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«¡Como si tuviese más letras

un no que un sí!»: violencia


en Rinconete y Cortadillo
Eduardo Olid Guerrero
Muhlenberg College

Como dijo el apócrifo Alonso Fernández de Avellaneda en el prólogo a su


Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha de 1614, las
Novelas ejemplares son de hecho comedias en prosa. Miguel de Cervantes
escribió para un público contemporáneo que tenía más experiencia como
espectador teatral que como lector, y construyó la nueva novela moderna ma-
nipulando múltiples géneros literarios, pero sobre todo reciclando elementos
1 En esta idea de lo teatral en las Novelas teatrales del gran espectáculo de la comedia nueva.1 En este caso, la teatralidad
ejemplares sigo la línea expuesta por de Rinconete y Cortadillo, como ya señalaron Domingo Ynduráin (1966:328)
otros especialistas como José Luis García-
Barrientos (2008:512) al explorar el concepto y Francisco Ynduráin (1969:101), remite concretamente a las figuras del do-
de la teatralidad en el Quijote según el naire propias del género breve. Así, este entremés en prosa narra la intensa
análisis de las escenas dialogadas y las
escenas visuales. experiencia que tienen dos jóvenes espectadores de la picardía organizada
sevillana representada en el patio de Monipodio.2
2 Edward Friedman (1980:205) resume
Bajo un clima distendido y a través del espacio interior exótico de la so-
bastante bien el debate sobre lo picaresco en
esta novela con una postura que suscribimos: ciedad marginal e ilegal andaluza, y de la corrupción disfrazada del sistema
«Rinconete y Cortadillo is not Cervantes’s judicial, esta novela ejemplar abarca con gran sutilidad la violencia criminal,
attempt to create picaresque fiction, but
rather a work which presents and then doméstica y de género de la sociedad sevillana de principios del siglo xvii.
nullifies picaresque and idealistic conventions Aunque los lectores entramos como compañeros espectadores con los dos
in order to define a new form of fiction». jóvenes protagonistas a presenciar el espectáculo paródico y divertido que re-
presenta el patio y la particular cofradía de Monipodio, son Rincón y Cortado
los que deben de decidir si se quedan allí como miembros oficiales o no. Final-
mente, parece que su decisión de marcharse es la misma que tomaría el lector
implícito ante las escenas que contemplamos. A pesar de ese ambiente jovial
y alegre en el que se desarrolla este entremés narrativo, la violencia constante

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y con distintas variantes de ese mundo provoca un distanciamiento tanto en


los espectadores del primer marco, como en los que nos encontramos en la
seguridad ucrónica del segundo.
Como consecuencia, la ironía cervantina presenta un breve metadrama
en prosa que usa de la descripción casual de un narrador oral, y del diálogo
entre los actores del patio de Monipodio y sus dos jóvenes aspirantes, para
que estos últimos aprendan y reaccionen ante la violencia que contemplan.
Rincón y Cortado mantienen la distancia para poder así reconstruir esta his-
toria imaginada hecha de pequeñas confesiones, eventos y datos finalmente
registrados en un libro de memoria.
Para el pensador Robin George Collingwood, la historia no es meramente
una acumulación de datos, sino de acciones que expresan los pensamientos de
sus agentes. Según Collingwood (1999:61-62), el marco compuesto de fechas y
lugares tiene valor para el historiador solo porque le ayuda a situar cada acción
en su contexto, y le ayuda a imaginar cómo pueden haber sido los pensamientos
de un agente funcionando en ese contexto. Rincón y Cortado son los agentes de
la historia que lleva sus nombres, y al convertirlos Cervantes en espectadores
implícitos son también los agentes que deben tomar decisiones en base a los
datos que perciben. Tienen por tanto que reconstruir la historia del patio de
Monipodio para poder seguir construyendo y decidiendo sobre su propia vida.
El espacio escénico de este relato se abre con una muy cervantina ventea-
tro (o venta como espacio teatral). Ese cronotopo de la «venta del Molinillo»
permite en un día indeterminado el encuentro de dos jóvenes aprendices de
pícaros que se encuentran «acaso». Esa aparente casualidad del relativo nos
da también un narrador que se presenta como ocasional relator de unos he-
chos que describe, apunta y detalla de manera muy teatral, lo que permite que
podamos percibir cómo esa voz narrativa se irá transformando en un mero
transcriptor de la escena. Como ya señaló Francisco José Sánchez (1993:107),
este narrador es un «acotador de las voces de los personajes». Gracias a este
apuntador, el lector tiene la libertad de reconstruir con su imaginación las dos
historias que conforman este breve metadrama en prosa.3 3 Este narrador es, siguiendo a Alan

