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Capítulo 13

la c o n d u c t a d e a p e g o d e s d e e l p u n t o
d e v is t a d e l o s s i s t e m a s d e c o n t r o l

Deben m a r c h a rs e libres,
co m o los peces en el m a r
o las aves en el cielo,
m ien tras lú sigues siendo
la cosía a la que vuelven p o r azar.
F rancés Cornford

I ntroducción

Los d ato s o b tenidos en cu a n to a la c o n d u c ta de apego


no ap o rta n ninguna base sólida p ara seguir defendiendo la
teoría del im pulso secundario. En cam bio, re p re s e n ta n un
reto interesante para las teorías de control. Una vez enfoca­
do el p roblem a desde esta perspectiva, no resulta difícil en­
trever las posibles soluciones.
En el capítulo 5 señ a la m o s que gran p a rte de las c o n ­
ductas instintivas hacen que el anim al m an ten g a , d u ra n te
períodos prolongados, u n a d eterm inada relación con ciertos
elem entos del am biente. Observemos, p o r ejemplo, la c o n ­
ducta de em pollam iento, u na de cuyas consecuencias es que
el ave se m a n tie n e ju n to a los huevos y al nido d u r a n te va­
rias sem anas, y la cond u c ta territorial, que hace que el a n i­
mal p erm a n ezc a en u n a zona d te rm in a d a de su am b ien te
d u ra n te varios meses o incluso años. También in dicábam os
que la con d u c ta que tiene resultados previsibles de este tipo
puede orga n iz arse según líneas m ás o m enos com plejas.
Una versión m ás sencilla se pod ría organizar, p o r ejemplo,
de tal m odo que el m ovim iento hacia u n o bjeto-m eta c o n ­
creto se volviera cada vez m ás probable cu a n to m ay o r fuese
318 C O N D U C T A DE AP EG O

la d istancia desde ese objeto-m eta. Una de las hipótesis bá­


sicas del presen te capítulo es que la co n d u c ta de apego se
organiza de esta m anera.
La fo rm ulación a n te rio r no es, desde luego, sino el «ar­
m azón» de la teoría que vamos a proponer. P ara explicar la
cond u c ta observada, se requiere u n a cuidadosa elaboración.
En p rim e r lugar, la intensidad con que un niño pequeño ma­
nifiesta la c o n d u c ta de apego varía no sólo de un día para
otro, sino de h o ra en ho ra y de u n m o m e n to al otro. Por
consiguiente, es preciso e x a m in a r las condiciones que acti­
van y p o n e n fin a esa conducta, o que alteran la intensidad
con que se activa. En segundo térm ino, en los prim eros años
de vida tienen lugar grandes cam bios en cu a n to al m odo en
que se o rg a n iz an los diferentes sistem as que tienen que ver
con la co n d u c ta de apego. Sin em bargo, antes de analizar
estos tem as, hay que con sid erar el papel de la m ad re como
pareja, ya que la d istancia puede ser a u m e n ta d a o dism inui­
da, ta n to p o r el m ovim iento de la m a d re com o p o r el del
niño. Es decir, intervienen las dos partes.

E l p a p e l d e la m a d r e y d e l n i ñ o e n la i n t e r a c c i ó n
MATERNO-FILIAL

La interacción corno resultante de distintos tipos de


conducta

Cualquiera que observe la conducta de una m adre y de su


hijo de u n o o dos años a lo largo de u n cierto período de
tiem po p o d rá advertir que cada uno de ellos pone de m ani­
fiesto p au tas c o n ductuales m uy diferentes. M ientras que al­
g u nas de las co n d u c ta s de ca da m ie m b ro de la pareja con­
tribuyen a a u m e n ta r o m a n te n e r la p roxim idad en tre ellos,
m u c h a s o tras son de un tipo co m p le ta m e n te diferente. Al­
gun as son irrelevantes en cu a n to a la cuestión de la proxi­
midad: la m ad re cocina o cose, el niño juega con u n a pelota
o vacía el bolso de la m adre. Otras son an titéticas del m an­
te n im ie n to de la proxim idad: la m a d re va a o tra habitación,
el niño sube la escalera. También hay condu c ta s opuestas a
la b ú s q u e d a de proxim idad: en d e te rm in a d a s ocasiones
- p o r lo general poco frecu e n te s- la m ad re o el niño pueden
sentirse tan irritad o s o en fadados que a c tú a n p a ra a u m e n ­
ta r la distancia que les separa. Es decir, el m anten im ien to de
S I S T E M A S DE C O N T R O L 319

la proxim idad es sólo u n o de los m u ch o s re sultados que


puede ten er la cond u c ta de cada uno de los m iem bros de la
pareja.
Sin em bargo, es s u m a m e n te im p ro b ab le q ue un día
cualquiera la d istan cia entre a m b o s exceda un m áxim o de­
term inado. De o c u r rir así, m uy p ro n to u n o o a m b o s a c tu a ­
rán de m odo que esa d is ta n c ia se reduzca. E n alg u n o s ca ­
sos, es la m a d re quien tom a la iniciativa, llam an d o al niño
o yendo a ver d ó n d e está; en otros, es el niñ o q uien p u ede
tomarla, al volver c o rrien d o ju n to a la m a d re o al ro m p e r a
llorar.
Es decir, en la p a reja m ad re -h ijo se da un equ ilib rio di­
námico. A p e s a r de que b u e n a p a r te de su s c o n d u c ta s son
irrelevantes, de que alg u n as c o m p ite n e n tr e sí y o tra s re ­
sultan m u tu a m e n te in c o m p atib les o se o p o n e n la u n a a la
otra, p o r lo general la d is ta n c ia en tre el p e q u e ñ o y la m a ­
dre se m a n tie n e d e n tro de d e te r m in a d o s lím ites estables.
Para c o m p r e n d e r de qué m a n e r a s uce de esto, c o n v e n d rá
considerar la relación espacial existente en tre am b o s com o
resultado de u n a c o n d u c ta de u n o de los c u a tr o tipos si­
guientes:

a) la c o n d u c ta de apego del niño;


b) u n a con d u c ta del niño antitética del apego (en p arti­
cular la co n d u c ta exploratoria y el juego);
c) la c o n d u c ta de atención de la madre;
d) u n a c o n d u c ta m a te rn a antitética de los cu id ad o s pa-
rentales.

Las form as de c o n d u c ta d escritas en a) o en c) son h o ­


mogéneas con respecto a su función; las clasificadas en b) o
d) son heterogéneas.
Cada u n a de estas cu a tro conductas varía notab lem en te
en su in ten sid ad de un m o m e n to a otro, y d u ra n te algún
tiem po p uede no re g istrarse en ab so lu to u n a c o n d u c ta de
un tipo determ inado. Además, sobre cada u na de ellas suele
influir la presencia o ausencia de terceros, ya q ue las co n se­
cuencias de cua lq u ie ra de estos tipos de c o n d u c ta pueden
inducir o inhibir conductas de alguno de los otros tres tipos.
Por ejemplo, el que la m adre se m arche suele d a r lugar a la
conducta de apego del niño y a que su co n d u c ta ex plorato­
ria quede inhibida. Y, p o r el contrario, cu a n d o el niñ o ex­
plora d em asia d o lejos, a u m e n ta la p ro b a b ilid ad de qu e se
320 C O N D U C T A DE A P E G O

ponga en mar cha una cond u c ta de cuidados p or parte de la


m ad re v de que quede inhibida cualquier o tra actividad q Ue
estuviera realizando. En u n a pareja adecuada, los cuatro ti­
pos de con d u c ta se ponen de m anifiesto y progresan juntos
de m odo arm ónico, a u n q u e siem pre se corre el riesgo de
que surjan conflictos.
Este análisis indica que la conducta de apego del niño es
sólo uno de los cuatro tipos de conducta señalados (dos pro­
pios del niño y otros dos de la madre), que facilitan la inte­
racción m adre-hijo. Pero, antes de ana liz ar de m odo más
exhaustivo la c o n d u c ta de apego, convendrá exa m in a r bre­
vem ente los otros tres tipos de conducta. C om encem os por
la que, al a p a rta r al niño de su m adre, constituye la antítesis
m ism a de la cond u c ta de apego.

La conducta exploratoria y el juego

En los últim os años, ha quedado aceptado u n o de los an­


tiguos postulados de Piaget, según el cual la exploración y la
investigación constituyen un tipo de c o n d u c ta tan diferen­
ciada e im p o rtan te com o otros tipos am pliam en te reconoci­
dos (por ejemplo, la alim entación y el apaream iento).
La c o n d u c ta exploratoria ad o p ta tres form as principa­
les: en p rim e r lugar, u na reacción o rie n ta d o ra de la cabeza
y del cuerpo, que coloca a los órganos de los sentidos en una
posición m ás ade cu ad a p ara discern ir el objeto-estím ulo y
da la señal a la m u s c u la tu ra y al sistem a cardio vascular
p ara que en tre n en acción de inm ediato; en segundo lugar,
el a c e rc am ien to del cuerpo al objeto-estím ulo, que permite
a todos los órganos de los sentidos o btener u n a información
m ás a b u n d a n te y m ejor al respecto; en tercer lugar, la inves­
tigación del objeto, al m a n ip u larlo o e x p e rim en tar con él
p o r otros medios. Esa cond u c ta es corriente en todas las es­
pecies de aves y mam íferos, y en p articular en determ inadas
especies, com o los cuervos entre las aves, y los p rim ates en­
tre los m am íferos. En las crías, se pone de m anifiesto con
m ás frecuencia que entre los adultos.'

1. Una reseña útil de los trabajos empíricos sobre la conducta explo­


ratoria en los animales y en el hombre se encontrará en los capítulos IV, V
y VI de la obra de Berlyne Conflict, Arousal and Ciiriositv (1960). Véase
también The Developmeutal Psychology ofJean Piaget (1963), de Flavell.
S I S T E M A S DE C O N T R O L 321

En general, la cond u c ta exploratoria es inducida por es­


tímulos nuevos y/o complejos; o, con frecuencia, por am bos
a la vez. C ualquier objeto nuevo que se deje en la jaula de un
animal, sea un mono, u n a ra ta o un rinoceronte, m ás tarde
o más te m p ra n o será in speccionado e investigado. Al cabo
de un tiem po, dism inuye el interés: «Se desvanece el a tra c ­
tivo de la novedad». Pero cada objeto nuevo que se presenta
despierta nuevam ente el interés del anim al, co m o ocu rre
cuando uno de los objetos antiguos se introduce o tra vez al
cabo de un tiempo.
Un anim al puede tra b a ja r d u ra n te p rolongados lapsos
de tiempo, tiran d o de palan c as o ab rie n d o persianas, p ara
recibir com o única re com pensa un objeto nuevo. La com ida
es innecesaria. Es más, al p resentarse ju n to s la co m id a y un
objeto nuevo, la exploración de este últim o suele te n e r pri­
macía sobre la alim entación, incluso cu a n d o el anim al está
hambriento.
Los seres hum an o s, en especial los m ás jóvenes, se com ­
portan de la m ism a m an era. Todas las m ad re s saben que a
los bebés les e n c a n ta o bservar u n a escena c a m b ia n te y,
como d e m o s tró ex p e rim en talm en te R heingold (1963a), un
bebé de apenas cu a tro meses ap re n d e p ro n to a tocar repeti­
dam ente u n a pelotita c u a n d o la consecuencia de hacerlo es
un breve espectáculo de im ágenes en m ovim iento. C ual­
quier m adre sabe, tam bién, que un bebé dejará de c o m e r in­
m ediatam ente cu a n d o algo o alguien nuevo e n tra en su
campo visual. Los efectos de la novedad sobre los bebés son
tales que la expresión «como un niño con zapatos nuevos»
ha term in ad o por significar el e s ta r co m p le ta m e n te a b s o r­
bido por algo del am biente.
Por consiguiente, la conducta exploratoria no es, en m a ­
nera alguna, un anexo de la c o n d u c ta de alim entación o se­
xual. Por el contrario, se trata de un a clase de c o n d u c ta per­
fectamente definida e independiente, que debe ser concebida
como u na serie de sistem as desarrollados con la función es­
pecial de o btener inform ación del am biente. Com o otros sis­
temas de conducta, tam b ién éstos se activan p o r m edio de
estímulos que poseen ciertas propiedades características, y
son interrum pidos por otros estím ulos que tienen otras p ro ­
piedades. En este caso, es la novedad la que produce la acti­
vación y la familiaridad la que da lugar a que la actividad se
termine. La cond u c ta exploratoria se ca racteriza co n c re ta ­
mente por tran sfo rm ar lo nuevo en fam iliar y, m ediante este
322 C O N D U C T A DE A PE G O

proceso, convertir al agente de activación en agente de ter-i


m inación.
Una ca racterística paradójica de la c o n d u c ta explorato­
ria es q ue p rá c tic a m e n te las m ism a s pro p ied a d es que inci­
tan a la exploración provocan tam bién a larm a y alejamien­
to. Por esta razón, con frecuencia los anim alitos y los niños
ponen de m anifiesto, de m an era sim u ltán e a o en rápida su­
cesión, un acerc am ien to lleno de interés y u na retirada con
gestos de alarm a. G eneralm ente, el equilibrio en tre ambas
se produce cu a n d o el interés despertado supera la sensación
de alarm a. Al principio, todo elem ento extraño induce sólo
al alejam iento. Luego, el sujeto lo explora desde cierta dis­
tancia, observándolo a te n ta m e n te d u ra n te un tiem po pro­
longado. Sin em bargo, a la larga (y siem pre que el objeto
nuevo p erm a n ezc a en su lugar y no em ita sonidos o percep­
ciones alarm antes), el observador suele acercarse al objeto y
explorarlo, p rim e ro con cautela, luego con m ayor confian­
za. E n la m ayor p arte de las criaturas, el proceso se acelera
de m a n e ra notable en p resencia de un am igo y, en los pe­
queños, en presencia de la m adre.
P arece p roba ble que el juego con los p ares empieza
com o extensión de la c o n d u c ta exploratoria y del juego con
objetos inanim ados. Las observaciones de Harlow y Harlow
(1965) sobre los m onitos pro b a b le m en te p uedan ser aplica­
das tam bién a los niños pequeños:

Sin duda, las variables que inducen a la exploración de ob­


jetos y a la exploración social son de índole parecida... Los obje­
tos físicos móviles dan al mono la oportunidad de producir re­
acciones que facilitan la interacción, pero ningún objeto móvil
puede suministrar al primate de pocos meses la notable oportu­
nidad de retroalimentación estimuladora que se logra por me­
dio del contacto con uno o varios congéneres en la interacción
social... La etapa del juego probablemente se inicia como activi­
dad individual que involucra el empleo sumamente complejo de
objetos físicos... Estas pautas de juego individuales... son sin
duda las precursoras de las reacciones múltiples y complejas
que aparecen más adelante como consecuencia de la interacción
a que da lugar el juego.

C uan d o se a p a rta al niño de la m adre, su c o n d u c ta ex­


p loratoria y de juego es antitética de su c o n d u c ta de apego.
P or el contrario, si acercam os la m ad re al niño, la conducta
m a te rn a de ésta refuerza la c o n d u c ta de apego del niño.
SISTEM AS DE C O N TR O L 323

Cuidados m aternos

En tod o s los m a m ífe ro s - i n c l u i d o el h o m b r e - se dan


diferentes tipos de c o n d u c ta m a te r n a . En a lg u n a s e s p e ­
cies, re s u lta p rá c tic o d i s t in g u i r d esd e un p rin c ip io las
pautas de a m a m a n ta m i e n to , c o n s tru c c ió n del n ido y re ­
cuperación de la prole. C ada u n a de ellas es vital p a r a la
supervivencia de las crías, pero, p a r a n u e s tro s fines, lo
que nos in tere sa f u n d a m e n ta lm e n te es la c o n d u c ta de re­
cuperación de éstas.
La co n d u c ta de «recuperación» puede definirse com o
toda co n d u c ta de u n o de los p rogenitores cuyo re sultado
previsible sea trae r a la prole al nido, acercarla a la m adre,
o am bas cosas a la vez. M ientras que los roedores y los c a r­
nívoros utilizan la boca, los p rim a te s se valen de brazos y
manos. Además, casi todas las especies de anim ales em plean
una llam ada característica - a m e n u d o en tono bajo y su ave-
que, al inducir a la con d u c ta de apego, tiene co m o resultado
atraer a la prole.2
E n tre los seres h u m a n o s , este tipo de c o n d u c ta de r e ­
cuperación de la prole recibe d is tin to s n o m b re s : «m ater-
naje», «cuidados m a tern o s» , «crianza», etc. En algunos
contextos, es p referible u s a r el té rm in o m ás a m p lio «cui­
dados m aternos»; en otros, es m ejo r u s a r «recuperación».
En particular, « re cuperación» po n e el a c e n to en el hecho
de que la m a y o r p a rte de la c o n d u c ta m a t e r n a tiene que
ver con re d u cir la d istan cia entre el bebé y la m ad re y m a n ­
tener a éste en estrecho co n tac to físico con la m adre. Estos
aspectos esenciales p o d rían ser dejados de lado si se utili­
zan otros térm inos.
La conducta de recuperación de los prim ates consiste en
que la m ad re coge al niño en sus brazos y lo sostiene allí.
Como los resultados obtenidos son parecidos a los de la con­
ducta de apego de las crías, cabe interp re tar esa c o n d u c ta en
términos parecidos. Es decir, co m o un a c o n d u c ta asociada
con u na serie de sistem as de conducta cuyo resultado previ­
sible es m a n te n e r la proxim idad del bebé. Es posible estu ­
diar las condiciones que activan e in terru m p e n el funciona­
miento de esos sistem as. E n tre las variables orgánicas que
afectan la activación, el nivel horm onal de la m adre, casi sin

2. Para un resumen de la conduela materna en los mamíferos, véase


Rheingold (1963b).
324 C O N D U C T A DE APEGO

lugar a dudas, desem peña un papel. E ntre las variables am­


bientales están las andanzas y conductas del niño. Por ejem­
plo, cu a n d o éste se aleja d em asiado o llora, la m adre suele
e n tra r en acción. Y si ésta tiene algún motivo de alarm a o ve
que otros se llevan a su hijo, de inm ediato realiza todos los
esfuerzos por recuperarlo. Este tipo de con d u c ta sólo se in­
terrum pe cu ando el hijo está a salvo en sus brazos. En otras
ocasiones, en especial cuando el niño juega tranquilam ente
y cerca, con otras personas conocidas, la m adre permite que
las cosas sigan su curso natural. No obstante, siem pre per­
m anece latente su tendencia a recuperar al hijo, p or lo cual
suele vigilarlo y prestar atención a sus gritos, estando prepa­
rada p ara a c tu a r ante la m ás m ínim a señal de alarm a.
Así com o el resultado previsible de la conducta de recu­
peración por parte de la m adre es parecida al de la conducta
de apego del niño, tam bién procesos parecidos llevan a la se­
lección de figuras hacia las que se dirigen la conducta de re­
cuperación y la conducta de apego. Así com o la conducta de
apego del hijo suele orientarse hacia u n a figura m atern a en
particular, la conducta de recuperación m atern a tam bién se
dirige hacia su hijo en particular. Los datos obtenidos indican
que, en todas las especies de mamíferos, la m adre ya logra re­
conocer al hijo a las pocas horas del nacim iento y, u n a vez
que lo reconoce, sólo dirige sus cuidados m aternos hacia él.
Un tercer aspecto en el que la cond u c ta de recuperación
m a te rn a se parece a la c o n d u c ta de apego del hijo se refiere
a su función biológica. El hecho de que la m ad re se m a n ­
tenga ju n to al hijo y lo recoja an te cua lquie r señal de alar­
ma, ev identem ente contribuye a su función protectora. En
un a m b ien te salvaje, es posible que el peligro m áxim o del
cual se protege al an im alito sea el asalto de predadores.
Otros peligro son los de caerse desde u n a altura o ahogarse.
La c o n d u c ta de recuperación m a te r n a puede verse en
sus form as m ás elem entales en las especies s u b h u m an as,
pero tam b ién se pone de m anifiesto entre los seres h u m a ­
nos. En las sociedades primitivas, la m adre suele p erm a n e­
cer en estre cho contacto con el bebé y éste casi siem pre se
m an tien e d e n tro de su c a m p o visual o auditivo. La alarm a
de la m adre o la angustia del niño inducen de inm ediato a la
acción. En las co m unidades m ás desarrolladas, la escena se
vuelve m ás com pleja. En p arte porque, con no poca fre­
cuencia, la m a d re designa un s u stitu to que cu m p lirá sus
funciones d u ra n te un período m ás o m enos prolongado del
S I S T E M A S DE C O N T R O L 325

día. Pero, incluso en estas sociedades, la m ayor parte de las


madres sienten poderosos im pulsos a m an ten e rse en estre­
cho contacto con los bebés y con los hijos pequeños. El que
cedan a esos im pulsos o no depende de innum era b le s varia­
bles personales, culturales y económ icas.

Conducta materna antitética del cuidado de los hijos

C uando la m ad re cuida al hijo siem pre tiene, tam bién,


otras pau tas de conducta. Algunas de ellas, a u n q u e intrínse­
camente no resultan incom patibles con el cuidado del niño,
a pesar de todo com piten con éste en m ayor o m e n o r grado.
Sin em bargo, otras pau tas de con d u c ta son co m pletam ente
opuestas a esos cuidados, p o r lo que resultan incom patibles
con ellos de m an era intrínseca.
Una c o n d u c ta que, hasta cierto punto, com p ite con los
cuidados del niño es la referente a todas las tareas del hogar.
Pero la m ayoría de estas actividades p u ede in te rru m p irs e
ante el m en o r signo de alarm a, por lo que resultan c o m p a ti­
bles con los cuidados m aternos. Otras actividades son m ás
difíciles de aba n d o n ar: por ejemplo, las exigencias de otros
m iembros de la familia, en especial del m arido y de otros hi­
jos pequeños. P or consiguiente, es inevitable q ue la m ad re
experim ente el conflicto, lo qu e puede ir en d e trim e n to de
los cuidados que b rin d a al bebé.
No o bstante, las actividades m a te rn a s que m e ra m e n te
compiten, en c u a n to a tiem po y energías, con los c uidados a
b rindar al hijo en tra n d e n tro de u n a categoría s u m a m e n te
distinta de la c o n d u c ta in trín seca m e n te in co m p atib le con
esos cuidados. Por ejemplo, el disgusto que p uede p ro d u c ir
el co n tac to con el hijo o la m olestia que c a u san sus gritos,
factores am b o s que pueden d a r lugar al aleja m ien to de la
madre. En u na m adre corriente, a u n q u e la c o n d u c ta de ale­
jam iento p u ed a producirse ocasionalm ente, no suele darse
con frecuencia ni ser muy prolongada; y ésta estará siem pre
dispuesta a b rin d a r sus cuidados al hijo c u a n d o lo exigen las
circunstancias. Pero, en u n a m a d re con p ertu rb a c io n e s
emocionales, la tendencia al alejam iento puede interferir de
m anera m uy grave con sus cuidados.
Observamos, p or lo tanto, que así co m o a la c o n d u c ta de
apego del bebé se co n tra p o n e n el juego y la c o n d u c ta explo­
ratoria, a la conducta de recuperación m a te rn a se contrapo-
326 C O N D U C T A DE A P E G O

nen u n a serie de actividades que com piten con ella, siendo


algunas incom patibles.

