por lo que la legitimidad para obrar constituye una
condición esencial para iniciar el proceso”.

En la Casación N° 3576-2014 Cusco(20), que recayó en el proceso de nulidad de


acto jurídico, se tiene la siguiente sumilla:

“El derecho al Acceso a la justicia animada como principio constitucional a la tutela


jurisdiccional efectiva requiere no solo incoar una pretensión regulada a ley y a derecho, sino
también que la parte demandante tenga legítimo interés económico y moral. Para ello es necesario
filtros de calificación que exigen evaluar al juzgador desde la etapa postulatoria la concurrencia o
no de los presupuestos procesales y condiciones de la acción que posibiliten, en su momento

(19)
PRIORI POSADA, Giovanni. ¿Rechazando la justicia? El derecho de Acceso a la justicia y el rechazo
liminar de la demanda. En: Themis. N° 57. Lima, 2009; p. 113.
(20)
Véase, al respecto la sentencia publicada en el diario oficial, El Peruano el 1 de agosto de 2016; p. 80533.

33
J. María Elena Guerra Cerrón

y caso que corresponda, un pronunciamiento efectivo sobre el fondo de la pretensión” y en


el décimo considerando se señala: “Que, por tanto, en el caso concreto la pretensión procesal
incoada por la actora deberá ser analizada por las instancias de mérito y advertir si esta cumple
con los requisitos denominados condiciones de la acción y poder así superar la valla de
encontrarse legitimado para poder ejercitar la acción (concepto superado por la pretensión
procesal) la cual a su vez activa el derecho a la tutela judicial para que se resuelva el
conflicto jurídico generado entre las partes. Siendo ello así este Tribunal Supremo no es
ajeno a la necesidad de que la judicatura otorgue a los justiciables una Tutela Jurisdiccional
Efectiva, principio que consideramos, debe concordarse con las disposiciones procesales que
permitan el acceso a la jurisdicción bajo el desarrollo de filtros de calificación que exigen
evaluar desde la etapa postulatoria la concurrencia o no de los presupuestos procesales
y condiciones de la acción que posibiliten, en su momento y caso que corresponda,
un pronunciamiento efectivo sobre el fondo de la pretensión, filtro que –conforme
a lo expuesto– no habría superado la demanda, resultando perjudicial e irrazonable
la continuación de un proceso sobre el fondo de la cuestión controvertida”.

En ese sentido, consideramos que “si bien es cierto que el individuo tiene derecho a
que el Estado le reconozca aquello a lo que tiene derecho, no es menos cierto que esto
no puede hacerse de cualquier manera, sino que debe realizarse mediante un proceso,
en el cual se protejan los derechos de los demás individuos involucrados de las posibles
arbitrariedades e injusticias”(21), y para ello existen reglas procesales y requisitos
procesales, que deben ser aplicados de manera razonable. Sin embargo, “el derecho a la
tutela jurisdiccional no es un derecho absoluto susceptible de ser ejercitado en todo
caso y al margen del proceso igualmente establecido, sino que se ha de ejercer dentro
de este y con cumplimiento de los requisitos interpretados de manera razonable que no
impida limitación sustancial del derecho de defensa”(22).

Destacamos la frase “requisitos interpretados de manera razonable”, esto es,


facilitando el acceso al desarrollo del proceso y con ello la realización de los
derechos; y no usar esos requisitos como bastión para declarar improcedente de
plano una demanda. El Tribunal Constitucional peruano ha señalado que:

“Los requisitos procesales o las condiciones legales que se puedan establecer a


fin de ejercerse el derecho de acción, constituyen, prima facie, límites al
derecho de Acceso a la justicia. Para que estos sean válidos, como se ha
adelantado, es preciso que respeten su contenido esencial. Evidentemente, no
están comprendidos en los límites justificados por el ordenamiento, aquellos
requisitos procesales que, so pretexto de limitar el derecho de Acceso a la
justicia, introduzcan vías y mecanismos que impidan, obstaculicen o disuadan,
irrazonable y desproporcionadamente, el acceso al órgano judicial”.

(21)
MORENO ORTIZ, Luis Javier. Óp. cit.; p. 177.
(22)
GONZÁLEZ PÉREZ, Jesús. El Derecho a la tutela jurisdiccional. Madrid: Civitas, 1980; p. 60.

34
La postulación del proceso: fase del Acceso a la justicia

Lo que significa que, siguiendo al Tribunal Constitucional, en la sentencia recaída en el


Expediente N° 010-2001 AI/TC Lima, de fecha 26 de agosto de 2003, en el fundamento
jurídico N° 12, si el derecho de Acceso a la justicia “no comporta obtener una decisión
acorde con las pretensiones que se formulen, sino el derecho a que se dicte una resolución
en Derecho, siempre que se cumplan los requisitos procesales, no todos los requisitos
procesales que la ley prevea, por el solo hecho de estar previstos en la ley o en una norma
con rango de ley, son de suyo restricciones ad initio plenamente justificadas”.

Entonces,

“La lectura de los llamados presupuestos procesales, a la luz de los intereses de las
partes, combinado ello con sus derechos fundamentales procesales y el deber
estatal de prestación de una adecuada tutela jurisdiccional, impone el alejamiento
de la neutralidad que incita a la teoría de la relación jurídica procesal. Así, el rol
dogmático que juega la antigua visión de los presupuestos procesales termina,
finalmente, impidiendo el acceso al juicio de mérito”(23).

En consecuencia, no basta seguir la doctrina de los presupuestos procesales y las condiciones de


la acción, ni estar apegado a la ley procesal, es necesario ubicarse en el contexto y en el tiempo.
“El proceso no puede ser visto solo como una relación jurídica, requiere ser considerado más
allá, como algo que tiene fines de gran relevancia para la democracia y, por eso que,
precisamente, debe ser legítimo. Debe legitimarse por la participación y ser adecuado para la
tutela de los derechos, y en ese marco poder arribar y producir una decisión legítima”(24).

6. Legitimidad e interés para obrar

Suele tratarse a la legitimidad y al interés para obrar como condiciones de la acción o como
presupuestos procesales; pero para nosotros son simplemente requisitos procesales. De la
legitimidad para obrar podemos decir que es un estado que se manifiesta con la afirmación
de un sujeto que alega ser titular de un derecho o destinatario de los efectos de un derecho.
En cuanto al interés para obrar es la comprobación que el sujeto que alega ser el titular de
un derecho no tiene otra opción que acudir al Poder Judicial en busca de tutela. Un simple
ejemplo es aquél por el cual un sujeto A requiere por conducto notarial a un sujeto B el
cumplimiento de una obligación dineraria exigible, y se concede un plazo para el
cumplimiento, en el caso que no haya ninguna respuesta, o haya una negativa expresa de no
pagar; entonces, hay necesidad de acudir al Poder Judicial.

(23)
MARINONI, Luiz Guillherme; PÉREZ RAGONE, Alvaro y NÚÑEZ OJEDA, Raúl. Óp. cit.; p. 450.
(24)
MARINONI, Luiz Guillherme; PÉREZ RAGONE, Álvaro y NÚÑEZ OJEDA, Raúl. Óp. cit.; p. 364.

35
J. María Elena Guerra Cerrón

Respecto a la legitimidad para obrar, la Corte Suprema de Justicia del Perú, en la Ca-
sación N° 589-2010 Lima, de fecha del 17 de enero del 2012 ha señalado lo siguiente:

“SETIMO.- Si bien nuestro Código Procesal Civil no define el concepto de


legitimidad en causa o legitimidad para obrar, la doctrina se ha dividido en dos
grupos a efectos de establecer en qué consiste esta institución: El primero lo
identifica como la titularidad del derecho o relación jurídicomaterial objeto del
juicio (Calamandrei, Kisch, Guasp y Couture), y el segundo, reclama una
separación entre las dos nociones y acepta la existencia de la legitimidad
independientemente de la titularidad (De La Plaza, Roserberg, Chiovenda,
Schönke, Redenti, Allorio, Fairén, Guillén, Carnelutti y Rocco).

OCTAVO.- Es por esta razón que un gran sector de la doctrina ha confundido la


legitimidad para obrar o legitimatio ad causam con la titularidad misma del
derecho material de quien interpone una demanda para reclamar tutela de sus
derechos y, la posición del demandado con quien igualmente es parte de la
relación jurídicamente material; sin embargo, esta Sala se adhiere al segundo
grupo que entiende a la legitimidad para obrar como aquella identidad que existe
entre la persona que la ley autoriza a solicitar la actividad jurisdiccional en
resguardo de determinados derechos de tipo material, y la persona que interpone la
demanda o a quien debe dirigirse la pretensión, en razón a que esta posesión
resulta más coherente con la concepción de la acción o de la tutela jurisdiccional
efectiva, según la cual para que se cumpla con la legitimidad para obrar, bastará la
afirmación de la existencia de la posición autorizada por la ley, pues la legitimidad
para obrar en palabras de Devis Echandía: “no es una condición ni presupuesto de
la acción, porque no la condiciona o limita en ningún sentido. Si lo fuera, no
podría ejercitarse la acción quien no estuviera legitimado en la causa y como esto
por regla general solo se conoce cuando se dicta la sentencia, se tendría el absurdo
y contradictorio resultado de que aparecería que el demandante tiene acción solo
después que ella ha producido todos sus efectos jurídicos (…). Esta legitimidad en
la causa significa tener derecho a exigir que se resuelva sobre las peticiones
formuladas en la demanda, es decir, sobre la existencia o inexistencia del derecho
material pretendido, ya por medio de sentencia favorable o desfavorable”.

NOVENO.- En consecuencia, para tener legitimidad para obrar activa (del de-
mandante) no es necesario ser titular de un derecho, sino expresar una posición
habilitante para demandar, toda vez que la titularidad del derecho es una cuestión
de fondo que deberá ser dilucidada en la sentencia, en tanto que la posición
habilitante es una condición procesal mínima para establecer la existencia de una
relación jurídico procesal válida.

DÉCIMO.- En el caso de autos, el demandante ha acreditado tener legitimidad


para obrar activa para solicitar la cesación del uso del nombre e imagen del señor
Juan Manuel Queirolo Queirolo, con la partida de nacimiento de fojas ocho, que

36
La postulación del proceso: fase del Acceso a la justicia

acredita que es hijo de quien en vida fue Juan Queirolo Queirolo (rectificado el
dos de setiembre de mil novecientos noventa y uno a Enmanuel Queirolo
Queirolo); pues al tener la calidad de hijo de la persona a quien presuntamente se
ha afectado su nombre e imagen, tiene legitimidad para pedir la cesación de uso,
por lo que será en sentencia que se determinará si efectivamente se está haciendo
uso indebido del nombre e imagen de su padre, para cuyo efecto deberá analizarse
los medios probatorios obrantes en autos”.

En cuanto al interés para obrar, Devis Echandía no lo denomina como tal sino
como: “interés en la pretensión u oposición para la sentencia de fondo”, y difiere de
Ugo Rocco, de quien señala que puso de moda el interés para obrar, expresión que
literalmente parece referirse al interés que permita el ejercicio válido de la acción o
del derecho de contradicción, señalando que “se trata de tener interés sustancial (no
procesal) en la sentencia de fondo o de mérito que resuelva sobre las peticiones de
la demanda o la imputación formulada al sindicado o imputado y sobre las
excepciones o simples defensas que puedan oponérsele (…)”(25).

El mismo autor explica que no es el interés para accionar, ni el interés para


contradecir en general, tampoco es un presupuesto procesal ni de la acción, sino
sustancial de la sentencia de fondo.

“El ejercicio válido de la acción para iniciar el proceso tiene fundamento en el interés
público y general, no está condicionado a la existencia de un debido interés sustancial
del demandante, cuya falta no impide que, por lo general, el proceso se adelante y
concluya con sentencia; aunque resulte inhibitoria. Es decir, el interés que estamos
examinando es un requisito para la sentencia de mérito o de fondo, pero no de la
acción, y por tanto no requiere generalmente para iniciar el proceso (en el ejecutivo y
algunos otros debe aparecer probado con los anexos de la demanda)”(26).

Entonces, para la postulación del proceso no se requiere comprobar que


efectivamente el sujeto es el titular del derecho, pues basta la afirmación de la
existencia de la posición autorizada por la ley, e igualmente no se requiere el
interés para obrar, entendido como un debido interés sustancial, ya que en la
postulación se trata de un interés público y general. La legitimidad para obrar y el
interés para obrar son necesarios para un pronunciamiento de fondo válido.

(25)
DEVIS ECHANDÍA, Hernando. Teoría General del Proceso, aplicable a toda clase de procesos. Bue-nos
Aires: Editorial Universidad, 1984; p. 247.
(26)
Ídem.; p. 275.

37
J. María Elena Guerra Cerrón

7. Una nueva mirada a la postulación del proceso

A todo sujeto se le debe garantizar “(…) el derecho al procedimiento, comprendido como


vía capaz de garantizar los derechos a la participación y a la efectividad del derecho
material.” Hoy, “Al juez no le es dado conformarse con eventuales soluciones injustas
dictadas por la legislación infraconstitucional, bajo pretexto de estar simplemente
cumpliendo la ley, circunstancia que se refiere tanto al derecho material como al procesal.
La llegada del Estado Constitucional repele este eventual conformismo (…)”(27).

Este contexto impone desafíos y una revisión de las instituciones procesales, que “(…)
son en la práctica reglas de conducta social de aplicación específica; debemos
conocerlas para adecuarlas creadoramente a nuestra realidad, en ningún caso para
aplicarlas mecánicamente. La tarea es difícil y el andar va a ser lento, pero solo lo malo
se aprende enseguida, lo útil y hermoso nos cuesta la vida, dice el poeta”(28).

Veamos, a manera de ejemplo, algunos ámbitos en los que hay una exigencia de flexi-
bilización de los tradicionales “presupuestos procesales” y “condiciones de la acción”,
o simplemente de los requisitos procesales; de ciertos principios procesales y de un
rechazo al formalismo, “antiformalismo”, todo ello para facilitar el Acceso a la justicia.

7.1. La formalidad

Como lo señala Montero Aroca: “(…) la razón del principio de legalidad debe buscarse
en la especial naturaleza de la resolución a la que están preordenadas todas las
actividades procesales; la certeza del derecho exige que el individuo que pretende pedir
justicia, sepa exactamente cuáles son los actos que debe realizar para obtenerla, y por
ello las formas procesales –aunque otra cosa pudiera parecer– tienden a hacer más
simple y más rápido el proceso, estableciendo al mismo tiempo una garantía para los
derechos y libertades individuales. La forma es la condición necesaria para la certeza,
el precio de la seguridad decía Montesquieu”(29). No obstante, la justificación de la
existencia e importancia de la forma no explica, sin embargo, la aparición del
formalismo. Antes contrario, el formalismo significa incerteza e inseguridad, lo
contrario de la forma (…) El formalismo es la negación de la forma”(30).

(27)
MITIDERO, Daniel. Colaboración en el proceso civil, presupuestos sociales, lógicos y éticos. Lima:
Communitas, traducción Juan Monroy Palacios, 2009; p. 53.
(28)
MONROY GÁLVEZ, Juan, “Derecho, Proceso y cambio social”. En: Para “mi otro corazón” sobre
Derecho, Proceso y otras angustias. Lima: Communitas, Tomo I, 2010; p. 309.
(29)
MONTERO AROCA, Juan. Introducción al Derecho Constitucional peruano. Lima: Enmarce, 1999, pp. 286.
(30)
Ibídem.

38
La postulación del proceso: fase del Acceso a la justicia

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el formalismo es la tendencia


a aplicar y observar de forma rigurosa el método y las fórmulas de una escuela, en la enseñanza
o en la investigación científica. La forma rigurosa es exigible en la medida que sirva para una
finalidad; si por el contrario esa rigurosidad sirve para desviar el camino a los fines y para negar
el acceso al proceso o el Acceso a la justicia en general, entonces carece de fundamento. En esa
línea, hoy se clama por el antiformalismo, y ya no solo como una corriente, sino incluso en
materias como Familia ha sido establecido expresamente en el Tercer Pleno Casatorio Civil en
materia de Familia, que se ha acordado, entre otros, lo siguiente:

“3. LA FUNCIÓN TUITIVA DEL JUEZ EN LOS PROCESOS DE FAMILIA


11.- El derecho procesal de familia se concibe como aquel destinado a solucionar
con prontitud los conflictos que surjan dentro de la esfera de las relaciones
familiares y personales, ofreciendo protección a la parte perjudicada, ya sea que se
trate de hijos, padres, cónyuges, hermanos, etc., de allí que se diferencie del
proceso civil en razón a la naturaleza de los conflictos a tratar, y que imponen al
juez una conducta conciliadora y sensible, que supere los formalismos y las meras
cuestiones técnicas, reservando la confrontación como última ratio (…).

17.- En consecuencia, los principios de congruencia, preclusión y eventualidad


procesal, entre otros, deben aplicarse en forma flexible en los procesos de familia y en
particular en los procesos de divorcio por separación de hecho, con el fin de darle
efectividad de los derechos materiales discutidos en este tipo de procesos y
especialmente cuando se refiera a los niños, adolescentes, a la familia monoparental
resultante de la disolución del vínculo matrimonial, al cónyuge que resulte más
perjudicado con la separación de hecho, como suele ocurrir en este tipo de procesos”.

Queremos precisar que el antiformalismo no es la negación de la forma, ni de su


imperatividad; al contrario, es su consolidación, ya que la forma constituye una
garantía, como lo hemos venido señalando, pero esa forma debe servir para la
realización de los derechos y no para negarlos. Debe recordarse que: “Casi todas
las normas procesales contienen prescripciones de obligatorio cumplimiento, pero
este rasgo no es absoluto. Hay algunas normas procesales que regulan opciones a
efectos de que los interesados decidan la actuación más pertinente a sus intereses,
en tal condición no pueden ser de orden público, sin embargo, por tal hecho no
dejan de ser normas procesales, es decir, de derecho público”(31).

Así, “Hay que concluir, por tanto, que efectividad se opone al formalismo en tanto que
este hurta al ciudadano la solución del problema de fondo planteado, por cuestiones

(31)
MONROY GALVEZ, Juan. Introducción al proceso civil. Bogotá: Temis, Tomo I, 1996; p. 85.

39
J. María Elena Guerra Cerrón

secundarias a la finalidad de la norma (…). De ahí que el antiformalismo sea un


principio inspirador del derecho a la tutela judicial (…)”(32), principio extensivo a
cualquier proceso.

7.2. El principio pro actione

Se trata de un principio procesal constitucional y como tal es aplicable a cualquier proceso.


En la sentencia en Casación N° 1330-2009-Lima, de fecha del seis de octubre de dos mil
nueve, la Sala Civil de la Corte Suprema de Justicia ha señalado lo siguiente:

“(…) debió tenerse en cuenta que el derecho de Acceso a la justicia -como


componente del derecho a la tutela jurisdiccional- no puede ser conculcado, pues ante
la existencia de situaciones como la presente dicho derecho debe ser interpretado en el
sentido más favorable para la efectividad del derecho a la tutela judicial; para ello los
juzgadores deben aplicar el principio pro actione o favor actionis, es decir, “otorgar la
máxima virtualidad posible al derecho a acceder al proceso”; sin embargo, dichas
reglas no han sido observadas en este caso, lo cual contraviene las normas que
garantizan el derecho a un debido proceso, concretamente, el derecho de Acceso a la
justicia; por lo que el presente medio impugnatorio merece ser amparado”.

Por otro lado, en la sentencia recaída en el Expediente N° 01983-2009-PA/TC, Ica


de fecha 28 de mayo de 2010, el Tribunal Constitucional señaló:

“3. Que debe tenerse en cuenta que las normas sobre competencia se basan en
establecer lo más beneficioso para la parte demandante, cuya indefensión está
amparada por una presunción iuris tantum, y en ese sentido, se especifica que el
demandante elegirá dónde interponer la demanda dentro de las opciones que le brinde
la norma respectiva. En el caso de autos, la causa debe ser resuelta a la luz del pro
homine, según el cual se procura asumir la interpretación más favorable para el
destinatario de la protección, así como del principio pro actione, mediante el cual el
juez tiene el deber de interpretar y aplicar los requisitos y presupuestos procesales en el
sentido más favorable, a fin de obtener una decisión válida sobre el fondo”.

En conclusión, se trata de favorecer el acceso al proceso y al desarrollo de este, en


nuestro criterio ante la duda respecto a la legitimidad para obrar o el interés para
obrar, debería admitirse a trámite una demanda.

(32)
CHAMORRO BERNAL, Francisco. La tutela judicial efectiva. Barcelona: Bosh, 1994; pp. 275-281, 277.

40
La postulación del proceso: fase del Acceso a la justicia

8. La postulación del proceso en materia de intereses difusos

Hemos escogido, para finalizar este trabajo, un tema que consideramos un desafío procesal
actual, especialmente para la postulación del proceso. Si recordamos las fases en la
evolución de los derechos humanos y las olas en la evolución del Acceso a la justicia, los
intereses difusos constituyen una nueva dimensión de esta institución plural y multidis-
ciplinaria que ha producido una nueva ruptura. Se trata de: “El segundo movimiento
importante en el esfuerzo por mejorar el Acceso a la justicia que enfocó el problema de
representar intereses (difusos) de grupo y colectivos, aparte de los de los pobres”(33).

“Los presupuestos no son requisitos para la constitución del proceso, pues este
último, como la relación jurídica, existe en ausencia de ellos. Por otro lado, si son
pensados como requisitos para el juicio de mérito como lo sostenía Chiovenda,
obviamente no pueden ser vistos, ni como presupuestos de existencia ni de validez
del proceso. Esto por la simple razón de que no dicen respecto al mismo. Tales
requisitos, no tienen relación con la existencia o validez del proceso, pero sí con la
substancia, o mejor, con el mérito o pedido de tutela jurisdiccional de un derecho
que se dice vulnerado. Ellos condicionan la concesión de la tutela jurisdiccional
del derecho y no del proceso”(34).

Como ha sido antes señalado, para la postulación del proceso no se requiere ser titular
del derecho, pues basta la afirmación de la existencia de la posición autorizada por la
ley, e igualmente no se requiere el interés sustancial para obrar. Entonces, no debería
ser complejo el acceso al proceso cuando se trate de intereses difusos; sin embargo, del
interés difuso, se señala que “(…) una de las pocas cosas obvias en orden al concepto
de interés difuso es que se trata de un personaje absolutamente misterioso (…)”(35).

Ese “misterio” constituye un problema en esta nueva dimensión de tutela de los llamados
intereses difusos, ya que, se presenta el debate teórico acerca de si se trata de un interés o de un
derecho; si es derecho difuso o si es derecho colectivo, y así tenemos un desafío que consiste en
dar respuestas efectivas de tutela. A ello, hay que agregar que nuestra tradicional concepción de
los “presupuestos procesales” y las “condiciones de la acción” y el enfoque que tengamos de
ellos, se convierte en una barrera de acceso al proceso, especialmente respecto a la legitimidad
para obrar, por el tema de la titularidad de los derechos. Estos nuevos derechos que tendían a
pertenecer a un grupo, al público o a un segmento del público, no encajaban bien en ese
esquema. Las reglas procesales, así como los papeles de los jueces, simplemente

(33)
CAPPELLETTI, Mauro. Óp. cit.; p. 35.
(34)
MARINONI, Luiz Guillherme; PÉREZ RAGONE, Álvaro y NÚÑEZ OJEDA, Raúl. Óp. cit.; p. 445.
(35)
LOZANO-HIGUERO y PINTO, Manuel. La Protección procesal de los intereses difusos (citando a
VILLONE). Madrid: Universidad Nacional de Educación a la distancia. 1983; p. 151.

41
J. María Elena Guerra Cerrón

no habían sido planeados para facilitar la aplicación privada de los derechos de


intereses difusos(36).

A manera de información acerca de la titularidad y ejercicio de la defensa de intereses


o derechos difusos vamos a citar al maestro Juan Monroy Gálvez, quien considera que
no se trata de legitimación sino de una representación; él expone que:

“(…) la esencia de la legitimidad para obrar no es otra que la rigurosa exigencia de que
participe en la relación procesal que invoca ser parte de la relación material; por tanto, la
legitimidad para obrar no puede consistir en un relajamiento de la exigencia, sea cual fuera
la razón y la necesidad social que la sustente, porque entonces habremos solucionado un
problema jurídico pervirtiendo una institución en su núcleo, cuando es posible que la
actitud científica adecuada hubiere sido ubicar otra institución, en donde la hipótesis
requerida se cobije sin violentarla, o tal vez la solución hubiera sido crear otra”(37).

El autor, agrega que como se trata de una representación procesal de origen legal,
no encuentra “(…) la necesidad de idealizar una identidad ficta entre el sujeto
procesal y el de la relación material cuando, en estricto, lo que ha querido la ley es
impedir que la falta de determinación del sujeto activo en la relación material
conduzca a una indefensión jurisdiccional del derecho difuso”(38).

Entendemos que el debate teórico y conceptual de los derechos difusos y derechos


colectivos, (de su titularidad, si se trata de legitimación o representación, si se deben crear
otras instituciones procesales, entre otros) es académico y válido; sin embargo, este debate
no debe constituir una barrera de acceso al proceso. Consideramos que deben admitirse
soluciones, si se quiere temporales, y que bien pueden ser de legitimación extraordinaria,
de representación legal atípica o representación sui géneris; todas las opciones son válidas,
siempre que ello “por aplicación del principio pro actione” asegure el Acceso a la justicia.
A continuación, veremos algunas situaciones.

8.1 Legitimación en el Código Procesal Constitucional

Por el carácter de bien colectivo no es necesario que haya una afectación personal o indi-
vidual para el acceso al proceso, como se establece en el Código Procesal Constitucional
(en adelante CP Const.) que expresamente reconoce legitimidad a cualquier persona.

(36)
CAPPELLETTI, Mauro. Loc. cit.
(37)
MONROY GALVEZ, Juan. Prólogo a “Apuntes de derecho procesal” de Giovanni Priori Posada y Reynaldo
Bustamante Alarcón. En: La Formación del Proceso Civil Peruano (Escritos reunidos). Lima: Communitas,
2010; p. 623.
(38)
MONROY GÁLVEZ, Juan. 2010; p. 623.

42
La postulación del proceso: fase del Acceso a la justicia

Por otro lado, el Tribunal Constitucional peruano en el fundamento jurídico N° 11 de la


sentencia recaída en el Expediente N° 5270-2005-PA/TC ha señalado lo siguiente:

“Que como se aprecia el CP Const. acoge un tipo de legitimidad colectiva o especial en cuanto
permite que cualquier persona pueda accionar judicialmente a fin de tutelar el ambiente. Ello
implica que la persona que gestiona e interpone la demanda puede formar parte de la comunidad
que se ve afectada de manera inmediata o ser un sujeto ajeno a tal comunidad. Adicionalmente
incluye una legitimidad institucional que faculta a las asociaciones sin fines de lucro que
desarrollen actividad relativa a la temática (v.g. asociaciones ambientalistas) para que puedan
actuar en defensa de la comunidad. Desde luego esta última puede integrarse con el artículo 82
del CPC, de tal forma que se incluya al Ministerio Público y a los Gobiernos Locales o
Regionales cuando la amenaza o el daño al ambiente se produzca dentro de los ámbitos de su
competencia. En suma, estas disposiciones amplían el ámbito de protección de tal derecho al
extender o ampliar la legitimidad de las personas facultadas para iniciar procesos judiciales en su
defensa”.

8.2. Legitimación en la protección del medioambiente

La Ley General del Ambiente, Ley N° 28611, es una disposición especial que desarrolla las
disposiciones materiales y pautas generales para el funcionamiento de los mecanismos de
tutela estatal. El artículo IV de dicho cuerpo normativo, bajo la premisa “Del derecho de
Acceso a la justicia ambiental”, señala que toda persona tiene el derecho a una acción
rápida, sencilla y efectiva, ante las entidades administrativas y jurisdiccionales, en defensa
del ambiente y de sus componentes, velando por la debida protección de la salud de las
personas en forma individual y colectiva, la conservación de la diversidad biológica, el
aprovechamiento sostenible de los recursos naturales, así como la conservación del
patrimonio cultural vinculado a aquellos. Se pueden interponer acciones legales aun en los
casos en que no se afecte el interés económico del accionante.

El interés moral legitima la acción aun cuando no se refiera directamente al


accionante o a su familia. Por otra parte, en el artículo 143 de la Ley, sobre
legitimidad para obrar se establece que cualquier persona, natural o jurídica, está
legitimada para ejercer la acción a que se refiere la ley, contra quienes ocasionen o
contribuyen a ocasionar un daño ambiental, de conformidad con lo establecido en
el artículo III del CPC. Estamos ante una legitimación amplia, coherente con lo
establecido en el CPConst. que admite que cualquier persona puede pedir tutela.

8.3. Legitimación en defensa del derecho de los consumidores

Para la protección de los derechos de los consumidores en el Perú contamos con el artí-
culo 65 de la Constitución Política, y también con el Código de Protección y Defensa
del Consumidor (en adelante CdPDC), Ley No 29571, que fue aprobado en el año

43
J. María Elena Guerra Cerrón

2010. En la parte relativa a la “Defensa Colectiva de los Consumidores” se señala


que las acciones en defensa de los derechos del consumidor pueden ser efectuadas
a título individual o en beneficio del interés colectivo o difuso de los consumidores,
brindando una breve descripción de cada una, manteniendo como elemento
diferenciador a la indeterminación:

a) Interés colectivo de los consumidores. - Son acciones que se promueven en


defensa de derechos comunes a un conjunto determinado o determinable de
consumidores que se encuentren ligados con un proveedor y que pueden ser
agrupados dentro de un mismo grupo o clase.

b) Interés difuso de los consumidores. - Son acciones que se promueven en


defensa de un conjunto indeterminado de consumidores afectados.

Lo razonable sería que habiéndose establecido una diferencia de las “acciones”, en la


disposición especial, se desarrolle un procedimiento especial según la naturaleza de los
derechos protegidos; sin embargo, en el artículo 130 (procesos judiciales para la
defensa de intereses difusos) y en el artículo 131 (procesos judiciales para la defensa de
intereses colectivos), en ambos casos hay una remisión al artículo 82 del CPC.

Desde ya señalamos nuestra discrepancia con esta simple remisión al CPC, puesto
que, si con el CdPDC se pretendió sistematizar las normas relativas al consumidor,
hubiera sido acertado que se aproveche esta oportunidad y espacio, por ejemplo,
para dar alcances sobre cuáles podrían ser considerados intereses difusos y cuáles
colectivos, y en el caso de los primeros diseñar un procedimental especial.

8.4. Legitimación general en el Código Procesal Civil

En el artículo 82 del CPC peruano se regula el patrocinio de intereses difusos y se


establece lo siguiente:

a) Interés difuso es aquel cuya titularidad corresponde a un conjunto indeterminado de


personas, respecto de bienes de inestimable valor patrimonial, tales como el medio
ambiente o el patrimonio cultural o histórico del consumidor.

b) Pueden promover o intervenir en este proceso, el Ministerio Público, los Gobiernos


Regionales, los Gobiernos Locales, las Comunidades Campesinas y/o las Comunidades
Nativas en cuya jurisdicción se produjo el daño ambiental o al patrimonio cultural y las
asociaciones o instituciones sin fines de lucro que, según la Ley y criterio del Juez, éste

44
La postulación del proceso: fase del Acceso a la justicia

último por resolución debidamente motivada, estén legitimadas para ello. Las
Rondas Campesinas que acrediten personería jurídica tienen el mismo derecho que
las Comunidades Campesinas o las Comunidades Nativas en los lugares donde
estas no existan o no se hayan apersonado a juicio.

c) Si se promueven procesos relacionados con la defensa del medio ambiente o de


bienes o valores culturales, sin la intervención de los Gobiernos Locales indicados
en el párrafo anterior, el juez deberá incorporarlos en calidad de litisconsortes
necesarios. Son aplicables a los procesos sobre intereses difusos, las normas sobre
acumulación subjetiva de pretensiones en lo que sea pertinente.

c) La indemnización que se establezca en la sentencia deberá ser entregada a las


Municipalidades Distritales o Provinciales que hubieran intervenido en el proceso, a
fin de que las empleen en la reparación del daño ocasionado o la conservación del
medio ambiente de su circunscripción.

Nótese que mientras en el CPConst. se admite una legitimación abierta, cualquier per-
sona, para la defensa de los derechos difusos y colectivos, en el CPC hay restricciones.
La frase “criterio del juez” nos llevaba a interpretar que el juez podría evaluar el acceso
al proceso de “cualquier persona” que invoque legitimidad e interés para obrar puesto
que ambos no son ni presupuestos procesales ni condiciones de la acción para la
postulación del proceso, más aún cuando el Código Procesal Constitucional, que es
posterior al CPC, así lo había previsto. Sin embargo, en el Primer Pleno Casatorio
Civil, Casación N° 1465-2007 Cajamarca, se precisó que la legitimación activa en
defensa de los intereses difusos únicamente puede ser ejercida por las entidades
señaladas expresamente en el artículo 82 del Código Procesal Civil, con lo que
entendemos se excluyó definitivamente la posibilidad que demande cualquier persona.

Solemos escuchar que “cualquier persona” es muy vago, y que un consumidor o una
persona ajena al tema bien puede tener razón, pero también podría tratarse de un uso
irregular de un derecho o un abuso del derecho que es necesario neutralizar y prevenir.

No obstante, lo señalado, mantenemos la esperanza en que se realice una interpretación


amplia, a la luz del nuevo enfoque de Acceso a la justicia. Una salida podría ser,
considerando que no es necesario acreditar la legitimación e interés para el acceso al
proceso sino para la decisión de fondo, que cuando se trate de bienes o derechos colectivos,
se permita a cualquier persona que presente una demanda de defensa de intereses difusos y
que sea el juez que evalúe la razonabilidad de esta para admitirla, siempre en coherencia
con el principio pro actione. “Sabido es que la realidad social actúa casi siempre a una
velocidad mayor que la creación legislativa; es por ello que los hombres de derecho

45
J. María Elena Guerra Cerrón

deben adelantarse para solucionar los problemas que a cada paso se le presentan y
que, en ocasiones, ponen en duda ciertas concepciones aquilatadas y desarrolladas
durante muchísimos años (…)”(39).

9. A manera de conclusión

Necesitamos un Sistema de Justicia a la medida de los ciudadanos, no a la medida de


los “operadores” del Derecho. El Derecho, su lenguaje técnico y los procesos, que
deben servir a la sociedad, resultan complejos para los ciudadanos y puede decirse que
per se son una barrera de Acceso a la justicia. Por lo tanto, es momento de repensar
acerca de los llamados “presupuestos procesales” y las “condiciones de la acción” en la
postulación del proceso, ya que “en cada proceso, entonces, está en juego día a día la
vigencia del propio Estado constitucional, el que a través del proceso se le presenta al
ciudadano como una frustrada utopía o una viva realidad”(40).

Coincidimos en que hay una gran tarea para el Derecho Procesal, el acceso al
proceso como componente de Acceso a la justicia. “Una asignatura pendiente de
los juristas de este tiempo es edificar y mejorar un sistema social y político
enfocado realmente en el ser humano, donde la efectivización de sus derechos no
sea una utopía, brindándole los medios necesarios y eficientes para ello”(41).

(39)
MORELLO, Augusto Mario; HITTERS, Juan Carlos; y BERIZONCE, Roberto Omar. “La defensa de los
intereses difusos”. En: La Justicia entre dos épocas. La Plata: Librería Editora Platense, 1983; pp. 207-239.
(40)
PRIORI POSADA, Giovanni. Óp. cit.; p.107.
(41)
CALVINHO, Gustavo. Óp. cit.; p. 24.

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48
“Perpetuatio iurisdictionis”: a la luz de
nuestro Código Procesal Civil(*)

Sergio Natalino Casassa Casanova(**)

Sumilla

Sergio Casassa invita a la reflexión y crítica respecto del principio


perpetuatio iurisdictionis presentando sus alcances, función y
fundamento a la luz del Código Procesal Civil. El autor también presenta
el debate que surge a raíz de este principio en la función jurisdiccional,
describiendo dos posturas y proponiendo una tercera postura respaldada
en los efectos sustanciales y procesales condicionados al emplazamiento
judicial.

Palabras clave

Perpetuatio iurisdictionis/ competencia/ litispendencia/ función


jurisdiccional/ inmutabilidad/ tutela judicial/ seguridad jurídica.

(*)
Este artículo fue recibido el 30 de abril del 2018 y su publicación fue aprobada el 10 de junio del 2018.
(**)
Abogado por la Universidad Particular San Martín de Porres. Magister por la Pontificia Universidad Católica
del Perú con mención en Derecho Procesal. Profesor de PreGrado en la Universidad Tecnológica del Perú y
Universidad San Martín de Porres. Miembro del Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal. Asociado al
Estudio Martínez & Torres-Calderón Abogados.

49
Sergio Natalino Casassa Casanova

Cuando se nos invitó a desarrollar un tema para el presente libro acerca de la


competencia en materia civil, propusimos firmemente desarrollarlo de forma
diferente a como varios abogados y profesores lo han hecho en diversos artículos y
libros. De hecho, con este artículo pretendemos invitar a la reflexión y crítica
respecto a un tema muy interesante: el principio perpetuatio iurisdictionis.

Para analizar este tema vamos a transitar brevemente sobre los alcances, función y
fundamento de la institución bajo comentario. Una vez desarrollados los mismos,
vamos a tratar de responder dos inquietudes con gran incidencia práctica, que hoy
en día nos surgen a la mente y que han motivado diversas opiniones entre
profesores extranjeros como nacionales, todos ellos con diferentes posturas.

La primera está referida a si el principio de la perpetuatio iurisdictionis se puede


extender ante un juez, inicialmente, incompetente. Posteriormente, y como segunda
inquietud trataremos de dar respuesta a la interrogante: A la luz de nuestro Código
Procesal Civil, ¿cuál es el momento en que se reconduce la perpetuatio iurisdictionis?

Esperamos con nuestro aporte incitar a la polémica y provocar en nuestros lectores


una reevaluación de temas que, para algunos, ya estarían, casi, del todo resueltos.

El precepto contenido en nuestro artículo 8 del Código Procesal Civil nos


reconduce al principio perpetuatio iurisdictionis:

“La competencia se determina por la situación de hecho existente al momento


de la interposición de la demanda o solicitud y no podrá ser modificada por los
cambios de hecho o de derecho que ocurran posteriormente, salvo que la ley
disponga expresamente lo contrario”(1).

En palabras de Chiovenda: “Se debe impedir, en cuanto es posible, que la necesidad de


servirse del proceso para la defensa del derecho se convierta en daño de quien se ve cons-
treñido a accionar o defenderse en juicio para pedir justicia”(2). Es por ello, que se desarrolla
el principio de la perpetuatio iurisdictionis como un efecto procesal de la litispendencia.

La perpetuatio iurisdictionis procura la “inmutabilidad” o “estabilidad” de los


factores de “determinabilidad”, sean de hecho o de derecho, en la competencia del
juez, a un momento determinado del proceso.

(1)
Código Procesal Civil, 1993.
(2)
CHIOVENDA, Giuseppe. Ensayos de Derecho Procesal Civil. Buenos Aires: Ediciones Juridicas Europa-
America Bosch y Cia. Editores, Volumen I, 1949; p. 5.

50
“Perpetuatio iurisdictionis”: a la luz de nuestro Código Procesal Civil

Cuando se trata de un “Estado de Hecho” debemos de entenderlo como aquellos


criterios impregnados en la ley que determinan la competencia; como, por ejemplo:
“Cuando se demanda a una persona natural, es competente el juez del lugar de su
domicilio”. Por otro lado, estaremos frente a un “Estado de Derecho” cuando la
competencia del Órgano Jurisdiccional se encuentra abstractamente prevista, por lo que
dicho momento inamovible no se verá alterado por un nuevo criterio posterior fijado
por ley, como, por ejemplo: “Es competente el juez del lugar en donde ocurrió el daño”.

Con esto, se garantiza (a todos los justiciables) que cualquier alteración posterior,
en los factores de determinabilidad de competencia, no modificará la ya fijada.
Pongamos un ejemplo: Si A (demandante) interpone demanda de obligación de dar
suma de dinero, por un importe que inicialmente era de competencia de un juez de
primera instancia y que por el transcurrir del proceso y a raíz de la modificación
anual de las unidades de referencia procesal, como criterio de determinabilidad de
la competencia en razón a la cuantía, el importe demandado, previo a la sentencia,
resultaría ser competencia del Juez de Paz Letrado, el juez de primera instancia no
perdería la competencia ya fijada en su oportunidad.

En la doctrina se ha pretendido sostener que la perpetuatio iurisdictionis procura


evitar el grave daño que sufrirían las partes en el proceso en razón a una
modificación sobreviniente, en circunstancias que alteraría la competencia del juez,
justificándose así su incorporación en las legislaciones procesales por una cuestión
de conveniencia y de estabilidad(3). En similar sentido, Carnelutti sostiene que el
fundamento práctico de esta regla está, precisamente, “en poner remedios a los
inconvenientes determinados por la duración del proceso”(4).

La inmutabilidad de los efectos que otorga la perpetuatio iurisdictionis encuentra su


fundamento en la seguridad jurídica(5). Si los ciudadanos tenemos en claro que ciertos
criterios serán los utilizados para determinar la competencia de un juez, y que estos
criterios se mantendrán inalterables, pese a las alteraciones de los mismos en el decurso
del pro-ceso, se nos garantiza así la previsibilidad de la actividad procesal.

(3)
CARNEIRO DA CUNHA, Leonardo. “Conceito e Fundamento da perpetuatio jurisdictionis”. En: Teoría Do
Processo: Panorama Doutrinario Mundial. Bahía: Editora Juspodivm, 2010; pp. 483-484.
(4)
CARNELUTTI, Francesco. Sistema de Derecho Procesal Civil. Buenos Aires: Uteha Argentina, Tomo IV,
1944; p. 537.
(5)
CARNEIRO DA CUNHA, Leonardo. “Conceito e Fundamento da perpetuatio jurisdictionis”. En Teoría Do
Processo: Panorama Doutrinario Mundial. Bahía: Editora Juspodivm, 2010; p. 484. y Araken DE
ASSIS.Processo Civil Brasileiro. Sao Paolo: Thomson Reuters–Revista Dos Tribunais, Volumen I, 2015; p.
1188.

51
Sergio Natalino Casassa Casanova

Asimismo, Carneiro comenta que “durante la perpetuatio iurisdictionis, se evita la


transferencia antieconómica de una causa a otro juez, debido a la variación de
circunstancias que habían determinado su competencia en momento de interposición de la
demanda”(6). Aquí el autor nos hace referencia al principio de “Economía Procesal”.

Con una opinión semejante, Chozas afirma que la perpetuatio también en ocasiones
coadyuva con el principio de Economía Procesal y los derechos a la Tutela Judicial
Efectiva y a un proceso sin dilaciones indebidas (7). Sin embargo, sostiene que el
fundamento constitucional de dicha perpetuatio se encuentra en el derecho al juez
predeterminado por ley y el principio de Seguridad Jurídica(8).

Un punto que se debate en la doctrina versa sobre el principio de la perpetuatio


iurisdictionis. ¿Acaso este principio tiene alcances extensivos ante un juez
(inicialmente) incompetente?

En este extremo encontramos posiciones divididas: En primer lugar, Málaga


Diéguez sostiene que:

La perpetuatio se produce tanto a favor de un tribunal dotado de Jurisdicción y


competencia, como a favor de uno carente de las mismas cuando en este último
supuesto, dicha carencia no haya sido aún puesta de manifiesto. La razón de ello
radica en que la ley procesal autoriza a cualquier Órgano Jurisdiccional a conocer
de una demanda hasta que su falta de aptitud para ello es declarada por él mismo o
por otro distinto, lo cual puede tener lugar en nuestro derecho una vez transcurrido
un lapso de tiempo nada despreciable, o incluso al final del procedimiento en
primera instancia (ello sin mencionar la posibilidad de que en fase de recurso se
corrija en este extremo el pronunciamiento recurrido).

Por consiguiente, si mediante la litispendencia se persigue proteger esa aptitud


genérica de cambios sobrevenidos en la realidad extraprocesal con posterioridad al
inicio del juicio, no queda más remedio que tomar como punto de referencia la figura
del juzgado o tribunal que efectivamente investiga del asunto, cuyas presuntas
jurisdicción y competencia serán indefectiblemente, el objeto de la perpetuatio(9).

(6)
CARNEIRO DA CUNHA, Leonardo. “Conceito e Fundamento da perpetuatio jurisdictionis”. En: Teoría Do
Processo: Panorama Doutrinario Mundial. Bahía: Editora jusPodivm, 2010; p. 494.
(7)
CHOZAS ALONSO, José Manuel. La perpetuatio iurisdictionis: un efecto procesal de la litispendencia.
Granada: Comares, 1995; pp. 129-137.
(8)
Ídem.; pp. 137-159.
(9)
MÁLAGA DIÉGUEZ, Francisco. La litispendencia. Barcelona: J.M. Bosch Editor, 1999; p. 212.

52
“Perpetuatio iurisdictionis”: a la luz de nuestro Código Procesal Civil

Posición contraria es la de Carnelutti quien fundamenta su postura basándose que el efecto


de la litispendencia solo se produciría una vez establecida la competencia de forma
definitiva o una vez prescrita la posibilidad de controlarla, aunque con efectos retroactivos
en el momento inicial del proceso, es decir, con la interposición de la demanda(10).

Por su parte, Carneiro es de la opinión que:

“Ante la hipótesis de sobrevenir una competencia en juicio ante un juez incompetente,


no se aplica la regla de la perpetuatio iurisdictionis. Al momento de interponer la
demanda no había competencia. Debería en razón a la perpetuatio iurisdictionis,
resultar irrelevante la modificación del estado de hecho o de derecho, prevaleciendo el
momento de la interposición de la demanda siendo reconocida su incompetencia en
juicio. En tal circunstancia, se aplica no la perpetuatio iurisdictionis, sin embargo, por
principio de economía procesal, prevalecerá la competencia adquirida y atribuyéndole
eficacia saneadora alterando el Estado de Hecho que sobreviene en el curso del
procedimiento. Al juez incompetente se le conferirá competencia. Esta competencia no
existía al inicio, sobreviniendo en curso del proceso, no será más reconocida como
incompetente, pasando a ser competente(11).

Nosotros nos encontraríamos de acuerdo con la primera postura, considerando que


nuestro Código Procesal contempla la posibilidad de la “prórroga”, tácita o
expresa, en aquellos casos en donde pese a que un juez inicialmente incompetente
pueda por acuerdo de las partes o por renuncia al uso de los correctivos procesales
para denunciar su incompetencia, convertirse en competente. En estos casos, la
perpetuatio iurisdictionis también se aplica, pese a la inicial incompetencia del
juez, al consolidarse el juez como competente y como consecuencia de ello,
ninguna posterior alteración modificará su competencia.

Resulta lógico determinar un momento de “cierre” para la inalterabilidad de los


fundamentos que fijan la competencia, pues estos no podrían encontrarse
“expuestos” durante todo el Íter Procesal. He aquí el problema que motiva nuestro
trabajo: determinar a la luz de nuestro Código Procesal Civil cuál es el momento en
que se reconduce la perpetuatio iurisdictionis: (i) con la interposición de la
demanda; (ii) con la admisión de la demanda; o, (iii) con el emplazamiento.

(10)
CARNELUTTI, Francesco. Sistema de Derecho Procesal Civil. Buenos Aires: Uteha Argentina, Tomo IV,
1944; p. 537.
(11)
CARNEIRO DA CUNHA, Leonardo. “Conceito e Fundamento da perpetuatiojurisdictionis”. En Teoría Do
Processo: Panorama Doutrinario Mundial. Bahía: Editora jusPodivm, 2010; p. 474.

53
Sergio Natalino Casassa Casanova

Empezaremos mencionando que, en Brasil, el antiguo artículo 87 y su modificado artículo


43 del “Nuevo Código de Processo Civil” determina que la competencia se define sobre los
supuestos de “Hecho” o de “Derecho” expuestos en la “Petición Inicial” (interposición de la
demanda)(12). En la misma línea, en Italia, en el artículo 5 del Codice di proceduracivile,
cuando menciona: “la giurisdizione e la competenza si determinano con riguardoallalegge
vigente e allostato di fattoesistente al momento dellaproposizionedelladomanda, e non
hannorilevanzarispetto ad ese i successivimutamentidellalegge o dellostatomedesimo”(13).
En pocas palabras, tanto en Italia como en Brasil, el momento para “congelar” los supuestos
de hecho y de derecho son con la interposición de la demanda.

Nuestro propio artículo 8 tiene un texto parecido a los antes mencionados: “La competencia
se determina por la situación de hecho existente al momento de la interposición de la
demanda o solicitud y no podrá ser modificada por los cambios de hecho o de derecho que
ocurran posteriormente, salvo que la ley disponga expresamente lo contrario”.

En Sede Nacional, la profesora Ariano asume esta posición cuando nos comenta que en
el artículo 8 del CPC, concretiza, en el ámbito “no penal”, el inciso 3 del artículo 139
de la Constitución en virtud del cual nadie puede ser desviado de la jurisdicción
predeterminada por la ley, en donde la predeterminación viene fijada en el momento de
interposición de la demanda(14). Es más, Ariano no explica que la perpetuatio
iurisdictionis tiende a tutelar al actor frente a aquellas circunstancias que habiendo
sobrevenido al momento de la interposición de la demanda podrán determinar que el
juez ya no sea el competente para conocer del asunto, con las nefastas consecuencias
que ello trae en nuestro ordenamiento (id est: la conclusión del proceso en caso de
incompetencia por materia, cuantía o territorio improrrogable [véase los artículos 35 y
36 del CPC –o la translatio iudici– en el caso de incompetencia territorial, véase el
inciso 6 del artículo 451 del CPC](15). Por lo que concluye -ante el problema que
presentamos y que enfrenta al artículo 8 con el inciso 1 del artículo 438 del CPC- que
teniendo presente que la perpetuatio iurisdictionis está prevista en tutela del actor y no
del demandado, hay que considerar la contenida en el artículo 8 del CPC(16).

Por otro lado, tratando de justificar la eventual colisión existente entre los artículos
8 y 438, inciso 1 del CPC, el profesor Priori intenta armonizar ambos disímiles
momentos de la siguiente manera:
(12)
Nuevo Código de Processo Civil. Brasil, 2002.
(13)
Codice di procedura civile. Italia, 1865.
(14)
ARIANO DEHO, Eugenia. Algunas notas sobre la competencia en materia civil. Lima: Ius-La Revista. N°
39, 2009; pp. 120 y 121.
(15)
Ídem.; p. 121.
(16)
Ibídem.

54
“Perpetuatio iurisdictionis”: a la luz de nuestro Código Procesal Civil

¿Cómo interpretar lo dispuesto por el inciso 1 del artículo 438 de nuestro Código?

Creemos que, desde el derecho a la Tutela Jurisdiccional Efectiva (respecto a


la garantía del juez natural) existen dos interpretaciones posibles. Una desde la
perspectiva del legislador y otra, desde la perspectiva del demandante: (i)
dicha norma es una ratificación de lo establecido en el artículo 8 del Código
Procesal Civil, al disponerse que la competencia inicial (es decir, aquella
establecida al momento de la interposición de la demanda) no podrá ser
modificada por el legislador, ni antes ni después de producido el
emplazamiento; y, (ii) por el solo emplazamiento la demanda en general, y
como tal la competencia, no pueden ser modificadas por el demandante.

Esas son interpretaciones a las que se llega, además, a partir del derecho al
juez natural, pues si entendemos que dicho derecho supone, entre otras cosas,
el derecho a un juez predeterminado, ello quiere decir que el juez tiene que
estar establecido antes del inicio del proceso, es decir, antes de la
interposición de la demanda, de otra forma no puede ser entendida la palabra
“predeterminado”. Esta interpretación, entonces, es una interpretación que
resulta conforme a la Constitución, al derecho a la Tutela Jurisdiccional
Efectiva (entendiendo al juez natural como manifestación de ella) y mantienen
inalterable el principio contenido en el artículo 8 del Código Procesal Civil(17).

Una segunda postura, asume que el momento “determinante” viene a ser la


“admisión” de la demanda. Esta fórmula la encontramos en la Ley de
Enjuiciamientos Civiles Española del año 2000, en cuyo artículo 410 establece:
“Comienzo de la litispendencia: la litispendencia, con todos sus efectos procesales,
se produce desde la interposición de la demanda, si después es admitida”, la cual
concordada con el artículo 411 redondea la idea cuando establece que:

“Perpetuación de la jurisdicción. Las alteraciones que, una vez iniciado el proceso,


se produzcan en cuanto al domicilio de las partes, la situación de la cosa litigiosa y
el objeto del juicio no modificarán la jurisdicción y la competencia, que se
determinarán según lo que se acredite en el momento inicial de la litispendencia”.

En este punto, Montero menciona:


“En los últimos tiempos la doctrina y la jurisprudencia se inclinaban ya decididamente
porque la litispendencia se produce con la presentación y admisión de la demanda.
Doctrinalmente se defendían dos variantes que no conducían a efectos prácticos
distintos. Unas veces se decía que la litispendencia se produce en el momento de

(17)
PRIORI, G. La competencia en el proceso civil peruano (2008). Recuperado en: http://blog.pucp.edu.pe/ blog/
derysoc/2008/06/05/la-competencia-en-el-proceso-civil-peruano, p. 6.

55
Sergio Natalino Casassa Casanova

presentación de la demanda, pero siempre que esta sea después admitida, y otras
se refería al momento de admisión de la demanda, pero con efectos retroactivos al
de la presentación. Por la primera solución se ha inclinado el Art. 410 LEC(18).

En Sede Nacional, la profesora Ledesma llega, sin explicar las razones de su


afirmación, a la misma conclusión, cuando nos expone:

“La norma consagra la perpetuatio iurisdictionis que significa que la situación de


hecho existente en el momento de admitirse la demanda es la determinante de la
competencia para todo el curso del proceso, sin que las modificaciones posteriores
puedan afectarla. Por citar, el objeto litigioso puede sufrir alteraciones, sea en su
valor comercial, en su deterioro, etc. Nada de ello puede alterar la del juez(19).

Nosotros deseamos proponer una tercera postura: La perpetuatio iurisdictionis se


aplica conforme a las reglas preceptuadas en el artículo 438, inciso 1 del CPC con
el emplazamiento. Para esto haremos la siguiente explicación: El proceso, en
palabras de Montero, constituye aquel “instrumento por medio del que el Poder
Judicial cumple las funciones que le están atribuidas constitucionalmente, bien
como el instrumento puesto a disposición de todas las personas para lograr la
Tutela Judicial efectiva a que se refiere la constitución”(20). Como tal, constituye un
instrumento de “garantía” de los sujetos de derecho partícipes en el proceso.

No solo del demandante, quien ejerce su derecho de acción materializándolo a través de su


demanda, y propone su “pretensión” ante el Órgano Jurisdiccional; sino también del
demandado, quien, como contrapartida del derecho de acción, posee el derecho al
contradictorio, pudiendo este ejercer (entre otros actos procesales) su derecho de defensa,
contestando la demanda y generando la “resistencia” a la pretensión del demandante.

Con esto fijamos la primera premisa: el proceso constituye un instrumento de


garantía de “todos” los sujetos de derecho partícipes, y como tal, las “Garantías
Constitucionales” del mismo (entre ellos la del juez natural) favorece a todos ellos,
y no solo a uno de los intervinientes (por más que sea quien lo inicie).

Como segunda premisa, y reforzando la primera, no tenemos duda en afirmar que nues-
tro actual Código Procesal Civil se alinea a la teoría de la Relación Jurídica Procesal.
Prueba de ello lo vemos en el artículo 465 del Código Procesal cuando nos habla de la
(18)
MONTERO AROCA, Juan. El proceso civil: Los procesos ordinarios de declaración y de ejecución. Valencia:
Tirant Lo Blanch, 2014; p. 877.
(19)
LEDESMA, Marianella. Comentarios al Código Procesal Civil. Lima: Gaceta Jurídica, Tomo I, 2008; p. 104.
(20)
MONTERO AROCA, Juan. Derecho Jurisdiccional. 20ma edición. Valencia: Tirant Lo Blanch, Volumen I,
2012; pp. 34 y 35.

56
“Perpetuatio iurisdictionis”: a la luz de nuestro Código Procesal Civil

“existencia de una relación jurídica procesal válida”. Couture sintetiza brillantemente esta
teoría diciendo: “Cuando en el lenguaje del Derecho Procesal se habla de relación jurídica,
no se tiende sino a señalar el vínculo o ligamento que une entre sí a los sujetos del proceso
y sus poderes y deberes respecto de los diversos actos procesales”(21). En virtud de esta
premisa, conocemos que al interior del proceso existen un sinnúmero de vínculos o
ligámenes que se generan como consecuencia de la diversa actividad procesal.

En base a lo antes expuesto, hay que reconocer que el proceso empieza con la
interposición de la demanda. En este sentido Monroy afirma:

“Desde una perspectiva doctrinal, la demanda es la manifestación concreta del


principio de la iniciativa privada, es decir, aquel que nos enseña que un proceso no
puede empezar por decisión del Órgano Jurisdiccional, sino por interés directo del
titular del derecho que sustenta la pretensión o exigencia”(22).

Sin embargo, afirmar que el proceso inicia con la demanda no quiere decir que su
interposición tenga que ser necesariamente el momento determinante para fijar la
perpetuatio iurisdictionis.

Teniendo en cuenta que al interponer la demanda generamos, únicamente, una


relación jurídica inicial: “demandante-juez”, la cual es de naturaleza jurídica y
procesal, y constituye el punto de inicio del proceso. Pero, no será sino hasta el
emplazamiento o citación con la demanda que se dé “nacimiento” a la relación
jurídica entre “demandante-demandado”, proveyendo así al proceso de las
condiciones de eficacia que la relación “demandante-juez” no lo hace.

En otros términos, los Efectos Procesales, y en algunos casos materiales, que otorga
nuestro ordenamiento, no se inician con la interposición de la demanda; pues esta re-
lación jurídica entre “demandante-juez”, no genera “vinculación” para ambas partes del
proceso, en tanto no nazca la relación jurídica que vincule al demandado, lo cual recién
ocurre con su emplazamiento o citación. Como bien refiere Monroy, el emplazamiento
es el momento en que la relación jurídica procesal queda perfeccionada(23).

Véase inclusive, para reforzar nuestra postura, que en nuestro ordenamiento


jurídico se han verificado diversos efectos “sustanciales” y “procesales”
condicionados al emplazamiento, como a continuación detallaremos:

(21)
COUTURE, Eduardo, Fundamentos del Derecho Procesal Civil. Montevideo-Buenos Aires: Editorial Ib De
F,4ta Edición, 2010; p. 109.
(22)
MONROY GÁLVEZ, Juan. Teoría General del Proceso. Lima: Communitas, 4ta. Edición, 2017; p. 504
(23)
Ídem; p. 505.
57
Sergio Natalino Casassa Casanova

a) Efectos sustanciales

• La fecha del fenecimiento de la sociedad de gananciales en los casos de invalidez del


matrimonio, se retrotraen a la fecha de notificación con la demanda(24).

• Cuando se solicita el cambio de régimen de gananciales por el de separación de


patrimonios, la misma surte efecto entre los cónyuges desde la fecha de notificación
con la demanda(25).

• En las obligaciones de dar sumas de dinero cuyo monto requiera ser determinado
mediante resolución judicial, la mora se constituye a partir de la fecha de la citación
con la demanda(26).

• En los contratos con prestaciones recíprocas, y ante el incumplimiento de una de las


partes en su prestación, esta quedará impedida de cumplirla, una vez notificada con la
demanda(27).

• Los intereses legales a fijarse como consecuencia del proceso de resolución judicial se
generan desde la notificación con la demanda(28).

• La venta de bien ajeno es rescindible a solicitud del comprador, salvo que hubiese
sabido que no pertenecía al vendedor o cuando este adquiere el bien, antes de la
citación con la demanda(29).

• Los frutos de las donaciones revocadas pertenecen al donante desde que se comunica
en forma indubitable la revocación; y en caso de invalidación de pleno derecho, desde
que se cita con la demanda de restitución del bien donado(30).

• La citación con la demanda interrumpirá el plazo de prescripción(31).

• Para determinar la litispendencia en controversias de derecho internacional privado, el


proceso seguido en el Perú se considera iniciado en la fecha de la notificación de la
demanda al demandado(32).

(24)
Código Civil. 1984, artículo 319.
(25)
Código Civil. 1984, artículo 329.
(26)
Ídem.; artículo 1334.
(27)
Ídem.; artículo 1428.
(28)
Ídem.; artículo 1512.
(29)
Ídem.; artículo 1539.
(30)
Ídem.; artículo 1643.
(31)
Ídem.; artículo 1996.
(32)
Ídem.; artículo 2066.

58
“Perpetuatio iurisdictionis”: a la luz de nuestro Código Procesal Civil

b) Efectos procesales:

• La extensión de la cosa juzgada frente a terceros se encuentra condicionada a la


citación de los mismos(33).

• El desistimiento del proceso, una vez notificado al demandado, requiere su con-


formidad(34).

• El demandante puede modificar su demanda hasta antes del emplazamiento(35).

Como consecuencia del emplazamiento se consolida los hechos determinativos para fijar la
competencia; no se puede modificar el petitorio; no se puede iniciar un proceso con el
mismo petitorio e interrumpe el decurso prescriptorio(36). (artículo 438 inciso 1 del CPC). En
consecuencia, véase que gran parte de nuestro ordenamiento “gira” en torno al
emplazamiento como aquella consolidación de la relación jurídica procesal entre las partes,
que se perfecciona luego de interpuesta la demanda, interpretando “integralmente” que en la
institución bajo comentario no puede existir un “divorcio” entre los efectos que fija el
ordenamiento civil y procesal con la conclusión a la cual tenemos que arribar.

Adicionalmente, intentemos reconstruir la perpetuatio iurisdictionis desde la


perspectiva del concepto de “competencia”. Carnelutti sostenía que la competencia
es “la pertenencia a un oficio, a un oficial o a un encargado, de la potestad respecto
de una litis o de un negocio determinado; naturalmente, tal pertenencia es un
requisito de validez del acto procesal, en que la potestad encuentra su desarrollo”(37).

Desde esta óptica, la competencia resulta ser una suerte de regla de distribución de
funciones entre los órganos jurisdiccionales para ejercer su función. Como bien comentaba
Calamandrei “preguntar cuál es la competencia de un juez equivale, por consiguiente, a
preguntar cuáles son los tipos de causas sobre los cuales dicho juez está llamado a
proveer”(38). Sin embargo, estas reglas de distribución que reglamentan la competencia,
como bien refiere Devis ECHANDÍA, obligan tanto a los jueces como a los particulares(39).

(33)
Código Procesal Civil. 1993, artículo 123.
(34)
Ídem.; artículo 343.
(35)
Ídem.; artículo 428.
(36)
Código Procesal Civil. 1993, artículo 438 inciso 1.
(37)
CARNELUTTI, Francesco. Instituciones del Proceso Civil. Buenos Aires: Ediciones Jurídicas Europa–
América, Volumen I, 1959; p. 209.
(38)
CALAMANDREI, Piero. Instituciones de Derecho Procesal Civil según el Nuevo Código. Volumen II.
Buenos Aires: Librería “El Foro”, 2002; p. 137.
(39)
DEVIS ECHANDÍA, Hernando. Nociones Generales de Derecho Procesal Civil. Madrid: Editorial Aguilar,
1966; p. 99.

59
Sergio Natalino Casassa Casanova

Para los particulares, la preexistencia (inclusive al conflicto mismo que motiva el


proceso) de los hechos que determinan la competencia, como ya lo hemos
mencionado anteriormente, constituye una Garantía Procesal, inclusive elevada a
rango Internacional por el artículo 8 de la Convención Interamericana sobre
Derecho Humanos, cuando dice en su acápite 1 que:

Toda persona tiene derecho a ser oída, con las debidas garantías y dentro de un
plazo razonable, por un juez o tribunal competente, independiente e imparcial,
establecido con anterioridad por la ley, en la sustanciación de cualquier acusación
penal formulada contra ella, o para la determinación de sus derechos y
obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de cualquier otro carácter (…)(40).

Y con rango constitucional en el artículo 139 inciso 3 cuando se menciona “(…) nin-
guna persona puede ser desviada de la jurisdicción predeterminada por la ley, (…)”(41).

Como todo derecho, que no desea quedar inerte, requiere poseer mecanismos
procesales que lo preserven, motivo por el cual en aquellos casos en que se inicia un
proceso ante un juez “incompetente”, no solo es el juez quien puede observar su
incompetencia, en aquellos casos en donde es improrrogable; sino que también, y
he aquí el detalle, puede hacerlo el propio demandado (véase que no le corresponde
este mecanismo inicialmente al demandante por haber sido él quien propuso, en
base a los criterios de competencia fijados por ley, la competencia del juez), quien
puede proponer la declinación del juez, a través de la excepción de incompetencia.

Si la elección del juez competente, en base a los supuestos de hecho preestablecidos en


la norma, queda por cuenta del demandante, al margen del cuestionamiento oficioso
del juez, es el demandado quien, por esos mismos supuestos de Hecho o de Derecho
preestablecidos en la norma, puede pedir la declinatoria de competencia del juez.
Entonces consideramos que la garantía procesal es tanto para ambos, y no exclusividad
de una sola de las partes integrantes de la relación jurídico procesal.

Con esto reforzamos nuestra posición que la perpetuatio iurisdictionis constituye


una garantía a favor del proceso en beneficio de “todos” sus integrantes, y no solo a
favor del demandante, con lo cual se requiere que ambas partes (demandante y
demandado) se encuentren vinculados al proceso, lo cual solo sucede con el
emplazamiento, para que se fije la institución bajo comentario.

(40)
Convención Interamericana sobre Derechos Humanos, 1969.
(41)
Constitución Política del Perú, 1993.

60
“Perpetuatio iurisdictionis”: a la luz de nuestro Código Procesal Civil

Para culminar con nuestro comentario, debemos de reparar en que el propio


artículo 8 del Código Procesal Civil regula una “excepción” a este principio: “(…)
salvo que la ley expresamente disponga lo contrario”. Esta premisa que
aparentemente entraría en contradicción con la Segunda Disposición Final del
CPC, cuando se exceptúa de la aplicación inmediata de las normas procesales a las
reglas de competencia. Vemos, sin embargo, que no existiría tal contradicción,
siguiendo la idea desarrollada por la profesora Ariano, en sentido que la Segunda
Disposición Final constituye una norma “general” y que los casos “especiales”
serán aquellos que, por norma con rango de ley, establezca lo contrario(42).

A manera de conclusión, podemos cerrar el presente aporte con las siguientes


ideas:

a) La perpetuatio iurisdictionis procura la “inmutabilidad” o “estabilidad” de los


factores de “determinabilidad”, sean de hecho o de derecho, en la competencia
del juez, a un momento determinado del proceso.

b) La instauración de la perpetuatio iurisdictionis en nuestro ordenamiento procesal


garantiza a todos los justiciables que cualquier alteración posterior, en los
factores de determinabilidad de competencia, no modificará la previamente
establecida y por ello el fundamento de esta radica en la Seguridad Jurídica.

c) La perpetuatio iurisdictionis se extiende, inclusive, ante un juez inicialmente


incompetente, en tanto que no se haya declarado, de oficio o a solicitud de parte,
su incompetencia.

d) La perpetuatio iurisdictionis se aplica conforme a las reglas preceptuadas en el


artículo 438 inciso 1 del CPC: con el emplazamiento. Esta postura se justifica,
entre otras razones ya desarrolladas en nuestro aporte, por cuanto la perpetuatio
iurisdictionis constituye una garantía a favor del proceso en beneficio de
“todos” sus integrantes, y no solo a favor del demandante, con lo cual se
requiere que ambas partes, tanto demandante y demandado, se encuentren
vinculados al proceso, lo cual solo sucede con el emplazamiento.

(42)
ARIANO DEHO, Eugenia. Algunas notas sobre la competencia en materia civil. Lima: Ius-La Revista. N°
39, 2009; p. 121.

61
Sergio Natalino Casassa Casanova

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proceso-ci-vil-perua-no

63
La competencia en nuestro código proceso civil(*)

Giusseppi Vera Vásquez(**)

Sumilla

A lo largo del presente artículo, el autor analiza el proceso como una


herramienta para una mejor convivencia social, centrándose en el derecho a
un juez natural como parte importante para el acceso a la justicia; además,
analiza cómo el derecho fundamental a la tutela jurisdiccional efectiva no se
puede separar del denominado juez natural para un debido proceso.

Palabras Clave

Tutela jurisdiccional efectiva/ Juez natural/ Competencia/ Jurisdicción

(*)
Este artículo fue recibido el 24 de julio de 2018 y su publicación fue aprobada el 27 de julio de 2018.
(**)
Abogado por la Universidad Nacional de Trujillo. Magíster en Derecho de la Empresa por la Pontificia
Universidad Católica del Perú. Coordinador de Plenos Jurisdiccionales y Capacitación del Centro de
Investigaciones Judiciales, Consejo Ejecutivo del Poder Judicial (2008-2009).

65
Giusseppi Vera Vásquez

1. Introducción

El tema objeto del presente trabajo constituye un pilar fundamental de la Teoría del Proceso,
lo cual como bien indica Fredie Didier Jr., “(…) es una disciplina jurídica dedicada a la
elaboración, a la organización y a la articulación de los conceptos jurídicos fundamentales
(lógico-jurídicos) procesales. Son conceptos lógico-jurídicos procesales todos aquellos
indispensables para la comprensión jurídica del fenómeno procesal, donde quiera que este
ocurra”(1). La teoría general del proceso debe entenderse como aquella que desarrolla los
principales conceptos del proceso como lo hace la Teoría del Derecho respecto al todo
jurídico; se trata de “(…) una disciplina filosófica, de cuño epistemológico; en ese sentido,
como extracto de la epistemología del proceso, es rama de la filosofía del proceso”(2).

Para la realización del fin absoluto del Estado, que es la persona, se necesita de un
mecanismo capaz de dar solución a los conflictos intersubjetivos que se susciten a fin
que la vida en sociedad sea viable. El proceso es esa herramienta del sistema jurídico
creada con la finalidad de una mejor convivencia social al implementar una serie de
reglas tendientes a dar una tutela debida a las partes contendientes. Entre esas reglas está
el acceso a la justicia; es decir, que la controversia pueda ser conocida por un juez, quien
luego resuelva la controversia a través de la emisión de una sentencia, pero ese juez no
puede ser uno que se elija al azar o por criterios particulares; el juez que conozca y
resuelva el conflicto debe ser el denominado juez natural o predeterminado por la ley,
para tal efecto se fijan una serie de criterios como la materia, el grado, la cuantía, el
territorio y el turno.

Los defectos en la delimitación de la competencia pueden ocasionar diversos


problemas de carácter procesal como dilaciones en el trámite del proceso e inseguridad
jurídica. Las primeras a causa del trámite de las excepciones deducidas debido a una no
tan clara regulación normativa, mientras que la inseguridad debido a la falta de
uniformidad de criterios en la judicatura al avocarse o no al conocimiento de un
proceso, de tal manera que jueces de primera instancia y superiores de materias
distintas conocen y resuelven sobre casos similares lo cual distorsiona el derecho
constitucional al juez natural. Por ello, este tema no solo merece la atención desde el
análisis dogmático; su importancia medular pasa por su correcta aplicación práctica.

Que se hayan llevado a cabo Plenos jurisdiccionales(3) en distintos Distritos Judiciales


durante los últimos años, donde uno de los temas en discusión sea sobre aspectos de la

(1)
DIDIER JR. Fredie. Sobre la teoría general del proceso, esa desconocida. (Christian Delgado Suárez). Lima:
Raguel Ediciones, 2015; p. 86.
(2)
Ídem.; pp. 86-87.
(3)
Los Plenos Jurisdiccionales son la reunión de los magistrados de las Salas Superiores a fin de concordar

66
La competencia en nuestro Código Proceso Civil

competencia es el mejor indicador de la falta de criterio unívoco en la judicatura


sobre algo que resulta fundamental para el proceso judicial.

Para un mejor estudio de la institución consideramos adecuado abordar primero


otras instituciones como son el derecho fundamental a la tutela jurisdiccional
efectiva y al juez natural, así como también la jurisdicción y los presupuestos
procesales. Pasamos a continuación al desarrollo de estos a fin de poner en
contexto lo que significa la competencia en el proceso.

Por último, analizaremos algunas de las propuestas normativas del proyecto de


reformas al Código Procesal Civil (en adelante CPC), a fin de evaluar sus aportes y
analizar si estas siguen criterios constitucionales.

2. El derecho a la tutela jurisdiccional efectiva y al juez natural

El derecho a la tutela jurisdiccional efectiva se encuentra previsto en nuestra Constitución


(artículo 139 inciso 3) como también en el CPC (artículo I del Título Preliminar). En
nuestro ordenamiento jurídico goza de la calidad de principio procesal, sirviendo como
fuente y criterio orientador de interpretación del sistema jurídico procesal en general.

La norma constitucional determina que “[n]inguna persona puede ser desviada de


la jurisdicción predeterminada por la ley, ni sometida a procedimiento distinto de
los previamente establecidos, ni juzgada por órganos jurisdiccionales de excepción
ni por comisiones especiales creadas al efecto, cualquiera sea su denominación”.
Es decir, de manera puntual proscribe cualquier posibilidad de juzgamiento por
parte de un órgano jurisdiccional no asignado al caso, sea la materia que fuera; allí
se encuentra el carácter constitucional de la competencia.

En palabras de González Pérez: “El derecho a la tutela jurisdiccional es el derecho


de toda persona a que se la “haga justicia” a que cuando pretenda algo de otra, esta
pretensión sea atendida por un órgano jurisdiccional, a través de un proceso con
unas garantías mínimas”(4). Entiéndase que no por cualquier órgano jurisdiccional
sino por el competente. Véase de manera correcta la incorporación del concepto
competencia dentro de la tutela jurisdiccional efectiva.

jurisprudencia de su especialidad; pueden ser de acuerdo a su ámbito: locales, regionales y nacionales; y se


realizan a instancia de los órganos de apoyo del Poder Judicial conforme se encuentra previsto en el artículo
116 del TUO de la Ley Orgánica del Poder Judicial.
(4)
GONZÁLEZ PÉREZ, Jesús. El derecho a la tutela jurisdiccional. Madrid: Civitas, 1984; p. 29.

67
Giusseppi Vera Vásquez

Los conceptos de tutela jurisdiccional efectiva y juez natural despliegan sus efectos al
sistema de justicia en general, por eso trataremos de enfocar el planteamiento hacia los
cauces de la justicia civil. En tanto el proceso es un instrumento para la heterocomposición
de una controversia jurídica y la realización del valor justicia, la Constitución resguarda
que cualquier justiciable no solo tenga acceso al sistema de justicia, sino que quien se
encargue de impartir justicia sea un juez calificado para conocer ese asunto, por eso es que
instituye el concepto del juez natural. Se trata del derecho fundamental a saber, con
anterioridad, quién será el juez que conozca la causa controvertida, por ello constituye una
garantía de independencia e imparcialidad para el justiciable.

El aspecto constitucional de la materia de estudio está previsto en el artículo 139,


inciso 3 de nuestra Constitución Política que dispone: “Ninguna persona puede ser
desviada de la jurisdicción predeterminada por la ley (...)”. De tal manera que
nadie pueda ser juzgado por un juez ex post facto o un juez ad hoc.

Nuestro Tribunal Constitucional ha manifestado en reiterada jurisprudencia los


alcances de este derecho. Así tenemos que con toda claridad se indica que:

“La disposición exige que la competencia del juez llamado a conocer el proceso
(…) deba ser determinado a partir de reglas preestablecidas en base a distintas
consideraciones (materia, territorio, grado, etc.), de forma que quede garantizada
su independencia (principio que, a su vez, es recogido en el inciso 2) del mismo
artículo 139) e imparcialidad en la resolución de la causa.
Constituye, a la vez de un derecho subjetivo, parte del “modelo constitucional del
proceso” recogido en la Carta Fundamental, cuyas garantías mínimas siempre de-
ben ser respetadas para que el proceso pueda tener calidad de debido”(5).

Por su parte, el Título Preliminar del CPC nos ofrece en su artículo I la


consagración del principio del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva, el cual
otorga a toda persona el derecho a acudir al órgano jurisdiccional a solicitar tutela
jurisdiccional efectiva “con sujeción a un debido proceso”. Siendo uno de esos
derechos al debido proceso el derecho al juez natural, que no es otra cosa que la
entidad constitucional de lo que en materia procesal es la competencia.

Enseña Giovanni Priori que “[l]as reglas que rigen la competencia actúan la garantía
constitucional del Juez natural entendida esta como el derecho que tienen las partes a
que el conflicto de intereses o la incertidumbre jurídica sean resueltos por un tercero
imparcial e independiente predeterminado por ley; derecho que, además, integra el
contenido del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva. Esa predeterminación legal que
(5)
Exp. N0010-2002-AI/TC, FJ 103.

68
La competencia en nuestro Código Proceso Civil

forma parte de contenido de la garantía al Juez natural, se expresa y actúa a través


de la competencia”(6).

Para nosotros, el derecho al juez natural tiene un alcance que comprende, no


únicamente la literalidad normativa impresa en la Constitución peruana, sino además el
entendimiento de que este determina la competencia de un juez legitimado por la ley (7),
dicho en otros términos, dicho derecho es el que “(…) tienen los sujetos a que en un
proceso sea conocido por un tercero imparcial predeterminado por ley”(8).

Por todo lo antes expuesto, debe entenderse que el concepto constitucional de juez
natural es al de juez competente en materia procesal.

3. Los presupuestos procesales

De manera breve, porque la publicación tiene sus pautas y el presente artículo debe
ceñirse a lo que es su objeto: la competencia procesal, nos avocaremos a los
presupuestos procesales a fin de poner en contexto lo que significan para el proceso.

La doctrina procesal estudia a los presupuestos procesales como los requisitos esenciales o
indispensables para la existencia de una relación jurídico procesal válida o regular, los
cuales deben cumplirse a fin de evitar una sentencia inhibitoria. Debe quedar claro, como
enseña Juan Monroy que “la falta o defecto de un Presupuesto Procesal no significa que no
hay actividad procesal, sino que la ejecución de esta se encuentra viciada”(9).

Los presupuestos procesales son tres: la capacidad procesal, la competencia y los


requisitos de la demanda. En este trabajo nos avocamos únicamente a desarrollar la
competencia.

(6)
PRIORI POSADA, Giovanni. “La Competencia en el Proceso Civil Peruano”. En: Derecho y Sociedad. Lima,
2008; p. 39.
(7)
En distinto sentido véase LANDA ARROYO, César. “El Derecho al Debido Proceso en la Jurisprudencia:
Corte Suprema de Justicia de la República del Perú, Tribunal Constitucional del Perú, Corte Interamericana de
Derechos Humanos”. En: Colección Cuadernos de Análisis de la Jurisprudencia. Volumen 1. Lima; p. 70. Día
de consulta: 5 de marzo de 2018. <<http://sistemas.amag.edu.pe/publicaciones/
derecho_constitucional/derecho_debido_proce_jurisp_vol1.pdf>>
(8)
PRIORI POSADA, Giovanni. “La efectiva tutela jurisdiccional de las relaciones jurídicas materiales. Hacia
una necesaria reivindicación de los fines del proceso”. En: IUS ET VERITAS. N° 26. Lima, 2003; p. 290.
(9)
MONROY GÁLVEZ Juan. La formación del proceso civil peruano. Lima: Palestra, 2004; p. 228.

69
Giusseppi Vera Vásquez

4. Jurisdicción

Las Constituciones establecen como una de las manifestaciones de todo Estado


Constitucional de Derecho la impartición de justicia, atribuida en el esquema clásico de
división de sus poderes al Poder Judicial. Por su parte, este cumple dicha función a
través de sus jueces distribuidos en todo el territorio nacional, en las distintas materias
y grados de jerarquía. Por eso, aunque suene a verdad de Perogrullo afirmamos que
todos los jueces gozan de jurisdicción por el solo hecho de ostentar dicha investidura.

Según Monroy Gálvez, la jurisdicción “es el poder-deber del Estado destinado a


solucionar un conflicto de intereses o incertidumbre jurídica en forma exclusiva y
definitiva, a través de órganos especializados que aplican el derecho que corresponde al
caso concreto, utilizando su imperio para que sus decisiones se cumplan de manera
ineludible, y promoviendo a través de ella el logro de una sociedad con paz social en
justicia”(10). Por ende, la jurisdicción es una sola y recae en todos los jueces del país sin
excepción alguna. Es en relación a ese deber, del binomio poder-deber, que el Estado a
efecto de impartir una justicia eficaz y satisfacer la tutela de los justiciables, debe dotar
a su organización jurisdiccional de los criterios de competencia que sirvan a los fines de
una adecuada resolución de las controversias que ante él se sometan.

La jurisdicción es una expresión del poder estatal para impartir justicia en un país y
para hacer cumplir sus mandatos a través de la correspondiente ejecución.

5. Competencia

El derecho de acceso a la justicia debe ser ante el órgano competente por ley, no
ante cualquier juez que pese a tener jurisdicción no sea competente. Se trata de una
categoría jurídica que forma parte de la Teoría General del Proceso e incluso del
Derecho Constitucional pues el derecho al juez natural es inherente a todo Estado
Constitucional de Derecho.

Ese poder-deber que es la jurisdicción se operativiza en la práctica con la


competencia que constituye la división del trabajo del aparato judicial y también
del poder de la jurisdicción.

La competencia es la atribución que tiene una persona designada por el Estado para
ocupar la magistratura en el Poder Judicial para impartir justicia sobre determinada
(10)
Ídem.; p. 224.

70
La competencia en nuestro Código Proceso Civil

materia, grado jerárquico y lugar. Todo juez por tener tal calidad tiene jurisdicción,
porque le es inmanente; sin embargo, no tiene competencia para todo ámbito de temas
o hechos justiciables. La competencia en cambio está determinada por aspectos como
la materia, cuantía, funcionalidad y el territorio, en cuyo caso se relativiza en virtud a
la denominada prórroga de la competencia. De acuerdo a estos criterios es posible una
mejor impartición de justicia. Se trata de un concepto de orden público, pues desarrolla
el principio constitucional del juez natural y porque determina las reglas para el
ejercicio de la potestad jurisdiccional asignada por la Constitución.

El artículo 138 de la Constitución dispone que: “La potestad de administrar justicia


emana del pueblo y se ejerce por el Poder Judicial a través de sus órganos
jerárquicos con arreglo a la Constitución y a las leyes”. La norma constitucional da
una primera aproximación al criterio de competencia delimitando claramente el
criterio del grado, estableciendo los criterios de estructura horizontal y vertical del
Poder Judicial. También dispone que la distribución de dicha potestad se hará
conforme a la propia Constitución y a la ley.

No es ajeno que se señale a la jurisdicción como el todo y a la competencia como


una parte de esta, delimitada por aspectos previstos en la Ley que diferencian a un
juez de otro y que hacen viable el criterio constitucional del juez natural.

El juez al asumir sus funciones no lo hace respecto a todas las materias ni para
resolver controversias suscitadas en cualquier parte del país, ni para hacerlo de
manera indistinta en primera o segunda instancia. El juez al jurar al cargo lo hace
en razón a una determinada especialidad, grado y territorio, siendo competente
para impartir justicia y desplegar su autoridad de carácter público en nombre del
Estado dentro de los límites de la competencia asignada.

Si bien todos los jueces tienen jurisdicción, esta no importa el conocimiento de todo tipo de
temas o materias ni que pueda hacerlo en cualquier ciudad. Los criterios de especialidad,
territorio o la etapa del proceso en que intervienen, a lo que se denomina grado, establecen
la competencia para cada juez, aunado a criterios como la cuantía y el turno.

Es conveniente dejar establecido que la competencia responde a la necesidad de dis-


tribuir la actividad judicial entre distintos órganos jurisdiccionales en atención a los
criterios antes enunciados. La funcionalidad del Poder Judicial está basada en los crite-
rios de competencia pues es a través de esta institución procesal que el aparato judicial
distribuye la carga procesal haciéndola más efectiva. En palabras de Juan Monroy “es
la expresión regular concreta y autorizada de un órgano jurisdiccional respecto de un
caso concreto. La competencia es una institución procesal cuyo objetivo es hacer más

71
Giusseppi Vera Vásquez

efectiva y funcional la Administración de Justicia”(11). Es entonces la aptitud para que


un juez conozca y resuelva una controversia(12) y requisito indispensable para establecer
una correcta relación jurídico-procesal que permita luego una sentencia válida.
Correspondiendo al juez al emitir el auto de saneamiento procesal examinar el referido
presupuesto en caso que antes no lo haya advertido al calificar la demanda.

En el Perú, la competencia se distribuye entre los órganos jurisdiccionales


previstos en la Ley Orgánica del Poder Judicial.

El maestro Hernando Devis Echandía estudiaba a la competencia desde un doble


aspecto:

“(…) el objetivo, como el conjunto de asuntos o causas en que, con arreglo a


la ley, puede el juez ejercer su jurisdicción; y el subjetivo, como la facultad
conferida a cada juez para ejercer la jurisdicción dentro de los límites en que
le es atribuida. (…).

En otras palabras, un juez es competente para un asunto cuando le


corresponde su conocimiento con prescindencia de los demás que ejercen
igual jurisdicción, en el mismo territorio o en territorio distinto”(13).

5.1. ¿Qué pasa si la demanda se dirige ante un juez incompetente?

Si el juez al calificar la demanda advierte que es incompetente deberá remitir lo


actuado al juez que considere competente conforme a lo previsto en el artículo 36
del CPC, modificado por la Ley 30293.

En caso no se cumplan con los criterios de competencia de un órgano jurisdiccional y el


juez soslayó dicho análisis o lo hizo en forma equivocada y emitió el admisorio, la parte
demandada puede ejercitar el mecanismo procesal de la Excepción de incompetencia a fin
de que el órgano jurisdiccional, luego de correr traslado de respectivo escrito a la parte
demandante, resuelva acerca de este presupuesto procesal declarando fundada o infundada
la excepción. Si la declara infundada continúa la tramitación del proceso; si la

(11)
Ídem.; p. 228.
(12)
Cfr. Roberto Gonzáles quien explicando este presupuesto procesal señala: “Si falta esa aptitud de ese sujeto
no existe la posibilidad de entablar la relación jurídico-procesal, esta será inválida y no propiamente la
demanda; esta no se declara nula, es más, el proceso sigue en marcha pues el derecho de acción sigue intacto y
funcionando desde su ejercicio inicial con la demanda. GONZÁLES ÁLVAREZ, Roberto. Código Procesal
Civil Comentado. En: Renzo Cavani (coordinador). Lima: Gaceta Jurídica, Tomo I, 2016; p. 175.
(13)
DEVIS ECHANDÍA, Hernando. Teoría General del Proceso: Aplicable a toda clase de procesos. Buenos
Aires: Editorial Universidad, 3era. edición, s.f.; pp. 141-142.

72
La competencia en nuestro Código Proceso Civil

declara fundada anulará todo el proceso y dará por concluido el proceso si corresponde a la
excepción de incompetencia, luego de lo cual remitirá los actuados al juez competente.

En caso no se haya deducido excepción, en el saneamiento procesal el juez tiene una


posibilidad más para examinar su competencia. Pero, ¿qué pasa si el juez al calificar la
demanda y luego en el saneamiento no advierte la incompetencia, la que tampoco es
invocada como excepción? Pues la incompetencia puede ser declarada en cualquier estado
y grado del proceso de acuerdo al artículo 35 del CPC, modificado por la Ley 30293.

Lo actuado ante juez incompetente resulta nulo, al haberse afectado el principio del debido
proceso y la tutela jurisdiccional (Casación N° 1180-1999-Callao). Cabe destacar que el
juez incompetente sí está facultado para declarar la nulidad de todo lo actuado por él.

Es decir, una sentencia emitida por un juez incompetente será nula, pues se aparta de
los criterios previstos por los presupuestos de validez de la relación jurídico-procesal,
uno de los cuales es la competencia, lo cual es elemento indispensable para su validez.

5.2. Convalidación de la “in” competencia

Compartimos con Paulo Mendes de Oliveira que “no hay divergencia doctrinaria con
relación a que el derecho procesal civil sea una vertiente del derecho público, dado que
regula la forma de ejercicio del poder jurisdiccional por el Estado, a fin de que preste
así idónea tutela a los derechos”(14). Sin embargo, la naturaleza pública del proceso no
impide reconocer que la autonomía de la voluntad de las partes tenga cada día un
mayor espacio en el establecimiento de reglas de carácter procesal que se ha venido en
denominar convenciones procesales, para lo cual corresponde examinar el alcance de
estas y los límites que el carácter público del proceso exigen.

Estas convenciones de modo alguno pueden afectar derechos fundamentales. Y si bien


el Proyecto de reforma del CPC no indica que estas puedan modificar la competencia
predeterminada, a menos que se trate de la territorial como ya lo hace el vigente texto
normativo, introduce en la propuesta de artículo 19 una innovación sustancial y lo
sumilla como convalidación de la competencia. Lo cual como se verá a continuación
significaría una vuelta de tuerca a la institución de la competencia en sede nacional, así
como también relativizando el derecho fundamental al juez natural y el concepto
dogmático de los presupuestos procesales. La propuesta indica lo siguiente:

(14)
MENDES DE OLIVEIRA, Paulo. “Negocios procesales y el doble grado de jurisdicción”. En: Pedro
Henrique Oliveira y Renzo Cavani (coordinadores). Convenciones Procesales. Estudios sobre negocio
jurídico y proceso. Lima: Raguel ediciones, Volumen 1, 2015; p. 618.

73
Giusseppi Vera Vásquez

“Artículo 19.- Convalidación de la competencia


Los órganos jurisdiccionales que actúan como segunda instancia o en
casación, no anulan las sentencias por razones de competencia si estas
estuviesen referidas a la materia, grado, cuantía o territorio.
Igual limitación tienen los jueces de primera instancia cuando ya se ha declarado
la validez de la relación jurídica procesal en la etapa de saneamiento.
Los jueces emiten pronunciamiento sobre la competencia por razón de la cuantía,
en apelación o en vía de casación, según sea el caso, cuando el cuestionamiento
provenga de la excepción respectiva, planteada en primera instancia”.

De acuerdo a esto, lo que se convalida es en propiedad la incompetencia. Ello porque si


un juez es incompetente para conocer un caso concreto, tendrá únicamente hasta el
auto de saneamiento para declararlo así, luego de lo cual la oportunidad habrá
precluido y deberá seguir conociendo el caso hasta la sentencia; claro está, ya no podrá
emitir una sentencia inhibitoria declarando la improcedencia de la demanda. Lo antes
indicado trasciende la esfera del juez de primera instancia pues si este no era
competente tampoco lo serán los que actúen como órganos de segunda instancia o de
casación, cuando ello fuere posible; pese a ello deberán conocer el proceso pues debido
al criterio preclusivo estarán proscritos para declarar la nulidad de las sentencias por
razón de competencia en tanto en el saneamiento el A quo declaró la validez de la
relación jurídico-procesal. El análisis amerita entender que la convalidación de la
incompetencia implica que en ninguna etapa del proceso la controversia sería conocida
por el juez natural, lo cual contravendría dicho derecho fundamental.

Antes de continuar con el desarrollo de las ideas veamos lo que propone el artículo 35 del
proyecto de reforma (de estrecha relación con la comentada propuesta del artículo 19). El
segundo párrafo propone una regla innovadora que va en la línea antes expuesta según la
cual: “En ningún caso el juez declarará su incompetencia luego de haber quedado firme la
resolución que declara saneado el proceso, bajo responsabilidad”. Por su parte en el tercer
párrafo propone: “Los órganos jurisdiccionales que actúan como segunda instancia o en
casación, no anulan las sentencias por razones de incompetencia. Solo podrán emitir
pronunciamiento sobre la incompetencia cuando hayan sido materia de impugnación el auto
mediante el cual un juez se declare incompetente, el auto de saneamiento o el auto que
resuelve la excepción de incompetencia”. Según la propuesta los jueces superiores
únicamente pueden resolver asuntos de competencia en el caso de que se trate de la cuantía
y en tanto sea con ocasión de una excepción de incompetencia que haya sido declarada
infundada en primera instancia.

Según la exposición de motivos del proyecto “es particularmente novedosa la propuesta de


los artículos 19 y 35 en el que se establece que una vez que se ha saneado el proceso,
ningún órgano jurisdiccional puede declarar su incompetencia (…). Las partes tienen

74
La competencia en nuestro Código Proceso Civil

un momento para cuestionar la competencia. El juez también tiene un momento


para advertir los defectos en torno a ella. Si ya se discutió y se declaró al juez que
conoce el caso como competente; o si, no habiéndose discutido hubo posibilidad de
hacerlo y el Juez –luego de revisar los presupuestos procesales– saneó el proceso,
no cabe ninguna posibilidad de él ni ningún otro órgano jurisdiccional declare la
incompetencia de quien ya es competente por imperio del saneamiento”.

Siguiendo con el análisis del proyecto, además de lo expuesto en relación a la


propuesta de artículo 19, vemos que contiene aspectos que merecen destacar en
atención al 35, así como en conjunto: (i) establece una preclusión para la
oportunidad de pronunciamiento sobre la competencia, y es con el saneamiento; (ii)
si el juez no la advirtió en la calificación de la demanda ni en el saneamiento y la
parte emplazada tampoco al no deducir la excepción de incompetencia, entonces el
proceso seguirá su curso; (iii) el proyecto señala que de esa manera se evita la
dilación; sin embargo, no menos cierto es que la propuesta contravendría el derecho
fundamental al juez natural al permitir convalidar la incompetencia, así como
también relativiza la conceptualización de los presupuestos procesales pues, al
menos la competencia dejaría de ser requisito indispensable para la validez de la
relación jurídico-procesal; (iv) se relativiza el criterio de la improrrogabilidad de la
competencia, que tenía como excepción a la competencia territorial en donde se
permitía la prórroga convencional o tácita; con la nueva regulación habría una
suerte de prórroga tácita para los otros criterios de competencia.

Estaríamos entonces a casi nada para que vía convención o negocio procesal se permita
pactar sobre todos los tipos de competencia y no solo para la territorial. En efecto, qué
diferencia hubiera entre la prórroga tácita de la convencional. De esta manera, el
resultado del proceso que es la sentencia, emitida por juez incompetente, se estaría
convalidando y con ello trastocando el derecho fundamental al juez natural.

5.3. Excepción de incompetencia

Si no se cumplen con los criterios de competencia de un órgano jurisdiccional, la


parte demandada puede ejercitar el mecanismo procesal de la Excepción de
incompetencia a fin de que el órgano jurisdiccional, luego de correr traslado de
respectivo escrito a la parte demandante, resuelva acerca de este presupuesto
procesal declarando fundada o infundada la excepción. Si la declara infundada
continúa la tramitación del proceso; si la declara fundada anulará todo el proceso y
dará por concluido el proceso si corresponde a la excepción de incompetencia,
luego de lo cual remitirá los actuados al juez competente.

75
Giusseppi Vera Vásquez

5.4. Respecto al carácter imperativo de la normatividad sobre competencia

El segundo párrafo del artículo 6 del CPC establece que la competencia civil no puede
renunciarse ni modificarse, “con lo cual se zanja que las normas atributivas de competencia son
imperativas (ius cogens), por lo que no admiten pacto en contrario, dejando, sin embargo, a
salvo los “casos expresamente previstos en la ley” en los que tal “renuncia” o “modificación” (o
sea, el pacto en contrario) sí sería válido. (…)” (15). Precepto que viene predispuesto por el
artículo IX del Título Preliminar del CPC al regular el principio de vinculación, según el cual las
normas procesales son imperativas salvo regulación permisiva en contrario.

Respecto a la confusión que pudiera existir entre jurisdicción y competencia


Giovanni Priori señala con claridad que:

“No es correcto identificar ‘jurisdicción’ con ‘competencia’. La noción de ‘juris-


dicción’, como ha sido reiteradamente expuesto, se refiere a una potestad estatal,
mientras que la noción de ‘competencia’ tiene que ver con los ámbitos dentro de
los cuales es válido el ejercicio de dicha potestad (…) no tener jurisdicción supone
no poder realizar actividad jurisdiccional (procesal) alguna, mientras que no tener
competencia supone no poder realizar actividad procesal válida. De esta manera,
por ejemplo, una ‘sentencia’ dictada por quien no ejerce función jurisdiccional se
ubica en la categoría de un ‘acto inexistente’, mientras que una sentencia dictada
por un juez incompetente se ubica en la categoría de un ‘acto inválido’”(16).

5.5. Criterios para la determinación de la competencia

Algunos clasifican la competencia en objetiva, funcional y territorial, señalando que la


objetiva está en relación con la naturaleza de la causa en cuestión o razón del litigio,
entre las que tenemos la constitucional, civil, penal, laboral, familia, contencioso-
administrativa (siendo que en algunas de ellas hay incluso sub especialidades), las
cuales varían de acuerdo a la distribución de competencias de cada país; la funcional,
en la diversa jerarquía que la Ley Orgánica del Poder Judicial asigna en cada etapa del
proceso y pueden ser juzgados de paz letrados, juzgados de primera nominación, salas
superiores y salas supremas; y la territorial, en atención al lugar donde geográficamente
cada magistrado tiene asignadas sus funciones.

Como bien se ha señalado, hay distintos tipos de competencia, nos vamos a referir a las que
tienen mayores elementos para su desarrollo conceptual y que a la vez tengan aspectos de

(15)
ARIANO DEHO, Eugenia. “Algunas notas sobre la competencia en materia civil”. En: In limine Litis,
estudios críticos del Derecho Procesal Civil. Lima: Instituto Pacífico, 2016; p. 190.
(16)
PRIORI POSADA, Giovanni. La Competencia en el Proceso Civil Peruano; pp. 38-39.

76
La competencia en nuestro Código Proceso Civil

relevancia o polémica en su aplicación, sobre todo bajo el análisis del proyecto de


reforma procesal en materia civil que ha publicado el Ministerio de Justicia luego de un
arduo trabajo de la Comisión Revisora constituida por la Ley N° 25282. Por ello
pasamos a desarrollar únicamente los criterios de la materia y el territorio.

5.5.1. Competencia por la materia

Un aspecto determinante de la competencia es la materia, la cual se encuentra íntimamente


relacionada con la especialidad. Garantía de una buena administración de justicia es que el
juez a cargo de resolver un conflicto sea especialista en la materia controvertida. Por eso es
que hay jueces especializados en las distintas materias previstas por el Poder Judicial. Los
jueces son asignados a desempeñar su cargo en juzgados o salas de una especialidad, lo cual
también resulta aplicable para los magistrados supremos. Esa garantía de la impartición de
justicia estatal es en beneficio del justiciable pues el juez a cargo de su caso es especialista
en dicha materia, porque claro, se entiende que el juez del juzgado especializado en lo civil
es uno especialista en dicha materia.

Así, por ejemplo, en materia civil los jueces de esta materia cumplen sus funciones
conociendo únicamente causas de dicha materia. Cada ordenamiento procesal
establece las materias objeto de competencia de los jueces y es lo que se denomina
competencia por la materia.

Sin embargo, la realidad no es tan feliz y lo que parece coherente no siempre tiene su
correlato en la implementación práctica. Corresponde a los Presidentes de la Cortes
Superiores decidir la conformación de las Salas Superiores y la asignación de
especialidad de los jueces en los distintos juzgados; en el caso de las Salas Supremas lo
es el Presidente de la Corte Suprema. Por razones ajenas a criterios técnicos somos
testigos que la designación no siempre obedece al criterio de especialidad del
magistrado, lo cual relativiza el principio constitucional del juez natural pues si bien
será el órgano jurisdiccional predeterminado por la ley quien juzgue el caso, la persona
del juez no siempre responderá al espíritu de la Constitución ni de la ley pues juzgará
sin ser especializado en la materia que decide.

Tal es la importancia de la competencia por la materia, que esta es tenida en cuenta por los
criterios de selección de los magistrados. Por eso es que al presentar su postulación al
concurso el candidato a magistrado elige la materia a la cual postula, así como también el
grado, localidad o ubicación del despacho, así como también el distrito judicial; en líneas
generales, escoge la plaza a la cual postula. De lo cual se advierte que para el Estado es
necesaria la especialización de los jueces en las materias en que impartirán justicia.

77
Giusseppi Vera Vásquez

5.5.2. Competencia territorial y prórroga

La competencia por el territorio viene dada por la distribución de la carga procesal


entre los jueces de la misma materia y grado, pero de ciudades distintas, teniendo
como criterio que el proceso se tramite ante el Juez que por su sede, sea el más
idóneo de acuerdo a las reglas generales de la competencia para conocer el caso.

La competencia es improrrogable, salvo en el caso de la competencia territorial;


ello debido a que las normas procesales son de orden público y en el caso de la
competencia constituyen la determinación de la organización del funcionamiento
del aparato judicial, denominándose por ello competencia absoluta, la cual rige la
materia, cuantía, turno y grado.

La competencia por el territorio es relativa, por ello las partes puedan apartarse del
criterio del juez natural, estando facultadas para acordar o convenir someter su
controversia ante el juez de la ciudad que decidan, denominándose a esto negocio o
convención procesal; de más está decir que el pacto debe obedecer a la libre
manifestación de voluntad de los contratantes. Existe también la prórroga tácita y
ocurre cuando la parte demandante interpone la demanda ante un juez
incompetente por el territorio, pero la parte emplazada comparece al proceso sin
hacer reserva o no deducir la excepción de incompetencia.

Existen razones para que solo uno de los elementos de la competencia, como es la
territorial, no sea del todo rígido y admita acuerdo expreso o tácito de acudir a un
juez incompetente según las reglas para la determinación de la competencia
territorial. Se señala así que “[e]l carácter absoluto de la competencia responde a
un interés público, en razón a la estructura y funciones esenciales de los órganos
jurisdiccionales; mientras que la competencia relativa rige en atención a las
necesidades, conveniencia e intereses de las partes (…)”(17).

La voluntad de las partes entonces únicamente puede expresarse en la competencia


territorial. Esto en atención a que “la división de la competencia por el territorio, se
ha establecido por una razón práctica en beneficio de los propios litigantes, y por
eso estos pueden renunciar a este beneficio (…)”(18).

(17)
Casación N° 114-2017-Lima.
(18)
Casación N° 1901-2005-Lima.

78
La competencia en nuestro Código Proceso Civil

5.6. Caracteres de la competencia

5.6.1. Legalidad

Si bien la competencia se fija por ley, en el caso del turno puede ser asignada por
reglamentación o disposiciones de los tribunales y es el único criterio de competencia
que se aparte de esta característica. Se establece que las “reglas de competencia,
objetiva y funcional, sean previstas en una ley orgánica. La competencia jurisdiccional
se halla sujeta a una reserva de ley orgánica, lo cual implica: a) el establecimiento, en
abstracto, de los tipos o clases de órganos a los que se va a encomendar el ejercicio de
la potestad jurisdiccional, y b) la institución de los diferentes órdenes jurisdiccionales y
la definición genérica de su ámbito de conocimiento litigioso”(19). De tal manera que
en forma taxativa se delimita la competencia de cada órgano jurisdiccional.

Ello de ninguna manera impide la creación de subespecialidades de aquellas


especializaciones previstas en la Ley Orgánica del Poder Judicial.

5.6.2. Indelegabilidad

En atención a tratarse de normas de orden público, el juez o tribunal competente no


puede delegar en otro órgano dicha competencia; sin embargo, puede comisionar en
otro u otros, ubicados geográficamente fuera de su ámbito de competencia territorial, la
realización de determinados actos que aquel no puede realizar precisamente por esa
razón. El juzgado comisionado actúa lo que el comitente le pida.

5.6.3. Inmodificabilidad

Una vez que se determina la competencia no puede ser luego objeto de


modificación dentro del proceso. A esto se le denomina perpetuatio jurisdictionis y
es por la cual se regirá durante todo el proceso.

El tenor vigente del artículo 8 del CPC enuncia que la determinación de la competencia es
en virtud a la situación de hecho existente al momento de interposición de la demanda,
siendo este el único criterio previsto; luego indica que la competencia no podrá ser
modificada, aunque se produzcan cambios de hecho o de derecho ocurridos con
posterioridad. El proyecto de reforma con acertado criterio incluye de manera expresa a las
situaciones de hecho y de derecho tanto para la determinación de la competencia cuanto

(19)
Exp. N° 1937-2006-PHC/TC, FJ 2.

79
Giusseppi Vera Vásquez

para la inmodificabilidad de esta(20). De otra parte véase también que el tenor vigente
del CPC deja abierta que la regla de no modificar la determinación de la competencia
tenga su excepción cuando la ley disponga de manera expresa lo contrario; en cambio
el proyecto cierra cualquier posibilidad de modificar la competencia previamente
determinada al señalar que “[n]inguna modificación de las reglas de competencia afecta
los procesos en trámite”, resguardando así el derecho fundamental al juez natural.

5.7. Caso de vulneración al derecho al juez natural

Como ya se ha visto, la legalidad de la competencia es una garantía que ofrece la


Constitución por la cual se deja a salvo la competencia del juez natural
predeterminado por la ley. Está claro que ninguna otra norma jurídica, de inferior
jerarquía que la legal, puede modificar normas de competencia. Sin embargo, en
nuestro país con ocasión de programas de descarga procesal han ocurrido casos
como el previsto por una resolución administrativa emitida por el Consejo
Ejecutivo del Poder Judicial en la R.A. N° 315-2016-CE-PJ, disposición de
carácter administrativo, mediante el cual, entre otros, se ordena:

“Artículo Cuarto. - A partir del 1 de diciembre de 2016, el Juzgado de Trabajo


Transitorio de Ica, Distrito Judicial de Ica, en adición de funciones tramitará
con turno cerrado los expedientes que tramitan el 1er, 2do y 3er Juzgados
Civiles Permanentes de Ica”.

Es decir, un proceso civil dejó de tramitarse ante un juzgado civil para pasar a ser
conocido por un juzgado laboral, el cual no tiene competencia en materia civil. En
todo caso, si era inminente la desactivación del juzgado civil donde se tramitaban
algunos procesos civiles, estos debieron ser redistribuidos en otro juzgado civil y
no en uno laboral que de ninguna manera cumple el estándar de juez natural
predeterminado por la ley que establece la Constitución.

6. Conclusiones

• La competencia es la atribución designada por el Estado a quien ostenta la


magistratura en el Poder Judicial para impartir justicia y hacerla cumplir en
nombre de la nación sobre determinada materia, grado, cuantía, lugar y turno.

(20)
Proyecto de reforma al CPC. - artículo 8.- Determinación de la competencia.
La competencia se determina por la situación de hecho y de derecho existente al momento de la interposición
de la demanda o solicitud y no puede ser modificada por los cambios que ocurran posteriormente. Ninguna
modificación de las reglas de competencia afecta los procesos en trámite.

80
La competencia en nuestro Código Proceso Civil

• La competencia es un componente del derecho fundamental a la tutela


jurisdiccional efectiva; no solo se tiene el derecho a acceder al sistema de
justicia, sino que este debe ser ante el juez natural predeterminado por la ley,
que es la garantía que el Estado ofrece para una correcta administración de
justicia.

• La competencia en tanto presupuesto procesal importa un requisito esencial


para la existencia de una relación jurídico-procesal válida que debe cumplirse
de manera irrestricta con la salvedad de la competencia por el territorio.

• Resulta imprescindible una adecuada regulación de la competencia a fin de


evitar criterios disímiles por parte de la judicatura al aplicar la norma
competencial al caso concreto.

• El proyecto de reforma del CPC, admite, además de la prórroga convencional


y tácita de la competencia territorial, la posibilidad de convalidar la
incompetencia de un juez respecto a la materia, grado, cuantía o territorio,
cuando este previamente haya declarado la validez de la relación jurídico-
procesal.

• El proyecto de reforma del CPC incorpora la preclusión procesal como


elemento determinante para la convalidación de la incompetencia.

• La convalidación de la incompetencia afecta el derecho fundamental al juez


natural, así como también relativiza el concepto de los presupuestos
procesales.

81
Giusseppi Vera Vásquez

Bibliografía
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In limine Litis. Estudios críticos del Derecho Procesal Civil. Lima: Instituto Pacífico, 2016.

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(coordinador). Tomo I. Lima: Gaceta Jurídica, 2016.

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MONROY GÁLVEZ Juan. La formación del proceso civil peruano. Escritos reunidos.
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PRIORI POSADA, Giovanni. “La Competencia en el Proceso Civil Peruano”. En: Derecho
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PRIORI POSADA, Giovanni. “La efectiva tutela jurisdiccional de las relaciones jurídicas
materiales. Hacia una necesaria reivindicación de los fines del proceso”. En: IUS ET
VERITAS. N° 26. Lima, 2003.

Casación N° 114-2017-Lima.

Casación N° 1901-2005-Lima.

Expediente N° 0010-2002-AI/TC, FJ 103.

Expediente N° 1937-2006-PHC/TC, FJ 2.

82
Problemática de la competencia judicial(*)

Rafael Viera Arévalo(**)


Rodrigo Saldarriaga Vilca(***)

Sumilla:

A lo largo del presente artículo, los autores analizan la tutela


jurisdiccional, centrándose en la jurisdicción y la competencia,
teniendo como punto de partida el fundamento constitucional de cada
uno. Asimismo, se estudian las características de la competencia y los
criterios para determinarla. Para culminar analizando las situaciones
de fraude de la competencia y sus soluciones.

Palabras Clave:

Jurisdicción/Competencia/Tutela/Litisconsorcio

(*)
Este artículo fue recibido el 31 de julio de 2018 y su publicación fue aprobada el 8 de agosto de 2018.
(**)
Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Candidato a la Maestría en Derecho con
Mención en Política Jurisdiccional por la misma casa de estudios. Socio en Viera Abogados. Estudiante
del décimo ciclo de Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú.

83
Rafael Viera Arévalo y Rodrigo Saldarriaga Vilca

1. Jurisdicción y competencia

La jurisdicción es la función pública ejercida por los órganos competentes del


Estado con las formas requeridas en la ley, en virtud de la cual se determina el
derecho de las partes intervinientes a fin de dirimir sus conflictos o controversias
de relevancia jurídica, mediante decisiones con autoridad de cosa juzgada, factibles
de ejecución con uso de la fuerza pública de ser necesario.

Por su parte, la competencia se determina como la aptitud del juzgador para ejercer
válidamente la función jurisdiccional cuyo objetivo es hacer más factible y efectiva
la administración de justicia y la aplicación del derecho. Cabe destacar que la
competencia es un presupuesto procesal, esto es, un requisito esencial para la
existencia de una relación jurídica procesal válida.

De esa manera, la jurisdicción es la facultad de administrar justicia ejercida por los órganos
competentes del Estado y la competencia es la aptitud que posee el juzgador para ejercer
dicha función jurisdiccional en determinados conflictos de intereses, incertidumbres con
relevancia jurídica y conflictos intersubjetivos con determinadas características.

1.1. Fundamento constitucional de la jurisdicción y competencia

La tutela jurisdiccional está regulada como principio y derecho de la función


jurisdiccional en el inciso 3 del artículo 139 de la Constitución Política del Perú(1).

Se garantiza, así, la interdicción de ser enjuiciado por un juez excepcional, o por una
comisión especial creada ex profeso para desempeñar funciones jurisdiccionales, o que
dicho juzgamiento pueda realizarse por comisión o delegación (2). De esa forma se impide
que cualquiera de los poderes públicos pueda avocarse al conocimiento de un asunto que
esté siendo revisado ante el Poder Judicial o ante cualquiera de los órganos jurisdiccionales

(1)
Artículo 139.- Principios de la Administración de Justicia Son principios y derechos de la función
jurisdiccional: (…)
3. La observancia del debido proceso y la tutela jurisdiccional.
Ninguna persona puede ser desviada de la jurisdicción predeterminada por la ley, ni sometida a procedimiento
distinto de los previamente establecidos, ni juzgada por órganos jurisdiccionales de excepción ni por
comisiones especiales creadas al efecto, cualquiera sea su denominación. (…)
(2)
De otro lado “[l]a predeterminación del juez en la ley, elemento propio del concepto de juez natural recogido
en el artículo 139, inciso 3, de la Constitución Política del Perú, se refiere únicamente al órgano jurisdiccional,
(...) [pues e]l derecho a la jurisdicción predeterminada por la ley está expresada en términos dirigidos a evitar
que se juzgue a un individuo con base en órganos jurisdiccionales de excepción o por comisiones especiales
creadas al efecto, cualquiera que sea su denominación”. Sentencia del Expediente N° 290-2002-HC/TC.