De este modo, y además de las descripciones iniciales de las biografías de Paterson (2005:110), «a master of ecphrasis,
or description, abandoning the narrative, on
Rincón y Cortado, el narrador se limita a insertar acotaciones orales convir- cue, to engage with an object, person or event
tiéndose finalmente en un trujamán, a semejanza del que acompaña a Maese with a lexical precision and procedural order
that leave an impression of an underlying
Pedro en el Quijote, con locuciones dirigidas al lector como «veis aquí» (p. 174), repertoire of exercises dutifully fulfilled».
«olvidábaseme de decir» (p. 182), o «al volver que volvió» (p. 192). Estamos pues

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ante una novela fundamentalmente dialogada, donde el narrador forma parte


4 Reverencia que aparentemente y de del entramado escénico.4
forma coloquial el narrador casi olvida en su Destaca en estas páginas el lenguaje simulado y pedante con el que se diri-
papel improvisado de trujamán o apuntador
de la acción, ofreciendo acotaciones que gen ambos jóvenes cuando se conocen que dice mucho de su origen no pica-
introduce mediante expresiones directamente resco. Tienen entre 14 y 15 años, han tenido una vida difícil, pero han aprendido
extraídas de la expresión oral: «Olvidábaseme
de decir…» o «al volver que volvió…» (p. 192), o a sobrevivir, y lo que es quizás más importante han aprendido a ser cautos
«y con esto se fue. Ida la vieja,…» (p. 195). Para y mesurados, características muy apreciadas dentro del universo cervantino.
una función del trujamán como apuntador Esta condición equilibrada que desentona tanto por su edad como por su
en la novela de El ingenioso hidalgo Don
Quijote de la Mancha, véase mi trabajo Olid origen se ve ejemplificada en la descripción que ellos mismos hacen de la razón
Guerrero (2009). que explica su presencia en la posada. Así, Rincón toma la palabra de manos del
trujamán para relatar su experiencia tras robar a su propio padre y huir con lo
sustraído:

Vino el que tenía a cargo el dinero tras mí; prendiéronme; tuve poco favor,
aunque viendo aquellos señores mi poca edad, se contentaron con que me
arrimasen al aldabilla y me mosqueasen las espaldas por un rato, y con que
saliese desterrado por cuatro años de la corte (p. 166).

Nótese el distanciamiento del protagonista con su progenitor. Rincón ha-


bla de la violencia hacia el menor, sufrida con el beneplácito de su propio
padre, de forma tan trivial que nos hace pensar en lo habitual de este castigo,
tanto en el caso particular de la vida de este personaje, como por extensión
en la de cualquier joven que huyera del amparo o abuso familiar en la época.
Rincón recuerda también el caso del adolescente fustigado delante de don
Quijote, y en su recuerdo imborrable de la intervención contraproducente
del caballero. En ambos ejemplos parece claro que este tipo de violencia no
se olvida de la memoria juvenil.
Gracias a que un «mozo de la esportilla» presencia cómo Cortado roba el
pañuelo al sacristán, nos enteramos de la existencia de la «aduana del señor
Monipodio». Esto provoca que Rincón se pregunte asombrado si es que hay
que pagar en la ciudad andaluza «almojarifazgo de ladrones». Los impuestos
son pues la primera referencia paródica del mundo caricaturesco que van a
presenciar. Cortado insiste en esta extraña obligación para los criminales,
pues él solo conoce las penas físicas aplicadas por la justicia ordinaria: «Yo
pensé que el hurtar era oficio libre, horro de pecho y alcabala, y que, si se
paga, es por junto, dando por fiadores a la garganta y a las espaldas» (p. 178).