Concluye aq u í nuestro breve re sum e n de las distintas


p a u ta s de co n d u c ta de la m ad re y del hijo que, en conso­
nancia con la con d u c ta de apego de éste, consolidan la inte­
racción en tre am bos.
Es im p o rta n te re c o rd a r que todas estas pau tas de inte­
racción se a c o m p a ñ a n de poderosos sentim ientos y emocio­
nes, felices o no. C uando la interacción entre la pareja sigue
los cauces norm ales, cada uno de sus m iem bros manifiesta
intenso placer p or es ta r en co m p a ñ ía del otro y, en especial,
ante las m u tu a s m uestras de afecto. Por el contrario, cuan­
do la intera cció n da pie a un conflicto persistente, cada
m iem b ro de la pareja suele experim entar, de vez en cuando,
u n a intensa sensación de ansiedad o de tristeza, en especial
ante el re chazo del otro.
E n función de la teoría esb ozada en el ca pítulo 7, esto
equivale a a f ir m a r que los m odelos internos con los que la
m a d re y el hijo evalúan las conse cu en c ia s de la conducta
suelen favorecer en gra d o s u m o el desarrollo del apego, ya
q ue a m bos perciben la proxim idad y el intercam bio afectivo
com o algo placentero, en tanto que la distancia y las expre­
siones de re ch az o resu ltan d esa gradables o dolorosas para
am bos. Tal vez sea éste el resultado de la cond u c ta que hace
que los m odelos de evaluación en el ser h u m a n o resulten
m ás definidos desde un co m ienz o o m ás estables desde el
p u n to de vista am biental. Y tan estables son, por regla ge­
neral, q ue suele darse p o r sen tad o que los bebés quieren a
las m adres y éstas a aquéllos, com o si se tra ta ra de algo in­
trínseco a la natura leza h u m a n a . Es decir, cu a n d o en el cur­
so del desarrollo de un individuo, las pau tas difieren clara­
m e n te de la n o rm a -c o m o sucede a veces- todo el mundo
cree e s ta r en presencia de algo patológico.

R esponsabilidad por el m a n ten im ien to de la proxim idad:


cam bios

D urante los prim eros años de la vida, en todas las espe­


cies de prim ates superiores la responsabilidad de mantener
la proxim idad entre m adre e hijo va c a m b ia n d o progresiva­
m ente desde aquélla a éste.
S I S T E M A S DE C O N T R O L 327

En todas las especies, incluyendo la h u m a n a , en un prin­


cipio la c o n d u c ta de apego del bebé está au s e n te o es muy
ineficaz. O bien éste carece de la fuerza necesaria p ara m a n ­
tenerse afe rra d o a la m ad re o resulta im posible su m ovili­
dad; por o tra parte, al a u m e n ta r su movilidad p u ede alejar­
se im p ru d e n te m e n te lejos. El re sultado es que existe una
etapa de la infancia d u ra n te la cual la prox im id ad con la
madre se logra, sobre todo, gracias a la propia co n d u c ta de
ésta. Inicialm ente, la m ad re m an tien e al hijo pegado a ella,
hecho que se produce tanto en las especies s u b h u m a n a s
como en el h o m b re prim itivo. En las sociedades h u m a n a s
más avanzadas, esta fase corresponde al período en el que la
madre deposita al bebé en Lina c u n a o en el corralito. En
ambos casos, la m ad re se hace plen am e n te responsable del
niño y ra ra vez se aleja d em asia d o de él, sin delegar la res­
ponsabilidad de cuidarlo en alguna o tra persona.
La e tap a siguiente se ca racteriza p o r la m ovilidad que
adquiere la cría: en el m ono rhesus, después de u n a o dos se­
manas, en el gorila, de un mes o dos, en el ser hum ano, des­
pués de los seis meses. En todas estas especies, a u n q u e el pe­
queño suele m o s tra r u na fuerte tendencia a m antene rse
próximo a la figura m aterna, su com petencia p ara lograrlo
de m anera coherente es escasa. Cuando la m ad re p erm anece
inmóvil en un lugar, el hijito suele iniciar u na c o n d u c ta ex­
ploratoria sin d em asia do juicio ni discrim inación; com o
consecuencia, puede alejarse m ás allá de lo que resulta acep­
table para la m adre. P or el contrario, cuando ésta echa a a n ­
dar, la capacidad del niño para seguirla es peno sa m e n te ina­
decuada. P or consiguiente, tam bién d u ra n te esta fase es la
conducta de la madre, tanto o más que la del hijo, la que p er­
mite m a n te n e r la proxim idad entre am bos. E n el hom bre,
esta fase se prolonga hasta finales del tercer a ñ o de la vida.
Durante esos dos años y m edio (de los seis meses a los tres,
años) la cond u c ta de apego, au nque ya fuerte, no siem pre re­
sulta eficaz y coherente.
En la fase siguiente, se prod u c e un ca m b io en el equili­
brio. Al llegar a este punto, la cond u c ta de apego del niño se
vuelve m u ch o m ás eficaz y a u m e n ta su capacid ad de juicio
para d e te rm in a r cu á n d o es indispensable m an te n e rs e ju n to
a la m adre y cu á n d o no; entonces, son tanto el hijo co m o la
madre los que m antienen la proxim idad, au n q u e , desde lue­
go, en algunos casos la m a d re puede rechazarle e inducirle
a que p erm a n ezc a alejado de ella. No o bstante, si se siente
328 C O N D U C T A DE APE GO

alarm ad a, lo p rim e ro que hace es b u sca r al hijo y mante­


nerlo aferra d o a ella. Y siem pre que am bos están en un am­
biente extraño, la m adre vigila de cerca al hijo p ara cercio­
rarse de que la curiosidad de éste no le lleva a com eter una
im prudencia. En el ser hum ano, esta fase de transición dura
m uch o s años, y su d u ración depende de las condiciones de
vida de la familia. Por ejemplo, en las m odernas sociedades
u rbanas, ra ra vez se perm ite a los niños alejarse solos de su
casa antes de los diez años.
De m an e ra im perceptible, esta fase de transición va en­
tran d o en u n a e tapa final d u ra n te la cual la m adre va dejan­
do la responsabilidad de m a n te n e r la proxim idad casi total­
m ente en m anos del hijo, a m edida que éste crece. Excepto
en casos de em ergencia, d u ra n te dicha etapa la m adre de­
sem p eñ a sólo un papel menor.

F o r m a s d e c o n d u c t a r e l a c i o n a d a s c o n e l a p e g o : su
ORGANIZACIÓN

En el ser hum ano, hay varias pautas de conducta que se


relacionan con el apego; entre las m ás obvias están el llorar
y llamar, balbu ce ar y sonreír, aferrarse, succ io n a r sin fines
alim enticios y la locom oción com o m edio p ara acercarse,
p ara seguir y para buscar. Desde las prim eras fases del desa­
rrollo, el resultado previsible de cada u na de estas pautas es
a u m e n ta r la proxim idad con la madre. Posteriorm ente, cada
u na de ellas se organiza den tro de uno o m ás sistem as su-
praordenados, con frecuencia con corrección de objetivos.
Todas las form as de la cond u c ta de apego suelen dirigir­
se hacia u n objeto concreto situ ad o en el espacio, general­
m ente la figura especial de apego. P ara que tales formas de
co n d u c ta sean dirigidas, es preciso que el niño se oriente
hacia dicha figura, lo cual hace de distintas m aneras. Por
ejemplo, a los seis meses la m ayoría de los bebés tienen ya
la habilidad necesaria p ara d istinguir a la m adre de otras fi­
guras y p a ra seguir sus m ovim ientos con la vista y el oído.
P or estos medios, el niño se m antiene m uy bien informado
del p arad ero de la m adre, de tal m odo que la pau ta o pautas
de c o n d u c ta de apego que resultan activadas se dirigen ha­
cia ella. P or lo tanto, la c o n d u c ta de o rientación es un re­
quisito indispensable de la c o n d u c ta de apego (como, por
supuesto, lo es de m uchos otros tipos de conducta).
S I S T E M A S DE C O N T R O L 329

Las pau tas de co n d u c ta m ás co ncretas q ue facilitan la


formación del apego p ueden clasificarse en dos categorías
principales:

a) cond u c ta de «señales», cuyo efecto es llevar a la m a­


dre hacia el hijo;
b) c o n d u c ta de ac ercam iento, cuyo efecto es llevar al
niño hacia la madre.

Conducta de «señales»

El llanto, la sonrisa, el balbuceo y, posteriorm ente, la lla­


mada y d e te rm in a d o s gestos, p u eden clasificarse todos
como «señales» sociales y su resultado previsible es a u m e n ­
tar la p roxim idad entre m a d re e hijo. Sin em bargo, las cir­
cunstancias en que se em ite cada tipo de «señal» y los efec­
tos de cada u n a de ellas sobre los distintos co m p o n en te s de
la conducta m atern a, difieren am pliam ente. Incluso u na
forma concreta de «señal» co m o el llorar, p uede ser de dife­
rentes tipos, cada u n o de los cuales es consecuencia de cier­
tas condiciones concretas y produce efectos distintos de los
demás. El exam en detenido de esos tipos revela que las dife-,
rentes «señales» propias de la con d u c ta de apego no son in­
tercambiables. Por el contrario, cada u n a de ellas es identi-
ficable y com p lem en taria de las otras.
El llanto se p u ede p ro d u c ir en c irc u n s ta n c ia s m uy dife­
rentes y a d o p t a r p a u ta s ta m b ié n d ife re n te s .3 P o r ejem plo,
es diferente el llanto p o r h a m b r e q ue el llanto p o r dolor.
En el p rim e r caso, la in ten sid ad del lloro va crec ie n d o len­
tamente. Al principio, es u n llanto a r rítm ic o y de in te n s i­
dad baja; poco a poco se vuelve m ás rítm ic o y alto, y cada
grito expiratorio se alte rn a con u n silbido insp irato rio . P or
el contrario, el llanto o c a s io n a d o p o r el d o lo r ya es fuerte
desde un principio. Al grito inicial, p ro lo n g ad o y fuerte, si­
gue un p erío d o p ro lo n g a d o de silencio abso lu to , d e b id o a ■
la apnea; finalm ente, al t e r m i n a r éste, e m p ie z a n a a lte r­
narse las in h alac io n e s breves y ja d e a n te s con las toses ex-
piratorias.

3. Mi información procede del trabajo de Wolff sobre la historia natu­


ral del llanto en los bebés de catorce familias (Wolff, 1969) y de comunica­
ciones personales de mi colega el doctor Anthony Ambrose.
330 C O N D U C T A DE APEG O

Ambos tipos de llanto suelen afectar a la cond u c ta de la


m adre, a u n q u e de m odo diferente. El llanto provocado por
el d olor -s e g ú n d escubrió Wolff- está e n tre los estímulos
m ás fuertes que hacen que la m a d re corra al lado del hijo.
P or el contrario, su reacción suele ser m ás lenta an te el llan­
to que em pieza en un tono bajo. En el p rim e r caso, la madre
está d ispuesta a a d o p ta r acciones de em ergencia en favor
del b ienestar del bebé; en el segundo caso, suele acunarlo o
alim entarlo.
La sonrisa y el balbuceo tienen lug ar en circunstancias
m uy diferentes y sus efectos son tam b ién p or com pleto dife­
rentes.'1
A diferencia de lo que ocurre con el llanto, que ya es efi­
caz desde el nacim iento, ni la so nrisa ni el balbuceo influ­
yen d e m asia d o sobre la c o n d u c ta m a te rn a antes de transcu­
rrid a s cu a tro sem anas. T am bién a diferencia del llanto, la
s o n risa y el balbuceo tienen lug ar cu a n d o el bebé está des­
pierto y contento. Es decir, no tiene ham bre, no está solo, ni
le duele nada. Por último, m ientras el llanto lleva a la madre
a e n t r a r en acción, p ara proteger, a lim e n ta r o consolar al
bebé, la sonrisa y el balbuceo gen e ran co n d u c ta s m uy dis­
tintas. C uando su bebé sonríe y balbucea, la m ad re también
le sonríe, le «habla», le acaricia o le da p alm aditas cariñosas
y qu izá lo to m a en brazos. E n tales circunstancias, tanto la
m adre com o el bebé parecen expresar su regoci jo ante la pre­
sencia del otro y el efecto seguro es p rolongar su interacción
social. No es fácil d a r con un térm in o que describa este im­
p o rta n te factor de la c o n d u c ta m atern a: tal vez sería apro­
piad a la expresión «conducta de a m o r m aterno».
La sonrisa del niño no sólo ejerce esos efectos inm edia­
tos sobre la cond u c ta de la m adre, sino que probablem ente
tam b ién ejerce u n a influencia a largo plazo sobre ésta. Am-
brose (1960) describió el efecto sobrecogedor que ejerce so­
bre la m a d re ver la p rim e ra sonrisa social de su bebé y el
m odo en que, a p a rtir de ese m om ento, a u m e n ta su capaci­
d ad de reacción. Si se siente ca n s a d a e irritada con el hijo,
la s o n risa de éste la desarm a; si lo está a lim e n ta n d o o cui­
dán d o le de cu a lq u ie r o tra m an era, esa so nrisa ac tú a como
re co m p e n s a y la a n im a en su actividad. En térm inos cientí- 4

4. En cuanto al temprano desarrollo de la sonrisa y el balbuceo, véase


Wolff (1963). Para un análisis de los efectos de la sonrisa sobre la conduc­
ta materna, véase Ambrose (1960).
S I S T E M A S DE C O N T R O L 331

ficos estrictos, la so nrisa del bebé afecta a la m a d re de tal


m anera que a u m e n ta las posibilidades de que en el futu ro
reaccione ante las señales de éste con m ás rapidez y de m a ­
nera m ás ade cu ad a p a ra a s e g u ra r su supervivencia. El b al­
buceo de satisfacción del bebé p ro b a b le m e n te ejerza los
mismos efectos a largo plazo.
En principio, ni el llanto ni la sonrisa ni el balbuceo son
conductas con corrección de objetivos. P or el co n tra rio , lo
que ocurre es que se em ite u n a «señal» y puede o c u rrir que
la otra persona reaccione a ella, o que no lo haga. C uando la
otra parte reacciona, p o r lo general cesa el llanto y se borra
la sonrisa. Com o es bien sabido, uno de los medios m ás co­
rrientes p a ra hac er que el bebé deje de llo rar es levantarlo
en brazos y a c u n arlo o, quizá, hablarle. Es m enos sabido
que, al levantarle, el bebé tam b ién deja de s o n re ír (Ambro-
se, 1960).
El balbuceo se organiza según líneas algo diferentes. El
bebé, cu a n d o balbucea, suele d a r lugar a un a c o n d u c ta a n á ­
loga en la m a d re y a u n a interacción m ás o m en o s p ro lo n ­
gada. Sin em bargo, al levantarle en brazos, ta m b ié n suele
interrum pirse esa conducta.
C uando u na «señal» no obtiene reacción, se m odifica la
conducta resultante. En algunos casos, p o r ejem plo en el
llanto, la «señal» tal vez siga em itiéndose d u ra n te un tiem po
prolongado. E n otros casos, puede in terru m p irse o ser susti­
tuida p o r u n a «señal» diferente. P or ejemplo, cu a n d o una
sonrisa no tiene reacción, ésta no se prolonga de m an e ra in­
definida, sino que, p or lo general, es sustituida por el llanto.
De m an era análoga, c u a n d o un niño algo m ayor grita lla­
mando a la m adre, puede ponerse a llorar si ésta no viene.
Un tipo de «señal» m uy diferente de las que ac ab am o s
de co nsiderar y que tiene gran interés es el gesto de levantar
los brazos que puede verse en los bebés de alre d ed o r de seis
meses5 cu a n d o la m adre se acerca a su cuna; y, tam bién, en
el niño que em pieza a gatear, tan to cu a n d o él se aproxim a a
la m adre com o cu a n d o ésta se acerca a él. La m a d re casi
siempre interpreta el gesto com o deseo de ser levantado en
brazos y suele re acc io n a r en consecuencia.
En su forma, el gesto h u m a n o de levantar los b razos es
llamativamente parecida al m ovim iento del m onito que con-

5. Esta reacción puede producirse en los bebés desde que tienen ca­
torce semanas hasta las treinta y siete semanas de edad (Shirley, 1933).
332 C O N D U C T A DE APEGO

siste en extender los brazos p ara a g a rra rse a los flancos de


la m adre, lo cual ocurre en estos bebés de los p rim ates sub­
h u m a n o s com o parte de la secuencia que term ina con el afe­
rra m ie n to a la m adre. Por consiguiente, parece bastante
p ro b a b le que el gesto de levantar los brazos, en los bebés
hum anos, sea un m ovim iento hom ólogo ritualizado, que ac­
túa a la m a n e ra de «señal».
O tra p a u ta de cond u c ta que parece perfectam ente com­
prensible co m o «señal» pero que, desde u n principio, se co­
rrige en función de los objetivos propuestos es la de tratar de
atraer y m antener la atención de la madre. De los veintitrés
bebés estudiados por Shirley (1933), el p rim ero en presentar
esta p a u ta de c o n d u c ta tenía treinta y dos sem anas, y la mi­
tad de ellos la pusieron de m anifiesto dos sem an a s después.
La intensidad con que los bebés y niños pequeños, desde
alre d ed o r de los ocho meses, bu sca n llam ar la atención de
u n o de los proge nitore s y no se d a n p o r vencidos hasta lo­
grarlo es u n hecho bien conocido que suele ser causa de bas­
tante irritación. A veces, al igual que m u c h a s o tras conduc­
tas de apego, se la considera u n a ca racterística de los niños
m ás bien m olesta, u n vicio del que deben cu rarse tan pron­
to com o sea posible. Sin em bargo, u n a vez identificada
com o p arte esencial de la cond u c ta de apego, se vuelve inte­
ligible y los adultos p ueden e n c ara rla con m ay o r com pren­
sión. E n el am b ien te de ad aptación evolutiva del ser hum a­
no, evidentem ente resulta indispensable que la m a d re de un
niño de m enos de tres o c uatro años sepa con exactitud dón­
de se e n c u e n tra éste y qué está haciendo, y que esté prepa­
ra d a p a ra intervenir si le a m en a za algún peligro. P or consi­
guiente, el hecho de que el niño a n u n c ie en alta voz dónde
está y le inform e de sus actividades, y que con tin ú e hacién­
dolo h a s ta que la m adre dé señales de «m ensaje recibido»,
es expresión de u n a cond u c ta adaptativa.

Conducta de acercamiento

Los dos ejem plos m á s conocidos de co n d u c ta s que lle­


van al niño al lado de la m ad re y/o lo m an tien en próxim o a
ella son, en p rim e r lugar, el acercam iento m ism o -lo cual in­
cluye b ú s q u e d a y seg uim iento-, con la utilización, en cada
caso, de cualquier m edio de locom oción disponible, y, en se­
g undo lugar, la cond u c ta de aferram iento. Una tercera con-
S I S T E M A S DE C O N T R O L 333

ducta, que no se reconoce fácilmente, es la succión sin fines


alimenticios o el ag a rrarse al pezón.
En cu a n to el niño adquiere cierta movilidad, se suelen
poner de m anifiesto las conductas de acercam iento a la m a ­
dre y de seguim iento de ésta. Además, m uy p ronto -g e n era l­
mente d u ra n te el últim o trim estre del prim er a ñ o - esta con­
ducta se organiza sobre la base de la corrección de objetivos.
Esto significa que, si la m adre cam bia de posición, los movi­
mientos del niño ca m bia rán de dirección teniendo en cuenta
ese cam bio. Además, u n a vez que el a p a ra to cognitivo del
niño ha m a d u ra d o hasta el pu n to de que em pieza ya a c o n ­
cebir los objetos ausentes y a buscarlos -fase que, según Pia-
get (1936) com ienza alrededor de los nueve m eses-, lo co­
rriente es qtie el niño no sólo se aproxim e y/o siga a la
madre, a quien puede ver u oír, sino que tam b ién la busque
en sitios familiares, cuando está ausente.
P ara lo g rar la m e ta prefijada de a c e rc a m ie n to a la m a ­
dre, el niñ o suele re c u r r ir a todos los m edios lo com otores
a su disposición. Así, se a rra s tra rá , gateará, c a m in a r á o co­
rrerá. E incluso a u n q u e su e q u ip o lo c o m o to r sea c l a r a ­
m ente d eficiente - p o r ejem plo, co m o re s u lta d o de la a c ­
ción de la ta lid o m id a -, a u n así logrará su objetivo, a u n q u e
para ello deba ro d a r p o r el suelo (Décarie, 1969). E stas o b ­
servaciones ind ican qu e los s iste m as de c o n d u c ta inv o lu ­
crados n o sólo facilitan la c o rre c c ió n de objetivos, sino
que ta m b ié n se o rg a n iz a n en función de un plan: el objeti­
vo general p e rm a n e c e constan te ; las técnicas p a ra lograrlo
son flexibles.
Sin em bargo, a u n q u e el bebé h u m a n o es m u c h o m enos
hábil p ara aferrarse a la m ad re que los m onos, p u ede h a c e r­
lo, incluso n a d a m ás nacer; y su eficacia a u m e n ta d u ra n te
las cuatro sem anas siguientes. A los treinta días - s e g ú n des­
cubrió McGraw (1943)-, el bebé puede su spenderse de u n a
barra con las m anos d u ra n te m edio m inuto. M ás adelante,
esta habilidad va perdiéndose en los países del m u n d o occi­
dental, en parte, posiblem ente, debido a la falta de práctica
de tal actividad. Alrededor de los dieciocho meses, esa h abi­
lidad a u m e n ta u n a vez más, a u n q u e a h o r a se o rg a n iz a se­
gún líneas m ás complejas.
Las c o n d ic io n e s q ue p ro v o c a n el a f e r r a m ie n t o del
bebé d u r a n te las p r im e r a s s e m a n a s de vida y p o s t e r i o r ­
m ente suelen ser las siguientes: el h e c h o de e s ta r d e s n u d o
sobre la falda de la m a d re y el es ta r sujeto a c a m b io s gra-
334 CO N DUCTA DE APEGO

v itato rio s, c o m o c u a n d o la m a d re salta o da un traspié."


M ás a d e la n te , el bebé se a f e rra a la m a d re con to d as sus
fu erzas, en p a r ti c u la r c u a n d o se siente a la rm a d o . Por
ejem plo, a los nueve m eses, u n bebé p u esto en b razos de
u n a d e s c o n o c id a se a f e rra rá a ella con ta n ta fu erza si tra­
ta de d e p o s ita rlo en u n sitio ex tra ñ o , q ue ésta tendrá
s u m a d ific u lta d p a r a d e s p r e n d e r s e de él (R heingold, co­
m u n ic a c ió n personal).
A unque a n tig u a m e n te solía creerse q ue la cond u c ta de
a f e rra m ie n to del bebé h u m a n o era u n a reliquia de los días
en que el ho m b re vivía en los árboles, no hay razón para po­
ner en d u d a que en realidad se tra ta de la versión hum ana
del a fe rra m ie n to infantil, p ropio de todos los m onos y pri­
m ates superiores, y que, a u n q u e con m en o r eficacia, cumple
la m ism a función. En térm inos de su organización, esa con­
du cta parece ser, en principio, u n a reacción refleja bastante
sencilla. Sólo p o ste rio rm e n te se convierte en reacción con
corrección de objetivos.
A unque la succión suele in te rp re ta rs e com o u n simple
m edio de ingerir com ida, tiene tam b ién otras funciones. To­
dos los bebés prim ates, tanto h u m a n o s com o subhum anos,
pasa n m u ch ísim o tiem po ag a rrados y/o su ccionando un pe­
zón u objeto de form a parecida, a u n q u e la m ayor p arte del
tiem po no obtienen ningún alim ento. E n tre los seres h u m a ­
nos, es m uy corriente que los bebés se c h u p e n el dedo o un
su s titu to de éste. En los m on ito s criados en ause n cia de la
m adre, se tra ta de u n a p a u ta de c o n d u c ta de características
universales. Sin em bargo, cu a n d o se crían con la m adre, lo
que s u ccionan o ag a rra n los m onitos es el pezón de ésta. El
resu ltad o es que, en condiciones naturales, u n a de las con­
s ec uencias prim o rd iales de la succión no alim enticia y de
a g a rra rs e al pezón es que el bebé se m an tien e en contacto
m uy estrecho con la m adre. Esto lo s ubra yan Hinde, Rowell
y Spencer-B ooth (1964), quienes señalan que, cu a n d o el pe­
qu eñ o m o n o rhesus se aferra a la m ad re m ien tras ésta corre
o trepa a los árboles, por lo general se agarra de ella no sólo
con pies y m anos, sino que ta m b ié n to m a uno o am bos pe­
zones en la boca; de hecho, se ag a rra por cinco sitios. Por lo
tanto, en estas circunstancias, aga rra rse al pezón cum ple la
m is m a función que el aferram iento.

