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Johannes Colerus.

Breve, pero fidedigna biografía de Benedictos de Spinoza,


redactada a partir de documentos auténticos y de testimonios orales de personas
que aún viven, por / . C., predicador alemán de la comunidad luterana de La
Haya [Amsterdam, J. Lindenberg, 1705]"
Capítulo I. Origen y familia de Spinoza
[1] Este filósofo mundialmente famoso, recibió de sus padres judíos el nombre de
Baruch Spinoza; pero posteriormente, después de haberse separado del
judaismo, él mismo lo cambió, firmando en sus escritos y cartas Benedictus de
Spinoza. Nació en Amsterdam, en el mes de diciembre de 1633; por el día de su
muerte es fácil de calcular también el de su nacimiento.
[2] Aunque se suele escribir que era pobre y procedía de origen humilde, es
cierto más bien que sus padres eran judíos portugueses, distinguidos y bien
acomodados, que vivían en una hermosa casa de comerciante situada en el
Burgwal, cerca de la antigua iglesia portuguesa. Además, sus costumbres y
modales, amigos, parientes y posterior herencia de sus padres son suficiente
testimonio de que su educación no fue mala, sino mejor de lo común.
[3] Tenía dos hermanas, Rebeca y Miriam de Spinoza. La segunda estaba casada
con un judío portugués, llamado Samuel Carceris, cuyo hijo, Daniel Carceris, se
presentó después de la muerte de B. de Spinoza como heredero suyo. Así consta
en un poder notarial, librado a ese fin el 30 de marzo de 1677 por el notario
Libertus Loef en favor de Hendrick van der Spyck, que había sido el hospedero
del difunto.
Capítulo II. Comienzo de sus estudios
[4] Spinoza estaba dotado por naturaleza de un vivo ingenio y de una rápida
inteligencia. Como tenía, además, gran pasión por la lengua latina, recibió
primero unas horas diarias de clase de un estudiante alemán, hasta que después
se dedicó a su aprendizaje con el célebre profesor y doctor en medicina, Frans
van den Enden. Éste enseñaba entonces en Amsterdam con gran fama a muchos
hijos de los más distinguidos comerciantes, hasta que se comprobó que intentaba
imbuir a sus alumnos algo más que el latín, a saber, las primeras semillas y los
principios del ateísmo. Conozco diversos ejemplos de personas respetables, que
después ocuparon el cargo de ancianos en nuestra comunidad de Amsterdam,
que han dado gracias a sus difuntos padres por haberles alejado de la escuela de
este ateo.
[5] Van den Enden tenía una única hija, que era tan experta en la lengua latina
que llegó a dar clases de latín, y también de pintura, a los alumnos de su padre.
Spinoza ha contado muchas veces que había tenido la idea de tomarla por
esposa, aunque era algo coja y contrahecha de cuerpo, simplemente porque
estaba cautivado por su viva inteligencia y su gran erudición. Pero su
condiscípulo Kerckrinch, natural de Hamburgo, que lo había advertido y sentía
celos, ganó finalmente su favor, influyendo no poco en ello el precioso collar de
perlas, valorado en varios miles de florines, que él le regaló. Lo eligió, pues,
como esposo, después de que él renunció a su propia religión, a saber, la de la
Confesión de Augsburgo, y abrazó la romana (véase P. Bayle, Dict. Hist. et
Critique, 2.a ed. Rotterdam, t. 3, p. 2767; Kortholt, De tribus impostoribus, 2.a
ed., prefacio de su hijo).
[6] Van den Enden, como ya era demasiado conocido en Holanda, se marchó a
Francia, donde vivía de la práctica de su oficio de médico. Pero tuvo un final
desgraciado. Cuenta Bayle en su vida de Spinoza, traducida por F. Halma (p. 5),
que fue ahorcado en Francia por haber maquinado contra la vida del Delfín. Pero
otros, que lo conocieron allí y le trataron de cerca, aducen otras razones, a saber,
que intentó sublevar una provincia de Francia so pretexto de que recobraría sus
antiguos derechos, a fin de provocar molestias al rey francés en el interior del
país y aliviar así a nuestros Países Bajos de su opresión; pero que llegaron tarde
los barcos que de aquí debían serle enviados. En todo caso, si la primera
hipótesis es cierta, se debiera haberle impuesto otra pena mucho más dura.
Capítulo III. Se dedica primero a la teología y después a la filosofía
[7] Una vez que Spinoza llegó a entender el latín, se dedicó inmediatamente, en
su juventud, a la teología y se ejercitó algunos años en ella. Mas, como su
inteligencia y su juicio maduraban progresivamente y él mismo comprobaba que
era más hábil para los objetos de las ciencias naturales, abandonó aquélla y se
encaminó con toda decisión a la filosofía. Buscó largo tiempo un buen maestro y
escritos que le ayudaran en esta empresa, hasta que finalmente consiguió leer a
Descartes. Muchas veces ha reconocido que descubrió en su ciencia de la
naturaleza la mayor luz y que en ella aprendió a no aceptar nada más que
aquello que pudiera ser avalado con razones válidas e inteligibles.
[8] De esta forma se convenció de que las fútiles lecciones y opiniones de los
rabinos judíos no le podían ayudar en su cometido, puesto que se apoyaban
simplemente en su autoridad y en las supuestas inspiraciones divinas, y no en
principios y razones firmes. De ahí que comenzó también a apartarse cada vez
más del trato con los maestros judíos y a aparecer rara vez por la sinagoga.
Como éstos lanzaron contra él su odio, sospechaban que se pasaría de ellos al
cristianismo, aunque él jamás lo abrazó ni recibió el santo bautismo ni se ligó a
ninguna ideología. Claro que, después de su separación del judaismo, tuvo
muchos contactos con algunos menonitas cultos, pero también con los de otras
confesiones. Bayle, en la vida de Spinoza, traducida por F. Halma (pp. 6, 7, 8),
cuenta que los judíos le habían ofrecido una pensión o sueldo anual simplemente
por permanecer con ellos e ir rutinariamente a la iglesia. Él mismo lo ha
confesado muchas veces a sus hospederos y a otros, admitiendo que dicha
pensión estaba fijada en mil florines. Pero siempre añadía que ni por diez mil iría
jamás bajo tal capucha a la sinagoga, puesto que él sólo buscaba la verdad y no
la simple apariencia.
[9] El mismo Bayle escribe también que en cierta ocasión, al salir Spinoza del
teatro, fue atacado por un judío, que le hizo una pequeña herida en la cara con
un cuchillo y que él sospechaba que había querido quitarle la vida. En cambio, el
hospedero de Spinoza y su mujer, que aún viven, me han dicho que él se lo ha
contado muchas veces de otro modo, a saber, que al salir él una tarde de la vieja
sinagoga portuguesa, fue atacado con un puñal y que, según lo vio, se volvió y
que por eso recibió el golpe en el vestido. Como prueba duradera del hecho aún
conservaba una casaca. Este percance le ofreció la ocasión para irse a vivir fuera
de Amsterdam y así proseguir en la calma sus investigaciones sobre la
naturaleza.
Capítulo IV. [La excomunión]
[10] No bien se apartó Spinoza de los judíos, pusieron éstos en acción contra él
su derecho eclesial, excluyéndolo públicamente de la sinagoga y de la
comunidad. Que esto sucedió realmente así, lo atestiguó muchas veces él mismo,
y por eso desde entonces no quiso hablar ni tratar más con ninguno de ellos.
Bayle y Musaeus lo confirman al unísono. Y los judíos de Amsterdam, que lo
habían conocido muy bien, me dijeron que era un hecho bien conocido y que el
anciano haham Aboab, un rabí de gran prestigio por entonces entre ellos, lo
había excomulgado. He intentado hallar el texto entre sus hijos, pero en vano, ya
que se excusaron diciendo que no lo habían encontrado entre los papeles
postumos de su padre, aunque bien me di cuenta de que no querían soltarlo de
sus manos.
[11] He preguntado aquí, en La Haya, a un judío erudito qué fórmula utilizaban
en la excomunión de un apóstata y me contestó que era la misma, sólo que más
breve, que se halla en el tratado de Maimónides Hilcotb Talmud Torab, capítulo
7, v. 2. Por otra parte, según la opinión común de los intérpretes de las Sagradas
Escrituras, los judíos tenían tres clases de excomunión, aunque el ilustre
Johannes Seldenus, en su libro De Synedriis veterum hebraeorum (lib. 1, cap. 7,
p. 64), afirma que sólo solían usar dos clases, la primera de las cuales tenía dos
grados.
[12] La primera clase de excomunión, llamada por ellos niddui, es una expulsión
o separación temporal de la comunidad. Primero se imponía al culpable una
fuerte multa y se le amonestaba, concediéndole siete días para que se purificara
en su interior de su mal y se liberara de su culpa. Si no lo hacía así, seguía una
exclusión, llamada por ellos pequeña excomunión, según la cual aún esperaban
treinta días o un mes a ver si recapacitaba. Durante ese tiempo debía el
excomulgado mantenerse a cuatro pasos de otros hombres, sin que nadie osara
relacionarse con él, excepto quienes le dieran de comer y beber. Johannes Jacob
Hofmann, en su Lexicón (t. II, p. 213), añade aquí que nadie puede comer ni
beber ni bañarse con él, pero que éste tiene libertad para ir a la sinagoga tanto
para enseñar como para escuchar; pero que, si durante esos treinta días le nace
un hijo, no intentará circuncidarlo; y que, si acaso muriera, no será llorado ni
lamentado, y que para su perpetua vergüenza arrojarán sobre su tumba un gran
montón de piedras o harán rodar sobre él un peñasco. Willem Goeree, en sus
Antigüedades judaicas (t. I, p. 641), pretende que nadie en Israel ha sido jamás
castigado con una excomunión que merezca estrictamente tal nombre; pero los
intérpretes de las Escrituras, tanto judíos como cristianos, no están de acuerdo
con él, sino que prueban más bien lo contrario.
