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Cod. 2200487
Un día soleado de verano, en donde las nubes no lograban dar mayor sombra;
Gabriela y Fabián, su padre, pasean en bicicleta. Tranquilamente y con un poco de
esfuerzo pero sin faltos de entusiasmo, coronan la pequeña colina que frente a ellos
se levantaba. Siguieron pedaleando anímicamente hasta llegar a un camino de
árboles y con los bordes infinitos de agua.
Cada día posterior a la partida de su padre, Gabriela subió sin mucho esfuerzo y con
demasiada esperanza al lugar donde su padre, sin saberlo le dio un último abrazo,
que jamás fue suficiente para una despedida.
A pesar del pasar de los años, de los climas adversos y obstáculos cada vez más
grandes nunca aquella Gabriela, aquella niña inocente que un dia vio desaparecer a
su padre en el horizonte y que creía en la promesa de su padre, perdió la fe de
volverse a encontrar con él.
Un día lluvioso, la abandonada hija de Fabián, como era de costumbre, recorre los
últimos pasos que había dado con su padre. Pero este día Gabriela se encontró con
una imagen sorpresiva. La bicicleta de su padre ya no estaba recostada en el árbol
de gran sombra…
Años después, paseando con sus amigas se detuvo frente al gran lago de
atardeceres infinitos. Mirándolo recordó los últimos momentos con su padre,
reviviendo cada instante y cada sensación que él gran abrazo había dejado en ella.
Sus amigas al ver que Gabriela se había perdido en el horizonte, le preguntaron que
si estaba bien, a lo que ella responde
-Sí, estoy bien, solo que en este lugar viví los momentos más felices y tristes de mi
vida y al venir aquí se me hace imposible no irme con ellos un rato.
Se acomodó nuevamente en su bicicleta y siguió el rumbo con sus amigas.
Otro día paseando, pero ahora con su futuro esposo Daniel. Gabriela paró también
en frente al gigantesco estanque de agua, le contó a su prometido aquella historia
triste e incomprensible para aquella niña inocente y esperanzada que era ella en ese
entonces. Con un abrazo lleno de consuelo y amor Daniel trata de tranquilizar a
Gabriela.
Pasaron las cuatro estaciones del año una y otra vez… hasta que por fin Gabriela
toma valor suficiente para bajar la pequeña colina hacia el lago, pero para su gran
sorpresa el agua azul y cristalina ya no estaba y en su lugar había desierto y
pequeños rastros de agua.
Un día de verano cuando las aves reboloteaban cerca del lugar especial de padre e
hija, vuelve Gabriela como era de costumbre pero eso sí mucho más anciana y
aminorada en sus fuerzas. Nuevamente desciende pero está vez decide avanzar
entre el gran pasto ya crecido. Luego de caminar y caminar llega a un despejado en
donde encuentra aquella balsa, esa donde su padre se había marchado hacia el
horizonte.
Con nostalgia dentro de ella y sintiéndose más cerca de su padre se acuesta poco a
poco entrando en un profundo sueño. Sin importar arena y matas que la incomodaba
ella descanso y se sintió cómoda como hace mucho tiempo no lo hacía.