6. Doy las gracias a mi hija Mary por dirigir mi atención a las propie­
dades de estimulación de la desnudez.
S I S T E M A S DE C O N T R O L 335

Tales observaciones ponen de m anifiesto que, e n tre los


primates, a g a rra r el pezón y c h u p a r cum plen dos funciones
¿¡stintas: una, relativa a la nutrición; la otra, relativa al a p e ­
go. Cada u na de estas funciones resulta im p o rta n te p o r sí
misma y es erróneo s u p o n e r que la nutrición tiene un signi­
ficado esencial y que el apego sólo lo tiene secun d ario . En
realidad, es m ucho m ay o r el tiem po dedicado a la succión
no alim enticia que a la alim enticia.
En vista de las dos funciones independientes que cum ple
la succión, no resulta so rp re n d e n te q ue los m ovim ientos
em pleados en am b a s p au tas de c o n d u c ta sean diferentes.
Los em pleados en la succión sin fines nutritivos son m ás s u ­
perficiales que los otros, tal com o señaló Rowell (1965). En
el pequeño m andril criado p o r ella resultaba p a rtic u la rm e n ­
te fácil d istin g u ir am b a s p a u ta s de succión, ya que la s u c ­
ción con fines alim enticios siem pre se dirigió hacia el bibe­
rón, m ien tras que la succión de apego se dirigía h ac ia el
chupete. C uando tenía h am bre, el m on ito siem p re to m a b a
el biberón; cu a n d o se sentía alarm ado, s u c c io n a b a el c h u ­
pete: «El proveedor de com id a no tenía n ingún valor com o
proveedor de seguridad»; y viceversa, p o r supuesto. Al suc­
cionar el chup e te cu a n d o estaba alarm ado, el p equeño m a n ­
dril se sentía muy p ro n to relajado y satisfecho.
Estos d e sc u b rim ie n to s explican, en b u e n a m edida, la
gran ca n tid a d de tiem po que el bebé de la especie h u m a n a
dedica a la succión sin fines alim enticios. En las sociedades
primitivas, este tipo de succión lo suele dirigir el bebé al pe­
cho de la m adre. En otras com unidades, suele dirigirse h a ­
cia un s u s titu to del pezón, co m o el dedo o el chupete. Sin
em bargo, sea cual fuere el objeto hacia el que se dirige tal
conducta, el bebé al que se le da la posibilidad de p ra c tic a r
una c o n d u c ta de succión sin fines alim enticios suele criarse
más satisfecho y relajado que el que no p uede hacerlo. Ade­
más, al igual que los m onos, el niño ac ude a este tipo de
conducta cu a n d o se siente inquieto o a larm ado. Ambos des­
cubrim ien to s son co h erentes con todas las conclusiones a
las que se ha llegado, en el sentido de que la succión sin fi­
nes alim enticios del bebé es una actividad válida por sí m is­
ma e indep en d ie n te de la succión alim enticia, y co n firm a
que, en el am biente de adaptación evolutiva del ser hum ano,
tal succión sin fines alim enticios es parte integral de la co n ­
ducta de apego y que u n o de sus resultados previsibles es la
proxim idad a la m adre.
336 C O N D U C T A DE A PE G O

Con esto, doy por term in ad o un breve resum en sobre al­


gunas de las principales pautas de con d u c ta que tienen que
ver con el apego a la figura m aterna. En los siguientes capí­
tulos - e n los que me referiré a la onto g én esis- analizaré és­
tas y otras pau tas con m ayor detalle.

Intensidad de la conducta de apego

Debido a las m u c h a s form as y secuencias de conducta


qu e p u e d e n interv e n ir en el apego, no es posible elaborar
u n a escala sencilla de intensidad. P or el co n tra rio , cada
u n a de las form as de c o n d u c ta re la cio n ad a s con el apego
puede v aria r en intensidad y, al a u m e n ta r la intensidad glo­
bal, suelen estim ularse m ás p au tas de c o n d u c ta diferentes.
P o r ejem plo, las sonrisas, la locom oción tran q u ila, la ob­
servación y el ex a m e n táctil, cu a n d o la in ten sid ad global
del apego es baja; y la locom oción rá p id a y el aferram iento
cu a n d o ésta es elevada. El llanto se prod u c e siem pre cuan­
do la intensidad es elevada, pero tam bién, en ciertas condi­
ciones, cu a n d o es baja.
Capítulo 14

LOS COMIENZOS DE LA CONDUCTA DE


APEGO
La herencia propone... el desarrollo dispone.
P. B. M edawar (1967)

Fa s e s d e l d e s a r r o l l o d e l v í n c u l o d e a p e g o

En un niño concreto, los complejos sistem as de c o n d u c ­


ta relacionados con el apego se desarrollan gracias a que, en
el am biente fam iliar c orriente en el que se crían la m ayoría
de los pequeños, tales sistem as surgen y evolucionan de m a ­
nera com p arativ am en te estable. ¿Qué sabem os acerca de su
desarrollo y de las variables que lo afectan?
Al nacer, el bebé no es u na tabula rasa. P or el contrario,
no sólo está equipado con u na serie de sistem as de conducta
preparados p ara e n tra r en actividad, sino que cada sistem a
ya está o rientado de tal m an e ra que se activa p o r m edio de
ciertos estímulos enm arcados dentro de una o más categorías
amplias; lo interrum pen sistem as que tam bién en tra n dentro
de categorías am plias y lo refuerzan o debilitan sistem as
posteriores de tipos diferentes. E ntre ellos, están ya determ i­
nados sistem as que sientan las bases para el posterio r desa­
rrollo de la conducta de apego: por ejemplo, los sistem as pri­
mitivos que intervienen en el llanto; la succión, la conducta
de aprehensión y la orientación del recién nacido. A éstos se
agregan, pocas sem anas después, la sonrisa y el balbuceo y,
transcurridos algunos meses, el gatear y el caminar.
354 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HUM ANO

Cada un a de estas pau tas de conducta, al ponerse de ma­


nifiesto por prim era vez, posee u n a estructuración muy sen­
cilla. Incluso algunas de las p au tas m otrices se organizan
según líneas ape nas m ás com plejas que las de u na pauta de
acción fija, y los estím ulos que las activan e interrum pen es­
tán d is c rim in ad o s de m a n e ra m uy am plia y rudim entaria.
Pero, de todas m an eras, desde u n principio ya se produce
cierta discrim inación; y, tam b ién desde un principio, se da
u n a tendencia concreta a re accionar de m a n e ra determ ina­
da a los diferentes tipos de estím ulos que suelen proceder
del ser h u m an o : los estím ulos auditivos provenientes de la
voz, los estím ulos visuales, del rostro, y los táctiles y kines-
tésicos, generados por los brazos y el cuerpo de la persona.
A p a rtir de esas bases rudim entaria s, surgen todos los siste­
m as s u m am en te discrim inados y complejos que, d urante los
últim os años de la infancia y, desde luego, d u ra n te toda la
existencia posterior, intervienen en el apego, dirigido hacia
ciertas figuras en particular.
En el capítulo 11, presenté un esbozo resum ido de cómo
se desarrolla la cond u c ta de apego en el bebé hum ano. Para
p o d er llevar a cabo un análisis m ás detallado, convendrá di­
vidir el desarrollo en varias fases, au n q u e , en realidad, no
existen límites estrictos entre u nas y otras. A continuación,
exam inaré sucin tam en te cuatro de ellas. Un análisis m ás ex­
haustivo constituye el tem a central de este capítulo y de los
siguientes.

Fase 1: orientación y señales con una discrim inación


lim itada de la figura

D urante esta fase, la cond u c ta del bebé hacia las perso­


nas tiene ciertas características, pero su habilidad p ara dis­
tin g u ir a u n a s de o tras se lim ita a los estím ulos olfativos y
auditivos. E sa fase d u ra desde el n a c im ien to hasta, por lo
m enos, las ocho sem an a s de edad; o, m ás a m en u d o , hasta
las doce sem anas, aproxim adam ente. Si las condiciones son
desfavorables, su d u ración puede alargarse.
La conducta del bebé hacia cualquier persona cercana in­
cluye su orientación hacia esa persona, movimientos oculares
de seguim iento, aga rra r y tra ta r de alcanzar, sonrisas y bal­
buceo. El bebé suele dejar de llorar al oír u na voz o ver una
cara. Cada u na de estas pautas de conducta infantil, al influir
L O S C O M I E N Z O S D E LA C O N D U C T A D E A P E G O 355

sobre la conducta de la persona que está con él, suele incidir


sobre el tiem po que el bebé pasará en com pañía de tal perso­
na. Después de las doce sem anas, aproxim adam ente, a u m e n ­
ta la intensidad de esas respuestas amistosas. De ahí en ade­
lante, el bebé presenta «una reacción social plena, con toda
espontaneidad, vivacidad y gozo» (Rheingold, 1961).

pase 2: orientación y señales dirigidas hacia una o m ás


figuras discrim inadas

D urante esta fase, la c o n d u c ta del bebé hacia la gente si­


gue siendo tan am istosa co m o en la fase 1, pero tal c o n d u c ­
ta es m ás clara en relación con la figura m a te rn a que en re ­
lación con los dem ás. La capacid ad p a ra re a c c io n a r de
modo diferenciado an te los estím ulos auditivos ra ra vez se
observa an te s de las c u a tro se m a n a s de vida, a p r o x im a d a ­
mente, y es difícil observarla antes de las diez sem a n a s p ara
los estím ulos visuales. Sin em bargo, en la m ayoría de los be­
bés criados en familia, a m b a s p au tas son m uy evidentes a
partir de las doce sem an a s o se prolonga hasta m u c h o d es­
pués, según las circunstancias.

Fase 3: m a n ten im ien to de la proxim idad con una figura


discriminada, por m edio de la locom oción y de señales

D ura n te esta fase, el bebé no sólo d iscrim in a c a d a vez


más en el m odo de tr a ta r a cada persona, sino que su rep er­
torio de reacciones se am plía hasta incluir el seguim iento de
la m adre cu a n d o ésta se m archa, el saludo a su regreso y la
elección de ella com o base desde la cual explorar. Al m ism o
tiempo, van desapareciendo las reacciones am istosas y poco
discrim inadas p ara con el resto de la gente. El bebé em p ie ­
za a elegir a d ete rm in a d a s p ersonas co m o figuras de apego
subsidiarias y d e s c arta a otras. Trata con m a y o r c a u te la a
los extraños, que antes o d espués provocan en él u n s e n ti­
miento de alarm a, haciendo que se a p a rte de ellos.
D ura n te esta fase, algunos de los sistem as qu e influyen
en la c o n d u c ta del hijo p ara con la m ad re se van o rg a n iz a n ­
do en el sentido de corrección de objetivos. En este m o m e n ­
to, el apego hacia la figura m a te rn a ya es evidente p ara todo
el m undo.
356 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HU M ANO

La fase 3 se suele iniciar entre los seis y los siete meses


pero puede re trasarse hasta después del prim er año, en par­
ticular en los bebés que tienen escaso contacto con una fi­
g u ra central. P robablem ente se prolonga d u ra n te el segun­
do y tercer a ño de la vida.

Fase 4: form ación ele una pareja con corrección de objetivos

D urante la fase 3, el bebé com ienza a m a n te n e r la proxi­


m idad con la figura de apego p o r m edio de sistem as con co­
rrección de objetivos de organización sencilla, utilizando un
m ap a cognitivo m ás o m enos primitivo. Dentro de ese mapa,
m ás ta rd e o m ás te m p ra n o em pieza a concebir a la misma
figura m a te rn a com o un objeto independiente, que persiste
en el tiem po y en el espacio y que se m ueve de m an era más
o m enos previsible en un co n tin u o espaciotem poral. Pero
no pod em o s s u p o n e r que, ni siquiera al e la b o rar esta idea,
el niño c o m p re n d a qué es lo que d e te rm in a que los movi­
m ientos de la m adre se acerquen o se alejen de él, o qué me­
didas puede a d o p ta r él p ara m odificar la conducta de la ma­
dre. Todavía le resulta difícil c o m p re n d e r que la conducta
m a te rn a se organiza en torno a las propias m etas prefijadas
de la m ism a m adre, que son num erosa s y, hasta cierto pun­
to, conflictivas, e inferir cuáles son esas m etas p ara actuar
de acuerdo con ellas.
Sin em bargo, todo esto ca m b ia rá antes o después. Al ob­
servar la c o n d u c ta m atern a y «analizar» los factores que la
afectan, el niñ o puede d e d u c ir - a u n q u e sea parcialm ente-
cuáles son las m etas prefijadas de ésta y los planes que
ad o p ta p ara lograrlas. E n ese m om ento, su imagen del mun­
do se vuelve m ucho m ás com pleja y su cond u c ta potencial­
m e n te m ás flexible. Expresado en otros térm inos, podría
afirm arse que el niño va ad quiriendo cierta com prensión de
los sentim ientos y motivaciones de la m adre. Una vez logra­
do esto, el terreno q ueda p re p ara d o p a ra d esarrollar u na re­
lación m ás com pleja e n tre am bos, que yo llam o «de aso­
ciación» {partnership).
Evidentemente, estamos aquí ante una fase nueva. Aunque
carecem os todavía de datos seguros, B retherton y Becghly-
Sm ith (1981), por ejemplo, sugieren que algunos niños em­
piezan esta fase alrededor de la m itad del tercer año. Anali­
zarem os un poco m ás este tem a en el capítulo 18.
L O S C O M I E N Z O S D E LA C O N D U C T A DE A P E G O 357

Por supuesto, resulta totalm e n te arb itra rio a firm a r que


el apego se forja en d e term in a d a fase del desarrollo. Es evi­
dente que todavía no se ha forjado en la fase 1, m ientras que
va existe en la fase 3. Sin em bargo, de cóm o definam os ese
vínculo depende que aceptem os o no que ya se pone de m a­
nifiesto - h a s ta cierto p u n t o - d u ra n te la fase 2.
En lo que q ueda de este ca p ítu lo y en los capítulos si­
guientes, p ro c u ro d esc rib ir algunos de los procesos in te r­
nos y de las condiciones externas que hacen q ue el re p e rto ­
rio de co n d u c ta s infantiles se desarrolle d u ra n te esas fases
sucesivas. Al ex a m in a r su desarrollo, h arem o s co n tin u a re ­
ferencia a los principios de ontogénesis ya expuestos en el
capítulo 10:

a) la tendencia a que los diferentes estím ulos eficaces se


vuelvan m ás restringidos;
b) la tendencia de los sistem as de c o n d u c ta primitivos a
volverse m ás elaborados y a ser su stituidos p o r o tro s m ás
complejos;
c) la tendencia de los sistem as de cond u c ta a ser no fun­
cionales en un principio, p ara luego integrarse en conjuntos
funcionales.

Pero antes de e n tra r en un análisis ontogenético, deten ­


gámonos a exa m in a r nuestro pu n to de partida: el repertorio
de conductas que posee el bebé h u m a n o al llegar al m undo.

R e p e r t o r i o d e c o n d u c t a s d e l r e c i é n n a c id o

Se han desarrollado m uchas teorías ab su rd a s acerca del


repertorio de co nductas del bebé d u ra n te sus p rim eros m e­
ses de vida. Por un lado, el recién nacido ha sido descrito
como si sus reacciones fuesen co m pletam ente indiferencia­
das e inconexas; por otro, las ideas y co n d u c ta s ca ra c te rís ­
ticas de la fase 4 han sido atrib u id as a bebés m uy pequeños.
La capacidad de aprendizaje que se les atribuye va desde la
virtualm ente nula a la propia de un niño de unos tres años
de edad.
Ya no existe excusa alguna p a rra seguir ac ep tan d o estos
mitos de los años sesenta. Gracias a las cuidadosa s investi­
gaciones de m uchos expertos en psicología evolutiva, a h o ra
contam os con datos relativam ente fiables acerca de lo que.
358 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HU M ANO

en el pasado, sólo podía adivinarse. R em itim os al lector que


desee p ro fu n d iz ar m ás en estos tem as a la valiosa compila­
ción de artículos de Osofsky (1979). Las ideas de Rheingold
han re sultado proféticas (1968): «El ensayo cuidadoso de
técnicas perfeccionadas casi siem pre arroja pruebas de que
existe un a sensibilidad m ás aguda de lo que sospechába­
mos».
Los investigaciones m u estran que todos los sistemas
sensoriales del bebé ya h an e n tra d o en funcionam iento al
nac er o poco después del nacim iento. Y no sólo esto, sino
que, a los pocos días, ya distingue el olor y las voces de per­
sonas diferentes. El volver la cabeza y el succ io n a r cada vez
con m ás frecuencia nos m u estran enseguida que lo que pre­
fiere es el olor y la voz de su m a d re (M cFarlane, 1975; De-
casper y Fifer, 1980). En cuanto a la vista, es m enos experto,
a u n q u e puede fijarla en u n p u n to lum inoso y seguirlo du­
rante un breve lapso de tiem po. Y, al cabo de unas pocas se­
m anas, tam b ién desarrolla la visión de figuras o contornos.
P odem os ver hasta qué punto el bebé es capaz de discri­
m in a r entre estím ulos diferentes, observando si reacciona o
no de m an e ra diferenciada al ca m b ia r esos estím ulos. Ade­
más, to m a n d o n ota del m odo en que re acciona an te los di­
versos estím ulos, tam bién puede obtenerse inform ación va­
liosa acerca de sus preferencias. P or ejemplo, algunos
sonidos le hacen llorar, m ien tras que otros lo apaciguan, y
presta considerable atención a d e term in a d o s objetos y m u­
cha m enos a otros. Algunos sabores pro d u c en en él movi­
m ientos de succión y u na expresión de alegría; otros le pro­
vocan re chazo y ad o p ta u n a expresión de disgusto. Por
m edio de estas reacciones diferenciadas, el niño ejerce con­
siderable influencia sobre los estím ulos sensoriales que lle­
gan a él: intensifica algunos en gran m edida, reduce a la
n ad a a otros. Tal com o se ha co m p ro b a d o repetidam ente,
esas tendencias intrínsecas favorecen el desarrollo de la in­
teracción social.
En u na de las prim eras investigaciones en este sentido,
H etzer y Tudor-Hart (1927) hicieron oír a los bebés un a am ­
plia serie de sonidos diferentes: algunos fuertes, otros sua­
ves; algunos producidos por la voz h u m ana, otros proceden­
tes de m atracas, pitos o piezas de vajilla. Desde un principio,
los bebés reaccionaron de m anera m uy diferente ante los so­
nidos fuertes y ante los suaves. Ante los prim eros, se sobre­
saltaban y fruncían el entrecejo, m anifestando claro desa-
L O S C O M I E N Z O S D E LA C O N D U C T A DE A P E G O 359

grado; ante los segundos, por el contrario, elevaban la vista


con expresión tranquila, estirab a n los brazos lentam en te y
hacían gestos de placer. A p a rtir de la tercera sem ana, re ac­
cionaban al sonido de la voz h u m a n a de m an era m uy c o n ­
creta. Al oír una voz, el bebé em pezaba a succionar y a hacer
gorgoritos, con clara expresión de placer. Al interru m p irse el
sonido de la voz, rom pía a llorar y d ab a m u estras de desa­
grado.'
Se ha investigado m u ch o sobre có m o se d esarrolla la ca ­
pacidad visual del bebé y, sobre todo, a quién prefiere mirar.
Para un resum en del tem a, véase Cohén y otros (1979). Aun­
que algunos de los desc u b rim ie n to s han llevado a creer que
el bebé no tiene ap titu d visual p ara d is c rim in a r u n a cara
h u m ana de otros estím ulos equivalentes hasta los cu a tro
meses a p ro x im a d am en te, T ho m as (1973) está en co n tra de
esta conclusión. E x am in an d o las preferencias de ca da bebé
concreto (en vez de la m edia de las preferencias de varios),
este a u to r señala que él e n c o n tró p referencias p o r el estí­
mulo de u n a cara a las cinco sem anas. E n uno de sus tra b a ­
jos (Thom as y Jones-Molfese, 1977), se presentaban, a bebés
de dos a nueve meses, c u a tro imágenes: un óvalo con el in­
terior en blanco, el g a rab ato de u n a c a ra esq uem ática, u na
cara e s q u e m á tic a bien hecha y u n a fotografía en blanco y
negro de u n a ca ra real. Todos los bebés preferían la im agen
que m ás se parecía a u n a cara.
Sin em bargo, no p arece que exista d is c rim in a c ió n de
caras individuales antes de las catorce sem an a s, a p r o x im a ­
dam ente. A p a rtir de ese m o m ento, un bebé criado en fam i­
lia reconoce c la r a m e n te la c a ra de su figura m a te rn a , lo
cual se d e m u e s tra p o rq u e s alu d a a ésta con u n a s o n risa
m ucho m ás rá p id a y m ás a m p lia que c u a n d o llega cu a l­
quier o tra persona.
Es d ec ir que, d ebido a la sensibilidad selectiva con la
que nace el bebé, diferentes tipos de estím ulos provocan di­
ferentes tipos de conducta, y el niño presta atención m u ch o
mayor a algunos elem entos del a m b ie n te que a o tro s (Sa­