84
Problemática de la competencia judicial

especializados que la Constitución ha establecido; o que se pretenda retardar o


entorpecer la ejecución de una resolución que ha adquirido autoridad de cosa
juzgada o similares derechos en protección a la tutela jurisdiccional.

El contenido de este derecho plantea dos exigencias (3): (i) que quien juzgue sea un
juez u órgano con potestad jurisdiccional; y, (ii) que la jurisdicción y competencia
del juez sean predeterminadas por la ley, lo que comporta que dicha asignación
debe haberse realizado con anterioridad al inicio del proceso y que tales reglas
estén previstas en una ley orgánica.

Claramente, la jurisdicción y competencia forman parte integrante del derecho


fundamental a la tutela jurisdiccional por lo que las normas que la regulan son de orden
público. Así, el derecho a la tutela jurisdiccional es uno de los derechos fundamentales
de naturaleza procesal en virtud del cual todo sujeto de derecho (persona natural,
persona jurídica, concebido, patrimonio autónomo, etc.) puede recurrir o acudir al
Órgano Jurisdiccional a fin de que se le imparta justicia, existiendo garantías mínimas
para todos los sujetos de derecho que hagan uso o requieran de la intervención del
Estado para la solución de su conflicto de intereses o incertidumbre jurídica.

En un sentido extensivo, la tutela jurisdiccional “efectiva” permite también que lo


que ha sido decidido judicialmente resulte eficazmente cumplido. En otras
palabras, con la tutela jurisdiccional no solo se persigue asegurar la participación o
acceso del justiciable a los diversos mecanismos (procesos) que habilita el
ordenamiento dentro de los supuestos establecidos para cada tipo de pretensión,
sino que el carácter de efectividad busca garantizar que, tras el resultado obtenido,
pueda verse este último materializado con una mínima y sensata dosis de eficacia(4).

La competencia, por tanto, es un elemento vital dentro del marco de un proceso


judicial, ya que “un firme régimen de competencia crea seguridad jurídica”(5), pues,
el demandante conocerá de manera predeterminada por el ordenamiento jurídico
qué órgano jurisdiccional tendrá la aptitud de conocer su caso.

(3)
Sentencia del Expediente N° 813-2011-PA/TC.
(4)
“La tutela judicial efectiva es un derecho constitucional (…) [por el cual] toda persona o sujeto justiciable
puede acceder a los órganos jurisdiccionales, independientemente del tipo de pretensión formulada y de la
eventual legitimidad que pueda, o no, acompañarle a su petitorio”. Sentencia del Expediente N° 763-2005-PA/
TC.
(5)
LEIBLE, Stefan. Proceso Civil Alemán. Dike y Konrad Adenauer Stiftung. Medellín; p. 107.

85
Rafael Viera Arévalo y Rodrigo Saldarriaga Vilca

1.2. Características de la competencia

1.2.1. Legalidad

Conforme al artículo 6(6) del Código Procesal Civil, las reglas de competencia se fijan y
modifican mediante ley, por lo cual el justiciable puede conocer, de antemano, que
existe un órgano jurisdiccional con competencia atribuida para asumir el asunto que le
aqueja. Ello es una expresión del derecho fundamental al juez natural.

No obstante, la legalidad tiene como excepción la competencia por razón de


función, toda vez que este criterio se relaciona con la distribución interna del
trabajo del Órgano Jurisdiccional, razón por la cual deberá ser el propio Poder
Judicial el que establezca este tipo de competencia(7).

1.2.2. Orden público

Conforme a su fundamento constitucional –derecho fundamental al juez natural y el


derecho a la tutela jurisdiccional– la competencia es un instituto procesal de orden pú-
blico en virtud de que la estructuración legal se sustenta en principios de interés general
que hacen imposible que las normas legales puedan ser modificadas por convenio de
las partes, salvo algunas excepciones como la competencia territorial prorrogable.

1.2.3. Indelegable

Los actos atribuidos al juzgador deben ser cumplidos indefectiblemente por este,
dado que “esta característica es una consecuencia del carácter de orden público que
tiene el instituto de la competencia”(8). Ello se debe a que el órgano jurisdiccional
no puede delegar su competencia a otro distinto del que se atribuye una causa; sin
embargo, en nuestro Código Procesal Civil existe la figura jurídica denominada
“comisión” que es diferente a la “delegación”(9).

(6)
Artículo 6.- Principio de legalidad e irrenunciabilidad de la competencia
La competencia solo puede ser establecida por la ley. La competencia civil no puede renunciarse ni
modificarse, salvo en aquellos casos expresamente previstos en la ley o en los convenios internacionales
respectivos.
(7)
DE DIEGO DIEZ, Luis Alfredo. El derecho al Juez ordinario predeterminado por la ley. Tecnos: Madrid,
1998; p. 204.; QUINTERO, Beatriz y PRIETO, Eugenio. Teoría general del Proceso. Temis: Bogotá, 2000;
p. 216; y, VÉSCOVI, Enrique. Teoría General del Proceso. Bogotá: Temis, 2da. edición, 1999; p. 145.
(8)
PRIORI POSADA, Giovanni. La competencia en el Proceso Civil Peruano. En: Derecho & Sociedad N° 22.
Lima, 2004; pp. 40-42.
(9)
Artículo 7.- Indelegabilidad de la competencia
Ningún Juez Civil puede delegar en otro la competencia que la ley le atribuye. Sin embargo, puede comisionar
a otro la realización de actuaciones judiciales fuera de su ámbito de competencia territorial.

86
Problemática de la competencia judicial

La comisión consiste en que un juez encarga a otro la realización de algún acto


procesal que, por razones sustancialmente de orden práctico, el juez que comisiona
no puede efectuar(10). Por ello, la comisión no es una obligación del juez en tanto es
una facultad que nuestra norma ha considerado con fines prácticos para el ejercicio
de la potestad jurisdiccional.

1.2.4. Inmodificable

Según esta característica –perpetuatio iurisdictionis–, la competencia no puede


variar en el transcurso del proceso incluso cuando cambian las circunstancias de
hecho o de derecho que se emplearon para determinarla, una vez que esta es
determinada en la interposición de la demanda o solicitud. De lo contrario, se
exponen las garantías de imparcialidad e independencia de los jueces a cualquier
tipo de injerencia en los procesos mediante cambios intencionales de jueces.

Al respecto, ambas garantías mantienen una relación de complementariedad puesto que


la garantía de independencia, en términos generales, alerta al juzgador de influencias
externas y la garantía de la imparcialidad se vincula a exigencias dentro del proceso,
definidas como la independencia del juez frente a las partes y el objeto del proceso
mismo. De este modo, ambas deben ser entendidas como una totalidad, por lo que no
puede alegarse el respeto al principio de independencia mientras existan situaciones
que generen dudas razonables sobre la parcialidad de los jueces(11).

En virtud de resguardar la competencia preestablecida, consideramos que la interposición


de la demanda es el momento donde se determina la competencia del juzgador para

(10)
PRIORI POSADA, Giovanni. Óp. cit.
(11)
En lo que respecta a la imparcialidad subjetiva, “esta se refiere a cualquier compromiso que pudiera tener el
juez con las partes procesales o con el resultado del proceso. Desde esta perspectiva, el derecho a un juez
imparcial garantiza que una persona no sea sometida a un proceso o procedimiento en el que el juez, o quien
está llamado a decidir sobre la cuestión litigiosa, tenga algún tipo de compromiso con alguna de las partes o
con el resultado del mismo. Al lado de la dimensión subjetiva, el Tribunal también ha destacado en el principio
de imparcialidad una dimensión objetiva, referida a la influencia negativa que puede tener en el juez la
estructura del sistema, restándole imparcialidad, es decir, si el sistema no ofrece suficientes garantías para
desterrar cualquier duda razonable [Cfr. STC N° 06149-2006-PA/TC, FFJJ 54 a 57]. Así, cuando el Estado ha
otorgado a determinadas personas la facultad de ejercer los elementos de la jurisdicción, lo ha hecho
justamente para asegurar que sea un tercero el que resuelva los conflictos jurídicos que puedan surgir entre
privados, o, entre el Estado y los ciudadanos. Y es que sólo un tercero puede asegurar que el conflicto puesto a
su conocimiento sea resuelto con objetividad. Esta posición de neutralidad implica un compromiso de respeto
hacia las partes, por lo que crear desajustes durante el proceso que inclinen la balanza a favor o en contra del
imputado resultaría una grave violación a esta responsabilidad y desnaturalizaría la esencia del rol del Juez.”
Pleno Jurisdiccional 0004-2006-PI/TC y Sentencia del Expediente N° 4298-2012-PA/TC.

87
Rafael Viera Arévalo y Rodrigo Saldarriaga Vilca

conocer un proceso con relación al demandante; dado que si se opta solo por el
emplazamiento, inciso 1 del artículo 438 del Código Procesal Civil(12), el contenido
constitucional se vulneraría ya que con este recién se ingresa a la esfera jurídica del
demandado. El demandado puede defenderse de la competencia mal establecida
por el demandante y hacer valer los derechos que le franquea la Ley.

Por otro lado, entre la interposición de la demanda y el emplazamiento existe un periodo de


tiempo donde se podrían efectuar modificaciones legislativas respecto a la competencia que
cambie los criterios de determinación de la misma, inclusive antes de emitir sentencia. En
estos escenarios, el legislador ha establecido que la competencia judicial no se modifique
por alteraciones legislativas ocurridas con posterioridad de la interposición de la demanda
para que de esa manera se respete el preestablecimiento de la jurisdicción o competencia
fijada en la Ley. De esa forma, si bien es cierto que en el derecho procesal se aplican las
normas de manera inmediata aun cuando el proceso se encuentra en trámite y es la norma
general que regula el ordenamiento procesal, la excepción a la regla y donde ello no se
aplica este criterio, es en la competencia judicial(13).

1.2.5. Improrrogable

La competencia no es prorrogable para los criterios de determinación de la


competencia sea por razón de materia, función, cuantía o conexión, pues, la
distribución pertenece a la ley como norma imperativa –es de orden público– y las
partes no pueden conferir dichas competencias.

Sin embargo, el criterio territorial es prorrogable cuando no prima el interés general, en


el caso concreto, y las partes, mediante un convenio escrito, han elegido otro juez para
que conozca el conflicto -prórroga expresa- o cuando una de las partes ha realizado
actos que impliquen renunciar a la competencia del juez determinado por ley y la
contraparte no se oponga -prórroga tácita-; salvo los casos que la ley disponga que son
improrrogables(14). Sobre la prórroga expresa y tácita volveremos más adelante.

(12)
Artículo 438.- Efectos del emplazamiento
El emplazamiento válido con la demanda produce los siguientes efectos:
1. La competencia inicial no podrá ser modificada, aunque posteriormente varíen las circunstancias que la
determinaron (…).
(13)
Segunda Disposición Complementaria y Final. -
Las normas procesales son de aplicación inmediata, incluso al proceso en trámite. Sin embargo, con-tinuarán
rigiéndose por la norma anterior: las reglas de competencia, los medios impugnatorios inter-puestos, los actos
procesales con principio de ejecución y los plazos que hubieran empezado.
(14)
Artículo 19.- Materia sucesoria
En materia sucesoria, es competente el Juez del lugar en donde el causante tuvo su último domicilio en el país.
Esta competencia es improrrogable.

88
Problemática de la competencia judicial

1.3. Criterios para la determinación de la competencia

1.3.1. Competencia absoluta

De los cinco elementos que conforman la competencia, cuatro de ellos –materia,


función, cuantía y conexión– son impuestos por la norma con carácter definitivo e
inmodificable ni siquiera por las partes, por lo que suele decirse que conforman la
llamada competencia absoluta.

1.3.1.1. Competencia por razón de materia(15)

Para la distribución de la competencia se recurre a una serie de factores, entre ellos, la


materia que se determina por la naturaleza de la pretensión y en otros casos por las
disposiciones legales que la regulan. Carnelutti sostenía que la competencia por razón de
materia está sustentada en el “modo de ser del litigio”; es decir, de acuerdo con la relación
jurídica material que da lugar a la causa que subyace al conflicto de intereses o la
incertidumbre jurídica. Es por ello que encontramos determinados órganos jurisdiccionales a
quienes se les atribuye exclusivamente la posibilidad de conocer algunas causas establecidas
por la naturaleza de la pretensión y por lo señalado en la norma, Ley Orgánica del Poder
Judicial.

Como vemos, la razón de esta distribución es la necesidad de tener jueces especializados


con versación en determinados asuntos para las cuales la ley exige preparación adecuada.
En esa línea, se hace preciso analizar los elementos de la pretensión planteada en el
proceso, es decir, tanto el petitum como la causa petendi a fin de determinar correctamente
la competencia por razón de materia. Por ello, el petitum establece qué efecto jurídico es el
que busca el demandante que le otorgue el órgano jurisdiccional y la causa petendi
determina los hechos que delimitan el contenido de la pretensión, entre los cuales está, la
relación jurídica que subyace al conflicto(16).

1.3.1.2. Competencia por razón de función(17)

Este criterio de competencia funcional se relaciona con el nivel jerárquico de los organis-
mos jurisdiccionales, pues, existen Juzgados de Paz, Juzgados de Paz Letrados, Juzgados

(15)
Artículo 9.- Competencia por materia
La competencia por razón de la materia se determina por la naturaleza de la pretensión y por las disposiciones
legales que la regulan.
(16)
PRIORI POSADA, Giovanni. Óp. cit.
(17)
Artículo 28.- Determinación de la competencia funcional
La competencia funcional queda sujeta a las disposiciones de la Constitución, de la Ley Orgánica del Poder
Judicial y de este Código.

89
Rafael Viera Arévalo y Rodrigo Saldarriaga Vilca

Mixtos o Especializados, Salas Especializadas o Mixtas de la Corte Superior y


Salas de la Corte Suprema. De ahí que la competencia funcional sea la atribución a
cada uno de los órganos jurisdiccionales que han de ejercer su potestad en un
determinado proceso de cada una de las específicas funciones que, a cada uno de
ellos, corresponde realizar en ese proceso(18).

Ahora bien, en la medida de que pueden ocurrir incidencias y estas pueden ser asignadas a
diversos órganos jurisdiccionales se realiza una diferenciación entre competencia funcional
vertical y competencia funcional horizontal: (i) la competencia funcional vertical consiste
en asignar atribuciones reguladas en la ley acerca de a quien le corresponde el
conocimiento del primer o segundo examen de una resolución judicial –juez a quo y juez
ad quem–, toda vez que uno estudia y el otro revisa la causa; y, (ii) la competencia
funcional horizontal que establece una asignación de atribuciones previstas en la ley
respecto de diversas fases del proceso a otro órgano jurisdiccional o que el conocimiento de
un incidente o un aspecto del proceso sea observado por otro órgano jurisdiccional(19).

Este criterio trae consigo la institución denominada prevención(20), mediante la cual,


ejerce jurisdicción preventiva el juez que conoce de una causa con anticipación a
otros que pudieron haber conocido de ella, garantizando la unidad de criterios y el
menor esfuerzo en la solución de causas. Dicha prevención no tiene lugar entre
jueces de distinta jerarquía y de distinto fuero.

1.3.1.3. Competencia por razón de cuantía

Uno de los criterios que se aduce para delimitar la competencia es el valor económico
de la pretensión que se expresa en la denominada cuantía. Por ello, se considera a la
cuantía como un factor decisivo para definir no solo la competencia objetiva -materia y
cuantía-sino la competencia funcional, puesto que el monto de la pretensión indica si se
asigna al órgano jurisdiccional de superior o inferior nivel jerárquico.

(18)
ORTELLS RAMOS, Manuel. Derecho Procesal Civil. 3ra. Navarra: Aranzadi, 2002, p. 247.
(19)
QUINTERO, Beatriz y PRIETO, Eugenio. Teoría General del Proceso. Bogotá: Temis, 2000, p. 206.
(20)
Artículo 29.- Casos de prevención
Previene el Juez que emplaza en primer lugar al demandado. En caso de pluralidad de demandados en el
mismo o en diferentes procesos, previene el órgano jurisdiccional que efectuó el primer emplazamiento.
Artículo 30.- Efectos de la prevención
La prevención convierte en exclusiva la competencia del Juez en aquellos casos en los que por disposición de
la ley son varios los Jueces que podrían conocer el mismo asunto.
Artículo 31.- Prevención de la competencia funcional
En primera instancia la prevención solo es procedente por razón de territorio.
En segunda instancia previene el órgano jurisdiccional que conoce primero el proceso. Este conocimiento se
tiene efectuado por la realización de la primera notificación.

90
Problemática de la competencia judicial

Para identificar el valor de la cuantía se distinguen dos conceptos: el valor cuestionado y el


valor disputado. Según Clemente Díaz(21), el primero es el monto de lo reclamado en la
petición que es la combinación del bien y del interés; mientras que el segundo –valor
disputado– radica en la diferencia entre lo reclamado y lo concedido en la sentencia.

Para la delimitación de la cuantía debemos tomar en consideración si se trata de una


pretensión con cuantía determinada, estimable o inestimable. Al respecto, existen preten-
siones dinerarias en las cuales la cuantía se expresa mediante el monto correspondiente,
otras de distinta naturaleza que exigen que la cuantía se estima con expresión también de su
apreciación en dinero y, finalmente, hay pretensiones que son inestimables en dinero.

1.3.1.4. Competencia por razón de conexión

La competencia por conexión, forum conexitatis, se fundamenta en evitar dos


sentencias contradictorias en asuntos que se relacionan entre sí, lo cual resultaría una
grave incoherencia y vulneraría la seguridad jurídica del ordenamiento legal, interés
público, y busca aplicar el principio de economía procesal, interés privado(22). Así, la
competencia por conexión se presenta en todos aquellos casos en los cuales hay dos o
más pretensiones conexas(23). Cabe recordar que dos o más pretensiones son conexas
cuando tienen en común, al menos, uno de sus elementos (petitum o causa petendi).

1.3.2. Competencia relativa

El quinto elemento lo conforma la llamada competencia relativa o facultativa


regulada en el artículo 24 del Código Procesal Civil; esto es así porque ha sido
prevista a favor de la economía de las partes, por esta razón puede ser convenida en
sentido distinto al elegido por las partes o incluso admitida en contrario por una de
ellas. Así, la ley otorga varias posibilidades al demandante de plantear su demanda
y si cumple con lo establecido en esta norma, habrá fijado la competencia del juez
de su elección, siendo posible el pacto en contrario.

1.3.2.1. Competencia por razón de territorio

La competencia territorial consiste en la distribución de la competencia entre jueces del


mismo grado, es decir, “es la tendencia descentralizadora que aspira realizar el proceso lo

(21)
DÍAZ, Clemente. Instituciones de Derecho Procesal. Buenos Aires: Abeledo Perrot; p. 16.
(22)
MONROY GÁLVEZ, Juan. Introducción al Proceso Civil. Santa Fe Bogotá: Temis, Tomo I, 1996; pp. 98 y
99.
(23)
LIEBMAN, Enrico Tulio. Manuale di Diritto processuale civile: Milán: Giufré, 1992; pp. 63 y 187.

91
Rafael Viera Arévalo y Rodrigo Saldarriaga Vilca

más cerca posible del lugar del litigio, para aumentar el rendimiento y disminuir
el costo(24)”. Asimismo, dicha competencia atiende a razones de proximidad del
objeto, a las personas del proceso –principio de inmediatez– y, sobretodo, a la
distribución geográfica nacional, lo cual procura una distribución equitativa con el
propósito de evitar lugares concentrados de litigios.

Al respecto, la jurisprudencia nacional ha señalado que la competencia por razón


de territorio se sustenta en el acercamiento de los órganos jurisdiccionales a las
partes o al lugar donde se producen los hechos o se encuentran intereses en
conflicto(25). Cabe destacar que la competencia contiene diversos criterios para su
determinación como fuero personal, fuero real, fuero causal, fuero instrumental,
entre otros, y sobre ellos se puede pactar en contrario.

1.3.3. Prórroga convencional

La prórroga de la competencia se funda en la convicción de la utilidad que puede tener


el acuerdo de las partes como índice de la idoneidad, respecto del litigio, de un oficio
diverso del determinado según las normas de la competencia principal. Conforme al
artículo 25 de la norma procesal, las partes pueden convenir expresamente –ante litem
natam– el sometimiento de su causa a un juzgador relativamente incompetente en los
casos que la ley lo permite. Ello es posible dado que la ley faculta que, mediante la
autonomía de la voluntad de las partes expresa en su elección conjunta, modifiquen la
competencia natural del juzgador, superponiendo dicha voluntad por sobre la voluntad
de la ley, siendo un acto jurídico bilateral.

Ahora bien, el acuerdo que se pacte entre las partes debe señalar explícitamente que la
competencia es exclusiva del juzgador asignado; por el contrario, se entenderá que dicha
asignación corresponde a una competencia adicional a la propuesta por ley y, por tanto, la
cláusula de competencia no será útil, pues lo que se pretende es derogar la competencia
principal. “El acuerdo vale para atribuir competencia al Juez elegido, no para privar de
competencia al Juez elegido según ley; pero si en el acuerdo expreso se atribuye al Juez
elegido competencia exclusiva, el Juez designado por la ley no es competente”(26).

En ese orden de ideas, si la empresa A ha pactado con la empresa B una cláusula de


competencia en su contrato de compraventa, la cual indica que ante cualquier conflicto

(24)
CARNELUTTI, Francesco. Sistema de Derecho Procesal Civil. Buenos Aires: Uteha; Tomo 11, p. 326.
(25)
Exp. N° 968-2007. Tercera Sala Especializada en lo Contencioso Administrativo. Fuente: Centro de
Investigaciones del Poder Judicial.
(26)
CARNELUTTI, Francesco. Instituciones del proceso civil. Buenos Aires: EJEA, 1959; p. 252.

92
Problemática de la competencia judicial

que pueda surtir de dicho contrato será competente exclusivamente el Órgano


Jurisdiccional de Lima; se está dejando sin efecto la competencia relativa o facultativa
normada en la ley. Sin embargo, si la empresa B demanda ante el Órgano Jurisdiccional
de Piura el incumplimiento del referido contrato de compraventa, a pesar de que,
inicialmente, pactó con la empresa A lo antes indicado; lo usual es que el Juez admita la
demanda por tratarse de una competencia, en esencia, prorrogable y ante la posibilidad
que el demandado no cuestione la competencia del Juez. Empero, ello no
necesariamente es así y el Juez puede declarar improcedente la demanda cuando es
evidente el pacto de competencia vinculante entre las partes o cuando existen otros
demandados que no participaron del pacto de competencia y aun teniendo domicilios en
diferente lugares lo que fijaría, prima facie, la competencia en cualquier de ellos, el
Juez puede considerar que la competencia ha sido prefabricada y declarar improcedente
la demanda, lo cual lo veremos más adelante.

1.3.4. Prórroga tácita

Por otro lado, el artículo 26 del Código Procesal Civil permite una prórroga tácita si el
demandante vulnera la norma de competencia y el demandado no la cuestiona o no se
opone a esta, lo cual origina una sumisión que atribuye a un juzgador una competencia
que naturalmente no le corresponde. En tal sentido, la competencia territorial se somete
a la autonomía de las partes que pueden derogar la aplicación de la ley mediante la
inacción del demandado, esto es, no cuestionar la competencia determinada y; en
consecuencia, dicha competencia no resulta ser obligatoria, exigente e inalterable(27).

Además, Ledesma(28) considera que no procede declarar la incompetencia de oficio,


cuando el cuestionamiento se refiere a la competencia territorial relativa, porque
puede ser sometida a la prorroga tácita de la competencia o al cuestionamiento a
través de la excepción. En este caso la incompetencia no puede promoverse de
oficio sino a instancia de parte interesada, sea como excepción o como contienda,
porque se trata de una competencia disponible, situación que no es extensiva a la
competencia funcional y objetiva (materia y cuantía).

(27)
Por su parte, Eugenia Ariano precisa que “el artículo 26 del CPC constituye el máximo corolario de la
disponibilidad de las normas sobre competencia territorial, en cuanto de él se extrae el que tales normas no
solo son susceptibles de ser derogadas por expreso acuerdo (preventivo) entre las partes, sino que una vez
iniciado el proceso, tal derogación puede deberse al propio comportamiento de aquellas”. “Algunas notas
sobre la competencia en materia civil” En: IUS ET VERITAS. N° 39, 2009; p. 119.
(28)
LEDESMA NARVÁEZ, Marianella. Comentarios al Código Procesal Civil. Tomo I. 3ra. edición. Lima:
Gaceta Jurídica; p. 144.

93
Rafael Viera Arévalo y Rodrigo Saldarriaga Vilca

2. Situaciones de fraude en la competencia y las posibles soluciones

Habiendo realizado un recuento de los criterios de competencia estipulados por el legislador para
fijar la competencia, existen demandantes o abogados inescrupulosos que emplean estos criterios
a fin de forzar sus finalidades y objetivos y presentan demandas ante un Juez que –claramente
no es competente– y; de esa manera, obtienen resoluciones judiciales favorables a sus
intereses que, normalmente, no obtendrían –como medidas cautelares–, si hubieran acudido
legalmente ante el Juez competente y preestablecido en la Ley. Ello ocurre en reiteradas
ocasiones con la competencia territorial que, al ser relativa o facultativa, está mal utilizada.

Cuando pasa ello, nuestro ordenamiento jurídico vigente permite cuestionar la


competencia del juez donde se ha sometido un proceso por razón de territorio,
mediante la excepción de incompetencia y la contienda de competencia.

Cabe recordar que la incompetencia por razón de materia, cuantía, grado, turno y territorio,
esta última cuando es improrrogable, se declarará de oficio al calificar la demanda o
excepcionalmente en cualquier estado y grado del proceso, sin perjuicio de que pueda ser
invocada como excepción, conforme lo establece el artículo 35, concordado con el inciso 4
del artículo 427, del Código Procesal Civil, pero ello no ocurre con la competencia
territorial prorrogable, la cual solo puede ser aducida dentro de la defensas que tiene el
demandado para oponerse o evitar someterse a un Juez incompetente.

2.1. Excepción de incompetencia

La excepción es toda defensa que el demandado opone a la pretensión del actor,


sea que se nieguen los hechos en que se funda la demanda, sea que se desconozca
el derecho que de ellos pretende derivarse, o sea que se limite a impugnar la
regularidad del procedimiento(29). Así, la excepción de incompetencia cuestiona la
inexistencia de un presupuesto procesal, pues, denuncia la falta de aptitud válida
del juez ante quien ha sido emplazado para conocer el conflicto en particular.

Por ello, la falta de planteamiento de la excepción de incompetencia cuando esta


puede actuar como impedimento procesal implica un supuesto de prórroga tácita
que consolida la continuación de un proceso donde el juez que está actuando es
incompetente según la ley, pero el demandado no lo ha cuestionado.

Ahora bien, el problema se genera cuando el demandante interpone su demanda ante un


juez incompetente –a sabiendas de que no es competente– y como la competencia territorial

(29)
ALSINA, Hugo. Defensas y excepciones. Buenos Aires: EJEA, 1957; p. 17.

94
Problemática de la competencia judicial

es “prorrogable”; el juez que revisa la demanda, la admite, despliega actividad


jurisdiccional, otorga medidas cautelares y/o fija determinados criterios en el auto
admisorio de la referida demanda para la viabilidad de la misma, ocasionando así
actividad judicial que afecta directamente la esfera jurídica del demandado.

Así, desde la presentación de la demanda hasta el emplazamiento ha transcurrido


tiempo suficiente para que el juez realice actividad procesal –supuestamente–
válida, como conceder medidas cautelares, y este tiempo será fatal para el o los
demandados que no soportarán los efectos de las resoluciones que se hayan
expedido quienes solo tendrán la posibilidad de un cuestionamiento ineficaz,
dilatorio e inoportuno sobre la competencia del Juez.

En efecto, el demandado, una vez emplazado con la demanda, puede interponer una
excepción por incompetencia por territorio en el plazo fijado por Ley. Luego, el juez corre
traslado de la excepción y el demandante tiene un plazo para absolver este traslado (lo cual
significa más tiempo transcurrido a favor del demandante), finalmente, el Juez recién está en
la aptitud de resolver las excepciones. Este trámite puede durar meses y hasta más de un año
en caso sean varios demandados esperando a ver qué defensas proponen cada uno de ellos.
Además, mientras más demandados son, y estos tienen distintos domicilios inclusive fuera
de la competencia territorial del Juzgado, más demora existe y más complejo se vuelve el
cuestionamiento de competencia, por lo que durante este periodo de tiempo el juez
incompetente continúa ejerciendo actividad formalmente válida y eficaz.

Por ello, el cuestionamiento de la competencia vía excepción no siempre es un


mecanismo procesal adecuado para cuestionar la competencia porque su solución y
eventual pronunciamiento es tardío, inclusive, si es declarado infundado de manera
injusta o ilegal, el recurso de apelación es concedido sin efecto suspensivo y el
juez, sigue tramitando el proceso con impunidad.

2.2. Contienda de competencia

Otra figura procesal poco recurrente en el ordenamiento jurídico peruano, pero más
efectiva establecida con la finalidad de cuestionar la competencia territorial, es la
contienda de competencia. Esta institución procesal se interpone ante el juez que el
demandado considere competente, dentro de los cinco días de emplazado y ofreciendo
los medios probatorios pertinentes. Inclusive, si el Juez considera que la competencia ha
sido prefabricada por una de las partes, la norma procesal establece que esta parte será
sancionada con una multa y el Juez de oficio, o a pedido de parte, oficiará al Ministerio
Público para que actué conforme a sus atribuciones. Este mecanismo procesal está
regulado en el artículo 38 del Código Procesal Civil.

95
Rafael Viera Arévalo y Rodrigo Saldarriaga Vilca

Asimismo, la contienda de competencia es uno de los mecanismos que dispone el legi-


timado pasivo de la relación procesal para exigir la intervención del juez competente.

No opera de oficio, sino a pedido de parte y busca que la demandada solicite al juez
que considera competente su intervención y requiera al incompetente que se inhiba
del conocimiento de la causa y transfiera el expediente al solicitante(30).

Es por ello que este mecanismo procesal es evidentemente más rápido a fin de
cuestionar la competencia del juez que el propio demandado considera incompetente
porque se interpone solo en cinco días y el juez no corre traslado, resolviéndose con la
solicitud y prueba aportada. Asimismo, si el juez se declara competente, oficia al juez
incompetente para que le envíe el expediente, pudiendo revisarlo y anular lo que el juez
incompetente haya expedido equivocadamente, inclusive, puede levantar medidas
cautelares que se hayan otorgado temerariamente, se encuentren en trámite de
oposición o a propósito de un rexamen que establezca sobre los presupuestos
procesales que fueron evaluados para la concesión de la medida cautelar.

Si el juez requerido se niega a enviar el expediente porque considera que él es competente,


debe elevar los actuados al Órgano Jurisdiccional designado en la ley dependiendo si son
parte o no del mismo distrito judicial, quien deberá resolver a favor de uno de ellos.

2.3. La prórroga convencional se convierte en improrrogable

2.3.1. La cláusula de competencia

La cláusula de competencia permite que las partes determinen cuál será el Órgano
Jurisdiccional que deberá conocer los procesos que puedan surgir a partir de una
relación jurídica material determinada. Desde el derecho procesal, esta cláusula resulta
primordial debido a que permite determinar la competencia de acuerdo con lo que haya
sido convenido entre las partes. El acuerdo que se pacte entre las partes debe señalar
explícitamente que la competencia es exclusiva del juzgador asignado.

2.3.2. La prórroga convencional expresada en la cláusula de competencia

La prórroga convencional de la competencia territorial se manifiesta en el pacto de


competencia territorial dado que la ley permite que, mediante la autonomía de la voluntad
de las partes, elijan la competencia más idónea a sus intereses. Este pacto de competencia

(30)
LEDESMA NARVÁEZ, Marianella. Comentarios al Código Procesal Civil. Lima: Gaceta Jurídica, Tomo I,
3ra edición, p. 144.

96
Problemática de la competencia judicial

territorial está celebrado según la libertad para contratar regulado en el artículo 62


de la Constitución Política del Perú, que le permite a las partes pactar válidamente
la competencia territorial de acuerdo a su voluntad.

A manera de ejemplo, la empresa A pactó con la empresa B una cláusula de competencia


en su contrato a fin de que, ante cualquier controversia, desavenencia, ejecución,
resolución, etc. que pudiese aparecer, sean competentes exclusivamente los Jueces de Lima.
Así, ambas empresas han empleado la prórroga convencional referida. Sin embargo, la
empresa B demanda ante los jueces de Piura el incumplimiento del contrato, lo cual vulnera
la cláusula de competencia, así como la prórroga convencional.

Consideramos que el contrato y su contenido son ley entre las partes –pacta sunt ser-
vanda– según el artículo 1361 del Código Civil, por lo que si las partes anteriormente
han establecido que el Órgano Jurisdiccional competente son los jueces de Lima se
debe respetar dicho acuerdo porque se ha pactado sobre una competencia por
naturaleza prorrogable. Sin embargo, luego del pacto sobre competencia prorrogable,
la competencia territorial se vuelve improrrogable y vinculante entre las partes.

Así, a pesar de que la empresa B presentó su demanda ante los jueces de Piura, ello no
supone una conducta vinculante que acredite la determinación de la competencia a
través de una prórroga tácita, pues, inicialmente, se predeterminó la competencia
mediante una prórroga convencional a los Juzgados de Lima. Lo contrario sería
pernicioso porque carecería de sentido que las partes acuerden una competencia para
que, posteriormente, esta sea incumplida tan ligeramente por alguna de las partes.

Consideramos que, frente a ello, el Juez que es incompetente por territorio que ha
recibido una demanda con cláusula de competencia territorial fijado para otro
Juzgado, debería rechazar liminarmente la demanda, declararla improcedente,
conforme al artículo 427 del Código Procesal Civil o aplicar el artículo 35 de la
citada norma procesal, porque estaríamos ante una competencia territorial
improrrogable fijada por la autonomía de voluntad de las partes.

2.4. La pluralidad de demandados y algunos establecidos de manera fraudulenta

2.4.1. La pluralidad de demandados

Conforme al artículo 15 del Código Procesal Civil, cuando existen dos o más demandados
es competente el juez de cualquiera de sus domicilios. Ante ello, aparece el instituto
procesal denominado litisconsorcio que permite la acumulación subjetiva, es decir, la

97
Rafael Viera Arévalo y Rodrigo Saldarriaga Vilca

presencia en el proceso de dos o más sujetos en una parte procesal única y


compleja(31) que se encuentran unidas mediante una relación jurídica procesal por
obligaciones directas o intereses comunes.

De esa manera, la pluralidad de demandados origina el litisconsorcio necesario


pasivo que surge cuando la relación jurídica material sobre la cual debe
pronunciarse el juez, está integrada por una pluralidad de sujetos en forma tal que
no es susceptible de escindirse en tantas relaciones aisladas como sujetos pasivos
individualmente considerados, sino que se presentan como una única e indivisible
parte procesal, y si uno no está emplazado o no ha sido demandado, no se puede
emitir un pronunciamiento válido sobre el fondo. Este tipo de litisconsorcio está
regulado en el artículo 93 del Código Procesal Civil.

Por otro lado, surge el litisconsorcio facultativo cuando estos son considerados
como litigantes independientes, pues, los actos de cada uno de ellos no favorecen
ni perjudican a los demás, sin que por ello se afecte la unidad del proceso,
conforme al artículo 94 del Código Procesal Civil.

Sin embargo, el demandante malicioso ha encontrado formas para demandar a alguien que
no soporta ninguna pretensión, la sentencia no dirá nada sobre sus derechos, no pertenece a
la relación jurídica material que se pretende tutelar en el proceso, ni tiene algún derecho
que reclamarle o proteger, simplemente lo coloca como “demandado” sin serlo solo porque
tiene un domicilio en el lugar del Juez que dirige la demanda contra este y contra varias
personas domiciliadas fuera de la competencia territorial del Juzgado y, ello, es una fijación
de demandados o de competencia fraudulenta. La situación se complica porque quien debe
advertir la incompetencia, es el mismo Juez incompetente ante quien se presentó esta
demanda temeraria y normalmente ni quiere ni desea, por intereses extra procesales,
advertir su propia incompetencia ni declararla de plano.

2.4.2. El forum shopping

El fuero de conveniencia, forum shopping, es una tendencia que el demandante emplea a


fin de buscar el juez más favorable a su pretensión, lo cual no sería ilegal en la medida de
que los derechos fundamentales –al juez natural y a la tutela jurisdiccional– del demandado
no se vean afectados. Sin embargo, en varias ocasiones, el forum shopping resulta
condenable y digno de ser combatido si una o más de las opciones en favor del actor
constituyen foros exorbitantes o si de cualquier otra manera la defensa queda com-

(31)
CARNELUTTI, Francesco. Instituciones del nuevo proceso civil. Barcelona: Guasp,1942; p. 114.

98
Problemática de la competencia judicial

prometida(32). Ello es porque, entre fueros razonables para establecer la


competencia, debemos elegir uno que no vulnere el derecho fundamental de acceso
a la justicia a través de competencias fraudulentas y un explícito abuso del derecho.

Así, por ejemplo, la empresa C –residente en Lima– demanda a la empresa D –


residente en Lima–, a la empresa E –residente en Lima y a la empresa F –residente en
Cusco– porque supuestamente son empresas “vinculadas” a la relación jurídica
material y presenta su demanda ante el Juez de Cusco. El problema aparece cuando el
Juez de Cusco –quien es competente por razón de territorio “prorrogable”– dicta
medidas cautelares de embargo de bienes contra las empresas D, E y F; y, estas
empresas afectadas deben esperar meses para que el Juez que consideran incompetente
resuelva los cuestionamientos de competencia en caso las tres la objeten.

Sucede que, en puridad, es competente el juez del lugar del domicilio de cualquiera
de ellos, según el artículo 15 del Código Procesal Civil, pero la empresa F –cuyo
domicilio es en Cusco– no posee ningún conflicto de intereses ni forma parte de la
relación jurídica material; y, a pesar de ello, la empresa demandante la ha incluido
por que el distrito judicial beneficia a sus intereses. Más grave es la situación
cuando no se defiende, no plantea cuestionamientos a la competencia del Juez e,
inclusive, en algunos casos hasta se allana a la demanda.

Al respecto, existe una competencia fraudulenta originada por el emplazamiento de un


codemandado que no es parte de la relación jurídica material ni de la relación jurídica
procesal; empero, ha sido demandado con el único propósito de que su domicilio fije la
competencia territorial. Ante ello, una opción de defensa para cualquiera de las tres
empresas es la excepción de incompetencia territorial. O la contienda de competencia
territorial, y bastará que uno la interponga ante el Juez que considere competente para
que con éxito pueda enviarse el expediente fuera del Juez incompetente.

Por otro lado, a la par con la excepción de incompetencia territorial, consideramos que
cualquiera de los codemandados puede deducir la excepción de falta de legitimidad
para obrar pasiva con la finalidad de evidenciar que uno de los demandados ha sido
emplazado únicamente para emplear su domicilio como criterio a fin de fijar la
competencia del juez y sea separado del proceso y con ello cualquier acto que realice,
inclusive su propio domicilio, es ineficaz respecto del proceso.

(32)
NUYTS, Arnaud. “Forum shopping et abus du forum shopping dans l’espace judiciaire européen”, Mélanges
John Kirkpatrick, Bruxelles, 2004; pp. 745-790. Afirma, en esta línea, que los límites que el forum shopping
no debe franquear son el fraude a la competencia y el abuso del derecho.

99
Rafael Viera Arévalo y Rodrigo Saldarriaga Vilca

En este caso, el juez deberá analizar en un solo acto el cuestionamiento de la


incompetencia judicial relativa o facultativa y la falta de legitimidad para obrar
pasiva de manera conjunta, así como advertir que, ante su Despacho, se viene
tramitando una demanda con demandados aparentemente fraudulentos o
designados con el único propósito de prefabricar la competencia dolosamente.

Cabe precisar que si bien el artículo 450 del Código Procesal Civil ordena que primero
se resuelva la excepción de incompetencia, dejamos constancia que en casos de fraude
procesal como este, el Juez puede emplear la flexibilidad de las formalidades de las
normas procesales cuando estas afectan su finalidad, establecido en el artículo IX (33) del
Título Preliminar del Código Procesal Civil, en virtud del cual, las formalidades de las
normas procesales previstas son imperativas, pero “el Juez adecuará su exigencia al
logro de los fines del proceso”. Así, conforme a la norma referida, el juez puede
resolver, en conjunto las dos excepciones y separar a los codemandados del proceso y,
con ello, la fijación hecha con sus domicilios para declararse incompetente por territorio
remitiendo el proceso al Juzgado competente.

Por otro lado, el artículo 26 del Código Procesal Civil establece que se produce la prórroga
táctica de la competencia para el demandado “por comparecer al proceso sin hacer reserva
o dejar transcurrir el plazo sin cuestionar la competencia”; sin embargo, dicha norma no se
aplicaría en los casos de demandados fraudulentos o fijación fraudulentamente de la
competencia y el Juez o Superior Jerárquico no debe exigir que todos los demandados
interpongan la excepción de incompetencia y/o de falta de legitimidad para obrar pasiva.

(33)
Artículo IX.- Principios de Vinculación y de Formalidad
Las normas procesales contenidas en este Código son de carácter imperativo, salvo regulación permisiva en
contrario.
Las formalidades previstas en este Código son imperativas.
Sin embargo, el Juez adecuará su exigencia al logro de los fines del proceso. Cuando no se señale una
formalidad específica para la realización de un acto procesal, este se reputará válido cualquiera sea la
empleada.

100
Problemática de la competencia judicial

Bibliografía
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101
La capacidad procesal a partir del concepto
lógico jurídica de la capacidad(*)

Marco Carbajal(**)

Sumilla

El presente trabajo estudia dos conceptos clásicos del derecho procesal


como son la capacidad para ser parte y la capacidad procesal, teniendo
como punto de partida los conceptos jurídicos fundamentales, o lógicos
jurídicos, de la capacidad de goce y de obrar respectivamente. Para ello
se utilizan tanto el enfoque teórico-dogmático, como el enfoque
normativo y constitucional, con el fin de permitirnos solucionar
problemas límite, no de gabinete, que la aplicación de aquellos conceptos
podría presentar en el quehacer tribunalicio.

Palabras clave

Situaciones jurídicas subjetivas/ conceptos jurídicos fundamentales o


lógicos jurídicos/ sujeto de derecho/ capacidad de goce/ capacidad de
obrar/ capacidad natura/ capacidad para ser parte/ capacidad procesal.

(*)
Nota del Editor: Este artículo fue recibido el 29 de junio del 2018 y su publicación fue aprobada el 31
de julio del 2018.
(**)
Abogado titulado de la Universidad Nacional de Trujillo. Maestría en Derecho Civil; y Doctorado
Derecho. Postgrado en Responsabilidad Civil por la Universidad Castilla – La Mancha. Egresado
de la IV PROFA de la Academia de Magistratura. Especialista en Derecho Civil y Procesal Civil.

103
Marco Carbajal

1. Introducción

Cualquier intento de abordaje de la capacidad procesal implica hurgar en uno de los


temas clásicos del derecho procesal, prueba de ello es que no existe manual ni tratado
de esta materia que no le haya dedicado un apartado. Enrolarse, por tanto, en su estudio
desde esta visión unidimensional, nos referimos a la procesal, implica asumir el riesgo
inherente de caer en lugares comunes y terminar repitiendo conceptos que por el paso
del tiempo han obtenido carta de ciudadanía, también con el correlativo peligro de
arribar en una investigación estéril desde el punto de vista práctico.

Eso quiere decir que su estudio no puede realizarse teniendo como punto de partida
solo al derecho procesal, habida cuenta que no se trata de una categoría autopoietica
(esto es que haya nacido exclusivamente dentro de los predios procesales) sino que al
hundir sus raíces en el derecho civil y en la propia teoría del derecho, su tratamiento y
análisis debe efectuarse con los insumos producidos por estas áreas del derecho y sobre
todo en íntima vinculación con la figura de la capacidad en general.

Por otro lado, si la capacidad es una categoría meta-procesal que grosso modo constituye el
presupuesto ineludible para la asignación y actuación de todas las “situaciones jurídicas
subjetivas de ventaja o de desventaja que surjan tanto en el plano material como en el
procesal”(1); entonces prima facie es forzoso concluir que el aludido enfoque teórico
dogmático (proveniente de la teoría del derecho, del derecho civil e incluso del procesal) si
bien proporciona elementos conceptuales importantes para establecer, por ejemplo,

(1)
Utilizamos esta terminología —situaciones jurídicas subjetivas— no solo por su amplitud sino
fundamentalmente por su mayor tecnicidad cuando de capacidad se habla. Bajo esta denominación se
comprenden todas aquellas ´posiciones ideales del sujeto (de derecho) frente al ordenamiento jurídico´, por su
cercana relación con un interés jurídicamente relevante. Estas posiciones pueden ser: de ventaja activa
(derecho subjetivo y poder jurídico) y de ventaja inactiva (expectativa e interés legítimo) y también de
desventaja activa (deber y obligación) y de desventaja inactiva (sujeción y responsabilidad). Adviértase que
los conceptos de derecho subjetivo, deber, obligación, etc.; que generalmente son integrantes de la figura de la
capacidad conforme a sus diversas definiciones, forman parte de este macro concepto de la ´situación jurídica
subjetiva´. Así mismo, nada obsta para que cada vez que se haga referencia a la capacidad para ser parte y a la
capacidad procesal consideradas comúnmente como ´aptitud del sujeto de derecho procesal para ser titular de
derechos, obligaciones y cargas procesales y para actuarlos por sí mismo´, igualmente pueda trasladarse sin
inconveniente alguno al ámbito del proceso aquél macro concepto, pero bajo la denominación de ´situaciones
jurídicas subjetivas procesales´, pues al fin y al cabo este las contiene a todas ellas. Idéntica terminología es
utilizada por Priori cuando trata la figura de la capacidad para ser parte y la capacidad procesal (PRIORI
POSADA, Giovanni. “La capacidad en el proceso civil”. En: Revista Derecho & Sociedad. Asociación civil.
Editada por los estudiantes de derecho de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de
Perú. N° 38. Lima, 2012; pp. 46, 49). Para una mayor comprensión de las diversas ´situaciones jurídicas
subjetivas´, véase Morales (MORALES HERVIAS, Rómulo. Patologías y remedios del contrato. Lima:
Jurista editores, 2011; pp. 61-131) y Breccia y otros (BRECCIA, Umberto; BIGLIAZZI GERI, Lina; NATOLI
Ugo; BUSNELLI Franceso. pp. 351-449).

104
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

las taxonomías, los requisitos, etc.; es insuficiente para delinear de manera íntegra
su verdadera fisonomía, resultando relevante que sea estudiada también desde la
óptica del paradigma del Estado constitucional, siguiendo la línea trazada por
Priori(2), y desde lo que la propia, nuestra, legislación regula sobre el particular
(enfoque normativo); sobre todo porque la capacidad es fijada por la ley, sino como
explicar que sea esta la que determina la condición de sujeto de derecho o las
condiciones para adquirir la capacidad de obrar general o especial.

A pesar de esta trascendencia, en sede nacional no existen investigaciones


dedicadas exprofesamente a la capacidad procesal(3), menos bajo estos tres
enfoques, siendo la excepción el trabajo citado de Priori. Su condición nada menos
que de presupuesto procesal y de excepción prevista en el inciso 2 del artículo 446
del Código Procesal Civil, riñe con aquella orfandad.

Una lectura errada de esta defección puede llevar a pensar que nos encontramos
frente a una institución ciertamente sencilla y pacífica (considerándola de manera
acrítica como el mero reflejo procesal de la capacidad de obrar en materia civil),
que no conlleva mayores problemas en su aplicación práctica; sobre todo si los
diversos repertorios jurisprudenciales dan cuenta de la nula existencia de
pronunciamientos jurisdiccionales sobre la materia.

En tal sentido, como ya lo adelantamos, trataremos de abordar el análisis de la capacidad

(2)
PRIORI POSADA, Giovanni. “La capacidad en el proceso civil”. En: Revista Derecho & Sociedad.
Asociación civil. Editada por los estudiantes de derecho de la Facultad de Derecho de la Pontificia
Universidad Católica de Perú. N° 38. Lima, 2012; pp. 43-51.
(3)
Pero vale señalar los siguientes: Ticona (TICONA POSTIGO, Víctor. Análisis y comentarios al Código
Procesal Civil. Lima: Grijley, 3ra. edición, Tomo I, 1996; pp. 152-165); Matheus (MATHEUS LÓPEZ,
Carlos Alberto. Teoría general del proceso. El litisconsorcio necesario. Lima: Ara, 1999; p. 36-46); Matheus
(MATHEUS LÓPEZ, Carlos Alberto. Parte, tercero, acumulación e intervención procesal. Lima: Palestra
editores, 2001; pp. 30-40); Carrión (CARRIÓN LUGO, Jorge. Tratado de Derecho Procesal Civil. Lima:
Grijley, 2004; pp. 201-211); Monroy (MONROY GÁLVEZ, Juan. La formación del proceso civil perua-no.
Escritos reunidos. Lima: Palestra, 2da. edición aumentada, 2004. p. 364-365); Ledesma (LEDESMA
NARVÁEZ, Marianella. Comentarios al Código Procesal Civil. Lima: Gaceta Jurídica, Tomo I, 1era. edición,
2008; pp. 229-233); Hurtado (HURTADO REYES, Alejandro. Estudios de Derecho Procesal Civil. Lima:
Idemsa, Tomo I, 2da. edición, 2014; pp. 387-392); Franciskovic (FRANCISKOVIC IN-GUNZA, Beatriz.
“Aspectos diferenciadores entre la capacidad de las partes y la legitimidad procesal: la representación versus
la legitimidad para obrar”. En: Advocatus. Revista editada por los alumnos de la Facultad de Derecho de la
Universidad de Lima. Lima, N° 32, 2015; pp. 277-287); Luján (LUJÁN SE-GURA, Olger. En: Código
Procesal Civil comentado. Lima: Gaceta Jurídica, Tomo I, 1ra. edición, 2016; pp. 407-425); Monroy
(MONROY GÁLVEZ, Juan. “La postulación del proceso hoy”. En: Temas de derecho procesal 2. Lima:
Communitas, 1ra. edición, Biblioteca de Derecho Procesal, N° 17, 2017; pp. 45-47), los cuales constituyen en
rigor partes o capítulos integrantes de manuales, comentarios al Código Procesal Civil, o tratamiento de
manera conjunta con otras categorías.

105
Marco Carbajal

procesal, como no puede ser de otra manera, tanto con elementos dogmáticos (provenientes
de la teoría del derecho, del derecho civil y del procesal), como constitucionales y
normativos, de cara a solucionar no problemas “tipo”, de “gabinete”, o mejor dicho casi
inexistentes en la práctica (verbigracia determinar si un menor de 5 años o uno mayor de
edad declarado judicialmente interdicto tiene o no capacidad procesal), sino “problemas
potenciales” o supuestos “límites” que en el quehacer tribunalicio podrían presentarse (por
ejemplo, determinar si un mayor de 14 años que tenga la condición de progenitor tiene
capacidad procesal para intervenir personalmente en un proceso judicial de desalojo o si un
mayor de 16 años que haya contraído matrimonio puede demandar por sí mismo la nulidad
de un acto jurídico(4)), a fin de arribar, entre otras conclusiones, a lo siguiente: si existe o no
una relación de identidad de manera exacta entre la capacidad procesal y la capacidad de
obrar o si esta última es siempre presupuesto ineludible de la primera; propuesta teórica
que tampoco pretendemos que sea asumida como absoluta, ya que se encuentra sometida a
la dialéctica propia de los fenómenos jurídicos que forman parte de los fenómenos sociales.

2. La capacidad como institución meta-procesal

El que la regulación de la capacidad en los diversos ordenamientos jurídicos del


civil law(5) haya estado reservada al libro del derecho de las personas y, por tanto,
su estudio haya correspondido por antonomasia casi siempre al derecho civil, no la
convierte en una institución exclusiva de este ámbito del derecho.

(4)
Aun cuando la institución de la legitimidad para obrar no es materia de este trabajo, pero gracias a su
presencia es posible instar un proceso no penal (es decir civil, laboral, constitucional, contencioso
administrativo), debe entenderse que en las hipótesis de los menores antes señalados, estamos partiendo de la
premisa que en efecto sí detentan legitimidad para obrar activa, toda vez que aquella constituye la ´posición
habilitante´ para ser parte en un proceso concreto, la cual en regla de principio, se adquiere por la ´sola
afirmación de la titularidad de las situaciones jurídicas subjetivas´ que se llevan al proceso. Sobre este
particular Montero sostiene que “(…) de entrada el proceso solo tendrá sentido si el que lo insta afirma ser
titular del derecho e imputa la titularidad de la obligación a la persona a la que demanda. La posición
habilitante así para formular la pretensión, o para que contra alguien se formule, ha de radicar necesariamente
en la afirmación de la titularidad del derecho subjetivo material y en la imputación de la titularidad de la
obligación. La legitimación, pues, no puede consistir en la existencia del derecho y de la obligación, que es el
tema de fondo que se debatirá en el proceso y que se revolverá en la sentencia, sino simplemente en las
afirmaciones que realiza el actor” (MONTERO AROCA, Juan. La legitimación en el proceso civil. Intento de
aclarar un concepto que resulta más confuso cuanto más se escribe sobre él. Madrid: Civitas, 1994; pp. 37-
38).
(5)
A este tipo instituciones o categorías que tienen “pretensión de validez universal”, que busca “auxiliar la
comprensión del fenómeno jurídico donde y cuando este ocurra”, que “sirve a los operadores del derecho para
la comprensión de cualquier ordenamiento jurídico determinado”, “que es a priori y ajeno a cualquier realidad
jurídica determinada, aunque sea producto de la experiencia jurídica”, y que “constituye un presupuesto
indispensable de cualquier contacto científico con el derecho”, Didier le denomina “conceptos jurídicos
fundamentales o conceptos lógicos-jurídicos”. Son ejemplos de este tipo de conceptos en el ámbito del

106
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

Si la capacidad “es un concepto núcleo del derecho” (6) o es “el presupuesto básico
para la aplicación de la mayoría de sus instituciones jurídicas”(7); resulta apodíctico
colegir que esta institución “no es privativa de ninguna rama del derecho, sino que
pertenece a la teoría general de la ciencia jurídica”(8). Decir ello, obviamente, no
constituye ninguna novedad, pues no estamos predicando nada nuevo.

De una atenta observación del amplio espectro del fenómeno jurídico podemos darnos
cuenta que gracias a la capacidad se puede no solo atribuir, sino fundamentalmente actuar
casi todas las “situaciones jurídicas subjetivas de ventaja o de desventaja que surjan tanto
en el plano material como en el procesal” (tesis válida para las diversas áreas del
ordenamiento jurídico: civil(9), comercial, laboral, administrativo(10), procesal, etc.), así como
imponer penas, medidas limitativas y también socio-educativas (derecho penal(11)

el ámbito del derecho material: “hecho jurídico”, “relación jurídica”, “invalidez”, “sujeto de derecho”,
“capacidad”, “personalidad”, “objeto de derecho”, entre otros; y en el ámbito procesal: “competencia”,
“decisión”, “norma procesal”, “proceso”, “capacidad para ser parte”, “capacidad procesal”, etc.; precisando
que “el número de conceptos jurídicos fundamentales es grande, pero no ilimitado” (DIDIER JR., Fredie.
Sobre la teoría general del proceso, esa desconocida, traducción de Christian Delgado Suárez. Lima: Raguel
ediciones, 2015; pp. 58, 60, 61).
(6)
VARSI ROSPIGLIOSI, Enrique. Tratado de derecho de las personas. 1ra ed. Lima: Gaceta Jurídica, 2014; p.
803.
(7)
PRIORI POSADA, Giovanni. Óp. cit.; p. 43-51.
(8)
CARLOS, Eduardo. Introducción al estudio de derecho procesal. Buenos Aires: EJEA, 1959. p. 164.
(9)
En este ámbito goza, nada menos, que de la calidad de elemento esencial del acto jurídico (ex artículo 140.1
del Código Civil)
(10)
El artículo 61 del Texto Único Ordenado de la Ley del Procedimiento Administrativo General, Ley N° 27444,
aprobado por el D.S. N° 006-2017-JUS, prescribe que: “Tienen capacidad procesal ante las entidades las
personas que gozan de capacidad jurídica conforme a ley”. Repárese que el legislador de la norma antes
transcrita ha incurrido en un error al considerar que la capacidad procesal (entiéndase la aptitud del
administrado para hacer valer por sí mismo dentro del procedimiento administrativo las situaciones jurídicas
subjetivas de derecho administrativo) es el reflejo de la capacidad jurídica (de goce ¿?); cuando en puridad
aquella se condice con la capacidad de obrar, de actuar, llamada también de ejercicio, de disfrute.
Este error parece haber sido salvado por uno de sus principales autores quien señala que “Este es un artículo
de remisión, que implica para el Derecho Administrativo reconocer ab initio que la capacidad procesal de
aquellos que acuden a su sede no tienen límites en el propio Derecho Administrativo. La capacidad de goce y
para obrar ante la Administración Pública, estará dada por las normas del Derecho Civil, Derecho
Societario, Derecho Laboral, etc., más no por normas administrativas”. (MORÓN URBINA, Juan Carlos.
Comentarios a la ley del procedimiento administrativo general. Tomo I. 12ava edición revisada, actualizada y
aumentada. Lima: Gaceta Jurídica, 2017; p. 471).
(11)
En el derecho penal, el concepto de capacidad penal (a símile de la capacidad de obrar), llamada también
teoría del sujeto responsable o imputabilidad, es decir, la ”aptitud que debe tener un sujeto de derecho para
ser destinatario de la norma penal”, no depende solo del criterio cronológico o biológico (edad),sino de otros
factores adicionales como el mental y el cultural. Meini sostiene que “la capacidad penal es capacidad para
comprender y participar en la determinación de lo penalmente prohibido que se debate y determina en una
sociedad”, enfatizando que por ello “parece lógico que solo a quienes comprenden y participan en la dinámica

107
Marco Carbajal

). De allí que se afirme sin atisbo de duda su caráctertrasversal a todas las áreas del
(12)

derecho.

A continuación, analizaremos de manera concreta esta figura (sus clases, diferencias y


requisitos, sin entrar a tareas de más largo aliento como su origen, naturaleza jurídica, etc.),
es decir, solo en lo estrictamente necesario y pertinente, a fin que nos permita entrar en
mejores condiciones al estudio de la capacidad en el derecho procesal en sus dos vertientes:
capacidad para ser parte y capacidad procesal, categorías que, en palabras de Didier,
igualmente constituyen conceptos jurídicos fundamentales o lógicos-jurídicos.

2.1. Capacidad de goce o sujeto de derecho

La capacidad de goce, llamada también jurídica, de derecho, etc., es entendida


comúnmente como la “aptitud de un sujeto para ser titular de derechos o de
deberes, o más genéricamente de situaciones jurídicas subjetivas”(13).

Se dice también que “la noción de sujeto de derecho es un prius respecto de la capacidad
que es un posterius”(14). Que “[t]odo sujeto cuenta con capacidad de goce, se tiene per se”,
que “[l]a capacidad de goce se relaciona con la subjetividad, con la calidad de sujeto de
derecho. Al ser tal, cuento con capacidad”, que “es una categoría jurídica a símile de la
teoría del sujeto de derecho”(15), que “entre capacidad jurídica -llamada también de goce- y
la subjetividad, la relación es de identificación sustancial” y que “en verdad la

social que produce las normas penales se le reconozca capacidad para vulnerarlas”. Señala así mismo que la
teoría del sujeto responsable “depende del grado de desarrollo mental, biológico, y cultural que la sociedad
considere suficiente para atribuir al sujeto un acto como obra suya y hacerle responsable de su comisión. Es
una cuestión valorativa que, como diría Freud, supone un desarrollo integral (mental, bilógico y cultural) en la
persona para que sepa cómo controlar sus instintos naturales antisociales. Este grado de desarrollo suficiente
se regula en la legislación bajo la forma de requisitos o condiciones: tener más de 14 años (artículo IV del TP
del CNA); no padecer de anomalía psíquica, alteraciones en la conciencia o en la percepción que alteren
gravemente el concepto de la realidad (artículo 20.1 del CP); y comprender la cultura y costumbres del grupo
en el cual se actúa (artículo 15 del CP)” (MEINI Iván. Lecciones de Derecho Penal – Parte General. Teoría
jurídica del delito. Lima: Fondo editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Textos universitarios
PUCP, Derecho, 2014; pp. 116-117). Para una mejor comprensión de la capacidad penal véase Ídem.; pp. 115-
131, 142-148.
(12)
Señala Falzea que: “La capacidad de actuar puede (…) desarrollarse en un ámbito diverso a aquel del ejercicio
de los derechos: así, (…), la capacidad penal” (citado por PRIORI POSADA, Giovanni. Óp. cit.; p. 44).
(12)
BRECCIA, Umberto; BIGLIAZZI GERI, Lina; NATOLI Ugo; BUSNELLI Franceso D. Derecho Civil. Tomo
I. Vol. 1. Normas, sujetos y relación jurídica, 1ra ed., reimpresión, traducción de Fernando Hinestroza.
Colombia: Externado de Colombia, 1995; p. 129.
(13)
VARSI ROSPIGLIOSI, Enrique. Óp. cit.; p. 809.
(14)
Ídem. 805, 809, 811.

108
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

capacidad jurídica es una cualidad uniforme del sujeto”(16).

De ello se sigue que: (i) dentro de la figura de la capacidad de goce, la categoría de sujeto
de derecho juega un rol preponderante, por eso es considerado como un prius; así como
que: (ii) se tiene capacidad de goce porque se es previamente sujeto de derecho, es decir la
capacidad de goce es la consecuencia directa de ser sujeto de derecho y no a la inversa, por
lo que la capacidad de goce no produce sujetos de derecho.

Como se puede advertir, en rigor para ser “titular o gozar de derechos o de deberes,
o más genéricamente de situaciones jurídicas subjetivas”, se requiere solo y
únicamente ser “sujeto de derecho”, nada más que eso. En otras palabras, no es
necesario poseer ninguna otra cualidad o aptitud adicional. Consecuentemente, no
es descabellado sostener que la capacidad de goce es una categoría que no tiene
fisonomía propia, puesto que yace dentro de la figura del sujeto de derecho,
constituyendo ciertamente un concepto tautológico.

No le falta razón, por tanto, a Espinoza cuando sostiene que: “La capacidad de goce es un
concepto innecesario, bastando referirse al sujeto de derecho” (17). Refuerza esta posición, el
concepto mismo de sujeto de derecho esbozado por la doctrina, al considerarlo como
“[c]entro unitario de imputación de derechos y de deberes, o, más en general, de situaciones
jurídicas subjetivas”(18). Ahora bien, la única posibilidad de admitir cierta independencia
funcional (no conceptual pues de esta goza de sobra) a la capacidad de goce en relación con
la figura del sujeto del derecho, es aceptando la posibilidad de existencia de determinadas
hipótesis de incapacidad de goce especial, toda vez que es imposible que se pueda admitir
la existencia de una incapacidad de goce general, pues ello importaría abolir (vaciar de
contenido) a la institución del sujeto de derecho. En esta línea, Varsi señala que: “A nadie
se le puede negar esta capacidad [se refiere a la de goce], lo contrario significaría
despellejar a la persona. Algo así como admitir la existencia de un ´sujeto sin derechos´,
una forma de muerte civil”. Citamos a Galindo Garfias sostiene que “quitar a un individuo
el goce de derechos civiles, sería borrarlo del número de las personas, colocarlo en la
situación de esclavo del mundo antiguo. No podemos hablar de más o menos persona,
sencillamente se es o no se es. La incapacidad de goce es inaceptable. Su aceptación iría en
contra de la esencia y dignidad del hombre”(19). En esa la misma línea Fernandez, para
quien, “En todo caso no se concibe la hipótesis de incapacidad jurídica absoluta. Ella es
solo relativa, en relación a específicas situaciones prescritas por la

(15)
BRECCIA, Umberto; BIGLIAZZI GERI, Lina; NATOLI Ugo; BUSNELLI Franceso. Óp. cit.; p. 129.
(16)
VARSI ROSPIGLIOSI, Enrique. Óp. cit.; p. 809.
(17)
BRECCIA, Umberto; BIGLIAZZI GERI, Lina; NATOLI Ugo; BUSNELLI Franceso. Óp. cit.; p. 96.
(18)
VARSI ROSPIGLIOSI, Enrique. Óp. cit.; p. 813.

109
Marco Carbajal

ley”(20). Igual tesitura tiene Torres(21)(22).

Es que la capacidad de goce, como ya se dejó sentado, se “identifica sustancialmente


con la subjetividad (sujeto de derecho), de ahí se sigue que no es concebible, al lado de
una incapacidad de obrar general, una incapacidad jurídica (general). Apenas es posible
aceptar limitaciones eventuales de la capacidad jurídica general, que se traducen en
incapacidad jurídica especial”(23). La aceptación de este tipo de excepciones
(incapacidad de goce especial), son las que justifican que se considere a la capacidad
como “un quántum conmensurable por grados”(24).

En teoría se suelen consignar como hipótesis de incapacidad de goce especial, por


citar algunos ejemplos: lo dispuesto por el artículo 71 de la Constitución, lo
prescrito en los artículos 3, 24, 241, 242, 243, 312, 420, 429, 515, 538, 591, 646,
687, 688, 962, 1366 y 1367 del Código Civil, lo regulado en el artículo 24 de la
Ley de Radio y Televisión, la inexistencia del derecho de abortar por parte de un
hombre, la no existencia del derecho de un hombre a llevar el apellido de la mujer
contemplado en el artículo 24 del Código Civil(25).

Así las cosas, es más que evidente que si la capacidad de goce “se identifica
sustancialmente con la de sujeto de derecho”; entonces, lo más importante sobre la
preocupación de a quien asignar las “situaciones jurídicas subjetivas”, es saber: ¿cómo
se determina la condición de sujeto de derecho? y ¿quiénes tienen dicha condición?

Respondiendo a la primera pregunta, diremos que dejando de lado la visión naturalista que
consideraba que el sujeto de derecho antecede al ordenamiento jurídico y que este se limita
únicamente a reconocerlo como tal (esta concepción es válida solo para las personas
naturales más no para las jurídicas que, por obvias razones, no pueden anteceder a ningún
ordenamiento jurídico); modernamente es pacífico admitir que el sujeto de derecho es
“[d]eterminado por la ley, esta aptitud jurídica no le viene por naturaleza sino

(19)
FERNÁNDEZ SESSAREGO, Carlos. Derecho de las personas. Exposición de motivos y comentarios al
Libro Primero del Código Civil peruano. Personas naturales, personas jurídicas y comunidades campesinas
y nativas. Lima: Grijley, 9na. edición actualizada, 2004; p. 144.
(20)
TORRES VÁSQUEZ, Aníbal. Acto jurídico. Lima: Idemsa, 3ra. edición, 2007; p. 182.
(21)
Para Tobías “las restricciones que se suelen enunciar como incapacidades de goce, no son fenómenos que
incidan sobre este tipo de incapacidad, sino exclusiones específicas -configurativas de incompatibilidades-
destinadas a extinguirse con la terminación de las situaciones que la determinan” (VARSI ROSPIGLIOSI,
Enrique. Óp. cit.; pp. 809 y 814).
(22)
BRECCIA, Umberto; BIGLIAZZI GERI, Lina; NATOLI Ugo; BUSNELLI Franceso. Óp. cit.; p. 140.
(23)
Ídem. p. 130.
(24)
VARSI ROSPIGLIOSI, Enrique. Óp. cit.; pp. 814-817.

110
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

del ordenamiento jurídico”(26) o que es la ley la “que cumple el papel de determinar


cuáles son los entes que obtienen el reconocimiento que les permitan convertirse en
dichos centros de imputación, sujetos de derecho”(27). En sentido similar Monge
enfatiza que “[e]s la potestad del Estado la que atribuye (niega) la calidad de sujeto
de derecho”(28), y, por su parte, Fernández sostiene también que “Sujeto de derecho
es el ente al cual el ordenamiento jurídico imputa derechos y deberes”(29).

Teniendo claro que es el ordenamiento jurídico el que otorga la calidad de sujeto


de derecho, queda por responder la segunda interrogante consistente en: ¿quiénes
gozan de esta cualidad en nuestro ordenamiento jurídico? Conforme es fácil darse
cuenta, elaborar un catálogo cerrado no es trabajo sencillo sobre todo si se tiene en
consideración la existencia de una diversidad de normas que cada vez regulan con
mayor particularidad las diversas áreas de las relaciones sociales y jurídicas.

Sin embargo, sin ánimo de exhaustividad, podemos decir que los sujetos de
derecho dentro de nuestro ordenamiento jurídico, son los siguientes:

a) Los sujetos de derecho individuales: (i) la persona natural –menor o mayor de edad; y
(ii) el concebido, pero solo en todo lo que le favorezca y en tanto y en cuanto nazca
vivo (ex artículo 1 del Código Civil),

b) La persona jurídica individual de derecho privado: conocida legalmente como


Empresa Individual de Responsabilidad Limitada (ex artículo 1 de la Ley N° 21621),
la cual no llega a ser un sujeto de derecho colectivo porque se encuentra constituida
por la voluntad unipersonal de su titular contando con un patrimonio independiente de
este y cuya presencia en nuestra actividad económica es muy pujante,

c) Los sujetos de derecho colectivos de derecho privado: (i) personas jurídicas sin fines
de lucro: asociaciones, fundaciones, comités y comunidades campesinas y nativas,
todas ellas reguladas en el Código Civil; (ii) personas jurídicas sin fines de lucro no
inscritas llamadas también entes no personificados: asociaciones, fundaciones y
comités (ex artículos 124 al 133 del Código Civil), que “formalmente carecen de
personalidad jurídica” pero que nuestra “codificación le ha otorgado reconocimiento
normativo, lo que implica considerarlas como una especial categoría de sujeto de

(25)
Ídem. p. 99.
(26)
GUEVARA PESO, Víctor. Personas naturales. Lima: Gaceta Jurídica, 2004; p. 77.
(27)
MONGE TALAVERA, Luz. “Principio de la persona y de la vida humana”. En: Código Civil comentado.
Lima: Gaceta Jurídica, Tomo I, 2da. edición, 1ra. reimpresión, 2007; p. 76.
(28)
FERNANDEZ SESSAREGO, Carlos. Óp. cit.; p. 3.

111
Marco Carbajal

derecho distinta de aquella lingüísticamente designada como persona jurídica”(30); (iii)


personas jurídicas con fines de lucro: todos los tipos societarios regulado en la Ley
General de Sociedades; y iv. personas jurídicas con fines de lucro irregulares: todos los
tipos societarios que no se han constituido e inscrito conforme a la ley de la materia o la
situación de hecho (a esta segunda modalidad se le denomina también ”sociedad de
hecho” para diferenciarla de la ”sociedad irregular” propiamente) que resulta de la
existencia de dos o más personas actuando de manera manifiesta en sociedad sin haberla
constituido e inscrito (ex artículo 423 del Ley General de Sociedades), enfatizándose
que “[e]n estos casos la ley trata a la sociedad –entiéndase irregular– como sujeto de
derecho independiente, aun cuando ella carezca de personalidad jurídica”(31).

c.1) Los sujetos de derecho colectivos de derecho público: los colegios profesionales
que, de acuerdo a lo dispuesto por el artículo 20 de la Constitución, son
instituciones autónomas con personalidad de derecho público, precisando
Espinoza que “[e]l nacimiento de la personalidad jurídica del colegio profesional
viene dada por la ley que lo crea”(32);

c.2) Los entes no personificados o con subjetividad relativa: por ejemplo la junta de
propietarios del régimen de propiedad exclusiva y de propiedad común regulada
por la Ley N° 27157, quien no siendo una persona jurídica en estricto sensu,
“Mediante Resolución del Superintendente Nacional de los Registros Públicos N°
340-2008-SUNARP-SN del 23.12.08, que aprueba la Directiva N° 009-2008-
SUNARP-SN, sobre el régimen de propiedad exclusiva y común, entendió que la
junta de propietarios es un sujeto de derecho”, precisándose que: “La comunidad
de intereses que existe entre los propietarios de un edificio sometido al régimen de
propiedad horizontal aconseja la existencia de una organización de gestión y
administración de dichos intereses. El artículo 47 de la Ley N° 27157 establece
que: “la junta de propietarios está constituida por todos los propietarios de las
secciones y tendrá la representación conjunta de estos”. Esta representación
conjunta solo puede referirse a los actos de gestión destinados a la conservación y
mantenimiento del edificio. En consecuencia, la junta de propietarios es el ente no
personificado que agrupa a los titulares de secciones de dominio exclusivo
correspondientes a un edificio o conjunto de edificios según su reglamento interno;
y cuyo objeto es conservar y mantener los elementos o bienes comunes que les

(29)
Ídem. p. 369.
(30)
ELIAS LAROZA, Enrique. Derecho societario peruano. Lima: Gaceta Jurídica, Tomo II, 2da. edición,
revisada, actualizada y aumentada, 2015; p. 668.
(31)
ESPINOZA ESPINOZA, Juan. Derecho de las personas. Personas jurídicas y organización de personas no
inscritas. 7ma Edición Lima: Instituto Pacífico, 2014; p. 359.

112
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

permita un adecuado disfrute de cada una de las secciones privativas. En el caso


peruano la solución es clara: LA LEY NO LE HA CONCEDIDO PERSONERIA
JURÍDICA, sin perjuicio de reconocerle una relativa subjetividad, en forma
análoga a lo que sucede con las asociaciones no inscritas o las sociedades
irregulares. El grupo de propietarios, aunque no constituya una persona jurídica, sí
cuenta con una relativa subjetividad que le permite actuar en forma unitaria en el
tráfico contractual y judicial (…). El fenómeno de los entes no personificados o con
subjetividad relativa (también denominados ‘personas jurídicas con capacidad
mínima o capacidad general’) se impone en todo el derecho comparado”(33); y

c.3) Los sujetos de derecho especiales creados por ley: Espinoza considera dentro de esta
categoría, con el nombre de Personas jurídicas creadas por ley, no sin antes reconocer
que se trata de un universo caótico, a los siguientes: (i) los partidos político (ex artículo
35 de la Constitución y artículo 1 de la Ley de Partidos Políticos), precisando que se trata
de “personas jurídicas de derecho privado”; (ii) los Comités de Administración del
Fondo de Asistencia y Estímulo (CAFAE), al que le otorga la calidad de “personas
jurídicas que podrían ser calificadas como comités especiales”; (iii) las derramas,
resaltando que tanto la Magisterial como la Judicial, son “personas jurídicas de derecho
privado con autonomía administrativa y económica-financiera”; (iv) la asociación
mutualista judicial, la que al haber sido demandada judicialmente conforme se advierte
de la STC N° 3186-2012-PA/TC ratifica su condición de sujeto de derecho, gozando de
capacidad procesal; (v) los fondos y sus administradores, dentro de ellos el Fondo de
Garantía regulado en la Ley del Mercado de Valores, el Fondo de Inversión creado por la
Ley del Fondo de Inversión y sus Sociedades Administradoras, el Fondo Nacional para
Áreas Naturales Protegidas por el Estado regulado por el D. Ley N° 26154, el Fondo
Nacional del Ambiente creado por Ley N° 26793, el Fondo Social regulado por el D.
Ley N° 996, el Fondo de Seguros de Depósitos creado por la Ley N° 26702, resaltando
que se tratan de personas jurídicas de derecho privado o creadas por ley, pero sujetos de
derecho al fin y al cabo; (vi) sociedades de gestión colectiva: creadas por el D. Leg. N°
822, Ley de Derechos de Autor, para defender los derechos patrimoniales reconocidos en
aquella ley, actuando bajo la modalidad de “asociaciones civiles sin fines de lucro”; y
(vii) los sindicatos(34).

2.2. La capacidad (legal) de obrar

Si de la capacidad de goce se dice que es la “aptitud de un sujeto de derecho para ser titular
de situaciones jurídicas subjetivas”; de la capacidad de obrar, la “capacidad por an-

(32)
Ídem.; pp. 368-369.
(33)
Ídem.; pp. 497-516.

113
Marco Carbajal

tonomasia o la verdadera capacidad”, llamada también legal, activa, de actuar, de hacer,


negocial, de hecho, de disfrute, de ejercicio(35), igualmente se predica que es la “aptitud del
sujeto de derecho”, pero esta vez para “actuar las situaciones jurídicas subjetivas de las que
es titular” o que es la “idoneidad de un sujeto para adelantar una actividad jurídicamente
relevante –consistente en la adquisición o en el ejercicio, o en una y otro, de derechos, o
bien en la asunción de deberes– por medio de una manifestación de la propia voluntad,
considerada consciente y a conciencia por el ordenamiento jurídico”(36).

Adviértase que mientras la relación entre la capacidad de goce y la subjetividad es de


“identificación sustancial, que acompaña al sujeto durante todo el arco de su existencia”, al
punto que hayamos sostenido que la capacidad de goce es una categoría que no tiene
fisonomía propia debido a que yace dentro de la figura del sujeto de derecho constituyendo
ciertamente un concepto tautológico; la relación de la capacidad de obrar con la subjetividad
es diferente, habida cuenta que “no todos los sujetos jurídicos –subjetividad– son capaces
de obrar. En efecto, puesto que la subjetividad es la expresión jurídica del valor humano
fundamental que toda persona lleva consigo, independientemente del grado de
desarrollo físico o psíquico, la capacidad de obrar distingue solo a las personas que la
ley considera en posibilidad de manifestar de modo consciente y a consciencia su propia
voluntad”, debiendo precisarse que: “La capacidad de obrar se adquiere
condicionadamente a la ocurrencia de determinados presupuestos de hecho y puede
modificarse o cesar con el advenimiento de otras situaciones de hecho que demuestren
la inidoneidad del sujeto para ‘proveer a sus propios intereses’”(37).

Dicho de otra manera, no porque se posee capacidad de goce o se es sujeto de


derecho irremediablemente se tiene capacidad de obrar. No hay duda de que
aquella tiene que prexistir a esta, pero esta no es consecuencia necesaria de aquella
(verbigracia un recién nacido tiene capacidad de goce, de ejercicio, por lo tanto es
sujeto de derecho, pero no por ese solo hecho goza de capacidad de obrar).

Consiguientemente, si “la subjetividad mantiene autonomía frente a la capacidad de


obrar”, lo que no ocurre con la capacidad jurídica en atención a su “identificación
sustancial”; se puede afirmar, sin hipérbole, que aquella autonomía “implica una
conquista definitiva de la civilización con respecto de los ordenamientos primitivos, en
los cuales la ley era operante únicamente para las personas que, estando en condiciones
de defenderse por sí solas, constituían los únicos verdaderos sujetos jurídicos”(38).

(34)
VARSI ROSPIGLIOSI, Enrique. Óp. cit.; pp. 821-822.
(35)
BRECCIA, Umberto; BIGLIAZZI GERI, Lina; NATOLI Ugo; BUSNELLI Franceso. Óp. cit.; p. 129.
(36)
Ídem.; pp. 129-130.
(37)
Ídem. p. 130.

114
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

Lo dicho precedentemente de la capacidad de obrar (posibilidad de manifestar de modo


consciente y a consciencia su propia voluntad o que se adquiere condicionada a la ocu-
rrencia de determinados presupuestos de hecho, básicamente la mayoría de edad como
se verá enseguida), constituyen afirmaciones validas, pero solo atribuibles para el caso
de las personas naturales, más no así para las personas jurídicas, quienes también gozan
de esta capacidad, pero en virtud de otros criterios (no antropológicos sino jurídicos).

Así, se dice que “un criterio que confirma que la persona jurídica tiene capacidad de
ejercicio (momento dinámico) per se, es que la misma es responsable en caso que sus
representantes, órganos o dependientes ocasionen daños en el ejercicio (o con ocasión) de
sus funciones. (…) [l]a persona jurídica en tanto sujeto imputable tiene plena capacidad de
ejercicio”. Ahondando en argumentos Espinoza sostiene que los actos cumplidos por sus
órganos son objeto de imputación jurídica y no psicológica, a la persona jurídica, al punto
que si “una persona contrata con el gerente de una sociedad, si bien es cierto que
ontológicamente está interactuando con una persona natural, desde un plano jurídico, lo
está haciendo con la propia persona jurídica”(39). Vidal, por su parte, agrega: “para otro
sector –entiéndase de la doctrina-, la persona jurídica forma una voluntad propia y esta
puede ser expresada mediante sus órganos y, en consecuencia, tiene capacidad de ejercicio.
(…). La doctrina ha evolucionado hacia el reconocimiento de la capacidad de ejercicio de
la persona jurídica y ha dado desarrollo a la denominada teoría orgánica. En virtud de esta
teoría la voluntad de la persona jurídica se forma y se expresa mediante sus órganos. Los
órganos son previstos, si se trata de personas de derecho público, por la ley que les ha dado
creación y en sus estatutos; y, si se trata de personas de derecho privado, por el Código
Civil u otras leyes que las rigen, en el acto constitutivo y en sus estatutos” (40). De Belaunde
de igual manera señala que “[o]tro sector, que se comparte, admite que la persona jurídica
tiene plena capacidad de ejercicio a través de sus órganos”(41).

Esta teorización pergeñada (constructo) para el caso de las personas jurídicas de


derecho privado sin fines de lucro, consideramos que es perfectamente aplicable
para todos los demás sujetos de derecho que no sean personas naturales y que ya
hemos descrito (supra 2.1).

Delinear el perfil de la capacidad de obrar, su diferencia con la de goce o jurídica y su


relación con la subjetividad, no es tarea difícil. Lo que resulta complicado, conforme se
verá a continuación, es encuadrar los diversos supuestos especiales de capacidad de

(38)
ESPINOZA ESPINOZA, Juan. Óp. cit.; p. 87.
(39)
VIDAL RAMÍREZ, Fernando. El acto jurídico. Lima: Gaceta Jurídica, 6ta. edición, 2005; p. 115.
(40)
DE BELAUNDE LÓPEZ DE ROMAÑA, Javier. En: Código Civil comentado. Lima: Gaceta Jurídica, Tomo
I, 2da. edición, 2007; p. 297.

115
Marco Carbajal

obrar, que no son pocos y que se encuentran desperdigados en las diferentes


normas de nuestro ordenamiento jurídico (Código Civil, Código del Niño y del
Adolescente, leyes de carácter laboral, etc.), dentro de una taxonomía exacta
(básicamente especial antelada o natural de obrar).

2.2.1. Capacidad (legal) de obrar general

Esta capacidad, por disposición expresa del artículo 42 de nuestro Código Civil, es
adquirida a los 18 años de edad. Hoy en día es casi unánime en todos los
ordenamientos jurídicos del mundo que se adquiera a esta edad. Es el criterio de
mayoría de edad o mayoridad (full age), la que hace, como regla, que se atribuya
esta capacidad al sujeto de derecho (entiéndase persona natural).

“La tendencia de reducir a 18 años (la mayoría de edad y por tanto otorgar capacidad
de obrar) comienza en Inglaterra (1969) seguida por Francia (1974), Alemania (1974) e
Italia (1975)”. En el Perú se rebaja a esta edad “el año 1977”, mediante “Decreto Ley
N° 21994 del 15/11/77”, pues en el “Código del 52 la capacidad se obtenía a los 21
años (artículo 12), la misma edad se aplicó en el Código del 36 (artículo 8)”(42).

La justificación de los 18 años parte de la idea que: “Se supone, de acuerdo a la


realidad social, que a esa edad la persona está dotada de suficiente madurez intelectual,
equilibrio psicológico, poder de reflexión, sentido de responsabilidad para ejercer, por
sí misma y sin necesidad de asistencia, los derechos de que es capaz desde su
nacimiento”(43). A esta edad, cesa también la patria potestad y, en su caso, la tutela.

Esta regla admite diversas excepciones, pues pueden presentarse casos en los cuales un sujeto de
derecho pese a gozar de la mayoría de edad, no por ello de manera automática detenta capacidad
de obrar, debido que podría encontrarse incurso en algunas de las causales de incapacidad
absoluta o relativa previstas en los artículos 43 (de manera concreta los incisos 2 y 3) y 44
(básicamente los incisos 2 al 8) del Código Civil respectivamente. Esta privación obedece ora a
causas producidas ex ante a la mayoridad (piénsese en la hipótesis del inciso 3 del artículo 43)
ora a causas también ex post (verbigracia incisos del 4 al 8 del artículo 44).

Más bien en caso de duda sobre su existencia o no, el indubio pro capacítate, impone
como presunción, entiéndase iuris tantum, la existencia de este tipo de capacidad. Para
Espinoza “el principio general que debemos desprender de la lectura del artículo 42 es
que fuera de los supuestos de excepción (artículos 43 y 44 C.C.), se presume que las

(41)
VARSI ROSPIGLIOSI, Enrique. Óp. cit.; p. 825.
(42)
FERNÁNDEZ SESSAREGO, Carlos. Óp. cit.; p. 145.

116
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

personas naturales tienen plena capacidad de ejercicio. La naturaleza de este tipo


de capacidad es iuris tantum, en tanto cabe prueba en contrario, cual es la sentencia
del juez que declara la interdicción de la persona”(44).

2.2.2. Capacidad (legal) de obrar especial

Como excepción a la mayoridad (18 años), la capacidad legal de obrar a veces


también se adquiere a una edad diferente como se verá a continuación, que puede
ser menor (antelada) o mayor (pospuesta). Eso quiere decir que los ordenamientos
jurídicos pueden establecer (principio de reserva de ley) edades diferentes para
determinada categoría de actos jurídicos. A este conjunto de supuestos de
excepción a la regla, se denomina capacidad legal de obrar especial.

2.2.2.1 Capacidad (legal) de obrar especial antelada

Este tipo de capacidad se adquiere antes de tener la mayoría de edad, y las diversas
edades que consagra nuestro ordenamiento jurídico van a depender del tipo de actos
jurídicos que quiere permitir que sean celebrados por el menor. Así, puede señalar de
manera expresa una edad mínima (por ejemplo 10 años: ex artículo 478.5 del Código
Civil) o simplemente dejarla librada a la cláusula general, a veces subjetiva, de la mera
“capacidad de discernimiento” (artículos 455, 457, 458, 1975 del Código Civil).

En función a la amplitud de los actos jurídicos para los que se confiere, puede ser
plena (para todos) o semiplena (para algunos), a la que se denomina también
“limitada, dirigida, específica o pseudocapacidad”(45).

Ejemplo de capacidad (legal) de obrar especial antelada y plena es la prevista en el primer


párrafo del artículo 46 del Código Civil que otorga esta capacidad a las personas mayores de 16
años por el hecho de haber contraído matrimonio o por haber obtenido título oficial que les
autorice para ejercer una profesión u oficio. Su “justificación es obvia, el casado y el profesional
requieren de independencia en sus actos, de forma que se les libera de la inca-pacidad, quedando
sin efecto la patria potestad o la tutela”. Esta capacidad “se produce de forma automática, es
ipso iure y es irrevocable”(46), al igual que “plena”(47)(48), sin embargo,

(44)
ESPINOZA ESPINOZA, Juan. En: Código Civil comentado. Lima: Gaceta Jurídica, Tomo I, 2da. edición,
1ra. reimpresión, 2007; p. 223.
(45)
VARSI ROSPIGLIOSI, Enrique. Óp. cit.; p. 827.
(46)
Ibídem.
(47)
Ibídem.
(48)
ESPINOZA ESPINOZA, Juan. En: Código Civil comentado. Lima: Gaceta Jurídica, Tomo I, 2da. edición,
2007; p. 235.

117
Marco Carbajal

se encuentra condicionada a la autorización de los padres o a la dispensa del juez


(artículos 244 y 241.1 del Código Civil) para el caso del matrimonio o, a la
autorización de los padres (artículo 457 del Código Civil), para el caso del trabajo
respectivamente, es decir, no es ope legis, ya que no se adquiere de manera directa
por la sola disposición expresa de la ley.

A su turno, sin pretender establecer un numerus clausus, ejemplos de capacidad (legal) de


obrar especial antelada y semiplena son las previstas en los siguientes artículos: (i) 46
tercer párrafo e inciso 1, 389 último párrafo y 393 del Código Civil referidos a los mayores
de 14 años a partir del nacimiento del hijo, pero solo para el acto jurídico del
reconocimiento; (ii) 378.5 del Código Civil que permite al mayor de 10 años que pueda
prestar su asentimiento para el acto jurídico de adopción; (iii) 421 tercer párrafo del Código
Civil que faculta al padre o a la madre, entiéndase mayor de 14 años conforme a la regla del
artículo 46 de este mismo código, para ejercer la patria potestad del hijo extramatrimonial
reconocido; (iv) 455 del Código Civil que permite al menor capaz de discernimiento
realizar diversos actos jurídicos como: aceptar donaciones (es decir, celebrar este tipo de
contrato), legados y herencias voluntarias siempre que sean puras y simples sin
intervención de sus padres; (v) 456 primer párrafo del Código Civil que autoriza al mayor
de 16 años para contraer obligaciones o renunciar derechos, pero condicionado a la
autorización expresa o tácita de sus padres o a su ratificación; en otras palabras, esta
capacidad no es endilgada de ope legis por la nuda disposición expresa de la ley; (vi) 456
parte in fine, 458 y 1975 del Código Civil que otorgan capacidad de obrar a los mayores de
16 años y a los menores con capacidad de discernimiento, para que respondan por los daños
y perjuicios que causen; (vii) 1358 y 1396 del Código Civil que permite al incapaz no
privado de discernimiento poder celebrar todo tipo de contratos domésticos, neccesarie
acts, relacionados con las necesidades ordinarias de su vida diaria (comprar golosinas,
ropa, libros, juguetes, arrendar videos, bicicletas, permutar balones de futbol, etc.), así
como asumir obligaciones provenientes de la celebración de contratos sujetos a cláusulas
generales de contratación aprobadas por la autoridad administrativa respecto del consumo
de bienes o la utilización de servicios (a este supuesto(49), se le denomina capacidad de
ejercicio especial antelada doméstica. Para Breccia(50), es una hipótesis de capacidad
natural de obrar o de entender y querer. En cambio, De La Puente(51), la considera como un
caso de capacidad de obrar especial plena, porque el incapaz puede celebrar todo tipo de
contratos relacionados con las necesidades ordinarias de su vida diaria); (viii) 22, 48, 50,
51, 56, 57 y 65 del Código del Niño y del Adolescente que autorizan al adolescente

(49)
VARSI ROSPIGLIOSI, Enrique. Op. cit.; p. 828.
(50)
BRECCIA, Umberto; BIGLIAZZI GERI, Lina; NATOLI Ugo; BUSNELLI Francesco. p. 139.
(51)
DE LA PUENTE Y LAVALLE, Manuel, El contrato en general. Comentarios a la Sección Primera del Libro
VII del Código Civil. Lima: Palestra editores, Tomo I, 2001; p. 284.

118
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

(desde los 12 hasta los 18 años, ex artículo I del Título Preliminar), previa autorización de
sus padres o responsables (precísese que el artículo 457 del Código Civil genéricamente
hace alusión al menor capaz de discernimiento), que puede ser tácita si viven con ellos,
para trabajar en diversas labores de acuerdo a la naturaleza de estas y a sus edades,
pudiendo recurrir de manera directa ante cualquier autoridad (administrativa y judicial)
para el cumplimiento de todas las normas jurídicas relacionadas con su actividad; y (ix) 102
del Código del Niño y del Adolescente que otorga capacidad de obrar al niño para
participar con voz y al adolescente con voz y voto en las reuniones y decisiones –actos
jurídicos en rigor– que adopte el Consejo de Familia (aun cuando el artículo 646 del
Código Civil solo otorga derecho a voz al adolescente mayor de 14 años).

No está de más hacer hincapié en que existen otros artículos del Código Civil (verbigracia
407, 530, 533 y 557) y del Código del Niño y del Adolescente (por ejemplo 85 y 99) que
también aluden a los menores, pero por ese solo hecho no se puede afirmar que se traten de
supuestos específicos de este tipo de capacidad, pues para que sea tal, tendría que estar
circunscrita, no tanto a la asignación, la cual es privativa de la capacidad de goce, sino
fundamentalmente a la actuación de determinadas situaciones jurídicas subjetivas de
ventaja activa e inactiva o de desventaja activa e inactiva, que surjan en el plano material. Y
enfatizamos que esta hipótesis de capacidad legal de obrar especial antelada que estamos
tratando, está referida, por obvias razones, solo al plano material, porque si lo extendemos
al plano procesal, estaríamos entrando al tema de la capacidad procesal, el cual
abordaremos a partir del punto 3.

2.2.2.2. Capacidad (legal) de obrar especial pospuesta

Si la capacidad (legal) de obrar especial, de manera excepcional, puede ser adquirida de


manera anticipada a la mayoridad porque el ordenamiento jurídico así lo prevé; nada obsta
igualmente para que este (principio de reserva de ley) disponga que el sujeto de derecho
recién pueda realizar determinados actos jurídicos pasada aquella. Por eso es que esta
modalidad de capacidad, en atención a su amplitud, es semiplena. En nuestro Código Civil
tenemos como ejemplo el artículo 378.2 que establece que la edad para que una persona
pueda adoptar debe ser igual a la sumatoria de la mayoridad y la del hijo por adoptar.

Otros ejemplos en los que el ordenamiento jurídico dispone que se cumpla con una edad
superior a la mayoridad para poder ejercer determinados cargos públicos lo tenemos en los
artículos 110 y 161 de la Constitución que prescribe que para poder ser Presidente de la
República y Defensor del Pueblo se debe tener 35 años (Varsi(52) considera estos

(52)
VARSI ROSPIGLIOSI, Enrique. Tratado de derecho de las personas. 1ra edición, Lima: Gaceta Jurídica,
2014. p. 838.

119
Marco Carbajal

dos artículos como supuestos de este tipo de capacidad). La Ley de la Carrera Judicial
también señala que para ser nombrado vocal de la Corte Suprema se debe ser mayor de
45 años (artículo 6.1), para juez superior tener más de 35 años (artículo 7.1), para juez
especializado o mixto ser mayor de 30 años (artículo 8.1) y para juez de paz letrado
tener más de 25 años (artículo 9.1). Por su parte la Ley de la Carrera Fiscal exige las
mismas edades, así para ser nombrado fiscal supremo se debe ser mayor de 45 años
(artículo 6.1), para fiscal superior o adjunto supremo tener más de 35 años (artículo
7.1), para fiscal provincial o adjunto superior ser mayor de 30 años (artículo 8.1) y para
fiscal adjunto provincial tener más de 26 años (artículo 9.1).

2.3. Capacidad (natural) de obrar o capacidad de entender y de querer

En contraposición a la capacidad (legal) de obrar especial antelada, que requiere de


norma expresa y que está destinada esencialmente para actos de contenido patrimonial
(por ejemplo, que un menor pueda aceptar una donación, etc.); existe también otro tipo
de capacidad, específicamente para actos de contenido “exclusivamente personal”, no
negociables, llamada capacidad natural de obrar o capacidad de entender y querer.

Este último tipo de capacidad, “[s]e ofrece, en cambio, ante el silencio de la ley, como
el único criterio idóneo para valorar la relevancia jurídica de los actos (entre vivos) de
contenido personal, o sea de todas aquellas actividades del sujeto que, siendo expresión
directa de su personalidad, implican en distinta medida la elección de alternativas
existenciales. En verdad, condicionar a la llegada a la mayoría de edad la capacidad de
poder desarrollar actividades de esa índole, de naturaleza exquisitamente personal,
echando mano a una regla (la del artículo 2, inciso 10) que se justifica sobre todo con
relación a actos jurídicos patrimoniales, significaría dejar de reconocer a toda una
categoría de sujetos (precisamente, los menores) la posibilidad del ejercicio de algunos
derechos inviolables del hombre como el derecho a reunirse pacíficamente, el derecho
de asociarse, el derecho de profesar la propia fe religiosa, el derecho a manifestar el
pensamiento propio, el derecho de tutelar la propia salud. Y se impediría así a los
mismos sujetos un desarrollo pleno de la persona humana, en contradicción manifiesta
con los principios constitucionales sobre la materia (artículos 2 y 3, inciso 20) que no
distinguen entre un hombre y otro, entre mayores y menores de edad.

De estos principios fundamentales se sigue que las decisiones existenciales tomadas por un
sujeto capaz de entender su importancia y de querer obrar con plena madurez de juicio, no
se pueden considerar jurídicamente irrelevantes o necesariamente destinadas a una
desconceptuación delante de decisiones en sentido opuesto, adoptadas en nombre y por
cuenta del mismo sujeto por sus representantes legales (por ejemplo, los padres en ejercicio
de la potestad sobre sus hijos). De esta forma, en caso de contraposición entre

120
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

padres e hijos menores, la decisión de estos últimos en el supuesto de que den


prueba de capacidad adecuada de entender y de querer con demostración indudable
de madurez de juicio, habrá de prevalecer, por ejemplo, en cuanto a la escogencia
de religión que profesar o al otorgamiento del consentimiento para un tratamiento
terapéutico o quirúrgico, casos estos en los cuales un malentendido obsequio a la
misión educativa de los padres ha inducido a veces a resolver en contra, con
reducción de los hijos menores a verdaderos objetos de derecho”(53).

Esta capacidad, como se ha podido advertir, resulta necesaria para una efectiva tutela de los
derechos de este tipo de sujetos débiles jurídicos como son los menores, debiendo el Estado
promover su ´libre desarrollo y bienestar´ (artículo 4 del Código del Niño y del
Adolescente y artículo 4 de la Constitución). El Tribunal Constitucional en el Exp. 3330-
2004-AA/TC, en el f.j. 35, ha señalado que “El fundamento constitucional de la protección
del niño y del adolescente que la Constitución les otorga es la especial situación en que
ellos se encuentran; es decir, en plena etapa de formación integral en tanto personas. El tal
sentido, el Estado, además de proveer las condiciones necesarias para su libre desarrollo,
debe también velar por su seguridad y bienestar”(54).

Una forma de promover ese libre desarrollo, es fomentando que el niño y el adolescente
que estuvieran en condiciones de formarse sus propios juicios tengan derecho a expresar su
opinión libremente en todos los asuntos que les afecten y por los medios que elijan,
incluida la objeción de conciencia y a que tengan en cuenta sus opiniones en función de su
edad y madurez (artículo 9 del Código del Niño y del Adolescente); que exterioricen su
derecho a la libertad de expresión en sus distintas manifestaciones, sujetándose a las
restricciones determinadas por la ley (artículo 10 del Código del Niño y del Adolescente);
que ejerzan su derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión, respetando el
derecho de los padres o de sus responsables de guiar al niño y al adolescente en el ejercicio
de este derecho de acuerdo a su edad y madurez (artículo 10 del Código del Niño y del
Adolescente); que haga uso de su derecho a la libertad de tránsito con las restricciones que
señala este código (artículo 11 del Código del Niño y del Adolescente); y que ejerza su
derecho a la libertad de asociarse con fines lícitos y a reunirse pacíficamente (artículo 12
del Código del Niño y del Adolescente).

Por medio de esta capacidad, se busca tratar al menor como un verdadero sujeto de de-
recho y no como un objeto de derecho. Esta capacidad no autoriza al menor a celebrar

(53)
BRECCIA, Umberto; BIGLIAZZI GERI, Lina; NATOLI Ugo; BUSNELLI Francesco. Óp. cit.; p. 136, 137.
(54)
GACETA JURIDICA. 10 años de sentencias claves del Tribunal Constitucional en diversas materias. Lima:
Gaceta Jurídica, Tomo I. 1ra. edición, 2016; p. 193.

121
Marco Carbajal

actos jurídicos negociales, empero resulta relevante para consagrar su “libre desarrollo”.
Debido a la extensión de los actos a los cuales se va a aplicar, esta capacidad es semiplena.

3. La capacidad procesal como presupuesto procesal de las partes

Decíamos al iniciar esta investigación que la capacidad procesal es un tema clásico en el


derecho procesal. Si ello es así, los presupuestos procesales constituyen igualmente un tema no
solo clásico, sino además uno de los más caros a la autonomía de esta área del derecho(55), amén
que comprensivo de aquella(56), conjuntamente con la competencia (atributo propio del órgano

(55)
Para Dinamarco la construcción de la teoría de los presupuestos procesales formulada por Bulow en 1868 que
parte de la premisa que del proceso emerge una relación jurídica procesal distinta de la relación jurídica
sustancial por sus sujetos, sus presupuestos y su objeto, constituye el punto de partida de la renovación de los
estudios de derecho procesal, surgiendo este como ciencia en sí misma, dotada de objeto propio y con la
definición, entonces esbozada, de su propio método (DINAMARCO,
Candido Rangel. La instrumentalidad del proceso. Traducción de Juan José Monroy Palacios, Biblioteca de
Derecho Procesal, N° 11. Lima: Communitas, 2009; p. 22). De igual opinión es Mitidiero quien afirma
“[n]adie ignora que el Derecho Procesal Civil nació como ciencia, como una rama autónoma del derecho, en
Alemania, a finales del siglo XIX, con la publicación de la clásica obra de Oskar Bulow sobre las excepciones
y presupuestos procesales en 1868 (MITIDIERO, Daniel. La justicia en el estado constitucional. Diálogos
para un diagnóstico. Traducción Renzo Cavani y Christian Delgado Suárez. Colección: Proceso, derecho y
sociedad, N° 3. Lima: Palestra Editores, 2016; p. 18). Sin embargo, la doctrina mayoritaria es unánime en
considerar que esta autonomía surge fundamentalmente de las ideas de Windscheid quien en 1856 propugnó la
admisión de la naturaleza procesal del derecho de acción, gestando de este modo las condiciones de una nueva
disciplina (MONROY GÁLVEZ, Juan. “A cinco años de vigencia del Código Procesal Civil”. En: Revista
Peruana de Derecho Procesal. Tomo III. Lima: s/e, 1998; p. 185). Sea cómo fuera, lo cierto es que la teoría
de los presupuestos procesales fue uno de los dos temas planteados en la segunda mitad del siglo XIX que se
puede decir, marcan el inicio de la autonomía del derecho procesal como ciencia, denominándose a esta etapa
(nueva forma de concebir el derecho procesal) como autonómica, científica o sistemática.
(56)
Cavani en un interesante trabajo titulado “Los ‘presupuestos procesales’ vistos desde la ineficacia procesal.
Críticas a una clásica lección”, considera que la capacidad procesal no es un verdadero presupuesto procesal
sino un requisito de validez subjetivo. Como sustento de su posición entiende que “todo acto jurídico o
procesal y en general todo acto como hecho causado por el hombre, está conformado por diversos elementos
que se distinguen en presupuestos, requisitos y condiciones”. Así, señala que los primeros “se relacionan con
la existencia o inexistencia del acto porque su presencia determina el propio nacimiento de aquel, es decir, si
es que no concurren todos los presupuestos del acto entonces este no cumple con el mínimo exigido por el
soporte fáctico para ingresar al mundo jurídico, quedando a lo sumo como un acto material”, que “los
presupuestos de existencia son aquellos elementos sin los cuales la relación jurídica no puede existir”,
precisando que dentro de estos se encuentran “el actor, el juez y la demanda”, “elementos sine qua non que
dan origen al proceso”. Y que los segundos “forman parte de la estructura del acto y su presencia es
simultánea a este, en el sentido que se verifican en el mismo momento en que el acto es creado”,
clasificándolos en “subjetivos (capacidad procesal y capacidad postulatoria) y objetivos (competencia e
imparcialidad)”. Así mismo, sostiene que: “Los presupuestos procesales tradicionalmente considerados son,
en realidad, requisitos de validez. En efecto la competencia, la capacidad procesal y los requisitos de la
demanda –siempre entendidos según la posición doctrinal imperante- no son auténticos presupuestos del
proceso por la simple razón que éstos se verifican al

122
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

jurisdiccional) y los requisitos de la demanda(57).

Sin abandonar la dogmática, pero dejando en claro que no corresponde a este trabajo
abordar en extenso la teoría de los presupuestos procesales, sino solo lo necesario para
comprender mejor el tema que nos ocupa, diremos que esta teoría pergeñada por Bulow fue
determinante fundamentalmente por dos motivos: (i) porque a partir de una constatación de
que “el proceso es una relación de derechos y obligaciones recíprocos”, que “se dan entre
los funcionarios del Estado y los ciudadanos”, “realidad importantísima, para el derecho
científico, desde todo punto de vista, pero que hasta ahora no ha sido debidamente
apreciada ni siquiera claramente entendida”, concluyó que “esa relación pertenece, con toda
evidencia, al derecho público y el proceso resulta, por tanto, una relación jurídica pública”,
“relación jurídica procesal que se distingue de las demás relaciones de derecho por otra
singular característica, que es continua”, “que avanza gradualmente y que se desarrolla paso
a paso”, a diferencia de las “relaciones jurídicas privadas que constituyen la materia del
debate judicial, la relación jurídica procesal se encuentra en embrión”, “está en constante
movimiento y transformación”; y (ii) porque a símile de lo ocurrido con las demás
relaciones jurídicas de derecho privado, la determinación del proceso como relación
jurídica procesal de naturaleza pública, requiere ante todo “una respuesta a la cuestión
relacionada con los requisitos a que se sujeta el nacimiento de aquella”, esto es “saber entre
qué personas puede tener lugar, a qué objeto se refiere, qué hecho o acto es necesario para
su surgimiento, quién es capaz o está facultado para realizar tal acto”, precisando que “hay
que dirigir la atención a una serie de importante preceptos legales estrechamente unidos, en
particular a las prescripciones sobre: 1) la competencia, capacidad e insospechabilidad del
tribunal; la capacidad procesal de las partes (persona legítima standi iu iudicio [persona
legítima para estar en juicio]) y la legitimación de su representante, 2) las cualidades
propias e imprescindibles de una materia litigiosa civil, 3) la relación y comunicación (o
notificación) de la demanda y de la obligación del actor por las cauciones procesales, 4) el
orden entre varios procesos. Estas

interior de este” (CAVANI BRAIN, Renzo. “Los ´presupuestos procesales´ vistos desde la ineficacia
procesal. Críticas a una clásica lección”. En: Manual del código Procesal Civil. Lima: Gaceta Jurídica, 2011;
pp. 201, 202, 207, 208, 210 y 213).
(57)
Aunque para Hurtado lo que se erigiría como un verdadero presupuesto procesal, no serían tanto los requisitos
de forma de la demanda, sino solo “los de fondo”, es decir “aquellos aspectos vinculados a los elementos
objetivos de la pretensión: petitorio y la causa de pedir (hechos) y el control de su relación lógica y su debida
acumulación, pues su irregularidad en el proceso puede producir un pronunciamiento inhibitorio. Esto quiere
decir que no cualquier requisito de la demanda puede ser considerado como presupuesto procesal, ni siquiera
la demanda misma, sino su elemento central: la pretensión procesal” (HURTADO REYES, Alejandro.
Estudios de Derecho Procesal Civil. Lima: Idemsa, Tomo I, 2da. edición, 2014; p. 386). Parece llevar razón
este autor, pues la omisión o irregularidad de los primeros genera la inadmisibilidad, ergo la posibilidad de
subsanarse, mientras que los segundos la improcedencia. Solo así podría entenderse que los requisitos de la
demanda constituyan verdaderos presupuestos procesales, en el entendido que estos hacen a la validez de la
relación procesal.

123
Marco Carbajal

prescripciones deben fijar –en clara contraposición con las reglas puramente relativas de
la marcha del procedimiento, ya determinadas– los requisitos de admisibilidad y las
condiciones previas para la tramitación de toda la relación procesal. Ellas precisan entre
qué personas, sobre qué materia, por medio de qué actos y en qué momentos se pueda
dar un proceso. Un defecto en cualquiera de las relaciones indicadas impediría el surgir
del proceso. En suma, en estos principios están contenidos los elementos constitutivos
de la relación jurídica procesal, idea tan poco tenida en cuenta hasta hoy, que ni una vez
ha sido designada con un nombre definido. Proponemos, como tal, la expresión
‘presupuestos procesales’”(58).

Sin embargo, una de las mayores críticas que se formula a esta teoría (sin soslayar
la referida a buscar separar maniqueamente el derecho material del procesal o a
pretender construir conceptos puros bien alejados de consideraciones políticas,
culturales, éticas o económicas), es que supedita la existencia o surgimiento del
proceso a la presencia de los presupuestos procesales. Monroy considera que: “Esta
teoría –si no hay presupuesto procesal no hay procedimiento– contiene el germen
de su propia descalificación”, pues “ella no logra justificar cómo un litigante puede
cuestionar la inexistencia de un presupuesto procesal dentro de un procedimiento,
si este técnicamente no existe, precisamente como consecuencia de su ausencia”.
En respaldo de su planteamiento consigna el ejemplo siguiente: “Si la capacidad
procesal es un presupuesto procesal, como en efecto lo es, ¿cómo voy a denunciar
su ausencia o presencia defectuosa si no es al interior de un procedimiento?”(59).

En efecto, si alguno de los presupuestos procesales, no se encuentra presente al


inicio del proceso (verbigracia el juez no es competente o la parte no tiene
capacidad procesal), esa defección no impedirá que este exista, a lo más lo viciará;
tan cierto es ello que su cuestionamiento a través de alguna de las excepciones
correspondientes, solo se podrá realizar dentro del mismo. Lo propio ocurrirá si
habiéndose encontrado presentes de manera impecable al inicio del proceso, de lite
pendente alguno de los presupuestos procesales defecciona, con la atingencia que
es solo a partir de ese momento que el proceso se viciará.

Esta moderna forma, que se aparta de la primigenia, de concebir a los presupuestos


procesales, va de la mano con su definición actual, la cual considera de manera unánime (y
por tanto resulta ocioso citar a la doctrina dominante) a estos, como “aquellos requisitos

(58)
BULOW, Oskar Von. La teoría de las excepciones procesales y de los presupuestos procesales. Traducción
de Miguel Ángel Rosas Lichtschein. Lima: Ara Editores, 2008; pp. 23-24, 26-27.
(59)
MONROY GÁLVEZ, Juan. “La postulación del proceso hoy”. En: Temas de derecho procesal 2. N° 17
Lima: Communitas, 1ra. edición, Biblioteca de Derecho Procesal, 2017; pp. 42, 43.

124
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

o elementos indispensables, necesarios, para la existencia o configuración de un


procedimiento válido”.

Si bien son variopintas las taxonomías que los autores han esgrimido sobre los
presupuestos procesales(60), se puede decir que “la doctrina es pacífica en reconocer”
como tales a “la competencia, la capacidad procesal y los requisitos de la demanda”(61).

El hecho que Bulow haya señalado que el proceso constituye una relación jurídica
procesal de naturaleza pública (concepción hoy en día insuficiente para denotar la
amplia fisonomía de este complejo instrumento de carácter constitucional que tiene
por propósito, entre otros: la tutela de derechos individuales y colectivos, la
reafirmación del ordenamiento jurídico, el control de la constitucionalidad de las
leyes, la legalidad de la actuación de la administración pública(62)) y que para que
surja esta deben observarse determinados requisitos (verbigracia la competencia, la
capacidad procesal de las partes, etc.); de eso no se sigue que la capacidad procesal
sea una creación y una exigencia del genio de este autor alemán, pues desde el
antiguo procedimiento formulario romano se exigía como requisito para que una
persona pueda tener la calidad de parte contendiente (adversarii, litigatoris, rei),
que goce de la condición de persona y que tenga además capacidad de accionar.