[13] La segunda clase de excomunión se llama herem y es una exclusión de la
sinagoga que va acompaña da de terribles maldiciones, tomadas generalmente
de Deuteronomio, 28, como muestra con todo detalle D. Dilher (Disput. Theoi et
Philolog., t. II, p. 319). Y el erudito inglés, John Lighthoot, en sus Horae
hebraicae sobre 1 Cor. 5, 5 {Opera, t. II, p. 890), dice que esta excomunión debía
seguir a la primera cuando habían pasado los treinta días sin que el excomulgado
diera muestras de haberse purificado de su mal y su culpa, constituyendo así el
segundo grado de la pequeña excomunión. Se realizaba en una asamblea
pública, en la que se proclamaba públicamente sobre el culpable la maldición,
tomada de la ley de Moisés. Se encendían las luces, que ardían mientras duraba
la lectura de las palabras imprecatorias. Hecho lo cual, el rabí apagaba las velas
a fin de mostrar que aquel hombre quedaba privado de la luz divina. Quien era
así excomulgado no podía volver a la sinagoga, ni para enseñar ni para escuchar,
durante los treinta días, que se ampliaban después a sesenta o noventa, para que
el excomulgado pudiera llegar a reconocer sus pecados.
[14] Si no sucedía así, seguía, finalmente, la tercera clase de excomunión,
llamada por los judíos scbammata. Era una exclusión sin esperanza de ser
recibido jamás en la comunidad de la iglesia o del pueblo judío. Ésta era
estrictamente la por ellos llamada gran excomunión. Antiguamente, se
acostumbraba a tocar el cuerno (shopbar), cuando el rabí la proclamaba en la
asamblea, a fin de que cuantos le oyeran, sintieran terror. Por ella se excluía a
los malhechores de toda ayuda y asistencia humana y de todos los medios y
gracias de Dios, y se los entregaba al severo juicio divino para su eterna
perdición. Son muchos los que sostienen que esta excomunión o scbammata es la
misma que el apóstol (1 Cor. 16, 22) denomina maran atha, cuando dice: «si
alguno no ama al señor Jesucristo, sea anatema, mabaram motha» (o, dicho con
más precisión, matan atha\ es decir, «sea excluido hasta la muerte». O, según la
traducción dada por otros (del hebreo), «el Señor viene», a saber, para juzgarlo y
condenarlo. Los judíos sostienen que esta clase de excomunión fue implantada
por Enoc y que ha llegado a ellos por tradición.
[15] En cuanto a los motivos por los que excomulgan a alguien, según el
testimonio del erudito Lighthoot (loe. cit.), los maestros judíos aducen dos
principales: por dinero o por epicureismo. Por dinero, cuando el deudor ha sido
condenado a pagar y rehusa hacerlo. Por forma epicúrea de vida, cuando alguien
se ha convertido en un blasfemo, un idólatra, un profanador del sábado o un
apóstata de su religión. Puesto que así se describe a un epicúreo en el Talmud
(tratado Sanedrín, fol. 99), diciendo que es uno que desprecia la palabra de Dios,
se burla de los discípulos de los sabios y pronuncia palabras malvadas contra
Dios. A tal hombre no le concedían tiempo alguno, sino que lo declaraban
inmediatamente excomulgado. El primer día de la semana era convocado por el
presidente de la sinagoga y, si no se presentaba, debía éste proclamarlo
públicamente diciendo: «por mandato del superior de la escuela he convocado
aquí a N. N., pero él no ha querido presentarse». Entonces se ponía por escrito la
excomunión, y el mismo servidor se encargaba de notificarla al excomulgado.
Este escrito le servía de cédula o carta de excomunión, y también otros podían
sacar de ella una copia con tal de pagar al amanuense. Pero, si el excomulgado
se presentaba y seguía obstinado, se hacía lo mismo de palabra y además se le
señalaba con el dedo. Lighthoot (loe. cit.) aún aduce, a partir de antiguos
escritos judíos, otras 24 razones por las que excomulgaban a uno; pero sería
prolijo referirlas aquí.
[16] Finalmente, en cuanto al formulario utilizado tanto en la excomunión oral
como en la escrita, se hacía constar primero la culpa o causa de la misma, tal
como indica Seldenus (loe. cit., p. 59) fundándose en Maimónides. Venía después
esta corta fórmula: «este N. N. esté en niddut\ herem o scbammata. Sea
separado, excomulgado o totalmente desarraigado». He buscado largo tiempo
uno u otro formulario de la excomunión judía, mas no la conseguí de ningún judío
hasta que Surenhusius, cultísimo y experto en los escritos antiguos de los judíos,
catedrático de lenguas orientales en la Ilustre Escuela de Amsterdam, me
proporcionó la excomunión general judía del libro sobre las ceremonias judías,
llamado Colbo, acompañada de una traducción latina. El mismo texto se halla
también en el libro de Seldenus De jure naturae et gentium (lib. IV, cap. 7, pp.
524 ss). La hemos traducido como sigue en atención al lector holandés:
[17] Fórmula de la excomunión general judía.
Según el decreto de los ángeles y el veredicto de los santos proscribimos, arrojamos, desechamos,
rechazamos, condenamos y maldecimos, por la voluntad de Dios y de su Iglesia y en virtud del libro de la
Ley y los 613 preceptos en él contenidos, con esta excomunión, con la que Josué proscribió a la ciudad de
Jericó, y con la maldición con que Elíseo maldijo a los muchachos y a su criado Gehazi; con el anatema con
que Barak anatematizó a Meros y con el que solían emplear los miembros del Gran Consejo; con el que Raf
Judá, hijo de Ezequiel, lanzó contra su criado (véase Guemara. «Kiduschim», fol. 70) y con todas las
proscripciones, maldiciones, condenas, expulsiones y separaciones que se han decretado desde el tiempo de
Moisés, nuestro maestro, hasta el día de hoy en el nombre de Actariel, llamado Iah, el señor de las batallas;
en el nombre del gran príncipe Miguel; en el nombre de Metatterón, cuyo nombre es igual al de su amo; en
el nombre de Sardalifón, que ofrece flores a su amo, es decir, que lleva las súplicas de Israel ante Dios, el
señor; en el nombre que contiene 42 letras, a saber, en el nombre de aquel que se apareció a Moisés en la
zarza; en el nombre por el que Moisés hendió el Mar Rojo; en el nombre de aquel que ha dicho: «yo soy el
que seré»; por el misterio del gran nombre de Dios, «Jehová»; por la Escritura de las doce tablas de la Ley;
en el nombre del señor, el Dios de las batallas, que vive por encima de los querubines; en el nombre de los
globos y las ruedas que vio Ezequiel y de los animales sagrados y de los ángeles subalternos; en el nombre
de todos los santos ángeles que sirven al Altísimo: condenamos a cualquier hijo o hija de Israel que de
algún modo quebrante voluntariamente un solo mandamiento de la iglesia que le está prescrito observar.
Que sea maldito ante el señor, Dios de Israel, que se sienta por encima de los querubines. Que sea maldito
por la boca del nombre santo y terrible que llegó a la gran propiciación a ruego del pontífice supremo. Que
sea maldito en los cielos y en la tierra, por la boca de Dios todopoderoso, por el nombre del gran príncipe
Miguel, por el nombre de Mettateron, cuyo nombre es igual al de su amo (la palabra Mettateron llega al
mismo número de letras que la palabra Schadai, el todopoderoso, a saber, 314). Sea maldito por el nombre
de Actariel Iah, señor de los ejércitos, por la boca de los serafines, de las ruedas y santos animales, así como
de los ángeles subalternos, que sirven con santidad y rectitud ante el señor. ¿Ha nacido en el mes de nisán
(marzo), cuyo supremo ángel guardián y director se llama Uriel? Que sea maldito por su boca y por la boca
de toda su guardia. ¿Ha nacido en el mes de ijar (abril), cuyo supremo ángel guardián y director se llama
Zefaniel? Que sea maldito por su boca y por la boca de toda su guardia. ¿Ha nacido en el mes de silván
(mayo), cuyo supremo ángel guardián y director es Amniel? Que sea maldito por su boca y por la boca de
toda su guardia. ¿Ha nacido en thammus (junio), cuyo supremo ángel guardián y director se llama Peniel?
Que sea maldito por su boca y por la de toda su guardia. ¿Ha nacido en el mes de abh (julio), cuyo supremo
ángel y director se llama Barkiel? Que sea maldito por su boca y por la boca de toda su guardia. ¿Ha nacido
en el mes de elul (agosto), cuyo supremo ángel guardián y director se llama Periel? Que sea maldito por su
boca y por la boca de toda su guardia. ¿Ha nacido en el mes de tisri (septiembre), cuyo supremo ángel
guardián y director se llama Zuriel? Que sea maldito por su boca y por la boca de toda su guardia. ¿Ha
nacido en el mes de marscheschvan (octubre), cuyo supremo ángel guardián y director se llama Zacariel?
Que sea maldito por su boca y por la boca de toda su guardia. ¿Ha nacido en el mes de schevat (enero), cuyo
supremo ángel guardián y director se llama Gabriel? Que sea maldito por su boca y por la boca de toda su
guardia. ¿Ha nacido en el mes de hisleu (noviembre), cuyo supremo ángel guardián y director se llama
Adoniel? Que sea maldito por su boca y por la boca de toda su guardia. ¿Ha nacido en el mes de tevat
(diciembre), cuyo supremo ángel guardián y director se llama Anael? Que sea maldito por su boca y por la
boca de toda su guardia. ¿Ha nacido en el mes de schevat (enero), cuyo supremo ángel guardián y director
se llama Gabriel? Que sea maldito por su boca y por la boca de toda su guardia. ¿Ha nacido en el mes de
adar (febrero), cuyo supremo ángel guardián y director se llama Rumiel? Que sea maldito por su boca y por
la boca de toda su guardia. Sea maldito por la boca de los siete ángeles que presiden los siete días de la
semana y por la boca de toda su guardia y tropa. Sea maldito por los cuatro ángeles que presiden las cuatro
estaciones del año y por toda su guardia y tropa. Sea maldito por las siete potencias; por la boca del
príncipe de la ley, que lleva el nombre de corona y sello; por la boca del Dios grande, fuerte y terrible.