I . Hetzer y Tudor-Hart tienden a considerar esas reacciones diferen­


ciadas ante el sonido de una voz femenina, a las tres sem anas de vida,
como debidas a que el bebé ha empezado a asociar esa voz con la comida.
Sin embargo, se trata de una hipótesis innecesaria. Además, no la corrobo­
ra su descubrimiento de que, a esa misma edad, los ruidos que se producen
al preparar el biberón no provocan tales reacciones concretas.
360 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HUMANO

m eroff y Cavanagh, 1979). Además, com o las consecuencias


de u n a p a u ta de conducta, al ser re tro alim e n ta d as central­
m ente, tienen efectos diferenciados sobre la conducta futu­
ra, algunos tipos de secuencias de cond u c ta au m e n ta n rápi­
d am en te (se refuerzan), m ientras otras dism inuyen también
con rapidez. Ambos tipos de cam bio pueden verse en bebés
de ape nas dos o tres días de vida y es evidente que sus efec­
tos, al a c u m u la rse a lo largo de las prim eras sem ana s y me­
ses de su existencia, pueden ser de largo alcance.
En el pasado, se creía que lo que m ás contribuía a cam­
b iar la conducta de un bebé era si recibía o no alimentos
com o consecuencia de su com portam iento. Esta preocupa­
ción p o r el alim ento como recom pensa ejerció dos efectos no­
civos: dio lugar a m uchas teorías especulativas, casi siempre
erróneas, y, hasta no hace mucho, hizo que se descuidaran las
dem ás recompensas, parte de las cuales pueden desempeñar
u n a función m ucho m ás im portante que la com ida en el de­
sarrollo del apego social. Ni siquiera en el caso de la succión,
para lo cual no sorprende que la ingestión de alimentos actúe
com o refuerzo, es ésta la única consecuencia que puede agu­
dizar la reacción. Tal com o dem ostró Lipsitt (1966), también
tiene im portancia la forma del objeto a succionar.
En el resto de este capítulo, p re s ta re m o s atención a las
distintas p a u ta s de c o n d u c ta que intervienen en el apego.
En p rim e r térm ino, hay que ten er en cue nta el repertorio
perceptual del bebé y el m odo en que tiende a o rientarlo ha­
cia la figura m aterna, lo cual le perm ite fam iliarizarse con
ella. En segundo térm ino, hay que c o n sid erar su equipo
efector, en especial m anos y pies, cabeza y boca, con los
cuales -lleg a d a la o c a s ió n - suele e n t r a r en co ntacto con la
m adre. P or últim o, m erece n u e s tra atención su equipo de
señales: llanto y sonrisas, balbuceos y gestos con los brazos,
que ejercen u n efecto tan llam ativo sobre los m ovimientos
de la m ad re y el m odo en que ésta tra ta al hijo. Al conside­
ra r cada uno de estos elementos, pre sta rem o s especial ate n ­
ción al curso que sigue su desarrollo d u ra n te los prim eros
meses de vida, período en que el bebé todavía está en la pri­
m era fase de la evolución del desarrollo del apego o «fase de
orien ta ció n y señales con un a d iscrim inación de figuras».
En un capítulo posterior, exam inaré los factores que, por lo
que se sabe o se sospecha, podrían influir sobre su curso.
L O S C O M I E N Z O S DE LA C O N D U C T A DE A P E G O 361

r e a c c i o n e s t e m p r a n a s a n t e las p e r s o n a s

Orientación

Los recién nacidos no reaccionan a las dem ás personas


como tales personas. Sin em bargo -c o m o ya vim os- su equi­
po perceptual está bien diseñado para recoger y procesar es­
tímulos provenientes de las personas; además, su equipo de
reacción m anifiesta u na tendencia concreta a reaccionar
ante esos estímulos de m an era concreta. Se ha co m probado
que los bebés, con m u ch a frecuencia, se po rtan de m an era
tal que resultan muy im portantes los tipos de estím ulos que
provienen de los seres hum anos. E n tre los ejemplos ya cita­
dos, hem os incluido su tendencia a m ira r un diseño (o un
contorno, al menos), en especial c uando éste se parece a una
cara h um ana, y la tendencia a escuchar u na voz, en p a rtic u ­
lar si es u na voz femenina, y a ro m p er a llorar cu ando ésta se
interrum pe. Otra tendencia, ya presente desde los prim eros
días de vida, es la de m ira r todo aquello que se mueva, con
preferencia a m irar los objetos que perm anecen estáticos.
Además de que los bebés tienen un a tendencia concreta a
portarse de m an era d eterm ina da ante los seres hum anos, las
madres tam bién la tienen a hacerlo de m odo especial con sus
bebés. Al poner de fí ente al bebé, la m adre le da o portunidad
de que la mire. Al mecerlo en brazos, en posición vientre con
vientre, suele provocar reacciones reflejas que no sólo le
orientan con m ayor precisión hacia ella, sino q ue tam bién le
dan la o p o rtu n id ad de utilizar boca, pies y m anos p ara afe­
rrársele. Y cu a n to m ás experim enten el u n o con el o tro en
este tipo de interacción, m ás fuertes serán las reacciones re ­
levantes de am bos. De esta m a n e r a recíproca em pieza la
tem prana interacción entre m ad re e hijo.
Analicemos m ás d e te n id a m e n te la co n d u c ta visual del
bebé y el m odo en que tiende a a u m e n ta r la interacción con
la figura m aterna. M ientras es am am a n ta d o , el recién naci­
do, con los ojos abiertos y atento, suele fijar la vista en la
cara de la m ad re (Gough, 1962; Spitz, 1965). Esto no nos
so rprende si re co rd a m o s la preferencia que pone de m a n i­
fiesto el bebé por ciertos tipos de rasgos; adem ás, téngase en
cuenta que, d u ra n te las p rim e ra s sem anas de vida, el bebé
sólo puede enfocar con claridad los objetos situ ad o s a no
m ás de unos veinte centím etros de sus ojos (Haynes, citado
por Fantz, 1966). Por otra parte, un a vez que fija la vista en
362 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HU M ANO

un objeto, tiende a seguirlo con la m irad a y la cabeza, al


principio de m an e ra ocasional y poco eficaz, pero, a las dos
o tres sem anas, con m ucha m ayor eficacia y frecuencia
(Wolff, 1959). Se ha c o m p ro b a d o que la cara de un a madre
a lim e n ta n d o al bebé está en la posición ideal para que éste
fije su m irad a en ella y la siga con la vista.
A las c u a tro sem anas, ya com ienza a establecerse la ten­
dencia del bebé a m ira r una cara h u m a n a antes que m irar a
cu a lq u ie r otro objeto (Wolff, 1963), hecho que tam bién su­
braya M cGraw (1943), quien estudió el desarrollo de la con­
vergencia visual y advierte que u n a cara, ad e cu ad a m e n te si­
tuada, estim u la la convergencia m u ch o m ás rápidam ente
que u n objeto in an im ad o . Tal vez la pre fere ncia que esta
a u to r a observó se explique sencillam ente p o r el hecho de
q ue la c a ra h u m a n a tiene u n c o n to rn o m u c h o m ás defini­
do que cualquier o tro objeto; Berlyne (1958) descubrió que,
al m enos a p a rtir de los tres meses, los bebés tienden a mi­
r a r en p a rtic u la r todo objeto con u n co n to rn o m ás o menos
preciso. O tro factor, ca da vez m ás im po rtan te, es el movi­
m ien to de la cara, con todas sus expresiones cambiantes.
Wolff (1963) sostiene que «hasta los dos meses, el factor
esencial es el movimiento».
No sólo se pone de m anifiesto u n a p referencia inicial
p o r m ira r u n a ca ra h u m an a, sino que, hacia las catorce se­
m anas, tam bién hay u na clara preferencia p o r m ira r la cara
de la m adre antes que las de otras personas, por lo m enos en
ciertas condiciones. Además, desde las dieciocho sem anas
ap ro x im a d am en te, Ainsworth observó en los bebés de Gan­
da que, cu a n d o alguna otra personas los tenía en brazos, se­
guían o rien tá n d o se en dirección a la m adre, incluso si ésta
se e n c o n tra b a a cierta distancia:

Cuando el bebé está apartado de la madre pero puede ver­


la, mantiene los ojos orientados hacia ella de manera más o
menos continua. Tal vez desvía la mirada por unos breves ins­
tantes, pero de vez en cuando le echa un vistazo. Cuando está
en brazos de alguna otra persona, advertimos que mantiene
una orientación motriz hacia la madre, porque no se produce
de buenas a primeras una interacción con el adulto que lo sos­
tiene ni logra relajarse en sus brazos (Ainsworth, 1964).

C uatro procesos, com o m ínim o, d eterm in a n el curso de


este desarrollo:
L O S C O M I E N Z O S DE LA C O N D U C T A DE A P E G O 363

a) u n a tendencia intrínseca a m ira r a d e te rm in a d a s fi­


guras en lugar de a o tras y a m ira r a los objetos en m ovi­
miento;
b) aprendizaje p o r contacto, m ediante el cual ap ren d e a
distinguir lo fam iliar de lo extraño;
c) u na tendencia intrínseca a aproxim arse a lo fam iliar
(y, más adelante, a re troceder ante lo extraño);
d) re troalim entación de resultados, m ed ian te la cual se
increm enta una secuencia de conductas cu a n d o produce d e ­
term inados resultados, m ien tras que d ism inuye cu a n d o es
seguida de otros.

Tradicionalm ente se ha su puesto que lo que d esem peña


un papel p rim ordial en el incre m ento de la c o n d u c ta infan ­
til es la alim entación. Pero, en realidad, no existen p ruebas
de que la com ida refuerce la orientación visual hacia la m a ­
dre. Es m ás probable que, cu a n to m ás m ire el bebé a la m a ­
dre, m ás tienda ésta a desplazarse hacia él y a hacerle ges­
tos, hablarle o cantarle, darle u n a p a lm a d ita c a riñ o sa o
abrazarlo. La re tro a lim e n ta c ió n de esos resu ltad o s de la
conducta infantil en los sistem as de control es, evidente­
mente, lo que a u m e n ta su o rientación visual y su o b serv a­
ción.
La m ad re no sólo es un objeto in tere sa n te y place n tero
para ser m irado, sino que tam b ién e s c u ch arla p ro d u c e las
mismas consecuencias. Ya hem os d escrito las p ro p ied a d es
tranquilizadoras que ejerce un a voz fem enina en un bebé de
tres sem anas. Además, co m o la voz tiene un efecto de a p a ­
ciguamiento, al oírla éste suele volver la cabeza en dirección
a ella y p ro d u c ir sonidos de satisfacción. Wolff (1959) des­
cubrió que, incluso d u ra n te las p rim era s v einticuatro horas
de vida, se producen reacciones diferenciadas de este tipo:

Cuando el bebé, inactivo pero atento, oyó en la guardería


un sonido muy claro y agudo, movió cabeza y ojos de derecha
a izquierda, como procurando descubrir de dónde provenía el
sonido... un ruido suave provocaba movimientos de segui­
miento más pronunciados que uno muy fuerte.

Los estudios m ás recientes han m o strad o , ad e m á s, que


al tercer día el bebé ya es capaz de d is c rim in a r la voz de su
madre. Es más, exactam ente en el caso de la aten c ió n visual
y del seguim iento, la atención auditiva y el seguim iento que-
364 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HUM ANO

d an a u m e n ta d o s y estim ulados p o r procesos de retroali-


m en tac ió n y de aprendizaje. P or u n a parte, el interés que
m anifiesta el bebé por la voz de la m adre induce a ésta a se­
guir hablándole; p o r otra, el hecho de que la atención que el
bebé le presta tenga com o efecto a u m e n ta r las vocalizacio­
nes de la m ad re y otras c o n d u c ta o rien ta d as hacia él suele
inducir al niño a p re star m ás atención aún a los sonidos que
em ite ésta. Por m edio de tales refuerzos m utuos a u m en ta la
interacción oral y auditiva entre m adre e hijo.2

M ovim ientos de cabeza y succión

Los órganos principales de que se vale el bebé p ara en­


ta b la r contacto físico con otro ser h u m a n o son la boca y la
cabeza, las m anos y los pies.
Prechtl (1958) estudió en detalle los movimientos de ca­
beza que perm iten a la boca del recién nacido e n tra r en con­
tacto con el pezón y distingue dos pautas de conducta prin­
cipales. A a m b as les aplicó el térm ino «hozar», a unque quizá
convenga reservar el térm ino para la prim era de tales pautas.
La p rim e ra - u n m ovim iento alternativo de u n lado al
o t r o - parece ser u na pau ta de acción fija. Pueden provocar­
la estím ulos táctiles de diferentes tipos, al ser aplicados en
cu a lq u ie r p u n to de u n a am plia zona que rodea a la boca.
Tam bién p u ede m anifestarse com o «actividad en el vacío»,
cu ando el bebé está ham briento. Aunque varía su frecuencia
y am p litu d , se tra ta de u n m ovim iento estereotipado en su
form a, al que no afecta el lugar c o n c reto en el que se pro­
duzc a la estim ulación.

2. Trabajos recientes, sobre todo los de Klaus y Kennell (1976); Bra-


zelton y colaboradores (1974); Sander (1977), Stern (1977); y Schaffer
(1977), han demostrado la enorme capacidad del recién nacido sano para
entrar en una forma elemental de interacción social y la capacidad de una
madre sensible normal para participar en ella con éxito. Ya a las dos o tres
semanas, fases de interacción social muy vivas alternan con otras de de­
sencuentros. Al principio, los avances del niño y también las retiradas in­
teractúan siguiendo un ritmo autónomo mientras que una madre sensible
regula su conducta de modo que encaja con éste. Más tarde, los ritmos del
bebé pueden ir cambiando para ir coincidiendo con las intervenciones de
la madre. La rapidez y la eficacia con la que se desarrollan estos «diálogos»
y el gozo mutuo que procuran nos señalan claramente que cada uno de los
participantes está preadaptado a entrar en ellos. Para una excelente revi­
sión de estos trabajos, véase Schaffer (1979).
L O S C O M I E N Z O S DE LA C O N D U C T A D E A P E G O 365

La segunda pauta de cond u c ta - u n m ovim iento de ca be­


za dirigido- se organiza según líneas m u ch o m ás complejas.
Cuando se aplica un estím ulo táctil a la piel que rodea los la­
bios, la cabeza se vuelve en dirección a ese estím ulo. Ade­
más, si se m antiene la estim ulación c o n stan te en un pu n to
de la piel d u ra n te un período m ás prolongado y luego se la
va desplazando en forma circular, la cabeza tiende a seguir
ese movimiento. Todo esto indica no sólo que el m ovim ien­
to es inducido p or estím ulos táctiles, sino que su forma y d i­
rección son reguladas de m an e ra contin u a p o r la ubicación
concreta de tales estímulos.
M ientras la p a u ta de acción fija de un m ovim iento late­
ral de cabeza puede inducirse fácilmente en bebés p re m a tu ­
ros de veintiocho o m ás sem anas, el acto dirigido de r o ta r la
cabeza en d e te rm in a d a dirección se d esarrolla m u c h o d e s ­
pués. Incluso entre los bebés nacidos a térm ino, sólo las dos
terceras partes a p ro x im a d am en te ponen de m anifiesto esta
pauta de conducta. E n tre los bebés en los que no aparece, la
gran m ayoría atraviesa u n a fase d u ra n te la cual ejecutan
ambos tipos de m ovimientos. Sin em bargo, en u na m inoría
se produce un lapso de uno o m ás días entre la d esaparición
de la p a u ta de acción fija y la aparición del m ovim iento re­
gulado.
C ualquiera que sea el m ovim iento ejecutado, en el a m ­
biente de adap ta ció n evolutiva del bebé, éste suele g enerar
el m ism o resultado previsible: la ingestión de alim entos. En
cada caso, la secuencia de conducta, organ iz ad a en cadena,
parece ser la siguiente (Prechtl, 1958):

a) el m ovim iento de cabeza hace qu e la boca del bebé


entre en contacto con el pezón de la madre;
b) el estím ulo táctil que reciben sus labios o las zonas
inm ediatam ente adyacentes hacen que el bebé a b ra la boca
y tom e el pezón entre los labios;
c) la estim ulación táctil en la zona bucal y en p artic u la r
en el paladar d uro (Gunther, 1961), provoca m ovim ientos de
succión;
d) la presencia de leche en la boca induce al bebé a eje­
cutar los m ovim ientos pertinentes p ara tragarla.

Obsérvese la secuencia: m ovim iento de cabeza, a f e rra ­


miento del pezón, succión (todo ello, antes de ingerir el ali­
mento). Como subraya Gunther:
366 O N T O G É N E S I S DEL APEGO HU M ANO

No es válido el conc epto c o rrien te de que el bebé se ali­


m e n ta po rq u e tiene ham bre. Si se coloca un b ibe rón vacío en
la boca del bebé, incluso a los pocos m in u to s del nacim iento
éste se siente im p u lsad o a tr a ta r de alim entarse. Esto ocurre
en nota b le c o n tra ste con [lo que sucede c u a n d o se le da] una
c u c h a r a d a llena de leche que, sim plem ente, se filtra p o r la par­
te po ste rio r de la boca.

En cu a n to se inicia la c o n d u c ta de alim entación en el


bebé, p o r m edio de u na secuencia en cadena de este tipo, la
c o n d u c ta em pieza a sufrir d eterm in a d o s cam bios y entra en
u n a fase de desarrollo. P or ejemplo, se ha d em o strad o (Lip-
sitt, 1966) que d u ra n te los p rim ero s días de vida puede au­
m e n ta r o d is m in u ir la energía con que el bebé succiona. El
a u m e n ta r la com id a es, desde luego, un factor de im portan­
cia. A ca usa de ello, el bebé succ iona rá con m ayor fuerza un
objeto inform e si éste le su m in is tra alim ento que si no ocu­
rre así. S in em bargo, la co m id a no es, ni m u ch o m enos, el
ú n ico factor que in c re m e n ta la succión; tam b ién tiene im­
p o rta n c ia la form a del objeto que se succiona. C uando la
form a es la tradicional - p o r ejemplo, u n a tetina de g o m a - el
bebé la s ucc iona in m e d ia ta m e n te y cada vez m ás, incluso
a u n q u e no se p ro d u z ca ingestión de alim entos P or el con­
trario, cu a n d o la form a difiere m u c h o de la tradicional
-c o m o en el caso de u n tubo de g o m a - y no su m in is tra ali­
m en to alguno, la succión dism inuye progresivam ente.
D ura n te los prim ero s días de vida el bebé em pieza, asi­
m ism o, a o rien ta rse hacia el pecho o biberón, anticipando
el co ntacto de su cara y boca con éstos. Cali (1964) observó
que tal o rie n ta c ió n a n tic ip a to ria se p ro d u c e ya la cuarta
vez que el niño es a m a m a n ta d o y resulta h abitual p ara la
d u o d éc im a vez. Una vez desarrollada esta p a u ta de co nduc­
ta, el bebé a b re la boca y lleva el brazo libre h acia la zona de
su boca y del seno m atern o que se acerca en cu a n to se le co­
loca en posición de ser a m a m a n ta d o . Es decir, cu a n d o su
cue rpo en tra en contacto con el de la m adre, a u n q u e su cara
no lo esté. Algunos bebés observados desa rrollaron esa p a u ­
ta de orien ta ció n con lentitud. Se tra ta b a de bebés que,
m ien tras eran a m a m a n ta d o s , tenían u n co n tac to físico mí­
nim o con la madre.
Al principio, los m ovim ientos anticipatorios del bebé no
son inducidos p or ver el pecho o el biberón, sino p o r los es­
tím ulos táctiles y/o propioceptivos que llegan a él al ser co-
L O S C O M I E N Z O S D E LA C O N D U C T A D E A P E G O 367

locado en posición de a m a m a n ta m ie n to . Sólo a p a r ti r del


tercer mes, los m ovim ientos a n ticip ato rio s se guían p o r lo
que ve (H etzer y Ripin, 1930).
Com o el acto dirigido de r o ta r la cabeza - q u e describe
Prechtl- se provoca con s u m a facilidad cu a n d o el bebé está
ham briento y como, adem ás, suele hacer que éste acerque la
boca al pezón, es evidente que se trata de u na p arte esencial
de la alim entación. P or o tra parte, el acto dirigido de volver
la cabeza hace que el bebé se oriente hacia la m adre, inclu­
so cu a n d o ésta no lo está a lim en tan d o , tal co m o señala
Blauvelt. P or m edio de técnicas de estudio de tiem po y m o ­
vimiento, Blauvelt y M cK enna (1961) d e m u e s tra n con qué
precisión el bebé rota la cabeza co m o reacción a los e stím u ­
los. Es decir, cu a n d o un estím ulo táctil se desplaza del oído
hacia la boca, el bebé rota la cabeza en dirección a él. A la
inversa, cu a n d o el estím ulo se desplaza en dirección opu es­
ta, rota la boca p ara seguirlo. E n a m b a s c irc u n s ta n c ia s el
resultado es el m ismo: se coloca de ca ra al estím ulo.

Asir, aferrase y alcanzar

Ya he descrito la habilidad del recién nacido h u m a n o


para aferra rse y m a n te n e r su sp en d id o su p ro p io cuerpo.
También he sostenido que esta c o n d u c ta es hom ologa de la
conducta de aferra m ie n to de los p rim ates s u b h u m a n o s . Las
investigaciones de los últim os años co n firm a n mi tesis y
perm iten c o m p re n d e r que el aferram iento dirigido de los ni­
ños m ayores se desarrolla a p a r tir de ciertas reacciones p ri­
mitivas con las que está equipado el recién nacido h u m an o .
Dos de esas reacciones prim itivas son la de M oro y la de
agarrarse.
En 1918, u n p ed ia tra alem án, E. Moro, d e s c rib ió p o r
prim era vez el U m klam m erungs-R eflex (a b raz o reflejo), co­
nocido en la a c tu a lid a d co m o re acción de Moro. Según
Prechtl (1965), se tra ta de «una p a u ta m uy com pleja, de la
que form an parte varios elem entos» y q ue se provoca al s a ­
cudir a b r u p ta m e n te al bebé, inclinarlo, levantarlo o dejarlo
caer. La estim ulación que genera esa reacción es, sin d u d a
alguna, vestibular, pero ta m b ié n p uede ser propioceptiva,
procedente del cuello del bebé.
La n a tu ra le z a y secuencia del m ovim iento, así co m o el
lugar que o cupa y la función que d ese m p e ñ a tal reacción en
368 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HU M ANO

el reperto rio de co n d u c ta s del bebé, han dado lugar a nu­


m erosas controversias. No deja de re s u lta r llamativo qUe
b uena parte de las dud as y polém icas se han originado por­
que g eneralm ente se estudió la reacción en un am biente dis­
tinto del de ad aptación evolutiva del bebé hum ano. Una vez
estudiados los m ovim ientos en un am biente biológicamente
ap ro p ia d o , los pro b lem a s c o b ran nueva d im ensión y la so­
lución resulta clara.
Tradicionalm ente, la reacción de Moro se produce cuan­
do el bebé no está asido a nada con las m anos. En tal caso,
la reacción se suele d a r en dos fases: d u ra n te la prim era de
ellas, se produce la abducción y extensión de los brazos, así
com o de ciertos dedos; y, d u ra n te la segunda, la aducción de
los brazos. M ientras tanto, las piernas se extienden y flexio-
nan sin seguir un orden coherente. Sin em bargo, Prechtl de­
m u e s tra que la reacción de M oro es m uy diferente cuando
se la provoca m ien tras el bebé se sostiene de m odo que se
ejerce tracción sobre sus m anos y brazos, con lo que se pro­
voca el reflejo de agarrar. Pero, cu a n d o el bebé sufre una
caída re pentina, ape nas se p ro d u c e extensión. E n cambio,
en su lugar, aparece u n a fuerte flexión y un aferram iento
co n s iderablem ente intenso. Prechtl llega a la conclusión de
que el p rovocar la reacción de M oro c u a n d o los brazos del
bebé están libres significa hacerlo en condiciones biológica­
m e n te inadecuadas, que generan u n a extraña p a u ta motriz
difícil de com prender. Sin em bargo, u n a vez c o m p a ra d a la
reacción de los bebés h u m a n o s según M oro con el aferra­
m iento de los prim ates, aquélla resulta m ás fácil de explicar.
Los nuevos d escubrim ientos -c o n tin ú a P rechtl- «coinciden
con observaciones sobre los jóvenes m onos rhesus... Un rá­
pido m ovim iento del an im a l-m a d re a u m e n ta la unión y el
ag a rra rs e de su prole, im pidiendo que el anim alito resbale
del cue rpo de la madre». E n otras palabras, Moro estaba en
lo cierto, al c reer que la función de la re acción era «abra­
zar» a la m adre.
H alverson (1937) y Denny-B rown (1950, 1958) estudia­
ron la reacción de ag a rra r en los bebés hum anos. Este últi­
m o distingue tres tipos diferentes de reacción, cada uno de
los cuales se organiza a u n nivel de com plejidad diferente.
La m ás sencilla es la reacción de tracción, q ue consiste
en flexionar pies y m anos en re s p u e s ta a la trac ció n cu a n ­
do el bebé, suspendido, se baja de p ro n to en el espacio. La
siguiente, p o r o rd e n de com plejidad, es el reflejo de asi-
L O S C O M I E N Z O S DE LA C O N D U C T A DE A P E C O 369

miento a u tén tico , el cual constituye u na re sp u esta dividida


en dos fases. La p rim e ra , m e d ia n te la cual se cierra débil­
mente la m an o o el pie, es provocada p o r estím ulos táctiles
en la palm a. La seg u n d a fase consiste en u n a p o derosa fle­
xión, p ro v o c ad a p o r e s tím u lo s pro p io ce p tiv o s p ro v e n ie n ­
tes de los m ú sculos que ta m b ié n interv in iero n en la fase
anterior.
Ni la reacción de tracción ni el reflejo de asirse se orien­
tan en el espacio. La reacción instintiva ele asirse - q u e se de­
sarrolla algunas sem an a s m ás ta rd e - sí tiene esa o rie n ta ­
ción. Com o el reflejo de asirse, se divide tam b ién en dos
fases. La prim era, que es provocada al in terru m p irse el con­
tacto táctil, consiste en un m ovim iento de la m an o en á ngu­
lo recto con el últim o pu n to de contacto, com o si el bebé es­
tuviera b u sca n d o algo a tientas. La segunda consiste en
cerrar a b ru p ta m e n te la m a n o apenas la palm a recibe de
nuevo u na estim ulación táctil.
En u n a e tap a posterior, todas estas p au tas de reacción
son desplazadas p o r o tras m ás complejas. E n particular, la
conducta de asirse es controlada p or los estím ulos visuales.
El bebé ya no ag arra involu n ta riam en te el p rim e r objeto
que se le coloca en la palm a de la m ano, sino que puede asir
de m an era selectiva el objeto que ve y prefiere.
White, Castle y Held (1964) estu d iaro n los pasos m e ­
diante los cuales se establece el control visual de a lca n zar y
agarrar los objetos. D escubrieron que sólo d espués de los
dos m eses de vida, el bebé h u m a n o logra integrar los movi­
mientos del brazo y de la m a n o con lo que ve. D urante el se­
gundo y tercer mes, el bebé trata de alca n zar ciertos objetos
en m ovim iento, extiende el p u ñ o en dirección a ellos, pero
no hace n ingún intento de agarrarlo. Sin em bargo, a los
cuatro m eses abre la m ano, m ira alternativam ente el objeto
y la m an o que se acerca a él y finalm ente a g a rra el objeto.
Aunque al principio ac tú a con torpeza, a las pocas sem anas
todos estos m ovim ientos se integ ra n de m a n e r a tal que el
bebé logra alca n zar el objeto y agarrarlo con u n rápido m o ­
vimiento directo.
En este m om ento, el bebé tiene cinco meses. No sólo es
capaz de reconocer a la m adre, sino que posiblem ente p u e ­
da ya dirigir la m ayor p arte de su conducta social hacia ella.
Por lo tanto, suele a lc a n zar y a g a rra r diversas parte s de su
cuerpo, en p a rtic u la r su pelo. Sin em bargo, sólo u n o o dos
meses después com ienza realm en te a aferra rse a ella, en
370 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HU M ANO

p a rtic u la r cu a n d o se siente a la rm a d o o enferm o. La con­


d u c ta de afe rra m ie n to de los bebés de G a nda -observados
p o r A insw orlh- se p roduc ía a los seis meses com o mínimo
y en algunos niños a los nueve meses. A p a rtir de esa edad,
se a fe rra b a n con fuerza a la m ad re en presencia de un ex­
traño, y en especial cu a n d o la m ad re in te n ta b a que éste 10
to m a ra en brazos.
Al ex a m in a r los resultados de sus investigaciones sobre
el a u m e n to del aga rra rse visualm ente dirigido, White, Cas-
tle y Held llegan a la conclusión de que u n a serie de siste­
m as m otóricos, re lativam ente diferenciados, efectúan su
propia contribución:

Entre ellos, se incluyen los sistemas visuales motóricos de


ojo-brazo y ojo-mano, así como el sistema motórico táctil de las
manos. Estos sistemas parecen desarrollarse en momentos di­
ferentes... y pueden permanecer relativamente aislados el uno
del otro... de manera gradual van coordinándose en un sistema
de orden superior y complejo que integra sus respectivas pro­
piedades.

Los a u to re s defie n d en q ue esta evolución d e p e n d e de


u n a serie de ac tividades e s p o n tá n e a s que, p o r lo común,
e m p re n d e el bebé en su a m b ie n te familiar. P o r ejemplo,
co n s id e re m o s el m o d o en que el bebé se a g a rra las manos
y las m ueve e s p o n tá n e a m e n te : c u a n d o estos m ovim ientos
son c o n tro la d o s visualm ente, la vista y el tacto se coordi­
n a n «por m edio de u n sis te m a de re tro a lim e n ta c ió n doble.
Los ojos no sólo ven lo que las m a n o s s ien ten -e s decir,
u n a con la o t r a - , sino que c a d a m a n o sim u ltá n e a m e n te
to c a y es to c a d a de m a n e r a activa». P o r o tra parte , si el
bebé no tuviera o p o rtu n id a d de te n e r ex periencias activas
de este tipo, p ro b a b le m e n te n u n c a se p ro d u c ir ía la inte­
g ración h a b itu a l de sistem as q ue le p e rm ite n a lc a n z a r ob­
je to s p o r m e d io de m o v im ie n to s dirigidos v isualm ente, o
sólo se p ro d u c ir ía de m a n e r a ta rd ía e im p erfe cta. Todo el
re p e rto rio de co n d u c ta s, p o r m á s que exprese u n a po d ero ­
sa te n d e n c ia a d e sa rro llarse en d e te r m in a d a s direcciones,
no lo hace a m enos que el bebé re ciba los corresp o n d ien tes
c u id a d o s en el a m b ie n te de a d a p ta c ió n evolutiva de la es­
pecie.
L O S C O M I E N Z O S D E LA C O N D U C T A D E A P E G O 371

la sonrisa

La sonrisa del bebé h u m a n o resulta tan conm o v ed o ra y


ejerce u n a influencia tan poderosa sobre sus padres, que no
resulta extraño que haya d esp e rtad o el interés de m uch o s
investigadores, ya desde la época de D arw in (1872). Freed-
man (1964) re su m e b revem ente la am plia bibliografía que
existe al respecto, y A m brose (1960) efectúa u n a d etallada
evaluación crítica.
En el pasado, algunos sugirieron que la p a u ta m otriz de
la sonrisa del bebé es ap re n d id a y que u n o de los factores
principales que hacía so n re ír al ser h u m a n o era el hecho de
ser a lim e n ta d o p o r u n a persona. Sin em bargo, no existen
pruebas que confirm e n tales teorías. E n la ac tu a lid a d , las
hipótesis m ás co m probables sostienen que: a) la p a u ta m o ­
triz de la sonrisa pertenece a la categoría de lo que yo llamo
aquí instintivo; b) a u n q u e existe buen n ú m e ro de estím ulos
que p ueden p rovocar u n a sonrisa, en virtud de tendencias
intrínsecas del o rganism o algunos resultan m ás eficaces que
otros; c) en un am b ien te de adap ta ció n evolutiva, es m u ch o
más p roba ble que los estím ulos eficaces provengan de la fi­
gura m a te r n a o de otros m iem b ro s de la fam ilia y no de
otras fuentes, a n im a d a s o inanim adas; d) debido al proceso
de aprendizaje, los estím ulos eficaces, con el tiem po, se li­
mitan a los de origen h u m a n o y, en particular, a las voces y
caras; e) a ca usa de posteriores procesos de aprendizaje, la
sonrisa resu lta provocada con m ay o r ra p id e z e intensidad
por un a voz fam iliar (a lred ed o r de las c u a tr o se m a n a s ) o
una ca ra fam iliar (a las catorce sem anas) que p o r otros estí­
mulos. A estas hipótesis, a m p lia m e n te a c e p ta d a s y que se
refieren a la causalidad, p uede agregarse: f) la s o n risa del
bebé a c tú a com o elem ento d e s e n c a d e n a n te de co n d u c ta s
sociales afines; su resu ltad o previsible es que la m a d re (u
otra figura a quien el bebé sonríe) reaccione de m a n e ra ca­
riñosa, lo cual hace que se prolongue la in tera cció n social
entre a m b o s y a u m e n te la posibilidad de que esa p ers o n a
manifieste cond u c ta m a te rn a en el futuro (véase el capítulo
13). Además, g) la función de la sonrisa del bebé consiste en
intensificar la interacción entre la m ad re y éste, y en m a n te ­
ner la proxim idad entre am bos.
D urante el p rim e r a ñ o de vida, el acto de so n re ír evolu­
ciona a través de c u a tro fases principales:
372 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HUMANO

1. Una fase de sonrisas espontáneas y reflejas, durante la


cual u na a m p lia serie de estím ulos puede provocar una
reacción ocasional; pero esa reacción, cu a n d o se produce
es fugaz e incom pleta. Tal fase se inicia con el nacimiento y
suele d u r a r u nas cinco sem anas. D urante las tres primeras
sem anas, la reacción es tan incom pleta que no produce
efecto alguno sobre el espectador. Es decir, no tiene conse­
cuencias funcionales. D urante la cua rta y quinta semanas -a
veces a n t e s - la sonrisa sigue siendo m uy fugaz, pero es ya
m ás com pleta y em pieza a tener efectos sociales. Estas dos
sem anas, p o r consiguiente, constituyen u na etapa de transi­
ción que lleva a la segunda fase.
2. La segunda fase se caracteriza por las sonrisas socia­
les no selectivas. D urante ella se van lim itando los estímulos
que las provocan, y los m ás eficaces suelen ser los prove­
nientes de la cara y de la voz h u m anas. La reacción en sí,
a u n q u e todavía no se la provoca con facilidad, es ahora com­
pleta y sostenida, y tiene una consecuencia funcional comple­
ta, que es la de hacer que el a c o m p a ñ an te del bebé reaccione
a éste de m an era juguetona y cariñosa. En la m ayoría de los
bebés, esta fase se pone de m anifiesto con toda claridad ha­
cia finales de la quinta sem ana de vida.
3. La tercera fase se caracteriza p or las sonrisas sociales
selectivas y, d u ra n te su transcurso, el bebé em pieza a discri­
m in a r ca da vez más. Ya p a ra la c u a rta s em an a de vida no
sólo d iscrim in a voces, sino que sonríe m ás rápidamente
ante u n a voz familiar. Unas diez sem a n a s después, la cara
de la persona que lo cuida tam bién em pieza a provocar en él
u n a sonrisa m ás abierta y esp o n tán e a que la cara de perso­
nas con quienes está m enos familiarizado o m áscaras pinta­
das. La diferencia de sonrisas an te la aparición de distintas
caras se produce antes en los bebés criados en el h ogar (ca­
torce sem an a s) que en los criados en u na institución (unas
veinte sem anas). Sin em bargo, hasta los seis o siete meses,
las caras extrañas, e incluso las m áscaras, siguen provocan­
do la sonrisa, p o r débil y vacilante que sea.
4. Por último, se inicia la fase de reacciones sociales dife­
renciadas, que d u ra toda la vida. D urante esta fase, el niño
sonríe ab iertam ente ante u na figura familiar, en particular
d u ra n te el juego o al saludar, pero su conducta para con los
extraños es m uy diferente. Puede rehuirlos asustado, salu­
darlos de m ala gana o bien dirigirles u na sonrisa casi forzada
socialm ente y por lo com ún desde un distancia segura.
L O S C O M I E N Z O S D E LA C O N D U C T A DE A P E G O 373

Fase de sonrisas espontáneas y reflejas. N uestro conoci­


miento de los prim eros pasos en la ontogénesis de la so n ri­
sa deriva, en gran medida, de las exhaustivas observaciones
je Wolff (1963) acerca de la c o n d u c ta de unos ocho bebés,
durante sus p rim eras sem anas de vida, p rim ero en u na m a ­
ternidad y luego en sus hogares. Cinco días a la sem an a d u ­
rante cu a tro horas, y un día p o r sem an a d u ra n te diez horas,
VVoltf realizó observaciones sistem áticas y anecdóticas y lle­
vó a cabo investigaciones planificadas sobre todas las p a u ­
tas de cond u c ta con significado social. Otro estudio valioso
es el que realizó F reedm an, quien, ju n to con un colega, es­
tudió la evolución de las reacciones sociales en veinte pares
de mellizos del m ismo sexo (Freedm an y Keller, 1963; Freed­
man, 1965).
Antes de tra n s c u rrid a s doce hora s del nacim iento, los
ocho bebés observados p o r Wolff hacían gestos ocasionales
con la boca, que in sin u ab an u n a sonrisa. Sin em bargo, el
movimiento era m uy fugaz y no iba a c o m p a ñ a d o de la c a ­
racterística expresión son rien te de los ojos (c ausada por
una contracción de los m úsculos alrededor de éstos, de m a ­
nera tal que p ro d u c en a rru g a s en los extrem os). A m e n u d o
se trataba de un m ovim iento unilateral. Estas sonrisas tem ­
pranas, incom pletas y no funcionales, se p ro d u c ía n de vez
en cu a n d o de m an e ra espontánea, a u n q u e tam b ién podían
ser provocadas. Al o cu rrir espo n tán e am en te d u ra n te las p ri­
meras s em an a s de vida, se observaban p o r lo general «en el
instante preciso en que co m ienzan a cerrarse los ojos en un
estado de som nolencia» (Wolff, ibíd.). No hay razón alguna
para s u p o n e r que las cause el viento, p o r lo cual, hasta o b ­
tener m ayor inform ación, cabe considerarlas com o «activi­
dades en el vacío». E n la m ayoría de los bebés, estos gestos-
sonrisas ocasionales y espontáneos no se m anifiestan hasta
después del p rim e r mes de vida (Freedm an, 1965).
D ura n te la p rim e ra q u in cen a -in fo r m a Wolff- casi las
únicas condiciones en que puede provocarse un a sonrisa es
cuando el bebé d u erm e sin ser p e rtu rb a d o pero de m a n e ra
irregular. Sin em bargo, d u ra n te la segunda sem ana, la so n ­
risa puede tam bién p roducirse cu a n d o el bebé está bien ali­
mentado, con los ojos abiertos pero perdidos en el espacio,
en u na m ira d a vidriosa. En am bos casos, puede provocarse
una leve sonrisa al ac aricia r suavem ente la mejilla o el vien­
tre del bebé, al hac er resp la n d ece r u n a luz ten u e sobre sus
ojos o p ro d u c ir un sonido suave; pero la reacción es confu-
374 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HU M ANO

sa y p e rm a n ece latente d u ra n te un período prolongado. Por


otra parte, u n a vez provocada, no se puede p ro d u c ir ningu­
na o tra reacción d u ra n te cierto tiem po. En la p rim era se­
m an a de vida, parecen igualm ente eficaces los diferentes so­
nidos; pero d u ra n te la segunda sem ana, la voz hum ana
parece m ás eficaz que otros sonidos, co m o el de u na cam­
pana, el gorjeo de un pájaro o u na m atraca.
Dado que, d u ra n te la prim era quincena, todas las sonri­
sas - t a n t o esp ontáneas com o provo c ad as- son fugaces e in­
com pletas, éstas no ejercen m u ch o efecto sobre las personas
que están con el bebé. E n o tras palabras, no poseen un ca­
rá cter funcional.

Fase de sonrisas sociales no selectivas. Wolff descubrió


que la nueva fase suele e m p e z a r a lre d e d o r del día catorce
y que generalm ente q ueda bien establecida hacia finales de
la q u in ta sem ana. Son dos los grandes cam bios que la a nun­
cian: a) el bebé que sonríe se m a n tie n e alerta y brillan sus
ojos; b) los m ovim ientos de la boca son m ás am plios y se le
form an arru g as en torno a los ojos. Además, resulta eviden­
te qu e a h o r a son los estím ulos h u m a n o s los que provocan
m ás fácilm ente u na sonrisa. Sin em bargo, la respuesta tar­
da en p roducirse y su d u ración es breve.
D urante la tercera s em an a de vida, el estím ulo que pro­
voca con m ayor regularidad esa sonrisa social prim itiva es
de c a rá c te r auditivo; el m ás eficaz de ellos es, sin duda, la
voz h u m a n a , en p artic u la r la de tono agudo. Wolff tam bién
d escubrió que, hacia finales de la c u a rta sem ana, el sonido
de u n a voz fem enina se vuelve tan eficaz que puede provo­
c a r u n a sonrisa incluso c u a n d o el bebé está llorando o suc­
cionando. C uan d o el bebé llora, «la p rim e ra frase p r o n u n ­
ciada suele deten e r el llanto, la segunda le pone en estado de
alerta y la terc era puede p rovocar u n a am plia sonrisa».
C uan d o el bebé está to m a n d o el biberón, p uede in te r r u m ­
pirse al o ír u n a voz, incluso d u ra n te el p rim e r m inuto, y
p ro d u c ir u n a am plia sonrisa, para volver luego a su comida.
H a sta finales de la c u a rta sem ana, los estím ulos visua­
les todavía no d e s e m p e ñ a n p rá c tic a m e n te función alguna
en relación con la sonrisa, a u n q u e todos ellos hacen que el
son id o de la voz h u m a n a resulte algo m ás eficaz. P or ejem ­
plo, el ver u n a cabeza que asiente a u m e n ta la eficacia de la
voz, pero, p o r sí m ism a, el verla no ejerce ningún efecto evi­
dente.
L O S C O M I E N Z O S DE LA C O N D U C T A DE A P E G O 375

Sin em bargo, d u ra n te la q u in ta sem ana, la voz, que has­


ta ese m o m e n to co n stitu ía el estím ulo m ás eficaz, pierde
casi todo su p o d er para p rovocar sonrisas. De aquí en a d e ­
lante, el estím ulo m ás corrien te y eficaz q ue las provoca es
la cara h u m a n a , y g ra d u a lm e n te va a firm á n d o se la sonrisa
del bebé en un placentero intercam bio visual.
Casi al m ism o tiem po en que los estím ulos visuales e m ­
piezan a d e s e m p e ñ a r un papel tan im portante, ta m b ié n a d ­
quieren s u m a im p o rta n c ia los estím ulos propioceptivos y
táctiles. Es así que, d u ra n te la c u a rta y q u in ta s e m a n a - s e ­
gún d escubrió Wolff- los estím ulos propioceptivos-táctiles
producidos p o r d e te rm in a d o juego de p a lm a d ita s c o b ran
suma eficacia p ara d es p e rta r u n a sonrisa, incluso si el bebé
no puede o ír ni ver a la p ersona que se lo hace.
Antes de que el bebé em piece a so n re ír p o r lo q ue ve,
suele p asa r por un a fase, de varios días o u n a sem an a de d u ­
ración, d u ra n te la cual m ira fijam ente las caras. D ura n te las
tres p rim e ra s sem an a s de vida, el bebé puede m ira r u na
cara y seguir sus m ovim ientos, pero no parece fijar la m ira ­
da en ella. Sin em bargo, a las tres s e m a n a s y m edia, el o b ­
servador obtiene u n a im presión totalm e n te distinta. Según
la opinión de Wolff, a p a rtir de este m om ento, el bebé p a re ­
ce clavar la m ira d a en la ca ra de su a c o m p a ñ a n te y en ta b la r
una recíp ro ca interacción visual. Es difícil d e te r m in a r a
ciencia cierta qué cam bios tienen lugar, pero sus efectos so­
bre la p ersona que está con el bebé son indiscutibles. A los
dos o tres días de advertido el cam bio, la m ad re del bebé o b ­
servado p o r Wolff em pezó a decir: «Ahora me p uede ver», o
«Ahora resulta divertido ju g a r con él». Y, de m a n e ra sim u l­
tánea y re pentina, la m a d re em pezó a p a s a r m u c h o m ás
tiempo ju g a n d o con el bebé.3
D urante la c u a rta sem ana, el bebé suele m ira r con fijeza
las caras y prod u c e las p rim e ra s sonrisas provocadas p o r lo
que ve. Sin em bargo, p ara la m ayoría de investigadores esto
no sucede hasta la q u in ta sem ana. Desde u n principio, son
im portantes los ojos de la p erso n a que está con él:

Al principio, el bebé busca la cara, mirando la raya del pelo,


la boca y el resto de la cara, y, en cuanto encuentra los ojos de

3. Robson (1967) describe la misma secuencia. Señala que el cambio


(comunicación personal) puede muy bien señalar la incepción del control
neocortical.
376 O N T O G É N E S I S DEL APEGO HUM ANO

la o tra persona, em pieza a sonreír. Oíros bebés que pusieron de


manifiesto la m ism a conducta posteriorm ente siguieron la mis­
m a pau ta de acción, inspeccionando toda la cara, antes de cen­
trarse en los ojos del otro y sonreír (Wolff, 1963).

H acia finales de la q u in ta sem ana, casi todos los bebés


sonríen ante u n a estim ulación visual y su sonrisa se prolon­
ga d u ra n te períodos cada vez m ás largos. Además, la acom­
p añ a n con balbuceos, m ovimientos de los brazos y pataleos.
A p a rtir de ese m om ento, la m adre obtiene u na experiencia
to talm ente nueva.
A unque las sonrisas de tipo social se p ro d u c en en casi
todos los bebés d u ra n te el segundo y tercer mes de vida, és­
tas tienden a ap a rec er todavía con lentitud, su intensidad es
baja y su d u ra c ió n breve. Sin em bargo, después de las ca­
torce sem anas, la m ayoría de los bebés sonríen de manera
m u ch o m ás espo n tán e a, am plia y prolo n g ad a (Ambrose,
1961).
A p a r tir del m o m e n to en que el bebé em pieza a sonreír
an te la apa rición de estím ulos visuales, el m ás efectivo es
u n a ca ra h u m a n a en m ovim iento; y esa ca ra resulta aún
m ás eficaz cuando, ilum inada p o r u na sonrisa, se acerca al
bebé; o, m ás aún, cu a n d o la ac o m p a ñ an estím ulos táctiles y
el sonido de u n a voz. E n otras palabras, el bebé sonríe más
y m ejo r cu a n d o ve que le está m iran d o u na figura móvil que
se le acerca, le habla, le da p alm ad itas ca riñosas (Polak,
E m d e y Spitz, 1964).
No sabem os a ciencia cierta cuáles son las m ejores cir­
c u n stan c ias p ara que el bebé sonría en presencia de otros
estím ulos visuales que no sean la cara de u n a persona. Dife­
rentes investigadores -in clu y e n d o a S p itz - enc ontraron be­
bés que no so n re ía n a su biberón. P or o tra parte, Piaget
(1936) observó que algunos bebés de diez a dieciséis sem a­
nas sonreían ante un juguete familiar: pelotitas de lana o ce­
lulosa. Al revisar sus resultados, Piaget a c e n tú a especial­
m en te el hecho de que el bebé está fam iliarizado con esos
objetos, y concluye: «La sonrisa es p rim a ria m e n te un a reac­
ción ante im ágenes familiares, ante algo que el bebé ya ha­
bía visto». A p a rtir de ésta, llega a o tra conclusión: la razón
de que, con el tiem po, sólo las p ersonas p u e d a n provocar
un a sonrisa se debe a que éstas «constituyen [los] objetos fa­
m iliares m ás inclinados a este tipo de re aparic ión y repeti­
ción».
L O S C O M I E N Z O S D E LA C O N D U C T A DE A P E G O 377

