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“Definición de la Cultura”

Reporte de lectura #1 Unidad 2

Olivia Patricia Betancourt Zapata


8 P-1
Seminario 4 “Psicología transcultural”
Maestra: Cynthia Teresa Quiñones Martínez
16 de Octubre de 2019
El presente texto contiene la formulación de un concepto de cultura que pretende aportar
a esa impostergable “traducción” entre las diferentes “lenguas” de las distintas ciencias de
lo humano, ayudar a que todas éstas, la historia económica, lo mismo que la antropología,
el psicoanálisis y la semiología, atraviesen la “prueba de Babel” y se conecten las unas con
las otras, no en el afán de alcanzar una suma imposible y por lo demás indeseable, sino con
la intención de abrir los diques que las ortodoxias disciplinarias ponen a la voluntad de
comprender y de llevar así a los muchos saberes sobre lo humano a rebasarse a sí mismos
en la confrontación con los otros. Haciendo referencia a la lectura que lleva como título
“Definición cultura” del autor Echeverría Bolívar.
La dimensión cultural de la vida social

El problema actual en la definición de la cultura

Lévi-Strauss, desde su libro innovador “Las estructuras elementales del parentesco”, ha


insistido en destacar la presencia de códigos o conjuntos de normas que rigen ciegamente
en la vida social, que se imponen a los individuos sociales sin que éstos puedan hacer nada
decisivo ni a favor ni en contra de su eficacia. Hay, por ejemplo, ciertas identificaciones de
los miembros de una comunidad de acuerdo a sus relaciones de parentesco que pueden regir
el comportamiento de unos respecto a otros en la vida social tal como rigen las leyes
biológicas o fisiológicas en el mundo animal.
El individuo social es, para Sartre, un ente dotado de iniciativa, capaz de trascender las
leyes naturales, capaz de implantar una nueva legalidad encabalgándola sobre esa legalidad
natural. Sartre no afirma que el comportamiento del ser humano no esté determinado por la
estricta vigencia de ciertas estructuras naturales, sino que el modo humano de vivir ese
comportamiento implica la presencia de la libertad.

En relación a esto, el enfrentamiento entre el “estructuralismo” de Lévi- Strauss y el


“existencialismo” de Sartre parece ser una variación más del combate permanente que
Nietzsche observa en la historia de la cultura occidental entre el principio “apolíneo”, que
afirma la preeminencia de la forma institucional y el nomos (la estructura) en la
constitución de la vida humana, por un lado, y el principio “dionisiaco”, por otro, que ve en
ésta principalmente lo que en ella hay de substancia pulsional e irrupción anómica (de “ek-
sistencia”).

La problemática actual en torno a la definición de la cultura puede comprenderse como


la culminación de un conflicto tradicional que enfrenta entre sí a estas dos posiciones
críticas frente a la noción de “espíritu” que genera el discurso moderno cuando versa sobre
la vida social, dos posiciones alternativas que cuestionan la función mistificadora de
denegación y deformación que tal noción cumple dentro del proyecto laico, “post-
teológico”, e intentan tematizar en términos “no metafísicos” la presencia de una sujetidad
en la vida humana y en su historia, definir lo que en éstas es propiamente libertad (sujeto) y
lo que simplemente es situación (objeto).

La primera de estas dos posiciones críticas reivindica lo que en la existencia de la


“forma natural” del mundo de la vida hay de libertad, es decir, lo que en ella hay de
actividad inventora de formas cualitativamente diferentes, de realidad irreductible al simple
proceso de trabajo en abstracto, es decir, de formación y valorización del valor económico.
Es una posición que lleva su reivindicación de la libertad hasta la exageración romántica,
hasta la supeditación de la consistencia del mundo al estallido instantáneo de la elección
subjetiva.

En cambio, la segunda posición crítica exagera también una defensa de la “forma


natural” del mundo de la vida, pero, al contrario de la primera posición, reivindica la
impenetrabilidad o la “naturalidad” de esa forma, la permanencia en ella de una actividad
inerte u objetiva que no sólo resiste y escapa a las nuevas formas con las que la actividad
libre del sujeto pretende modificarla, sino que se impone sobre ésta e incluso la adopta
como propia, como una derivación de sí misma.

En la medida en que la vida social se estructura en torno a la sociedad de propietarios


privados, los seres humanos no son más que cosas mercantiles; en la medida en que avanza
el predominio real de este tipo de existencia humana, en esa misma medida se ha impuesto
también la tendencia ideológica del discurso moderno a eliminar el tema de la sujetidad o la
libertad como hecho constitutivo de la condición humana, reduciéndolo a lo que en ella hay
de mera necesidad u objetividad.

Igualmente, es comprensible la exageración en el otro sentido. El proceso de trabajo que


sustenta y determina la existencia de la sociedad moderna no se desenvuelve sólo como una
actividad dirigida a vencer la escasez y proporcionar a la sociedad la abundancia de bienes
necesarios, sino como una actividad ilimitadamente creadora, capaz de provocar y
satisfacer cualquier tipo de necesidades.

La agudización actual del enfrentamiento entre las dos posiciones que critican el
“espiritualismo” espontáneo en la definición moderna de la dimensión cultural parece estar
conectada con algo que bien puede llamarse el estrechamiento de un impasse ya
relativamente viejo en el que se encuentra suspendida la crisis de las identidades
comunitarias arcaicas que prevalecen en el fundamento o la “civilización material” del
mundo moderno. Cabe insistir en que al hablar de cultura pretendemos tener en cuenta una
realidad que rebasa la consideración de la vida social como un conjunto de funciones entre
las que estaría la función específicamente cultural. Nos referimos a una dimensión del
conjunto de todas ellas, a una dimensión de la existencia social, con todos sus aspectos y
funciones, que aparece cuando se observa a la sociedad tal como es cuando se empeña en
llevar a cabo su vida persiguiendo un conjunto de metas colectivas que la identifican o
individualizan.

Bibliografía
Echeverría, Bolivar (2010). “Prólogo”, pp. 11-15 y “Lección 1. La dimensión cultural de la
vida social”, pp. 33-40 en Definición de la cultura. México, Fondo de Cultura
Económica.

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