Señala Scialoja: “Veamos ahora quiénes pueden ser litigantes y las calidades que en ellos
se requieren. Comúnmente, la calidad necesaria es la de ser persona desde el punto de vista
jurídico, esto es, tener en general capacidad de derecho; pero, como el tomar parte en la litis
constituye un acto jurídico, es necesario tener también capacidad de accionar, la cual, sin
embargo, allí donde falte, no quita para que la persona pueda ser parte en la

(60)
Por citar algunos ejemplos: presupuestos procesales de la acción, de la pretensión, de la validez del proceso y
de una sentencia favorable (COUTURE, Eduardo. Fundamentos de Derecho Procesal Civil. Montevideo: IB
de f, 4ta. edición, 4ta. reimpresión, 2010; pp. 85-90); presupuestos procesales previos al juicio, dentro de éstos
de la acción y de la demanda, y presupuestos procesales del procedimiento, (DEVIS ECHANDÍA, Hernando.
Nociones generales de Derecho Procesal Civil. Bogotá: Temis, 2da. edición, 2009. pP. 375-380); presupuestos
procesales para la validez de la pretensión, del procedimiento y de la sentencia favorable, (GOZAINI,
Osvaldo. Elementos del derecho Procesal Civil. Buenos Aires: EDIAR, 2005. p. 173-177); presupuestos
procesales de la acción, de la demanda, del procedimiento y presupuestos materiales o sustanciales de la
sentencia de fondo, (QUINTERO, Beatriz; PRIETO, Eugenio. Teoría general del proceso. Bogotá: Temis,
3ra. edición ampliada y corregida, 2000. pp. 317-320).
(61)
Ídem.; p. 43.
(62)
Mitidiero va inclusive más lejos al considerar al proceso como un producto cultural, histórico y social al
señalar que: “No cabe duda de que el derecho pertenece a los dominios de la cultura, sufre los influjos y
camina por los corredores de la historia. Esta contingencia apunta a la necesidad de comprenderlo a partir del
contexto social en que se inserta. El proceso civil, obviamente, no escapa de esta misma suerte. Para
entenderlo bien, analizando sus aspectos actuales y esperando aquello que de este se puede legítimamente
esperar, importa tener presente las ideas que lo formaron”.

125
Marco Carbajal

causa, al menos indirectamente; pero, entonces, debe estar representada o asistida por otro,
según los casos”(63). Cuenca también admite que en el procedimiento formulario romano se
requería que las partes contendientes cuenten con capacidad de accionar, cuando se refiere
a la diferenciación entre el mandato judicial convencional y el mandato legal, precisando
que este último hace alusión a los representantes por imperio de la ley, tales como el padre,
el tutor, curador, etc, quienes representan totalmente al incapaz tanto en su persona como en
sus bienes, de manera que ejercen una representación absoluta(64), es decir, que si el padre
representa legalmente por imperio de la ley a su hijo incapaz dentro de un proceso, es
porque este por sí mismo no puede intervenir en aquél.

Lo novedoso del planteamiento de Bulow, sin desmedro de lo dicho líneas arriba, fue que
sistematizó los requisitos ya existentes para el surgimiento de la relación jurídica procesal,
y que los bautizó por primera vez con el nombre de “presupuestos procesales”.

4. La capacidad en el derecho procesal

En los puntos 1 y 2 (supra) han quedado zanjadas dos ideas basilares respecto de la
capacidad, como concepto jurídico fundamental o lógico jurídico. La primera que es
un concepto núcleo del derecho o el presupuesto indispensable para la aplicación de la
mayoría de sus categorías, y la segunda que se trata de una categoría meta-procesal,
dicho de otro modo, que es una institución trasversal a todas las áreas del derecho.

Siendo ello así, es inobjetable por tanto aceptar que la capacidad igualmente resulta
ser un concepto de capital importancia para el derecho procesal, pues gracias a esta
no solo se van a atribuir (capacidad para ser parte) sino también a actuar
(capacidad procesal) las diferentes “situaciones jurídicas subjetivas procesales”
que el ordenamiento procesal consagra.

Así como que el derecho procesal, para delinear la fisonomía de la capacidad


(entiéndase para ser parte y procesal), tiene que hacerlo necesariamente a partir de
la categoría general de la capacidad (igualmente en sus dos vertientes: de goce y de
obrar). Es que son los estudios realizados tanto por la teoría del derecho como por
el derecho civil respecto de esta última, los que le van a proveer de los elementos
suficientes para la construcción integral de la primera.

(63)
SCIALOJA, Vittorio. Procedimiento civil romano. Ejercicio y defensa de los derechos. Buenos
Aires: EJEA, Traducción de Santiago Sentís Melendo y Marino Ayerra Redin, 1954; p. 184.
(64)
CUENCA, Humberto. Proceso civil romano. Buenos Aires: EJEA, 1957; pp. 97, 98.

126
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

La explicación de esta dependencia categorial, se funda en las siguientes premisas: (i) el


carácter instrumental que está en la esencia del derecho procesal respecto del derecho
material (sin soslayar la autonomía del primero respecto del segundo, autonomía que no
debe ser confundida con indiferencia y menos independencia(65)), importa admitir la
existencia de una relación de “medio a fin” entre ambas disciplinas, es decir, que la función
del procesal es servir de protección al material cuando es vulnerado o amenazado, por lo
que es la cercanía de esta relación la que obliga a que la construcción del primero tenga que
realizarse, a veces, a la luz del segundo(66); y (ii) que la aparición tardía (segunda mitad del
siglo XIX) del derecho procesal como disciplina en el firmamento jurídico, condiciona para
que algunas de sus categorías se construyan con materias primas del derecho material: esto
es lo que ocurre, por ejemplo, con la teoría de los actos procesales y la capacidad;
instituciones procesales todas estas que se han edificado sobre las bases de sus homónimas
materiales como son los actos jurídicos y la capacidad respectivamente.

Todo lo reseñado en este punto (ideas basilares sobre la capacidad y la dependencia categorial)
es lo que justifica que el presente trabajo haya partido de manera exhaustiva del estudio de la
capacidad desde la teoría del derecho y de derecho civil, a efectos de permitirnos concluir si en
las hipótesis expresas de capacidad de obrar especial antelada y capacidad natural (supra
2.2.2.1 y 2.3), le corresponde inexorablemente como consecuente una capacidad procesal
similar (llámese “especial antelada” o “natural”) pero capacidad procesal al fin y al cabo; y

(65)
“No hay duda que el proceso no se confunde con el derecho material. No obstante, la escuela sistemática al
construir las bases de la autonomía del derecho Procesal Civil, parece haber olvidado la diferencia entre
autonomía y neutralidad. El hecho de que el proceso civil sea autónomo en relación al derecho material no
significa que este puede ser neutro e indiferente a las variadas situaciones del derecho sustancial. Autonomía
no es sinónimo de neutralidad o indiferencia, al contrario, la consciencia de la autonomía puede eliminar el
miedo a escondidas atrás de una falsa neutralidad o de una indiferencia que, en verdad, es mucho más un
medio de defensa de lo que puede ser un alejamiento en relación a lo que sucede a la ´distancia de las fronteras
´. En realidad, jamás hubo –o podría haber ocurrido– un aislamiento del derecho procesal, pues existe una
nítida interdependencia entre este y el derecho material. Esto es tan evidente que suponer lo contrario sería lo
mismo que olvidar la razón de ser del proceso, considerada la necesidad de este ser pensando a la luz de la
realidad social y del papel que el derecho materia desempeña en la sociedad” (MARINONI, Luiz Guilherme.
Introducción al Derecho Procesal Civil. Traducción de Christian Delgado Suárez. Lima: Palestra Editores,
2015; p. 26).
(66)
Pérez es más heterodoxo aún sobre la relación existente entre el derecho material y el proceso al considerar
que el derecho material y el procesal no son categorías dicotómicas, sino que se implican mutuamente,
constituyendo complementos necesarios entre sí, al punto de afirmar que el procesal es intrínsecamente
sustantivo y viceversa. En sustento de su tesis enfatiza que: “Entender que el procedimiento es sustantivo y
que la sustancia es procedimental desvirtúa dos mitos: (i) que hay una dicotomía sustancia –procedimiento y
(ii) que el procedimiento es un socio inferior contingente. Una antinomia procedimiento-sustancia que se
introdujo con fines teóricos y que fue impulsivamente codificada como una dicotomía rígida. La propuesta de
las categorías sustancia y procedimiento como mutuamente excluyentes y exhaustivas parece desafiar la
realidad” (PÉREZ RAGONE, Álvaro, “El impacto del diálogo entre derecho sustantivo y derecho procesal”.
En: Revista Derecho del Estado, Universidad Externado de Colombia. Bogotá, N° 41, 2018; p. 258).

127
Marco Carbajal

a la inversa, si existen también supuestos en nuestro ordenamiento jurídico (de ahí la


importancia del enfoque normativo) en los que se pueda predicar la existencia de manera
directa de capacidad procesal ”especial antelada” (artículos 407, 530, 533 y 557 del Código
Civil; artículos 65, 85 y 99 del Código del Niño y del Adolescente y parte in fine del
segundo párrafo del artículo 480 del Código Procesal Civil), sin que para ello se requiera
tener como antecedente capacidad de obrar especial antelada.

Ahora bien, la condición de presupuesto para asignar y actuar las diferentes “situaciones
jurídicas subjetivas procesales”, hace que la trascendencia de la capacidad al interior del
proceso sea de tal magnitud que se la vincule de manera directa con diversos derechos y
garantías constitucionales (enfoque constitucional) que rodean a todo proceso.

Por ello, Priori sostiene que:

“La determinación de quién tiene capacidad supone establecer a quién se le


puede imputar las situaciones jurídicas procesales y quiénes pueden ejercerlas
válidamente al interior de un proceso. El no reconocimiento de la capacidad a
alguien determina como inmediata consecuencia desconocer que pueda ser
titular de situaciones jurídicas procesales, dentro de las cuales está el derecho
fundamental a la tutela jurisdiccional efectiva, o que siéndolo, no pueda por sí
mismo ejercer alguno de los derechos que lo integran”(67).

En esa línea, el sustento constitucional de la capacidad en el ámbito procesal, se


encontraría tanto en “lo establecido en el artículo 1 de la Constitución, conforme al
cual la defensa de la persona humana y su dignidad son el fin supremo de la
sociedad y del Estado”, como en lo dispuesto “en el artículo 139 inciso 3 de la
Constitución que sanciona como un principio y derecho de la potestad
jurisdiccional, la tutela jurisdiccional efectiva”(68).

Lo que quiere decir que ajustar la mirilla de manera arbitraria al momento de


reconocer capacidad para ser parte (o simplemente ser sujeto procesal) o capacidad
para actuar válidamente en un proceso significa afectar directamente los citados
derechos constitucionales.

Si el derecho a la dignidad humana y a la tutela jurisdiccional efectiva son el fundamento


constitucional de la capacidad en el ámbito procesal, cuando de personas naturales hablamos, lo
propio no ocurre cuando se trata de personas jurídicas. Ello porque las personas jurídicas (sean

(67)
PRIORI POSADA, Giovanni. Óp. cit.; p. 45.
(68)
Ídem. p. 45.

128
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

de derecho privado, con o sin fines de lucro y hasta irregulares, o de derecho público(69)) al ser
sujetos de derecho, por ese solo hecho, gozan de capacidad para ser parte y por tanto también de
capacidad procesal, empero por su naturaleza no son titulares del derecho a la dignidad
humana(70), mas si del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva (Cfr. STC 4972-2006-PA/TC, Fj
14) para la defensa de los derechos materiales de los que son titulares, de tal suerte que el
sustento de la capacidad para ser parte y de la capacidad procesal de las personas jurídicas,
radica solo y únicamente en el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva.

(69)
Cabe precisar aquí, que las personas jurídicas de derecho público, no son titulares de los mismos derechos
fundamentales que las personas jurídicas de derecho privado. Es más, se suele decir que como regla, las
primeras no titularizan derechos fundamentales, salvo de manera excepcional en algunos casos. A favor de
esta posición se argumenta que “Consecuentemente, se ha de rechazar por principio que las personas jurídicas
públicas titularicen derechos fundamentales al menos por las dos siguientes razones: primera, porque detrás de
la persona jurídico pública se encuentra el poder público; y segunda, porque no está en juego ni la protección
ni el favorecimiento de la plena vigencia de derecho fundamental alguno, al no poder éstos ser titularizados
por el poder público”. Como excepción se admite la hipótesis que la persona jurídica de derecho público actúe
como ´un particular´, afirmándose que: “Es fácil constatar que no toda actuación de un órgano público
(persona jurídico pública) se desenvuelve como consecuencia de la función pública. Hay veces en las que la
actuación del órgano público se asemeja más a la de un particular (…). Pero, por el contrario, cuando este tipo
de actuación no se dé (se refiere a que no actúe en ejercicio de la función pública para el cumplimiento de los
cometidos públicos que se le encarguen) y más bien lo que ocurra es una actuación despojada de la
prerrogativa o facultad que le depara la función pública, y al margen de la gestión de algún cometido público,
sería posible admitir la titularidad. Por ejemplo: eso ocurre cuando el órgano público es procesado. En este
caso, es innegable la capacidad procesal con la que cuenta, en la medida que puede ser demandado o puede
incluso demandar. Cuando cualesquiera de estas dos situaciones ocurre, el órgano público no actúa como
poder público, sino como parte procesal, en las mismas condiciones en las que habría actuado un particular y,
por tanto, sometido a las mismas obligaciones y favorecido con las mismas garantías que un particular. En este
caso, no puede afirmarse tan categóricamente que detrás de la parte procesal se encuentra el poder público. En
el marco de esta argumentación se ha de sostener –como ha ocurrido en el ordenamiento jurídico alemán y en
el español– que las personas jurídico públicas pueden titularizar el derecho fundamental al debido proceso o
tutela judicial efectiva” (CASTILLO CÓRDOVA, Luis. “La persona jurídica como titular de derechos
fundamentales”. En: Actualidad jurídica. Información especializada para abogados y jueces. Tomo 167. Lima:
Gaceta jurídica, 2007; pp. 132, 133.)
(70)
“Como se hizo notar anteriormente, la persona natural es una realidad distinta a la persona jurídica: mientras
de las primeras era posible predicar una naturaleza humana (y consecuente dignidad humana) cuya
constatación permitirá reconocer una igual y absoluta capacidad jurídica, lo mismo no ocurría con la persona
jurídica, mera creación del derecho, a la que es imposible reconocerle naturaleza y dignidad humanas”.
“Como bien ha señalado el Tribunal Constitucional peruano: ´que se haya afirmado que el reconocimiento de
los derechos constitucionales se extiende al caso de las personas jurídicas de derecho privado no quiere decir
que ellos puedan titularizar “todos” los derechos que la Constitución enuncia, pues hay algunos que, por su
naturaleza estrictamente personalísima, solo son susceptibles de titularizar por las personas naturales´. Exp.
N° 0905-2001-AA/TC, F.J. 7” (CASTILLO CÓRDOVA, Luis. “La persona jurídica como titular de derechos
fundamentales”. En: Actualidad jurídica. Información especializada para abogados y jueces. Tomo 167. Lima:
Gaceta jurídica, 2007; p. 130.)

129
Marco Carbajal

4.1. Capacidad para ser parte o sujeto de derecho procesal

De la capacidad para ser parte, secularmente y casi de manera unánime se suele decir,
palabras más palabras menos, que “es la aptitud que tiene todo sujeto de derecho para
ser titular de derechos, obligaciones y cargas procesales”(71)(72)(73)(74)(75)(76) o mejor aún,
siguiendo la línea ya trazada, que es la “atribución o asignación a la parte o sujeto de
derecho procesal, de las diferentes situaciones jurídicas subjetivas procesales de
ventaja o de desventaja que el ordenamiento procesal consagra”.

Repárese que dentro del concepto de capacidad para ser parte, el concepto mismo de
“parte”(77) juega un rol preponderante, al igual que lo acontecido con el de capacidad de
goce, donde la figura del ”sujeto de derecho” es determinante, en atención justamente a
la identificación sustancial entre estas dos últimas categorías (supra 2.1). De ahí que
Satta haya sostenido “Lo cierto es que la llamada capacidad para ser parte no
corresponde sino se identifica con la capacidad de ser sujeto de derecho”(78).

(71)
CASASSA CASANOVA, Sergio. Las excepciones en el proceso civil. Lima: Gaceta Jurídica, 2014; p. 45.
(72)
FRANCISKOVIC INGUNZA, Beatriz. “Aspectos diferenciadores entre la capacidad de las partes y la
legitimidad procesal: la representación versus la legitimidad para obrar”. En: Advocatus. Revista editada por
los alumnos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Lima. Lima, N° 32, 2015; p. 280.
(73)
HURTADO REYES, Alejandro. Óp. cit.; p. 390.
(74)
TICONA POSTIGO, Víctor. Análisis y comentarios al Código Procesal Civil. Lima: Grijley, Tomo I, 3ra.
edición, 1996; p. 157.
(75)
LEDESMA NARVÁEZ, Marianella. Comentarios al código Procesal Civil. Lima: Gaceta Jurídica, Tomo I,
1ra. edición, 2008; p. 230.
(76)
CARRIÓN LUGO, Jorge. Tratado de Derecho Procesal Civil. Lima: Grijley, Vol. I, 2da. edición, 2004; p.
201.
(77)
Acá asumimos la tesis procesal por lo demás imperante en la doctrina de lo que debe entenderse por parte, que
propugna que esta puede o no coincidir con el sujeto de la relación material, toda vez que su derivación
proviene únicamente de la relación jurídica procesal; decantándonos de este modo de la tesis material, ya
abandonada, que exigía la identificación entre el sujeto del proceso con el sujeto de la relación material. Es
decir, parte es simplemente el ‘homo litis’ en palabras de Prieto Castro o el ‘dominus litis’, que debe buscarse
exclusivamente dentro del proceso, pues la calidad de parte se adquiere con independencia de toda referencia
al derecho sustancial. Para Matheus “Parte será aquella que en nombre propio, o en cuyo nombre, se demanda
o contradice en un proceso, quedando fijada la titularidad activa o pasiva de esta, en la relación jurídica
procesal, por medio de la demanda, asumiendo por ello todos los derechos, cargas y obligaciones del proceso;
siendo este concepto exclusivamente procesal e independiente de la relación jurídica sustancial controvertida,
el cual sirve como instrumento para la participación en el proceso de los sujetos destinatarios de los efectos,
sean estos directos e indirectos de la providencia jurisdiccional, velándose así por el derecho de defensa”
(MATHEUS LÓPEZ, Carlos Alberto. Teoría general del proceso. El litisconsorcio necesario. Lima: Ara,
1999; p. 34) (MATHEUS LÓPEZ, Carlos Alberto. Parte, tercero, acumulación e intervención procesal. Lima:
Palestra editores, 2001; pp. 25-26); o como refiere Redenti “Parte en sentido procesal viene a ser eo ipso
cualquiera que promueva (o en cuyo nombre se promueva, por un representante calificado) un proceso civil en
las formas de ley, con razón o sin ella, o hasta por capricho, o por equivocación, no importa” (REDENTI,
Enrico. Derecho Procesal Civil. Buenos Aires: EJEA, Traducción de Santiago Sentís Melendo y Marino
Ayerra Redín, Tomo I, 1957; p. 151).
(78)
SATTA, Salvatore. Manual de Derecho Procesal Civil. Traducción de Santiago Sentís Melendo y Fernando
de la Rúa. Tomo I. Buenos Aires: EJEA, 1971; p. 89.

130
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

De esto se sigue que no se puede explicar el concepto de capacidad para ser parte
sin recurrir necesariamente al de “parte” o “sujeto de derecho procesal”. Es más,
podríamos decir sin ninguna perplejidad, al igual que lo ocurrido en el derecho
civil, que la “parte” o el “sujeto de derecho procesal” no requiere de ninguna otra
“cualidad” o “aptitud” que el simple hecho de tener la condición de tal, para que se
le “atribuyan las diferentes situaciones jurídicas subjetivas procesales de ventaja o
de desventaja que el ordenamiento procesal consagra”.

Convenimos, por ello, a símil de lo propuesto para el derecho material, que en el


dere-cho procesal es suficiente con el concepto de “parte” o de “sujeto de derecho
procesal”(79) a despecho de lo que la doctrina procesal de manera mayoritaria
sostiene y que huelga citar; resultando confuso e inoficioso persistir en conservar el
concepto de capacidad para ser parte, habida cuenta que se tratan de conceptos
tautológicos, donde el segundo yace dentro de los primeros.

Por otro lado, siguiendo a Satta(80) y Wach, aun cuando no es un tema del todo pacífico,
consideramos que la capacidad para ser parte se identifica de manera sustancial con la
capacidad de goce o jurídica, o más precisamente que “la capacidad para ser parte es un
concepto derivado”(81), entiéndase de la capacidad de goce; o sea que, como regla, para
poseer la primera se requiere generalmente detentar la segunda. Y decimos como regla,
porque pueden existir algunos (pocos) supuestos previstos por el ordenamiento jurídico
material, que, aunque no son reconocidos expresamente como verdaderos sujetos de
derecho, ergo no tienen capacidad de goce, nada impide poder endilgarles excepcional-
mente la capacidad para ser parte.

Ejemplo de esta excepción a la regla, esto es de poder gozar de capacidad para ser parte sin
que se cuente claramente con capacidad de ejercicio o con la calidad de sujeto de derecho,
es el caso de la herencia yacente, aquella herencia que luego de la muerte del causante aún
no ha sido aceptada o renunciada por sus herederos conforme a los térmi-nos del artículo
679 del Código Civil y que mientras tanto constituye un patrimonio

(79)
Abona por esta posición lo afirmado por De La Oliva quien a la capacidad para ser parte, le denomina también
‘personalidad procesal’, considerando como sinónimos de la primera, los de ‘parte’ o de ‘sujeto procesal’ DE
LA OLIVA SANTOS, Andrés; DIEZ PICAZO GIMÉNEZ, Ignacio; VEGAS TORRES, Jaime;
BANACLOCHE PALAO, Julio. Comentarios a la ley de enjuiciamiento civil. Madrid: Civitas, 2001; p. 85.
(80)
Ídem.
(81)
WACH, Adolf. Manual de Derecho Procesal Civil. Buenos Aires: EJEA, Volumen II, traducción de To-más
A. Banzhaf, 1977; p. 282.

131
Marco Carbajal

(derechos y obligaciones) sin titular determinado. En esta hipótesis, no hay duda de


que el ordenamiento jurídico no le ha otorgado a la herencia yacente la condición de
sujeto de derecho, es decir, no tiene capacidad de goce; sin embargo, no por ello, y
sobre todo bajo una concepción amplia de la capacidad para ser parte, es imposible que
se le deje sin protección jurisdiccional sea como demandante o demandado, en caso los
bienes sean afectados por invasores y se requiera recuperarlos o en su defecto el
patrimonio corra el riesgo (por indefensión) de embargarse por la existencia de un
proceso iniciado por un acreedor que el causante tuvo en vida respectivamente, cuya
acreencia ya prescribió. No hay duda de que la herencia yacente, entendida ora como
patrimonio autónomo (ex artículo 57 del Código Procesal Civil) ora como “cualquier
otra entidad que no tiene personalidad jurídica” bajo los términos así delineados por la
doctrina, en efecto debe gozar de capacidad para ser parte.

A este respecto para Torres “[e]s posible admitir la legitimación pasiva de la


propia herencia yacente, sin necesidad de personificarla, y que, al mismo
tiempo, dado que la interinidad en su titularidad impone la necesidad de que
bien por medio de albaceas o curadores existan personas encargadas de su
administración, goza igualmente de facultades para actuar, reclamando o
excepcionando, en los diversos procesos judiciales”.

Agrega así mismo que:

“[c]areciendo la herencia yacente de personalidad jurídica, debería negarse su


capa-cidad procesal, señalamos que no hay dudas en admitir que por razones
prácticas, puedan asumir la condición de parte en un proceso determinadas
masas de bienes o patrimonios independientes o autónomos, entre las que se
ha situado a la herencia yacente”(82).

Igual posición mantiene Ramos:

“a) El tratamiento procesal de la herencia yacente es uno de los supuestos más dis-
cutidos en la doctrina. Prescindiendo en este lugar de las controversias doctrinales, lo
cierto es que las necesidades de la práctica han forzado a considerar este patri-monio
independiente como susceptible de tráfico jurídico, incluso en el proceso, superando
así los reducidos esquemas de la capacidad procesal tal como viene con-figurada en
nuestra Ley de Enjuiciamiento Civil. La herencia yacente puede figurar en el proceso
como demandante y como demandada, ya sea inicialmente, ya sea

(82)
TORRES MALDONADO, Marco Andrei. “¿Derechos sin sujeto? A propósito de la herencia yacente.
Análisis en torno a su administración como parte subjetiva en la relación jurídica procesal y el conflicto de
legitimidades entre curador vs. Albacea”. Lima, 2012; pp. 15-16. Recuperado de: https://dialnet.
unirioja.es/descarga/articulo/5492684.pdf.

132
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

en el trascurso de un proceso en el que fallece la parte, tutelándose de esta


manera anticipadamente los intereses a favor y en contra de aquellas personas
que en su día devendrán titulares de la misma. Por tanto, en los supuestos en
que a consecuencia del fallecimiento de una persona la herencia esté en
situación de vacancia, a ella corresponde la legitimación para suceder en el
proceso, necesitando, sin embargo, para obrar en el proceso de una persona
que actúe a nombre de ella, es decir, que la represente en juicio”(83).

El caso anterior extraído de la realidad, impone la necesidad de conferir a la capacidad para


ser parte, una concepción más amplia, que la que tiene la capacidad de goce. En respaldo
de esta posición Priori sostiene que: “por regla general existe una correspondencia entre
capacidad jurídica y capacidad para ser parte, salvo los casos en los que se permite actuar
en el proceso a los patrimonios autónomos u otras entidades que no tienen personalidad
jurídica”, añadiendo que por ese motivo es que “Proto Pisani considera que la capacidad
para ser parte es más amplía que la capacidad jurídica”(84).

Álvarez, Pérez, Rodríguez y Seoane, a su vez, consideran

“si unos y otros conceptos sirven para cumplir esas similares funciones, lo cierto
es que los de índole procesal son mucho más amplios que los sustantivos. La
razón hay que encontrarla en el fundamental derecho a la tutela judicial efectiva y
en la función garantista del derecho procesal, pues estos conceptos de capacidad
en definitiva están determinando el ámbito, subjetivo en este caso, de dicho
derecho fundamental y limitando la posibilidad de defender jurisdiccionalmente
los derechos que el ordenamiento conceda. Es decir, estos conceptos son usados
como instrumento para facilitar la mejor defensa de los derechos”(85).

Gimeno no es extraño a esta concepción amplia de la capacidad para ser parte, al afirmar
“Tal y como se ha avanzado, la capacidad para ser parte se corresponde con la capacidad
jurídica del derecho civil (artículos 29, 30 y 35; STS 408/2005, sección 1, del 20 de mayo –
RJ 2005/6286-) y, desde luego asiste a todos sujetos de derecho: tanto a las personas
físicas, cuanto a las jurídicas (artículo 6.1.1-3 LEC). Sin embargo, no se identifica
absolutamente con ella (STS del 21 de febrero de 1997 -1997/1906-), ya que, debido a la
circunstancia de que de un lado dicha capacidad para ser parte lo que otorga a los sujetos
del derecho es el ejercicio del derecho fundamental de acción o a la tutela judicial efectiva

(83)
RAMOS MÉNDEZ, Francisco. La sucesión procesal. Estudio de los cambios de parte en el proceso.
Barcelona: Editorial Hispano-Europea, 1974; p. 127.
(84)
PRIORI POSADA, Giovanni. “La capacidad en el proceso civil”. En: Revista Derecho & Sociedad.
Asociación civil. Editada por los estudiantes de derecho de la Facultad de Derecho de la Pontificia
Universidad Católica de Perú. N° 38. Lima, 2012; p. 46.
(85)
Ibídem.

133
Marco Carbajal

y el no menor derecho fundamental de defensa; y de otro, a que el propio artículo 24.1 CE


prohíbe todo género de indefensión material, la capacidad para ser parte ha de ser más
amplia, permitiendo el libre acceso, no solo a toda persona física y jurídica legalmente
constituida, sino también a los patrimonios autónomos, organizaciones de personas y entes
jurídicos que, aunque no tengan plena capacidad jurídica, se ven obligados a impetrar a
través del proceso, el auxilio de los tribunales o puedan sufrir los efectos de una sentencia.
Por esta razón, el artículo 6 LEC les confiere a todos ellos dicha capacidad para comparecer
en el proceso y deducir una pretensión u oponerse a ella” (86). Casassa, de manera similar,
señala: “Formulado que ha sido el concepto de capacidad para ser parte, debemos de
entender que el legislador no puede ser restrictivo al momento de conceder la capacidad
para ser parte, puesto que, de incurrir en dicho error, estaría negando la posibilidad de
acceso a la justicia para solicitar el reconocimiento de unos derechos que el propio derecho
material reconoce”(87).

Lo que debe quedar claro es que las categorías o conceptos procesales, con mayor
razón el de capacidad para ser parte por su sustrato constitucional (supra 4, parte in
fine), no pueden desconectarse de los diversos casos concretos que viven en la realidad
social, debiendo ser leídos a la luz del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva.

Es que ahí donde exista una situación jurídica subjetiva reconocida por el ordenamiento
jurídico, independientemente que no se sepa a ciencia cierta si su titular llega a ser o no
un verdadero sujeto de derecho se debe imponer como un derecho fundamental y a la
vez como un principio de aquél, que este, nos referimos al titular, pueda acceder a los
órganos jurisdiccionales para una oportuna, adecuada y eficaz protección de los
derechos llevados al proceso. Con esta noblísima finalidad, se encuentra emparentada la
capacidad para ser parte o simplemente “parte” o “sujeto de derecho procesal”.

La capacidad para ser parte, esto es la condición de sujeto de derecho procesal, a despecho
de la tesis procesal imperante sobre esta figura y que ya ha sido abordada, se encuentra
regulada en el artículo 57 del Código Procesal Civil, pero bajo la denominación errada de
parte material (es decir, el sujeto de la relación jurídica material). Así, de acuerdo a nuestro
ordenamiento jurídico, tienen capacidad para ser parte o ser sujetos de derecho procesal,
todos los sujetos descritos en punto 2.1 de este trabajo; enfatizando a modo de redundancia
que, también tienen esta condición los órganos constitucionales autónomos (por ejemplo, el
Consejo Nacional de la Magistratura, Contraloría General de la República, etc.) que no
dejan de ser personas jurídicas de derecho público y que ya fueron descritos, las diversas

(86)
GIMENO SENDRA, Vicente. Derecho Procesal Civil. I. El proceso de declaración. Parte general. Madrid:
Colex, 2da. edición, 2007; pp. 101 y 102.
(87)
CASASSA CASANOVA, Sergio. Óp. cit.; pp. 45 y 46.

134
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

dependencias del Estado (verbigracia Municipalidades, etc.), los patrimonios


autónomos, y bajo la concepción amplia de esta categoría, también “cualquier otra
entidad que no tenga personalidad jurídica”.

4.2. La capacidad procesal o de actuación procesal

Llegado a este punto y haciendo uso de los conceptos jurídicos fundamentales o


lógicos jurídicos (supra, cita 3), diremos que la capacidad procesal(88), llamada
también capacidad para comparecer en juicio o de obrar procesal o de actuación
procesal o legitimatio ad processum, es la “aptitud” del “sujeto de derecho procesal”,
pero para actuar activa o pasivamente, en nombre propio, por cuenta ajena o a través
de representante debidamente designado, las diversas situaciones jurídicas subjetivas
procesales de ventaja o de desventaja reconocidas por el ordenamiento procesal.

Repárese que este concepto al aludir a los términos en nombre propio, por cuenta ajena
o a través de representante debidamente designado, lleva ínsita la idea que la única
persona que puede poseer esta capacidad, es “aquella que puede disponer de los
derechos que en el proceso se hacen valer o a aquella a quien la ley le haya facultado
para ello” tal como lo prescribe expresamente el artículo 58 del Código Procesal Civil.

Eso quiere decir que el propuesto por nosotros, no se riñe con los incontados conceptos
brindados por la doctrina que casi unánimemente, con uno que otro matiz, entiende por
esta capacidad a la “aptitud para realizar actos jurídicos procesales válidos”(89).

Es que el realizar actos jurídicos procesales válidos, se compagina de manera perfecta con

(88)
“Otro ejemplo, ahora en terrenos del derecho procesal: ´capacidad procesal´ es un concepto lógico-jurídico
por ser la aptitud de un ente para poder practicar un acto jurídico procesal de forma autónoma” (DIDIER JR.,
Fredie. Óp. cit.; p. 62).
(89)
De manera especial, aunque no son los únicos, Montero, Gómez, Montón y Barona: “la capacidad procesal
alude a la aptitud para realizar válidamente los actos procesales”, o “En sentido más moderno puede referirse
a la capacidad para impetrar válidamente la tutela judicial” (MONTERO AROCA, Juan; GÓMEZ
COLOMER, Juan Luis; MONTÓN REDONDO, Alberto; BARONA VILAR, Silvia. Derecho jurisdiccional
II. Proceso civil. 13va edición. Valencia: Tirant lo Blanch, 2004; p. 59); Nieva: “capacidad procesal es la
aptitud para comparecer en el proceso y realizar válidamente actos de parte” (NIEVA FENOLL, Jordi.
Derecho procesal II. Proceso civil. Madrid: Marcial Pons, 2015; p. 47); Fairen:
“Es la capacidad para comparecer como parte, válidamente, en juicio” (FAIREN GUILLEN, Víctor. Doctrina
general del derecho procesal. Hacia una teoría y ley procesal generales. Barcelona: Liberia Bosch, 1990; p.
286); Cavani: “aptitud para realizar actos procesales válidos y eficaces por uno mismo, es decir sin depender
de ningún otro sujeto” (CAVANI BRAIN, Renzo. Óp. cit.; p. 2013); Monroy “es la aptitud para ejecutar actos
procesales válidos por parte de los elementos activos de la relación jurídico procesal” (MONROY GÁLVEZ,
Juan. La formación del proceso civil peruano. Escritos reunidos. 2da. edición aumentada. Lima: Palestra,
2004; p. 228), entre otros.

135
Marco Carbajal

la aptitud para actuar las diversas situaciones jurídicas subjetivas procesales de ventaja
o de desventaja reconocidas por el ordenamiento procesal. Ello porque solo podrá
efectuar esta actuación, la persona que pueda disponer de los derechos que en el
proceso se hacen valer, lo que conlleva obviamente la validez de las diversas
situaciones jurídicas subjetivas procesales que actúe o realice.

Esta capacidad tiene como función primaria la protección de la parte capaz frente a una
llevanza inadecuada del proceso, así como sirve también al interés institucional de la
administración de justicia para una llevanza adecuada y responsable del proceso(90).

Un aspecto polémico que está en la esencia misma de la capacidad procesal, así


como en su estrecha vinculación con la capacidad de obrar del derecho civil, es la
forma como se adquiere: si con la simple mayoría de edad o alguna otra edad que
las normas materiales dispongan o por disposición expresa de la norma procesal.

Los que propugnan la primera tesis, optan por considerar de manera acrítica a la
capacidad procesal como la mera capacidad de obrar civil proyectada al ámbito del
derecho procesal, de ahí que se suela decir que entre ellas existe una relación de
identidad sustancial. Para esta concepción, la capacidad procesal no tiene ninguna
autonomía frente a su par, que es la capacidad de obrar civil.

En cambio, los que abrazan la segunda, señalan que la capacidad procesal “es
decidida y delimitada por la propia norma procesal”, caso contrario se
“desconocería el discurrir propio de la ciencia procesal”(91) o que “la capacidad
procesal la determina la propia norma procesal, siendo un concepto autónomo e
inconfundible con la capacidad de derecho material”(92).

Pienso que si bien es la norma procesal (o de naturaleza procesal) la que determina la


capacidad procesal, más aun si en sustento de esta posición podemos afirmar que existen
determinadas hipótesis expresas dentro de nuestro ordenamiento jurídico (artículos 407,
530, 533 y 557 del Código Civil; artículos 65, 85 y 99 del Código del Niño y del
Adolescente y parte in fine del segundo párrafo del artículo 480 del Código Procesal Civil)
donde se evidencia que en efecto se goza de capacidad procesal especial antelada (infra
4.2.2.1), sin que se cuente previamente con capacidad de obrar civil especial antelada; sin
embargo, no se puede desconocer que desde antiguo la capacidad procesal se ha endilgado

(90)
HESS, Burkhard; JAUERNING, Othman. Manual de Derecho Procesal Civil. Madrid: Marcial Pons,
Traducción de Eduard Roig Molés, 30va. edición revisada, 2015; p. 136.
(91)
MONROY GÁLVEZ, Juan. La formación del proceso civil peruano. Lima: Palestra, Escrito reunidos, 2da.
edición aumentada, 2004; p. 228.
(92)
CAVANI BRAIN, Renzo. Óp. cit.; p. 216.

136
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

únicamente a aquellas personas que cuentan de manera antelada con capacidad de


obrar civil, es decir, a raíz del goce de derechos civiles. Así lo reconoce, incluso, en
forma expresa nuestro Código Procesal Civil al prescribir en el artículo 58: “Tienen
capacidad para comparecer por sí a un proceso o para conferir representación
designando apoderado judicial, las personas que ´pueden disponer de los derechos que
en él se hacen valer´”; lo que importa admitir que este enunciado normativo condiciona
la existencia de la capacidad procesal a la ´disposición de los derechos que en el
proceso se hacen valer´, esto es cuando se tiene previamente capacidad de obrar.

Igual situación se presenta en los ordenamientos procesales como el español y el


alemán que otorgan capacidad procesal solo a aquellas personas que tienen el
´pleno ejercicio de los derechos civiles´ (artículo 7.1 de la Ley de Enjuiciamiento
Civil) o a aquellas que ´pueden obligarse contractualmente por sí mismo´ (§ 52
ZPO); ergo que tienen capacidad de obrar.

Entonces, argumentos como “desconocer el discurrir de la ciencia procesal” o que “se trate
de un concepto autónomo e inconfundible porque lo determina la norma procesal”, si bien
fortalecen la idea que es la norma procesal la que fija la capacidad procesal, pero no son
apoyaturas sólidas para considerarla como “un concepto autónomo e inconfundible con la
capacidad del derecho material”. Sobre todo, porque aquella no se puede construir
aisladamente o a espaldas de la capacidad de obrar (esto no es autonomía, sino
independencia), es más, como lo dijimos (supra 4), existen categorías, y esta es una de ellas,
que tienen que edificarse necesariamente con materias primas del derecho civil.

Creo que la única posibilidad de aceptar la aludida “autonomía” e “inconfundibilidad”


es a partir de los planos en los que cada una de estas capacidades juega. La capacidad
procesal es una “aptitud” que hace a la validez de los actos procesales (plano procesal)
y no así de los actos jurídicos (plano material), validez de estos últimos que depende de
la capacidad de obrar civil. En tal sentido, son los diferentes planos del ordenamiento
jurídico donde se proyecta la validez, los que permitirían aceptar la tan anhelada
“autonomía” e “inconfundibilidad”.

No en vano la doctrina ha sostenido que: “La capacidad procesal en consecuencia es la


contraparte de la (ilimitada) capacidad de obrar del derecho privado”(93); o “la capacidad de
actuar procesal es la otra cara de la plena capacidad de obrar y el derecho procesal se remite
al derecho civil para su determinación”(94) o que: “Al igual que la correlación entre
personalidad o capacidad jurídica y capacidad para ser parte o personalidad procesal, se

(93)
LEIBLE, Stefan. Proceso civil alemán. Bogotá: Biblioteca jurídica Dike, 2da. edición, 1998; p. 93.
(94)
HESS, Burkhard; JAUERNING, Othman. Óp. cit.; p. 136.

137
Marco Carbajal

viene considerando existente, con plena lógica y justificación, una correlación entre
capacidad de obrar y capacidad procesal o capacidad para comparecer en juicio”, “para
obrar válidamente en el proceso, se necesita, no ya de subjetividad jurídica, sino la
llamada capacidad de obrar”, “Parece lógico que las mismas razones que impiden a un
sujeto jurídico a vender o donar, por sí mismo, válidamente, lo que es suyo, impidan
que pueda, por sí mismo, realizar actos procesales válidos, comenzando por demandar
o por acudir al proceso –también por sí mismo– en calidad de demandado” (95). Igual
Liebman(96): “La capacidad de obrar consiste en el libre ejercicio de los propios
derechos y, por consiguiente, en la capacidad para realizar actos jurídicos: a ella
corresponde la capacidad procesal, o sea la capacidad de estar en juicio por sí”.

Sin perjuicio que esta disquisición teóricamente resulta interesante, lo cierto es


que, para cualquiera de las dos tesis, como regla, se cuenta con capacidad procesal
(sea general o especial antelada) cuando se tiene previamente capacidad de obrar
igualmente general o especial antelada.

Si esto es así (gozar de capacidad procesal cuando previamente se tiene capacidad de


obrar), no queda más que aceptar que la primera “es el reflejo procesal de la capacidad
de obrar en materia civil”(97)(98), obviamente sin soslayar las excepciones antes anotadas.

Decíamos que la capacidad de obrar civil, cuando se trata de personas naturales,


era asignada en función a criterios antropológicos; en tanto que, a las personas
jurídicas, se le atribuía en virtud de otros criterios, como el jurídico (supra 2.2).

(95)
DE LA OLIVA SANTOS, Andrés; DIEZ PICAZO GIMÉNEZ, Ignacio; VEGAS TORRES, Jaime;
BANACLOCHE PALAO, Julio. Óp. cit.; p. 85.
(96)
LIEBMAN, Enrico Tulio. Manual de Derecho Procesal Civil. Buenos Aires: EJEA, Traducción de
Santiago Sentís Melendo, 1980; p. 67.
(97)
FAIREN GUILLEN, Víctor. Óp. cit.; p. 286.
(98)
Posición diversa, aunque desde el ángulo de la distinta naturaleza de las situaciones jurídicas subjetivas que
se hacen valer con estas dos capacidades y no así desde la óptica de la norma que la consagra, es la asumida
por Priori y los autores citados por él (PROTO, CHIOVENDA, QUINTERO Y PRIETO), quien considera que
“la capacidad procesal no se corresponde con la capacidad de obrar civil. Las condiciones establecidas en el
derecho civil para poder desarrollar por sí mismo y válidamente las situaciones jurídicas privadas son
absolutamente diferentes a aquellas que se exigen para desarrollar las actuaciones procesales que, como se ha
dicho, son más bien de derecho público. En ese sentido, debe tenerse en consideración que los derechos
regidos por el derecho civil son esencialmente dispositivos, pero no así las situaciones jurídicas procesales,
por lo que el parámetro para poder considerar a alguien con capacidad procesal son diferentes para considerar
a alguien con capacidad para obrar civil” (2012; p. 49). Sin desconocer que la naturaleza de las situaciones
jurídicas del derecho civil son básicamente de carácter dispositivas o privadas y las del derecho procesal:
públicas; empero, independientemente de esta obviedad, no debemos olvidar que ambas capacidades como
regla se adquieren a la mayoría de edad, siendo que la material inclusive precede a la procesal.

138
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

A idéntica conclusión podemos arribar sobre la capacidad procesal tanto de las


personas naturales como de las jurídicas respectivamente; enfatizando que las personas
jurídicas por el solo hecho de ser sujetos de derecho procesal, ergo tener aptitud para
asumir las diversas situaciones jurídicas subjetivas procesales que el ordenamiento
procesal le reconoce, a fortiori deben poder también actuarlas. El problema que se
presenta respecto de estas es cómo ejercer la capacidad procesal, pues se tratan de
personas ideales, morales, o sea no físicas. Para solucionar aquel inconveniente, la
doctrina civilista ha construido la teoría del órgano (orgánica); teoría que mutatis
mutandi, proponemos también sea el sustento del ejercicio de aquella.

El rol trascendente que juega la capacidad procesal para la validez y eficacia de las diversas
actuaciones procesales, obliga a exigirla a todos los sujetos intervinientes en el proceso
(peritos, testigos), incluido el juez, quien además debe tener competencia (atributo que le es
muy propio solo y únicamente al órgano jurisdiccional). Así Monroy considera que esta
aptitud es extensible a “todo sujeto procesal que pretende realizar un acto procesal”(99). Ca-
vani de manera similar sostiene que esta exigencia no debe ser atribuible “solo a las partes,
sino también a sus representantes e incluso a sus abogados”(100). Por lo demás, proponemos
que la taxonomía (por su utilidad(101)) esbozada para la capacidad de obrar civil (general y
especial antelada y pospuesta), sea compartida íntegramente por la capacidad procesal.

Esto quiere decir que en materia procesal no existirá, a favor de los menores que estén en
condiciones de ´formarse sus propios juicios´, capacidad procesal natural como
contrapartida de la capacidad natural propia del derecho civil que si la tienen;
fundamentalmente porque debido a la naturaleza de los actos a los que está referida, que
son de contenido exclusivamente personal; como, por ejemplo, ejercer su objeción de
conciencia o que tengan en cuenta sus opiniones o que gocen de libertad de tránsito (supra
2.3), estos son imposibles de poder ser tutelados desde el punto de vista jurisdiccional.

(99)
MONROY GÁLVEZ, Juan. “La postulación del proceso hoy”. En: Temas de derecho procesal 2. 1ra.
edición, Biblioteca de Derecho Procesal, N° 17. Lima: Communitas, 2017. p. 45.
(100)
CAVANI BRAIN, Renzo. Óp. cit.; p. 213.
(101)
“Los juristas creen que las clasificaciones constituyen la verdadera forma de agrupar las reglas y los
fenómenos, en lugar de ver en ellas simples instrumentos para una mejor comprensión de estos (…). No se
advierte que no tiene sentido refutar como ´falsa´ una clasificación –o sus resultados– y postular en su
reemplazo otra ´verdadera´, como si se tratara de dos modos excluyentes de reproducir con palabras ciertos
parcelamientos y subdivisiones que están en la ´naturaleza de las cosas´. Las clasificaciones no son ni
verdaderas ni falsas, son serviciales o inútiles; sus ventajas o desventajas están supeditadas al interés que guía
a quien las formula y a su fecundidad para presentar un campo de conocimiento de una manera más fácilmente
comprensible o más rica en consecuencias prácticas deseables” (CARRIÓ, Genaro R. Notas sobre derecho y
lenguaje. Buenos Aires: Abeledo Perrot, 4ta edición corregida y aumentada, 1994; p. 99).

139
Marco Carbajal

4.2.1. Capacidad procesal general

Si la capacidad procesal “es el reflejo procesal de la capacidad de obrar en materia


civil”, qué duda cabe, entonces, que la adquisición de la primera se produce a
consecuencia de la asunción de la segunda. O sea, la capacidad de obrar civil se erige
como un prius respecto de la capacidad procesal que vendría a ser un posterius.

Al no existir norma procesal que establezca expresamente cómo se adquiere


aquella, se colige, como regla, que es generada de manera automática por la
mayoría de edad (mayoridad, full age), salvo que se trate de una persona mayor de
edad que ha sido declarada judicialmente interdicta, en cuyo caso no gozará de este
tipo de capacidad procesal (supra 2.2.1).

La característica de esta capacidad, al igual que la capacidad legal de obrar general, en


cuanto a su extensión, es que es plena (vale para todos los posibles procesos a interponerse,
así como para todo tipo de actos procesales a ser realizados al interior del proceso).

4.2.2. Capacidad procesal especial

Como toda regla tiene su excepción, la capacidad procesal también puede ser adquirida a
una edad menor o mayor a los 18 años. Para este conjunto de excepciones proponemos el
nombre de capacidad procesal especial, la cual dependiendo de si es adquirida antes de los
18 años la llamaremos antelada, y si es posterior la denominaremos pospuesta.

Esta hipótesis de capacidad, como se verá (infra 4.2.2.1, 4.2.2.2), en atención a la


amplitud de los posibles procesos a interponerse y los actos procesales a ser
realizados, puede ser plena o semiplena.

4.2.2.1. Capacidad procesal especial antelada

Es la adquirida antes de los 18 años, y puede ser plena o semiplena.

Hess y Jauerning no se muestran partidarios de admitir que la capacidad procesal pueda


recibir limitaciones o graduaciones en atención a su extensión. Sostienen que: “El derecho
procesal no reconoce capacidades de actuar parciales o limitadas, como sí ocurre en el
derecho civil (con la capacidad de obrar limitada de los §§ 106 y ss. BGB). La inseguridad
jurídica que conlleva esas capacidades limitadas (vid. el § 107 BGB) no es compatible con
la necesidad de situaciones claras propias del Derecho procesal: una parte, pues, es capaz
de actuar en el proceso o no lo es, aunque sí es posible que la capacidad de obrar (y, con

140
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

ella, la capacidad de actuar en el proceso) solo falte para una serie determinada de
actuaciones”(102).

Sin embargo, luego al convenir que: “Carecen también de capacidad para actuar en el
proceso los menores con capacidad de obrar limitada (§ 106 del BGB), que no puedan
actuar por sí mismos ni siquiera con la conformidad de su representante legal (como
prevé para el derecho civil el § 107 del BGB). Pero en la medida en que el menor sea
plenamente capaz para determinado tipo de actuaciones (§§ 112, 113 BGB), tiene
también capacidad para actuar en procesos en tales ámbitos” o que: “Una persona
sometida a tutela que se encuentra sometida a la necesidad de autorización del tutor es,
en esa medida, una persona con capacidad de obrar limitada (§§ 1903 I 2 BGB). En
consecuencia, carecerá por lo general de capacidad de actuar en el proceso, pero en
la medida en que la persona tutelada pueda actuar sin necesidad de autorización del
tutor, es capaz de obrar para esas actuaciones y, en consecuencia, capaz de actuar en
el proceso”(103); estos autores admiten a través de un circunloquio, la existencia de
hipótesis de capacidad procesal limitada o semiplena.

Ejemplo de capacidad procesal especial antelada plena, es la adquirida por los


mayores de 16 años a consecuencia de haber contraído matrimonio o por haber
obtenido título oficial que les autorice a ejercer una profesión u oficio (primer y
segundo párrafo del artículo 46 del Código Civil); y decimos que es plena, además
de irrevocable, porque esta capacidad procesal autoriza potencialmente a
interponer cualquier tipo de proceso y a realizar toda clase de actos procesales, sin
restricción alguna. En otras palabras, no está referida solo para asuntos de derecho
de familia conforme erradamente se suele pensar(104).

Y ejemplos, de capacidad procesal especial antelada semiplena, es la prevista en los


incisos 2, 3 y 4 del artículo 46 del Código Civil, toda vez que permiten a los mayores de 14
años que tengan la condición de progenitores, a interponer demandas, pero solo respecto de
las pretensiones descritas en los numerales anteriores(105); esto es, no podrían verbigracia, en
virtud de este tipo de capacidad procesal especial, demandar desalojo por cualquiera

(102)
HESS, Burkhard; JAUERNING, Othman. Óp. cit.; p. 136.
(103)
Ídem.; p. 137.
(103)
En la línea de considerar a este supuesto de capacidad procesal como limitada para ´determinadas materias de
familia´, se encuentra Franciskovic (FRANCISKOVIC INGUNZA, Beatriz. Óp. cit.; p. 283).
(104)
“Así, una madre menor de 14 años puede demandar alimentos para su hijo, aun cuando sea incapaz absoluta
desde la perspectiva del derecho civil, esto es, aunque no tenga capacidad de ejercicio y tampoco capacidad
procesal para proponer otra pretensión que no sea la descrita” (MONROY GÁLVEZ, Juan. “La postulación
del proceso hoy”. En: Temas de derecho procesal 2. N° 17. Lima: Communitas, 1ra. edición, Biblioteca de
Derecho Procesal, 2017; pp. 45-46).

141
Marco Carbajal

de las causales previstas en el ordenamiento jurídico vigente o cumplimiento de


contrato, ni ninguna otra pretensión no prevista en los indicados incisos. A esta
misma modalidad de capacidad, pertenecen los artículos 407, 530 y 557 del Código
Civil, artículos 65 y 99 del Código del Niño y del Adolescente (106) y artículo 8.1 de
la Ley Procesal del Trabajo(107).

Priori, en una posición que comparto, a partir de lo dispuesto por el artículo 1358 del
Código Civil que permite a los menores no privados de discernimiento ´celebrar todo
tipo de contratos relacionados con las necesidades ordinarias de su vida diaria´,
concluye, sin que exista norma alguna que lo autorice, que estos se encuentran
habilitados para poder demandar conforme a lo prescrito por el artículo 58 del Código
Procesal Civil, respecto a los derechos que surjan de aquellos contratos(108). Este caso
sería una hipótesis más de esta modalidad de capacidad procesal que estamos tratando.

Otros supuestos de capacidad procesal especial antelada y semiplena (limitada) pero


esta vez no tanto para que el menor de edad pueda demandar pretensiones, sino
fundamentalmente para actuar determinados actos procesales, como ser oído por el
juez, son las previstas en el artículo 533 del Código Civil, artículo 85 del Código del
Niño y del Adolescente(109) y artículo 480 segundo párrafo del Código Procesal Civil.

Allí, donde encontremos una norma que autorice a un menor a interponer una
determinada pretensión o a realizar un determinado acto procesal, nos encontraremos
frente a un supuesto de capacidad procesal especial antelada y semiplena.

4.2.2.2. Capacidad procesal especial pospuesta

Comprender cuándo surge esta capacidad no es difícil, pues debe entenderse desde el
término mismo ‘pospuesta’, que se la adquiere pasados los 18 años, precisando que por

(105)
En contra de esta posición, se encuentra Varsi para quien los artículos del Código Civil y del Niño y del
Adolescente antes glosados, son ejemplos de capacidades –entiéndase de obrar civil– especiales (VARSI
ROSPIGLIOSI, Enrique. Óp. cit.; p. 871).
(106)
“El artículo 8.1 de la NLPT presenta una modificación sustancial a la legislación procesal peruana, que
constituye una innovación trascendental en aras de favorecer el derecho fundamental de los menores de edad
al acceso a los órganos jurisdiccionales en tutela de sus derechos. En este sentido, la mencionada norma otorga
capacidad procesal a los menores de edad, quienes pueden comparecer en un proceso sin la necesidad de
contar con representante legal” (PRIORI POSADA, Giovanni F.; CARRILLO TEJADA, Santiago; GLAVE
MAVILA, Carlos; PEREZ-PRIETO DE LAS CASAS, Roberto; SOTERO GARZÓN, Martín. Comentarios a
la nueva ley procesal del trabajo. Lima: Ara editores, 2011; p. 90).
(107)
PRIORI POSADA, Giovanni. Óp. cit.; p. 50.
(108)
Para Varsi, los dos artículos citados (533 y 85), no constituyen supuestos de capacidad procesal especial, sino
de capacidades –léase de obrar civil– especiales (VARSI ROSPIGLIOSI, Enrique. Óp. cit.; p. 871).

142
La capacidad procesal a partir del concepto lógico jurídica de la capacidad

su extensión es semiplena, al encontrarse limitada solo y únicamente para


determinadas pretensiones.

El inciso 2 del artículo 378 del Código Civil prescribe que para adoptar a un menor, el
adoptante debe tener como edad mínima: la sumatoria de la suya y la del propio menor;
entonces, las pretensiones que emerjan de este acto jurídico, van a poder ser demandadas
solo después de la celebración del mismo, lo que importa aceptar que en estos casos la
capacidad procesal para recurrir al órgano jurisdiccional, recién podrá ser ejercida más allá
de los 18 años, esto es a partir de la edad antes requerida (producto de la sumatoria).

5. Conclusiones

El estudio de la capacidad para ser parte (o simplemente sujeto de derecho procesal) y


de la capacidad procesal, no pueden ser analizadas solo y únicamente desde la vera del
derecho procesal. Su autonomía (que no es independencia y menos indiferencia), pero
sobre todo su carácter de instrumental respecto del derecho material, obliga a que sus
instituciones (en este caso: capacidad para ser parte y capacidad procesal) tengan que
ser abordadas necesariamente no solo a la luz del derecho material que debe proteger
(para evitar incongruencias entre el derecho tutelado y el instrumento destinado a su
tutela), sino muchas veces con insumos propios del derecho protegido (derecho civil).

La capacidad para ser parte (sujeto de derecho procesal) si bien se identifica con la
capacidad de goce (sujeto de derecho), es una figura de más amplio espectro, sobre
todo porque al tener sustrato constitucional (derecho a la dignidad y a la tutela
jurisdiccional efectiva), se encuentra comprometida con la finalidad de permitir un
mayor acceso a los órganos jurisdiccionales para una oportuna, adecuada y eficaz
protección de los derechos llevados al proceso.

Por su parte la capacidad procesal (sea la general o la especial antelada o


pospuesta), sin confundirla con la capacidad de obrar pues los planos donde
proyectan su validez son diferentes (plano procesal y material respectivamente),
como regla, salvo algunas excepciones ya referidas, requiere como presupuesto la
existencia de esta última (también general o especial antelada o pospuesta).

Finalmente, la capacidad procesal presupone la capacidad para ser parte, más no


así a la inversa, es decir, se puede tener capacidad para ser parte, pero no gozar de
capacidad procesal. En este caso, el incapaz no podrá acceder por sí mismo a los
tribunales, pero eso no le impide que lo pueda hacer por medio de su representante.

143
Marco Carbajal

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148
Reflexiones en torno a la regulación de
excepciones de oscuridad y ambigüedad en el
modo de proponer la demanda(*)
Manuel Enrique Valverde Gonzáles(**)

Exceptionem objiciens non videtur de intentioneadversariiconfiteri.

(Quien opone excepciones dilatorias, no confiesa por


eso la justicia de la demanda)

Sumilla

A través de este artículo el autor comenta e invita a reflexionar acerca de


la regulación de las excepciones procesales presentes en el artículo 446
inciso 4 del Código Procesal Civil, específicamente las de oscuridad y
ambigüedad en el modo de proponer una demanda. Para lo cual analiza
las excepciones procesales en conjunto con el derecho a la tutela
jurisdiccional efectiva, presente tanto en la Constitución Política del Perú
como en el Título Preliminar del Código Procesal Civil.

Palabras Clave

Excepciones procesales – Excepción de oscuridad – Excepción de


ambigüedad – Presupuestos procesales – Requisitos de la demanda

(*)
Este artículo fue recibido el 4 de abril del 2018 y su publicación fue aprobada el 11 de junio del 2018.
(**)
Abogado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

149
Manuel Enrique Valverde Gonzáles

1. Introducción

Previamente a reflexionar sobre unas de las excepciones procesales reguladas en


nuestro Código Procesal Civil (en adelante CPC), conviene esbozar un marco general
sobre el ejercicio de la acción, conceptuada esta como un medio para solicitar la tutela
jurisdiccional efectiva. Garantía constitucional que resulta de aplicación válida tanto
para la parte demandante como para la parte emplazada, pues se entiende que ambas
deben de estar en un mismo plano de igualdad de armas para poder ejercer las defensas
de sus respectivos derechos, sea en vía de acción como en vía de reacción.

En ese sentido, consideramos que la tutela jurisdiccional efectiva que consagra tanto
nuestra Constitución Política como el CPC no solo concierne única y exclusivamente a
quien incoa un proceso, sino también, y con tanta o mayor razón, a la parte accionada
en un proceso civil o cualquier otro que intervenga en el proceso. Defensa que, sin
duda, se deberá ejercer dentro de los cánones legales predeterminados.

Bajo ese contexto, será un proceso viciado si no se le otorga, a quien ocupa la


situación jurídica de demandado, el derecho de discutir la pretensión dirigida en su
contra. Ese derecho a debatir la pretensión encaminada en contra suya se debe
traducir, por ejemplo, en el derecho a acreditar la insustentabilidad de las
afirmaciones del accionante, de impugnar las decisiones judiciales que considere le
causan agravio o, en todo caso, que estas no expresen o contengan un hecho cierto.

Esta defensa, se denomina derecho de contradicción que, al decir de la doctrina


procesal, es idéntico al derecho de acción, solamente diferenciándose de este
último porque no comparte las cualidades de ser libre ni autónomo, sino que
depende de que previamente alguien inicie un proceso para que recién nazca este
derecho de contradicción, siendo igual en todas sus demás características.

A la obligación jurídica del Estado de prestar la actividad jurisdiccional al demandante,


corresponde, por otro lado, un derecho individual del demandado para que se le conceda dicha
prestación. Por la contradicción, el demandando tiene derecho a pretender y el Estado, mediante
el órgano jurisdiccional competente, a conceder la prestación jurisdiccional.

El derecho de contradicción, que en nuestro medio jurídico se puede plantear no


solo con la contestación sino, también, con la reconvención, no es sino una
modalidad del derecho de acción y se le otorga al demandado para que, mediante el
proceso y por una sentencia, se decida su pretensión(1).

(1)
MONROY CABRA, Marco Gerardo, Principios de Derecho Procesal Civil. Bogotá: Temis, 3era. edición,
1988; p. 161.

150
Reflexiones en torno a la regulación de excepciones de oscuridad y ambigüedad ...

Lo dicho tiene ligazón con el denominado principio del contradictorio que, en


palabras del inolvidable procesalista Enrico Tullio Liebman, se relaciona con el
hecho de que el juez no puede proceder ni juzgar sin haber llamado previamente
ante sí a todas las partes para escuchar sus razones (audiatur et altera pars).

Es una elemental exigencia de justicia dar a todas las partes la ocasión y la posibilidad
de defenderse antes de que el juez pronuncie su juicio. Naturalmente, la parte
convocada es libre de hacer o no hacer uso de esa oportunidad que se le ofrece de
hacerse escuchar por el juez. El punto basilar es que se le dé esa oportunidad de
contradecir; cosa distinta es que el accionado decida hacer o no uso de esa oportunidad.

El principio imprime a todo el procedimiento una estructura contradictoria, en


cuanto el juez procede frente a todas las partes y estas deben poder asistir a su
desarrollo y defender y probar sus razones en condiciones de igualdad. Son estas,
como otras tantas, garantías del pronunciamiento de una decisión lo más
posiblemente fundada en derecho y justifica aquella particular inmutabilidad que es
una característica exclusiva de los actos jurisdiccionales, autoridad de cosa juzgada,
limitada naturalmente solo a las partes y solo al objeto del juicio(2).
(2)
LIEBMAN, Enrico Tullio. Manual de Derecho Procesal Civil. (Santiago Sentís Melendo). Buenos Aires:
EJEA, 1980; p.8
En igual sentido se pronunciaba Calamandrei cuando señalaba que todo proceso, para constituirse, necesita
por lo menos de dos partes: la que invoca la providencia del juez, y aquella contra la cual se invoca dicha
providencia. Las partes, por consiguiente, no se encuentran en el proceso en idéntica posición: el principio de
igualdad de las partes no puede destruir esta diversidad de posición inicial, proveniente del hecho de que la
invocación al juez provenga, no de las dos partes a la vez, sino de una sola de ellas, que, mediante la
proposición de la demanda, toma voluntariamente la iniciativa del proceso contra la otra parte, que sin su
voluntad se encuentra envuelta en la relación procesal y constreñida a sufrir sus efectos. Hay, pues, en todo
caso, entre las partes del proceso, una relación de necesaria reciprocidad: un sujeto activo y un sujeto pasivo:
una parte que ataca, y otra que resiste. En el proceso de cognición, esos dos sujetos se denominan,
respectivamente, actor y demandado (actor y reus del proceso romano: la expresión conventus es de la baja
latinidad, e indica etimológicamente la parte que es invitada por el actor a comparecer con él, venire cum, ante
el juez). Pero las denominaciones varían según los tipos y fases del procedimiento.
Esta diferente posición inicial de las partes, proveniente del hecho de que una acciona y la otra soporta, puede
tener otras consecuencias en el curso del proceso: la posición de actor implica, por lo común, mayores cargas
(por ejemplo: a los efectos de la competencia, actor sequiturforumrei; a los efectos de la carga de la prueba, es
el actor quien tiene que probar primeramente los hechos constitutivos del derecho que afirma), pero, por otra
parte, la posición de demandado implica la desventaja táctica que ofrece siempre la defensiva respecto de la
ofensiva: si, por ejemplo, el actor ha propuesto una acción de condena, el riesgo de ser condenado incumbe
únicamente al demandado, que tiene que luchar, no para obtener la condena del adversario, sino para evitar la
suya propia. Sin embargo, también el equilibrio táctico inicial puede establecerse mediante la reconvención,
con la cual el demandado, atacado por el actor, en vez de mantenerse a la defensiva, pasa a su vez al
contraataque: frente a la demanda del actor propuesta contra el demandado, este, convirtiéndose en actor a su
vez, propone en el mismo proceso una demanda contra el actor originario, que, en relación con esta demanda
propuesta contra él, asume, a su vez, la posición

151
Manuel Enrique Valverde Gonzáles

El derecho a la defensa puede manifestarse de tres maneras, que no son


excluyentes entre sí, pudiendo ejercerse de consuno o separadamente:

a) Defensa de fondo: Referida a los argumentos que vaya a esgrimir la parte emplazada
para desvirtuar las afirmaciones de su contraria; estos alegatos están ligados al tema de
fondo, como cuando se aduce que el accionante no tiene derecho a que se satisfaga la
pretensión que sostiene en su demanda.
b) Defensa previa: Consiste en el cuestionamiento que el accionado hace con relación a
la oportunidad en que se ha iniciado el proceso, y que tiene que ver con que el
demandante haya estado obligado a realizar actos previos a la interposición de su
demanda. El clásico ejemplo es el Beneficio de Inventario o el Beneficio de Excusión a
los que hace referencia el artículo 455 del CPC(3).
c) Defensa de forma: Esta última es la que nos interesa por referirse a las excepciones
procesales que pueden plantearse por la parte demandada con el objeto de impedir la
prosecución del proceso, ya sea dilatándolo, para que sean subsanadas las omisiones
detectadas, o cortándolo definitivamente ante la posibilidad de su amparo(4).

En esa misma línea de análisis, para efectos didácticos, resulta pertinente hacer
alusión a lo que comúnmente denominamos los presupuestos procesales y las
condiciones de la acción)(5), así como a los elementos que configuran la pretensión.

Con relación a los primeros, los presupuestos procesales serían: (i) La Competencia(6); (ii)

de demandado. Así, las posiciones iniciales se invierten, y ambas partes aparecen a la vez, según se trate de la
demanda principal o de la reconvencional, como atacantes o atacadas.
CALAMANDREI, Piero. Instituciones de Derecho Procesal Civil. (Santiago Sentís Melendo). Buenos Aires:
Librería El Foro, Volumen II, 2002; pp. 303-305.
(3)
Para el tema de las excepciones materiales, véase MIRANDA VÁZQUEZ, Carlos. Las excepciones
materiales en el proceso civil. Barcelona: Bosch, 2016.
(4)
Para el estudio que sobre las diversas acepciones le da al vocablo “excepciones”, véase TORRES AGUILAR,
Manuel. “La excepción dilatoria en el derecho procesal (siglos XVI-XVII)”. En: Cuadernos de Historia del
Derecho, Universidad Complutense. N° 20. Madrid, 2013; pp. 191 y ss.; CALAMANDREI, Op. Cit., vol. I,
pp. 355 y 356; COUTURE, Eduardo J., Fundamentos del derecho Procesal Civil. Buenos Aires: Depalma,
3era. edición, reimpresión inalterada,1977; pp. 89-90; también BOULIN, Alejandro. “El impedimento de
incompetencia. Algunos aspectos de la declaración de incompetencia”. En: Revista de Derecho Procesal
Defensas y Excepciones-I, N° 2. Buenos Aires, 2003; pp. 64 y ss.
(5)
CHIOVENDA, Giussepe. Principios de derecho Procesal Civil. Madrid: Reus, Tomo I. Trad. José Casáis y
Santaló, 1922; pp. 114-115.
(6)
Que a decir de Liebman, entre los numerosos órganos de la autoridad judicial ordinaria, a los que la función
jurisdiccional está conferida según las reglas y con las limitaciones que impone la ley; el ejercicio de la
función jurisdiccional está distribuido en modo tal que cada uno tenga de ella una fracción, una parte, que
constituye su competencia, en cuyo ámbito, y no fuera de él, puede ejercitar sus funciones. Se dice por eso
que la competencia es la cantidad de jurisdicción asignada en ejercicio a cada órgano, o sea la “medida de la
jurisdicción”. Esto es, la misma determina, para cada órgano singular, en qué casos, respecto de qué
controversias, el mismo tiene el poder de proveer y correlativamente delimita en abstracto del grupo de

152
Reflexiones en torno a la regulación de excepciones de oscuridad y ambigüedad ...

La Capacidad procesal(7) (o legitimatio ad processum), consiste en el libre ejercicio de


los propios derechos y, por consiguiente, en la capacidad de realizar actos jurídicos y
por ende procesales); y (iii) Requisitos de la demanda: Son los que la ley procesal
señala como exigencias esenciales para presentar el escrito de demanda, que vienen
regulados en el artículo 424 del CPC. Este último presupuesto procesal es el que tiene
directa relación con la excepción de oscuridad o ambigüedad en el modo de proponer
la demanda, que será materia de nuestras reflexiones más adelante.

controversias que le son atribuidas. LIEBMAN. Óp. cit.; pp. 41-42.


Igualmente, Calamandrei anota que: “La competencia es, pues, ante todo, una determinación de los poderes
jurisdiccionales de cada uno de los jueces; pero, como esa limitación de poderes se manifiesta prácticamente
en una limitación de las causas sobre las cuales puede ejercerlos cada juez, el concepto de competencia se
desplaza así, por un fenómeno de metonimia: de medida subjetiva de los poderes del órgano judicial, pasa a
ser entendida, prácticamente, como medida objetiva de la materia sobre la cual está llamado en concreto a
proveer el órgano judicial, entendiéndose de este modo por competencia de un juez el conjunto de causas
sobre las cuales puede él ejercer, según ley, su fracción de jurisdicción”. CALAMANDREI. Volumen II. Óp.
cit.; p. 137.
Por su lado Couture menciona que: “Hasta el siglo XIX los conceptos de jurisdicción y competencia aparecen
como sinónimos. Indistintamente se alude a la falta de jurisdicción como falta de competencia en sentido
material, o en sentido territorial, o aún para referirse a la función. Pleonásticamente se llega a hablar de
incompetencia de jurisdicción. En el siglo XX, por regla general, se ha superado este equívoco, pero quedan
abundantes residuos en la legislación y en el leguaje forense. La competencia es una mediada de jurisdicción.
Todos los jueces tienen jurisdicción; pero no todos tienen competencia para conocer en un determinado
asunto. Un juez competente es, al mismo tiempo, juez con jurisdicción; pero un juez incompetente es un juez
con jurisdicción y sin competencia. La competencia es el fragmento de jurisdicción atribuido a un juez. La
relación entre la jurisdicción y la competencia es la relación que existe entre el todo y la parte. La jurisdicción
es el todo; la competencia es la parte: Un fragmento de la jurisdicción. La competencia es la potestad de
jurisdicción para una parte del sector jurídico: aquel específicamente asignado al conocimiento de
determinado órgano jurisdiccional. En todo aquello que no le ha sido atribuido, un juez, aunque sigue teniendo
jurisdicción, es incompetente”. COUTURE. Óp. cit.; pp. 28-29.
(7)
Al respecto, en cuanto a la distinción que se debe hacer entre esta institución y la Legitimación para Obrar,
Calamandrei señalaba que: “Hay que recordar también, para evitar igualmente las desorientaciones
conceptuales a que pueden dar lugar las confusiones terminológicas, que la capacidad procesal de que hasta
ahora hemos hablado, y que hay quien llama también legitimación procesal (legitimatio ad processum) no
tiene nada que ver, pese a la similitud de las palabras, con la legitimación para accionar y para contradecir
(legitimatio ad causam). Mientras la legitimación ad causam es un requisito de la acción en sentido concreto
que el derecho sustancial regula caso por caso en función de una determinada causa, esto es, de aquella
determinada relación controvertida de que se discute en aquel proceso, la capacidad procesal, o legitimación
ad processum, es un requisito que atañe al proceso en general, y cuya falta hace sentir sus efectos sobre la
relación procesal, independientemente de toda referencia a la relación sustancial controvertida. La indagación
acerca de la capacidad procesal es, naturalmente, preliminar (como la indagación sobre cualquier otro
“presupuesto procesal”) a la indagación acerca de la legitimación ad causam (que atañe al fondo): si la parte
en causa no tiene la capacidad procesal, el proceso no es regular, y el juez no puede entrar a examinar si la
parte tiene razón en el fondo, ni, por tanto, si está ella, en el fondo, concretamente legitimada para hacer valer
el derecho controvertido; y viceversa, aunque la parte sea procesalmente capaz, puede ocurrir que en el fondo
resulte que carezca ella de legitimación para hacer valer aquel derecho, y que, por tanto, su demanda sea
rechazada por tal defecto en el fondo”. CALAMANDREI, Volumen II. Óp. cit.; p. 375.

153
Manuel Enrique Valverde Gonzáles

Por el lado de las condiciones de la acción se consideran las siguientes: (i) Voluntad de la
ley o amparo legal (o caso justiciable), que se refiere a la necesidad que toda pretensión
procesal tenga sustento en un derecho que, a su vez, tenga apoyo en el ordenamiento
jurídico; (ii) Interés para obrar o interés procesal; con la que se entiende que una parte
tendrá interés para obrar cuando su presencia en el proceso se deba a una ineludible
necesidad de recurrir ante el órgano jurisdiccional para reclamar un derecho que cree le
asiste, en defecto de haber agotado todas aquellas otras posibilidades que el ordenamiento
jurídico le franquea para hacer efectivo su interés. Esto es, que no exista otra manera de
solucionar el conflicto de intereses que se ha originado sino es a través de la actuación del
órgano jurisdiccional(8). Y finalmente la (iii) Legitimación para obrar, también denominada
legitimatio ad causam, que es aquella que se da cuando las partes materiales, que conforman
una relación jurídica sustantiva, lo son también de la relación jurídica procesal.

Se conceptúa a la legitimación para obrar como la cualidad que corresponde a los sujetos
de la relación jurídica sustancial, cuando esta última sea deducida en juicio, para ser parte
activa y pasiva, pues solo cuando estas personas figuren como partes en el proceso, la
pretensión procesal podrá ser examinada en cuanto al fondo(9). Justamente, la forma de
plantear la pretensión va relacionada con la excepción de oscuridad o ambigüedad en el
modo de proponer la demanda(10) que es el propósito del presente comentario.

En cuanto atañe a la pretensión, se refiere al pedido concreto y específico realizado


por una de las partes en el proceso para obtener un determinado pronunciamiento
jurisdiccional dirigido a la satisfacción de tal solicitud. El hecho de aludir a partes
en el proceso nos lleva a ubicar, por un lado, al demandante y, en el lado contrario,
al demandado; en tanto que al referirnos a la específica solicitud, nos conduce a
mencionar los elementos objetivos de la pretensión: (i) El objeto, denominado
también petitum y (ii) El título o causa petendi.

La pretensión debe tener basamento jurídico; esto es, debe invocarse un derecho subjetivo
que sustente el reclamo; por lo que debe sustentarse en ciertos hechos, cuya acreditación o
desacreditación posterior se dará durante la actividad probatoria, lo que permitirá que la
pretensión contenida en la demanda sea declarada fundada o desestimada. Esta cuestión
fáctica se vincula a los fundamentos de hecho de la demanda; por lo que, estos

(8)
Como ejemplo de ello tenemos la inconstitucional exigencia de la conciliación prejudicial, que de no
realizarse previamente es causa de improcedencia de la demanda por ausencia de interés para obrar, tal cual lo
regula el artículo 6 de la Ley N° 26872.
(9)
CALAMANDREI, Volumen I. Óp. cit.; pp. 261 y ss.
(10)
En cuanto concierne a la variedad de definiciones que sobre la acción y pretensión se dan, resulta pertinente
remitirnos a la obra de ARIANO DEHO, Eugenia: “Prescripción, ‘cuestiones’ declarables de oficio y cosa
juzgada” en su libro Problemas del proceso civil. Lima: Jurista editores, 2003; pp. 111-112.

154
Reflexiones en torno a la regulación de excepciones de oscuridad y ambigüedad ...

dos elementos de la pretensión procesal, los fundamentos de derecho y, de hecho,


conjuntamente, se denominan causa petendi, iuris petitum o iuris petitio. La causa petendi
está formada por el conjunto de hechos esenciales contemplados en la situación de ventaja
objetiva que sirven de base a la obtención de las consecuencias jurídicas pretendidas por la
parte en el proceso en un determinado momento en el tiempo y espacio(11).

En suma, la pretensión procesal tiene un elemento central que es el pedido


concreto; es decir, aquello que en el campo de la realidad es lo que el accionante
quiere que sea mediante una declaración del órgano jurisdiccional. Este elemento
es denominado petitorio petitum.

2. De las excepciones en general

Como ya anticipáramos líneas antes, es intención nuestra reflexionar sobre el trámite en


la proposición de las excepciones de oscuridad o ambigüedad en el modo de proponer
la demanda. Sabido es por todos que la materia de las excepciones ha sido objeto de
análisis desde antiguo. Por ello, sin pretender remontarnos a las lejanas épocas del
Derecho Romano, conviene atisbar un poco en nuestra tradición hispana, cuyos
tratadistas fueron acuciosos en tratar las defensas que podía esgrimir el demandado en
la protección de sus intereses cuando era emplazado con una demanda.

Ahora bien, nuestros cuerpos procesales republicanos, con mayores o menores diferencias,
en cuanto a su enumeración, han regulado las excepciones procesales. Por ejemplo, el
anterior Código de Procedimientos Civiles de 1912 clasificaba las excepciones en dilatorias
y perentorias, cuyas mismas denominaciones ya nos dan una clara idea de sus fines en el
proceso(12). En ese sentido, tanto en el citado cuerpo procesal como en nuestro actual CPC,
se ha dado por sentada la idea que las excepciones procesales están dirigidas solo a
cuestionar los aspectos formales de la relación procesal(13).

(11)
GUIMARAES RIBEIRO, Darci. La pretensión procesal y la tutela judicial efectiva., Barcelona: Bosch, 2004;
p. 148.
(12)
En opinión de Eugenia Ariano la distinción entre excepciones dilatorias y perentorias ha desaparecido en los
derechos modernos. ARIANO. Óp. cit.; p. 103.
No obstante, ello, en el proyecto elaborado por el grupo de trabajo encargado de proponer mejoras al Código
Procesal Civil, se hace alusión a las excepciones dilatorias y perentorias, tal cual se constata del proyectado
artículo 450, cuyo texto ha sido publicado por Resolución Ministerial N° 070-2018-JUS, del 5 de marzo de
2018; empero, no se indica cuáles de ellas, que están contendidas en el catálogo del artículo 446 propuesto,
son de una u otra naturaleza o clase.
(13)
Ariano discrepa de esta posición, señalando que, por ejemplo, la prescripción no ataca a una formalidad
procesal sino a la pretensión misma.
ARIANO. Óp. cit.; pp. 111 y ss.

155
Manuel Enrique Valverde Gonzáles

Al respecto, el procesalista indiano Juan de Hevia Bolaños, al tratar sobre las


clases de excepciones, indicaba que:

“Excepciones dilatorias son las que dilatan, y difieren la causa, impidiendo su


ingreso, y prosecución; pero no la extinguen, acaban, ni rematan del todo, como lo
dice una ley de Partida. De lo dicho se sigue ser excepción dilatoria la
incompetencia de jurisdicción, litis pendencia, declinatoria del Juez en la causa y
todas las demás que a su persona tocaren para excluirle del conocimiento de ella,
como consta de una ley de Partida y otra de la Recopilación.

Síguese asimismo ser excepción dilatoria que toca a la persona de la parte, por
no serlo legítima para aparecer en juicio en la causa, respeto de los defectos, y
casos porque no lo puede hacer; y lo mismo se entiende de su Procurador,
como consta de una ley de Partida.

Asimismo de lo dicho, se sigue ser excepción dilatoria la del incierto, u


obscuro libelo de la demanda, o pedir antes del tiempo que se debía, o como
no se debía, como está definido en el derecho civil y real”(14).

Igualmente, cuando se ocupa de las excepciones perentorias, las define como:

“Excepción es la exclusión de la acción, y defensión es la repulsa de la intención


del Actor, como lo dice Diego Pérez. Y las excepciones, y defensiones
peremptorias son las que del todo extinguen el derecho, e intención del Acto, con
que se fenece la causa y así no la dilatan, ni difieren, ni impiden su ingreso; sino
que se van tratando con el pleyto principal, y con él se determinan en la definitiva,
como consta de unas leyes de Partida, explicadas por Gregorio López.

Aunque las excepciones dilatorias, y que se pueden poner por tales para
impedir el ingreso del pleyto, se han de poner antes de la contestación, y en su
término, y no después; empero después de ella, y de él se pueden también
poner por perentorias, no para impedir el ingreso, sino para tratarse de ellas
con pleyto principal, y determinarse con él en definitiva, como las demás
peremptorias, y en su término (…), salvo la declinatoria del Juez, cuya
jurisdicción ya estaba prorrogada por tenerla voluntaria…”(15).

(14)
DE HEVIA BOLAÑOS, Juan. Curia Philípica. Valladolid: Lex Nova, Edición facsimilar de 1792. Tomo
II,1989; pp. 69-70.
(15)
Ídem.; p. 74.

156
Reflexiones en torno a la regulación de excepciones de oscuridad y ambigüedad ...

Sobre la institución jurídica de las excepciones procesales también se ocuparon otros


autores(16) posteriores a De Hevia Bolaños, conviniendo referir a uno en especial,
como es Joaquín Escriche, quien nos dice que la excepción dilatoria:
“…no tiene por objeto destruir la acción del actor, sino solo retardar la entrada en
el juicio...”, en tanto que la excepción perentoria o perpetua es “la que destruye o
enerva la acción principal y acaba el litigio”. No obstante ello, también consigna
otra excepción, denominada declinatoria, por la cual “el demandado declina la
jurisdicción del juez ante quien ha sido citado, pidiéndole que se inhiba y abstenga
del conocimiento de la causa, o porque no es juez competente para él, o porque se
halla pendiente en otro juzgado, y que mande el actor acudir al juez tal o tal que es
a quien corresponde entender en el asunto que se trata”(17).

Nuestro Código de Enjuiciamientos Civiles de 1852 regulaba las excepciones en sus


artículos 615 a 638, clasificándolas en declinatorias, dilatorias y perentorias conforme
se ve del artículo 616. Estipulaba, además, que las declinatorias tenían por objeto
remitir el conocimiento de la causa a distinto juez –recuérdese en este punto lo definido
por Escriche líneas arriba–, del que empezó a intervenir en ella; las dilatorias suspender
y dilatar el curso del litigio, en tanto que las perentorias a extinguir el juicio o acción.
Enumeraba como declinatorias: (i) la incompetencia del fuero, (ii) pleito pendiente y
(iii) el impedimento del juez. La excepción declinatoria, decía el artículo 622, tiene
lugar en cualquiera de los casos señalados en el título del fuero competente y debe
deducirse ante el juez que intenta conocer la causa.

Para dicho Código, las excepciones dilatorias(18) más comunes eran, de acuerdo con el

(16)
Vid. CONDE DE LA CAÑADA. Instituciones prácticas de los juicios civiles, así ordinarios como
extraordinarios, en todos sus trámites, según que se empiezan, continúan y acaban en los tribunales reales.
2da edición. Tomo I. Madrid: Benito Cano, 1794. Así como ROA BÁRCENA, Rafael. Manual razonado de
práctica civil forense mexicana. Estudio preliminar de José Luís Soberanes Fernández. México: UNAM,
1991; p. 101.
(17)
ESCRICHE, Joaquín. Diccionario razonado de legislación civil, penal, comercial y forense. Con citas del
derecho, notas y adiciones por el licenciado Juan Rodríguez de San Miguel. Edición facsimilar y estudio
introductorio por María del Refugio Gonzáles. México: UNAM, 1998; p. 245.
(18)
El artículo 619 del Código de Enjuiciamientos Civiles de 1852 decía que “…las excepciones dilatorias más
comunes eran…”, párrafo que mereció un comentario de Miguel Antonio de la Lama, quien opinaba que: “Al
hacer una nomenclatura de las excepciones, es fácil que pueda omitirse alguna, por no ser posible prever todas
las que puedan presentarse; y para remediar ese inconveniente, el Código dice que enumera las más comunes.
Pero esta misma amplitud es causa de que se propongan innumerables artículos maliciosos, calificándolos de
excepciones dilatorias; y para poner un correctivo a semejante abuso, la ley de Enjuiciamiento española
dispone que solo sean admisibles como excepciones dilatorias: la de incompetencia de jurisdicción; la de falta
de personalidad en el demandante o en su procurador; la litispendencia en otro juzgado o tribunal competente;
la de fianza de resultas; y defecto legal en el modo de proponer la demanda. En este último caso están
comprendidas varias de las dilatorias que enumera nuestro Código”.

157
Manuel Enrique Valverde Gonzáles

artículo 619: la falta de personería; la de excusión u orden y la de tiempo para


liberarse; la de demanda oscura o inoficiosa; la de contradicción; la de
acumulación; la de petición antes de tiempo o de un modo indebido; la que se cite
al responsable de evicción; la de condición no cumplida; la de estar el demandado
legítimamente impedido; la de pedir al actor fianza de resultas, cuando lo designe
la ley; la que se dirige a comprobar la identidad o estado de la persona.

En el artículo 628 se reglamentaba respecto a la excepción de oscuridad de la


demanda, señalándose que la misma se daba cuando en la demanda no se habían
cumplido los requisitos que prescribía el artículo 58 y siguientes del citado cuerpo
procesal o cuando estaba concebida en términos oscuros, ambiguos o contradictorios.

Las excepciones perentorias eran: la de pago; la de pacto de no pedir; la de


compensación; la de novación; la de dolo; la de prescripción; la de fuerza o miedo;
la de ignorancia o error; la de dinero no entregado; la de lesión enorme o
enormísima; la de nulidad o falsedad; la de transacción y la de cosa juzgada(19).

Desde el plano doctrinario, Eduardo Couture indicaba que la existencia de las


excepciones se fundamenta en el hecho de que:

“La acción, como derecho de atacar, tiene una especie de réplica en el derecho
del demandado a defenderse. Toda demanda es una forma de ataque; la
excepción es la defensa contra ese ataque, por parte del demandado.
Si la acción es (…) el sustitutivo civilizado de la venganza, la excepción es el
sustitutivo civilizado de la defensa.
La diferencia que existe entre acción y excepción, entre ataque y defensa, es
que en tanto el actor tiene la iniciativa del litigio, el demandado no la tiene y
debe soportar, a su pesar, las consecuencias de la iniciativa del demandante.
Existe para él una verdadera necessitas defensionis”(20).

Por su lado, Hugo Alsina manifestaba que la excepción es el modo normal de poner de
manifiesto un defecto del procedimiento y así el demandado puede valerse de ella para
alegar la ausencia de un presupuesto de la relación jurídica, pero en sentido estricto solo
tiene ese carácter la defensa que requiere una actividad de su parte. El distingo tiene
innegable importancia práctica, porque permitirá al juez saber en qué casos le está per-

Código de Enjuiciamientos en materia civil, con citas, notas, concordancias y un apéndice por Miguel
Antonio de la Lama. Lima: Imprenta y librería Gil, 1894; pp. 471-472.
(19)
Véase FERRERO, Augusto. Derecho Procesal Civil. Excepciones. Lima, 2da. edición corregida y aumentada,
1974; p. 45.
(20)
COUTURE, Óp. cit., pp. 90-91.

158
Reflexiones en torno a la regulación de excepciones de oscuridad y ambigüedad ...

mitido proceder de oficio y cuando no puede sino a requerimiento de parte(21).

En suma, cuando se plantea una excepción, lo que está haciendo el demandado es


denunciar la inexistencia o la existencia defectuosa de un presupuesto procesal o de
una condición de la acción(22).

3. Excepción de oscuridad o ambigüedad en el modo de proponer la


demanda

El artículo I del Título Preliminar del CPC prescribe que toda persona tiene
derecho a la tutela jurisdiccional efectiva para el ejercicio o defensa de sus
derechos o intereses, con sujeción a un debido proceso. Tal precepto normativo
tiene sustento constitucional en el artículo 139, incisos 3 y 14, de la Constitución
Política del Estado. En efecto, en todo proceso debe imperar en principio la
igualdad entre las partes, en cuyo plano paritario ellas podrán ejercer sus derechos
como mejor les convenga dentro del marco constitucional.

El citado artículo I del Título Preliminar no solo señala que quien interpone una de-
manda tiene derecho a la tutela jurisdiccional efectiva para el ejercicio de sus derechos
o intereses, sino también que ese mismo derecho le asiste a la parte accionada.

La defensa en juicio es indispensable para el ejercicio del derecho a un debido proceso


legal y justo. Sin esa garantía la idea de igualdad ante la ley se fragiliza; toda vez que
la igualdad de oportunidades ante la ley se concreta a través del libre e irrestricto
acceso a las instancias judiciales en sus diferentes etapas procedimentales.

Un sistema de justicia democrático debe asegurar a todos los ciudadanos el acceso a


todos los medios de defensa legales, de modo tal que pueda garantizar su derecho a una
defensa en juicio. Cuando ello no ocurre, la justicia se convierte en un proceso
arbitrario frente a un emplazado sin posibilidades de defenderse de las imputaciones
que sobre él se vierten; habida cuenta que se vería atado de manos para defenderse ante
la posición más ventajosa en la que se encontraría el accionante.

(21)
ALSINA, Hugo. Tratado teórico práctico de derecho Procesal Civil y comercial. Buenos Aires: Ediar, 2da.
edición. Tomo III,1958; p. 86.
(22)
Véase al respecto los claros planteamientos de Eugenia Ariano sobre las excepciones en sentido lato
(sustantivas) y las excepciones en sentido estricto (procesales), sostiene que las excepciones no solamente
tendrían carácter procesal sino también sustantivo.
ARIANO DEHO, Eugenia. “Sobre el poder del juez de ‘declarar’ de oficio la nulidad ex art”. 220 CC. En:
Problemas del Proceso Civil. N°21; p. 145.

159
Manuel Enrique Valverde Gonzáles

Ahora bien, no solo resulta ser una exigencia formal que la parte demandante cumpla
con los requisitos señalados por el artículo 424 del CPC (en especial, para los que nos
incumbe, los incisos 5, 6 y 8), sino que tal requerimiento resulta un presupuesto
procesal para poder incoar y entablar válidamente un proceso judicial. La ausencia de
los requisitos de la demanda va a afectar la constitución regular del proceso(23).

Conforme señala Eduardo Carlos: “Si el órgano jurisdiccional no es aquel a quien


la ley le atribuye la potestad para conocer y decidir, si no se dan partes con
capacidad procesal y una demanda que reúna los requisitos formales, ese proceso
inicialmente está viciado”(24).

Por ello podemos decir que existe defecto legal en proponer la demanda cuando el
objeto de la pretensión se encuentra cualitativa o cuantitativamente indeterminado.
Ello ocurre, por ejemplo, cuando el accionante no precisa con exactitud la cosa
demandada y no media obstáculo para ella. El defecto legal es la imperfección,
falta o ausencia de un elemento que contiene o se deriva de la ley y que es
requerido por la misma para la admisibilidad de un acto procesal. Normalmente el
acto se corrige durante el curso del proceso, si no es que da lugar a nulidad, pero
cuando es inicial, habilita la llamada “excepción de defecto legal en el modo de
proponer la demanda”. Esta “excepción” se produce por la ausencia de alguno o
ambos de los presupuestos procesales de “claridad” o de “formalidad”(25).

La excepción de oscuridad o ambigüedad en el modo de proponer la demanda que


se regula en el artículo 446 inciso 4 del CPC, también es denominada en otras
legislaciones como defecto legal en proponer la demanda u oscuro libelo; siendo
aquella que intenta lograr en el demandante el efectivo cumplimiento de
formalidades prescritas por la interposición de la demanda (o la reconvención), de
forma tal que se permita un adecuado ejercicio del derecho a la defensa(26).
(23)
Ya De Hevia Bolaños decía que el “…libelo es un escrito breve, en que se contiene lo que se pide y demanda
en juicio, el cual, aunque conforme a unas leyes de Partidas habla de ser puesta in scriptis, empero en otra más
nueva de la Recopilación, es árbitro el Juez de recibirle in scripti o no (…). Después de esto, luego se ha de
narrar el hecho breve y claro, especificando si se pide posesión, o propiedad, o todo junto, y la cosa, y sus
límites, sexos, señales, calidad y cantidad; y no lo expresando lo puede el Juez repeler de oficio, hasta que se
ponga cierto, salvo en casos que se puede poner demanda general, como sobre herencia, cuenta de menores,
administración de bienes, o compañía u otra semejante…”.
DE HEVIA BOLAÑOS. Tomo I. Óp. cit.; I P, & 11.
(24)
Diccionario Jurídico Omeba, voz: Excepciones a cargo de Eduardo B. Carlos.
(25)
FALCÓN, Enrique M. “Defecto legal”. En: Revista de Derecho Procesal Defensas y Excepciones-I, N°1,
Buenos Aires: 2003; p. 81.
(26)
En sede nacional, quien pone de relieve justamente esta limitación al derecho de defensa es: MORALES
GODO, Juan. “La inconstitucionalidad del trámite establecido en el Código Procesal Civil para resolver la
excepción de oscuridad o ambigüedad en el modo de proponer la demanda. En: Revista de la Facultad de

160
Reflexiones en torno a la regulación de excepciones de oscuridad y ambigüedad ...

En ese sentido, no hay duda de que la parte demandada tiene el ineludible derecho
constitucional a saber de manera exacta, precisa y clara, quién es el que demanda,
qué y por qué demanda; de lo contrario, no habría forma que esa parte emplazada
reconozca o niegue categóricamente cada uno de los hechos planteados en la
demanda. Los hechos son el fundamento del derecho, por tanto, deben ser
expuestos con todo detalle y concreción, toda vez que sobre ellos habrá de versar el
litigio, las alegaciones de las partes, la prueba y la sentencia. En palabras de
Falcón, los supuestos para plantear esta excepción, son de dos tipos, o bien se
articula sobre la falta de claridad de la demanda, o bien se articula sobre el
incumplimiento de las normas para la correcta formulación de una demanda(27).

Respecto de lo que se pretende en la demanda, ello consiste en el objeto de la


misma; esto es, el bien de la vida, material o inmaterial, que puede consistir en una
cosa (dar), un hecho (hacer) o una abstención (no hacer) cuyo logro se persigue y
que al ser resistido pasa a ser el bien litigioso, debe ser individualizado y descrito
en su mayor detalle ya que sobre el mismo versará la contienda y en su momento la
sentencia que lo conceda o niegue(28).

Como vemos, el sustento de esta excepción no es baladí, sino que el mismo radica en la
defensa de un derecho fundamental como es el derecho a la defensa, el mismo que le
ampara a toda persona que es emplazada en un proceso, con el objeto que pueda tener una
tutela jurisdiccional efectiva y, por ende, el cumplimiento del debido proceso que debe
imperar en la administración de justicia(29). En ese sentido, esa oscuridad o ambigüedad

Derecho PUCP, N° 56. Lima: PUCP, 2003; pp. 531 y ss.


(27)
FALCÓN, E., Óp. cit.; pp. 86-87.
(28)
EISNER, Isidoro. La excepción de defecto legal (“obscuro libelo”) frente a la exigencia de contestar la
demanda. En: Excepciones procesales. Fundamentos Doctrinarios. Compilación de César Castañeda Serrano.
Lima: Palestra, 1997; p. 237.
(29)
Como bien señala el Tribunal Constitucional respecto al derecho de defensa, por ejemplo, en sus STC N° 582-
2006-PA/TC (Fj. 3): “Que este Tribunal Constitucional tiene dicho que el derecho a no quedar en estado de
indefensión en el ámbito jurisdiccional es un derecho que se irradia transversalmente durante el desarrollo de
todo el proceso judicial. Garantiza así que una persona que se encuentre comprendida en una investigación
judicial donde estén en discusión derechos e intereses suyos, tenga la oportunidad dialéctica de alegar y
justificar procesalmente el reconocimiento de tales derechos e intereses. Por tanto, se conculca cuando los
titulares de derechos e intereses legítimos se ven impedidos de ejercer los medios legales suficientes para su
defensa. Evidentemente no cualquier imposibilidad de ejercer esos medios produce un estado de indefensión
reprochada por el contenido constitucionalmente protegido del derecho. Esta es constitucionalmente relevante
cuando la indefensión se genera en una indebida y arbitraria actuación del órgano que investiga o juzga al
individuo. Y se produce solo en aquellos supuestos en que el justiciable se ve impedido, de modo
injustificado, de argumentar a favor de sus derechos e intereses legítimos”. Igualmente en la STC N°3997-
2005-PC/TC (Fj. 8): “Que, sobre el particular, este Tribunal tiene dicho que el contenido constitucionalmente
protegido del derecho de defensa, contemplado en el inciso 3 del artículo 139 de la Constitución, garantiza que
toda persona,

161
Manuel Enrique Valverde Gonzáles

en el modo de proponer la demanda debe ser de tal entidad que coloque al


demandado en una real situación de dificultad para poder contestar la demanda(30).

Dicho esto, para poder proponer esta excepción debemos remitirnos a formular las
siguientes cuestiones referidas a la demanda: ¿quién demanda? ¿a quién se
demanda? ¿qué se demanda? o ¿por qué se demanda? Toda vez que, para plantear
la pretensión es menester preguntarse también: ¿Cuál es el objetivo de la demanda?
¿Qué es lo que quiero de la otra parte? ¿Qué “cosa”, de qué bien de la vida me han
privado que vengo a reclamar? ¿Qué es lo que quiero que la sentencia me dé?(31).

La interposición de una demanda adecuadamente clara y precisa va a coadyuvar no


solamente a que el proceso se desarrolle más fluidamente sino, también, a respetar el
derecho de la parte emplazada para que pueda ejercer adecuadamente su defensa
conforme lo estime conveniente y siempre dentro de los cánones legales. Si bien es
cierto que hay un sector que opina que esta excepción es prácticamente inútil al existir
un tamiz previo que contempla el artículo 426 del CPC –cuando delega en el juez la
función de verificar que la demanda debe contener un petitorio completo y preciso–,
por nuestra parte pensamos que la excepción no resulta ociosa en su regulación. Es
más, resulta necesaria ante la posibilidad, que no se da pocas veces, de que el juez de la
causa admita a trámite una demanda con defectos en su formulación.

Lo cierto es que la enunciación de los hechos constituye uno de los requisitos de


mayor importancia de la demanda. Es que el nacimiento o extinción de los
derechos solo es posible merced a los hechos y por eso, desde las legislaciones más
antiguas se ha exigido que los expongan con claridad y precisión, llegando incluso
a exigirse que se redactara la demanda narrando los hechos como un historiador,
con instrucción, fidelidad y discernimiento(32).

Sin duda que a quien le corresponde la responsabilidad por la redacción y presentación de


una demanda, y las consecuencias que su mal diseño acarrearía, es al abogado, quien como
profesional del derecho, al asumir la defensa de un caso, también se hace cargo del

natural o jurídica, sometida a un proceso jurisdiccional, cualquiera que sea la materia de que este se trate, no
pueda quedar en estado de indefensión. La situación de indefensión que el programa normativo del derecho de
defensa repulsa no solo se presenta cuando el justiciable no ha tenido la oportunidad de formular sus
descargos frente a las pretensiones de la otra parte, sino también cuando, no obstante haberse realizado
determinados actos procesales destinados a levantar los cargos formulados en contra, en el caso, se evidencie
que la defensa no ha sido real y efectiva”.
(30)
IZQUIERDO BLANCO, Pablo. “Demanda o contestación defectuosa”. En: La Audiencia Previa. Barcelona:
Bosch, 2010; p. 270.
(31)
FALCÓN, E. Óp. cit.; p. 95.
(32)
CARLOS, Eduardo B. “Voz: Defecto legal”. En: Enciclopedia Jurídica Omeba.

162
Reflexiones en torno a la regulación de excepciones de oscuridad y ambigüedad ...

buen planteamiento de la demanda, pues resulta de su exclusiva responsabilidad que el


escrito de la misma se encuentre perspicuamente redactado en el que, tanto el petitorio
como los fundamentos de hecho, tienen que estar fijados concretamente.

En cuanto a los fundamentos de derecho, es decir, la calificación jurídica que le puede


dar a su pretensión el accionante, consideramos que es irrelevante que el demandante
sea preciso o no, incluso puede ser que no mencione las normas jurídicas; habida
cuenta que para ello está el juez, quien, en aplicación del principio de iura novit curia,
está en la obligación de aplicar el Derecho que corresponda al caso materia de litigio,
tal cual lo dispone el artículo VII del Título Preliminar del CPC, por lo que aun cuando
el demandante haya mencionado fundamentos jurídicos errados, ello no es óbice para
que el juez pueda rechazar la demanda, y menos para dar lugar a la excepción procesal
analizada. En caso contrario estaría incurriendo en una gravísima omisión de funciones
al tratar de exigirles a las partes, aunque sean abogados, que califiquen un hecho
jurídicamente cuando ese es deber del juez de acuerdo con la ley.

Por otra parte, en lo que concierne a los elementos configuradores de la excepción bajo
comentario, en cuanto a la oscuridad vamos a entenderla como la falta de claridad en lo
escrito, y respecto a la ambigüedad se entenderá a la igualdad de forma de dos palabras o
dos textos distintos. En la ambigüedad, una palabra, una frase o una oración y aún un texto
completo pueden recibir más de una interpretación por parte del receptor de la demanda.

Con relación a la calificación de la demanda, hemos comentado que dicho acto sería
una primera criba para admisión de esta, pero esta no resulta suficiente muchas de las
veces, dando lugar a una admisión de la demanda conteniendo defectos; hecho que sin
duda justifica plenamente la regulación de la citada excepción procesal.

Puyol Montero(33), acota que por medio del mecanismo de la excepción de oscuro libelo solo
se puede denunciar; (i) La falta de designación de la persona contra quien se propone la
demanda(34) o la inexistencia del demandado. No siendo suficientes los meros

(33)
PUYOL MONTERO, Francisco Javier. “La excepción procesal de defecto legal en el modo de proponer la
demanda. La inadecuación del procedimiento”. En: Cuadernos de Derecho Judicial. N°24. Madrid: 1994; pp.
125-237.
(34)
Por nuestra parte discrepamos de esta primera denuncia; toda vez que, conforme a lo regulado por el Código
Procesal Civil, nos preguntamos de qué manera podría formularse esta excepción si es que no se ha
consignado el nombre del demandado correctamente, pues si alguien quiere cuestionar este defecto, lo que
tendría que hacer es proponer una excepción de falta de legitimación pasiva.
Conforme a nuestro cuerpo procesal, ante la falta de designación o identificación del demandado, sin duda que
no será posible que se admita la demanda. En ese sentido, estimamos que no habría posibilidad de plantear la
excepción mencionada ante casos donde no se identifique al demandante o al demandado.

163
Manuel Enrique Valverde Gonzáles

errores de designación, siempre que pueda identificarse al demandado; (ii) La falta


de claridad o precisión en el petitum, ya sea por la inexistencia de súplica, o porque
esta sea oscura o imprecisa, siempre que no pueda saberse lo que se pide(35).

Estimamos que resulta trascendente la determinación precisa tanto de la petición


planteada como de los hechos que la respaldan y corren expuestos en el escrito de la
demanda, de tal forma que del relato fáctico o, en su caso, de los preceptos legales que
se invoquen se infiera, con racionalidad qué tipo de pretensión es la que se está
formulando, pues solo así se cumple la doble finalidad de dicha exigencia: (i)
Posibilitar la oposición/ defensa del demandado, permitiéndosele así que, de manera
dialéctica, se debata en el proceso la pretensión reclamada; y (ii) Que el juez dicte
sentencia congruente según lo afirmado y solicitado por la parte actora.

Ahora bien, como el CPC no da más luces respecto a esta excepción, razón por la
que conviene abordar estos extremos de la “oscuridad” a denunciar para arribar a
algunas conclusiones. Conforme dice Puyol, el término extremos es tan amplio que
abarca tanto los hechos como los fundamentos de derecho, por lo que no se podría
saber qué partes de la demanda son las oscuras; empero, contempla dos
limitaciones precisas: (i) En ningún caso le puede ser dable a los litigantes, con el
pretexto de estas aclaraciones o alegaciones, alterar los términos en que ha quedado
planteada la litis; y (ii) En ningún caso le puede ser permitido a los litigantes
modificar la acción o excepciones deducidas.

Entendemos que los extremos pasibles de subsanación, en nuestro ordenamiento pro-


cesal, pueden ser los referidos tanto al petitorio como a los fundamentos de hecho, no
compartiendo la opinión relacionada a que pueda ser sujeta a cuestionarse vía esta
excepción la identidad del demandado, por las razones ya expuestas precedentemente.

Sea en uno u otro caso, petitum o causa petendi, de ninguna manera podría dar
pábulo al accionante a variar la demanda de manera sustancial; es decir, no podría
trocarse el objeto demandado por otro distinto; porque ello daría lugar a una
mutatio libelli. Del mismo modo, tampoco se podría alterar, total o
sustancialmente, los hechos propuestos, aún sean de competencia del mismo juez,
pues en todo caso estaríamos ante una nueva demanda, cuyo planteamiento tendría
que realizarse conforme a los preceptos legales.

En posición similar a lo que señalamos, para el caso de España, véase IZQUIERDO BLANCO. Óp. cit.;
pp. 271 y 272.
(35)
Respecto al papel que desempeña el lenguaje dentro del ámbito social y jurídico, véase FALCÓN,
Enrique. Óp. cit.; pp. 88 y ss.

164
Reflexiones en torno a la regulación de excepciones de oscuridad y ambigüedad ...

La sustanciación que prevé la ley para el caso de esta excepción en concreto resulta, a
nuestro juicio ilógica, habida cuenta que, si bien es cierto, los procesos de
Conocimiento y Abreviado cuentan con plazos previos a la contestación de la demanda
para deducir las excepciones de ley; empero, en el proceso Sumarísimo se deben
proponer conjuntamente con la contestación a la demanda(36). Lo paradójico surge
cuando se debe esperar a la contestación de la demanda en cualquiera de estos procesos
de cognición, para recién, dictar el auto de saneamiento resolviendo las excepciones
propuestas, conforme a lo previsto por los artículos 465 y 468 del CPC.

En lo tocante a este punto, como bien lo dice Isidoro Eisner: “… lo que falta a la
lógica y a la razón es que en el caso de demanda defectuosa por ‘obscuro libelo’,
en la que no se ha expuesto con claridad ni precisión lo que se alega o pretende,
causa y objeto de la petición, o en la que ni siquiera se alcanza a comprender lo que
se pide de la jurisdicción y del adversario, este (el demandado) sea forzado por la
ley a contestar la demanda y asumir a ciegas su defensa”(37).

No resulta aceptable, bajo ningún punto de vista lógico, que alguien pueda
contestar adecuadamente algo que no entiende ni comprende, pues precisamente
por no haber entendido ni comprendido de lo que se pide y se expone en la
demanda es que la parte accionada se ve compelida a deducir esta excepción;
evidenciándose que el redactor de nuestro Código Procesal Civil reguló de manera
desatinada el trámite y resolución de esta excepción(38). Se patentiza esa falta de
lógica, cuando el artículo 451, inciso 3, del CPC, al regular sobre los efectos de las
excepciones que han sido declaradas fundadas, solo se ciñe a señalar que se
suspenderá el proceso hasta que el actor subsane los defectos señalados en el auto
que acogió la excepción y dentro del plazo que este fije, sin acotar nada más.

La Ley de Enjuiciamientos Civiles de España regula el procedimiento que debe seguirse cuando
se alega la excepción de demanda defectuosa, la cual se encuentra regulada en el artículo 416.1.5ª.
Al respecto, se dispone lo siguiente:
“Artículo 424. Actividad y resolución en caso de demanda defectuosa.
Si el demandado alegare en la contestación a la demanda la falta de claridad o precisión de esta en
la determinación de las partes o en las pretensiones deducidas, o si el actor adujere en la audiencia
esos mismos defectos en la contestación o en la reconvención, o si, de oficio, el tribunal apreciare
unos u otros, admitirá en el acto de la audiencia las aclaraciones o precisiones oportunas.
En caso de no formularse aclaraciones y precisiones, el tribunal solo decretará el sobreseimiento del
pleito si no fuese en absoluto posible determinar en qué consisten las pretensiones del actor o, en caso,
del demandado en la reconvención, o frente a qué sujetos jurídicos se formulan las pretensiones”.
EISNER. Óp. cit.; p. 241.
Si el legislador pensó que esta excepción se podía proponer con el ánimo de dilatar la secuela del
proceso; frente a tal conducta dilatoria existen los múltiples medios punitivos que la propia ley
procesal le ha dotado al juez para sancionar a los abogados y litigantes arteros.

165
Manuel Enrique Valverde Gonzáles

Pues bien, una vez que el demandante ha cumplido con realizar las subsanaciones
pertinentes superando las oscuridades o ambigüedades en las que incurrió al momento
de proponer su demanda: ¿Qué plazo se le concede al demandado para que se pueda
defender de esas precisiones o subsanaciones que resultas “nuevas” al proceso? Nada
dice al respecto nuestro CPC, produciéndose en la práctica una verdadera arbitrariedad,
habida cuenta que, con la actual regulación, una vez superadas las observaciones se
sanea el proceso y se continúa con el mismo, sin darle al demandado la oportunidad
para que se pueda defender de las nuevas precisiones o aclaraciones.

Este mal diseño del procedimiento, a todas luces resulta violatorio del derecho
constitucional a la defensa, puesto que deja a la deriva al emplazado y librado a su
suerte sin que tenga oportunidad de precisar los términos de su contestación a la
demanda, al haber precluido todo plazo de acuerdo con la ley, incluyendo el de la
misma contestación a la demanda.

La regulación lógica y concreta hubiera sido que, una vez superadas las observaciones
por el demandante, se le conceda un plazo adicional al accionado para que pueda
argumentar lo conveniente frente a las precisiones o aclaraciones realizadas, porque,
aún se consideren simples precisiones esclarecedoras, no dejan de tener un matiz
novedoso para la litis y merecen ser aceptadas o rebatidas por la parte contraria.

No hay que olvidar que esas subsanaciones no deben estar referidas a la variación
sustancial de la demanda, de modo tal que la conviertan en otra distinta, supuesto que sin
duda está negado; empero, de todas maneras, esas precisiones o aclaraciones realizadas por
el demandante, tienen que dar lugar a que la parte emplazada pueda tener la oportunidad de
defenderse de ese petitorio precisado o de esos fundamentos de hechos, ordenada y
claramente expuestos luego de amparada la excepción que dedujo en su oportunidad.

Por todo ello, pensamos que la actual regulación no resulta ser la más adecuada;
ergo, esta debe ser materia de modificación legislativa, para que, por lo menos, en
lo que concierne a esta excepción, se suspenda el plazo para contestar la demanda
hasta que se haya resuelto la excepción deducida, cuya tramitación debe ser
inmediata por tratarse de un caso de simple aclaración o desambiguación.

En caso la postura fuera por la no suspensión del plazo de contestación de la demanda,


entonces, la alternativa es que se corra traslado de esas subsanaciones a la parte em-
plazada para que amplíe los extremos de su defensa, frente a tales hechos. Siendo así,
una vez alegada la excepción, se debe correr traslado por un plazo perentorio y, con su
absolución o sin ella, resolverse de inmediato sin necesidad de mayores trámites,
puesto que su naturaleza misma no permite que haya mayor actividad probatoria, más

166
Reflexiones en torno a la regulación de excepciones de oscuridad y ambigüedad ...

allá de la que ya existe con el escrito de la demanda y el que corresponde a la


excepción deducida. También podemos apreciar que la Comisión de trabajo del
Ministerio de Justicia, que ha elaborado el proyecto de modificaciones al CPC, no
ha contemplado esta situación, teniendo en cuenta que no ha incorporado alguna
precisión al respecto. Es así como, el texto del proyectado artículo 451, sobre los
efectos de las excepciones, regula que una vez consentido o ejecutoriado el auto que
declara fundada alguna de las excepciones enumeradas en el artículo 446, el
cuaderno de excepciones se agrega al principal y produce los efectos siguientes: “3.
Suspender el proceso hasta que el demandante subsane los defectos señalados en el
auto resolutorio y dentro del plazo que este fije, si se trata de la excepción de
oscuridad o ambigüedad en el modo de proponer la demanda”.