Al a c e n tu a r el papel de la «familiaridad», Piaget coinci­


de en sus pu n to s de vista con los de m uchos autores de tra­
bajos más recientes (véase capítulo 10). Sin em bargo, difí­
cilmente podem os c o n s id e ra r válida su opinión de que la
familiaridad es el factor único o principal que lleva al bebé
a limitar sus sonrisas a las personas. Como ya vimos, es más
probable que, ya al nacer, el bebé tenga ciertas tendencias
innatas, u n a de las cuales es la de m ira r la cara h u m a n a con
preferencia a otros objetos. Otra tendencia podría ser la de
sonreír ante la presencia de una ca ra h u m a n a m ás que ante
cualquier o tra cosa, en p a rtic u la r si esa ca ra está en m ovi­
miento.
A p a rtir de los trabajos clásicos de Kaila (1932) y de
Spitz y Wolff (1946), m uch o s investigadores se han esforza­
do por d esc u b rir qué características de la ca ra h u m a n a son
susceptibles de e s tim u la r con ta n ta fuerza las sonrisas del
bebé. Al in terp re ta r estos trabajos, hay que d istinguir entre
estímulo suficiente y estím ulo óptim o. Todo estím ulo capaz
de p ro ducir incluso una sonrisa ocasional puede calificarse
de suficiente, pero, en m uch o s aspectos, tal vez diste de ser
óptimo. En general, un estím ulo adecuado provoca u n a son­
risa fácil, am plia y prolongada, en tan to que un estím ulo
débil genera un a sonrisa lenta, fugaz y de escasa intensidad
(Polak y otros, 1964).
Aunque la ca ra h u m a n a muy p ro n to se convierte en el
estímulo visual óptim o, d u ra n te el m edio a ñ o tra n s c u rrid o
entre los dos y los siete meses de edad ciertas expresiones
esquem áticas de la ca ra bastan a veces p ara pro v o c ar un
cierto tipo de sonrisas. Casi desde un principio, las figuras
que las provocan se carac te rizan p o r tener en co m ú n un par
de puntos a la m a n e ra de ojos. Este descubrim iento, s u m a ­
mente coherente, c o rro b o ra las observaciones natura listas
de Wolff en el sentido de que el ver los ojos de la persona
que está con él desem peña u n a función esencial p ara provo­
car la so nrisa del bebé. Asimismo, tam bién coincide con
otro d es c u b rim ie n to -a d e c u a d a m e n te c o m p r o b a d o - en el
sentido de que la cara de perfil carece de eficacia.
En u n a serie de investigaciones en qu e se utilizaron
m áscaras de todo tipo, Ahrens (1954) d e s c u b rió que, d u ­
rante el segundo mes, el bebé sonríe an te un p a r de puntos
negros en u na lám ina del ta m a ñ o de u na cara, y que un m o ­
delo de seis p u n to s resulta m ás eficaz q ue u n o de dos. Asi­
mismo, d e s c u b rió que, incluso d u ra n te el terc e r mes, el
378 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HUMANO

bebé s o n ríe a n te u na m á s c a ra q ue sólo tiene ojos y cejas


pero ni boca ni m an d íb u la. A m e d id a que va creciendo el
niño, p ara que la m ásca ra le provoque u na sonrisa es preci­
so que posea ca da vez m ás elem entos, hasta que, hacia los
o c h o meses, el bebé sólo sonríe a n te u n a v erdadera cara
h u m an a.
A unque estas investigaciones d e m u e s tra n que hasta al­
rededor de los siete meses el bebé no discrim ina bien los ob­
jetos a los que sonríe, no por esto podem os concluir que ca­
rezca de todo p o d er de discrim inación. Por el contrario,
Polak y otros, to m a n d o com o criterios la latencia, la inten­
sidad y la d u ración, d e s c u b riero n que ya hacia finales del
tercer mes el bebé distingue u n a ca ra real de u n a fotografía
en colores y en tam añ o natural. Además, a u n q u e la fotogra­
fía sigue c o n stitu y en d o un estím ulo suficiente p ara provo­
c a r sus sonrisas, dista de ser el óptim o. Las sonrisas que di­
rige a la c a ra h u m a n a son m ás rápidas, prolongadas y
am plias.
Los bebés ciegos tam b ién sonríen, y las observaciones
sobre el m odo en que evoluciona en ellos la sonrisa ilustran
algunos de los procesos que se ponen en m arc h a en los be­
bés d o tados de vista (véase F ree d m a n [1964] p ara observa­
ciones y u na revisión bibliográfica).
En los bebés ciegos, la voz y el tacto son los principales
estím ulos visuales que provocan u na sonrisa, y la voz sola es
bastan te eficaz. Sin em bargo, hasta los seis meses, los bebés
ciegos no sonríen de m anera habitual. En vez de las sonrisas
pro lo n g ad a s de los bebés con vista, las de los bebés ciegos
siguen siendo s u m am en te fugaces d u ra n te largo tiempo, se­
m ejantes a las de los bebés s e m id o rm id o s d u ra n te las pri­
m eras sem anas de vida. Antes de que sus sonrisas se vuelvan
m ás prolongadas -h a c ia los seis meses, ap roxim adam ente-
los bebés ciegos pasan p or u n a e tap a en que sus sonrisas
constituyen la sucesión de rápidos reflejos.
Sucede así que, en los bebés ciegos, la voz h u m a n a -es­
tím ulo que en los bebés con vista sólo d ese m pe ña un papel
im portante d u ra n te las prim eras s em an a s de v id a- continúa
cum pliendo esa función d u ra n te un período p osterior de la
infancia. Sin em bargo, hasta los seis m eses la voz no basta
p ara provocar en los bebés ciegos la sonrisa prolongada co­
rriente en los bebés con vista. Esto co rro b o ra la teoría -ela­
b o ra d a a p a r tir de la observación de los bebés que pueden
v er- de que lo que hace p e rd u ra r la sonrisa de estos últimos,
L O S C O M I E N Z O S DE LA C O N D U C T A D E A P E G O 379

después de las cinco sem ana s de vida, es su percepción con­


tinua de las p a u ta s visuales que la provocan. P or ejemplo,
un bebé que puede ver tal vez son ría de m an e ra c o n tin u a d a
mientras siga viendo toda la ca ra de la persona que está con
él, pero se pone serio en cu a n to ésta se vuelve de perfil.

Fase de sonrisas sociales selectivas. Ya p ara la c u a rta se­


mana, el bebé sonríe de m odo m ás coheren te cu a n d o oye la
voz de la m adre, con preferencia a cualquier otra voz (Wolff,
1963). Sin em bargo, su capacid ad de d iscrim inación de los
estímulos visuales se desarro lla m u ch o después. En re ali­
dad, hasta finales del tercer mes de vida, el bebé sonríe con
tanta esp o n ta n e id a d an te la vista de un ex tra ñ o com o ante
la de la m adre. Los bebés criados en instituciones, p o r su
parte, no reaccionan de m an era diferenciada a n te un rostro
familiar, m a rc a n d o un contra ste con uno desconocido, has­
ta finales del q uinto m es (Ambrose, 1961).
Una vez que el bebé em pieza a d iscrim in ar a un extraño
de un familiar, sonríe m enos en presencia del desconocido de
lo que lo hacía antes. Por ejemplo, m ien tras que a las trece
semanas el bebé quizá sonría de m odo esp o n tán e o a n te la
cara inmóvil de un desconocido, quince días después tal vez
no le s o n ría en absoluto. P or o tra parte, sonríe a la m ad re
tan a b ie rta m e n te co m o antes, y p ro b a b le m e n te m ás aún.
Ambrose (1961) analizó algunas de las m u c h a s explicacio­
nes posibles de este ca m b io de reacción. M ientras q ue la
sensación de a la rm a que g enera un ex tra ñ o d e s e m p e ñ a un
papel de im portancia, sin duda, d u ra n te el terc er y c u a rto
trimestre del p rim e r año, d u ra n te el segundo trim estre, en
cambio, difícilm ente constituye un factor im portante. P o r el
contrario, la ac titud c a riñ o sa de la m ad re al ver s o n re ír al
bebé, o sencillam ente su p resencia familiar, bien p u eden
constituir las p rim eras influencias.
Existen pruebas evidentes de que, cuando se reacciona a
la sonrisa del bebé de m anera cariñosa y sociable, éste sonríe
después con m ayor intensidad. En el curso de la investiga­
ción con ocho bebés de tres meses, la señora Brackbill (1958)
provocó u na sonrisa acercando su cara a un bebé. S iem pre
que el bebé sonreía, la investigadora le devolvía la sonrisa, le
acunaba, le levantaba, le abrazaba. El resultado de unas po­
cas experiencias de este tipo fue que todos los bebés em peza­
ron a sonreír de m anera más habitual (en función de su ritm o
de reacción). A la inversa, cu a n d o la investigadora dejaba de
380 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HUMANO

reaccionar, dism inuía el ritm o de las sonrisas hasta que, p0r


fin, cesaban por completo. Los resultados obtenidos se ajus­
tan perfectamente a las pautas del condicionamiento operati­
vo. Asimismo, confirm an m uchas otras observaciones re­
ferentes a qué es lo que contribuye a que un bebé se sienta
apegado a una figura en particular; dichas observaciones se
examinan en el capítulo siguiente.
C uando el bebé sonríe están sucediendo tam bién mu­
chas otras cosas. Él no sólo m ira la figura que se le acerca
sino que o rie n ta la cabeza y el cuerpo, m ueve los brazos y
patalea. Tam bién com ienza a balbucear. Esto conduce a la
segunda de dos reacciones poderosas y características del
bebé hum ano, que le perm iten e n tab la r la com unicación so­
cial con sus com pañeros.

Balbuceos

El papel del balbuceo en el in te rc a m b io social es bas­


tan te parecid o al de las sonrisas. Ambas c o n d u c ta s tienen
lugar cu a n d o el bebé está d espierto y satisfecho, y su resul­
tado previsible es que la p erso n a que está con él reaccione
de m a n e r a sociable e inicie un a c a d e n a de interacciones.
Además, a m b a s co nstituyen estím ulos sociales eficaces a
esa ed a d -c in c o s e m a n a s - y, co m o son provocados de la
m is m a m an era, suelen o c u r rir al m ism o tiem po. La dife­
rencia funda m e ntal, obviam ente, es que, m ien tras las son­
risas y los m ovim ientos de las extrem idades que las acom­
p a ñ a n co n stitu y en señales visuales, el b albuce o es una
señal auditiva.
C uando el bebé em pieza a hac er gorgoritos -h a c ia las
c u a tro se m a n a s de vid a- lo hace com o reacción a una voz
que, a esa edad, tam b ién genera u na sonrisa. Aunque du­
ra n te u na s e m a n a o m ás la voz provoca tanto balbuceos
com o sonrisas, m ás tard e los prim ero s sustituyen a las se­
gundas (Wolff, 1963). El balbuceo es, entonces, muy eficaz.
A p a rtir de la sexta sem an a - o p in a Wolff- «im itando los so­
nidos del bebé es posible e n ta b la r un in terc am b io de entre
diez a quince vocalizaciones». Ya p ara entonces -señala
Wolff- la voz de la m ad re era m ás eficaz que la suya propia.
Sin em bargo, tam bién los estím ulos visuales generan el
balbuceo. El bebé, apenas com ienza a sonreír a un a cara hu­
m a n a en movimiento, inicia tam bién sus balbuceos, aunque
L O S C O M I E N Z O S DE LA C O N D U C T A D E A P E G O 381

. ^tos no sean tan regulares com o las sonrisas. Pero cuando


ve una cara en movimiento y escucha su voz es cu a n d o más
balbucea.
Es decir, el balbuceo, al igual que la sonrisa, suele tener
lagar con más frecuencia en un contexto social. Sin e m b a r­
go -y tam bién al igual que la s o n ris a - puede observarse en
otras situaciones. Rheingold (1961) subraya el hecho de que
un bebé de tres meses puede sonreír y gorgotear ante la vista
Vel sonido de u na m atraca, y, en cambio, uno de cinco meses
no lo hará. La causa de que se interrum pa n estas reacciones
reside probablem ente en el hecho de que las sonrisas y bal­
buceos del bebé no ejercen influencia alguna sobre un obje­
to inanimado, en notable contraste con los seres hum anos.
Así com o Brackbill consiguió refo rza r la so nrisa del
bebé al re accionar siem pre con otra sonrisa o a c u n án d o lo o
levantándolo en brazos, Rheingold, Gewirtz y Ross (1959)
también consiguieron a u m e n ta r la frecuencia del balbuceo
por m edio de re co m p en sas sociales parecidas. Los investi­
gadores llevaron a cabo su traba jo con veintiún bebés de
tres meses. Provocaron el balbuceo re clinándose sobre el
bebé y m irándole con ca ra inexpresiva d u ra n te tres m i n u ­
tos. El p rim e r y segundo día, la investigadora no reacc io n a­
ba al balbuceo del bebé. El terc er y cu a rto días tuvo una
reacción in m ed iata cada vez que éste em itía sonidos. Cada
una de las reacciones era trilateral: un a am plia sonrisa, tres
sonidos «tsk» y un ligero a pretoncito del ab d o m e n del bebé.
Los días quin to y sexto de nuevo no hubo reacción alguna.
Los resultados se c a rac te rizaro n p o r su falta de a m b ig ü e ­
dad. Criando se reaccionaba a la vocalización de los bebés,
éstos intensificaban esa conducta; al segundo día de ser re­
compensados, su vocalización casi se había duplicado. Pero,
cuando ya no obten ían reacción, sus vocalizaciones d is m i­
nuían una vez más.
Todavía no se ha d eterm in a d o si es posible a u m e n ta r el
balbuceo del bebé por otros medios. El sonido de c a m p a n i­
llas colocadas en la puerta, cada vez que éste balbucea, no
logró intensificar dicha cond u c ta (Weisberg, 1963).
Los resultados hasta aquí obtenidos c o n firm a n la o p i­
nión de que el balbuceo, al igual que la sonrisa, contribuye
a aflojar las tensiones y a facilitar la sociabilidad. Además,
cumple la función de m a n te n e r la proxim idad de la figura
m aterna con el bebé, favoreciendo el intercam bio social e n ­
tre am bos.
382 O N T O G É N E S I S DEL APEGO HU M ANO

Como ocurre en el caso de otras reacciones sociales, más


tarde o m ás tem prano, los bebés em piezan a vocalizar más
en la interacción con la figura m atern a familiar que en la in­
teracción con cua lquie r otra persona. Wolff (1963) advirtió
esto, incluso a las cinco o seis sem anas. Ainsworth (1964) |0
vio antes de las veinte sem anas, pero hace n o ta r que sus ob­
servaciones de esta pauta partic u la r de cond u c ta no fueron
sistem áticas.
Hacia el cu a rto mes, el bebé puede p ro ducir un a amplia
variedad de sonidos. A p a rtir de este m om ento, emite deter­
m inados sonidos con m ás frecuencia que otros, y durante la
segunda m itad del prim er año, m uestra u na notable tenden­
cia a seleccionar la entonación e inflexiones de sus acom pa­
ñantes. Parece probable que, en la evolución de esta conduc­
ta, d ese m pe ña un papel de im portancia tan to la tendencia
del niño a im itar los sonidos concretos que em iten las perso­
nas com o la tendencia selectiva de éstas a reforzar los mis­
mos sonidos cu ando los em ite el niño.

El llanto

Las personas que están con el bebé acogen de buen gra­


do todas las reacciones que hem os consid erad o hasta este
m om ento, y generalm ente les producen m u ch a alegría y las
alientan. P or el contrario, no acogen el llanto con alegría y
suelen hac er cu a n to está a su alcance p ara ponerle fin cuan­
do se produce o p ara evitar que se produzca. El papel de los
estím ulos sociales en el caso del llanto es casi opuesto al que
cu m p len en relación con las reacciones am istosas. En el
caso de estas últim as, los estím ulos sociales son los princi­
pales factores que las inducen y refuerzan. En el caso del
llanto, p or el contrario, los estím ulos sociales se c u entan en­
tre los factores que inducen a su term in ac ió n o que reducen
las posibilidades de que se reitere tal conducta.
En el capítulo a n te rio r indicam os que hay m ás de un
tipo de llanto. Cada u n o posee su pro p ia intensidad y es­
tru c tu ra , sus estím ulos causales y finales característicos, y
ejerce sus propios efectos sobre los adultos. P or regla gene­
ral, el llanto induce a la m adre a a d o p ta r d e term in a d as m e­
d idas p ara detenerlo, ya sea de m a n e r a instan tán ea , como
cu a n d o oye u n rep en tin o grito de dolor, o to m án d o se su
tiem po, cu a n d o la intensidad de un llanto rítm ico va au-
L O S C O M I E N Z O S D E LA C O N D U C T A D E A P E G O 383

m entando gradualm ente. P or supuesto, el llanto de un bebé


no puede ser fácilmente ignorado ni tolerado. Una de las ra­
zones principales -s e ñ a la A m b ro se - es que las variaciones
en el ritm o y escala de sollozos del bebé son m uy am plias,
por lo cual no es fácil h a b itu a rse a ellas.
C om o n in g u n a m a d re ignora, ca da bebé llora de un
modo propio. Los e s p e c tro g ra m a s de sonidos in d ican que
las «huellas del llanto» son tan precisas com o las huellas di­
gitales p a r a id en tificar a los bebés recién nac id o s (Wolff,
1969). La m a d re p ro n to a p re n d e a re co n o ce r el llanto de su
propio hijo. En u n a m u e s tra de veintitrés m a d re s e s tu d ia ­
das p o r F orm by (1967), la m itad de ellas p odía reconocerlo
antes de tra n s c u rrid a s c u a re n ta y ocho hora s del n a c im ie n ­
to. A p a r tir de ese m o m ento, de las ocho m ujeres p u estas a
prueba n in g u n a c o m etió e r ro r alguno. Wolff desc u b rió
tam bién que la m ayoría de las m adres m uy p ro n to se hacen
expertas en este terreno. Con el tiem po, c o m ien z an a m o s ­
trarse selectivas, c o n s o lan d o a su p ro p io bebé pero n o ne­
cesariam ente a otros.
Ya se h an d escrito dos tipos de llanto: el pro v o c ad o por
el h am b re , que se inicia de m a n e r a gra d u al y se convierte
en llanto rítm ico, y el c a u s a d o p o r el dolor, que e m p iez a de
m anera re p e n tin a y es a rrítm ic o . Un terc er tipo - q u e Wolff
describe b re v em en te (ib íd .) - se c a ra c te riz a p o r un so n id o
parecido a un re b u zn o y, p o r lo general, se in te rp re ta co m o
señal de cólera. Un c u a rto tipo, que es ca ra c te rís tic o - f u n ­
dam en ta l o ex c lu s iv a m e n te - de los bebés con d a ñ o c e r e ­
bral, suele s e r - s e g ú n indica Wolff- p a rtic u la rm e n te d e s a ­
gradable p a ra los que están al lado del bebé, que se ponen
nerviosos y m a n ifie s ta n deseos de alejarse p a r a no oírlo
más.
El llanto m ás co m ú n del bebé es el de tipo rítm ico, a u n ­
que no n ec e s a ria m e n te lo cause el h am bre. P o r ejemplo,
puede desencadenarse de m an e ra bastante repentina, o p ue­
de em pezar con distintas m uestras de desasosiego e ir a u m e n ­
tando de intensidad poco a poco, en cuyo caso p ro b a b le ­
mente lo cause algún cam bio interno del niño o la sensación
de frío.
E ntre los estím ulos externos que provocan un llanto rít­
mico se incluyen ru id o s súbitos y repentinos, c a m b io s de
ilum inación o de posición, así com o el acto de desnudarlo.
Wolff (ibíd.) o pina que, sobre todo d u ra n te la segunda, ter­
cera y c u a rta sem anas, m u ch o s bebés ro m p e n a llorar en
384 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HUM ANO

cu a n to se les quita la ropa y se calm an apenas se les vuelve


a vestir o se les cubre con u na m a n ta gruesa.
Los bebés que sienten h a m b re o (río suelen indicar su
estado ro m p ien d o en un llanto rítm ico cuya intensidad va
a u m e n ta n d o de m an era gradual, y al que le pone fin la co­
m id a o el calor. Sin em bargo, en los bebés que ya han sido
alim entados y abrigados puede producirse un llanto de tipo
rítm ico parecido. Las causas de este llanto, que es bastante
corriente, suelen provocar perplejidad.
La m adre puede identificar el motivo del llanto del bebé
de varias m an eras. C uando lo provoca el dolor, el tipo de
llanto suele d arle la p a u ta de lo que ocurre. C uando actúa
un estím ulo externo, ella m ism a puede h aber advertido cuál
es el hecho traum atizante. En el caso del ham bre o del frío,
las circunstancias son b astante sugerentes, y los resultados
obtenidos al p ro p o rc io n a r al bebé com id a o abrigo le per­
m iten cerciorarse de que estaba en lo cierto. Cuando no in­
terviene n inguno de estos elementos, la m adre puede sentir­
se desconcertada.
Lo extraño del llanto que no se debe a ninguna de estas
ca usas m en cio n a d as es que le ponen fin con eficacia ciertos
estím ulos que, en un am biente natural, son casi siempre de
origen h u m ano. E n tre ellos se incluyen sonidos, en particu­
lar el de la voz h u m ana, y los estím ulos táctiles y propiocep-
tivos p roc edentes de la succión no alim enticia o del hecho
de ser acunado. Considerem os la eficacia de cada u n o de es­
tos factores de origen social que ponen fin al llanto del bebé.
D ura n te su estudio de las p rim era s reacciones sociales
de catorce bebés criados en sus propias familias en Boston,
Wolff hizo reite rad as observaciones de la historia natural
del llanto y llevó a cabo m u c h a s investigaciones (Wolff,
1969). Advierte que, ya desde el nacim iento, los sonidos de
d istintos tipos resultan eficaces p a ra d e ten e r el llanto, al
m enos tem poralm ente. D urante la p rim era sem an a de vida,
el sonido de u na m atraca o u na c a m p a n a parece ser tan efi­
caz co m o el de la voz h u m a n a o aún más. Sin embargo, esta
eficacia no d u ra m u ch o y, m ien tras dura, se debe quizás a
que el bebé oye m ejor el sonido de la c a m p a n a o de la m a­
traca que sus propios gritos. Sea com o fuere, d urante la se­
gu n d a s em an a de vida del bebé, el sonido de la voz hum ana
se convierte en el estím ulo m ás eficaz p ara detener su llan­
to, y d u ra n te la tercera sem an a u na voz fem enina es m ás efi­
caz que otra m asculina. Dos se m a n a s después, la voz de la
L O S C O M I E N Z O S D E LA C O N D U C T A D E A P E G O 385

madre es la que, de m anera concreta, resulta eficaz, hasta el


punto de que, apa rte de in te rru m p ir el llanto, puede incluso
provocar tam bién u na sonrisa (Wolff, 1963).
La m ay o ría de las m a d re s sab e qu e el m e ro a c to de
5 accionar tra n q u iliz a al bebé, y en los países de O ccidente
va hace m u c h o que se han p u e s to a la venta los c h u p e te s
de goma. Un e s tu d io a gran escala so b re la c r ia n z a de los
niños en las M idlands inglesas (N ew son y N ew son, 1963)
indicó q ue el 50 % de las m a d re s que re cib iero n u n a b u e ­
na calificación c o m o tales d a b a n un c h u p e te a sus bebés,
sjn que se p ro d u je r a n in g ú n efecto negativo. En países
menos d e s a rro lla d o s , la m a d re suele p o n e r al p ec h o al
bebé c u a n d o éste llora, sin te n e r m uy en c u e n ta si d ispone
de leche o no.
La eficacia de la succión no alim enticia para tranquilizar
al bebé dio pie a las investigaciones de Kessen y Leutzen-
dorff (1963), quienes observaron a treinta bebés que tenían
entre v einticuatro y sesenta horas de vida. Su objetivo era
determ inar la eficacia con que podía ca lm a rse el bebé si
succionaba un chupete de gom a d u ra n te un p eríodo breve,
por co n tra s te con lo que o c u rría cu a n d o se le acaricia b a
suavemente en la frente d u ra n te períodos parecidos. Se mi­
dieron tan to los m ovim ientos de pies y m anos del bebé
como la d u ra ció n de su llanto. Los re sultados fueron muy
precisos. Después de succ io n a r d u ra n te m edio m inuto, por
lo general los m ovim ientos del bebé se reducían a la mitad,
y su llanto se reducía en las cu a tro q uintas partes. Después
de acaricia r al bebé d u ra n te un período equivalente, en tér­
minos generales no sólo habían a u m e n ta d o levem ente los
movimientos del bebé, sino tam bién su llanto (aunque no de
manera significativa). Los autores co m en ta n que, com o los
bebés ya habían sido alim entados por succión en o tras oca­
siones, es posible a firm a r que el efecto tran q u ilizad o r fuera
el «resultado del refuerzo secundario, a p re n d id o m ediante
la asociación del pezón y la succión del alim ento». Sin e m ­
bargo, Wolff (1969) cita p ru e b as qtie posiblem ente c o n t r a ­
digan esta aseveración. Los bebés nacidos con atresia del
esófago y que no pueden, por lo tanto, ingerir a lim e n to al­
guno por la boca, tam b ién dejan de llorar cu a n d o se les da
algo p ara succionar.
Wolff (ibíd.) advierte tam b ién que la presencia del c h u ­
pete entre los labios es eficaz incluso cu a n d o no se succio­
na. S eñala que, si el bebé se queda d o rm id o m ien tras suc-
386 O N T O G É N E S I S DEL APEGO HUM AN O

ciona el chupete, cu a n d o se le quita éste antes de que caiga


en un sueño p rofundo suele d espertarse llorando.
Las n iñeras siem pre han sabido que el hecho de acunar
al bebé suele ser un m edio igualm ente ad e cuado para tran­
quilizarle. Com o en los últim os años se ha rebajado su valor
al insistir, erró n ea m e n te , en la im portancia básica de la ali.
m entación, conviene evaluar los frutos de la experiencia
p ráctica con bebés de tres m eses en dos am bientes muy dis.
tintos.
El p rim e r trabajo proviene de un p ediatra británico:

Una de las principales ca usa s del llanto en este período es


la soledad o el deseo de ser levantado en brazos. Al menos pa.
recería se r que es ésta la ca u sa del llanto, va que éste se inte­
r r u m p e m uy p ro n to c u a n d o se tom a al bebé en brazos y se le.
ac una. Es increíble que haya ta n tas m a d re s que no se dan
c u e n ta de que los bebés d esean ser tenidos en brazos y acuna­
dos, com etien d o el er r o r de c re er que todo el llanto del bebé se
debe al h am bre . La característica básica que diferencia al llan­
to ca u sa d o p o r el h a m b re del provocado p o r la soledad es que
el prim ero, o el ca u sa d o p o r alg u n a o tra fuente de incomodi­
dad, no cesa c u a n d o se levanta al bebé en brazos (Ulingworth,
1955).

