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Victor Manuel Valladolid Bribiesca

Problemas de estética

Hölderlin – El Archipiélago

Comentario del poema

En El Archipiélago Hölderlin evoca a una Grecia que parece encontrarse en el presente


desde el que él escribe, pues hace alusión a sus mares, a los de Grecia. Dice Hölderlin en
las primeras líneas de El Archipiélago: “¡Oh poderoso!, vives todavía y a la sombra de tus
montes reposas como entonces; con brazos de muchacho ciñes todavía a tu querida tierra.” 1
Posteriormente, líneas más adelante, el poeta escribe: “Todos viven aún, las madres de los
héroes, las islas de año en año floreciendo” 2, con lo cual se piensa que en el los primeros
momentos del poema, Hölderlin aclama a una Grecia viva: nos habla del mar que vive, de
las islas que viven y también de sus habitantes que perduran en aquella magna Grecia, pues
dice: “ellos también, los viejos compañeros de tus juegos viven contigo, como antaño.”3

El Archipiélago –en términos geográficos– se compone del mar, las islas y de los
habitantes que en ellas viven. Se conjuntan estos tres elementos para conformar el carácter
vivo de la Grecia antigua, y ¿acaso no de la Grecia de comienzos de siglo XIX –periodo en
el que Hölderlin escribía las Elegías? ¿De qué Grecia nos habla el poeta en sentido estricto?
¿De aquella Grecia antigua donde florecía el pensamiento y una de las culturas principales
de occidente, o de una Grecia moderna? Parece que la Grecia viva es aquella Grecia
antigua, sin embargo, en el poema mismo deja entrever que también se habla de una Grecia
decadente, ya casi muerta: una Grecia moderna.

Si bien en las primeras páginas del poema alaba a Grecia con todo y su vida,
conforme avanza el poema Hölderlin asume un nuevo tono, un tanto doloroso y pesimista
en torno a la Grecia, por lo cual se piensa que se trata ya de una Grecia actual, la moderna.
Le habla Hölderlin al mar: “Tú, sin embargo, te crees solitario; en la noche callada oye la
roca tu lamento y muchas veces con enfado de los mortales tus aladas olas huyen hacia el

1
Hölderlin, F., “El Archipiélago” en Las grandes elegías (1800-1801), Madrid: Hiperión, 1983. p, 23.
2
Ibídem.
3
Ibíd., p, 25.
cielo.”4 Y en seguida continua: “Tus nobles protegidos ya no viven contigo, los que antaño
te honraban y orlaban tus orillas con ciudades y templos” 5, es decir, que los hombres de
aquella Grecia antigua han huido, y por ello el mar se encuentra solitario; ya no es aquel
mar que rebosaba de vida, y todo ello, por la ausencia de sus hombres. Se trata no sólo de la
huida de los dioses, sino también de la huida de los hombres; es eso uno de los grandes
elementos del periodo moderno. Y ¿Cómo no creer en ello si ya Hölderlin preguntaba:
“<<Dónde está Atenas, dime?>> << ¿Se redujo a cenizas, ¡enlutado dios!, cubriendo las
urnas de los grandes antiguos, tu ciudad, la que tú más amabas, en las sacras orillas?>>” 6?
Se han ido los griegos antiguos para dejar lugar a un nuevo hombre, se han ido los dioses
para dejar a un nuevo y único dios, se ha desvanecido la Grecia antigua para dejar lugar a
una Grecia moderna.

Parece que el poeta nos quiere mostrar a una Grecia vista de dos aristas: la primera
sería la Grecia de los clásicos, la segunda, la Grecia actual del tiempo del poeta. El poeta
está parado desde su tiempo presente para comprender dicho presente a partir de aquel
lejano y anhelado pasado. Es el poeta el que mira aquel antagonismo. Y es aceptable
suponer esto, pues Hölderlin tiene una maravillosa sentencia, además de verdadera sobre la
labor del poeta que reza así: “¡Mira! En aquel lugar el comerciante soltaba amarras de su
nave, soñando con la lejanía, contento, pues también para él la brisa alígera soplaba, y le
amaban los dioses, como al poeta, pues conciliaba los buenos dones de la tierra y unía lo
lejano con lo próximo.”7 Es necesario presentar toda aquella sentencia para que se entienda
lo que se quiere ahora tratar. Primero, compara la imagen del comerciante con la del poeta
en tanto que los dos miran –sueñan– a la lejanía. Esta lejanía puede pensarse como la
Grecia clásica. Ahora, habla no sólo de esa lejanía, sino también de lo próximo y de su
unión. Y ¿a quién le está permitido realizar dicha unión? Al poeta. Es el poeta aquel que
reúne lo próximo con lo lejano.