En el proyectado artículo 465-A, inciso 1, se indica que en la audiencia preliminar se


verificará la validez de la relación procesal, pronunciándose el juez sobre las excepciones
sustentadas en prueba documental; en tanto que el artículo 465-B, inciso 7, alude a que las
partes expondrán su posición sobre las excepciones u otras defensas procesales y, luego de
ello, el juez emitirá resolución sobre estas en la misma audiencia.

Tal como reiteramos, nada puntual se dice respecto a cuando se proponen las excepciones
materia de este comentario; empero, tratando de encontrar alguna salida al caso, podría
entenderse que –estando a que se está apostando por la preponderancia de la oralización de
dicha audiencia– luego de deducida una de estas excepciones y habiéndose declarado
fundada la misma; debería señalarse que una vez que el demandante cumpla con lo
ordenado por el Juez, este le dé la oportunidad a la parte demandada [en esa misma
audiencia y también oralmente, salvo situaciones excepcionales donde se requiera contar
con un tiempo mayor] que alegue lo pertinente sobre el extremo aclarado; ergo, solo así se
habrá respetado la bilateralidad del proceso y la garantía del derecho de defensa en debida
forma de todas las partes que intervienen en un proceso.

Esperemos que al someterse a un debate más reposado dicho proyecto en el ámbito


académico, se puedan incorporar las precisiones respectivas sobre el respecto; de lo
contrario, de darse paso al proyecto tal cual está, sin duda que seguiremos en la
misma situación en la que estamos ahora.

4. Conclusión

Como colofón podemos señalar, como un primer punto de reflexión, que la excepción de
oscuridad o ambigüedad en el modo de proponer la demanda no se encuentra
adecuadamente regulada en nuestro Código Procesal Civil; por tal razón, debe ser materia

167
Manuel Enrique Valverde Gonzáles

de modificación a fin de no afectar el derecho a la defensa que constitucionalmente


le ampara a la parte demandada.

Bajo ese contexto, y estando a las consideraciones expuestas, pensamos que, como
una posibilidad de regularse mejor el trámite de la misma, debería suspenderse el
plazo para contestar la demanda, cuando se haya deducido esta excepción, hasta
que se resuelva lo pertinente, y si se advirtiera un ánimo dilatorio o de mala fe de
quien la dedujo, el Juez podrá hacer uso de los mecanismos sancionatorios
correspondientes que contempla el CPC (art. 50, inciso 5).

En caso la postura fuera por la no suspensión del plazo de contestación de la


demanda; entonces, la otra alternativa que proponemos –especialmente bajo el
contexto del proyecto de modificaciones al CPC– es que se corra traslado a la parte
emplazada de las precisiones realizadas por el demandante, con el fin de que
aquella [sea en la misma audiencia previa o en un momento inmediatamente
posterior] pueda adecuar a tales precisiones los extremos de su defensa, luego de lo
cual el juez podrá sanear el proceso y continuar con el trámite del mismo.

168
Reflexiones en torno a la regulación de excepciones de oscuridad y ambigüedad ...

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Universidad Complutense, 2013.

170
La Legitimación en el amparo (y el proceso)
colectivo Reflexiones para el acceso a la justicia de
las generaciones futuras(*)
Luciano López Flores(**)

“La verdadera generosidad para con el futuro


consiste en entregarlo todo al presente”

ALBERT CAMUS(1)

Sumilla

El fenómeno del cambio climático y sus efectos nocivos en el planeta, coloca a las
políticas globales de acceso a la justicia, frente a una nueva corriente: la justicia
ambiental en el marco (i) del desarrollo sostenible del crecimiento económico; (ii) el
reconocimiento de las generaciones futuras; (iii) de los bienes de la naturaleza como
sujetos de derechos; y, (iv) el reconocimiento de los derechos intergeneracionales.
Todo ello en el contexto de una nueva teoría jurídica: el Estado Ambiental de
Derecho, surgido de la jurisprudencia de las Altas Cortes en América Latina. Se
analiza el impacto de esta nueva teoría en los postulados dogmáticos del Derecho
Procesal referidos a la tutela de los derechos difusos, con especial énfasis en la
legitimación en los procesos de amparo y ordinarios colectivos. El autor plantea que,
desde la teoría de la tutela de los derechos propia del Estado Constitucional, conviene
desestimar la teoría de la relación subjetiva, que explica la intervención de quien
acude al proceso pidiendo la tutela de los derechos difusos e intergeneracionales,
empleando la tesis de la legitimación extraordinaria. En contrario, plantea la tesis de
la comparecencia legítima. Propone, también, la conveniencia de emplear la técnica
procesal de la justicia dialógica en este tipo de casos.

(*)
Este artículo fue recibido el 13 de agosto del 2018 y su publicación fue aprobada el 1 de septiembre de 2018.
(**)
Abogado por la Universidad San Martín de Porres. Magíster en Derecho con Mención en Política
Jurisdiccional por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Docente en la Pontificia Universidad Católica
del Perú pregrado y postgrado. Especialista en Derecho Constitucional y Procesal Constitucional. Miembro de
la Corte Peruana de Arbitraje. Socio y Gerente General del Estudio López Flores, Abogados.
(1)
CAMUS SINTES, Albert. L´homme révolté. (L. Echávarri, Trad.) Buenos Aires: Losada. (Trabajo original
publicado en 1951), 1978; p. 281.

171
Luciano López Flores

Palabras Clave

Estado Constitucional / estado ambiental de derecho / desarrollo


sustentable / generaciones futuras / derechos difusos / derechos
intergeneracionales / legitimación extraordinaria / comparecencia
legítima / tutela jurisdiccional efectiva

1. América Latina ante el reto de dos paradigmas: Del Estado Constitucional


al Estado Ambiental de Derecho, a modo de Introducción

Como se ha señalado(2), durante la primera mitad del siglo XX, las dos guerras
mundiales impactaron fuertemente en la economía y la cultura jurídica y constitucional
de Europa occidental. Surgió una nueva visión de cultura jurídica que dejó de lado el
paradigma del Estado liberal decimonónico que pretendía “proteger” las libertades y
derechos ciudadanos en función a lo establecido por la ley(3). El juicio de Nuremberg
desnudó la ineficacia de la ley en su tarea de defender y proteger los valores esenciales
y básicos de la persona humana, como la dignidad o la igualdad(4).

Esta nueva visión de cultura jurídica surgida de la necesaria reflexión de poner al ser humano
como el centro real y principalísimo de cualquier ordenamiento jurídico nacional y comunitario,
es lo que se conoce como Estado Constitucional(5)(6), en donde el juicio de conformidad
constitucional, a través de (i) la poderosa arma de la interpretación de la lex legum; (ii) la defensa de
la institucionalidad; (iii) de los valores; (iv) los principios constitucionales; y, esencialmente, (v) de
los derechos fundamentales de las personas, recae en el Juez, a quien le compete

(2)
LÓPEZ FLORES, Luciano. “Las Limitaciones Probatorias en el Proceso de Amparo. Una mirada desde el
Art. 25 de la CADH para un nuevo Modelo de Proceso de Tutela de los Derechos Fundamentales”. En:
PRIORI POSADA, Giovanni (coordinador). La Prueba en el Proceso. Libro de Ponencias del VIII Seminario
Internacional de Derecho Procesal: Proceso y Constitución. Lima: Palestra, 2018; p. 25.
(3)
Ibídem.
(4)
ROMEIKE, Sanya. La justicia transicional en Alemania después de 1945 y después de 1989. Núremberg:
Academia Internacional de los Principios de Núremberg, 2016; pp.10-12. (referencia de 1 de agosto de 2018).
Disponible en web: https://www.nurembergacademy.org/fileadmin/media/pdf/ publications/
Justicia_transicional_en_Alemania.pdf
(5)
FIORAVANTI, Maurizio. Los Derechos Fundamentales. Apuntes de historia de las Constituciones. Madrid:
Trotta, 6ta edición, 2009; p. 128.
(6)
Señala Fioravantique el Estado Constitucional “[D]estruye el dogma liberal-estatalista de la fuerza absoluta de
la ley, y crea así una situación, inconcebible para la doctrina decimonónica, en la que la validez de las normas
del Estado está como suspendida, en el sentido de que depende de un juicio sobre su conformidad con la
Constitución y, en definitiva, con una cierta interpretación de la Constitución y de los principios
constitucionales”. Véase FIORAVANTI, Maurizio. Los Derechos Fundamentales. Apuntes de historia de las
Constituciones. Madrid: Trotta, 6ta edición, 2009; p. 128.

172
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

la función de ser el “garante de la complejidad estructural del Derecho en el Estado Constitu-


cional, es decir, (…) de la necesaria y dúctil coexistencia entre ley, derechos y justicia”(7).

En lo que atañe a la dogmática del Derecho Procesal, la influencia del paradigma del Estado
Constitucional presiona por un modelo de proceso caracterizado por un sistema de garantías
marcado por la efectividad de la tutela jurisdiccional y por el modo de cómo responde a las
necesidades del derecho material(8). Se trata del derecho al proceso justo y que constituye un
modelo mínimo de conformación del proceso que impone deberes organizacionales al Estado en
su función legislativa, ejecutiva y judicial, de tutelar de forma efectiva los derechos. “En el
Estado Constitucional, el proceso solo puede ser comprendido como medio por el cual se tutelan
los derechos en la dimensión de la Constitución”(9).

Pero estas reflexiones que día a día luchan por construirse en América Latina se entrecruzan
con un fenómeno mundial que constituye una seria amenaza a la propia subsistencia
humana en el futuro: el cambio climático(10). Como abundaré más adelante con mayor
detalle, existe el actual consenso internacional de que las consecuencias del crecimiento
económico en base al aprovechamiento irracional de los recursos naturales, es el causante
de esta amenaza que se cierne, con mayor rigor, en los países de América Latina y el Caribe
que albergan la mayor biodiversidad del mundo: Brasil, Colombia, México y Perú (11). Es
más, en el caso de Perú, el mayor impacto ambiental se focaliza en las fuentes de agua,
puesto que el 80% de la población depende de aquellas que provienen de la cuenca del
Pacífico, cuya disponibilidad es menor que la cuenca del Atlántico(12).

(9)
ZAGREBELSKY, Gustavo. El Derecho Dúctil: Ley, derechos y justicia. 9na. edición, Madrid: Trotta, 2009;
p.153.
(10)
Cfr. PRIORI POSADA, Giovanni. El Proceso Dúctil. En: XXXVI Congreso Colombiano de Derecho
Procesal. Bogotá: Universidad Libre-Instituto Colombiano de Derecho Procesal, 2015 (referencia del
17 de marzo de 2018). Disponible en web: http://departamento.pucp.edu.pe/derecho/wp-content/
uploads/2016/05/El-proceso-dúctil-Giovanni-Priori.pdf
(11)
MITIDIERO, Daniel. La Justicia Civil en el Estado Constitucional. Diálogos para un diagnóstico. (R. Cavani
& C. Delgado, Trans). Lima: Palestra, 2016; pp. 124 y 125.
(12)
Es decir, aquel fenómeno causado “por la convergencia de tres crisis simultáneas: el acelerado proceso de
desertificación, la erosión de la biodiversidad y el cambio climático, lo que determina la crisis ecológica de
la Tierra a causa de la depleción de los ecosistemas”. El problema es de tal gravedad que “el trastorno
global del clima es considerado la mayor amenaza para la supervivencia de la humanidad, a la vez que
compromete las posibilidades de vida de las generaciones futuras en el planeta”. Véase PAJARES, Erick;
LORET DE MOLA, Carlos y IPENZA, César. “Políticas ambientales. Ponderaciones en clave
intergeneracional”. En: Ni Gran Transformación ni Hoja de Ruta. N°29. Lima: Desco, julio 2016; p. 358.
(13)
COMISIÓN ECONÓMICA PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE. Medidas de mitigación y adaptación
al cambio climático en América Latina y el Caribe. Santiago: Naciones Unidas, 2017; p.3. (referencia de 2 de
agosto de 2018). Disponible en web: https://www.cepal.org/sites/default/files/news/
files/sintesis_pp_cc_medidas_de_mitigacion_y_adaptacion.pdf
(14)
BANCO DE DESARROLLO DE AMÉRICA LATINA. Programa de Adaptación al Cambio Climático,

173
Luciano López Flores

Es así que la protección del medio ambiente, a través del principio del desarrollo
sustentable (crecimiento económico con responsabilidad en el aprovechamiento de
los recursos naturales), es la única alternativa de abordaje a esta problemática. Solo
cumpliendo las políticas públicas inmanentes al desarrollo sustentable, se asegura
la satisfacción de las necesidades de las generaciones presentes y las que les
corresponden satisfacer a las generaciones futuras.

Naturalmente, en las políticas públicas de desarrollo sustentable, la justicia


ambiental (como construcción de políticas basadas en la equidad y solidaridad
intergeneracional, así como la recurrencia a la jurisdicción para la tutela de los
derechos ambientales) cobra singular y especialísimo interés.

Y es que, como bien afirma Munévar:

“Se trata de una nueva lógica de desarrollo, de sostenibilidad y de derechos, que


trasciende el plano de lo subjetivo y abarca criterios de responsabilidad bajo otra
hermenéutica comprensiva de reconocimiento de titularidades. ‘(…) En el debate sobre
la justicia ambiental, lo que se requiere entonces es una nueva ética de la
responsabilidad además por un futuro remoto y su justificación requiere nuevos
principios y nuevos procedimientos’ (Mesa, 2011:39). Por ende, la justicia ambiental
desborda el marco espacial y temporal, reconociendo que no se trata solo de una
responsabilidad entre generaciones, sino que alude al concepto de ‘patrimonio común
de la humanidad’ como forma de integralidad del género humano y como una forma de
‘dominio de los recursos naturales o culturales que dada la importancia de estos (…)
debe ser considerada como propiedad global y manejada a favor de la humanidad
como un todo tanto presente como futuro’(Arévalo, 2010:49)”(13)

Así las cosas, en la actualidad América Latina se encuentra frente al reto de dos
paradigmas: la construcción de la cultura del Estado Constitucional, por un lado, y la
urgentísima necesidad de construir la cultura de lo que en la doctrina y la
jurisprudencia (argentina y colombiana) se denomina “Estado Ambiental de Derecho”,
por otro. En efecto, la idea del Estado Ambiental de Derecho surge como respuesta a la
falta de garantía de la sustentabilidad ambiental del planeta. Plantea un sistema de valores
sociales que promueven la solidaridad, cooperación y diversidad, enfocados a esa
sostenibilidad ambiental; y, establece como fundamental la participación de la ciudadanía y
la opinión

2013; p. 17. (referencia del 1 de agosto de 2018). Disponible en web: http://publicaciones.caf.com/


media/37041/cambio-climatico.pdf
(15)
MUNEVAR QUINTERO, Claudia. Los sujetos de las futuras generaciones: ¿Quiénes son los titulares de
derechos intergeneracionales ambientales?. N° 79. Volumen XXXII. Zulia: Universidad de Zulia Maracai-
bo, 2016; p. 193.

174
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

pública en la construcción de sociedades ambientalmente sustentables(14). Parte de


la necesidad de una nueva teoría de los derechos, de la justicia ambiental y de
derechos ambientales, “no solo como normas y facultades propias de los sujetos
humanos y no humanos, sino también como procesos de lucha, reivindicación y
concreción que si se ganan al poder serán la ‘ley del más débil’ que triunfa contra
el más fuerte (siguiendo a Ferrajoli)”(15).

Se trata de un modelo que como pregona Esain:

“[N]o aniquila al Estado liberal ni al social [Constitucional], es una versión


que los amalgama. Protegerá la propiedad, la libertad de comercio, pero se
obligará a diseñar políticas activas de satisfacción de derechos como la
vivienda, la salud y además garantizará la protección y conservación de las
condiciones para el goce de bienes colectivos -como el ambiente- que permite
la vida a la generación presente y las futuras”(16).

Este nuevo paradigma, supera el plano antropocentrista(17) y transita de la visión


biocéntrica hasta arribar a una ecocéntrica, es decir, aquella que, como así lo señala la
Corte Constitucional Colombiana en un importantísimo fallo (Sentencia T-622 de 2016(18))
que abordaré más adelante, “concibe a la naturaleza como un auténtico sujeto de derechos

(16)
VALENCIA HERNÁNDEZ, Javier. “Estado Ambiental, democracia y participación ciudadana en Colombia a
partir de la Constitución de 1991”. En: Revista Jurídica de la Universidad de Manizales, julio-diciembre
2007; pp.164 y 165. Disponible en web: http://juridicas.ucaldas.edu.co/downloads/ Juridicas4-2_10.pdf
(17)
MESA CUADROS, Gregorio. “Nuevos sujetos de derecho, participación, litigio y justicia ambiental”. En:
Encuentro Constitucional por la Tierra. Bogotá: Corte Constitucional, 2015; p. 434. (referencia del 1 de
agosto de 2018). Disponible en web: http://www.corteconstitucional.gov.co/inicio/Encuentro%20
Jurisdiccional%202014.pdf
(18)
ESAIN, José. “El Estado Ambiental de Derecho en la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación. En: Revista Digital de la Asociación Argentina de Derecho Constitucional”. N°213, junio 2017; p.
20. (referencia del 27 de julio de 2018). Disponible en web: http://aadconst.org.ar/revistadi-gital/wp-
content/uploads/2017/07/ESAIN.pdf
(19)
MUNEVAR QUINTERO, Claudia. Loc. Cit.
(20)
En este fallo, la Corte Constitucional Colombiana se refiere a estos tópicos del modo siguiente:
“5.6. [L]as múltiples disposiciones normativas que existen y el enfoque pluralista que promueve la propia
Carta Política, hacen que la relación entre la Constitución y el medio ambiente sea dinámica y en permanente
evolución. En este sentido, es posible establecer al menos tres aproximaciones teóricas que explican el interés
superior de la naturaleza en el ordenamiento jurídico colombiano y la protección especial que se le otorga: (i)
en primer lugar, se parte de una visión antropocéntrica que concibe al ser humano presente como única razón
de ser del sistema legal y a los recursos naturales como simples objetos al servicio del primero, (ii) un
segundo punto de vista biocéntrico reivindica concepciones más globales y solidarias de la responsabilidad
humana, que abogan -en igual medida- por los deberes del hombre con la naturaleza y las generaciones
venideras; (iii) finalmente, se han formulado posturas ecocéntricas que conciben a la naturaleza como un
auténtico sujeto de derechos y que respaldan cosmovisiones plurales y alternativas a los planteamientos
recientemente expuestos”.

175
Luciano López Flores

que deben ser reconocidos por los Estados y ejercidos bajo la tutela de sus
representantes legales, verbigracia, por las comunidades que la habitan o que
tienen una especial relación con ella”(19).

Desde luego, si ya el tránsito del paradigma del Estado (decimonónico) de Derecho al


Estado Constitucional (propio del siglo XX), significó trascendentales cambios en la teoría
jurídica a partir de la valoración (y transversalidad(20)) de los derechos fundamentales y su
cabal protección a través de la judicatura; la aparición de un nuevo paradigma (en las
postrimerías del siglo XX y el inicio del siglo XXI) como lo es el Estado Ambiental de
Derecho, coloca, nuevamente, a los juristas teóricos y, singularmente, a los prácticos
(jueces), frente a un nuevo reto: (i) calcular el peso de la influencia del desarrollo
sustentable; (ii) los derechos ambientales; y, (iii) las responsabilidades éticas
intergeneracionales(21), en las instituciones y categorías jurídicas existentes. De esta manera,
podrán decidir si se necesitan nuevos moldes, categorías, instituciones y paradigmas.

En esta línea de pensamiento, este trabajo tiene una doble finalidad: reflexionar e
invitar al diálogo sobre el impacto que causan, en la teoría del Derecho Procesal, los
ejes en los que se asienta el paradigma del denominado Estado Ambiental de Derecho
(el principio del desarrollo sustentable y los derechos de las generaciones futuras).

Con ese propósito, planteo las siguientes cuestiones: ¿estos elementos pueden subsumirse
en la categoría de derechos difusos o cabe distinguirlos en base a una nueva categoría de
derechos (“derechos intergeneracionales”)(22) que se articulan en torno a la responsabilidad
intergeneracional(23), por un lado, y al reconocimiento de las generaciones futuras

Véase CORTE CONSTITUCIONAL DE COLOMBIA. Sentencia T-622 del 10 de noviembre de 2016.


(referencia de 28 de julio de 2018). Disponible en web: http://www.corteconstitucional.gov.co/relato-ria/2016/
t-622-16.htm
(19)
CORTE CONSTITUCIONAL DE COLOMBIA. Loc. cit.
(20)
La transversalidad de los derechos fundamentales en las diversas disciplinas del Derecho ha dado lugar a lo
que se conoce como Constitucionalización del Derecho. Véase LANDA ARROYO, César. La Consti-
tucionalización del Derecho. El caso del Perú. Lima: Palestra, 2018.
(21)
La responsabilidad ética de las generaciones presentes con las futuras por la manera de cómo en el pre-sente
se desenvuelve el crecimiento económico (satisfaciendo sus necesidades) de modo tal que asegure la
supervivencia de la especie humana, proyectando la satisfacción de las necesidades de las generaciones
futuras.
(22)
Denominación que, siguiendo la lógica del Derecho Internacional Ambiental, emplea en nuestro medio Erick
Pajares. Véase PAJARES, Erick. “Políticas biocéntricas y ética intergeneracional. El principio de guardianía
de la Tierra”. En: Sin paradero final. N°33. Lima: Desco, julio 2018.
(23)
Sobre la responsabilidad intergeneracional y los derechos intergeneracionales, resulta sumamente útil lo que
anotan Luis Gabriel y Jesús Guillermo Ferrer Ortega:
“[S]i se concede, si se acepta la existencia de derechos de las generaciones futuras, se amplía o se debe
ampliar la noción de responsabilidad. Tocamos así un punto nodal de toda reflexión jurídica, pues ¿no están en
juego aquí los grandes temas del derecho: justicia, derechos (en sentido subjetivo), ¿obligaciones y
responsabilidad?

176
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

como sujetos de derecho(24), por otro? La técnica procesal de tutela de los derechos difusos,
tanto en el proceso de Amparo (para el caso peruano) como en los procesos ordinarios,
¿resulta idónea para tutelar (o resguardar la observancia) del principio de desarrollo
sustentable y los derechos de las generaciones futuras o se requiere pensar en una técnica
procesal distinta que se amolde a sus requerimientos de tutela? Y en esa lógica, ¿qué
impacto tienen las reflexiones a las cuestiones anteriores en las categorías de legitimación y
capacidad procesal? Las regulaciones actualmente existentes, tanto en el Código Procesal
Constitucional peruano, como en la legislación procesal de los procesos ordinarios
(incluyendo el proyecto de reforma del Código Procesal Civil del Perú), en lo que concierne
a la legitimación para la defensa de los derechos difusos, ¿son apropiadas, razonables, para
la tutela de los derechos de las generaciones futuras y el control de la observancia de las
políticas ambientales (y su implementación) sobre desarrollo sustentable?

El desarrollo de la reflexión que suscitan las cuestiones planteadas, seguirá este itinerario:
en principio, abordaré el binomio crecimiento económico y medioambiente, puesto que
constituyen la base (en perspectiva histórica) del paradigma del desarrollo sustentable y de
los derechos de las generaciones futuras en los diversos instrumentos normativos del
Derecho Internacional Ambiental. Luego, pasaré revista a la recepción de este paradigma
en América Latina, dando cuenta de las principales políticas ambientales a nivel (i)
normativo, (ii) comunitario y (iii) constitucional, respectivamente. Sobre la necesidad de
respuesta a cómo la jurisprudencia de las Altas Cortes en América Latina ha venido
tutelando el principio de desarrollo sustentable y de los derechos de las generaciones
futuras, trataré también en este trabajo. Para tal efecto, citaré diversos pronunciamientos de
las Altas Cortes (de Argentina, Colombia, Perú y la Corte IDH).

La hoja de ruta también conduce a tratar la propuesta de investigadores argentinos y


colombianos, en el sentido de que las generaciones futuras son sujetos de derecho, lo
cual encuentra justificación en el nuevo paradigma del Estado Ambiental de Derecho.

Una de las primeras aproximaciones a nuestro tema fue realizada por la jurista Edith Brown Weiss, quien
argumenta que pueden existir obligaciones sin que exista el titular del derecho, ya que las generaciones futuras
no son personas determinadas. Dicha postura nos coloca en una vía de comprensión de los derechos de
generaciones futuras que no puede apoyarse en una concepción civilista de los derechos. En efecto, estaríamos
hablando de derechos que no pertenecen a los individuos, puesto que son derechos intergeneracionales. Por
tanto, de ser aceptable esta teoría, el estudio de nuestro tema no puede seguir los derroteros tradicionales; no
podemos equiparar los derechos intergeneraciones a un derecho real o personal, como es el caso del derecho a
la propiedad sobre una cosa o una deuda a un banco”(el énfasis es añadido). Véase FERRER ORTEGA, Luis y
Jesús FERRER ORTEGA. “El problema de la fundamentación filosófica de los derechos de las generaciones
futuras”. En: Anuario Mexicano de Derecho Internacional. Volumen VIII. Ciudad de México, 2008; p. 490.
(referencia del 29 de julio de 2018). Disponible en web: http://www.scielo.org.mx/pdf/amdi/v8/v8a12.pdf
(24)
Sobre la categorización de las generaciones futuras como sujetos de derecho, véase los trabajos de Munévar
(2016) y Santacoloma (2014).

177
Luciano López Flores

Tomando como referencia ese postulado, la parte final de este trabajo ingresará
más en materia, al abordar la reflexión sobre si la categoría de derechos difusos
(propia del Derecho Procesal de la segunda mitad del siglo XX) da cobertura a los
derechos de las futuras generaciones. Aquí examinaré si las técnicas procesales del
Amparo y los Procesos Colectivos resultan adecuadas y suficientes para tutelarlos o
si se requiere de una técnica procesal que se ajuste a su requerimiento de tutela.
Esto dará lugar, desde luego, a emprender el análisis acerca de si las categorías de
legitimación y capacidad procesal tienen la potencialidad de moldearse a la
necesidad de tutela del paradigma de los derechos de las generaciones futuras.

2. Crecimiento Económico y Medioambiente: Bases del paradigma del


Desarrollo Sustentable (DS) y de los Derechos de las Generaciones
Futuras (DGF)

Como bien anota Santacoloma(25), el tema ambiental no fue una variable directa en
las mediciones de la economía mundial. Tampoco se tomaron en cuenta los
impactos negativos de la producción capitalista en las afectaciones a la salud,
intimidad, dignidad, etc. Las proyecciones referidas a la escasez de recursos
naturales y la evidente afectación al medio ambiente presionaron los mercados y,
en consecuencia, se evidenció la necesidad de internalizar las externalidades. Por
ello, todo este movimiento de intereses en torno a los asuntos medioambientales,
dio como resultado el surgimiento de modelos de desarrollo que van desde el deber
de protección hasta considerar a la naturaleza como sujeto de derechos(26).

La necesidad de un debate sobre el crecimiento económico y su impacto en el medio


ambiente, fue lo que llevó a un grupo de treinta científicos, humanistas, educadores y
administradores, a reunirse en abril de 1968 en la Academia de Lincei, de Roma, para
discutir acerca de cómo comprender esta problemática y enfrentarse a ella. A este
grupo se le conoce como el Club de Roma(27). Y es que, como bien señala Zapiain:

“Si nuestro planeta es espacialmente limitado –su superficie es de 510 millones de km2–, po-
dríamos aceptar, sin mayores dilaciones, la afirmación de que el crecimiento sobre este sea fini-

(25)
SANTACOLOMA MÉNDEZ, Laura. Las generaciones futuras como sujetos de derecho. Tesis para optar por
el grado de Magíster en Derecho. Directora: María Florencia Saulino. Buenos Aires: Universidad de Palermo,
2014; p. 16. (referencia del 1 de agosto de 2018). Disponible en web: https://dspace.palermo. edu:8443/xmlui/
handle/10226/1264
(26)
Ibídem.
(27)
PECCEI, Aurelio. Prólogo: El Club de Roma. 1era. edición en español. En: OLTMANS, Willem
(compilador): Debate sobre el Crecimiento. (J. Pérez, Trad.): Fondo de Cultura Económica, 1975.

178
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

to; que la explotación de sus recursos (alimentos y recursos no renovables) sea limitada;
que se puede producir una saturación de los sumideros que absorben elementos
contaminantes, etc. Es decir, de seguir nuestra tendencia al crecimiento desbordaremos
unos límites naturalmente impuestos y nos enfrentaremos a una “situación crítica de la
actual civilización” (Naredo, 2006), abocándose así a un colapso inevitable”(28).

Por ello, en 1970, el Club de Roma encargó analizar a un grupo de investigadores del
Massachusetts Institute of Technology (MIT), bajo la dirección del profesor Dennis L.
Meadows, analizar los límites y proyecciones de la carga que podía soportar el
planeta(29). Los resultados fueron publicados en marzo de 1972 bajo el título “Los
Límites del Crecimiento”. Allí, sus redactores lanzaron esta seria advertencia:

“Si la industrialización, la contaminación ambiental, la producción de alimentos y


el agotamiento de los recursos mantienen las tendencias actuales de crecimiento
de la población mundial, este planeta alcanzará los límites de su crecimiento en el
curso de los próximos cien años. El resultado más probable sería un súbito e
incontrolable descenso, tanto de la población como de la capacidad industrial”(30).

Con el tiempo, el contenido de este informe tuvo respuesta a través del discurso
sobre la sustentabilidad(31).

En efecto, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano celebrada en


Estocolmo (Suecia), del 5 al 16 de junio de 1972 (Conferencia de Estocolmo), se emitió una
Declaración de 26 Principios y un plan de acción con 10 recomendaciones(32), de los cuales
destaca el Principio 2 en el que se hizo referencia, por primera vez, a las Generaciones Futuras
como consecuencia de la preservación y cuidado de los recursos naturales (33). La expresión
desarrollo sostenible (o sustentable) fue utilizada por primera vez en 1980 en la publicación

(28)
ZAPIAIN AIZPURU, Maite. Crónica de una muerte anunciada. Una revisión de Los límites del crecimiento.
Madrid, diciembre de 2010 (referencia de 1 de agosto de 2018). Disponible en web: http://
habitat.aq.upm.es/boletin/n46/n46-amzap.pdf
(29)
Ibídem.
(30)
Ibídem.
(31)
PAJARES, Erick; LORET DE MOLA, Carlos e IPENZA, César. Políticas ambientales. Ponderaciones en
clave intergeneracional. En: Ni Gran Transformación ni Hoja de Ruta. N°29. Lima: Desco, julio 2016; p. 355.
(32)
SANTACOLOMA MÉNDEZ, Laura. Óp. cit.; p. 18.
(33)
El Principio 2 dice, textualmente, lo siguiente: “Principio 2. Los recursos naturales de la Tierra, incluidos el
aire, el agua, la tierra, la flora y la fauna y especialmente muestras representativas de los ecosistemas
naturales, deben preservarse en beneficio de las generaciones presentes y futuras mediante una cuidadosa
planificación u ordenación, según convenga”. Véase NACIONES UNIDAS. Informe de la Conferencia de las
Naciones Unidas sobre el Medio Humano. Estocolmo, 5 a 16 de junio de 1972. Nueva York: Naciones
Unidas, 1973; p. 4. (referencia del 1 de agosto de 2018). Disponible en web: https://
www.dipublico.org/conferencias/mediohumano/A-CONF.48-14-REV.1.pdf

179
Luciano López Flores

de la Estrategia Mundial para la Conservación, elaborada por la Unión Internacional para la


Conservación de la Naturaleza, así como en 1982 en la Carta Mundial de las Naciones Unidas
para la Naturaleza(34).En ese mismo tiempo (1983), la Organización de las Naciones Unidas
(ONU) dio paso a la creación de la Comisión Mundial sobre Ambiente y Desarrollo, que fuera
presidida por Gro Harlem Brundtland, ex primera ministra de Noruega. En 1987, dicha comisión
publica y difunde el informe Nuestro Futuro Común, ampliamente conocido como el Informe
Brundtland, que postula el cambio en los estilos y formas de vida de la sociedad a fin de evitar
una crisis que se amplifique hasta lo global, y se haga irreversible, a causa de la depleción de la
naturaleza(35).El informe parte por evidenciar las asimetrías entre países y cómo la pobreza las
exacerba, proponiendo entonces un concepto que permita consensuar una visión común,
expresada en una política global, que haga frente a las evidencias de la crisis ecológica del
planeta: el desarrollo sustentable, que se define como: “(…) aquel que satisface las necesidades
de las generaciones presentes, sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras, para
satisfacer sus propias necesidades”(36) .

En 1992, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el


Desarrollo celebrada en Río de Janeiro (“Cumbre de Río” o “Cumbre de la Tierra”),
aprobó una declaración de 27 principios, estableciendo que el derecho al desarrollo
debe ejercerse “en forma tal que responda equitativamente a las necesidades de
desarrollo y ambientales de las generaciones presentes y futuras” (Principio 3)(37). Para
tal efecto, la protección del medio ambiente deberá constituir “parte integrante del
proceso de desarrollo y no podrá considerarse en forma aislada” (Principio 4)(38).

Ahora bien, la idea de desarrollo sostenible (o sustentable) contenida en la Cumbre de Río,


“generó una agenda pragmática consensuada” que se concentra en el “uso de los recursos
naturales y del entorno que satisface las necesidades presentes sin comprometer las de las
generaciones futuras”(39); para lo cual, el denominado principio de precaución (contenido en
el Principio 15)(40) asume un rol fundamental, puesto que, para garantizar el desarrollo

(34)
SANTACOLOMA MÉNDEZ, Laura. Óp. cit.; p. 19.
(35)
PAJARES, Erick; LORET DE MOLA, Carlos e IPENZA, César. Óp. cit.; p. 354.
(36)
Ibídem.
(37)
NACIONES UNIDAS. Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. 1992. (referencia del 1
de agosto de 2018). Disponible en web: http://www.un.org/spanish/esa/sustdev/documents/decla-ra-
cionrio.htm
(38)
Ibídem.
(39)
ANDRADE, Germán. Ecosistemas y bienestar humano: dimensiones emergentes en la gestión del bien común
ambiental. En: FORERO, Clemente y DÍAZ, Luis (editores académicos y compiladores). La gestión de lo
público: Debates y Dilemas. Bogotá: Uniandes, 2014; p. 117.
(40)
El Principio 15 de la Declaración de Río contempla el principio de precaución. Transcribo su texto:
“Principio 15. Con el fin de proteger el medio ambiente, los Estados deberán aplicar ampliamente el criterio
de precaución conforme a sus capacidades. Cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la falta de
certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces

180
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

sostenible, la intervención humana debe causar el menor daño posible al ambiente


y a los recursos naturales(41).

Los esfuerzos en el Derecho Internacional sobre la necesidad de que los Estados se


comprometan en la idea del desarrollo sustentable y la protección de los derechos de las
generaciones futuras, han sido constantes(42), eslabonando una serie de instrumentos declarativos
(soft law), entre los que destacan la Declaración de Río sobre Ambiente y Desarrollo (1992) y la
Agenda 21, así como los propios acuerdos multilaterales ambientales (AMUMA) que nacen
como tratados vinculantes (hard law) en la Cumbre de la Tierra, entre ellos, la Convención
Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC)(43).

En ese sentido, la sustentabilidad ambiental se configura en un “elemento


transversal” de los objetivos de desarrollo(44) que ha dado lugar a la aprobación, en
septiembre de 2015, de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), con lo cual
se ha logrado cristalizar la incorporación de consideraciones centrales sobre el
ambiente en las decisiones de política pública vinculadas con el desarrollo(45).

3. La recepción del DS y los DGF en América Latina

En un estudio de la División de Desarrollo Sostenible y Asentamientos Humanos de la


Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), realizado en 2017, se
afirma que los países que albergan la mayor biodiversidad en el mundo son Brasil, Co-

eficaces en función de los costos para impedir la degradación del medio ambiente”. Véase NACIONES
UNIDAS. Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. 1992. (referencia del 1 de agosto de
2018). Disponible en web: http://www.un.org/spanish/esa/sustdev/documents/declaracionrio.htm
(41)
OVALLE BRACHO, Martha y CASTRO DE PÉREZ, Zelba Nidia. Introducción al Principio de Precaución.
En: AMPARO RODRÍGUEZ, Gloria y PÁEZ PÁEZ, Iván (editores académicos). Bogotá: Universidad del
Rosario, 2012; p. 59.
(42)
Erick Pajares señala al respecto: “En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible (Río+20),
que tuvo lugar en Río de Janeiro (Brasil) del 20 al 22 de junio de 2012, veinte años después de la histórica Cumbre de
la Tierra (Río 1992), y que concluyó con la aprobación del documento El futuro que queremos, los Estados
asumieron como acuerdo dar paso al proceso de formulación de los objetivos de desarrollo sostenible y vincularlos
con la discusión de la agenda para el desarrollo, luego del 2015. De este modo se integraban dos procesos globales
que, hasta ese momento, habían transitado caminos paralelos: la agenda de desarrollo centrada en lo humano,
orientada por los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), y la agenda del desarrollo sustentable, que busca
articular la relación, de por sí compleja, entre ambiente y desarrollo”.
Véase PAJARES, Erick. “Las políticas ambientales en América Latina. Una comprehensión a partir de los
contextos globales”. En: El arte del desgobierno. N°31. Lima: Desco, julio 2017; p. 412.
(43)
Ibídem.
(44)
Ibídem.
(45)
Ibídem.

181
Luciano López Flores

lombia, México y Perú(46). Asimismo, este mismo estudio señala que en la región están
identificadas 178 regiones ecológicas que representan más del 50% de la biodiversidad
del planeta y se encuentran los hábitats del 40% de las especies de flora y fauna del
mundo, además que entre el 25 y el 50% de las especies de la región son endémicas y
particularmente sensibles a los efectos del cambio climático debido a sus dificultades
de adaptación a hábitats diferentes de los que están acostumbrados(47).

Por ello, el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF), ha indicado que el cambio
climático es un problema que amenaza en mayor o menor medida a los países
latinoamericanos, ocasionando impactos físicos y biológicos con importantes
repercusiones sociales, medioambientales y económicas(48)(49). Se trata de fenómenos
tales como el incremento de temperaturas medias y extremas, la variación en los
patrones de precipitación, la elevación del nivel del mar y el aumento en número e
intensidad de ciertos fenómenos extremos(50), acentuando la pérdida de biodiversidad y
que intensifica otros factores relevantes como la alteración del hábitat, la presencia de
especies invasoras, la sobreexplotación y la contaminación(51).

La proyección estimada del aumento de la temperatura en 2.5°C hacia la mitad del


siglo XXI, impactará en un costo económico que se sitúa entre el 1.5% y el 5% del
Producto Bruto Interno de la región(52), pese a que los países de América Latina son los
que menos contribuyen en las emisiones globales de gases de efecto invernadero(53)(54).

(46)
COMISIÓN ECONÓMICA PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE. Loc. Cit.
(47)
Ibídem.
(48)
BANCO DE DESARROLLO DE AMÉRICA LATINA. Óp. cit.; p. 7.
(49)
Cepal señala que los impactos económicos y sociales los sufren las poblaciones dedicadas a la agricultura, la
pesca, el turismo y demás actividades económicas que de una u otra forma, requieren de la conservación de
los recursos biológicos y ecosistémicos. Véase COMISIÓN ECONÓMICA PARA AMÉRICA LATINA Y
EL CARIBE. El cambio climático y sus efectos en la biodiversidad de América Latina. Santiago: Naciones
Unidas, 2017; p. 4. (referencia del 2 de agosto de 2018). Disponible en web: https://www.
cepal.org/sites/default/files/news/files/sintesis_pp_cc_cc_y_sus_efectos_en_la_biodiversidad.pdf
(50)
BANCO DE DESARROLLO DE AMÉRICA LATINA. Loc. cit.
(51)
COMISIÓN ECONÓMICA PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE. Óp. cit.; p. 3
(52)
COMISIÓN ECONÓMICA PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE. Medidas de mitigación y adaptación
al cambio climático en América Latina y el Caribe. Santiago: Naciones Unidas, 2017; p. 4. (referencia de 2 de
agosto de 2018). Disponible en web: https://www.cepal.org/sites/default/files/news/
files/sintesis_pp_cc_medidas_de_mitigacion_y_adaptacion.pdf
(53)
En uno de los estudios de CEPAL que vengo citando, se indica que, en el año 2011, esa contribución ha sido
de alrededor del 9%. Es decir, un porcentaje considerablemente menor al de otras regiones como Asia Oriental
y el Pacífico, Europa y Asia Central y América del Norte, quienes representaron el 37%, 18% y 15% de las
emisiones respectivamente. Véase COMISIÓN ECONÓMICA PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE.
Medidas de mitigación y adaptación al cambio climático en América Latina y el Caribe. Santiago: Naciones
Unidas, 2017; p. 4. (referencia del 2 de agosto de 2018). Disponible en web: https://www.
cepal.org/sites/default/files/news/files/sintesis_pp_cc_medidas_de_mitigacion_y_adaptacion.pdf.
(54)
De allí que, como bien anota Valdivia: “Hoy tenemos la certeza de que el clima del futuro está determinado en

182
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

En el caso del Perú, según un estudio que vengo citando, el mayor impacto ambiental se
focaliza en los recursos hídricos, dado que el 80% de la población depende de aquellos
provenientes de la cuenca del Pacífico, pero la disponibilidad de agua en la cuenca del
Atlántico es mucho más abundante, impactando fuertemente en diversos sectores
económicos (agricultura, pesca, energía hidráulica y zonas costeras) y sociales(55)(56).

Esta problemática ha sido abordada por los países de América Latina y el Caribe en
sus políticas públicas referidas a la mitigación y adaptación al cambio climático (57),
a pesar de que existe un alto nivel de desconocimiento y de incertidumbre en la
ciudadanía sobre los procesos involucrados, sus costos y beneficios económicos (58).
Todo ello dibuja un contexto en el que esas políticas y regulaciones que han
prosperado en la región, desde la Cumbre de Río de 1992:

“[H]an resultado insuficientes para contener los impactos ambientales adversos


ocasionados por el uso intensivo de los ecosistemas para asegurar el
crecimiento económico, dando paso a un círculo vicioso: sobreexplotación de
los recursos ambientales por demanda –acumulación material temporal–
empobrecimiento por pérdida permanente de stock de recursos naturales,
incluyendo el deterioro de los términos de intercambio”(59).
No obstante, considero útil pasar revista a las políticas públicas medioambientales más
importantes en América Latina, referidas al desarrollo sostenible y el resguardo de las ne-

parte por la cantidad de gases de efecto invernadero que emitamos. Es decir, las condiciones futuras del clima serán
determinadas en menor proporción por factores ‘naturales’ y serán definidas cada vez más, principalmente, por las
actividades humanas y sus impactos. Esto nos obliga a replantear algunos supuestos sobre las posibilidades de
adaptación frente al cambio climático. Esta, a fin de cuentas, implica un cambio muy profundo en la comprensión de
‘nuestra relación con el sistema climático’ y, finalmente, a partir de ello, producir una serie de ‘transformaciones
significativas’ en nuestros sistemas”. Véase VALDIVIA CORRALES, Gustavo. Importancia de los escenarios
socioeconómicos frente al cambio climático en las zonas altoandinas. En: VALDIVIA CORRALES, Gustavo;
CRUZ, Mercedes y DE LAS TORRES, Carlos: Los desafíos de la adap-tación al cambio climático en comunidades
rurales altoandinas. Lima: Soluciones Prácticas; p. 63.
(55)
En los sectores sociales, se encuentran poblaciones en condición de pobreza extrema (16% de la población sufre
desnutrición), población rural agrícola (31% de la PEA participa en el sector agrícola, ascendiendo al 65% de la PEA
en regiones rurales), poblaciones en zonas áridas y semiáridas: cuencas de los ríos Piura, Santa, Mantaro y Mayo, y
poblaciones urbanas dependientes de los glaciares. Véase BANCO DE DESARROLLO DE AMÉRICA LATINA.
Programa de Adaptación al Cambio Climático, 2013; p. 17. (referencia del 1 de agosto de 2018). Disponible en web:
http://publicaciones.caf.com/media/37041/cambio-climatico.pdf.
(56)
Ibídem.
(57)
COMISIÓN ECONÓMICA PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE. Óp. cit.; p. 7.
(58)
COMISIÓN ECONÓMICA PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE. La economía del cambio climático
en América Latina y el Caribe: paradojas y desafíos del desarrollo sostenible. Santiago: Naciones Unidas,
2017; p. 8. (referencia del 2 de agosto de 2018). Disponible en web: https://www.cepal.org/ sites/default/files/
news/files/sintesis_pp_cc_economia_del_cambio_climatico_en_alac.pdf
(59)
PAJARES, Erick. Óp. cit.; p. 414.

183
Luciano López Flores

cesidades de las generaciones futuras. Destacan (i) el “Plan de Acción para el


Desarrollo Sostenible de las Américas”, suscrito por los Jefes de Estado y de Gobierno
asistentes a la Cumbre de las Américas sobre Desarrollo Sostenible llevada a cabo en
Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, del 7 al 8 de diciembre de 1996; (ii) el artículo 15 de
la Carta Democrática Interamericana, aprobada en la ciudad de Lima, Perú, el 11 de
septiembre de 2001 por la Organización de Estados Americanos (OEA) (60); (iii) las
Resoluciones de la OEA sobre derechos humanos y medio ambiente(61); (iv) y, las
Constituciones de diversos países de América del Sur.

En lo que atañe a los marcos constitucionales, en las dos últimas décadas del siglo XX, las
Cartas Políticas de Brasil, Colombia, Perú, Argentina, Venezuela, Bolivia y Ecuador,
reconocieron expresamente el desarrollo sostenible como medio para satisfacer las necesi-
dades de las generaciones presentes y resguardar las que corresponden a las generaciones
futuras(62). No lo hicieron así las Constituciones de Chile de 1980(63) y Uruguay de

(60)
Cuyo texto señala: “El ejercicio de la democracia facilita la preservación y el manejo adecuado del medio
ambiente. Es esencial que los Estados del Hemisferio implementen políticas y estrategias de protección del
medio ambiente, respetando los diversos tratados y convenciones, para lograr un desarrollo sostenible en
beneficio de las futuras generaciones”. Véase ORGANIZACIÓN DE LOS ESTADOS AMERICANOS.
Carta Democrática Americana. 2001 (referencia del 2 de agosto de 2018). Disponible en web:
http://www.oas. org/charter/docs_es/resolucion1_es.htm
(61)
Se trata de las Resoluciones AG/RES. 1819 (XXXI-O/01), AG/RES. 1896 (XXXII-O/02), AG/ RES. 1926
(XXXIII-O/03) y AG/RES. 2429 (XXXVIII-O/08), en las cuales la OEA subrayó la importancia de promover
la protección del medio ambiente y el pleno goce de los derechos humanos. Especialmente, en la AG/RES.
2429 (XXXVIII-O/08), destacó que “el cambio climático es una preocupación común de toda la humanidad,
y que los efectos del mismo repercuten en el desarrollo sostenible y podrían tener consecuencias en el pleno
goce de los derechos humanos”. Véase ORGANIZACIÓN DE LOS ESTADOS AMERICANOS. Resolución
AG/RES. 2429 (XXXVIII-O/08) “Derechos humanos y cambio climático en las Américas”. 2008. (referencia
del 2 de agosto de 2018). Disponible en web: http://www.acnur.org/
fileadmin/Documentos/BDL/2009/6977.pdf?file=fileadmin/Documentos/BDL/2009/6977
(62)
En efecto, (i) la primera en realizar este reconocimiento fue la Constitución brasileña de 1988. En su artículo
225 consagró el deber del Estado y la colectividad de defender y preservar el medio ambiente
“ecológicamente equilibrado”, “para las generaciones presentes y futuras”. (ii) La Constitución de Colombia
de 1991 fue la segunda. En su artículo 80 estableció la obligación del Estado de planificar el manejo y
aprovechamiento de los recursos naturales “para garantizar su desarrollo sostenible”. (iii) Luego, en 1993, la
Constitución peruana consagró la obligación estatal de promover el “uso sostenible” de los recursos naturales
(artículo 67), así como de la conservación de la diversidad biológica y de las áreas naturales protegidas
(artículo 68), con especial énfasis en el “desarrollo sostenible” de la Amazonía (artículo 69). (iv) Un año
después, la Constitución Argentina de 1994 estableció en su artículo 41 el derecho ciudadano a un ambiente
“sano y equilibrado” y que las actividades productivas “satisfagan las necesidades presentes sin comprometer
las de las generaciones futuras”. (v) Igualmente, en 1999, la Constitución de Venezuela dispuso que el Estado
desarrollará una política de ordenación del territorio “de acuerdo con las premisas del desarrollo sustentable”
(artículo 128). (vi) En 2008, la Constitución de Ecuador fue la más prolija en el reconocimiento del desarrollo
sostenible y los derechos de las generaciones futuras, como así dan cuenta los artículos 3 (inciso 5), 14, 83
(inciso 6), 276 (inciso 4), 395 (inciso 1). Finalmente, en 2009, la Constitución de Bolivia hizo lo propio en sus
artículos 9 y 33.
(63)
No obstante, la Constitución de Chile, consagra el derecho ciudadano “a vivir en un medio ambiente libre

184
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

1997(64), salvo lo dispuesto en su legislación interna(65).

Pese a estos reconocimientos constitucionales en la región (además de sus


respectivas legislaciones de desarrollo constitucional), Pajares advierte que los
avances en la implementación de la gobernanza ambiental (institucionalidad):

“[N]o han significado la protección efectiva del ambiente y de las poblaciones


locales, particularmente aquellas que ya son socialmente vulnerables, mientras
que los grandes proyectos de inversión extractiva, o infraestructura, se llevan a
cabo a pesar de las fuertes tensiones sociales que originan, especialmente
cuando la desaceleración del crecimiento económico remite las
preocupaciones ambientales a un segundo plano. Esto ha derivado en una
aguda crisis de gobernabilidad ambiental en diversos países latinoamericanos,
reflejada en intensos y crecientes conflictos socioambientales”(66).

4. La defensa del DS y los DGF en la jurisprudencia latinoamericana

El enfoque actual de la doctrina procesal comprometida con la denominada constitucio-


nalización del proceso, plantea que un modelo procesal ajustado a la tutela de los derechos
no es más que uno “dotado de técnicas procesales idóneas a la tutela de las diversas situa-

de contaminación”, activando el deber estatal de “velar para que este derecho no sea afectado y tutelar
la preservación de la naturaleza” (inciso 8 del artículo 19). Por ello, en el segundo párrafo del artículo
20 de dicha Carta Política establece que procede “el recurso de protección en el caso del N°8 del
artículo 19, cuando el derecho a vivir en un medio ambiente libre de contaminación sea afectado por un
acto arbitrario e ilegal imputable a una autoridad o persona determinada”. No ha puesto cita ni biblio.
(64)
La Constitución de Uruguay (artículo 47) estableció el deber general de los ciudadanos de abstener se
de cualquier acto que cause depredación, destrucción o contaminación graves al medio ambiente.
(65)
En el caso chileno, en el inciso g) del artículo 2 de la Ley de Bases Generales del Medioambiente, Ley
N°19.300 (modificada por la Ley N°20.173), se hizo referencia al “Desarrollo Sustentable”,
definiéndolo como: “[E]l proceso de mejoramiento sostenido y equitativo de la calidad de vida de las
personas, fundado en medidas apropiadas de conservación y protección del medio ambiente, de manera
de no comprometer las expectativas de las generaciones futuras”. Véase Cfr. DIVISIÓN JURÍDICA DE
LA COMISIÓN NACIONAL DEL MEDIO AMBIENTE. Ley 19.300 sobre Bases Generales del
Medio Ambiente Modificada por ley 20.173 2007 (referencia del 2 de junio de 2018) Disponible en
web: http:// www.conaf.cl/wp-content/files_mf/1370463346Ley19300.pdfl
Por su parte, en el caso uruguayo, la ley de desarrollo del artículo 47 de la Constitución, Ley
N°17.283 del 12 de diciembre del año 2000, hizo referencia al desarrollo sostenible en su artículo
1 definiéndolo como aquel “que satisface las necesidades del presente sin comprometer la
capacidad de generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades”. Véase Cfr. PODER
LEGISLATIVO DE URUGUAY. Ley N° 17.283 (referencia de 2 de junio de 2018). Disponible
en web: https://legislativo.parlamento.gub. uy/temporales/leytemp9873059.htm
(66)
PAJARES, Erick. Loc. cit.

185
Luciano López Flores

ciones de derecho material y que, obviamente, garantiza la efectiva


participación”(67). Y ese compromiso se incrementa, sin duda, ante los retos que
demanda (para la jurisdicción) el paradigma del Estado Ambiental.

¿Cómo ha venido tratando la jurisprudencia de las Altas Cortes de los países de


América Latina, las nuevas situaciones de derecho material representadas por el
principio de desarrollo sustentable y los derechos de las generaciones futuras?
Podría decirse que la respuesta ha sido positiva. Se han dictado pronunciamientos
relevantes (i) en la Corte Suprema de la Nación Argentina, (ii) en la Corte
Constitucional y la Corte Suprema de Colombia, (iii) en el Tribunal Constitucional
del Perú, (iv) además de la muy reciente Opinión Consultiva OC-23/17, del 15 de
noviembre de 2017, emitida por la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

4.1. Argentina

En la Resolución del 26 de abril de 2016, la Corte Suprema de Justicia de la Nación, emitió


un importantísimo pronunciamiento en la causa CSJ 5258/2014 Originario Asociación
Argentina de Abogados Ambientalistas de la Patagonia e/ Santa Cruz, Provincia de y otro
s/ amparo ambiental(68). Allí, reconoció su deber de controlar la constitucionalidad

(67)
MARINONI, Luis. Introducción al Proceso Civil (C. Delgado, Trad.). Lima: Palestra, 2015; p. 191.
(68)
El caso fue una demanda de “Amparo Ambiental” presentada por la Asociación Argentina de Abogados
Ambientalistas de la Patagonia contra “el Estado Nacional (Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable)
y la Provincia de Santa Cruz”, a fin de que “se ordene investigar y, en su caso, se impida el comienzo de la
obra correspondiente a las represas denominadas “Presidente Dr. Néstor Carlos Kirchner” y “Gobernador
Jorge Cepernic”, ambas localizadas en la provincia demandada, cuya construcción fue proyectada en el marco
de la ejecución de los Aprovechamientos Hidroeléctricos del Río Santa Cruz, Cóndor Cliffo y La
Barrancosa”. El fundamento central de la demanda consistió en que, según la demandante: (i) no se habrían
efectuado los estudios ambientales previos, a fin de establecer cuál sería el impacto que dichos
emprendimientos podrían causarle al ecosistema, en particular al Lago Argentino, los glaciares Perito Moreno,
Spegazzini y Upsala y al Parque Nacional Los Glaciares; y, (ii) tampoco se habrían efectuado las consultas
ciudadanas que, en función de la envergadura de las obras, correspondía realizar. La demandante solicitó que:
“[E]n forma previa a la apertura del amparo, se oficie a ambas demandadas a los efectos de que informen si
han cumplido con la realización del estudio de impacto ambiental en los términos de los artículos 11, 12 Y 13
de la ley 25.675; y, asimismo, que se expida sobre el cumplimiento de las consultas y audiencias públicas
previstas en los artículos 19, 20 y 21 de la citada ley”. Y, en caso sea negativa dicha petición, pidió se dicte
una medida cautelar “[M]ediante la cual se disponga la suspensión del inicio de la obra, hasta tanto se realice
un estudio de impacto ambiental sobre toda la zona, como así también la consulta pública respectiva”. La
resolución del 26 de abril de 2016 expedida por la Corte Suprema, atendió el pedido de que antes de abrir el
proceso, las demandadas atiendan el requerimiento de información que aludió la demandante. Véase CORTE
SUPREMA DE JUSTICIA DE LA NACIÓN ARGENTINA. Resolución del 26 de abril de 2016. Causa CSJ
5258/2014 Originario Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas de la Patagonia e/ Santa Cruz,
Provincia de y otro s/ amparo ambiental. (referencia de 27 de julio de 2018). Disponible en web:
http://www.pensamientocivil.com.ar/system/files/2016/05/Fallos2344.pdf

186
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

de las actuaciones estatales referidas a obras que revisten un fuerte impacto en el medio
ambiente, lo cual requiere “asegurar la sustentabilidad del desarrollo que se pretende” y
tutelar “la salud de la población actual y de las generaciones futuras” (fundamento 2)(69).
Y, además, señaló que la efectividad que se reclama para todos los derechos fundamentales,
también debe ser predicada respecto de los de incidencia colectiva y en particular del
ambiente, en vista de la tutela constitucional del medio ambiente, la Corte afirma que existe
“un componente ambiental del estado de derecho” (fundamento 3)(70).

Esain destaca en este fallo no solo el control constitucional de las políticas públicas locales en
materia ambiental en la Argentina, sino, y por sobre todo, el reconocimiento del Estado
Ambiental de Derecho(71) como instrumento de observancia del desarrollo sustentable de toda
obra que afecte recursos naturales, de tal modo que se resguarde el derecho al medio ambiente
equilibrado de las generaciones presentes y de las futuras. Es más, este autor señala que en la
evolución de la jurisprudencia de la Corte Suprema pronunciada en las causas “Mendoza
Beatriz”(72); “Villivar”(73) y “Martínez”(74); “Giustinianni”(75) y “CIPES”(76):

“[S]e aprecia el rediseño del modo en que se aparcan las definiciones ambientales: se debe
poner foco en el nuevo debido proceso legal ambiental. Esta garantía clásica que suponía la
necesidad de que de modo previo a la toma de decisión sobre un determinado derecho, sea
escuchado el titular del mismo, en materia ambiental cobra nuevos perfiles. Estamos ante
un bien jurídico colectivo que exige para garantizar la voz del titular del derecho,
mecanismos administrativo-participativos de democracia de consenso. Esto no sigue la ruta
clásica. Dos principios básicos desafían este nuevo componente: el acceso a la información
y la participación ciudadana. Sin ellos cualquier toma de decisión en el nuevo estado de
derecho, el Estado ambiental de derecho será nula”. (el énfasis es añadido)(77).

(69)
Ibídem.
(70)
Ibídem.
(71)
ESAIN, José. Óp. cit.; p. 57.
(72)
CSJN “Mendoza, Beatriz Silvia y otros c/ Estado Nacional y otros s/ daños y perjuicios (daños derivados de la
contaminación ambiental del Río Matanza - Riachuelo)”, sentencias del 20 de junio de 2006 y 8 de julio de
2008. M. 1569. XL. Originario. Véase ESAIN, José. “El Estado Ambiental de Derecho en la jurisprudencia de
la Corte Suprema de Justicia de la Nación”. En: Revista Digital de la Asociación Argentina de Derecho
Constitucional. N°213, junio 2017; p. 58. (referencia de 27 de julio de 2018). Disponible en web:
http://aadconst.org.ar/revistadigital/wp-content/uploads/2017/07/ESAIN.pdf
(73)
CSJN “Villivar, Silvana N. v. Provincia del Chubut y otros”, sentencia del 17 de abril de 2007. Véase Ibídem.
(74)
CSJ Recurso de Hecho de “Martínez, Sergio Raúl c/ Agua Rica LLC Suco Argentina y su propietaria Yamaha
Gold Inc. y otros 5/ acción de amparo” resolución del 2.3.2016. 1314/2012 (48-M). Véase Ibídem.
(75)
“Giustiniani, Rubén Héctor el Y,P.F, S.A. s/amparo por mora”, sentencia del 10.11.2015. CAF
37747/2013/CA1-CSl CAF 37747/2013/1/RHl. Véase Ídem.; p. 59.
(76)
FLP 8399/20l6/CSl “Centro de Estudios para la Promoción de la Igualdad y la Solidaridad y otros el
Ministerio de Energía y Minería si amparo colectivo”, sentencia del 18.8.2016. Véase Ibídem.
(77)
ESAIN, José. Óp. cit.; p. 58.

187
Luciano López Flores

Se trata, pues, de una clara predisposición de la Corte Suprema Argentina de


instaurar lo que en doctrina se conoce como constitucionalismo dialógico, es decir,
aquella práctica impulsada en muchos casos desde la judicatura, desarrollada
inicial y gradualmente desde comienzos de la década de 1980 en Canadá, y que
tiene por propósito de que los asuntos constitucionales fundamentales sean
resueltos “mediante una conversación extendida, persistente en el tiempo, y que
debe involucrar a las diferentes ramas del poder como a la propia ciudadanía”(78).

4.2. Colombia

La Corte Constitucional Colombiana, apenas iniciada en funciones luego de regir la


Constitución de 1991, en la Sentencia T-411 del 17 de junio de 1992, calificó a dicha Carta
Política como una Constitución Ecológica, a la luz de una “lectura sistemática, axiológica y
finalista” de sus disposiciones(79). Señaló que aquellas contemplan un programa dirigido a la
“protección jurídica del medio ambiente”. Asimismo, en esta sentencia, por primera vez se
pronunció a favor de la protección de los derechos de las futuras generaciones(80).

Desde este fallo, la Corte Constitucional ha sido por demás activa y no ha escatimado es-
fuerzos en pronunciarse de manera constante conceptualizando el desarrollo sostenible y su
relación con la equidad intergeneracional para garantizar los derechos de las generaciones
futuras, y relievar el principio de precaución en las políticas públicas ambientales(81). Y

(78)
GARGARELLA, Roberto y Paola BERGALLO. Presentación. En: GARGARELLA, Roberto (compilador).
Por una justicia dialógica: El Poder Judicial como promotor de la deliberación democrática. Buenos Aires:
Siglo Veintiuno, 2014; p. 10.
(79)
CORTE CONSTITUCIONAL DE COLOMBIA. Sentencia T-411 del 17 de junio de 1992.(referencia de 28
de julio de 2018). Disponible en web: www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/1992/t-411-92.htm
(80)
Dijo al respecto la Corte Constitucional:
“[L]a protección al ambiente no es un “amor platónico hacia la madre naturaleza”, sino la respuesta a un
problema que de seguirse agravando al ritmo presente, acabaría planteando una auténtica cuestión de vida o
muerte: la contaminación de los ríos y mares, la progresiva desaparición de la fauna y la flora, la conversión
en irrespirable de la atmósfera de muchas grandes ciudades por la polución, la desaparición de la capa de
ozono, el efecto invernadero, el ruido, la deforestación, el aumento de la erosión, el uso de productos
químicos, los desechos industriales, la lluvia ácida, los melones nucleares, el empobrecimiento de los bancos
genéticos del planeta, etc., son cuestiones tan vitales que merecen una decisión firme y unánime de la
población mundial. Al fin y al cabo el patrimonio natural de un país, al igual que ocurre con el histórico-
artístico, pertenece a las personas que en él viven, pero también a las generaciones venideras, puesto que
estamos en la obligación y el desafío de entregar el legado que hemos recibido en condiciones óptimas a
nuestros descendientes”.
Véase CORTE CONSTITUCIONAL DE COLOMBIA. Sentencia T-411 del 17 de junio de 1992. (referencia
de 28 de julio de 2018). Disponible en web: www.corteconstitucional.gov.co/rela-to-ria/1992/t-411-92.htm
(81)
En efecto, por todas, véase la Sentencia T-445 del 19 de agosto de 2016 que hace, al respecto, un re-cuento de
su propia jurisprudencia para lo cual se remite a las sentencias C-495 de 1996, T-080 de 2015 y C-449 de
2015.

188
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

ha puesto especial énfasis, en la Sentencia C-644 del 18 de octubre de 2017, en base al


desarrollo de su propia jurisprudencia(82), el valor del ambiente y su respectiva relación
con el ser humano desde los enfoques antropocéntrico, biocéntrico y ecocentrista, los
cuales ya he referido al inicio de este trabajo, al citar la Sentencia T-622 del 10 de
noviembre de 2016, en la cual también se refirió a estos tópicos.

Y en esta Sentencia T-622, la Corte Constitucional, en base al enfoque ecocéntrico


e instrumentalizando el principio de precaución, declaró sujeto de derechos a un
río (Atrato), lo cual implica “su protección, conservación, mantenimiento y en el
caso concreto, restauración” (fundamento 9.25)(83).

El arribo a considerar como sujetos de derechos a bienes de la naturaleza, impulsó


a un grupo de 25 niños, niñas, adolescentes y jóvenes adultos, a presentar ante el
Tribunal Superior de Bogotá, la primera “tutela” (o Amparo, como se conoce en
nuestro medio) sobre cambio climático y generaciones futuras en América Latina.
La demanda fue presentada el 29 de enero de 2018(84).

(82)
Ha dicho la Corte Constitucional sobre estos tres enfoques:
“[E]s posible identificar en algunas sentencias que adoptan predominantemente un enfoque o algunas en las
que se evidencia diversos enfoques. Por ejemplo, la T-411 de 1992 expuso sus consideraciones desde las
perspectivas antropocéntricas y ecocéntricas, la C-339 de 2002 refleja el carácter biocéntrico del ambiente; y,
las sentencias C-595 de 2010, C-632 de 2011, C-123 de 2014; y C-449 de 2015 fueron planteadas desde el
ecocentrismo. En esta última providencia, la Sala Plena de la Corte sostuvo:
“(…) para la Corte que el humano es un ser más en el planeta y depende del mundo natural, debiendo asumir
las consecuencias de sus acciones. No se trata de un ejercicio ecológico a ultranza, sino de atender la
realidad sociopolítica en la propensión por una transformación respetuosa con la naturaleza y sus
componentes. Hay que aprender a tratar con ella de un modo respetuoso. La relación medio ambiente y ser
humano acogen significación por el vínculo de interdependencia que se predica de ellos” (Negrilla fuera de
texto).
Bajo esta línea argumentativa, la misma Sentencia afirmó que existe una necesidad imperiosa de “prop ender
por una defensa cada vez más rigurosa de la naturaleza y su entorno”, por cuanto, la naturaleza, en sí misma,
tiene un valor intrínseco. Bajo esta línea argumentativa, los principios de prevención y precaución ambiental
cobran especial relevancia”.
Véase CORTE CONSTITUCIONAL DE COLOMBIA. Sentencia C-644 del 18 de octubre de 2017.
(referencia del 28 de julio de 2018). Disponible en web: http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/2017/
C-644-17.htm
(83)
CORTE CONSTITUCIONAL DE COLOMBIA. Sentencia T-622 del 10 de noviembre de 2016. (referencia
de 28 de julio de 2018). Disponible en web: http://www.corteconstitucional.gov.co/relato-ria/2016/t-622-
16.htm
(84)
En la nota periodística que publicó Dejusticia, institución que patrocinó a los jóvenes demandantes, se expresa
lo siguiente:
“Esta tutela se suma a una ola de litigios recientes contra el cambio climático en Estados Unidos y Europa.
Según César Rodríguez, director de De justicia y abogado de los jóvenes, ‘así como los alcaldes de Nueva
York y San Francisco demandaron a las empresas petroleras más contaminantes, para que compensen
los daños del cambio climático, y una corte le ordenó al gobierno de Holanda disminuir las emisiones de
carbono del país, nosotros estamos pidiendo que Colombia cumpla los compromisos que ha adquirido
contra el calentamiento global’.

189
Luciano López Flores

La Sala Civil Especializada en Restitución de Tierras del Tribunal Superior del Distrito
Judicial de Bogotá, mediante sentencia del 12 de febrero de 2018, desestimó la tutela,
lo que llevó a los demandantes a recurrir ante la Corte Suprema. Y en la muy reciente
STC4360-2018 (Radicación N° 11001-22-03-000-2018-00319-01) del 5 de abril de
2018, la Sala de Casación Civil de la Corte Suprema de Justicia de Colombia, estimó la
tutela (ponencia del Magistrado Luis Armando Tolosa Villabona).

Además de reconocer “los derechos ambientales de las futuras generaciones” (cimentados


en “el deber ético de la solidaridad de la especie y en el valor intrínseco de la naturaleza”,
[fundamento 5.3.])(85), la Corte Suprema estableció lo siguiente (fundamento 14):

“[E]n aras de proteger ese ecosistema vital para el devenir global, tal como la
Corte Constitucional declaró al río Atrato, se reconoce a la Amazonía
Colombiana como entidad, “sujeto de derechos”, titular de la protección, de la
conservación, mantenimiento y restauración a cargo del Estado y de las
entidades territoriales que la integran”(86).

Sin duda, se trata de un fallo paradigmático y de muy reciente data que asienta y pone
en práctica los postulados de este paradigma del Estado Ambiental de Derecho.

4.3. Perú

El reconocimiento expreso del principio de desarrollo sustentable y de la


protección de los derechos de las futuras generaciones, está presente en la
jurisprudencia del Tribunal Constitucional peruano. Un fallo paradigmático en
dicha tarea es la STC N° 0048-2004-PI/TC del 1 de abril de 2005 (caso de la “Ley
de la Regalía Minera”). En su fundamento 19 estableció:

“[E]l principio de desarrollo sostenible o sustentable, constituye una pauta basilar para
que la gestión humana sea capaz de generar una mayor calidad y condiciones de vida
en beneficio de la población actual, pero manteniendo la potencialidad del ambiente
para satisfacer las necesidades y las aspiraciones de vida de las generaciones futuras.
Por ende, propugna que la utilización de los bienes ambientales para el consumo no se

Véase DEJUSTICIA. Presentamos primera tutela sobre cambio climático y generaciones futuras en América
Latina. Bogotá. 28 de enero de 2018 (referencia del 1 de agosto de 2018). Disponible en web: https://
www.dejusticia.org/esta-es-la-primera-tutela-sobre-cambio-climatico-que-se-presenta-en-america-latina/
(85)
CORTE SUPREMA DE JUSTICIA DE COLOMBIA. STC4360-2018 (Radicación N° 11001-22-03-000-
2018-00319-01) de 5 de abril de 2018; p. 19 (referencia de 1 de agosto de 2018). Disponible en web:
https://cdn.dejusticia.org/wp-content/uploads/2018/01/Fallo-Corte-Suprema-de-Justicia-Liti-gio-Cambio-Clim
%C3%A1tico.pdf?x54537
(86)
Ídem.; p. 45.

190
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

‘financien’ incurriendo en ‘deudas’ sociales para el porvenir”(87).

Por ello, el desarrollo sostenible o sustentable, dijo el Tribunal Constitucional,


requiere de la responsabilidad social, lo cual implica “la generación de actitudes y
comportamientos de los agentes económicos y el establecimiento de políticas de
promoción y el desarrollo de actividades que, en función del aprovechamiento o
uso de los bienes ambientales, procuren el bien común y el bienestar general”(88)
(fundamento 22). Incluso, también señaló que la responsabilidad social es “una
conducta exigible a las empresas, de forma ineludible”(89) (fundamento 25).

Otro fallo paradigmático en la senda por establecer la observancia del desarrollo


sustentable, la instrumentalización de la responsabilidad social y el deber de proteger a las
generaciones futuras, es la STC N° 03343-2007-PA/TC (caso Jaime Hans Bustamante
Johnson) del 19 de febrero de 2009. En este fallo, se acogió una demanda de amparo
interpuesta contra las empresas Occidental Petrolera del Perú; LLC, Sucursal del Perú,
Repsol Exploración Perú, Sucursal del Perú y Petrobras Energía Perú S.A. El demandante
alegó que en el Lote 103 se encuentra el Área de Conservación Regional Cordillera
Escalera, la cual tiene especial importancia por su biodiversidad y como fuente captadora y
almacenadora de agua, puesto que allí nacen las tres cuencas hidrográficas (Cumbaza,
Caynarachi y Shanusi) que son la única fuente proveedora de agua con la que cuenta la
población de zonas aledañas. Manifestó que la explotación petrolera donde se ubica el Lote 103,
implica que millones de litros de agua de producción petrolera con alta salinidad serían extraídos
del subsuelo y aflorarían a la superficie contaminando y devastando el medio ambiente
(principalmente el agua), pues tales aguas saladas suelen ser vertidas a los cauces de los ríos.
Finalmente, indicó que la exploración estaba realizándose incumpliendo lo previsto en el
artículo 27 de la Ley N° 26834, Ley de Áreas Naturales Protegidas, el cual establece que el
aprovechamiento de los recursos naturales en áreas naturales protegidas solo podrá ser
autorizado si resulta compatible con la categoría, la zonificación asignada y el Plan Maestro.

El Tribunal Constitucional acogió la demanda y declaró prohibida la realización de la


última fase de la etapa de exploración y la etapa de explotación dentro del Área de
Conservación Regional Cordillera Escalera hasta que no se cuente con el Plan Maestro,
pudiendo reiniciar tal actividad una vez que este haya sido elaborado y se establezca la
compatibilidad entre la actividad de exploración y explotación y los objetivos de la referida
área de conservación regional. Y en caso de que ya se encuentre en ejecución la

(87)
TRIBUNAL CONSTITUCIONAL DEL PERÚ. STC N° 0048-2004-PI/TC del 1 de abril de 2005. (referencia
del 1 de agosto de 2018). Disponible en web: http://tc.gob.pe/jurispruden-cia/2005/00048-2004-AI.pdf
(88)
Ibídem.
(89)
Ibídem.

191
Luciano López Flores

última fase de la etapa de exploración o la etapa de explotación, se dispuso que


dichas actividades debían quedar inmediatamente suspendidas(90).

La importancia del fallo, en los aspectos conceptuales de su doctrina


jurisprudencial, radica en la calificación de la actual Carta Política de 1993 como
una Constitución Ecológica, habida cuenta del fundamento 11:

“[E]n primer lugar, al ser los recursos naturales, in totum, patrimonio de la Nación, su
explotación no puede ser separada del interés nacional, por ser una universalidad
patrimonial reconocida para los peruanos de las generaciones presentes y futuras. En
segundo lugar, los beneficios derivados de su utilización deben alcanzar a la Nación en
su conjunto; por ende, se proscribe su exclusivo y particular goce”(91).

Asimismo, en base al principio de sostenibilidad (o desarrollo sustentable), señaló el


Tribunal Constitucional, se pretende “modular” la actividad económica para la preservación
del ambiente, “el mismo que tendrá que servir de soporte vital también para las
generaciones venideras”(92). Por eso, agregó el Máximo Intérprete de la Constitución, “los
derechos de las actuales generaciones no deben ser la ruina de las aspiraciones de las
generaciones futuras”(93) (fundamento 14), considerando, además, que no se trata de
preservar solamente el legado ambiental, sino también el cultural: “Nuestra deuda con las
generaciones futuras no se agota en aspectos ambientales”(94), concluyó (fundamento 15).

Mediante la STC N° 01757-2007-PA/TC (caso Comité de Defensa Ecológica del


Parque Ramón Castilla), del 30 de noviembre de 2009, el Supremo Intérprete de la
Constitución Nacional también declaró fundado un amparo interpuesto contra la
Municipalidad Distrital de Lince (Lima), en el que un grupo de vecinos agrupados en
un colectivo denominado “Comité de Defensa Ecológica del Parque Ramón Castilla”,
alegaron que la Municipalidad demandada pretendía implementar la ejecución de una
obra civil que implicaba la afectación del parque formado por un bosque de árboles que
comprende aproximadamente 80,000.00 metros cuadrados de áreas verdes. Señalaron
que, al materializarse dicha obra, se afectaría la estructura y conservación del parque,
así como su naturaleza y biodiversidad (aves, plantas flores, etc.) que lo integran(95).

(90)
TRIBUNAL CONSTITUCIONAL DEL PERÚ. STC N° 03343-2007-PA/TC del 19 de febrero de 2009
(referencia de 1 de agosto de 2018). Disponible en web: http://tc.gob.pe/jurispruden-cia/2009/03343-2007-
AA.pdf
(91)
Ibídem.
(92)
Ibídem.
(93)
Ibídem.
(94)
Ibídem.
(95)
TRIBUNAL CONSTITUCIONAL DEL PERÚ. STC N° 01757-2007-PA/TC, de 30 de noviembre de 2009.
(referencia de 1 de agosto de 2018). Disponible en web: http://www.tc.gob.pe/jurispruden-cia/2009/01757-
2007-AA.html

192
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

Al acoger la demanda, entre otros importantes criterios, el Tribunal Constitucional fun-


damentó su decisión en el Principio de Equidad Intergeneracional, expresamente reco-
nocido en la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992, el cual permite:

“[L]a aplicación de normas internacionales y nacionales, relativas a amparar el


medio ambiente y al desarrollo sostenible, que contribuyan a la mitigación de la
pobreza a la par que se garantice el sostenimiento de una civilización duradera, las
que aseguren que las generaciones presentes gocen de una adecuada calidad de
vida, asegurando al mismo tiempo que no se comprometan los derechos e
intereses de las generaciones futuras”(96) (fundamento 26).

Finalmente, en la RTC N° 03673-2013-PA/TC (caso Marco Antonio Arana Zegarra)


del 11 de diciembre de 2014, el Tribunal Constitucional dispuso que el Juez de Primera
Instancia admita a trámite la demanda de amparo que en su momento denegó, la cual
fue interpuesta contra el Ministerio de Energía y Minas y contra Minera Yanacocha
S.R.L., alegando la amenaza del derecho fundamental a vivir en un medio ambiente
adecuado y equilibrado, por lo que solicitó que se declare la suspensión de la
explotación del Proyecto Minero Conga y se inaplique la Resolución Directoral 351-
2010-MEM/ AAM, de fecha 27 de octubre de 2010, expedida por la Dirección de
Asuntos Ambientales del Ministerio de Energía y Minas, que aprueba el Estudio de
Impacto Ambiental del Proyecto Conga presentado por Minera Yanacocha S.R.L.

El demandante alegaba que llevar adelante el proyecto minero Conga generaría


serios impactos ambientales, tal como así estaba demostrado a través de diversos
estudios expedidos por autoridades del Estado, de la sociedad civil, y por un
peritaje internacional dispuesto por el propio gobierno nacional.

El Tribunal Constitucional dejó sin efecto la disposición del Juez de primera instancia
que, en principio, negó el trámite de la demanda y le ordenó admitirla, abriendo el
proceso. En el fundamento 8 de la citada RTC N° 03673-2013-PA/TC, el Supremo
Intérprete de la Constitución recordó que cualquier daño al medio ambiente no solo
afecta el derecho constitucional a la preservación del medio ambiente equilibrado, sino
también los derechos de las generaciones futuras(97). Y concluyó diciendo que:

(96)
Ibídem.
(97)
TRIBUNAL CONSTITUCIONAL DEL PERÚ. RTC N° 03673-2013-PA/TC de 11 de diciembre de 2014
(referencia del 1 de agosto de 2018). Disponible en web: http://www.tc.gob.pe/jurisprudencia/2015/03673-
2013-AA%20Resolucion2.html

193
Luciano López Flores

“[L]a obligación de conservar y preservar un ambiente equilibrado debe


igualmente ser cumplida por todos los órganos jurisdiccionales de todos los
niveles, incluyendo a los encargados de administrar la justicia constitucional;
obligación que debe traducirse en un especial celo y cuidado del juzgador en el
análisis y la comprobación de las situaciones que la parte demandante refiere
como generadoras de la amenaza o del daño medioambiental, así como en la
utilización de los medios procesales para procurarse una convicción sobre la
certeza e inminencia de la amenaza invocada. Solo así se procura una
verdadera garantía de vigencia efectiva de los derechos fundamentales, en
armonía con los cánones consagrados por el legislador constituyente”(98).

4.4. Corte Interamericana de Derechos Humanos

La Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) ha emitido


importantes sentencias en materia ambiental que se encuentran consolidadas en la
muy reciente Opinión Consultiva OC-23/17 de 15 de noviembre de 2017.

Uno de los importantes criterios establecidos por la Corte IDH en esta Opinión
Consultiva es el de considerar al derecho humano a un medio ambiente sano como
uno que presenta connotaciones tanto individuales como colectivas, siendo que, en
estas últimas, aquel “constituye un interés universal, que se debe tanto a las
generaciones presentes y futuras”(99). Y es que tal consideración se sustenta en que
“la degradación del medio ambiente puede causar daños irreparables en los seres
humanos, por lo cual un medio ambiente sano es un derecho fundamental para la
existencia de la humanidad”(100) (fundamento 59).

Y como complemento a este criterio es aquel consignado en el fundamento 62 de esta

Opinión Consultiva, donde la Corte IDH considera:

“[Q]ue el derecho al medio ambiente sano como derecho autónomo, a diferencia de


otros derechos, protege los componentes del medio ambiente, tales como bosques,
ríos, mares y otros, como intereses jurídicos en sí mismos, aún en ausencia de certeza
o evidencia sobre el riesgo a las personas individuales. Se trata de proteger la
naturaleza y el medio ambiente no solamente por su conexidad con una utilidad para el
ser humano o por los efectos que su degradación podría causar en otros

(98)
Ibídem.
(99)
CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS. Opinión Consultativa OC-23/17 de 15 de
noviembre de 2017; p.27. (referencia de 1 de agosto de 2018). Disponible en web: http://www. corteidh.or.cr/
docs/opiniones/seriea_23_esp.pdf
(100)
Ibídem.

194
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

derechos de las personas, como la salud, la vida o la integridad personal, sino


por su importancia para los demás organismos vivos con quienes se comparte
el planeta, también merecedores de protección en sí mismos. En este sentido,
la Corte advierte una tendencia a reconocer personería jurídica y, por ende,
derechos a la naturaleza no solo en sentencias judiciales sino incluso en
ordenamientos constitucionales” (el énfasis es añadido)(101).

Nótese que la Corte IDH se adhiere a la tesis ecocéntrica que ya ha venido


plasmando la Corte Constitucional Colombiana, al reconocerle personería jurídica
(y, por ende, status de sujeto de derechos) a la naturaleza, tal como también lo
contemplan los ordenamientos constitucionales boliviano y ecuatoriano.

5. ¿Las Generaciones Futuras (GF) como sujetos de derecho?

Garay señala que en el contexto de la ecología política se ha desarrollado una reconocida


óptica teórica de justicia ambiental, sustentada en al menos tres principios básicos:

“i) Principio equidad intergeneracional, introducido por Weiss (1988): “Todos los
individuos tienen derecho a estar protegidos de la degradación medioambiental”,

(ii) principio de precaución, adaptado inicialmente por Bullard (1999): “Antes de


emprender una acción, si se tiene una sospecha razonable de que puede producir
algún daño y hay incertidumbre científica al respecto, entonces se debe actuar para
impedir dicho daño”, y iii) principio antidiscriminación social: “Adoptando
nuevos paradigmas para impedir el impacto discriminatorio de la contaminación
que en la actualidad afecta sobre todo a las comunidades más vulnerables”
(Bullard, 1999; Espinosa, 2012; Garay, 2013c, p. 15)”(102).

De estos principios, para lo que atañe a los denominados derechos de las generaciones
futuras, destaca el de equidad intergeneracional. La equidad, señala López, y
específicamente la equidad distributiva antes que la eficiencia, la equidad colectiva
entre generaciones, o la capacidad para compartir el bienestar entre las generaciones
actuales y las poblaciones futuras, son asuntos que van así a irrumpir de manera
promitente en el debate que tiene lugar en torno al desarrollo sostenible. Y es que:

(101)
Ibídem.
(102)
GARAY SALAMANCA, Luis. “Reflexiones en torno a la gestión social de la minería como
sistema, a la justicia socioecológica transnacional y al modelo minero neoextractivista. A
propósito del caso de Colombia”. En: Encuentro Constitucional por la Tierra. Bogotá: Corte
Constitucional, 2015; p. 252. (referencia del 1 de agosto de 2018). Disponible en web:
http://www.corteconstitucional.gov.co/inicio/ Encuentro%20 Jurisdiccional%202014.pdf

195
Luciano López Flores

“[C]omo parte central de un horizonte prefigurado en el que prime […] la solidaridad


entre generaciones, se ponen en valor los ‘derechos’ de las generaciones futuras a
heredar de las generaciones actuales un entorno natural saludable, contar con los
mismos o mejores niveles de calidad ambiental o de aire limpio, no limitando sus
posibilidades de existencia o su calidad de vida. Solow (1991: 3) se muestra más
rotundo al afirmar que considerar la equidad o la justicia como objetivos
estructuradores de las sociedades contemporáneas implica necesariamente “una
obligación, de manera que dejamos a las generaciones futuras la opción o la capacidad
de estar tan bien como lo estamos nosotros, aunque no está claro que uno pueda ser
más preciso que eso, y donde la sostenibilidad es un mandato judicial no para
satisfacernos a nosotros mediante el empobrecimiento de nuestros sucesores”(103).

No cabe duda que el principio de equidad intergeneracional tiene un fuerte y claro


componente ético: la solidaridad entre generaciones. Y ese ethos es el que envuelve la
atmósfera del ordenamiento jurídico internacional y en la jurisprudencia comparada y
nacional al reconocer el desarrollo sustentable y los derechos de las generaciones futuras.

Desde esta perspectiva, en lo que acontece concretamente con los derechos de las
generaciones futuras, con acierto señala Santacoloma que “[e]n consideración a lo
mencionado, vista la perspectiva moral y legal, así como las cargas que el presente
le impone al futuro de forma arbitraria y desconsiderada, bien puede considerarse a
las generaciones futuras como sujetos de derecho”(104).

En efecto, coincido con esta autora cuando afirma que las normas occidentales otorgan un
estatus superior a los sujetos de derecho, sean naturales o jurídicos, respecto de los objetos
(derechos reales), desde la perspectiva de los instrumentos de protección; puesto que los
sujetos “tienen valor intrínseco y no instrumental, es decir, que su valor moral no se da por
razón del servicio que prestan, sino que el valor se tiene por la por la existencia misma”(105).
Y por ello tiene absoluta corrección el argumento por el cual, en la medida en que no
existen herramientas de protección efectivas para las generaciones futuras, el discurso sobre
desarrollo sostenible es ineficaz por el efecto simbólico de la supuesta consideración del
futuro por las sociedades del presente, puesto que el desarrollo sostenible establece como
sujetos de protección a las generaciones presentes y futuras en igualdad de condiciones(106).

Como bien anota Munévar:

(103)
LÓPEZ PARDO, Iván. “Sobre el desarrollo sostenible y la sostenibilidad: conceptualización y crítica”.
En: Barataria. Revista Castellano-Manchega de Ciencias Sociales. N° 20. España: Asociación Castellano
Manchega de Sociología Toledo, 2015; p. 122. Disponible en web: http://revistas.pucp.edu.pe/index.
php/derechoprocesal/article/view/16421
(104)
SANTACOLOMA MÉNDEZ, Laura. Óp. cit.; p. 76.
(105)
Ibídem.
(106)
Ibídem.

196
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

“La justicia ambiental no solo hace referencia a criterios de equidad en


términos de distribución, sino que plantea un reconocimiento de sujetos de
derechos de generaciones futuras, cuyo marco de titularidad […] no depende
de una condición de existencia presente. El reconocimiento de la satisfacción
de las necesidades, considerando las generaciones futuras, además de ser un
criterio de justicia y equidad ambiental, configura uno de los elementos bases
del desarrollo, toda vez que no existe desarrollo sostenible, si dicha
sostenibilidad distingue, delimita y separa la satisfacción de necesidades en los
escenarios presentes y futuros (Brutland, 1987)”(107).

A nivel jurisprudencial, como ya se ha visto antes, la muy reciente sentencia de la Sala


de Casación Civil de la Corte Suprema de Justicia de Colombia en la que declaró como
sujeto de derechos a la Amazonía en Colombia, reconoció “los derechos ambientales
de las futuras generaciones”(108), cimentados en “el deber ético de la solidaridad de la
especie y en el valor intrínseco de la naturaleza”(109)(fundamento 5.3).

Cada vez se torna más cercana la posibilidad de avanzar en el reconocimiento de las


generaciones futuras como sujetos de derechos, como así lo demuestra la doctrina y la
jurisprudencia. Y es que en ese nuevo tránsito (de paradigmas) del Estado Constitucional al
Estado Ambiental de Derecho, se alberga una “nueva teoría del derecho, los derechos y la
justicia en perspectiva ambiental”(110) y “una nueva idea de sujetos, a partir de lo humano,
donde todos los humanos son sujetos de derecho materialmente”(111). Se trata de una nueva
idea de temporalidad en los derechos, donde estos (tanto de humanos como de no humanos),
“lo sean desde ya de esos sujetos presentes como futuros cercanos y lejanos”(112). Nótese, sin
duda, que se trata de un enfoque ético-filosófico que no estuvo presente antes de las dos
grandes guerras mundiales(113): uno opuesto a la ética del “presente”

(107)
MUNÉVAR QUINTERO, Claudia. Óp. cit.; pp. 192 y 193.
(108)
CORTE SUPREMA DE JUSTICIA DE COLOMBIA. Óp. cit.; p. 19.
(109)
Ibídem.
(110)
MESA CUADROS, Gregorio. Loc. cit.
(111)
Ídem.; p. 435.
(112)
Ibídem.
(113)
Cecchetto profundiza esta idea:
“Los planteamientos ético-filosóficos antiguos (y entendemos por tales a los anteriores a la Segunda Gran
Guerra, sean éstos griegos, cristianos o modernos) no tuvieron que considerar la condición global de la
humanidad en cuanto tal, a la propia humanidad de manera genérica como especie amenazada como
consecuencia de un acto individual, ni tampoco que preocuparse especialmente por un futuro más o menos
lejano –un lapso de cincuenta o de cien años ya sería periodo suficiente para hacer que cualquier acción
presente sea imprevisible–. Las acciones humanas, esas que son estudiadas con especial dedicación por la ética
tradicional o clásica, limitan la responsabilidad del agente moral en un círculo de corto plazo temporal, y le
otorgan una eficacia pequeña a las conductas ejecutadas por acción u omisión. En ellas prima el respeto y el
reconocimiento de lo humano por lo humano, la relación cara a

197
Luciano López Flores

en la medida que activa una responsabilidad moral en la realización de las


conductas de hoy y sus efectos en el mañana(114).

6. La tutela de los Derechos Difusos y de los Intergeneracionales a


través del Amparo y los Procesos Colectivos: ¿nuevas técnicas
procesales?

Hace cuarenta años, en su paradigmática obra “El Acceso a la Justicia”, Cappelletti


y Garth referían que en los países de cultura occidental (Estados Unidos y Europa
occidental), desde 1965, surgieron tres enfoques u “oleadas” secuenciales de
reformas proacceso efectivo a la justicia: el primero, denominado de
asesoramiento legal para pobres; el segundo, de reformas cuyo objeto era dar
representación legal a los intereses “difusos”, especialmente en los ámbitos de (i)
protección al consumidor; (ii) protección ambiental; y, el tercero, (iii) de acceso a
la justicia, puesto que incluye los enfoques anteriores y cuyo objetivo fue “atacar
las barreras al acceso en una forma más articulada y completa”(115).

Para estos autores, la representación de los intereses (difusos) de grupo y colectivos


significó un replanteo de los conceptos tradicionales de los procedimientos civiles,
así como el papel de los tribunales, puesto que, hasta antes de su aparición, los
litigios se consideraban simplemente como asunto entre dos partes, tendiente a
zanjar una controversia entre ellas sobre sus propios derechos individuales. “Los
derechos que tendían a pertenecer a un grupo, al público o a un segmento del
público, no embonaban bien en este esquema”(116).

cara establecida entre un tú y un yo que comparten idéntica naturaleza, delimitando perfectamente la


responsabilidad inmediata que le cabe a cada individuo o pequeño grupo involucrado en la acción, y haciendo
a un lado al resto de los entes extra-humanos. Esta consideración de las conductas va acompañada en paralelo
de una capacidad científico-técnica rudimentaria en términos de producir cambios significativos y
permanentes sobre el entorno. La inmediatez con la cual se estudia el proceder de los humanos en términos de
ética filosófica clásica permite entonces desoír las demandas de la posteridad y las recriminaciones de largo
plazo, esas que sobrepasan con mucho la inmediatez que les atribuye bondad y maldad apenas a sus
consecuencias próximas derivadas. El biólogo Garret Hardin habló de este universo ético conformado por
contemporáneos resumiéndolo bajo la fórmula: “Yo-Tú, aquí-ahora” (Hardin, 1972: 16)”.
Véase, CECCHETTO, Sergio. “¿Una ética de cara al futuro? Derechos Humanos y responsabilidades de la
generación presente frente a las generaciones por venir”. En: Andamios. N° 6. Volumen III. Ciudad de
México, junio 2007; p. 66. (referencia del 1 de agosto de 2018). Disponible en web: http://www.scielo.
org.mx/pdf/anda/v3n6/v3n6a3.pdf
(114)
Ibídem.
(115)
CAPPELLETTI, Mauro y GARTH, Bryan. El acceso a la justicia. La tendencia en el movimiento mundial
para hacer efectivos los derechos. 1era. edición en español (M. Miranda, Trad.). México: Fondo de Cultura
Económica (trabajo original publicado en 1978), 1996; p. 24.
(116)
Ídem.; p. 35.

198
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

Su origen proviene de la tradición jurídica anglosajona(117) que se remonta al medioevo,


específicamente en las “Cortes de Equidad” (Equity Courts) del Reino Unido, así como
en el Bill of Peace del siglo XVII(118). Pero su desarrollo ocurre en los Estados Unidos
durante el quinquenio 1965-1970(119) mediante las Class Actions(120).

En América Latina, Brasil desarrolló la tutela de los denominados “derechos difusos y


colectivos”, tanto en la Constitución de 1988 como en su legislación a través (i) del
mandato de seguridad colectiva, (ii) el mandato de inyunción, (iii) el hábeas data, (iv)
las acciones colectivas contempladas en el Código de Defensa del Consumidor, (v) la
acción civil pública, (vi) la acción de improbidad administrativa y (vii) la acción para
la protección de los inversionistas en el mercado financiero(121). La doctrina brasileña
ha considerado “imprescindible” individualizar esta variedad de tutelas para estos
derechos con técnicas procesales capaces de darle efectividad(122).

La influencia del modelo de tutela de procesos colectivos brasileño caló en otros


ordenamientos de la región(123), incorporándose en diversas Constituciones, leyes en la
materia e, incluso, en el Anteproyecto de Código modelo de Procesos Colectivos para
Iberoamérica(124). No obstante, en la Exposición de Motivos del Anteproyecto de dicho
Código Modelo, se afirma que la situación de la defensa de los derechos transindividuales
en Iberoamérica, es insuficiente y heterogénea, por no decir caótica, por lo que se percibe
que diversos países están sintiendo la necesidad de legislar sobre el particular(125).

En el caso de Perú, como bien anota Priori, la tutela de los intereses difusos y colectivos
aparece en (i) el Código de los Niños y Adolescentes de 1992; (ii) luego en el Código

(117)
VALENCIA CARMONA, Salvador. En torno a las acciones y los procesos colectivos. Ciudad de México:
Universidad Nacional Autónoma de México, 2017; p. 391. (referencia del 29 de julio de 2018). Disponible en
web: https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/9/4318/26.pdf
(118)
AGUERRIZABAL GRÜNSTEIN, Maite. “Algunas precisiones en torno a los intereses supraindividuales
(colectivos y difusos)”. En: Revista Chilena de Derecho. N°1. Volumen XXXIII. Santiago, abril 2006; p. 73.
(referencia de 29 de julio de 2018). Disponible en web: https://scielo.conicyt.cl/pdf/rchilder/ v33n1/art05.pdf
(119)
CAPPELLETTI, Mauro y GARTH, Bryan. Loc. cit.
(120)
VALENCIA CARMONA, Salvador. Loc. cit.
(121)
CRUZ E TUCCI, José. Límites subjetivos de la eficacia de la sentencia y de la cosa juzgada civil. (R. Cavani,
Trad.). Lima: Communitas, 2015; p. 342.
(122)
MARINONI, Luis. Derecho fundamental a la tutela jurisdiccional efectiva. Del proceso civil clásico a la
noción de derecho a la tutela jurisdiccional efectiva (A. Zela, Trad.). Lima: Palestra, 2007.
(123)
CRUZ E TUCCI, José. Óp. cit.; p. 341 y 342.
(124)
VALENCIA CARMONA, Salvador. Óp. cit.; p. 395.
(125)
INSTITUTO IBEROAMERICANO DE DERECHO PROCESAL. Código modelo de Procesos Colectivos
para Iberoamérica, 2004; p. 2. (referencia del 29 de julio de 2018). Disponible en web: http://www. iibdp.org/
images/codigos_modelo/IIDP_Codigo_Modelo_de_Procesos_Colectivos_Para_Iberoamerica.pdf

199
Luciano López Flores

Procesal Civil de 1993 (artículo 82); (iii) en la Ley Procesal del Trabajo de 1996; (iv) la
Ley de facultades; (v) normas y organización del INDECOPI; (vi) en el nuevo Código de
los Niños y Adolescentes del año 2000 (con igual regulación al Código abrogado); (vii) en
la Ley que regula el Proceso Contencioso Administrativo del año 2001; (viii) en el
Código Procesal Constitucional del año 2004; (ix) en la Ley General del Ambiente
del año 2005; (x) la nueva Ley Procesal del Trabajo del año 2010; y, (xi) en el
Código de Protección al Consumidor del mismo año 2010(126). Pero, ¿qué son los
derechos difusos?, ¿cómo se originaron?, ¿qué los caracteriza?

En principio, habría que decir que nacieron como consecuencia del fenómeno de la
masificación social que produjo nuevas relaciones entre el individuo y la sociedad (127).
Se caracteriza por el reconocimiento y la legitimación de organizaciones intermedias
que encuentran su fundamento en la solidaridad, y que rompen con las respuestas
ofrecidas por un Derecho basado en el carácter individual de las situaciones
jurídicas(128). Se les considera “derechos” en la medida que se adhieren a la tercera
generación de derechos fundamentales que refiere la teoría constitucional, es decir,
aquellos representados por los derechos de solidaridad(129).

Como bien lo ha dicho el Tribunal Constitucional en el fundamento 15 de la STC N°


01757-2007-PA/TC (caso Comité de Defensa Ecológica del Parque Ramón Castilla),
“los derechos difusos tienen una característica especial, que le otorgan una
particularidad: nadie en particular es titular exclusivo y al mismo tiempo todos los
miembros de un grupo o categoría determinada son sus titulares”(130).

En efecto, se caracterizan por ser indivisibles, que trascienden la esfera de lo


meramente individual (de allí que reciban también la denominación de
“supraindividuales” o “transindividuales”) y que en palabras de Aguerrizabal,
citando a Gidi: “[E]stá[n] marcado[s] por la impersonalidad y rompe[n] con el
concepto clásico de derecho subjetivo. Estos derechos “no pertenecen a una
persona física o jurídica determinada, sino a una comunidad amorfa, fluida y
flexible, con identidad social, pero sin personalidad jurídica”(131).

(126)
PRIORI POSADA, Giovanni. Artículo 82. Patrocinio de intereses difusos. En: CAVANI, Renzo (coor-
dinador): Código Procesal Civil comentado por los mejores especialistas. Lima: Gaceta Jurídica, Tomo I,
2016; p. 501.
(127)
AGUERRIZABAL GRÜNSTEIN, Maite. Óp. cit.; p. 74.
(128)
Ibídem.
(128)
INSTITUTO IBEROAMERICANO DE DERECHO PROCESAL. Loc. cit.
(130)
TRIBUNAL CONSTITUCIONAL DEL PERÚ. STC N° 01757-2007-PA/TC, del 30 de noviembre de 2009
(referencia del 1 de agosto de 2018). Disponible en web: http://www.tc.gob.pe/jurispruden-cia/2009/01757-
2007-AA.html
(131)
AGUERRIZABAL GRÜNSTEIN, Maite. Loc. cit.

200
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

Los derechos o intereses difusos presentan distinciones con otros tipos (colectivos o
individuales homogéneos) que se destacan en propuestas como la que contiene el
Anteproyecto de Código Modelo de Procesos Colectivos para Iberoamérica (132) o el
Anteproyecto de Reforma del Código Procesal Civil peruano(133). Ahora, ¿cómo influye
el paradigma del Estado Ambiental de Derecho en el instituto de los derechos difusos y
en la aparición de los denominados derechos intergeneracionales?

El impacto, en mi concepto, se encuentra, en primer lugar, en el fuerte componente ético que los
nutre, puesto que ambos se desenvuelven (como ya se ha visto a la luz de la jurisprudencia de la
Corte Constitucional Colombiana y en la reciente Opinión Consultiva OC-23/17 de la Corte
IDH) en la plataforma de los enfoques biocéntrico(134) y ecocéntrico(135)

(132)
“Artículo 1.- Ámbito de aplicación de la acción colectiva
La acción colectiva será ejercida para hacer valer pretensiones de tutela de:
I - intereses o derechos difusos, así entendidos los supraindividuales, de naturaleza indivisible, de que sea
titular un grupo, categoría o clase de personas ligadas por circunstancias de hecho o vinculadas entre sí o con
la parte contraria por una relación jurídica base;
II - intereses o derechos individuales homogéneos, así entendido el conjunto de derechos subjetivos
individuales, provenientes de origen común, de que sean titulares los miembros de un grupo, categoría o
clase”.
Véase INSTITUTO IBEROAMERICANO DE DERECHO PROCESAL. Código Modelo de Procesos
Colectivos para Iberoamérica. 2004 (referencia del 29 de julio de 2018). Disponible en web: http://www.
iibdp.org/images/codigos_modelo/IIDP_Codigo_Modelo_de_Procesos_Colectivos_Para_Iberoamerica.pdf
(133)
“Artículo 841.- Derechos supraindividuales. El proceso colectivo tutela:
1. Derechos difusos. Son aquellos de naturaleza indivisible, de titularidad de un conjunto de personas de
difícil individualización y vinculadas por circunstancias de hecho contingentes.
2. Derechos colectivos. Son aquellos de naturaleza indivisible, de titularidad de un grupo, categoría o
colectividad de personas vinculadas entre sí o con la parte contraria por una relación jurídica común. 3.
Derechos individuales homogéneos. Son aquellos que corresponden a personas titulares de derechos
individuales similares y cuya afectación deriva de un hecho común”.
Véase MINISTERIO DE JUSTICIA Y DERECHOS HUMANOS. Resolución Ministerial N° 0070-2018-JUS
del 5 de marzo de 2018 (referencia del 2 de agosto de 2018). Disponible en web: https://img. legis.pe/wp-
content/uploads/2018/04/LP-Proyecto-de-reforma-al-Codigo-Procesal-Civil.pdf
(134)
Cabe recordar que en la Sentencia T-622/2016 ya citada, la Corte Constitucional señaló en su fundamento
5.9 que el enfoque ecocéntrico:
“[P]arte de una premisa básica según la cual la tierra no pertenece al hombre y, por el contrario, asume que el
hombre es quien pertenece a la tierra, como cualquier otra especie. De acuerdo con esta interpretación, la
especie humana es solo un evento más dentro de una larga cadena evolutiva que ha perdurado por miles de
millones de años y por tanto de ninguna manera es la dueña de las demás especies, de la biodiversidad ni de
los recursos naturales como tampoco del destino del planeta. En consecuencia, esta teoría concibe a la
naturaleza como un auténtico sujeto de derechos que deben ser reconocidos por los Estados y ejercidos bajo la
tutela de sus representantes legales, verbigracia, por las comunidades que la habitan o que tienen una especial
relación con ella”.
Véase CORTE CONSTITUCIONAL DE COLOMBIA. Sentencia T-622 del 10 de noviembre de 2016.
(referencia del 28 de julio de 2018). Disponible en web: http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/2016/
t-622-16.htm
(135)
Asimismo, en la lógica de lo establecido por la Corte Constitucional Colombiana en su jurisprudencia,

201
Luciano López Flores

que han dado lugar, sobre todo este último, a considerar a los bienes de la naturaleza
como sujetos de derechos, por un lado, y que las generaciones futuras tienen derechos
intergeneracionales (Corte Suprema de Colombia), por otro.

En segundo lugar, el impacto también se mide en el vínculo de solidaridad


intergeneracional entre ambos derechos que justifica su distinción. Y es que, como bien
señala Munévar, la dimensión ambiental en materia de reconocimiento de derechos plantea
nuevas categorías de derechos consideradas en la teoría jurídica y, a su vez, replantea sus
lógicas doctrinales. Se trata de un “salto comprensivo del derecho ambiental” de estos
tiempos (apoyado en su fundamento ético) que permite distinguir entre “derechos de
titularidad difusa y colectiva” y “derechos de titularidad intergeneracional”(136).

En tercer lugar, los dos aspectos anteriores permiten justificar la articulación entre los
derechos difusos y los derechos intergeneracionales en sus marcos temporales. En efecto,
en el caso de los derechos difusos, estos comprenden la tutela de derechos fundamentales
de una diversidad de sujetos cuya titularidad es difuminada debido a la situación de derecho
material contingente que los une y que es causante del acto amenazante de tales derechos.
Nótese que los sujetos de derechos indeterminados afectados por la situación de derecho
material, son individuos que existen en un tiempo presente, actual, que forman parte de una
comunidad y que se hayan influenciados por un componente moral de solidaridad social
(comunitaria, en términos coloquiales) que los lleva a que cualquiera de ellos pueda
recurrir a la jurisdicción para tutelar esos bienes de interés compartido: ambientales, de
patrimonio cultural, del consumidor, etc.

Por su parte, los derechos intergeneracionales, reconocidos en la actualidad por la


Corte Suprema Colombiana, que operan en el plano de los derechos ambientales o de
protección del patrimonio cultural, plantea, como bien señala Munévar, una dimensión
asociada a la justicia ambiental que, debido a los conflictos concernientes a la oferta y
disponibilidad de los recursos naturales, cuestiona el alcance y distribución de las gene-

el enfoque de los derechos difusos sería biocéntrico puesto que:


“[L]a naturaleza no es sujeto de derechos, sino simplemente un objeto a disposición del hombre. Sin embargo,
se diferencia del enfoque puramente antropocéntrico en la medida en que considera que el patrimonio
ambiental de un país no pertenece en exclusiva a las personas que habitan en él, sino también a las futuras
generaciones y a la humanidad en general. De tal manera que lo que ocurra con el ambiente y los recursos
naturales en China puede terminar afectando a otras naciones, como a los Estados Unidos y a América Latina,
como África y a Oceanía, lo que constituye una suerte de solidaridad global que, dicho sea de paso, encuentra
fundamento en el concepto de desarrollo sostenible”.
Véase CORTE CONSTITUCIONAL DE COLOMBIA. Sentencia T-622 del 10 de noviembre de 2016.
(referencia del 28 de julio de 2018). Disponible en web: http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/2016/
t-622-16.htm
(136)
MUNÉVAR QUINTERO, Claudia. Óp. cit.; p. 191.

202
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

raciones presentes frente a las generaciones futuras. Se sustentan, además, en el


principio de equidad intergeneracional (como base del desarrollo sustentable) en
el enfoque ético ecocéntrico, puesto que considera, tanto a los bienes de la
naturaleza como a las generaciones futuras, sujetos de derechos(137).

Estos derechos trasuntan el plano de espacio-temporal presente para proyectarse al


futuro. Es decir, las generaciones futuras, consideradas como sujetos de derecho,
adquieren personalidad jurídica susceptible de tutela en el presente, a pesar de su
inexistencia física en ese espacio temporal, pero con reconocimiento de su
proyección de existencia en el futuro(138). Dicho de otro modo, como sujetos de
derechos, se trata de individuos indeterminados, unidos por circunstancias de
hecho futuras (no acontecidas), pero que se vislumbran y proyectan de modo
objetivo a partir de situaciones factuales que ocurren en tiempo presente.

En ese sentido, atendiendo a los planos temporales, mientras que los derechos difusos
operan de cara a la vulneración actual y concreta de derechos ambientales o culturales o
ante la amenaza patente, inmediata, de tales derechos; los derechos intergeneracionales
trabajan exclusivamente de cara a la amenaza prospectiva de los derechos ambientales o de
patrimonio cultural de las generaciones futuras, a partir de hechos representativos de
vulneración (o amenaza patente o inmediata) de tales derechos en el presente, los cuales
dotan de objetividad al análisis prospectivo. Constituyen hechos generadores de la
vulneración prospectiva de estos derechos intergeneracionales.

Siguiendo la opinión de Munévar que plenamente comparto y que reproduzco in


extenso:

“No se trata entonces de un capricho teórico o circunstancial el pretender abrir


el debate en torno a la responsabilidad que tienen las generaciones presentes
respecto a las generaciones futuras. Se trata de observar unas dinámicas
conflictivas en materia ambiental que sugieren repensar los modelos de
desarrollo, los cuales evidencian un problema trascendente en escenarios de
vulneraciones de diferentes tipos de derechos que no solo se identifican en el
marco de derechos subjetivos o determinados.

Se develan otras categorías de derechos que expulsan de sus concepciones el carácter


directo y determinado de afectaciones y vulneraciones y que consideran otras
dimensiones de valoraciones, como es el caso de los derechos colectivos e interge-

(137)
Ídem.; p. 192.
(138)
De manera sustancialmente similar a lo que ocurre con el nasciturus que tiene reconocimiento
constitucional como sujeto de derechos para todo lo que le favorece.

203
Luciano López Flores

neracionales. La dificultad comprensiva y su lógica interpretativas sucumben a esa


categoría de derechos en un plano secundario frente a aquellos que pueden tener
un carácter directo, determinado y en un marco temporal. Esta comprensión de
derechos rompe con la lógica individualista y subjetivista asociada a
vulneraciones, así como a la comprensión intergeneracional en la titularidad de
derechos. Se trata entonces de un debate frente a los derechos humanos de todo el
género humano, independientemente de su marco temporal o espacial.

Dicho género humano y la titularidad frente a sus derechos presentan dos escenarios
frente a la vulnerabilidad: aquellos derechos que han sido vulnerados o aquellos
derechos que son vulnerables. Los primeros, pueden entenderse como aquella relación
directa entre causas y consecuencias, es decir, la determinación de un nexo causal que
generó afectaciones sobre la titularidad de sus derechos; y los segundos, aquellos
derechos que si bien no han sido vulnerados, están en peligro de serlo. Ambos
escenarios de vulnerabilidad cobijan los derechos subjetivos y colectivos, tanto de las
generaciones presentes como de las generaciones futuras”(139).

Indudablemente, tanto en el plano inmediato de los derechos difusos como en el


prospectivo de los intergeneracionales, es evidente que los daños ambientales o del
patrimonio cultural permitirán el control constitucional de las políticas públicas,
cuando el hecho generador de tales daños sea fruto de disposiciones normativas o
administrativas, o de actos que implementen ambas. La jurisprudencia
latinoamericana citada en este trabajo, así da cuenta.

Redondeando todo este análisis, no le falta razón a Santacoloma cuando afirma que:

“[E]l papel del Derecho es preponderante para establecer criterios de justicia social.
Por esto, el hecho de que las generaciones futuras no sean objeto de medidas que
respondan a sus características propias como sujetos que la sociedad reconoce como
posibles víctimas de nuestras complejas decisiones sobre el desarrollo económico,
implica exclusión y desconocimiento de sus derechos y de nuestras obligaciones para
con ellas. No existe, entonces, identificación de nuestras sociedades con lo que serán
en décadas o siglos, y por lo mismo, la posibilidad de ser reconocidas como sujeto al
que se le deben garantizar acceso a sus derechos, es inexistente”(140).

Es por eso que resulta necesario que el Derecho Procesal conciba tutelas adecuadas y
eficaces para las situaciones de derecho material que surgen, por un lado, en la idea de
controlar que el Estado adopte políticas de desarrollo sustentable; y, por otro, de afrontar
las amenazas o vulneraciones en el presente, y en visión prospectiva, a los derechos de las

(139)
MUNÉVAR QUINTERO, Claudia. Óp. cit.; p. 194.
(140)
SANTACOLOMA MÉNDEZ, Laura. Óp. cit.; p. 54.