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Los decorados exteriores terminan pronto y sirven para presenciar el en-


cuentro de nuestros jóvenes pícaros, para verlos en acción y para dirigirnos
hacia el escenario interior del patio de Monipodio. De esta forma, el prota-
gonismo de la acción pasa tan pronto como cruzamos el umbral de la casa
sevillana, al dueño de la misma y a los personajes secundarios y sus distintos
casos, convirtiendo a Rincón y Cortado en simples espectadores.
La parodia del sistema judicial se inicia con la descripción del espacio
interior, del público asistente y de la figura que ostenta el poder para «dar
audiencia» (p. 181). También se caricaturiza la falsa religiosidad mediante el
uso de los signos religiosos como vestuario con el que desarrollar y maqui-
llar ejercicios delictivos: los dos «viejos de bayeta» llevan «sendos rosarios de
sonadoras cuentas en las manos» (p. 182); o mediante la práctica en la que el
crimen pretende ser moralmente exculpado por una devoción a unos supues-
tas divinidades protectoras: así vemos a la Pipota dar muestras de excesiva
devoción al entrar en la casa. La violencia verbal del lenguaje de la germanía
provoca la risa pero también sirve como nota costumbrista e ilustra las expe-
riencias cotidianas de los criminales sevillanos con la justicia. La referencia
a la muerte en la horca y los azotes son la primera indicación de la violencia
que rodea el aire jovial con el que Rincón y Cortado entran en la casa de
Monipodio. Le siguen la lección sobre el vocabulario germanesco: sobre los
métodos de torturas más habituales como las ansias o tormento de toca, o la
definición de primer desconcierto como las «primeras vueltas de cordel que da
el verdugo» (p. 180). Esta información se completa con el interrogatorio al que
somete Monipodio a los dos jóvenes como nuevos integrantes de la cofradía,
y en el que les pide: «Ánimo para sufrir, si fuere menester, media docena de
ansias sin desplegar los labios y sin decir esta boca es mía» (p. 188).5 5 Frank Pierce (1992:57) señala la nota

La descripción de los personajes secundarios que van llenando el escenario irónica con el mundo exterior al patio: «This
simulacrum of decent society involves people
crea la expectación en nuestros jóvenes espectadores y en nuestra lectura ante who apparent sincerity believe they can
la espectacular entrada en escena de Monipodio. Esta figura es descrita como consciously sin and still keep a certain contact
with the Church».
un supuesto juez imparcial que destaca por unas características monstruosas,
con un físico descomunal que además necesita ir armado, y que en suma: «Re- 6 García López (Novelas, p. 184, n. 180),

presentaba el más rústico y disforme bárbaro del mundo» (p. 184).6 Su poder se siguiendo a Rodríguez-Luis entre otros,
relaciona a Monipodio con el Menipo de
manifiesta enseguida al bautizar a los nuevos miembros añadiéndoles esos dimi- Velázquez, con el personaje de Proteo y con la
nutivos que los identifican como aprendices de pícaros a ojos de la organización. iconografía de Polifemo.
Como nosotros los lectores, Rincón y Cortado no dan crédito a sus ojos,
y ya como espectadores del patio se limitan a reaccionar con rapidez cuando

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son interpelados, usando de la falsa adulación para sobrevivir en este pe-