Al principio puede pensarse aquella labor del poeta como simple palabrería, sin
embargo, no resulta ser así. Pensemos, por ejemplo, hoy en pleno siglo XXI lo que sucede:

4
Ibíd., p, 27.
5
Ibídem.
6
Ibídem.
7
Ibídem.
lo más próximo se nos extravía. Nuestros padres y hermanos, la mesa en la que se come y
plática, en la que se muestra aquella maravillosa comunión se comienza a erradicar. En
lugar de tener aquellas situaciones como cercanas, como las más cercanas, se nos muestran
ya como las más próximas. En vez de estar con los amados, se gasta el tiempo en medios
electrónicos, en bares y antros y demás tipo de cosas. Se olvida, pues, lo más cercano: el
hogar, los padres y su cuidado. Pues bien, así como pasa hoy en siglo XXI, se puede decir
que Hölderlin ya veía aquello hace dos siglos. Miró la lejanía de la cercanía. Miró la lejanía
de la Grecia antigua. Y también encontró la proximidad con la Grecia moderna. Ahora
bien, si en su poema nos habla de dos Grecia, ¿Cómo entenderlas? Claro está que sigue
habiendo en el mundo una Grecia, pero sólo geográficamente, pues la espiritual ya se ha
ido. La Grecia antigua es la espiritual; la moderna la geográfica.

Se trata, entonces, de traer a la Grecia antigua, la lejana, con lo próximo, el siglo


XIX de Hölderlin, ¿Cómo? Y ¿Por qué? Tal vez porque hubo un momento crítico en la
historia de la humanidad, en la cual el poeta ya veía la urgencia de traer el pasado para con
ello salvar el presente. Sólo se plantea esto hipotéticamente. Y más serio aún ¿Se podía
traer de regreso a la Grecia clásica? ¿Qué pensó sobre ello el alemán? Lo que tiene mayor
aceptabilidad es que Hölderlin miraba a aquella Grecia antigua como un anhelo o incluso
como una esperanza, pero no como una realidad. Cuando Hölderlin hace mención de los
persas y remite a la batalla de Salamina, parece sólo hacerlo de manera simbólica; retomar
algún evento para dar a entender la realidad de la que se trataba: de que simplemente Grecia
había sido derrumbada.

Recordemos la imagen de la que hace uso Hölderlin: “Pues el enemigo del genio, el
Persa, que manda en muchas tierras, cuenta desde hace años la multitud de armas y vasallos
y de la tierra griega se burla, y de sus islas escasas, y las estima el rey cosa de juego; y
como en vano sueño el pueblo religioso armado está con el divino espíritu.” 8 Retoma la
imagen de los persas como uno de los principales antagonistas de la Grecia antigua: “Y el
Persa, cargado de botín, sigue su marcha, ebrio por la blasfemia, para continuar con el
saqueo”9, pero como ya se ha dicho, sólo como una imagen simbólica. ¿Por qué sólo como

8
Ibíd., p, 29.
9
Ibíd., p, 31.
una imagen o un símbolo? Porque sería algo no muy convincente del todo suponer que
Grecia decayó hasta tal periodo moderno por simples batallas, pérdidas y saqueos contra los
persas. Se trata de algo más serio y extenso. Con todo y simbolismos, realidades y
significados lo que termina ocurriendo es que: “¡Oh dolor!, cae la espléndida Atenas […] y
sobre el valle reina ya la muerte; en el cielo se pierde el humo del incendio.” 10 Ha caído,
Atenas, la cuna de la filosofía, la natal ciudad de Sófocles, uno de los principales símbolos
de no sólo Grecia, sino de la antigüedad. Cae aquella Grecia para que la antigüedad termine
y se dé paso a la modernidad.