204
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

generaciones futuras. Todo esto, sin duda, impacta en la concepción de técnicas


procesales que deben adecuarse a las necesidades del derecho material y de la realidad
social(141), es decir, a estos nuevos paradigmas surgidos como consecuencia del
fenómeno de cambio global y que impulsan (como ya se ha visto) a una nueva ética
ambiental que da lugar a un nuevo paradigma: el Estado Ambiental de Derecho.

En ese sentido, surge la pregunta acerca de si el proceso de amparo o los procesos


ordinarios que se derivan de la aplicación del artículo 82 del Código Procesal Civil y de la
variedad de disposiciones legales(142) que contemplan tutelas colectivas (sean derechos
difusos o colectivos, en estricto), sirven para tutelar los derechos intergeneracionales.

En la actualidad, el proceso de amparo en el Perú está diseñado conforme a la tesis de


la residualidad, es decir, que solo es posible recurrir a dicho instrumento procesal si es
que no existen vías igualmente satisfactorias en los procesos ordinarios para la tutela
de los derechos que se pretenden acoger en el amparo. Es, además, una tutela de
urgencia, lo cual asienta ese modelo residual, puesto que solo se puede recurrir al
amparo frente a vulneraciones patentes de los derechos fundamentales o amenazas
ciertas, concretas, inminentes de vulneración de tales derechos. De allí que este tipo de
proceso requiera de pruebas palmarias sin mayor actuación procesal, puesto que, si se
requiere de un mayor debate probatorio, el amparo no sería procedente.

Sin embargo, han sido expresados serios reparos al modelo actual del proceso de amparo(143). Se
ha sostenido que para garantizar un recurso sencillo, rápido y eficaz para la defensa de los
derechos fundamentales, como lo exige el artículo 25 de la Convención Americana de Derechos
Humanos (“CADH”), la técnica anticipatoria para la tutela cautelar o satisfactiva, otorgada
mediante un procedimiento preliminar de trámite sumario y con cognición

(141)
Luis Guilherme Marinoni, siempre desde la óptica de la influencia del Estado Constitucional en el pro-ceso,
señala que:
“El derecho de acción tiene como corolario el derecho a las técnicas procesales adecuadas a la tutela de las
varias necesidades del derecho material y de la realidad social. Entre esas técnicas están no sólo los
procedimientos construidos para permitir el acceso a la jurisdicción de la población económicamente menos
favorecida, los procedimientos destinados a la tutela de los derechos difusos, colectivos e indivi-duales
homogéneos y los destinados a la protección de específicas situaciones de derecho sustancial, sino
especialmente a las varias sentencias (mandamental, etc.), los diversos medios de ejecución (astreintes, etc) y
las técnicas de anticipación de tutela”.
Véase MARINONI, Luis. Introducción al Proceso Civil (C. Delgado, Trad.). Lima: Palestra, 2015; p. 163.
(142)
(i) Código de los Niños y Adolescentes; (ii) Ley Procesal del Trabajo; (iii) la Ley de facultades; (iv) nor-mas
y organización del INDECOPI; (v) Ley que regula el Proceso Contencioso Administrativo; (vi) Ley General
del Ambiente; y, (vii) el Código de Protección al Consumidor.
(143)
LÓPEZ FLORES, Luciano. Óp. cit.

205
Luciano López Flores

sumaria material(144), resulta ser lo más adecuado no solo desde el punto de vista formal
de las características del modelo, desde el Estado Constitucional como paradigma y
como exigencia positiva(145).
No obstante, más allá de estas cuestiones, quien alegue la defensa de derechos intergeneracio-
nales y desee acudir a la vía del amparo para ello, requerirá, forzosa e indispensablemente,
pedir, de modo acumulado, la tutela de derechos difusos ante la violación, o amenaza patente de
vulneración, concreta y actual de derechos ambientales o del patrimonio cultural,

(144)
La tutela sumaria es una tutela prestada bajo cognición sumaria material, que es distinta de la tutela
jurisdiccional prestada mediante procedimiento sumario (sumariedad formal). Dicho de otro modo, la
cognición sumaria material, a diferencia de la cognición completa o plenaria, importa el juicio (decisión
racional) que toma el juez sobre la base de la actuación de limitados medios probatorios pero cuya
contundencia le permite: “[C]onvencerse respecto de la plausibilidad de las alegaciones fáctico-jurídicas que
las partes realizan en el proceso. No se exige del juez certeza sobre la verdad (relativa y objetiva) de las
alegaciones procesales. El orden jurídico se contenta con la posibilidad fundada de que la parte tenga razón en
sus alegaciones”. Véase MITIDIERO, Daniel. La Justicia Civil en el Estado Constitucional. Diálogos para un
diagnóstico (R. Cavani & C. Delgado, Trans). Lima: Palestra, 2016; pp. 97 y 98.
En nuestro medio, Cairo refiere que la sumariedad contemplada en el artículo 9 del Código Procesal
Constitucional (CPConst) es una sumarización procedimental (sumariedad formal, en palabras de Mitidiero)
que conlleva a que el juez brinde una justicia de probabilidad y no de certeza. Véase CAIRO ROLDÁN,
Omar. Ausencia de etapa probatoria Código Procesal Constitucional Comentado. Lima: Gaceta Jurídica,
Tomo I, 2015; p. 240.
En mi concepto, no es correcta su apreciación porque confunde cognición sumaria material con sumariedad
procedimental. Esta última es la concentración de los actos procesales o etapas del proceso, a efectos de
llevarse a cabo de modo célere. La vía procedimental abreviada en el proceso civil, por ejemplo, es un caso de
sumarización procedimental que no sacrifica la cognición material plena, es decir, el juicio al que arriba el
juez al final del proceso sobre la base de todo el material probatorio actuado. El artículo 9 del CPConst, al
limitar los medios probatorios y colocar una fuerte carga de prueba en el demandante, conlleva una cognición
sumaria material puesto que coloca al juez frente a un juicio de alta probabilidad de certeza sobre los hechos
alegados, pero no una total certeza que, en teoría, garantiza la cognición material completa.
Para mayor información sobre la tutela sumaria, véase PROTO PISANI, Andrea. La tutela jurisdiccional.
Lima: Palestra, 2014; pp. 321-356.
(145)
Se ha señalado también que, diseñado así este modelo, la residualidad se torna innecesaria. La técnica
anticipatoria que debiera estar presente en cualquier proceso de estructura civil, independientemente de sus
especialidades (laboral, civil, comercial, familia, contencioso administrativo, etc), serviría para los casos de
tutela urgente por necesidad de tutelar derechos fundamentales. Sería el mecanismo más idóneo
que cumple los estándares de rapidez, sencillez y eficacia, tanto en el ámbito formal como material, que exige
el artículo 25 de la CADH. No existiría razón alguna para atribuirle al demandante esa carga de discernir
entre vías procesales “satisfactorias”. Y, en ese mismo sentido, este proceso preliminar articula do en torno a
la tutela de urgencia, con técnica anticipatoria, si fuera una tutela satisfactiva concedida al demandante, sería
susceptible de ser contradicha la decisión en un proceso con cognición plena (de trámite sumarial u ordinario),
que coloque en los hombros del demandante (otrora demandado en la tutela de urgencia) todo el peso de un
alto estándar de prueba destinado a destruir la probabilidad bastante que en su momento determinó la
concesión de tutela al otrora demandante. Véase LÓPEZ FLORES, Luciano. “Las Limitaciones Probatorias
en el Proceso de Amparo. Una mirada desde el Art. 25 de la CADH para un nuevo Modelo de Proceso de
Tutela de los Derechos Fundamentales”. En: PRIORI POSADA, Giovanni (coordinador). La Prueba en el
Proceso. Libro de Ponencias del VIII Seminario Internacional de Derecho Procesal: Proceso y Constitución.
Lima: Palestra, 2018; p. 279.

206
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

causados por actos (estatales o particulares) o normas (autoaplicativas). El planteamiento


necesariamente debe ser esbozado de este modo, en vista del vínculo intergeneracional que
se gesta entre el hecho actual, que activa la tutela de derechos difusos en el presente, y su
objetividad de cara al enfoque prospectivo de amenaza de vulneración de los derechos de
las generaciones futuras, lo cual activa, a su vez, la tutela de estos últimos.

Dicho de otro modo, no es admisible plantear la defensa de los derechos intergenera-


cionales sin invocar la tutela de derechos difusos ante una situación actual. Y ello se
justifica, insisto, en el vínculo intergeneracional, es decir, de un hecho actual (situación de
derecho material) que activa la tutela de los derechos difusos (de las generaciones
presentes) y sirve de fuente de prueba objetiva para invocar y pedir la tutela de los derechos
intergeneracionales (de las generaciones futuras) a través de un enfoque prospectivo.

El rasgo diferenciador de un proceso de amparo por tutela de derechos difusos, de


uno que los alegue ante situaciones presentes pero con prospección de amenaza de
vulneración de derechos intergeneracionales, consiste en que este tipo de procesos
requiere, en mi opinión, del necesario empleo de la justicia dialógica, puesto que la
envergadura de las políticas públicas sometidas a control judicial (constitucional,
desde luego), como bien anota Salgado, se presenta como el ámbito más adecuado
para canalizar las tensiones democráticas en la discusión de la política pública(146).

No se trata, por consiguiente, de un modelo de tutela donde la justicia dialógica sea


potestativa, como se desliza del texto propuesto en el artículo 845 del Proyecto de Reforma
del Código Procesal Civil peruano. Es decir, que el juez convoca al Ministerio Público, la
Defensoría del Pueblo o cualquier otro legitimado en el artículo 843 del mismo Proyecto, si
es que la materia discutida “reviste una alta complejidad y se discute un daño de gran
magnitud”. Nótese que el texto legal propuesto exige la concurrencia de los dos supuestos
que se caracterizan por sus calificativos: alta complejidad y gran daño.

Mucho más útil que el texto legal propuesto es exigir que el Juez, al admitir la demanda,
haga una calificación previa de que la tutela de los derechos intergeneracionales solicitada
por el actor (que, como ya se ha visto, requiere pedir, previa y concurrentemente, la tutela
de derechos difusos), sea tal a la luz del hecho (acto estatal o privado) o norma cuya
constitucionalidad cuestiona por vulnerar derechos ambientales o del patrimonio cultural,
con vínculo intergeneracional. Una fórmula, puede ser el requerimiento inmediato de

(146)
SALGADO, José. “El proceso colectivo, la pretensión representativa y sus falsos sustitutos. Un intento por
desmitificar una herramienta indispensable”. En: PRIORI POSADA, Giovanni (coordinador). Derecho
Material y Proceso. El modo cómo el proceso se adecúa a la tutela del derecho material. Libro de Ponencias
del VII Seminario Internacional de Derecho Procesal: Proceso y Constitución. Lima: Palestra, 2017; p. 359.

207
Luciano López Flores

información, previa a la admisión de la demanda, como existe en la Argentina y


que dio lugar, por ejemplo, a la Resolución del 26 de abril de 2016 expedida por la
Corte Suprema de Justicia de la Nación en el caso Asociación Argentina de
Abogados Ambientalistas de la Patagonia. Esto permitiría un sano equilibrio entre
el pedido de tutela del actor y la especial motivación del juez para decidir si estima
(o deniega) la admisión a trámite de la demanda que contiene el pedido de tutela de
derechos intergeneracionales, ordenando la apertura del proceso.

No es, por tanto, adecuada una técnica procesal como la esbozada en el artículo 845 del
Proyecto de Reforma del Código Procesal Civil peruano. Lo adecuado es exigir que el
juez asuma su rol de tomar decisiones justificadas sobre la existencia (verosimilitud o
apariencia de verosimilitud) de un caso de derechos intergeneracionales. He allí la
utilidad de distinguir entre derechos difusos de derechos intergeneracionales y, por
ende, de requerir tutela adecuada al caso concreto para cada uno de ellos. Y es que
resulta evidente que en los casos donde se discutan derechos intergeneracionales,
estamos frente a un auténtico litigio de interés público, cuya justicia dialógica no puede
descansar en los calificativos del citado artículo 845 del texto del Proyecto de Reforma
del Código Procesal Civil peruano.

Ahora, es cierto que la incorporación del componente de justicia dialógica a la


técnica procesal del modelo de proceso de amparo residual en el Perú, movería el
eje paradigmático sobre el cual gira: su trámite sumario, habida cuenta del
incremento de actores que deban incorporarse al debate judicial. Y es que, del
menor debate probatorio que exige el proceso de amparo, la justicia dialógica
promovería el mayor debate probatorio (con evidencia empírica, sobre todo) y
argumental en un trámite sumario, lo cual resulta paradójico.

Abriendo un paréntesis en este análisis, lo anterior demostraría que la tutela de urgencia


de derechos de evidente significación constitucional, que hoy nuestro ordenamiento
constitucional y legal abre una vía de tránsito a través del proceso de amparo, en
realidad debiera discurrir (como ya lo he señalado en otra oportunidad)(147) por los
cauces de la tutela cautelar o satisfactiva, según corresponda a lo más adecuado para
las circunstancias concretas del caso (teoría de la adecuación de tutela al caso
concreto). Y, en ambas situaciones, con el necesario empleo de la técnica anticipatoria.
Es decir, que el proceso de tutela de derechos se inicia con un pedido cautelar o
satisfactivo (según lo requiera el caso) con técnica anticipatoria(148)(149).

(147)
LÓPEZ FLORES, Luciano. Óp. cit.; p. 278.
(148)
Ibídem.
(149)
Me persuade el modelo propuesto por Mitidiero:

208
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

Todo este razonamiento sería plenamente válido para la tutela ordinaria de los
derechos intergeneracionales. Es decir, que su técnica procesal debiera organizarse
con un fuerte componente de justicia dialógica forzosa, imperativa, dado que se
trata de un litigio de interés público. Y las situaciones que requieran de tutela de
urgencia, tendrían que ser abordadas, antes de iniciar el proceso o durante su
trámite, a través de la tutela cautelar o satisfactiva con técnica anticipatoria.

7. ¿Cómo impacta el paradigma del DS y los DGF en las categorías de


la legitimación y capacidad procesal? De la Legitimación
Extraordinaria a la Comparecencia Legítima en el Amparo y los
Procesos Colectivos

Consecuencia de la distinción entre tutela de derechos difusos y derechos


intergeneracionales, así como del impacto de los cambios paradigmáticos que ya he
abordado hasta esta instancia en este trabajo, corresponde tratar ahora de qué manera se
afectan las categorías o institutos de capacidad para comparecer y legitimación,
puesto que tendrían que amoldarse al objetivo de la tutela que requiere la situación de
derecho material que contienen los derechos intergeneracionales, en el marco del
nuevo paradigma del Estado Ambiental de Derecho.

Bien anota Montero, en un sistema de derechos subjetivos privados, principalmente


en el sistema constitucional económico que enfatiza el resguardo de la propiedad
privada y la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado,

“[E]l principio general del que hay que partir es el de que solo el titular del
derecho puede disponer del mismo y que, atendido que una manera de disponer de
él es deducirlo en el proceso, en este solo podrá dictarse una sentencia sobre el
fondo, esto es, solo podrá decidirse sobre este derecho subjetivo si las partes han
afirmado su titularidad, es decir, si existe legitimación ordinaria. Si las partes ni
siquiera han afirmado esa titularidad no cabe decidir sobre el derecho”(150).

La legitimación ordinaria se plasma, así, sobre la base de la relación jurídica-material


intersubjetiva (teoría de la relación subjetiva). Desde allí, no tiene sentido alguno que
alguien ajeno a esa relación pretenda reclamar derechos u obligaciones ante los tribunales

“Si la técnica anticipatoria tiene por objetivo hacer frente a la urgencia, bien puede ser el caso de que sea
necesaria la instauración de un proceso preliminar para su prestación. Es lo que la doctrina italiana suele
denominar de tutela urgente ad causam. En ese caso, el proceso preliminar funciona como verdadera porción
del proceso posterior que buscará completar la cognición del derecho a la tutela del derecho [léase, cautelar]
o del derecho a la seguridad del derecho [léase, satisfactiva]”.
Véase MITIDIERO, Daniel. La Justicia Civil en el Estado Constitucional. Diálogos para un diagnóstico.
(R. Cavani & C. Delgado, Trans). Lima: Palestra, 2016; p. 101.
(150)
MONTERO AROCA, Juan. De la legitimación en el proceso civil por el Bosch, 2007; p. 320.

209
Luciano López Flores

en favor de alguno de sus integrantes. Dicho de otro modo, y en palabras de


Montero, quien demanda deberá afirmar ser titular de la relación jurídica deducida
(se entiende material), que es lo mismo en general que afirmar ser titular de un
derecho subjetivo e imputar la titularidad de la obligación al demandado(151).

Pero esta noción de legitimación ordinaria fue replanteada en el tiempo debido a que,
como lo he señalado antes, la sociedad de masas complejizó las relaciones jurídicas,
surgiendo conflictos que sobrepasaron el molde de la relación material intersubjetiva.
Asuntos como la protección del consumidor, derechos ambientales, patrimonio cultural,
etc, condujeron a que la dogmática procesal construya la noción de legitimación
extraordinaria, es decir, aquella que supone que una persona, grupo de personas o
personas jurídicas (cuyo giro social sea dedicarse a este tipo de litigio), invoque(n)
cotitularidad sobre los derechos fundamentales afectados (o amenazados) por una
situación (indivisible) de derecho material (ocurrida de modo contingente), cuya
titularidad le corresponde a un conjunto indeterminado de personas. Ello dio lugar a los
derechos de solidaridad, representados en los denominados (i) intereses difusos, (ii)
colectivos; o, (iii) individuales homogéneos.

En nuestro medio, Priori(152) da cuenta de la polémica que sostuvo con su maestro,


el profesor Juan Monroy Gálvez, sobre si quien invoca la tutela de los intereses
difusos, desde el punto de vista dogmático, corresponde a un caso de
representación procesal atípica o de legitimidad para obrar(153).

La postura de Priori es la siguiente:

“[E]l carácter difuso de la titularidad genera la indeterminación sobre quién se


encuentra habilitado para iniciar un proceso, problema que no se supera con la
representación. Los problemas de la legitimación no se superan con la
representación ya que esta institución no tiene por finalidad sustituir a la
legitimación, sino permitir al legitimado (que está identificado) pueda actuar a
través de otro sujeto, el representante. Los problemas de legitimación se
resuelven –como ocurre en otras situaciones– desde el propio instituto de la
legitimación, concediéndosela de modo extraordinario a sujetos distintos a
aquellos que, siguiendo las reglas generales, las tendrían”(154).

(151)
Ídem.; p. 81.
(152)
PRIORI POSADA, Giovanni. “Artículo 82. Patrocinio de intereses difusos”. En: CAVANI, Renzo
(coordinador). Código Procesal Civil comentado por los mejores especialistas. Lima: Gacet Jurídica, Tomo I,
2016; pp. 506-508.
(153)
El profesor Priori referencia que en torno a esta polémica se adhirieron, en uno u otro sentido, diversos autores
nacionales: Hurtado Reyes, Liñán, Arana, Raffo La Rosa.
(154)
PRIORI POSADA, Giovanni. Óp. cit.; p. 507.

210
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

Monroy Gálvez, absolviendo el planteamiento de Priori, sustenta su posición


contraria argumentando:

“[L]a esencia de la legitimidad para obrar no es otra que la rigurosa exigencia de que
participe en la relación procesal quien invoca ser parte de la relación material […].
[P]or lo tanto, la legitimidad para obrar no puede consistir en un relajamiento de la
exigencia –sea cual fuera la razón y la necesidad social que la sustente– porque
entonces habremos solucionado un problema jurídico pervirtiendo una institución en
su núcleo, cuando es posible que la actitud científica adecuada hubiera sido ubicar otra
institución en donde la hipótesis requerida se cobije sin violentarla, o tal vez la
solución hubiese sido crear otra. […] [M]ucho más sencillo y menos depredador y
maltratante para el uso de las categorías procesales considerar que cuando la norma
prescribe que el Ministerio Público, una asociación civil o cualquier ciudadano pueden
demandar la defensa de un derecho difuso […] lo que está otorgando a cada quien es
una representación de origen legal”(155).

Con el aprecio que me merecen los protagonistas de este debate, en mi opinión, a la luz
de sus argumentos, la cuestión surge en vista que ambos observan el fenómeno de la
situación de derecho material que sirve de soporte para la invocación de derechos
difusos, desde la perspectiva de la teoría de la relación subjetiva.

No de otro modo se explica, en el caso de Priori, que afirme que los problemas de
legitimación se resuelven “desde el propio instituto de la legitimación, concediéndosela de
modo extraordinario a sujetos distintos a aquellos que, siguiendo las reglas generales, las
tendrían” (el énfasis es añadido)(156). Es decir, el fenómeno de la situación de los derechos
difusos corresponde a una relación material que no es intersubjetiva, individualista,
“normal”, para seguir la terminología de este autor. Y es que, si así lo fuera, el actor tendría
que seguir “las reglas generales” de legitimación. Lo propio con Monroy, quien empieza su
argumento subrayando que “la esencia de la legitimidad para obrar no es otra que la
rigurosa exigencia de que participe en la relación procesal quien invoca ser parte de la
relación material” (el énfasis es añadido)(157). Por eso acusa de que el argumento de Priori
“pervierte” el instituto de la legitimación y que, ante estas situaciones, “hubiera sido ubicar
otra institución en donde la hipótesis requerida se cobije sin violentarla, o tal vez la solución
hubiese sido crear otra”(158). No obstante, al parecer este jurista no encontró algún instituto
distinto en su búsqueda ni propuso alguno nuevo, puesto que,

(155)
MONROY GALVEZ, Juan, citado por PRIORI POSADA, Giovanni. Artículo 82. Patrocinio de intereses
difusos. En: CAVANI, Renzo (coordinador): Código Procesal Civil comentado por los mejores especialistas.
Lima: Gaceta Jurídica, Tomo I, 2016; pp. 506-508.
(156)
Ibídem.
(157)
Ibídem.
(158)
Ibídem.

211
Luciano López Flores

en la lógica de la teoría de la relación subjetiva, su planteamiento de recalar en la


representación legal de sujetos indeterminados nunca pierde de vista que el
representante ejerce capacidad procesal (o para actuar) en nombre de otro sujeto
que es titular de la relación material.

Rescato lo dicho por Monroy: “tal vez la solución (a este debate) hubiese sido crear otra
(institución)”(159). Y es que esa reflexión invita a dejar de mirar el fenómeno de la situación
de derecho material que está tras la invocación de derechos difusos bajo la óptica de la
teoría de la relación subjetiva, puesto que la génesis misma del instituto en comento no
tiene manera de anclar en hipótesis de relaciones jurídicas materiales intersubjetivas(160).

Quien acude a un proceso judicial pretendiendo la tutela de derechos difusos es, en


principio, un sujeto de derechos, que comparece al proceso formulando el pedido a
favor de una colectividad que puede él también integrar. ¿Él podría ser “titular” de
alguna relación material? En principio, la situación de derecho material contingente no
tendría que observarse, analizarse, estudiarse, desde la perspectiva de la teoría de la
relación jurídica, porque no se produce una relación en los términos que aquella
sugiere. Por el contrario, influenciada por el tránsito del Estado Constitucional al
Estado Ambiental de Derecho, debiera observarse, analizarse y estudiarse desde la
teoría de la tutela de los derechos que plantea Marinoni en estos términos:

“Cuando se dice que la jurisdicción se destina a dar tutela a los derechos, debemos alejarnos de
las antiguas concepciones privatistas, propias del Siglo XIX, especialmente del concepto de
derecho subjetivo, característico al espíritu de esa época y desarrollado
particularmente por Windscheid. […] Ese concepto de derecho subjetivo, como no
podría dejar de ser –delante de la evidente relatividad histórica de las doctrinas jurí-
dicas– recibió una fuerte influencia del principio de la autonomía de la voluntad, lo
cual, como se sabe, fue influencia del sistema individualista que marcó el siglo XIX.

El deber de protección o de tutela de los derechos que identifica el Estado


Constitucional no tiene nada que ver con la noción clásica de derecho subjetivo. El
Estado posee el deber de tutelar determinados derechos, mediante normas y acti-
vidades fáctico-administrativas en razón de su relevancia social y jurídica. También

(159)
Ibídem.
(160)
Y es que, por ejemplo, una cláusula como la que contiene el artículo 66 de la Constitución peruana de 1993
echa por tierra cualquier pretensión de argumentar la existencia de relaciones materiales intersubjetivas. Su
texto dice: “Los recursos naturales, renovables y no renovables, son patrimonio de la Nación”. ¿Quiere decir
que los más de treinta millones de peruanos somos parte de una relación material intersubjetiva con el
causante (Estado o particulares) de la violación o amenaza de derechos ambientales por afectación (o amenaza)
de los recursos naturales? Si se insistiera en responder la pregunta desde el código de lenguaje de la teoría de
la relación subjetiva, pues sin duda sería afirmativa. Desde allí hay un sinnúmero de “legitimados
extraordinarios”.

212
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

tiene el deber de tutela jurisdiccionalmente los derechos fundamentales,


inclusive suprimiendo eventuales omisiones de tutela normativa, además de
tener el deber de dar tutela jurisdiccional a toda y cualquier especie de
derecho –a raíz del derecho fundamental a la tutela jurisdiccional efectiva (art.
5, XXXV, Constitución Federal de Brasil)–.

Así, por ejemplo, el Estado tiene el deber de tutelar, a través de normas y actividades
fáctico-administrativas el medio ambiente. No obstante, también debe darle tutela
jurisdiccional, conforme las necesidades derivadas de la situación concreta. Eso porque
una determinada situación concreta puede demostrar la necesidad de tutela
jurisdiccional inhibitoria, otra de tutela jurisdiccional resarcitoria en la forma
específica y así por delante. El Estado tiene el deber de prestar la tutela jurisdiccional
prometida por los derechos transindividuales o individuales”(161).

Así las cosas, quien se presenta ante el juez invocando la tutela de los derechos difusos,
vista desde la teoría de la tutela de los derechos (y no de la teoría de la relación subjetiva),
instrumentaliza un instituto particular que no se funda en la legitimación (puesto que, a su
vez, esta se funda en las relaciones intersubjetivas) sino en la personalidad procesal(162) de
un sujeto para actuar en un proceso pidiendo la tutela de derechos difusos. Y cuando lo
hace no afirma ostentar titularidad alguna. Cuando formula la pretensión en la demanda, el
sustento constitucional de tal acto procesal es el principio de solidaridad que imprime la
actuación de la tutela de los derechos fundamentales que representan los derechos difusos.

Ese instrumento o instituto lo denomino comparecencia legítima. Y es que deja de mirar el


fenómeno de la situación de derecho material desde la legitimación(163) para enfocarla en la
dimensión del Estado Constitucional, donde el marco de la lex legum y el ordenamiento
legal reconocen personalidad procesal (capacidad para ser parte procesal) a los sujetos que
acuden al Estado pidiendo tutela jurisdiccional efectiva para los derechos fundamentales de
un conjunto indeterminado de personas vinculadas por dicha situación contingente. Su
comparecencia al proceso pidiendo la tutela de derechos fundamentales de una comunidad
de sujetos de derecho indeterminados, se legitima, valida, en el principio de solidaridad

(161)
MARINONI, Luis. Óp. cit.; pp. 76 y 77.
(162)
Personalidad procesal es, como bien dice Mitidiero, la capacidad para ser parte. Es decir, siempre que la ley
reconozca personalidad procesal a entes despersonalizados en el plano del derecho material; estos tendrán
igualmente derecho al proceso justo, es decir, aquel modelo de proceso, propio del Estado Constitucional, que
tiene por misión colaborar en la realización de la tutela efectiva de los derechos mediante la organización de
un proceso justo. Se trata, a guisa de ejemplos, del caso del nasciturus, condómino, sociedad en común,
grupos mínimamente organizados, entre otros. Véase MITIDIERO, Daniel (2016). La Justicia Civil en el
Estado Constitucional. Diálogos para un diagnóstico (R. Cavani & C. Delgado, Trans). Lima: Palestra; pp.
132 y 133.
(163)
Y menos aún desde la representación, puesto que ambas categorías son propias de relaciones intersubjetivas.

213
Luciano López Flores

que conduce su actuación. Dicho de otro modo, su actuación se legitima en el


proceso porque se trata de un defensor de la constitucionalidad y los derechos
fundamentales.

Esta línea de razonamiento cobra mayor vigor al hablar de los derechos


intergeneracionales. Allí, el enfoque de las generaciones futuras como sujeto de derechos
refuerza la comparecencia legítima de quien acude al proceso pidiendo tutela para los
derechos difusos afectados por la situación de derecho material en tiempo presente, pero
cuya objetividad permita advertir (y discutir en el plenario del proceso) la amenaza de
vulneración de los derechos de las generaciones futuras. Esta perspectiva sería aplicable
tanto para los procesos de amparo, como en los ordinarios colectivos.

Sin embargo, especial mención merece la colocación de barreras burocráticas judiciales que
limitan la comparecencia legítima de sujetos que pretendan activar el proceso (de amparo u
ordinario colectivo) para la tutela de derechos difusos y derechos intergeneracionales, las
cuales se encuentran en los artículos 843 y 844 del Proyecto de Reforma del Código
Procesal Civil peruano(164), los cuales están inspirados en los artículos 2 y 3 del

(164)
“Artículo 843.- Legitimación para la tutela de los derechos colectivos, difusos e individuales homogéneos.
Tienen legitimación para plantear una pretensión en tutela de un derecho colectivo, difuso e individual
homogéneo:
1. La Defensoría del Pueblo,
2. El Ministerio Público,
3. Las entidades de la administración pública que tengan entre sus funciones conforme a ley, la defensa de los
derechos cuya pretensión se plantea en el proceso,
4. Las personas jurídicas sin fines de lucro con un año previo de constitución y que estatutariamente incluyan
entre sus finalidades la defensa de los derechos previstos en este capítulo.
5. Las comunidades campesinas y nativas de la localidad en la que se pretende que produzcan los efectos de la
sentencia, representadas conforme a ley. En el caso de la tutela de derechos individuales homogéneos solo
podrán actuar en beneficio de sus miembros.
6. Los pueblos indígenas representados por sus autoridades en la que se pretende que produzcan los efectos de
la sentencia. En el caso de la tutela de derechos individuales homogéneos solo podrán actuar en beneficio de
sus miembros.
7. Los gobiernos locales o regionales de la localidad en la que se pretende que produzcan los efectos de la
sentencia, solo para tutela de derechos difusos.
8. Los Colegios profesionales en el ámbito de su competencia. Las leyes especiales podrán regular requisitos
adicionales en el ámbito de su competencia.
Artículo 844.- Control judicial de la legitimación.
Recibida la demanda el juez revisa que el demandante esté legitimado conforme los supuestos previstos en el
artículo anterior. En el caso del inciso 4 de dicho artículo verifica que las personas jurídicas tengan solvencia
financiera para asumir los gastos del proceso que se inicia y solvencia profesional para tutelar los derechos
cuya protección reclama en el proceso. Adicionalmente, verifica la solvencia ética de sus directivos y
representantes. Con tal fin, el juez puede pedir información adicional a la presentada por el demandante y/o
convocar a una audiencia para evaluar tales situaciones. Durante el transcurso del proceso, el juez debe
controlar la correcta actuación del demandante en la protección judicial de los derechos del grupo y la

214
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

Código Procesal modelo para Procesos Colectivos.

En mi concepto, la limitación de la comparecencia legítima a los procesos


colectivos, constituye una medida irrazonable que atenta contra la efectividad de la
tutela de los derechos en el Estado Constitucional y, tratándose de derechos
ambientales o del patrimonio cultural, del Estado Ambiental de Derecho.
La razón es simple y contundente: tras la imperiosa necesidad de que el Estado y
los particulares garanticen y pongan en práctica políticas públicas ambientales
sobre la base del desarrollo sustentable, el control constitucional de tales políticas,
que surja a partir de situaciones de derecho material, debe ser amplio, puesto que
como bien reza el artículo 66 de la Constitución de Perú de 1993 vigente: los
recursos naturales son patrimonio de la Nación.

Ya he señalado anteriormente que la tutela de los derechos difusos e


intergeneracionales debe desarrollarse con técnica procesal de justicia dialógica amplia
y efectiva. He allí el control de un proceso serio, público, de amplio debate de
instituciones representativas del Estado y la sociedad civil, que permita amenguar
riesgos de corrupción y que obligue al juez a solventar su decisión que, sin duda, estará
en el escrutinio público. Es más, la estructura dialógica del proceso se torna necesaria a
partir de lo que señala el Principio 10 de la Cumbre de Río de 1992:

“El mejor modo de tratar las cuestiones ambientales es con la participación de todos los
ciudadanos interesados, en el nivel que corresponda. En el plano nacional, toda persona deberá
tener acceso adecuado a la información sobre el medio ambiente de que dispongan las
autoridades públicas, incluida la información sobre los materiales y las actividades que encierran
peligro en sus comunidades, así como la oportunidad de participar en los procesos de adopción
de decisiones. Los Estados deberán facilitar y fomentar la sensibilización y la participación de la
población poniendo la información a disposición de todos. Deberá proporcionarse acceso
efectivo a los procedimientos judiciales y administrativos, entre estos el resarcimiento de daños y
los recursos pertinentes”(165)(el énfasis es añadido).

La técnica procesal de justicia dialógica constituye, pues, una medida necesaria y menos
gravosa a la limitación de la comparecencia legítima de los actores de este tipo de tutela

conducción del proceso. Excepcionalmente, durante el transcurso del proceso el juez puede revisar
nuevamente las condiciones de solvencia previstas en el primer anterior”.
Véase MINISTERIO DE JUSTICIA Y DERECHOS HUMANOS. Resolución Ministerial N° 0070-2018-JUS.
5 de marzo de 2018 (referencia de 2 de agosto de 2018). Disponible en web: https://img. legis.pe/wp-
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(165)
NACIONES UNIDAS. Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. 1992. (referencia de 1
de agosto de 2018). Disponible en web:http://www.un.org/spanish/esa/sustdev/documents/declaracionrio.htm

215
Luciano López Flores

y que, a la par, garantice a través de los reflectores prendidos del escrutinio público
del desarrollo del proceso y, sobre todo, de la decisión judicial.

8. Reflexiones finales

Hace cuarenta años, Cappelletti y Garth lanzaron esta invocación:

“Una tarea básica de los investigadores modernos del derecho procesal civil es
exponer el impacto que en el derecho sustantivo tienen los diferentes mecanismos
para el procesamiento de litigios. En consecuencia, deben ampliar su visión más
allá de los tribunales; deben utilizar la información proveniente de los análisis
sociológicos, políticos, psicológicos, económicos y de otros tipos, y deben
aprender de otras culturas. El “acceso” [a la justicia], por tanto, no es solo un
derecho social fundamental cada vez más reconocido, sino también
necesariamente es un enfoque central en la investigación y la enseñanza procesal
moderna. Su estudio presupone tanto una ampliación como una profundización de
los objetivos y los métodos de la ciencia jurídica moderna”(166).

Estoy convencido que el reto a la humanidad que supone el cambio global, pone en
valor nuevamente dichas reflexiones. Creo que, desde la academia, debemos
movilizar el análisis, las reflexiones, el sano y respetuoso debate, pero, sobre todo,
la invitación al diálogo que parta del compromiso de abrirnos a la reflexión,
parafraseando a Dworkin, muy en serio del enraizamiento cultural que representa el
tránsito del paradigma del Estado Constitucional en América Latina. Con mayor
razón si la amenaza del cambio climático afecta más a los países de la región, lo
cual justifica que, como bien señala Pajares, dicho fenómeno tenga su relato desde
lo latinoamericano y contribuya a la evolución de los debates internacionales sobre
el derecho a la sustentabilidad y los derechos intergeneracionales(167).

Si Cappelletti y Garth, en su trascendente texto sobre el Acceso a la Justicia, plantearon tres


movimientos u oleadas de políticas globales para facilitar el acceso a la justicia, ocurridas
después de culminada la segunda guerra mundial, creo que la conciencia global sobre la
amenaza a la subsistencia de la especie humana por los efectos nocivos del cambio climático,
nos colocan frente a una cuarta oleada: la justicia ambiental de control de las políticas públicas
ambientales para que estas se desenvuelvan dentro del marco del desarrollo sostenible y el
respeto por los derechos intergeneracionales. Y todo ello, a su vez,

(166)
CAPPELLETTI, Mauro y GARTH, Bryan. Óp. cit., p.13.
(167)
PAJARES, Erick. “Políticas biocéntricas y ética intergeneracional. El principio de guardianía de la Tierra”.
En: Sin paradero final. N° 33. Lima: Desco, julio 2018; p. 338.

216
La Legitimación en el Amparo (y el Proceso) Colectivo

moviéndose en la plataforma de una nueva teoría jurídica: el Estado Ambiental de


Derecho, como una propuesta desde el relato de la afectación ambiental en América Latina.

Las reflexiones aquí expuestas giran en torno a esta nueva corriente que debe calar
en la cultura jurídica latinoamericana. Por ello, he querido pasar revista al impacto
de esta teoría en lo concerniente a la tutela de los derechos difusos, con especial
énfasis en la legitimación. He sometido los postulados de la dogmática procesal
sobre la materia en estudio, al rigor del “calentamiento” que ejerce en las
instituciones jurídicas el tránsito de los paradigmas que presencia América Latina:
el Estado Constitucional y el Estado Ambiental de Derecho. Y de esa colocación en
el banco de pruebas de ambos paradigmas, los resultados de dichas pruebas han
arrojado reflexiones y planteamientos como los abordados en este trabajo.

El debate está servido. Y, desde luego, la invitación a reflexionar y a dialogar. Es


justo y muy necesario en estos tiempos.

217
Luciano López Flores

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225
La adecuada representatividad del legitimado en la
tutela colectiva del derecho a la consulta previa(*)

Carlos Glave(**)
Gonzalo Bernales(***)

Sumilla

El Acceso a la justicia, más que un derecho humano-fundamental es una


institución plural y multidisciplinaria (social, económica, cultural, jurídica,
etc.), porque tiene su base en las personas y en la realidad social; y va
mutando de acuerdo con la evolución de los derechos fundamentales, y la
propia evolución de las sociedades y personas. Como fase del Acceso a la
justicia identificamos al acceso al proceso y a su desarrollo, de ahí la
esencialidad de la postulación del proceso como primer paso formal para la
tutela jurisdiccional. La “calificación de una demanda”, no puede servir
como medio para limitar el acceso al proceso y a su desarrollo, por ello, si
mantenemos los tradicionales “presupuestos procesales” y las “condiciones
de la acción”, hay que aplicarlos de manera razonable en función al principio
pro actione; y en el caso de nuevos escenarios, en los que no habría claridad
en cuanto a la legitimidad para obrar, es indispensable adecuarlos. No
promovemos la informalidad, aspiramos que se mantenga el necesario orden
procesal, en la medida que este sirva para garantizar el acceso al proceso.

Palabras Clave

Acceso a la justicia/ acceso al proceso / postulación/ requisitos procesales


(*)
Este artículo fue recibido el 31 de julio y su publicación fue aprobada el 10 de noviembre de 2018.
(**)
Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2009. Asociado de Miranda & Amado desde el
2018. Maestría en Queen Mary University of London, 2014. Fue socio de Priori & Carrillo Abogados hasta el
año 2017.
(***)
Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú.

227
Carlos Glave y Gonzalo Bernales

1. Introducción

En los últimos años, mucho se ha dicho respecto de la regulación de los procesos


colectivos y la forma cómo han roto todos los esquemas tradicionales del derecho
procesal. Sin embargo, el desarrollo doctrinal de los procesos colectivos no se ha
traducido en la práctica para la solución de conflictos. Es por ello, que resulta
importante aterrizar la adecuación de las instituciones procesales tradicionales a los
procesos colectivos utilizando un caso concreto. Por esta razón, el presente artículo
centra su análisis en un derecho en específico: el derecho a la consulta previa.

El derecho a la consulta previa es uno de naturaleza compleja por una serie de factores que
veremos más adelante, pero permite visualizar la importancia de implementar la tutela colectiva
para la defensa de este tipo de derechos. Asimismo, se trata de un derecho de particular
importancia en los últimos años en la región, debido a que a través de este se busca garantizar la
inclusión de los pueblos indígenas u originarios en los procesos de toma de decisión del Estado
respecto de aquellas medidas legislativas o administrativas que les afecten directamente.

Si bien resulta importante repensar todas las instituciones procesales desde la óptica de los
procesos colectivos, en el presente artículo nos centraremos en uno de los presupuestos
procesales más importante para el diseño de la tutela colectiva: la legitimidad para obrar. El
presente artículo desarrolla conceptos básicos para la regulación de la legitimidad para
obrar en los procesos de tutela colectiva del derecho a la consulta previa.

Es preciso mencionar que el más reciente proyecto de reforma del Código Procesal
Civil del Ministerio de Justicia reserva una sección para la regulación de los procesos
colectivos y, específicamente, los procesos en los cuales se tutelan derechos de los
pueblos indígenas. En atención a ello, se incluirán en el desarrollo del presente artículo
comentarios a la regulación propuesta en la mencionada reforma.

2. Consideraciones generales

2.1. La legitimación para obrar

Comencemos definiendo qué entendemos por legitimidad para obrar. Se trata de un


presupuesto procesal clásico que, por lo mismo, ha sido definido de distintas formas
por a lo largo de los años. Así, Giovanni Priori lo define como la posición habilitante
para ser parte de un proceso, ya sea como demandantes o demandados(1).

(1)
PRIORI, Giovanni. “La legitimidad para obrar. Comentario al artículo VI del Título Preliminar del Código

228
La adecuada representatividad del legitimado en la tutela colectiva del derecho a la consulta previa

El instituto de la legitimación se encuentra recogido en el artículo IV del Título


Preliminar del Código Procesal Civil (en adelante, “CPC”), en el cual se estable la
necesidad de que la parte demandante invoque legitimidad para obrar con la finalidad
de promover o iniciar el proceso. En ese sentido, se trata de un presupuesto necesario
para poder plantear una pretensión dentro de un proceso (o para ser el sujeto pasivo de
esta), de tal forma que, si la pretensión es planteada por una persona legitimada, el juez
se podrá pronunciar válidamente sobre el conflicto intersubjetivo llevado ante él(2).

Ahora bien, los sujetos legitimados para plantear una pretensión dentro de un
proceso y, por lo tanto, tener la calidad de parte, serán aquellos sujetos titulares de
la relación jurídico material subyacente al proceso. Los sujetos que forman parte de
la relación jurídica material (por ejemplo: acreedor-deudor, arrendatario-
arrendador, empleado-empleador, etc.) serán los sujetos legitimados para plantear
pretensiones que tengan por objeto resolver conflictos intersubjetivos de intereses
de esa relación jurídica material. Así, el acreedor podrá demandar el pago de la
deuda al sujeto deudor, el arrendador el desalojo del inmueble por parte del
arrendatario; y el empleado su reposición en el puesto de trabajo al empleador.

Sin embargo, existen algunos casos extraordinarios en los cuales tendrán legitimación
para obrar sujetos que no forman parte de la relación jurídica material. Es decir, podrán
plantear pretensiones y tener la calidad de parte en el proceso algunos sujetos que no
son titulares del derecho material cuya tutela se requiere mediante el proceso. Se trata
de los casos de legitimación para obrar extraordinaria, en los cuales la ley faculta a
ciertos sujetos con la posición habilitante para plantear pretensiones procesales(3). Un
ejemplo de legitimados extraordinarios lo podemos encontrar en la denominada acción
subrogatoria recogida en el artículo 1219 del Código Civil, norma que permite que el
acreedor ejerza derechos de su deudor con la finalidad de asegurar su acreencia.

Con todo, podemos decir que, independientemente de la legitimación activa (parte


demandante) o pasiva (parte demandada), se definen dos tipos de legitimación para obrar:
la ordinaria y extraordinaria. En la primera de ellas son los sujetos que alegan ser titulares
del derecho material los legitimados para plantear las pretensiones, mientras que en la
segunda es la ley la que autoriza a sujetos distintos de los titulares del derecho material a
plantear las pretensiones. Así, la legitimidad para obrar puede ser invocada por la parte al
momento de declararse titular del derecho material vulnerado o amenazado (legitimidad

Civil”. En: El Código Civil comentado por los 100 mejores especialistas. Lima: Gaceta Jurídica, 1997; p. 68.
(2)
QUIROGA, Aníbal. “Legitimación y cosa juzgada en los procesos colectivos en el Perú”. En: Proceso y
Constitución. Las garantías del justo proceso. Ponencias del Tercer Seminario Internacional Proceso y
Constitución. Lima: Palestra, 2013; pp. 435-476.
(3)
PRIORI, Giovanni. Lóc cit.

229
Carlos Glave y Gonzalo Bernales

ordinaria) o puede ser invocada por la ley (legitimidad extraordinaria)(4).

Es preciso mencionar que no se debe confundir la legitimación para obrar


extraordinaria (aquella dada por la ley) con la representación. Esta última no otorga la
calidad de parte en el proceso, sino que el representante actúa en nombre del
legitimado para plantear pretensiones. Por ejemplo, un legitimado para obrar
extraordinario (el acreedor ejerciendo una acción oblicua) puede actuar mediante un
representante, eso no genera que el representante sea quien plantea la pretensión, es
decir, quien tenga legitimidad para obrar. En este ejemplo, quien plantea la pretensión
seguirá siendo el acreedor, ejerciendo el derecho de titularidad de su deudor.

2.2. Intereses divisibles e indivisibles (difusos y colectivos)

El proceso se ha concebido como un mecanismo de solución de controversias y de


tutela de derechos subjetivos. Estos derechos históricamente han sido de naturaleza
individual, es decir derechos que por su naturaleza son divisibles y de titularidad
individual. El típico derecho sobre el cual se construyeron las instituciones
procesales clásicas fue el derecho de crédito.

Sin embargo, tanto el nuevo paradigma del Estado Constitucional de Derecho como el
fenómeno de la globalización generaron la aparición (o desarrollo) de un tipo distinto de
derechos: los derechos indivisibles(5). Estos generaron un quiebre con las institucionales
procesales tradicionalmente concebidas para derechos divisibles e individuales. Así, se pone en
riesgo la efectividad de la tutela jurisdiccional de los derechos indivisibles, toda vez que las
institucionales procesales no permiten encauzar correctamente la tutela de estos derechos.

Así, en el marco de la tutela colectiva se diferencia los derechos divisibles de aquellos


que son indivisibles. Los primeros son aquellos cuya titularidad recae sobre un solo
sujeto, siendo posible satisfacer sus intereses sin la necesidad de satisfacer los del resto
de sujetos de un mismo grupo. Entre los derechos divisibles podemos identificar, a
efectos de concebir una tutela colectiva, a los llamados individuales homogéneos(6).

Los derechos individuales son aquellos que solo pueden ser tutelados mediante las for-
mas tradicionales de enjuiciamiento y resultan ser los derechos ampliamente conocidos
como el de propiedad, crédito, etc. Por su parte, los derechos individuales homogéneos

(4)
Ibídem
(5)
GIDI, Antonio. “The recognition of U.S. class action judgement abroad: the case of Latin America”.
En: Brooklyn Journal of international Law. Año 37, N° 3, 2012.
(6)
GLAVE, Carlos. “Modelos incompletos de proceso colectivos en el Perú”. En: Revista de
Análisis Especializado de Jurisprudencia. N° 38, 2011.

230
La adecuada representatividad del legitimado en la tutela colectiva del derecho a la consulta previa

no dejan ser derechos divisibles que pueden ser tutelados mediante las vías tradicionales de
enjuiciamiento, pero que por conveniencia pueden ser tutelados de manera colectiva. Para
ello, se establecen ciertos requisitos: (i) el origen común del hecho generador, (ii)
predominancia de las cuestiones colectivas, y (iii) la superioridad de la tutela colectiva(7).

Giannini propone un clásico caso que involucra derechos individuales homogéneos: los
pasajeros de un bus que sufre un accidente como consecuencia de la negligencia de la
compañía transportista. Si bien cada pasajero tiene un derecho individual de
resarcimiento por el daño causado, se cumplen los requisitos para que convenga tutelar
de manera colectiva sus derechos contra la empresa transportista. Este sería el típico
ejemplo de las class action for damages de los Estado Unidos, o por ejemplo la tutela
de los derechos de los consumidores de un producto en particular(8).

A diferencia de los derechos individuales homogéneos, donde la tutela es colectiva


debido a un criterio de conveniencia, en el caso de los derechos indivisibles estos
solo pueden ser tutelados de manera colectiva porque la titularidad de estos recae
sobre un grupo de sujetos (determinable o indeterminable). Normalmente, estos
derechos indivisibles son categorizados en difusos y colectivos.

La principal diferencia entre unos y otros es el sustento de la titularidad del derecho.


Los titulares de un derecho difuso son indeterminables y se encuentran ligados por una
circunstancia de hecho (habitantes de una misma región, nacionalidad, etc.), mientras
que los titulares de un derecho colectivo son indeterminados, pero determinables, y
poseen una relación jurídica de base que los vincula (los propietarios de la propiedad
horizontal, compradores de un proyecto inmobiliario, entro otros).

La titularidad de los derechos difusos “no es exclusiva de un individuo de la sociedad,


sino que por el contrario es la sociedad en su conjunto la titular del derecho. Cada
individuo será titular del derecho debido a su pertenencia al conjunto”. Por su parte, en
el caso de los derechos colectivos, será la relación jurídica subyacente la que justifique
la existencia del grupo y ligue los intereses de los sujetos de este(9).

(7)
REGGIARDO, Mario. “Los problemas de la class action y su aplicación en el Perú”. En: Proceso y
Constitución. Las garantías del justo proceso. Ponencias del Tercer Seminario Internacional Proceso y
Constitución. Lima: Palestra, 2013; pp. 477-498.
(8)
BERNALES, Gonzalo. La tutela colectiva del derecho a la consulta previa de los pueblos indígenas:
¿Legitimación para obrar o representación procesal? Trabajo académico para optar por el título de segunda
especialidad en derecho procesal. Facultad de Derecho-PUCP, 2017.
(9)
Ibídem.

231
Carlos Glave y Gonzalo Bernales

La diferenciación entre derechos colectivos y difusos tiene especial importancia


porque permitirá determinar qué sujetos poseen legitimidad para obrar. En el caso
de los derechos colectivos los sujetos legitimados para demandar serán más
restringidos que en el caso de los derechos difusos, porque será la relación jurídica
de base que los liga la que nos permitirá determinar el grupo o clase. Así, los
titulares del derecho material serán aquellos vinculados por la relación jurídica de
base y no toda la sociedad en su conjunto como en los derechos difusos.

2.3. Concepto de la representación adecuada en la tutela colectiva

El Código Modelo de Proceso Colectivos para Iberoamérica (en adelante, Código


Modelo) establece como uno de los requisitos de la demanda colectiva la adecuada
representatividad del legitimado. Así, propone en su artículo 2 lo siguiente:

Artículo 2. Requisitos de la demanda colectiva. Son requisitos de la demanda


colectiva:
I. la adecuada representatividad del legitimado; (…)
Párrafo 2. En el análisis de la representatividad adecuada el Juez deberá
analizar datos como:
a. la credibilidad, capacidad, prestigio y experiencia del legitimado;
b. sus antecedentes en la protección judicial y extrajudicial de los intereses o
derechos de los miembros del grupo, categoría o clase; c. su conducta en otros
procesos colectivos;
d. la coincidencia entre los intereses de los miembros del grupo, categoría o
clase y el objeto de la demanda;
e. el tiempo de la constitución de la asociación y la representatividad de esta o
de la persona física respecto del grupo, categoría o clase.

Como se observa, el Código Modelo profundiza en el análisis, que por cierto


corresponde realizar al juez, de la representatividad adecuada de los legitimados.
Es preciso aclarar que no se trata de un análisis de la representación de los
legitimados, sino de la denominada representatividad adecuada de estos. Se busca
evaluar si los sujetos legitimados para demandar cuentan con una representatividad
adecuada dentro de la clase, colectividad o grupo.

De este modo, el análisis de la representatividad adecuada está íntimamente relacionado


con la legitimidad para obrar (ordinaria o extraordinaria) en el caso concreto. Por ejemplo,
en el caso de un sujeto que demanda en un proceso colectivo la tutela del medio ambiente
debido al derrame de petróleo en el mar, no solo se analizará si el sujeto está legitimado
para demandar (si es titular del derecho material o posee legitimidad para obrar extraordi-
naria); sino que en caso posea legitimidad para obrar se deberá también analizar si posee

232
La adecuada representatividad del legitimado en la tutela colectiva del derecho a la consulta previa

representatividad adecuada para que su demanda sea llevada adelante como un proceso
colectivo. Esto es importante porque en caso de que posea representatividad adecuada
el proceso será uno verdaderamente colectivo en donde la decisión del juez debiera
vincular a todos los miembros del grupo (determinado y determinable o no).

Este análisis debe realizarlo el Juez en el caso concreto, porque es posible que un
legitimado para demandar en el caso concreto no posea la representatividad
adecuada para llevar adelante –o liderar– el proceso colectivo que vinculará a todos
los miembros de la colectividad. De más está decir, que dicho análisis debe ser
matizado por el contexto específico de cada ordenamiento, de cada derecho
material, de las condiciones culturales y estructurales de cada país.

Uno de los aportes del presente artículo es plantear interrogantes y algunas certezas
respecto de la problemática de este análisis, y su impacto en la legitimidad para
obrar, en el caso del derecho a la consulta previa en el Perú.

3. El derecho a la consulta previa entendido como derecho colectivo

Para continuar con el desarrollo del presente artículo es preciso mencionar algunas ca-
racterísticas fundamentales del derecho a la consulta previa, sobre las cuales construire-
mos nuestras premisas. Así, en el presente apartado pretendemos desarrollar tres ideas
fundamentales respecto de este derecho: (i) su desarrollo es convencional y la
regulación peruana es deficiente, (ii) se desprende directamente del derecho a la
autodeterminación de los pueblos indígenas, (iii) tiene naturaleza colectiva y no difusa.

3.1. Contenido y desarrollo convencional del derecho a la consulta previa: el


derecho fundamental a la autodeterminación de los pueblos indígenas

El derecho a la consulta previa, como hemos dicho, forma parte de un derecho continente
como es el derecho a la libre determinación de los pueblos indígenas. Este ha tenido,
principalmente, un desarrollo convencional a nivel del Sistema Interamericano de Derechos
Humanos. Así, el artículo 3 de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de
los pueblos indígenas (DNUDPI) establece que “los pueblos indígenas tienen derecho a la
libre determinación. En virtud de ese derecho determinan libremente su condición política y
persiguen libremente su desarrollo económico, social y cultural”.

Del mismo modo, el pronunciamiento de las Naciones Unidas establece en sus


artículos 4 y 5 lo siguiente:

233
Carlos Glave y Gonzalo Bernales

Artículo 4:
Los pueblos indígenas, en ejercicio de su derecho a la libre determinación, tienen derecho a
la autonomía o al autogobierno en las cuestiones relacionadas con sus asuntos internos y
locales, así como a disponer de medios para financiar sus funciones autónomas.

Artículo 5:
Los pueblos indígenas tienen derecho a conservar y reforzar sus propias
instituciones políticas, jurídicas, económicas, sociales y culturales,
manteniendo a la vez su derecho a participar plenamente, si lo desean, en la
vida política, económica, social y cultural del Estado.

Como se observa, el instrumento internacional señalado reconoce la existencia del derecho


a la libre determinación de los pueblos indígenas y lo dota de ciertas características como el
derecho a su autogobierno, conservar y reforzar sus instituciones; y el derecho a participar
si lo desean en la vida del Estado. Otros instrumentos internacionales también reconocen la
existencia de este derecho como uno fundamental, tales son el Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos (artículo 1.1) y el Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales (artículo 1).

Del mismo modo, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (en adelante, la


Corte IDH) ha reconocido a los pueblos indígenas como titulares de este derecho
en los casos Saramaka vs. Surinam, Sákmok Kásek vs. Paraguay y Kichwa
Sarayacu vs. Ecuador. Nuestro Tribunal Constitucional no ha sido ajeno al
desarrollo de este derecho y lo ha reconocido en las siguientes sentencias: 3343-
2007-PA/TC, 6316-2008-PA/TC, 0024-2009-IA/TC y 1126-2012-HC/TC.

Con todo, el derecho a la libre determinación de los pueblos indígenas es un derecho


fundamental ampliamente reconocido en diferentes instrumentos internacionales de derechos
humanos, en jurisprudencia interamericana sobre la materia y reconocidos internamente por el
propio Tribunal Constitucional. En ese sentido, este derecho debe entenderse como uno
fundamental en nuestro ordenamiento y, por lo tanto, posee el mismo doble grado de efectividad
que los demás derechos fundamentales. Así, “la libre determinación de los pueblos indígenas
tendrá una doble naturaleza, de un lado es un derecho fundamental, y de otro lado es un
principio constitucional hermenéutico, orientador del conjunto de disposiciones que reconocen
derechos a los pueblos indígenas”(10).

Esto resulta importante, porque al tratarse de un criterio orientador el mismo se debe


aplicar independientemente que este haya sido invocado. Es decir, que dicho derecho

(10)
RUIZ MOLLEDA, Juan Carlos. “Aproximación al contenido esencial del derecho a la libre determinación de
los pueblos indígenas”. En: Instituto de Defensa Legal (IDL), 2012, p. 24.

234
La adecuada representatividad del legitimado en la tutela colectiva del derecho a la consulta previa

obliga al operador jurídico a tomarlo en cuenta cuando está tratando con derechos
de los pueblos indígenas. Esto será especialmente relevante cuando veamos las
cuestiones determinantes para evaluar la legitimidad para obrar en los casos donde
se plantean pretensiones que tengan por objeto la tutela de derechos colectivos de
los pueblos indígenas, como el caso de la consulta previa.

El derecho a decidir autónomamente su propio modelo de desarrollo y a controlar su


propio desarrollo económico, social y cultural; además de derivarse de los artículos 3 y
4 de la DNUDPI, está recogido en el artículo 7 del Convenio 169 de la Organización
Internacional del Trabajo y reconoce el derecho de los pueblos indígenas de decidir sus
propias prioridades en lo que atañe el proceso de desarrollo, en la medida en que este
afecte a sus vidas, creencias, instituciones y bienestar espiritual y a las tierras que
ocupan o utilizan de alguna manera, y de controlar, en la medida de lo posible, su
propio desarrollo económico, social y cultural(11).

De este modo, resulta evidente que los pueblos indígenas tienen el derecho a su libre
determinación política, cultural, económica, social, etc. Además, debe tomarse en
consideración que para los pueblos indígenas los conceptos de “vida digna”,
“desarrollo” y “prosperidad”; no significan lo mismo que para la sociedad mayoritaria
y para el Estado. Así, la única manera de permitir y viabilizar la libre determinación de
los pueblos indígenas es consultarles sobre su visión de “desarrollo” y su opinión sobre
las posibles políticas y/o proyectos que les pudieran afectar. El Tribunal Constitucional
ha entendido esto así, en la sentencia recaída en el Expediente N° 3343-2007-PA,
específicamente en su fundamento 23, cuando establece:

“Esta libre determinación, juntamente con la concepción que los pueblos indígenas
tienen sobre la tierra, sirve de base para la configuración y sustento del derecho a
la consulta previa. Este derecho, que viene a ser una concretización también del
artículo 2. 17 de la Constitución, se encuentra explícitamente recogido en los
artículos 6 y 7 del Convenio N° 169. El artículo 6, literal a), indica que cada vez
que se prevean medidas legislativas o administrativas susceptibles de afectar
directamente a los pueblos indígenas, el gobierno tendrá que consultar
previamente y median-te los procedimientos apropiados e instituciones
representativas. Tales consultas deberán efectuarse de buena fe y de forma
apropiada a las circunstancias del caso, con la finalidad de llegar a un acuerdo y
lograr el consentimiento de las medidas propuestas”.

En ese sentido, el derecho a la consulta previa se trata de un derecho que emana del
Convenio OIT N° 169, de los pactos internacionales de derechos humanos y de la pro-

(11)
Ídem.; p. 26.

235
Carlos Glave y Gonzalo Bernales

pia Constitución Peruana. Esto fue desarrollado mediante la Ley N° 29785 – Ley
de la Consulta Previa; la cual desarrolló el contenido y precisó el procedimiento de
aplicación de este derecho. Así, estableció que los pueblos indígenas tienen el
derecho a ser consultados previamente con la finalidad de alcanzar un acuerdo o
consentimiento a través de un diálogo intercultural que garantice su inclusión en la
toma de decisión del Estado respecto de cualquier medida legislativa y/o
administrativa que los afecte directamente (Ley N° 29785, artículo 2).

3.2. El derecho a la consulta previa no es un derecho difuso, su naturaleza es


colectiva

Quizás este punto resulta evidente para el lector, pero es de crucial importancia a
efectos del presente trabajo. Confundir su naturaleza generaría un importante
impacto en la regulación procesal que se diseñe para su tutela.

El derecho a la consulta previa se encuentra en cabeza de los pueblos indígenas, es decir,


que son estos últimos, como ente colectivo, los titulares del derecho. Así, este derecho
resulta ser uno de naturaleza indivisible, pero en cabeza de una colectividad determinada o
determinable (el pueblo indígena u originario). Recogiendo la definición de derecho
colectivo que estipulamos al inicio, tendríamos que decir que el colectivo posee una
relación jurídica de base que los vincula: la pertenencia al pueblo indígena u originario.

Es preciso aclarar que, más allá de la regulación legal que el Estado establezca para
determinar la existencia y pertenencia de un sujeto al pueblo indígena, debemos
considerar las propias costumbres y reglas internas y ancestrales de los pueblos
indígenas para la pertenencia a estos. Es decir, que la relación jurídica de base que
vincula a los sujetos del grupo estará definida por aquellas reglas y/o requisitos
ancestrales del pueblo indígena para formar parte de este.

Lo dicho, que resulta particularmente complejo, ha generado que desde el Estado se regulen
distintas cuestiones. Por un lado, el Ministerio de Cultura reconoce la existencia de los
pueblos indígenas y crea la Base de Datos de pueblos indígenas y originarios. Esta base de
datos sirve como fuente de información para la formulación de políticas públicas, pero no
les reconoce personalidad jurídica, conforme establece el Decreto Legislativo N° 1360 del
21 de julio de 2018. Por el contrario, el Estado sí les reconoce personalidad jurídica a las
comunidades nativas las cuales deben registrar un representante y son los gobiernos
regionales los que titulan su territorio. Es decir, que la regulación estatal es variada cuando
trata el registro, representación y/o existencia de los pueblos indígenas y comunidades
nativas. Esto resulta confuso y problemático para la determinación de los legitimados para
demandar como veremos más adelante.

236
La adecuada representatividad del legitimado en la tutela colectiva del derecho a la consulta previa

Lo que debemos tener presente es que el derecho a la consulta previa es de titularidad


de los pueblos indígenas, ente colectivo vinculado por una relación jurídica de base, es
decir, un grupo determinado o determinable de personas. Esto genera que el derecho a
la consulta previa deba tratarse como uno de naturaleza colectiva y no difusa.

4. La tutela del derecho a la consulta previa: ¿Quién puede demandar?

Ya hemos mencionado que la distinción entre derechos indivisibles colectivos y


difusos es relevante para la regulación de los procesos supraindividuales, porque
tiene incidencia en la determinación de los sujetos legitimados para tutelarlos. Por
ello, la naturaleza colectiva del derecho a la consulta previa resulta relevante para
la determinación y regulación de la legitimidad para obrar en los procesos en los
que se busque tutelar este derecho.

Actualmente, en el Perú no se regula la legitimidad para obrar para derechos


colectivos, únicamente se regula para los derechos de naturaleza difusa.
Específicamente en el artículo 82 del Código Procesal Civil (CPC) se establece una
legitimidad amplia para la tutela de este tipo de derechos. Sin embargo, únicamente
regula la legitimidad para derechos como el medio ambiente y el patrimonio cultural,
en los cuales otorga legitimidad a los siguientes sujetos: (i) el Ministerio Público, (ii)
los Gobiernos Regionales, (iii) los Gobiernos Locales, (iv) las Comunidades
Campesinas y/o (v) las Comunidades Nativas en cuya jurisdicción se produjo el daño
ambiental y (vi) las asociaciones sin fines de lucro que según la Ley y a criterio del
Juez estén legitimadas para ello.

Por su parte, el artículo 40 del Código Procesal Constitucional reconoce la potestad


de interponer una demanda de amparo a cualquier persona para la tutela de
derechos difusos. Sin embargo, la regulación aún resulta deficiente para los
derechos difusos; y se evidencia una absoluta ausencia de regulación para los
derechos indivisibles de naturaleza colectiva.

De esta manera, debemos partir de la premisa que los derechos colectivos –entre ellos
el derecho a la consulta previa– no poseen una regulación procesal que permita
tutelarlos mediante un proceso diseñado desde una óptica de tutela colectiva.

Por ello, resulta relevante plantearnos la interrogante sobre qué sujetos podrían (o
deberían) estar legitimados para tutelar este tipo de derechos. En primer lugar,
puede considerarse evidente que tendrán legitimidad para demandar los titulares
del derecho material, es decir los pueblos indígenas y cualquier sujeto que
pertenezca a ellos (cualquier sujeto que forme parte de la clase).

237
Carlos Glave y Gonzalo Bernales

Asimismo, se debería otorgar legitimidad para obrar extraordinaria a entidades que per-
mitan asegurar la correcta defensa de los intereses de los titulares del derecho, como son el
Ministerio Público, la Defensoría del Pueblo, las organizaciones no gubernamentales sobre
la materia y las asociaciones sin fines de lucro. Es decir, la regulación de la legitimidad po-
dría seguir la propuesta del artículo 3 del Código Modelo de Procesos Colectivos para Ibe-
roamérica, el cual establece una legitimidad amplia para la tutela de este tipo de derechos.

Sin embargo, en el caso de los derechos colectivos debemos tener claro que la
legitimidad para obrar debe ser más reducida que en el caso de los derechos
difusos; específica-mente respecto de las personas titulares del derecho; puesto que
estos son determinados o determinables. Al tratarse de derechos colectivos los
titulares del derecho se encontrarán vinculados por una relación jurídica de base y,
por lo tanto, los miembros serán plenamente determinables o determinados.

El Proyecto de Reforma del Código Procesal Civil del Ministerio de Justicia del
Perú propuso una regulación para este tipo de procesos, dado que reconoció la
posibilidad de una tutela colectiva de derechos difusos, individuales homogéneos y
colectivos propia-mente dichos. Así, dicha propuesta establece lo siguiente:

“Artículo 843.- Legitimación para la tutela de los derechos colectivos, difusos


e individuales homogéneos.
Tienen legitimación para plantear una pretensión en tutela de un derecho
colectivo, difuso e individual homogéneo:
1. La Defensoría del Pueblo.
2. El Ministerio Publico.
3. Las entidades de la administración pública que tengan entre sus funciones con-
forme a ley, la defensa de los derechos cuya pretensión se plantea en el proceso.
4. Las personas jurídicas sin fines de lucro con un ano previo de constitución y
que estatutariamente incluyan entre sus finalidades la defensa de los derechos
previstos en este capítulo.
5. Las comunidades campesinas y nativas de la localidad en la que se pretende
que produzcan los efectos de la sentencia, representadas conforme a ley. En el
caso de la tutela de derechos individuales homogéneos solo podrán actuar en
beneficio de sus miembros.
6. Los pueblos indígenas representados por sus autoridades en la que se pretende
que produzcan los efectos de la sentencia. En el caso de la tutela de derechos
individuales homogéneos solo podrán actuar en beneficio de sus miembros.
7. Los gobiernos locales o regionales de la localidad en la que se pretende que
produzcan los efectos de la sentencia, solo para tutela de derechos difusos.
8. Los Colegios profesionales en el ámbito de su competencia.
Las leyes especiales podrán regular requisitos adicionales en el ámbito de su
competencia.

238
La adecuada representatividad del legitimado en la tutela colectiva del derecho a la consulta previa

Como se observa, en el inciso 6 del artículo citado, el proyecto otorga legitimidad para
obrar a los propios pueblos indígenas quienes deberán actuar representados por sus
autoridades. Este es un paso importante –como proyecto de reforma– para subsanar el
estado de indefensión en el que se encuentran los derechos de naturaleza colectiva y
especialmente el derecho a la consulta previa que nos convoca.

El Proyecto de Reforma, sin embargo, no otorga legitimidad para demandar a cualquier


sujeto que forme parte del pueblo indígena. Esto se debería a una preocupación del Grupo
de Trabajo encargado de la reforma, respecto de los procesos llevados de forma maliciosa o
deficiente por “cualquier ciudadano”. Esta preocupación nos parece desproporcionada
puesto que la clave no se encuentra en la limitación de los legitimados para obrar, sino en el
análisis de la representatividad adecuada que se debe realizar de estos.

Como ya establecimos previamente, en el caso de la tutela de derechos


supraindividuales el Juez no debe analizar únicamente si el demandante posee
legitimidad para obrar (ordinaria o extraordinaria), sino que debe realizar un análisis de
la representatividad adecuada. Es decir, debe evaluar si aquel que demanda cumple con
ciertos requisitos que permitan que la decisión a la que se arribe en el proceso obligue a
todos los miembros del grupo o clase. El Proyecto de Reforma reconoce esta
necesidad, pero únicamente de manera parcial, puesto que obliga al Juez a analizar la
solvencia económica y ética de las personas jurídicas que demanden; es decir,
únicamente en el supuesto del inciso 4 (Proyecto de Reforma, artículo 844):

“Articulo 844.- Control judicial de la legitimación.

Recibida la demanda el juez revisa que el demandante este legitimado


conforme los supuestos previstos en el artículo anterior. En el caso del inciso 4
de dicho artículo verifica que las personas jurídicas tengan solvencia
financiera para asumir los gastos del proceso que se inicia y solvencia
profesional para tutelar los derechos cuya protección reclama en el proceso.
Adicionalmente, verifica la solvencia ética de sus directivos y representantes.
Con tal fin, el juez puede pedir información adicional a la presentada por el
demandante y/o convocar a una audiencia para evaluar tales situaciones.

Durante el transcurso del proceso, el juez debe controlar la correcta actuación del
demandante en la protección judicial de los derechos del grupo y la conducción
del proceso. Excepcionalmente, durante el transcurso del proceso el juez puede
revisar nuevamente las condiciones de solvencia previstas en el primer anterior”.

En el caso de los pueblos indígenas (inciso 6) no se establece la necesidad de cumplir con


los requisitos de representatividad adecuada, lo cual consideramos un error puesto que

239
Carlos Glave y Gonzalo Bernales

este análisis es crucial para los procesos de tutela colectiva. Asimismo, los pueblos
indígenas deben actuar mediante sus representantes, lo cual resulta particularmente
complejo puesto que estos no cuentan con personería jurídica en el ordenamiento jurídico
peruano, siendo las comunidades campesinas o nativas las que sí cuentan con dicha calidad
de acuerdo con el artículo 89 de la Constitución. Los pueblos indígenas pueden estar
organizados en comunidades o no, pueden existir comunidades y grupos de personas no
organizadas que formen parte de un pueblo indígenas; es decir, que el concepto de pueblo
indígena es más abarcador que el de comunidad nativa y/o campesina(12).

De ese modo, podemos tener una federación de comunidades nativas que se irroga
la representación de un pueblo indígena determinado y niega la representación de
otra federación que alega ser representante del mismo pueblo indígena. Es decir,
que en la práctica la representación de los pueblos indígenas resulta ser compleja
de determinación. A pesar de ello, la Ley de Consulta Previa y su Reglamento
establecen que se debe inscribir un representante de cada pueblo indígena en la
Base de Datos Oficial de Pueblos Indígenas.

¿Será este el representante adecuado entonces? ¿El hecho de la inscripción le otorga a priori
esta calidad? Consideramos que no. Es el Juez el que debe analizar ello al momento de
calificar la demanda colectiva. Sin embargo, el Juez debe tener en cuenta otros factores
especiales en el caso de los pueblos indígenas. Ya lo dijimos en un trabajo anterior:

“el propio desarrollo del derecho a la libre determinación de los pueblos indígenas
establece que su identificación como tal es autorealizada y que además cada
pueblo tiene el derecho a elegir a sus representantes de acuerdo con las costumbres
ancestrales o normas que el pueblo posea para dicho fin”(13).

Lamentablemente, esto no sucede en la práctica, ya que los Jueces al no tener la


obligación de analizar estos requisitos no reparan en ellos y se podría estar generando
un nivel de indefensión a los verdaderos derechos e intereses de los pueblos indígenas.
Esto se evidencia en la sentencia recaída en el Expediente N° 32365-2014, del Cuarto
Juzgado Constitucional de la Corte Superior de Justicia de Lima, que versa sobre una
demanda de amparo interpuesta por Zebelio Kayak Jempekit, Santiago Manuin Valera,
Wrays Pérez Ramirez y Ananías Shawit Kasen contra el Ministerio de Energía y
Minas, Perupetro SA, Maruel et Prom Peru SAC y Pacific Stratus Energy SA.

(12)
BERNALES, Gonzalo. La tutela colectiva del derecho a la consulta previa de los pueblos indígenas:
¿Legitimación para obrar o representación procesal? Trabajo académico para optar por el título de segunda
especialidad en derecho procesal. Facultad de Derecho-PUCP, 2017.
(13)
Ibídem.

240
La adecuada representatividad del legitimado en la tutela colectiva del derecho a la consulta previa

En dicha sentencia, el Juzgado no realiza ningún tipo de análisis respecto de la


representación de los demandantes ni mucho menos de si son o no adecuados para la tutela
del derecho colectivo. Recordemos que el análisis de la idoneidad del representante resulta
de vital importancia puesto que busca asegurar una adecuada defensa de los derechos de los
sujetos ausentes del proceso que se verán alcanzados por la decisión a la que se arribe. Este
es un claro ejemplo de disparidad de fuerzas y de una representación que se plantea como
inadecuada para la defensa de la colectividad(14). Además, resulta un claro ejemplo de una
sentencia que considera al derecho a la consulta previa como uno de naturaleza difusa y,
por lo tanto, la legitimidad para demandar resulta más amplia.

Esto genera la necesidad de que en futura regulación sobre este tema se tome
especial consideración al análisis de representación adecuada que debe realizar el
Juez al momento de calificar la demanda. Para el caso específico de los pueblos
indígenas –y tomando como punto de partida el Proyecto de Reforma del CPC–, el
Juez debe analizar si los pueblos indígenas actúan mediante sus representantes.

Este análisis debe tomar en consideración dos cuestiones: (i) si el representante es


aquel que se encuentra registrado como lo obliga la Ley de Consulta Previa y su
Reglamento. (ii) si dicho representante cumple con las costumbres ancestrales del
propio pueblo indígena, es decir, si verdaderamente representa los intereses del grupo.
No sería posible que a priori el Juez podría considerar que aquel representante
registrado cumple con las mencionadas costumbres, representa y defiende los intereses
del grupo, por el simple de hecho de estar registrado.

Aquí resultará particularmente importante determinar si la totalidad del Pueblo Indíge-


na se encuentra representado, puesto que son las Comunidades Nativas las que cuentan
con personería jurídica. Estas resultan ser un ente que representaría a los pueblos indí-
genas que figuran en la Base de Datos del Ministerio de Cultura. Sin embargo, tendría-
mos que preguntarnos si dichas comunidades verdaderamente representan a los Pueblos
Indígenas que figuran en la Base de Datos del Ministerio de Cultura. Sea como fuere,
lo tangible es que actualmente existen dos entes distintos que aglomeran los intereses
de los pueblos indígenas: las comunidades nativas y los propios Pueblos Indígenas.

Asimismo, debe analizar si aquel legitimado posee solvencia económica para llevar
adelante la defensa legal del proceso y también si el legitimado cuenta con
solvencia ética, credibilidad, capacidad, prestigio y experiencia.

(14)
Ibídem.

241
Carlos Glave y Gonzalo Bernales

En este punto se deberán analizar cuestiones como los antecedentes del


demandante en otros procesos judiciales o extrajudiciales de los intereses o
derechos del grupo. Su conducta en otros procesos colectivos y la coincidencia
entre los intereses de los miembros del grupo y el objeto de la demanda.

Como se observa, el análisis que debe realizar el Juez para admitir una demanda colectiva
que busque tutelar el derecho a la consulta previa no puede detenerse con la constatación de
que aquel que demande sea el pueblo indígena a través de su representante. El Juez debe
analizar si aquel legitimado (ordinario o extraordinario) es también representativo del
grupo, porque este último estará obligado por la decisión a la que se arribe.

Consideramos que dicho análisis resulta especialmente complejo para el caso de


los pueblos indígenas, por ello se debe asegurar desde la regulación cierto estándar
para la tutela de dichos derechos. Así, coincidimos plenamente con lo propuesto en
el Proyecto de Reforma del CPC en su artículo 845, el cual establece lo siguiente:

“Articulo 845.- Legitimación compartida en procesos colectivos complejos.


Excepcionalmente, cuando el juez advierta que la materia discutida reviste una
alta complejidad y se discute un daño de gran magnitud, convoca al Ministerio
Publico, la Defensoría del Pueblo y/o a cualquier otro de los legitimados previstos
en el artículo 3 que considere idóneo en atención a los derechos cuya protección se
reclaman. El llamado decide en el plazo de quince días, desde su notificación, su
intervención de conformidad con el artículo 98 de este Código”.

Haríamos únicamente la salvedad que en los casos de consulta previa –aplicable a cualquier
otro derecho de los pueblos indígenas– se deba convocar al Ministerio Público, la
Defensora del Pueblo y/o a cualquier otro de los legitimados previstos en el artículo 3 del
Código Modelo de Procesos Colectivos para Iberoamérica; de manera obligatoria como
litisconsortes necesarios. Esto aseguraría la correcta defensa de legal de los intereses del
grupo y, además, su participación a través de sus representantes, sean cuales fueran estos.

5. A modo de conclusión

Como se ha podido observar, la tutela colectiva del derecho a la consulta previa de los
pueblos indígenas posee varias complicaciones que no han sido resueltas. Estas
complicaciones ponen en peligro la efectividad de la tutela jurisdiccional de este derecho.
La regulación propuesta por el Código Modelo de Procesos Colectivos para Iberoamérica y
el Proyecto de Reforma del Código Procesal Civil, no son suficientes. Se debe precisar que
el análisis de la representatividad adecuada de los legitimados resulta ser la piedra

242
La adecuada representatividad del legitimado en la tutela colectiva del derecho a la consulta previa

angular para todo el diseño de este tipo de tutela. En este análisis reside la real
importancia de determinar qué sujetos podrán llevar adelante el proceso. Será
posible que más de un sujeto legitimado no sea el adecuado para llevar adelante la
demanda cuya respuesta obligará a todo el grupo.

Es por estas razones que el rol del Juez resulta ser de la mayor importancia en este
tipo de procesos, porque el análisis de la representatividad adecuada no debe
hacerse únicamente al calificar la demanda, sino por el contrario a lo largo de todo
el proceso debe verificarse que los intereses del grupo estén siendo debidamente
representados sin perder la independencia judicial.

La importancia del análisis de la representatividad adecuada del legitimado en los


procesos colectivos ya ha sido puesta en evidencia por Berizonce y Gannini cuando
establecen: “Si la calidad y organización del sistema jurisdiccional de un país no
puede garantizar que sus jueces controlen la representatividad adecuada de los
litigantes colectivos, no exhibe, entonces, las condiciones suficientes para receptar
en su seno a los procesos colectivos”(15).

(15)
Citado en: RAMÍREZ, Nelson. “Las vicisitudes de los procesos colectivos en la hora actual”. En: Derecho
Material y proceso. El modo cómo el proceso se adecúa a la tutela del derecho material. Ponencias del
Séptimo Seminario Internacional de Derecho Procesal: Proceso y Constitución. Lima: Palestra, 2017.

243
Carlos Glave y Gonzalo Bernales

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pueblos indígenas: ¿Legitimación para obrar o representación procesal? Trabajo
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RUIZ MOLLEDA, Juan Carlos. “Aproximación al contenido esencial del derecho


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(IDL), 2012.

245
El interés para obrar(*)

Rolando A. Martel Chang(**)

Sumilla

Este trabajo aborda el interés para obrar como uno de los presupuestos
procesales para exigir tutela jurisdiccional efectiva. Además de revisar el
concepto y las clases de interés para obrar, se analizan los momentos del
proceso civil en los que se controla este presupuesto procesal, esto es, en
la calificación de la demanda, en el saneamiento procesal (de oficio o a
pedido de parte) y en la sentencia, proponiéndose la importancia de este
control en la calificación de la demanda, en situaciones de manifiesta
ausencia, y decayendo la misma en las fases posteriores, a fin de
favorecer la solución de la controversia o de la incertidumbre jurídica.

Palabras clave:

Interés para obrar/ presupuestos procesales/ saneamiento procesal

(* )
Este artículo fue recibido el 30 de abril del 2018 y su publicación fue aprobada el 28 de julio del
(**)
2018. Profesor de Derecho Procesal en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP),
Universidad de San Martín de Porres (USMP) y Academia de la Magistratura (AMAG).
Presidente de la Corte Superior de Justicia de Lima, periodo 2017-2018. Juez Superior. Integrante
del Grupo de Trabajo encargado de revisar y proponer mejoras al Código Procesal Civil.

247
Rolando A. Martel Chang

1. Tutela jurisdiccional efectiva y presupuestos procesales

El derecho a la tutela jurisdiccional efectiva se materializa a través del ejercicio de


los derechos de acción y de contradicción en el proceso judicial, para cuyo
propósito deben satisfacerse necesariamente ciertos requisitos preestablecidos en la
ley. De tal suerte que la solución de un conflicto de intereses o de una
incertidumbre jurídica pueda ser viable, cumpliéndose así la finalidad de todo
proceso judicial en su dimensión concreta y social(1).

Contrariamente, si tales requisitos no se cumplen adecuadamente, no cabe esperar


razonablemente ese resultado. Precisamente por este motivo las leyes procesales
establecen filtros o controles para detectar si esos requisitos se cumplen o no a
cabalidad, tarea que debe hacer el juez de oficio o a pedido de parte.

Los requisitos a los que hacemos referencia no son otros que los presupuestos
procesales materiales o de fondo, como legitimidad para obrar, interés para obrar y
posibilidad jurídica; y los presupuestos procesales de forma, como capacidad
procesal, competencia, y requisitos de la demanda. Estos deben ser satisfechos por
las partes para acceder a la tutela jurisdiccional efectiva(2).

Aquí somos claros en sostener que los abogados que patrocinan causas y defienden los
derechos de los justiciables en el proceso, tienen responsabilidad en la falta de concreción
de la tutela jurisdiccional efectiva cuando presentan demandas que no satisfacen los
presupuestos procesales. Esto se explica normalmente porque no examinan la realidad
extrajudicial donde se originó el conflicto de intereses o la incertidumbre jurídica.

La obligación para los abogados de cumplir cabalmente con los citados presupuestos
deriva de las reglas jurídicas que gobiernan el proceso, las mismas que desde su inicio
contemplan incluso consecuencias severas para tal incumplimiento, como el rechazo
liminar de la demanda cuando el demandante no tiene manifiesto interés para obrar(3).

(1)
Fines del proceso e integración de la norma procesal. Artículo III. El juez deberá atender a que la finalidad
concreta del proceso es resolver un conflicto de intereses o eliminar una incertidumbre, ambas con relevancia
jurídica, haciendo efectivos los derechos sustanciales, y que su finalidad abstracta es lograr la paz social en
justicia. En caso de vacío o defecto en las disposiciones de este código, se deberá recurrir a los principios
generales del derecho procesal y a la doctrina y jurisprudencia correspondientes, en atención a las
circunstancias del caso.
(2)
Así lo ha expresado también el Tribunal Constitucional en la sentencia del Expediente N° 3610-2008-AA/TC,
en cuyo fundamento quinto ha señalado que: “[L]os presupuestos procesales de fondo son: el interés para
obrar, la legitimidad para obrar y la posibilidad jurídica”. Los presupuestos procesales de forma son: la
demanda en forma, juez competente y capacidad de las partes”.
(3)
“Improcedencia de la demanda

248
El interés para obrar

Si en todos los procesos se cumpliera a cabalidad con estos presupuestos, habría


mayores posibilidades de brindar tutela jurisdiccional efectiva, y seguramente los
despachos judiciales tendrían solo causas útiles y válidas donde se pueda resolver
el fondo de la controversia. Cuando ocurre lo contrario, es decir, cuando se inician
y desarrollan procesos con inobservancia de dichos presupuestos, se gasta dinero,
tiempo y esfuerzos en procesos que no merecerán decisión de fondo, con lo cual
queda postergada la tutela jurisdiccional efectiva.

2. Concepto y clases de interés para obrar

Ha quedado establecido que el interés para obrar es un presupuesto procesal


material, y como tal importa una necesidad de recibir tutela jurisdiccional efectiva.
Debe ser una necesidad actual, urgente, inmediata e irremplazable.

Véscovi(4) sostiene que el interés procesal consiste en el interés en actuar, en el móvil que
tiene el actor o, eventualmente, el demandado al contradecir. Es muy conocido el aforismo
de que “quien tiene interés tiene acción”. Dice este mismo autor que el interés para obrar
debe ser directo, particular de quien lo ejerce, legítimo, lícito, y actual, no futuro, salvo una
condena de futuro. Precisamente el artículo 594 del Código Procesal Civil (5) prevé esta
última característica de interés no actual, pues permite demandar el desalojo por
vencimiento de plazo del contrato de arrendamiento antes de finalizar este, precediéndose a
dictar una sentencia de condena a futuro que solo se ejecutará una vez

Artículo 427.- El Juez declara improcedente la demanda cuando:


(…)
El demandante carezca manifiestamente de interés para obrar; (…)”
(4)
VÉSCOVI, Enrique.Teoría general del proceso. Bogotá: Temis, 1984; pp. 80 y 81.
(5)
“Sentencia con condena de futuro.
Artículo 594. El desalojo puede demandarse antes del vencimiento del plazo para restituir el bien. Sin
embargo, de ampararse la demanda, el lanzamiento solo puede ejecutarse luego de seis días de vencido el
plazo. Si el emplazado se allanara a la demanda y al vencimiento del plazo pusiera el bien a disposición del
demandante, este deberá pagar las costas y costos del proceso. En los contratos de arrendamiento de
inmuebles, con firmas legalizadas ante notario público o juez de paz, en aquellos lugares donde no haya
notario público, que contengan una cláusula de allanamiento a futuro del arrendatario, para la restitución del
bien por conclusión del contrato o por resolución del mismo por falta de pago conforme a lo establecido en el
artículo 1697 del Código Civil, el Juez notifica la demanda al arrendatario para que, dentro del plazo de seis
días, acredite la vigencia del contrato de arrendamiento o la cancelación del alquiler adeudado. Vencido el
plazo establecido sin que se acredite lo señalado en el párrafo anterior, el juez ordena el lanzamiento en quince
días hábiles, de conformidad con el artículo 593 del Código Procesal Civil. Es competente para conocer la
solicitud de restitución del inmueble, en contratos con cláusulas de allanamiento, el juez del lugar donde se
encuentra el bien materia del contrato. La deuda del arrendatario judicialmente reconocida origina la
inscripción del demandado en el Registro de Deudores Judiciales Morosos”.

249
Rolando A. Martel Chang

vencido el plazo del contrato. Como podemos apreciar, por excepción prevista en
la ley, no se exige que el interés para obrar sea actual en este caso particular de
desalojo por vencimiento del plazo.

Juan Luis Avendaño(6) nos refiere sobre este presupuesto procesal lo siguiente:

“El interés para obrar es una institución procesal surgida con la finalidad de
analizar ‘la utilidad’ que el proceso puede proveer a la necesidad de tutela
invocada por las partes. Con razón, el profesor Francesco Luiso señala que la
razón de ser de la institución está vinculada estrechamente con el principio de
economía procesal, concluyendo que el interés para obrar ‘[…] sirve para evitar
una actividad procesal relativa a una demanda o una defensa fundada, pero inútil’
(énfasis añadido). Como dice Devis Echandía el principio de economía procesal
‘es la consecuencia del concepto que debe tratarse de obtener el mayor resultado
con el mínimo empleo de actividad procesal’. Más adelante, el maestro
colombiano señala que ‘resultado de él es el rechazo de la demanda que no reúne
los requisitos legales […]. Todo esto para que –citando a Gelsi Bidart– el trabajo
del juez será menor y el proceso más rápido. Justicia lenta es injusticia grave”.

Puede decirse que se cumple esta condición de la acción demostrando que el


proceso judicial es el único medio para buscar tutela efectiva, o el último medio
para ello. En este último caso porque la ley ha previsto otras vías anteriores y
alternativas que deben transitarse de modo obligatorio.

Similar idea puede leerse en el voto en minoría dictado en el Primer Pleno Casatorio
Civil de 2007, publicado en el diario oficial El Peruano el 21 de abril de 2008, a saber:

“[…] El interés para obrar es el estado de necesidad de tutela jurisdiccional, concreto y


actual, en que se encuentra una persona, luego de haber agotado los medios pertinentes
para obtener la satisfacción de su pretensión material o porque el ordenamiento
jurídico le indica la vía judicial como la única idónea para obtener una sentencia
favorable a su pretensión; necesidad que determina a aquella persona a recurrir ante el
juez a fin de proponer su pretensión procesal, y obtener, por obra de la jurisdicción, la
tutela del bien de la vida que pretende. Por consiguiente el interés para obrar solo
puede ser satisfecho por el Estado a través de los órganos jurisdiccionales […]”(7).

Se ilustra esta condición de la acción como último medio para la solución de controversias,
con la Ley de Conciliación N° 26872 modificada por el Decreto Legislativo N° 1070; que

(6)
AVENDAÑO VALDEZ, Juan Luis.El interés para obrar. En: Thēmis. N° 58. Lima; pp. 64 y 65.
(7)
Fundamento jurídico 5.2.

250
El interés para obrar

exige a los justiciables, en los asuntos que ella regula, a intentar primero conciliar
extrajudicialmente de manera previa y obligatoria su conflicto de intereses, y si ello no
ocurre, a iniciar recién el proceso judicial respectivo. La inobservancia de esta exigencia de
la ley especial genera la falta de interés para obrar, tal como se precisa en su artículo 6(8).

Sin embargo, es importante dejar establecido que no todas las pretensiones deben ser
ventiladas, primero y necesariamente, en sede extrajudicial o en vía previa; pues si no
existe ley que así lo exija, el único camino válido es el proceso judicial. Como, en
efecto, ocurre no solo con pretensiones asociadas a derechos indisponibles; sino
también con aquellas disponibles que no deben ser trabajadas extrajudicialmente por
no establecerlo la ley. En estos casos, se cumple con esta condición de la acción
demostrando que el proceso judicial es el único medio para resolver controversias.

Con relación a las clases de interés para obrar, Luiso(9) señala que:

“Existe interés para obrar en el medio cuando la tutela que persigue el autor
puede ser conseguida solo por el medio jurisdiccional del proceso; y existe
interés para obrar en el resultado cuando el resultado que se derive del
proceso, necesariamente, producirá un cambio en la esfera del actor y será, por
tanto, útil” (el énfasis es añadido).

“Para graficar cuándo no hay interés para obrar el profesor italiano pone varios ejemplos:

a) Falta de interés para obrar en el medio: no es necesario demandar la resolución


de un contrato si se ha pactado que esta opera de pleno derecho; la sentencia que
se expida será fundada pero no le habrá servido de nada al demandante pues por su
sola declaración, según el contrato, este ya había quedado resuelto. La falta de
interés en el medio es evidente. Lo mismo ocurre cuando un trabajador quiere
ponerle término al vínculo laboral; manda una carta a su empleador y se acabó el
vínculo, no es necesario que demande. Si lo hace, el juez declarará fundada la
demanda pero la actividad procesal, la sentencia y el triunfo habrán sido inútiles.

b) Falta de interés en el resultado: un ejemplo es el del hermano del difunto que


demanda la nulidad del testamento por falsificación, pero no tiene interés para obrar
porque aunque la demanda sea declarada fundada, el hermano no heredará por haber
herederos forzosos. Venció pero el proceso fue inútil. Otro ejemplo es el del licitante

(8)
Artículo 6. Falta de intento conciliatorio
Si la parte demandante, en forma previa a interponer su demanda judicial, no solicita ni concurre a la
audiencia respectiva ante un Centro de Conciliación extrajudicial para los fines señalados en el artículo
precedente, el juez competente al momento de calificar la demanda, la declarará improcedente por causa de
manifiesta falta de interés para obrar.
(9)
Citado por AVENDAÑO VALDEZ, Juan Luis. Óp. cit.; p. 64.

251
Rolando A. Martel Chang

que demanda la nulidad del otorgamiento de la buena pro: gana, se anula la buena
pro, pero el proceso ha sido inútil porque el demandante había quedado en tercer
lugar, por lo que no corresponde que le otorguen la buena pro a él sino al segundo
que pasa al primer lugar. En estos casos, dice Luiso, es manifiesta la falta de
interés para obrar pues ‘se molesta’ a la jurisdicción con procesos inútiles, es
decir, que no le habrán de reportar beneficio alguno al demandante, precisamente
por falta de interés para obrar. De lo cual se concluye que esta institución procesal
sirve para evitar procesos justos pero inútiles, pues el eventual triunfo no le
reporta al demandante beneficio alguno ni cambio en su situación jurídica”(10).

3. El control de la falta de interés para obrar según las reglas del


Código Procesal Civil

3.1. Al calificar la demanda

Las normas procesales contemplan el control del interés para obrar al momento de
la calificación de la demanda. En efecto, el artículo 427 del Código Procesal Civil,
modificado con la Ley N° 30293, publicada el 28 de diciembre de 2014, establece:

“Improcedencia de la demanda
Artículo 427. El juez declara improcedente la demanda cuando:
(…) El demandante carezca manifiestamente de interés para obrar; (…)”. (el
énfasis es añadido)

La declaración de improcedencia in limine debe adoptarse siempre que la falta de


interés para obrar sea manifiesta, es decir, sin lugar a duda alguna. Si existiera duda
acerca del cumplimiento de este presupuesto procesal, debe aplicarse el principio
procesal pro actione y continuar con el trámite del proceso. La disposición que autoriza
al rechazo liminar de la demanda debe ser interpretada en sentido restrictivo, pues con
ello se impide el acceso al proceso y a la justicia, razón por la cual solo debe hacerse
cuando la causal se acredita de modo explícito, no siendo válido proceder a ello por
aplicación analógica o por interpretación extensiva; pues ello importará, además de
impedir el acceso a la justicia, una evidente colisión con el derecho a la tutela
jurisdiccional efectiva que asiste a todo justiciable.

Están proscritas entonces resoluciones judiciales que declaran liminarmente


improcedente la demanda so pretexto de la falta de interés para obrar, cuando no
exista la ausencia manifiesta de dicho presupuesto.

(10)
AVENDAÑO VALDEZ, Juan Luis. Óp. cit.; pp. 64 y 65.

252
El interés para obrar

3.2. En el saneamiento procesal: a pedido de parte y de oficio

El saneamiento procesal implica una labor de profilaxis del proceso, donde lo que
importa es definir si en el proceso concurren o no los presupuestos procesales. Esta
tarea debe ser desarrollada por los jueces con motivo de la presentación de defensas de
forma o de manera oficiosa aun cuando no se propusieran tales medios de defensa, por
imperio de los principios de dirección del proceso y de economía procesal. Se considera
que con este nuevo filtro o control ya no deben quedar vicios o defectos por descubrir
en la etapa postulatoria que más adelante impidan una decisión de mérito.

Carlos A. Ayagarragay(11) refiere que el despacho saneador requiere y procura:

• Que haya terminado la faz postulatoria, es decir que haya demanda y contestación.
• Que se disponga de oficio o a petición de parte.
• Que no haya distracción de la actividad jurisdiccional.
• Que no exista pérdida de tiempo.
• Que se eviten gastos inútiles.
• Que, dado el despacho, se da término al proceso o se ordenan diligencias para
suplir nulidades o irregularidades, o se declara el proceso exento de vicios.

Jaime Greif(12) en relación a la audiencia preliminar y el despacho saneador uruguayo indica


lo siguiente: “La inclusión de este verdadero despacho saneador de amplia difusión en el
derecho lusitano y brasileño es, a nuestro entender, una de las innovaciones trascendentes
del Código, desde el punto de vista de la abreviación del proceso, de su clarificación o
depuración de cuestiones obstativas respecto de la decisión sobre el fondo”.

Por su parte Lopes da Costa(13), sostiene que: “El despacho saneador se destina a remover
las nulidades del proceso y a verificar la existencia de los requisitos legales de la acción,
esto es, a determinar si su titular está en condiciones de pedir una decisión de mérito”.

La falta de interés para obrar puede ser controlada a pedido del demandado. En efecto, si
la demanda ha sido admitida y notificada al sujeto pasivo, corresponde a este proponer

(11)
AYAGARRAGAY, Carlos A. “En la legislación brasileña”. En: Materiales de Lectura sobre Saneamiento
Procesal. Academia de la Magistratura, II CursoTaller en Materia Procesal Civil para Magistrados. Lima,
1996.
(12)
GREIF, Jaime. “La audiencia preliminar y el despacho saneador en el centro de la reforma”. En: Materiales
de Lectura sobre Saneamiento Procesa. Academia de la Magistratura. II Curso Taller en Materia procesal
Civil para Magistrados. Lima, 1996.
(13)
Citado por BRISEÑO SIERRA, Humberto. “El saneamiento del proceso”. En: El saneamiento procesal.
Lima: Palestra, 1998; p. 116.

253
Rolando A. Martel Chang

la defensa de forma respectiva para denunciar la ausencia de interés para obrar. Las
excepciones constituyen las clásicas defensas de forma que se utilizan para
denunciar los defectos en los presupuestos procesales.

Lo que sucede es que, en el ordenamiento jurídico peruano, no existe una excepción


que permita denunciar por parte del demandado En estricto, la falta de interés para
obrar. Lo que se tiene son excepciones relativas a diversos defectos que se relacionan
con la falta de interés para obrar, como la excepción de litispendencia o de cosa
juzgada o de falta de agotamiento de la vía administrativa, etc.; pero no se tiene
regulada la excepción de falta de interés para obrar, como existe por ejemplo en el
Código General del Proceso de Uruguay en su artículo 133.1, a saber:

“Artículo 133
Excepciones previas.-
133.1El demandado puede plantear como excepciones previas:
(…) La falta de legitimación o interés cuando surja manifiestamentede los propios
términos de la demanda, así como la improponibilidad manifiesta de esta última”.

La no regulación de la excepción de falta de interés para obrar impide al demandado


proponer este medio de defensa, más ello no significa que no pueda protestar por el defecto
referido a la ausencia de dicho presupuesto material. Para tal fin el demandado debe utilizar
una herramienta alternativa, que en el caso peruano es la nulidad procesal, acorde con lo
previsto en el artículo 454 del Código Procesal Civil, que establece lo siguiente:

“Improcedencia de la excepción como nulidad


Artículo 454. Los hechos que configuran excepciones no podrán ser alegados como causal de
nulidad por el demandado que pudo proponerlas como excepciones” (el énfasis es añadido).

Esta disposición nos ofrece las siguientes normas:

• Los hechos que configuran excepciones deben ser alegados vía excepción.
• Los hechos que no configuran excepciones deben ser alegados vía nulidad.

Entonces, el artículo 454 del Código Procesal Civil prohíbe al demandado


proponer la nulidad si existe excepción para tal efecto. Ahora bien, por
interpretación a contrario de esta disposición, es fácil colegir que, si la ley no
establece la excepción para ciertos hechos, se puede alegar la nulidad como
defensa de forma. Así lo entiende también Monroy Gálvez(14) al sostener:

(14)
MONROY GÁLVEZ, Juan. La postulación del Proceso en el Código Procesal Civil. En: Análisis del Código
Procesal Civil. Lima: Cultural Cuzco, 1994; p. 283.

254
El interés para obrar

“Como ya se expresó, siendo la excepción el otro nombre que toman las


defensas de forma, lo que estas denuncian puede también ser atacado a través
de un pedido de nulidad, en vía impugnatoria. El artículo 454 impide que el
demandado que pudo deducir una excepción se la reserve maliciosamente y
después, con el mismo sustento, pida una nulidad”.

Resulta importante hacer notar que en relación a esta idea del trabajo, nulidad a
falta de excepción, no existe criterio pacífico en la doctrina; pues algunos sostienen
que deben proponerse las defensas de forma innominadas(15).

Nosotros participamos de la idea de presentar la nulidad a partir de una interpretación a


contrario del artículo 454 del Código Procesal Civil, como también lo entiende Monroy Gálvez,
a lo que podemos agregar que las defensas de forma innominadas generan, en caso de ser
exitosas, la nulidad de todo lo actuado. Así entonces, si generan esa consecuencia jurídica, no
vemos inconveniente en usar la terminología de nulidad para proponer esta defensa de forma.

En cualquier caso, reiteramos que, sea que se utilice el pedido de nulidad o el pedido
de improcedencia de la demanda, el efecto es el mismo: se anula todo lo actuado.

En la línea de la nulidad como defensa de forma para protestar, respecto a los


presupuestos procesales ubicamos a Eduardo Gandulfo(16), quien analizando un
caso judicial de su país sostiene lo siguiente:

“En tal sentido, la nulidad procesal puede ser enfocada, tal y como lo hace la
sentencia del caso ‘Quezada Arias con Farías Lauri’, es decir, como un remedio
para la grave cuestión de afectarse los presupuestos procesales. Por lo tanto, la
nulidad, como institución, en parte también está al servicio de este grave
problema. Esto implica que como un todo, todas sus regulaciones implícitas y
explícitas deben ser referidas, en cuanto sean pertinentes a dicha solución.

Ahora bien, si consideramos al art. 234 inc. 4 CPC como un ejemplo de solución a
los problemas más gravísimos del ordenamiento adjetivo que acoge la nulidad

(15)
“En consecuencia, podemos concluir en que el pedido de nulidad no resulta ser un medio de impugnación
adecuado (y por lo tanto es improcedente), para cuestionar los errores en la verificación de los presupuestos
procesales y condiciones de la acción, en la medida que esos errores no constituyen errores de procedimiento
(in procedendo) que permitirían deducir la nulidad, sino que, constituirían errores de juicio (in iudicando)”.
APOLÍN MEZA, Dante. Impugnación y Adecuación: sobre la mal considerada inimpugnabilidad del auto
admisorio. En: Thēmis. N° 58. Lima, 2010; p. 60.
(16)
GANDULFO R. Eduardo. “Presupuestos procesales y su decaimiento en los juicios personalísimos. La
capacidad procesal en el caso ‘Quezada Arias con Farías Lauri”. En: Revista de Derecho. Año 18. N° 1.
Antofagasta: Universidad Católica del Norte, 2011; p. 28. Versión en línea: http://revistaderecho.ucn.
cl/index. php/rducn/article/view/124.

255
Rolando A. Martel Chang

procesal, podemos comprender que la nulidad, como instituto, puede extender y


extiende sus raíces más allá de la suma preclusión (en ciertos casos). En tal
sentido, este ejemplo corrobora la tesis de que la nulidad procesal también puede
ser vista como un remedio para los casos más graves y gravísimos de transgresión
del orden procedimental (valorativamente considerado), y que en estos últimos
casos, puede extenderse más allá de la sentencia definitiva, teniendo en ese sentido
un alcance variable. Si aquello es así, entonces la nulidad procesal del art. 83 del
CPC al abarcar también los hechos más gravísimos del proceso, como son los
presupuestos procesales, ha de obviar el problema de ciertos casos de preclusión.
Esto implica que las normas de preclusión para la petición de nulidad y su efecto
reflejo cercenador de los poderes anuladores del juez, que contemplan tanto el art.
83 como el 84 del CPC, están dispuestas para los casos normales de irregularidad
grave, mas no están configuradas ni están dirigidas a los casos más gravísimos de
antijuridicidad procesal […]”

En relación con el control oficioso del juez, el artículo 465 del Código Procesal
Civil contempla tres opciones en materia de saneamiento procesal, a saber:

• Puede declarar una relación jurídica procesal válida, lo que significa que se
cumplen a cabalidad todos los presupuestos procesales.
• Puede declarar la nulidad y conclusión del proceso por invalidez insubsanable
de la relación procesal, lo que significa que ha encontrado defectos
insubsanables con relación a los presupuestos procesales.
• Puede conceder un plazo cuando los defectos de la relación procesal sean
subsanables, lo que significa que ha encontrado vicios subsanables con
relación a los presupuestos procesales.

Ahora bien, el artículo 466(17) del mismo Código establece que si la resolución que
declaró válida la relación procesal queda consentida o ejecutoriada, precluye toda
petición que pretenda cuestionar la validez de esa relación.

La preclusión implica que no cabe reclamo alguno contra dicha resolución. La


fórmula del artículo 466 aplica perfectamente en los casos en que estando el
proceso en la fase de saneamiento procesal o para sentenciar, se descubre la no
realización de la conciliación extrajudicial previa y obligatoria, omisión que no fue
advertida por el juez ni por el demandado, quien por lo demás niega la pretensión y
derecho que invoca el demandante en el proceso.

(17)
Efectos de la declaración de la existencia de una relación procesal válida:
Artículo 466.Consentida o ejecutoriada la resolución que declara la existencia de una relación jurídica
procesal válida, precluye toda petición referida, directa o indirectamente, a la validez de la relación citada.

256
El interés para obrar

Sabido es que cuando no se realiza la conciliación previa que establece de modo


obligatorio la Ley N° 26872, modificada por el Decreto Legislativo N° 1070, el
juez declara improcedente la demanda por falta de interés para obrar. Así lo indica
el artículo 6 de la citada ley, a saber:

“Artículo 6. Falta de intento Conciliatorio


Si la parte demandante, en forma previa a interponer su demanda judicial, no
solicita ni concurre a la Audiencia respectiva ante un Centro de Conciliación
extrajudicial para los fines señalados en el artículo precedente, el juez
competente al momento de calificar la demanda, la declarará improcedente por
causa de manifiesta falta de interés para obrar” (el énfasis es añadido).

Nótese que la disposición establece para el juez el momento en que debe tomar la decisión.
Este momento es la calificación de la demanda. Entonces, siendo el artículo 6 uno de
carácter restrictivo del derecho de acceso a la justicia, debe ser interpretado también de
modo restrictivo, lo que permite colegir que fuera de ese momento procesal no puede el
juez de oficio declarar la conclusión del proceso por falta de intento conciliatorio.

Ahora, si esa falta de intento conciliatorio es denunciada por el demandado al contestar la


demanda, lo que resulta oportuno, corresponde al juez tomar la decisión antes de sanear el
proceso, siendo relevante para esta decisión apreciar la conducta procesal del demandado,
sea por rebeldía o por haber negado la pretensión del demandante. Sin embargo, si el
demandado tampoco lo propone, y el juez declara saneado el proceso, ya no es factible
invocar la falta de intento conciliatorio para sustentar la nulidad del proceso, menos
pretender esto en la sentencia o en la apelación de la sentencia. En estos casos, se habría
convalidado el defecto, y la solicitud del demandado debe descartarse.

En esta misma línea se ubica Avendaño Valdez(18), quien sostiene:

“[…]
Si en un caso concreto el demandado, en el escrito de contestación de demanda, no solicitó
la improcedencia de la demanda por falta de interés para obrar, tampoco lo hizo en la
Audiencia de Saneamiento Procesal, ni apeló la decisión del juez de declarar saneado el
proceso, mucho menos en los alegatos finales y es recién en la apelación de la sentencia
que introduce la supuesta falta de interés del demandante, pretendiendo violar los principios
de preclusión procesal y de convalidación de las nulidades –aunque, como lo explicamos,
no hay nulidad alguna y si la hubiere ya no es posible alegarla por mandato expreso de la
primera parte del artículo 176 del Código Procesal Civil–, esa denuncia no puede ser
amparada por la Corte Superior ni por la Corte Suprema.

(18)
AVENDAÑO VALDEZ, Juan Luis. “El interés para obrar”. En: Thēmis. N° 58. Lima, 2018; pp. 67 y 68.

257
Rolando A. Martel Chang

Es muy relevante la oportunidad en que el demandado –en este caso hipotético– ha


cuestionado el interés del demandante, pues evidencia la inutilidad de su
planteamiento en esa segunda fase del proceso. Como lo vimos en los puntos
anteriores, pasada la etapa postulatoria, de saneamiento y resolutiva, la alegación de
falta de interés ya no es posible porque no lo autoriza ningún artículo del Código
Procesal Civil, pues la institución pierde su finalidad que es la de evitar ‘molestar’ a la
judicatura innecesariamente. El proceso ya se llevó a cabo y se obtuvo una decisión.
Discutir ahora si hay interés para obrar o no es ocioso, porque ya se realizaron todos
los actos procesales que el buen uso de la institución pretendería evitar en caso faltase
el interés para obrar, que no es el caso, porque el demandante tiene interés tanto en el
medio como en el resultado. […]”.

3.3. Al sentenciar

El saneamiento es una tarea permanente en el proceso a cargo de los jueces. El


último apartado del artículo 121 en el citado código(19), los autoriza de manera
excepcional a expedir sentencia pronunciándose sobre la validez de la relación
procesal. Esto quiere decir que al final del proceso el juez puede descubrir la
ausencia de algún presupuesto procesal material o formal, y si el defecto es
insubsanable, debe sentenciar declarando la invalidez de la relación procesal.

El mensaje es claro. Para decidir sobre el fondo de la controversia, el juez debe asegurarse
del cumplimiento y de la concurrencia en el proceso de los presupuestos procesales de
fondo o de forma que le permitan resolver el tema de fondo; en caso contrario, su decisión
será inhibitoria en la medida que advierta algún vicio insubsanable. Esta atribución
legal le corresponde a todos los jueces que en sus diversos grados e instancias conocen
del proceso, con lo cual la labor de revisión de las sentencias no solo se circunscribe a
los agravios que pudiera expresar el impugnante; sino también, de manera previa y
oficiosa, a controlar si se cumplen o no los presupuestos procesales.

Este control previo y oficioso debe hacerse independientemente de si fueron o no de-


nunciados como agravios, por el impugnante, los defectos insubsanables relativos a los

(19)
Decretos, autos y sentencias
“Artículo 121. Mediante los decretos se impulsa el desarrollo del proceso, disponiendo actos
procesales de simple trámite.
Mediante los autos el juez resuelve la admisibilidad o el rechazo de la demanda o de la reconvención, el
saneamiento, interrupción, conclusión y las formas de conclusión especial del proceso; el concesorio o
denegatorio de los medios impugnatorios, la admisión, improcedencia o modificación de medidas
cautelares y las demás decisiones que requieran motivación para su pronunciamiento.
Mediante la sentencia, el juez pone fin a la instancia o al proceso en definitiva, pronunciándose
en decisión expresa, precisa y motivada sobre la cuestión controvertida declarando el derecho de
las partes, o excepcionalmente sobre la validez de la relación procesal” (el énfasis es añadido).

258
El interés para obrar

presupuestos procesales; pues de lo que se trata es de resolver la controversia en la


medida que no existan vicios insubsanables que los impidan, cuestión que es de
responsabilidad del órgano jurisdiccional y no necesariamente de los justiciables.

Ahora bien, acorde con lo señalado en los numerales anteriores, es claro que en la
sentencia ya no cabe ingresar a evaluar si el demandante tiene o no interés para obrar,
pues como se dijo este asunto es relevante en la etapa postulatoria, mas no en fase
decisoria. Esta idea tiene sustento en lo que afirma Avendaño Valdez(20), a saber:

“[…]
La falta de interés para obrar del demandante se distingue de todos los presupuestos
procesales antes expuestos en la limitación temporal de su utilidad en el proceso como
institución procesal, instrumental. Mientras que durante el proceso es necesaria la
verificación de la existencia de los otros presupuestos procesales, no sucede lo mismo
con el interés para obrar: su análisis es relevante en la fase postulatoria del proceso, en
la etapa de saneamiento procesal o, como mucho, excepcionalmente en la sentencia.
Más allá de estos momentos procesales, el análisis del interés para obrar pierde toda
utilidad y su inexistencia no produce invalidez ni mucho menos la afectación a derecho
constitucional alguno, ni a la relación jurídica procesal, por cuya razón no existe una
excepción de falta de interés para obrar.