Pedimos que tal hombre sea aniquilado, que su caída llegue rápidamente. Que Dios, el Dios de los
espíritus, lo destruya y extermine, aniquile, suprima y extirpe ante toda carne. La cólera del señor
y un huracán irresistible caiga sobre la cabeza de los impíos. Que caigan sobre ellos los ángeles
exterminadores. Que sea maldito, a dondequiera que se vuelva o dirija. Que su alma huya de él
con pavor. Que muera por un estrechamiento de garganta. Que no sobrepase los límites de su vida
ni salga de ellos. Que Dios lo castigue con la consumpción, con la fiebre elevada, con el fuego, con
la inflamación, con la espada, con la sequedad y con la sarna. Que Dios le persiga hasta que lo
destruya totalmente. Que su espada le atraviese el corazón y que su arco sea roto. Que sea como
paja ante el viento y que el ángel del señor lo arrastre lejos. Que su camino sea tenebroso y
resbaladizo y que el ángel del señor lo persiga. Que le llegue su destrucción sin preverla. Que la
red, que ha colocado en lo prohibido, lo atrape. Que Dios lo expulse de la luz a las tinieblas y que
lo arroje de la faz de la tierra. Que la angustia y la congoja lo atenacen. Que sus ojos vean su
destierro y que beba el enojo del todopoderoso. Que sea vestido con la maldición como si fuera su
vestido y que masculle su propia piel. Que Dios lo extermine eternamente y lo expulse de su
tienda. Que el Señor no le perdone sus pecados, sino que su ira y su celo humeen sobre este
hombre y que caigan sobre él todas las maldiciones que están descritas en el libro de la Ley. Que
el Señor borre su nombre bajo el cielo y que a él lo separe, para su desgracia, de todas las tribus
de Israel, de acuerdo con todas las maldiciones de la alianza descritas en el libro de la Ley. Pero
vosotros, que aún hoy estáis vivos, sed adictos de vuestro Dios. Él, que ha bendecido a Abraham,
Isaac, Jacob, Moisés, Aarón, David, Salomón, los profetas y a los temerosos de Dios entre los
gentiles, bendiga también a toda esta santa comunidad, junto con todas las demás comunidades,
a excepción de aquellas que violan esta excomunión. Dios quiera, según su misericordia,
conservarles, sostenerles y librarles de toda opresión y miseria. Que Él quiera alargar sus días y
sus años y enviar su bendición y prosperidad sobre todas sus obras. Que los salve pronto a todos,
junto con todo Israel. Hágase así su voluntad y beneplácito. Amén.

[18] Puesto que Spinoza se había separado de los judíos, contradicho a sus
maestros y ridiculizado sus nimiedades, también fue tenido por ellos por un
blasfemo, despreciador de la palabra de Dios y un renegado, que se había pasado
de ellos a los goyim o paganos, y no cabe duda que fue condenado por ellos con
la más grave excomunión o scbammata. Un experto judío me ha confirmado
recientemente que, si tal (comportamiento) había precedido, la excomunión
aplicada debió ser sin duda la scbammata. Como Spinoza no estaba presente, le
excomulgaron por escrito y le enviaron de ello una copia. Contra esto redactó él
una defensa en español y se mandó entregársela en mano, como veremos a
continuación.
Capitulo V. Aprende un oficio para sustentarse
[19] Spinoza, como judío culto, conocía muy bien la ley y el consejo de los
antiguos maestros judíos, de que, junto con los estudios, se debe aprender un
arte u oficio para vivir de él. Pues he aquí lo que dice Rabán Gamaliel en el
tratado talmúdico Pirke Avoth, cap. 2: «agradable es el estudio de la Ley, cuando
va acompañado de algún arte, ya que la colaboración de ambos hace olvidar los
pecados, y todo estudio que no va acompañado de un oficio se disipa y arrastra
tras él la injusticia». Y R. Judá ha dicho: «todo aquel que no enseña a su hijo
un oficio, obra como si lo hiciera un bandolero». Antes de dedicarse a la
vida tranquila del campo, aprendió a pulimentar vidrios para lentes de
telescopios y otros usos. Adquirió tal perfección que todos deseaban comprar
sus trabajos y él podía, en caso de necesidad, vivir de ellos. Entre sus muebles se
hallaron todavía distintas piezas de esos vidrios pulidos y se vendieron a un
precio razonable, como he sabido por el subastador.
[20] Después aprendió por sí mismo la pintura, hasta poder dibujar a tinta
o carbón a cualquiera. Tengo en mis manos todo un librito con esos dibujos, en
los que ha retratado a distintos personajes relevantes que le eran conocidos y
que ocasionalmente le habían visitado. Entre éstos encuentro en la página cuatro
un pescador dibujado en mangas de camisa y con una red de barco sobre el
hombro derecho, justamente de la forma en que los grabados históricos han
dibujado al célebre jefe rebelde de los napolitanos, Masaniello. A este respecto,
me decía el señor Hendryck van der Spyck, que fue el último hospedero de
Spinoza, que éste se parecía a él punto por punto y que seguramente lo había
esbozado sobre su propio rostro. Por razones obvias silenciaré los nombres de
otras personas conocidas que aparecen dibujadas en el mismo cuaderno.
[21] Una vez que se aseguró con estas artes medios de subsistencia, se fue
Spinoza fuera de Amsterdam hospedándose en casa de uno que vivía en el
camino que va a Ouderkerk. Estudiaba por sí solo y trabajaba en pulimentar
vidrios, que eran recogidos por sus amigos y vendidos para entregarle los
beneficios.
Capitulo VI. Se va a vivir a Rijnsburg, Voorburg y finalmente a La Haya
[22] En el año 1664 se fue de este lugar a Rijnsburg, cerca de Leiden, donde
pasó el invierno. Seguidamente se fue a vivir a Voorburg, a una hora de La Haya,
como se ve por su Carta 30, dirigida a Petrus Balling. Según me han contado,
pasó allí tres o cuatro años, durante los cuales hizo aquí, en La Haya, muchos
amigos, tanto entre militares como entre otras personas de rango y reputación,
que les gustaba relacionarse y discutir con él. A petición de éstos trasladó,
finalmente, su residencia a La Haya. Se hospedó primero en la [Stille] Verkaade,
en casa de la viuda de [Willem] van de Werve, donde vivió como pupilo, en la
misma casa en la que yo vivo actualmente. Mi cuarto de estudio, situado en un
ángulo posterior del segundo piso de la casa, era su laboratorio o lugar de
trabajo, en el que pulía y trabajaba. Con frecuencia hacía que le trajeran aquí
mismo la comida durante dos o tres días, para no tener que salir a ver a nadie.
Pero, como esto le resultaba demasiado caro, alquiló en el Paviljoengracht,
detrás de mi casa, una habitación en casa del varias veces mencionado Hendryck
van der Spyck, donde vivía con total independencia y se procuraba a diario su
propia comida y bebida.
Capitulo VIL Era ahorrador y moderado en la comida y bebida
[23] Es casi increíble cuán económica y moderadamente vivió, no forzado por la
necesidad exterior, puesto que se le ofreció dinero suficiente, sino porque era
sobrio por naturaleza y fácil de contentar y porque no quería pasar por un
hombre que come el pan de otro. Prueba de ello son ciertas cuentas que he
encontrado entre sus papeles postumos. Y así, en una ocasión comió durante un
día sopa de leche fresca con mantequilla por 15 céntimos y bebió una jarra de
cerveza por 7,5 céntimos; y en otra, tomó sémola con mantequilla y uvas pasas
por 28 céntimos. De vino, no hallo en su cuenta más que unos dos litros y cuarto
para todo un mes. Y, aunque era frecuentemente invitado a comer con otros,
prefería sin duda comer su propio pan antes que los confites ajenos. En
esta situación vivió más de seis años y medio, hasta el final de sus días, en casa
del susodicho hospedero. Cada trimestre hacía con él sus cuentas para que a fin
de año estuvieran en regla. Solía decir a los que vivían con él: «yo hago como la
serpiente, que tiene su cola en la boca. No quiero guardar nada más que lo
necesario para un entierro digno. Mis amigos no van a heredar nada de mí;
tampoco han hecho nada por ello».
Capitulo VIII. Su fisonomía y su forma de vestir
[24] Respecto a su persona y fisonomía, es aquí bastante conocida y aún viven
muchos que han tratado frecuentemente con él. Era de estatura media y de
facciones bien proporcionadas. Por su fisonomía podía fácilmente adivinarse
que procedía de judíos portugueses, ya que su tez era bastante morena, su
cabello rizado y negro, y sus cejas largas y negras. Su forma de vestir era
sencilla y corriente, sin que le importara mucho cómo iba vestido. Como en casa
solía llevar una bata raída, en una ocasión se lo echó en cara un consejero
distinguido. Pero él le replicó: «¿es que entonces voy a ser yo otro hombre? Mala
cosa es que el saco sea mejor que la carne que va dentro».
Capítulo IX. [Sus modales y su desinterés]
[25] Su trato y forma de vida eran sencillos y recogidos. Sabía dominar
admirablemente bien sus pasiones. Nadie lo vio nunca demasiado triste o
demasiado alegre. Era capaz de controlar o no exteriorizar, según convenía, su
cólera y su disgusto, pues o los daba a conocer con un simple gesto o unas
breves palabras o se levantaba y se iba, cuando temía que sus pasiones pudieran
estallar. Por lo demás, era afectuoso y asequible en su trato diario. En el parto o
enfermedad de la dueña de la casa o de otros familiares no dejaba de hablar con
ellos, de consolarles y exhortarles a tener paciencia, advirtiéndoles que ésa era
la suerte que Dios les había asignado. A los niños de la casa les amonestaba a
que fueran sumisos y obedientes a sus mayores y a que practicaran la religión
revelada. Al regresar los hospederos de una función religiosa, solía preguntarles
qué habían sacado de la plática para su edificación. Tenía un alta estima de mi
predecesor, el Doctor Cordes, hombre culto y de buenos sentimientos, y por eso
lo alababa con frecuencia. Incluso alguna vez fue a escucharle, y alababa sus
explicaciones de la Escritura y sus atinadas aplicaciones, al tiempo que
aconsejaba a sus hospederos y a los demás de la casa que no perdiesen ninguno
de sus sermones. Preguntándole en cierta ocasión su hospedera si, a su juicio,
podría ella salvarse en su religión, le contestó: «su religión es buena; no se
preocupe de buscar otra para salvarse, con tal que usted la aplique a una vida
tranquila y devota».
[26] Cuando estaba en casa, no molestaba a nadie, sino que pasaba la mayor
parte del tiempo sentado tranquilamente en su habitación. Pero cuando se
cansaba de sus especulaciones, venía abajo y hablaba con los hospederos de todo
cuanto sucedía, aunque fueran simples bagatelas. Su distracción consistía,
además, en fumar una pipa de tabaco; o, cuando buscaba algún otro pasatiempo,
se procuraba unas arañas y las hacía pelearse entre sí o buscaba algunas moscas,
las echaba en la tela de una araña y contemplaba con tal placer esa batalla que
hasta se echaba a reír. También cogía en la mano su microscopio y observaba con
él diminutos mosquitos y moscas, a fin de investigar igualmente sobre ellos.
