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Un seguro de vida

2 Timoteo 1:12

INTRODUCCIÓN: leyendo los informes de la prensa, nos damos cuenta de los peligros
que continuamente amenazan nuestra vida. Si practicamos una visita a cualquier hospital
nos maravillamos de que nuestro cuerpo se mantenga con más o menos salud, frente a los
innumerables tipos de enfermedades que existen. Por tal razón se han formado muchas
sociedades de seguros que insisten en que nos suscribamos a sus pólizas con el fin de poner
a nuestros seres amados a cubierto de la pobreza cuando nos llegue de un modo u otro lo
irremediable … que, todos pensamos, tardará muchos años en llegar; pero como nadie lo
sabe, muchos sacrifican una pequeña parte de sus haberes pagando elevadas cuotas en favor
de otros, no de sí mismos. Sin embargo, por una de estas inconsecuencias de lenguaje tan
frecuentes en todos los idiomas, llamamos a estas pólizas «seguro de vida», cuando su
verdadero nombre debería ser «seguro de muerte», por macabra que resulte la expresión.

I. Lo que debería ser un auténtico seguro de vida


Un auténtico seguro de vida, propiamente hablando, debería ser el que nos asegurara un
cierto número de años de vida, 50, 100 ó 200, según la tarifa escogida. Nos sonreímos de la
idea, ¿verdad? Pues sabemos que si tal seguro pudiera ser ofrecido, la compañía que lo
garantizara no necesitaría agentes para vender sus pólizas, pues las solicitudes afluirían a
sus oficinas por miles de millones, pero ¡ay!, tal seguro no existenos decimos con
incontenible amargura. Para todos tiene que llegar el momento de perder lo que más
queremos, que es la misma vida, y este momento puede estar a la vuelta de la esquina,
nadie lo sabe ni puede predecirlo con ninguna seguridad.

II. Un seguro de vida eterna


1. Sin embargo, a pesar de que este verdadero «seguro de vida» no existe sobre la Tierra,
existe un seguro de vida en el sentido más amplio y verdadero y es el seguro de la
eternidad.
2. Nuestra misma razón nos dice que Aquel que nos ha dado la vida, o sea, quien puso la
vida sobre la Tierra y ha presidido sus transformaciones animales hasta llegar a crear un ser
humano con las capacidades que existen en los hombres, no lo hizo en vano. Los hombres
eruditos de todos los siglos han estado pensando en que debe existir una vida al otro lado de
la muerte, y de ello tenemos fuertes garantías en el Libro de los libros que se llama la
Biblia, en donde leemos promesas de Jesucristo tan rotundas como las siguientes: «De
cierto, de cierto os digo, que el que oye mi Palabra y cree al que me envió, tiene vida
eterna» (Jn. 5:24), y a una muchacha judía creyente en la resurrección, como lo ha sido por
lo general el pueblo judío, cuando Jesús le dijo acerca de un hermano suyo llamado Lázaro
que hacía cuatro días que estaba enterrado: «Resucitará tu hermano». Ella replicó con la
amargura propia de los que han tenido pérdidas recientes de seres queridos: —¡Oh sí, yo sé
que resucitará, pero en el día postrero! ¿Qué le respondió Jesús?
3. «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí, aunque muriere vivirá, y el que vive
y cree en Mi no morirá eternamente» (Jn. 11:25). Y un poco más adelante, leemos:
«No se turbe vuestro corazón. ¿Creéis en Dios? Creed también en mí; en la Casa de mi
Padre muchas moradas hay, si así no fuera yo os lo hubiera dicho». Y poco después le
oímos exclamar: «Padre, aquellos que me has dado quiero que donde yo estoy, ellos estén
también conmigo, para que vean mi gloria que me has dado» (Jn. 17:24).
III. La certeza de algunos aseguradosQuizás dirás: «Esto si que es hermoso, pero ¿será
verdad?». Jesús ya preveía esta duda, por esto ratifica de antemano su promesa a la
creyente judía, Marta de Betania: «De cierto, de cierto te digo …»; y lo demostró en
aquellos días con la resurrección de Lázaro y poco después con su resurrección propia.
1. Tan sólo 25 años después, en el año 58 de nuestra Era, dio una prueba bien contundente
de que no era un cadáver, como les ha sucedido a todos los seres humanos que han pisado
esta Tierra, sino que se apareció a un joven fanático, rabino y miembro del parlamento
judío, diciéndole: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?», identificándose de este modo
con los cristianos que en aquella fecha eran ya millares en Jerusalén y naturalmente eran
perseguidos por los miembros de la religión oficial sometida a los gobernadores romanos.
Este joven rabino cambió totalmente de postura y se entregó durante muchos años a la labor
de visitar las naciones que baña el mar Mediterráneo, estableciendo grupos cristianos en
cada una.
2. Cuando era ya anciano y había pasado mil penalidades por amor a aquel Cristo vivo que
se le apareció a las puertas de la ciudad de Damasco, mantenía de tal modo su fe en el
Cristo resucitado y poderoso que poco antes de su muerte (que presentía porque el loco
emperador Nerón andaba persiguiendo a todos los cristianos de Roma bajo la excusa de
«que eran los incendiarios de la capital del imperio», que él mismo había ordenado quemar
mientras tocaba su citara), el apóstol Pablo escribió a su joven discípulo Timoteo: «Yo sé a
quién he creído y estoy cierto que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día» (2
Timoteo 1:12).
3. ¿A qué depósito se refería el apóstol cuando escribía con tal seguridad? A lo mismo que
explica un poco más adelante cuando escribe: «Porque yo ya estoy para ser ofrecido, y el
tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he
guardado la fe, por lo demás me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el juez
justo en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida».
4. De modo que la esperanza que alentaba a este anciano, injustamente sentenciado a
muerte es no sólo para él, sino también para todos los que han amado y aman al Señor
Jesucristo.

IV. Necesidad de este seguro de vida


Muchos dirán que no necesitan acudir a este invisible Señor que dos mil años atrás ya
estaba esperando el apóstol Pablo y por el cual otros muchos millares de personas han
estado dispuestas a sacrificar incluso su propia vida. Algunos me han dicho: «Si no hay
vida después de la muerte, mala suerte; y si la hay, nada malo puede ocurrirme, pues he
sido suficientemente honrado para que Dios no me castigue, sino que me admita sin reparos
en el Cielo». Pero esta opinión es del todo contraria a lo que el mismo apóstol Pablo había
escrito en una carta a los cristianos de Roma: «Por cuanto todos pecaron y están destituidos
de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia mediante la redención
que es en Cristo Jesús» (Ro. 3:23, 24). Es indispensable esta justificación que Dios ofrece
gratis a todos los que creen y han amado al Señor Jesucristo, lo que coincide con todo lo
que nos dicen los diferentes apóstoles y testigos de la vida, muerte y resurrección de
Jesucristo: «Por gracia sois salvos por la fe y esto no es de vosotros, sino un don de Dios,
no por obras, para que nadie se gloríe» (Ef. 2:8, 9).

CONCLUSIÓN: figuraos, amigos, la importancia de esta promesa y, por tanto, del seguro
de vida que Dios ha ofrecido gratis a todos los que han amado y creído en Jesucristo. Ello
concuerda con la grandeza de Dios, el cual nos ha dado la vida que vivimos y nos la
mantiene por las sabias y previsoras leyes de la naturaleza. Dios siempre ha obrado y obra
de peor a mejor, y como este apóstol y millares que han sufrido por Él, podemos estar
seguros de que el que nos ha proporcionado la presente vida, cumplirá su promesa

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