ligroso escenario. Si hay algo que distingue a nuestros jóvenes viajeros es
su habilidad para aprender rápido e improvisar. En las respuestas de Rin-
cón continúa subrayándose su presencia intelectualmente superior a la de su
nuevo patrón, dejando en evidencia tanto el analfabetismo de su imponente
7 El narrador nos hará sonreír con Rincón padrino, como su escaso intelecto y sus absurdas costumbres.7 Sin embargo,
al final de este entremés narrativo, cuando de Rincón se equivoca cuando presa de un momentáneo protagonismo le da a
nuevo se recuerde la confusión en el uso del
término estupendo por estipendio. Monipodio el lema ideal de fidelidad absoluta a la organización en un solo
8 Seguimos aquí de nuevo el apunte de
símil: «¡Como si tuviese más letras un no que un sí!» (p. 189). Ahora es el jefe de
García López (Novelas, p. 190, n. 227), para esa mafia sevillana el que demuestra su astucia, al elevarlos automáticamente de
quien «la escena que sigue tiene un gran rango ante esta respuesta ejemplar de Rincón que exige resistir cualquier posi-
paralelismo con otra del entremés de El ble tortura para no convertirse en posibles delatores. Esta expresión irracional
rufián viudo, y constituye la primera de tres
interrupciones en el patio de Monipodio que anula cualquier tipo de excusa o explicación futura que justifique la rendición
han sido relacionadas con la técnica teatral». ante el martirio. Con esta frase Rincón se condena a sí mismo y a Cortado, y
enseguida son asumidos por la cofradía perdiendo esa posición central en el
escenario de Monipodio. Así se van sucediendo a partir de ahora tres interrup-
ciones que terminan con el protagonismo de Rinconete y Cortadillo, meros
espectadores ya en el patio sevillano.8
La primera interrupción corresponde a la entrada de un alguacil corrupto
que busca la bolsa robada por Cortado. Este primer representante de la justi-
cia es descrito por el jefe de la banda criminal como alguien que «es amigo y
nos hace mil placeres al año». Si bien es verdad que, como afirma Rodríguez-
Luis, esta es la única intervención en la que Monipodio no actúa con violencia
(p. 181), también es cierto que la escena y la figura de este personaje adquieren
una tensión que provoca que Cortadillo decida devolver lo sustraído ante las
palabras y la imagen amenazante de su nuevo jefe: «Comenzóse a encoleri-
zar Monipodio, de manera que parecía que fuego vivo lanzaba por los ojos,
diciendo: —¡Nadie se burle con quebrantar la más mínima cosa de nuestra
orden, que le costará la vida!» (p. 190). El poder de Monipodio depende de
sus conexiones con la justicia real, por eso su astucia criminal estima mucho
más cuidar esos contactos que el posible valor de cualquiera de los pequeños
robos de sus secuaces.
A continuación entran en escena dos prostitutas (Gananciosa y Escalanta)
descritas de forma explícita por este narrador arbitrario que incrementa la ten-
sión en la escena: «Entraron dos mozas, afeitados los rostros, llenos de color
los labios y de albayalde los pechos, cubiertas con medios mantos de anascote,

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llenas de desenfado y de desvergüenza» (p. 192). Estas mujeres enseguida se


abrazan a sus dos chulos Chiquiznaque y Maniferro. Los nombres son de
nuevo altamente significativos e informan a todos sobre el modo con el que
ambos desempeñan sus intimidatorias actividades ilegales y domésticas.
La llegada de Juliana la Cariharta rompe el banquete ideal que la cofradía
se disponía a disfrutar. El apelativo compuesto de este personaje, cari-harta,
además de su comicidad, también nos indica que su rostro sufre un constante
padecimiento posiblemente por razones físicas.9 Prueba de ello es que la ra- 9 Para García López (Novelas, p. 196)

zón fundamental que lleva esta mujer a la casa de Monipodio es para pedir sin embargo, «el mote Cariharta refleja
una forma del rostro (‘carirredonda’ o
justicia tras sufrir una brutal agresión. El narrador/trujamán nos ayuda a vi- ‘mofletuda’) de probable intencionalidad
sionar cómo es la terrible imagen con la que esta mujer irrumpe en la alegre erótica».
escena: 10 Cobarrubias define descabellado como
«el que trae el cabello revuelto», sinónimos
Venía descabellada y la cara llena de tolondrones, y así como entró en el serían despeinada o desgrañada; tolondrones
es «el bulto que se levanta en la cabeza,
patio se cayó en el suelo desmayada. Acudieron a socorrerla la Gananciosa y cuando ha recibido un golpe, sin que salga
la Escalanta, y desabrochándola el pecho, la hallaron toda denegrida y como sangre». Según García López (Novelas, p. 196),
denegrida es morada por los golpes.
magullada (...). Y alzándose al instante las faldas hasta la rodilla, y aún un poco
más, las descubrió llenas de cardenales (p. 197).10

Una vez que recupera la conciencia, las primeras palabras de Juliana son
primero para reclamar justicia. Juliana señala al culpable, da su versión sobre la
relación personal que la une con el agresor, así como ciertas características que
definen a este, y aporta una descripción pormenorizada de los hechos desde la
causa de los mismos, hasta el último detalle de cómo sucedió la agresión:

La justicia de Dios y del rey venga sobre aquel ladrón desuellacaras, sobre
aquel cobarde bajamanero, sobre aquel pícaro lendroso, que le he quitado
más veces de la horca que tiene pelos en las barbas (...), león con las ovejas y
cordero con los hombres (...). Desta manera me ha parado aquel ingrato del
Repolido, debiéndome más que a la madre que le parió. (...) No lo hizo más
sino porque estando jugando y perdiendo, me envió a pedir con Cabrillas, su
trainel, treinta reales, y no le envié más de veinte y cuatro (...). Y en pago de
esta cortesía (...) esta mañana me sacó al campo, detrás de la Güerta del Rey,
y allí, entre unos olivares, me desnudó, y con la petrina, sin escusar ni recoger
los hierros, (...) me dio tantos azotes que me dejó por muerta. De la cual ver-
dadera historia son buenos testigos estos cardenales que miráis (pp. 197-198).

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Todo el discurso se adapta a la confesión requerida por escrito por la


justicia ordinaria ante una denuncia de este tipo. Incluso llega a confesar
que su matrimonio con su agresor le salvó a este de una condena a muerte
11 Para la declaración de la Cariharta previa.11 Sin embargo, la reacción de los testigos que llenan el patio andaluz
según se ajusta al derecho penal de la época es una muestra de la complejidad del problema de la violencia de género y
ver el trabajo de Tomás y Valiente (1969).
Para entender la situación que llevaba a la de las relaciones entre estas mujeres y sus rufianes. La Gananciosa de manera
denuncia de estas agresiones, Lorenzo Pinar sorprendente, al menos para el lector del siglo xxi, interpreta estos salvajes e
(1999:76-77) indica que: «El litigio se hacía
necesario no sólo para recompensar el honor inexcusables hechos como señal del cariño, porque sin duda «cuando estos
o la virginidad perdida, sino también para bellacones nos dan y azotan y acocean, entonces nos adoran». Incluso, y como
obligar al varón a hacerse cargo de la crianza inesperado abogado defensor, la Gananciosa pretende que la víctima le con-
del hijo y de las costas del proceso. De hecho,
los apartamientos de querellas estuvieron firme tal tesis con la que excusar al agresor con la siguiente pregunta: «Sino,
motivados en un 52% de los casos por razones confiésame una verdad, por tu vida: después que te hubo Repolido castigado
crematísticas».
y brumado, ¿no te hizo alguna caricia?». A lo cual responde Juliana con un
dato que sugiere un intento de violación posterior por parte de su proxeneta:
«Cien mil me hizo, y diera él un dedo de la mano porque me fuera con él a
su posada» (p. 198).
A pesar de que estas mujeres están subyugadas física y mentalmente, y de
que tristemente quieren creer que aquel que las maltrata es porque les tiene
un cariño especial, el hecho es que la intervención inicial de Juliana, y con ella
el propio texto, se llena con palabras que denuncian este tipo de violencia y
que están destinadas al único tribunal que rige su ámbito social. Monipodio
aparentemente no acepta que tales vejaciones puedan quedar impunes y exige
al causante: «Una manifiesta penitencia del cometido delito» (p. 190).
La llegada del acusado Repolido supone la tercera interrupción en la es-
cena del patio. Provoca que Juliana se esconda atemorizada al ver que se le
permite la entrada a pesar de su persistente resistencia. Este nuevo violento
personaje pretende que, a pesar de reconocerse como culpable, su caso se
resuelva no solamente a su favor, sin declaración de culpabilidad ni respon-
sabilidad alguna, recuperando sin más a su pareja personal y laboral, sino
que además espera que el juicio se resuelva de esta forma y rápidamente.
En caso contrario, se atreve incluso a volver a amenazar a su víctima por
partida doble: «¡Ea, boba, acabemos ya, que es tarde, y mire no se ensanche
por verme hablar tan manso y venir tan rendido, porque ¡vive el Dador!,
si me sube la cólera al campanario, que sea peor la recaída, que la caída!».
Ante la negativa de la Cariharta de volver con él, abandona su falsa y torpe
conducta cuasi sumisa y surge de nuevo la amenaza, acompañándola esta