[27] Por otra parte, no era codicioso, sino que se contentaba con lo necesario
para su sustento diario. Su amigo Simón de Vries, vecino de Amsterdam, al
que llama «amicum integerrimum», «su fidelísimo amigo», le ofreció en cierta
ocasión una suma de dos mil florines para que pudiera vivir más desahogado.
Pero él la rechazó amablemente en presencia de su hospedero, aduciendo que no
tenía necesidad de nada y que, si lo aceptara, le distraería de sus ocupaciones y
meditaciones. Este Simón de Vries, que murió soltero, quiso declararle heredero
de sus bienes mediante testamento. Él, sin embargo, lo rechazó de plano,
aconsejándole al mismo tiempo que lo hiciera a favor de su hermano, que vivía
en Schiedam, puesto que era su más próximo heredero legal. Lo hizo, pues, así,
pero con la condición de que éste pagara a Spinoza, durante toda su vida, una
pensión anual que cubriera sus gastos diarios. Cuando este de Vries de Schiedam
le ofreció una pensión anual de quinientos florines, Spinoza no aceptó tanto, sino
que se contentó con sólo trescientos. Después de la muerte de Spinoza, el mismo
de Vries pagó lo que por él se debía a van der Spyck por mediación de Jan
Rieuwertsz, impresor de la ciudad de Amsterdam, como consta por la carta que
éste escribió a aquél el 6 de marzo de 1677.
[28] Cuando, tras la muerte del padre de Spinoza, se iba a dividir la herencia, sus
hermanos intentaron ex cluirlo de ella y no admitirlo al reparto; pero él les forzó
legalmente a aceptarle. Sin embargo, cuando se llegó al reparto, les dejó
quedarse con todo, no cogiendo para su uso más que una buena cama para
acostarse y una colgadura para ella.
Capítulo X. Es conocido de muchos personajes
[29] Con la publicación de sus escritos fue, finalmente, conocido en el mundo y
en especial entre los personajes distinguidos, llegando a tener fama de un
destacado e inteligente filósofo. El señor Stouppe, teniente coronel de los suizos,
que en tiempos de Cromwell había sido ministro de los saboyanos en Londres y
que finalmente, siendo brigadier, murió en agosto de 1692 durante la batalla de
Steenkerken, estaba por entonces al mando de las tropas en Utrecht. En el
librito, que allí escribió, La religión de los holandeses, reprochaba a los teó-
logos de la iglesia reformada no haber refutado el libro de Spinoza, Tratado
teológico-político, publicado en 1670 y reconocido como propio en su Carta 19.
Pero el insigne Jean Brun, profesor en la universidad de Groningen, le mostró en
su réplica lo contrario, y de hecho los múltiples escritos publicados contra este
pernicioso tratado son de ello suficiente testimonio.
[30] Este señor Stouppe, después de haber intercambiado varias cartas con
Spinoza, intentó que viniera a pasar cierto tiempo a Utrecht en 1673, porque su
alteza, el príncipe Condé, que era por entonces gobernador de dicha plaza, tenía
deseos de hablar con él. Le aseguraba que el príncipe le conseguiría del rey de
Francia una pensión anual, con la única condición de que le dedicara alguno de
sus escritos. Se le envió a ese fin un salvoconducto y él se puso en camino. El
señor Bayle, en la vida de nuestro filósofo (p. 11), escribe que es totalmente
seguro que Spinoza visitó al príncipe y pasó varios días en su compañía, así como
de otros personajes y concretamente del teniente coronel Stouppe. Pero amigos
suyos, que aún viven y que habían vivido con él entonces, me dicen que han
sabido por él, al regresar a casa, que no llegó a hablar con el príncipe Condé,
porque había salido de Utrecht unos días antes de que él llegara; que había
conversado, en cambio, con el señor Stouppe, el cual le había prometido que, por
su recomendación, le iba a conseguir dicha paga del rey de Francia; pero que él
la había rechazado cortésmente, puesto que no tenía intención de dedicar
ninguno de sus libros a ese rey. Cuando regresó de Utrecht, el populacho casi se
le echó al cuello, ya que le miraba como a un espía y murmuraban que quizá
estuviera en tratos con los franceses sobre asuntos del Estado y de la ciudad.
Como su hospedero estaba muy inquieto y hasta temía que alguien irrumpiera en
su casa por la fuerza para buscar a Spinoza, lo tranquilizó diciéndole: «no os
inquietéis por esto. Yo soy inocente y hay muchas personas influyentes que saben
muy bien por qué he estado en Utrecht. En el momento en que usted perciba el
mínimo alboroto en su puerta, me presentaré a la gente, aun cuando hubieran de
hacer conmigo lo mismo que con los buenos señores de Witt. Yo soy un buen
republicano y el supremo bien del Estado es mi objetivo».
[31] El serenísimo elector palatino, Carlos Luis, de gloriosa memoria, llegó a
tener noticia de nuestro gran filósofo y deseaba dotar a la universidad de
Heidelberg con un hombre tan distinguido; sin duda porque desconocía el
veneno que se escondía en su corazón y que sólo después se manifestó
abiertamente.
Ordenó, pues, al célebre doctor Johann Fabritius, profesor de teología y
consejero elector, que le ofreciera la cátedra de filosofía «cum libertate philosophandi
amplissima» («con la mayor libertad de razonar»). Pero la oferta incluía cierto
supuesto y condición que Spinoza no podía soportar fácilmente, a saber, que no podía
malgastar esa libertad en perjuicio de la religión públicamente establecida, tal
como se ve por la carta que le escribió el doctor Fabritius de Heidelberg el 16 de
febrero (véase Spinoza: Opera postbuma, Ep 53, en la que le da el título de
«philosophe acutissime ac celeberrime», «muy agudo y famoso filósofo»).
Spinoza adivinó esta trampa y, como sabía de sobra que su libertad de análisis
racional no podría coexistir largo tiempo con las leyes y principios de la religión
revelada, declinó cortésmente este puesto de docencia pública. En su respuesta
del 30 de marzo de 1673 decía al señor Fabritius que la educación de la juventud
le impediría llevar adelante la investigación de las verdades naturales y que, por
otra parte, jamás había tenido la idea de dedicarse a la enseñanza pública. Pero
no era eso realmente. En las siguientes palabras de su carta se delata a sí
mismo: «cogito deinde, me nescire, quibus limitibus libertas illa philosophandi
intercludi debeat, ne videar publice stabilitam religionem perturbare velle». Es
decir: «pienso, además, que no sé dentro de qué límites debe mantenerse esta
libertad de filosofar, si no quiero dar la impresión de querer perturbar la religión
públicamente establecida» (véase Opera postbuma, p. 563, E. 54).
Capitulo XI. Escritos de Spinoza y sus ideas en ellos expresadas
[32] Respecto a las obras por él redactadas y publicadas, en parte son dudosas,
en parte fueron ocultadas o destruidas y en parte están públicamente editadas y
a la vista de todo el mundo. El señor Bayle, en las varias veces aludida biografía
de Spinoza, traducida por F. van Halma, dice que él habría escrito en español
una Apología o defensa y que debió haberla entregado a los judíos antes de
separarse de su comunidad, aunque realmente nunca fue divulgada por la
imprenta. En ella debían entrar muchas cosas que se han encontrado después en
su Tratado teológico-político. Yo no he podido hallar ninguna noticia de este
escrito, ni siquiera entre aquellos que le han tratado habitualmente y que aún
viven.
[33] En 1664 publicó Renati des Cartes Principiorum Philosophiae pars 1. 2
More geométrico demonstratae, «Primera y segunda parte de los Principios de
Filosofía de Descartes, demostrados según un método geométrico», a los que se
añadieron sus Cogitata metaphysica, «Pensamientos metafísicos». ¡Oh, si este
hombre se hubiera detenido aquí, aún cabría dejarlo pasar por un filósofo
sincero!
[34] En 1665 vio la luz cierto librito titulado Lucii Antistii Constantis de jure
Ecclesiasticorum, Alethopoli apud Cajum Valerium Pennatum. Lucius Antistius
Constans, «Del derecho de los eclesiásticos; en Veraciudad, en casa de Cayo
Valerio Pennato». En este tratado intenta su autor demostrar que todo derecho
eclesiástico y humano, que los predicadores se prescriben a sí mismos o les
prescriben otros a ellos, se les atribuye de modo falso e impío, ya que sólo
depende de seres infradivinos, a saber, los magistrados o jefes de la república o
ciudad en la que viven; y que, además, los doctores no tienen potestad de
predicar la propia religión, excepto aquellos a quienes el magistrado ha
designado al efecto maestros públicos. Todo lo cual se apoya en los mismos
principios, de los que se sirve Hobbes en su Leviatán.
[35] Este execrable, impío y calumnioso escrito ha sido atribuido por muchos a
Spinoza. El señor Bayle, en su Dictionnaire (t. III, p. 2773), se sirvió decir que el
estilo, los principios y el contenido de dicho libro es semejante al del Tractatus
theologico-politicus de Spinoza. Pero son simples conjeturas. Que este tratado
haya aparecido justamente en la misma época en que Spinoza comenzó a escribir
el suyo y que haya visto la luz poco antes de este último, tampoco es una prueba
de que aquél sea el precedente de éste. Pues pueden muy bien dos autores
escribir a la vez y defender una y la misma idea impía, sin que por ello deban ser
una y la misma persona. Según me han informado personas de crédito, el mismo
Spinoza, al preguntarle en cierta ocasión un distinguido señor si era él el autor
de dicho tratado, lo negó rotundamente. El estilo latino y las formas de expresión
tampoco coinciden con las de Spinoza. Y así, el primero suele hablar de Dios con
una profunda veneración, llamándole «Deum ter Opt. Max.», «Dios óptimo y
supremo», expresiones que yo no encuentro en los escritos de Spinoza.
[36] Muchos expertos han querido convencerme de que el autor del funesto
tratado Philosophia Sacrae Scripturae interpres, «La filosofía, intérprete de la
Sagrada Escritura», publicada in 8.° en 1666, y el autor del tratado anterior eran
una y la misma persona, a saber, Lodowijk Meyer. Esto es probable; pero lo dejo
al juicio de otros que quizá tengan un conocimiento más ajustado.