Pero el análisis del interés para obrar fuera del momento inicial de un proceso no
solo resulta inútil sino que podría ser contraproducente y colocar en una situación
de indefensión absoluta al actor. Piénsese en un demandante que ha llegado a la
Corte Casatoria y en dicha fase, luego de 5 años de proceso, se determina que aquel
no tenía interés para obrar y se manda a anular lo actuado. Una declaración
equivocada en esta fase determinaría que un sujeto que sí tenía necesidad de tutela
sequede sin tutela jurídica alguna por el mal uso de un instrumento procesal
pensadoy desarrollado únicamente en el principio de economía procesal, o sea en
el ahorrode trabajo inútil para la judicatura.
[…]”

Además de lo señalado, y siempre en detrimento de la idea de dar cabida a la falta de


interés para obrar en la sentencia, resulta importante considerar el derecho a un proceso
sin dilaciones indebidas (derecho a ser juzgado dentro de un plazo razonable), a la
hora de tomar la decisión que comentamos; es decir, que el juez debe considerar y
ponderar este derecho fundamental antes de dictar sentencia inhibitoria acusando
que existe falta de interés para obrar del demandante.

(20)
AVENDAÑO VALDEZ, Juan Luis. “El interés para obrar”. En:Thēmis. N° 58. Lima, 2018; p. 66.

259
Rolando A. Martel Chang

4. El interés para obrar en el Proyecto de Reforma del Código Procesal


Civil elaborado por el Grupo de Trabajo constituido por R. M. N
0299-2016-JUS
Este Grupo de Trabajo integrado por profesores universitarios, jueces y abogados (21), se
encargó de revisar las normas del Código Procesal Civil para proponer un conjunto de
reformas que permitan hacer más viable el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva.

Como no podía ser de otra forma, la revisión también alcanzó a la postulación del
proceso y a los presupuestos procesales.

En relación con el interés para obrar como presupuesto procesal se han propuesto
importantes cambios normativos, destacando entre ellos los siguientes:

• El artículo 427 del texto vigente autoriza el rechazo liminar de la demanda por
manifiesta falta de interés para obrar. La propuesta de reforma del Código ya
no contempla esta opción de rechazo liminar(22). Se señala en la propuesta que
se declara la improcedencia de la demanda en la audiencia preliminar, siempre
que, oídas las partes, se advierta que el demandante carece de interés para
obrar.
• El artículo 446 del texto vigente no contempla la excepción de falta de interés
para obrar, cosa que sí se considera en la propuesta de reforma(23).
• El artículo 465 del texto vigente autoriza a sanear el proceso mediante una
resolución; en la propuesta de reforma se plantea que el saneamiento se
efectúe en una audiencia preliminar, cuyo primer punto de agenda es la
resolución de las excepciones(24).
• El artículo 121 del texto vigente autoriza a declarar la invalidez de la relación
procesal en la sentencia. En la propuesta de reforma ya no se considera esta
opción ni la de declarar la improcedencia de la demanda, salvo que el vicio de
nulidad, debido a su gravedad, afecte derechos fundamentales de naturaleza
procesal(25).

Todas las propuestas de reforma sobre el interés para obrar buscan que su control se realice
a pedido de la parte, esto es, del demandado, quien deberá proponer el debate sobre el
mismo mediante la excepción respectiva; el control oficioso ya no se contempla

(21)
El Grupo de Trabajo estuvo integrado por Giovanni Priori Posada (Presidente), Dante Apolín Meza
(Vicepresidente), Juan Luis Avendaño Valdez, Mario Luis Reggiardo Saavedra, Eleuterio Nelson Ramírez
Jiménez, Martín Alejandro Hurtado Reyes, Carmen Julia Cabello Matamala, Juan Eulogio Morales Godo,
Renzo Ivo Cavani Brain, Christian Alex Delgado Suárez, y Rolando Alfonzo Martel Chang.
(22)
Artículo 427 de la propuesta de reforma.
(23)
Artículo 446 inciso 15 de la propuesta de reforma.
(24)
Artículo 465 – A de la propuesta de reforma.
(25)
Artículo 121 de la propuesta de reforma.

260
El interés para obrar

más en la etapa postulatoria ni en la sentencia, salvo, en este último caso, que el vicio de
nulidad, debido a su gravedad, afecte derechos fundamentales de naturaleza procesal.

5. Conclusiones

a) Para exigir tutela jurisdiccional efectiva es necesario el ejercicio de los derechos


de acción y de contradicción, y que estos se realicen dando cumplimiento a los
presupuestos procesales materiales y a los presupuestos procesales de forma. La
tutela jurisdiccional efectiva comprende el derecho de acceso a la justicia, el
derecho a un proceso con garantías mínimas, el derecho a una resolución sobre
el fondo de la controversia, y el derecho a la ejecución de la resolución judicial.

b) El interés para obrar en un presupuesto procesal que da cuenta del estado de


necesidad de tutela actual, no futuro; urgente; inmediato; e irremplazable de los
justiciables. Se relaciona con la utilidad del proceso y con la economía procesal.

c) El control sobre la falta de interés para obrar se hace de oficio por los jueces, y
cobra especial relevancia en la calificación de la demanda. No sucede lo mismo
en la etapa de saneamiento ni en la sentencia, menos si la parte demandada ha
convalidado dicha omisión.

d) La parte demandada también puede denunciar la falta de interés para obrar del
demandante, y para tal efecto debe proponer la nulidad procesal en vista que el
Código Procesal Civil no regula la excepción de falta de interés para obrar en
sentido estricto.

e) La propuesta de reforma del Código Procesal Civil ofrece importantes cambios


normativos en relación al interés para obrar, poniendo énfasis en su control a
pedido del demandado mediante la excepción de falta de interés para obrar.

261
Rolando A. Martel Chang

Bibliografía

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inimpugnabilidad del auto admisorio”. En: Thēmis. N° 58. Lima, 2010.

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conformado por R.M. N 0299-2016-JUS.

Expediente N. 3610-2008-AA/TC.

Primer Pleno Casatorio Civil.

262
Problemas de aplicación de la prescripción
extintiva en el proceso civil peruano(*)

Alvaro Tord Velasco(**)

Sumilla

El autor aborda en el presente texto los problemas en la aplicación de la


prescripción extintiva en el proceso civil peruano partiendo de dos
problemas: (i) la regulación no siempre concordante de la prescripción
extintiva en los cuerpos normativos civiles (o sustanciales en general)
y en la regulación procesal; y (ii) el enfrentamiento de la prescripción
extintiva como institución inspirada en la seguridad jurídica en los
casos en los cuales su aplicación meramente mecánica puede vulnerar
derechos fundamentales. Para ello aborda la relación de la aplicación
práctica de la prescripción extintiva con la interrupción judicial del
plazo prescriptorio, en los casos del litisconsorcio y en los casos del
abandono cuando existen pretensiones imprescriptibles.

Palabras claves

Prescripción prescriptiva/ Acción/ Plazo Prescritorio/ Liticonsorcio/


Pretensión/ Imprescriptible

(*)
Este artículo fue recibido el 17 de junio del 2018 y su publicación fue aprobada el 31 de julio del 2018.
(**)
Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), máster en Argumentación Jurídica por la
Universidad de Alicante y estudios de posgrado en Arbitraje Internacional en The Arbitration Academy de
París. Es profesor de Derecho procesal civil en la Academia de la Magistratura, en la Facultad de Derecho de
la Universidad San Ignacio de Loyola y en la Facultad de Derecho de la Universidad de Piura. Es también
profesor de Argumentación Jurídica en la Facultad de Derecho de la Universidad de Lima. Ha sido profesor de
cursos de posgrado en Derecho procesal civil en la PUCP y profesor de Derecho procesal civil en la Facultad
de Derecho de la Universidad del Pacífico. Es coautor del libro Estudios de Derecho procesal civil (2013) y de
las obras colectivas Código Procesal Civil comentado (2016) y Código Procesal Constitucional comentado
(2015). Asimismo, ha escrito diversos artículos en revistas especializadas en Derecho y ha sido expositor en
conferencias sobre Derecho procesal civil, Derecho civil, Teoría General del Derecho y Arbitraje.

263
Alvaro Tord Velasco

1. Introducción
La prescripción extintiva es una institución usualmente regulada en los códigos civiles,
como es el caso de Perú; aunque, en realidad, pertenece a la Teoría General del
Proceso(1), dado que tiene como finalidad el regular la extinción de la acción, que es
una institución procesal, por el paso del tiempo(2). Asimismo, desde el punto de vista de
la Teoría General del Derecho, la prescripción, al igual que la cosa juzgada o la
caducidad, es una institución jurídica relacionada a la dimensión autoritativa del
Derecho, en la cual se da prevalencia a la seguridad jurídica y al valor de la paz por
encima de los derechos subjetivos como el de acceso a la jurisdicción.

Ambas consideraciones resultan relevantes no solo del punto de vista teórico, sino que
tiene implicancias prácticas dado que la regulación de instituciones procesales en
cuerpos normativos de orden sustancial, como el civil, siempre generan posibles
discordancias con la regulación de las mismas en los códigos procesales. Asimismo,
siendo la prescripción una institución que promueve la seguridad jurídica, usualmente
se suelen presentar problemas de aplicación en los casos en los cuales ello puede
considerarse como atentatoria del derecho al acceso de la jurisdicción u otro derecho
constitucional.

En el presente trabajo abordaré tres problemas que se suelen presentar en la práctica


judicial en relación con la aplicación de la prescripción extintiva: (i) la interrupción
judicial del plazo prescriptorio; (ii) la aplicación de la prescripción extintiva en los
casos de litisconsorcio; y (iii) la aplicación del abandono en casos de pretensiones
imprescriptibles. Como se podrá apreciar, los problemas que se presentan en esos tres
casos están directamente relacionados con los dos problemas generales antes
señalados: (i) la regulación no siempre concordante de la prescripción extintiva en los
cuerpos normativos civiles (o sustanciales en general) y en la regulación procesal, y (ii)
el enfrentamiento de la prescripción extintiva como institución inspirada en la
seguridad jurídica en los casos en los cuales su aplicación meramente mecánica pueda
vulnerar derechos fundamentales, lo cual implica siempre el peligro de formalismo
excesivo por un lado y de activismo jurisdiccional por el otro.

(1)
MONROY, Juan. “El proceso civil en un libro sobre prescripción y caducidad”. En: La formación del
proceso civil peruano. Escritos reunidos. Lima: Comunidad, 2003; p. 31.
(2)
No obstante, en otras latitudes se sigue considerando como una institución de derecho sustancial: “La
prescrizione dei PDEC [Principi di diritto europeo dei contratti] (artículo 14:101) è quella ‘estintiva’ ed è
concepita come istituto di diritto sostanziale: il debitore ha diritto di rifiutarsi di adempiere. In questo senso, l
´instituto non è sovrapponibile a quello di common law della Limitation of Actions, che è invece istituto
processuale, ancorché il diritto non si consideri estinto ma per l´appunto si abbia solo un´eccezione sostanziale
in mano al debitore al quale rimane in ogni caso preclusa la possibilità di ottenere la restituzione di quanto già
pagato.” CASTRONOVO, Carlo y MAZZAMUTO, Salvatore. Manuale di diritto privato europeo. Milan:
Giuffre, 2007; p. 801.

264
Problemas de aplicación de la prescripción extintiva en el proceso civil peruano

2. ¿Se interrumpe la prescripción extintiva con la interposición de la


demanda o con el emplazamiento?(3)

Las ejecutorias supremas CAS. N° 2982-2010 HUAURA y CAS. N° 774-2011


HUÁNUCO negaron la prescripción en dos casos de responsabilidad
extracontractual, en los cuales había transcurrido más de dos años entre el inicio
del plazo prescriptorio y el emplazamiento al demandado con la demanda. En
ambos casos se consideró que el plazo prescriptorio se había interrumpido con la
interposición de la demanda, en contra del texto expreso del artículo 438, inciso 4
del Código Procesal Civil (en adelante, CPC) que establece lo siguiente: “El
emplazamiento válido con la demanda interrumpe la prescripción extintiva”.

El motivo de dicha inaplicación fue el mismo en ambas sentencias: si bien la


demanda había sido presentada meses antes de la fecha de finalización del plazo
prescriptorio, el emplazamiento ocurrió después. La Sala Civil Transitoria de la
Corte Suprema inaplicó el artículo 438, inciso 4 del Código Procesal Civil,
alegando que la demora ocurrida entre la fecha de presentación de demanda y el
emplazamiento era imputable al Poder Judicial.

En ambos casos no están en duda dos hechos: (i) que el plazo establecido en el
inciso 4 del artículo 2001(4) del Código Civil no había transcurrido antes de la fecha
de la presentación de las demandas; inclusive, estas fueron presentadas con varios
meses de anticipación, y (ii) que dicho plazo transcurrió antes de la fecha de
emplazamiento válido con las demandas, debido a las demoras del Poder Judicial.

La Corte Suprema decidió en ambos casos, no expresamente, inaplicar el inciso 4 del


artículo 438 del CPC, alegando que las demoras por parte del Poder Judicial en realizar el
emplazamiento no debían afectar el derecho de acción de los demandantes. Si bien ambas
ejecutorias no lo explicitan, se habría realizado un control difuso de la citada norma en aras
de proteger el derecho constitucional a la tutela jurisdiccional efectiva. Más allá de la
gravedad de no haberse explicitado dicho control en las sentencias en comentario,

(3)
Este capítulo es una versión corregida, aumentada y actualizada del artículo del autor denominado
“Comentarios a dos sentencias de la Corte Suprema de Justicia de la República del Perú, en relación a la
interrupción del plazo de prescripción extintiva” publicado en la revista Gaceta Civil y Procesal Civil. Tomo
2. Lima, agosto de 2013.
(4)
Artículo 2001.- Plazos prescriptorios de acciones civiles Prescriben, salvo disposición diversa de la ley: […]
4.- A los dos años, la acción de anulabilidad, la acción revocatoria, la que proviene de pensión alimenticia, la
acción indemnizatoria por responsabilidad extracontractual y la que corresponda contra los representantes de
incapaces derivadas del ejercicio del cargo.

265
Alvaro Tord Velasco

a efectos de garantizar el respeto al derecho la motivación adecuada de las sentencias


corresponde primero analizar si era necesario y justificado realizar dicho control difuso.

Resulta claro que bajo las reglas generales de prescripción extintiva del Código Civil y
del Código Procesal Civil, en ambos casos habría operado la prescripción al haber
transcurrido el plazo de dos años (inciso 4 del artículo 2001 del Código Civil) antes del
emplazamiento válido con la demanda (inciso 4 del artículo 438 del CPC) (5). ¿Habría
alguna excepción prevista en dichas normas que sea aplicable a alguno de los casos en
comentario? En el segundo caso en comentario podría existir una situación
excepcional, dado que la parte demandada fue primigeniamente notificada con la
demanda antes del vencimiento del plazo prescriptorio, sin embargo, dicha primera
notificación fue anulada. Según el inciso 3 del artículo 439 del CPC, “Queda sin efecto
la interrupción de la prescripción cuando (…) La nulidad del proceso que se declare,
incluye la notificación del admisorio de la demanda”.

Es decir, de acuerdo con la citada norma, hay ineficacia de la interrupción de la prescripción


en caso de nulidad de la notificación del admisorio, pero cuando dicha nulidad está
acompañada de la nulidad del proceso mismo. Dado que la nulidad del proceso no ocurrió
en este caso, se podría interpretar que sí hubo interrupción de la prescripción en la primera
notificación de la demanda. En cierta forma, este parecería ser el razonamiento del juez
supremo Ticona Postigo, al señalar que la interrupción tuvo lugar con la primera
notificación de la demanda, dado que la nulidad de dicha notificación no dejaría sin efecto la
interrupción del plazo. Sin embargo, dicho juez supremo no menciona el inciso 3 del
artículo 439 del Código Procesal Civil, sino que alega que esa solución estaría respaldada
por “el espíritu del artículo mil novecientos noventa y seis incisos terceros del Código Civil,
pues existieron otros actos a través de los cuales el demandado tomó conocimiento oportuno
de la pretensión planteada en su contra”.

Sin embargo, el inciso 3 del artículo 1996 señala que: “Se interrumpe la prescripción
por (…) Citación con la demanda o por otro acto con el que se notifique al deudor, aun
cuando se haya acudido a un juez o autoridad incompetente”. Es decir, se trata de una
norma con un supuesto de hecho distinto: no se trata de la nulidad de la notificación,
sino de la incompetencia del juez. En ese sentido, la norma pertinente a la conclusión

(5)
Otros ordenamientos solucionan el problema señalando que la interrupción de la prescripción ocurre con la
demanda misma. Es el caso del artículo 2546 del Código Civil y Comercial de la Nación de Argentina que
señala lo siguiente: “Interrupción por petición judicial. El curso de la prescripción se interrumpe por toda
petición del titular del derecho ante autoridad judicial que traduce la intención de no abandonarlo, contra el
poseedor, su representante en la posesión, o el deudor, aunque sea defectuosa, realizada por persona incapaz,
ante tribunal incompetente, o en el plazo de gracia previsto en el ordenamiento procesal aplicable.”

266
Problemas de aplicación de la prescripción extintiva en el proceso civil peruano

del juez supremo Ticona resultaría siendo, en realidad, el inciso 3 del artículo 439 del CPC,
que sí regula el supuesto de hecho del caso. Es decir, los efectos de la nulidad de una
notificación de la demanda en aras de determinar la existencia o no de prescripción.

En todo caso, considero que resulta discutible afirmar que una notificación nula sí
interrumpiría el plazo de prescripción, dado que es un principio general del Derecho Civil y
Procesal Civil que los actos jurídicos nulos no pueden producir efectos jurídicos. Asimismo,
es evidente que no se puede considerar intimado al deudor si no se le ha notificado
correctamente la demanda. Este es el verdadero “espíritu” de las normas sobre interrupción
de la prescripción: que se interrumpe el plazo cuando el deudor se entera de la intimación y
ello no puede ocurrir si se le notifica en un lugar que no es su domicilio.

Cabe señalar que en virtud de lo dispuesto en el artículo 172 del CPC “la nulidad se
convalida si el litigante procede de manera que ponga de manifiesto haber tomado
conocimiento oportuno del contenido de la resolución”. Sin embargo, ese no parece
haber sido el caso, dado que la nulidad de la notificación fue finalmente declarada.
Descartada la tesis de la eficacia de la interrupción del plazo con una notificación nula
de la demanda, se debe evaluar si las demoras del Poder Judicial son una afectación al
derecho constitucional a la tutela jurisdiccional efectiva que merezca la inaplicación del
inciso 4 del artículo 438 del Código Procesal Civil y la generación jurisdiccional de una
nueva regla que constituya una excepción a dicha norma.

Según Alexy(6) las normas jurídicas se dividen en reglas y principios. Los casos fáciles
se resuelven con la aplicación de reglas, siguiendo los criterios clásicos de jerarquía,
temporalidad y especialidad. Sin embargo, existen casos en los cuales puede existir una
regla aplicable según dichos criterios, pero la misma atenta, al menos en el caso
concreto, contra un principio, de tal manera que es necesario realizar una ponderación
entre dicho principio y aquel que inspira la regla en cuestión. Si el primero termina
preponderando, entonces será necesaria la creación de una “excepción” a la regla. A
esto se le llama “derrotabilidad” de la regla aplicable. En este caso, la regla aplicable
sería el inciso 4 del artículo 438 del CPC y su aplicación en estos casos estaría
atentando contra el principio de tutela jurisdiccional efectiva, en su variante de acceso
a la jurisdicción, en tanto que el legislador no ha previsto que las demoras del Poder
Judicial sean un motivo para hacer una excepción a dicha regla.

Sin embargo, en estos casos, ¿es necesario llegar al extremo de inaplicar una ley?
Recordemos que la ponderación implica un examen de necesidad, es decir, de determinar
que no exista otra alternativa que evaluar si se debe inaplicar una norma del legislador para

(6)
ALEXY, Robert. Teoría de la argumentación jurídica. Lima: Palestra, 2007; pp. 457 y ss.

267
Alvaro Tord Velasco

crear jurisdiccionalmente una excepción a la misma, la cual tendría que ser aplicada a
casos posteriores similares. La gravedad del asunto hace necesario ese examen.

En mi opinión, los casos en comentario no aprueban el examen de necesidad de la


inaplicación de la norma aplicable, en tanto que el ordenamiento jurídico, a nivel de
reglas, les ofrece una alternativa a los demandantes ante la inminencia del transcurso
del plazo prescriptorio debido a la demora del Poder Judicial en admitir la demanda y
notificarla válidamente al demandado: la remisión de una carta notarial al demandado.

En efecto, el inciso 2 del artículo 1996 del Código Civil señala lo siguiente: “Artículo
1996.- Se interrumpe la prescripción por: (…) 2.- Intimación para constituir en mora al
deudor”. Es decir, el emplazamiento con la demanda no era la única manera de interrumpir
el plazo en ambos casos, dado que también se podía enviar una carta notarial a los
demandados exigiendo el pago de la indemnización. Con ello, el plazo se hubiera
interrumpido e, inclusive con las demoras del Poder Judicial en admitir la demanda y
emplazar a los demandados, las excepciones planteadas no hubieran prosperado. En ese
sentido, no sería necesario realizar algo tan excepcional como la inaplicación de la norma
legal dado que los interesados no usaron –sin aparente justificación alguna– un mecanismo
que los hubiera protegido frente a la situación de demora judicial que es materia de análisis.

Sin embargo, y solo asumiendo que dicha norma del Código Civil fuese inaplicable a
ambos casos, ¿hubo una correcta motivación en relación con la inaplicación del inciso
4 del artículo 438 del Código Procesal Civil? En nuestro ordenamiento, solo es posible
inaplicar una norma con rango de ley en virtud del control difuso que la Constitución
permite aplicar a cualquier órgano jurisdiccional de la República. Lo óptimo sería
utilizar dicho mecanismo, previa justificación de la derrotabilidad de la regla en virtud
de un ejercicio de ponderación. No obstante, nada de ello ocurrió en ambas ejecutorias.

Si no existiera la posibilidad de interrumpir el plazo prescriptorio con una carta notarial, los
casos en comentario merecerían una ponderación entre principios y, probablemente, la
misma derivaría en la inaplicación de la regla contenida en el inciso 4 del artículo 438 del
CPC. Pero ese no es el caso. En aras de respetar el principio de separación de poderes, del
respeto de la ley, de la seguridad jurídica y la predictibilidad en las decisiones del Poder
Judicial, es decir, la dimensión autoritativa del Derecho, considero que si la Corte Suprema,
y cualquier otro órgano jurisdiccional, pretende inaplicar una norma con rango de ley, por
muy buenas que sean las razones, debería hacerla explícita en virtud del mecanismo del
control difuso previsto en el artículo 138 de la Constitución.

Cabe señalar que en Chile hubo un problema similar cuando la Corte Suprema, en el caso N°
6900-2015, realizó un cambio de criterio en forma parecida a las ejecutorias supremas en

268
Problemas de aplicación de la prescripción extintiva en el proceso civil peruano

comentario. Dicho cambio de criterio fue materia de análisis en un artículo del


abogado chileno Gonzalo Carrasco en el cual se señaló lo siguiente:

“En este sentido, para aclarar la problemática, cabe señalar que no hay duda, por la
claridad del texto legal, y así está conforme la doctrina y jurisprudencia, siendo
absolutamente necesaria para la interrupción civil de la prescripción que la
demanda sea notificada. La duda jurídica que surge, ya que hay discrepancia en la
doctrina y en la jurisprudencia, es si para interrumpir basta la sola presentación de
la demanda ante el tribunal dentro del plazo, o si además se hace necesario que la
demanda sea notificada dentro de dicho plazo interruptivo.

[…]
Sin embargo, es aquí donde radica el cambio jurisprudencial, al señalar la
sentencia que no es necesaria la notificación dentro del plazo de un año, sino
que basta la mera presentación de la demanda en el tribunal dentro de plazo de
un año, cuestión que en los hechos así se produce y, por tanto, la Corte
Suprema decide tener por interrumpida la prescripción”(7).

Las razones de la Corte Suprema de chilena fueron las mismas: que no se le podía
imputar al demandante las demoras en la notificación de la demanda por parte de la
judicatura. Sin embargo, las preocupaciones del autor chileno fueron otras:

Los abusos que pueden presentarse de afirmar que la notificación tiene efecto
retroactivo a la presentación de la demanda, para que solo ella baste para interrumpir la
prescripción, se encuentran en que si bien la demora en la notificación judicial puede
deberse a actos externos a la inactividad del dueño o acreedor, porque la notificación
que realiza el receptor judicial escapa de la esfera de control de estos, también es cierto
que la falta de notificación se puede deber a negligencia o derechamente a la mala fe
del demandante.
Respecto a lo dicho, se pregunta Corral Talciani: ¿Qué sucedería si un dueño o
acreedor presenta la demanda pero no pide que se notifique? ¿Se entenderá que la
prescripción permanecerá indefinidamente interrumpida bajo condición de que llegue a
notificarse?
Este actuar, al que abre paso la sentencia de la Corte Suprema que ahora comentamos,
va contra los fundamentos de la prescripción, que es dar certeza jurídica en la
circulación de los bienes, a situaciones que no conviene que permanezcan indefinidas
largamente en el tiempo, porque interesa a la sociedad que las deudas se paguen. A
esta crítica se le suma la situación de clara injusticia que se provoca respecto del
demandado, quien al no ser notificado de la demanda, no es considerado parte y, por

(7)
CARRASCO, Gonzalo. “La interrupción de la prescripción por la sola presentación de la demanda, sin
requerir notificación dentro del plazo interruptivo”. El cambio de criterio de la Corte Suprema. En: Ars boni et
aequi. N° 2. Chile, 2017; pp. 196 y 200.

269
Alvaro Tord Velasco

tanto, no podrá alegar, como sanción a su desidia procesal, el abandono del proce-
dimiento que regulan los artículos 152 y 153 del Código de Procedimiento Civil.
[…]
A raíz de la misma solución a la que arriba la Corte Suprema ¿Cuántos bancos,
instituciones comerciales o de retail intentarán solo la presentación de la demanda sin
el ánimo de continuar con el juicio, con el solo objetivo de interrumpir el plazo de
prescripción y tener asegurado el ejercicio de su acción en el momento que ellos
determinen, con una notificación fuera de plazo? ¿Acaso esto no daña la certeza
jurídica y la búsqueda de la consolidación de los derechos? Las consecuencias de esto
pueden ser graves para el mismo sistema judicial, ya que nada impide, con esta nueva
jurisprudencia, una explosión de presentación de demandas con el único objetivo de
interrumpir prescripciones, con notificaciones excesivamente fuera de plazo, poniendo
en riesgo la buena fe procesal(8).

Sin embargo, como lo he señalado anteriormente, en el caso peruano basta con interrumpir
el plazo prescriptorio con una carta notarial, motivo por el cual las preocupaciones
señaladas por el autor chileno no serían aplicables a nuestra realidad. No obstante, coincido
plenamente con Carrasco cuando señala que, aunque las consecuencias de las demoras de la
judicatura no pueden ser trasladadas al demandante, la solución debería provenir del
legislador y no de la judicatura en aras de proteger la seguridad jurídica:

Con toda la visión crítica expuesta hasta ahora, no se pretende señalar un


desacuer-do con el fondo del argumento de la sentencia. Es difícil no estar de
acuerdo en que, efectivamente, se reduce el plazo para alegar la interrupción de la
prescripción cuando se exige que la notificación se realice dentro del plazo para
interrumpir esta institución, debido a que las contingencias que esta supone, es
decir, el escape a la órbita de control de quien interpone la demanda por las
vicisitudes de la labor del receptor y la complicación que puede generar encontrar
el domicilio del demanda-do, generan una complicación para el acreedor o dueño.
[…]
Es por esto que la solución a la problemática debe provenir del legislador y no de la
jurisprudencia, porque más allá de los esfuerzos y buenas intenciones de equidad y justicia,
que pueda haber detrás, sus facultades no alcanzan a satisfacer una correcta so-lución. Esto,
además de considerar que la institución de la prescripción está constituida en razones de
seguridad jurídica y no necesariamente en razones de justicia […](9).

En ese sentido, una solución integral tendría que provenir del Poder Legislativo, el cual
podría modificar el artículo 438, inciso 4 del Código Procesal Civil reemplazándolo por

(8)
Ibídem.; pp. 202 y 203.
(9)
Ibídem.; pp. 204 y 207.

270
Problemas de aplicación de la prescripción extintiva en el proceso civil peruano

una norma que establezca, expresamente, que la prescripción extintiva se interrumpe


con la presentación de la demanda. Con ello se evitarían estos problemas y, además,
dicha norma guardaría concordancia con el criterio utilizado en los casos de caducidad
que, al menos en este aspecto, no debería ser distinto. Una oportunidad perdida parece
ser el Proyecto de Reforma del Código Procesal Civil presentado por el Grupo de
Trabajo constituido mediante Resolución Ministerial N° 0181-2017-JUS, que mantiene
la redacción del inciso 4 del artículo 438 del CPC vigente.

3. Prescripción extintiva y litisconsorcio(10)

En los casos en los cuales existe un solo demandado, es fácil prever las
consecuencias de una excepción de prescripción extintiva: si se ampara en forma
definitiva, el proceso concluye; de lo contrario, el proceso continúa. Sin embargo,
¿qué ocurre si hay varios demandados? ¿La excepción debe ser planteada por
todos? Si solo la plantea uno de ellos, ¿todos se benefician en caso sea declarada
fundada? Las respuestas a estas preguntas ¿varían según el tipo de litisconsorcio?

Por la prescripción extintiva el transcurso de un determinado plazo extingue la acción


que el sujeto tiene para exigir determinado derecho antes los tribunales(11). Es decir, la
prescripción extintiva extingue la acción, pero no el derecho (artículo 1989(12) del
Código Civil). La caducidad es una institución similar porque también produce efectos
extintivos a situaciones jurídicas por el transcurso del tiempo. La diferencia principal
entre ambas es que la caducidad extingue la acción y también el derecho(13).

Asimismo, otra diferencia entre ambas instituciones es que la prescripción solo opera a
invocación de parte mediante excepción procesal, dado que el ordenamiento jurídico ha
vedado la posibilidad que sea de oficio (artículo 1992(14) del Código Civil). Por ello, si
el demandado no plantea esta excepción, el proceso no podrá concluir por dicho
motivo. Ello no ocurre con la caducidad, porque puede ser declarada de oficio(15).

(10)
Este capítulo es una versión corregida, aumentada y actualizada del artículo del autor denominado
“Excepción de prescripción y litisconsorcio” publicado en la revista Derecho & Sociedad, publicada por
alumnos de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú. N° 38, Lima 2012.
(11)
RUBIO, Marcial. La extinción de derechos y acciones en el Código Civil. Lima: Fondo Editorial PUCP, 2003;
p. 13.
(12)
Artículo 1989.- La prescripción extingue la acción, pero no el derecho mismo
(13)
Artículo 2003.- Efectos de la caducidad
La caducidad extingue el derecho y la acción correspondiente.
(14)
Artículo 1992.- El juez no puede fundar sus fallos en la prescripción si no ha sido invocada.
(15)
Artículo 2006.- Declaración de caducidad
La caducidad puede ser declarada de oficio o a petición de parte.

271
Alvaro Tord Velasco

Por otra parte, debe entenderse por litisconsorcio(16) a la situación procesal referida a la
acumulación subjetiva en virtud de la cual, ya sea en la parte activa o pasiva de la
relación procesal, existen varios sujetos. La regulación procesal del litisconsorcio es
muy impor-tante porque sirve para evitar procesos y/o sentencias inválidas o ineficaces
por ausencia de un litisconsorte, para determinar a quiénes alcanzarán los efectos de
una sentencia, para evitar fallos contradictorios, y también para resolver varios
conflictos en un solo proceso, en favor del principio de economía procesal.

Existen 3 tipos de litisconsorcio: el necesario, el facultativo y el cuasinecesario. A los


casos en los cuales no se les puede calificar dentro de dichos supuestos, los denominaré
como de “litisconsorcio atípico”. Las características de cada uno de estos tipos de
litisconsorcio serán explicadas más adelante. Cabe señalar que este artículo solo se ciñe
a la prescripción en el litisconsorcio y no en relación con terceros, en tanto que estos no
pueden plantear dicha excepción, por no ser parte del proceso.

3.1. Excepción de prescripción y litisconsorcio necesario

El litisconsorcio necesario ha sido regulado en el artículo 93(17) del CPC. De acuer-


do con dicha norma, estamos frente a este tipo de litisconsortes cuando tienen las
siguientes características: (i) la decisión a recaer en el proceso les afectará de
manera uniforme, y (ii) la falta de comparecimiento de un litisconsorte activo o
emplazamien-to de un pasivo invalida el proceso. Asimismo, se le atribuye a este
litisconsorcio las siguientes características:

• Existe una sola pretensión e interés para obrar (18). Por ello, los actos de
disposición de la pretensión afectan a todos por igual(19).
• La cosa juzgada afecta a todos por igual(20).

(16)
Sobre el particular se puede consultar los siguientes autores: TORELLO GIORDANO, Luis. Litisconsorcio e
Intervención de Terceros. En: Curso sobre el Código General del Proceso. Tomo I. Montevideo: Fundación
de Cultura Universitaria (FCU), 1989.; DAVILA, María Encarnación. Litisconsorcio necesario. Barcelona:
Bosch, 1992.; MARTÍNEZ, Hernán. Procesos con sujetos múltiples. Tomo I. Buenos Aires: La Rocca, 1987.;
GONZÁLEZ, Atilio. La pluralidad en el proceso civil. Buenos Aires. Astrea, 1985.; MONROY, Juan.
Acumulación, litisconsorcio, sucesión procesal e intervención de terceros. En: IUS ET VERITAS. N° 6.;
ARRARTE, Ana María. Sobre el litisconsorcio y la intervención de terceros, y su tratamiento en el Código
Procesal Peruano. En: Revista Peruana de Derecho Procesal. N° 1.
(17)
Artículo 93.- Litisconsorcio necesario.- Cuando la decisión a recaer en el proceso afecta de manera uniforme a
todos los litisconsortes, sólo será expedida válidamente si todos comparecen o son emplazados, según se trate
de litisconsorcio activo o pasivo, respectivamente, salvo disposición legal en contrario.
(18)
ARRARTE, Ana María. Sobre el litisconsorcio y la intervención de terceros, y su tratamiento en el Código
Procesal Peruano. En: Revista Peruana de Derecho Procesal. N° 1. p. 134.
(19)
GONZÁLEZ, Atilio. La pluralidad en el proceso civil. Buenos Aires: Astrea, 1985; p. 72.
(20)
TORELLO GIORDANO, Luis. Litisconsorcio e Intervención de Terceros. En: Curso sobre el Código Gene

272
Problemas de aplicación de la prescripción extintiva en el proceso civil peruano

• Las defensas opuestas por uno de los litisconsortes, ya sean individuales o


comunes, alcanzan a todos por igual(21).
• Los medios impugnatorios interpuestos por cualquiera de los litisconsortes
favorecen a los demás(22).
• La ausencia de un litisconsorte genera la ineficacia de la sentencia(23).
• La ausencia de un litisconsorte genera falta de legitimidad para obrar por
defecto(24).
• Al advertir la falta de un litisconsorte, el juez puede pedir de oficio su
integración al proceso(25).

Como ejemplos de litisconsorcio necesario tenemos la nulidad de acto jurídico


contra todos los otorgantes(26), la nulidad del contrato de compraventa sobre un bien
social o común(27); la pretensión pauliana(28); la nulidad de matrimonio interpuesta
por el Ministerio Público, en la cual los demandados necesariamente deberán ser
ambos cónyuges(29); y, en general, en todo caso en que se demande a un patrimonio
autónomo, como la sociedad de gananciales y la sucesión indivisa(30).

Dado que en este tipo de litisconsorcio las defensas opuestas por uno de los litisconsortes
ya sean individuales o comunes, alcanzan a todos por igual, la excepción de prescripción
planteada por uno solo de los litisconsortes favorece a los demás, aunque estos no la hayan
planteado. Ello, por la sencilla razón de que el proceso no puede continuar solo con algunos
de los litisconsortes necesarios, es decir, con los que no dedujeron la excepción de
prescripción. La prescripción no puede liberar a algunos litisconsortes necesarios y no a
otros, dado que es indispensable que este tipo de litisconsortes participen del proceso y que
la sentencia le sea oponible a todos para que tenga eficacia. En ese sentido, la prescripción
opuesta por uno debe favorecer a los demás.

Como lo señala la profesora española Dávila: “La alegación de la falta de presupuestos


procesales por un litisconsorte diligente, afirmaciones, excepciones, actividades proba-

ral del Proceso. Tomo I, Montevideo: Fundación de Cultura Universitaria (FCU), 1989; p. 77; DÁVILA,
María Encarnación. Litisconsorcio necesario. Barcelona: Bosch, 1992; p. 16.; MARTÍNEZ, Hernán.
Procesos con sujetos múltiples. Tomo 1, Buenos Aires: La Rocca, 1987; p. 105.
(21)
GONZÁLEZ, Atilio. Op. cit.; p. 72.
(22)
Ibídem.
(23)
PEYRANO, Jorge. Procedimiento civil y comercial. Tomo 2. Rosario: Juris, 1992; p. 88.; MONROY, Juan.
Op. cit.; p.48.; DAVILA, María Encarnación. Op. cit.; p.16.
(24)
VESCOVI, Enrique. Teoría general del proceso. Bogotá: Temis, 1984; p. 198.
(25)
GONZÁLEZ, Atilio. Op. cit.; p. 76; ARRARTE, Ana María. Op. cit.; pp. 134 y 135.
(26)
GONZÁLEZ, Atilio. Op. cit.; p. 73.
(27)
MONROY, Juan. Op. cit.; p. 49.
(28)
ARRARTE, Ana María. Op. cit.; p.135.
(29)
Ibídem.
(30)
Idem.; pp. 135 y 136.

273
Alvaro Tord Velasco

torias promovidas por un litisconsorte presente en el proceso, todas surten efecto


con referencia a los demás ausentes”(31).

3.2. Excepción de prescripción y litisconsorcio facultativo

El litisconsorcio facultativo ha sido regulado en el artículo 94(32) del CPC. De acuerdo


con dicha norma, estamos frente a este tipo de litisconsortes cuando son considerados
litigantes independientes y los actos de cada uno de ellos no favorecen ni perjudican a
los demás, sin que por ello se afecte la unidad del proceso.

Se le atribuye las siguientes características:

• Existen tantas pretensiones y defensas como litisconsortes(33).


• Se origina en la voluntad de las partes de participar en el proceso, no por una
exigencia de la ley(34).
• Los litisconsortes no son necesariamente personas intrínsecamente ligadas por
una misma situación jurídica material. Más bien, cada sujeto es titular de una
particular situación sustantiva, el conjunto de las cuales están ligadas por
relaciones de conexidad o afinidad(35).
• Las defensas opuestas por uno de los litisconsortes no afectan a los otros(36).
• Los medios impugnatorios interpuestos por cualquiera de los litisconsortes no
afectan a los demás(37).
• Los actos de disposición de un litisconsorte, como el desistimiento o el allanamiento,
no perjudican a los demás(38).
• La ausencia de un litisconsorte no genera la ineficacia de la sentencia, por ello es
voluntario(39).
• La sentencia deberá pronunciarse sobre la posición de cada litisconsorte de
manera independiente, razón por la cual la cosa juzgada no les afecta a todos por
igual(40).

(31)
DÁVILA, María Encarnación. Óp. cit.; p. 129.
(32)
Artículo 94.- Litisconsorcio facultativo.- Los litisconsortes facultativos serán considerados como litigantes
independientes. Los actos de cada uno de ellos no favorecen ni perjudican a los demás, sin que por ello se
afecte la unidad del proceso.
(33)
GONZÁLEZ, Atilio. Óp. cit.; p. 54.
(34)
DÁVILA, María Encarnación. Litisconsorcio necesario. Barcelona: Bosch, 1997; p. 21; GONZÁLEZ,
Atilio. Óp. cit.; p. 54; RIVAS, Adolfo. Tratado de las tercerías. Tomo II. Buenos Aires: Abaco, 1996; p. 97;
MARTÍNEZ, Hernán. Óp. cit.; p. 42.
(35)
MONROY, Juan. Óp. cit.; p. 49.; MARTÍNEZ, Hernán. Óp. cit.; p. 29 y ss.
(36)
ARRARTE, Ana María. Óp. cit.; p. 136.
(37)
Ibídem.
(38)
MARTÍNEZ, Hernán. Óp. cit.; p. 46.
(39)
PALACIO, Lino. Derecho Procesal Civil. Buenos Aires: Perrot, 1970. p. 219; MONROY, Juan. Óp. cit.; p.
48; DÁVILA, María Encarnación. Litisconsorcio necesario. Barcelona: Bosch, 1992; p. 16.
(40)
ARRARTE, Ana María. Óp. cit.; p. 136.

274
Problemas de aplicación de la prescripción extintiva en el proceso civil peruano

Dado que la intervención de un litisconsorte facultativo es voluntaria, de no participar


en el proceso, la sentencia no le afecta. Por ello, a diferencia del litisconsorcio necesario
que está pensado en asegurar la eficacia de las sentencias, este tipo de litisconsorcio está
inspirado más bien en el principio de economía procesal, dado que busca que en un solo
proceso se resuelvan varios conflictos, siempre y cuando exista cierta vinculación entre
los mismos, para de ese modo también evitar fallos contradictorios(41).

Un ejemplo de este tipo de litisconsorcio es el de un incumplimiento contractual que comparte


un hecho común, como podría ser la cancelación de un vuelo. Si bien, no todos los que
compraron sus boletos deben demandar conjuntamente para que el proceso sea válido, eso sería
conveniente a efectos de evitar fallos contradictorios y usar de modo eficiente los recursos del
servicio de justicia. En ese caso, a diferencia del litisconsorte cuasinecesario que veremos más
adelante, la cosa juzgada no vincula al que no intervino en la demanda, razón por la cual se
tendría que iniciar un proceso aparte para buscar satisfacer su interés. Obviamente, la sentencia
estimatoria del caso anterior sería de mucha utilidad para ganar el caso. En este caso, el CPC es
claro al señalar en su artículo 94 que: “Los litisconsortes facultativos serán considerados como
litigantes independientes”. Por tanto, “Los actos de cada uno de ellos no favorecen ni perjudican
a los demás”. En ese sentido, la excepción de prescripción planteada por un litisconsorte
facultativo no debería beneficiar al otro que no la planteo.

3.3. Excepción de prescripción y litisconsorcio cuasinecesario

En estos casos existe una sola pretensión e interés para obrar y la decisión a recaer
en el proceso afectará a los litisconsortes de manera uniforme, pero no es
indispensable emplazar a todos para que la cosa juzgada pueda vincularlos. En
otras palabras, se establece una relación procesal válida sin que en ella participen
todos los titulares de la relación material y los alcances de la cosa juzgada
afectarán a todos por igual, hayan o no intervenido en el proceso(42).

El Código Procesal Civil vigente no regula este tipo de litisconsorcio. Sin embargo,
el Proyecto de Reforma del Código Procesal Civil presentado por el Grupo de
Trabajo constituido mediante Resolución Ministerial N° 0181-2017-JUS sí lo hace,
al incluir el siguiente párrafo al artículo 93 del Código Procesal Civil vigente: “El
litisconsorcio es cuasinecesario cuando, a pesar de la cotitularidad de la pretensión
discutida, por disposición de la ley no es necesaria la participación de todos los
sujetos legitimados para la validez de la sentencia”.

(41)
Ibídem.
(42)
FAIREN GUILLÉN Víctor. Doctrina General del Derecho Procesal. Barcelona: Bosch, 1990;
p.306; GONZÁLEZ, Atilio. Óp. cit.; p. 77.

275
Alvaro Tord Velasco

Este tipo de litisconsorcio tiene las siguientes características:

• Es una excepción a la regla de los alcances subjetivos de la cosa juzgada(43).


• Tiene como sustento básico una autorización legal, puesto que es una norma
positiva la que determina la posibilidad de que se establezca una relación
procesal válida que no incluya a todos los titulares de la relación sustancial(44).
• Aquellos litisconsortes que no hayan sido emplazados podrán intervenir
voluntariamente en el proceso en cualquier momento previo a la sentencia
definitiva, convirtiéndose en partes(45).

La pretensión de impugnación de acuerdos societarios regulada en el artículo 143 de la Ley


General de Sociedades peruana, es un supuesto de litisconsorcio cuasinecesario (46). Sin
embargo, dicha acción está sujeta a plazos de caducidad y no de prescripción. No obstante,
en los casos de litisconsorcio cuasinecesario provenientes de acciones que sí estuviesen
sujetas a plazos de prescripción, al igual que los casos de litisconsorcio necesario, la
excepción de prescripción planteada por un litisconsorte debería favorecer a los demás que
no la plantearon. Ello, en la medida que los litisconsortes cuasinecesarios conforman una
misma relación material y tienen un interés común en el proceso (por ejemplo, los
accionistas que pretenden la nulidad de un acuerdo societario).

No tendría sentido que la prescripción libere a un solo accionista o asociado, dado


que es necesario que la sentencia vincule a todos (si no hay prescripción) o
simplemente que no exista sentencia por efecto de la prescripción. No puede haber
una sentencia que anule un acuerdo societario y que solo sea oponible a los
accionistas que no plantearon la excepción de prescripción. La sentencia debe
vincularlos a todos, por ello, la prescripción también.

3.4. Excepción de prescripción y litisconsorcio atípico

Denomino “litisconsorcio atípico” a aquellos casos de litisconsorcio cuyas


características impiden clasificarlos dentro de los tipos de litisconsorcio antes
señalados. Del universo de posibles casos como estos que puedan existir en nuestro
ordenamiento jurídico, analizaré solo dos muy comunes y, por tanto, importantes: los
deudores solidarios y el litisconsorcio pasivo formado por el deudor y el propietario del
bien dado en garantía en un proceso de Ejecución de Garantías.

(43)
ARRARTE, Ana María. Óp. cit.; p. 138.
(44)
PARRA QUIJANO, Jairo. La intervención de terceros en el proceso civil. Buenos Aires: Depalma, 1970; p.
54.; ARRARTE, Ana María. Óp. cit.; pp. 138 y 139.
(45)
DÁVILA, María Encarnación. Óp. cit.; p. 32.; ARRARTE, Ana María. Óp. cit.; p. 139.
(46)
ARRARTE, Ana María. Óp. cit.; p. 138.

276
Problemas de aplicación de la prescripción extintiva en el proceso civil peruano

3.4.1. Deudores solidarios

En estos casos el acreedor puede demandar solo a uno de ellos y el proceso no se invalida,
por ello, no son litisconsortes necesarios. Asimismo, la cosa juzgada no le es oponible al
deudor no demandado, es decir, el acreedor no puede ejecutar los bienes del deudor que no
fue emplazado, por ello, no es un supuesto de litisconsorcio cuasinecesario (47). En este
aspecto, se asemeja al litisconsorcio facultativo. Sin embargo, se distingue de este último,
en tanto que en el caso de los deudores solidarios, sí existe una sola pretensión dirigida a
los mismos y, por tanto, todos ellos tienen un interés común.

¿Qué ocurre si se demanda a dos deudores solidarios y solo uno de ellos plantea excepción de
prescripción extintiva y esta es fundada? ¿El deudor que no planteó la excepción se beneficia?

El artículo 1192 del Código Civil señala lo siguiente:

“Artículo 1192.- A cada uno de los acreedores o deudores solidarios solo pueden
oponérseles las excepciones que les son personales y las comunes a todos los
acreedores o deudores”. Según Osterling: “En el Derecho Procesal se hace una
distinción entre defensas y excepciones. Las primeras están destinadas a discutir el
fondo del derecho invocado por el demandante, por ejemplo, los vicios de la
voluntad, el haber pagado, etc. Las segundas, o sea las excepciones, se relacionan
no con el derecho de fondo del demandante, sino con alguna cuestión de forma o
de carácter previo; por ejemplo, la excepción de pleito pendiente. Al hablar de
excepciones, es evidente que la norma ha tomado esta palabra no en su sentido
técnico, sino en el sentido de defensa o de medios de defensa de los cuales pueden
valerse los codeudores solidarios para controvertir el derecho del acreedor”(48).

Para León Barandiarán:

“Son excepciones comunes, por ejemplo, la falta o ilegitimidad del objeto, el vicio
de consentimiento de parte de todos los deudores, la lesión, la nulidad absoluta.
Igualmente, asumen tal carácter, el pago, la remisión, la novación, la
prescripción.

(…) Son excepciones personales, por ejemplo, los vicios de la voluntad de un


deudor determinado; su incapacidad para obligarse en general; las nulidades
relativas; y el plazo o la condición estipulados en beneficio de un deudor”(49).

(47)
El artículo 1193 del Código Civil señala lo siguiente “La sentencia pronunciada en el juicio seguido entre el
acreedor y uno de los deudores solidarios, o entre el deudor y uno de los acreedores solidarios, no surte
efecto contra los demás codeudores o coacreedores, respectivamente. (…)”.
(48)
OSTERLING, Felipe y Mario CASTILLO. Tratado de las Obligaciones. Primera Parte. Tomo III. Lima:
Fondo Editorial PUCP, 1994; p. 300.
(49)
Citado por OSTERLING, Felipe y Mario CASTILLO. Óp. cit.; p. 301.

277
Alvaro Tord Velasco

Queda claro entonces que, de acuerdo con el artículo 1192 del Código Civil, la excep-
ción de prescripción es una defensa común de los deudores solidarios. Es decir, la nor-
ma citada señala lo que un deudor solidario puede plantear para defenderse frente a la
demanda del acreedor. Como lo señala Ferrero: “En la solidaridad pasiva: demandado
uno de los deudores solidarios solo podrá oponerle al acreedor demandante aquellos
hechos impeditivos, modificativos o extintivos comunes a todos los codeudores. Así,
por ejemplo: (…) hechos extintivos tales como el pago (…) la prescripción, etc.”(50).

Sin embargo, la norma en comentario solo señala que ambos deudores “pueden” plantear la
excepción de prescripción por ser una defensa común, es decir, una defensa que ambos
están en facultad de deducirla. Pero dicha norma no resuelve la interrogante referida a si el
deudor que no formuló la excepción de prescripción puede verse beneficiado por la
excepción de prescripción planteada por el otro deudor solidario demandado. La respuesta a
esta interrogante podría estar en el artículo 1198 del Código Civil que señala lo siguiente:
“Artículo 1198.- La renuncia a la prescripción por uno de los codeudores solidarios no surte
efecto respecto de los demás. El deudor que hubiese renunciado a la prescripción no puede
repetir contra los codeudores liberados por prescripción (…)”.

Es decir, puede darse el caso de un deudor solidario que se libere por prescripción
y otro que no, por haber renunciado a la misma. De acuerdo con el artículo 1991
del Código Civil dicha renuncia puede ser expresa o tácita: “Artículo 1991.- Puede
renunciarse expresa o tácitamente a la prescripción ya ganada. Se entiende que hay
renuncia tácita cuando resulta de la ejecución de un acto incompatible con la
voluntad de favorecerse con la prescripción”.

¿La no deducción, deducción tardía o por cualquier otra razón, la deducción


ineficaz de la excepción procesal de prescripción constituye una renuncia tácita a la
misma? Según reiterada jurisprudencia de la Corte Suprema, sí es una renuncia
tácita a la prescripción(51).

(50)
FERRERO, Raúl. Curso de Derecho de las Obligaciones. Lima: Grijley, 2000; p. 129.
(51)
Por citar sólo algunas:
“(…) la empresa demandada no dedujo la excepción de prescripción cuando tuvo la posibilidad de hacerlo,
por lo que dicho acto –dicha manifestación de voluntad– se entiende, al amparo del artículo mil novecientos
noventiuno (sic) del Código Civil como una renuncia tácita a la prescripción (…)” (Cas. N° 2078-2007):
“Si el beneficiado con la prescripción ganada no invoca su derecho oportunamente, se entenderá que ha
renunciado tácitamente a él, en cuyo caso, el juez no podrá declararla de oficio, ya que este está prohibido de
fundar sus fallos en la prescripción cuando esta no ha sido invocada.” (Cas. N° 2156-2002); “La demandada
no dedujo excepción de prescripción extintiva de la acción contra la demanda de interdicto de recobrar por
despojo judicial invocando el artículo 921 del Código, por consiguiente, la emplazada ha renunciado
tácitamente a la prescripción ganada” (Cas. N° 745-98);

278
Problemas de aplicación de la prescripción extintiva en el proceso civil peruano

Sin embargo, comentando la citada norma, Ariano señala que:

“Dado que nuestra actual regulación procesal ha hecho caer a la excepción de


prescripción (artículo 446 inc. 12 CPC) dentro de su feroz régimen de
preclusiones, su no alegación en el momento previsto por la ley procesal no
creo que responda siempre a una real voluntad abdicativa del prescribiente y
más bien puede constituir una impuesta (y del todo contraproducente) forma
de volver inoperante al fenómeno prescriptorio mismo (…)”(52).

No obstante, dicha autora reconoce que la no alegación de la prescripción en juicio “es


por lo común indicado como uno de los tradicionales supuestos de renuncia tácita”(53).

Asumiendo que la no deducción o la deducción ineficaz de la excepción de


prescripción es un supuesto de renuncia tácita a la misma; entonces, de acuerdo al
artículo 1198 del Código Civil, la excepción de prescripción deducida por uno de los
deudores solidarios no beneficia al que no la dedujo porque dicha norma señala que el
deudor solidario renunciante no se ve favorecido por los deudores que se liberaron por
prescripción, liberación que solo puede ocurrir en un proceso cuando se plantea dicha
excepción. En efecto, la norma en mención señala que el deudor renunciante “no
puede repetir” contra los deudores liberados, lo cual solo puede significar una cosa:
que el deudor renunciante fue obligado a pagar, hecho que implica que no fue
favorecido por la excepción planteada por los otros deudores que sí fueron liberados.

Este criterio es definido por Messineo de la siguiente manera: “(…) la renuncia a la


prescripción hecha por uno de los codeudores solidarios no opera en daño de los otros,
y el codeudor que haya renunciado no tiene repetición frente a los otros codeudores
que hayan sido liberados por efecto de la prescripción”(54).

Queda claro entonces que, asumiendo –según reiterada jurisprudencia de la Corte


Suprema– que la no deducción de la excepción de prescripción sea un supuesto de
renuncia tácita a la misma, bajo lo dispuesto en el artículo 1198, la deducción
oportuna de dicha excepción por parte de un deudor solidario no favorece aquel
deudor solidario que no la dedujo.

“La excepción no produce sus efectos al cumplirse el término fijado por la ley (ipso iure), sino sólo cuando se
hace valer en el proceso (ope excepcionis), desde que se puede renunciar a la prescripción ya ganada” (Cas. N°
1473-98)
(52)
ARIANO, Eugenia. Comentarios al Código Civil. Tercera edición, Tomo X, Lima: Gaceta Jurídica, 2010; p.
201.
(53)
Ibídem.
(54)
MESSINEO, Francesco. Manual de Derecho Civil y Comercial. Tomo IV, Buenos Aires: diciones Jurídicas
Europa-América, 1971; p. 415.

279
Alvaro Tord Velasco

3.4.2. Deudor y garante no deudor

Otro caso de litisconsorcio atípico es el del garante hipotecario no deudor. En este caso
el acreedor tiene dos pretensiones en su demanda de ejecución de garantía: una es la de
pago de la deuda y la segunda, que es subordinada a la primera, es la ejecución de la
garantía. La primera pretensión está dirigida contra el deudor y la segunda pretensión
está dirigida contra el garante que es el propietario del bien dado en garantía.

En este caso, ambos deben ser emplazados para que exista una relación procesal
válda, algo propio del litisconsorcio necesario. Sin embargo, en este caso no hay
una sola pretensión, sino dos pretensiones distintas pero conexas, algo propio del
litisconsorcio facultativo; pero estructuradas de forma subordinada, lo que hace
que estas pretensiones no puedan ser planteadas en dos procesos distintos, razón
por la cual no es un litisconsorcio facultativo.

Por estas razones, pese a la redacción actual del artículo 690 (55) del CPC, coincido con Arrarte (56)
que el tercero garante en un proceso de ejecución de garantía es un litisconsorte atípico y no un
litisconsorte necesario, como señala la norma. En estos casos, si la deuda puesta a cobro está
prescrita y el deudor no plantea la excepción de prescripción ¿Qué ocurre si la plantea el garante
no deudor? ¿Puede un litisconsorte plantear una excepción en contra de la pretensión que solo
está dirigida contra el otro litisconsorte? Desde un punto de vista positivo, el artículo 690 del
CPC responde a esa pregunta al señalar que ambos son litisconsortes necesarios. Por tanto,
el garante no deudor puede plantear dicha excepción y favorecer al deudor en caso este no
la haya planteado. Sin embargo, desde un punto de vista teórico, siendo el garante no
deudor un litisconsorte atípico, su excepción de prescripción no necesariamente debería
favorecer al deudor que no la planteó, porque no necesariamente tiene las mismas
prerrogativas que un litisconsorcio necesario.

Entonces, si no tiene las prerrogativas de un litisconsorcio necesario, ni de un facultativo ni


de un cuasinecesario, ¿qué prerrogativas tiene este litisconsorcio para responder a las
preguntas planteadas? Según la teoría estándar de la acumulación objetiva de pretensiones,

(55)
“Artículo 690.- Legitimación y derecho de tercero. - Están legitimados para promover ejecución quien en el
título ejecutivo tiene reconocido un derecho en su favor; contra aquel que en el mismo tiene la calidad de
obligado y, en su caso el constituyente de la garantía del bien afectado, en calidad de litis consorte necesario.
Cuando la ejecución pueda afectar derecho de tercero, se debe notificar a este con el mandato de ejecución. La
intervención del tercero se sujetará a lo dispuesto en el Artículo 101. Si se desconociera el domicilio del
tercero se procederá conforme a lo prescrito el artículo 435”.
(56)
ARRARTE, Ana María. “Y finalmente… ¿A quién se demanda en un proceso de ejecución de garantías?” En:
Actualidad jurídica. N° 139. Lima: Gaceta Jurídica, 2005.

280
Problemas de aplicación de la prescripción extintiva en el proceso civil peruano

se debe ordenar la forma lógica en que se deben resolver las pretensiones planteadas en
autónomas, subordinadas, accesorias, alternativas y condicionadas. Sin embargo, nada se
dice de cuándo a este fenómeno se le suma el de la acumulación subjetiva.

El caso del deudor y el garante no deudor es un buen ejemplo para explicarlo. Aquí tene-
mos una relación de subordinación no solo del aspecto objetivo de las pretensiones, sino de
los litisconsortes mismos, es decir, “si el deudor no paga la deuda, subordinadamente el
garante la paga con su bien”. Esto quiere decir que hay una subordinación objetiva de
pretensiones y de sujetos en la parte pasiva de la relación procesal.

Pero el asunto se complica más: no es una acumulación subordinada típica para ordenar
lógicamente la secuencia de resolución de las pretensiones en una sentencia, es decir, si no
se declara fundada la primera pretensión, entonces corresponde un pronunciamiento sobre
la segunda; sino que es un orden de ejecución, es decir, si el litisconsorte número 1 no
paga, se ejecuta el bien del litisconsorte número 2. La activación de la pretensión
subordinada no depende de la decisión del juez de declarar infundada la pretensión
principal, sino de la decisión del demandado, a quien se le dirige la pretensión principal, de
no cumplirla. Además, no existe una subordinación en el plano de la resolución misma de
las pretensiones, es decir, si se declara infundada la pretensión de pago, no significa que se
pueda declarar fundada la pretensión de ejecución hipotecaria. Por el contrario, si la
pretensión de pago es infundada, lo será también la de ejecución de la garantía.

Pero, volviendo al tema que nos ocupa, lo importante aquí es tener en cuenta que, si
este caso no tiene las prerrogativas de los litisconsorcios tipificados, entonces hay
que verificar si la excepción de prescripción del garante puede beneficiar al deudor,
a la luz de los intereses que están en juego. Teniendo en cuenta que si la pretensión
de pago de la deuda es declarada improcedente por efecto de una excepción de
prescripción y la pretensión de ejecución dirigida con el garante también correría la
misma suerte; entonces el garante debería tener derecho a poder plantear la
excepción de prescripción, la cual debería favorecer al deudor que no lo hizo.

4. Abandono e imprescriptibilidad(57)

¿Se produce el abandono en los procesos en los que se discuten pretensiones vinculadas al
derecho de propiedad? El abandono es un supuesto de conclusión del proceso sin

(57)
Este capítulo es una versión corregida, aumentada y actualizada del artículo del autor denominado
“Comentario de jurisprudencia: el abandono procesal en las pretensiones relativas al derecho de
propiedad”. En: Gaceta Civil y Procesal Civil. Tomo 56, Lima, 2018.

281
Alvaro Tord Velasco

pronunciamiento sobre el fondo (artículo 321, inciso 3 del Código Procesal Civil) y
una forma especial de conclusión del proceso (artículo 346 y siguientes del Código
Procesal Civil). El abandono ocurre cuando el proceso permanece en primera
instancia durante cuatro meses sin que se realice acto que lo impulse.

Si bien el abandono no afecta la pretensión, su declaración impide al demandante


iniciar otro proceso con la misma pretensión durante un año, contado a partir de la
notificación del auto que lo declare. Si por segunda vez, entre las mismas partes y
en ejercicio de la misma pretensión, se declara el abandono, se extingue el derecho
pretendido. El abandono es un caso de conclusión del proceso sin pronunciamiento
sobre el fondo que no guarda relación con un supuesto de falta de validez de la
relación jurídica procesal, sino que más bien responde a una política legislativa
jurisdiccional según la cual se sanciona a los litigantes que incurran en inacción
procesal. El fundamento es el mismo que la prescripción: la seguridad jurídica y el
principio iura scripta vigilantibus, la ley no favorece la negligencia.

De acuerdo con el artículo 350 del Código Procesal Civil, no procede el abandono en
los siguientes casos: (i) en los procesos que se encuentran en ejecución de sentencia;
(ii) en los procesos no contenciosos; (iii) en los procesos en que se contiendan
pretensiones imprescriptibles; y (iv) en los procesos que se encuentran para
sentencia, salvo que estuviera pendiente actuación cuya realización dependiera de
una parte. En este caso, el plazo se cuenta desde notificada la resolución que la
dispuso; (v) en los procesos que se encuentran pendientes de una resolución y la
demora en dictarla fuera imputable al Juez, o la continuación del trámite
dependiera de una actividad que la ley le impone a los Auxiliares jurisdiccionales o
al Ministerio Público o a otra autoridad o funcionario público que deba cumplir un
acto procesal requerido por el Juez; y (vi) en los procesos que la ley señale.

Ahora bien, en reiterada jurisprudencia, se afirma que en los casos en los cuales existan
pretensiones relativas al derecho de propiedad y los derechos derivados de la misma, no
procede el abandono, dado que estas serían imprescriptibles. Lo cierto es que, de
acuerdo con el artículo 927 del Código Civil, únicamente la pretensión reivindicatoria
es imprescriptible y que en el artículo 2001, inciso 1 del Código Civil determina
que las acciones reales tienen un plazo de prescripción de 10 años.

4.1. Pronunciamientos jurisprudenciales relevantes sobre la materia

En el Pleno jurisdiccional distrital en materia civil y procesal civil de la Corte Superior de


Justicia de Lima Este del 24 de noviembre de 2017, se llegó a la siguiente conclusión:

282
Problemas de aplicación de la prescripción extintiva en el proceso civil peruano

Que, las pretensiones que tienen la calidad de imprescriptibles como el derecho de


propiedad y los derechos derivados de él, deben ser susceptibles de declaración de
abandono procesal ante la inercia de impulso procesal a cargo de “la parte intere-
sada”, más aún si se trata de controversias en la que se discuten derechos patrimo-
niales, es decir, con contenido económico; pues el hecho que una pretensión sea
imprescriptible no significa que se extienda sobre ella la prescripción.

Por su parte, en el Pleno jurisdiccional nacional en materia civil y procesal civil del
9 de julio de 2016, se llegó a la siguiente conclusión: el Pleno adoptó por mayoría
la segunda ponencia que enuncia lo siguiente: “No se produce el abandono ya que
se trata de pretensiones imprescriptibles vinculadas al derecho de propiedad o a los
derechos que se derivan de la misma”.

En la ejecutoria suprema CAS N° 2689-2009 CALLAO, la Sala Civil Permanente


señaló lo siguiente:

“[dado que] la interposición de una demanda de mejor derecho de propiedad comporta


el ejercicio de propiedad, el carácter imprescriptible de la que goza la pretensión
reivindicatoria se extiende también a la pretensión bajo análisis; por lo tanto, resulta
plenamente aplicable a la pretensión de mejor derecho de propiedad la
imprescriptibilidad contemplada en el citado artículo 927 del Código Civil […]”

Por su parte, en la ejecutoria suprema N° 792-2002 LIMA, la Sala Civil Transitoria


señaló lo siguiente:

“[…] dado que el artículo novecientos cincuentidos (sic) del Código


Sustantivo, es claro al establecer que quien adquiere un bien por prescripción
“puede” entablar un juicio para que se le declare propietario, aunque, claro
está, el pleno efecto erga omnes solo derivará de la usucapión reconocida por
sentencia judicial e inscrita en los Registros Públicos conforme a la parte final
del citado artículo novecientos cincuentidos (sic) del mismo Código; Sexto.-
Que, siendo ello así, debe concluirse, contrariu sensu, que la pretensión de
Prescripción Adquisitiva de Dominio que se dirige básicamente contra el
original propietario de un bien, tiene carácter imprescriptible […]”.

No se entiende porque el hecho que la pretensión de usucapión sea declarativa


signifique contrario sensu que sea imprescriptible. Para que ese argumento sea
correcto, debería existir una regla que señale que “solo las demandas no
declarativas son prescriptibles” que evidentemente no existe. Lo único que señala
la norma citada es que la usucapión como proceso es declarativo, porque la
adquisición de propiedad en ese caso es de pleno derecho. No obstante, coincido
con el resultado de la sentencia por razones que explicaré más adelante.

283
Alvaro Tord Velasco

En la ejecutoria suprema CAS. N° 3581-2015 LIMA, la Sala Civil Permanente de la


Corte Suprema de Justicia de la República señala lo siguiente:

“Que, el artículo 350 inciso 3 del Código Procesal Civil, prevé que no hay
abandono en los procesos en que se contiendan pretensiones imprescriptibles.
[…] SEX-TO.- Que, empero el citado dispositivo legal no es aplicable al
presente caso, pues conforme al artículo 534 del Código Procesal Civil, la
demanda de tercería de propiedad puede interponerse en cualquier momento
antes que se inicie el remate del bien; esto significa que su procedibilidad está
supeditada a que se ejercite en un determinado estadío del proceso, en relación
con el cual se interpone la tercería, por lo tanto, este extremo contenido en el
acápite B) del recurso de casación también debe ser desestimado”.

Como se puede apreciar, a diferencia de los otros casos, en lo que a tercería de


propiedad se refiere no se establece que esta sea imprescriptible dado que existe norma
especial establece que esta procede solo hasta antes del remate. En resumen, según
nuestra jurisprudencia no solo la pretensión de reivindicación sería imprescriptible,
sino también la de mejor derecho de propiedad, la prescripción adquisitiva de dominio
y las que derivan del derecho de propiedad. No es el caso de la tercería de propiedad.

4.2. Análisis de la legislación

Veamos ahora lo que dice nuestra legislación. El artículo 927 del Código Civil
señala lo siguiente: “La acción reivindicatoria es imprescriptible. No procede
contra aquel que adquirió el bien por prescripción.” Por su parte el inciso 1 del
artículo 2001 del Código Civil señala que “Prescriben, salvo disposición diversa de
la ley: 1.- A los diez años, la acción personal, la acción real, la que nace de una
ejecutoria y la de nulidad del acto jurídico. […]”.

Una lectura sistemática de ambas normas permite inferir que las acciones reales, y tam-
bién las personales, que no tengan una regulación específica, como la tiene por ejemplo
la acción reivindicatoria, se le aplica la regla general de 10 años contenida en el inciso
1 del artículo 2001 antes citado. Como lo señala Rubio: “[…] la verdadera norma
general para las acciones emergentes del Derecho Civil, sería la contenida en el inciso
1 del artículo 2001, con un plazo de prescripción de 10 años. Toda acción que no pueda
ser incluida en los casos específicos, tendrá que ser referida a dicha norma general”(58).

Entonces a las acciones posesorias y las otras acciones reales que no tengan un plazo
especial de prescripción, como el caso de la acción reivindicatoria que sí la tiene, están

(58)
RUBIO, Marcial. Prescripción y caducidad. Lima: Fondo Editorial PUCP, 2003; p. 80.

284
Problemas de aplicación de la prescripción extintiva en el proceso civil peruano

sujetas al plazo prescriptorio general de 10 años previsto en el inciso 1 del artículo


2001 del Código Civil. Dicho esto, ¿es correcto que la jurisprudencia aplique la
regla de la imprescriptibilidad de la acción reivindicatoria a la de mejor derecho de
propiedad, la prescripción adquisitiva de dominio y las que derivan del derecho de
propiedad? Analizaré cada caso.

La pretensión de mejor derecho de propiedad es una pretensión que se puede


asimilar a la pretensión (o acción) reivindicatoria. En otras palabras, la acción
reivindicatoria incluye lo que se pretende mediante la de mejor derecho de
propiedad. Como lo señala Avendaño:

“La reivindicación importa la restitución del bien a su propietario. Para su proce-


dencia debe existir siempre un examen previo sobre la propiedad del accionante.
Y es que la acción reivindicatoria persigue que sea declarado el derecho de quien
la interpone y que, en consecuencia, le sea restituida la cosa sobre que aquél recae.

Por lo tanto, la reivindicación implica, de manera inseparable, el reconocimiento del


dominio y la restitución de la cosa a su propietario por el tercero que la posee”(59).

En ese sentido, es razonable que a la pretensión de mejor derecho de propiedad se


le aplique la regla de la imprescriptibilidad de la acción reivindicatoria, dado que
esta la contiene.

En relación con la pretensión de prescripción adquisitiva de dominio, según Rubio


esta estaría sujeta al plazo de 10 años previsto en el inciso 1 del artículo 2001 del
Código Civil, aunque debería ser imprescriptible:

“Esta es una acción real que por tanto está sometida al plazo de prescripción de diez años
establecido en el inciso 1 del artículo 2001. En verdad, esta acción tiene mucho de relación
con la reivindicatoria y, en la medida que la propiedad ha pasado al usucapiente,
resulta absurdo poner un plazo de prescripción, pero eso es lo que se deduce
que debiéramos hacer de acuerdo a las disposiciones existentes.

Este problema debiera corregirse estableciéndose que esta acción, por


concordancia con la reivindicatoria, es imprescriptible. El término inicial del
plazo de prescripción ahora existente es el de la fecha en que se adquiere la
propiedad por prescripción adquisitiva”(60).

(59)
AVENDAÑO, Jorge. Jurisprudencia comentada. Informativo Estudio Jorge Avendaño abogados. Lima,
2006; p. 2.
(60)
RUBIO, Marcial. Op. Cit. pp. 147-148.

285
Alvaro Tord Velasco

Estoy de acuerdo con Rubio en que es absurdo aplicar el plazo de 10 años al proceso de
declaración de usucapión, cuando esta forma de adquisición de la propiedad puede resistir a
la acción reivindicatoria que es imprescriptible. Ello nos llevaría a la situación absurda en
la que un usucapiente con una posesión de más de 21 años, no pudiera obtener una
sentencia para publicitar su propiedad debido a una excepción de prescripción del titular
registral, quien tampoco podría recuperar su propiedad porque la acción reivindicatoria no
procede contra la usucapión. En ese sentido, el inmueble estaría condenado a estar inscrito
permanentemente a nombre de quien no es su propietario.

Por estas razones no coincido con Rubio cuando señala que, pese a ese absurdo, se debiera
aplicar el plazo de 10 años a la pretensión declaratoria de usucapión “de acuerdo a las
disposiciones existentes”. Ello sería incoherente y extremadamente formalista y el Derecho
no debe llevarnos a interpretaciones absurdas. Bajo el argumento apagógico (61), creo que es
perfectamente posible optar por considerar a la pretensión de declaración de usucapión
como imprescriptible, sobre todo si se trata de un modo de adquisición de la propiedad que
no puede ser afectado ni siquiera por la acción reivindicatoria, como bien se resuelve en la
ejecutoria suprema N° 2792-2002 LIMA antes citada.

En relación con los “otros derechos derivados de la propiedad”, según el artículo


923 del Código Civil estos serían los derechos de uso, disfrute y disposición. En
ese sentido, resulta difícil imaginar una pretensión de un propietario que tenga
como finalidad la defensa de alguno de esos derechos y para la cual no baste la
acción reivindicatoria. En todo caso, siguiendo a Rubio, de acuerdo con las
disposiciones vigentes, si no se trata de una acción reivindicatoria, entonces estaría
sujeta al plazo prescriptorio de 10 años del inciso 1 del artículo 2001 del Código
Civil, salvo que ello conlleve un resultado absurdo o inconstitucional.

5. Conclusiones

a) Mientras el legislador no modifique la regla contenida en el inciso 4 del artículo 438 del
Código Procesal Civil vigente, el plazo prescriptorio se interrumpe con el em-
plazamiento y no con la sola interposición de la demanda. En casos de demoras del
Poder Judicial en admitir la demanda y realizar el emplazamiento, en supuestos en los
cuales el plazo prescriptorio está por vencer, bastará con interrumpirlo mediante una
carta notarial u otro de los supuestos señalados en el Código Civil. La inaplicación de
dicha norma mediante control difuso debería justificarse solo en casos extremos en

(61)
El argumento apagógico (o ab absurdo, o reductio ad absurdum, o “hipótesis del legislador razonable”) es el
argumento por el cual se debe excluir aquella interpretación de un enunciado normativo que dé lugar a una
norma “absurda”. TARELLO, Giovanni. La interpretación de la ley. Lima: Palestra, 2013; p. 331.

286
Problemas de aplicación de la prescripción extintiva en el proceso civil peruano

los cuales el demandante no haya podido interrumpir el plazo prescriptorio de


una manera distinta al emplazamiento.

b) La excepción de prescripción extintiva deducida por un litisconsorte necesario o


cuasinecesario, favorece a aquellos litisconsortes que no la dedujeron.

c) La excepción de prescripción extintiva deducida por un litisconsorte facultativo


no favorece a aquellos litisconsortes que no la dedujeron.

d) La excepción de prescripción deducida por un deudor solidario no favorece a


los deudores solidarios que no la dedujeron.

e) La excepción de prescripción deducida por el garante no deudor, favorece al


deudor litisconsorte.

f) En los supuestos de litisconsorcio atípico, hay que analizar caso por caso para
determinar si la excepción de prescripción extintiva planteada por un
litisconsorte puede favorecer al otro litisconsorte que no la planteó.

g) Es razonable aceptar la improcedencia del abandono en procesos de mejor


derecho de propiedad y de prescripción adquisitiva de dominio, dado que son
pretensiones por asimilación o por argumento apagógico, están sujetas a la
misma regla de impres-criptibilidad de la acción reivindicatoria. No obstante, en
general las acciones reales no son imprescriptibles y están sujetas al plazo de 10
años previsto en el inciso 1 del artículo 2001 del Código Civil y, por lo tanto, sí
pueden incurrir en abandono.

287
Alvaro Tord Velasco

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289
La institución procesal del interés para obrar
y su relación con la conciliación extrajudicial(*)

F. Martín Pinedo Aubián(**)

“Más que las ideas,


a los hombres los separan los intereses”.
Alexis De Tocqueville

Sumilla

A través del presente artículo, el autor evalúa la existencia de algún tipo


de relación entre el Interés para obrar con la Conciliación Extrajudicial.
Asimismo, analiza la solicitud o asistencia a una audiencia de
conciliación extrajudicial como requisito de procedibilidad, en base a las
causales de declaración de improcedencia de una demanda presentes en
el artículo 427 del Código Procesal Civil.

Palabras Clave

Interés para obrar / conciliación extrajudicial

(*)
Nota del editor: Este artículo fue recibido el 1 de agosto del 2018 y su publicación fue aprobada el 16 de
agosto de 2018.
(**)
Abogado egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Conciliador Extrajudicial. Experto en
Mediación y Conciliación. Capacitador Principal en temas de Conciliación Extrajudicial y Conciliación
Familiar.

291
F. Martín Pinedo Aubián

1. Introducción

Poco se ha escrito respecto de la relación que presenta la institución procesal del interés
para obrar con la institución jurídica de la Conciliación Extrajudicial -o-, de manera
más específica, con el cumplimiento de la Conciliación Extrajudicial como requisito de
procedibilidad, previo a la interposición de una demanda que verse sobre derechos
disponibles(1). Un hecho que seguramente debe llamar la atención es que en el artículo
427 del Código Procesal Civil, referente a las causales de declaración de improcedencia
de una demanda, no se encuentre una causal expresa que contenga el mandato
específico por el que un juez tenga que declarar la improcedencia de la demanda al no
cumplirse con el requisito previo de la Conciliación Extrajudicial, en tanto se le
considera como requisito de procedibilidad.

Este mandato procesal específico lo encontramos, por remisión, en el vigente


artículo 6 de la Ley N° 26872, Ley de Conciliación, que ordena al juez a declarar
improcedente la demanda por manifiesta falta de Interés para obrar cuando, luego
de proceder a su calificación, verifique que el demandante no ha solicitado la
Conciliación Extrajudicial o no ha concurrido a la audiencia convocada para tal fin.

Este artículo 6 de la Ley de Conciliación es la piedra angular del régimen de obligato-


riedad sobre el que reposa la Conciliación Extrajudicial, al ser considerada como un
requisito de procedibilidad, pero evidencia un intento del legislador por forzar una cali-
ficación legal, adecuando la omisión en el cumplimiento del requisito de procedibilidad
a una de las causales expresas contenida en la normatividad adjetiva para la declaración
de improcedencia de la demanda como lo es la falta de interés para obrar.

En otras palabras, el sistema de obligatoriedad de la conciliación, en tanto se


considera como un requisito de procedibilidad obligatorio, se encuentra subsumido
en el principio del Interés para Obrar, de manera tal que, si el demandante incumple
con acreditar al juez el haber agotado el intento conciliatorio de manera previa a la
interposición de su demanda, la consecuencia procesal será que este mismo juez
deba declarar que aquel carece manifiestamente de interés para obrar y, por ello
mismo, la demanda interpuesta deberá ser declarada improcedente.

(1)
PINEDO AUBIÁN, Martín. ¿Cómo evitar la improcedencia de la demanda?: Recomendaciones desde
el punto de vista de la Ley de Conciliación. En: Gaceta Civil & Procesal Civil. Publicación mensual de
Gaceta Jurídica. N° 2. Lima, agosto de 2013; pp. 167-202. También se puede revisar: EQUIPO DE
INVESTIGACIÓN DE ACTUALIDAD JURÍDICA. ¿Cómo evitar que una demanda sea declarada
inadmisible o improcedente?. En: Actualidad Jurídica. Publicación mensual de Gaceta Jurídica. N° 287.
Lima, octubre de 2017; pp. 13-32.

292
La institución procesal del interés para obrar y su Relación con la conciliación extrajudicial

Situación muy distinta será cuando el demandante cumpla con la presentación


deficiente del requisito de procedibilidad, pues en este caso el mandato procesal para el
juez no será la declaración de improcedencia de la demanda, sino que deberá otorgar un
plazo para la subsanación del requisito, como se verá más adelante.

En el presente trabajo, revisaremos de manera muy general la Institución del


Interés para obrar, e intentaremos dar una explicación acerca de la forma en que la
Conciliación Extrajudicial, en tanto requisito de procedibilidad, se engarza –
aunque de manera no muy satisfactoria– con el interés para obrar.

2. Acerca del Interés para Obrar

Respecto de las condiciones de la acción, se suele señalar que estas son: (i) Legitimidad
para obrar (que supone que la persona que interpone la acción es el que ostenta la titularidad
del derecho, es decir, que existe una coincidencia entre la relación que se formará dentro del
proceso y la que existe en la realidad), (ii) Interés para obrar (que hace referencia a que
aquel que interpone la demanda debe haber agotado todos los medios alternativos a la
presentación de la demanda civil, esto es, que ya no tenga algún otro mecanismo
extrajudicial para ver solucionado su conflicto de interés), y (iii) Voluntad de la ley (que
alude al hecho que el derecho que se reclama esté reconocido por el Derecho, es decir, que
la situación jurídica que se ha visto afectada esté reconocida por el ordenamiento)(2).

El Código Procesal Civil se refiere al interés para obrar en el artículo IV del Título Preliminar,
que, al hablar del principio de iniciativa de parte, señala que el proceso se promueve solo a
iniciativa de parte, la que invocará interés y legitimidad para obrar; el numeral 2 del artículo
427, que prescribe que el juez declarará improcedente la demanda cuando el demandante carezca
manifiestamente de interés para obrar; y el artículo 452, que establece que para hablar de
procesos idénticos debe haber una triple identidad: de partes, petitorio e interés para obrar.

Calamandrei, citado por Valverde González(3), señala que:

“El interés procesal en obrar y en contradecir surge precisamente cuando se


verifica en concreto aquella circunstancia que hace considerar que la satisfacción
del interés sustancial tutelado por el derecho no puede ser ya conseguida sin
recurrir a la autoridad judicial: o sea cuando se verifica en concreto la
circunstancia que hace indispensable poner en práctica la Garantía Jurisdiccional”.

(2)
Ídem; pp.13-14.
(3)
VALVERDE GONZÁLES, Manuel Enrique. “Del interés para obrar y su relación con la sustracción de la
materia controvertida”. En: Derecho & Sociedad N° 38. Lima, 2012; pp. 88-102.

293
F. Martín Pinedo Aubián

Más adelante señala:

“El interés procesal surge, pues, cuando el bien al cual el actor aspira no se puede
obtener de otra manera que por vía judicial; la obtención de este bien debe buscarse
normalmente y se podría decir fisiológicamente, en la prestación del obligado; solo en
defecto de esta entra, para obtener tal consecución, otro medio subsidiario que es la
acción. A fin de que surja el interés procesal, no basta, pues, que se demuestre la
existencia de un interés en conseguir el bien, sino que es necesario que, para satisfacer
este interés sustancial, no se puede hacer uso del medio normal de incumplimiento y
deba recurrirse al medio sucedáneo de la acción”.

Siguiendo a Juan Luis Avendaño(4), se puede afirmar que, hasta ahora no tenemos un concepto
claro o único de lo que es el interés para obrar como institución procesal, pues se suele
confundirlo con el interés al que se refiere el Artículo VI del Título Preliminar del Código Civil
(referente al interés económico o moral); o con la falta de titularidad de quien reclama tutela,
ma-nifestada en una falta de urgencia; o confundirlo con la causa petendi. Prosigue señalando
que el interés para obrar es una institución procesal surgida con la finalidad de analizar la
utilidad que el proceso puede proveer a la necesidad de tutela invocada por las partes;
concluyendo que Necesidad y Utilidad son indispensables en la existencia del interés para obrar,
debiéndose: (i) identificar el tipo de tutela solicitada, es decir, la pretensión; (ii) verificar que no
exista otra vía que la jurisdiccional, para obtener tutela; y (iii) afirmar que una sentencia fundada
sí le produ-cirá un efecto al demandante, un cambio en su situación jurídica, un beneficio.

Por su parte, Roger Casafranca afirma que el Interés para obrar es la relación de
utilidad que existe entre la decisión jurisdiccional solicitada y la tutela de la situación
jurídica que está siendo planteada en el proceso; debiendo esta utilidad ser concreta,
referida a una situación jurídica determinada y actual, el interés debe ser considerado en
el momento en que se ejercita la acción. Esto significa que el principio subyacente es el
de Economía Procesal, ahorro de tiempo, gasto y esfuerzo), dado que el interés para
obrar, desde esta óptica, constituye un filtro para que pretensiones, independientemente
de que sean fundadas, inútiles no sean merituadas(5).

Avendaño sostiene que la finalidad del interés para obrar es verificar que el proceso, o
la decisión que en él se tome, provea una utilidad real para el demandante. Si la
necesidad de obtener tutela jurídica se satisface a través del proceso, el actor tiene
interés para obrar. Este análisis es relevante en la Fase Postulatoria del proceso, en la
etapa de saneamiento procesal o, como mucho, excepcionalmente en la sentencia.

(4)
AVENDAÑO VALDEZ, Juan Luis. “El interés para obrar”. En: Themis. N° 58. Lima, noviembre 2010; pp.
63-69.
(5)
AA.VV. Código Procesal Civil Comentado. Tomo III, Lima: Gaceta Jurídica, 2016; p. 516.

294
La institución procesal del interés para obrar y su Relación con la conciliación extrajudicial

Más allá de estos momentos procesales, el análisis del interés para obrar pierde
toda utilidad y su inexistencia no produce invalidez ni mucho menos la afectación
a derecho constitucional alguno, ni a la relación jurídica procesal, por cuya razón
no existe una excepción de falta de Interés para obrar(6), mientras que el numeral 6
del artículo 446 del Código Procesal Civil contempla únicamente la excepción de
falta de Legitimidad para obrar del demandante o del demandado.

En palabras de Sotero Garzón(7), respecto de la existencia de la excepción de falta de


Legitimidad para obrar y no de una excepción de falta de interés para obrar, este autor
señala que las condiciones de la acción aluden a los requisitos de eficacia de la pretensión
demandada y exige la presencia de elementos necesarios, como son: (i) la Legitimidad para
obrar, (ii) el Interés para obrar y (iii) la posibilidad, física y jurídica, de la pretensión;
mientras que los presupuestos procesales parten de concebir al proceso como relación
jurídica autónoma a la relación jurídica material, siendo elementos básicos y necesarios
para la existencia de una relación jurídica procesal válida, y que en nuestro sistema Procesal
Civil son: (i) la competencia, (ii) la capacidad y (iii) la Representación Procesal; y también
comprenden: (i) la existencia de la demanda, (ii) la imparcialidad del juez, (iii) el respeto a
las formalidades procesales; y como presupuestos negativos: (iv) la prescripción, (v)
Litispendencia, (vi) Cosa Juzgada y (vii) la existencia de convenio arbitral.

Por ello, es correcto cuando este autor considera que la demarcación entre presupuestos
procesales y condiciones de la acción es tenue, y la posibilidad de denunciar la ausencia o
defectos del interés para obrar en vía de excepción no está expresa ni genéricamente
concebida en el artículo 446 del Código Procesal Civil, y si el juez no lo hubiera advertido
al calificar la demanda, en la práctica, tratándose de aspectos que tienen que ver con las
condiciones de la acción, terminan siendo deducidas al contestar la demanda, que sería la
única vía posible para que el demandado exija al juez que declare improcedente la demanda
en tanto debe verificarse el cumplimiento del requisito de procedibilidad de acreditar el
intento conciliatorio extrajudicial previo a la interposición de la demanda.

Así, no sería posible articular una defensa mediante la formulación de una excepción
por falta de agotamiento de la Vía Administrativa, en tanto la Conciliación
Extrajudicial no es un procedimiento administrativo, ni mucho menos procedería una
excepción de falta de legitimidad del demandante, que es totalmente distinta a la falta
de Interés para obrar señalada en el artículo 6 de la Ley de Conciliación.

(6)
AVENDAÑO VALDEZ. Óp. cit; p. 66.
(7)
AA.VV. Óp. cit; pp. 649-657.

295
F. Martín Pinedo Aubián

3. Tratamiento Normativo del Requisito Previo a la Conciliación:


¿Requisito de admisibilidad o requisito de procedibilidad?

La Ley N° 26872 (en adelante, Ley de Conciliación), fue publicada en el diario oficial el 14
de enero de 1998. Su primer Reglamento fue aprobado por el Decreto Supremo N° 001-98-
JUS del 14 de enero de 1998. El texto original de la Ley de Conciliación contemplaba en su
artículo 6 que la Conciliación Extrajudicial era un requisito de procedibilidad, previo a la
interposición de toda demanda que verse sobre materia conciliable.

Una primera modificación se dio por Ley N° 27363, publicada el 1 de noviembre


del 2000, que modificó el artículo 6 de la Ley de Conciliación en lo que respecta a
los casos en que la conciliación no era obligatoria (a saber: cuando la parte
emplazada domicilia en el extranjero, en los procesos contencioso-administrativos,
en los procesos cautelares, de ejecución y de garantías constitucionales).

Luego, la entrada en vigencia de la obligatoriedad fue ampliado nuevamente por


Ley N° 27398, publicada en el diario oficial el 13 de enero de 2001, hasta el 1 de
marzo de 2001 (pero solo para los distritos conciliatorios de Lima y Callao y
únicamente para las materias de derechos disponibles excluyendo los temas da
familia y laborales, en las mismas condiciones del denominado Plan Piloto que se
implementó por Decreto Supremo N° 007-2000-JUS para los distritos
conciliatorios de Trujillo y Arequipa desde el 2 de noviembre de 2000).

Posteriormente, la Ley N° 27398, publicada en el diario oficial el 13 de enero de


2001, introdujo una modificación del régimen de las materias conciliables
(precisando en qué casos era obligatoria y en qué casos no procedía su exigencia) a
la vez que modificó el artículo 6 de la Ley de Conciliación considerando al
procedimiento conciliatorio como un Requisito de Admisibilidad.

El Decreto Legislativo N° 1070, publicado en el diario oficial el 28 de junio de 2008, introdujo


un gran número de modificaciones sustanciales a la Ley de Conciliación en lo que respecta a la
calificación de la conciliación, considerándola como requisito de procedibilidad –al amparo del
texto del artículo 6 de la Ley de Conciliación, que es el texto legal vigente–, además de
modificar el régimen de las materias conciliables (clasificándoles en obligatorias, facultativas
e improcedentes), los plazos y las formalidades que regulan el procedimiento conciliatorio,
los requisitos y el mérito del acta de conciliación, entre otras modificaciones
trascendentales a dicha norma y al Código Procesal Civil, específicamente de los artículos
324 y 327, por los que declaró la conciliación procesal facultativa(8). Asimismo,

(8)
Debemos mencionar, además, que el Decreto Legislativo N° 1070 estableció en su Tercera Disposición

296
La institución procesal del interés para obrar y su Relación con la conciliación extrajudicial

este proceso de modificación normativa trajo consigo la aprobación del actual reglamento
de la Ley de Conciliación aprobado por Decreto Supremo N° 014-2008-JUS.

Dos últimas modificaciones sustanciales con incidencia en la conciliación familiar –


específicamente en temas de pensión de alimentos, régimen de visitas y tenencia–
fueron las dadas en los últimos años: la Ley N° 29876, publicada en el diario oficial el
5 de junio de 2012, por la cual se estableció que los temas de familia se transformaban
en materias conciliables facultativas (aunque a través de una técnica legislativa
deficiente al seguirse manteniendo dentro del listado de materias conciliables
obligatorias, según una lectura del vigente artículo 7 de la Ley de conciliación).

Por su parte, la Ley N° 29990, publicada en el diario oficial el 26 de enero de 2013,


elimina definitivamente la posibilidad de realizar conciliaciones extrajudiciales en
temas de violencia familiar tanto en juzgados de familia, defensorías del niño y del
adolescente y centros de Conciliación Extrajudicial. En estos temas, la conciliación
no se exige como requisito de procedibilidad, quedando a discreción del
demandante si antes de demandar intenta la Conciliación Extrajudicial, y al no ser
obligatorio este intento conciliatorio, su ausencia no puede ser sancionada por el
juez con una declaración de improcedencia de la demanda(9).

Una precisión saludable reposa en el hecho de señalar que el Estado también se


encuentra obligado al cumplimiento del intento conciliatorio cuando se trate de
materias civiles que sean de libre disposición, lo que termina siendo una opción
legislativa que habilita al Estado a participar de Conciliaciones Extrajudiciales y,
eventualmente, ejercer capacidad de renuncia en derechos de libre disposición(10).
En este sentido, existe todo un marco normativo dado por el Decreto Legislativo
N° 1068, Decreto Legislativo del Sistema de Defensa Jurídica del Estado, así como
sus normas reglamentarias, que regula la forma en que debe accionar del Estado a
través de sus procuradores cuando se trata de disponer derechos.

Final la no exigencia de la conciliación en temas laborales, y en su Quinta Disposición Final declaró


culminado el Plan Piloto dispuesto por Decreto Supremo N° 007-200-JUS y prorrogado por la Ley N° 27398,
con lo cual debía asumirse que la conciliación extrajudicial era un requisito de procedibilidad para los temas
de derechos disponibles y los derivados del derecho de familia. Para una visión más amplia de los efectos del
Decreto Legislativo N° 1070 en el marco normativo, Cfr. PINEDO AUBIÁN, F. Martín. ¡Ni a favor ni en
contra, todo lo contrario!: Problemas derivados de la interpretación y aplicación del Decreto Legislativo N°
1070. En: Revista Jurídica del Perú. Publicación mensual de Normas Legales. N° 108. Lima, febrero de 2010;
pp. 301-315.
(9)
PINEDO AUBIÁN, F. Martín. “Matrimonios, uniones de hecho y conciliación extrajudicial en temas de
familia”. En: Actualidad Jurídica. N° 238. Lima, setiembre de 2013; pp. 83-90.
(10)
PINEDO AUBIÁN, F. Martín. “La conciliación extrajudicial es exigible al Estado cuando se trata de
pretensiones sobre derechos disponibles”. En: Diálogo con la Jurisprudencia. Publicación mensual de Gaceta
Jurídica. N° 168. Año 18, Lima, setiembre de 2012; pp. 99-109.

297
F. Martín Pinedo Aubián

Para concluir, la Conciliación Extrajudicial es un requisito de procedibilidad


obligatorio, que únicamente resulta exigible en aquellos casos en los que se intente
demandar cualquier pretensión de naturaleza civil que verse sobre materias
conciliables obligatorias, conforme el primer párrafo del artículo 7 de la Ley de
Conciliación, es decir, cuando se trate de pretensiones determinadas o
determinables que versen sobre derechos disponibles de las partes.

4. El Acta de Conciliación Extrajudicial como Requisito de Procedibilidad

El Decreto Legislativo N° 1070 pretendió fortalecer a la Conciliación Extrajudicial, al


considerarla como requisito de procedibilidad tal como se desprende de una lectura del
vigente artículo 6 de la Ley, el mismo que señala un mandato procesal para los jueces
al momento de calificar una demanda, el cual, como se ha señalado anteriormente, no
se encuentra establecido en el Código Procesal Civil. Efectivamente, el texto legal
vigente del artículo 6 de la Ley de Conciliación prescribe lo siguiente:

“Artículo 6.-Falta de intento Conciliatorio.

Si la parte demandante, en forma previa a interponer su demanda judicial, no


solicita ni concurre a la Audiencia respectiva ante un Centro de Conciliación
extrajudicial para los fines señalados en el artículo precedente, el Juez
competente al momento de calificar la demanda, la declarará improcedente
por causa de manifiesta falta de interés para obrar” (el énfasis es añadido).

Debe considerarse que el intento conciliatorio se refiere a la exigencia a la parte demandante de


acreditar en el proceso judicial que se instaure el cumplimiento copulativo de dos requisitos: (i)
solicitar la conciliación extrajudicial y (ii) concurrir a la audiencia de conciliación, puesto que de
manera contraria, cuando no haya solicitado la conciliación ni concurrido a la audiencia de
conciliación, el Juez deberá declarar la demanda improcedente por causa de
manifiesta falta de interés para obrar.

En otras palabras, se subsume la falta de intento conciliatorio a la carencia


manifiesta de interés para obrar, causal de declaración de improcedencia de la
demanda señalada en el numeral 2 del artículo 427 del Código Procesal Civil(11).

(11)
Código Procesal Civil:
“Artículo 427.- Improcedencia de la demanda.
El Juez declarará improcedente la demanda cuando:
El demandante carezca evidentemente de legitimidad para obrar; El
demandante carezca manifiestamente de interés para obrar;

298
La institución procesal del interés para obrar y su Relación con la conciliación extrajudicial

Hubiera sido interesante y mucho más práctico incorporar al artículo 427 del Código adjetivo
una causal distinta y autónoma de improcedencia como lo hubiera sido la falta de la copia
certificada del Acta de Conciliación Extrajudicial, en los procesos judiciales cuya materia se
encuentre sujeta a dicho procedimiento previo, para evitar interpretaciones que, vía remisión,
obliguen a equiparar la falta del intento conciliatorio con la falta de Interés para obrar, ello con la
finalidad de poder justificar la declaración de improcedencia de la demanda.

El hecho de considerar al procedimiento conciliatorio como un requisito de


procedibilidad supera la antigua distinción teórica entre Requisitos de forma y
requisitos de fondo que se aplicaba para distinguir un requisito de admisibilidad de un
requisito de procedibilidad, y que aún se encuentra regulada en nuestro Código
Procesal Civil(12). Estas categorías jurídicas, según la moderna doctrina procesal, se
diferencian ahora por el simple hecho de que, en caso de ausencia, la norma procesal
permite su subsanación, Requisito de Admisibilidad, o no, requisito de procedibilidad.

Así, se ordena al Juez a que proceda a la declaración de improcedencia de la demanda


por el incumplimiento del requisito previo del intento conciliatorio, es decir, al no
poder acreditar el demandante haber solicitado la Conciliación Extrajudicial ni
concurrido al procedimiento conciliatorio, a través de la respectiva acta de conciliación
extrajudicial, sin posibilidad de subsanar dicha omisión, con lo que tenemos que la
Conciliación Extrajudicial se convierte en un requisito de procedibilidad, excluyéndose
del análisis si se trata de un requisito de fondo o de forma. Es decir, no podría
argumentarse que el acta de conciliación es un requisito de fondo en tanto su ausencia
genera la declaración de improcedencia, sino únicamente que es un requisito de
procedibilidad porque su ausencia no puede ser subsanada.

Debe precisarse, además, que el valor de las actas de conciliación sin acuerdo es que se
constituyen en requisitos de procedibilidad, pero únicamente en los casos que se expi-

Advierta la caducidad del derecho;


Carezca de competencia;
No exista conexión lógica entre los hechos y el petitorio; El
petitorio fuese jurídica o físicamente imposible; o
g) Contenga una indebida acumulación de pretensiones.
Si el Juez estimara que la demanda es manifiestamente improcedente, la declarará así de plano expresan-do los
fundamentos de su decisión y devolviendo los anexos.
Si la resolución que declara la improcedencia fuese apelada, el Juez pondrá en conocimiento del deman-dado
el recurso interpuesto. La resolución superior que resuelva en definitiva la improcedencia produce efectos
para ambas partes”.
(12)
Código Procesal Civil:
“Artículo 128.- Admisibilidad y Procedencia-
El Juez declara la inadmisibilidad de un acto procesal cuando carece de un requisito de forma o este se cumple
defectuosamente. Declara su improcedencia si la omisión o defecto es un requisito de fondo.

299
F. Martín Pinedo Aubián

dan: (i) por falta de acuerdo, (ii) por inasistencia del invitado o (iii) en
determinados casos de conclusión fundamentada (como ocurre cuando el invitado
se niega a firmar el acta o se retira antes de la conclusión de la audiencia).

5. La Presentación Defectuosa del Acta de Conciliación Extrajudicial


(no constituye requisito de (prodecibilidad) (13)

Un tema distinto será cuando se cumpla con presentar el acta de conciliación como
requisito de procedibilidad, pero esta acta se vea afectada por una nulidad documental, en
los términos establecidos en el artículo 16 de la Ley de Conciliación(14). Dicho artículo

(13)
PINEDO AUBIÁN, F. Martín. “La subsanación de la demanda frente a la eventual nulidad del acta de
conciliación”. En: Diálogo con la Jurisprudencia. Publicación mensual de Gaceta Jurídica. N° 159. Año 17.
Lima, diciembre de 2011; pp. 133-145. También: PINEDO AUBIÁN, F. Martín. “Aspectos relevantes de la
exigencia previa de la conciliación extrajudicial en los procesos de desalojo”. En: Actualidad Civil. N° 36.
Lima, junio de 2017; pp. 31-41.
(14)
Ley N° 26872, Ley de Conciliación (modificada por el Decreto Legislativo N°1070): “Artículo 16.- Acta El
Acta es el documento que expresa la manifestación de voluntad de las partes en la Conciliación Extrajudicial.
El Acta debe contener necesariamente una las formas de conclusión del procedimiento conciliatorio señaladas
en el artículo anterior. El Acta deberá contener lo siguiente: Número correlativo.
Número de expediente.
Lugar y fecha en la que se suscribe.
Nombres, número del documento oficial de identidad y domicilio de las partes o de sus representantes y, de
ser el caso, del testigo a ruego.
Nombre y número del documento oficial de identidad del conciliador.
Número de registro y, de ser el caso, registro de especialidad del conciliador.
Los hechos expuestos en la solicitud de conciliación y, en su caso, los hechos expuestos por el invitado como
sustento de su probable reconvención, así como la descripción de la o las controversias correspondientes en
ambos casos. Para estos efectos, se podrá adjuntar la solicitud de conciliación, la que formará parte integrante
del Acta, en el modo que establezca el Reglamento.
El Acuerdo Conciliatorio, sea total o parcial, consignándose de manera clara y precisa los derechos, deberes u
obligaciones ciertas, expresas y exigibles acordadas por las partes; o, en su caso, la falta de acuerdo, la
inasistencia de una o ambas partes a la Audiencia o la decisión debidamente motivada de la conclusión del
procedimiento por parte del conciliador.
i. Firma del conciliador, de las partes intervinientes o de sus representantes legales, de ser el caso. j. Huella
digital del conciliador, de las partes intervinientes o de sus representantes legales, de ser el caso. k. El nombre,
registro de colegiatura, firma y huella del Abogado del Centro de Conciliación Extrajudicial, quien verificará
la legalidad de los acuerdos adoptados, tratándose del acta con acuerdo sea este total o parcial.
En el caso que la parte o las partes no puedan firmar o imprimir su huella digital por algún impedimento físico,
intervendrá un testigo a ruego quien firmará e imprimirá su huella digital. En el caso de los analfabetos,
también intervendrá un testigo a ruego, quien leerá y firmará el Acta de Conciliación. La impresión de la
huella digital del analfabeto importa la aceptación al contenido del Acta. En ambos casos se dejará constancia
de esta situación en el Acta.
La omisión de alguno de los requisitos establecidos en los literales a), b), f), j) y k) del presente artículo no
enervan la validez del Acta, en cualquiera de los casos de conclusión de procedimiento conciliatorio señalado
en el artículo 15.

300
La institución procesal del interés para obrar y su Relación con la conciliación extrajudicial

prescribe que la ausencia de algunos requisitos en el acta -los requisitos


establecidos en los incisos c), d), e), g), h), e i) del artículo 16, y que podemos
denominar requisitos esenciales de validez- van a afectar la validez del acta al
provocar la nulidad documental de la misma, imposibilitando su empleo como
requisito de procedibilidad. Asimismo, el Acta no deberá contener en ningún caso,
enmendaduras, borrones, raspaduras ni superposiciones entre líneas, bajo sanción
de nulidad. El Acta tampoco podrá contener las posiciones y las propuestas de las
partes o del conciliador, salvo que ambas lo autoricen expresamente.

En tal supuesto –la ausencia de requisitos esenciales de validez-, la parte afectada podrá
proceder conforme a lo establecido en el artículo 16-A de la Ley de Conciliación(15),
que establece un procedimiento de subsanación de las actas de conciliación –sean
títulos ejecutivos o requisitos de procedibilidad– que no contengan los requisitos
esenciales de validez del artículo 16. Efectivamente, el primer párrafo del artículo 16-A
de la Ley señala que en los casos que se haya omitido alguno o algunos de los
requisitos establecidos en los incisos c), d), e), g), h), e i) del artículo 16 de la Ley, el
Centro de Conciliación de oficio o a pedido de parte, deberá convocar a las partes para
informarles el defecto de forma que contiene el Acta y expedir una nueva que sustituya
a la anterior con las formalidades de ley.

La omisión en el Acta de alguno de los requisitos establecidos en los incisos c), d), e), g), h), e i) del presente
artículo, dará lugar a la nulidad documental del Acta, que en tal caso no podrá ser considerada como título
de ejecución, ni posibilitará la interposición de la demanda. En tal supuesto, la parte afectada podrá
proceder conforme a lo establecido en el artículo 16-A.
El Acta no deberá contener en ningún caso, enmendaduras, borrones, raspaduras ni superposiciones entre
líneas, bajo sanción de nulidad.
El Acta no podrá contener las posiciones y las propuestas de las partes o del conciliador, salvo que ambas lo
autoricen expresamente, lo que podrá ser merituado por el Juez respectivo en su oportunidad”. (el énfasis es
añadido).
(15) Ley N° 26872, Ley de Conciliación (modificada por el Decreto Legislativo N°1070):
“Artículo 16- A.- Rectificación del Acta”
En los casos que se haya omitido alguno o algunos de los requisitos establecidos en los literales c), d), e), g),
h), e i) del artículo 16 de la Ley, el Centro de Conciliación de oficio o a pedido de parte, deberá convocar a
las partes para informarles el defecto de forma que contiene el Acta y, expedir una nueva que sustituya a la
anterior con las formalidades de Ley. De no producirse la rectificación del Acta por inasistencia de la parte
invitada, el Centro de Conciliación expedirá nueva Acta por falta de Acuerdo. En caso de conclusión del
procedimiento conciliatorio sin acuerdo, si dicha Acta hubiese sido presentada en proceso judicial, y no se
haya cuestionado la nulidad formal en la primera oportunidad que tiene para hacerlo, se produce la
convalidación tácita de la misma. De haberse producido cuestionamiento por la parte contraria o haber sido
advertida por el Juez al calificar la demanda dará lugar a la devolución del Acta, concediendo un plazo de
quince (15) días para la subsanación.
El acto jurídico contenido en el Acta de Conciliación sólo podrá ser declarado nulo en vía de acción por
sentencia emitida en proceso judicial. (el énfasis es añadido).

301
F. Martín Pinedo Aubián

Adicionalmente, el tercer párrafo del artículo 16-A prescribe que, en caso de


conclusión del procedimiento conciliatorio sin acuerdo, si dicha acta hubiese sido
presentada en proceso judicial –se entiende solo como requisito de procedibilidad–, y
no se haya cuestionado la nulidad formal en la primera oportunidad que tiene para
hacerlo, se produce la Convalidación tácita de la misma. Esto supone que, aunque el
acta de conciliación presentada como requisito de procedibilidad adolezca de nulidad
documental, si ni el Juez competente al momento de calificar la demanda ni la parte
demandada al momento de contestar la misma hubiesen advertido la ausencia de
cualquiera de los requisitos esenciales de validez, la consecuencia será que precluye
cualquier posibilidad de interponer cualquier pedido de nulidad de la misma
cuestionando su validez. Lo que no queda claro es si esta prohibición de argumentar
una posible nulidad de oficio por parte del juez de primera instancia también despliega
sus efectos al juez de apelación y, eventualmente, al Juez de Casación.

Si el acta de conciliación sin acuerdo se constituye en un requisito de


procedibilidad para la interposición de una demanda, y la ausencia de requisitos
esenciales de validez señalados en el artículo 16 de la Ley de Conciliación provoca
la nulidad documental del acta de conciliación sin acuerdo impidiendo su empleo
como requisito de procedibilidad, entonces la lógica procesal nos llevaría a afirmar
que al no cumplirse con adjuntar un requisito de procedibilidad válido por ausencia
de requisitos esenciales de validez la sanción debiera ser la declaración de
improcedencia de la demanda y la devolución de anexos conforme lo señala el
artículo 427 del Código Procesal Civil, no permitiendo su subsanación.

Ya se expresó anteriormente el significado y diferencia entre un requisito de admisi-


bilidad y un requisito de procedibilidad, pero precisemos ahora la diferencia entre estos
por sus efectos. En primer lugar, nótese que el incumplimiento de un requisito de
admisibilidad de la demanda determina que el juez no admita a trámite la demanda
concediéndole al demandante el derecho de subsanar el defecto incurrido dentro de un
plazo determinado. Sin embargo, la situación es distinta en el caso de un requisito de
procedencia. Esta vez, el incumplimiento determina que el juez rechace la demanda, el
que tendrá la calidad de definitivo, es decir, no cabe subsanación por el demandante.

Recordemos que la conciliación ha sido pensada no solo como un acto anterior al proce-
so sino también como un mecanismo alternativo de solución de conflictos, implementa-
da como requisito de procedibilidad de la demanda, la que debe ser declarada improce-
dente por falta de interés para obrar cuando la parte demandante no acredite al Juez de
la demanda haber solicitado, concurrido y permanecido en la audiencia respectiva ante
un Centro de Conciliación Extrajudicial con fines de conciliación, Pero también debe
acreditarse la presentación de un acta de conciliación que, en tanto requisito de proce-

302
La institución procesal del interés para obrar y su Relación con la conciliación extrajudicial

dibilidad, contenga todos los requisitos esenciales de validez, con lo que se ratifica la
naturaleza de la conciliación como mecanismo alternativo de solución de conflictos pre-
judicial y de cumplimiento obligatorio para posibilitar la interposición de la demanda.

Empero, la segunda parte del tercer párrafo del artículo 16-A de la Ley de
Conciliación contiene un mandato procesal distinto que colisiona con toda lógica
procesal, pero que, en tanto disposición adjetiva específica, debe ser cumplida por
el Juez. Efectivamente, esta disposición adjetiva señala que, si el Juez advirtiera la
ausencia de requisitos esenciales de validez del acta presentada como requisito de
procedibilidad o se hubiese producido cuestionamiento en este extremo por la parte
demandada, entonces esto dará lugar a la devolución del acta concediéndose, al
demandante, un plazo de quince días para la subsanación.

Es decir, a pesar de ser el acta de conciliación un requisito de procedibilidad que en caso de


ausencia debe originar la declaración de improcedencia y la devolución de anexos, lo que
ocurre es una consecuencia distinta ya que se ordena no una subsanación del requisito
omitido o defectuoso, sino la devolución del acta de conciliación para que sea subsanada;
en otras palabras, se procede a devolver el acta afectada por la nulidad documental a
efectos de que sea subsanada conforme a las reglas del artículo 16-A de la Ley de
Conciliación, lo que supone un desglose de la misma a efectos de que sea reemplazada por
el acta nueva que ha subsanado a la anterior.

Esta situación resulta atípica en el proceso ya que el Juez no se rige por las reglas
de la declaración de inadmisibilidad de la demanda contenidas en el artículo 426,
esto es, ordenar la subsanación del defecto u omisión dentro de un plazo, ni por las
de improcedencia contenidas en el artículo 427 del Código adjetivo, declarar de
plano la improcedencia y devolver los anexos sin posibilidad de subsanación. Esto
supone encontrarnos frente a una nueva clase de mandato procesal en la que el Juez
devuelve el acta de conciliación al demandante y le concede un plazo de 15 días
para su subsanación. Debe quedar claro que, como hemos visto, no siempre se va a
producir la subsanación por la posible inconcurrencia de las partes a la sesión que
convoque para estos efectos el Centro de Conciliación Extrajudicial, lo que
significaría el rechazo de la demanda y el archivo definitivo del expediente.