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vez del insulto mediante el apelativo vulgar de prostituta: «¡Por Dios que
voy oliendo, señora trinquete, que lo tengo que echar todo a doce, aunque
nunca se venda!» (p. 202).
Monipodio intenta poner orden en su tribunal y situar de nuevo a Repo-
lido en su lugar de acusado. Sin embargo, esta vez utiliza astutamente la tesis 12 Como recuerda Villalba Pérez (2004:246-
de la violencia por amor antes mencionada por las propias víctimas, para 249), los escritores recogían una mentalidad
dictar una sentencia de mero efecto espectacular que toca únicamente en el popular en la que abundaba el escepticismo
sobre la veracidad de la denuncia femenina
honor público del acusado: ante la violación: por ejemplo Tirso de
Molina en El vergonzoso en palacio pone
estas tajantes palabras en boca de uno de
En mi presencia no ha de haber demasías: la Cariharta saldrá, no por ame- sus personajes: «¿Piensas de veras que en el
nazas, sino por amor mío, y todo se hará bien, que las riñas entre los que bien mundo ha habido / mujer forzada? / (...) / si
se quieren son causa de mayor gusto cuando se hacen las paces… ¡Ah, Cari- Leonela no quisiera / dejar coger las uvas de
su viña, / ¿no se pudiera hacer toda un ovillo
harta, sal acá fuera, por mi amor, que yo haré que el Repolido te pida perdón / como hace el erizo, y a puñadas, / aruños,
de rodillas! (p. 202). coces, gritos, y a bocadas, / dejar burlado a
quien su honor maltrata, / en pie su fama
y el melón sin cata?». O Mateo Alemán
A las amenazas de Repolido, le sucede un desafío y posible duelo por honor en su Guzmán de Alfarache, que recoge la
que hace olvidar el cumplimiento de la edulcorada sentencia de Monipodio siguiente creencia popular: «Porque real y
verdaderamente, hablándola entre nosotros,
que condenaba a Repolido a humillarse ante su víctima. El veredicto jamás se no hay fuerza, sino grado. No es posible
cumple y el entremés narrativo pasa del caos de una exacerbada demostración hacerla ningún hombre solo a una mujer,
si ella no quiere otorgar con su voluntad. Y
de virilidad sexista, acompañada de la respectiva sumisión femenina, a la falsa si quiere, ¿qué le piden a él?» (libro III, pp.
armonía momentánea entre las partes en forma de música y baile. 267-273). Como sabemos Cervantes recoge
Aun así, y a pesar del intento de Repolido por borrar de la memoria común también la idea de que la mujer no puede
ser forzada contra su voluntad. Leocadia en
lo ocurrido, su caso ocupa toda la parte central del relato y tiene más exten- La fuerza de la sangre es violada por Rodolfo
sión que ningún otro. Con Rincón y Cortado, el lector sonríe ante el absurdo cuando se encuentra desmayada, y una vez
despierta, el joven intenta repetir la agresión
espectáculo que ofrece esta cofradía, pero también está obligado a oír a una pero no puede doblegar físicamente a
víctima de la violencia de género pidiendo justicia tras una brutal agresión.12 la muchacha.
Esto apunta a la manera en que este tipo de casos se trataba por la justicia y los 13 José Luis de las Heras Santos (1994:224)
tribunales ordinarios de la época. El hecho de que al final la denuncia de esta bajo el epígrafe «Delitos contra la moral
maltratada prostituta no altere en lo más mínimo el futuro de las violentas rela- sexual dominante» para el muy extenso
periodo que va de 1572 a 1700 anota los
ciones entre los proxenetas y sus empleadas, indica que fuera de este escenario, siguientes datos: «Tal es el caso del estupro,
el panorama es el mismo, porque o bien no se llegaban a producir nunca estas las violaciones, y los raptos de mujer que
denuncias, como bien ejemplifica La fuerza de la sangre, o bien cuando llegaban en conjunto alcanzaron el 5% del total de
delitos perseguidos. Las restantes infracciones
al litigio raramente el culpable era acusado como tal, o si lo era, la pena podía recogidas bajo este epígrafe supusieron el
ser tan leve como la que intenta aplicar Monipodio a Repolido.13 7,7% del conjunto de faltas reprimidas. Entre
ellas proliferaban los amancebamientos,
La cuarta y última interrupción es la de un cliente particularmente exi- adulterios, tratos ilícitos, inquietar casadas,
gente que viene del exterior. De nuevo se rompe el distanciamiento irónico ‘solicitar mujeres’ y ‘perseguir doncellas’».