[37] En 1670 apareció su Tractatus theologico-politicus, titulado por el traductor
holandés De rechtzinnige theologant of Godgeleerte staatkunde (El teólogo
juicioso o el político teológico). El propio Spinoza se reconoce como autor de este
libro en la Carta 19 dirigida a Henry Oldenburg, al rogarle que tenga a bien
indicarle las dificultades sobre él formuladas por hombres cultos, ya que se
propone reeditarlo añadiéndole nuevas notas. El texto de la portada da a
entender que este pernicioso libro fue impreso en Hamburgo, en casa de
Hendrik Künraht, si bien es cierto que ni el magistrado ni el venerable consejo
eclesiástico hubieran soportado jamás que un tratado tan impío se imprimiera y
vendiera públicamente en su ciudad. Fue más bien impreso en Amsterdam, en
casa de Christoffel Koenrad, impresor del canal Egelantiers, ya que, cuando yo
fui llamado a esta ciudad en 1679, me ofreció varios ejemplares del mismo, sin
saber que era un libro tan perjudicial. Al traductor holandés le pareció oportuno
manchar con él la ciudad de Bremen, como si hubiera salido allí en 1694 de las
prensas de Hans Jurgen van der Weyl. Pero esto es tan correcto como lo anterior,
ya que sería mucho más difícil que tales libros se imprimieran y publicaran en
Bremen que en Hamburgo.
[38] El ya citado Philopater, en la continuación de su vida (p. 231), escribe
abiertamente que el anciano Jan Hendryksz Glazemaker, muy bien conocido por
mí, fue el traductor de esta obra y se congratula además de quehaya traducido
también al holandés las Opera posthuma de Spinoza, que aparecieron en 1677.
Por otra parte, hasta tal punto alaba este tratado, que se diría que el mundo no
había visto nunca otro igual. El autor o, al menos, impresor de la Levens vervolg
van Philopater; Aard Wolsgryk, antaño librero de Amsterdam, en la esquina del
Rozemaryn-steeg, ha debido pagar esta su temeridad con algunos años en el
correccional. Pido a Dios todopoderoso que haya logrado llegar a pensamientos
mejores y que de esa forma se haya liberado de ellos. Así lo he visto yo aquí, en
La Haya, todavía el pasado verano, cuando venía a reclamar a nuestros libreros
el pago de unas deudas de libros impresos, que él les había librado antes.
[39] Mi opinión acerca de este superficial tratado, Tractatus theologico-politicus,
la expresaré simplemente aduciendo el juicio de dos escritores de peso, uno de la
confesión augsburgense y otro de la reformada. El primero, Theophilus Spizelius,
en su tratado Infelix literatus (p. 363), escribe de él lo siguiente:
«irreligiosissimus author, quippe qui stupenda plañe fidentia sui fascinatus, eo
progressus impudentiae et impietatis fuit, ut Prophetiam dependisse dixerit a
fallad imaginatione Prophetarum, eosque pariter ac Apostolos non ex revelatione
et divino mandato scripsisse, sed tantum ex ipsorummet naturali judicio,
accomodavisse insuper religionem quoad fieri potuerit hominum sui temporis
ingenio, illamque fundamentis tum temporis máxime notis et acceptis
superaedificasse».
Esto es: «el irreligiosísimo autor, hechizado por una admirable confianza en sí
mismo, ha llegado a tal grado de desvergüenza y de impiedad, que ha osado
afirmar que las profecías y escritos de los hombres sagrados son producto de sus
engañosas imaginaciones y que tanto ellos como los apóstoles no han escrito
nada por inspiración u orden divina, sino tan sólo por su juicio natural, y que, en
cuanto les fue posible, se adaptaron al ingenio de sus contemporáneos y
apoyaron la religión en argumentos tan necios, porque eran los mejor conocidos
y adaptados a aquel tiempo», y que esto había que observarlo al interpretar la
Sagrada Escritura.
[40] De hecho, así lo confiesa y quiere exigir Spinoza en su Tractatus theologico-
politicus (p. 243), escribiendo, entre otras cosas: «así como la Escritura fue
antaño adaptada a la capacidad del vulgo, así también cualquiera es libre de
adaptarla a sus propias opiniones». Si esto es verdad, ¿cómo sigue siendo verdad
que la Escritura está inspirada por Dios y que es una palabra profética firme; que
los hombres sagrados han hablado y, por tanto, también escrito de Dios guiados
por el Espíritu Santo; que ella es segura y puede dar seguridad a nuestros
corazones; que es una guía para nuestros pensamientos y una regla firme
conforme a la cual debemos creer y vivir? De esa forma, la Sagrada Biblia no
sería más que una nariz de cera que se podría manejar como se quisiera, un
cristal por el que cada cual podría ver lo que se le antojara, un auténtico gorro
de circo que cabría colocar según todos los caprichos de la razón humana. ¡Que
Dios te maldiga a ti, Satán!
[41] El mismo Spizelius aduce aquí el juicio de Regnerus van Mansfeldt, en otro
tiempo profesor en Utrecht, quien, en su tratado impreso en 1674 en
Amsterdam, escribe así sobre este libro: «tractatum hunc ad aeternas
condemnandum tenebras», «que este libro merece ser condenado a las
tinieblas eternas». Y así es en realidad, ya que ahí arroja él sin distingos toda la
religión cristiana, que se funda exclusivamente en la palabra de Dios.
[42] El segundo testimonio es el de Willen van Blijenbergh, de Dordrecht, que ha
intercambiado con Spinoza varias cartas y que en la Carta 31 de las Opera
posthuma escribe de sí mismo: «nulli adscriptus sum professioni, honestis
mercaturis me alo», «no estoy ligado a ningún oficio, sino que me sostengo con
un comercio honesto». Este culto comerciante en su tratado, que lleva por título
De waarheid van de Christelijken Godsdienst («La verdad de la religión
cristiana») y fue impreso en Leiden en 1674, se expresa así en su saludo al
lector: «este libro está atestado de rebuscadas atrocidades y de un cúmulo de
conceptos fraguados en el infierno, ante los cuales una persona razonable, por no
hablar de un cristiano, debería sentir horror. Con ellos se ha esforzado por
erradicar la religión cristiana y su esperanza y por introducir un ateísmo, o más
exactamente una religión natural, modelada según el interés y el humor de cada
soberano, en la cual el mal sólo se seguiría del temor a las penas, mientras que
sin el miedo al verdugo es perpetrado libremente sin conciencia, etc.».
[43] Yo mismo he leído y releído con pasión este libro de Spinoza del principio al
fin y, sin embargo, puedo confesar ante Dios que no he hallado en él nada sólido,
que haya podido provocar en mí algún titubeo acerca de la solidez de la verdad
evangélica. Por el contrario, todos los argumentos que en él descubro, son
presupuestos o peticiones de principio, es decir, presuposiciones en las que la
misma cosa es tomada como prueba y que, si no son creídas, no son otra cosa
que embustes y calumnias. Spinoza querría obligar a los hombres a creer todo
cuanto él escribe sin ofrecer ninguna razón o prueba.
[44] Entre sus escritos están, finalmente, las así llamadas Opera posthuma,
impresas en 1677, el mismo año de su muerte, encabezadas con las letras B. D.
S. Incluyen cinco tratados: 1) Ethica more geométrico demonstrata, una «Etica
demostrada en forma geométrica»; 2) Política, una «Política»; 3) De emendatione
intellectus, «De la reforma del entendimiento»; 4) Epistolae et responsiones ad
eas} «Cartas y respuestas a las mismas»; 5) Compendium grammaticae linguae
bebraeae, «Compendio de gramática hebrea».
[45] No se menciona ni el lugar donde fueron impresas ni el nombre del
impresor, señal evidente de que el editor ha querido mantenerse encubierto. No
obstante, el hospedero de Spinoza, Hendryck van der Spyck, que aún vive, me ha
contado que éste había ordenado que su pupitre con los libros y cartas en él
contenidos in mediatamente después de su muerte deberían ser enviados a
Amsterdam, al librero Jan Rieuwertsz, y que él así lo hizo puntualmente. De
hecho, Jan Rieuwertsz, en su respuesta al mismo van der Spyck, datada en
Amsterdam el 25 de marzo de 1677, reconoce haber recibido dicho pupitre. Las
palabras finales de su carta rezan así: «los amigos de Spinoza tenían gran interés
en saber a quién ha sido enviado el tal pupitre, porque piensan que había en él
mucho dinero, y querían averiguar por los barqueros a quién fue entregado.
Pero, como en La Haya no se toma nota de los paquetes que se entregan al
barco, no veo cómo lograrán averiguarlo. Y es mejor que no lo sepan. Con esto
concluyo», etc. Por todo ello ve claramente el lector de qué carcaj han sido
lanzadas al mundo estas malditas lanzas.
[46] Qué atrocidades cabe encontrar en estos escritos publicados después de su
muerte, lo han mostrado antes de hoy con suficiente claridad hombres expertos,
que han querido alertar a todo el mundo. Yo sólo tocaré algunos datos a vuela
pluma. Su Ethica o moral comienza por Dios. ¿Quién no creería, a primera vista,
que quien sabe formular tan hermosas definiciones o descripcionesde Dios, es un
filósofo cristiano? Y sobre todo, si se fija en la sexta donde dice: «entiendo por
Dios un ser absolutamente infinito, es decir, una sustancia que consta de infinitos
atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita». Pero,
tan pronto se examina esto a plena luz, se ve que su Dios no es Dios, sino un no-
dios. Yo diría de él lo que el apóstol (Tü. 1, 16) afirma de los impíos: «dicen que
reconocen a Dios, pero con sus obras (escritos y explicaciones) reniegan de él».
O lo que dice David (Salmos, 14, 1) de los ateos: «dicen los necios en su corazón:
no hay Dios». Lo mismo sucede con Spinoza. Se toma la libertad de usar el
nombre de Dios en un sentido en que jamás cristiano alguno lo ha usado. Según
su propia confesión en la Carta 21 a Henry Oldenburg: «reconozco, dice, que yo
tengo de Dios y de la naturaleza una idea totalmente distinta de la que han solido
defender los nuevos cristianos». Y añade: «Deum omnium causam inmanentem,
non vero transeunten statuo», «yo afirmo que Dios es la causa inmanente y no
trascendente de todas las cosas». Y para explicarlo se sirve abusivamente de las
palabras de Pablo (Hechos; 17, 28): «en Dios vivimos, nos movemos y somos».
[47] A fin de aclarar mejor sus ideas, diremos que una causa trascendente es la
que produce un efecto fuera de ella misma, como cuando un capintero construye
una casa o alguien lanza una piedra a lo alto. Una causa inmanente es la que
produce un efecto en sí misma, el cual permanece en ella y no va fuera de ella. Y
así, cuando nuestra alma piensa y desea algo, ella permanece en estos
pensamientos o deseos, sin salir fuera. Del mismo modo, el Dios de Spinoza es la
causa del universo, pero a la vez está en el universo y no fuera del mismo. Ahora
bien, como el universo es finito, él hace a Dios finito. Y, aun cuando afirma de su
Dios que es un ser infinito, que consta de infinitos atributos, juega con las
palabras infinito y eterno. Pues, en realidad, con ellas no designa algo que ha
existido y consistido en todo tiempo y creatura, sino algo infinito para la
inteligencia y la comprehensión del hombre.