6. El Fortalecimiento de la Conciliación Extrajudicial a través de su


Obligatoriedad (restringida territorialmente)

Un tema adicional que debe merecer atención por parte del Ministerio de Justicia es el
relacionado a la obligatoriedad de la conciliación extrajudicial como requisito de proce-

303
F. Martín Pinedo Aubián

dibilidad, que viene siendo implementada de manera progresiva. En palabras de Elvira


Martínez Coco(16), la conciliación emana de la voluntad de las partes, del acuerdo al que
estas arriben, y esta obligatoriedad a la que alude la Ley peruana, al igual como lo hace
la Ley argentina y la colombiana, se refiere a la obligación de la concurrencia previa al
proceso y está dirigida a crear la oportunidad para conciliar sin “obligar” a que se
llegue al acuerdo conciliatorio mismo, pues la conciliación no es un juicio, no es un
proceso, es simplemente un acto y su resultado puede ser positivo o negativo, por tanto
no se propicia la “obligación de conciliar” sino promover “la comunicación directa
entre las partes para la solución extrajudicial de la controversia”. Sostiene que, la
obligatoriedad de la conciliación es la única manera de lograr que la ley no se convierta
en una declaración lírica con ninguna o escasa utilización en la realidad.

Recordemos que por Decreto Supremo N° 005-2010-JUS se estableció el calendario oficial


de entrada en vigencia de la obligatoriedad de la conciliación extrajudicial y se ordenó que
sean no menos de tres distritos conciliatorios por año. A la fecha, la Conciliación
Extrajudicial es exigida como requisito de procedibilidad en los distritos conciliatorios de
Lima, Callao, Trujillo, Arequipa, Cusco, Huancayo, Cañete, Huaura, del Santa, Piura, Ica,
Chiclayo, Cajamarca, Puno, Huamanga, Huánuco, Tacna, Maynas, Huaraz, San Martín,
Tumbes, Coronel Portillo, Mariscal Nieto, Abancay, Pasco, Huancavelica, Tambopata,
Chachapoyas, San Román, Sullana, Barranca, Moyobamba, Chincha, Pisco, Rioja, Satipo,
Ilo, Andahuaylas, Huanta, Camaná, Leoncio Prado, Cajabamba, Jaén, Acobamba, Nazca,
Lambayeque, Huaral y Ferreñafe, estando próxima a implementarse en las provincias de
Huaylas, Caylloma, La Mar, Chanchamayo, La Convención y Talara.

En estas 54 provincias se ha fortalecido la Conciliación Extrajudicial al ser


considerada como un requisito de procedibilidad previo a la interposición de una
demanda que verse sobre derechos disponibles de Naturaleza Civil, aunque una vez
cumplido el intento conciliatorio y judicializada la controversia la conciliación
procesal tiene un carácter facultativo, en mérito a las modificaciones introducidas
al Código Procesal Civil por el Decreto Legislativo N° 1070(17).

Es decir, tenemos que la obligatoriedad de la exigencia de la Conciliación Extrajudicial


como requisito de procedibilidad se presenta en un ámbito territorial restringido, con lo
que, en la práctica, este esquema de fortalecimiento de la conciliación extrajudicial no
opera en el resto de provincias del país donde se aprecia un esquema de debilitamiento
de ambos sistemas conciliatorios, Extrajudicial y Procesal, toda vez que ni se exige

(16)
MINISTERIO DE JUSTICIA. Legislación sobre Conciliación. 2da edición, Lima, 2000; pp. 13-14.
(17)
PINEDO AUBIÁN, F. Martín. La Conciliación Extrajudicial: problemas más frecuentes y soluciones.
Lima: Gaceta Jurídica, 2017; pp. 466-469.

304
La institución procesal del interés para obrar y su Relación con la conciliación extrajudicial

el cumplimiento de requisito de procedibilidad alguno, que torna en la práctica a la


Conciliación Extrajudicial en facultativa, y al interior del proceso judicial los jueces se
encuentran con una audiencia de conciliación judicial de carácter facultativo.

Resumiendo, en aquellos lugares donde no se encuentra implementada la


obligatoriedad de la exigencia de la Conciliación Extrajudicial no existe ningún
tipo de conciliación, ni procesal ni extrajudicial.

En este orden de ideas, al margen de continuar por la implementación progresiva de la


Conciliación Extrajudicial como requisito de procedibilidad, debería volverse a la
redacción original del Código Procesal Civil en lo que respecta a la obligatoriedad de la
realización de la conciliación procesal a fin de propiciar y mantener el empleo de un
sistema de conciliación procesal en aquellos lugares en donde no se haya implementado la
obligatoriedad de la Conciliación Extrajudicial. Una vez implementada la obligatoriedad de
la Conciliación Extrajudicial podría declararse la no aplicación de las disposiciones
adjetivas relativas a la conciliación procesal, aunque siempre hemos sido partidarios de la
convivencia de ambos sistemas conciliatorios de manera obligatoria.

Los artículos 324, referente a la posibilidad de realizar una audiencia de conciliación en


cualquier etapa del proceso ante un centro de conciliación o ante el juez de la causa, y 327
del Código Procesal Civil, relativo a la posibilidad de que en un proceso abierto las partes
puedan conciliar fuera de este, pueden mantener la estructura actual que permitiría emplear
a la Conciliación Extrajudicial como una forma especial de conclusión del proceso, pero
insistimos en que en los demás casos debería volverse a la fórmula original de una
regulación procesal de conciliación judicial obligatoria que permita su empleo en aquellos
lugares donde aun no se ha fortalecido el Sistema de Conciliación Extrajudicial(18).

7. Conclusión

El régimen de obligatoriedad de la exigencia de la Conciliación Extrajudicial como


requisito de procedibilidad reposa en el artículo 6 de la Ley de Conciliación, el mismo
que sanciona al demandante con la declaración de improcedencia de su demanda por
manifiesta falta de interés para obrar cuando aquel no acredita ante el juez haber cum-
plido previamente con solicitar y concurrir a la audiencia de Conciliación Extrajudicial.

Este artículo lo que hace es subsumir el cumplimiento del requisito de procedibilidad


de la conciliación a una de las causales de declaración de improcedencia de la deman-

(18)
AA.VV. Óp. cit.; pp. 56-69 y 79-87.

305
F. Martín Pinedo Aubián

da como es la que el demandante carezca manifiestamente de interés para obrar.


Pero, coincidiendo con Jaime Abanto, cuando se pregunta ¿Qué relación tiene el
interés para obrar con la solicitud o asistencia a una audiencia de conciliación
extrajudicial? Terminamos afirmando que no existe ninguna relación(19).

Estamos frente a un intento por reforzar un régimen obligatorio de la Conciliación


Extrajudicial que únicamente funciona en los casos que se advierta la falta de
intento conciliatorio, donde es claro que el juez debe declarar de plano
improcedente la demanda interpuesta al amparo de la falta de interés para obrar.

Situación distinta será cuando se produzca la presentación defectuosa del acta de


conciliación como requisito de procedibilidad, que no genera una obligación de
declaración de improcedencia de la demanda por parte del juez, sino que produce
una obligación procesal para que el juez otorgue un plazo para subsanar la
presentación de un acta afectada por una nulidad documental.

“Tal vez el asunto podría tener una solución feliz si se evitase equiparar instituciones
procesales vía remisión, y se señalase una causal específica de declaración de
improcedencia de una demanda simplemente por no cumplir con el requisito de
procedibilidad de adjuntar a la demanda el acta de conciliación extrajudicial por falta
de acuerdo, en aquellos casos, y lugares, donde sea obligatorio”.

(19)
ABANTO TORRES, Jaime David. La Conciliación Extrajudicial y la Conciliación Judicial: Un Puente
de Oro entre los MARC´S y la justicia ordinaria. Lima: Editorial Grijley, 2010; p. 59.

306
La institución procesal del interés para obrar y su Relación con la conciliación extrajudicial

Bibliografía

ABANTO TORRES, Jaime David. La Conciliación Extrajudicial y la


Conciliación Judicial: Un Puente de Oro entre los MARC´S y la justicia ordinaria.
Lima: Editorial Grijley, 2010.

AVENDAÑO VALDEZ, Juan Luis. “El interés para obrar”. En: Themis. N° 58.
Lima, noviembre 2010.

AA.VV. Código Procesal Civil Comentado. Tomo III. Lima: Gaceta Jurídica, 2016.

EQUIPO DE INVESTIGACIÓN DE ACTUALIDAD JURÍDICA. ¿Cómo evitar


que una demanda sea declarada inadmisible o improcedente?. En: Actualidad
Jurídica. Publicación mensual de Gaceta Jurídica. N° 287. Lima, octubre de 2017.

PINEDO AUBIÁN, F. Martín.


“¡Ni a favor ni en contra, todo lo contrario!: Problemas derivados de la interpretación y
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308
El misterio de la acumulación y desacumulación
de procesos en el Código Procesal Civil peruano
de 1993(*)
Renzo Cavani(**)
David Ibarra(***)
Sumilla

El presente artículo analizar el tema de la acumulación de procesos en


el CPC peruano de 1993, demostrando que existen deficiencias y
omisiones en la regulación. De ahí busca interpretar la legislación
procesal para identificar los tipos de acumulación y desacumulación
y, asimismo, proponer criterios para orientar la práctica judicial con la
finalidad de garantizar adecuadamente los derechos de las partes.

Palabras clave

Acumulación/ pretensión/ proceso

(*)
Este artículo fue recibido el 22 de octubre del 2018 y su publicación fue aprobada el 5 de noviembre de
2018.
(**)
Profesor a tiempo completo del área «Sistema de justicia y solución de conflictos» en la Pontificia Uni-
versidad Católica del Perú (PUCP). Profesor en la Academia de la Magistratura (AMAG). Doctorando en el
área de Filosofía del Derecho en la Universitat de Girona (UdG). Miembro del Grupo de Investiga-ción
PRODEJUS-PUCP. Investigador en la Catedra de Cultura Jurídica de la misma Universidad. Ma-gíster por la
Universidad Federal do Rio Grande do Sul (UFRGS). Abogado por la Universidad de Lima. Miembro del
Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal (IIDP), del Instituto Brasileiro de Direito Processual (IBDP) y
de la Associação Brasileira de Direito Processual (ABDPro). Amicus Curiae en el X Pleno Casatorio Civil de
la Corte Suprema de Justicia del Perú. Fue miembro de la Comisión Revisora del Código Procesal Civil
convocada por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos (2016-2017).
Adjunto de cátedra en los cursos «Postulación del Proceso» y «Tutela Ejecutiva y Protección Cautelar» de la
Facultad de Derecho de la PUCP (2018-2). Fue Adjunto del curso Instituciones del Proceso» del Programa de
Segunda Especialidad en Derecho Procesal de la PUCP (2018-1y 2019-1). Maestrista en Derecho Procesal por
la PUCP. Especialista en Derecho Civil Patrimonial por el Centro de Educación Continua de la PUCP.
Asociado al Estudio Javier Valle-Riestra, López Flores & Munar Abogados. Abogado por la Universidad
Privada Alas Peruanas. Miembro del Grupo de Investigación PRODEJUS-PUCP.

309
Renzo Cavani y David Ibarra

1. Premisa

Muchas críticas pueden tejerse contra el Código Procesal Civil peruano de 1993 (en
adelante: CPC). Una de ellas puede dirigirse contra la ideología plasmada,
específicamente, un publicismo exacerbado con la consiguiente reducción de los
poderes de las partes y los espacios de autonomía privada. Otra crítica, no menos
sólida, puede orientarse contra la falta de rigurosidad dogmática de las instituciones
reguladas, por exhibir un profundo desconocimiento de los avances de la ciencia
del derecho procesal, inclusive en la época en que el CPC entró en vigencia. Este
último punto es fundamental no solamente por la importancia de la cientificidad de
la legislación, sino por la necesidad de proveer una guía clara y segura para jueces
y justiciables a través de soluciones prácticas adecuadas.

La regulación de la acumulación en el CPC padece, de hecho, de serios problemas en el


manejo de conceptos fundamentales (para muestra, un botón: entender que acumulación
subjetiva equivale a litisconsorcio(1)), de una técnica legislativa bastante pobre, hay muchos
textos que no expresan normas porque se dedican a definir, clasificar o ejemplificar lo cual
redunda en una sustancial inutilidad(2) y de hecho, de palpables antinomias

(1)
Esto es bien advertido críticamente por MATHEUS, Carlos. Parte, tercero, acumulación e intervención
procesal. Lima: Palestra, 2001; p. 66. REGGIARDO, Mario. Aplicación práctica de la acumulación en el
proceso civil. En: Themis. N° 58. Lima, 2010; p.146. APOLÍN, Dante. “¿Acumulación subjetiva o
litisconsorcio? ¿Tratamiento del litisconsorcio en el proceso civil peruano?” En: Ius et Veritas. N° 42. Lima,
2011; p. 175. y ARIANO, Eugenia. Comentarios al Código Procesal Civil Comentado. En: Renzo Cavani
(coordinador). Tomo I, Lima: Gaceta Jurídica, 2016; p. 517. El artículo 83 CPC dice lo siguiente: En un
proceso puede haber más de una pretensión, o más de dos personas. La primera es una acumulación objetiva
y la segunda una acumulación subjetiva. Parecería, por tanto, que la acumulación subjetiva no sería otra cosa
que el litisconsorcio (exactamente como lo entiende MONROY GÁLVEZ, Juan. Partes, acumulación,
litisconsorcio, intervención de terceros y sucesión procesal en el Código Procesal Civil. La formación del
proceso civil peruano, 3era. edición. Lima: Communitas, 2010; p. 355. cuando clasifica la “acumulación
subjetiva” en “activa”, “pasiva” o “mixta”). Pero ¿es esto posible? En nuestra opinión no. Hablar de
«acumulación» exige estar siempre ante la presencia de una pluralidad de pretensiones. ¿Por qué?
Sencillamente porque puede haber litisconsorcio sin acumulación: dos acreedores demandan obligación de dar
suma de dinero a un deudor. ¿Puede sostenerse que existe «acumulación subjetiva» cuando apenas vemos una
pretensión única? Ciertamente no (en el mismo sentido: ARIANO, Eugenia. Óp. cit.; p. 517.). Este, creo, es
uno de esos tantos errores del CPC producto de una falta de estudio de la dogmática procesal para legislar. Y,
por si fuera poco, el artículo 86 (cuya sumilla dice «requisitos de la acumulación subjetiva de pretensiones»),
en el § 2 expresa: “[La acumulación subjetiva] se presenta cuando en un proceso se acumulan varias
pretensiones de varios demandantes o contra varios demandados” (énfasis agregado). ¿No era que la
«acumulación subjetiva» solamente se refería a sujetos y no a las pretensiones? La contradicción, pues, está
consumada. Y esta apenas se dio mediando tres artículos de diferencia.
(2)
ARIANO, Eugenia. Óp. cit.; p. 550. No se trata que las definiciones no interesan para la formulación de la
norma. Al final y al cabo, constituyen fragmentos de normas conforme GUASTINI, Ricardo. Le fonti
del diritto. Fondamenti teorici. Milán: Giuffrè (trad. esp. L. Cárdenas y C. Moreno: Las fuentes del derecho.
Fundamentos teóricos. Lima: Raguel), 2010; p. 63. El tema es que las definiciones del CPC son, en

310
El misterio de la acumulación y desacumulación de procesos en el Código Procesal Civil peruano de 1993

y lagunas normativas. A final de cuentas, teniendo en cuenta las particularidades de nuestra


cultura jurídica, entre ellas la necesidad de ofrecer a los jueces disposiciones claras y muy
específicas, infelizmente todas estas circunstancias conducen a decisiones contradictorias
entre los propios juzgadores y, por ello, una latente inseguridad, lo cual repercute
frontalmente en la tutela de los derechos de los justiciables.

El presente artículo busca enfrentar específicamente la forma cómo se podría efectivizar la


acumulación de procesos, una vez que el juez ha verificado la viabilidad de la acumulación.
Por ello, no es propiamente nuestro objetivo realizar una exposición completa sobre este
tema, pues eso requeriría analizar, también, el artículo 90 CPC, que contiene los requisitos
procedimentales para determinarse la acumulación (lo cual ya ha sido bien explorado por
un sector de la doctrina(3)). El propósito aquí es desentrañar interpretativamente el CPC para
clarificar qué es lo que debe hacer el juez una vez que decidió ordenar la acumulación de
procesos por verificar la existencia de conexión. En una palabra: se trata de contribuir para
que la acumulación de procesos ya no sea más un misterio(4).

2. Acumulación de pretensiones y acumulación de procesos

La acumulación de procesos viene a ser una especie de acumulación de pretensiones(5)


por no ser otra cosa que pretensiones intentadas en diferentes procesos. En efecto, así
como se realiza un análisis respecto de la conexión(6) entre las pretensiones propuestas
en una demanda a fin de determinar si el fenómeno acumulativo está bien planteado,
también la conexión es un presupuesto para que proceda la acumulación de procesos.
No ocurre diferente con los requisitos procedimentales del artículo 85, a saber, la
competencia (por materia) y la vía procedimental, y con los requisitos materiales del
artículo 86 cuando no existe identidad de sujetos (elementos comunes en la causa de
pedir o el pedido o, en todo caso, elementos afines).

gran medida, inútiles para reconstruir las diversas prescripciones cuya importancia, fundamentalmente, reside
en los criterios para saber cuándo es posible acumular.
(3)
Cfr. ARIANO, Eugenia. Óp. cit.; pp. 557-559.
(4)
A diferencia del ensayo “Mistero del proceso”, donde SATTA sentenciaba que la característica del proceso
era que, el juicio en él resuelto sea decidido por un tercero, este ensayo, como hemos reseñado, tiene un
propósito específico y mucho más delimitado. SATTA, Salvatore. “II mistero del proceso”. En: Rivista
di Diritto Processuale. Volume IV, Parte I, Milano: Padova, 1949; pp. 273-288.
(5)
Cfr. ARIANO, Eugenia. Óp. cit.; pp. 550-551. MATHEUS, Carlos. Óp. cit.; p. 76. Este último autor habla de
«acumulación de autos», aunque no parece distinguir entre acumulación parcial y total, como se defiende en
este texto. Sobre el concepto de pretensión, cfr. Cavani, 2016: 181 ss.
(6)
Para un estudio sobre la conexión, cfr. APOLIN, Dante. “La conexidad como requisito para una debida
acumulación de pretensiones”. En: El proceso civil: enfoques divergentes. Lima: Instituto Riva-Agüero, pp.
73-82. ARIANO, Eugenia. Óp. cit.; pp. 519-524.

311
Renzo Cavani y David Ibarra

Más allá del equívoco binomio “acumulación objetiva = pluralidad de pretensiones” y


“acumulación subjetiva pluralidad de sujetos”, lo cierto es que el CPC, en su artículo
88 inciso 3, señala que existe acumulación, la así llamada objetiva sucesiva, “cuando
de oficio o a petición de parte, se reúnen dos o más procesos en uno, a fin de que una
sola sentencia evite pronunciamientos jurisdiccionales opuestos”. De forma bastante
curiosa, el artículo 89, inciso 2 no dice absolutamente nada diferente cuando señala que
existe acumulación subjetiva sucesiva “cuando dos o más pretensiones intentadas en
dos o más procesos autónomos, se reúnen en un proceso único”.

El defecto en la técnica legislativa es clamoroso, puesto que se parte de la clasificación


entre acumulación objetiva y subjetiva y, a partir de allí, con afán explicativo, busca
abordar los supuestos en donde se produce cada una de estas acumulaciones luego de
propuesta la demanda. Lo cierto es que, partiendo de la premisa que la acumulación
únicamente es objetiva porque solo puede versar sobre pluralidad de pretensiones, los
esfuerzos del legislador se tornan vanos: la acumulación de procesos es exactamente
igual en un caso y otro, porque lo que interesa es, en realidad, que existan pretensiones
conexas iniciadas en diferentes procesos(7).

3. Entender la acumulación a partir de la desacumulación

Como hemos advertido, no es nuestro propósito tratar sobre los requisitos procedimen-tales
que autorizan la acumulación de procesos. Tampoco buscamos desarrollar la idea de
conexión, que es, propiamente, el requisito fundamental para toda acumulación, así como el
vínculo prejudicialidad-dependencia(8). Aquí la pregunta que buscamos responder es, una
vez que se verifica la viabilidad de la acumulación, ¿qué debe hacerse?

Dadas las vicisitudes del CPC en cuanto a técnica legislativa, para responder a esta
pregunta es necesario razonar a la inversa. Primero hay que constatar si es posible
desacumular, y si ello es así es porque, lógicamente, ya existe una acumulación
efectivizada o, cuando menos, ya ordenada. Entonces, a partir de la interpretación
de los artículos 89 in fine y 91, es posible constatar que existen dos tipos de
desacumulación que el legislador ha previsto.

Veamos, el artículo 89 in fine dice: “En este último caso [se refiere al inciso 2 transcrito
más arriba], atendiendo a la conexidad y a la eventual diferencia de trámite de los proce-

(7)
Conforme APOLIN, Dante. “Apuntes iniciales en torno a la acumulación de pretensiones”. En: Derecho
&Sociedad, N° 25, 2005; p. 36.
(8)
Cfr. ARIANO, Eugenia. Óp. cit.; pp. 553-555, y la bibliografía allí citada.

312
El misterio de la acumulación y desacumulación de procesos en el Código Procesal Civil peruano de 1993

sos acumulados, el juez puede disponer su desacumulación en el trámite, reservándose el


derecho de expedir una sola sentencia”. Aquí, desacumular en el trámite partiría del prius
lógico de que ya existen procesos acumulados (esto es: procesos reunidos). ¿Qué quiere
decir esto? Que el juez ya reunió dos o más procesos, pero, por diversas circunstancias,
dispone que cada uno se tramite separadamente, con la siguiente particularidad: que sea
ante él mismo. Esto es muy coherente: el hecho que se tramiten ante el mismo juzgado y
que reciban una misma sentencia refleja precisamente una acumulación, instituto destinado
a evitar sentencias contradictorias y promover la economía procesal (9), en ambos casos para
no tener que tramitar procesos diferentes ante diversos jueces. Como veremos más adelante,
esta idea de que deberían existir procesos ya fusionados para luego recién poder
desacumularlos en el trámite puede –y debe– ser problematizada.

Por su parte, el artículo 91 señala: “Cuando el juez considere que la acumulación afecte
el principio de economía procesal, por razón de tiempo, gasto o esfuerzo humano, pue-
de separar los procesos, los que deberán seguirse independientemente, ante sus jueces
originales”. Aquí estamos, también, en una hipótesis en donde el juez ya acumuló.
Pero, rigurosamente, dos podrían ser los escenarios: (i) que exista fusión de procesos y
(ii) que exista acumulación de procesos, pero cada uno con trámite independiente, es
decir, ya desacumulados en el trámite. En ambos casos hay acumulación, por supuesto,
pero el juez, por diversas circunstancias, determina que debe deshacer la acumulación
realizada por él mismo y, por tanto, remitir el proceso a sus juzgados originales.

A partir de esto, podemos concluir que son dos los tipos de desacumulación, a saber: (i)
desacumulación en el trámite (artículo 89 in fine); y (ii) desacumulación total (artículo 91).

Líneas arriba, al hablar de la desacumulación en el trámite, mencionamos que la


acumulación debería estar efectivizada o, cuando menos, ordenada. Lo que queremos decir
es que, para que proceda la desacumulación, no necesariamente los procesos deben haberse
fusionado, como parecería presuponer el CPC. De hecho, una hipótesis también plausible
es la siguiente: que el juez ordene la acumulación, pero, inmediatamente, en la misma
resolución, disponer su desacumulación en el trámite, a fin de evitar que se fusionen. Con
ello se acumulan ante él para que ambos reciban una sola sentencia(10).

(9)
Sobre la economía procesal en la acumulación, desde una perspectiva económica. REGGIARDO, Ma-rio.
“Aplicación práctica de la acumulación en el proceso civil”. En: Themis, N° 58, 2010; pp.147-149.
(10)
La última expresión del artículo 89 in fine es absolutamente equívoca. Los únicos que “se reservan el
derecho” son las partes y no el juez, porque este, como órgano jurisdiccional, no tiene propiamente de-rechos
subjetivos, sino poderes y deberes. No es verdad que queda en la discrecionalidad del juez decidir si emite una
sentencia única para ambos procesos o si lo hace para cada uno. Varias son las razones:
(1) Si un juez asume competencia respecto de un proceso es porque existe conexidad con el otro que

313
Renzo Cavani y David Ibarra

O sea, la fórmula, simplificada, que podría aparecer en una resolución judicial de


ese tipo sería algo así:

Primero: Ordeno la acumulación de los procesos tramitados bajo los números de


expediente X e Y. Segundo: Ordeno la desacumulación en el trámite por las
razones expuestas en el considerando C1(11).

El asunto reside en lo siguiente: si es que se reúnen procesos, como veremos en el


siguiente ítem, es porque los trámites se fusionan y, con ello, las pretensiones,
defensas, medios probatorios, etc. Todo pasa a formar parte de un solo
procedimiento. En este punto cabe problematizar sobre la hipótesis de una
acumulación y, luego, ordenar la desacumulación.

Imaginemos que este nuevo procedimiento avanza por un tiempo. ¿Cómo hacer para, luego,
desacumular en el trámite? En realidad, los procesos acumulados ya no existen más: ahora es
uno nuevo. Por tanto, y dado que hubo una serie de actuaciones posteriores, si es que el nuevo
proceso se escindiese, se crearían dos nuevos procesos: ya no son los mismos que fueron
acumulados. En ese caso, ¿debería retornarse al estado donde se encontraban antes de que sean
acumulados? Pensamos que no: esto violaría el derecho fundamental al plazo razonable y, en la
práctica, tendría casi el mismo efecto que una nulidad cuando, en realidad, no hay vicio alguno.
Entonces, si no se puede retornar, ¿cómo hacer para que distribuir los actuados en cada uno? ¿Se
aprovecharían actos procesales? ¿Qué actuados corresponderían a uno y otro? ¿Debería
expedirse copias certificadas para alguno de uno de ellos? Y si es que los actuados se repiten,
¿no vulneraría ello el principio de economía procesal, que es precisamente lo que el juez quiso
preservar al disponer la acumulación de procesos?(12).

ya venía tramitándose en su juzgado; por ello, si es que una pretensión no podría decidirse sin resolver antes
la otra, desde una perspectiva pragmática, la decisión respecto de ambas debería ser parte del mismo
razonamiento y fundamentación. (2) No tiene mucho sentido emitir dos resoluciones diferentes repitiendo,
aunque sea parcialmente, los mismos argumentos y, aún peor, declarando el mismo derecho o emitiendo la
misma orden por partida doble. (3) Si son dos las sentencias, ¿cómo haría la parte para apelar? ¿Sería un doble
recurso de apelación? (4) El riesgo de algún tipo de contradicción entre las decisiones (que es exactamente lo
que se busca evitar) podría aumentar. Por ello, y una vez más, habría que realizar una interpretación
correctiva del CPC: allí donde se lee “reservándose el derecho de expedir una sola sentencia” debe entenderse
“expidiendo una sola sentencia”.
(11)
De hecho, una resolución como esta sería acorde a la fórmula que el CPC estaría planteando. Pero,
estrictamente, no vemos mucho sentido en “acumular y desacumular”. Más bien, tendría mucha más
coherencia acumular no totalmente, sino parcialmente (totalmente = fusión; parcialmente = no fusión). La
acumulación parcial, pues, no tiene por qué incluir una desacumulación en el trámite, como si la acumulación
de procesos solamente fuese mediante reunión. Esto será explicado en el texto.
(12)
La inspiración parece haber estado en la legislación argentina (específicamente, el artículo 193 del Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación). Al respecto, para un comentario sobre el asunto, cfr. PALACIO,
Lino Enrique. Manual de Derecho Procesal Civil, 17ma. edición. Buenos Aires: Abeledo-Perrot, 2003; p. 188.
Por su parte, el Código Procesal Civil Modelo para Iberoamérica contiene una amplia regulación sobre la

314
El misterio de la acumulación y desacumulación de procesos en el Código Procesal Civil peruano de 1993

Por ejemplo, un caso donde se entendió incorrectamente el fenómeno de la desacumu-lación


sustentada en la economía procesal fue en la Casación N° 508-2015-Piura. En dicho
proceso sobre restablecimiento del derecho permanente por concepto de pago de subsidio de
apoyo económico, refrigerio y pago por dicho concepto, dirigido contra el Gobierno
Regional de Piura, se advirtió la existencia de una nulidad insubsanable por no haberse
notificado la sentencia de primera instancia (que declaró infundada la demanda) a la
totalidad de demandantes, se había dirigido las cédulas de notificación a la casilla judicial
de solo uno de ellos. Esto originó que únicamente el demandante notificado interpusiera
recurso de apelación, obteniendo, con posterioridad, sentencia favorable.

Ante esta situación, los demandantes que no interpusieron apelación alegaron la existencia
de un vicio que desencadenaba la nulidad, lo cual fue desestimado tanto en primera como
en segunda instancia. Luego de interpuesto el recurso de casación, la Corte Suprema
advirtió la indefensión ocasionada y, como consecuencia de ello, ordenó que se desacumule
el proceso resuelto a efectos de no impedir el trámite de su ejecución, y que se notificara la
sentencia a los demandantes, siguiéndose este último de forma independiente.

A partir de aquí surgen las siguientes interrogantes: ¿era jurídicamente posible ordenar la
“desacumulación” de un proceso resuelto con calidad de firme? ¿Cómo se cumple con el
mandato del artículo 91 CPC que ordena que los procesos se tramiten ante sus jueces
originales? Consideramos que no era jurídicamente posible ordenar una desacumulación en
tanto que uno de los requisitos para que esta opere es que los procesos que se pretenden
desacumular no se encuentren sentenciados. De otro lado, cuando el artículo 91 CPC hace
alusión a los jueces originales, ciertamente no se refiere al juzgado de origen. Debe tenerse
en cuenta que, siendo la fase ejecutiva una etapa dentro del mismo proceso, no se debió
disponer la apertura de otro proceso, vía desacumulación, para ejecutar la sentencia
respecto a uno de los demandantes, sino, a lo mucho, disponer la apertura de un cuaderno
dentro del mismo proceso para que se proceda a tal fin.

Pensamos que son demasiados problemas para una hipótesis que, en realidad y en opinión
nuestra, no debería ocurrir: que el juez fusione procesos y, luego, por las mismas razones
que lo llevaron a reunirlos, disponga desacumularlos en el trámite. En efecto, si el juez
acumula por conexidad y en la vía procedimental más lata (artículo 85 in fine) ¿Por qué
habría de desacumular por conexidad y por diferencia en la vía procedimental

acumulación de autos, regulándola como incidente especial (artículos. 287 y 288). Allí, el artículo 288.8
señala: “Decretada la acumulación, el proceso más adelantado en su trami-tación detendrá su curso hasta que
todos lleguen al mismo estado; en adelante se tramitarán en un solo expediente y se fallarán por una misma
sentencia” (énfasis agregado). Queda claro, pues, que la previsión es por una auténtica fusión, como el CPC,
solo que en este último caso dista de ser claro.

315
Renzo Cavani y David Ibarra

(artículo 89 in fine)(13)? No vemos razón para que ello ocurra, ni siquiera por una
causal sobrevenida, que es lo único que podría ocurrir. En la práctica, el juez
estaría dando marcha atrás, admitiendo que se equivocó. Pero ¿por qué las partes
tendrían que pagar por este error?

Peor aún sería si es que, ante una desacumulación en el trámite (y ya habiéndose perdido
tiempo en la remisión del expediente tras la orden de acumular), el juez simplemente decide
devolverlo a su juzgado de origen(14). El legislador dice que ello podría ocurrir cuando se
afecte el principio de economía procesal (gasto, esfuerzo, tiempo), que es, precisamente,
una condición (secundaria) para poder acumular(15). Pero ¿qué debería

(13)
La Ley N° 30293 modificó el artículo 85, permitió que las pretensiones con diferentes vías procedimentales de
conocimiento se acumulen en la vía más lata. Esto, evidentemente, también vale para la acumulación de
procesos, pero no se llegó a modificar el artículo 89 in fine, que partiría de la premisa de que no se podría
acumular procesos con trámites diferentes. Así, si se acumulan procesos con trámites diferentes (digamos:
conocimiento pleno con abreviado, conocimiento pleno con sumarísimo o abreviado con sumarísimo),
entonces podría desacumularse en el trámite. Empero, con la modificación del artículo 85, en nuestra opinión,
la diferencia en el trámite ya puede ser más un obstáculo para fusionar procesos (acumulación total). En el
mismo sentido, ARIANO, Eugenia. Óp. cit.; pp. 554 -555.
(14)
Esta desacumulación resulta contraria con lo dispuesto en el último párrafo del artículo 89 CPC y con
la finalidad de evitar sentencias contradictorias. APOLIN, Dante. Comentario al artículo 91. Código Procesal
Civil Comentado (coord.: J. Camargo), v. I. Arequipa: Adrus, 2010; p. 433. Sin embargo, lo que en realidad
existe, para ser más rigurosos con el lenguaje, es una antinomia entre los artículos 89 in fine y 91 CPC frente
al artículo 406 CPC (“el juez no puede alterar las resoluciones después de notificadas”), ya que se verificaría
una alteración de una resolución que ya adquirió estabilidad. De esto nos ocuparemos en un posterior trabajo
debido a que escapa del propósito del presente ensayo.
(15)
No debe perderse de vista que “en la acumulación de procesos, el fundamento primordial es evitar
pronunciamientos contradictorios, y solo secundariamente obtener economía procesal” (DE LA OLIVA,
Andres; DIEZ-PICAZO, Ignacio y VEGAS, Jaime. Curso de Derecho Procesal Civil I. Parte General.
Madrid: Editorial Universitaria Ramón Areces, 2012, p. 462; en el mismo sentido, CHIOVENDA, Giuseppe,
Principii del diritto processuale civile. Nápoles (trad. esp. J. Casais y Santaló: Principios de Derecho
Procesal Civil. Madrid: Reus). Consultor de los ayuntamientos y de los juzgados municipales, 1882: Ley de
Enjuiciamiento Civil de 3 de febrero de 1881. Anotada y concordada. 3era. edición. Madrid: Imprenta de E.
De la Riva, 1922; p. 687; APOLIN, Dante. Óp. cit.; p. 433. Si esto es así, en el artículo 91 CPC el legislador
peruano ha regulado la institución a la inversa (concretamente, la desacumulación total) en el sentido que
privilegia la economía procesal en desmedro de evitar pronunciamientos contradictorios. No olvidemos que
en la exposición de motivos del Código Procesal Constitucional del 2004 se señaló expresamente que la
acumulación, en los procesos de amparo, persigue “evitar que el sistema de impartición de justicia expida
decisiones contradictorias (artículo 50)” (RIOJA, Amancio. Exposición de Motivos. Código Procesal
Constitucional y su jurisprudencia en nuestro Tribunal Constitucional. 3era edición, Lima: Jurista Editores,
2013; p. 26). No obstante ello, en honor a la verdad, cabe señalar que existen posiciones que sostienen que la
reunión de procesos se sustentan en criterios de orden económico, ya que brinda la posibilidad de usar las
energías desplegadas por diversos sujetos para los fines de la decisión de todas las controversias, sobre todo
cuando presuponen cuestiones comunes. cfr. JAEGER, Nicola. Diritto Processuale Civile. 2da edición, Turín:
Unione Tipografico-Editrice Torinese, 1943; p. 255. En el contexto nacional, una posición distinta en cuanto a
los fines de la acumulación es aquella que sostiene que el artículo 91 CPC contiene una situación conflictiva
entre el principio de economía procesal y el de no contradicción, razón por la cual se debe emplear el
principio de proporcionalidad para resolver el conflicto normativo. TAIPE, Sara.

316
El misterio de la acumulación y desacumulación de procesos en el Código Procesal Civil peruano de 1993

ocurrir para que, a fin de economizar gasto, esfuerzo y/o tiempo, tenga que incurrirse en
complicaciones para devolver el expediente a su juzgado de origen? Aún más: el juez al
que se le devuelve el proceso bien podría negar su competencia (generando, cuando menos,
un tortuoso y largo incidente), o, aceptándola, podría considerar que faltan piezas
procesales, o simplemente no entender qué es lo que le están enviando, con la consecuente
e inevitable dilación indebida en perjuicio de la tutela efectiva de los litigantes.

Por si fuera poco, si el expediente es devuelto, los litigantes pagarán más tasas,
gastarían más en abogado, podría tardar más tiempo por la carga del juzgado y,
ciertamente, habrá más esfuerzo debido a las gestiones y diligencias en dos o más
juzgados diferentes (si estuviesen en distintas sedes sería aún más pernicioso). Así,
es legítimo preguntarse: ¿cuál es realmente la “economía procesal” que, en teoría,
según el legislador del CPC, se pretende preservar?(16)

No obstante, lo peor de todo es que ambos jueces resolverán los procesos por su cuenta y a
su tiempo, con el consecuente riesgo de que existan decisiones contradictorias.
Curiosamente, la conexión entre las pretensiones era lo que motivó la acumulación en
primer lugar, justamente para evitar dicho riesgo. Si el juez que acumuló decide devolver el
expediente a su juzgado, en realidad le está diciendo a las partes: “Disculpen señores, me
equivoqué: aquí no hay [nunca hubo] conexión y, por tanto, no hay riesgo de decisiones
contradictorias, así que no se puede mantener la acumulación”. Esto, además de ser
desconcertante, deja espacio para que, de hecho, a pesar de la desacumulación y de lo que
pueda haber considerado el juez, sí pueda haber sentencias contradictorias.

Entonces, puede concluirse que la desacumulación en el trámite (cuando ya se


efectivizó la reunión de procesos), así como la desacumulación total (tanto en el caso
en que ya se efectivizó la reunión de procesos como cuando existe desacumulación en
el trámite), además de ser, en buena medida, un sinsentido, trae consecuencias muy
negativas para las partes. Sí tiene pleno sentido, empero, ordenar la desacumulación en
el trámite al momento en que se ordena la acumulación de procesos (acumulación
parcial), precisamente para evitar la reunión de ellos.

“Acumulación de procesos: ¿economía procesal vs. decisiones contradictorias?”. En: Diálogo con la
jurisprudencia, Tomo 225, Año 22, Lima: Gaceta Jurídica, 2017; p. 107.
(16)
Nos parece que es la misma inquietud de ARIANO, Eugenia. Óp. cit.; p. 560, quien señala que la hipótesis del
artículo 91 estaría pensada para la acumulación originaria por la reunión de procesos y no precisamente la
acumulación originaria de pretensiones, para luego esclarecer que la separación de procesos solo debería
poder darse para este último supuesto (en caso una pretensión sea más compleja que la otra, por ejemplo). Sin
perjuicio de ello, acto seguido, señala que lo que mejor sería una sentencia parcial y no propiamente la
separación. ARIANO, Eugenia. Óp. cit.; p. 561.

317
Renzo Cavani y David Ibarra

A partir de lo expuesto hasta ahora, si es que esos dos son los tipos de
desacumulación (por más que una de ellas –la total– sea muy perniciosa), entonces
dos tendrían que ser los tipos de acumulación de procesos:

(i) total, cuando se produce la fusión o reunión de procesos; y

(ii) parcial, cuando cada uno mantiene intacto su trámite procedimental, avanzando
dentro de sus plazos, exactamente como si estuviesen ante sus respectivos
juzgados, y recibiendo una sentencia conjunta por el juez ante el cual se
acumularon (he ahí la particularidad).

Aquí, por tanto, a manera de premisa conceptual, nuestra propuesta es evitar


referirnos a “acumulación de procesos con desacumulación en el trámite”,
prefiriendo hablar de acumulación parcial, con la idea de que esta acumulación
evite precisamente reunir o fusionar los procesos.

4. Excursus. Una mirada al derecho extranjero: España, Italia y Brasil

En este apartado examinaremos cómo la reunión y separación de procesos se encuentra


regulada en algunos ordenamientos (concretamente, España, Italia y Brasil) con la finalidad
de buscar respuestas adecuadas en torno a qué sucede luego de la acumulación.

4.1. España(17)

La Ley de Enjuiciamiento Civil (en adelante, “LEC”) de 1855 reguló la denominada


“acumulación de autos(18)” dentro de la Primera Parte (“Jurisdicción Contenciosa”), Título
IV (“De la acumulación de autos”), desde el artículo 156 al 178. El artículo 157 resaltó la
importancia de evitar sentencias contradictorias como justificación para disponer la

(17)
Para una referencia histórica más amplia sobre la acumulación, con atención a las fuentes hispánicas,
APOLIN, Dante. “Apuntes iniciales en torno a la acumulación de pretensiones”. En: Derecho & Sociedad, N°
25, 2005; pp. 20-24.
(18)
Según refiere MANRESA, este cuerpo legal ni la Ley Orgánica de 1870 llegaron a regular la denominada
“acumulación de acciones” (nuestra “acumulación de pretensiones”) debido a que se siguió rigiendo por la
antigua jurisprudencia. Esta situación, de por sí contradictoria, fue advertida oportunamente por este autor,
para quien la acumulación de autos es, en último término, una acumulación de acciones. No obstante ello,
intentó esbozar una respuesta a esta omisión legislativa, argumentando que es muy posible que se haya
entendido a las “acciones” como sinónimas de “derecho” y que, por esta razón, no se las haya incluido en la
Ley de Enjuiciamiento Civil, por entender que su regulación era de competencia del Código Civil.
MANRESA, José María. Comentarios á la Ley de Enjuiciamiento Civil Reformada. Conforme a las bases
aprobadas por la Ley de 21 de junio de 1880. Madrid: Imprenta de la Revista de Legislación, 1881; pp. 347–
349.

318
El misterio de la acumulación y desacumulación de procesos en el Código Procesal Civil peruano de 1993

acumulación de autos en los siguientes casos: (i) cuando la sentencia a dictarse en un pleito
produzca excepción de cosa juzgada en el otro, cuando haya pendiente pleito sobre lo
mismo que sea objeto del que después se haya promovido, y (iii) cuando de seguirse
separadamente los pleitos, se divida la continencia de la causa(19). Asimismo, el artículo 159
dispuso que la acumulación podía pedirse en cualquier estado del juicio, sin embargo,
jurisprudencialmente se estableció que la acumulación no podía tener lugar cuando estos se
encontrasen terminados, sin importar la naturaleza de los mismos(20).

La regla era que el pleito “más moderno” se acumulaba al “más antiguo”, a excepción del
“juicio universal” (por ejemplo, el juicio de testamentaría, concurso de acreedores (21)) en el
que la acumulación se realiza siempre a favor de este último (artículo 163) atendiendo a su
fuerza atractiva. Se dispuso, además, que los autos acumulados se seguirían en un solo
juicio y serían resueltos en una misma sentencia (artículo 177). De igual manera, se
estipuló que el proceso más próximo a su terminación debía suspenderse hasta que el otro
se halle en el mismo estado (artículo 178). No se reguló la separación de procesos.

La LEC de 1881, por su parte, reguló esta institución con relación al juicio ordinario
dentro del Libro Primero (“Disposiciones comunes á la jurisdicción contenciosa y á la
voluntaria”), Título IV (“De las acumulaciones”), Sección Segunda (“De la
acumulación de autos”), desde el artículo 160 al 187. En la línea de la anterior Ley, se
resaltó la importancia de evitar pronunciamientos contradictorios como finalidad de la
acumulación (artículo 161)(22); sin embargo, en esta ocasión se reguló expresamente
que la acumulación puede pedirse en cualquier estado del pleito, pero antes de la
citación para la sentencia definitiva (artículo 163).

(19)
La continencia de la causa se refiere a un fenómeno de litispendencia parcial, donde una causa denominada
“continente” comprende a otra denominada “contenida”; por ejemplo, cuando en un proceso se demanda
reivindicación y en otro se demanda mera declaración del derecho de propiedad (PROTO PISANI, Andrea.
Lezioni di Diritto Processuale Civile. 5ta edición, Napoli: Jovene Editore, 2006; p. 322). Cabe precisar que la
alusión a evitar la división de la continencia de la causa es, justamente, evitar pronunciamientos
contradictorios sobre acciones conexas (De la Oliva, Andres; Diez-Picazo, Ignacio y Vegas, Jaime. Curso de
Derecho Procesal Civil I. Parte General, Madrid: Editorial Universitaria Ramón Areces, 2012; p. 562).
(20)
Consultor de los ayuntamientos y de los juzgados municipales, 1882; p. 53, cita 1.
(21)
Manresa y Reus, 1869: 670. Se entiende por juicio universal aquel que “tiene por objeto determinar el destino
de la totalidad de los bienes patrimoniales de una persona (de una universitas patrimonial), en contraposición
con los procesos o juicios singulares, que únicamente tienen por objeto litigioso alguno o algunos de los
referidos bienes”. GARBERÍ, José: Artículo 74 a 98. Los Procesos Civiles. Comentarios a la Ley de
Enjuiciamiento Civil con formularios y jurisprudencia. Tomo I, segunda edición, Barcelona: Bosch, 2010; p.
574.
(22)
De ahí que se haya sostenido jurisprudencialmente que “[l]a finalidad de la acumulación, que se basa en un
principio de economía procesal, es esencialmente evitar el grave peligro de fallos contradictorios (Sentencia
del 19 de diciembre de 1952)” (MIGUEL, Mauro y De MIGUEL, Carlos. Derecho Procesal Práctico. Tomo
I, Undécima edición, Barcelona: Bosch, 1967; p. 320).

319
Renzo Cavani y David Ibarra

Además, se dispuso que los autos acumulados se seguirían en un solo juicio y serían
resueltos en una misma sentencia (artículo 186). Expresamente se incorporó la
posibilidad de que se acumulen más de dos procesos al señalar que “cuando se
acumulen dos o más pleitos”, el más próximo a su terminación deberá suspenderse
hasta que el otro se halle en el mismo estado (artículo 187) (23). Al igual que la LEC de
1855, no se reguló la separación de procesos, sin embargo, jurisprudencialmente sí se
estableció que la acumulación acordada se deja sin efecto si no se cumplieron los
requisitos legales que dispusieron su acumulación(24). De otro lado, no se debe soslayar
que existen disposiciones de acumulación de autos referidas al juicio abintestato y al de
testamentaria (artículos. 1003 a 1004), concurso de acreedores (artículos 1135 a 1136,
1173, 1186 y 1187), quiebra (artículo 1379), y procedimiento ejecutivo (artículo 1480)
(25); sin embargo, no corresponden ser analizados en este ensayo por constituir

supuestos especiales distintos al del juicio ordinario.

La LEC del 2000, mejorando la técnica legislativa, pasó a denominarla como


“acumulación de procesos”, regulándola en el Libro I (“De las disposiciones generales
relativas a los juicios civiles”), Título III (“De la acumulación de acciones y de
procesos”), Capítulo II (“De la acumulación de procesos”), desde los artículos 74 al 98.

En la línea del anterior cuerpo legal, se dispuso que en la acumulación los procesos se
seguirán en un solo procedimiento y serán terminados en una sola sentencia (artículo 74).
Además, se resaltó la importancia de evitar sentencias con pronunciamientos o
fundamentos contradictorios, incompatibles o excluyentes (primer párrafo, numeral 2,
artículo 76). También se dispuso que procede la acumulación siempre que se sustancien por
los mismos trámites o, caso contrario, cuya tramitación no signifique la pérdida de derechos
procesales (artículo 77). Respecto a los procesos que no se encuentran en la misma fase, el
pedido de acumulación no suspende el curso de los procesos afectados,

(23)
Ciertamente, el Código Modelo de Proceso Civil para Iberoamérica de 1988 se vio influenciado por la LEC
1881, pues, dispuso en su artículo 288.8 que “[d]ecretada la acumulación, el proceso más adelantado detendrá
su curso hasta que todos lleguen al mismo estado; en adelante se tramitarán en un solo expediente y se fallarán
por una misma sentencia” (énfasis agregado), descartando de plano la existencia de una desacumulación en el
trámite
(24)
“Los trámites que la ley señala para la acumulación sirven también para dejar sin efecto la acordada mediante
desacumulación” (S. 22 febrero 1908) Idem; p. 320.
(25)
Discrepamos de Silva, quien entiende que la acumulación de recursos de casación (artículo 1788) constituye
un supuesto de acumulación de autos (SILVA, Valentín. Acumulación de acciones y de autos. En: Nueva
Enciclopedia Jurídica, Tomo II, Barcelona: Francisco Seix, 1975; p. 357). El supuesto que establece la norma
es el siguiente: “cuando se interpongan dos o más recursos de igual clase contra una misma sentencia, se
sustanciarán y se decidirán juntos en una sola pieza, a cuyo fin serán acumulados”. Si partimos de la premisa
de que un recurso contiene pedidos (impugnatorios) contra una sentencia que corresponde a un mismo auto
(léase, proceso), no podríamos, entonces, hablar de este tipo de acumulación que presupone la existencia de,
cuando menos, dos procesos.

320
El misterio de la acumulación y desacumulación de procesos en el Código Procesal Civil peruano de 1993

sino solo la expedición de la sentencia; sin embargo, el tribunal puede ordenar la


suspensión del acto de juicio o de vista a fin de perjudicar el desarrollo de las pruebas
(artículos 81 y 88). Una vez que se establece la acumulación, se ordena la suspensión
del proceso que se encuentra más avanzado hasta que los otros se hallen en el mismo
estado (artículos 84 y 92). Se repite la fórmula de la anterior codificación al regular la
acumulación de más de dos procesos, donde se difiere la decisión al superior común de
todos los procesos que se pretenden acumular (artículo 96).

Cabe precisar que no se reguló la separación de procesos como tal. En el supuesto


de haberse procedido a la acumulación de procesos pese a no haberse verificado los
requisitos legales para su configuración (por ejemplo, de no haberse cumplido con
los artículos 77 y 78), se puede revocar la acumulación ya dispuesta, pero no existe
un poder del juez de desacumular lo ya acumulado.

Por último, se debe hacer mención que la LEC 2000 regula también la acumulación
de procesos singulares a un proceso universal (artículo 98), la acumulación de
ejecuciones (artículo 555) y la acumulación de procesos en materia de protección
de menores (artículo 780).

4.2. Italia

El Codice di Procedura Civile de 1865 reguló la reunión de causas (riunione di


cause) dentro del Libro Primero (“Del orden y de las formas de los juicios”), Título
II (“De la competencia, del modo de regularla, de la recusación y de la abstención
de los jueces y de los oficiales del Ministerio Público”), Capítulo (“De la
competencia”), Sección III (“De la competencia por conexión o continencia de la
causa”), en el artículo 104 que menciona que cuando una controversia sea conexa a
una causa ya pendiente frente a otra autoridad judicial, debe decidirse por aquella
que ha sido promovida preventivamente con la citación.

De otro lado, sí se admite la separación de procesos cuando estos tratan sobre relaciones
jurídicas totalmente distintas; por ejemplo en el caso del llamamiento en garantía (domanda
in garanzia) y de compensación, después de unirse los procesos, estos pueden separarse si
el proceso principal se encuentra pronto para la decisión y el otro no(26).

(26)
CHIOVENDA, Giuseppe, Principii del diritto processuale civile. Nápoles (trad. esp. J. Casais y Santaló:
Principios de Derecho Procesal Civil. Madrid: Reus). Consultor de los ayuntamientos y de los juzgados
municipales, 1882: Ley de Enjuiciamiento Civil de 3 de febrero de 1881. Anotada y concordada. 3era edición.
Madrid: Imprenta de E. De la Riva, 1922; p. 693.

321
Renzo Cavani y David Ibarra

Este cuerpo legal, sin embargo, no indicó cuál es el tratamiento legal que se le da
luego de disponerse la reunión de procesos ni tampoco se pone en el supuesto de
una reunión de tres o más procesos a la vez.

Por su parte, en el Codice di Procedura Civile de 1940 se reguló la reunión de


procedimientos (riunione di procedimenti) dentro del Libro Segundo (“Del proceso
de cognición”), Capítulo I (“De la instrucción de la causa”), Sección IV (“De la
intervención de terceros y de la reunión de procedimientos”), § 2 (“De la reunión
de los procedimientos”), en los artículos 273 y 274.

El primer supuesto se refiere a los procedimientos relativos a la misma causa


(litispendencia), respecto a los cuales puede disponerse de oficio su reunión si es que
corresponden al mismo juez; o, si es que el juez instructor o el presidente de la sección
tienen noticia que sobre la misma causa pende un procedimiento frente a otro juez u
otra sección del mismo tribunal, referirá sobre ello al presidente, quien, luego de oídas
las partes, decide la reunión a través de un decreto, determinando la sección o
designando al juez respecto del cual la causa debe proseguir (artículo 273).

Por su parte, el segundo supuesto se refiere a los procedimientos relativos a causas conexas
(conexión), en las que puede disponerse de oficio su reunión si es que corresponden al
mismo juez. Si es que el juez instructor o el presidente de la sección tienen noticia que
sobre una causa conexa pende procedimiento frente a otro juez u otra sección del mismo
tribunal, referirá sobre ello al presidente, quien, luego de oídas las partes, ordena, mediante
decreto, que las causas sean llamadas a la misma audiencia frente al mismo juez o a la
misma sección para la emisión de la correspondiente resolución (artículo 274)(27).

Cabe precisar que se admite la posibilidad de que el juez, en los supuestos


establecidos por ley o, a instancia de una de las partes, cuando sea necesario decidir
con eficacia de cosa juzgada una cuestión prejudicial que corresponde por materia
o valor a la competencia de un juez superior, remite toda la causa (translatio
iudicii) a este último (artículo 34). Sin embargo, también se prescribe que la
conexión no puede ser cuestionada por las partes ni declarada de oficio después de
la primera audiencia, y la remisión no puede ser ordenada cuando el estado de la
causa principal o preventivamente propuesta no admite un tratamiento exhaustivo
(esauriente trattazione) y decisión de las causas conexas (artículo 40).

(27)
Si es que se trata de un supuesto de conexión subjetiva, es necesario que, entre las partes, previamente, exista
consenso para que se proceda a la reunión (GIANA, Silva. Riunione di procedimenti relativi a cause
connesse. Commentario del Codice di Procedura Civile. Comoglio, Consolo, Sassani y Vaccarella (dir.),
Volume III, Tomo primo, Articoli 163-274 bis. Turín: UTET, 2012; p. 1214).

322
El misterio de la acumulación y desacumulación de procesos en el Código Procesal Civil peruano de 1993

De otro lado, se reguló la separación de las causas (separazione delle cause) dentro del
Libro Primero (“Disposiciones generales”), Título IV (“Del ejercicio de la acción”), en
el segundo párrafo del artículo 103, que señala que el juez puede disponer la
separación de las causas, en el trámite de la instrucción o en la decisión, a instancia de
todas las partes o cuando la continuación de la reunión retardaría o haría más gravoso
el proceso, con lo cual, puede remitir al juez inferior las causas de su competencia.

Asimismo, también se regula en el Libro Segundo (“Del proceso de cognición”), Título


I (“Del procedimiento frente al tribunal”), Capítulo III (“De la decisión de la causa”),
en el artículo 279, párrafo 2, numeral 5, donde se señala que el colegio emite sentencia
cuando decide solo algunas causas reunidas, y con distintas resoluciones dispone la
separación de las otras causas y su ulterior instrucción con relación a las mismas, o, la
remisión al juez inferior respecto a las causas de su competencia.

Cabe precisar que, solo cuando su decisión pueda definir el juicio, el juez puede
remitir las partes al colegio con la finalidad de que una cuestión de mérito
preliminar sea decidida separadamente (artículo 187).

De otro lado, jurisprudencialmente se ha establecido que la resolución que dispone


la reunión deja inalterada la autonomía de las causas (ver Casación del 21 de
febrero de 1958 n. 568), con lo cual, estas pueden ser nuevamente separadas, de
inmediato (ver Casación del 11 de diciembre de 1954 n. 4432)(28).

Finalmente, se ha señalado que el poder discrecional de reunión deja inalterados tanto


los juicios individuales y la posición de las partes en cada uno de ellos, y puede ser
objeto de revaloración por parte del juez las razones que justificaron su reunión,
pudiendo optar por su separación (ver Casación del 15 de abril de 1998, n. 3800)(29).

4.3. Brasil

El Código de Proceso Civil de 1973, en el Libro I (“Sobre el proceso de conocimiento”),


Título IV (“Sobre los órganos judiciales y auxiliares de justicia”), Capítulo I (“Sobre la
competencia”) y Sección V (“Sobre las modificaciones de la competencia”) definía a la
conexión entre pretensiones (“ações”)(30) cuando “les fuese común el objeto o la causa de

(28)
LUGO, Andrea. Manuale di Diritto Processuale Civile, 12da edición, Milano: Giuffrè, 1996; p. 166.
(29)
SATTA, Salvatore y PUNZI, Carmine. (a cura di). Diritto Processuale Civile, 13era edición Padua: CEDAM,
2000; p. 362.
(30)
Sobre una desambiguación entre «derecho de acción», acción como demanda y el derecho reclamado, cfr.
DIDIER, Freddie 2015: 281-283. Aquí traducimos “ação” como “pretensión” para no confundir con petición
inicial, que es lo más cercano a nuestro vocablo “demanda”, advirtiendo que la “acumulaci

323
Renzo Cavani y David Ibarra

pedir” (artículo 103) y a la continencia cuando “entre dos o más pretensiones, siempre
que haya identidad en cuanto a las partes y a la causa de pedir, pero el objeto de una,
por ser más amplio abarca al de las otras” (artículo 104) (31). Esto es importante para
entender el artículo 105: “Existiendo conexión o continencia, el juez, de oficio o a
requerimiento de cualquiera de las partes, puede ordenar la reunión de pretensiones
propuestas en separado, a fin de que sean decididas simultáneamente”.

Muy distinta a esta hipótesis es la figura de la acumulación de pedidos


(“cumulação de pedidos”), que, expresamente, es permitida contra un mismo
demandado aun cuando no exista conexión (artículo 292), aunque los pedidos
deben ser compatibles entre sí(32). Por su parte, en el CPC-73 no existe ninguna
norma que regule la posibilidad de separación de procesos ya reunidos.

En el CPC de 2015 se mantiene, en buena medida, la regulación anterior (33) y, de hecho,


la explicación bien puede ser homogénea para ambos cuerpos normativos. Es muy
importante advertir que la reunión de procesos (como pasa a denominarse ahora) se
encuentra regulada en la sección correspondiente a la modificación de la competencia
relativa, precisamente porque, en virtud de la conexión o continencia (que no es más
que un tipo de conexión), dos pretensiones iniciadas en procesos distintos y ante jueces
distintos, se reúnen para la tramitación, decisión y ejecución conjunta (artículos 55)(34).

La reunión de procesos implica que, materialmente, se produzca la anexión


(apensamen-

lación de pretensiones”, equivale, en Brasil, a la acumulación de “pedidos”. Rigurosamente, desde una


perspectiva dogmática, que dos o más pretensiones se acumulen, implica que hay elementos comunes entre
los pedidos y/o causas de pedir. De ahí que lo más correcto sería hablar de “acumulación de causas de pedir”
y/o “acumulación de pedidos”.
(31)
Se trata de una nítida influencia de la doctrina italiana.
(32)
MARINONI y ARENHART. Manual do processo de conhecimento. 5ta edición, São Paulo: Revista dos
Tribunais, 2005; p. 100. Según BARBOSA MOREIRA, José Carlos. O novo processo civil brasileiro.
Vigésimo séptima edición, Río de Janeiro: Forense, 2009; p. 16. Tambien se podría dirigir diversos pedidos
contra distintos litisconsortes y tampoco se requeriría conexión. Sobre el asunto, cfr., ampliamente. DIDIER
Jr., Fredie. Curso de direito processual civil. Volumen 1. Introdução ao direito processual civil, parte geral e
processo de conhecimento. Salvador: JusPodivm, 2015; p. 567.
(33)
Sobre los cambios puntuales en cuanto a los cambios de la redacción entre el CPC-73 y el CPC-15, cfr. ASSIS,
Araken. Processo civil brasileiro. Volumen I. Parte geral: fundamentos e distribuição dos conflitos. São
Paulo: Revista dos Tribunais, 2015; p. 824. Sin perjuicio de ello, la conexión, continencia y reunión de
procesos están regulados en los artículos 55 a 58, mientras que la acumulación de pedidos está regulada en el
artículo 327.
(34)
Ibídem. Esta solución es criticada por el autor, dado que se confundiría el efecto (modificación de la
competencia) con la causa (vínculo entre elementos objetivos).

324
El misterio de la acumulación y desacumulación de procesos en el Código Procesal Civil peruano de 1993

to)(35) pero, como advierte Araken de Assis, no la fusión de los autos(36):

Cada pretensión se tramitará en una relación procesal autónoma –los procesos y los
respectivos objetos litigiosos, definitivamente, no se funden en un solo proceso, con
pluralidad de objetos–, dado que permite distinguir la reunión de procesos de la acumula-
ción sobreviniente in simultaneo processu. Y, por no fundirse las pretensiones procesales, a
partir de la reunión, en un proceso único, en la práctica habrá una simple anexión de los
respectivos autos. El juez oficiará en uno y otro proceso, según sea el caso, y realizará actos
únicos (v. gr., la producción de prueba testimonial) siempre que sea posible(37).

Finalmente, a partir de la distinción entre conexión y continencia, el artículo 57 prevé una


solución muy interesante: “Cuando haya continencia y la pretensión continente hubiese
sido propuesta anteriormente, en el proceso relativo a la pretensión contenida será expedida
sentencia sin resolución de mérito, en caso contrario las pretensiones serán necesariamente
reunidas”. Se trata de dos hipótesis: (i) se demanda reivindicación y, en un proceso
posterior, se demanda la declaración de propiedad en virtud de un mejor título; (ii) se
demanda la declaración de propiedad en virtud de un mejor título y, en un proceso
posterior, se demanda la reivindicación. En el caso (i), el proceso declarativo concluye sin
resolución sobre el fondo; en el caso (ii) se procede a la acumulación o reunión de
procesos. Aquí lo que se privilegia, pues, no es el juez que emplazó primero, como es el
caso del CPC peruano (artículo 90), sino cuál es la pretensión más amplia.

4.4. Apreciación crítica (a propósito de la legislación peruana)

Realizado un examen del derecho extranjero, si lo contrastamos con lo regulado en


el CPC peruano podremos extraer algunas conclusiones preliminares que
evidencian las decisiones de nuestro legislador.

De forma similar a la codificación española donde se estableció que la acumulación se


sigue en un solo procedimiento y se resuelve en una sola sentencia, en el caso peruano
también se la regula de forma análoga (“se reúnen dos o más procesos en uno, a fin de que
una sola sentencia evite pronunciamientos jurisdiccionales opuestos”). Asimismo, ambas
regulaciones contemplan que el proceso más moderno se una al más antiguo (“se

(35)
Para entender mejor el “apensamento”, el artículo 685, señala lo siguiente: “Admitida la tramitación, la
oposición será anexada a los autos y se tramitará simultáneamente a la acción originaria, debiendo ser ambas
juzgadas por la misma sentencia”. Aquí se trata de la “embargos de terceiro”, o sea, lo que aquí se conoce
como “tercería” o, en Italia, “opposizione di terzo”. Esta anexión de la demanda del tercero se anexa o se
reúne con el proceso principal una vez que es admitida, lo cual indica que los autos deben estar físicamente
juntos.
(36)
ASSIS, Araken. Óp. cit.; p. 825.
(37)
ASSIS, Araken . Óp. cit.; pp. 826 -827.

325
Renzo Cavani y David Ibarra

acumularán ante el que realizó el primer emplazamiento”) y posibilitan la reunión


de más de dos procesos a la vez.

No obstante, en el caso peruano no se creyó conveniente adoptar la regla española


que ordena la suspensión del proceso que se encuentra más avanzado hasta que los
otros se hallen en el mismo estado. Esto bien puede responder a que se consideró
innecesario, atendiendo a que la desacumulación en el trámite permite acumular
procesos respetando su trámite independiente.

De otro lado, si bien es cierto que las codificaciones española, italiana y brasileña no han
dividido la acumulación en total y parcial (tal como se realiza en el CPC peruano), en el
caso italiano, jurisprudencialmente, se ha determinado que la acumulación de procesos deja
inalterada la autonomía de las causas, por lo que situación bien se podría equiparar a
nuestra acumulación con desacumulación en el trámite (acumulación parcial).

Otra diferencia es la referida a que en la LEC 2000 y el CPC brasileño, la separación de


procesos no ha obtenido previsión legal expresa al respecto (a diferencia del CPC peruano y del
código italiano), muy probablemente porque no se colocan en dicha hipótesis: si es que se ha
procedido a acumular porque existe conexión entonces no tendría sentido desacumular.

Aquí el caso italiano es muy particular: los supuestos en los que se puede ordenar la
separación de procesos son incontables, lo que podría generar serios problemas en la
práctica judicial debido a una potencial afectación del principio de seguridad jurídica
en el proceso. Afortunadamente, esta no ha sido la línea seguida por el CPC peruano.

Lo que más llama la atención, sin embargo, es que ninguna de las legislaciones que
hemos tratado se preocupan por regular qué hacer luego de la efectivización de la
acumulación. En unos casos podríamos entender que se trata de una práctica
judicial ya consagrada que justificaría que no se haya hecho mención al asunto,
pero lo cierto es que tal especificación normativa sería muy útil.

5. El Proyecto de Reforma de Código Procesal Civil

Algunas líneas merecen ser dedicadas al Proyecto de Reforma de Código Procesal Civil (PRCPC),
elaborado por el Grupo de Trabajo designado por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos
(2016-2017)(38), dado que se proponen cambios muy importantes en la materia que nos interesa.

(38)
Uno de los autores de este trabajo, Renzo Cavani, conformó dicha comisión.

326
El misterio de la acumulación y desacumulación de procesos en el Código Procesal Civil peruano de 1993

En primer lugar, con buen tino, se propone derogar el artículo 89 y, por tanto, la confusa
redacción de “desacumulación en el trámite”, que presupondría, como hemos visto, la
existencia de una acumulación total. Asimismo, hay una modificación importante de los
artículos 90 y 91, fundamentalmente en el aspecto procedimental (39), pero en el caso del
artículo 91 la redacción es completamente sustituida, dejando de lado, por tanto, la
posibilidad de deshacer la acumulación “por afectación de la economía procesal”. Esto se
revela como algo sumamente positivo. Al final, en la línea de la legislación española, la
acumulación de procesos solo sería una reunión para la tramitación (lo que aquí hemos
denominado “acumulación parcial”) y ya no más una fusión. De cualquier manera, no
estaría de más una precisión concreta de cómo se realiza materialmente la acumulación.

Sin perjuicio de ello, el PRCPC no prevé criterios sobre lo que el juez debe hacer luego de
acumular procesos: todos los requisitos están pensados para orientar cuándo se debe
acumular. Qué duda cabe que se trata de una innovación positiva, empero es insuficiente,
teniendo en cuenta los problemas que se suelen presentar en nuestra práctica.

6. Acumulación de procesos: total y parcial. Algunos criterios pragmáticos

Verificada la conexión entre las pretensiones y, también, la existencia de prejudicialidad;


sin embargo, el CPC no establece ningún criterio para determinar cuándo correspondería

(39)
En este artículo no nos interesa problematizar sobre este aspecto particular, pero vale la pena transcribir el texto
proyectado por el PRCPC. Primero el artículo 90: “§ 1. De oficio o a pedido de parte pueden acumularse dos o más
procesos que se encuentren en una misma instancia, a fin de que sean resueltos en una sola sentencia y se eviten
pronunciamientos contradictorios. § 2. La acumulación de procesos procede siempre que se cumplan los requisitos
establecidos en el artículo 85 de este Código. § 3. La acumulación de procesos deberá solicitarse por el demandante,
al momento de interponer la segunda demanda, siempre que conozca de la existencia del primer proceso; y por el
demandado hasta el momento en que este en el segundo proceso conteste la demanda; en caso que el pedido sea
extemporáneo, el juez dispondrá la acumulación e impondrá en la misma resolución una multa a la parte,
representante y abogados, no menor de 5 ni mayor de 20 Unidades de Referencia Procesal. § 4. El pedido impide la
expedición de la sentencia hasta que se resuelva en definitiva la acumulación. § 5. La acumulación de procesos puede
solicitarse ante cualquiera de los jueces, anexándose copia simple de la demanda y de su contestación, si la hubiera. El
abogado que suscriba el escrito es responsable de la veracidad de las copias que presenta. § 6. Si el abogado que
suscribe presenta documentos que no responden al principio de veracidad, el juez remitirá copias al Ministerio
Público para los fines correspondientes. § 7. Si la acumulación de procesos se solicita cuando estos se encuentren en
segunda instancia, debe anexarse, además de los documentos indicados en el párrafo anterior, copia simple de la
sentencia y del recurso de apelación. § 8. Esta acumulación es declarada de oficio cuando los procesos se tramiten
ante un mismo órgano jurisdiccional”. Por su parte, la redacción del artículo 91 es como sigue: “Del pedido de
acumulación se confiere traslado por cinco días. Con la absolución o sin ella, el juez resuelve atendiendo al mérito de
los medios probatorios acompañados al pedido. Si el juez declara fundado el pedido, ordena que los procesos se
acumulen ante el órgano jurisdiccional que haya prevenido, disponiendo o solicitando la remisión de los actuados,
según sea el caso. El juez a quien se remita el expediente o a quien se le solicite su remisión, debe dar inmediato
trámite. La decisión que resuelve el pedido de acumulación es apelable sin efecto suspensivo”.

327
Renzo Cavani y David Ibarra

dería fusionar procesos y cuándo acumularlos sin fusionarlos, ni tampoco qué


hacer cuando se ordena la acumulación(40).

Por ello, corresponde esbozar algunos criterios pragmáticos que puedan orientar la
práctica judicial, evitando un discurso de iure condendo. A los criterios para decidir el
tipo de acumulación les llamaremos criterios generales, cuya fundamentación solo
puede provenir de principios como el contradictorio, defensa, economía procesal, etc.
A los criterios que el juez puede emplear para organizar el trámite luego de ordenar
cualquiera de las dos acumulaciones les llamaremos criterios específicos.

Veamos:

(i) Criterios generales (para elegir entre la acumulación total o parcial):

(a) Si los procesos tienen trámites diferentes, se prefiere la acumulación parcial


para no distorsionar demasiado los cauces.

(b) Si los procesos, aun teniendo trámites iguales, están en etapas diametralmente
diferentes (por ejemplo: uno recién iniciado y el otro en audiencia de pruebas), se
prefiere la acumulación parcial. Empero, sí resultaría conveniente fusionarlos si
ambos estuviesen en la fase postulatoria para que luego, se pueda organizar
mejor el proceso (fijación del objeto litigioso del proceso, admisión de los
medios de prueba, determinación de los argumentos fáctico-jurídicos(41)).

(c) Si uno o ambos procesos tienen una acumulación de pretensiones complejas,


involucrando a diferentes partes, por regla general se prefiere la acumulación
parcial. En cambio, si tuviese las mismas partes, aunque exista acumulación
compleja, se prefiere la fusión de los procesos.

(d) Si los procesos tuviesen demasiados actuados y ello significaría un problema


para “refoliar” el expediente, se prefiere la acumulación parcial.

(ii) Criterios específicos para la acumulación parcial:

(a) Vía procedimental: Cada proceso conserva su vía procedimental y, dado que
se debe emitir sentencia conjunta, debe haber suspensión de aquel que esté
expedito para sentenciar cuando se arribe a dicho momento (artículo 90).

(40)
La misma inquietud es compartida por: ARIANO, Eugenia. Óp. cit.; p. 555. De hecho, es esta inquietud lo
que motivó a escribir este texto.
(41)
Cfr. CAVANI, Renzo 2016.

328
El misterio de la acumulación y desacumulación de procesos en el Código Procesal Civil peruano de 1993

(b) Aprovechamiento de actos procesales: dado que el presupuesto para la


acumulación es la conexidad, existen actos procesales practicados que puedan
ser aprovechados en ambos procesos, tales como cambio de domicilio, de
patrocinio de abogado o representante. Nótese bien: este aprovechamiento exige
que el acto procesal practicado no sea repetido, por ello, pensamos que el juez
libremente puede, en un proceso, haciendo la respeciva mención.

(c) Aprovechamiento del material probatorio y de las actuaciones: en la línea de lo


anterior, la actuación probatoria también puede ser aprovechada, dado que el
CPC lo permite (artículo 198). No obstante, dado que existe acumulación, no
debería exigirse ninguna certificación porque dicha hipótesis está pensada para
procesos seguidos ante jueces distintos. Por ello, no se requeriría una
incorporación formal de los medios probatorios, actas y diligencias llevadas en
un proceso: al igual que el caso anterior, pensamos que el juez puede limitarse
simplemente a hacer mención de las fojas en el otro expediente.

(iii) Criterios específicos para la acumulación total:

(a) Vía procedimental: Si es que las vías procedimentales de los procesos acumulados
fuesen diferentes, se tendría que aplicar el artículo 85 CPC y tramitarse en la vía más
larga, a fin de evitar la pérdida de derechos procesales (42). Sin que ello deje de ser del
todo correcto, creemos que es perfectamente posible promover el contradictorio con
las partes a fin de que ellas puedan pactar respecto de la vía procedimental a elegir.
Esto realmente privilegiaría la economía procesal, sobre todo porque existen
pretensiones a las que la práctica judicial, sin norma expresa y sin ninguna
fundamentación en el auto admisorio de la demanda, les da el cauce más lato (por
ejemplo: reivindicación, nulidad, anulabilidad, mejor derecho de propiedad,
procesos declarativos en general, etc.). Si existiese, por ejemplo, una vía
procedimental típica (como por ejemplo el proceso abreviado para la prescripción
adquisitiva – artículo 504 § 1 inciso 2 CPC), la parte demandada, en uso legítimo de
su autonomía de voluntad, podría renunciar a ella y preferir el proceso sumarísimo.
Esto, en realidad, no es otra cosa que un negocio jurídico procesal de elección de
vía procedimental que sería aprobado por el juez, en uso de su facultad de
adaptación de la demanda a la vía procedimental (artículo 51 § 1 inciso 1 CPC)(43).
Consideramos que esta posibilidad dotaría de mayor dinamicidad y efectividad a la
decisión de acumular procesos.

(42)
Es la sugerencia de ARIANO, Eugenia. Óp. cit.; p. 555, quien aboga por una reforma legislativa en este punto.
(43)
En este caso no se configuraría un supuesto de pérdida de derechos procesales, incluso si se optase por el
proceso que tiene la vía procedimental con plazos más cortos, pues son las mismas partes quienes han optado
así en pleno uso de autonomía privada.

329
Renzo Cavani y David Ibarra

(b) Refoliación del nuevo expediente: la fusión de procedimientos implica que las
resoluciones y escritos, mediante los cuales se realizaron actos procesales,
conformenun nuevo expediente, el cual pasa a asumir ambos números originales
con la consigna expresa que están acumulados (como, por cierto, el TC lo ha
hecho diversas veces). Por ello, los actuados deberían ser redistribuidos según la
fecha, coser nuevamente el expediente y “refoliar”(44).

(c) Reorganización del proceso: el artículo IX, § 3, CPC, permite al juez adecuar las
formalidades del proceso a sus fines. Se trata de una cláusula atípica de
adecuación procedimental, la cual, por cierto, no puede prescindir de promover
el contradictorio previo con las partes y buscar su aceptación. La fusión de
procesos, sea en trámites idénticos o diferentes, requerirá que el juez deba,
cuando menos, renovar plazos, con la finalidad de no afectar los derechos de las
partes, siempre que estas no sean las mismas en los procesos acumulados; de
esta manera, al haberse dispuesto la reunión respecto de un proceso en el que no
se fue parte se deberá correr traslado a fin de que se ejerza la defensa que crean
conveniente. Todo ello debe estar orientado por una finalidad principal:
garantizar el derecho a la amplia defensa de las partes.

7. Conclusiones

La regulación sobre la acumulación de procesos en el CPC de 1993 se muestra


lagunosa y técnicamente deficiente y, sin duda, requiere una modificación
estructural. En ese sentido, el Proyecto de Reforma del CPC se muestra como una
alternativa muy interesante, colocándose en la línea de legislaciones como la
española y brasileña, disponiendo que la acumulación de procesos no implica una
fusión de expedientes sino solo la reunión de procesos, tramitados siempre
separadamente, pero resueltos simultáneamente mediante una sola decisión.

Sin perjuicio de ello, tales legislaciones no precisan qué es lo que debe hacer el juez luego
de decidir la acumulación. De ahí que sea necesario trabajar en diversos criterios que
orienten la práctica judicial y forense. Si bien nuestra preocupación ha residido en el
derecho procesal peruano vigente, es posible que los criterios pragmáticos propuestos,
pensados para promover una verdadera economía procesal y lograr una mayor eficiencia y
resguardar el derecho de defensa de las partes, puedan ser tomados en cuenta en otros
ámbitos y, de la misma manera, para la futura y necesaria reforma del CPC peruano.

(44)
Esto, por cierto, ya no sería un problema con el expediente judicial electrónico.

330
El misterio de la acumulación y desacumulación de procesos en el Código Procesal Civil peruano de 1993

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333
La intervención adhesiva en el proceso civil(*)

Martín Alejandro Hurtado Reyes(**)

Sumilla

Martín Hurtado analiza en el presente texto las características y facultades de


la intervención adhesiva, modalidad que permite la intervención de un
tercero para ayudar a una de las partes principales de un proceso en base a
sus intereses, describiendo previamente las nociones de tercero e
intervención, para un mejor entendimiento de esta modalidad frente a la
confusión en la aplicación con otras modalidades de intervención de
terceros.

Palabras clave

Terceros/ intervención/ partes principales/ interés jurídico relevante/


coadyuvante/ adhesivo simple/ adhesivo litisconsorcial/ efecto
jurídico reflejo/ facultad impugnativa.

(*)
Este artículo fue recibido el 29 de marzo del 2018 y su publicación fue aprobada el 11 de julio del 2018.
(**)
Doctor en Derecho y Magíster en Derecho Civil y Derecho Procesal. Profesor de la Maestría en Derecho de la
Pontifica Universidad Católica del Perú y Universidad San Martín de Porres. Profesor principal de la AMAG
en el curso de argumentación jurídica y Juez Supremo de la Corte Suprema de Justicia de la República.

335
Martín Alejandro Hurtado Reyes

1. Introducción

Estas breves líneas servirán para hacer un breve desarrollo de la intervención de


terceros(1), y más concretamente de la intervención adhesiva, partiendo de la idea que,
en la práctica judicial, se suele confundir esta figura procesal con otras. Lo que
queremos señalar es que la práctica judicial es rica en casos donde se presenta esta
situación, llevando muchas veces tanto a los abogados, en la postulación, como a los
jueces, al resolver, a ciertas confusiones que no permiten identificar correctamente
frente a qué tipo de intervención de terceros se encuentran, generándose en algunos
casos situaciones irregulares(2). La intervención adhesiva se confunde muchas veces con
el litisconsorcio facultativo, en otras oportunidades con el litisconsorcio necesario(3),
igualmente con la intervención litisconsorcial, entre otros.

De ahí que permitiremos en el presente trabajo dar algunas ideas básicas que permitan
identificar correctamente en los casos reales cuando se presenta la figura de la intervención
adhesiva. Sin embargo, antes de ingresar a su estudio haremos un breve repaso general
sobre la intervención de terceros, sin dejar de mencionar que cuando desarrollemos la
intervención adhesiva, trataremos a la figura simple, esto es, a la intervención adhesiva
simple, dejando de lado la llamada intervención adhesiva litisconsorcial.

Resultando que la calificación de tercero adhesivo o la falta de pronunciamiento respecto de


su participación en el proceso puede generar la nulidad de las decisiones asumidas(4).

(1)
Debemos indicar que el presente artículo se hace sobre la base del Capítulo de intervención de terceros
contenido en el Libro Estudios de Derecho Procesal Civil. Editorial Idemsa, Lima 2014.
(2)
En la Casación N° 1563-2017-Lima. Este se produjo un debate de esta naturaleza, ya que el recurso en parte
se basaba en que el tercero pretendía que se le considere como litisconsorte necesario pasivo y no como
tercero coadyuvante. “(…) Tales argumentos no pueden prosperar, pues como es de verse mediante resolución
N° 10 se ha dispuesto que la intervención de Raúl Jorge Tena Jiménez en el estado en que se encuentre el
proceso, sin que esta la haya impugnado en su debida oportunidad, por lo tanto, la mencionada resolución
tiene la calidad de cosa juzgada”.
(3)
Citaremos el extracto de una decisión judicial para apreciar la confusión a la que nos referimos: “De la simple
lectura de la pretensión esgrimida por la parte demandante es menester señalar que resulta claro y evidente
que los efectos de la sentencia pueden afectar a Flaubert Mamani Curasi ya que resulta el nuevo titular del
bien inmueble reclamado a través de la nulidad formulada por la demandante, persona que no tiene una
relación de dependencia con la parte accionada (Municipalidad Provincial de Iñapari) ya que resulta ser esta la
nueva titular, hasta el momento, del lote de terreno; por ende no debía ser comprendido como Tercero
Coadyuvante, conforme lo solicitara el demandante, sino como Litis Consorte Necesario Pasivo, aspecto que
no fue advertido por el Juez de la causa en su momento pero es menester tenerse por comprendido como tal y
darse por válido los actos procesales que se encuentren dentro de los presupuestos de ley, ya que correspondía
en tal calidad conferirse traslado de la demanda”. Resolución N° 25 de fecha 26 de agosto de 2010, Juzgado
Mixto de Iñapari, expediente N° 19-2010.
(4)
En la Casación N° 4275-2015- Cajamarca se definió como tema central a decidir “(…) si al dictar pro-
nunciamiento definitivo sobre el presente caso sin pronunciarse respecto a la solicitud de intervención

336
La intervención adhesiva en el proceso civil

2. Noción de tercero

La noción de tercero tiene estudios en diferentes áreas del Derecho; así, en el Derecho
Registral se aprecia la figura del tercero registral; en el Derecho Civil, más
concretamente en el derecho de los contratos, se habla de tercero cuando es ajeno a los
efectos del contrato, sustentado en el principio res inter alios acta, también se ubica a
los llamados contratos a favor de terceros. Pero la figura del tercero también es
analizada en el Derecho Procesal, este último tema es el que ocupará nuestra atención.

En este breve trabajo la figura del tercero es trascendente, pues estudia la posibilidad de
que este sujeto que se encuentra fuera de la relación procesal tenga la posibilidad de in-
tervenir en el mismo. La figura de la intervención en términos generales significa dar
participación a alguien que no actúa en determinada actividad, en este caso, la
intervención se debe dar en el proceso, pues su resultado lo puede afectar directa o
indirectamente. En este tema encontramos fusionados los vocablos tercero y su
intervención(5), dando lugar a la llamada intervención de terceros.

La noción de tercero es aquella que deriva del concepto de parte. Gozaini(6) arriba a la
posición de que la presencia del tercero en el proceso civil solo resulta doctrinariamente
posible a partir de la llamada noción negativa de la condición de parte, es decir, resulta
tercero quien no posee la investidura, debido a no ser demandante ni demandado. Se
observa así que la noción más aproximada del concepto de tercero solo se logra
residualmente o por reducción del concepto de parte, esto es, aquella persona que, sin ser
parte, interviene en el proceso en defensa de un interés que le es personal y distinto de
aquellos. Aunque la condición negativa de parte es cuestionada por un sector de la doctrina
al observarla “por su falta de precisión” debido a que “nada explica y se limita a encauzar

formulada por el señor Alejandro Castope Valdez, la Sala de mérito ha afectado alguno de los derechos
comprendidos en el debido proceso”. Llegando a declararse fundado el recurso de casación por falta de
pronunciamiento expreso al pedido de intervención adhesiva.
(5)
Respecto de la intervención, Ugo Rocco advierte que la determinación de los sujetos legitimados para
accionar o para contradecir no siempre se hace, en cuanto al tiempo y en cuanto a la forma, en el mismo
momento y con el mismo acto. En efecto, puede ocurrir que siendo varios los sujetos legitimados para
accionar o para contradecir, sólo algunos o alguno de ellos se haga actor en juicio, o solo en relación con
alguno o algunos se ejerza la acción. Esta posibilidad asume muchas veces el carácter de verdadera necesidad
procesal (por ejemplo, litisconsorcio necesario), se la actúa mediante el instituto de la intervención en sentido
amplio, por medio del cual, en distintas formas, en torno a los actores y los demandados que inicialmente
participaron en el desarrollo de un proceso, vienen a tomar posición otros sujetos que están jurídicamente
autorizados por la ley procesal o jurídicamente obligados por ella a tomar parte en el mismo proceso.
ROCCO, Ugo. Tratado de derecho procesal civil. Traducción de Sentis Melendo y Ayerra Redin. Tomo II,
Parte especial, Bogotá-Buenos Aires: Editorial Temis-Depalma, 1983; p. 124.
(6)
GOZAINI, Osvaldo A. Elementos del derecho procesal civil. Buenos Aires: Editorial Ediar, 1ra. edición,
2005; p. 255.

337
Martín Alejandro Hurtado Reyes

el problema hacia el concepto de parte” (Fernández López). Para otro sector no es


posible esbozar un concepto de tercero; pues, no sería suficiente para involucrar todos
los supuestos que se pudieran presentarse en el proceso, así lo expresa Marina Cedeño
“cualquier definición global comprensiva de todos los posibles terceros procesales
resultará demasiado genérica”, agregando que “la única forma de alcanzar una mayor
precisión en el dibujo de la líneas básicas de lo que debemos entender por terceros a la
vista del proceso es desmenuzar los distintos intereses que un tercero puede tener en un
proceso celebrado inter alios”(7).

Por lo general, se considera tercero en el proceso al que es ajeno y distinto a los que
participan originariamente como partes en el proceso: demandante y demandado. La
intervención de terceros se encuentra vinculada a la acumulación subjetiva sucesiva,
pues se incorpora al proceso un tercero distinto a las partes, por tener interés jurídico
relevante, ello después de notificada la demanda; es decir, cuando la relación procesal
ya se encuentra iniciada, cuando ya existe litis pendentia.

Suele indicarse que “tercero es aquel que sin ser titular de la relación material que
origina el conflicto de intereses que es materia del proceso, tiene uninterés propio
y jurídicamente relevante para participar en él, por cuanto los efectos de la decisión
que allí se emita pueden alcanzarle directa o indirectamente”(8) (el resaltado es
nuestro). Aunque debemos advertir que no siempre el tercero es ajeno a la relación
material, pues hay supuestos de intervención de terceros en la que este es
integrante de la relación sustancial deducida en juicio, pero que por alguna razón se
quedó fuera del proceso, como es el caso de la intervención litisconsorcial.

El sujeto calificado como tercero puede haber integrado o no la relación material


que desembocó en el proceso, si no es titular del derecho discutido no podrá
disponer de él, por lo cual no podrá conciliar, transigir o desistirse respecto de la
pretensión objeto del proceso pero no será impedimento para intervenir en el
proceso (coadyuvante). El hecho de no ser parte de la relación material previa al
proceso le impide proponer en él pretensión procesal alguna, pues el tercero
comúnmente no concurre con una pretensión al proceso, simplemente porque no la
tiene; en tanto ello es así, el juez no emite pronunciamiento sobre pretensiones del
tercero. Sin embargo, existe un supuesto en el que el tercero propone directamente
una pretensión en el proceso, es el caso de la intervención excluyente principal.
(7)
CEDEÑO HERNÁN, Marina. La tutela de los terceros frente al fraude procesal. Barcelona: Editorial
Granada, 1997; p. 6.
(8)
ARRARTE ARISNABARRETA, Ana María. “Sobre el litisconsorcio y la intervención de terceros y su tra-
tamiento en el Código Procesal Civil”. En: Revista Peruana de Derecho Procesal N° 01, Lima: septiembre de
1997; p. 142.

338
La intervención adhesiva en el proceso civil

Cabe anotar que el tercero, aun en el caso de no ser titular del derecho discutido,
participa en el proceso por tener un interés jurídico relevante(9). Este interés es el que
motiva su participación en el proceso, dependiendo de este es que la sentencia le puede
afectar directa o indirectamente. Por ello, otro sector de la doctrina afirma que:

“Tercero es quien, en el momento de trabarse la relación jurídico-procesal, no


tiene la calidad de parte por no ser demandante ni demandado, pero que una
vez que interviene, sea voluntariamente, por citación del juez, o llamado por
una de las partes principales, se convierte en parte, es decir, ingresa al área del
proceso. Ese tercero puede intervenir legitimado por intereses morales,
patrimoniales, pero en todo caso jurídicamente tutelados”(10).

El concepto de tercero(11) que nos interesa es aquel que, si bien se encuentra fuera del proceso,
puede intervenir en algún momento en él(12), por lo que no es relevante para estos menesteres

(9)
En relación a los intereses que se presentan en la intervención de terceros, Gozaini ha precisado tres
vertientes: (i) el tercero afectado por la sentencia dictada entre parte, que si bien no lo alcanza de iure, si lo es
de facto, por perjudicarlo indirectamente (verbigracia: condena a pagar una suma de dinero que puede tornar
insolvente a quien resulta deudor del tercero); (ii) tercero que acredita un interés semejante al de una de las
partes en el litigio y por el cual puede encontrarse alcanzando a través de los efectos de la cosa juzgada
(verbigracia intervención adhesiva o litisconsorcial); (iii) interés de quien alega titularidad en la misma
relación jurídica material que el juicio ventila entre las partes, de forma que la sentencia, obviamente, lo
alcanzará (verbigracia intervención forzosa o provocada); (iv) tercero que tiene intereses contrapuestos con el
de las partes, de modo que ostenta un derecho independiente al debatido pero con fuerza bastante para
incorporarse al proceso ( verbigracia intervención excluyente). GOZAINI, Osvaldo A. La legitimación en el
proceso civil. Buenos Aires: Editorial Ediar, 1996; p. 177.
(10)
PARRA QUIJANO, Jairo. Los terceros en el proceso civil. Bogotá: Editorial Ediciones Librería del
Profesional, 1989; p. 29.
(11)
Es quien se introduce en el proceso una vez que este se ha iniciado (Arazi). Aquella persona que, sin ser actor
o demandado en un proceso determinado, tiene interés en hacer valer, frente al acto, frente al demandado o
frente a ambos, un derecho que le es propio y que es a la vez incompatible con las pretensiones del actor o del
demandado (Carli). El “tercero” es tal mientras permanece ajeno al proceso pero, en el instante mismo que se
incorpora a este, es “parte”, operándose así una suerte de metamorfosis procesal sui géneris (Gonzáles). Es el
sujeto que no tiene la condición de parte principal, cualquiera que sea su relación con las partes principales,
pero sin que esta situación sea absoluta, ya que quien inicialmente es tercero en virtud de una intervención
voluntaria o forzada, puede convertirse en parte principal o secundaria, litisconsorcial o independiente
(Monroy Cabra). El tercero es un sujeto extraño al proceso en el cual encuentra comprometido un derecho o
un interés que le corresponde. Este puede interrumpir en forma voluntaria (Manuel Hitters y Silvina Cairo).
Parece aconsejable pasar de un concepto metajurídico o vulgar de tercero, en el que cabría todo aquel que no
fuera parte en sentido estricto, a un concepto de tercero más restringido y de carácter más técnico. Y, en este
sentido técnico, terceros son aquellas personas que, sin ser parte, se encuentran respecto del proceso o de los
derechos que en el proceso se ventilan en una determinada relación, y a los que el ordenamiento jurídico
considera dignos de protección precisamente porque no son ajenos. Lo que da contenido jurídico al concepto
de tercero, es precisamente el interés que le une con la materia objeto del proceso; interés que el ordenamiento
ha previsto en abstracto y, por considerarlo legítimo, lo ha protegido. Tercero es siempre una persona a quien,
sin ser parte, no es indiferente el resultado del proceso (Fernández-López Ballesteros).
(12)
La incorporación de estos terceros al pleito, ya sea de motu proprio, por reclamo de las partes o actuación

339
Martín Alejandro Hurtado Reyes

la figura del tercero absoluto(13). Por ello es que nos hemos atrevido a proponer la
nomenclatura de terceros absolutos y terceros con interés. A estos últimos, Marina
Cedeño les denomina terceros no indiferentes, a los que clasifica como: (i) terceros
afectados por la cosa juzgada: titulares de un interés jurídico directo; (ii) terceros
interesados no afectados por la cosa juzgada, dentro de los cuales encontramos a los
terceros con interés fáctico y terceros de un interés jurídico reflejo(14).

El tercero y la intervención que puede tener en el proceso nos llevan a determinar la


figura de la intervención de terceros. Por lo general, el tercero resulta prescindible para
solicitar tutela jurídica, razón por la cual se le considera eventual, porque la relación
jurídica procesal puede empezar sin su presencia, aunque algún interés jurídicamente
relevante lo lleve, más adelante, a participar, aprovechando de la pendencia del
proceso. Concretamente tenemos que el tercero para introducirse en el proceso debe
utilizar el mecanismo de intervención de terceros. Así, este siempre será una persona
natural o jurídica distinta a las partes originarias del proceso, su participación es
posterior al inicio del proceso y antes de que concluya la pendentia.

Por lo cual, la doctrina(15)ha sostenido que el concepto de tercero adquiere con la inter-
vención voluntaria su verdadero significado y utilidad: en principio, un tercero ajeno al
proceso no puede actuar en el mismo, razón por la cual la situación de este sujeto,
extraño a las actuaciones, no interesa a la ciencia del Derecho Procesal. Mediante el
ins-tituto de la intervención, en virtud del instrumento legitimador del interés legítimo
en el resultado del pleito, el tercero cobra relevancia para la ciencia procesal.

Al tercero en la doctrina también se le conoce como tercerista(16), aquí encontramos a

de la jurisdicción, muestra dos categorías. La primera es la de los terceros que, incorporados al pleito,
adquieren la calidad de litisconsortes y dejan de ser terceros para constituirse en partes y, los terceros que,
aunque ingresen al pleito de cualquier modo conservan esa calidad de terceros, independientemente de cómo
los alcance la sentencia a dictarse en el pleito. FALCÓN, M. Enrique. Derecho procesal, civil, comercial,
concursal, laboral y administrativo. Santa Fe: Editorial Rubinzal Culzoni, 2003; p. 267.
(13)
Marina Cedeño prefiere denominarles terceros absolutamente extraños, precisando que estos carecen de
cualquier relación con el objeto del proceso y, por tanto, de interés alguno respecto del proceso desarrollado
entre otros sujetos y la sentencia que ponga fin al litigio no les afecta en modo alguno. CEDEÑO HERNÁN,
Marina. Óp. cit.; p. 7.
(14)
CEDEÑO HERNÁN, Marina. Óp. cit.; p. 17.
(15)
OROMÍ VALL-LLOVERA, Susana. Intervención voluntaria de terceros en el proceso civil. Facultades
procesales del interviniente. Madrid: Editorial Marcial Pons, 2007; p. 16.
(16)
Conviene señalar que Fix Zamudio y Ovalle diferencian entre “tercero interesado” y “tercerista”, el
primero, puede acudir al proceso de manera espontánea, llamado por una de las partes, o por el juez, ya que le
puede afectar la resolución que en el mismo se dicte; por no tomar dicho tercero una postura diversas a las de
las partes principales, actor o demandado, sino que se sitúa al lado de una de ellas, con lo cual se forma un
litisconsorcio activo o pasivo. Una diversa hipótesis es la de los llamados “terceristas”, que son extraños al

340
La intervención adhesiva en el proceso civil

Podetti que expresa “a este nuevo sujeto, lo llamo tercerista o tercero, con el
significado de que no es Primus (actor originario), ni Secundus (demandado
originario)”. Así llamó tercerista: al llamado en garantía (real o personal), al
denunciado por el ficto poseedor y a todo aquel que, por su interés propio, directo o por
defender un interés ajeno a fin de defender el propio, sea ese interés originario o por
cesión, sucesión o sustitución, interviene en un proceso pendiente, sea como
litisconsorte de los sujetos originales, en lugar de uno ellos en forma excluyente17(17).
No obstante, sea tercero o tercerista, nos interesa de manera relevante aquel sujeto que
se encuentra fuera del proceso, pero que tiene posibilidades de incorporarse al mismo
por alguna situación específica y jurídicamente relevante.

Ahora bien, con la intervención de un tercero en el proceso, este se hace más


complejo, la actividad procesal ya no se restringe al demandante y al demandado,
hay un nuevo sujeto, con el cual no solo se puede ampliar el aspecto subjetivo, sino
también el elemento objetivo del mismo.

“La admisión del proceso –afirma Albarenga– dilata el marco de responsabilidades y


nos compromete a un mayor esfuerzo, a una mayor dedicación y atención en el manejo
operativo de los resortes procesales, e inclusive llega a aumentar el marco objetivo o
temático de la decisión del sentenciante, desde que ya no será la litis entre Ticio y
Cayo la única a resolver, sino que es probable que también de la relación de Sempronio
en su vínculo con uno de los dos anteriores, deba ser dirimida”(18).

No cabe duda que debemos entender como tercero en materia procesal, en primer
orden, al sujeto que luego de presentada y admitida la demanda quedó fuera de la
relación procesal, si no es el demandante ni el demandado, entonces se trata de un
tercero; en segundo lugar, no todo sujeto que se quedó fuera es un tercero que
interese al proceso, se debe tratar de un tercero que por alguna razón tiene
posibilidad de intervenir, ya sea a pedido de parte, de forma voluntaria o por orden
judicial, en el proceso. A estos terceros son los que se podrían ver involucrados en
una relación procesal, pese a que ab initio del proceso se quedaron fuera de él.

proceso y, sin embargo, pueden ser afectados por el mismo y por ello comparecen, pero no lo hacen como los
terceros interesados, al lado de las partes principales, sino que en el sentido estricto inician un nuevo proceso
contra esas dos partes, aun cuando por economía procesal el nuevo proceso se acumula al anterior y se tramita
en forma incidental. Las dos tercerías esenciales son las de la preferencia en los derechos y la excluyente de
dominio. FIXZAMUDIO, Héctor y OVALLE FAVELA, José. Derecho procesal. México: Editorial
Universidad Nacional Autónoma de México, 1991; p. 57.
(17)
PODETTI, J. Ramiro. Tratado de la tercería. Buenos Aires: Editorial Ediar, 2004; p. 37.
(18)
ALBARENGA, Emilio. “La intervención de terceros reclamada por el actor en el proceso civil. Apostillas
prácticas”. En: Acceso al derecho procesal civil. Tomo I, Director Augusto Mario Morello, Buenos Aires:
Editorial Lajouane y Librería Editora Platense, 2007; p. 758.

341
Martín Alejandro Hurtado Reyes

Los terceros deben tener en alguna medida legitimidad para participar en el


proceso. Esta legitimidad puede estar respaldada por la cotitularidad del derecho,
intervención litisconsorcial, tener una relación jurídica con una de las partes que se
puede ver afectada por el resultado y en consecuencia un interés jurídicamente
relevante, intervención coadyuvante(19), la decisión lo va a afectar directamente y
sería nula si no interviene en el mismo, litisconsorcio necesario, el resultado del
proceso lo puede afectar porque se presume la existencia de actos de colusión entre
las partes, llamamiento por fraude, entre otros supuestos.

Entonces, se entiende por tercero a todo sujeto de derecho que quedó fuera de la rela-
ción procesal, fuera del proceso, y justamente es tercero, por no tener la calidad de
actor o demandado. Pero que siendo tercero tiene la posibilidad de participar en él por
presentar alguna situación jurídica que lo habilita a ingresar, es decir, aquella situación
que lo legitima para participar. No obstante, una vez que ingresa al proceso se entiende
que el juez debe calificar en qué condición ingresa al proceso. Esto último es muy
importante para saber qué tipo de actividad procesal puede realizar. Por otro lado, se
determina asimismo si lo afectará la cosa juzgada de forma directa o de forma refleja.

3. Noción de intervención de terceros

El vocablo intervención, conforme a la posición de Calamandrei expresa etimológicamente


Inter = durante. Según nuestro punto de vista el “durante” grafica un proceso pendiente, al
cual el tercero busca ingresar por este mecanismo procesal denominado intervención de

(19)
“(…) SEXTO: Sin embargo, este Colegiado considera que si el tercero requiere incorporarse al proceso para
defender la posición de la demandada tiene habilitado esta posibilidad como tercero coadyuvante, siempre que
acredite la condición de arrendatario que alega, situación que no fue dilucidada en la resolución apelada, que
se basa en un pronunciamiento respecto a la falta de fundamentación de su pedido, sin analizar propiamente la
posibilidad de incorporación de los terceros al proceso. Aunque cabe admitir que el argumento de ser
considerados como coadyuvantes en su condición de arrendatario del bien inmueble perteneciente a la
demandada, cuyo remate se busca a través del presente proceso fue propuesto en forma clara recién en el
escrito de apelación, no obstante, ello es un argumento que, de ser acreditado, resulta atendible a criterio de
este Colegiado. SÉPTIMO: Por lo cual, se hace necesario anular la decisión emitida por el juez, para que
previa a la realización de una actividad procesal necesaria, vuelva a calificar la intervención del apelante,
tomando en cuenta lo expuesto en los considerandos precedentes; debiendo a su vez el impugnante presentar
la documentación que acredite en la condición alegada, es decir, como arrendatarios del bien inmueble
perteneciente a la demanda, cuyo remate se pretende a través del presente proceso, la cual, conforme se señaló
líneas arriba (considerando quinto) no fue presentada. Esta posición nulificante se asume en aras de generar
una forma más tuitiva de proteger el derecho de los apelantes a partir de lo que dispone el artículo 139 inciso
3 de la Constitución, en tal sentido lo resuelto debe anularse en aplicación a lo que dispone el artículo 171 del
Código Procesal Civil y propiciar que se emita una nueva en la que se vuelva a calificar la condición de los
apelantes”. Expediente N° 6382-2010, Primera Sala Civil con Subespecialidad Comercial.

342
La intervención adhesiva en el proceso civil

terceros. La palabra intervención –según Monroy Cabra– se refiere a la aparición de otras


partes durante un proceso que se inició sin ellas(20). Por ello, se puede decir que la
intervención de terceros es un mecanismo procesal que establece las reglas en las que se
precisa básicamente quién, cómo y en qué momento deben intervenir en el proceso en su
condición de tercero, estableciendo además la naturaleza jurídica de su intervención.

En este fenómeno procesal se busca viabilizar la intervención de un sujeto que se


encuentra fuera del proceso, tercero, y que es distinto a las partes originarias, para su
participación se requiere que el proceso se encuentre pendiente. Su intervención puede
ser para adherirse a una de las partes principales y ayudarla en el éxito de su posición o
postulando su propia pretensión para excluir a las partes, también para integrar un
litisconsorcio con una de las partes originarias. En suma, este mecanismo posibilita la
participación de un tercero a un proceso pendiente y puede generar la existencia de un
proceso múltiple, subjetivamente hablando. La profesora Oromi postula la pluralidad
de partes, debido a que cada posición procesal, demandante y demandado, puede estar
integrada por una pluralidad de personas, sostiene que cuando tal pluralidad de partes
existe desde el inicio del proceso nos hallamos ante el denominado litisconsorcio; la
intervención procesal de terceros, por el contrario, presupone una pluralidad de partes
sobrevenida, esto es, originada una vez trabada la relación jurídico-procesal entre el
actor y el demandado(21). Por su parte, Podetti prefiere llamarle tercería en vez de
intervención de terceros y se presenta cuando posteriormente a la demanda, o sea al
ejercicio por el actor de la facultad de pedir protección jurídica, interviene otro u otros
sujetos (fuera del demandado o demandados contra quienes se dirigió la demanda),
sustituyéndolo o coadyuvando o no, con los sujetos principales(22).

La intervención de terceros(23) tiene lugar cuando de forma voluntaria, provocada o


necesaria, un tercero interesado se incorpora a un proceso pendiente con el objeto de hacer

(20)
MONROY CABRA, Marco Gerardo. 1988; Óp. cit.; p. 211.
(21)
OROMÍ VAL-LLOVERA, Susana. Óp. cit.; p. 15.
(22)
PODETTI, J. Ramiro. Óp. cit.; p. 38.
(23)
Es el ingreso de un tercero en un proceso pendiente. Puede ser la consecuencia de un acto del tercero, que de
su espontánea voluntad interviene en el proceso pendiente entre otros (intervención voluntaria), o bien puede
ser provocada por la llamada del tercero al proceso por obra de una de las partes, la cual provea a ello ya sea
porque considere tener un interés en tal sentido, ya sea para cumplir una orden del juez (intervención coactiva)
(Liebman). En torno a los actores y los demandados que inicialmente participaron en el desarrollo de un
proceso vienen a tomar posición otros sujetos que están jurídicamente autorizados por la ley procesal o
jurídicamente obligados por ella a tomar parte en el mismo proceso (Rocco). Es la introducción en un proceso
pendiente entre dos o más partes de una tercera persona que formula frente o junto a las partes originarias una
determinada pretensión, encaminada bien a la defensa de un propio derecho, bien a la defensa del derecho de
cualquiera de las partes personadas (Serra Domínguez). La intervención de terceros tiene lugar cuando,
durante el desarrollo del proceso, ya sea en forma espontánea o provocada, se incorporan a él personas
distintas a las partes originarias con el objeto

343
Martín Alejandro Hurtado Reyes

valer en este un derecho o interés propio, por hallarse vinculado -por lo menos con
una de las partes originarias- mediante una relación de conexidad objetiva, de
conexidad causal, de conexidad mixta objetivo-causal de afinidad (24). Sostiene
Palacio que la intervención de terceros tiene lugar cuando, durante el desarrollo del
proceso, y sea en forma espontánea o provocada, se incorpora a él personas
distintas a las partes originarias a fin de hacer valer derechos o intereses propios,
pero vinculados con la causal o el objeto de la pretensión(25).

Resulta básico para todo tipo de intervención(26) de terceros que se cumplan con tres
presupuestos: (i) que la persona que va a intervenir tenga la condición de tercero, es decir,
que no sea parte del proceso; (ii) que la relación procesal en la cual va a intervenir el
tercero se encuentre en la condición de pendiente, en trámite, sin decisión final; y (iii) que
el tercero al intervenir exponga determinada legitimación para tener acceso al proceso.

La intervención de terceros tiene su fundamento en que la cosa juzgada no solo afecte a


las partes, sino que se extienda a todos aquellos que tengan interés directo o indirecto
en determinada relación jurídica. Que la cosa juzgada se extienda a todos aquellos
interesados en el resultado de determinado proceso. Con la intervención de terceros se
evita que estos inicien un nuevo proceso, teniendo la posibilidad de proteger sus
intereses dentro de un proceso pendiente. Por ello, la doctrina considera que el efecto
jurídico de la sentencia no solo debe afectar a las partes del proceso, sino que también
debe tomarse en cuenta el efecto jurídico reflejo que puede generar la misma.

Aunque conviene precisar que existen dos variantes respecto de la participación de un


tercero en un proceso: (i) que quede vinculado a la sentencia, es decir, que lo afecte la cosa
juzgada (directa o indirectamente), ello cuando la intervención se produce en estado de litis
pendencia del proceso; (ii) cuando su intervención se hace vía tercería de propiedad o
mejor derecho, la sentencia que se dicte o que se haya dictado en el proceso no lo afectará,
su intervención no es para debatir la cuestión que se discute en el proceso

de hacer valer derecho o intereses propios, aunque vinculados a la causa o al objeto de la pretensión.
(23)
ALVARADO VELLOSO, Adolfo. Introducción al estudio de Derecho Procesal. Segunda Parte. Buenos
Aires: Editorial Rubinzal-Culzoni, 2005; p. 134.
(24)
PALACIO, Lino Enrique. Manual de derecho procesal civil. 17va edición, Buenos Aires: Editorial Lexis-
Nexis - Abeledo Perrot, 2003; p. 283.
(26)
Nos referimos concretamente al instituto de la intervención, que surge cuando en un proceso iniciado entre
dos partes, un actor y un demandado, un tercero ajeno hasta ese momento al proceso, comparece para
defender el derecho o el interés propio, deducido o no en el juicio por las partes originarias. La intervención
puede ser voluntaria, cuando el tercero comparece espontáneamente o bien puede ser llamado por una de las
partes que está actuando en el proceso, en este último caso estamos ante el supuesto de la intervención
conocida como forzosa. DÁVILA MILLÁN, María Encarnación. Litisconsorcio Necesario, concepto y
tratamiento procesal. Barcelona: Editorial Bosch, 1992; p. 33.

344
La intervención adhesiva en el proceso civil

principal, le interesa proteger su patrimonio afecto (tercería de propiedad) o hacer


prevalecer una acreencia (tercería de mejor derecho).

Cualquier sistema de intervención de terceros incorporado en la norma procesal,


debe apuntar a dar respuesta a los siguientes aspectos: (i) cuándo y cómo puede
ingresar un tercero a un proceso en marcha; y (ii) qué lugar puede ocupar un
tercero en un proceso en marcha(27). Asimismo, debe tomarse en cuenta que existe
una relación directa entre el “tercero” y la figura procesal de la “intervención de
terceros”, el primero, es objeto esencial de la segunda, y esta última, es el
instrumento idóneo para incorporar al proceso a un tercero.

Entonces, tenemos que la intervención de terceros es un mecanismo procesal que sirve para
que estos puedan intervenir en el proceso. Permite que los terceros que se quedaron fuera
del proceso –por alguna razón– puedan participar en él alegando titularidad del derecho,
interés jurídicamente relevante, afectación directa o refleja de la cosa juzgada, u otra
circunstancia que lo legitime para intervenir. De esta manera, el tercero interviene en el
proceso con el mecanismo regulado en el Código que se llama intervención de terceros, por
lo cual, el sujeto de la intervención siempre debe ser el sujeto que se quedó fuera del
proceso (tercero) y el instrumento que se utiliza para procurar su ingreso se llama
intervención de terceros (mecanismo de ingreso al proceso)(28).

(27)
MARTÍNEZ, Hernán J. “Intervención de terceros en el proceso civil Santafesino”. En: Revista de Derecho
Procesal 2006-2. Litisconsorcio, intervención de terceros y tercerías. Dirigido por ARAZI Roland. Santa Fe:
Editorial Rubinzal – Culzoni, 2006; pp. 121 a 135.
(28)
“(…) En el proceso pueden intervenir una pluralidad de personas independientes jurídicamente entre sí, es
decir, pueden existir varios demandantes o varios demandados, pero además de ellos pueden intervenir otras
partes. A esta situación jurídica se le conoce con el nombre de terceros, figura procesal reconocida en el
Capítulo VI, denominado “intervención de terceros, extromisión y sucesión procesal”, correspondiente al
Título II del Código Procesal Civil, y es distinta a la del litisconsorte necesario”: Casación N° 1267-2012-
Junín. Esta casación tiene varios errores de concepto, no es cierto que en el
proceso puedan haber varios “demandantes” o varios “demandados”, la parte es única, lo que sucede es que
esta pueda estar integrada por varios sujetos, por los que se les puede señalar como codemandantes o
codemandados, el principio de dualidad de partes, no permite que en el proceso haya más de dos partes:
demandante y demandado, si una de ellas o ambas están integradas por varios sujetos, se ha integrado un
litisconsorcio, pero no significa que existan más de dos partes. Tampoco es correcto señalar que en el proceso
después del demandante y el demandado pueden intervenir “otras partes”, lo cual señala la Corte Suprema es
la figura del tercero. No siempre el tercero que interviene en el proceso puede ser considerado como parte, es
el caso del coadyuvante, ni es el tercero que se incorpore es una “nueva parte”, porque al ingresar al proceso
debe integrar la parte demandante o la parte demandada, no puede ser una parte “autónoma”, ello ocurre en la
intervención litisconsorcial, litisconsorte necesario, intervención excluyente principal, etc.

345
Martín Alejandro Hurtado Reyes

4. La intervención coadyuvante
Es la típica intervención voluntaria (intervention voluntaire) de un tercero, conocida
también como intervención adhesiva (ad adiuvandum), accesoria o conservativa (accesoire
ou conservatoire), intervención por adhesión, se le llama asimismo intervención adhesiva
simple para diferenciarla de la adhesiva litisconsorcial, se le denomina así porque el tercero
ingresa de manera voluntaria al proceso para adherirse (parte a latere) a la posición de una
de las partes, demandante o demandado, con quien tiene una relación distinta a la que se
discute en el proceso, de tal manera que si se resuelve de forma desfavorable a la parte que
se adhiere, la relación que mantiene con este se verá perjudicada. Aquí es donde se ve el
efecto reflejo de la cosa juzgada a favor o en contra del tercero que se adhiere.