Mas si ya hubo muerte, perdidas e incendios, ¿hay espacio para la esperanza, para
un retorno a aquella Grecia? Sólo tiene sentido responder con lo que Hölderlin plantea:
“Mas los hombres del pueblo, los nietos de los héroes, acometen ahora con más clara
visión; los amados de los dioses piensan en la gloria a ellos destinada, y los hijos de Atenas
no contienen su genio, que desprecia la muerte.” 11 Si con la llegada de los persas lo que
acontecía era la muerte, ahora, con los ateneos, lo que florece es el desprecio hacia la
muerte: “Y el pueblo de los atenienses vuelve con amor hacia las aguas.”12

Ahora, después de que ya Grecia ha despreciado la muerte y busca una nueva


morada, el poeta tiene que hacer uso de un nuevo hombre que sea capaz de alcanzar dicha
morada. Para ello Hölderlin nos dibuja algo sobre aquel nuevo rostro:

“Pronto busca también y entre los escombros mira el hombre el lugar de su propia morada, y
abrazada a su cuello llora su mujer, al recordar las amadas estancias de su sueño; y los niños
preguntan por la mesa, a cuyo alrededor en un amable grupo se sentaban, como sonrientes
dioses de la casa, bajo la mirada de su padre.”13

En verdad, esta última sentencia de Hölderlin es una nueva luz para la imagen del hombre,
pues, si los hombres modernos y actuales son aquellos “ocupados tan sólo en sus propios
afanes”14, los hombres de la Grecia antigua son aquellos que unen lo lejano con lo próximo:
¿Qué filósofo se ha detenido en pensar a la mujer amada que se afana al cuerpo de su

10
Ibíd., p, 29.
11
Ibíd., p, 31.
12
Ibíd., p, 33.
13
Ibíd., p, 35.
14
Ibíd., p, 41.
marido, qué pensador retoma la imagen de los niños, y más aún, quién osa pensar en una
simple mesa, uno de los principales lugares en los que se da la comunidad más esencial por
parte de los hombres? En los últimos siglos sólo se ha pensado la imagen del hombre en su
reunión como aquel que lucha por su libertad, por la justicia y los nuevos valores,
realizando plantones, marchas, comités y demás tipo de organización social que se quiera,
pero ¿Quién ha tan sólo vuelto la mirada al hombre en su sentido más próximo y cotidiano,
al hombre que se sienta ante la mesa con sus hijos y su mujer para recibir el alimento? Esta
nueva imagen que nos arroja Hölderlin tiene que ver con aquel hombre que antes de querer
libertad y justicia, pide a gritos su morada.

Una vez que hay una nueva imagen de hombre, un hombre restablecido y viviente,
un hombre que desprecia la muerte y quiere antes que nada su morada: su mar, sus islas, su
sol y su cielo, comienza a alzarse ahora su nueva morada:

“Pero levanta el pueblo tiendas y los antiguos vuelven a juntarse, […] la ola del dios del mar,
que envía gozosos sueños a sus favoritos; ya también, lentamente, brotan, en el campo
pisoteado, flores, las doradas, cuidadas por piadosas manos, verdea el olivo y en las praderas de
Colonos pastan, como antaño, nuevamente y en paz, caballos atenienses.” 15

Por último, si ya se restableció la nueva Grecia, la nueva imagen del hombre y su nueva
morada, ¿Qué falta por hacer? O ¿Qué falta por presenciarse? El retorno de los dioses,
“pues ahora la vida llena está de sentido divino y, como antaño, por doquier ante tus hijos,
perfeccionando todo, vuelves a aparecer, ¡Naturaleza!” 16 Una interpretación de este
comentario es que la esencia de los dioses, sobre los cuales pensamos que se refiere
Hölderlin, es la esencia de los dioses griegos, aquellos dioses que moraban en el mundo con
sus habitantes, aquellos dioses que se hacían presentes en el pueblo, como ocurría así en La
Ilíada de Homero. El dios mar, la diosa tierra, el dios cielo, etcétera. Son aquellos dioses
los que huyeron y retornan en El Archipielago, los dioses de la naturaleza. Creemos y
pensamos eso debido a que Hölderlin evoca al final la aparición de la naturaleza, y si es así,
lo que huyó junto con los dioses fue la naturaleza.