Efectivamente, los efectos de su Dios son tan numerosos que el hombre con su
razón no puede abarcarlos, y tan firmes que deben durar eternamente. Es cierto
que él se queja de que algunos le atribuyen erróneamente la tesis de que Dios y
la materia en que él obra son una y la misma cosa. Pero esto se debe, en última
instancia, a que estos dos juntos son su Dios y a que Dios no es ni obra más que
en su materia, que es el universo. Su Dios es, pues, esta naturaleza material e
infinita, tomada en su totalidad, ya que él supone que en Dios existen dos
atributos infinitos, «cogitado et extensio», pensamiento y extensión. En virtud
del primero está en el universo; en virtud del segundo es el universo mismo; los
dos juntos constituyen su Dios.
[48] En la medida en que yo he conseguido entender el pensamiento de Spinoza,
la diferencia entre él y nosotros, los cristianos, consistiría en lo siguiente: si el
verdadero Dios es otra sustancia eterna, distinta del universo y de la naturaleza
total, que por su libre voluntad ha producido de la nada este mundo y todas sus
creaturas, o si más bien el mundo, con todas sus creaturas, pertenece a la
naturaleza y a la esencia de Dios, en cuanto que se lo considera como un ser o
sustancia que es el pensamiento y la extensión infinitos. Esta última es la opinión
de Spinoza, que él intenta constantemente sostener (véase Wittich: Anti-Spinoza,
pp. 18 ss.). De ahí que Spinoza afirme claramente que Dios es la causa de
todas las cosas, pero no en virtud de la libertad de su voluntad o de su
propio beneplácito, sino necesariamente. Todo cuanto sucede, sea bueno o
malo, virtud o vicio, buenas o malas obras, debe proceder, pues, necesariamente
de Dios. Por consiguiente, no puede existir ni pena ni juicio, ni resurrección ni
salvación ni condenación, ya que, de lo contrario, su Dios debería castigar o
premiar su propia obra, por él producida de forma necesaria. ¿No es esto el más
infame ateísmo, que jamás se ha visto? He ahí por qué Frans Burmann, profesor
de los reformados en Enkhuizen, en su libro titulado Het hoogste goed der
spinozisten («El supremo bien de los spinozistas», p. 21), llama con razón a
Spinoza el más impío ateo que jamás haya aparecido en el mundo.
[49] No es mi propósito citar aquí todas las ideas absurdas e impías de Spinoza,
sino tan sólo algunas, sin duda las más importantes, a fin de infundir a los
lectores cristianos terror y aversión hacia los escritos y enseñanzas de este
hombre. Veo claro, en efecto, por la segunda parte de su Ethica o moral que del
cuerpo y del alma hace una sola cosa, que es captada ora bajo el atributo del
pensamiento ora bajo el de la extensión. Y así, en la página 40 dice: «per corpus
intelligo modum, qui Dei essentiam, quatenus ut res extensa consideratur, certo
et determinato modo exprimit», etc.; esto es: «por un cuerpo entiendo un cierto
modo que expresa de cierta y determinada manera la esencia de Dios, en cuanto
éste es considerado como extensión». Pero el alma en el cuerpo es otra modificación
o modo de la naturaleza, que se manifiesta a través del pensamiento; ella es, lo
mismo que el cuerpo, no un ser sustancial o espíritu, sino una modificación que
expresa la esencia de Dios en cuanto que se muestra activa a través de los
pensamientos. ¡Oh atrocidades jamás oídas entre cristianos! De esta forma, Dios
no puede castigar ni al alma ni al cuerpo, ya que se castigaría y perdería a sí
mismo.
[50] Al final de su Carta 21 echa por tierra el sublime misterio de la santidad de
Dios (1 Tim, 3, 16), al dar por supuesto que la encarnación del Hijo de Dios
no consiste en otra cosa, sino en que la eterna sabiduría de Dios, que se
ha manifestado en todas las cosas, especialmente en el espíritu o alma
humana, llegó a encontrarse en Jesucristo en su más alto grado. Y un poco más
abajo afirma: «quod quaedam ecclesiae his addunt, quod Deus naturam
humanam assumpserit, monui expresse, me quid dicant nescire», etc.; esto es:
«lo que aquí añaden algunas iglesias, de que Dios ha asumido la naturaleza
humana, sobre esto digo explícitamente que no sé qué quieren decir y me resulta
tan absurdo como si se quisiera afirmar que un círculo ha tomado la naturaleza
de un cuadrado». Y por eso también, al final de la Carta 23, explica las palabras
de Juan, 1, 14, «la palabra se hizo carne», como una expresión oriental: «Dios se
ha revelado especialmente en Cristo». De qué manera ha procurado, en las
Cartas 23 y 24, destruir la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, que
es la enseñanza primordial y el principio consolador de los cristianos, lo he
mostrado breve y sencillamente en mi predicación. Otras horribles doctrinas las
paso aquí por alto.
Capítulo XII. Escritos postergados de Spinoza
[51] Entre los escritos postergados de Spinoza el editor de sus Obras postumas
incluye su tratado De iride, «Sobre el arco iris». Conozco aquí a gentes de
renombre que han visto y leído este escrito, pero que desaconsejaron a Spinoza
publicarlo. Y, según me han informado sus hospederos, medio año antes de su
muerte lo quemó, porque estaba descontento con él. Había comenzado, además,
una traducción del Antiguo Testamento al holandés, para lo cual consultaba a
menudo a filólogos y preguntaba por la interpretación dada por los cristianos a
tal o cual pasaje. Los cinco libros de Moisés (Pentateuco) hacía tiempo que
estaban terminados; no obstante, pocos días antes de su muerte, les prendió
fuego en su cuarto.
Capítulo XIII. Sus escritos han sido refutados por muchos
[52] No bien salieron a la luz sus escritos, Dios, el Señor, incitó al instante, para
su gloria y la defensa de la religión crstiana, a algunos héroes que lo atacaron y
desarmaron con éxito. Theophilus Spizelius, en su libro Infeliz literatus (p. 364),
nombra a dos, a saber, Frans Kuyper de Rotterdam, en su «Los misterios ocultos
del ateísmo revelados», impreso en Amsterdam en 1676, y el escrito de Regner
Mansveldt, profesor en Utrecht, impreso en 1674 en dicha ciudad.
[53] Al año siguiente, es decir, en 1675, salió de las prensas de Isaac Naeranus la
Enervatio Tractatus theologico-politici de Johannes Bredenburg, cuyo padre ha
sido anciano de la iglesia luterana de Rotterdam. Georg Mathias Koenig, en su
Bibliotbeca Vetus et Nova (p. 70), llama a este Bredenburg «textorem quendam
roterodamensem», «cierto tejedor de Rotterdam». Si ha sido el hombre un
tejedor, puedo con verdad decir que jamás he visto a un tejedor tan diestro y
culto sentarse en un telar. Porque en dicho escrito prueba clara e
irrefutablemente, siguiendo un orden geométrico, que la naturaleza no es ni
puede ser Dios mismo, como pretende Spinoza. Redactó este tratado en
holandés, porque no dominaba perfectamente el latín, como para redactarlo en
esta lengua. Por eso advierte en el prólogo que acudió a otro (para traducirlo al
latín), a fin de que Spinoza, que aún vivía entonces, no tuviera disculpa alguna, si
no llegara a contestarle. Dejo, en cambio, al juicio de todos los avisados, si no
coinciden conmigo en que la lanzadera de este experto tejedor falla el tiro de vez
en cuando y en que se le cuela aquí o allá una hebra gorda en el tejido, como si
éste hubiera sido hilado y urdido con hilo siciliano. Se sabe, por lo demás, que él
y Frans Kuyper han intercambiado diversos escritos, que han sido impresos y
publicados, en los que el último pretendía acusar y convencer al primero de
ateísmo.
[54] En 1676 vio la luz Lamberto Veldhusii Ultrajectensis Tractatus moralis de
naturalipudore et dignitate hominis (Lambert Velthuysen: «Tratado moral sobre
el pudor natural y la dignidad del hombre»). En él destruye de raíz los principios
con que Spinoza intenta demostrar que el bien y el mal que hace el hombre es
realizado en virtud de una absoluta y constriñente acción de Dios. [55] Acerca de
nuestro comerciante de Dordrecht, Willen van Blijenbergh, ya he informado
antes. Se dio a conocer en 1674 con su refutación del despiadado libro Tractatus
theologico-politicus. Yo lo comparo con el mercader de que habla el Salvador
[Mateo, 13, 45-6), ya que no nos ofrece tesoros temporales y perecederos, sino
eternos e imperecederos. Sería de desear que en las bolsas de Amsterdam y de
Rotterdam pudiéramos encontrar más mercaderes de éstos.
[56] Tampoco nuestros teólogos luteranos quedaron en deuda con Spinoza. No
bien les llegó a las manos su Tractatus theologico-politicus; tomaron la pluma
para escribir contra él. El más distinguido entre ellos fue Johannes Musaeus,
profesor de teología en Jena, hombre inteligente y grave, que no tenía en su
tiempo casi igual. En el año 1674, todavía en vida de Spinoza, publicó una
disputación de doce pliegos, titulada Tractatus thelogico-politicus ad veritatis
kncem examinatus, «El tratado teológico y político examinado a la luz de la
verdad». Su horror y aversión a este impío tratado los expresa en las páginas 2-3
en estos términos: «jure mérito quis dubitet, num ex illis, quos ipse daemon, ad
divina humanaque jura pervertenda, magno numero conduxit, repertus fuerit,
qui in iis depravandis operosior fuerit, quam hic impostor, magno Ecclesiae malo
et Reipublicae detrimento natus». Es decir: «con razón cabría dudar si entre
aquellos que el mismo demonio ha alquilado para subvertir los derechos divinos
y humanos, se ha encontrado alguno que, para desgracia de la Iglesia y daño del
Estado, se haya mostrado más laborioso en destruirlos que este embaucador».