El seg u n d o trabajo hace referencia a las prácticas de


u na c o m u n id a d de habla bantú, en Africa oriental:

D urante los tres prim eros meses, las m a d re s reconocen un


tipo de llanto que no puede ca lm a rs e al d a r de m a m ar al
bebé... D u ra n te la noche, con s u m a frecuencia... la m adre en­
ciende la luz, ata al bebé a sus espaldas V com ienza a caminar
por la casa, sacudiéndole de a r r ib a abajo. Con la mejilla apre­
tada co n tra la espalda de la m adre, se suele lograr que el bebé
se calle, sujetándole bien a p r e ta d o en esa posición. Durante el
día, las n iñ e ra s tam bién m ueven al bebé, va sea sobre sus es­
paldas o en brazos, com o m edio de calm arle c u a n d o llora v se
niega a co m e r (Levine y Levine, 1963).

No hace m ucho, Ambrose (1969, y com unicación perso­


nal) inició un análisis experim ental sobre cuáles son los es­
tím ulos eficaces en esas condiciones. Observó, en una se­
sión cada tarde, a bebés de cinco días n acidos a término,
in m e d ia ta m e n te después de que h u bieran sido alimentados
V cam biados. Cada bebé estaba en un a cuna, colocada sobre
un a p a ra to que perm itía ta n to m overla co m o mantenerla
L O S C O M I E N Z O S D E LA C O N D U C T A DE A P E G O 387

quieta. Al principio, este a p a ra to p e rm a n eció inmóvil y se


eStudiaba al bebé d u ra n te m ás o m enos u n a hora, período
en que se registraban poligráficam ente las variables fisioló­
gicas y de conducta.
En tales c ir c u n s ta n c ia s , el bebé p o d ía e s t a r e c h a d o
tranquilam ente, d o rm id o o d e s p ie rto y sin llorar, d u r a n te
toda la sesión. Sin e m b a r g o , m á s ta rd e o m á s te m p ra n o ,
solía ro m p e r a llorar, p o r lo c o m ú n sin ra z ó n a p a re n te . A
veces, el llanto c e s a b a a poco de c o m e n z a r; en o tra s o c a ­
siones se p ro lo n g a b a . C u a n d o d u r a b a m ás de dos m i n u ­
tos, se a c u n a b a al bebé. El m o v im ie n to se a p lic a b a a un
ritmo variable, con la finalid ad de p re c is a r si u n ritm o d e ­
term inado era m ás eficaz q ue o tro p a ra p o n e r té r m in o al
llanto.
Los p rim ero s descLibrimientos indicaron que, en estas
circunstancias, todos los bebés dejan de llorar al recibir es­
timulación vestibular de la p ersona que le acuna. Se aplica­
ba un m ovim iento vertical con un reco rrid o de 7,5 cm. El
llanto no se detenía c u a n d o se mecía al bebé a m uy poca ve­
locidad (unos treinta ciclos p o r m inuto). Sin em bargo, una
vez que la velocidad a u m e n ta b a a c in cu e n ta ciclos p o r m i­
nuto, el llanto d is m in u ía y, a velocidades de sese n ta ciclos
por m in u to o más, todos los bebés d ejaban de llo rar y casi
siempre se tran q u ilizab a n . Es m ás, u na vez alc a n z a d a esta
velocidad, d ism in u ían de m a n e ra notable los latidos del co­
razón (los cuales, d u ra n te el llanto, pueden lle g a ra un ritm o
de doscientos p o r m in u to o más), la re spiración se hacía
más regular y el bebé em p ez ab a a relajarse. Una ca ra c te rís ­
tica notable de esta observación fue la especificidad del rit­
mo: a sesenta ciclos, la m ayoría de los bebés d ejaban de llo­
rar, a u n q u e algunos requirieron setenta; el ritm o de m enos
de cincue nta ciclos resultó ineficaz. Tam bién hay q ue a d ­
vertir que el a c u n a r al bebé todos los días sigue sien d o un
modo eficaz de d eten e r el llanto del bebé (observación p e r­
sonal); en o tras palabras, s e r a c u n a d o es un estím u lo del
cual el bebé no parece ca n sarse nunca.
En el curso de sus investigaciones, A m brose estu d ió la
eficacia com parativa de otros tipos de estím ulos p ara p o n er
fin al llanto. En el caso de la succión sin fines alim enticios,
sus observaciones co n firm a n y am p lían las de Kessen y
Leutzendorff.
Am brose d escubrió que, al d eslizar u n c h u p e te de tipo
corriente en la boca del bebé, éste se tranquiliza muy pron-
388 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HUMANO

to. Sin em bargo, su eficacia no es tanta com o el hecho de'


acunarlo, tal com o lo dem u estra n los electos respectivos de
a m b a s prácticas sobre el ritm o cardíaco. C uando se acuna
al bebé, el ritm o de sus latidos por lo general se aproxima al
que es corriente en posición de descanso. Por otra parte, du­
rante la succión sin fines alimenticios, a u n q u e el llanto pue­
de cesar por com pleto -tal com o ocurre cu ando se acuna al
b e b é - y d is m in u ir el ritm o cardíaco, éste sigue siendo supe­
rior al típico de la posición de descanso.
De las observaciones e investigaciones descritas, pode­
m os s a c a r la conclusión de que, cu a n d o el bebé no siente
h am b re , frío ni dolor, los m edios m ás eficaces para poner
fin a su llanto son, por orden de im portancia, el acto de acu­
narlo, la succión sin fines alim enticios y el sonido de una
voz. Estos d e s c u b rim ie n to s explican p o r qué suele decirse
que los bebés lloran cuando se sienten solos y cuánto desean
que se les coja en brazos. A unque no se justificaría atribuir
tales sentim ie n to s a los bebés d u ra n te los prim ero s meses
de vida, sin em bargo, hay b a sta n te de verdad en esas opi-i
niones. Los bebés pueden llorar cu ando no se les acuna ni se
les habla, m ien tras que dejan de llorar y se m u estran con­
tentos cu a n d o se les dirige la p a lab ra o se les acuna. Por
otra parte, es m ás que probable que el agente que inicia ta­
les co nductas sea la figura m aterna.
En este sentido, no deja de llam ar la atención la eficacia
casi abso lu ta de a c u n a r al bebé de u n a m a n e ra determ ina­
da. El hecho de que, si se desea d e te n e r el llanto del bebé,
debe m ecérsele a sesenta o m ás ciclos por m inuto, tal vez
tenga relación con el ritm o al que c a m in a un adulto. Un rit­
m o de sesenta pasos p or m in u to es, desde luego, muy lento,
y casi siem pre se sobrepasa. Esto significa que, cuando se
tran sp o rta al niño sobre los h om bros o las caderas de la ma-,
dre, a éste se le mece a un ritm o de no m enos de sesenta ci­
clos p o r m inuto, y p o r eso no llora (a m enos que sienta
h a m b re o dolor). Tal vez esta feliz co n secuencia se deba al
azar; sin em bargo, es m ás probable que sea el resultado de.
presiones selectivas que han estado ac tu a n d o d u ra n te el
curso de la evolución del hom bre.
Por lo tanto, es evidente que el acto de a c u n a r al bebé
equivale al de alim entarle, en cu a n to a ser c a u sa de inte­
rrupción del llanto rítmico. C uando el bebé está hambrien­
to, el alim ento constituye un agente eficaz de terminación
del llanto, pero c u a n d o no tiene h am b re resulta m ás eficaz
L O S C O M I E N Z O S DE LA C O N D U C T A DE A P E G O 389

mecerlo. En algunas otras condiciones adversas, ni lo uno


nj lo otro resulta eficaz d u ra n te m ás de un breve período.
El a c u n a r al bebé resulta eficaz no sólo para p o n e r fin al
llanto rítmico, sino tam bién para evitar que éste se d esenca­
dene, tal com o lo d e m u e s tra n Gordon y Foss (1966). Como
parte de la rutina de u na m aternidad, los bebés (en o rden de
edad, desde u n a s pocas horas hasta diez días) eran coloca­
dos en el nido alrededor de u na hora todas las tardes. Dado
que ac a b a b a n de alim entarles, casi todos estab a n t r a n q u i ­
los, salvo u n a o dos excepciones. Todos los días, d u ra n te
dieciocho días, se seleccionó al a z a r a uno de estos bebés
tranquilos y se le m ecía en su c u n a d u ra n te m edia hora.
Luego, d u ra n te otra m edia hora, el investigador perm anecía
en el nido para a n o ta r si alguno de los bebés tranquilos e m ­
pezaba a llorar. Los resultados obtenidos d e m u e s tra n que el
bebé que hab ía sido a c u n a d o se m o s tra b a m enos propenso
a llorar d u ra n te el período de observación que los bebés que
no lo habían sido.
A m edida que crece el bebé, van ca m b ia n d o las situacio­
nes que d an lugar a su llanto o le ponen fin. Lo que u n bebé
puede ver reviste p artic u la r im portancia. Ya p a ra la q uinta
semana de vida -se g ú n descubrió Wolff (1969)- m uch o s be­
bés que suelen m ostrarse contentos rom pen a llorar c u a n d o
la persona a quien están m ira n d o ab a n d o n a su c a m p o vi­
sual, y dejan de llorar ca da vez que ésta reaparece. A esa
edad y hasta pocos meses después, tiene poca o ning u n a im ­
portancia la figura en p artic u la r a la que ve; incluso la m a r­
cha y reaparic ió n de un anim alito dom éstico p uede ejercer
los m ism os efectos. Sin em bargo, desde los cinco meses,
aproxim adam ente em pieza a tener s u m a im p o rtan cia la fi­
gura concreta de la persona que va y viene.
En sus observaciones sobre los bebés de la tribu Ganda,
Ainsworth (1967) enc ontró que, desde alrededor de los cin­
co meses -a u n q u e se dan grandes variaciones entre los dis­
tintos n iñ o s - el bebé tendía a llorar cu a n d o la m adre dejaba
la habitación, incluso si había alguna otra p ers o n a con él.
Alrededor de los nueve meses solía em pez ar a llorar m enos,
porque entonces le resultaba más fácil seguir a la m adre. La
frecuencia del llanto no sólo variaba de un niño al otro, sino
también según las condiciones co ncretas que te n ían lugar.
Por ejemplo, en cua lquie r hogar puede observarse que la
conducta ante la m a rc h a de su m adre de un niño de doce
meses depende en gran m edida del m odo en que ésta se mo-
390 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HU M ANO

viliza. Una m a rc h a lenta y sin c a u s a r ruidos suele despertar


pocas protestas, m ientras que, en caso contrario, el niño
suele ro m p e r a llorar o quejarse a gritos.
Hacia finales del p rim e r año, los niños son cada vez más
conscientes de las caras y de las circunstancias extrañas y se
a la rm a n ca da vez m ás a causa de ellas. En esa época, cual­
quier elem ento extraño suele ser causa habitual de llanto o
de a c erc am ien to a la m adre. Debido a su estrecha conexión
con la c o n d u c ta de apego, el m iedo que provocan caras y lu­
gares extraños será analizado con m ás detalle en el capítulo
siguiente.
A p roxim ada m ente a la m ism a ed a d en que el bebé em­
pieza a llo rar a la vista de un desconocido, suele también
e m p ez ar a llorar anticipando algún suceso desagradable. Un
ejem plo g ra b ad o por Levy (1951) es el llanto de los bebés en
las clínicas cu a n d o éstos ven a los m édicos p re p a ra n d o una
inyección que ya se les había puesto algunas sem anas antes.
Antes de los once meses, m uy pocos niños re accionan de
esta m an era. A los once y doce meses, p o r el contrario, la
c u a rta p arte de la m u e s tra puso de m anifiesto dicha con­
ducta. Ésta es p arte integral de la to m a de conciencia del
m u n d o que va adquiriendo el niño desde los doce meses de
edad.

Lo INNATO Y LO APRENDIDO

En el desarrollo de la c o n d u c ta de apego, al igual que en


el desarrollo de toda característica biológica, interactiian de
m a n e r a c o n tin u a lo innato y lo ap ren d id o . S iem pre que el
am b ie n te se m an ten g a den tro de ciertos límites, parece pro­
bable que gran parte de las variaciones en la conducta de ni­
ños diferentes puede atrib u irse a diferencias genéticas. Sin
em bargo, u na vez que a u m e n ta la variación am biental, son
claros los efectos a que da lugar tal variación.
Un ejem plo de variación que -c a s i con c e rte z a - se debe
a variaciones genéticas es la diferencia en la atención visual
de niños y niñas (Lewis, Kagan y Kalafat, 1966; Lewis y Ka-
gan, 1965). Estos investigadores e studiaron a bebés de vein­
ticu atro se m a n a s de vida y descubrieron que las niñas m os­
tra b a n significativa preferencia por m ira r caras, en vez de
o tr a s figuras, en ta n to q ue en los v a ro n c ito s no se ponía
de m anifiesto tal preferencia.
L O S C O M I E N Z O S D E LA C O N D U C T A D E A P E G O 391

Los dalos q ue sugieren que la apa rición inicial de las


conductas de o rientación y de la sonrisa tam b ién sufren la
influencia de variables genéticas proceden de un estudio
com parativo de mellizos m onocigóticos y dicigóticos reali­
zado p o r F ree d m a n (F re e d m a n y Keller, 1963; F ree d m a n ,
1965). De él se d esprende que las edades en que se produce
la con d u c ta de orientación y la sonrisa en pares de mellizos
monocigóticos suelen ser m ás p róxim as que las ed ades en
que aparecen, por p rim era vez, en pares de mellizos dicigó­
ticos del m ism o sexo. Como en cada p a r de mellizos de este
estudio a m b o s fueron criados en la m ism a familia, las va­
riaciones am bientales se redujeron a un m ínim o.
Una vez que se vuelve m ás d iferenciado el a m b ie n te de
niños distintos, p ro n to resu ltan evidentes los efectos que
éste ejerce sobre el desarrollo. Se han llevado a c a b o m u ­
chos estudios de este tipo c o m p a r a n d o a niños cria d o s en
familias con otros criados en instituciones. A m brose (1961),
advirtió en u na de estas investigaciones que la sonrisa a p a ­
rece u n a s sem ana s antes en los niños criados en familia que
en los criados en institución (entre las seis y las diez s e m a ­
nas para los prim eros; entre las nueve y las catorce p a ra los
segundos). Provence y Lipton (1962) señalan que, ya a los tres
meses, los bebés de instituciones b albucean m enos que los
de las familias. A p a r tir de este m o m en to , el desa rro llo de
los bebés en el am b ie n te c a ren c ia d o de u n a institución va
diferenciándose p rogresivam ente del de los bebés criados
en familia. Provence y Lipton o p in an qu e los prim ero s ta r­
dan más en d is c rim in a r entre u na cara y u na m á s c a ra y e n ­
tre diferentes caras (hecho que tam b ién registra Ambrose),
efectúan m enos intentos de iniciar el co n tac to social, su re ­
pertorio de m ovim ientos expresivos es m ás re ducido y h a s ­
ta los doce meses no dan m u estras de apego hacia ning u n a
persona en particular. La falta de apego se advierte de m a ­
nera notable cu a n d o están pertu rb ad o s: incluso entonces,
rara vez se vuelven hacia un adulto.
Los factores responsables de tales efectos de re tra s o en
una institución h an sido objeto de g randes controversias.
Algunos investigadores -c o m o Casler (1961)- h an a r g u m e n ­
tado que el principal agente de retraso es la reducción de los
estím ulos recibidos, y que quienes hacen referencia a la fal­
ta de u na figura m a te rn a están equivocados. A estos a r g u ­
mentos, Ainsworth (1962) replicó su b ra y a n d o que, d u ra n te
los p rim eros meses de vida, la figura m a te rn a de un bebé es
392 O N T O G É N E S I S DEL APEGO HU M ANO

siem pre su principal fuente de estim ulación. Además, en el


curso norm al de la interacción con el bebé, la m adre le su­
m in istra o p o rtu n id a d e s de explorar de m a n e ra activa el
m undo, tan to desde el p u n to de vista visual com o manual.
Piaget (1936) señaló por prim era vez la im portancia de tales
o p o rtu n id a d e s p ara el desarrollo sensorio-m otor, y los re­
cientes estudios experim entales de White y Held (1966) co­
rro b o ra n sus afirm aciones. Las carencias de que es víctima
el niño criado en ciertas instituciones son, por lo tanto, múl­
tiples: falta de estim ulación, falta de o p o rtu n id a d para el
apren d izaje p o r contacto, y falta de o p o rtu n id a d para el
«m ovim iento autoinducido, en am bientes convenientem en­
te estructurados», entre tantas otras.
P or lo tanto, a p a rtir de ahora, considerarem os las enor­
mes diferencias en el desarrollo surgidas de las variaciones
am bientales. En el capítulo 16 se analiza el tem a m ás deta­
lladam ente.
Capítulo 16

PAUTAS DE APEGO Y CONDICIONES QUE


CONTRIBUYEN A SU DESARROLLO
Los que nos han amado nos modelan una y olí a vez;
y, aunque el am or pueda morir, para bien o para mal so­
mos, a pesar de todo, la obra de ellos.
F rancois M auriac

P r o b l e m a s q u e hay q u e r e s o l v e r

Si el desarrollo satisfactorio del apego es tan im p o rta n ­


te para la salud m ental com o yo sostengo, necesitam os dis­
tinguir, an te todo, el desarrollo favorable del desfavorable,
así com o s ab e r las condiciones que facilitan uno u otro.
Existen, de hecho, cu a tro tipos distintos de pro b lem a s que
tenem os que resolver:

1. ¿Cuál es, desde un p u n to de vista descriptivo, la esca­


la de variaciones de la conducta de apego a u n a edad d eter­
m inada, y en térm inos de qué dim ensiones p o d rá n ser d e s ­
critas m ás ad ecuadam ente?
2. ¿Qué condiciones previas influyen sobre el desarrollo
de cada tipo de pautas?
3. ¿Cuál es la estabilidad de cada p a u ta a cada edad?
4. ¿De qué m an era se relaciona cada p a u ta con el d esa­
rrollo p o sterior de la personalidad y con la salud mental?

Aunque hay gran ca ntidad de trabajos d estinados a res­


p o n d er a estos interrogantes y a otros parecidos, resulta di­
fícil ex tra er conclusiones. E n realidad, se tra ta de proble-
434 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HUMANO

m as s u m a m e n te com plejos y no podem os espet a r que algu­


na investigación arroje luz sobre algo m ás que un aspecto
de ellos. Además, la m ayoría de los estudios hechos antes de
1970 no ha cum plido con todos los objetivos propuestos, ni
a nivel teórico ni empírico.
A nivel teórico, el concepto antiguo de «dependencia» no
ha podido cum plir el papel que se esperaba. Por ejemplo, las
d istin tas m edidas de depe n d en cia que Sears utilizó en su
largo p ro g ra m a de investigación, ad o p ta n d o el supuesto de
que la «conducta de depe n d en cia m anifiesta» en los niños
pequeños refleja «un im pulso u n itario o e stru c tu ra de hábi­
tos», no poseen p rá cticam en te n in g u n a intercorrelación; y
ello llevó al propio Sears a la conclusión de que «la teoría de
u n rasgo de dependencia generalizado es insostenible» (Se­
ars y otros, 1965). P osteriorm ente, subrayó que el concepto
de apego, co m o algo som etido a un sistem a conceptual, tie­
ne m uy poca relación con la depe n d en cia concebida como
expresión de un im pulso (Sears, 1972).
A nivel em pírico, a h o ra sabem os que m u c h a s de las va­
riables anteriores, seleccionadas co m o objeto de estudio
- p o r ejemplo, las técnicas de nutrición, destete o control de
esfín te re s - tienen u n a relación indirecta con el apego. Es
más, las inform aciones sobre tales variables y otras pareci­
das fueron obten id as retro sp ectiv am en te de los p rogenito­
res, con todas las inexactitudes e interpretaciones erróneas
que surgen de estos m étodos. P or consiguiente, convendrá
investigar el p roblem a desde cero.
E n el capítulo anterior, las condiciones que se h a n des­
crito co m o c o n trib u y e n d o p ro b a b le m e n te a que se d e s a rro ­
lle o no u n apego hacia u n a figura d e te rm in a d a incluyen: a)
la sensibilidad con que esa figura reaccione a las «señales»
del bebé; y b) la in te n sid ad y n a tu ra le z a de la interacción
e n tre la pareja. Si esto es así, los d atos básicos requeridos
p a r a c o n te s ta r a n u e s tra s p re g u n ta s sólo p u eden ser o b te­
nidos de observaciones, d e tallad a s y de p rim e ra m ano, de
m ad re s y niñ o s in te ra ctu an d o . E n los últim os años, se han
hecho m u c h o s trab a jo s en este sentido, con hallazgos im ­
p o rta n te s que generalm en te se refieren al p rim e ro y segun­
do años de la vida. R ep re s e n ta n u n gran avance. Sin e m ­
bargo, a veces es algo difícil h a c e r u so de los d ato s de
algunos de ellos, p o rq u e no siem pre se establece u n a clara
d iferencia e n tre los d ato s que se refieren a la co n d u c ta de
apego del niñ o y los relativos a la in ten sid ad y a la p a u ta de
PAUT AS DE A P E G O 435

interacción que el niño tiene con la m adre. Adem ás -c o m o


liemos visto en el ca pítulo 13-, la c o n d u c ta de apego de un
niño es sólo u n o de los c o m p o n e n te s del sistem a -m u c h o
más a m p lio - qu e fo rm a n u n a m a d re v su hijo en in te ra c ­
ción.
Sin em bargo, los estudios sobre este tem a no dejan de
tener valor p ara n u estro s fines. P orque, si ten em o s que
com prender las p au tas de la conducta de apego y las condi­
ciones que d an lugar a variaciones entre los niños, es nece­
sario ten er siem pre presente el sistem a m ás am plio del cual
la conducta de apego es sólo u n a parte, y tam b ién las varia­
ciones, en cu a n to a p au tas de interacción, que tienen lugar
entre u na pareja m adre-hijo y otra. En este sentido, algunas
de las p rim e ra s observaciones de p rim e ra m a n o sobre m a ­
dres y bebés in te ra c tu a n d o - p o r ejemplo, las de David y Ap-
pell—son m uy interesantes. En p rim e r lugar, estos trabajos
nos ap o rta n u na d o cu m en ta ció n im p resio n an te de la extra­
ordinaria escala de variación que podem os ver, tan to en in ­
tensidad com o en tipo de interacción, cu a n d o se c o m p a ra n
diferentes parejas. C onfirm an, en segundo lugar, que c u a n ­
do el niño llega a su p rim e r cum pleaños, cada pareja m adre-
hijo ha desa rro llad o ya, p or lo general, u n a p a u ta de in te­
racción m uy característica. E n tercer lugar, nos d e m u e s tra n
que las p au tas persisten de form a reconocible, p o r lo m enos
durante dos o tres años (Appell y David, 1965; David y Ap-
pell, 1966, 1969).' Com o se refieren a m u ch as p arejas y muy
diferentes, la lectura resulta apasionante.
Quizá lo que m ás sorp re n d e al lector de estos y otros re­
tratos de parejas in te ra c tu a n d o es el grado de adecu ac ió n
que m u ch as m adres y bebés han conseguido al cabo de doce
meses de conocerse. Es evidente que, d u r a n te el proceso,
cada u n a de las parte s ha c a m b ia d o en m u ch o s sentidos y
de diferentes m aneras. Con pocas excepciones, siem pre que
el niño pone de m anifiesto alguna conducta, la m ad re la es-

1. Entre las muchas diferencias entre las pautas de interacción anotan


las siguientes: la cantidad corriente de interacción entre un niño y su m a­
dre, expresada como porcentaje del tiempo de vigilia en que interactúa con
ella; la extensión de sus cadenas de interacción y quién las inicia y quién las
termina; el modo habitual de interacción de la pareja; por ejemplo, mirada,
tacto o tom ar en brazos, las distancias que se suelen mantener entre ellos,
las reacciones del niño a la separación, las reacciones de éste ante un extra­
ño, tanto cuando está su madre como cuando no lo está, y las reacciones de
la madre cuando su niño explora o se hace amigo de otras personas.
436 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HUMANO

pera y reacciona de un m odo determ inado; y tam bién, siem­


pre que es la m ad re la que lo hace, el niño suele llegar a es­
perarla v a re a cc io n a r tam bién de un m odo determ inado.
Cada uno de ellos se ha a d a p ta d o al otro.
A causa de esto, al co n s id e ra r las p au tas de conducta
que caracterizan a los diferentes niños, tenem os que referir­
nos tam bién con stan te m e n te a las pau tas de m aternaje que
ca racterizan a las diferentes madres.