Sin embargo, debe advertirse que en el proceso donde se incorpora el tercero


coadyuvante el juez no puede afectar el interés que lo llevó a defender la posición
de una de las partes, tal como lo señala la jurisprudencia. Esto es, la cosa juzgada
solo lo debe alcanzar de forma refleja, pero no se puede tomar decisión en contra
del tercero auxiliar(29). Reiteramos que en el presente trabajo solo desarrollaremos
el tercero adhesivo simple, no el denominado adhesivo litisconsorcial, pues tiene
otros presupuestos y aplicación diferente.

Entonces, tenemos que el tercero adhesivo no integró la relación sustantiva previa al


proceso (la que se dedujo en el proceso), por ello, su intervención no implica titularidad de
la relación jurídica involucrada en el proceso; su interés –para participar, que lo legitima–
está basado en la existencia de una relación material, la cual es distinta a la deducida en el
proceso, aunque conexa, que puede ser afectada y que mantiene con una de las partes. De
ahí que se habla de un interés jurídicamente relevante el que justifica la legitimidad del
coadyuvante, debido a la relación conexa que tiene con una de las partes.

El coadyuvante interviene en un proceso donde no se discute un derecho propio, pero


su interés(30) se inclina al resultado que tenga lo que se discute como pretensión, pues lo

(29)
“(…) El tercero coadyuvante carece de legitimación procesal para litigar frente al adversario de la parte con
quien se adhiere o coadyuva; razón por la cual, la decisión jurisdiccional que resuelve el fondo de la materia
controvertida , no podrá directamente recaer dañosamente en la situación jurídica de aquel que viene
interviniendo en calidad de coadyuvante; ello encuentra sustento, en que la injerencia de un tercero en un
proceso pendiente, entre otras personas, se realiza con el fin de evitar el perjuicio jurídico que pueda
ocasionarle, como consecuencia de los efectos reflejos de la cosa juzgada, que le podrían ocasionar ante la
derrota procesal de una de las partes”: Casación N° 3657-2012-Cusco.
(30)
En general se puede decir que el interés del interviniente debe fundarse en esto: aunque en el proceso en que
interviene el tercero se discuta, no de un derecho suyo, sino solamente del derecho de la parte ayudada, al cual
el tercero es extraño; sin embargo, sabe el tercero que, si en ese proceso sale vencida la parte ayudada, su
derrota vendría a repercutir indirectamente sobre dicho tercero quitándole para el

346
La intervención adhesiva en el proceso civil

puede afectar de forma refleja. A estos terceros, Marina Cedeña les denomina
terceros titulares de un interés jurídico reflejo, señalando que son sujetos de una
relación jurídica conexa, subjetiva y objetivamente, con relación que ha constituido
la base del objeto de un proceso celebrado inter alios, pueden resultar alcanzados
por los llamados efectos jurídicos reflejos(31).

Con relación al derecho del coadyuvante, las consecuencias pueden ser nefastas,
razón por la cual interviene, con el solo propósito de apoyar a una de las partes y
tenga resultados favorables. El adhesivo simple(32), es quien, sin estar legitimado
para demandar o ser demandado, defiende un derecho ajeno (el del actor o del
demandado), pero en interés propio.

Señala Reimundin que la intervención adhesiva no da origen a una nueva litis; el


coadyuvante no incorpora una litis propia, sino que actúa en una litis ajena (litigante coad-
yuvado) y su actividad debe estimarse como participación en un litigio ajeno; el intervi-

futuro la posibilidad de ejercer un derecho suyo en las mismas condiciones favorables en que hubiera podido
ejercerlo de haber salido victoriosa la parte ayudada. CALAMANDREI, Piero. Instituciones de derecho
procesal civil. Volumen II, Traducción Sentís Melendo. Buenos Aires: Editorial Ediciones Jurídicas Europa-
América, 1962; p. 322. Cualquier persona que tenga un interés propio en la victoria de una parte para evitar el
perjuicio que derivaría de una sentencia contraria, podrá en principio intervenir en el proceso a los únicos fines
de coadyuvar a la defensa de dicha parte. SERRA DOMÍNGUEZ, Manuel. Estudios de derecho procesal.
Barcelona: Editorial Ediciones Ariel, 1969; p. 247. Es requisito de la intervención coadyuvante que el
interviniente tenga un interés jurídico en el éxito de la pretensión de la parte principal a la cual va a ayudar.
MONROY CABRA, Marco Gerardo. Principios del proceso civil. Bogotá: Editorial Temis. 1988, p. 221. El
interviniente adherente debe tener de acuerdo con las afirmaciones de parte, presentada en el proceso principal,
un interés jurídico en la victoria de la parte principal (llamada causa de la intervención). Un interés de esta
clase se da siempre cuando el interviniente adherente está en tal relación jurídica con las partes o el objeto del
proceso principal, que una sentencia desfavorable para la parte principal influiría de algún modo,
jurídicamente y para su detrimento, en situación jurídica, de derecho privado o público. El concepto de interés
jurídico no puede ser delimitado de manera estrictamente formal; y este no necesita ser precisamente
patrimonial. Pero no basta un simple interés real o económico en razón de amistad, parentesco o situación
semejante o en razón de una participación en el patrimonio de la parte principal. ROSENBERG, Leo. Tratado
de derecho procesal civil. Tomo I, Traducción Angela Romero Vera, Lima: Editorial Ara, 2007; p. 305. Existe
interés cuando la decisión haya de influir jurídicamente a favor o en contra mediata o inmediatamente sobre
sus relaciones de Derecho privado o público. SCHÖNKE, Adolfo. Derecho Procesal Civil. Barcelona:
Editorial Bosch., 1950; p. 99. Esta clase de intervención, también denominada coadyuvante, se verifica cuando
un tercero, por tener un interés jurídico coincidente con el derecho alegado por cualquiera de las partes
originarias, participa en el proceso con el objeto de coadyuvar al éxito de la pretensión o de la oposición.
GOZAINI, Osvaldo A. Elementos del derecho procesal civil. 1ra. edición, Buenos Aires: Editorial Ediar,
2005; p. 259.
(31)
CEDEÑO HERNÁN, Marina. Óp. cit.; p. 24.
(32)
ARAZI, Roland. La intervención de terceros en el proceso civil. En: Revista de Derecho Procesal 2006-2.
Litisconsorcio, intervención de terceros y tercerías. Dirigido por Roland ARAZI, Santa Fe: Editorial
Rubinzal–Culzoni, 2006; p. 106.

347
Martín Alejandro Hurtado Reyes

niente actúa para auxiliar o adherirse a las pretensiones del demandante o


demandado. Rosenberg alude a la participación de un tercero en la gestión de una
controversia ajena al propio interés y apoyo de una de las partes llamada principal.
Para Schönke la intervención adhesiva es la participación de un tercero en un
litigio pendiente entre personas, en apoyo de una de ellas, en cuyo éxito tiene un
interés jurídico. El interviniente adhesivo es un coadyuvante de una parte, pero no
se convierte en parte en la causa. Por ello no es afortunada la denominación del
interviniente adhesivo como parte adhesiva(33).

La intervención adhesiva simple es la injerencia de un tercero en un proceso pendiente


entre otras personas, con la finalidad de evitar el perjuicio jurídico que podría originarse
como consecuencia de los efectos reflejos de la cosa juzgada(34), por la derrota procesal de la
parte a quien se adhiere(35). La intervención adhesiva simple, llamada también coadyuvante,
tiene lugar cuando el tercero, en razón de ser titular de un derecho conexo o dependiente
respecto de las pretensiones articuladas en el proceso, participa en este a fin de colaborar en
la gestión procesal de alguna de las partes(36).

El tercero coadyuvante no incorpora al proceso ninguna pretensión, para que el juez se


pronuncie sobre ella, por el contrario, su labor de “apoyo” (“porque combate por el derecho
ajeno”: Gozaini) está basada en reforzar y ayudar a que la pretensión de la parte a la que se
adhiere sea robustecida y merezca una decisión favorable en la sentencia. Esta labor de
“apoyo” le permite reforzar la posición en el proceso de la parte con la que colabora,
pudiendo en consecuencia ofrecer medios probatorios, formular alegatos, informar
oralmente sobre hechos, etc., sin embargo, también tiene limitaciones, pues

(34) SCHÖNKE, Adolfo. Óp. cit.; p. 99.


(34) Los efectos reflejos en el marco procesal fueron tratados dogmáticamente por primera vez por Wach con
la denominación Tathestandswrikung o Reflexwirkung quien sintetiza su posición en la siguiente máxima:
“cuando una sentencia haya sido pronunciada entre los legitimados contradictores la cosa juzgada entre
las partes se produce en cuanto tal, respecto de todos”. Chiovenda introdujo la idea del perjuicio jurídico
como límite a la posibilidad de que la cosa juzgada despliegue una eficacia refleja sobre la esfera jurídica de
los terceros, por lo cual sostuvo “como todo acto jurídico referente a las partes entre las cuales intervine, la
sentencia existe y vale respecto de todos; como el contrato entre A y B vale respecto a todos como contrato
entre A y B; así la sentencia entre A y B, vale respecto a todos en cuanto es sentencia entre A y B. Por lo
tanto, no conviene sentar como principio general que la sentencia cause estado solo entre las partes, sino
que, por el contrario, es necesario asegurar que la sentencia no puede perjudicar a otros que han sido extra-
ños al pleito. Carnelutti entendió que la cosa juzgada se proyectaba en una doble vertiente. Por un lado, la
res iudicata tiene eficacia directa en relación con la litis que sido objeto de un concreto proceso y afectará
exclusivamente a los que han sido partes en el mismo. Por otro lado, la cosa juzgada puede desplegar una
eficacia refleja respecto de otra litis, en cuanto haya decidido un presupuesto de esta segunda litis y, en esta
medida, vincula no solo a las partes sino, también, a cualquier tercero titular de una relación conexa con la
decidida. CEDEÑO HERNÁN, Marina. Óp. cit.; pp. 25 a 27.
(35)
MONTERO AROCA, Juan. La intervención adhesiva simple. Barcelona, 1972; p. 161.
(36)
PALACIO, Lino Enrique. Óp. cit.; p. 285.

348
La intervención adhesiva en el proceso civil

no se le permitirá conciliar, transigir, allanarse, etc. y no se le permitirá realizar actos


que estén en oposición a la parte con la que colabora, aquí se señala como limitante del
tercero adhesivo el estar impedido de interponer medios impugnatorios contra la
sentencia (apelación, casación), tal como lo cual veremos más adelante.

El tercero coadyuvante tiene un limitante aún mayor en el proceso, pues su


participación dependerá de lo que decida la parte con la que colabora, así, si esta parte
se desiste de la pretensión el proceso concluirá y acabará con la participación del
tercero coadyuvante, lo mismo ocurre si concilia o transa, etc. Lo cual significa que la
permanencia del tercero coadyuvante simple en algunos casos depende de la actividad
procesal de la parte a la que ayuda, aunque se pueden dar casos de colusión o fraude
que afectan al tercero que podrían ser controlados por el juez de la causa.

Respecto de la sentencia, se considera que al ser este un tercero coadyuvante, la


sentencia no le alcanzará ni le producirá efecto alguno (salvo el efecto reflejo),
pues esta no contiene pronunciamiento sobre pretensiones de tercero adhesivo, sino
de las partes del proceso. Sin embargo, se debe acotar que el tercero accesorio no
podrá discutir lo resuelto en nuevo proceso.

Para la existencia de una intervención coadyuvante se deben dar las siguientes exigencias:

entre coadyuvado y coadyuvante debe existir una relación jurídica preexistente al proceso
principal, de tal manera que el primero (coadyuvado) sea el nexo de relación entre dos
relaciones jurídicas preexistentes: la una, objeto del proceso principal, la otra, entre
coadyuvante y coadyuvado; (ii) no existe vínculo directo entre quien pretende intervenir
como coadyuvante (titular de la relación interferente) y la contraria de la parte que se
coadyuvará (titular de la relación interferida); y (iii) surge el fenómeno de la eficacia refleja
de la cosa juzgada, efecto producido por la involuntariedad y automatismo, donde los
hechos discutidos en el proceso son indirecta pero indiscutiblemente los hechos de su
relación jurídica, de modo tal que el tercero resultará vencedor o vencido según el resultado
de este proceso(37). Estos deben ser los presupuestos básicos a considerar por parte de
quienes postulan la intervención y del juez cuando decida estas peticiones, porque
justamente la falta de consideración de estos llevan muchas veces a admitir intervenciones
que no corresponden o a calificarlas erróneamente.

Con relación al interés que debe expresar el coadyuvante para intervenir, se debe indicar
que un sector de la doctrina(38), de forma acertada, ha indicado que este debe ser un “interés

(37)
MARTÍNEZ, Hernán J. Óp. cit.; p. 129.
(38)
OROMÍ VALL-LLOVERA, Susana. Óp. cit.; p. 21.

349
Martín Alejandro Hurtado Reyes

directo en el resultado del pleito”, lo que incluye aquellos supuestos en los que el tercero
es titular de una relación jurídica conexa con el objeto del proceso. El perjuicio que se teme
y se pretende conjurar ha de revestir un cierto grado de probabilidad y no resultar una mera
hipótesis que solo podría acaecer tras la materialización de un improbable o remoto azar o
“alea”. La resolución judicial puede producir un efecto prejudicial sobre la relación jurídica
de titularidad del tercero, en la medida que tal resolución judicial se erija como hecho
constitutivo, impeditivo o extintivo de la posición jurídica de quien pretende intervenir.

La intervención adhesiva simple difiere de la litisconsorcial en que el tercero que entra en el


proceso pendiente no lo hace por ser titular de la relación jurídica a la que se refiere la
pretensión procesal interpuesta en él, sino para evitar la consecuencia desfavorable que
puede ocasionarle, a causa de los efectos reflejos o indirectos de la sentencia, que una de las
partes de ese proceso sea vencida(39). La posición legitimante del tercero podríamos
describirla de este modo: (i) el tercero carece de legitimación respecto de la pretensión
procesal interpuesta en el proceso pendiente, ni la tiene para interponer la pretensión, ni esta
podía, ni debía ser interpuesta frente a él; (ii) según el sentido, favorable o adverso a una de
las partes, la sentencia que se dicte en el proceso pendiente condicionará como hecho
jurídico la constitución, modificación o extinción de otra relación jurídica de la que el
tercero sí que es titular; (iii) esta pendencia implica que el tercero tenga un interés jurídico
que le legitima para intervenir en el proceso pendiente, para posibilitar que la sentencia se
dicte en un sentido que favorezca indirectamente su posición jurídica(40).

5. Naturaleza jurídica

La naturaleza jurídica del coadyuvante ha generado un amplio debate en la doctrina,


encontramos tesis que van desde considerarlo como sustituto procesal, como una parte
accesoria, como parte principal, inclusive como una cuasi parte, como alguien que no
es parte, o como un representante de la parte. En ese sentido, se admite que el
accesorio no tiene la condición de parte y como tal no tiene la posibilidad de
impugnar la sentencia si ella no fuera favorable a la parte a la que “apoya”, aunque las
posiciones de la procesalística no son pacíficas, como veremos.

(39)
La casación N° 3073-2015-Lima se pidió la intervención adhesiva, pese a tener la condición de copropietario
del bien sublitis debido a que tiene celebrado con el demandado un contrato de arrendamiento. “(…) El
tercero coadyuvante, es sobrino del demandante, e igualmente copropietario, del área de dominio en litigio; y
si bien es cierto, ha sido considerado para colaborar a los intereses de la demandada, también lo es, que el
resultado de este proceso no le perjudica, pues no pierde el título de condómino del inmueble indiviso que
comparte con su copropietario”.
(40)
ORTELLS RAMOS, Manuel. Derecho Procesal Civil. Segunda edición, Navarra: Editorial Aranzadi, A
Thomson Company, 2001; p. 199.

350
La intervención adhesiva en el proceso civil

Un sector de la doctrina sostiene enfáticamente que el tercero coadyuvante no es


parte(41), debi do a que no integró la relación jurídica deducida en el proceso, y solo
tiene la condición de adherente de la posición de la parte a la que ayuda. Por su sola
intervención en el proceso al coadyuvante no se le puede considerar como parte,
aunque realice determinada actividad procesal. La presencia en el proceso del tercero
accesorio no propicia la existencia de un litisconsorcio(42), pues este se genera solo con
la existencia de varios sujetos que integran una parte, lo que suele llamarse pluralidad
de partes. Su legitimación (lo que le permite intervenir) está basada en la existencia de
un interés, que se vería afectado si su coadyuvado no es favorecido con la sentencia. El
coadyuvante es considerado como interviniente de segundo grado (cuasi parte)(43),
pues su actividad general en el proceso es dependiente de su coadyuvado, por ello se le
conoce como parte accesoria(44) o parte subordinada(45). El interviniente adhesivo es un
coadyuvante de una parte, pero no se convierte en parte en la causa(46).

(41)
La doctrina española, en este sentido, tiene consenso: como principio general, se debe sentar el de que sus
facultades y las limitaciones a que debe estar sometida su actividad derivan de la circunstancia de que no es
parte sino un mero coadyuvante de la parte a la que se incorpora (Castro). El coadyuvante no es parte
principal, sino que actúa junto a la parte, no es litisconsorte (Orbaneja). Postulan la misma posición que
sostiene que el adhesivo no es parte debido a que por sí solo no puede tutelar jurisdiccional por propio
derecho: Goldschmidt (el interviniente adhesivo no se hace parte. No puede por tanto pedir nada para sí, ni se
puede pedir nada de él), Rosenberg (gestiona un proceso ajeno, en el que sigue siendo parte principal aquel a
quien apoya, aun cuando le ceda toda la gestión procesal) y Schönke (el interviniente adhesivo es un
coadyuvante de una parte, pero no se convierte en parte). Martínez (es esencial que carezca de legitimación
autónoma porque si no sería parte o coadyuvante autónomo. No es parte, y se relaciona con su coadyuvado
(parte) de la siguiente manera: a) Puede tener iniciativa procesal, pero su actuación queda sujeta a la voluntad
del principal. Cada actuación independiente suya debe sustanciarse con su principal;b) Ante la inacción o
inactividad del principal, no se encuentra temporalmente limitado.
(42)
El interviniente se encuentra en una posición inferior con relación a la parte principal, por lo que no se puede
hablar de litisconsorcio, sino de subordinación (Redenti).
(43)
La denominación de quasi parte es utilizada por Chiovenda.
(44)
El coadyuvante es siempre una parte accesoria o secundaria porque actúa para sostener las razones de un
derecho ajeno, y en un plano distinto del de la parte principal, de subordinación a esta, ligado secundariamente
a la posición de su coadyuvado. DEVIS ECHANDÍA, Hernando. Teoría general del proceso, aplicable a
toda clase de procesos. Tomo II, Buenos Aires: Editorial Universidad, 1985; p. 401. El interviniente adhesivo
simple no asume el carácter de una parte autónoma, por cuanto su posición dentro del proceso es subordinada
o dependiente respecto de la que corresponde a la parte con la cual coadyuva. PALACIO, Lino Enrique.
Derecho procesal civil. Tomo III, Buenos Aires: Editorial Abeledo Perrot, 1983; p. 239.
(45)
El interviniente adhesivo, por efecto de su intervención, deviene parte en el proceso, junto a la parte ayudada,
pero tiene una posición accesoria y en cierto sentido subordinada frente a la ayudada (Cala-mandrei). Cuando
una parte interviene en el proceso para hacer valer en él un derecho propio, es parte principal, y es en cambio
parte accesoria cuando actúa en el proceso para sostener las razones de un derecho ajeno, no pudiendo
afirmar un derecho propio (Carnelutti).
(46)
SCHÖNKE, Adolfo. Derecho Procesal Civil. Óp. cit.; p. 99.

351
Martín Alejandro Hurtado Reyes

Stiglitz admite que el tercero adhesivo es parte solo en sentido procesal, que su
actividad se desarrolla y agota en el proceso, aunque para adquirir aquella calidad
es menester que judicialmente su ingreso sea aceptado. Aclara que su condición es
accesoria, secundaria o coadyuvante, pues si bien es cierto que su intervención
finaliza con el debate, esta, en su ejercicio procesal, posee limitaciones(47).

La posición disidente nos indica que el coadyuvante sí es parte(48), pues si bien no se le


puede considerar al accesorio como parte desde el punto de vista sustancial, lo es
desde la óptica procesal(49), esta situación es la que lo lleva a realizar actividad
procesal reservada a las partes.

“Es innegable que el interviniente adhesivo es parte por cuanto participa en el


proceso. Quienes sostienen que no es parte confunden las partes en el litigio
(noción de derecho material) con las partes en sentido procesal; si bien el
interviniente adhesivo, por definición y por esencia, no es parte en el litigio o
derecho material que se discute en el proceso, sí es parte en este; pero por no tener
prácticamente nada que ver con el derecho en litigio, su legitimación es menos
importante que de la parte principal. El interviniente adhesivo tiene un interés
tutelado por el derecho implícitamente al otorgarle legitimación para intervenir;
pero menos plena que la que tiene la parte principal. No encuentro una explicación
ni siquiera simple, para justificar la posición de quienes sostiene que el
coadyuvante no es parte, ya que, si no lo es, ¿cómo es que participa en el proceso
desarrollando una serie de actos que solo pueden solicitar y obtener quienes
tengan tal calidad? Es innegable que el coadyuvante es parte”(50).

“No solamente asignamos al coadyuvante (…) carácter de parte, sino que también enten-
demos que entre coadyuvado o coadyuvante se conforma un litisconsorcio(51), ya que habrá
comunidad de postulaciones y una suerte común resultante de la sentencia que al afectar

(47)
STIGLITZ citado por HINOSTROZA MÍNGUEZ, Alberto en Sujetos del proceso civil. Lima: Editorial
Gaceta Jurídica, 2004; p. 467.
(48)
El tercero coadyuvante tiene la calidad de parte, pero con una legitimación limitada ya que su actuación se
reduce a suplir la conducta pasiva de la parte a la cual coadyuva, pero nunca a obra contra esta (Azula
Camacho).
(49)
Si parte es la persona que pide y frente a la que se pide una determinada actuación judicial, el interviniente es
parte, en cuanto efectúa diversas peticiones en el curso del proceso, distinto será si es parte en sentido
sustancial, lo que impide que lo sea en sentido procesal (Serra).
(50)
PARRA QUIJANO, Jairo. Los terceros en el proceso civil. Óp. cit.; p. 119.
(51)
Considero que cuando se produce la intervención adhesiva, el adhesivo se debe plegar o adherir a una de las
partes, al demandante o al demandado, sin embargo, en ningún caso se produce un litisconsorte entre la parte
y el adhesivo, ya que como se podrá inferir de lo expresado hasta aquí –y es la posición que asumo- el
adhesivo no es parte, y como sabemos, el litisconsorcio únicamente se genera por la fusión de sujetos que
integran una parte o en todo caso se da entre sujetos que tienen la condición de parte (en la intervención
excluyente principal, litisconsorcio entre las partes originarias).

352
La intervención adhesiva en el proceso civil

o consolidar, según el caso, el derecho del primero, incidirá en el segundo. Claro está que
se trata de una formación litisconsorcial (52) sui géneris ya que la actividad del coadyuvante,
lo coloca en un papel de subordinación al coadyuvado” (53). El adhesivo es parte(54), sostiene
esta posición, porque el fundamento de esta institución exige conceder al interviniente la
condición de parte en la plenitud de sus facultades y su intervención genera una pluralidad
de partes. Es parte porque tiene todas las prerrogativas, derechos y deberes.

El artículo 13.3 de la Ley de Enjuiciamiento Civil 1/2000 considera a todo


interviniente como parte:

“Admitida la intervención, no se retrotraerán las actuaciones, pero el interviniente


será considerado parte en el proceso a todos los efectos y podrá defender las
pretensiones formuladas por su litisconsorte o las que el propio interviniente formule,
si tuviere oportunidad procesal para ello, aunque su litisconsorte renuncie, se allane,
desista o se aparte del procedimiento por cualquier otra causa”.

De esta actividad del adhesivo nos habla Kisch al precisar que, una vez admitido el
tercero, puede válidamente realizar actos procesales y ejercitar toda clase de medios
de ataque y defensa; puede alegar hechos, aportar pruebas, proponer excepciones,
discutir las afirmaciones de la parte adversaria y deferir un juramento, si bien, la
delación de este a él es imposible. Puede impulsar las notificaciones y citaciones,
presentar recursos y oponerse a los que interponga la otra parte, etc. Para todos
estos actos el interviniente está capacitado no solo en el caso de que la parte
coadyuvada esté presente o consienta tácitamente, sino también en el de ausencia
puede actuar válidamente en lugar de ella. Obra, pues, el tercero, no a la manera de
la simple asistencia, sino con los mismos efectos jurídicos de un representante(55).

(52)
En la Casación N° 2809-2015-Lima se aprecia que el pedido de intervención coadyuvante se hace como
“incorporación en calidad de litisconsorte pasivo coadyuvante” y la respuesta del órgano jurisdiccional se
hace en el mismo sentido “conforme es de verse de la resolución número ciento dos de fojas mil cuatrocientos
treinta y ocho, el A quo ha cumplido con pronunciarse respecto de la solicitud de don Guido Retamozo
Chacón, al declararse improcedente su incorporación al proceso en calidad de litisconsore pasivo
coadyuvante”.
(53)
RIVAS, Adolfo A. “El litisconsorcio”. En: Revista Peruana de Derecho Procesal. N° I. Lima: Asociación
Civil Revista Peruana de Derecho Procesal, septiembre 1997; pp. 115-127.
(54)
Coadyuvante y coadyuvado son cotitulares de una misma y única acción, ya que están ambos, aunque por
criterios distintos, legitimados por la ley procesal para el ejercicio de aquella determinada acción, y por
consiguiente, ambos son partes en el proceso en el cual se haya ya el ayudado. Tanto es así que la posición
jurídica podría perfectamente invertirse, es decir, que quien no es sujeto de la relación jurídica sustancial
podría hacerse promotor de la acción en orden a la realización de una relación jurídica sustancial ajena, al paso
que el titular de la relación jurídica sustancial podría asumir la figura procesal de interviniente ad adiuvandum.
ROCCO, Ugo. Óp. cit.; p. 129.
(55)
KISCH, W. Elementos de derecho procesal civil. Traducido por Prieto CASTRO. Madrid: Editorial Revista
de Derecho Privado, 1940; p. 322.

353
Martín Alejandro Hurtado Reyes

Consideramos que en estricto el adhesivo no es parte(56), pero el hecho de tener la


facultad de realizar determinados actos procesales en el proceso, pero sin
capacidad para disponer del objeto litigioso (limitación que no tiene la parte), hace
que esta intervención le dé una posición especial, por ello, no obstante no pierde la
condición de ayudante de una de las partes principales (accesorio)(57), por lo cual no
se forma propiamente un litisconsorcio entre la parte y el coadyuvante(58).

Aunque debemos advertir que en la doctrina se ha puesto de manifiesto la tesis de


que no puede existir una categoría intermedia entre “parte” y “tercero” y que no es
posible darle un estatus especial al interviniente, por tanto, se ha sostenido que la
adhesión no significa dependencia o sumisión, sino que el interviniente es
independiente en la utilización de sus medios de defensa y ataque(59).

De lo dicho hasta aquí tenemos que al coadyuvante no puede ser considerado desde el
punto de vista procesal como parte en el proceso, ello debido a que la condición de parte les
corresponde solo a aquellos que se encuentran vinculados con la posibilidad de

(56)
En la doctrina alemana clásica, parte es el sujeto del proceso (dominus litis), sujeto de la relación jurídica
procesal, el proceso es su proceso, la demanda es su demanda, la condena es su condena, y por eso no es parte
quien actúa o representa a la parte, y no es esencial la capacidad de hecho para ser parte como tampoco es
parte quien hace valer en el proceso un interés jurídico en nombre propio (tercero adhesivo). ALBARENGA,
Emilio H. “La intervención de terceros y la excepción de incompetencia”. En: Revista de Derecho Procesal
2006-2. Litisconsorcio, intervención de terceros y tercerías. Dirigido por ARAZI, Roland. Santa Fe: Editorial
Rubinzal–Culzoni, 2006; pp. 137 a 165.
(57)
La jurisprudencia nacional sobre el particular ha tomado partido por considerar al coadyuvante como parte
auxiliar, así señala que debe entenderse esta “intervención como acumulación subjetiva sucesiva, constituye
aquella figura procesal que permite la intervención en el proceso de quien, teniendo una relación material con
una de las partes, busca obtener una sentencia favorable porque puede verse afectada con la misma de manera
refleja; de forma que, su participación es como parte accesoria, auxiliar o secundaria en el proceso, al no haber
incoado pretensión propia, haciendo suya la pretensión de quien coadyuva, es decir, actúa subordinadamente
para defender las razones del derecho ajeno”: Casación N° 3657-2012-Cusco.
(58)
Gonzáles Atilio expresa que en el marco de inserción de la acumulación procesal la intervención adhesiva
simple se manifiesta como una hipótesis de la pluralidad de partes y pretensión única, y, dentro de dicho
contexto resulta, a su vez, triplemente ubicable: a) según el momento en que se produce, es sobreviviente a la
incoación del proceso; no inicial; b) desde la perspectiva de la entidad de la gestión procesal cumplible,
conforme un supuesto de “pluralidad de partes por subordinación”, en la que aquellas aparecen en un plano de
reciproca desigualdad; c) de acuerdo con la regulación de la legitimación, esta es extraordinaria, en razón de
que el interviniente adhesivo simple no se encuentra sustancialmente legitimado para demandar o ser
demandado, por no ser un titular de la misma relación jurídico material invocada en el proceso por las partes
originarias; pero sí de otra que, a su vez, depende técnicamente de aquélla. De ahí que, la decisión dictada en
el proceso adquiere la condición de “hecho constitutivo modificativo o extintivo” en la relación alegada por el
tercero. GONZÁLES, Atilio Carlos. La intervención voluntaria de terceros en el proceso. En: Revista
Peruana de Derecho Procesal. Lima: Asociación Civil Revista Peruana de Derecho Procesal, marzo 1998; p.
389-399.
(59)
OROMÍ VALL-LLOVERA, Susana. Óp. cit.; p. 53.

354
La intervención adhesiva en el proceso civil

postular la pretensión procesal o defenderse de ella, situación que no se presenta en


el caso del tercero adhesivo.

6. Facultad impugnativa del coadyuvante

Es uno de los temas poco pacíficos en materia de intervención adhesiva, por lo cual, de
un lado se perfila la tesis que sostiene de forma tajante que el tercero adhesivo no tiene
facultad de interponer impugnación contra la sentencia que se emita en el proceso (no
podrá apelar ni formular casación). De otro lado, encontramos la posición que habilita
al tercero accesorio para acceder a la impugnación.

La primera posición (el interviniente no puede impugnar), es la consecuencia de la


tesis que expresa que el tercero secundario no es parte en el proceso; por tanto, la
sentencia únicamente puede ser apelada por la parte principal a la que ayuda. Es
esta parte, la que, teniendo la posibilidad de disponer del derecho (vía
desistimiento, transacción, allanamiento, entre otros) tiene el derecho a impugnar
la sentencia que no le favorezca, quedando limitada la participación de su adhesivo
a realizar todos los actos procesales necesarios para favorecer la posición a la que
se adhirió para proteger determinado interés, pero nunca a impugnar la misma.

La segunda posición (el adhesivo sí puede impugnar)(60), se cimenta en que el tercero por
adhesión al tener la prerrogativa para realizar actos procesales diversos (ofrecer prueba,
formular cualquier tipo de tachas, recusar, entre otros), tiene la facultad entonces, para
impugnar la sentencia emitida, cuando ella perjudique sus intereses, prescindiendo del uso
de la vía recursiva de la parte principal a quien apoya. La limitación que tiene el
coadyuvante es de no poder realizar actos procesales que se opongan a los realizados por la
parte a la que se adhirió, incorporar pretensión propia, no puede disponer el derecho que se
discute, entre otros. En tal virtud, la impugnación de la sentencia es una facultad que tiene
el interviniente, la misma que ejercita sin tomar en cuenta la voluntad de impugnar la
decisión principal. Esta segunda tesis se acerca a la posición que sostiene que el
coadyuvante es parte y como tal puede ejercitar cualquier medio impugnativo que lo

(60)
“…Respecto de la supuesta infracción del artículo 97 del CPC, no se ha demostrado la referida infracción,
habida cuenta que la interposición del recurso de apelación a cargo del tercero coadyuvante no constituye un
acto de oposición a la defensa de la parte demandada ni un acto de disposición; siendo que en todo caso, de no
haberse interpuesto el recurso de apelación, correspondía elevarse en consulta la sentencia de primera
instancia, al encontrarse la parte demandada representada por curador procesal: rigiendo en dicha situación lo
previsto en el artículo 172 - cuarto párrafo - del citado código, en cuenta establece que no hay nulidad si la
subsanación del vicio no ha de influir en el sentido de la resolución o las consecuencias del acto procesal”.
Casación 1795-2006-Puno.

355
Martín Alejandro Hurtado Reyes

pueda perjudicar. Si no se le permitiera impugnar al coadyuvante entonces “la


figura de la intervención no se justifica, ‘ayudar’ podría hacerlo en forma extra-
procesal y sin necesidad de hacer gastos para concurrir a un proceso, para evitar el
fraude que se pueda presentar entre las partes…” (Parra Quijano).

En un matizado perfil de la impugnación del tercero, se asevera que solo tendrá la


facultad de intervenir en la impugnación el adhesivo cuando existe una conducta
negligente de la parte principal y por ello no formuló su recurso o lo hizo de tal
forma que será rechazado. Aunque también es admisible su participación en la
impugnación cuando se pone en evidencia la existencia de fraude entre su
coadyuvado y la parte contraria para perjudicar los intereses del coadyuvante(61).

En esta última postura encontramos a Atilio Carlos Gonzáles, siguiendo la jurisprudencia de


su país, señala que el tercero se encuentra activamente legitimado para diligenciar, entre
otros: (i) subrogarse procesalmente a la parte ayudada, en el supuesto caso de haber obrado
esta con negligencia, ineficacia o dolo en su perjuicio; (ii) apelar de la sentencia definitiva
en las siguientes hipótesis: (iia) si la parte ayudada la dedujo ineficazmente; (iib) si la parte
coadyuvada dejó transcurrir el término del plazo para apelar, sin consentir expresamente el
pronunciamiento; es decir, la consintió tácitamente; y (iic) si la parte principal no manifestó
su disconformidad con la situación del tercero apelante(62).

Prima facie consideramos válida la postura de que el adhesivo tiene facultades


impugnativas en el proceso, siempre que se den los presupuestos que pongan en
evidencia una conducta omisiva, negligente o fraudulenta de su coadyuvado, la cual
puede perjudicar su interés. Sostiene la profesora Oromí que esta afirmación, la de
que el adhesivo pueda recurrir, encuentra su fundamento en el posible pacto
fraudulento entre actor y demandado, de tramitar un proceso con el único objeto de
obtener una sentencia cuyos efectos reflejos perjudiquen al tercero(63).

Aunque debemos considerar como posible la facultad impugnativa del adhesivo, si en-
tramos al análisis interpretativo del artículo 355 del Código Procesal Civil (en adelante

(61)
“(…) La tercera coadyuvante Mirtha Marisol Ore Ore, aceptada así mediante Resolución número doce de
fojas noventa y siete, se encuentra facultada para impugnar la indicada Sentencia, tal como lo prevé el último
parágrafo del artículo 97 del Código Procesal Civil, y en esas circunstancias, es procedente absolver el grado,
ya que la referida Sentencia le afecta desfavorablemente, aun cuando los efectos de la Sentencia no deben
abarcar a la relación contractual establecida con el demandado, a través del Contrato de Compraventa que en
copia obra de fojas setenta y uno a setenticinco, inscrito en los Registros Públicos”. Sentencia de fecha 22 de
abril de 1998, expediente N° 56-98, Sala de Huancayo.
(62)
GONZÁLES, Atilio Carlos. Óp. cit.; p. 389-399.
(63)
OROMÍ VALL-LLOVERA, Susana. Óp. cit.; p. 129.

356
La intervención adhesiva en el proceso civil

CPC), que autoriza al tercero legitimado a interponer medios impugnatorios, y es


evidente que el tercero adhesivo es un tercero legitimado en el proceso, con
legitimación extraordinaria, pero legitimación en fin: “mediante los medios
impugnatorios las partes o terceros legitimados solicitan que se anule o revoque,
total o parcialmente, un acto procesal presuntamente afecto por vicio o error”.

Consideremos, sin pecar de exceso, que en el proceso civil le corresponde también al


adhesivo el derecho a la impugnación y el derecho a la instancia plural(64), de tal
manera que, si le recortamos estos derechos fundamentales de naturaleza procesal, no
tendría sentido la defensa de un interés personal y un conflicto por derecho ajeno,
tomando en cuenta que la sentencia le afectará de manera refleja. Este tipo de
interpretación es admitida por nuestro Tribunal Constitucional al señalar que las normas
no se deben interpretar nunca en sentido restrictivo, sino que se debe hacer una
interpretación que preserve y favorezca los derechos fundamentales: principio pro
homine(65). Sobre este principio de interpretación Katherine Yesquén ha manifestado que
tiene diversas manifestaciones, dirigidas todas ellas a lograr la mejor y máxima
protección de los derechos fundamentales. Así, una de las manifestaciones de dicho
principio es aquella a través de la cual se otorga preferencia, entre un conjunto de
normas jurídicas aplicables, a aquella norma que pueda proteger de mejor manera los
derechos fundamentales de una persona, eliminando así la adopción de la norma que
restrinja injustificadamente el ejercicio de un derecho fundamental(66).

En tal sentido, consideramos que el tercero adhesivo sí tiene facultades para interponer
el recurso pertinente en contra de la sentencia, en supuestos en los que la parte a la que
se adhirió fue negligente para formular el recurso, cuando se presenten supuestos de
fraude para perjudicarlo e inclusive cuando el sujeto al que se adhirió no apeló por
propia voluntad. Aunque nos parece también que debe verse el caso en concreto, para

(64)
Puede entenderse que el derecho a la impugnación es un derecho implícito en nuestra Constitución, ya que no
aparece señalado de forma expresa en el artículo 139; sin embargo, tenemos como derecho expreso al derecho
a la doble instancia, señalado en el artículo 139.6 de la Constitución. Se trata de dos derechos fundamentales
de naturaleza procesal diferentes, pero, vinculados, ya que el derecho a la instancia plural solo brinda la
posibilidad de hacer uso de los recursos de forma vertical, en tanto que el derecho a la impugnación es un
derecho más amplio que permite impugnar no solo con recursos sino con cualquier otro mecanismo para
atacar las decisiones judiciales: recursos, oposiciones, nulidad procesal, nulidad de cosa juzgada fraudulenta,
etc.
(65)
El Tribunal Constitucional en la STC 1003-98-AA-TC ha señalado que “cuando exista diferentes
interpretaciones de un dispositivo legal, se debe optar por aquella que conduzca a una mejor protección de los
derechos fundamentales, descartando así las que restrinjan o limiten su derecho”.
(66)
YESQUÉN LIHIM, Katherine. “Principios de interpretación pro homine, favor libertatis y pro actione y su
aplicación por el Tribunal Constitucional Peruano”. En: Gaceta Constitucional, Tomo 3. Lima, marzo 2008;
pp. 493-496.

357
Martín Alejandro Hurtado Reyes

no dejar desprotegido al tercero adhesivo y negarle el acceso al recurso (67). Así, podría
decirse igualmente que, si el tercero adhesivo puede apelar la sentencia, también podría
impugnar cualquier otra decisión que pueda afectar la posición que tiene en el proceso,
buscando siempre que la decisión no le afecte de forma refleja. Se nos ocurre apelar una
excepción procesal con la que concluye el proceso, el abandono del proceso, entre otras
decisiones. Sin embargo, debe indicarse que, en la práctica judicial, salvo algunas
situaciones muy puntuales y especiales, en la mayoría de los casos, los jueces no se hacen
problema cuando se presenta una situación como la descrita y se suele conceder el recurso
de apelación en contra de la sentencia que afecta los intereses del coadyuvado(68).

7. Regulación y ejemplos

La intervención adhesiva se encuentra regulada en el artículo 97 del CPC:

“Quien tenga con una de las partes una relación jurídica sustancial, a la que no
deban extenderse los efectos de la sentencia que resuelva las pretensiones
controvertidas en el proceso, pero que pueda ser afectada desfavorablemente si
dicha parte es vencida, puede intervenir en el proceso como coadyuvante de ella”.
“El coadyuvante puede realizar los actos procesales que no estén en oposición a la
parte que ayuda y no impliquen disposición del derecho discutido”(69).

(67)
Expediente N° 944-2002, 3ra. Sala Civil de Lima, 08/07/02: “El coadyuvante puede realizar los actos
procesales que no estén en oposición a la parte que ayuda y no impliquen disposición del derecho discutido.
El tercero coadyuvante no tiene capacidad para impugnar una resolución que da amparo a un pedido
formulado por la parte a la que supuestamente aquel viene coadyuvando”. LEDESMA NARVÁEZ,
Marianella. Jurisprudencia actual. Lima, 2005; p. 392.
(68)
En la Casación N° 1852-2011-Tumbes se discutió si el tercero coadyuvante podía apelar la sentencia, cuando
su coadyuvado no lo hizo. “(…) No obstante no haber formulado apelación la parte demandada Municipalidad
Provincial de Contralmirante Villar contra la sentencia de primera instancia, la tercera coadyuvante de dicha
municipalidad, es decir, la Empresa Capital Properties Sociedad Anó nima Cerrada, interpuso recurso de
apelación, a fojas 284, contra la mencionada sentencia, acto que implicaría una oposición a la parte que ayuda
(municipalidad emplazada, pues esta última consintió el pronunciamiento del A quo”. La respuesta de la Corte
Suprema ratificó la posición indicada, dándole la facultad al coadyuvante para apelar: “La Empresa Capital
Properties Sociedad Anónima Cerrada, en su oportunidad, ante el A quo por resolución N° 08, de fecha 03 de
enero de 2010, de fojas 233, incorporó como interviniente coadyuvante a dicha empresa, conforme a lo
establecido en el artículo 97 del Código Procesal Civil, por lo tanto, el recurso de apelación de la Empresa, ha
sido interpuesto conforme a lo prescrito en los artículos 364 y 365 del Código Procesal Civil”.
(69)
La casación N° 4699-2015-Arequipa a partir de lo que regulaba la derogada ley de violencia familiar (artículo
18 de su Reglamento) nos señala la existencia de un supuesto de intervención adhesiva. “(…) El meollo del
debate surgido en este proceso consiste en determinar qué sucede en estos casos, cuando la víctima asume la
defensa de sus intereses, con la participación que hasta ese momento desempeñaba el Ministerio Público. Y la
respuesta se desprende textualmente del último párrafo de la disposición. En primer término, el Ministerio
Público dejará de ser parte en el proceso y, en segundo lugar, adoptará la posición de tercero coadyuvante”.

358
La intervención adhesiva en el proceso civil

El artículo 1219, inciso 4 del Código Civil propone un supuesto de intervención


adhesiva, imaginemos que A acreedor de B demanda el cumplimiento de una
obligación vencida e impaga, logrando embargar el único bien inmueble que
integra el patrimonio de B, enterado C de la existencia del proceso le pide al juez
que califique su legitimación pidiendo ser aceptado como tercero coadyuvante de
B (parte coadyuvada) quien también es deudor de C. En el caso propuesto C
(tercero coadyuvante) participará en el proceso interviniendo como adhesivo de B,
colaborará en el proceso para que la posición de B triunfe en el proceso, pues al
tener una relación jurídica con B no le convendrá que este pierda su patrimonio.

Leo Rosenberg nos proporciona un ejemplo: demanda sobre un contrato hecho por
escritura pública. El demandado discute la legalidad de la forma. El notario se une
al actor como interviniente adherente y gestiona el proceso de este; porque, si el
contrato es nulo por defecto de forma, el actor podrá pretender del notario una
indemnización; así, el notario tiene un interés en la victoria(70).

Atilio González brinda el siguiente ejemplo: A es acreedor de B, y C es el fiador. B, como


actor, pretende la nulidad de la obligación principal frente al acreedor A. C, como fiador,
ingresa en el proceso entablado entre B y A; como “interviniente adhesivo simple” de B;
defendiendo un interés ajeno (el de B), pero en provecho propio, pues conforme lo
preceptúa el artículo 2024 del cuerpo legal referido (el autor se refiere al Código Civil
argentino), si la sentencia acoge la pretensión de nulidad de la obligación principal, C
(fiador), se libera. Caso contrario, sigue vinculado en los términos del contrato de fianza(71).

El profesor argentino Osvaldo Gozaini nos proporciona un ejemplo al mencionar


que sería el caso de un juicio que se sustancie entre un acreedor y el deudor de una
obligación; en ese caso, el fiador también puede intervenir como tercero adhesivo
simple del deudor, toda vez que tendrá interés suficiente en que la causa principal
se decida en sentido favorable a la parte ayudada(72).

El subarrendatario tendrá interés en intervenir en procesos entablados entre arrendador y


arrendatario sobre la resolución del contrato de arrendamiento, ya que esto comporta la
correlativa extinción del subarrendamiento. El vendedor de un bien, al ser responsable por
evicción ante la posibilidad de que el comprador se vea privado de ese bien, puede
intervenir en el proceso en el que se discuta tal privación. El notario autorizante del
testamento, cuando en el proceso se insta la nulidad de dicho testamento otorgado por

(70)
ROSENBERG, Leo. Óp. cit.; p. 303.
(71)
GONZÁLES, Atilio Carlos. Óp. cit.; pp. 389-399.
(72)
GOZAINI, Osvaldo A. Óp. cit.; p. 259.

359
Martín Alejandro Hurtado Reyes

y ante él. El reasegurador puede intervenir en el proceso pendiente entre asegurado y


asegurador. En este caso, el reasegurador no es titular de la relación jurídica deducida
en el proceso (el contrato de seguro), pero sí es titular de una relación jurídica conexa o
dependiente de aquella (el contrato de reaseguro). El fiador puede intervenir en el
proceso entablado contra el deudor principal, en materia de condena por la obligación
principal o de validez o nulidad del negocio constitutivo de tal obligación, porque cabe
que esto conlleve la extinción de la fianza o una variación de su cuantía(73).

Se pueda dar un proceso en el que se discuta la nulidad de un acto jurídico entre A


como vendedor y B como comprador con relación al inmueble X, si B como nuevo
propietario hipotecó el inmueble X a favor de C, entonces, este último puede
intervenir en el proceso para plegarse a defender la posición de B, defendiendo la
posición de que la venta es válida y no nula, adhiriéndose a B. El juez debería
citarlo con la demanda y asumirá la carga procesal de involucrarse en el proceso
para que defienda la posición del sujeto que le hipotecó el inmueble X.

Este ejemplo que cita Vargas Soto sirve para el proceso contencioso adminstrativo:

“Puede darse el caso, que la entidad demande a un particular, y existan terceros


interesados en mantener la validez y eficacia del acto administrativo, por tener un
interés indirecto en lo que se resuelva en el proceso judicial. En ese caso,
consideramos que esos terceros podrían participar como terceros coadyuvantes del
administrado que ha sido demandado en el proceso, de tal manera que puedan
colaborar con su defensa y mantener la validez del acto administrativo. Debemos
precisar que estos terceros no tienen un interés directo sino indirecto en la relación
jurídica material; razón por la cual, no resulta procedente que se les incorpore
como liticonsortes necesarios pasivos”(74).

Se ha sostenido que en el proceso de ejecución de hipoteca, si el ejecutado propietario


del bien transfiere el inmueble materia del proceso, el nuevo adquiriente debe participar
en el proceso como coadyuvante y no como sucesor procesal(75). Nos parece que esta
idea es errada, porque el nuevo propietario, si bien tiene una relación jurídica con una
de las partes (el vendedor), es igualmente cierto, que la sentencia no le va a afectar de
forma refleja, sino de forma directa, por lo cual, debería ocupar el lugar del
demandado, como titular anterior del bien inmueble.

(73)
OROMÍ VALL-LLOVERA, Susana. Óp. cit.; pp. 161-162.
(74)
VARGAS SOTO, Sheila. “Intervención de terceros en el procedimiento contencioso administrativo”. En:
“Contencioso Administrativo” Revista del Círculo de Derecho Administrativo, N° 11. Lima, 2012.
(75)
Expediente N° 98-8649-1652 del 12.08.99. LEDESMA NARVÁEZ, Marianella. Jurisprudencia actual, Lima,
2002; p. 942.

360
La intervención adhesiva en el proceso civil

8. Conclusiones

1. La intervención adhesiva es una forma de intervención en el proceso, que brinda la


posibilidad a un tercero que tiene una relación jurídica con una de las partes ingresar
al proceso para apoyar o coadyuvar en la defensa de la parte a la que se adhiere. El
fundamento de la intervención se basa en que el tercero tiene un interés
jurídicamente relevante que proteger, ya que puede ser perjudicado por el resultado
del proceso de forma refleja. La cosa juzgada nunca lo debe afectar de forma
directa, sino solo de forma refleja.

2. El tercero adhesivo no es parte en el proceso, porque no integra la relación material


deducida en juicio, ya que la cosa juzgada no lo va a afectar de forma directa, sino
refleja. Además, porque no se discute ningún derecho del coadyuvante, sino el de
las partes. Sin embargo, puede realizar diversa actividad procesal siempre que esta
no se oponga al derecho de las partes, por lo que no puede transar, conciliar,
desistirse, etc.

3. El tercero coadyuvante se incorpora al proceso se adhiere a una de las partes para


defender su posición en el proceso, ya que el resultado de este puede afectar la
relación material que mantiene con la parte, pero su incorporación al proceso no
genera un litisconsorcio entre el coadyuvante y el coadyuvado, ya que el
litisconsorcio debe estar integrado por sujetos que tienen la condición de parte. Por
tanto, hay una parte y un tercero que se adhiere a esta parte, pero no son
litisconsorte.

4. El tercero adhesivo sí tiene la facultad de interponer el recurso de apelación o


casación contra la sentencia, siempre que esta defensa no sea opuesta a los intereses
que tiene en el proceso la parte coadyuvada, o cuando la parte coadyuvada actúa con
fraude, colusión o con el propósito de perjudicarla dejando que la decisión judicial
logre firmeza. Nuestra legislación no pone límite para que el coadyuvante pueda
impugnar la sentencia, ya que debe siempre darse la oportunidad de impugnación,
para no restringir su derecho de defensa y evitar situaciones que puedan afectarlo.

5. En la práctica judicial hay mucha confusión para aplicar este instituto procesal a los
casos concretos, confundiéndola de común con el litisconsorcio necesario o el
facultativo, generando muchas veces situaciones irregulares respecto de la
participación del tercero en el proceso.

361
Martín Alejandro Hurtado Reyes

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364
El joinder arbitral: eficiencia y consentimiento del
tercero en el arbitraje(*)

Mario Reggiardo S(**)


Julio Olórtegui H(***)

Sumilla

Hoy es usual que una operación comercial compleja se estructure a través de


varios contratos suscritos por más de dos partes. Esto pone a prueba el
arbitraje como un mecanismo eficaz para la resolución de disputas, ya que en
muchos casos se requiere incorporar a una parte adicional, lo cual puede
generar complicaciones dentro del esquema tradicional del procedimiento
arbitral. Algunas leyes e instituciones arbitrales han regulado el mecanismo
del joinder arbitral para brindar predictibilidad en aquellos casos donde sea
necesario incorporar a una parte adicional, sea signataria o no signataria.

En este trabajo se analizan los principios básicos que deben regir la aplicación del
joinder: la eficiencia en el uso de los recursos escasos y la existencia de
consentimiento para arbitrar. También se revisa la regulación del joinder en los
reglamentos de las principales instituciones arbitrales del mundo, a fin de
determinar cuál de dichas regulaciones es la más conveniente.

Palabras clave

Arbitraje multipartes/ análisis económico del derecho/ joinder/


intervención/ terceros.

(*)
Este artículo fue recibido el 10 de abril del 2018 y su publicación fue aprobada el 28 de julio del 2018.
(**)
Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Magister en Derecho y Economía por la Universidad
de Hamburgo. Socio de Bullard Falla Ezcurra+. Profesor de Análisis Económico del Derecho, Arbitraje y
Derecho Procesal Civil en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad del Pacífico. Ha
sido miembro del Grupo de Trabajo del Ministerio de Justicia encargado de proponer reformas al Código
Procesal Civil. mreggiardo@bullardabogados.pe
(**)
Abogado por la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Asociado del área de litigIO de Bullard Fa-lla
Ezcurra+. Fundador del Lima Very Young Arbitration Practitioners – LVYAP. Coordinador del CEA -40 para
América. Miembro del Consejo Directo de Arbitraje Alumni. jolortegui@bullar-dabogados.pe

365
Mario Reggiardo S. y Julio Olórtegui H.

1. Introducción

Una de las dificultades más serias del arbitraje como mecanismo de resolución de
disputas se presenta cuando existen varias partes involucradas en un conflicto. Desde
los años 80 profesores como Stipanovich vienen resaltando los problemas del arbitraje
multipartes(NT1)(1), los cuales se pueden observar en casos como el N° 5625 de 1987 de la
Cámara de Comercio Internacional (en adelante CCI). En dicho arbitraje, A demandó a
X en base a un contrato que habían suscrito A, X, y B. X solicitó al tribunal arbitral que
incluyera como partes adicionales al arbitraje a C (al ser esta una parte del convenio
arbitral), así como también a Y y C (al ser estas empresas que controlaban a A y a X
respectivamente), para lo cual invocó la teoría del alter ego(2). El tribunal arbitral
denegó el pedido de B bajo los siguientes argumentos:

“The debate whether company Y and the C corporation are bound, as far as the
Memorandum of Agreement is concerned, by the agreement to arbitrate in the
agreement between claimant A, company B, and defendant X cannot be argued, as a
procedural point, given the proceedings as they have been framed by claimant A; it can
only arise when and after defendant X and/or company Y would have submitted, on the
basis of Article 3 of the Rules, a request for arbitration identifying C corporation,
whether or not together with claimant A and/or company B as defendants. This was the
case in Dow Chemical and in Holiday Inns; this is not the case here. (…)

(NT1)
Traducción libre de Stipanowich, 1987: “La sola presencia de un acuerdo arbitral no garantiza que los
reclamos o controversias que surjan de un contrato vayan a ser completa y finalmente resueltas de forma tan
rápida y barata como en un litigio judicial. Un resultado económicamente viable y eficiente podría ser
frustrado por un sinnúmero de factores dilatorios antes, durante y después del arbitraje. Irónicamente, mucho
de estas potenciales causas de retrasos están enraizadas en aquellas características del arbitraje que lo
distinguen del proceso de adjudicación tradicional. Esta paradoja se da de forma más evidente en las disputas
que envuelven múltiples partes.”
(1)
STIPANOWICH, Thomas J. Arbitration and the Multiparty Dispute: The Search for Workable Solutions. Iowa
Law Review, 1987.
(2)
La teoría del alter ego, también conocida como el levantamiento del velo societario, consisten desconocer el
velo societario de una persona jurídica para hacer responsable a sus accionistas por las obligaciones de esta.
(NT2)
Traducción libre: “El debate sobre si la empresa Y, y la corporación C están vinculadas, en lo que respecta al
Memorando de Entendimiento, por el convenio arbitral entre el demandante A, la compañía B y el demandado
X no puede argumentarse, como discusión procesal, dado los procedimientos tal como han sido enmarcados
por el demandante A; solo puede surgir después de que el demandado X y/o la compañía Y hayan presentado,
en base al artículo 3 de las Reglas, una solicitud de arbitraje que identifique a la corporación C, ya sea junto
con el demandante A y/o la compañía B como demandados. Este fue el caso en Dow Chemical y en Holiday
Inns; Este no es el caso aquí. (…) Por las reglas de la CCI, una vez que los árbitros han sido nominados, no
tienen discreción para agregar como partes del arbitraje a demandante(s) o demandado(s) que no fueron
identificados como tales en la solicitud de arbitraje. De ello se deduce que, en el presente caso, los artículos 8
(3) y 16 de las Reglas no pueden ser de ayuda para el acusado X”.

366
El joinder arbitral: eficiencia y consentimiento del tercero en el arbitraje

Under the I.C.C. rules, the arbitrators once they have been nominated, have no
discretion to add as parties to the arbitration claimant(s) or defendant(s) who were not
identified as such in the request for arbitration. Thus it follows that, in the
present case, articles 8(3) and 16 of the Rules can be of no assistance to
defendant X.”(NT2) (Jarvin, Derains, & Jean-Jacques, 1994).

Los reportes de Whitesell y Silva-Romero(3), y de Greenberg y Albanesi(4), señalan


que la postura de la CCI ha ido flexibilizándose, permitiendo la incorporación de
partes adicionales a pedido de cualquiera de las partes si cumplen con criterios
como haber celebrado el convenio arbitral, que se presenten reclamos en su contra
y que dicha incorporación se dé antes de la constitución del tribunal arbitral. Pero
la preocupación respecto a qué herramientas existen para enfrentar situaciones de
arbitrajes multipartes fue presentada en el Reporte de 2009 del International
Council for Commercial Arbitration (ICCA). Ahí Voser señaló que:
“Although multi-party arbitration is of great practical relevance, arbitration as
a dispute resolution mechanism is not, in its present state, well-equipped to
handle such disputes and there are a number of complex and still unresolved
issues. The problems connected to multi-party situations are considered a
disadvantage of arbitration and these situations encompass the most complex
issues that the international arbitration community faces today”(NT3)(5).

Históricamente el “Talón de Aquiles” del arbitraje ha sido su dificultad para lidiar con relaciones
comerciales complejas y multiplicidad de partes donde no todas han firmado los mismos
contratos y/o convenios arbitrales. Cada vez es más común ver que una sola operación comercial
está estructurada a través de varios contratos que no han sido celebrados entre las mismas partes.
Por ejemplo, en el sector de infraestructura es usual que, para la construcción de un proyecto de
gran envergadura, el propietario divida la ejecución del proyecto en varios contratos con
distintos contratistas y que estos, a su vez, subcontraten parte del alcance de sus contratos con
otras empresas, que participen empresas matrices o instituciones financieras.

(3)
WHITESELL, Anne Marie y SILVA-ROMERO, Eduardo. Por Multiparty and Multicontract Arbitration:
Recent ICC Experience. Special Supplement 2003: Complex Arbitrations: Perspectives on their Procedural
Implications, 2003.
(4)
GREENBERG, S.; J.R. FERIS., y C. ALBANESI. “Consolidation, Joinder, Cross-Claims, Multiparty
and Multicontract Arbitration: Recent ICC Experience 2010”. En: Dossier of the ICC. Institute of
World Business Law: Multiparty Arbitration, 2010.
(NT3)
Traducción libre: “Aunque el arbitraje multipartes es de gran relevancia práctica, el arbitraje como mecanismo
de resolución de disputas no está, en su estado actual, bien equipado para manejar tales disputas y hay una
serie de cuestiones complejas que aún no han sido resueltas. Los problemas relacionados con situaciones
multipartes se consideran una desventaja del arbitraje y estas situaciones abarcan los problemas más
complejos que la comunidad internacional de arbitraje enfrenta hoy”.
(5)
VOSER, Nathalie. Multi-party Disputes and Joinder of Third Parties. In 50 Years of the New York
Convention: ICCA International Arbitration Conference. Kluwer Law International, 2009.

367
Mario Reggiardo S. y Julio Olórtegui H.

Las estadísticas proporcionadas por la CCI son ilustrativas. El porcentaje de


nuevos arbitrajes administrados por dicha institución donde han intervenido más de
dos partes ha aumentado del 19.9% de casos en 1997 a 42.9% en 2016.

Esta creciente complejidad está llevando a los operadores del sistema arbitral a adaptarse a
la realidad de las transacciones comerciales. Un ejemplo es la ampliación del concepto de
consentimiento al convenio arbitral a través del desarrollo jurisprudencial de las distintas
teorías de parte no signataria. No obstante, ni la jurisprudencia arbitral ni legislaciones
nacionales como la peruana han incorporado regulaciones relevantes sobre la incorporación
ya sea de partes no signatarias o de partes que, habiendo firmado el convenio arbitral, no
forman parte del arbitraje. No establecen cómo ni hasta qué etapa procedimental se puede
incorporar a una nueva parte o si una parte ajena al arbitraje, pero que es parte del convenio
arbitral, puede solicitar su incorporación al arbitraje.

Desde el año 2012 distintas instituciones como la CCI, la Corte Internacional de Arbitraje
de Londres (LCIA), la Comisión de las Naciones Unidas para el Derecho Mercantil
Internacional (CNUDMI), la Institución de Arbitraje de las Cámaras Suizas y la Cámara de
Comercio de Lima (CCL) han establecido parámetros para la incorporación de una parte
adicional, sea esta signataria o no signataria. No obstante, dichas regulaciones presentan
diferencias que tienen un impacto importante en la incorporación de una par-te adicional.
En este artículo buscaremos analizar dichas diferencias a fin de determinar cuál es la
regulación más eficiente del “joinder” arbitral.

2. Principios generales para la regulación del joinder en el arbitraje


internacional

Muchos autores reconocen que la principal finalidad del joinder es promover la eficiencia en el
arbitraje internacional(6)(7)(8)(9). Stipanowich señala que “joinder may be the only adequate means
of achieving the ultimate goals of Arbitration: fair, efficient and economical commercial justice”
(el énfasis es añadido(NT4)(10). Pese a que la regulación que algunos

(6)
CONEJERO ROOS, C. Multi-party Arbitration and Rule-making: Same Issues, Contrasting Approaches.
In 50 Years of the New York Convention: ICCA International Arbitration Conference. Kluwer Law
International, 2009.
(7)
WAINCYMER, Jeffrey. Procedure and Evidence in International Arbitration Kluwer Law International,
2012.
(8)
STIPANOWICH, Thomas J. Arbitration and the Multiparty Dispute: The Search for Workable Solu-tions.
Iowa Law Review, 1987.
(9)
STACKPOOLMOORE, Ruth. “Joinder and Consolidation - Examining Best Practice in the Swiss, HKIAC
and ICC Rules”. In: Ten Years of Swiss Rules of International Arbitration, New York: Juris, 2014.
(NT4) Traducción libre: “El joinder puede ser el único medio adecuado para alcanzar los objetivos finales del
arbitraje: justicia comercial justa, eficiente y económica”.

368
El joinder arbitral: eficiencia y consentimiento del tercero en el arbitraje

centros arbitrales le dan al joinder es ambigua (por ejemplo, las reglas de la LCIA
o las del Reglamento Suizo de Arbitraje), la regla general es que solo se podrá
incorporar como parte adicional a aquellos que hayan brindado su consentimiento
para arbitrar (Conejero Roos, 2009) (Waincymer, 2012) (Voser, Multi-party
Disputes and Joinder of Third Parties, 2009).

En esta sección analizaremos cuáles son los criterios para considerar cuando se
buscan reglas eficientes para la implementación del joinder; así como qué se debe
entender por consentimiento en esos casos.

2.1. Finalidad del Joinder

Cooter y Ulen señalan que las reglas procesales tienen como finalidad la reducción
de los costos administrativos del proceso y de los costos de error judicial (sociales y
entre las partes del conflicto). Definen los costos administrativos como aquellos en
los que incurren las partes para poner en movimiento el servicio de justicia, lo que
incluye costos de presentación de la demanda, honorarios de abogados y peritos,
pagos por impugnaciones, etc(11).

Por otro lado, los costos de error son aquellos derivados de las distorsiones en el mercado
como consecuencia de la errónea aplicación del derecho material(12). En el caso del arbitraje,
este concepto debe entenderse como los costos generados a las partes por una indebida
aplicación del derecho sustantivo, lo que Cooter y Ulen denominan como “extensión” del
error. Si bien ellos elaboraron dichos criterios para el análisis de reglas del proceso civil,
los mismos pueden ser utilizados en buena parte para analizar la eficiencia de una regla
arbitral(13). Siguiendo esa perspectiva, una correcta regulación de la figura del joinder
debería disminuir los costos administrativos de dos maneras.

(10)
Óp. cit.
(11)
COOTER, R y T. ULEN. On Law and Economics. Boston: Addison-Wesley, 2016.
(12)
Ídem.
(13)
No debemos confundir los conceptos de extensión del error, entendido como la diferencia entre el fallo debido
y el fallo final, con el costo del error judicial, entendido como el costo social provocado por los incentivos
distorsionados en el resto de los ciudadanos producto del error (Cooter & Ulen, 2016). Los criterios de Cooter
& Ulen para analizar la eficiencia de una norma procesal en el ámbito judicial solo no se aplican por completo
al arbitraje en el caso del costo de error, ya que la confidencialidad de muchos arbitrajes lleva a que los errores
de los árbitros en laudos que no son públicos ni vinculantes, no generan un incentivo a los ciudadanos en
general como sí lo hace una sentencia judicial. Pero los laudos equivocados sí generan un costo (extensión del
error) a la parte afectada con el error de los árbitros.

369
Mario Reggiardo S. y Julio Olórtegui H.

2.1.1. Reducción del mayor costo y tiempo de tener que llevar más de un arbitraje en
paralelo(14)(15) o de reiniciar arbitrajes donde se discutan temas idénticos o similares

Es interesante mencionar un caso CCI no-público comentado por Bevilacqua: A presentó


una solicitud de arbitraje en contra de B, se constituyó el tribunal arbitral, se firmó el acta
de misión y se presentaron la demanda y contestación. Luego se descubrió que A, en algún
momento antes del inicio del arbitraje, transfirió sus derechos a dos empresas vinculadas,
A2 y A3. Ante esto, A2 y A3 presentaron una solicitud de intervención voluntaria a la que
B se opuso. B solicitó además que se archive el arbitraje debido a que A no tenía derechos
que reclamar bajo el contrato que los vinculaba.

La CCI no permitió la intervención de A2 y A3 debido a que su reglamento no


regulaba la intervención voluntaria (el reglamento de 2017 tampoco lo hace), por lo
cual dicha figuraba aplicaba solo si todas las partes prestaban su consentimiento.
La solución en este caso fue que A, A2 y A3 iniciaron un nuevo arbitraje en contra
de B, donde se nombraron a los mismos árbitros y se presentaron los mismos
escritos de fondo, solo que esta vez a nombre de los tres demandantes(16).

La falta de una regulación clara y eficiente llevó a que las partes tengan que
incurrir innecesariamente en mayores costos como honorarios de abogados, costos
administrativos del centro arbitral, costo de oportunidad para las partes ¡Y tiempo!

2.1.2. Reducir la probabilidad de que la decisión pueda ser posteriormente


anulada y/o no reconocida ni ejecutada por vulneración, por ejemplo, al derecho
a participar en la conformación del tribunal arbitral(17)(18)

Este problema surgió, por ejemplo, en el caso Dutco (caso CCI N° 5836 de 1989), en el
cual la Corte de Casación de la República de Francia revocó la decisión de la Corte de Ape-
laciones de París y decidió anular el laudo por considerar que existió una indebida consti-
tución del tribunal arbitral. En dicho caso, Siemens AG (Siemens), BKMI Industrienlagen

(14)
STACKPOOLMOORE, Ruth. “Joinder and Consolidation - Examining Best Practice in the Swiss, HKIAC
and ICC Rules”. In: Ten Years of Swiss Rules of International Arbitration. New York: Juris, 2014.
(15)
WAINCYMER, Jeffrey. Procedure and Evidence in International Arbitration. Kluwer Law International,
2012.
(16)
BEVILACQUA, T. Voluntary Intervention and Other Participating on Third Parties in Ongoing International
Arbitrations: A Survey of the Current State of Play. World Arbitration & Mediation Review, 2007.
(17)
CONEJERO ROOS, C. “Multi-party Arbitration and Rule-making: Same Issues, Contrasting Approa-ches”.
In: 50 Years of the New York Convention: ICCA International Arbitration Conference. Kluwer Law
International, 2009.
(18)
PLATTE, Martin. “Multi-Party Arbitration: Legal Issues Arising of Joinder and Consolidation”. En
GAILLARD, E. y DI PIETRO, D. Enforcement of Arbitration Agreementes and International Arbitral
Awards. The New York Convention in Practice. United Kingdom: Cameron May, 2009.

370
El joinder arbitral: eficiencia y consentimiento del tercero en el arbitraje

GmbH (BKMI) y Dutco Construction (Dutco) celebraron un contrato de consorcio en 1981


para la construcción de una planta de cemento en Omán. Iniciada la ejecución del proyecto
surgió una disputa interna dentro del consorcio, por lo que Dutco inició un arbitraje CCI
contra Siemens y BMKI. Al conformar el tribunal arbitral, Dutco designó a su árbitro y la
CCI determinó que Siemens y BMKI nombren un árbitro de forma conjunta, lo cual
hicieron bajo protesta. Emitido el laudo, Siemens y BKMI presentaron una solicitud de
anulación de laudo con el argumento de que su derecho al trato igualitario en la designación
de los árbitros había sido vulnerado. Alegaron que a diferencia de Dutco, ellas no pudieron
designar a un árbitro de forma independiente y fueron obligadas a designar un árbitro de
forma conjunta pese a tener intereses contrapuestos(19).

Los costos que se hubiesen evitado con una eficiente regulación del joinder son
enormes: los honorarios de abogados que las partes tendrán que asumir para enfrentar
el nuevo arbitraje, los honorarios del nuevo tribunal arbitral y del centro de arbitraje,
los costos de pericias técnicas, el costo de mantener contingencias contables referidas
al proceso arbitral en sus estados financieros por varios años más, entre otros.

Una regulación eficiente del joinder también debería apuntar a reducir el costo de
error arbitral de la siguiente forma:

a) Permitir a los árbitros tener una idea más completa de la operación económica,
así como de los derechos y obligaciones asumidas por las partes(20).

Regresemos por un momento al caso CCI no-público comentado por Bevilacqua.


Acceder a la incorporación de A2 y A3 hubiese permitido al tribunal arbitral tener
un entendimiento completo de la controversia. Por medio de A, los árbitros
podrían haber obtenido información directa sobre los hechos que generaron la
controversia (por ejemplo, mediante la presentación de prueba testimonial, la
ejecución de inspecciones al sitio de la obra, etc.). A través de A2 y A3 el tribunal
arbitral hubiera podido decidir sobre los derechos que se encuentra en discusión.

b) Reducir el riesgo de decisiones contradictorias en reclamos similares o


superpuestos(21)(22).

(19)
BKMI Industrienlagen GmbH & Siemens AG v. Dutco Construction, Pourvoi N° 89-18708 89-18726 (Corte
de Casación de París, Enero 7, 1992).
(20)
STACKPOOLMOORE, Ruth. “Joinder and Consolidation - Examining Best Practice in the Swiss, HKIAC
and ICC Rules”. In: Ten Years of Swiss Rules of International Arbitration, 2014. New York: Juris, 2014; pp.
15 y 34.
(21)
Ídem.
(22)
VOSER, Nathalie. “Multi-party Disputes and Joinder of Third Parties”. In: 50 Years of the New York
Convention: ICCA International Arbitration Conference, 2009. Kluwer Law International.

371
Mario Reggiardo S. y Julio Olórtegui H.

Si bien este tipo de casos no se da con regularidad, cuando se presenta pueden llegar a
volver inútil el arbitraje. Imaginemos dos arbitrajes paralelos con riesgo de laudos que
tengan fallos contradictorios. En el primero, A pretende que se ordene a B le pague una
suma de dinero. En el segundo, B, ahora demandante, pretende que se declare que no
debe suma alguna a A. Ambos laudos se dictan de forma casi simultánea y A consigue
ejecutar su laudo antes que B. En este caso, el laudo obtenido por B se volvió ineficaz,
toda vez que A consiguió ejecutar el patrimonio de B para satisfacer su acreencia, pese
a que B tiene un laudo que señala de forma clara que esta no le adeuda nada a A.

Una situación similar se dio en la saga de Ronald Lauder y CME contra República
Checa. En dicho caso, Ronald Lauder y CME (empresa de la cual Lauder era accionista
mayoritario) iniciaron dos arbitrajes contra República Checa en base al BIT USA-
República Checa y al BIT Países Bajos-República Checa, respectivamente. Uno de
dichos arbitrajes se encontraba situado en Londres (Ronald Lauder) y el otro en
Estocolmo (CME). Ambos fueron iniciados bajos los mismos hechos y con los mismos
reclamos, en el sentido de que las acciones de una entidad administrativa checa habían
perjudicado la inversión en la empresa de telecomunicación CTNS.

Mientras que el tribunal arbitral del caso Lauder v. República Checa declaró
infundado todos los reclamos del demandante(23), el tribunal arbitral del caso CME
v. República Checa declaró fundado todos los reclamos de CME(24). Esto confirma
que incluso en los niveles más sofisticados, dos tribunales arbitrales, frente a los
mismos hechos, pueden llegar a tomar decisiones completamente diferentes.

2.2. Consentimiento como piedra angular del joinder

Si bien existen posiciones que promueven la posibilidad de que una parte


completamente ajena al convenio arbitral (esto es, una parte que no es ni signataria ni
no signataria del mismo) pueda ser incluida en el arbitraje por cuestiones de eficacia(25)
(26), consideramos que dicha propuesta es contraria a los fines del arbitraje.El joinder

arbitral: eficiencia y consentimiento del tercero en el arbitraje.

(23)
LAUDER, Ronald V. República Checa (Tribunal Arbitral de Inversiones, Septiembre 3, 2001).
(24)
CME Czech Republic B.V. v. República Checa (Tribunal Arbitral de Inversiones, Septiembre 13, 2001).
(25)
BREKOULAKIS, S. The Relevance of the Interests of Third Parties in Arbitration: Taking a Closer Look at
the Elephant in the Room. Penn State Law Review, 2009.
(26)
KIM, K., y J. MITCHENSON. Por Voluntary Third-Party Intervention in International Arbitration for
Construction. Journal of International Arbitration, 2013.

372
El joinder arbitral: eficiencia y consentimiento del tercero en el arbitraje

Pese a que el joinder tiene como principal finalidad asegurar que el arbitraje sea un
mecanismo de resolución de disputas eficaz, eliminar el consentimiento como
criterio relevante a fin de activarlo puede ser perjudicial. Compartimos la posición
de Conejero respecto a que en estos casos lo relevante es el consentimiento para
arbitrar y no el consentimiento para ser incorporado: “[i]n my view, the core
question should not be whether there is an agreement to join the third party, but
whether there is an agreement to arbitrate”(NT5)(27).

Algunas de las regulaciones internacionales exigen como requisito para incorporar


a una parte adicional, además de que esta sea parte del convenio arbitral, que todas
o al menos la parte a la que pretenden incorporar, den su consentimiento para la
incorporación. Dicha secuencia se parece a lo que en su momento se reguló en el
Perú como cláusula compromisoria (acuerdo mediante el cual las partes acordaban,
en caso surja una controversia, celebrar posteriormente un convenio a fin de iniciar
el arbitraje) y que desincentivó el uso del arbitraje por varios años.

La cláusula compromisoria era completamente inútil para solucionar el conflicto mediante


arbitraje, pues luego de surgido el conflicto los costos de transacción entre las partes suelen
subir de modo que es poco probable que se pongan en ese momento de acuerdo para
celebrar un convenio que ahora sí inicie el arbitraje. Este “doble consentimiento”, para
arbitrar y para ser incorporado, pone trabas ineficientes para una correcta aplicación del
joinder. Al respecto, Waincymer ejemplifica de forma clara los problemas de este enfoque:

“there are numerous reasons why parties may not consent at the time of the dis-
pute. From the claimant’s perspective, if the original respondent has the funds to
honour and ward, it gains no benefit from bringing in a third party against whom
respondent may seek recourse. That party may wish to delay or avoid liability or
may only have a concern with some of the claims. Conversely, if it is claimant
seeking to join, the respondent may have concerns in bringing subcontractor in if it
had no wished to disclose its financial relationship with the owner”(NT6)(28).

(NT5)
Traducción libre: “En mi punto de vista, la pregunta central no debería ser si hay un acuerdo para unirse a un
tercero, sino si hay un acuerdo para arbitrar.”
(27)
CONEJERO ROOS, C. “Multi-party Arbitration and Rule-making: Same Issues, Contrasting Approaches”. In:
50 Years of the New York Convention: ICCA International Arbitration Conference. Kluwer Law International,
2009.
(NT6)
Traducción libre: “Existen numerosas razones por las cuales las partes pueden no dar su consentimiento en el
momento de la disputa. Desde la perspectiva del demandante, si el demandado original tiene los fondos para
honrar y garantizar, no obtiene ningún beneficio al traer a un tercero contra el que el demandado puede
recurrir. Es posible que esa parte desee retrasar o evitar la responsabilidad o que solo tenga una preocupación
con algunas de las reclamaciones. Por el contrario, si el demandante desea unirse, el demandado puede tener
inquietudes al traer a un subcontratista si no deseaba revelar su relación financiera con el propietario”.

373
Mario Reggiardo S. y Julio Olórtegui H.

La solución es un esquema de consentimiento implícito en buena fe (29). El consentimiento


en estos casos se puede dar de forma directa (por ejemplo, a través del convenio arbitral) o
de forma indirecta a través la selección de las reglas de una determinada institución arbitral
con amplia discreción para incorporar a una parte (30). Si partimos de la premisa de que para
poder ser incorporada como parte adicional dicha parte tiene que haber consentido el
convenio arbitral, podemos concluir que, de forma indirecta, o en “buena fe”, dio su
consentimiento para que, de acuerdo con las reglas aplicables, una institución arbitral o el
propio tribunal arbitral la incorporen al arbitraje, con independencia de que en ese
momento dicha parte nueva esté de acuerdo o no con dicha decisión.

3. La regulación existente sobre el joinder

Ahora analizaremos las regulaciones respecto a la incorporación de partes adicionales


en el arbitraje, con el objetivo de determinar cuál sería la regulación más eficiente.

3.1. El consentimiento para incorporar a una parte adicional

Al regular el joinder se debe evitar situaciones en las cuales, para asegurar la existencia de
consentimiento, lleguemos a una situación ineficaz. A fin de analizar esto seguiremos tres
enfoques identificados por Conejero respecto al consentimiento que tienen que prestar las
partes para que se acepte la incorporación de una parte adicional: (i) full agreement
approach; (ii) partial agreement approach; y, (iii) no agreement approach(31).

3.1.1. Full agreement approach

Este enfoque consiste en que todos los agentes involucrados en el arbitraje tienen que estar
de acuerdo con la incorporación: (i) las partes originales del arbitraje, (ii) la parte adicional
a la que se busca incorporar, y, (iii) el tribunal arbitral (32). Para poder incorporar a una parte
adicional, bajo este enfoque, no solo tenemos que probar que esta es parte del convenio
arbitral, sino también que todas las partes involucradas (demandante, demandado y parte
adicional que se pretende incorporar) han confirmado que están de acuerdo con dicha

(28)
WAINCYMER, Jeffrey. Procedure and Evidence in International Arbitration. Kluwer Law International,
2012.
(29)
Ídem
(30)
LEW, Julian; MISTELIS, Loukas y KROLL, Stefan. Comparative International Commercial Arbitration. La
Haya: Kluwer Law International, 2003.
(31)
CONEJERO ROOS, C. “Multi-party Arbitration and Rule-making: Same Issues, Contrasting Approaches”. In:
50 Years of the New York Convention: ICCA International Arbitration Conference. Kluwer Law International.
2009.
(32)
Ídem.

374
El joinder arbitral: eficiencia y consentimiento del tercero en el arbitraje

incorporación. Esta posición es adoptada por la Ley de Arbitraje de los Países Bajos y
el Código Procesal de Bélgica. Al respecto, Conejero sostiene que:

“because the truly complex cases of joinder are not those in which all the
parties agree, but those in which the parties disagree on whether the joinder
should proceed, such provisions are useless to solve these situations”(NT7)(33).

Este tipo de regulación es inútil. La verdadera utilidad de una regulación del


joinder no se presenta en casos donde existe acuerdo de todas las partes
involucradas, ya que, si todos están de acuerdo, entonces no hay problema. Este
mecanismo funciona más bien cuando una de las partes, ya sea la parte que no
solicita la incorporación o la parte a quien se pretende incorporar, cuestiona dicha
solicitud, iniciando así un incidente procesal que tiene que ser resuelto ya sea por
una institución arbitral (en caso la solicitud sea presentada antes de la constitución
del tribunal arbitral) o por los árbitros (en caso estos ya estén conformados).

3.1.2. Partial agreement approach

Aquí se permite la incorporación de una parte adicional en la medida que medie el


consentimiento de: (i) la parte que busca la incorporación, (ii) la parte adicional y,
(iii) el Tribunal Arbitral o el centro de arbitraje, dependiendo en qué estado del
arbitraje se solicite. La diferencia con el full agreement approach es que puede que
una de las partes originales del arbitraje objete la incorporación. No obstante, dicha
objeción no impediría que el tribunal arbitral pueda atraer a la parte adicional(34).
Un ejemplo de esta aproximación es el Reglamento de Arbitraje de la LCIA, el
cual en su artículo 22.i establece que:

“to allow one or more third persons to be joined in the arbitration as a party
provided any such third person and the applicant party have consented to such
joinder in writing following the Commencement Date or (if earlier) in the
Arbitration Agreement; and thereafter to make a single final award, or
separate awards, in respect of all parties so implicated in the arbitration;”(NT8).

(NT7)
Traducción libre: “Debido a que los casos verdaderamente complejos de joinder no son aquellos en los que
todas las partes están de acuerdo, sino aquellos en los que las partes no están de acuerdo en si el joinder debe
continuar, tales disposiciones son inútiles para resolver estas situaciones.”
(33)
Ídem.
(34)
Ídem.
(NT8)
Traducción libre: “Para permitir que una o más terceras personas se unan en el arbitraje como parte siempre
que dicha tercera persona y la parte solicitante hayan consentido a dicho joinder por escrito después de la
Fecha de Inicio o (si se dio antes) en el Convenio Arbitral; y a partir de entonces, hacer un único laudo
definitivo, o laudos separados, con respecto a todas las partes implicadas en el arbitraje.

375
Mario Reggiardo S. y Julio Olórtegui H.

Este enfoque es más eficiente que el “full agreement approach” porque coloca
menos barreras para la incorporación del joinder y, por lo tanto, reduce el riesgo de
que aumenten los costos administrativos de la solución del conflicto y de que se
produzca un error arbitral. El problema es que aún se mantienen los efectos
negativos que el “doble consentimiento” trae consigo. Si la procedencia del joinder
está atada a que la parte a la que se quiere incorporar esté de acuerdo con dicha
solicitud, regresamos a un escenario donde la regla no da una verdadera solución:
¿Qué hacer cuando la parte a la que se pretende incorporar o una de las partes
originales del arbitraje no está de acuerdo con dicha solicitud?

3.1.3. No agreement approach

Mediante este enfoque no se requiere el consentimiento de la parte adicional o de las


demás partes del arbitraje, para que una solicitud de incorporación prospere. Solo se
requiere que el tribunal arbitral o la institución arbitral así lo ordene (35). De los tres
criterios identificados por Conejero, este es el más eficiente porque elimina el problema
del “doble consentimiento”. La idea es que las partes por adelantado al firmar o
consentir el convenio arbitral, facultan a un tercero, ya sea un centro de arbitraje o al
tribunal arbitral, para que sea este quien decida el pedido de incorporación.

Si después de surgida la controversia alguna de las partes se opone a la solicitud de


incorporación, la falta de consentimiento de una de las partes para la incorporación de
la parte adiciona no frustrará la intervención. Es solo con este enfoque que el
mecanismo del joinder puede promover la eficiencia en el arbitraje reduciendo costos
administrativos y riesgos de error. Esta es la aproximación que ha sido adoptada en la
mayoría de los reglamentos de centros arbitrales a nivel internacional, como la
Institución de Arbitraje de las Cámaras Suizas, Hong Kong International Arbitration
Centre (HKIAC), Singapore International Arbitration Centre (SIAC), CCI y CCL.

3.2. Legitimados para solicitar la incorporación de una parte adicional

Cuando hemos hecho uso del término joinder nos hemos referido tanto a (i) los
casos donde una de las partes originales del arbitraje solicita la incorporación de
una parte adicional, como a (ii) aquellos en los cuales es la parte adicional la que
quiere ingresar al arbitraje(36). No obstante, haremos una diferencia y definiremos
este segundo supuesto como un caso de “intervención”.

(35)
Ídem.
(36)
BORN, G. International Commercial Arbitration. La Haya: Kluwer Law Interantional, 2014.

376
El joinder arbitral: eficiencia y consentimiento del tercero en el arbitraje

Si bien la jurisprudencia y los reglamentos arbitrales internacionales vienen aceptando


la utilización del joinder, estableciendo criterios para su aplicación(37)(38), esto no ha
pasado con el mecanismo de la “intervención”. A modo de ejemplo, el Reglamento de
Arbitraje de la CCI de 2017 no reconoce la posibilidad de que una parte adicional
pueda ingresar a través de dicho mecanismo. Así lo dispone en su artículo 7.1 que “[a]
party wishing to join an additional party to the arbitration shall submit its request for
arbitration against the additional party (the “Request for Joinder”) to the
Secretariat”(NT9). Independiente de que el reglamento utilice la terminología joinder, de
el problema es que el artículo 7.1 deja claro que solo podrá pedir la incorporación una
de las partes que ya este participando en el arbitraje.

No encontramos argumentos por los cuales se deba limitar la incorporación de partes


adicionales únicamente a casos de intervención provocada por una de las partes del
arbitraje ya iniciado y no a una intervención voluntaria del que está fuera del arbitraje
ya iniciado. Recordemos que estamos siempre hablando de personas o empresas que
son parte del convenio arbitral, ya sean signatarias o no signatarias. Por ello una
regulación que les impida voluntariamente ingresar a un arbitraje iniciado en base a un
convenio arbitral que han consentido, es contradictoria con el fin de reducir los costos
administrativos del arbitraje y los costos de error por información insuficiente de los
árbitros. Por ejemplo, el caso no-público citado por Bevilacqua hubiese sido resuelto de
forma muy sencilla si la CCI regulase la figura de la intervención. Era claro que A2 y
A3 eran partes del convenio arbitral (por la teoría de derivación de beneficios), por lo
que no hubiera existido mayor problema en permitir su incorporación.

En Perú, el reglamento de la CCL de 2017 ha adoptado una regulación similar a la de


CCI, por lo cual, lamentablemente, el único reglamento nacional que regula de forma
expresa el mecanismo del joinder también presenta este problema. Los reglamentos a
nivel internacional que permiten la incorporación de una parte adicional a través de la
figura de la intervención son, por ejemplo, el de la Institución de Arbitraje de las
Cámaras Suizas de 2012, el de HKIAC y el de SIAC.

(37)
WHITESELL, Anne Marie y SILVA-ROMERO, Eduardo. PorMultiparty and Multicontract Arbitration:
Recent ICC Experience. Special Supplement 2003: Complex Arbitrations: Perspectives on their Procedural
Implications, 2003.
(38)
GREENBERG, S.; J.R. FERIS, y C. ALBANESI. “Consolidation, Joinder, Cross-Claims, Multiparty and
Multicontract Arbitration: Recent ICC Experience”. En Dossier of the ICC. Institute of Worl
Business Law: Multiparty Arbitration, 2010.
(NT9)
Traducción libre: “La parte que desee incluir a una parte adicional al arbitraje presentará su solicitud de
arbitraje contra la parte adicional (la “Solicitud de Joinder”) a la Secretaría”.

377
Mario Reggiardo S. y Julio Olórtegui H.

3.3. La oportunidad para solicitar la incorporación de una parte adicional

Ahora analizaremos si se debe permitir el late joinder (incorporación de una parte


adicional con posterioridad a la constitución del tribunal arbitral) y cómo debe
constituirse el tribunal arbitral frente a la incorporación de una parte adicional
antes de la conformación del tribunal.

3.3.1. Late joinder. En el arbitraje internacional existen situaciones en las cuales,


recién luego de la constitución del tribunal arbitral, ya sea por la información
obtenida a través de los memoriales de fondo, la fase de producción de documentos
u otra situación sobreviniente, alguna de las partes considerará necesario
incorporar a una parte adicional al arbitraje.

La cuestión es si a fin de reducir los costos administrativos y los costos de error, dicha
incorporación se debería permitir y, de ser el caso, cómo debería regularse. Siguiendo
los criterios que hemos expuesto en la sección B, consideramos que a fin de promover
la eficacia del arbitraje, el late joinder debería permitirse, pero su regulación debe ser
significativamente más conservadora que la regulación más liberal(39) que venimos
promoviendo. Al respecto, Conejero propone tres posibles soluciones(40).

a) Dejar a discreción del tribunal arbitral la incorporación de la parte adicional, después de


considerar los riesgos que la misma presenta para la ejecutabilidad del laudo.

b) Aceptar la incorporación de la parte adicional y reconstituir el tribunal arbitral.

c) Permitir el joinder solo si las partes del arbitraje y la parte a la que se pretende
incorporar consienten su inclusión.

La primera posibilidad ha sido recogida en el artículo 4.2 del Reglamento de


Arbitraje de la Institución de Arbitraje de las Cámaras Suizas de 2012:

(39)
Nos referimos a regulación que va más allá de los parámetros que históricamente han sido aceptados por la
práctica internacional (por ejemplo, por la CCI). Un ejemplo de esto es la posibilidad de permitir la
intervención de modo que sea la parte adicional la que propone ingresar al arbitraje.
(40)
Óp. cit.
(NT10)
Traducción libre: “Cuando uno o más terceros soliciten participar en un proceso arbitral pendiente bajo el
presente Reglamento o cuando una parte en un proceso arbitral pendiente bajo el presente Reglamento solicite
que uno o más terceros participen en el arbitraje, el tribunal arbitral decidirá sobre dicha solicitud, después de
consultar con todas las partes, incluida la persona o personas a unir, teniendo en cuenta todas las
circunstancias relevantes”.

378
El joinder arbitral: eficiencia y consentimiento del tercero en el arbitraje

“Where one or more third persons request to participate in arbitral proceedings already
pending under these Rules or where a party to pending arbitral proceedings under these
Rules requests that one or more third persons participate in the arbitration, the arbitral
tribunal shall decide on such request, after consulting with all of the parties, including the
person or persons to be joined, taking into account all relevant circumstances” . (NT10)

Esta aproximación puede conllevar posteriormente problemas de ejecutabilidad del


laudo. No vemos cómo la decisión del tribunal arbitral podría impedir que la parte
incorporada (contra su voluntad) presente luego exitosamente un recurso de anulación
sosteniendo que el tribunal arbitral no se constituyó de acuerdo con el pacto de las
partes, toda vez que esta parte incorporada no participó en la conformación del mismo.
Como reconocen Meier y Voser, “[a] party cannot be force to accept an arbitral
tribunal who-se members have been nominated without its participation”(NT11)(41).

La segunda de las posibles soluciones propuestas por Conejero se basa en el “balance test”
propuesto por Meier y Voser. Dicho test consiste en reconstituir el tribunal arbitral en
aquellos casos donde la parte interesada en la incorporación no pudo presentar dicha
solicitud desde el inicio, debido a acciones tomadas por su contraparte(42). A nuestro juicio,
esta solución debe ser tomada con precaución, ya que, reconstituir un tribunal arbitral no es
tarea inocua. Los costos en los que tendrían que incurrir las partes en identificar y nombrar
el nuevo tribunal, más los costos de tener que repetir determinadas actuaciones procesales
como las audiencias, no necesariamente compensan la reducción del costo de error que
acarrea aceptar al joinder en el arbitraje. Por otro lado, coincidimos con Conejero en que
dicha propuesta, tal como la ha formulado Voser, parte de un caso de laboratorio y es de
difícil implementación en la práctica(43).

Finalmente, la tercera solución parte del “doble consentimiento”(44) que ya hemos criticado.
En esta se necesita el consentimiento de la parte que se pretende incorporar, a fin de que
esta no cuestione posteriormente el laudo alegando que no participó en la conformación del
tribunal. Por otro lado, también es importante el consentimiento de las partes del arbitraje,
toda vez que la incorporación de la parte adicional podría traer consigo problemas de
imparcialidad o independencia de alguno de los árbitros que conforman el tribunal

(NT11)
Traducción libre: “una parte no puede ser forzada a aceptar un tribunal arbitral cuyos miembros han sido
nombrados sin su participación”.
(41)
VOSER, Nathalie y MEIER, Andrea, Por Chapter II: The Arbitrator - Joinder of Parties or the Need to
(sometines) Be Inefficient, 2008, en KLAUSEGGER, C, KLEIN, P y et al.,Austrian Yearbook on Interna-
tional Arbitration Manz’sche Verlags- und Universitatsbuchhandlung.
(42)
Ídem.
(43)
Óp. cit.
(44)
Toda vez que la incorporación de la parte adicional está supeditada a que todas las partes del arbitraje,
incluyendo la parte a la que se pretende atraer, estén de acuerdo con dicha incorporación.

379
Mario Reggiardo S. y Julio Olórtegui H.

arbitral(45). Por ejemplo, la parte adicional podría tener una relación cercana con uno
de los árbitros y su incorporación podría generar un conflicto de interés que
conlleve la renuncia o recusación del árbitro. Este enfoque ha sido recogido por los
reglamentos de arbitraje HKIAC, SIAC, CCI y CCL, 2017.

La determinación de cómo proceder en los casos de late joinder es uno de los temas más
complicados de abordar, ya que la solución correcta tiene que ser evaluada caso por caso a
la luz de los costos que la incorporación del joinder podrían generar o ahorrar. Por ello
consideramos que la aproximación que refleja mejor los criterios de eficacia, eficiencia y
flexibilidad que predominan en el arbitraje es la regla propuesta por Voser y Meier,
ajustándola en la medida que no solo aplique en aquellos casos donde la parte que solicita el
joinder no haya podido presentar dicha solicitud al inicio del arbitraje por causa imputable a
su contraparte, sino para todos los casos de late joinder en general. A través de una regla
general, el tribunal arbitral tendrá suficiente flexibilidad para analizar caso por caso y
determinar si la incorporación del late joinder justifica su reconstitución.

3.3.2. Ex ante joinder en el arbitraje internacional

La mayoría de los reglamentos revisados aceptan que se pueden incorporar partes


adicionales de modo previo a la constitución del tribunal arbitral. La excepción es
el Reglamento de Arbitraje de la Institución de Arbitraje de las Cámaras Suizas de
2012. Hemos identificado dos enfoques para determinar cuál es la mejor regulación
para este tipo de joinders. El primero, regulado en el artículo 27.11 del Reglamento
de Arbitraje de HKIAC, establece que de aceptar la incorporación de una parte
antes de la constitución del tribunal, todas las partes, incluyendo la parte adicional,
renuncian a su derecho a nombrar al tribunal, asumiendo dicha función la HKIAC:

“Where an additional party is joined to the arbitration before the date on which
the arbitral tribunal is confirmed, all parties to the arbitration shall be deemed
to have waived their right to designate an arbitrator, and HKIAC may revoke
the appointment of any arbitrators already designated or confirmed. In these
circumstances, HKIAC shall appoint the arbitral tribunal(NT12).

El segundo enfoque, recogido en reglamentos arbitrales como los de SIAC, CCI y CCL,
sostiene que, de incorporarse una parte adicional, esta deberá confirmar al árbitro de la

(45)
Óp. cit.
(NT12)
Traducción libre: “Cuando una parte adicional se une al arbitraje antes de la fecha en que se
confirma el tribunal arbitral, se considerará que todas las partes en el arbitraje han renunciado a su
derecho de designar un árbitro, y la HKIAC puede revocar el nombramiento de cualquier árbitro
ya designado o confirmado. En estas circunstancias, la HKIAC designará al tribunal arbitral”.

380
El joinder arbitral: eficiencia y consentimiento del tercero en el arbitraje

demandante o demandada (según sea el caso) en un plazo establecido. Solo en caso


no se llegue a dar dicha confirmación, el centro de arbitraje designará el Tribunal
Arbitral. A nuestro criterio, este segundo enfoque es el más adecuado, toda vez que
se le da a las partes la posibilidad de llegar a un acuerdo, antes de que el centro de
arbitraje tome el control del procedimiento de designación.

4. Conclusiones

Las mejores prácticas con relación al joinder arbitral son:

a) Los reglamentos arbitrales deberían adoptar el enfoque “no agreement


approach”. Si se parte de la premisa de que solo se incorporarán partes que han
consentido el convenio arbitral (sean signatarias o no signatarias), requerir
posteriormente su consentimiento para ser incorporadas podría llevar a
situaciones ineficientes, donde por razones de estrategia o conveniencia dicha
parte podría evitar participar en el arbitraje con su sola negativa.

b) Se debe permitir la intervención voluntaria de una parte que consintió el


convenio arbitral. En la medida que dicha parte pueda acreditar que está
vinculada por el convenio arbitral y que tiene interés y legitimidad en la
relación de conflicto material, aceptar su incorporación es la solución más
eficiente a fin de reducir costos administrativos y reducir los costos de error
arbitral.

c) Debería permitirse el late joinder. El tribunal arbitral podría determinar, dados


los hechos particulares y los costos que se podría ahorrar de aceptar la
incorporación del late joinder, la incorporación de este al arbitraje y la posterior
reconstitución del tribunal arbitral.

381
Mario Reggiardo S. y Julio Olórtegui H.

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383
Entrevista a Giovanni Priori

“En 1993 no teníamos una doctrina


lo suficientemente madura”

Giovanni Priori Posada, profesor principal en el área “Sistema de justicia y


solución de conflictos” de la PUCP, es uno de los procesalistas más
importantes de nuestro medio. En esta entrevista nos habla críticamente
sobre la regulación de las instituciones procesales que componen la
postulación del proceso en el Código Procesal Civil de 1993 (CPC) y sobre
las exigencias que debe atender todo profesor universitario que dicte dicho
curso. Siendo un firme convencido en la oralidad y su implementación a
través de un proceso por audiencias, defiende que esto no dará resultado si
es que el Estado no pasa a controlar a los abogados para garantizar una
mejor formación académica y ética.
Por: Renzo Cavani

Renzo Cavani (RC): ¿Cómo debemos entender la postulación del proceso tal
como fue planteado en nuestro CPC?
Giovanni Priori (GP): La idea es que, cuando lleguemos a la etapa probatoria,
que es la etapa de discusión y debate, todos los planteamientos de las partes, tanto
de pretensiones como de defensa, hayan estado claramente establecidos. Cualquier
discusión sobre la relación procesal debe quedar agotada luego de la postulación.

RC: ¿Cómo justificar entonces el artículo 121, párrafo tercero, que permite que, excep-
cionalmente, el juez pueda revisar aquello que debió quedar zanjado en la postulación?
GP: Yo creo que es un sello de una concepción dogmática adoptada por el CPC de
mantener la validez de la relación procesal a toda costa. Se busca que la relación
procesal esté inmaculada, al punto que el juez, en cualquier momento, incluso en la
sentencia, pueda revisarla nuevamente. El problema que tiene esa norma es que no
mide adecuadamente el impacto que tiene en los derechos fundamentales de las partes.

385
Entrevista a Giovanni Priori

RC: ¿Concepción dogmática o norma con ribetes de inconstitucionalidad?


GP: Es una concepción dogmática que termina siendo una regla inconstitucional. La
idea del CPC de hacer que el saneamiento fuera el último momento para revisar la
validez de la relación procesal se encuentra en una norma que dice: “una vez saneado
el proceso precluye cualquier posibilidad de discutir sobre la validez procesal”. Esto,
en la práctica, con las facultades del juez de revisar permanentemente la validez de la
relación procesal, terminó en el fracaso de la etapa postulatoria.

RC: Dentro de las instituciones que se encuentran vinculadas a la postulación


del proceso, ¿cuál es la que tiene más defectos en su regulación?
GP: Hay un serio problema en el tratamiento de la acumulación de pretensiones. Se
omitió, en su versión original, las situaciones de prejudicialidad, y no tener claro el
objeto del proceso impide que se tenga claro los alcances objetivos de la cosa juzgada.

RC: ¿Y la intervención de terceros?


GP: Si bien fue positivo incorporar la intervención de terceros, la excesiva descripción
que tiene esa parte del CPC, lejos de facilitar el acceso a la justicia de los terceros, se
convirtió en un formalismo para la evaluación de los requisitos que establece la norma.

RC: En tu artículo “Partes y terceros en el proceso civil” evidencias muchos


problemas, entre ellas una técnica legislativa muy precaria en el tratamiento
dogmático y las soluciones prácticas que el CPC ofrece para instituciones
como la acumulación, litisconsorcio, partes, etc.
GP: Alguna vez alguien tendrá que escribir la historia del CPC. Hoy todavía es muy
pronto. Pero en nuestra tradición jurídica las normas son el resultado de la doctrina y,
en 1993, no teníamos un trabajo doctrinario lo suficientemente maduro. Los conceptos,
sistemática, nociones e instituciones no fueron previamente trabajados ni analizados
por una doctrina con cierto grado de desarrollo. Entonces, es evidente que esto termina
en una norma que puede llegar a tener muchas deficiencias por su técnica o, si acaso
hubiese sido adecuadamente concebida, su aplicación no va a tener ningún respaldo.
Cuando analicemos históricamente el CPC debemos ser conscientes de ello. Las
deficiencias que pueda tener una norma son las deficiencias de la doctrina.

RC: Es conocido tu debate con Eugenia Ariano acerca de la improcedencia in


limine. ¿Mantienes la misma postura?
GP: Sí mantengo la postura acerca de que el juez debe tener la facultad de rechazar la
demanda líminarmente. Sin embargo, no justifico el contenido del artículo 427 de la
CPC. Ahí tenemos dos modelos diferentes. Mi primera crítica se dirige a las causales
de improcedencia en estricto, que, a mi juicio, no eran causales que debían generar la
improcedencia liminar de demanda. Si acortamos la lista para que sea muy excepcional

386
Entrevista a Giovanni Priori

entonces el juez sí debería tener esa posibilidad, pero restringidamente. Ahora, más
grave que el artículo 427 del CPC es el artículo 5 del Código Procesal
Constitucional. Aquí sí hay una grave afectación al acceso de jurisdicción por ser
las causales poco claras y que tienen que ver directamente con el fondo.

RC: Pero, ¿podría relajarse la improcedencia liminar optando por un


verdadero saneamiento procesal?
GP: Yo no tendría ningún problema en aceptar que la estructura procesal con un
verdadero análisis de saneamiento; o sea, un esquema en que eliminemos la
facultad de declarar la improcedencia liminar de la demanda o que la restrinjamos
al mínimo. Lo importante es que el juez tenga esta capacidad de control, pero
siempre excepcionalmente. Si tuviésemos estadísticas y observásemos que, por
ejemplo, el 50% de las demandas son rechazadas liminarmente, habría un
problema serio con la institución, con los jueces o los abogados, porque una
institución excepcional no puede afectar la mitad de los casos que se perciben.

RC: ¿Cómo puede compatibilizarse el juicio de procedencia de la demanda


con la oralidad?
GP: Un adecuado análisis de las cuestiones de la procedibilidad implica una buena
comprensión de la discusión de fondo. Esto está plasmado en la propuesta de reforma del
CPC elaborada por el grupo convocado por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos.
Este análisis sería realizado en la audiencia previa. A mi juicio, esta fue la idea del
legislador en el CPC cuando se preveía una audiencia de saneamiento. Lo que me parecía
equivocado era esta absoluta separación de las cuestiones procesales dividiéndolas en dos
audiencias distintas: saneamiento y puntos controvertidos. Ninguna de ellas incorpora un
adecuado análisis de fondo. Sea como fuere, yo creo en una audiencia en donde un juez
revela sus dudas y las partes las absuelven, donde hay una conversación entre ellas y el juez
que le ayude a este a comprender qué discuten. De esta manera, con un juicio de
procedibilidad bien hecho, la oralidad cumpliría su función. Yo defiendo un proceso por
audiencias, pero tampoco creo que sea la solución a todos los problemas. El juez y las
partes deben llegar bien preparados para que realmente funcione.

RC: ¿Qué necesitamos para que la oralidad se implemente correctamente?


GP: Que el Estado regule a los abogados. Nuestra ecuación es “muchos casos y pocos jueces”;
sin embargo, es momento de incorporar a tal ecuación la variable “muchos abogados”. Hay que
ver el problema en su integridad y tener cautela en entregarle a alguien un título para defender a
otra persona. Es necesario ser muy estricto en el examen para obtener la licenciatura, pues debe
tenerse un buen nivel de conocimiento y habilidades orales, pero también principios éticos.
Cuando un cliente vaya donde cualquier abogado este debe estar en condiciones de decirle “no
tienes el derecho que pides, el proceso no va”. No puede ser

387
Entrevista a Giovanni Priori

que el primer consejo de un abogado sea “vayamos al juicio”. Ahí tenemos un serio
problema en la formación profesional.

RC: ¿Has pensado en algún tipo de mecanismo que genere desincentivos para no ir al
litigio que pueda incorporarse, más allá de trabajar en la formación del abogado? GP:
Creo que los desincentivos que se colocaron en el CPC no funcionaron, como por ejemplo
la condena de costas y costos. Si acaso nuestros abogados les dicen a sus clientes “esto te
va a costar”, pues no funciona como desincentivo. No sé si sea usual que se condene por
costas y costos ni tampoco si efectivamente se cobra el monto ordenado, pues no he hecho
un estudio sobre ello, pero me parece que es como las multas, que también tienen la
finalidad de ser un desincentivo de ciertas conductas. No obstante, ¿de qué serviría que
exista la previsión legal de imponer una multa si no se impone o, imponiéndose, no se
cobra? Allí uno sabe que tiene el terreno libre para hacer lo que quiera en el proceso
judicial. Yo sí apostaría por esos mecanismos siempre que se cumplan e institucionalizar
una verdadera responsabilidad patrimonial del abogado. Ha llegado el momento que el
ejercicio de la profesión de abogado sea un ejercicio con consecuencias.

RC: En la malla curricular de la Facultad de Derecho de la PUCP existe un curso


que se denomina “Postulación del proceso”. ¿Cuáles son los objetivos de este
curso? GP: Debo confesarte que el nombre nunca me convenció porque,
rigurosamente, es una etapa del proceso, pero fue el único que encontramos para no
optar por “Instituciones de derecho procesal”. La idea era cambiar sustancialmente el
modo cómo se estaba enseñando. Yo creo que los grandes objetivos de este curso son la
necesidad de identificar el papel que cumple el proceso en la protección de los derechos
y, a partir de ahí, definir las instituciones procesales. O sea, se trata de mostrar cómo
estas instituciones se interpretan a la luz de los derechos fundamentales que han sido
estudiados en el curso anterior(*). Entonces, el estudio de un elemento tan importante
para poder postular el proceso, como la pretensión, que para mí es uno de los dos o tres
temas más importantes del curso, no solo implica explicar a las y los alumnos qué es la
pretensión y cuáles son sus elementos; significa hablarles de algo más: el objeto del
proceso, la importancia que tiene el proceso para la protección del derecho material y
cómo debe realizarse el análisis de la determinación del objeto en función del derecho
material discutido y de sus necesidades de protección.

RC: O sea, preocuparse por la proyección de todo el proceso hacia la decisión final.

(*)
[N. del E.]: El curso al que se refiere Priori es “Sistema de justicia y fundamentos constitucionales del
proceso”, que se dicta en el segundo ciclo de la carrera (sexto de universidad y luego del paso por la Facultad
de Letras). “El curso Postulación del proceso”, por su parte, se dicta en quinto ciclo de la Facultad.

388
Entrevista a Giovanni Priori

GP: Exacto, esto marca la línea de todo el proceso. Se determina cuáles son los hechos
que configuran realmente la pretensión y, por lo tanto, aquellos con los cuales se deberá
probar los hechos que dan sustento al derecho; cómo se vincula esa pretensión a
pretensiones conexas que pueda yo tener en otro proceso; o cómo es que lo que discuto
en este proceso se vinculará a cuestiones no debatidas pero que deberían debatirse o, si
ello no ocurre, cuál será el impacto si obtengo una sentencia favorable. Yo creo que es
un análisis institucional, pero con esta mirada. Me preocupa mucho que se perciba el
curso como una cuestión procedimental. Esa nunca fue la idea.

RC: La legitimación no se queda atrás. Este concepto es fundamental.


GP: Quien conoce sobre legitimación resuelve adecuadamente los problemas sobre
intervención de terceros y litisconsorcio. Creo que el curso tiene tres ejes principales:
la vinculación del proceso con el derecho material, el objeto del proceso y la
legitimación y, junto con ello, las herramientas para denunciar los defectos en alguno
de estos elementos, como las excepciones, la contestación de demanda, etc.

RC: Todo esto requiere de una fuerte preparación dogmática del profesor, para
poder explicar críticamente el CPC y hacer esas conexiones que tú mencionas.
GP: En efecto, lo procedimental no es lo más importante, pero se tiene que explicar, en el
sentido que las y los alumnos deben saber cómo funciona el proceso. Pero esto solo es
consecuencia de haber entendido lo anterior. Si mañana cambian el procedimiento la
alumna o alumno debe estar en capacidad de comprenderlo bien a pesar que el
procedimiento sea distinto. En general, creo que los profesores, para todos los cursos,
deben saber adecuadamente no solo la materia que imparten sino aquellas que son conexas.
Soy un enemigo a pensar en alguien híperespecialista. Los alumnos y alumnas del pregrado
no pueden recibir una clase de un “especialista” que no esté en condiciones de vincular con
las otras parcelas de la ciencia del derecho. Me parece muy difícil que alguien imparta una
clase sobre pretensión si no sabe derecho civil. Esto sería dogmatismo puro. Además, los
ejemplos provienen del derecho material o constitucional. Creo que es una cuestión de
competencia del profesor. Es difícil, claro, pero ser profesor es difícil.

389
CONVOCATORIA PARA
LAS PROXIMAS EDICIONES

Para las siguientes ediciones de la obra colectiva “Postulación del proceso” se aceptará
las colaboraciones de profesores, profesoras los profesionales en derecho, estudiantes
de derecho de posgrado y pregrado. Las características de dicha colaboración son las
siguientes:

a) Debe ser un artículo original, inédito y estar relacionado con las instituciones
vinculadas a la postulación del proceso (por ejemplo: demanda, pretensión, causa de
pedir, presupuestos procesales, legitimación, interés procesal, acumulación,
litisconsorcio, intervención de terceros, saneamiento procesal, etcétera).

b) Los y las autores son responsables de la autenticidad de su colaboración. El solo


envío implica tal declaración. Una vez enviado el artículo el o la autora se
compromete a no destinarlo a otra publicación hasta el resultado del procedimiento
establecido en el punto 5.

c) El artículo deberá estar escrito en idioma español, con una extensión de 10 a 30


páginas, en times new roman tamaño 11 e interlineado simple.

d) La estructura mínima del artículo debe tener la siguiente distribución: título (subtí-
tulo), introducción, desarrollo o cuerpo, conclusión y bibliografía. El autor deberá
indicar su principal afiliación académica, su mail de contacto y acompañar una
referencia curricular, que deberá colocarse en nota al pie de página.

e) Todos los artículos pasarán por una revisión previa del coordinador y por Ius et
Veritas a fin de que cumpla con los parámetros mínimos. De ser positiva la
evaluación, se enviará a dos árbitros, que deberán ser procesalistas extranjeros con
textos de referencia y que, además, cuenten con el grado de doctor o doctora en
derecho. El artículo debe contar con la aprobación de al menos un o una árbitro,
quedando a criterio del coordinador y de Ius et Veritas su publicación. De ser este el
caso, se comunicará al autor o autora la decisión y se enviará un modelo de carta de
autorización para publicación y distribución a fin de que sea completada y firmada.
Los artículos serán sometidos a edición y corrección de estilo.

f) La coordinación y Ius et Veritas se reservan el derecho de postergar la publicación


de artículos aprobados para subsiguientes ediciones.

390
Equipo Editorial:

Alexander Hernan García Rivas

Stefan Anthony Espejo Maceda

Ana Valentina García Reategui

Marie Melisa Gonzales Cieza

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Marzo 2019 Lima - Perú

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