En las páginas 5-8 explica con toda nitidez las expresiones filosóficas de Spinoza,
purificándolas de toda ambigüedad y mostrando claramente en qué sentido las
ha empleado, a fin de captar mejor su opinión. En la página 16, § 32, muestra
cuál es propiamente el objetivo de Spinoza, a saber, que todo hombre posee por
sí mismo el derecho y la libertad de creer y fijar la religión, lo cual coincide con
su propia comprensión. En el pliego precedente (p. 14, § 28) muestra claramente
la diferencia efectiva entre nosotros, los cristianos, y Spinoza. De esta forma va
recorriendo el tratado de Spinoza, sin dejar el más pequeño detalle sin refutar de
forma radical y eficaz. El mismo Spinoza debe haber leído este escrito de
Musaeus, puesto que fue hallado entre sus libros postumos.
[57] Por mi parte, confieso que nunca ha escrito nadie contra el tratado teológico
de Spinoza mejor que este profesor, y este testimonio también es compartido por
otros. El autor de cierto tratado, Origo atheismi\ «Origen del ateísmo», llamado
Theodorus Securus, escribe, entre otras cosas, en su librito Prudentia
theologica, «La prudencia teológica»; «me sorprende que la disertación de
Musaeus contra Spinoza sea tan poco conocida o que incluso no se encuentre
aquí en Holanda». El señor Fellerus, en Continuatio historiae universalis de J.
Laetus, dice de él: «celeberrimus ille jenensium theologus, Joh. Musaeus,
Spinozae pestilentissimum faetum acutissimis, queis solet, telis confodit»; es
decir: «el celebérrimo teólogo de Jena, Joh. Musaeus, ha acribillado el ponzoñoso
fruto de Spinoza con los afiladísimos dardos que él suele emplear».
[58] Este mismo señor menciona también a Frederich Rappolt, profesor de
teología en Leipzig, el cual refutó las ideas de Spinoza en su discurso de
recepción, aunque veo que sólo lo hace veladamente, sin nombrar a Spinoza. Su
título es Oratio contra naturalistas, habita ipsis calendis junii anno 1670, y se
encuentra en Operibus Theologicis Rappolti(1.1, pp. 1386 ss.), editadas por Joh.
Bened. Carpzovius e impresas en Leipzig el año 1692. Joh. Konradus Durrius,
profesor en Altdorf, ha hecho lo mismo en una Oratio, que yo no poseo, pero me
ha sido muy alabada por otros.
[59] En el año 1681 publicó Hubert de Versé un libro titulado L 'impie convaincu,
ou dissertation contre Spinoza, dans la quelle Von réfute lesfondements de son
athéisme. El año 1687 escribió Pierre Yvon, sobrino y discípulo de Labadie y
predicador de los labadistas en Wierwerden, en Frisia, un tratadito contra
Spinoza, que lleva por título L iimpieté convaincue. El señor Moreri, en su
suplemento de su Diccionario, informa bajo el nombre Spinoza que Petrus Daniel
Huet, en su tratado De concordia rationis et fidei, «De la concordia entre la
razón y la fe», editado en 1692 en Leipzig (véase Acta Eruditorum, Leipzig, 1692,
p. 395, donde las ideas de Spinoza son correctamente aducidas y adecuadamente
refutadas), Richard Simón y La Motte, predicador francés de los saboyanos en
Londres, han hecho lo mismo. Yo he visto personalmente estos escritos, pero,
como no sé el francés, no puedo opinar sobre ellos. Petrus Poiret, que vivía
entonces en Rijnsburg, cerca de Leiden, en la segunda edición de su libro De
Deo, anima et malo, ha añadido un tratado titulado Fundamenta atheismi eversa,
sive specimen absurditatis spinosianae, que merece ser leído con toda atención.
[60] Finalmente, en el año 1690, después de la muerte de su autor, apareció
Christophori Wittichii Pro/essoris Leidensis Anti-Spinoza, sive Examen Ethices B.
de Spinoza, traducido más tarde al holandés e impreso en Amsterdam en casa de
Waasbergens. El escritor del pernicioso tratado Vervolg van }t leven van
Pbilopater («Continuación de la vida de Philopater») no se recata de ladrar
indignamente y deshonrar, como a perro cochambroso, los huesos muertos de
este sabio varón. Supone que, siendo Wittich un profundo filósofo y un gran
amigo de Spinoza, conversaron muchas veces los dos y mantuvieron una
correspondencia epistolar, hasta llegar a tener sus mismas ideas. Pero que, para
no ser tenido por spinozista, compuso esta refutación de su ética, que fue
publicada después de su muerte para salvarle con ella su reputación. No sé yo de
dónde ha sacado este desvergonzado detractor tales mentiras ni con qué visos de
verdad pretende avalarlas. ¿Quién le ha informado del trato personal y del
intercambio epistolar que este señor habría mantenido con Spinoza? No
encuentro a nadie, ni en sus obras impresas ni en sus cartas postumas. Lo cual
me hace suponer que este calumniador lo ha maquinado y sacado todo de su
mollera. Yo no he hablado nunca con el señor Wittich. Pero el hijo de su hermana,
Zimmermann, que ha vivido con él los últimos años y es actualmente predicador
de la Iglesia episcopaliana en Inglaterra, me ha expresado una opinión
totalmente distinta. Incluso me ha mostrado un escrito, que su tío le dictó, y que
contiene una explicación y una refutación de las ideas de Spinoza. ¿Qué más se
puede hacer en defensa de este hombre, si no es remitir al lector a ese su último
escrito, que él ha ratificado con su muerte? ¿Qué conciencia cristiana va a
pensar, y menos escribir, que se hizo así para no ir a la iglesia con el manto del
ateísmo? Si esto se siguiera del trato habitual y del supuesto intercambio
epistolar entre ambos, tanto yo como otros maestros deberíamos temblar ante
semejantes detractores, puesto que nos toca a veces tener que tratar con tales
hombres.
[61] También quiero hacer aquí honor a la memoria de Willen Deurhoff de
Amsterdam, que con frecuencia en sus obras y especialmente en su Introducción
a la teología impugna las ideas de Spinoza. Con razón dice de él Frans Halma en
sus notas a la vida y pensamiento de Spinoza, que ha refutado tan valientemente
sus ideas que ningún ateo, hasta el día de hoy, se ha aventurado a enfrentarse
directamente a este agudo escritor y que él es capaz de sacudir los agravios del
autor de la vida de Philopater (pp. 193 y ss.) y de taparle la boca. También Bayle,
profesor de filosofía en Rotterdam, y Jacquelot, antaño profesor de la comunidad
francesa aquí, en La Haya, y ahora distinguido predicador de su majestad la
reina de Prusia, han escrito y publicado eruditas y sólidas anotaciones sobre las
actividades, los escritos y las ideas de Spinoza. Y Frans van Halma, distinguido y
culto librero de Utrecht, no sólo nos ha ofrecido todo esto en su traducción, sino
que le añadió un prólogo con algunas notas básicas sobre la «Continuación de la
vida de Philopater», dignas de ser leídas por todos.
Capítulo XIV. Enfermedad, muerte y entierro de Spinoza
[62] No me he propuesto hacer ahora una relación detallada de los escritores
que recientemente, con motivo de la aparición de Hemel op Aarden, «El cielo en
la tierra» (un tratado así titulado), de Frederik Leenhof, profesor de los
reformados en Zwolf, han atacado las ideas de Spinoza y demostrado que dicho
libro descansa sobre los fundamentos de este ateo. Pasaré más bien a la muerte
de Spinoza, acerca de la cual encuentro tantas descripciones trastocadas que no
puedo menos de sorprenderme de que personas cultas hayan abordado el tema
sin hacer nuevas investigaciones, limitándose a publicar cuentos por ellos oídos.
Debo aducir uno como muestra.
[63] El señor Menage, miembro de la universidad francesa de París, apoyándose
en razones falaces, sucesos divertidos, pensamientos ingeniosos, etc., escribe en
la segunda parte de sus Menagiana (p. 15), impresas en 1696 en Amsterdam, en
casa de Pieter Laulne, lo siguiente: «Spinoza murió, como algunos quieren, de
terror y pavor de que sería encerrado en la cárcel de París. Había ido a Francia a
instancias de dos altos personajes, que deseaban hablar con él. El gran ministro
Pompone, muy celoso en lo concerniente a su religión, tan pronto tuvo noticia de
ello, estimó que Spinoza no haría cosa muy buena en Francia y decidió, por
precaución, encerrarlo en la Bastilla. Advertido de ello Spinoza, cogió los
bártulos y se largó. Se cuenta que regresó volando a Holanda vestido de
franciscano», aunque a esta última circunstancia ni el propio Menage se atreve a
darle crédito. Se trata de simples fábulas. Pues es seguro que Spinoza jamás
estuvo en Francia. Que, en cambio, fue invitado a ir allí por personas de
renombre, lo reconoció más de una vez él mismo ante sus hospederos. Pero
añadiendo que esperaba no volverse nunca tan estúpido como para hacer tal
cosa. En cuanto a que murió de horror y pavor, demostraré lo contrario a
continuación. Describiré, pues, su muerte con imparcialidad y con pruebas
concretas, puesto que tanto ésta como su entierro tuvieron lugar aquí en La
Haya.
[64] Spinoza era de constitución física enfermiza y ya a los veinte años cogió la
tuberculosis. Por eso se puso muy delgado y se vio obligado a guardar una
moderación mayor de lo habitual en la comida y en la bebida. Ninguno de los que
convivían con él tenía la menor idea de que su fin estaba tan próximo y que le
sobrevendría tan rápidamente la muerte. El sábado, 22 de febrero, fue el
hospedero con su esposa a la predicación penitencial y preparatoria, porque al
día siguiente, por ser el domingo anterior al carnaval, en nuestra iglesia luterana
se debía dar la comunión. Cuando hacia las cuatro de la tarde regresó el
hospedero de la iglesia, también Spinoza bajó de su habitación, fumó una pipa y
charló un buen rato con él, incluso del sermón que había tenido lugar después de
mediodía. Después, se fue pronto a la cama que tenía para su uso en un cuarto
de la fachada y en la que dormía. El domingo por la mañana, antes de la hora de
ir a la iglesia, descendió de nuevo y habló con el hospedero y su mujer. Spinoza
había llamado a su lado a cierto médico, L. M., de Amsterdam, el cual encargó a
los hospederos que compraran un gallo viejo y que lo cocieran aún aquella
mañana, a fin de que a mediodía pudiera Spinoza tomar su caldo. Así lo hicieron
y, cuando el hospedero y su esposa regresaron a casa, aún tomó un poco con
apetito. Después de mediodía fueron los hospederos juntos a la iglesia y dicho
doctor, L. M., se quedó solo con él. Pero, al volver de la iglesia, se enteraron de
que Spinoza había muerto a las tres, en presencia del mismo doctor. Éste zarpó
aquella misma tarde en el barco de la noche hacia Amsterdam, sin preocuparse
más del muerto. Sí había cogido, en cambio, algún dinero que Spinoza había
dejado sobre la mesa, a saber, un ducado de plata y unas monedas pequeñas, así
como un cuchillo con mango de plata, y se los había llevado.