15
Ibíd., pp, 35-37.
16
Ibíd., pp, 43-45.
Con el restablecimiento de una nueva imagen de Grecia y de sus habitantes, llega
por igual una nueva imagen de la morada de los hombres, la morada ya no sólo de los
hombres, sino también de los dioses: la Naturaleza. Los hombres moran en la naturaleza,
pero los dioses habitan en ella. Uno de ellos es el dios mar, y Hölderlin lo evoca mediante
unos de los últimos versos de El Archipielago:

“Y tú, inmortal, aunque no te festeje la canción de los griegos, como antaño, resuena a menudo,
¡oh dios del mar!, en mi alma con tus olas, para que sobre las aguas prevalezca sin temor el
espíritu, como el nadador, se ejercite en la fresca dicha de los fuertes, y comprenda el lenguaje
de los dioses”17

Con todo y la nueva vida de Grecia, de los habitantes y de la naturaleza, bien podría
concluirse que Hölderlin pensó que era posible traer a la antigua Grecia al siglo XIX, sin
embargo, no es así. Se trata sólo de un poema que muestre aquellos contrastes entre lo vivo
y lo muerto, lo antiguo y lo moderno para con ello comprender el nuevo sentido del hombre
y de la naturaleza. Pero al final, todo concluye en que no está posibilitado al hombre
moderno retornar a aquella Grecia lejana.

Pese a que principios del siglo XIX la revolución industrial ya tenía cerca de medio
siglo de vida y avance, ya no se cantaba desde aquellos tiempos al dios mar, como lo hacía
y decía Hölderlin; eso ya quedó en el pasado. No obstante, con todo y la desaparición de la
Grecia antigua, de la huida de los dioses y de la nueva imagen del hombre, Hölderlin
comprendía que si aquello tan lejano que se desvanecía en el horizonte, pues si bien ya no
es posible retornar a aquella Grecia clásica, lo único que queda es llevar en el corazón y en
el recuerdo a Grecia para cantarle. Pues “si el impetuoso tiempo” 18, el moderno e industrial,
acompañado del “desvarío y la miseria de los hombres”19 modernos “estremecen mi alma,
¡déjame recordar el silencio en tus profundidades!”20 Sólo pide eso el poeta en su
frustración de ver que aquella Grecia con sus dioses y sus hombres queda ya tan lejana por
los nuevos ruidos de los motores, por el estremecimiento de las locomotoras y por el
florecimiento de la industria. Ante tal detonante de ruidos, el poeta sólo pide silencio,

17
Ibíd., p, 45-47.
18
Ibíd., p, 47.
19
Ibídem.
20
Ibídem.
silencio en el cual se recordará aquella Grecia lejana, a aquel gran archipiélago. Sucede que
en el siglo XIX los hombres ya no comprenden el lenguaje de los dioses: ya no entienden la
brisa del mar, ya no escuchan el resoplido del aire, la entonación de los volcanes, la vida de
los árboles y de todo lo aquello vivo; y ante tal incomprensión, el poeta sólo pedía silencio,
silencio para comprender aquel lenguaje de las divinidades, el lenguaje de la vida; como
aquel nadador que surca en los mares y comprende el lenguaje divino: se adentra éste en
sus aguas, siente sus brisas y el golpeteo de sus olas y contempla el hermoso atardecer que
en él acontece. Con todo, ya no hay nadadores, hombres que estiman la vida del mar y con
ello comprenden su lenguaje; ya sólo existe aquel hombre moderno que se sumerge en la
industria y la fábrica para olvidar con ello ya la existencia de un mar, un mar que le está tan
lejano. Un hombre que sólo se ocupa de sí mismo.

Bibliografía

 Hölderlin, F., “El Archipiélago” en Las grandes elegías (1800-1801), Madrid:


Hiperión, 1983.

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