C r i t e r i o s para d e s c r i b i r las pautas d e a p e g o

Uno de los criterios m ás obvios, en cu a n to a los térm i­


nos p ara describir la cond u c ta de apego de un niño, parece­
ría ser el de si protesta o no cu a n d o la m adre le deja duran­
te algunos m om entos, y lo in tensam ente que lo hace. Éste es
el criterio de «fuerza del apego» que ha usado Schaffer
(Schaffer y E m erson, 1964a). Sin em bargo, A insworth en­
co n tró que tal criterio, p or sí m ism o, era insuficiente e in­
cluso engañoso. Ésta, reflexionando sobre las observaciones
que había hecho de bebés de Ganda, escribe (1963):

m u ch o s de los bebés... que p a re c ía n m ás só lid am e n te apega­


dos a su m a d re p onían de m a n ifiesto m uy p o ca c o n d u c ta de
p ro te sta o a n sied a d de se p arac ió n . M ás bien, m o stra b an la
fuerza de su apego a la m a d re p o r lo d isp u esto s que estab an a
servirse de ella com o b ase seg u ra d esde la cual p o d er ta n to ex­
p lo ra r el m u n d o com o am p lia r sus h o rizo n tes p ara incluir
o tro s apegos. P uede p a re c e r que el n iñ o an sio so e inseguro
está ap egado de m odo m ás sólido a la m ad re de lo qu e lo está
el niñ o feliz y seguro, qu e p arece to m a r a su m ad re com o algo
que le es debido. P ero ¿es qu e el n iñ o qu e se a fe rra a su m adre
- a s u s ta d o a n te el m u n d o y las p erso n a s y q ue no se mueve
p a ra e x p lo ra r o tra s cosas u o tra s p e rs o n a s - está ap eg ad o de
m odo m ás sólido, o está sen cillam en te m ás inseguro?

Parece claro que la fuerza del apego hacia u n a o m ás fi­


guras discrim inadas resulta un concepto d em asia do simple
p ara ser útil (lo m ism o que ha resultado serlo el concepto de
pulsión de dependencia unitario). Se necesitan nuevos con­
ceptos. P ara desarrollarlos, es necesario o bservar el apego
del niño en térm in o s de diferentes form as de co n ducta, tal
co m o tienen lugar en condiciones co ncretas diferentes. Ta­
les form as de cond u c ta po d rían ser las siguientes:
P A U T A S DE A P E G O 437

a) c o n d u c ta que inicia la interacción con la m adre, in­


cluyendo el saludo: p or ejemplo, aproxim arse, locarla, a b ra ­
zarla, hacerse un ovillo encim a de ella, ocu ltar la ca ra en su
regazo, llamarla, c h a rla r con ella, gesto de levantar las m a ­
nos V sonrisa;
b) c o n d u c ta com o reacción a las iniciativas de in te ra c ­
tuación de la m adre y que m antiene la interacción. Ésta in­
cluye todas las anteriores, así com o la observación;
c) conducta dirigida a evitar las separaciones: p o r ejem ­
plo, seguim iento, aterram ien to , llanto;
d) c o n d u c ta de volver a reunirse con la m ad re después
de u na separación angustiosa, que no sólo incluye re accio­
nes de saludo, sino tam bién de desapego, de re chazo y a m ­
bivalentes;
e) conducta exploratoria, especialm ente el m odo en que
está o rienta da en relación con la figura m a te rn a y el grado y
persistencia de su atención a detalles del am biente;
f) c o n d u c ta de re tira d a (miedo). Tam bién, y especial­
mente, de qué m odo está o rienta da en relación con la figura
m aterna.

Las condiciones que deben ser tenidas en c u e n ta al o b ­


servar la cond u c ta de un niño tienen que incluir, com o m í­
nimo, el p arad ero y los m ovim ientos de la m adre, la p re sen ­
cia o ausencia de o tras personas, el estado del am b ien te sin
relación con los seres h u m an o s y el estado del niño m ismo.
La lista siguiente nos da alguna idea de las n u m ero sa s c o n ­
diciones que deben ser tom ad as en consideración:

A. M ovim ientos y p arad ero de la madre:


m adre presente
m ad re que se m arc h a
m ad re ausente
m a d re que vuelve
B. O tras personas:
persona(s) familiar(es) presentes o ausentes
extraño(s) presentes o ausentes
C. Situación no re lacionada con los seres hum anos:
familiar
un poco extraña
m uy extraña
D. Condiciones del niño:
sano, enferm o o con algún dolor
438 O N T O G É N E S I S DEL APEGO HUM AN O

desc an sad o o fatigado


con h a m b re o alim entado

Vale la pena su b ra y a r que la c o n d u c ta del niño cuando


está fatigado o le duele algo suele ser especialm ente revela­
dora. M ientras un niño norm al, casi con toda certeza, se
a c erc ará a la m a d re en esas ocasiones, no lo h arán ni un
niño que se ha despegado de ella com o consecuencia de una
larga deprivación de cuidados m atern o s ni un niño autista.
R obertson observó el caso de la c o n d u c ta despegada de un
niño que e stab a s o p o rta n d o dolores m uy fuertes (véase
Ainsw orth y B oston, 1952), y B ettelheim (1967) el caso de
un niño autista.
En la práctica, quizás u n a selección relativam ente limi­
tada de en tre esta lista de condiciones - te ó r ic a m e n te com­
p le ta - podría darn o s un c u a d ro a d e cu ad o de u n niño deter­
m inado. Si esto es así, la co n d u c ta de apego de un niño
podría ser descrita p o r m edio de u n perfil que m o strara di­
cha co n d u c ta en cada u n a de esas condiciones selecciona­
das. La m ism a A insworth ha aplicado este tipo de ra zo n a­
m iento, ta n to en sus observaciones directas co m o en la
planificación de sus investigaciones.
P ara c o m p le ta r el cuadro, sería necesario, desde luego,
e la b o ra r tam b ién un perfil c o m p lem en tario de la conducta
de la m ad re del niño, incluyendo tan to cóm o reacciona a la
co n d u c ta de apego de éste en situaciones com parables,
com o de qué m a n e r a y c u á n d o es ella m ism a la que inicia la
interacción. Sólo después de hecho esto, p o d re m o s com ­
p re n d e r la p a u ta de interacción entre ellos y la parte que le
corresp o n d e al niño.

A l g u n a s pa utas d e a p e g o o b s e r v a d a s e n n i ñ o s d e u n añ o

La finalidad de este a p a r t a d o es p r e s ta r a te n c ió n a al­


g u n a s de las varia cio n es m ás c o r rie n te s de las p a u ta s de
apego cu a n d o el niño cu m p le un año. Sólo co n siderarem os
las p a u ta s q ue tien en lu g a r en n iñ o s cria d o s en fam ilia y
con u n a figura m a te r n a estable; las p a u ta s - in c lu y e n d o las
d e s v ia d a s - qu e se p o n e n de m a n ifie s to en niñ o s d e p riv a ­
dos o s e p a ra d o s co n s titu y e n u n p ro b le m a a m p lio y espe­
cializado que c o n s id e ra ré b re v e m e n te en el p e n ú ltim o ca­
pítulo.
PAUTAS DE APEG O 439

En la p rim era edición inglesa de este volum en sólo fue


posible expo n e r algunos de los hallazgos p re lim in are s del
estudio longitudinal que Mary Ainsworth y sus colegas esta­
ban e m p re n d ie n d o en B altim ore, M aryland, en el qu e o b ­
servaban la evolución de la co n d u c ta de apego de niños d u ­
rante los prim ero s doce meses de vida en u n a m u e s tra de
familias blancas de clase media. El trabajo ha hecho un lar­
go cam ino desde entonces, a u m e n ta n d o el n ú m ero de suje­
tos de la m u e s tra que fueron seguidos desde el nacim iento
hasta los doce meses y so m etiendo los datos a análisis muy
detallados. También se han o btenido conclusiones m ás cla­
ras respecto de las p au tas típicas de apego observadas a los
doce m eses evaluando nuevas m u e s tra s -c o n un total de
ochenta y tres parejas m a d re -h ijo - p o r m edio del p ro c e d i­
miento que llam aron «situación extraña», ideado p a ra estos
fines. Todos los detalles de este im p o rta n te traba jo están
ahora disponibles en un a m onografía (Ainsworth y otros,
1978). Dado que tan to los p ro c ed im ie n to s seguidos com o
los principales hallazgos los p resento en el volum en II de
esta o b ra (capítulos 3 y 21), aquí d aré sólo un resum en. En
el capítulo 18, describo los resultados de trabajos longitudi­
nales recientes, que em plean m étodos parecidos y q ue efec­
túan un seguim iento de los niños d u ra n te su seg u n d o año y
algunos años posteriores.
El procedim iento de «situación extraña» se diseñó p ara
evaluar las diferencias individuales en la o rganización de la
conducta de apego hacia la m ad re en bebés de doce meses.
R esum iendo, el p ro c e d im ie n to consiste en series de episo­
dios de tres m inutos, con u n a d u ra ció n total de veinte m i­
nutos, d u ra n te las cuales un niño de un a ñ o es observado en
una sala de juegos p e q u e ñ a y có m o d a pero extra ña. Esta
sala está eq u ip a d a con n u m e ro s o s ju g u etes y al niñ o se le
observa estan d o p rim e ro la m a d re presente; después,sin
ella; y, u n a vez más, cu a n d o ésta vuelve. El p ro c ed im ie n to
da lugar a u n a situación de tensión ac um ula tiva, en la que
se tiene la o p o rtu n id a d de e s tu d ia r las diferencias indivi­
duales en cu a n to a có m o los bebés se sirven de su c u id a d o ­
ra com o base p ara la exploración, a su c a p acid ad p a ra obte­
ner c o m o d id ad de ella, y al equilibrio apego-exploración,
d urante las series de situaciones cam biantes.
Aunque, d u ra n te cada episodio de la serie, a p a re c e u na
gran variación en las p au tas de c o n d u c ta puestas de m a n i ­
fiesto p o r los niños, los parecidos entre la m ayoría de ellas
440 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HUMANO

son tan llamativos com o las diferencias. Lo describo en de­


talle, dan d o un ejemplo ilustrativo, en el capítulo 3 del volu­
men II. D urante los prim eros tres m inutos, c u a n d o el niño
está solo con la madre, casi todos ellos exploran con mucho
cuidado la nueva situación, al m ism o tiem po que tratan de
no p erd er de vista a la madre. Prácticam ente, se puede decir
que nin g u n o lloró; y, a u n q u e la llegada de la investigadora
- u n a e x tra ñ a - reduce la exploración de casi todos los niños,
sigue sin h a b e r lloros. Sin em bargo, cu a n d o la m adre se
m arc h a dejando al niño con la extraña, la conducta de algo
m ás de la m itad de los niños cam bia ab ru p ta m e n te y las re­
acciones diferenciales se vuelven m u ch o m ás evidentes.
E n la discusión de sus resultados, A insworth llamó la
atención sobre el absu rd o de tra ta r de hacer una sola escala
lineal de niños, según el grado de intensidad del apego. Está
claro que, p a ra hac er justicia a los datos, hacen falta varias
escalas.
La dim en sió n que A insworth en c o n tró especialm ente
útil fue la de «seguridad» en el apego del niño; p u n tú a como
niño «con apego seguro» al niño de doce m eses que puede
explorar de u n m odo b a sta n te libre y en u na situación ex­
traña, usan d o a su m adre com o base segura, que no se que­
da p e rtu rb ad o p o r la llegada de un extraño, que parece tener
conciencia del p a ra d e ro de su m a d re a u n q u e ésta no esté
presente, y que la saluda c u a n d o vuelve. Esta valoración se
asigna tanto si el niño se p ertu rb a algo por la ausencia tem ­
poral de la m a d re com o si a g u a n ta breves períodos de tal
ausencia sin dem asiado disgusto. El polo opuesto son los ni­
ños que no exploran ni siquiera cu a n d o la m ad re está p re­
sente, a los que un extraño prod u c e m u ch a alarm a, que se
d e r ru m b a n en la desesperanza y en la aflicción en ausencia
de la m adre, y que, cuando ésta vuelve, a veces ni la saludan.
Estos últim os son evaluados com o niños con un «apego
m uy inseguro».
Es claro que un índice p a rtic u la rm en te válido de apego
seguro de un niño hacia su m adre es el tipo de reacción que
tiene hacia ella cu a n d o ésta vuelve después de un a ausencia
breve. Un niño seguro m uestra un a secuencia organizada de
co nductas con corrección de objetivos: después de salu d a r­
la y acerc arse a ella, o busca que ésta le coja en brazos y le
a b race o se q u ed a m uy cerca de ella. Las reacciones de los
otros niños suelen ser de dos tipos, principalm ente: u n o es
el de desinterés a p a re n te por la vuelta de la m a d re y/o re-
PAUTAS DE APE GO 441

chazo de ésta; el otro, u na respuesta am bivalente, q u e rie n ­


do acercarse y al m ism o tiem po queriendo resistirse a ello.
Aplicando tales criterios, se han descubierto tres pautas
principales de apego. Éstas fueron identificadas prim ero por
diagnósticos clínicos, y después han sido examinadas por me­
dio de té c n ic a s e s ta d ís tic a s m uy c o m p lejas, q u e h an d e ­
m ostrado su validez (Ainsworth y otros, 1978). Tales pautas
fueron clasificadas por Ainsworth com o B, A y C respectiva­
mente, y son las siguientes:

Pauta B

La principal característica de los niños clasificados como


con un apego seguro a la madre -q u e es la mayoría, en la m a ­
yor parte de las m u e s tra s - es que éstos son activos en el ju e ­
go y buscan el contacto, incluso cu a n d o se h an an gustiado
después de u na separación breve; enseguida q u ed a n con so ­
lados y vuelven muy pronto a absorberse en el juego.

Pauta A

Los niños clasificados com o con un apego ansioso a la m a­


dre y esquivos -aproxim adam ente, un 20 % en la m ayoría de
las m u estras- rehuyen a ésta cuando vuelve, sobre todo des­
pués de la segunda ausencia breve. Algunos de ellos tratan al
extraño de un modo más am istoso que a la propia madre.

Pauta C

Los niños clasificados com o con un apego ansioso a la


madre y rechazantes -a p ro x im a d a m e n te , el 10 % - oscilan
entre b u sca r la proxim idad y el co ntacto con ésta y o p o n e r­
se al co n tac to y a la interacción con ella. Algunos son d e s ­
critos tam b ién co m o m ás coléricos que los dem ás niños; y
unos pocos, m ás pasivos.

Es evidente que esta clasificación -p ro c e d e n te de las a c ­


tuaciones del niño en el procedim iento de «situación extra­
ña»- puede estar m o s tra n d o variables que tienen un signifi­
cado psíquico general, va que se en c o n tró que la c o n d u c ta
del niño, cuando se le observa en el hogar, no sólo se parece
en m uchísim os aspectos a la que pone de m anifiesto en la
«situación extraña», sino que a d e m á s difiere sistem ática-
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m en te de la de los niños de los otros grupos en los que no


fue clasificado. Las diferencias en esta c o n d u c ta son extre­
m a d a m e n te llam ativas cu a n d o se c o m p a ra a los niños de
apego seguro (grupo B), con los de apego ansioso, ya sea
éste ansioso y esquivo (grupo A) o ansioso y rechazante
(grupo C).
Las principales características de los niños del grupo B,
cuando se com paró su conducta en el hogar durante el último
trimestre del prim er año, con la de los niños del grupo A y C,
fueron las siguientes: un niño del grupo B, cuando exploraba
y jugaba, solía servirse de su madre com o base segura; aunque
estaba alegre al alejarse de ella, sin em bargo parecía tener en
cuenta siem pre los m ovimientos de ésta y de vez en cuando
hacía gestos hacia ella. El cuadro era el de un equilibrio ar­
m onioso entre exploración y apego. Ninguno de los niños con
apego ansioso puso de manifiesto tal equilibrio: algunos eran,
m ás bien, pasivos, exploraban poco y/o raram ente iniciaban el
contacto, y fueron los que m ostraron m ás m ovimientos este­
reotipados. Algunos de los niños con apego ansioso podían
iniciar u na exploración, pero de un m odo más breve que los
de apego seguro, y siempre parecían preocupados en cuanto al
paradero de la madre. Aunque solían tener m ucha tendencia a
estar m uy cerca de ésta y a tener contacto con ella, no pare­
cían sacar ningún placer de hacerlo.
Un niño del g ru p o B lloraba m enos que u n o del A o C.
C uando la m ad re salía de la habitación, el niño del B no so­
lía disgustarse, v cu a n d o ésta volvía, la saludaba enseguida
y con m u c h a alegría. Si le cogían en brazos, parecía disfru­
tarlo, y si m ás tarde se le bajaba se m o strab a feliz de re an u ­
d a r sus juegos. Al final del p rim e r año, no sólo lloraba me­
nos que el niño con apego ansioso, sino que tam bién había
desarrollado m edios de com unicación m ás variados y finos
con su m adre. Además, era m ás cooperativo en su relación
con ella, pud ien d o verbalizar los deseos y las peticiones, y
m enos inclinado a expresar rabia cu a n d o estaba enfadado.
En las observaciones en el hogar, se e n c o n tra ro n varias
diferencias e n tre la cond u c ta de los niños del grupo A - a n ­
siosos y esquivos- y la de los del grupo C -a n sio so s y recha­
zantes-, pero las diferencias eran m enos llamativas entre es­
tos dos g rupos que respecto del gru p o B. Una p a u ta muy
im p o rta n te de los niños del gru p o A era la evidencia de un
conflicto típico de aproxim arse-esquivar el co n tac to con el
cue rpo de la madre. Por ejemplo, un niño del grupo A podía
PAUTAS DE AP EG O 443

acercarse p rim ero a la m adre, pero d espués d eten e rse y/o


retirarse o e m p e z a r a c a m in a r en otra dirección. C uan d o es­
taba cerca de la m adre, no solía tocarla; y, si lo hacía, solía
ser sólo u n a parte periférica del cuerpo, p o r ejemplo, su pie.
Cuando ésta le cogía en brazos, no parecía relajarse c ó m o ­
dam ente en el cuerpo de la m adre y, al volver a s e r puesto en
el suelo, era m uy probable que p ro te s ta ra y q uisiera que le
cogieran en brazos o tra vez. Tam bién hab ía m ás pro b a b ili­
dad que en los otros niños de que siguiera a la m a d re c u a n ­
do ésta se iba de la habitación.
Igualm ente, la conducta de rabia tenía m ás probabilidad
de a p a re c e r en un niñ o del gru p o A que en niños de los d e ­
más grupos. Sin em bargo, cu a n d o surgía la rabia, r a r a m e n ­
te se dirigía de un m odo directo hacia la m adre; m ás fre­
cuentem ente, era d esplaz ada hacia algún objeto físico. Sin
em bargo, h u b o ocasiones en las que podía vérsele pegando
o m ord ien d o a su m ad re sin razón a p a re n te y sin n in g u n a
m uestra de em oción.2
Los niños del grupo C -a n s io s o s y re c h a z a n te s - tam b ién
pusieron de m anifiesto m uch o s conflictos. Sin em bargo, en
vez de m ostrarse esquivos al co ntacto con la m adre, un niño
de este gru p o p arecía desearlo, y se p o nían esp ecialm ente
rechazantes y furiosos c u a n d o su m adre in ten tab a que se in­
teresaran en algún juego lejos de ella; ta m b ié n tenían te n ­
dencia a ser notablem ente pasivos en situaciones en las que
otros niños ju g a b a n de m odo activo.
D escubrim ientos de este tipo nos hacen es ta r seguros de
la validez de los criterios em pleados por Ainsworth p ara cla­
sificar las pau tas de apego; y esta seguridad es a ú n m ay o r a
p a rtir de los resultados de m u c h a s de las investigaciones
que han ten id o lugar desde q ue se hizo la p rim e ra edición
inglesa de este volum en y q ue expondré en el ca p ítu lo 18.
E ntre tanto, quiero hacer n o ta r que la d im ensión seguridad-
inseguridad da m u ch o sentido al trabajo clínico. P arece te ­
ner u na relación m uy clara con la m ism a característica de la
infancia que Benedek (1938) llam ó «relación de confianza»,
con la que Klein (1948) llamó «introyección del objeto b ue­
no» y con la que Erikson (1950) llam ó «confianza básica».

2 Este tipo de conducta es un ejemplo, en los primeros momentos de la


vida, de cómo puede ser desconectada una reacción de la situación que la puso
en marcha, lo cual sucede en muchas condiciones psicopatológicas. Véase
volumen Til, capítulos 4 v 14.
444 O N T O G É N E S IS DEL APEGO HUMANO

Com o tal, m ediría un aspecto de la personalidad de gran im­


portancia para la salud mental.

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