[65] Se ha escrito y manipulado mucho en torno a ciertas circunstancias que
habrían rodeado la enfermedad y la muerte de Spinoza. Se cuenta: 1) que había
tomado precauciones para no ser sorprendido ni molestado en sus últimos
momentos por ninguna visita; 2) que se le había oído pronunciar una o más veces
estas palabras: «¡Señor, apiádate de mí, pecador!»; 3) que había exclamado a
menudo: «¡oh Dios!», y que, al preguntarle los acompañantes si admitía, por fin,
ahora la existencia de Dios, al que debía temer como a juez después de su
muerte, habría dicho que la costumbre le debía haber traído ese nombre a los
labios; 4) que había puesto a mano adormidera y la utilizó al acercarse su
muerte, que cerró después las cortinas de su lecho y pasó en un profundo sueño
a la eternidad; 5) que él habría ordenado que, al aproximarse su fin, no se dejara
entrar a nadie junto a él y que, además, al sentir que se moría, llamó a su lado a
la hospedera y le encargó que no le visitara en ese estado ningún ministro, ya
que quería morir sin discusiones, etc.
[66] He investigado cuidadosamente todos estos detalles e interrogado repetidas
veces sobre ellos al hospedero junto con su mujer, que aún viven. Pero siempre
me responden que no tienen la menor noticia de ello y que la mayor parte de las
circunstancias referidas las tienen por falsas. [1] Nunca, en efecto, les había
prohibido que dejaran pasar alguna visita para él. En los últimos momentos no
estuvo con él nadie más que el médico de Amsterdam. [2] Nadie le había oído
pronunciar la frase «¡Señor, apiádate de mí, pecador!», porque ni él ni sus
hospederos tenían la menor idea de su muerte. Tampoco guardó cama, sino que
aún la última mañana estuvo abajo. No dormía en una cama, sino en un mueble
cama situado en un cuarto de la fachada. [5] En cuanto a que habría pedido a la
señora de la casa que no dejase pasar junto a él a ningún ministro, dice ella que
jamás oyó tal cosa de su boca. [3] La exclamación «¡Dios mío!» tampoco se la oyó
ninguno de los inquilinos durante su enfermedad, puesto que ésta era lánguida y
él poseía un temperamento estoico o impasible, por lo que reñía a otros cuando
se quejaban demasiado en sus enfermedades y se mostraban sensibleros. [4]
Que, finalmente, se había provisto de adormidera para morir sin dolor, también
es desconocido a los hospederos, pese a que ellos le han proporcionado la
comida, la bebida y las medicinas que necesitaba. Tampoco yo encuentro esto en
las cuentas de los boticarios, donde consta incluso aquello que le prescribió el
último día el médico de Amsterdam.
[67] Su hospedero se ocupó de su entierro tal como se le rogó, mientras que Jan
Rieuwertsz, librero de Amsterdam, se comprometió a que le serían pagados
todos los gastos. Se lo ratificó rápidamente en una carta, que le escribió de
Amsterdam el 6 de marzo de 1677. En ella le anunciaba, además, que el amigo
de Schiedam (al que se ha aludido antes), para mostrar su buen corazón y
demostrar que el difunto había sido un buen amigo suyo, ya le había enviado lo
que todavía se debía al señor van der Spyck, y que él le remitía junto con la
carta.
[68] El cantor de nuestra iglesia luterana, que era un buen carpintero, hizo el
ataúd de acuerdo con la siguiente nota: «Nota de lo servido por Paulus van der
Haard al señor Spinoza: 1) Un ataúd confeccionado – 18 florines. 2) Otros 9
tornillos servidos — 3,15 florines. Total: 21, 15 florines. Agradecido por el pago,
a 26 de febrero de 1677. Firmado: Paulus van der Haard». Estando aún el difunto
sin enterrar, fue presentada una reclamación por el boticario Johannes Frederik
Schróder relativa a una cuenta de medicinas suministradas, por un total de 16,10
florines. Encuentro en ella tintura de azafrán, bálsamo, polvos, etc., mas no
adormidera. Esta cuenta fue pagada por el hospedero con 14, 60 florines de
acuerdo con el siguiente recibo: «Este importe, de 14,60 florines, fue abonado
por el señor Hendryck van der Spyck el 10 de noviembre de 1677. Johan
Frederik Schróder, boticario». El 25 de febrero fue llevado el difunto a enterrar
en la Nueva Iglesia, junto al río Spuy, seguido de seis carrozas y acompañado por
muchas personas de renombre. El recibo del acto es el siguiente: «el 25 de
febrero de 1677 fue enterrado Benedictus Spinoza. Los derechos son 20 florines.
Reconozco que esto está pagado. Teuntje Pieters, viuda del inspector Norwiths».
Al regresar del entierro, los amigos fueron invitados, según la costumbre del
lugar, a un vaso de vino, del que he hallado esta cuenta pagada: «Año 1677. En la
casa mortuoria del señor Spyck: se debe a Geredina Boom, el 24 de febrero, 50
litros de vino, con impuestos y gastos de porte: 19,65 florines. La que suscribe,
reconoce que se le ha abonado el total el 28 de febrero de 1677. Geredina
Boom».
[69] Un cirujano, que lo había afeitado, entregó esta cuenta: «el bienaventurado
señor Spinoza debe a Abraham Kervel, cirujano, por un trimestre de afeitado
1,90 florines». El empleado de la funeraria daba un pésame similar en la cuenta
que presentó: «los herederos del bienaventurado Spinoza deben a Cornelis
Brekeveld, empleado de funeraria de La Haya, un total de 13,22 florines.
Conforme con el pago, a 28 de febrero de 1677». Lo mismo hace un hojalatero,
Libertus van der Burg, según la nota de su cuenta: «memoria de lo suministrado
a mi señor, el bienaventurado Spinoza, etc. Son 4,40 florines. Conforme con el
pago, a 14 de septiembre de 1677». Así reza también la cuenta de un tendero
francés: «servido para el entierro de mi señor, el bienaventurado Spinoza, a 25
de febrero de 1677: 6 pares de pañuelos blancos, a 0,65 florines el par, hacen
3,90 florines. Conforme con el pago: Thomas Talbot». De nuevo un hojalatero
veneraba al difunto con este título: «el 6 de diciembre de 1676 suministrado a mi
señor, el bienaventurado Spinoza, por mí, Adriaan van Til, un embudo de
hojalata, provisto de un caño, para laboratorio por 2,75 florines. Recibí el
importe: Adriaan van Til». Estos señores no debían saber sobre qué fundamentos
había construido Spinoza, pues, de lo contrario, no hubieran jugado tan a la
ligera con la palabra «bienaventurado» (zaliget). O es que quizá la han escrito en
el sentido que se le suele dar actualmente, según el cual también a los hombres
malvados, que han expirado sin ninguna señal de penitencia o conversión de sus
pecados, se les llama bienaventurados o de santa memoria.
[70] Una vez enterrado Spinoza, su hospedero hizo que un notario inventariara
su herencia. Éste entregó su acta en estos términos: «Declaración de los
honorarios que corresponden al notario Willen van den Hove por sus servicios en
la herencia del bienaventurado Benedictus de Spinoza, y que ascienden a 17,40
florines. Cobrado el importe, dado en La Haya el 14 de noviembre de 1677».
[71] La hermana del difunto, Rebeca de Spinoza, se dirigió a la casa mortuoria
como heredera de sus bienes. Pero no quería pagar previamente los gastos
ocasionados por el entierro, como tampoco algunas deudas atrasadas. Por eso
fue citada a Amsterdam a través de Robbert Schmeding, en calidad de
procurador del señor van der Spyck, según consta en el acta notarial levantada
el 30 de marzo de 1677 por Libertus Loef. Ella, sin embargo, quería saber
primero qué le restaría.
[72] Entre tanto el señor van der Spyck pidió autorización al respetable tribunal
de justicia de La Haya para vender los bienes dejados por Spinoza en pública
subasta. El importe fue comunicado al alguacil, pero la gestión fue detenida por
una denuncia de la susodicha hermana. Cuando comprobó, sin embargo, que no
sobraría nada o muy poco, no quiso seguir oponiéndose y renunció a la herencia.
El procurador Johan Louckers, que había prestado sus servicios al hospedero,
presentó por ellos una cuenta de 33,80 florines, que reconoce haber recibido el 1
de junio de 1678.
[73] Los bienes fueron vendidos el 4 de noviembre de 1677, en el lugar habitual
de herencias de La Haya, por Rykus van Stralen, subastador oficial, que presentó
la siguiente cuenta: «lista de la herencia, a saber, libros, vestidos, vidrios pulidos,
etc., que a petición del señor van der Spyck y con la autorización del respetable
tribunal de justicia de La Haya, ha sido vendida en pública subasta, en su casa
del Burgwal, el 4 de noviembre de 1677, y cuyos bienes habían pertenecido al
bienaventurado Benedictus Spinoza, etc.»
[74] Descubro en esta cuenta los enseres de un curioso y verdadero filósofo:
unos pequeños libros, láminas de cobre para esto y aquello, pequeñas piezas de
vidrios pulidos, instrumentos para pulirlos, etc. Cuán moderada y
económicamente debía vivir lo veo por las prendas que ha utilizado. Su abrigo
verde turco con un pantalón fue vendido por 21,70 florines; otro abrigo de color
por 12,70; cuatro sábanas por 6,40; siete camisas por 9,30; una cama y una
almohada por 15; diecinueve cuellos por 1,55; cinco pañuelos por 0,60; dos
cortinas rojas, una colcha y un pequeño cobertor de cama por 6. Su utillaje de
plata constaba de dos hebillas, que fueron vendidas por 2,50 florines. El importe
total ascendió a 430,65 florines. Descontadas las costas de la subasta, quedaron
390,78 florines.
[75] Esto es lo que he logrado averiguar acerca de la vida y muerte de Spinoza.
Murió el 21 de febrero de 1677 y fue enterrado el 25, a la edad de cuarenta y
cuatro años, dos meses y veintisiete días.

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