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al haber una relación directa con un personaje fuera de la realidad virtual del
patio. La violencia rebasa ahora los límites de la analogía, pues este caballero
es un cliente que, con su deseo de venganza, perpetúa la existencia de grupos
criminales como los que Rincón y Cortado están contemplando. El inter-
cambio comercial que implica aplicar justicia de modo arbitrario dinamita
de nuevo los cimientos del organismo que aplica la ley en la ciudad andaluza.
La lectura del libro de memoria lleva finalmente la violencia a todos los
rincones de la ciudad. Este documento que contiene las cuentas saldadas y
por saldar de esta mafia señala la dependencia de un grupo de criminales de
la palabra escrita para organizar sus actividades delictivas, parodiando con
ello indirectamente la burocracia judicial sevillana.
Tenemos además la paradoja de que Monipodio no sabe leer. Lo que
desde esta lectura no es un descuido cervantino como se ha querido ver, sino
un acierto ya que destaca la habilidad de Rincón para hacerlo. De este modo
nos damos cuenta de que los datos y eventos que contiene el inventario no
tienen importancia por sí mismos sino por la historia que cuentan. Monipo-
dio no puede entender esto, pero Rincón sí, y así puede reconstruir la historia
imaginada de esta hampa sevillana para tomar una decisión sobre su futuro
en ella. Rinconete y Cortadillo conservan sus recién adquiridos diminutivos,
pero deciden abandonar a esta «bendita comunidad». La decisión viene des-
pués de asistir al insaciable deseo agresivo que manifiesta el supuesto caba-
llero, y tras volver a formar parte de la escena leyendo Rincón ese estado de
cuentas y delitos por cometer por la cofradía. Ambas escenas finales rematan
esa crítica del texto a la administración de justicia sevillana de la época desde
el caos entremesil de la casa de Monipodio. Es un apunte moral y ético que
el narrador pone en la mente de Rinconete como razón para abandonar ese
escenario interior. Y es también una lección destinada a que el joven aprenda
por lo observado a cuidarse del mundo exterior, para terminar así su vida
picaresca y con ella este interludio en prosa: «Finalmente, exageraba cuán
descuidada justicia había en aquella tan famosa ciudad, (...) y propuso en
sí de aconsejar a su compañero no durasen mucho en aquella vida tan per-
dida y tan mala, tan inquieta y tan libre y disoluta» (p. 215). Como pedía
Collingwood del historiador, Rinconete reconstruye la historia del patio de
Monipodio a través de los datos que ha acumulado como testigo y espec-
tador. Por eso el narrador sugiere que no tendrá dificultad en convencer a
su compañero Cortado para que abandonen semejante compañía. De este

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modo sus nombres saldrán del libro de memoria de Monipodio, y al borrarlos,


posiblemente salven sus vidas.
Este relato de corte dramático, versión libre del género picaresco, no termina
con una lección moral, porque se deja para otra escritura futura el hacerlo. No
se garantiza que la presencia de ese narrador/trujamán se repita, porque su
función de describir y apuntar es fácilmente sustituible y acaba en este punto.
De esta forma el propio texto señala a su auténtico creador como el último res-
ponsable de elegir cómo y quién cuenta la historia. Por ello, Rincón y Cortado
no son producto de esa voz narrativa, de hecho están por encima de ella, porque
solo han pasado una prueba más en su aprendizaje vital. Ambos han llevado el
disfraz de pícaros para poder ser espectadores de un gran y ruidoso espectáculo
privado y secreto, que señala otros desórdenes públicos que no deben seguir
siendo silenciados. Cervantes esconde así a su narrador/trujamán y acaba el
entremés narrativo como se acostumbraba a hacerlo en los corrales: en el patio
sevillano y con el ruido de la caótica banda de Monipodio.

Bibliografía Heras Santos, José Luis, La justicia Rodríguez-Luis, Julio, Novedad y ejemplo
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